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Maldades Vidal Culturas 2006 N3

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VIDAL, Teodoro. “Maldades de las brujas puertorriqueñas”.

Culturas
Populares. Revista Electrónica 3 (septiembre-diciembre 2006), 16 pp.
http://www.culturaspopulares.org/textos3/articulos/vidal.pdf
ISSN: 1886-5623

MALDADES DE LAS BRUJAS PUERTORRIQUEÑAS

TEODORO VIDAL

Resumen
Este artículo describe algunas de las creencias que existen en la tradición folclórica de Puerto
Rico acerca de las brujas. Sobre todo, acerca de sus actividades destructoras y maléficas en
relación con los seres humanos, y sobre sus potencias mágicas.
Palabras clave: brujería, magia, hechicería, superstición, Puerto Rico, seres sobrenaturales.

Abstract
This paper describes some of the beliefs about witches that exsist in the folk tradition of Puerto
Rico, focusing specially in their destructive and harmful actions against humans, and in their
magical powers.
Key words: witchcraft, magic, Puerto Rico, supernatural beings.

P
ocas tradiciones populares de los países americanos poseen el interés y
significación que encierran las curiosas actuaciones que el pueblo
puertorriqueño atribuye a las brujas en el curso de sus vuelos nocturnos.
Además del encanto de su sabor criollo y de su antiquísima raigambre, las indicadas
actuaciones contribuyen a trazar un perfil de esta hechicera caribeña, y resultan de
indudable utilidad para el conocimiento y el estudio de la cultura popular del País.
Durante unos viajes de investigación folclórica que efectuara a lo largo de la
ruralía borinqueña en el verano de 1968, me percaté de las abundantes creencias que
pervivían en torno a las brujas. A fin de recoger tan valiosos elementos de nuestro
patrimonio cultural, emprendí ese mismo año nuevas excursiones que continué hasta ya
entrado el 1974.1 Nuevamente en 2003, realicé varias encuestas adicionales para ampliar

1
Teodoro Vidal, Tradiciones en la brujería puertorriqueña, San Juan, P.R., Ediciones Alba, 1989.
y concretar un aspecto particular de este rico acervo de tradiciones: las travesuras y
maldades de las brujas. De ellas trato a continuación.2
La característica de las brujas que atrae más la atención es su poder de elevarse
por el aire cual pájaros gigantescos y llegar en poco tiempo al lugar que deseen. De la
velocidad extraordinaria con que se mueven de un sitio a otro estas seguidoras del
Diablo, nos habla una cancioncilla que, según me indicaron los entrevistados del barrio
rural de Jobos, Isabela, suelen entonar a coro al pasar sobre las casas:

De la Isla somos,
de Madrid venimos,
no hace ni una hora
que de allí salimos.3

El aspecto de tales mujeres durante sus vuelos, me aseguraron también los


informantes, es extraño y desaliñado. Van desnudas del todo, con el pelo suelto y en
sumo desorden y a horcajadas sobre una escoba como si montaran un caballo a galope.
La escoba que les sirve de vehículo es de yagua de palma o de mata de escoba que son las
más baratas y tienen el tronco torcido ya que las brujas siempre prefieren lo torcido a lo
recto.
Pero según ocurre a veces cuando se trata de tradiciones populares, varían las
creencias acerca de la forma de volar de estas extrañas criaturas. Así, en la región oeste
de la Isla me aseguraron que la bruja lleva una enagua “bien tostá”, es decir almidonada
en extremo. El propósito de usarla -aclararon los campesinos entrevistados- es que el
viento, al darle, ayude a impulsar a la hechicera “como a un bote de vela”.4 Por otro lado,
en la ruralía de Guayama, al sureste de la Isla, afirmaron que las brujas se mueven por el
espacio haciendo uso de dos pencas de palma, una debajo de cada brazo, que
constantemente agitan como las alas de un enorme pájaro. Cuando pasan – me dijeron
muy convencidos los informantes- “se oye un aleteo como el de un guaraguao volando

