Cuando La Ideología Mató A La Inteligencia en La Argentina
Cuando La Ideología Mató A La Inteligencia en La Argentina
Cuando La Ideología Mató A La Inteligencia en La Argentina
Desde los 70 se vive un clima de confrontación que impide el razonamiento y en el que priman las
etiquetas descalificadoras.
El problema reside en que la ideología no es cualquier conjunto de ideas, sean de la vertiente que
fueren. Lo que distingue a la ideología, que no tiene demasiados años en la historia, consiste en que
esas ideas son previas a la experiencia que surge de la observación de la realidad y no se doblegan
ante una comprobación diferente.
Ya podemos advertir -y a propósito se escogieron las palabras- que esa misma expresión, "no se
doblegan", ofrece una imagen de fortaleza, un carácter positivo robado del terreno de la guerra. En
la guerra, lo que se defiende es un territorio o la libertad de una nación y está bien no doblegarse
ante el enemigo. Pero pocas cosas muestran tanta debilidad en una persona como la negativa a
cambiar una idea o un conjunto de ideas frente a la experiencia de una realidad opuesta a lo que se
había concebido de antemano.
Amar a la patria, sí; sin embargo, mis ideas no son la patria, que es anterior y está por encima de
mí, y mis discusiones no son la guerra.
Para empeorar las cosas, suele ocurrir que aquello que llamamos "mis ideas" no suelen ser "mis
ideas", sino ideas que han sido inculcadas por la propaganda y adoptadas por un conjunto amplio
de personas. En ese contexto, la masa de adherentes se percibe como un ejército y el que
abandona las ideas es un desertor. Lo que más contribuye al aferramiento a una ideología, a pesar
de su refutación por la realidad, es el temor al resto del grupo, a ser calificado de desertor
ideológico. En ese sentido, los amigos y compañeros pasan a ser guardianes de la ideología.
La segunda característica de las ideologías -y que las diferencian de cualquier otra creencia- consiste
en que están concebidas para ser aplicadas por un gobierno, al que en estas latitudes se denomina
impropia y generosamente "Estado". Es decir que no se trata de metas que me propongo alcanzar
por mí mismo, sino de objetivos destinados a que el gobierno se los imponga a otros. En todo caso,
el trabajo propio será la militancia para llevar la ideología a la cima de la pirámide estatal y, desde
allí, bajarla a la realidad con el fin de uniformarla, homogeneizarla. Y como la realidad se resiste a
ser uniformada por una idea, la discordia resulta inevitable. En ese sentido, la fórmula de Benito
Mussolini "todo en el Estado y nada fuera del Estado" se impuso a la totalidad del espectro político,
así como la tesis de Carl Schmitt, quien escribió que el único enemigo es el señalado como enemigo
público y que la dupla amigo-enemigo es la esencia misma de la política.
Los mayores y más amplios intentos de homogeneizar la realidad provocaron la Segunda Guerra
Mundial y se extendieron durante la Guerra Fría, cuando tanto el nacionalsocialismo alemán como
el comunismo soviético pretendieron imponer una ideología no solo a sus propias sociedades, sino
a las naciones vecinas.
En la Argentina, que libró muchas batallas por su independencia y también otras menores por la
prevalencia entre caudillos, la única que fue inspirada por la ideología -al menos en sus aspectos
visibles- fue la confrontación sangrienta de los 70, que proyecta sus efectos hacia nuestros días.
En esa confrontación se observa claramente la necedad ideológica, la resistencia a aceptar la
realidad, ya que la guerrilla se armó y desencadenó cuando la Argentina tenía los obreros mejor
pagados de América Latina.
A partir de entonces, todo fue barranca abajo: el deterioro del nivel de vida, pero, por sobre todo,
la cultura y la inteligencia. La ideología mató al razonamiento.
Todo esto cuenta para "la tropa" y las conducciones intermedias, ya que las cúpulas suelen estar
alentadas por otras motivaciones bien diferentes a las ideológicas. Creo haber probado hace años el
pacto Montoneros-Massera. Y basta ver quiénes financian a las organizaciones que se mueven en
pos de los objetivos del Foro de San Pablo para advertir qué tipo de intereses impulsan ciertas
ideologías.
Sería injusto sostener, sin embargo, que únicamente la izquierda maneja las discusiones en
términos ideológicos. Ninguna corriente política se libró de esa enfermedad: el nacionalismo, el
liberalismo, el socialismo, todos procuran ver de qué modo se puede hacer encajar la realidad en el
molde de un conjunto de ideas preconcebidas. Quien procure adaptar su acción a la realidad es un
pragmático y al pragmático, aun si es honesto, se lo observa con desconfianza, como si se tratara de
un oportunista y no de alguien que tiene la inteligencia y el valor de hallar la mejor senda entre los
caminos posibles.
¡Que cada cual elija su combo! Ya vienen armados. Al conjunto de ideas se lo toma o se lo deja,
aunque entre ellas existan contradicciones. ¡En contra de la represión en Chile, pero en favor de la
represión en Cuba y Venezuela! La comparación está prohibida. ¿Alguien pudo explicar por qué un
gobierno que se mantuvo durante 50 años no es una dictadura? La realidad es que nadie necesitó
explicarlo porque casi todos tuvieron miedo de preguntarlo, a pesar de las desapariciones, torturas
y encarcelamientos políticos que durante décadas se produjeron en el régimen castrista.
El autodenominado "minimalismo" en derecho penal -mal llamado "garantismo"- cesa cuando los
jueces progresistas aplican duras penas a un miembro de las fuerzas de seguridad o, simplemente,
a un civil que se defendió de un delincuente. Nadie les exige coherencia. El combo ideológico no la
necesita. La lógica murió en manos de la ideología y los diagramas de Venn tan elementales que se
enseñaban en los colegios son piezas de museo.
Ya no se razona. Solo hay etiquetas. Y la mayoría teme a las etiquetas. Algunas etiquetas imponen
un término negativo a cualquier cosa. Se abusó hasta el cansancio de la calificación de "fascista".
Otras veces, con el nombre de alguna corriente política que tiene vigencia y hasta éxito en el
mundo, se fabrica una etiqueta negativa a costa de su reiteración. Es lo que sucede con los términos
"neoliberal" o "neoconservador". Se repiten hasta que parezcan malos. En ese contexto, los más
débiles, que son mayoría, terminan defendiéndose: "No lo soy...".
Los escolásticos sostenían que una persona era tanto más inteligente cuantos más aspectos supiera
distinguir dentro de una misma cuestión. Si esto aún es así, las discusiones actuales son la negación
de la inteligencia. La sutileza de la discusión ha desaparecido.
Cada vez son más los docentes que adoctrinan a los alumnos con combos ideológicos y menos los
que les demandan estudiar y analizar las fuentes. Así es más fácil para todos. Quienes impugnaban
el memorismo en la educación hoy solo exigen repetir un eslogan. Es el problema más arduo de
resolver y casi nadie explica cómo revertir esta haraganería del pensamiento en la Argentina. La
inteligencia agoniza.
Abogado y escritor
Carlos Manfroni