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El Absolutismo 3ro

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Ficha de aprendizaje 01: El Absolutismo 5 min.

de lectura
Te explicamos qué fue el absolutismo, cómo fue el inicio, el contexto histórico en que surgió, sus características
económicas, sociales, culturales, políticos y final de este régimen de gobierno.
El poder del soberano era único, indivisible, inalienable,
incontrolable y pleno.

¿QUÉ FUE EL ABSOLUTISMO?


El absolutismo fue una forma de gobierno y régimen político
típico del Antiguo Régimen (período histórico previo a
la Revolución francesa de 1789), cuya ideología dictaba que el
poder político del gobernante, es decir, el rey, no debía estar
sujeto a ninguna limitación que no fuera la ley de Dios. El nombre
absolutismo proviene de la existencia de un gobierno absoluto,
que controla la totalidad de la sociedad sin rendirle cuentas a nadie, y que en ese entonces descansaba en la
figura de los reyes.
Esto significa que el poder del soberano era formalmente único, indivisible, inalienable, incontrolable y pleno.
En otras palabras, era un poder absoluto, de donde deriva el nombre que se le confiere tanto a esta ideología como a
su realización histórica, es decir, el absolutismo.
El absolutismo fue el modelo político imperante entre los siglos XVI y XIX, cuando fue o bien derrocado
violentamente por revoluciones, como en el caso de Francia, o gradualmente convertido en un sistema monárquico
liberal, como ocurrió en Inglaterra.
A esos gobiernos totales de la aristocracia se los conoció como monarquías absolutistas y en ellos no había ningún
tipo de instituciones (o poderes públicos) que mediaran entre el pueblo y la autoridad, o entre las cuales el poder se
distribuyera. Por el contrario, el rey era el Estado y su palabra era ley.
El absolutismo proclamaba que el monarca era el Estado, por lo que los poderes públicos emanaban de su voluntad
y estaban subordinados a sus decisiones. No había ninguna autoridad por encima del rey, quien además no estaba
sujeto a las leyes.
Esta relación se puede expresar en términos jurídicos como que la autoridad (en este caso el monarca) poseía respecto
de sus súbditos solamente derechos, y ningún tipo de deber; lo cual significa que se encuentra más allá de las propias
leyes que formula.
Es decir, un rey no podía juzgarse por violar las propias leyes que él ha formulado, pues se encuentra en otro plano, el
de la autoridad absoluta. Tampoco se podían cuestionar sus decisiones, ni contravenir su voluntad, ni protestar a nadie:
el Rey era el magistrado supremo en todos los ámbitos posibles.
Paradójicamente, el absolutismo convivió durante parte del siglo XVIII con la Ilustración y sus propuestas liberales y
emancipadoras, dando origen así al despotismo ilustrado, esto es, a una forma de monarquía autoritaria que promovía
las ideas del progreso y la educación entre sus súbditos. Recién a mediados del siglo XIX la llamada Primavera de
los Pueblos le puso fin en el continente europeo.
La doctrina del absolutismo surgió en Europa en el siglo XVI, pero sus exponentes más característicos gobernaron en
los siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX, como Luis XIV de Francia (1643-1715), Federico Guillermo I de
Prusia (1713-1740) y Fernando VII de España (1808 y 1814-1833).

Ver: Autocracia
En el absolutismo la ley se funde con la voluntad del rey.

EL ORIGEN DEL TÉRMINO ABSOLUTISMO


El término absolutismo (o el adjetivo absolutista) fue empleado por primera
vez con un sentido político en el siglo XIX, para destacar los aspectos
despóticos de algunos gobiernos monárquicos. Sin embargo, actualmente es
un concepto historiográfico usado para describir una doctrina y una
forma de gobierno, surgida en Europa en el siglo XVI y característica de la
Edad Moderna hasta comienzos del siglo XIX.
Se cree que su origen puede estar relacionado con la expresión
latina princeps legibus solutus est (“el príncipe no está sujeto a la ley”),
empleada por el jurista romano Ulpiano en los años del Imperio romano.
El término “absolutismo” no debe confundirse con otros conceptos de uso
más contemporáneo, como totalitarismo, que también supone un régimen
autoritario con un liderazgo personalista pero que, a diferencia del
absolutismo, se constituye sobre la base de un partido político que se funde
con el Estado y se legitima, habitualmente, a través del carisma del líder, la propaganda y un discurso que apela a la
voluntad popular o nacional.
En una monarquía absolutista, no existe un partido político gobernante, sino que el Estado se funde con la persona
del rey, y la ley se expresa como la voluntad del rey, quien no gobierna por un mandato popular sino por un derecho
divino.

