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EL BAUTISMO
El sacramento del bautismo en la fe cristiana se remonta a los primeros tiempos de
la iglesia, durante la celebración de Pentecostés. Este evento tenía lugar cincuenta días después de la resurrección de Jesús y diez días después de su ascensión, siendo considerado como el "aniversario de la iglesia". Según los registros históricos, en aquel día se bautizaron más de 3.000 personas, aunque no todos los bautizados eran necesariamente cristianos. De hecho, Jesús mismo fue bautizado en esa ocasión, un acto que simbolizó su "entrega total". El encargado de llevar a cabo su bautismo fue Juan, un profeta judío conocido como "el Bautista". Sin embargo, los seguidores de la fe cristiana no consideran que el bautismo de Juan sea equivalente al bautismo cristiano, ya que este último se entiende como un "bautismo de arrepentimiento para la remisión de los pecados", según se encuentra escrito en los Evangelios. El término utilizado para este sacramento es "bautismo", porque la palabra central en el rito del bautismo es "baptizein" (del griego "baptizein"), que significa "sumergir". La expresión "en agua" representa la simbólica sepultura del catecúmeno en la muerte de Cristo, lo cual representa tanto el fin de la muerte del pecado como la entrada a la vida de la Santísima Trinidad mediante la participación en el misterio pascual de Cristo. Este acto se lleva a cabo sumergiendo al individuo en el agua bautismal en tres ocasiones. Sin embargo, en el pasado, en la antigüedad, el procedimiento consistía en verter agua sobre la cabeza de la persona tres veces. En la Iglesia latina, el bautismo triple se acompaña con las palabras del sacerdote: "Yo os bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Adicionalmente, este sacramento también puede ser llamado "inmersión de renacimiento y revitalización divina", ya que abarca y perfecciona el origen del agua y del Espíritu Santo, sin los cuales resulta imposible "ingresar al reino celestial". El bautismo, en contraposición, representa una unión con la partida de Cristo, y así como el líquido brotado de una fuente simboliza vida, el océano implica muerte, convirtiéndose en un símbolo del enigma de la crucifixión. A partir de este acontecimiento, específicamente desde el día de Pentecostés, la Iglesia celebra y realiza el Sagrado Bautismo. La persona que es bautizada es "revestida con la divinidad de Cristo" mediante la presencia del Espíritu Santo, y el bautismo constituye un proceso de purificación, santificación y justificación. Además, siguiendo los primeros tiempos de la Iglesia, se observa que el bautismo de adultos era la práctica más común debido a que el anuncio del Evangelio todavía estaba en sus primeras etapas. En ese contexto, el catecumenado desempeñaba un papel fundamental. Este proceso formativo tenía como objetivo permitir que los convertidos alcanzaran la plenitud en su conversión y fe, mediante un aprendizaje prolongado de la vida cristiana, en el cual los discípulos se unían a Cristo. Por lo tanto, era crucial iniciar adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de los principios evangélicos y en los ritos sagrados que se celebrarían posteriormente, además de introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad del Pueblo de Dios. En cuanto al bautismo de los niños, es importante ofrecerlo debido a que nacen con una naturaleza caída y manchada por el pecado original. Ellos también necesitan experimentar un nuevo nacimiento a través del bautismo para ser liberados y trasladados al reino de la libertad como hijos de Dios, a lo cual todos los seres humanos están llamados. El bautismo de los niños representa una manifestación puramente gratificante de la gracia de la salvación. Por lo tanto, la práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición arraigada en la historia de la Iglesia y ha perdurado a lo largo del tiempo. Del mismo modo, un aspecto esencial recae en la persona encargada de llevar a cabo este sacramento. Si bien es cierto que los ministros ordinarios del Bautismo son el obispo, el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono, las personas no bautizadas pueden realizarlo en casos de necesidad, siempre y cuando tengan la intención requerida y utilicen la fórmula bautismal trinitaria. Asimismo, es necesario estar bautizados para alcanzar la salvación. El Señor encomendó a sus discípulos la tarea de proclamar el Evangelio y bautizar a todas las naciones. La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para garantizar la entrada a la felicidad