De La Revictimización A Los Derechos
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De La Revictimización A Los Derechos
Xalapa
Leticia Cufré Marchetto 249
La pregunta que orienta esta reflexión que pretendo que hagamos juntas es
muy obvia, hasta simple, si se quiere ver así: ¿cómo puede ser posible que
"una vida libre de violencia para las mujeres", más allá de su sanción como
ley, sea una propuesta en la que se avanza tan lentamente a pesar de contar
con la aprobación por consenso y adhesión absoluta de organismos nacio-
nales e internacionales, de gobiernos con diferentes ideologías, de partidos
políticos, de las iglesias y de la sociedad civil?
No voy a mencionar los costos que tiene a nivel individual, colectivo y
social esta pobreza de resultados, por reiterar lo que nos es bien conocido. En
cambio, propongo tres ejes o enunciados hipotéticos para la reflexión sobre
lo que se constituye como traba o resistencia para enfrentar el problema o,
en todo caso, lo que para mí son los puntos nodales que deben aclararse
para que las acciones que se emprendan no se traben allí. Los mencionaré
juntos para luego tratar de aclararlos en la medida de lo posible:
1. El componente sociopolítico: la separación o escisión de las prác-
ticas violentas contra las mujeres de todas las otras prácticas sociales
violentas.
2. El componente cultural: la banalización del sufrimiento humano.
3. El cruce de los determinantes anteriores: la perspectiva de la vic-
timización y el no reconocimiento de los derechos humanos de las
mujeres.
Estos puntos no son autónomos, sino que se cruzan como parte de una
trama tejida y destejida en el día a día, en lo cotidiano; si los analizamos
por separado es sólo en la búsqueda de mayor claridad.
Respecto al primer punto, la escisión o separación de las prácticas
violentas contra las mujeres de las demás prácticas sociales violentas es
un componente sociopolítico porque es parte de nuestra estructura social
y política, de la forma en que se organiza la sociedad y de las maneras en
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que se manifiesta el poder para autosostenerse. Voy a señalar por qué nos
impide pensar. Ningún poder, ningún gobierno podría sostenerse simple-
mente porque en un momento afortunado o desafortunado los ciudadanos
votaron por tal o cual partido. La democracia representativa, la única posible
en la compleja sociedad actual, suele degradarse en meras burocracias, con
lo que acaba frustrando a quienes de inicio las escogieron. Tampoco podría
sostenerse ningún gobierno o poder con el mero ejercicio de la violencia,
como señalan diversos autores (De Souza Santos, Baumann, etc.). Se nece-
sita de la creencia. Por eso, para el ejercicio del poder, para el ejercicio del
Estado, así como para el micropoder, es necesario persuadir. Necesario no
siempre quiere decir posible. Cuando la realidad se hace insostenible, el
poder o pensamiento hegemónico suelen dividirla, fraccionarla y hacer
creíbles los pedacitos como si fueran un todo. Aunque no se puede ocultar
del todo la expresión física de la violencia, que es lamentablemente evidente,
al menos se pueden maquillar sus causas y, sobre todo, sus relaciones con
otras prácticas o modalidades de prácticas violentas, como son la violencia
económica y la simbólica. En ese proceso también se separan actores sociales
a los que se supone con intereses contrapuestos. Así, los intereses femeninos
aparecen como aislados de los demás; al aislarlos, los congelamos y perver-
timos. No los podemos pensar con claridad. No puedo extenderme, pero,
en resumen, ninguna institución (familia, escuela, etc.) puede sobrepasar
los techos de democracia o equidad que tenga la sociedad en su conjunto.
Es necesario identificar lo que el poder separó para reintroducirlo en la
discusión y así poder pensar la propuesta de una vida sin violencia.
En lo que se refiere al punto dos, a la banalización del sufrimiento hu-
mano, es un tema que trató ampliamente Hannah Arendt con motivo del
nazismo y de los juicios de Nuremberg. En ese entonces "se descubrieron"
las atrocidades nazis, entre comillas porque en realidad se sabían desde
mucho tiempo atrás, pero hubo una especie de conjuro o complot de silen-
cio basado en un racismo que nadie quería asumir. Nadie iba a aceptar que
pensaban que había seres humanos de primera y de segunda. No hubiera
sido "políticamente correcto" identificarse como antisemita. Bastó con dejar
solo a ese grupo humano, rechazar su entrada en buena parte de los países de
Occidente, poner mil razones y miles de formatos por encima del sufrimien-
to y el riesgo para que ni siquiera se les aceptara como emigrantes. Según
esa visión, que por desgracia logró perpetuarse, los humanos de segunda
no merecen la preocupación por sus sufrimientos de la misma manera que
los ciudadanos de primera. Esa mentalidad entra a jugar en algunos casos
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cuando se trata del sufrimiento de las mujeres. Los primeros que investigaron
sobre la mentalidad racista y prejuiciosa (Allport) descubrieron que existe
una tendencia a la discriminación: una persona o grupo que tiene prejuicios
respecto a otro grupo humano, judío, musulmán o de otro color de piel,
tendrá actitudes similares con todo lo diferente. Así, de forma inconsciente
caemos en la banalización cuando se sostienen premisas como la de que
las mujeres "tenemos una gran capacidad para soportar el sufrimiento". No
parece dolernos igual y mostramos nuestras virtudes de género de manera
heroica soportando lo que dios o el destino nos dio... ¡sin reclamos! Esa es
la creencia, la que banaliza el sufrimiento de las mujeres.
Finalmente, un obstáculo para pensar y tratar de distinguir y evidenciar
lo que sucede con las prácticas violentas contra las mujeres es el deslizamiento
en el que se suele caer entre la percepción de con derechos a la percepción de
víctima. Una víctima es alguien vulnerable que llama a la ternura y que
debe agradecer mansamente el reconocimiento recibido. La victimización
es una manera de deslegitimación, una más o menos sutil descalificación de
la ciudadanía. Llama a la solidaridad, pero por la vía de la beneficencia o
de la condescendencia, y desemboca en el tutorazgo.
Las mujeres recibimos discriminación como si fuéramos un grupo
minoritario y como si fuéramos ciudadanas de segunda. Fuimos y somos
largamente desposeídas de nuestros derechos, que son cambiados por
aquello que nuestros tutores (llámese gobierno, familia, sector salud) nos
indican con gracia. Es violencia, aunque venga bajo el manto del combate
a la violencia. Nos siguen negando el disponer de nuestro propio cuerpo,
de decidir sobre él, y ahí podemos señalar desde la ley que criminaliza el
aborto hasta la instrumentación, llena de burocratismos, que desnaturaliza
la ley contra la violencia.
Queda pensar, ya que se trata de elaborar propuestas, si los organis-
mos oficiales o gubernamentales bastan para garantizar los derechos
humanos de las mujeres y de todos los mexicanos y mexicanas. No se trata
de si son suficientemente buenos o eficientes; celebramos que existan y
que muestren la disposición de nuestros gobernantes de hacer cumplir
los derechos. Tan sólo creemos que no bastan. Se necesita de la conciencia,
expresada en participación, de amplios sectores de la población. Y allí es
cuando el accionar de las instituciones oficiales es, cuando menos, ambiguo
con respecto a propiciar o siquiera permitir dicha participación. Demasiadas
veces sufrimos la inclusión como una forma más de control que como una
sincera posibilidad de diálogo.
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