Admin,+03 SantiagoMADRIGAL
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EL CONCILIO DE LA IGLESIA
SOBRE LA IGLESIA
RESUMEN: Es hoy una afirmación común que el Concilio Vaticano II tuvo una orien-
tación claramente eclesiológica ya desde su convocatoria y primeros pasos. Se nece-
sita, sin embargo, profundizar en cómo fueron gestándose los grandes avances del
Concilio en su concepción de la Iglesia, y cómo estas cuestiones afloran también en
documentos que no hablan directamente de ella. Este artículo recorre el proceso de
gestación de los documentos conciliares, mostrando la concentración eclesiológica
que se da en ellos. En un segundo momento ofrece una síntesis de los rasgos prin-
cipales que configuran la imagen de la Iglesia que emerge del Concilio.
PALABRAS CLAVE: Vaticano II, Iglesia, Comunión, Pueblo de Dios, Trinidad.
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1
W. KASPER, «El desafío permanente del Vaticano II. Hermenéutica de las ase-
veraciones del concilio», en: ÍD., Teología e Iglesia, Herder, Barcelona 1989, 414.
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2
Esta doble aproximación a la Constitución pastoral puede verse en: G. URÍBARRI
(ed.), Teología y nueva evangelización, Desclée de Brouwer, Bilbao-Madrid 2005; S. MADRI-
GAL, Las relaciones Iglesia-mundo según el Concilio Vaticano II, 13-95; A. CORDOVILLA,
«Gracia sobre gracia». El hombre a la luz del misterio del Verbo encarnado, 97-143.
3
Cardenal J. RATZINGER, «La eclesiología de la Constitución Lumen gentium», en:
ÍD., Convocados en el camino de la fe. La Iglesia como comunión, Cristiandad, Madrid
2004, 130-131.
4
K. RAHNER, Das neue Bild der Kirche: Geist und Leben 39 (1966) 4-24; aquí: 4.
Véase: S. MADRIGAL, Karl Rahner y Joseph Ratzinger. Tras las huellas del Concilio, Sal
Terrae, Santander 2006.
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5
J. RATZINGER, Mi vida. Recuerdos (1927-1977), Encuentro, Madrid 42005, 119.
Una visión panorámica del Concilio puede verse en: S. MADRIGAL, Vaticano II: remem-
branza y actualización. Esquemas para una eclesiología, Sal Terrae, Santander 2002,
41-138.
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6
Cardenal L. J. SUENENS, Recuerdos y esperanzas, Edicep, Valencia 2000, 109.
7
G. ALBERIGO, Breve historia del Concilio Vaticano II (1959-1965). En busca de la
renovación del cristianismo, Sígueme, Salamanca 2005. Es una buena síntesis de los
cinco volúmenes de la Storia del Concilio Vaticano II, bajo la coordinación del histo-
riador italiano, que hoy por hoy es obra de referencia. Véase la reflexión historiográ-
fica de PH. CHENEAUX, «Le concile Vatican II, entre mémoire et histoire», en: F. RIVAS-
R. SANZ DE DIEGO (eds.), Iglesia de la historia, Iglesia de la fe. Homenaje a J. M. Laboa
Gallego, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2005, 625-641.
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gica que anticipaba el tema que estaba llamado a ser el tema central de
todo el Concilio: la doctrina de la Iglesia.
El documento sobre la liturgia estaba guiado por varias ideas direc-
trices que expresan la mentalidad del Concilio. En primer lugar va pre-
sidido por un intento de retorno a los orígenes, a la búsqueda de lo esen-
cial; ello significa, en concreto, la revitalización y el primado de la fiesta
de pascua frente a las fiestas de los santos, la importancia de la celebra-
ción dominical, la simplificación de las formas. La adopción de las len-
guas vernáculas significaba la recuperación de la estructura dialogal y el
subrayado del carácter comunitario de la celebración litúrgica. Junto a
esta orientación de fondo hay que señalar otras dos tendencias: por un
lado, se pretende destacar la dimensión de la liturgia de la Palabra junto
con la del sacramento; por otro, la renovación litúrgica desea incremen-
tar la participación de los laicos, tal y como se pone de manifiesto en la
comunión bajo las dos especies. No en vano Sacrosanctum Concilium
apela a la actuosa participatio de todo el pueblo de Dios en la liturgia
(SC 14), exigencia que desde el sacerdocio común de todos los bautiza-
dos (Lumen gentium, 10) deberá tener una irradiación que, desbordan-
do el marco litúrgico, impregne toda la vida de la Iglesia 8. Podemos ver
aquí anticipado y en germen un tema novedoso del Concilio: la teología
del laicado (cap. IV de Lumen gentium) y la participación de los seglares
en la misión y en el apostolado de la Iglesia (Apostolicam actuositatem).