2
En el presente trabajo, cuando obtuve el dato en más de cinco municipios lo considero de carácter general
y prescindo de anotar el nombre del informante y de la localidad en que lo recogí.
3
Justina López Ríos, de 78 años, y Josefina Ortiz Rivera, de 67 años, ambas del barrio rural de Jobos,
Isabela.
4
Gladys González Lugo, de 69 años, del barrio de Corcovada, Añasco, y José Luis González de Jesús, de
81 años, del barrio de Cerro Gordo, Moca, y Elpidio Nieves, de 70 años, también del barrio de Cerro
Gordo.
2
bajito”.5 En cambio, en la región de Loíza y Río Grande, al noreste de la Isla, me enteré
de una tradición que dice que acostumbran volar con el auxilio de sus largos y aplastados
pechos que emplean, al igual que en el caso de las pencas de palma, a modo de alas.6
Aunque pueden realizar los vuelos en cualquier momento de la semana, las brujas
prefieren los martes y los viernes, días en que aumentan sus facultades maléficas. La
hora de salida es siempre la misteriosa medianoche. Al irse la bruja a dar una volada,
como nuestros jíbaros suelen llamar a esos viajes, lo que se va – afirman algunos - es la
carne, quedando el cuero inerte en la cama o hamaca en que duerme; aunque a veces lo
dejan colgado de un guayabo (Psidium guajava L.), arbusto que tiene el tronco torcido.
Otros dicen que lo que se marcha es sólo el espíritu y así permanece el cuerpo en el lecho
sin movimiento alguno y boca arriba. De cualquier modo, para poder desprenderse bien
del cuerpo o del pellejo es preciso que la bruja se aplique en los sobacos y detrás de las
orejas un ungüento mágico que posee. Los componentes de dicha untura son un secreto
que estas mujeres no le revelan absolutamente a nadie. Sin embargo, en Peñuelas me
refirieron que lo que acostumbran usar son unos polvos negros apestosísimos que se
aplican profusamente en el ombligo, las sentaderas y las coyunturas.7
Tan pronto está libre del cuerpo o del pellejo, la bruja se para en el alféizar de una
ventana, lista a emprender su viaje por el espacio. Pero no le basta, para poder volar,
haberse desprendido de la materia. Debe pronunciar unas palabras de poder mágico que
la hacen elevarse por los aires con suma rapidez. Como estas mujeres reniegan de Dios y
la Virgen las palabras que dicen, son: “¡Sin Dios ni Santa María, volar quería!” y al
punto alzan vuelo. En cambio, algunas personas de la jurisdicción de Carolina me
aseguraron que en ese momento profieren varios chillidos y gritan: “¡Sin Dios y sin la
Virgen, a volar, puta!”. De seguida se dan fuertes nalgadas para coger impulso y elevarse
al instante.8
Se dedican las brujas en tales viajes a hacer travesuras y maldades que algunas
veces pueden ser ingeniosas y divertidas, pero otras veces causan graves daños y
aterrorizan al vecindario. Blanco frecuente de estas acciones son las personas con
5
Carmen Rivera, de 61 años, y Eulalia Gómez de Hernández, ambas del barrio de Pozo Hondo, Guayama.
6
Manuel Peñalosa, de unos 80 años, del barrio Las Cuevas y Catalina L. Ríos de 62 años, del barrio de
Medianía Alta, Loíza.
7
Carlos Borrero, de 71 años, y Luisa M. Arroyo, de unos 80 años, del barrio de Santo Domingo, Peñuelas.
8
Josefina Rosario Peña, de 67 años, y Luis Rafael Gómez, ambos del barrio de Barrazas, Carolina.
3
quienes no simpatizan y a las que se complacen en atormentar con ahinco. También se
dice que persiguen sin cesar a los hombres de quienes se enamoran, y que
particularmente disfrutan de hacer daño a los que se llaman Juan o Manuel porque, según
aseguran también, las Profesías narran que los padres del Niño Jesús tenían en mente
ponerle el nombre de Juan Manuel.
Entre las maldades que estas mujeres prefieren hacer durante sus correrías,
figuran: desarropar a los que se encuentran dormidos, esconderles la ropa que van a
ponerse y atar los cordones de sus zapatos con fuertes nudos. Hay personas que cuentan
que se han acostado a dormir en la cama y al amanecer se han encontrado fuera de la casa
sentadas sobre una yagua. A los hombres que fuman pipa se la quitan de repente y la
esconden bajo la enagua que algunas veces llevan. A las lavanderas les ensucian la ropa
recién lavada y a las cocineras les derraman los calderos y las ollas. Con asombrosa
facilidad pueden hacer, asimismo, que los vecinos que odian queden hechizados y
poseídos por el Demonio.
Si las jóvenes no andan con cautela, las brujas se les acercan sigilosamente y, sin
que se den cuenta, les descomponen el peinado, dejándoles el cabello tan enredado o
lleno de melcocha que luego les resulta casi imposible su arreglo. Con la crin y el rabo
de las bestias frecuentemente hacen lo mismo. También les divierte sobremanera
montarse en la grupa de los caballos y tratar, por todos los medios posibles, de
espantarlos. Si entran en los dormitorios, abren los roperos para espolvorear las enaguas
y los calzoncillos con pica- pica y si encuentran una caja de bombones de chocolate
suelen mezclarlos con excremento seco de cabro. Se oye contar, además, de personas que
a medianoche han despertado sobresaltadas al encenderse luces en la cocina de la casa y
oír el ruido de gente moliendo y tostando café. Al ir a ver lo que ocurría, sin embargo,
han encontrado la cocina oscura y silenciosa.
Sienten gran placer las brujas – afirmaron de igual manera los informantes - en
atormentar a las personas muy devotas con la recitación de poemas obscenos y el canto
de diversas coplas blasfematorias que repiten con gran alborozo al volar sobre las casas.
La siguiente es una de las más conocidas:

Jesucristo se cayó
por una escalera abajo,

4
y la Virgen dijo: “¡Carajo,
ya ese diablo se mató!”

