1C Contratos - Segundo Parcial-3
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1C Contratos - Segundo Parcial-3
Jueves 23/5: Frustración del fin del contrato. Responsabilidad poscontractual. Teoría de la Imprevisión.
Clase virtual:
Repaso de una pregunta del parcial. El CCyC regula los contratos paritarios. Hoy en día la mayoría son contratos
de adhesión/contratos predispuestos/ a cláusulas generales, que una parte se adhiere a las condiciones generales
impuestas por la otra parte. La negociación es muy limitada. A partir de 2015 tenemos los contratos de consumo.
Los contratos de adhesión también son contratos de consumo con desigualdad, hay asimetría contractual. Estos son
los contratos que hoy en día encontramos en el Código actual, dejando los contratos paritarios de Velez. Las
bases/fuentes de los contratos las encontramos en la CN. (art. 14, 17, 22, 28, 75 inc 22, etc).
C.— Nulidad
318. Noción
La nulidad es una sanción prescripta en la ley, que priva a los contratos de sus efectos normales en razón de un
vicio originario, es decir, anterior o concomitante con la celebración del acto. Aquí sólo aludiremos a un problema
específico de los contratos. El principio general en materia de nulidades, es que la nulidad de una cláusula no
entraña la nulidad de todo el acto, si las cláusulas fueran separables (art. 389, párr. 2º). Se trata de un supuesto de
nulidad parcial. En este caso, el juez deberá integrar el contrato, si fuere necesario, de acuerdo su naturaleza y los
intereses que razonablemente puedan considerarse perseguidos por las partes (art. 389, párr. 3º). Debe resaltarse
que el deber del juez de integrar el contrato solo existe si es necesario para la finalidad del contrato. Así, una tasa
de interés fijada en valores usurarios, puede ser anulada lisa y llanamente, lo que resulta particularmente importante
en los contratos por adhesión, para evitar abusos del predisponente.
Pero si las disposiciones no son separables, porque el acto no puede subsistir sin cumplir su finalidad, debe
declararse la nulidad total del contrato (art. 389, párr. 2º).
Entre los casos de cláusulas separables, cuya nulidad no invalida todo el acto, cabe citar: a) El de las cláusulas
nulas sustituidas de iure por normas indisponibles. Ejemplo: la convención que fije al contrato de locación un
término menor que el que determina el artículo 1198 es de ningún valor; la relación jurídica mantiene toda su
vigencia y debe sustituirse la cláusula nula por otra acorde con el plazo indicado en esa norma. b) El de la cláusula
accesoria, cuando resultare evidente de una interpretación contextual que, aun sin ella, el contrato se habría
celebrado de todas maneras. c) Finalmente, hay que admitir que la parte afectada por la nulidad de una cláusula
tiene derecho a mantener la validez del resto del contrato, si aun así, le conviniera: en ese caso, nada justificaría la
nulidad total. Bien entendido que debe tratarse siempre de partes separables, como dice el artículo 389, pues si se
tratara de una cláusula fundamental relativa al objeto, la causa, etcétera, es inconcebible la nulidad parcial.
E.— Confusión
320. Noción
Hay confusión cuando se reúne en una misma persona la calidad de deudor y acreedor, y en un mismo patrimonio
(art. 931). En tal caso la obligación queda extinguida. Es claro, entonces, que si se reúnen en una misma persona
los derechos y obligaciones de dos contratantes (como ocurriría si el comprador de un inmueble viene a ser el único
heredero del vendedor) el contrato se extingue.
F.— Transacción
321. Noción
La transacción es un contrato por el cual las partes, para evitar un litigio, o ponerle fin, haciéndose concesiones
recíprocas, extinguen obligaciones dudosas (art. 1641). Ahora bien, aun cuando la transacción es un contrato, lo
que las partes procuran, no es generar derechos ni transmitirlos, sino declararlos o reconocerlos. Mediante la
transacción, las partes abandonan un estado de cierta incertidumbre jurídica e ingresan en otro de plena certeza, con
clara determinación de sus derechos. De esta manera se extinguen aquellas obligaciones que eran dudosas.
G.— Renuncia
322. Noción
La renuncia es una declaración de voluntad por la cual una persona abandona un derecho y lo da por extinguido.
Por ello, en la medida que la renuncia no esté prohibida y sólo afecte intereses personales, es posible que ambas
partes o una de ellas renuncien a los derechos conferidos en un contrato, extinguiéndose así las obligaciones
oportunamente creadas.
I.— Rescisión
324. Rescisión bilateral. Concepto y efectos
La rescisión bilateral es un acuerdo de voluntades por el cual se deja sin efecto un contrato. Por ello se la llama
también distracto. Puesto que el acuerdo de voluntades ha podido crear un vínculo jurídico, puede también
aniquilarlo o extinguirlo.
Los efectos de la rescisión bilateral dependen de la voluntad de las partes, aunque si nada se conviene, solamente
produce efectos para el futuro (art. 1076). En otras palabras, las partes pueden acordar que el contrato originario
quede sin efecto retroactivamente, con obligación de las partes de restituirse mutuamente todo lo que hubieran
recibido la una de la otra; o bien pueden acordar que el contrato deja de producir sus efectos en adelante, quedando
firmes los efectos ya producidos. Debe decirse, sin embargo, que la retroactividad resultante de una rescisión
bilateral no puede perjudicar nunca los derechos que los terceros hubieran adquirido en el ínterin como
consecuencia del contrato originario (art. 1076, in fine).