Durante los debates salieron a la luz datos teológicos primarios hasta
entonces muy relegados a un segundo plano: la Iglesia local recuperaba
su carácter central como auténtica comunidad cristiana, de manera que
la profesión y celebración de la fe es un acto eminentemente comunita-
rio en torno al altar del obispo, cuya figura adquiere de nuevo el relieve
de sucesor de los apóstoles (SC 41-42). En este sentido habría que indi-
car un importante aspecto incoado en la discusión sobre el esquema que
es la descentralización en la normativa litúrgica, pues se empieza a reco-
nocer la autoridad particular de las conferencias episcopales en un momen-
to en el que éstas todavía no habían recibido su aprobación canónica. La
importancia eclesiológica de esta decisión es de gran alcance para la teo-
logía del episcopado, pues las conferencias episcopales constituyen una
entidad que sirve de puente entre el obispo individual y el papa y de este
modo cobra expresión real la idea del colegio de los obispos. Sin que ape-
8
KASPER, Teología e Iglesia, 395-396.
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nas se note, desde el esquema sobre la liturgia, quedaban puestos los fun-
damentos para una verdadera renovación de la eclesiología. El 14 de
noviembre de 1962 se cerró el debate litúrgico con una votación en que
fue aprobado sustancialmente aquel texto.
Se entiende, desde estos presupuestos, la suerte corrida por el primer
esquema De ecclesia, cuyo texto se empezó a debatir el 1 de diciembre.
Aquel proyecto fue rechazado porque no estaba en sintonía con esta ela-
boración teológica más reciente en la que se había expresado la conciencia
conciliar; aquel texto seguía excesivamente ligado a una comprensión de
Iglesia entendida como «sociedad»; en aquel esquema predominaban los
aspectos institucionales, desconociendo la importancia del misterio que
constituye la esencia de la Iglesia. En este contexto se inscribe, el 4 de
diciembre, la intervención antes aludida del cardenal Suenens, en la que
propuso un concilio centrado en la Iglesia con un plan articulado en doble
perspectiva: Ecclesia ad intra - Ecclesia ad extra 9. En la primera orienta-
ción había que explicar qué es la Iglesia en cuanto misterio del Cristo vivo
en el tiempo y señalar las líneas de renovación en la evangelización, en
la catequesis, en la oración, en la misión. En segundo lugar, en diálogo
con el mundo, había que expresar el compromiso de la Iglesia en el terre-
no de la justicia social, de los derechos humanos, de la evangelización de
los pobres, de la paz y de la guerra.
El entonces perito conciliar, J. Ratzinger, en una conferencia pro-
nunciada el 18 de enero de 1963, señalaba que el mejor fruto de la pri-
mera sesión —sin ningún documento aprobado— fue la clara percepción
de hacia dónde caminar, según el espíritu y la teología que se abrió paso
en el debate sobre la renovación litúrgica. De esta manera, se podía espe-
rar la superación de lo que Y. Congar había llamado el estrechamiento
«jerarcológico» de la eclesiología, un proceso que venía marcando los
últimos siglos. Al mismo tiempo se había conseguido un punto de parti-
da sacramental 10. En este sentido hay que decir que había sido necesario
9
SUENENS, Recuerdos y esperanzas, 73: «Al final de la primera sesión, en efecto,
apareció de manera clara a todos que el Concilio Vaticano II sería en lo sucesivo, en
la historia, un concilio centrado en la Iglesia, y que todos los esquemas yuxtapuestos
hasta ese momento, serían reagrupados en torno a esta idea maestra». Véase: S. MADRI-
GAL, Memoria del Concilio. Diez evocaciones del Vaticano II, Desclée de Brouwer, Bil-
bao-Madrid 2005, 69-101.
