Resumen Del Teoria Del Estado
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Resumen Del Teoria Del Estado
El poder público estatal se distribuye entre distintos Poderes u órganos por dos
razones. En primer lugar el poder público se divide para que se puedan
administrar de mejor manera los asuntos públicos. La especialización de cada
órgano en una función concreta y una carga de trabajo adecuada para cada uno
de ellos facilita el cumplimiento eficaz de las tareas encomendadas. Distribuir el
trabajo en distintas unidades es una forma de organización administrativa para
administrar mejor. Pero el poder público del Estado también se divide en entes
separados –a los que llamamos «Poderes» u «órganos»– por consideraciones de
tipo político, no simplemente por razones de racionalidad administrativa. Dividir el
poder es una técnica que busca que el poder público que el pueblo delega en sus
gobernantes sea ejercido por éstos de manera inteligente para el bien del
pueblo, y con sujeción al derecho para evitar la arbitrariedad. Con este objetivo
político la Constitución Estatal divide el poder público del estado en tres
«Poderes»: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Para explicar, justificar y prescribir la
división de poderes como técnica de control del poder político se ha elaborado la
«teoría de la división de poderes», cuyo máximo divulgador ha sido
Montesquieu. De acuerdo con dicha teoría, en su versión original, concebida en
los tiempos de las monarquías absolutas de Europa, el poder político concentrado
en una sola perso251 na propicia su abuso, deviene en tiranía. Para evitar tal
situación, indeseable para los gobernados porque pone en grave peligro sus
derechos naturales y libertades públicas, se debe dividir el poder Tal es el
entendimiento que absorbieron los constituyentes norteamericanos y franceses del
siglo XVIII, y los españoles y mexicanos en el siglo XIX, para introducirlo en sus
respectivas Constituciones. En México este modelo de ingeniería política se
encuentra inscrito desde los albores de nuestro constitucionalismo y hasta la
fecha. El artículo 49 de la Constitución Federal vigente lo contiene literalmente de
la siguiente manera: «El supremo poder de la Federación se divide para su
ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. No podrán reunirse dos o más de
estos Poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el legislativo en
un individuo, salvo el caso de facultades extraordinarias al Ejecutivo de la
Unión, conforme a lo dispuesto en el artículo 29. En ningún otro caso, salvo lo
dispuesto en el segundo párrafo del artículo 131, se otorgarán facultades
extraordinarias para legislar». La Constitución Federal vuelve a prescribirlo para la
organización política de los estados, al ordenar textualmente en el artículo 116 que
«el poder público de los Estados se dividirá, para su ejercicio, en
Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y no podrán reunirse dos o más de éstos
Poderes en una sola persona o corporación, ni depositarse el legislativo en un solo
individuo». La teoría de Montesquieu, adoptada con ajustes por el
constitucionalismo mexicano, prescribe que el poder público se divide en tres
departamentos o «Poderes» a los cuales se les asigna en la Constitución sus
respectivas competencias, por tanto un Poder debe incluso chocar contra otro
Poder para reivindicar sus potestades públicas cuando sean invadidas por
éste–, colisión que propicia la vuelta a la regularidad constitucional pues devuelve
al Poder intrusivo a su respectiva órbita de competencia. Los Poderes están
claramente separados el uno con respecto al otro para que pueda operar este
sistema de control y restauración del orden constitucional por el choque entre
Poderes.