325. Rescisión unilateral. Concepto y efectos
La rescisión unilateral no importa un acuerdo de voluntades; por el contrario, una sola de las partes, por propia
voluntad, está facultada a poner fin a las relaciones contractuales, total o parcialmente (art. 1077). Esta facultad
excepcional es reconocida por la ley en ciertos contratos; así, por ejemplo, en el contrato de trabajo, que puede ser
rescindido por voluntad unilateral del obrero o del patrón; en el contrato de obra el dueño puede desistir por su sola
voluntad (art. 1261); en el contrato de locación, el locatario puede rescindir unilateralmente (la norma habla
erróneamente de resolución anticipada) en la medida de que dé cumplimiento con las pautas fijadas en el artículo
1221, etcétera. Esta rescisión unilateral pone término a las relaciones contractuales a partir del momento en que la
voluntad se ha manifestado; pero no afecta los efectos anteriores del contrato, es decir, no tiene retroactividad,
salvo pacto en contrario (art. 1079, inc. a).
También es posible que las partes hayan pactado la posibilidad de rescindir el contrato de manera unilateral (art.
1077). En este caso, la facultad rescisoria no puede ser ejercida abusiva, desconsiderada o desmedidamente, y
ninguna de las partes, en caso de indeterminación del plazo de vigencia del contrato, está autorizada para hacer
cesar abruptamente la relación, salvo que un "casus" le imponga hacerlo o hubiere acaecido una actividad
francamente culpable o dolosa de una de las partes. También en este caso, los efectos son solo para el futuro, salvo
estipulación en contrario (art. 1079, inc. a).
La ley nada dice de la situación de los terceros ante un caso de rescisión unilateral, legal o convenida. La omisión
quizás se deba a que se prevé como regla que los efectos solo serán para el futuro. Sin embargo, no puede olvidarse
que la propia norma deja a salvo la posibilidad de convenir que los efectos se retrotraigan hacia el pasado; en este
caso, parece claro que no pueden afectarse los derechos de los terceros (arg. art. 1021).
J.— Revocación
326. Concepto y efectos
Establece el artículo 1077 que el contrato puede ser extinguido total o parcialmente por la declaración de una de las
partes, mediante revocación, en los casos en que el mismo contrato o la ley le atribuyan esa facultad. Y más
adelante, se dispone que, como regla, produce efectos solo para el futuro (art. 1079, inc. a).
Da la sensación que la norma ha considerado la revocación en el sentido que se le da en ciertos contratos, como es
el caso de la revocación del mandato (art. 1329, inc. c); pero en rigor, ése es un supuesto de rescisión unilateral. En
efecto, se trata de la facultad que le confiere la ley para dejar sin efecto un contrato, de manera unilateral y sin
causa justificante alguna que deba probar. Por ello es que sus efectos se producen no retroactivamente, sino a partir
del momento en que el mandato fue revocado.
En su significado estricto, la idea de revocación está unida a la de liberalidad: se revoca una donación, un
testamento. Importa un acto de voluntad por el cual se deja sin efecto la liberalidad. Limitándonos ahora al campo
de los contratos (en el derecho sucesorio, la solución es distinta), diremos que la revocación exige una causa
jurídica que la justifique; así, por ejemplo, será necesario que medie ingratitud del donatario o incumplimiento por
éste de los cargos que le fueron impuestos (art. 1569). Pero el motivo que da lugar a la revocación no opera ipso
iure; es menester que el donante, fundado en esa causa, pida la revocación. Y ningún inconveniente hay en que, a
pesar de mediar una justa causa de revocación, el donante mantenga la donación.
La revocación deja sin efecto el contrato retroactivamente; esta regla es absoluta entre las partes. En cambio, los
terceros que hubieran adquirido derechos sobre las cosas transmitidas, quedan protegidos. La regla es que el
donatario debe resarcir al donante el valor de las cosas donadas al tiempo de promoverse la acción de revocación,
con sus intereses. Sin embargo, si se tratara de un incumplimiento de cargos, y el tercero fuera de mala fe, deberá
restituir al donante la cosa, a menos que ejecute la obligación a cargo del donatario, siempre que tal prestación no
deba ser ejecutada precisa y personalmente por este último (art. 1579).
K.— Resolución
327. Concepto y efectos
La resolución no es el resultado de un nuevo contrato (como ocurre en la rescisión bilateral), sino que supone la
extinción del contrato por virtud de un hecho posterior a la celebración, hecho que a veces es imputable a la otra
parte (como es, por ejemplo, el incumplimiento) o que puede ser extraño a la voluntad de ambos (como ocurre en
ciertos supuestos de condiciones resolutorias). La resolución del contrato puede operar ipso iure (como sucede en la
condición resolutoria) o bien puede requerir la manifestación de voluntad de la parte interesada en ella (como
ocurre en la que se funda en el arrepentimiento o en el incumplimiento de la contraria).
La resolución deja sin efecto el contrato entre las partes, de manera retroactiva (art. 1079, inc. b); su consecuencia
es volver las cosas al estado en que se encontraban antes de la celebración del contrato. En este punto, sus efectos
son semejantes a los de nulidad; pero se diferencia claramente de ésta en que el hecho que provoca la resolución es
siempre posterior al contrato, en tanto que el que da lugar a la nulidad, debe ser anterior o concomitante con la
celebración.
Respecto de los terceros, deberá diferenciarse según si se trata de adquirentes a título oneroso o gratuito, y si son de
buena o mala fe. La norma antes citada protege solo el derecho adquirido a título oneroso por terceros de buena fe.
El régimen de los contratos de consumo presenta en este tema algunas particularidades. Ante el incumplimiento del
cocontratante, el consumidor tiene derecho —entre otros— a resolver el contrato, pudiendo exigir la restitución de
lo pagado, sin perjuicio de los efectos producidos, considerando la integridad del contrato. Además de ello, está
facultado para accionar por los daños y perjuicios que correspondan (art. 10 bis, ley 24.240, ref. por ley 24.787).
