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Si bien la movilización indígena era escasa, los enviados porteños al Aito Perú
intentaron ganar a los indios para su causa eliminando el tributo indige- La medida
no los convenció ni tampoco a las élites altoperuanas, poco straidas por el
«populismo» porteño. En julio de 1811 el general Goyeneche derrotó a los
porteños en Huaqui y privó a Buenos Aires de la plata potosina y del control del
Alto Perú, que volvió a depender de Lima. La frontera entre las Audiencias de
Buenos Aires y Charcas separó a quienes abogaban por la revo- Jución o por el
mantenimiento del vínculo colonial y allí Martin Güemes y sus campesinos
salteños defendieron a Buenos Aires del Perú. Si los porteños tra- raban de
extender la base social de la revolución con los indios del Alto Perú o los
campesinos de Salta era por la distancia con Buenos Aires, ya que en su
proximidad las cosas no eran iguales, como muestra su política hacia la Banda
Oriental (hoy Uruguay). La presión de los mandos navales en Montevideo la
convirtió en un potente foco opositor a Buenos Aires, pero los porteños sus-
pendieron en 1811 las acciones militares ante la presencia de los portugueses.
José Artigas sublevó a la campaña de la Banda Oriental, inicialmente con el apoyo
de Buenos Aires, aunque luego con su oposición, ya que la llamada re- volución
artiguista contenia una serie de reivindicaciones populares que no entusiasmaban
a las élites porteñas. Cuando los portugueses intentaron ocu- par la Banda
Oriental, Artigas impulsó el éxodo del pueblo uruguayo a la ve- cina provincia de
Entre Ríos, controlada por Buenos Aires. Entonces se rear- mó una nueva e
inestable alianza con los porteños que aguantó hasta 1813, cuando se quebró
definitivamente. En 1814, mientras el ejército porteño man- dado por el general
Carlos Maria de Alvear conquistaba Montevideo, Artigas controlába las provincias
de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe (anteriormente pertenecientes a la
intendencia de Buenos Aires) y se declaraba «protector de los pueblos libres». Su
control territorial era sólo político, ya que las oligar- quias provinciales rechazaban
sus reivindicaciones sobre el acceso de los campesinos a la tierra. La influencia
de Artigas se extendería a Córdoba en medio del enfrentamiento con Buenos
Aires, ya que para sus dirigentes, Arti- gas amenazaba el futuro de la revolución y
simbolizaba un movimiento de protesta social que debía ser reprimido. La
ampliación de la base social revo- lucionaria sólo ocurrió en la Banda Oriental y no
en el resto de los territorios partidarios de Artigas, que seguian siendo manejados
por sus oligarquías con- tra Buenos Aires.
A Mendoza destinaron a San Martin para organizar el ejército que invadi- ria Chile.
Entre la moderación centrista de O'Higgins y el populismo de los Carrera, San
Martin prefirió al primero como su aliado para la aventura tran- sandina. A
comienzos de 1817, San Martin inició el cruce de los Andes al mando de un
disciplinado ejército de 3.000 hombres, con el que obtuvo el 12 de febrero la
decisiva victoria de Chacabuco, que le abrió las puertas de Santiago y permitió
nombrar a O'Higgins como Director Supremo de la Re- pública de Chile. En marzo,
el ejército de San Martín fue vencido en Cancha Rayada, lo que estuvo a punto de
abortar la aventura emancipadora, pero la rápida recomposición de las fuerzas y
el triunfo de Maipú salvaron al gobierno revolucionario. Pese a todo, no se pudo
acabar con la resistencia española que durante años aguantó en el sur, pese a la
dura política represiva contra los partidarios de la Corona y contra los disidentes
internos.
Tras la liberación de Chile, Lima y el Perú eran los objetivos de San Martin, lo que
requeria una potente flota de guerra. Los barcos y las tripulaciones se
consiguieron en Gran Bretaña y Estados Unidos y el mando de la escuadra se
encargó a lord Cochrane, que también practicó el corso en las costas del Paci-
fico. Con esos ingresos, la flota de siete barcos de guerra se amplió con dieci- séis
transportes. En agosto de 1820, San Martín se embarcó al Perú con 4.500
hombres, una cantidad exigua para derrotar al contingente realista de 20.000
soldados. San Martin esperaba trastocar el orden colonial, aprovechando el
cansancio de la sociedad peruana con una guerra inacabable y pensaba que el
bloqueo comercial minaria la lealtad realista de los hacendados costeños. De ser
necesario, utilizaría la carta indigena, algo que también hacían los realis- tas. La
empresa comenzó con buenos augurios. El desembarco en Pisco fue seguido de
rebeliones espontáneas en Guayaquil y Trujillo y el norte giró ha- cia la causa
republicana, ya que el marqués de Torre Tagle, el intendente de la región, cambió
sus preferencias políticas, probablemente afectado por los vientos liberales que
venían de España. En el sur, la campaña de la sierra afectó a la retaguardia limeña.