10
J. RATZINGER, Die erste Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanischen Konzils. Ein
Rückblick, J. P. Bachem in Köln, Colonia 1963, 26.
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11
ALBERIGO, Breve historia, 63-68. J. GROOTAERS, «El Concilio se decide en el inter-
valo. La «segunda preparación» y sus adversarios», en: G. ALBERIGO (dir.), Historia del
Concilio Vaticano II, vol. II, Sígueme, Salamanca 2002, 331-470.
12
MADRIGAL, Memoria del Concilio, 114.
13
AAS 55 (1963) 847.
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14
S. MADRIGAL, «Pilar Bellosillo, una mujer en el Concilio», en: Memoria del Con-
cilio, 195-220.
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15
Cardenal L. J. SUENENS, Recuerdos y esperanzas, 114.
16
J. RATZINGER, Das Konzil auf dem Weg. Rückblick auf die zweite Sitzungsperio-
de, J. P. Bachem in Köln, Colonia 1964, 54-60.
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17
E. SCHLINK, «El decreto sobre el ecumenismo», en: O. CULLMANN (y otros), El
diálogo está abierto. Los observadores luteranos ante el Concilio, Cultura Popular, Bar-
celona 1967, 203-243.
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Con ayuda del diario conciliar del cardenal dominico Y. Congar, puede
decirse que la longitud de onda que rige los designios de la tercera sesión
es la orientación del Concilio hacia una eclesiología de comunión 18. «Se
trataba de pasar de una eclesiología jurídica a una eclesiología de comu-
nión centrada en el misterio mismo de la Iglesia en sus profundidades
trinitarias» —escribe el cardenal de Malinas en sus recuerdos y esperan-
zas a propósito de la intención última de la constitución sobre la Iglesia 19.
Esta apreciación, que ha recibido su reconocimiento magisterial en el
Sínodo extraordinario de obispos de 1985, coincide plenamente con los
resultados del famoso estudio de A. Acerbi, Due ecclesiologie. Ecclesiolo-
gia giuridica ed ecclesiologia di communione nella Lumen gentium (1975).
Habría que recordar, no obstante, que el P. Ángel Antón ya había indi-
cado en 1969 que «la innovación de mayor trascendencia para la ecle-
siología y la vida de la Iglesia ha sido el haber centrado la teología del
misterio de la Iglesia sobre la noción de comunión» 20.
Durante la tercera sesión, la de 1964, los padres han trabajado sobre
textos ya muy debatidos durante el otoño anterior, es decir, los De eccle-
sia, De oecumenismo, De episcoporum munere. Por otro lado, llegan al
aula otros importantes temas teológicos, como la revelación, el aposto-
lado de los laicos, la Iglesia en el mundo moderno, la libertad religiosa.
Entre el 16 y el 30 de septiembre se vuelve a debatir el texto sobre la Igle-
sia articulado en los ochos capítulos definitivos: el misterio de la Iglesia,
el pueblo de Dios, la estructura jerárquica, el laicado, la vocación uni-
versal a la santidad, la vida religiosa, el horizonte escatológico de la Igle-
sia, la Virgen María. De nuevo, el capítulo de la colegialidad volvió a ser
el caballo de batalla, en medio de premiosas votaciones. Esta misma cues-
tión reapareció en la discusión del texto sobre los obispos y el gobierno
de las diócesis, cuyos temas dejaban aflorar la misma problemática que
18
MADRIGAL, «El Vaticano II en el Journal du Concile de Y. Congar», en: ÍD., Memo-
ria del Concilio, 21-68; aquí: 52ss. G. Alberigo coloca la descripción de esta etapa bajo
la divisa: La Iglesia es una comunión (o.c., 107). Véase: G. RUGGIERI, «Il difficile abban-
dono dell’ecclesiologia controversista», en: Storia del Concilio Vaticano II, vol. III, Il
Mulino 1997, 309-383.