Docente: Lic. AGUILAR QUISPE, W. Lino / Esp. CCSS. 2024 1


CONTEXTO HISTÓRICO DEL ABSOLUTISMO
La historia del absolutismo inicia con el fin de la Edad Media, cuando las monarquías europeas comenzaron a
concentrar el poder en sus manos. Un antecedente de las monarquías absolutistas fueron las monarquías
centralizadas de los siglos XIV y XV (como los Reyes Católicos en la península ibérica o Carlos VII en Francia). Las
reformas administrativas y centralizadoras introducidas por estos monarcas anticiparon la reorganización absolutista
posterior. Ambas formas monárquicas sentaron las bases del Estado moderno.
En los años del absolutismo se incrementó la tendencia a concentrar el poder en la persona del rey en detrimento
de la nobleza y la Iglesia (posible por el debilitamiento de la Iglesia Católica y del papado, fruto de sucesos previos
como el Cisma de Occidente y la Reforma Protestante).
Esto se debió en gran medida a la mayor incumbencia de los monarcas absolutos en los asuntos de gobierno,
asesorados por ministros de confianza, y a la doctrina según la cual los reyes gobernaban por derecho divino.
Sin nadie que contradijera su poder, los reyes comenzaron a actuar de manera cada vez más autoritaria, sobre todo
en los reinos de Portugal, España, Francia e Inglaterra, los cuales cada vez más funcionaban como Estados-nación.
Esta es la época del inicio de la transición del feudalismo al capitalismo.
No obstante, el absolutismo pleno se produjo en la Francia del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIV, célebre
por su frase “El Estado soy yo” (en francés: L’État, c’est moi). En dicho país se desarrolló la teoría del derecho divino
al poder real, según la cual los monarcas eran elegidos por la divinidad para gobernar en su nombre, y por lo tanto sus
palabras eran más o menos equivalentes a las palabras de Dios.
El absolutismo tuvo teóricos que lo defendieron como un modo de gobierno legítimo y eficiente. Uno de ellos fue
el intelectual francés Jean Bodin (1530-1596), que cuestionó la autoridad del papado sobre los gobiernos y favoreció
la idea de una monarquía nacional en la que el rey concentrara el poder.
En el siglo XVII se destacaron otros intelectuales como el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), que consideraba
que un gobierno autoritario era la única solución a los conflictos políticos y sociales, y el francés Jacques Bossuet
(1627-1704), que defendía la idea de que el monarca recibía su autoridad de Dios y gobernaba por derecho divino.
La máxima expresión histórica del absolutismo tuvo lugar en los siglos XVII y XVIII, especialmente luego de la paz de
Westfalia (1648) que dio fin a la Guerra de los Treinta Años, impulsó la idea de soberanía territorial de cada Estado
europeo y desencadenó el auge político de la Casa de Borbón. El máximo exponente del absolutismo fue Luis XIV
de Francia.
Por otro lado, un recuento de monarcas que practicaron la doctrina del absolutismo incluye a:
 Luis XIV de Francia, el “Rey Sol” (1638-1715).
 Felipe V de España, “el Animoso” (1683-1746).
 Carlos XII de Suecia (1682-1718).
 Jacobo II de Inglaterra (1633-1701).
 Federico I de Prusia, el “Rey Sargento” (1688-1740).
 Carlos II de Inglaterra (1630-1685).
 Pedro I de Rusia, “Pedro el Grande” (1672-1725).
 Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico (1685-1740).
 Gustavo III de Suecia (1746-1792).
 Fernando VII de España, el “rey felón” (1784-1833).

CARACTERÍSTICAS DEL ABSOLUTISMO

El monarca absoluto y la administración estatal

El absolutismo se basaba en la idea de que el bienestar de los


súbditos dependía de la persona del monarca, y que este
gobernaba por derecho divino. De este modo, no se reconocía
ninguna autoridad terrenal que estuviera por encima del rey,
y este no debía someterse a ninguna ley.
Sin embargo, si bien los monarcas absolutos concentraron el
poder político y eran quienes tomaban las decisiones de mayor importancia, la administración del reino demandaba
la existencia de un cuerpo de funcionarios que se encargaban de la hacienda, la justicia, la diplomacia y el ejército.
Esta burocracia estaba integrada en gran medida por burgueses, mientras que algunos nobles también ocupaban
cargos, sobre todo en las provincias.
El rey también contaba con el asesoramiento de ministros, que eran personas de confianza y ocupaban un lugar
de gran importancia política, aunque su consejo quedaba supeditado a la decisión final del rey. En la Francia de Luis
XIV se destacaron Jean-Baptiste Colbert y Michel Le Tellier. Otra área de importancia fue el ejército, que en general
fue reformado y profesionalizado.

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La economía del absolutismo
Jean-Baptiste Colbert promovió el mercantilismo en la corte de Luis XIV.