Tienen especial importancia como causa de resolución el pacto comisorio (véanse números 239 y sigs.), la seña
(véanse números 231 y sigs.), la teoría de la imprevisión (véanse números 331 y sigs.), y la frustración del fin
contractual (véanse números 336 y sigs.).
L.— Cuestiones comunes a la extinción del contrato por declaración de una de las partes
328. Disposiciones generales para la extinción por declaración de una de las partes
El Código Civil y Comercial establece una serie de disposiciones (art. 1078) que resultan comunes a todos los tipos
de extinción del contrato de manera unilateral, comprendiéndose tanto la rescisión unilateral, como la revocación,
como la resolución. Desde luego estas normas son aplicables siempre y cuando no exista una disposición en
contrario, prevista por la ley o por el propio contrato.
a) Para extinguir de manera unilateral el contrato es necesario comunicar la decisión a la otra parte. Si bien no
existe una indicación precisa, es conveniente que tal comunicación se haga por un medio fehaciente, como,
por ejemplo, a través de una carta documento. Si una o ambas partes estuviera integrada por una pluralidad
de sujetos, la comunicación debe ser dirigida por todos los sujetos que integran una parte contra todos los
sujetos que integran la otra.
b) La extinción del contrato puede declararse extrajudicialmente o demandarse ante un juez.
c) La otra parte puede oponerse a la extinción del contrato si, al tiempo de la declaración, el declarante no ha
cumplido, o no está en situación de cumplir, la prestación que debía realizar para poder ejercer la facultad
de extinguir el contrato. Estamos ante un supuesto de aplicación de la excepción de incumplimiento
contractual.
d) La extinción del contrato no queda afectada por la imposibilidad de restituir que tenga la parte que no la
declaró. Es claro que, si ocurre este caso, esta última deberá reparar el daño que eventualmente pueda
causar.
e) La parte que tiene derecho a extinguir el contrato puede optar por requerir su cumplimiento y la reparación
de daños. Esta demanda no impide deducir ulteriormente una pretensión extintiva. Esta facultad de
modificar la pretensión, llamada ius variandi, no puede ser usada en sentido inverso; esto es, quien requirió
la extinción del contrato, no puede luego pretender su cumplimiento, como se verá seguidamente.
f) La comunicación de la declaración extintiva del contrato produce su extinción de pleno derecho, y
posteriormente no puede exigirse el cumplimiento ni subsiste el derecho de cumplir. Sin embargo, la norma
plantea un supuesto de excepción para el caso en que es menester un requerimiento previo: si se promueve
la demanda por extinción sin haber intimado, el demandado tiene derecho de cumplir hasta el vencimiento
del plazo de emplazamiento.
g) La demanda ante un tribunal por extinción del contrato impide deducir ulteriormente una pretensión de
cumplimiento.
h) La extinción del contrato deja subsistentes las estipulaciones referidas a las restituciones, a la reparación de
daños, a la solución de las controversias y a cualquiera otra que regule los derechos y obligaciones de las
partes tras la extinción. Los reclamos pertinentes deberán ser deducidos judicialmente.
329. Operatividad de los efectos de la extinción por declaración de una de las partes
Establece el artículo 1079 que, a menos que exista una disposición legal en contrario (i) la rescisión unilateral y la
revocación producen efectos solo para el futuro; y (ii) la resolución produce efectos retroactivos entre las partes, y
no afecta el derecho adquirido a título oneroso por terceros de buena fe. Ya nos hemos referido a esta cuestión con
anterioridad (números 325, 326 y 327).
330. Restitución en los casos de extinción por declaración de una de las partes
Si el contrato es extinguido total o parcialmente por rescisión unilateral, por revocación o por resolución, las
partes deben restituirse, en la medida que corresponda, lo que han recibido en razón del contrato, o su valor,
conforme a las reglas de las obligaciones de dar para restituir, y a lo previsto en el artículo siguiente (art. 1080).
La idea primaria es la restitución de lo recibido; si ello no fuere posible, por ejemplo por su destrucción, deberá
entregarse su valor. Asimismo, deberán reintegrarse frutos y accesorios (ejemplo de esto último es el módem de
comunicación para servicios de internet).
Muchas veces, después de celebrado un contrato se produce una alteración profunda en las circunstancias
(principalmente las de orden económico) existentes en el momento de la celebración. Como ejemplos notables
pueden citarse una guerra, una profunda e imprevisible crisis, etcétera. Los precios de las mercaderías prometidas
varían sustancialmente, la crisis de la mano de obra subsecuente a una movilización hace dificultosísima la
producción o fabricación, etcétera. No es totalmente imposible cumplir, pero el cumplimiento se hace sumamente
gravoso y quizás origine la ruina del deudor. Es de toda evidencia la justicia de reajustar las cláusulas del contrato
y, en ciertos casos, de considerarlo insubsistente. Es esto lo que en derecho moderno se llama teoría de la
imprevisión.
Su origen es la llamada cláusula rebus sic stantibus, conocida ya en el derecho romano. Esta cláusula significa que
los contratos se entienden concluidos bajo la condición tácita de que subsistirán las condiciones bajo las cuales se
contrató y que, cuando ello no ocurre y se produce una transformación de tales circunstancias, los jueces están
autorizados a revisar el contrato.
En el derecho moderno, la teoría de la imprevisión tiene una aceptación cada vez más amplia. Las profundas
alteraciones provocadas en la economía mundial por las grandes guerras del siglo XX y el fenómeno de la
inflación, que en algunos países ha tenido caracteres agudísimos, no podían dejar impasibles a legisladores y
jueces. Así, por ejemplo, en Alemania, después de la crisis sobreviniente a la derrota en la segunda guerra mundial,
los jueces fueron autorizados a revisar todos los contratos de tracto sucesivo y reducir las obligaciones del deudor
al límite indicado por la buena fe. Los jueces quedaron así convertidos en árbitros de las obligaciones contractuales.