Otro de los pasatiempos favoritos de estas endiabladas mujeres es enredar, o sea,


desconcertar a los hombres que van de camino, especialmente cuando se enamoran de
ellos. Algunas veces, para confundir y mortificar al individuo, dan repetidas vueltas a su
alrededor, riéndose a carcajadas y diciendo a sus espaldas: “Por acá, por acá, cuá-cuá-
cuá.” Cuando el hombre se vuelve, la burlona voz dice lo mismo desde el lado opuesto.
En ocasiones colocan sorpresivamente a su paso mayas, zarzas y otra vegetación tupida
que le obliga a detenerse, haciéndole perder el rumbo. Cuentan que en tales
circunstancias no pocos campesinos han estado dando vueltas muy turbados de ánimo
hasta el amanecer, hora en que se disipa el embrujo.
Una antigua vecina de Toa Baja me informó como cosa verídica, ocurrida en la
localidad años atrás, que las brujas confundieron a un tío suyo en el propio jardín de su
casa cuando salía a visitar a un compadre, aturdiéndolo de tal modo que se le caía el
machete y no lo hallaba. Mas al poco rato, cuando el hombre logró serenarse, se puso
una pieza de ropa al revés – remedio conocidísimo contra las maniobras de estas mujeres
– y así se libró del encantamiento y pudo reemprender su camino y llegar sin dificultad a
la casa de su compadre.9
Deleita igualmente a las brujas transformarse a voluntad, ante los ojos
estupefactos de la gente, en personas, animales u objetos. Se dice que uno de los
procedimientos que siguen para efectuar el extraordinario truco es dejarse ver de un
hombre, a cierta distancia, en forma de una bella joven que le sonríe y llama. Cuando el
sujeto se acerca interesado, la bribona repentinamente se convierte en una cucaracha, un
guabá, una calavera, un enjambre de avispas, un montón de estiércol u otras cosas aún
más desagradables.
Al referirse a esta facultad de las brujas, el anciano santero del pueblo de Lares,
Carmelo Soto, me informó que en esa región se cuenta que una noche salió un hombre a
pescar en el río y sólo pudo sacar del agua una buruquena. Cuando regresó a su casa,
colgó el cangrejo de uno de los hicos de su hamaca. Pero grande fue su sorpresa al notar,

9
Carmen Andino, de unos 60 años, de Toa Baja.
5
poco después, que lo que colgaba del hico era una vieja horripilante que, entre risa y risa,
le guiñaba un ojo.
A las brujas les encanta igualmente, transformarse en niños para sorprender y
asustar a la gente. Ofrezco, por vía de ejemplo, el relato que escuché en boca de Castor
Ayala, antiguo fabricante de caretas de Loíza. Me indicó Ayala que el suceso le ocurrió a
un joven pariente suyo, en la tercera década del siglo 20. Al regresar a caballo de visitar
a su novia un viernes por la noche, divisó en unos matorrales, cerca del puente de San
Luis, entre Loíza y Río Grande, a un hermoso niñito que lloraba desconsoladamente.
Conmovido al ver a la criaturita tan desamparada y triste, el muchacho detuvo el caballo
y la recogió. Cuando iban atravesando un palmar después de haber recorrido varias
leguas, empezó el pequeño a reir a carcajadas y decir repetidamente: “Tata, mia mis
dientes. Tatá, mia mis dientes.” Para su asombro, el joven vio que de la boca del niño
salían dos enormes colmillos blancos y que el rostro se le había arrugado mucho como el
de una mujer muy vieja. Al darse cuenta del terrible engaño, el muchacho le gritó a la
bruja: “¡Zafa de aquí, sinvergüenza!” y con todas sus fuerzas la arrojó al suelo. Pero en
lugar de oír el sonido de su cuerpo al caer, lo que escuchó fue un aleteo entre las palmas y
el reír burlón de una mujer que se alejaba.10
Una de las diabluras que las brujas cometen más a menudo, siempre con el fin de
causar desasosiego a sus vecinos, está evacuar profusamente en la inmediaciones de las
casas, sobre todo si le tienen aversión al dueño. Por la mañana, cerca de las viviendas,
suele encontrarse una sustancia esponjosa y amarillenta que la gente dice que es el
excremento de estas mujeres, pero que, en realidad, se trata del plasmodio de un hongo
tropical del grupo de los mixomicetas, común en el País. La creencia de que las brujas
evacuan esta sustancia – muy difundida en toda la Isla – ha contribuido en gran medida a
arraigar entre la gente supersticiosa la convicción de que ellas existen. Dicen muchas
personas crédulas que, a pesar de nunca haber visto a una bruja, han encontrado con
frecuencia su excreta, lo que para ellas constituye prueba irrefutable de su existencia. No
hay que decir que el hallazgo de este plasmodio en el patio de una casa hace pensar
inmediatamente que ha pasado por allí una de estas mujeres haciendo alarde de su
desvergüenza.