La forma económica característica del absolutismo fue el mercantilismo.


Esta era una doctrina económica difundida en Europa e implementada por las
monarquías de los siglos XVII y XVIII, cuyo más claro exponente fue el francés
Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV.
El mercantilismo consistía en la intervención estatal en
la economía para favorecer la exportación y reducir la importación. El objetivo era el enriquecimiento de la nación
mediante un autoabastecimiento de mercaderías (que redujera la dependencia de manufacturas importadas,
especialmente de lujo) y la obtención de oro, plata y monedas mediante la exportación.
En Francia, Colbert implementó medidas para la protección de la industria manufacturera de exportación, como
la reglamentación del trabajo para reducir costos en las llamadas manufacturas reales (que en España recibieron el
nombre de reales fábricas). Esto generó conflictos entre las naciones (especialmente entre Francia, Inglaterra y los
Países Bajos), que competían por el comercio marítimo, lo que provocó una ampliación de las flotas mercantes y de
las armadas.
En el largo plazo, este sistema fracasó. En Francia, esto se relacionó con los grandes gastos derivados de los lujos
de la corte y de las guerras, que incrementaban la dependencia de la corte en la recaudación impositiva y en los
préstamos de banqueros burgueses. Estas medidas también afectaron a las poblaciones campesinas y a los pobres
urbanos, que padecían hambre y manifestaban su malestar cuando se combinaban malas cosechas con la presión
tributaria del Estado.
Para el absolutismo, el poder de los reyes era otorgado por Dios.

Otras características que presentó el absolutismo:


 No existía propiamente un Estado, o en todo caso el Estado se reducía a la figura del rey.
 No había poderes públicos, ni Estado de derecho. La voluntad del monarca era ley, y en tanto ley, era
incuestionable.
 El derecho del monarca a la autoridad era de origen divino, o sea, había sido puesto por Dios mismo para
gobernar. Por esa razón, se esperaba de él que también fuera el jefe temporal de la iglesia en su dominio.
 La voluntad del rey no tenía límites, y debía regir en materia económica, religiosa, legal, diplomática, burocrática
y militar.
 La autoridad del rey era vitalicia y hereditaria.
 El modelo de sociedad absolutista continuaba siendo feudal, a pesar de que pronto la aparición del capital y
de la burguesía llevó a concentrar la economía en las ciudades.

EL FIN DEL ABSOLUTISMO


Las revoluciones burguesas se levantaron contra las monarquías
absolutistas.
En Francia, la Revolución francesa puso fin a la monarquía
absolutista en 1789, pero el absolutismo se mantuvo en otras
naciones europeas que se aliaron con los contrarrevolucionarios
franceses para restaurar el poder borbónico en Francia. En esta época,
algunos monarcas europeos intentaron por su parte fusionar la forma
de gobierno absolutista con las ideas reformistas de la Ilustración (que
habían influido en el estallido revolucionario francés), lo que se conoció como despotismo ilustrado.
Tras la derrota de Napoleón en 1814 y 1815, las monarquías europeas restauraron el absolutismo en Francia y
en las naciones que habían sido conquistadas por el general francés. Esta restauración se acordó en el Congreso de
Viena (1814-1815), que estipulaba que las casas gobernantes debían auxiliarse mutuamente en caso de futuras
amenazas. De todos modos, a lo largo del siglo XIX se sucedieron levantamientos liberales y nacionalistas, a menudo
llamados revoluciones burguesas, que desafiaron al absolutismo.
En particular, la revolución de 1848, llamada “la primavera de los pueblos”, forzó a muchas monarquías a adoptar
medidas liberales y democráticas (y en Francia provocó la proclamación de la Segunda República), lo que para algunos
historiadores supuso el fin de la restauración absolutista. Sin embargo, en ocasiones se considera que la autocracia
zarista, que gobernó el Imperio ruso hasta 1917, era una forma de monarquía absolutista que sobrevivió hasta
comienzos del siglo XX.
Sin embargo, las ideas liberales y revolucionarias ya habían sido sembradas y, con la excepción del Imperio ruso que
duró hasta 1917, la mayoría de las monarquías absolutistas de Europa sucumbieron a la oleada revolucionaria
de 1848, conocida como la Primavera de los Pueblos o el Año de las Revoluciones.
Fueron revoluciones liberales y nacionalistas, en las que se dieron las primeras muestras de un movimiento
obrero organizado. Aunque en su mayoría fueron contenidas o reprimidas, dejaron en claro la imposibilidad de sostener
mucho más el absolutismo como sistema de gobierno.

LA RELIGIÓN BAJO EL ABSOLUTISMO.