Naturalmente, esta solución sólo es admisible en épocas de un verdadero derrumbe de la economía; pero sin llegar
a tales extremos, pueden producirse cambios profundos que hagan justa la intervención judicial para reducir las
prestaciones que, en razón de las nuevas circunstancias, resulten a todas luces excesivas. La teoría de la
imprevisión ha sido acogida expresamente por el Código italiano (arts. 1467 y sigs.), el Código peruano (arts. 1440
y sigs.), el Código brasileño (art. 478), por la jurisprudencia alemana, etcétera.
Es necesario, además, tener presente que no basta un cambio de las circunstancias, sino que ese cambio sea, en su
existencia misma o en su intensidad, imprevisible. Así, por ejemplo, si durante un período de inflación, uno de los
contratantes asume obligaciones que en el momento de cumplir le resultan más onerosas de lo que eran cuando
contrató, no podrá eximirse de sus compromisos si la inflación siguió su curso normal y previsible.
335. Efectos
Reunidas las circunstancias señaladas en el número anterior, la parte perjudicada con la alteración de las
prestaciones puede plantear extrajudicialmente, o pedir ante un juez —por acción o por excepción— la resolución
total o parcial del contrato (art. 1091). Pero en los contratos de ejecución continuada, la resolución no alcanzará a
los efectos ya cumplidos, si las prestaciones son equivalentes, divisibles y han sido recibidas sin reservas (art. 1081,
inc. b). Por ejemplo, si se trata de una locación, resuelto el contrato ni el propietario ni el inquilino pueden
reclamarse nada por lo que ya quedó cumplido antes de la sentencia que declaró resuelto el contrato (goce de la
cosa y pago del precio).
El artículo 1091 faculta al accionante a reclamar, además de la resolución, la adecuación del contrato, lo que
implica un ajuste de las prestaciones a cargo de las partes. El texto derogado brindaba al demandado por resolución
la posibilidad de mantener la vigencia del contrato, ofreciendo mejorar equitativamente los efectos del contrato. Si
bien esta disposición ha sido suprimida por el Código Civil y Comercial, parece lógico sostener que ella es
invocable, con fundamento en el principio de conservación del contrato (art. 1066). En tal caso, será el juez quien
determine cuáles son las prestaciones equitativas que permiten la subsistencia del contrato.
El derecho a invocar la teoría de la imprevisión también lo tiene el tercero a quien se le han conferido derechos o
impuesto obligaciones por un contrato. Es el supuesto del contrato a cargo de un tercero; cuando éste ha aceptado la
encomienda recibida, podrá invocar esta teoría si se dan las condiciones de su aplicabilidad.
Finalmente, debe destacarse que existe una fuerte discusión doctrinaria sobre la posibilidad o no de incluir en el
contrato una cláusula de renuncia a invocar la teoría de la imprevisión. A nuestro juicio tal cláusula es nula pues
desvirtuaría la esencia del instituto. Adviértase que, de hecho, se estarían transformando los contratos conmutativos
en aleatorios, pues, de incluir tal cláusula renunciativa, no podría afirmarse que el monto de las prestaciones haya
quedado determinado de manera fija al momento de contratar. Desde luego, ningún obstáculo hay en que se
renuncie a la teoría de la imprevisión, luego de que el hecho extraordinario haya acaecido.
Hemos señalado antes (número 173) que mayoritariamente se ha entendido que la frustración del fin del contrato,
es un capítulo inherente a la causa; entendida ésta como móvil determinante, razón de ser o fin individual o
subjetivo que las partes (ambas partes, o una de ellas siempre que lo haya manifestado —expresa o
implícitamente— a la otra) han tenido en vista al momento formativo del negocio. Con otras palabras, cuando ese
móvil determinante, esa finalidad perseguida por las partes, manifestada en el contrato, se frustra, la parte
perjudicada puede reclamar la resolución, siempre que se cumplan los recaudos que la propia ley exija. La posición
del Código Civil y Comercial sobre este tema, en cambio, no resulta clara.
En efecto, el Código plantea, por un lado, que la causa debe existir en la formación del contrato y durante su
celebración y subsistir durante su ejecución (art. 1013), lo que permitiría afirmar que la frustración del fin
contractual es un capítulo de la causa. Sin embargo, no puede obviarse, por otro lado, que la frustración del fin del
contrato ha sido regulada más adelante, como un modo de extinción, modificación o adecuación de los contratos, y
sin recurrir a la noción de causa. Más bien, parece fundarse en que el fin perseguido integra inequívocamente el
contenido contractual y por ende se refleja en su sinalagma genético. De tal manera, parece plantear alguna
diferencia entre finalidad y causa.
Puesto de manifiesto lo expuesto precedentemente, pasemos a analizar la norma y sus requisitos de aplicación.
338. Efectos
Cuando la finalidad tenida en cuenta por los contratantes (esto es, sus motivos personales) se ha frustrado parece
razonable admitir la resolución del contrato. Claro está que para que ello ocurra es imprescindible que la finalidad,
como ya se ha dicho, haya sido expresada, o haya sido conocida por la otra parte, pues el motivo determinante que
cada parte tuvo al celebrar el contrato recién se vuelve común cuando se lo expresa.
El artículo 1090 expresamente dispone que la resolución es operativa cuando la parte afectada comunica su
declaración extintiva a la otra. Se deberán cumplir, por tanto, las disposiciones de los artículos 1078 y siguientes.
