Horacio González Artículo
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Horacio González:
ocurrencias del ensayo
Una glosa
La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González
(1985-2019), la voluminosa entrega de textos de Horacio González publicada por
CLACSO el año pasado, ostenta un título tan extenso como el mismo libro. Ese título
ocupa la mitad inferior de la tapa, mientras que la mitad superior contiene una fotogra-
fía del autor de los textos. De ese modo, en el comienzo mismo del libro, en ese pliego
inicial que lo expone y a la vez lo contiene, al modo de una puerta que resguarda algo
valioso a lo que, sin embargo, cualquiera puede acceder –borde material que deslinda
al libro del resto del mundo, al tiempo que a él lo ofrece-el discurso muta de ícono en
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letra, de imagen visual en palabra escrita. Ese desplazamiento no resulta ajeno respecto
de lo que podríamos llamar, a falta de una mejor denominación, el espíritu gonzaliano,
siempre proclive a indagar ese pasaje –ese devenir–, como lo prueba, por ejemplo, su ri-
guroso estudio Traducciones malditas. La experiencia de la imagen en Marx, Merlau Ponty
y Foucault, de 2017.1
Pero, además, en ese pasaje sin solución de continuidad del registro icónico al registro
textual, se representa ¿se dramatiza? –aunque invirtiendo su dirección–, lo que dice el
primer sintagma que contiene el título: la palabra encarnada, la palabra hecha carne, no
en cualquier e indistinto cuerpo, sino en uno en particular, el de Horacio González.
Por ello, el título no deja de ser un nombre provocativo; nos hace pensar, en efecto, en el
sentido o los sentidos posibles de esa figura. ¿Alude a la tradición cristiana y a la creencia
en que Dios, o la palabra de Dios, se corporiza en un hombre?… ¿O refiere, más bien, a
cierta mirada materialista, que niega la posibilidad de desgajar el alma del cuerpo, postu-
lando la unidad que los contendría, simultáneamente?… ¿Estaría afirmando, entonces,
que en la materialidad de un cuerpo concreto se sostiene y habita la singularidad de una
palabra que, por otra parte, jamás podría entenderse como lo singular absoluto? …No
debería leerse esto como un sofístico juego verbal; estamos hablando, más bien, de un
uso polisémico del lenguaje, y de una visión multívoca de lo que refiere, en consonancia
con la perspectiva que exhiben los textos.
Lo que querríamos, ahora, es avanzar en el comentario del título, puesto que el segundo
de sus tres sintagmas reza Ensayo, política y nación. Se trata, asimismo, de un enunciado
que admite más de una interpretación, sobre todo cuando la lectura se detiene en el
término política. Pero, para llegar a eso, es necesario previamente hablar del primero de
esos términos, ensayo. Es sabido que esa voz remite a un género situado a horcajadas de
lo literario y lo filosófico, cuando no de lo literario y lo científico. El ensayo sería, de tal
modo, un género híbrido, montado sobre saberes y territorios heterogéneos y diversos.
1 González, H. (2017). Traducciones malditas. La experiencia de la imagen en Marx, Merlau Ponty y Foucault. Buenos
96 Aires: Colihue.
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contrario, el ensayo actúa a través de una búsqueda mucho más aleatoria, indetermina-
da, en la que los hallazgos dependen más de la posibilidad de leer lo que no había sido
leído, que de constatar axiomas situados en la base –y al principio– de cualquier teoría.
Así, el ensayo –y el ensayista– se invisten con las formas de una exploración, en todos los
sentidos admitidos por ese vocablo. Esa exploración, a su vez, nada tiene de inocua o
neutral, cualidades que algunos pretenden asignar al conocimiento científico o filosófi-
co. En realidad, se trata de lo opuesto, ya que nunca deja de provocar efectos en el plexo
textual, cultural y social sobre el que se despliega. Se ensaya no solo para descubrir sino
para intervenir sobre el campo donde se practica el ensayo, podría agregarse. Por tal razón,
la práctica ensayística nunca podría dejar de ser política, como lo demuestra la vasta
tradición del ensayo en la que inscribe la obra de Horacio González.
Digamos, por último, que el tercer sintagma contenido en el título del libro acota y
especifica su contenido: se trata de textos reunidos de Horacio González, producidos
durante un período que comprende desde el año 1985 hasta el año 2019. A nivel de su
biografía, se trata de una fase que abarca desde su regreso al país después del exilio en
Brasil, hasta poco antes de su muerte. Los textos compilados suponen distintas proce-
dencias: muchos son artículos publicados en revistas; otros prólogos, e incluso discursos;
también hay capítulos o partes de libros. El proyecto de la antología fue asumido por
María Pía López y Guillermo Korn, con la participación del propio Horacio González,
por lo que se trató de un emprendimiento que, al principio, lo incluía. Su muerte, en
junio de 2021, impidió que llevase ese proyecto hasta el final, compeliendo a López y
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Korn a concluir por sí mismos la tarea. Es por ello que cierran la presentación del volu-
men diciendo: “Escribimos esta nota final con infinito dolor, pero a la vez con la certeza
de haber tenido el privilegio de ser sus contemporáneos y la obligación de expandir su
obra y preservarla para quienes no lo han sido”.