A principios de 1821 el jefe realista, el general José de la Serna, derrocó al virrey
Joaquin de la Pedrezuela y comenzó a ne- gociar con San Martin para crear un Perú
independiente y monárquico. El acuerdo fue rechazado por el ejército español,
acantonado en El Callac, pero dada su debilidad fue incapaz de evitar la entrada
de San Martin en Lima en julio de 1821, que fue nombrado Protector del Perú
independiente. El nuevo gobierno fue el más conservador de los establecidos en
América
Francisco de Miranda fue puesto a la cabeza de la Junta surgida de los sucesos del
Jueves Santo de 1810 en Caracas, pero no fue bien recibido por la oligar- quía
cacaotera, los mantuanos, un grupo clave en el movimiento emancipa- dor. Fiel a
sí mismo, Miranda radicalizó la revolución y en junio de 1811 de- claró la
independencia, aunque con un escaso control de Venezuela, limitado al litoral
cacaotero, mientras el oeste y el interior permanecian leales a Fer- nando VII,
como la base naval de Coro, al oeste de Caracas. El terremoto que asoló a la
capital, interpretado como un castigo divino por los realistas, cam- bió in marcha
de los acontecimientos. El capitán Domingo de Monteverde, jefe de la base de
Coro, tornó In iniciativa y la guarnición de Puerto Cabello abandonó la causa
revolucionaria y esto se sumó al mayor malestar entre los esclavos negros en las
plantaciones de cacao, que llevó a los mantuanos, in- fluidos por la
independencia de Haiti, a acabar con el experimento revolucio- nario y firmar un
armisticio. En un episodio confuso, en el que intervino Bo- livar, los realistas
capturaron a Miranda, mientras Bolívar se refugiaba en Nueva Granada. Si bien los
hacendados caraqueños cesaban en su lucha, la rebelión continuó en la costa de
Cumaná y en la isla Margarita, impulsada por los negros y mulatos, que
incrementaron el nivel de violencia matando a nu- merosos colonos canarios.
Éstos se organizaron para repeler los ataques y su respuesta fue igualmente
violenta, dando comienzo la guerra a muerte, insti- tucionalizada por Bolívar
desde junio de 1813. Santiago Mariño, el lider re- belne de Cumaná, avanzó desde
el este, mientras Bolivar, de nuevo en los Andes venezolanos, entró en Caracas en
agosto. La derrota de Monteverde im- pulsó la consolidación de José Tomás Boves
como nuevo jefe realista, con la entrada en la guerra de los llaneros, que lo
apoyaron en una campaña exitons contra los costeros de Mariño y los andinos de
Bolivar, quien huyó nueva- mente a Nueva Granada para luego refugiarse en
Jamaica.
bobo le permitió a Bolívar entrar en Caracas en 1821. Ese mismo año, Sucre,
tras sus triunfos en Riobamba y Pichincha, conquistó Quito y Bolivar derro- taba a
las fuerzas realistas de Pasto, en los Andes, cuya fortaleza radicaba en su
población mestiza, inclinada hacia la monarquía por la prédica del obispo. Esto
libró a Colombia de amenazas y dejó las manos libres a Bolivar para in- tervenir en
el Peri.
José María Morelos, otro cura, continuó los pasos de Hidalgo, pero esta vez desde
el sur del país. Como tenía un ejército más disciplinado que el de Hidalgo, en 1812
controlaba casi todo el sur de México. Entre los puntos más destacados de un
programa que cautivó la atención popular destaca la aboli- ción de las diferencias
de castas y la subdivisión de los grandes latifundios ca- ñeros de los hacendados
realistas. A fin de institucionalizar la revolución, Morelos convocó un congreso en
Chilpancingo, donde se manifestaron las mismas tendencias antagónicas
presentes en el frente militar. Pese a todo y en ui exceso de legalismo, Morelos
aceptó las resoluciones contradictorias ema- nadas del congreso, que scabarian
con la revolución y con su vida, ya que murió ejecutado en 1815. El radicalismo de
Morelos fortificó la unidad entre criollos y peninsulares en las élites españolas, ya
que todos respaldaban la le- galidad vigente y fueron quienes devolvieron a México
a su lugar en el Impe- rio. La jerarquía eclesiástica, que vio amenazadas sus
propiedades y posicio nes por la acción de los revolucionarios, también se unió a
la coalición oligárquica.
Al año siguiente se dio un paso más, cuando el 1 de enero de 1810 la Junta Central
convocó elecciones para elegir representantes a Cortes Generales. Como en el
caso anterior, hubo una discriminación negativa de las posesio- nes americanas,
ya que mientras en la Península se elegía un diputado por cada 50.000 habitantes,
en América cada provincia, aunque era un término no claramente definido, sólo
elegía uno. Las elecciones se celebraron en agosto de 1810, siguiendo las
«Instrucciones que deberán observarse para la elec- ción de diputados de Cortes»,
la primera ley electoral española. Esta normati- va autorizaba la elección de
mestizos y se planteaba estudiar la participación de los indígenas. Los comicios
no pudieron celebrarse en Buenos Aires, Chi- le, Caracas y Nueva Granada,
controladas por los rebeldes. Los mecanismos electorales no eran iguales en
España que en las colonias, siendo más moder- nos en la Península donde
votaban los vecinos de las parroquias, mientras que en América sólo se votaba en
los cabildos sin la participación de toda la po blación, aunque se autorizaba a los
indios y mestizos a votar y ser votados como representantes a Cortes. A fines de
1810 se votó en todas partes menos en Chile, Nueva Granada, Río de la Plata y
algunas zonas de Venezuela. Por el especial momento que se vivía se trató de
unas elecciones que despertaron un gran interés popular, aunque los comicios
tuvieron resultados desiguales y no se pudieron elegir todos los diputados
propuestos. De todas formas, en es- tos años se sentaron las bases de los que
serían los mecanismos electorales y representativos de los sistemas políticos
latinoamericanos.