19
MADRIGAL, Memoria del Concilio, 90.
20
A. ANTÓN, Primado y colegialidad. Sus relaciones a la luz del primer sínodo extra-
ordinario, BAC, Madrid 1970, 34.
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21
J. RATZINGER, Ergebnisse und Probleme der dritten Konzilsperiode, J. P. Bachem
in Köln, Colonia 1965, 16-39.
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22
M. VELATI, Una difficile transizione. Il cattolicesimo tra unionismo e ecumenis-
mo (1952-1964), Bologna 1996.
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1965. Otro tanto les ocurre a los decretos proyectados sobre el apostolado
seglar y sobre la tarea pastoral de los obispos. Por ahora, junto con el de
los medios de comunicación (Inter mirifica), han sido proclamados ofi-
cialmente los decretos sobre el ecumenismo y sobre las Iglesias católicas
orientales. Este tipo de documentos de rango menor, que son los «decre-
tos», representa una aplicación de los principios teológicos a las cuestio-
nes específicas y de carácter práctico. Así las cosas, de la constitución
sobre la Iglesia dependen el decreto sobre la tarea pastoral de los obispos,
el decreto sobre el ecumenismo, el decreto sobre las Iglesias orientales
católicas, el decreto sobre el apostolado seglar. De ella habrá que colgar
igualmente los textos sobre los presbíteros y sobre la tarea misionera de
la Iglesia, que han sido rechazados y, tras ser sometidos a una cuidadosa
reelaboración, su debate queda también diferido para el próximo otoño.
Siguen pendientes de estudio y debate los «proyectos» relativos a la vida
religiosa, a la formación de los presbíteros y a la educación cristiana.
Un lugar muy especial ocupa el llamado «esquema XIII», sobre la Igle-
sia en el mundo de hoy, cuyo texto base ha sido aceptado globalmente,
pero ha de ser sometido a una revisión profunda. En este debate, que da
cabida a cuestiones sumamente complejas y delicadas como el control
de la natalidad o la bomba atómica, el diálogo conciliar entre los obis-
pos ha alcanzado un alto nivel. Su propio camino recorren las dos «decla-
raciones» nacidas, entre la segunda y la tercera sesión, del decreto sobre
el ecumenismo. Una amplia mayoría se ha perfilado en torno a la decla-
ración sobre la libertad religiosa, pero, a falta de votación, se desconoce
el peso de la minoría. La declaración sobre los judíos, que estuvo muy
mediatizada por la coyuntura política, encontraba un buen apoyo en las
afirmaciones de los capítulos 9-11 de la carta a los Romanos. Sin embar-
go, ha conocido un destino inesperado: se ha visto integrada en una expo-
sición sobre la teología de las religiones, es decir, a partir de la declara-
ción sobre los judíos verá la luz una reflexión sobre la relación de la Iglesia
con las religiones no-cristianas.
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23
E. VILANOVA, «La encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI y su impacto en el Con-
cilio Vaticano II», en: X. QUINZÁ - J. J. ALEMANY (eds.), Ciudad de los hombres, ciudad de
Dios. Homenaje a A. A. Bolado, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 1999, 599-607.
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24
Véase: A. CORDOVILLA, Gracia sobre gracia. El hombre a la luz del misterio del
Verbo encarnado, 106-107. TH. GERTLER, Die Antwort der Kirche auf die Frage nach dem
Menschsein. Eine Untersuchung zur Funktion und Inhalt der Christologie im ersten Teil
der Pastoralkonstitution «Gaudium et spes» des Zweiten Vatikanischen Konzils, Leip-
zig 1986.