10
Castor Ayala, de unos 70 años, del barrio de Medianía Alta, Loíza.
6
Es oportuno señalar que, de acuerdo con la creencia común, para producir esta
excreta amarilla, las brujas comen grandes cantidades de calabaza y mangó. Dicen que
no es juicioso tocar la sustancia porque, de hacerlo, la bruja regresa a causarle daño al
que la tocó. Conviene, por lo tanto, destruirla cuanto antes y la mejor manera de
efectuarlo es quemándola. Antes de pegarle fuego, muchas personas esparcen sobre ella
basura u hojas de plátano secas. Cuando se extinguen las llamas ponen en el mismo lugar
una cruz de ruda o dan unos golpes en derredor con ramas de dicha planta, medida que se
considera muy efectiva contra las cosas diabólicas. Hay quienes prefieren echar en el
sitio ceniza y orines, pero otros riegan granos de pimienta pues creen que si la bruja
vuelve al mismo lugar y nuevamente hace la mala acción, le picará muchísimo el trasero
y no le quedarán ganas de regresar. En Luquillo algunos vecinos de mucha edad
acostumbraban espolvorear sobre el terreno ceniza caliente del fogón, mientras repetían:
“¡Coge, pa’ que se te queme el culo!11
Otras de las artimañas que según cuenta la tradición, practican a menudo las
brujas es apoderarse del dinero que hallan en el vecindario. Pero nunca se llevan grandes
sumas por no permitírselo su pacto secreto con el Diablo. En San Germán nos han
asegurado que lo que les agrada más es apropiarse de “chavos prietos, pero el dinero
blanco (monedas de plata) jamás lo cogen”.12 Varios vecinos de Utuado me informaron
que, en los tiempos de España, se decía que las hechiceras nunca podían adueñarse de
monedas por valor de más de un real y que siempre se las ponían debajo de la lengua, el
único sitio donde les estaba permitido llevarlas. Si trataban de coger más de dicha
cantidad, las monedas se les salían por los agujeros que tienen en las manos.13
Una de las diabluras que complacen más a estas mujeres es, aprovechando un
descuido materno, raptar niños pequeños para jugar con ellos como si fuesen pelotas.
Recuerdo haberles oído afirmar (1976) a unos antiguos vecinos del barrio de Mata de
Plátanos en Luquillo, que años atrás dos brujas, amparándose en la oscuridad de la noche,
atraparon al hijo menor de un vecino, que estaba en el batey jugando solo, y se fueron
volando con él, escondido en la ancha y acampanada enagua que llevaba una de ellas. Al
11
Carlos Rivera Bonano, de 78 años, del barrio de Mata de Plátano, Luquillo.
12
Anastasio Rivera Nazario, de 69 años, y Patria Ramírez Quiñones, de 84 años, del barrio de Rosario Alto,
San Germán.
13
Francisco Colón de 53 años, Carmen Ortiz Ayala, de 49 años, y Jorge Ortiz Ayala, de 51 años, los tres
del pueblo de Utuado.
7
llegar a un bosque, cada una se situó en la copa de un árbol de mangó y pasaron largo
rato arrojándose el pequeño mientras gritaban en medio de gran alborozo: “¡Tíremelo,
comadre, tíremelo, comadre!” En Moca un vecino me indicó que entre la gente vieja del
lugar se cree que uno de los peligros que las criaturas corren, en tales casos, es que las
brujas las besen, porque los besos de estas mujeres hacen que los niños jamás engruesen
y se pongan muy jinchos.14
Aunque a menudo se oye decir que las brujas raptan a los niños para divertirse un
rato con ellos y al poco tiempo los devuelven, no siempre ocurre así. Puede ilustrarse
esto mediante una narración que recogí de labios de un tabaquero de las montañas de
Comerío, que me dijo que el percance le sucedió en la infancia a una prima de su abuelo.
Un martes, al atardecer, la madre de la niña salió con ella en busca de leña para cocinar.
Al llegar a la cima de una loma, la mujer le pidió a la criatura que la esperara allí en lo
que iba a cortar unas ramas a un monte cercano. No estuvo sola la nena mucho tiempo
cuando junto a ella apareció una bruja en la figura de su madre y le dijo: “Vente, mi jija,
vámonos, vámonos.” La muchachita no se dio cuenta del ardid y la siguió. Tres días
tuvo la bruja prisionera a la niña en la maleza en que vivía dándole ocasionalmente de
comer, pero siempre alimentos preparados sin sal. Al cabo de los tres días, o sea, el
viernes por la noche, dejó la bruja a la niña cerca de la casa de sus padres, no sin antes
darle un mordisco en un brazo, cuya cicatriz, años después, solía la mujer mostrarle a sus
parientes y amigos al hablarles del extraño suceso.15
Ante la supuesta amenaza que constituyen las brujas para la seguridad de los
niños, en la ruralía antiguamente se aconsejaba que sus mayores no los dejaran solos por
largo tiempo, sobre todo fuera de la casa. Una costurera de Río Piedras recuerda que,
cuando era niña, sus padres siempre estaban pendientes de que no permaneciera sin
compañía en el patio de la casa por creer que con frecuencia pasaban volando unas viejas
brujas que usaban, a modo de alas, grandes pencas de palma debajo de los brazos.
Cuando la niñita quedaba sola en el patio, su madre la llamaba entonando este cantar:

Sube pa’ arriba, mi nena,


que las brujas no te salgan;

14
Justiniano Romero, de 86 años, Moca.
15
Casimiro Morales Matos, de 71 años, del barrio de Palomas, Comerío.
8
si te llevan en sus alas
¡sabe Dios donde te guardan!