La resolución que prevé la ley importará que: (i) se puede repetir la prestación cumplida antes del acontecimiento
frustrante, si carece de reciprocidad; (ii) nada se deberá si no se ha hecho el pago antes del acontecimiento
frustrante; (iii) las prestaciones recíprocas, equivalentes y cumplidas antes del acontecimiento frustrante quedarán
firmes, siempre que se traten de contratos de ejecución continuada o periódica; y (iv) los gastos realizados antes del
acontecimiento frustrante o después de él pero en la ignorancia de que hubiera sucedido son resarcibles.
¿Cuáles son los contratos que quedan comprendidos en este instituto? El punto central es que se trate de un contrato
de ejecución diferida, que el tiempo influya en la ejecución del contrato. A partir de esta premisa, la finalidad de
cualquier contrato puede quedar frustrada, incluso uno gratuito. Es el caso, por ejemplo, del contrato de renta
vitalicia gratuita contratada para beneficiar a quien padece una situación de indigencia; pues bien, si con
posterioridad a la celebración del contrato y por razones ajenas a la voluntad de las partes, cesa tal estado de
indigencia, parece lógico admitir que puede ser resuelto el contrato, toda vez que ha desaparecido el motivo
impulsor del beneficio otorgado.
La situación económica de un país requiere, en ciertos casos, soluciones extraordinarias. Con el nombre de
"emergencia económica" se hace mención al régimen jurídico que otorga al Estado Nacional facultades
excepcionales para intervenir en los contratos que hayan sido celebrados. Todo ello, con fundamento en la
necesidad de proveer lo necesario para la prosperidad y bienestar del país.
Es necesario insistir que se trata de una legislación excepcional, aunque esto haya sido muchas veces desconocido
por los gobiernos nacionales, quienes han mantenido en el tiempo la calificación de emergencia cuando ella es, en
esencia, transitoria.
A la par de ello, debe recordarse que el contrato y la propiedad tienen protección constitucional en el derecho
argentino y, en consecuencia, toda limitación que se disponga es necesariamente de interpretación restrictiva.
Lamentablemente, las restricciones que, con fundamento en la emergencia económica, se han consagrado en el
ordenamiento jurídico argentino, han constituido muchas veces un avance intolerable sobre la autonomía privada y
la posición contractual. Buen ejemplo de ello han sido los abusos producidos con motivo de la crisis económica de
los años 2001 y 2002, y la "pesificación" allí decretada.
Es necesario, entonces, verificar si la legislación de emergencia se adecua a la Constitución, para admitir o no su
licitud. En esta línea de pensamiento, cabe afirmar que tal legislación es admisible si: (i) se presenta una situación
de emergencia que obligue a poner en ejercicio aquellos poderes reservados para proteger los intereses vitales de la
comunidad; (ii) se responde a una ley dictada por el Congreso Nacional que persiga la satisfacción del interés
público; (iii) los remedios propuestos por la ley son proporcionales y razonables; (iv) la ley sancionada se
encuentra limitada en el tiempo y que el término fijado tenga relación directa con la exigencia en razón de la cual
ella fue sancionada; y (v) no desconoce arbitrariamente garantías individuales.
La Ley de Defensa del Consumidor Nº 24.240 (modif. por ley 26.361), define a las relaciones de consumo en su
artículo 3º al señalar que éstas son el vínculo jurídico entre el proveedor y el consumidor o usuario. A su vez, esta
definición es replicada en el Código Civil y Comercial en su artículo 1092.
Al señalarse pues que las relaciones de consumo son un vínculo jurídico, debemos entender que este vínculo puede
generarse de cualquiera de las dos maneras en que pueden crearse vínculos jurídicos: la ley o el contrato.
Resulta necesaria esta aclaración en tanto debe quedar de manifiesto que el vínculo entre el consumidor o usuario y
el proveedor puede originarse no sólo mediante un lazo contractual, sino que también puede ser creado por
imposición legal. Ejemplo de esto es el deber de reparar el daño que sufre un consumidor por un producto
defectuoso que la ley impone a todos los miembros de la cadena de comercialización (art. 40, ley 24.240), aún
cuando no todos ellos han contratado directamente con el consumidor.
Por ello, podemos afirmar que todos los contratos de consumo denotan una relación de consumo, pero que a la
inversa no necesariamente es igual; no todas las relaciones de consumo tienen su origen en un contrato.
Esta necesidad de catalogar y definir a las relaciones de consumo surge de la finalidad protectoria y reguladora que
tiene el derecho del consumo.
La finalidad protectoria, surge del rol tuitivo de los consumidores, lo que se persigue mediante la imposición de una
serie de obligaciones irrenunciables a los proveedores (deber de información, de seguridad, garantías, etc.), así
como también mediante la restricción de la capacidad del consumidor para algunos actos (por ejemplo manifestar
que acepta los efectos de una cláusula manifiestamente abusiva) y la creación de presunciones e imperativos legales
(aplicación de la norma más favorable, etc.).
A su vez, el rol regulador de las relaciones de consumo se vincula más con la economía, en tanto la forma en la que
el Estado decida intervenir en las relaciones de consumo traerá consecuencias directas en el mercado.
Esta última afirmación, parecería indicar que a mayor regulación de las relaciones de consumo, peor sería el
funcionamiento del mercado. Sin embargo, el ganador del premio nobel de economía Joseph Stiglitz ha probado
—a través de la teoría de la información— todo lo contrario; la mayor regulación de las relaciones del consumo (y
las del trabajo también) trae beneficios a la economía en tanto tiende a equilibrar la tensión entre oferta y demanda.
Por lo tanto, una regulación efectiva y protectora de los consumidores debe ser una meta a seguir por el Estado, en
tanto esto conlleva beneficios al conjunto, además de cumplir con la función propia del derecho de proteger a los
más débiles.