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nervio del debate teológico conciliar: en vez de partir de los datos sobre
el mundo que facilita la ciencia, ¿no sería mejor partir de una fenome-
nología nutrida con los datos que la fe proporciona sobre la condición
del hombre y del mundo? La teología alemana quisiera invertir el re-
corrido a la luz de estas preguntas: ¿cómo entender con radicalidad y
profundidad al ser humano sino a partir de Cristo? ¿Cómo evaluar debi-
damente la creación sin considerar la posibilidad de que Dios se autoco-
munique a lo no divino y se haga hombre? Por este camino se evitaría la
yuxtaposición de los órdenes de la naturaleza y de la gracia, de la crea-
ción y de la redención, se alcanzaría una síntesis que permitiría expresar
de forma íntegra la realidad humana. En estas coordenadas, el ateísmo
fue el problema concreto que reclamó más atención en la discusión de la
primera parte del esquema.
El 8 de diciembre de 1965 Pablo VI clausuró solemnemente el Vati-
cano II. Durante aquel otoño, el Concilio había trabajado sobre un bos-
que de textos: cuando se cerraba el primer debate sobre el esquema XIII,
los padres sancionaron el decreto sobre los obispos y el gobierno de las
diócesis. El 7 de octubre se comenzó a debatir el esquema sobre la tarea
misionera; aquel texto, reelaborado por J. Schütte, Congar, Ratzinger,
tomaba en consideración la concepción de Iglesia propuesta en las cons-
tituciones sobre la liturgia, sobre la Iglesia y el decreto sobre el ecume-
nismo. La asamblea dio su aprobación a los proyectos sobre la renova-
ción de la vida religiosa y sobre la formación sacerdotal (11 de octubre).
A mitad de octubre obtenían su aprobación la declaración sobre las reli-
giones no cristianas y sobre la educación cristiana; seguidamente, entre
el 13 y el 16, el Concilio examinó el esquema sobre el ministerio y la vida
sacerdotal. En la sesión solemne del 28 de octubre fueron solemnemen-
te aprobados el decreto Christus Dominus, cuya finalidad era desarrollar
en sentido práctico los principios de la teología del episcopado sancio-
nada en el capítulo III de Lumen gentium 25; el decreto sobre la vida reli-
giosa Perfectae caritatis, como desarrollo del capítulo V de Lumen gen-
tium; el decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius; la
declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis; y la
declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cris-
tianas (Nostra aetate).
25
M. FAGGIOLI, Il vescovo e il concilio. Modello episcopale e aggiornamento nella
storia del decreto «Christus Dominus» del Vaticano II, Bologna 2005.
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26
R. BURIGANA, La redazione della costituzione «Dei Verbum» del Vaticano II, Bolog-
na 1998.
27
S. SCATENA, La fatica della libertà. L’elaborazione della dichiarazione «Dignitatis
Humanae» sulla libertà religiosa del Vaticano II, Bologna 2003.
28
G. TURBANTI, Un concilio per il mundo moderno. La redazione della costituzione
pastorale «Gaudium et spes» del Vaticano II, Bologna 2000.
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29
J. RATZINGER, Angesichts der Welt von heute. Überlegungen zur Konfrontation mit
der Kirche im Schema XIII: Wort und Wahrheit 20 (1965) 493-504; ÍD., Die letzte Sit-
zungsperiode des Konzils, Colonia 1966.
30
S. MADRIGAL, El significado permanente del Concilio Vaticano II (1962-65): Razón
y fe 252 (2005) 317-338.
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320 S. MADRIGAL, EL CONCILIO DE LA IGLESIA SOBRE LA IGLESIA
31
J. RATZINGER, «La eclesiología del Vaticano II», en: Iglesia, ecumenismo y polí-
tica, BAC, Madrid 1986, 7.
32
K. RAHNER, «La responsabilidad del cristiano para con la Iglesia después del
Concilio», en: La gracia como libertad. Breves aportaciones teológicas, Herder, Barce-
lona 1972, 229-246.
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33
Ibid. 237.
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322 S. MADRIGAL, EL CONCILIO DE LA IGLESIA SOBRE LA IGLESIA
34
D. VITALI, Universitas fidelium in credendo falli nequit: Gregorianum 86/3 (2005)
607-628.