Las brujas tienen un nido,


¡sabe Dios dónde estará!
si está posado en un árbol
o cerca de la quebrá.16

La bruja enamorada –dice la gente– actúa con fuerzas intensificadas. Enloquecida


por el amor, noche tras noche voltea, incansable, la casa del hombre que ama y desea
seducir, buscando por todos los medios la oportunidad de atraerlo e incitarlo. Si el sujeto
da señales de disgusto, la bruja se enfurece y su amor se trueca en odio, procurando
entonces vengarse del agravio. Una de las maneras preferidas de hacerlo es acercársele
sorpresivamente para darle una enorme golpiza. Si logra su propósito, al día siguiente
amanece el desdichado hombre muy adolorido y lleno de verdugones y tiene que
permanecer en cama largo tiempo restableciéndose.
Otro modo de tomar satisfacción del agravio se hace evidente en un cuento que
hizo (1969) una anciana natural de Coamo. El protagonista – dijo la señora - era un
amigo de su padre, violinista de profesión, y el encuentro de éste con la bruja ocurrió a
fines del siglo diecinueve, poco después del violinista haber contraído matrimonio. Al ir
de regreso a su hogar tarde una noche vio el joven que, sentada en el balcón de una casa,
se hallaba una hermosa mujer de grandes ojos negros que le sonreía con dulzura. Fingió
el hombre no verla, mas, al pasar frente al balcón, oyó que ella le decía: “¡Ni siquiera me
miraste! Mañana veremos…”
La noche siguiente, mientras practicaba el violín en la sala de su casa, el artista
sintió ruido y alboroto y, al volverse, vio asombrado que en medio de la habitación se
encontraba una gran cantidad de utensilios de cocina. Cuanto puchero, hataca y caldero
había en la casa estaban reunidos allí y, como animados por una vida sobrenatural,
bailaban desenfrenadamente al compás de las piezas musicales que él ejecutaba. Si
dejaba de tocar el violín, cesaba el baile, pero tan pronto volvía a interpretar una pieza,
los utensilios reanudaban su estrepitosa danza, haciéndole imposible que continuara
practicando y causándole un desasosiego atroz. ¡Era la venganza de la bruja!17

16
Pitita R. Muñoz, de 56 años, Río Piedras.
17
Justina Mateo Martín, de 90 años, Coamo.
9
Las creencias populares sobre las malas actuaciones de la bruja enamorada
quedan también ilustradas en la historia que recogí de boca de un pescador de 84 años,
natural del barrio campestre de Pitahaya, en las costas de Luquillo, llamado Francisco
Torres Rodríguez. Nos refirió don Fran, que cuando tenía alrededor de diecisiete años
era pretendiente de una joven del lugar, de nombre Rosarito, a quien no le gustaba que él
asistiera a las jaranas que a menudo celebraban en la vecindad porque a ellas iban varias
muchachas “que siempre me andaban detrás”. Pero él era muy jaranero y picaflor e
invariablemente lograba escaparse y llegar a las fiestas.
Una noche que el joven se dirigía a uno de esos bailes, al pasar por un lugar
solitario, de repente se encontró “trancao en medio de un zarzal” que le impidió seguir
adelante. “!Por dondequiera que volteaba” – exclamó el entrevistado – “eran zarzas y
más zarzas!” y aprisionado en ellas permaneció hasta el amanecer cuando se
desvanecieron con la luz del sol. Entonces pudo llegar a la casa de la fiesta, pero ésta
había terminado y los últimos invitados estaban despidiéndose.
A los pocos días de este suceso, se dispuso Francisco a asistir a un asalto en el
barrio de Sabana. Cuando iba subiendo una jalda cerca de la casa donde se celebraba el
baile, la noche oscureció intensamente, y la música, que ya empezaba a oírse cerca, pasó
a otra vivienda más arriba. No bien se acercó a la morada, le pareció que la música y el
bullicio procedían de otra más allá. Así continuó sucediéndole hasta rayar el alba,
cuando llegó a una casa donde estaban preparando las bestias para ir al mercado y en la
que no habían celebrado fiesta alguna.
Varias semanas después, nuevamente invitaron a Francisco a una jarana, y cuando
se dirigía a la misma, al pasar por una vega cerca del río Sabana, otra vez se encontró
rodeado por un tupido zarzal. A lado y lado había grandes zarzas que no le permitían el
paso. Transcurrido un rato, se acordó el joven de que una bruja que era amiga suya le
había dicho que en tales casos uno debe ponerse la camisa al revés. Así lo hizo enseguida
y, gracias a ello, pudo seguir su camino y llegar a la fiesta en la que estuvo bailando y
divirtiéndose hasta el amanecer.
Al salir de la fiesta, Francisco fue a casa de Rosarito que lo recibió muy contenta
y le sirvió café y un desayuno suculento. Mas, inesperadamente, la chica se echó a reír y