eterna. Por lo tanto, está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer que todos aquellos que puedan ser bautizados sean "renacidos del agua y del Espíritu". Al recibir el bautismo, no solo somos purificados de todos nuestros pecados, sino que también nos convertimos en "nuevas criaturas", en hijos adoptivos de Dios que han participado de la naturaleza divina. El sacramento del Bautismo establece la base de la comunión entre todos los seguidores de Cristo, incluso aquellos que aún no están plenamente unidos a la Iglesia católica. Aquellos que creen en Cristo y han recibido válidamente el Bautismo se encuentran en una comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia católica. Al ser justificados por la fe en el Bautismo, son incorporados a Cristo. Por lo tanto, tienen el pleno derecho de ser reconocidos como cristianos y son legítimamente considerados por los miembros de la Iglesia católica como hermanos del Señor. En consecuencia, el Bautismo establece un vínculo sacramental de unidad, presente entre todos aquellos que han sido regenerados a través de él. El sacramento del Bautismo nos convierte en miembros del Cuerpo de Cristo. Al ser bautizados, nos convertimos en parte de una comunidad donde todos estamos interconectados. El Bautismo nos incorpora a la Iglesia, y de las fuentes bautismales emerge un único pueblo de Dios en la Nueva Alianza. Este pueblo trasciende cualquier límite natural o humano impuesto por naciones, culturas, razas o géneros. Todos aquellos que hemos sido bautizados, sin importar nuestras diferencias, nos unimos en un solo Espíritu. Somos un cuerpo unificado en la fe, en el que cada uno tiene su lugar y contribuye a la comunidad en armonía. Aquellos que han sido bautizados se convierten en "piedras vivas" que contribuyen a la construcción de un edificio espiritual, formando parte de un sacerdocio santo. A través del Bautismo, participan en el sacerdocio de Cristo y comparten su misión profética y real. Son considerados un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido, con el propósito de proclamar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su maravillosa luz. El Bautismo también los integra en el sacerdocio común de los fieles. Una vez que se convierten en miembros de la Iglesia, los bautizados ya no se pertenecen a sí mismos, sino a aquel que murió y resucitó por ellos. Por lo tanto, están llamados a someterse a los demás, a servir en la comunidad de la Iglesia y a ser "obedientes y dóciles" a los líderes eclesiásticos, considerándolos con respeto y afecto. Así como el Bautismo implica responsabilidades y deberes, los bautizados también tienen derechos dentro de la Iglesia: recibir los sacramentos, ser nutridos por la palabra de Dios y recibir el apoyo espiritual de la comunidad. Aquellos que han renacido por el Bautismo como hijos de Dios están llamados a profesar públicamente la fe que han recibido de Dios a través de la Iglesia y a participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios. El Bautismo establece el cimiento de la unión entre todos los seguidores de Cristo, incluso aquellos que aún no están en plena comunión con la Iglesia católica. Aquellos que creen en Cristo y han recibido válidamente el Bautismo comparten una cierta comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia católica. Al ser justificados por la fe en el Bautismo, se han incorporado a Cristo. Por lo tanto, tienen pleno derecho de ser reconocidos como cristianos y son legítimamente considerados por los miembros de la Iglesia católica como hermanos del Señor. En consecuencia, el Bautismo establece un vínculo sacramental de unidad que se mantiene entre aquellos que han sido regenerados a través de él. Cuando se realiza el bautizo, se pueden apreciar distintos elementos como el agua que es un elemento central del bautismo, ya sea mediante la aspersión, simbolizando la purificación, luego tenemos al ministro del sacramento, es decir un sacerdote, diácono o ministro autorizado, responsable de administrar el bautismo y realizar los ritos sagrados asociados con él, también están los padres que son fundamentales y los padrinos ellos son seleccionados para brindar apoyo espiritual y guía. Asimismo, está la vela, que en muchos casos se enciende una en el proceso, simbolizando la luz de Cristo y la incorporación a la comunidad cristiana, por último, las personas que están presentes en el bautismo tienen un papel vital para mostrar su apoyo y compromiso. En conjunto, estos elementos y funciones se combinan para crear un significativo sacramento de iniciación cristiana.