Ahora bien, cabe advertir al estudiante que esa realidad de la separación tajante
de Poderes sobre la que descansaba la teoría de Montesquieu, ha cambiado. Hoy
en día es fácil observar que el Poder Ejecutivo, antes que adversarios, cuenta con
verdaderos aliados en el Poder Legislativo. Ello es así porque ha habido una
mutación en el modelo por el surgimiento de los partidos políticos en la escena
pública. En su concepción original, la teoría de la división de poderes que se
trasladó a la Constitución, era contraria a la actuación de las «facciones» en la
arena política, esto es, a lo que hoy describiríamos como partidos políticos. En
tiempos de los albores del constitucionalismo la democracia representativa era
operada directamente por ciudadanos, de tal manera que efectivamente podía, en
la teoría y en la práctica, hablarse de una separación del elemento humano que
encarnaba el Poder Ejecutivo, de aquellos que integraban el Poder Legislativo, lo
que facilitaba que pudiesen disentir diametralmente sobre cuestiones
constitucionales. Hoy, en cambio, la democracia representativa descansa más en
la labor de los partidos políticos que en ciudadanos individualmente
considerados, lo que convierte en aliados a los militantes de un partido político, no
obstante que sean integrantes de dos Poderes distintos. El principio que prescribe
la división del poder para evitar su abuso, no ha fenecido con la transformación de
la democracia de ciudadanos en democracia de partidos, permanece vigente: el
sujeto o corporación que ejerce poder público debe ser vigilado permanentemente
en el ejercicio de sus competencias por otro u otros detentadores de poder, no por
sí mismo. Este principio actualmente nos indica que en tiempos de la democracia
de partidos políticos, el control sobre el titular del Poder Ejecutivo y sus altos
funcionarios y el exhorto a la rectificación, se ejerce, ya no por el Congreso en su
conjunto sino en el Congreso, por los partidos de la oposición y no por el partido
político del propio
Ejecutivo; ya no se produce necesariamente un choque entre Poderes según la
concepción de poderes separados del siglo XIX, sino entre partidos políticos que
dentro del Congreso representan a diversos colectivos de la sociedad civil y
defienden su Constitución Política La división de poder como dispositivo técnico
para controlar su regularidad constitucional permitió a los ingenieros sociales
reunidos en Filadelfia introducir adicionalmente un mecanismo de toma inteligente
de decisión de los asuntos públicos. Es decir, en el momento que en los Estados
Unidos configuraron su Constitución –que sirvió de modelo a la Constitución
mexicana– se prefiguró que la división de poderes iba a servir dos propósitos de
naturaleza política distinguible. Sobre el plano institucional de la separación nítida
de Poderes sugerida como dispositivo de control para propiciar la regularidad
constitucional por el choque entre éstos, se proyectó un dispositivo para la toma
inteligente de las decisiones públicas que provenía del método emblemático de la
toma de decisiones en la democracia: el diálogo entre más de dos individuos u
órganos inteligentes como método para dilucidar la razón pública. Este método de
diálogo para llegar a la decisión razonada de los asuntos públicos obliga, no a la
separación, sino a la comunicación obligatoria entre Poderes para refinar las
decisiones públicas mediante la confrontación de las ideas. Sobre este
entendimiento –acreditable a los ingenieros constitucionales de la democracia
representativa de NorteDR 2016. Universidad Nacional Autónoma de
México, américa– se han fijado las competencias más importantes al Poder
Ejecutivo en la Constitución Estatal, que, para perfeccionarse, tienen que pasar
por la consideración y consentimiento del Congreso, como la potestad del
gobernador de iniciar leyes, entre otras. Separar los Poderes Ejecutivo y
Legislativo, y a renglón seguido obligarlos a ponerse de acuerdo para ejercer sus
respectivas competencias constitucionales, siendo la principal aprobar las
leyes, fomenta –señala la teoría de la democracia representativa– el refinamiento
de las leyes por el uso de la razón. La democracia representativa y su
procedimiento legislativo reposa en la idea del valor del diálogo entre los
representantes populares para llegar a las mejores decisiones para la sociedad
política. Bajo esta premisa se ha configurado en los estados un procedimiento
legislativo por medio del cual –tras un diálogo en donde se intercambian razones–
se aprueban las decisiones políticas vinculantes para la comunidad con autoridad
de «ley» Dicho procedimiento se concibió deliberadamente reposado para que los
diputados puedan ponderar el tratamiento público más adecuado para un asunto
de interés general, en el que participan dos poderes públicos –el Legislativo y el
Ejecutivo–, así como los ciudadanos.
El procedimiento legislativo, por disposición constitucional, exige someter las
iniciativas de ley que presenta el titular del Poder Ejecutivo a varias lecturas entre
los diputados –y ser público–, al efecto de que, además de éstos, los ciudadanos
tengan también oportunidad de participar expresando su parecer. Una vez
debatida la propuesta de ley del gobernador, y en su caso aprobada por el
Congreso, se remite nuevamente para observaciones del Ejecutivo, momento en
el cual se abre una nueva ventana de diálogo El resultado de dicho diálogo entre
Poderes y en el seno del Congreso entre los propios congresistas –potenciados
por la intermediación de los medios de comunicación social–, es la confección y
aprobación de leyes más inteligentes y sensibles a los intereses de los
representados. Por ello se puede afirmar que la teoría de la división de poderes
que se comunican entre sí como dispositivo para la toma inteligente de las
decisiones públicas en el sistema presidencial estatal de nuestros días, sigue tan
actual al día de hoy como lo fue en la época de su concepción a finales del siglo
XVIII.