10
por las cosas que dijo en la conversación, Francisco se dio cuenta de que sabía todo lo
que le había ocurrido camino a las fiestas. Acto seguido, el joven se marchó convencido
de que, por ser bruja, Rosarito estaba enterada de todo y que, devorada por los celos, se
había dedicado a hacerle las maldades que lo habían atormentado tanto.
De la manera ingeniosa con que una bruja enamorada se vengó de su rival en
amores, trata uno de los cuentos más conocidos del rico repertorio borinqueño. Procede
de la zona de Loíza y Río Grande. A continuación ofrezco la versión que he escuchado
con mayor frecuencia.
Una vez había dos brujas que llevaban mucha amistad y, aunque no lo eran, se llamaban
entre sí “comadre”, como es la costumbre entre las mujeres de esta especie. A pesar de ser
tan amigas, una llevaba amores secretos con el marido de la otra y de noche se iba
frecuentemente a pasear con él por una isla conocida con el nombre de la Isla del Diablo.
Para llegar a la isla, la pareja tomaba una misteriosa yola que zarpaba con sólo
indicarle cuántos pasajeros irían a bordo. Si iban dos se decía: “Boga por uno, boga por
dos”, y la embarcación levantaba anclas y se dirigía a la isla. Antes de partir en estos
viajes con su amante, la bruja infiel acostumbraba quitarse el cuero y, en lugar de dejarlo
sobre la cama, para mayor seguridad lo dejaba enganchado en un guayabo amigo suyo que
crecía cerca de la orilla del mar, diciéndole al arbusto: “Guayabo, cuídame eso, que te
pago bien.”
Cuando la bruja engañada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo entre su
marido y su amiga decidió seguirlos, y una noche se escondió en la proa de la embarcación
mágica. Al poco rato llegaron los amantes y se dispusieron a partir, pero cuando él le dijo a
la yola: “Boga por uno, boga por dos”, ésta no se movió. Pensando que su corteja estaba
encinta, el hombre le dijo: “Boga por uno, boga por dos, boga por tres”, y la yola entonces
zarpó y llegaron a la isla.
Tan pronto los amantes se internaron en la isla y desaparecieron de vista, la bruja que
estaba escondida en la yola dijo: “Boga por uno” y la embarcación regresó al lugar de
partida. No bien llegó a su casa buscó un pilón de moler especies y en él preparó un adobo
con mucho ají, pica-pica, pimienta y cuanto otro ingrediente picante pudo hallar. Con el
adobo untó profusamente el cuero que su comadre había dejado en el guayabo cerca de la
orilla del mar. Cuando regresó ésta y trató de meterse nuevamente en su cuero, el picor
que sintió fue atroz. Entonces, rascándose y brincando sin cesar, se dirigió al guayabo y
desesperada le cantó de este modo:

Guayabo, guayabo
jui pindón,
este no es mi cuero,
jui pindón,
este cuero pica,
jui pindón,
tiene pica-pica,
jui pindón,
guayabo, guayabo,
jui pindón,
búscame mi cuero,
jui pindón,
11
pica, pica, pica,
jui pindón,
que tiene pimienta,
jui pindón,
pica y mortifica,
jui pindón.

¡Y se moría pidiéndole su cuero al guayabo! La otra bruja, que la estaba observando


desde unos matorrales, salió de su escondite y furiosa le gritó: “¿Conque ese no es tu
cuero, eh? Pues ahora ¡toma tu cuero!” y le cayó a palos.
Uno de los entretenimientos preferidos por esta clase de mujeres – también dice la
tradición – consiste en “averiguar cosas de la vida ajena”. Por bien cerrada que esté una
casa, entran por las rendijas y los agujeros más diminutos, reduciendo asombrosamente su
cuerpo. En la barriada San Antón, en la ciudad de Ponce, se cuenta que una bruja, cuando
le tomaba aversión a algún matrimonio, penetraba en la morada deslizándose por debajo de
la puerta y se complacía en hacer que los esposos garatearan con furia; mas, si luego les
caían en gracia, con pasmosa facilidad los unía de nuevo. A los vecinos con quienes tenía
disgustos, también se le metía en la casa para enterarse de sus intimidades, evacuando
mucho, antes de irse, en el umbral de la puerta o en medio del patio. Si pensaba que uno de
ellos constituía un estorbo, de inmediato lo hechizaba y hacía que recogiera sus
pertenencias y se mudara.18

Con sólo sentársele sobre el vientre a un hombre durante varios minutos – se cree
en los campos de la región suroeste – puede la bruja convertirlo en un tísico.19 En
Orocovis la gente vieja me habló con frecuencia de un vecino a quien se le introdujo
sigilosamente en la cama una bruja y pasó la noche junto a él. Al siguiente día el pobre
hombre amaneció “bien jincho, casi entregao y no duró ni quince días”.20
Entre los habitantes de la región noreste de la Isla, es muy conocido un cuento que
nos habla nuevamente de las malas acciones de las siervas de Lucifer. He aquí una
versión recogida en los campos de Loíza:

Una vez había un muchacho que tenía tres perros que llamaba “Cajita, Cajón, Cajonero, mis
tres perros buenos”. En una ocasión en que salió de viaje, el muchacho le dijo a su hermana:
- Mira, cuando tú veas que los perros estén estrechando las cadenas, es que a mí me
pasa algo malo. Suéltalos enseguida para que vayan a defenderme, que ellos siempre saben
donde estoy.
Durante el viaje el muchacho conoció a una mujer joven y bonita y se enamoró de
ella. Una tarde salieron a dar un paseo y, al pasar bajo un árbol de mangó, la mujer se detuvo
y dijo:

18
Julio Ortiz, de unos 70 años, y Luisa L. Hernández, de la barriada de San Antón, Ponce.
19
Pilar de Jesús, de 59 años, del barrio de Sabana Eneas, San Germán. Leocadia Ponce de 63 años, del
barrio de Caín Alto, San Germán, y otros del mismo barrio.
20
Eliseo Sánchez, de 69 años, del barrio de Botijas, Orocovis, y Carmen Rivera, de 58 años, también del
barrio Botijas.
12
-¡Ay, pero qué frutas más lindas! ¡Si yo consiguiera por lo menos una!
-¿Tú las quieres?, le preguntó el joven.
La mujer dijo que sí y el muchacho enseguida se subió al árbol indicándole que se las
tiraría. No bien se trepó, ella se acostó boca arriba en el suelo, procurando que cuando él
lanzara los mangós le cayeran sobre el vientre. Tan pronto uno de éstos cayó, reventó el
vientre de la mujer y salieron de su interior muchos diablitos armados con hachas, serruchos y
machetes para tumbar el árbol, atrapar al muchacho, beberle la sangre y comérselo vivo.
Mientras tanto, las cadenas de los perros se estiraban, pero la hermana del muchacho,
muy ocupada en sus quehaceres domésticos, no se daba cuenta de lo que ocurría. Pero el
muchacho, extrañado de que los perros no llegaban, subió a lo más alto del árbol y, en
dirección a su casa, empezó a cantar:

Cajita, Cajón, Cajonero,


aquí mis tres perros buenos,
mi sangre no beberán,
mi carne no comerán,
Cajita, Cajón, Cajonero,
aquí mis tres perros buenos.

