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Ensayo sobre la intolerancia / Francisco Javier Ugarte Pérez

En: Claves de la razón práctica, ISSN 1130-3689, Nº 86, 1998 , pags. 58-62

[Documento facilitado por el autor del artículo]

ENSAYO SOBRE LA INTOLERANCIA

por F. Javier Ugarte Pérez

I - INTRODUCCION (EL LADO OSCURO)

Es conveniente comenzar una reflexión distinguiendo los términos que se van a utilizar.

Distinguir supone definir, matizar, señalar facetas que separen lo que las cosas parecen ser en las múltiples

caras de su existencia. Hacerlo respecto del pasado es tarea fácil porque ha concluído y puede ser estudiado a

través de documentos y monumentos, el pasado nos habla pero ya no actúa; definir los términos que utiliza el

presente es más difícil porque las relaciones de semejanza y diferencia no están claras. Para empezar ¿quién

es racista o intolerante?. En principio todos podemos caer en esos comportamientos; no hace falta vestirse de

una manera especial (de neonazi por poner un ejemplo) para realizarlos. La intolerancia no se rodea de una

simbología o formas especiales; si las características de quien quiere ejercer la violencia fueran visibles y sus

ideas distinguibles de las opuestas al primer análisis, el problema sería sencillo y la ley sería suficiente para

terminar con la intolerancia, bien que resurgiera aisladamente en el futuro.

Aún es más difícil determinar las características sociales, culturales o económicas que

empujan a la intolerancia o la facilitan. Hannah Arendt enfrentándose a un problema semejante, el

totalitarismo, tuvo que realizar una aproximación indirecta reflexionando primero sobre el antisemitismo y

después sobre el colonialismoi. Tampoco presenta la misma dificultad el estudio de una forma concreta de

intolerancia -el antisemitismo- en sus formulaciones y consecuencias históricas, que analizar las condiciones

que fomentan la intolerancia como actitud. Siguiendo con el ejemplo del totalitarismo expuesto por Arendt,

permítaseme recordar la extraña sensación de las tropas aliadas cuando conquistaron Alemania al término de

la Segunda Guerra Mundial: se encontraron con que no había nazis en ninguna parte. Habían estado

combatiendo contra el nazismo y cuando lo derrotaron el resultado fue que ningún alemán de los que veían y

con quienes hablaban se declaraba seguidor de Hitler y afirmaba no haberlo sido nunca. ¿Qué había pasado,

todos los alemanes mentían? No, más bien una actitud concreta, enloquecida, había desaparecido y la

población solo quería convertirse en lo que recordaba ser antes del año treinta y tres, alemanes sin más

características que la cultura germana y la religión protestante. Las actitudes parece ser que cambian con

cierta facilidad, mayor en todo caso que las creencias religiosas y la moral compartida. Bien, pues esta

facilidad para cambiar necesita ser analizada para intentar conocer lo que es el lado oscuro de la mente

humana, el odio, el rechazo, la violencia. Pero es necesario comprender que estamos reflexionando sobre algo
Ensayo sobre la intolerancia / Francisco Javier Ugarte Pérez
En: Claves de la razón práctica, ISSN 1130-3689, Nº 86, 1998 , pags. 58-62

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versátil, fácilmente influible por noticias esporádicas, problemas sociales o económicos, declaraciones de

personas importantes y los intereses e ideología de los medios de comunicación de masas.

Todavía una dificultad más; si bien en el caso de la tolerancia se puede hablar de actitudes y

personas intolerantes, no sucede lo mismo en el caso de fenómenos similares como la marginación. Se puede

hablar de personas marginadas, incluso contabilizar estadísticamente la marginación económica, pero no se

puede hablar de marginadores como tal. Nadie se siente responsable o dichoso de que existan pobres o de que

las mujeres tengan menos oportunidades en la competencia por el ascenso laboral. Pues bien, en el presente

ensayo se hablará de la intolerancia y de los factores que la promueven; la marginación es un fenómeno

distinto, bien que igualmente deplorable, que debe ser objeto de una reflexión específica.

II - EL PROBLEMA (LA HISTORIA DEL OTRO)

Comencemos por un nivel de definición muy general, la distinción entre lo Mismo y lo

Otro. Es una oposición de base hegeliana que afirma dos conciencias luchando por la existencia en un mismo

espacio, una resultará vencedora y la otra deberá asumir la derrotaii. Quien expone su vida en el combate

consigue el triunfo y quien renuncia al triunfo para salvar la vida, bien porque no quiere pelear, bien porque

no lo hace bien, pierde y debe aceptar la esclavitud y un dueño. Esta figura, harto tematizada en la historia del

pensamiento, se desarrolla en un segundo momento en que el esclavo alcanza su libertad a través del trabajo y

la propia sustentación. En cambio el señor pierde la libertad por poner su existencia en manos del esclavo, con

lo que se da una inversión vital de los papeles que hace más auténtica la vida del esclavo y más alienada la del

amo. No es el hecho de hablar o comunicarse sino el de trabajar lo que caracteriza la existencia humana en

cuanto plenamente humana (idea que será recogida más tarde por Marx). Sí, la inversión es vital, pero no

social ni legal porque el esclavo sigue siendo esclavo y el amo sigue siendo amo. Hasta que el esclavo no

tenga suficiente seguridad en sí mismo y plante cara a su amo no dejará de ser esclavo, bien que no merezca

su esclavitud porque se redime a través del trabajo. Lo interesante de la figura hegeliana es que no se habla de

justicia, inteligencia o bien por ninguna parte; el poder se define a partir de relaciones de fuerza y miedo.