Las razones de tamaña decisión parecen evidentes. ¿Qué sentido tendría producir una
edición basada en libros del autor que se quiere difundir? Un volumen que contuviese
libros, meramente, no sería otra cosa que la edición de una obra completa o, en todo
caso, de unas obras escogidas, como suele decirse.
Obviamente, no era ése el propósito de María Pía López y Guillermo Korn. Lo que pa-
recen haberse propuesto, en todo caso, era generar una suerte de muestra representativa
de la obra de Horacio González. En el texto de ambos que oficia como presentación del
libro “Oficio y perseverancia: el ensayo como método”, un primer subtítulo reza: “La
difícil selección”. Allí, los compiladores exponen con claridad lo que se propusieron, y
las decisiones que adoptaron en función de ello, al manifestar lo que sigue: “La vasta
obra de González propone un desafío a la hora de conformar un cuerpo de escritos al
que le podamos llamar textos fundamentales. Preferimos pensar la selección como un
conjunto de entusiasmos y de indicios, una suerte de presentación a lectoras y lectores de
una obra que incluye capítulos claves de la misma y algunas rarezas, artículos difíciles de
encontrar, piezas desperdigadas en hemerotecas, revistas estudiantiles, prólogos y com-
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pilaciones sobre diversos temas. Una antología implica la difícil selección de lo que no
entra. Dejamos de lado sus novelas –Besar a la muerta, Redacciones cautivas y Tomar las
armas– y sus primeros libros, incluso los que escribió durante su exilio en Brasil. Quere-
mos presentar al González más clásico, al lector ineludible del pensamiento nacional, al
que rodea cada texto con hospitalaria paciencia hacia su singularidad”.2
Un texto otro que estaba y no estaba en la obra gonzaliana. No estaba a nivel empírico,
fáctico; estaba, en todo caso, como virtualidad. Pero esa virtualidad no poseía la entidad
inequívoca de la obra empírica, puesto que se trataba de una potencialidad que podía ser
delimitada de múltiples e infinitas maneras. Ante el resultado de la compilación, rápida-
mente se podría haber objetado: pero por qué ese artículo y no otro, aquel prólogo y no
este, esos pasajes o capítulos de tal o cual libro y no aquellos otros capítulos y fragmentos.
La respuesta es tan simple como trasparente: porque los compiladores actuaron llevados por
su propia voluntad de hallazgo, por su intransferible deseo de reconocimiento y valoración.
Como buenos gonzalianos, como buenos discípulos de Horacio González, sabían que
leer es una aventura que no reconoce itinerarios previos. No hay hoja de ruta para la
lectura; y cuando la hay, la lectura está condenada a la inoperante tautología.
Por ello, la composición de este libro tuvo algo de prodigioso, por módico que fuese,
ya que, a partir de todo lo que hubo escrito Horacio González, ellos produjeron una
textualidad distinta. No a nivel de su estilo, desde ya; menos aún de su entonación y su
2 López, M y Korn, G. (2022). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González
(1985-2019) (pp. 14-15). Buenos Aires: CLACSO. 99
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particular ethos; muchísimo menos, asimismo, desde el punto de vista de sus tópicos, sus
asuntos y sus figuras. Pero sí a nivel de su materialidad, de aquello que algunos denomi-
nan grafía, y otros, letra, es decir, de la superficie fenoménica donde una escritura encuentra
la configuración que la vuelve diferente respecto de todas y cualquier otra escritura.
Por decirlo de otra manera: la tarea de los compiladores, acompañados por el propio
Horacio González en un buen tramo del emprendimiento, consistió en generar un texto
nuevo, no escribiéndolo, sino extractándolo de lo que Horacio González ya había escrito.
De manera que este nuevo texto, al que Horacio González no escribió como tal –si bien
redactó todas y cada una de sus partes–, representa en cierta forma una nueva obra, en el
ya vasto opus gonzaliano. Una nueva obra no solo compuesta sino además rotulada por
sus compiladores, que le dieron nombre a cada una de las secciones del libro. Esas sec-
ciones poseen una serie de denominaciones sugerentes, que merecen ser citadas: “Cues-
tiones de método”, “El baqueano”, “El viejo topo”, “Reflejos de una vida”, “La expresión
americana”, “La larga risa de las cosas” y “Conceptos para la política”.
La exposición de esos títulos no deja de evocar las célebres taxonomías que atraían a
Borges, construidas de manera arbitraria y eludiendo toda posibilidad de organización
lógica.4 Aunque acá se trata menos de producir categorías que aglutinen a los textos de
manera caprichosa, que de ordenarlos ateniéndose a lo que significan, como así también
a las cuestiones que abordan, y a la dimensión del pensamiento y del saber involucrados
en cada uno de ellos.