Ambas funciones han sido consagradas en la Constitución Nacional, en cuanto el artículo 42 refiere a la protección
de los consumidores en el ámbito de las relaciones de consumo; de modo tal que el derecho de los consumidores, es
de raigambre constitucional.
Así dadas las cosas, las diversas normas que regulan el derecho del consumidor deben integrarse entre sí mediante
el denominado "diálogo de fuentes" al que nos referiremos más adelante (número 348).
Señala Ricardo L. Lorenzetti (Consumidores, Rubinzal Culzoni, 2009, p. 136) que las prácticas comerciales son los
procedimientos, mecanismos, métodos o técnicas utilizados para fomentar, mantener desenvolver o garantizar la
producción de bienes y servicios. En este sentido, Belén Japaze (en Rusconi, Dante, Manual de Derecho del
Consumidor, Abeledo Perrot, 2009, p. 297) enuncia estas técnicas en forma no taxativa refiriendo a: 1) la
publicidad; 2) la oferta combinada; 3) la promoción de productos con sorteos y rifas; 4) la venta a distancia; entre
otros. Va de suyo que todos estos elementos son parte de nuestra vida cotidiana y resultan esenciales para los
proveedores para instalar sus productos y servicios en el mercado. Así, hay acuerdo en la doctrina en sostener la
licitud de estas prácticas como norma general; tornándose en ilícitas cuando se lesionen derechos o libertades del
consumidor o se vulneren las buenas prácticas mercantiles.
Estas situaciones de abusividad en el ejercicio de las prácticas comerciales denotan una alteración de la libertad y
dignidad del consumidor, en tanto o bien lo exponen a situaciones humillantes y vejatorias; o bien lo incitan a la
adquisición de bienes y servicios mediante el engaño o la coacción.
Puede decirse entonces que la práctica comercial abusiva se puede dar tanto en el marco de un contrato de consumo
en curso, como en la etapa previa a su concreción, o en la etapa posterior; estando igualmente todos los supuestos
tutelados por la ley.
Todas estas afirmaciones encuentran su sustento en la Directiva del Parlamento Europeo 2005/29/CE sobre
prácticas comerciales desleales; norma que las clasifica en dos ramas: a) las prácticas comerciales engañosas (que
pueden darse por acción o por omisión); b) las prácticas comerciales agresivas.
a) Prácticas comerciales engañosas.— Como bien dice la norma referida, las prácticas comerciales engañosas
pueden darse por acción, o por omisión. Las primeras, se darán cuando el proveedor de información
inexacta sobre a) la existencia o la naturaleza del producto; b) las características principales del producto
(su disponibilidad, sus beneficios, sus riesgos, su composición, su origen geográfico, los resultados que
pueden esperarse de su utilización, etc.); c) el alcance de los compromisos del comerciante; d) el precio o
la existencia de una ventaja específica con respecto al precio; e) la necesidad de un servicio o de una
reparación. En tanto, la omisión se configurará cuando se omite o se ofrece de manera poco clara,
ininteligible, ambigua o en un momento que no es el adecuado la información sustancial que necesita el
consumidor medio, según el contexto, para tomar una decisión sobre una transacción, lo que, en
consecuencia, hace o puede hacer que el consumidor tome una decisión sobre la compra que de otro modo
no hubiera tomado. La protección frente a este tipo de prácticas estará relacionada con el deber de
información del proveedor y la regulación de la publicidad que trataremos en los números 353 y 354.
b) Prácticas comerciales agresivas.— Conforme la directiva europea, son prácticas comerciales agresivas las
que vulneren la libertad de elección del consumidor forzándolo a tomar decisiones bajo acoso, coacción o
influencia indebida. Sin embargo, del análisis de los supuestos que señala el Anexo I de la referida
directiva, podemos concluir que se cataloga como "agresiva" toda práctica comercial que de alguna forma
incida sobre la libertad de decisión del consumidor. Serán, según la norma señalada, indicios a considerar a
la hora de valorar la agresividad de una práctica: a) la naturaleza, b) el lugar y la duración de la práctica
agresiva; c) el posible empleo de un lenguaje o un comportamiento amenazador o insultante; d) la
explotación por parte del comerciante de una circunstancia específica que afecte al consumidor, para influir
en su decisión; e) cualesquiera condiciones no contractuales desproporcionadas impuestas al consumidor
que quiere ejercitar sus derechos contractuales (por ejemplo, el de poner fin al contrato o el de
modificarlo). Se observa entonces que la práctica agresiva es una cuestión de "hecho" que debe ser
ponderada por el Juez en cada caso en particular, considerando la acción del proveedor respecto del
consumidor. Los límites frente a estas prácticas se encuentran en la tutela del trato digno (art. 8º bis, ley
24.240, y art. 1098), la consagración del derecho del consumidor a la libertad de contratar (art. 1099) y la
limitación al ejercicio de la posición dominante en el mercado (art. 11).
La ley 24.240 ha establecido una serie de obligaciones esenciales en cabeza de los proveedores, que son la otra cara
de una misma moneda: a cada obligación impuesta a los proveedores se le corresponde un derecho básico de los
consumidores. Así, el derecho a la información se tutela mediante la regulación del cumplimiento del deber de
proveerla y el control de la publicidad; el derecho a la seguridad se manifiesta en la responsabilidad objetiva
impuesta al proveedor por los daños sufridos por el consumidor o usuario y que fueren causados por defectos en el
producto o servicio; y el derecho a la garantía sobre los productos, se manifiestan en la regulación que de ella hace
la ley 24.240.