Quien es más fuerte y vence su miedo tiene el poder, quien es más débil y se deja arrastrar por la angustia de

una batalla mortal pierde la libertad y con ella todas sus posesiones.

Hegel expone como metáfora lo que considera que han sido las relaciones de poder político

hasta el momento en que él escribe (principios del siglo XIX). Es la historia de un conflicto permanente de

fuerzas; sólo cuando los esclavos se afirman a sí mismos se produce un cambio importante, entiéndase por
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En: Claves de la razón práctica, ISSN 1130-3689, Nº 86, 1998 , pags. 58-62

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esto una revolución donde se dé la inversión del sistema legal y político de poder. No es extraño que con cada

revolución el primer signo de la inversión de fuerzas consista en vaciar las cárceles y liberar a los sometidos

por el antiguo orden y la ley anterior (vasallos, siervos, semisiervos, etc). Pues bien, la historia de los esclavos

es la historia del Otro, aquel Otro a quien el transcurso de los siglos ha decantado como perdedor, como

residuo de los triunfos de los ejércitos más numerosos y mejor armados. En Occidente los esclavos ya no

existen pero creo que la figura del Otro se ha mantenido bajo la piel de los judíos, los homosexuales, los

gitanos, los africanos.... ; también las mujeres pero esta es una discriminación basada en el sexo que ya

constituye el campo de trabajo de las feministasiii. Sin embargo ese Otro del que habla Hegel no tenía

características especiales, carencias de fuerza o inteligencia que a priori le hubieran predispuesto a perder. A

ello se añade que ninguno de aquellos a quienes no se tolera en condiciones de igualdad ha pasado por la

experiencia de una lucha en la que hubiera sido derrotado, ninguno ha preferido la esclavitud o la marginación

al precio de conservar la vida. La Autoconciencia hegeliana, como casi toda la Fenomenología del Espíritu,

es una metáfora imaginativa sobre el pasado. La humillación del no tolerado no estaba escrita en su genética

ni en sus costumbres, pero así ha acontecido y el trascurso de los siglos ha fijado las relaciones de poder de

esa determinada manera y no de otra. Es la que nos hemos acostumbrado a leer en los libros de Historia y que

tenemos que reescribir en nuestra mente para no perpetuar la desigualdad en la sociedad que formamos.

Sabemos lo que ha sido la Historia, lo que no acabamos de saber es cómo evitar que siga teniendo el mismo

aspecto.

Reproblematizar la desigualdad no tendría sentido si no existiera un factor nuevo que

cambiara las relaciones de poder tradicionales. Ese factor es la democracia; en la semántica que estoy

desarrollando democracia significa desaparición del Otro en beneficio del Mismo. Es ontológicamente

necesario que desaparezcan las desigualdades que engendran discriminación. En la misma idea de democracia

está el fin de la discriminación, o de lo contrario el sistema generaría tal cantidad de tensiones que no podría

funcionar. Aquí es necesario distinguir lo diferente de lo desigual; no es aconsejable intentar suprimir las

diferencias porque eso sería eliminar los grupos y las personas que se manifiestan distintas, personas que a

veces se asocian en grupos más amplios y que pueden constituir etnias. No tiene sentido pedir a un

dominicano que deje de ser dominicano para evitar las consecuencias de la xenofobia, sería cargar sobre sus

espaldas el peso del problema y no sobre la sociedad que lo excluye; lo mismo vale para un protestante o un

homosexual. Las diferencias existen y han existido siempre, son enriquecedoras y, aunque no lo fuesen, el

individuo tiene derecho a ser lo que quiera ser sin tener que demostrar su contribución a la buena marcha del
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mundo. Si se exigiese eso para conceder la plena ciudadanía habría pocas personas en toda la sociedad que

consiguiesen demostrar que cumplen este requisito. La pertenencia a la especie humana es motivo suficiente

para encontrar respeto a la identidad individual, por más que difiera del resto. De lo que se trata es de evitar

las desigualdades de poder y riqueza que tienen como sustrato esas diferencias, evitar la marginación que se

apoya en esas diferencias y no llevarlas al extremo como distintivo personal. Nos identificamos mediante

diferencias pero no mediante desigualdades porque la dicotomía igualdad/desigualdad se refiere al trato que

damos y recibimos. Se puede definir ahora la discriminación (racismo, homofobia, xenofobia) como el trato

desigual dado a un ser humano que muestra alguna diferencia con respecto a la mayoría de la población, la

discriminación tiene el objetivo de impedir su acceso a bienes comunes.

