Acerca de Nuevas y Viejas Herejías
Acerca de Nuevas y Viejas Herejías
Acerca de Nuevas y Viejas Herejías
Los abecedarianos eran integrantes de una secta del siglo XVI que
declaraban, siguiendo a Storck, que para salvarse era necesario no saber leer ni
escribir. Cuando Lutero enseñó que cada uno era dueño de interpretar a su modo las
Sagradas Escrituras, según el espíritu privado, su discípulo Stork afirmó que cada fiel
podía conocer el espíritu de los libros sagrados tan bien como los más hábiles
doctores, pues solo Dios es quien da la inteligencia de ellos a cada hombre, sin el
auxilio de otros libros ni ciencias, deduciendo de aquí que el estudio solo servía para
producir distracciones e impedir estar atento a la voz de Dios y, por consiguiente,
que convenía no saber leer para no estar en peligro de perder la salvación.
durante la misa y de ésta como sacrificio; defienden la idea de que los cristianos
convencidos, bautizados, deben vivir libres de la esclavitud del mundo, amar a los
enemigos y abstenerse de toda violencia, solidarizarse materialmente con los
pobres, sin apelar a las relaciones con el estado para conseguir prebendas.
Febronio perseguía así la reunificación del catolicismo romano con el resto de las
ramas del cristianismo y una nacionalización de las iglesias. Fue condenado como
cismático por la Iglesia Católica.
Para Febronio, el Papa, aunque tiene derecho a una cierta primacía, está
subordinado a la Iglesia universal. Aunque, considerado como el centro de unidad,
el Sumo Pontífice puede ser visto como el guardián y campeón de la ley eclesiástica
y es capaz de proponer leyes y enviar delegados en asuntos que conciernan a su
posición, su soberanía sobre la Iglesia no es jurisdiccional, sino de orden y
colaboración.
La Iglesia estaría basada en el episcopado común a todos los obispos, con el Papa en
el papel de primero entre sus iguales.
De ello se deduce que el sucesor de Pedro está sujeto a las decisiones de los
concilios ecuménicos, en el que los obispos son sus colegas y no simplemente
consultores, además de que el Papa no tiene el derecho exclusivo de convocar esas
reuniones. Por lo tanto, los decretos de estos concilios generales no necesitan ser
confimados por el Papa ni pueden ser alterados por él. Además, las decisiones
papales pueden ser apeladas ante el concilio.
Por otro lado, los derechos apropiados por el Papado en materia de apelación,
reserva, confirmación, traslado y deposición de obispos pertenecen para el
febronianismo a los obispos reunidos en sínodos provinciales.
Las obras de Joaquín de Fiore parecen dividir la historia en tres edades. La primera
era la «edad del padre». La edad del padre era la época de la Antigua Alianza. La
segunda fue la «edad del Hijo», y por lo tanto el mundo del cristianismo. La edad de
la tercera y última sería la del Espíritu Santo, a partir de la Parusía. Este será un
nuevo «Evangelio eterno» que se pondrá de manifiesto con la sustitución de la
Iglesia jerárquica y corrupta por la Iglesia del Espíritu, sobre la base de la
igualdad. La primera y segunda edades tienen tiene cuarenta y dos generaciones.
Joaquín parecía sugerir que la era cristiana terminó en 1260 con la llegada del
Anticristo, por la que edad utópica esta al llegar.
El pensamiento de los joaquinistas «tienen su origen en la profunda convicción de
poseer una llamada personal a la misión profética. Joaquín de Fiore se siente el
Bautista y el Elías de los nuevos tiempos. Este profundo convencimiento se
acrecienta en la meditación de la Sagrada Escritura, que interpreta llevando el
método alegórico a las mayores y arbitrarias exageraciones».
En 1215, algunas de sus ideas fueron condenados en el IV Concilio de Letrán. Por lo
tanto, en el pensamiento joaquinista, la Iglesia Católica era la ramera de Babilonia
y el papa el mismo anticristo, pensamiento que sería recuperado por Lutero en la
reforma protestante, y que condujo a una ruptura con el catolicismo. Al mismo
tiempo, o poco antes, se decidió que incluso los escritos de Joaquín eran el
«Evangelio Eterno», o la ruta de acceso al mismo.
El pensamiento de Joaquín de Fiore ha sido una influencia constante en algunos
místicos y teólogos, siendo estudiada con profunidad.[2] Dante lo coloca entre santo
Tomás de Aquino y san Buenaventura en el canto XII del Paraíso. Algunos autores
destacan la influencia del joaquinismo en san Bernardino de Siena y el mismo
Buenaventura, así como en los mentados «espirituales»: Gerardo de Borgo, Juan de
Parma, Salimbene de Adán, Ubertino de Casale, Hugo de Digne, Pedro Juan Olivi y
otros autores, como Arnaldo de Vilanova y movimientos religiosos, como el de las
beguinas, los fraticelli, los hermanos del libre espíritu, los ranters y los flagelantes.
durante el Renacimiento se releyeron sus escritos, influyendo en Jerónimo
Savonarola, Juan Bautista Vico, Cola de Rienzo, Nicolás de Cusa, John Wickliffe, que
usó en su Trialogus la obra joaquinita De Semine Scripturarum y, posteriormente,
incluso en los socialistas utópicos de Henri de Saint-Simon.
Teorías similares son seguidas actualmente por diversos movimientos de caracter
cristiano, como es el caso de los Testigos de Jehová.
En tiempos más actuales el presidente de los Estados Unidos Barack Obama fue
criticado por varios teólogos vaticanos cuando citó a Joaquín de Fiori en varias
ocasiones durante su campaña presidencial. La Santa Sede reiteró que las ideas de
Joaquín eran heréticas.
El montanismo, a diferencia de la gnosis y del marcionismo, no pretendía
anunciar una nueva doctrina sino más bien revalorizar ciertos elementos
relativamente olvidados de la doctrina tradicional:
La escatología, que caracterizaba a la doctrina montanista al afirmar que el fin de
los tiempos se acercaba y que llegaría en un plazo muy breve, resurgiendo así la
espera de la parusía tal como lo habían esperado las primeras generaciones
cristianas. El montanismo insistió en las prácticas ordinarias en la Iglesia de
entonces: preparación al martirio, ayuno, abstención de alimentos húmedos "la
sangre"), castidad dentro del matrimonio, prohibición de segundas nupcias, negativa
a conceder el perdón a un cristiano bautizado incluso en el caso de que hiciera
penitencia.
Entre sus principales doctrinas estaba aquella que propugnaba que la devoción era
un requerimento para que un sacerdote fuera de "verdad" un sacerdote o para que
llevara a cabo los sacramentos debidamente, y que el laico devoto tenía la facultad
de ejecutar los mismos ritos, creyendo que el poder religioso y la autoridad
resultaban de la devoción y no de la jerarquía eclesiástica. Enseñaban que la Iglesia
cristiana era la "Iglesia de los salvados", queriendo dar a entender que la verdadera
Iglesia de Cristo estaba constituida por la comunidad de los fieles, que tenía mucho
en común con la Iglesia oficial, pero que no era lo mismo.