Por tal razón, las categorías que ordenan los escritos gonzalianos pueden responder a clases
conceptuales en determinados casos –“Cuestiones de Método”, o “Conceptos para la polí-
tica”–, estar regidas por elocuentes figuras –“El baqueano”, o “El viejo topo– en otros, y en
ocasiones representar auténticas citas, que pueden ser de un título al que se quiere honrar
–“La expresión americana”, el gran libro de ensayos de Lezama Lima–, o de la propia obra
de Horacio González –“Reflejos de una vida”, que remite a uno de sus libros fundamenta-
les–; finalmente una comprende –“La risa de las cosas”– objetos y sujetos disímiles, agru-
pados bajo el denominador común del humor, tan caro al estilo González.
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En ese texto liminar, no casualmente escogido para inaugurar el libro, Horacio Gonzá-
lez sostiene que no se debe escribir sobre ningún problema si ese escribir no se constituye en
problema.5
Pero, en un ensayo, los hechos no ocurren de esa manera. La escritura no es una mera
representación lingüística de un objeto exterior, ni el ensayista un sujeto que se esfuma
tras una palabra tan impersonal como neutra. Digámoslo de este modo: en un ensayo
no existe algo pre-constituido de lo que se podría hablar sin más, y el ensayista no es un
operador anónimo que se esconde detrás de un lenguaje convencional o estándar.
De igual manera, puede decirse que para el ensayo –y para el ensayista– no hay un dua-
lismo que separe el conocimiento del lenguaje, el concepto de la palabra, el pensamiento
5 López, M y Korn, G. (2022). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González
102 (1985-2019). Buenos Aires: CLACSO, p. 39.
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No es eso lo que cree y piensa Horacio González. “Las ciencias sociales han privilegiado
la comunicabilidad suponiendo que eran sinónimo de inteligibilidad”. Pero no lo son.
Se puede comunicar al modo de un artefacto cibernético que transmita informaciones,
sin que ello suponga que ese mensaje se vuelva inteligible. Lo inteligible, en todo caso,
es propio de lo que alcanza o practica un sujeto humano. Por ello, Horacio González
Es por eso que el trabajo del ensayista consiste, esencialmente, en leer y escribir. En leer
el vasto corpus que contiene, como un palimpsesto, las posibles claves que permitan
dilucidar un problema, y en escribir las respuestas –siempre provisorias, siempre hipoté-
ticas, siempre conjeturales– que esa dilucidación genera.
Esa actividad, evidentemente, está lejos de lo que podría entenderse como un método,
si se entiende por tal, como hace la ciencia, un conjunto de procedimientos utilizados de
manera sistemática, orientando una práctica en base a principios pautados previamente.
El trabajo del ensayista nada tiene que ver con ello, porque no se basa en principios ni
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cálculos previos, ni se vale, cada vez que ensaya, de procedimientos usados sistemática-
mente. En ese sentido está más cerca del trabajo del escritor que del científico, si bien
comparte con este –y sobre todo con el filósofo– la voluntad y el deseo de argumentar
aquello que enuncia.
El ensayista –en este caso Horacio González– trabaja con palabras. Que no son signos
indiferentes, representaciones codificadas de los objetos y el mundo, sino que son pe-
queños artefactos maleables, generalmente lábiles, que en vez de separarse de las cosas
a las que aluden, tienden a enlazarse con ellas. Si pudiéramos dibujar una figura que
representara esta propiedad de las palabras que advierte Horacio González, ella sería la
de una espiral sonora, en la que resuenan innumerables voces que las pronunciaron en
otras y diferentes circunstancias, y que ahora concurren para dotar de sentido a lo que
dice y escribe el ensayista.
Entender y comprender, en este caso, los múltiples sentidos que puede contener un
vocablo, pero también los contextos de su uso, determinados por la letra de otros que
también lo escribieron, y la trama de textos que hizo posible la inscripción de esa letra.
6 López, M y Korn, G. (2022). La palabra encarnada. Ensayo, política y nación. Textos reunidos de Horacio González
104 (1985-2019) (pp. 135-244). Buenos Aires: CLACSO.
Horacio González: ocurrencias del ensayo
La escritura del ensayista, entonces, escribe –narra– lo que lee, lo que ha leído. No
para contar una sabiduría acumulada –propósito en las antítesis de su tarea–, sino para
exhibir el inagotable campo de todo lo que se ha dicho acerca de lo que le pre-ocupa.
Y no porque piense que, para decir algo, debe rendir cuentas de lo que ya fue dicho,
sino porque lo anima, de forma inexorable, una absoluta conciencia histórica.
Ensayar jamás podría ser una acción ex nihilo, porque el escritor-ensayista es un sujeto
histórico. Lo que equivale a un ser finito y mortal, que logra trascender esa condición
cuando reconoce que lo suyo comienza, y concluye –indefectiblemente–, en palabras
que no le son propias, ni le pertenecen.
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