El árbol, a punto de caerse, se movía de lado a lado, pero el joven, mientras más se
tambaleaba el árbol, más cantaba. Al fin, las cadenas de los perros se reventaron y éstos
salieron corriendo hacia el sitio en que se encontraba su dueño. Cuando llegaron, ya los
diablitos habían tumbado el árbol, y el pobre muchacho, para salvarse brincaba de rama en
rama, siempre seguido muy de cerca por los diablos. Entonces, Cajita atrapó a la bruja, la
revolcó en el suelo y la trituró, y Cajón y Cajonero les cayeron encima a los diablos y se los
comieron vivos en un santiamén. 21

A las plantas las brujas pueden hacerles igualmente muchísimo daño. En los
campos de Carolina, por ejemplo, recogí la tradición de que si una de estas mujeres
evacua tres veces junto a un árbol, éste se marchita o se muere.22 Y en las montañas del

21
Versión de Primitiva Cruz Torres, de 87 años, Loíza Aldea.
22
María Luisa Reyes Pagán, de 71 años, de Carolina.
13
interior se cree que si una bruja pasa la noche sentada en un árbol, o si vuela mucho sobre
una siembra, ocurre lo mismo.23
Hasta el propio Satanás – también aseguran - suele ser víctima de las torturas
brujeriles. En efecto, cuando se le extravía un objeto a una bruja una de sus compinches
le aconseja: “Amárrale los güebos al Diablo”. La bruja obtiene enseguida una soga y le
hace dos nudos contiguos que representan los testículos de Lucifer. Hecho esto, procede
a halar y apretar despiadadamente los nudos hasta que Satanás, desesperado, suelta el
objeto que tenía escondido.24
A veces las brujas cometen sus fechorías en grupo. En el barrio de Jaguas,
Peñuelas, se cuenta que hace muchos años como resultado de una confabulación de las
brujas que rondaban el lugar, en toda el área cayeron unas lluvias muy fuertes que
hicieron grandes daños a las cosechas.25 Otro ejemplo típico de la confabulación brujeril
para provocar desastres de la naturaleza, nos lo brindaron unas ancianas de Yauco
quienes recordaban que, siendo ellas pequeñas, los habitantes del pueblo afirmaban que
allí había un grupo de hechiceras que, a su antojo, causaban las crecientes de los ríos.26
Por otra parte, algunos ancianos de la ciudad de San Juan aseguran que en el
pasado fueron muchas las embarcaciones que al tratar de entrar en el puerto, se
encallaron en La Boca del Morro por culpa de una manada de brujas retozonas.

23
Mariano Rodríguez, de 65 años, del barrio de Saltillo, Adjuntas, y Josefina Santiago Sánchez, de 74 años,
del barrio Jayuya Abajo, de Jayuya.
24
La creencia de que atándole los huevos al diablo se recuperan prontamente los objetos perdidos, no se
limita al ámbito de las brujas. Existía, y aún existe, tal creencia entre muchas personas de todos los niveles
sociales y económicos del País. Sin duda nos vino de España, donde evidentemente gozaba de arraigo y
difusión, según se desprende del artículo del doctor José Manuel Pedrosa titulado “Ritos para atraer santos
y diablos y para encontrar objetos perdidos: mito y folclore, magia y religión”, trabajo en prensa en un
libro sobre magia y literatura que editará en breve Sergio Callau.

En entrevista con el ingeniero de computadoras Carlos Sánchez, de 34 años, natural de Bayamón, Puerto
Rico, me enteré en agosto de 2006 que aprendió de sus mayores hacer tres nudos contiguos en la manga de
una camisa cuando se le extravían objetos como las llaves de la casa y el teléfono móvil. Arroja la camisa
al suelo y no la toca hasta que aparece lo perdido.