Pues bien, el caso es que las naciones occidentales han implantado la democracia de

sufragio universal desde hace un siglo, e incluso menos. Como resultado nos enfrentamos a situaciones que ni

siquiera conoció la democracia de la Grecia clásica, sistema esclavista y masculino de gobierno. El problema

en este contexto es de asunción de lo Otro en lo Mismo. Para esto la Historia poco puede enseñarnos y los

filósofos apenas han dado claves para comprender el tránsito. El pasado nos aporta numerosos ejemplos de

sociedades que consiguieron que grupos humanos diferentes convivieran en paz durante siglos; la España de

los siglos X al XV fue modélica en este sentido con algunas ciudades como Toledo o Córdoba donde la

convivencia fue especialmente rica y productiva para todas las culturas y religiones allí asentadas. Esto lo

conocemos y sabemos cómo fue, pero si nos empeñamos en regir nuestra vida por diferencias marcadas,

visibles y reduccionistas de los demás aspectos de la persona corremos un riesgo. El problema es que en un

momento concreto se rompa la paz por interés de alguno de los grupos, supuestamente el más fuerte, y los

demás se vean condenados a la expulsión (judíos en la España del siglo XV) o al exterminio (genocidios de

Bosnia y Ruanda).

Y es que seamos sinceros, los sistemas jerárquicos y segregacionistas aportan claridad y

permiten comprender con poco esfuerzo cómo funciona el mundo. Es decir, permiten conocer fácilmente

quién manda, cuánto poder tiene, qué quiere conseguir en su gobierno y cuánta libertad de acción y

posibilidades tiene uno según su sexo, familia, etnia o grupo social y lugar de nacimiento. Buenas o malas las

normas están claras y las personas o grupos con poder se rodean de una fuerte simbología que permite

identificarlas como poderosas aunque uno nunca haya visto antes a la persona en cuestión o a nadie que haya

desempeñado su cargo (los atuendos y maneras de la Iglesia Católica son especialmente destacables como

ejemplo de la simbología del poder). Lo mismo sucede con la visibilidad de los grupos dominantes y
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dominados; se sabe que ser varón católico (en el sur de Europa), heterosexual y de raza blanca otorga una

cantidad importante de privilegios. Carecer de alguna de esas propiedades resta satisfacciones,

responsabilidad y comodidad; carecer de dos o más hace la vida indigna y poco deseable de ser vivida porque

uno/a entonces no es responsable ni siquiera de sí mismo/a. En las sociedades democráticas esta jeraquización

de características tiene el objetivo de desaparecer. Individuos y grupos se ven obligados a participar y dialogar

en teóricas condiciones de igualdad en el funcionamiento de la sociedad. La igualdad ante la ley borra

diferencias avaladas por la tradición.

Así se produce un choque serio entre lo que el sistema democrático defiende y lo que la

tradición respalda, a menudo con el apoyo popular. Fruto del choque es que los intelectuales pueden ser vistos

como enemigos del pueblo por defender el conjunto de ideas igualitarias frente a los prejuicios extendidos y

populares; su actitud se vuelve sospechosa de esconder privilegios ocultos con esta defensa. Si esto no se

puede demostrar entonces se les critica por lo contrario, por vivir una existencia que está al margen de la

sociedad, en una especie de "Torre de marfil" en la que los problemas y preocupaciones de las personas

normales en nada les afectan.

La agresión que puede sentir una parte importante de la población y que genera intolerancia

como reacción es analizable, al menos, desde la pérdida de dos importantes condiciones de vida: económicas

y simbólicas. La extensión de la igualdad desde los varones hacia las mujeres, de los blancos hacia las otras

razas y de los heterosexuales hacia los homosexuales está pendiente de asumir en gran medida. En este

proceso de ampliación de la igualdad es donde saltan los conflictos basados en los dos factores anteriores. Los

aspectos económicos son importantes cuando se trata de dar vivienda o subvenciones a la población sobre la

que coinciden los rasgos de la marginación y la intolerancia para que tenga un nivel de vida mínimo que, de

paso, le permita salir del mundo del subproletariado y no caer en la delincuencia. Entonces la población

mayoritaria se revela, como se revelaba la burguesía ante las luchas sindicales durante el siglo pasado y el

presente. Les parece que esa extensión supone un empobrecimiento injusto de la mayoría que paga impuestos

y un regalo innecesario a quien no contribuye al bienestar general; además puede ser un acicate, según ellos,

para la pereza. Contra esas poblaciones se puede esgrimir la indefensión de los ancianos, huérfanos, etc para

así desviar las ayudas. Al fin y al cabo en el grupo mayoritario no todos disponen del mismo bienestar. En

España quienes más fuertemente sufren las consecuencias de esta rebelión por las ayudas económicas son los

gitanos, inmigrantes africanos y sudamericanos, etc.


Ensayo sobre la intolerancia / Francisco Javier Ugarte Pérez
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