354. La publicidad
La sociedad de consumo para poder funcionar requiere de mecanismos que permitan dar a conocer un producto o
servicio, instalarlo en la sociedad y generar la creencia de la necesidad del mismo para que sea demandado en el
mercado. Esta función se cumple a través de la publicidad y el marketing. La ley 24.240 fue pionera en regular la
publicidad en algunos aspectos, completándose la regulación con la sanción del Código Civil y Comercial (arts.
1101 a 1103).
I. Efectos vinculantes de la publicidad. El primer aspecto que fue regulado de la publicidad ha sido el efecto
vinculante que tiene la publicidad respecto del contrato con el consumidor (art. 8, ley 24.240). El artículo
1103 ratifica el contenido de aquella norma cuando —de manera absolutamente clara— establece: Las
precisiones formuladas en la publicidad o en anuncios, prospectos, circulares u otros medios de difusión se
tienen por incluidas en el contrato con el consumidor y obligan al oferente.
Es claro entonces que el contenido de la publicidad deberá respetarse luego en el contrato, incluyendo el
precio del bien o servicio y las cualidades anunciadas. El incumplimiento de esta norma es asimilable al
incumplimiento de la oferta y dará al consumidor el derecho de ejercer las acciones que establece el
artículo 10 bis de la ley 24.240.
Cabe recordar, además, que esta norma es de aplicación a las profesiones liberales, en función de lo cual,
aquellos profesionales que garanticen un resultado mediante una publicidad responderán frente a su cliente
si éste no se cumple en los términos del artículo 774, incisos b o c, de acuerdo a lo que se haya prometido.
II. Publicidad ilícita. Uno de los avances más interesantes del Código Civil y Comercial es la regulación de la
publicidad ilícita que realiza en el artículo 1101. La norma establece la prohibición de tres tipos de
publicidades: a) la que contenga indicaciones falsas o de tal naturaleza que induzcan o puedan inducir a
error al consumidor, cuando recaigan sobre elementos esenciales del producto o servicio; b) la que efectúe
comparaciones de bienes o servicios cuando sean de naturaleza tal que conduzcan a error al consumidor; c)
sea abusiva, discriminatoria o induzca al consumidor a comportarse de forma perjudicial o peligrosa para
su salud o seguridad.
Claramente las prohibiciones de los incisos a y b están destinadas a evitar la existencia de prácticas
comerciales engañosas a las que nos referimos en el número 349. Por su lado, la prohibición del inciso c
está relacionada con el trato digno y el respeto a la integridad del consumidor. Por ello, deben considerarse
a las publicidades que encuadren en el último inciso como afrenta a los derechos consagrados en el artículo
8º bis de la ley 24.240, y, en consecuencia, imponer a quien la elaboró y a quien la emitió las sanciones
punitivas del artículo 52 bis de la referida ley.
La misma sanción se podrá aplicar a las publicidades que encuadren en los dos primeros incisos, en tanto
se reúnan los requisitos para su imposición, los que trataremos en el número 365.
III. Acciones frente a la publicidad ilícita. Cuando un proveedor emita una publicidad de las enunciadas en el
artículo 1101, el artículo 1102 otorga legitimación para accionar tanto al consumidor afectado como otros
legalmente legitimados. Estos últimos deben entenderse que son: a) las Asociaciones de Protección de los
Derechos del Consumidor debidamente constituidas y autorizadas; b) el Ministerio Público Fiscal; c) los
órganos de aplicación de la Ley de Defensa del Consumidor. Las acciones que pueden iniciar estos actores
conforme el artículo 1102 son para requerir: a) el cese de la emisión de la publicidad; b) la publicación a
cargo del proveedor de anuncios rectificatorios y/o de la sentencia condenatoria. Cabe señalar además que
a las acciones que otorga la norma citada, se le podrán acumular pedidos al proveedor para que proceda a:
a) la devolución de las ganancias obtenidas mediante la publicidad ilícita; b) el cumplimiento de lo
anunciado; c) la reparación de los perjuicios causados; d) el pago de sanciones punitivas.
El Código Civil y Comercial (arts. 1104 a 1107) ha regulado ciertas modalidades especiales que pueden tener los
contratos de consumo y que merecen particular atención por parte de la legislación; ellos son: a) el contrato de
consumo celebrado fuera del establecimiento donde normalmente se adquieren los bienes o servicios; y b) los
contratos a distancia.
Más allá de la responsabilidad por daños emanada del artículo 40 de la ley 24.240 al que nos hemos referido antes,
debe destacarse la existencia de otras herramientas en el plexo normativo que hacen a la tutela de los derechos de
los consumidores, entre las que nos ocuparemos de: a) la protección frente a cláusulas abusivas; b) la multa civil; c)
las garantías procesales.
La forma en la que se ha legislado respecto de las cláusulas abusivas (arts. 988 y 1119) y la lectura de la norma en
una forma armoniosa con las que consideramos sus fuentes —las Secciones 307 a 310 del Código Civil alemán
(BGB)—, permite diseñar un sistema de regulación de las cláusulas abusivas, tanto para los contratos de consumo,
como para los contratos en general. Encontramos fundamentos en darle carácter expansivo —con consideraciones
particulares para cada caso— al artículo 988 en tres argumentos: 1) la referida fuente de la norma establece
claramente supuestos de aplicación a los contratos paritarios y a los contratos de consumo; 2) la aplicación de
principios del derecho del consumo a la teoría general del contrato ha sido aceptada por parte de la doctrina
nacional, siendo recomendado por unanimidad en la Comisión de Contratos de las XXIV Jornadas Nacionales de
Derecho Civil (Buenos Aires, 2013) que "hay principios de los contratos de consumo que se aplican a todos los
contratos"; 3) el artículo 1117 señala expresamente que las normas del artículo 988 son aplicables a los contratos de
consumo.