Por otro lado, René Valentín, de 62 años, comerciante de Corozal, informó en entrevista en septiembre del
mismo año, que se le habían extraviado $6,000.00 sacados del banco para un negocio. Por consejo de su
amiga Armantina Rivero, de 55 años, ama de casa residente en Dorado, le amarró los huevos al diablo
haciendo dos nudos en una cabuya. El dinero – nos informa – apareció de inmediato.
25
Ramona Rodríguez Feliciano, de 67 años, Luis R. Rivera, de 62 años, y otros del barrio de Jaguas,
Peñuelas.
26
Eufemia Flores de Jesús, de 79 años y María O. De Fernández, de 87 años, Yauco.
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Inspiradas por el Demonio, éstas les hacían a los navegantes la maldad de que vieran unas
luces que súbitamente cruzaban de un lado a otro y se confundían con la luz del faro.27
En el barrio de Palmarito, Corozal, la gente de mucha edad cuenta que, en su
juventud, nadie se atrevía cruzar de noche por un camino solitario que había en el Monte
del Sapo, pues era voz general que allí se reunía un grupo de brujas con el fin de quitarle
el sombrero a todos los que pasaran por el camino.28 Al que subía a las alturas del Monte
del Estado a medianoche – me informaron en Maricao – le sucedía lo mismo.29
Entre muchos de los viejos campesinos del barrio de Franquez, Vega Baja, se
conserva el recuerdo de que en tiempos pasados la gente del lugar se quejaba de que las
brujas, con sus travesuras, no los dejaban tranquilos. De noche estas endemoniadas
mujeres salían a recorrer el barrio en forma de unas luces azules muy intensas y tan
pronto la gente fijaba la vista en ellas se movían rápidamente a otro sitio, actuación que
mortificaba mucho a las personas que presenciaban el insólito acto. Otro extraño suceso
en el mismo barrio era que a avanzadas horas de la noche, en las orillas de la Quebrada
Grande, se veía a un nutrido grupo de viejas de apariencia monstruosa, cogiendo agua en
unos calabazos enormes y aplaudiendo y celebrando con estridentes risotadas el susto que
se llevaba todo el que las veía.30
Se cuenta asimismo en el citado barrio de Franquez que una noche un joven del
lugar oyó música brava, bailes y carcajadas procedentes de la casa de un vecino llamado
Carmelo Vega. “¡Que buena fiesta me estoy perdiendo!” – dijo para sí el muchacho – e
inmediatamente se enjergó y se dirigió a la casa de Carmelo. Pero al acercarse a la
misma, notó que la música venía de la morada de Nené Pagán, “¡Compadre! ¡Que ligero
se fueron¡” – dijo – y se dirigió allá, mas, al momento, la música parecía proceder de la
casa de Sico Martínez. Cuando llegó a la casa de éste le sucedió lo mismo y, así, el joven
estuvo caminando toda la noche de un sitio a otro, oyendo música de cuatros, tiples,
güicharos y maracas, sin poder llegar a la vivienda de donde procedía. Ejecutaba la

27
Luisa F. González, de 84 años, Jorge Díaz Garrido, de 91 años, y otros de San Juan.
28
Dionisio R. Flores, de 81 años, y Luisa Menéndez, de 78 años, del barrio de Palmarito, Corozal.
29
Informantes: Santiago Lebrón Ortiz, de 73 años, y Epifanio García Torres, de 79 años, Maricao.
30
Juana Nieves, de 76 años, y Luis Romero, de 68 años, del barrio de Franquez, Vega Baja.
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música, me aseguraron los entrevistados, una orquesta de brujas que habían hecho la
misma maldad a muchos de los habitantes del barrio porque les caían muy mal.31
Las maldades de las brujas – cree el pueblo – las realizan únicamente en vida, o
sea, que dejan de hacerlas al morir. Para ejemplificarlo en el litoral oeste de la Isla se
cuenta de un señor que, después de haberse separado de su esposa porque se percató de
que era bruja, fue víctima durante largo tiempo de las persecuciones de la endiablada
mujer. De noche, la bruja no lo dejaba dormir tranquilo con sus constantes aleteos y
carcajadas, y en las inmediaciones de las casas que el hombre ocupó posteriormente en
diversas localidades de la región (Rincón, Añasco, Cabo Rojo) por la mañana amanecían
montones de excreta amarilla de la muy bribona. Tras largos años de tormento, de
repente cesó la persecución y al poco tiempo le llegaron noticias al hombre de que su
mujer había fallecido.32
Mas no siempre las acciones de las brujas están encaminadas a mortificar a la
gente. Hay excepciones, y en los campos de Juncos recogí la tradición de que hechiceras
locales les dispensaban muy afectuosas atenciones a los hombres que les caían en gracia.
Una del barrio de Caimito, que sin cesar seguía a un vecino del que estaba muy
enamorada, le encendía los cigarros cuando él iba a caballo y, si le daba sed, le
humedecía los labios. Se dice que un viernes por la noche, al regresar de un rosario
cantado, el joven vio a la hechicera bailando desnuda sobre el tejado de una casa.33
El mito de las brujas, como se ve, tiene múltiples manifestaciones que
comprenden desde actuaciones muy graciosas y divertidas hasta las fechorías más
perversas e inquietantes. Julio Caro Baroja observa que la bruja, “como Dionysos y
como el mismo Demonio medieval, en ciertas ocasiones produce risa, es objeto de burlas;
pero en otros momentos causa terrores y espantos sin iguales.”34 Se hace evidente de
nuevo, pues, la antigüedad y el arraigo de estas tradiciones creadas por la fantasía y la
ingeniosidad del Hombre, que cruzaron los mares, se refundieron con matices criollos, y
aún hoy se encuentran vigentes entre algunos de los habitantes de las zonas rurales de
nuestra Antilla.
31
Carmelo Castro, de 78 años, del barrio de Franquez, Vega Baja.
32
Ricardo L. Rivera, de 62 años, del barrio de Llanos Costa, Cabo Rojo.
33
Luis Fernández, de 59 años, del barrio de Caimito, y Carmen Luisa Rivera, de 83 años, del mismo barrio,
Juncos.
34
Julio Caro Baroja. Las brujas y su mundo, Madrid, Alianza Editorial, 1966, p. 269.
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