35
S. MADRIGAL, «Los nombres de la Iglesia en el tiempo posconciliar: pueblo de
Dios y/o misterio de comunión», en: ÍD., Vaticano II: remembranza y actualización,
245-270.
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el universo como luz del mundo y sal de la tierra» (LG II, 9). Por consi-
guiente, la noción de pueblo de Dios refleja con transparencia, aunque no
de modo exclusivo, el misterio de la Iglesia. «La Iglesia es el pueblo santo
de Dios» —decíamos con Rahner—, para subrayar que esa Iglesia somos
nosotros. En una perspectiva más amplia, la noción de pueblo de Dios
expresa el carácter histórico de la Iglesia, su provisionalidad y su diná-
mica escatológica, la unidad de la historia de la revelación y la unidad
interna del pueblo de Dios, incluso más allá de sus confines sacramenta-
les, de ahí su potencial ecuménico y su aptitud para expresar la orienta-
ción de la humanidad a Cristo, como germen e instrumento de la prepa-
ración del reino de Dios definitivo en el que Dios es «todo en todo» (1Cor
15, 28). Entretanto, como se afirma en LG II, 9: «Dios formó una congre-
gación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el prin-
cipio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera
para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera».
36
«Doctrina conciliar de la Iglesia y realidad futura de la vida cristiana», en:
K. RAHNER, Escritos de Teología VI, Taurus, Madrid 1969, 469-488.
37
G. WASSILOWSKI, Universales Heilssakrament Kirche. Karl Rahners Beitrag zur
Ekklesiologie des II. Vatikanums, Tyrolia, Innsbruck 2001.
ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS, vol. 81 (2006), núm. 317, ISSN 0210-1610 pp. 297-331
324 S. MADRIGAL, EL CONCILIO DE LA IGLESIA SOBRE LA IGLESIA
38
RAHNER, Doctrina conciliar de la Iglesia, 473-474. Véase el análisis de W. KAS-
PER,«La Iglesia, sacramento universal de salvación», en: ÍD., Teología e Iglesia, 325-
350. Cardenal A. DULLES, The Sacramental Ecclesiology of Lumen gentium: Gregoria-
num 86/3 (2005) 550-562.
ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS, vol. 81 (2006), núm. 317, ISSN 0210-1610 pp. 297-331
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RAHNER, Doctrina conciliar de la Iglesia, 486-487.
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N. SILANES, «La Iglesia de la Trinidad». La Santísima Trinidad en el Vaticano II.
Estudio genético-teológico, Secretariado Trinitario, Salamanca 1981; P. TRILLING, The
genesis of the Trinitarian Ecclesiology of Vatican II: Science et Esprit 45/1 (1993) 61-
78; M. KEHL, La Iglesia. Una eclesiología católica, Sígueme, Salamanca 1995, 55-117;
B. FORTE, La Iglesia de la Trinidad. Ensayo sobre el misterio de la Iglesia. Comunión y
misión, Secretariado Trinitario, Salamanca 1996; X. PICAZA, Enchiridion Trinitatis,
Secretariado Trinitario, Salamanca 2005, 238-261.
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hondo del misterio de Dios: la Iglesia ha sido querida por Dios Padre
desde la misma creación del mundo; la Iglesia está llamada a configu-
rarse con el Hijo Jesucristo, que «inauguró en la tierra el reinado de Dios»,
de modo que representa en medio de la humanidad doliente el espacio
concreto del Señor glorificado, es su cuerpo y es su esposa; la Iglesia es
el espacio histórico donde acontece la obra santificadora del Espíritu
Santo. Los sacramentos de la eucaristía (la comunión de los santos), el
bautismo y la penitencia (perdón de los pecados) son los modos emi-
nentes en los que el Espíritu del Resucitado actualiza de forma perma-
nente el proceso de comunicación del Dios uno y trino hasta la consu-
mación de la historia.
Afirmar que la Iglesia está enraizada en el misterio del Dios trinitario
trastoca profundamente nuestro planteamiento sobre el origen y la fun-
dación de la Iglesia. La Iglesia no puede reducirse a las puras coordena-
das de la historia y del tiempo, de lo visible y de lo disponible: viene pre-
parada desde los orígenes del género humano (Ecclesia ab Abel), ha sido
reunida por la acción del Logos encarnado (Ecclesia creatura Verbi), y es
vivificada permanentemente por el Espíritu Santo (aedificium spirituale).