I. El régimen de cláusulas abusivas de los artículos 988 y 989.— El artículo 988 establece que son abusivas
las cláusulas insertas en un contrato de adhesión cuando: a) se desnaturalicen las obligaciones del
predisponente; b) importen una renuncia o restricción a los derechos del adherente, o amplíen derechos del
predisponente que surgen de normas supletorias; c) por su contenido, reducción o presentación, no son
razonablemente previsibles. Por otro lado, luego de señalar, en forma no taxativa a nuestro criterio, los
supuestos de cláusulas abusivas, el Código brinda pautas de interpretación en el artículo 989. La regla
referida remite a la potestad judicial de integrar el contrato cuando se encontraren cláusulas abusivas y
establece la posibilidad de la revisión por parte del Juez del contenido de la cláusula aun cuando hubiera
existido autorización administrativa. A partir de las reglas señaladas, podemos efectuar un análisis de la
aplicabilidad del sistema a los contratos de consumo.
II. Cláusulas abusivas en los contratos de consumo.— El régimen de cláusulas abusivas en los contratos de
consumo se complementa con los artículos 988, 989, 1117 a 1122 del Código Civil y Comercial, y el
artículo 37 de la ley 24.240; conforme lo dispuesto en el artículo 1117 del Código. Se denota también en
esta regulación una fuerte influencia del BGB alemán en tanto la redacción de las normas sigue criterios
que allí se exponen con claridad. En este sentido, el artículo 1119 es más claro que el artículo 988, en
cuanto pone el acento donde corresponde para determinar la abusividad de una cláusula; se considera que
una cláusula es abusiva cuando por aplicación de la misma se generen desequilibrios "significativos" en los
derechos y obligaciones de las partes. La nota de "significativo" es el elemento a ponderar por el
magistrado a la hora de evaluar si una cláusula es abusiva o no. En efecto, el desequilibrio que no es
"significativo" es parte del normal acontecer de los contratos, lo que redunda en ventajas para las partes;
situación que es lícita. La abusividad requiere entonces de una ruptura del equilibrio contractual; la
obtención de una de las partes de beneficios desproporcionados en función de los compromisos asumidos a
cambio.
Entendemos que en la regulación de las cláusulas abusivas se encuentra comprometido el orden público, en
tanto su incorporación al contrato vulnera el principio general de la buena fe. Esta conclusión queda de
manifiesto con el texto del artículo 1118 en el que se autoriza la revisión de las cláusulas contractuales aun
cuando su incorporación en un determinado contrato se haya efectuado con la conformidad expresa del
consumidor. Ello denota la sustracción de la aprobación de su esfera de autonomía de la voluntad.
Asimismo, debe considerarse que los derechos del consumidor son parte del orden público a la luz de su
regulación constitucional. Esta caracterización del problema de las cláusulas abusivas en los contratos de
consumo como una cuestión de "orden público", trae consecuencias prácticas, en tanto habilita a los
magistrados a intervenir de oficio conforme las facultades que le confiere el artículo 960.
III. Situación jurídica abusiva.— El artículo 1120 ha incorporado la noción de situación jurídica abusiva.
Existen para esta definición dos acepciones; la que surge del BGB alemán que determina que la situación
jurídica abusiva es aquella que sorprende al consumidor y lo fuerza a suscribir un contrato; y la tomada por
la norma citada en el que la abusividad se obtiene mediante la celebración de contratos conexos. En nuestro
régimen, el consumidor se encuentra protegido frente a las dos vertientes; la primera de ellas, será una
práctica comercial agresiva (véase número 349) y se le aplicarán dichas normas; la segunda, autoriza a la
revisión de los contratos conforme la regulación de cláusulas abusivas.
IV. Remedios contra las cláusulas abusivas.— Detectada la existencia de una cláusula abusiva en el contrato,
el juez deberá integrarlo conforme lo establecen el artículo 964 y el artículo 37 de la ley 24.240. Este
ejercicio importará que el juez deberá tener por no escrita la cláusula abusiva y rellenar su lugar con los
efectos que manda la ley si ésta lo estableciera (por ejemplo en un caso de prórroga de jurisdicción
prohibida se le debe dar la jurisdicción correspondiente), con la voluntad perseguida por las partes, o con
los usos y costumbres. Este ejercicio de integrar el contrato, cabe decir, sólo es posible si por los efectos de
la integración se pueden mantener las obligaciones principales vigentes; en tanto si la declaración de
abusividad recae sobre algún elemento esencial del contrato, la nulidad de éste será total (art. 1122, inc. c).
Entendemos que esta revisión en el caso de cláusulas abusivas, en cualquier tipo de contrato, puede ser
efectuada por el Juez inclusive de oficio conforme las facultades que le confiere el artículo 960, en tanto la
inclusión de cláusulas abusivas afecta el orden público, dado que contraría el principio general de la buena
fe.
V. Límites.— El artículo 1121 establece que no pueden ser declaradas abusivas: a) las cláusulas relativas a la
relación entre el precio y el bien o el servicio procurado; b) las que reflejan disposiciones vigentes en
tratados internacionales o en normas legales imperativas. Cabe aclarar respecto del inciso "a", que dicha
prohibición no abarca las cláusulas que autorizan al proveedor a modificar unilateralmente el precio
conforme la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, sentada el día 21/8/2013 en el fallo
"PADEC c. Swiss Medical", en el que se admitió una acción colectiva contra la posibilidad de la empresa
de medicina prepaga de modificar el precio en forma unilateral.
VI. Control Judicial.— El artículo 1222, inciso a, establece claramente la posibilidad de revisar judicialmente
las cláusulas de un contrato, aún cuando su inclusión hubiera sido aprobada en sede administrativa.