Revista de Cultura Científica
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Hasta hace unas cuantas décadas se pensaba que nuestra galaxia es un disco
plano en rotación, de unos 100 000 años luz de diámetro, en el cual se con-
centra la mayoría de las estrellas y todo el gas y polvo. Un halo esférico con-
céntrico rodea el disco, y en él están situados los cúmulos globulares y algu-
nas estrellas de características especiales. Más allá de los cúmulos globulares
se encuentra el espacio intergaláctico, prácticamente vacío. A unos 150 mil
años luz de nosotros se localizan las galaxias externas más cercanas —las Nu-
bes de Magallanes— y para llegar a la galaxia de Andrómeda hay que recorrer
distancias de dos millones de años luz.
Las galaxias externas, como la de Andrómeda, son sistemas estelares in-
dependientes y ajenos a nuestra Vía Láctea; corresponden a los universos-
islas imaginados por Kant. El proceso que llevó a reconocer que las galaxias
externas, denominadas entonces nebulosas espirales, son enormes sistemas
estelares, análogos a nuestra Vía Láctea pero extremadamente lejanos,
constituye uno de los capítulos más interesantes de la astronomía reciente;
mencionaremos sólo que, después de muchas discusiones, se llegó a la con-
clusión de que las dimensiones reales del Universo excedían por varios órde-
nes de magnitud las contempladas en el Universo de Kapteyn o incluso el de
Shapley. Por cuanto se refiere a la Vía Láctea, nos hemos dado cuenta recien-
temente que de nuevo se habían subestimado sus dimensiones. No obstante
lo anterior, la década de 1930 fue fructífera en resultados sobre los movi-
mientos de las estrellas en nuestra Galaxia, y sobre la rotación de su disco.
El estudio de los movimientos de las estrellas situadas en el entorno solar
llevó al astrónomo holandés J. Oort a concluir que la gran mayoría de las es-
trellas de la Vía Láctea se mueven en órbitas casi circulares, alrededor de un
centro situado a unos 25 000 años luz del Sol, y que ese centro coincide con el
de la galaxia. Oort también mostró que las órbitas de estas estrellas están
confinadas a un delgado disco. Así, la imagen que emergía es la de nuestra ga-
laxia como sistema estelar cuya componente dominante es un disco de es-
trellas y gas, aplanado y en rotación, rodeado de un tenue halo esférico. La
rotación del disco nos permite estimar la masa de la galaxia así como su
distribución.
Todo parecía así indicar que la Vía Láctea es un sistema estelar similar a la
galaxia de Andrómeda. Sin embargo, la característica más llamativa de estas
galaxias es su estructura espiral: tienen dos o más brazos que emanan de su
región central. La pregunta surge de inmediato: ¿posee nuestra galaxia una
estructura espiral? La respuesta eludió a los astrónomos durante algunos
años, pero finalmente pudo mostrarse contundentemente la existencia de
brazos espirales en la Vía Láctea.
El problema estriba en que desde la posición que ocupa el Sol en la Vía Láctea
—ubicado en el disco y rodeado de multitud de estrellas, polvo y gas—, es
difícil percibir las características globales de la galaxia. El astrónomo es-
tadounidense W. Baade se dio cuenta de que en las galaxias externas los bra-
zos espirales quedan claramente delineados por las estrellas azules más
brillantes y las nebulosas gaseosas, y propuso que para encontrar brazos es-
pirales en nuestra galaxia había que estudiar este tipo de objetos.
La idea de Baade fue puesta en práctica por W. W. Morgan y sus colaborado-
res, quienes en 1951 publicaron el primer diagrama de la estructura espiral de
nuestra galaxia. En nuestros días se sigue empleando la técnica sugerida por
Baade, pero se complementa con técnicas infrarrojas y radioastronómicas,
que han resultado ser de fundamental importancia en el estudio de la
estructura de nuestra galaxia.
Si fue difícil reconocer que el bulbo de nuestra Galaxia tiene en realidad for-
ma de barra, el estudio de la región central lo ha sido mucho más aún. El in-
terés se despertó desde la década de 1950, cuando se encontró una fuente
compacta que emite intensamente en radiofrecuencia. Hoy sabemos que esa
fuente, llamada Sagittarius A*, está asociada a un hoyo negro situado justo en
el centro de la galaxia.