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Dado que los monarcas absolutistas consideraban que su autoridad provenía de Dios, en principio no tenían límites
religiosos ni debían someterse a la autoridad de la Iglesia. Por ejemplo, en Francia, Luis XIV promovió
el galicanismo, por el que el papado no tenía mayor autoridad que el rey sobre el clero y los asuntos religiosos de
Francia. Aun así, la autoridad religiosa del Papa no era cuestionada.
Por otro lado, también existieron situaciones de entendimiento entre la autoridad monárquica y el papado, como
cuando Luis XIV decidió forzar la unificación religiosa de Francia mediante la persecución de grupos
protestantes (como los jansenistas). En cambio, en Suecia el rey Gustavo III, cuya monarquía era protestante,
dictaminó la libertad religiosa para católicos y judíos (influido por las ideas de la Ilustración).
Los límites al poder absolutista.
El rey estaba sometido a leyes morales de la religión.
En principio, el poder de los monarcas absolutistas no tenía límites. No obstante, algunas tradiciones establecían
unos límites que, en general, no eran expresados de forma explícita. Por ejemplo:
 La ley de Dios. Este principio jurídico y religioso establecía que el rey estaba sometido, en su condición de
cristiano, a las leyes morales de la religión y de la Iglesia.
 El derecho natural. Ciertas partes del derecho, que atañían a los aspectos más fundamentales de la cultura, no
estaban sujetas a la consideración del rey. Por ejemplo, leyes de herencia, mayorazgo, etc.
 Las leyes fundamentales del reino. Algunas leyes heredadas no se ponían en duda porque formaban parte de
la tradición, aun cuando no estaban necesariamente escritas, como las normas de sucesión de los monarcas.

EJEMPLOS DE MONARQUÍAS ABSOLUTISTAS


Luis XIV de Francia
El reinado de Luis XIV es el ejemplo más claro de absolutismo.
El ejemplo más claro de una monarquía absoluta fue el reinado de
Luis XIV en Francia, también llamado el “Rey Sol”, quien gobernó
entre 1643 y 1715. De hecho, su estilo de gobierno y la ostentosa
vida cortesana del palacio de Versalles fueron imitados por muchos
monarcas europeos que implantaron el absolutismo en sus reinos.
Luis XIV heredó el trono de Francia cuando era un niño, por lo
que inicialmente ejerció como regente su madre, Ana de Austria,
quien confió los asuntos de gobierno a su ministro, el cardenal
italiano Mazarino. Este continuó las medidas iniciadas por su
antecesor, el cardenal Richelieu, que consistían en asegurar la posición de Francia en Europa y fortalecer a la corte
real francesa en detrimento de la nobleza.
A la muerte de Mazarino, en 1661, Luis XIV ya era adulto y gobernaba sobre un reino fuerte y ordenado, por lo
que decidió asumir personalmente la conducción del gobierno, aunque asesorado por un gabinete de
ministros (el más destacado fue Colbert). La reorganización burocrática del Estado promovió el nombramiento de
funcionarios que dependían directamente del rey, muchos de ellos provenientes de la burguesía. Esta concentración
del poder (que lo erigió en monarca absoluto y consolidó la posición dominante de Francia en Europa) suele ser
ilustrada con la famosa frase que le ha sido atribuida: “El Estado soy yo”.
Otras monarquías absolutas
El absolutismo fue adoptado en casi todas las monarquías europeas del siglo XVII. La excepción más notable fue
Inglaterra, que tuvo dos reinados a menudo considerados absolutistas, como fueron los de Carlos II (1660-1685) y
Jacobo II (1685-1688), y un monarca anterior que algunos historiadores caracterizan como absoluto, como fue Enrique
VIII (1509-1547), pero que desde 1688 vio consolidarse una monarquía constitucional.
 Federico Guillermo I de Prusia (1713-1740), inauguró el absolutismo prusiano, más austero y menos ostentoso
que otros ejemplos europeos. Se rodeó de ministros, implementó reformas administrativas y militares, y estableció
normas específicas para el desempeño de cargos públicos.
 Gustavo III de Suecia (1771-1792) representó la combinación entre absolutismo e ideas ilustradas que suele ser
llamada “despotismo ilustrado”. En su reinado, implementó reformas como la libertad de imprenta o la moderación
de penas y castigos, pero también concentró la autoridad política y quitó poder al parlamento.
 Fernando VII ocupó el trono de España en 1808 y, luego de la invasión napoleónica, entre 1814 y 1833. Cuando
retornó al trono en 1814, abolió la Constitución de Cádiz de 1812 y restauró el absolutismo borbónico. Durante su
reinado se sucedieron una serie de períodos definidos por la relación de fuerzas entre los sectores liberales y
conservadores de la política española: el sexenio absolutista (1814-1820), el trienio liberal (1820-1823) y la década
ominosa (1823-1833).

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