Así las cosas: el misterio de la Iglesia se manifiesta desde su fundación
(LG 5).
La constitución pastoral expresa bella y sintéticamente la relación Tri-
nidad-Iglesia: «La Iglesia que procede del amor del Padre eterno, ha sido
fundada en el tiempo por Jesucristo redentor, y congregada en el Espíri-
tu Santo, tiene una finalidad salvífica y escatológica, que no se puede
lograr plenamente sino en el siglo futuro» (GS 40). Por eso, podremos
decir que la Iglesia es sacramento de la comunión de Dios, porque de ella
ha tomado su origen. Y recordar, con ayuda de la Relación final del Síno-
do de Obispos de 1985, que «la Iglesia como comunión es sacramento
para la salvación del mundo». A imagen del Dios uno y trino, a imitación
de un Dios que es amor (1Jn 4, 8), ser sacramento de la comunión equi-
vale a ser signo e instrumento para la paz y reconciliación del mundo,
significa comprometerse a favor de una nueva civilización del amor en
la lucha por la justicia, por la libertad y la armonía entre los pueblos (cf.
GS 45).
Si bien es cierto que la realidad eclesial aparece configurada como un
fenómeno humano y social, no se puede ignorar —salvo riesgo de empe-
queñecerla— que la Iglesia está enraizada en el misterio de Dios. Entre
el Dios trinitario y la Iglesia se da una relación profunda, que no es sólo
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una relación de tipo causal u originaria, sino también una relación esen-
cial de la Iglesia con el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ella es
así continuadora de la misión que Dios Padre confió al Hijo y al Espíri-
tu Santo: «La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, pues-
to que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu
Santo, según el propósito de Dios Padre» (AG 2). En su reflexión sobre
el hombre, tantas veces aherrojado y encadenado en su propia soledad,
H. de Lubac nos mostraba al Dios trinitario como la respuesta a esa ansia
infinita de comunión característica del ser humano, pues
«nos ha creado para introducirnos juntos en el seno de su vida trinita-
ria… Jesucristo se ofrece en sacrificio para que seamos uno en esta uni-
dad de las personas divinas. Ahora bien, existe un lugar en el cual, ya
desde la tierra, empieza a realizarse esta reunión de todos en la Trini-
dad. Hay una “familia de Dios”, extensión misteriosa de la Trinidad en
el tiempo, que no sólo nos prepara a esta vida unitiva y nos la garanti-
za plenamente, sino que nos hace partícipes ya de ella. Es la única socie-
dad completamente “abierta” y es ella la única que se ajusta a nuestra
íntima aspiración y en la que nosotros podemos alcanzar por fin todas
nuestras dimensiones… De unitate Patris et Filii et Spiritus Sancti plebs
adunata: tal es la Iglesia. Ella está “llena de la Trinidad”» 41.
A esta fórmula sintética, muy del gusto de Y. Congar, nos han llevado
finalmente estas reflexiones. Cuando el sabio dominico resume y pre-
senta la obra doctrinal del Concilio, en su Historia de la eclesiología, lo
hace de una forma sumamente modesta: «Por primera vez en su historia
secular, la Iglesia se definió a sí misma (o, en todo caso, ella se descri-
bió) en la constitución dogmática Lumen gentium y en otras constitu-
ciones, decretos o declaraciones» 42. El Concilio se configuró inicialmen-
te bajo la divisa roncallina del aggiornamento pastoral. Prioritariamente,
esta orientación no significa deslizamiento hacia el pragmatismo o el acti-
vismo; preocupación pastoral tampoco significa abandono u olvido de la
41
Meditación sobre la Iglesia, Encuentro, Madrid 1988, 190.
42
Y. CONGAR, Historia de los Dogmas, III, 3c-d. Eclesiología. Desde S. Agustín hasta
nuestros días, BAC, Madrid 1976, 296.
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