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Lo Abyecto en Julia Kristeva

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Kristeva describe la expulsión de lo considerado abyecto como una condición necesaria

para la formación sexual, psíquica y social de la identidad. El niño debe renunciar a una
parte de sí para transformarse en “yo”. Tiene que aprender que caca, orina y vómito son
sustancias sucias y no objetos de placer. Es principalmente la madre la que se encarga de
enseñarle lo que debe ser rechazado. Es ella quien lo entrena en el uso de la bacinilla y en el
mantenimiento de la pulcritud personal. Pero la madre también es un objeto que el hijo
debe abandonar antes de entrar en el mundo civilizado.
Desde un punto de vista psicoanalítico y siguiendo a Julia Kristeva, lo abyecto puede ser
definido como un pre-objeto que antecede a la formación del objeto ante el cual o en
oposición al cual se reconoce el sujeto. Lo abyecto representa los primeros esfuerzos del
futuro sujeto para diferenciarse de la entidad materna, para separarse de la madre pre-
edípica. “El advenimiento de una identidad propia demanda una ley que mutile” y la
náusea, el desagrado, el horror son los signos de la represión primaria, de la expulsión
radical que instaura al yo y lo sitúa como un sujeto en el sistema simbólico. Lo abyecto
delata la fragilidad de esta separación, del yo, del sistema simbólico, al mismo tiempo que
lo sustenta.
Kristeva distingue tres categorías de cosas que, según las circunstancias socio-culturales, se
consideran abyectas: comida/residuos (oral), desechos corporales (anal), y signos de la
diferencia sexual (genital).
Kristeva piensa que lo abyecto, en forma sublimada, es parte del arte, literatura, rituales
religiosos y aquellas formas de comportamiento sexual que la sociedad tiende a rechazar.
Por lo tanto, la abyección no es sólo un aspecto de la constitución del sujeto parlante. Se
relaciona con su discurso cultural: arte, literatura, filosofía, etc. Se conecta con las prácticas
transgresivas en general, con la experiencia de cruzar límites y manejar prohibiciones.
Kristeva sostiene que la abyección es lo que perturba identidades, sistema y orden. Lo que
no respeta bordes, posiciones, reglas:“No es por lo tanto la ausencia de limpieza o de salud
lo que vuelve abyecto, sino aquello que perturba una identidad, un sistema, un orden.
Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas. La complicidad, lo ambiguo, lo
mixto.
Kristeva distingue entre la operación de “abyectar” y la condición de ser abyecto. La
primera consiste en expulsar, separar, que es fundamental para conservar a la sociedad y al
sujeto por igual. Es el lugar donde se construye la subjetividad. Por otro lado, ser abyecto
es ser repulsivo, ser sólo sujeto lo suficientemente como para sentir esta subjetividad en
peligro y por lo tanto corrosivo del sujeto y su sociedad. Mediante la operación de la
abyección, lo humano solamente acontece por fuera del límite que marca la superficie de la
piel, es la negación de todo aquello que nos pudiera recordar la animalidad del ser humano,
su presencia irremediable en nuestro cuerpo.
En lo abyecto, hay un rebasamiento del orden simbólico, una perturbación de ese orden,
una subversión, una desestabilización de las construcciones y los códigos para mostrar otra
cosa, algo de aquello que no se quiere saber, y que sin embargo insiste.
Lo abyecto es aquello que envilece al ser humano, lo que lo despoja de su orgullosa
dignidad. La abyección es el arma que tiene el mundo para bajar al hombre a su nivel. Es el
vómito, el excremento fuera de su lugar asignado, el cadáver que se descompone, la sangre
menstrual seca, el asesinato lúcido y sin remordimientos, la violación alegre.
Lo abyecto es parecido a lo sublime, pero con una diferencia fundamental: lo sublime es
una sobredosis de sentido, un sentido incomprensible —inconmensurable con el hombre—
pero que se entiende como sentido; por su parte, el impacto de lo abyecto sería una
sobredosis de ausencia de sentido. Al menos en un primer momento.
El efecto de lo abyecto es a la vez preocupar y fascinar al deseo, que sin embargo no se deja
seducir por él. Al contrario, en rápida reacción el deseo lo rechaza y se aparta, convencido
de una sola certeza que porta orgulloso: la abyección es vergonzosa. Pero, al mismo
tiempo, el salto que se da para apartarse de lo abyecto es hacia un lugar donde la tentación
es casi tan grande como en aquel del que se intenta escapar, porque el influjo de la
repulsión es muy potente y estar a su lado sigue siendo estar demasiado cerca de ella.
Sin embargo, aunque lo abyecto me es familiar y puede que sea parte de mí, ahora estoy
separado de ello. Y estoy seguro de que esa separación es verdadera. Yo no soy eso que me
repugna. No puede ser. ¡Que no! Que me niego.
El poder de lo abyecto es que funciona dentro de mí pero por encima de mí, no depende de
mí. La activación automática de las leyes y conexiones del sentido, las normas de mi
cuerpo, es la única manera en la que puedo reaccionar ante la abyección. De otra forma
sería imposible que tuviera efecto sobre mí algo que considero que no es nada.
Así, en cuanto el cuerpo —propio o ajeno— muestra inequívocamente su deuda (relación
innegable) con la naturaleza, pierde su capacidad simbólica totalizante y liquida su
significado habitual. Desnudo, sin significado, se queda en lo que es. Lo abyecto demuestra
que el cuerpo es un chorro de pérdidas y degeneraciones constantes. Lo descubre como
algo que se expande hacia el infinito, algo sobre lo que no tenemos control y, por eso, nos
cuesta tanto aceptar que es parte de nuestro yo.
Se asquea de lo que indiscutiblemente resulta ser el cuerpo. También se asquea de un acto
que desafía a la moral porque funciona al margen de ella. Pero lo que causa la reacción ante
la abyección no es la contemplación de los deshechos, la podredumbre o la crueldad
despreocupada. En el fondo, lo abyecto ataca con una carga de profundidad indirecta: si
desconcierta tanto es porque perturba la identidad, el sistema, el orden. Así que lo abyecto
es aquello que no respeta los límites, las posiciones, las reglas.
Al confrontarse a la moral —que no otra cosa es el orden del mundo— evidencia la
fragilidad de la misma, su debilidad. En última instancia, hace explícita su mentira de
proclamarse total y pura. Y lo abyecto saca a la luz todo eso de manera siniestra, con una
actitud inquietante, indescifrable —no hay nada que descifrar—, sonriendo y aterrando a la
vez.
Poderosa y por encima de lo establecido, la abyección usa el cuerpo no como fin, sino
como vía de acceso para salir al mundo, para llegar a ser ella misma.

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