Como complemento obligado de este apartado interesa subrayar que se ha
elaborado más recientemente, apenas en el pasado siglo XX, toda una teoría de la
división del poder al interior de cada uno de los Poderes u órganos del Estado, es
decir, una teoría de la división «intraorgánica» del poder, que para efectos
analíticos podemos distinguir de la teoría de la división «inteorgánica» del poder
acreditada a Montesquieu y a los teóricos de la democracia representativa
estadounidense. Ambas teorías son complemenDR 2016. Universidad Nacional
Autónoma de México, tarias y persiguen la misma finalidad: el ejercicio racional del
poder público en beneficio real del pueblo, y la sujeción de los gobernantes al
derecho. La teoría de la división intraorgánica del poder que ha tenido mayor
influencia en América Latina –y que se expone en este libro–, se debe al jurista
alemán Karl Loewenstein y en México a Diego Valadés Baste por el momento
decir que en consideración de las disposiciones vigentes de la Constitución Estatal
y de la teoría de la división intraorgánica del poder, podemos distinguir la división
interior del Poder Ejecutivo local. Éste se integra por un gobernador electo
directamente por el pueblo del Estado; por un Gabinete compuesto por
funcionarios nombrados por el gobernador con el consentimiento o sin éste del
Congreso Estatal, según la entidad federativa que se trate; y por las unidades
administrativas –secretarías y entidades descentralizadas– que son gestionadas
por los funcionarios del servicio profesional del Poder Ejecutivo que acceden a sus
puestos por méritos probados en exámenes públicos de oposición Poder
Judicial. Pero la organización del poder público ha seguido evolucionando, y hoy
en día podemos constatar que las Constituciones Estatales han creado al lado de
aquellos a los «órganos constitucionales autónomos», la comisión estatal de
derechos humanos, la fiscalía de justicia, la universidad pública del Estado y el
instituto de acceso a la información pública.
Algunos autores añaden a esta estructura básica los «órganos de relevancia
constitucional Lección, se encuentran integrados respectivamente en el Poder
Legislativo y en el Poder Judicial. En dicha clasificación también se ubica a los
partidos políticos El sistema presidencial de los estados Las dos formas de
gobierno más comunes en las democracias representativas del mundo son la
presidencial y la parlamentaria Las relaciones entre poderes en México hemos
adoptado la presidencial. La Constitución Federal de la República Mexicana
ordena a los estados adoptar la forma de gobierno presidencial Para entender el
sistema presidencial de los estados, que no es sino la forma en que se ha
configurado en México la división entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo, resulta
ilustrativo comparar sus características distintivas contra los rasgos más
importantes de la forma alternativa de gobierno, el sistema parlamentario.
Este último ha sido adoptado en las entidades subnacionales de un número
importante de las democracias de países con organización política descentralizada
siguiendo los pasos del modelo construido en Inglaterra, como los Länder de la
República Federal de Alemania, las provincias de la Federación del Canadá, o las
Comunidades Autónomas de España. En México varios estados adoptaron en sus
primeras Constituciones la forma de gobierno parlamentaria que posteriormente
sustituyeron por la presidencial. Casi un siglo después, en el periodo histórico de
la Revolución mexicana –concretamente en el seno de la Soberana Convención
Revolucionaria– se propuso adoptar la forma parlamentaria de gobierno, a lo que
eficazmente se opuso Venustiano
Carranza al presentar su proyecto de Constitución al Poder Constituyente de
1916-1917, en el que configuró la forma presidencial de gobierno.
El debate no ha cesado; de cuando en cuando se presenta la cuestión en círculos
académicos y políticos sobre si deberíamos adoptar dicha forma de gobierno,
razón añadida para realizar en este libro de texto el contraste entre ambas formas
de gobierno.
El sistema parlamentario se distingue del sistema presidencial porque el
gobernador del estado no se elige por separado de los representantes populares
que integran el Poder Legislativo. El pueblo vota por los diputados de los
diferentes partidos, y el partido que obtiene un número mayor a la mitad más uno
de los miembros de la cámara tiene el derecho a «formar gobierno», es decir, de
nombrar de entre los diputados recién elegidos al presidente del gobierno estatal.
Una vez que el presidente de gobierno ha sido investido como tal, le propone al
Parlamento a las personas que con él habrán de formar gobierno como cabezas
de los diferentes secretarías de despacho –a los que llaman ministerios– que
pueden ser o no diputados del propio Parlamento.
En el sistema parlamentario se entiende que al votar el Parlamento por el
presidente de gobierno y por los nombramientos de los ministros, el Parlamento le
otorga su «confianza» al gobierno. Pero el otorgamiento de la confianza
parlamentaria no es incondicional. Una vez que el gobierno está en funciones, el
Parlamento puede tomar la decisión de retirar su confianza al gobierno por
desacuerdo sobre políticas públicas importantes y en general por un mal
desempeño gubernamental, lo que implica que el Parlamento ha de formar un
nuevo gobierno. La formación de un nuevo gobierno requiere la disolución del
Parlamento y la convocatoria a nuevas elecciones generales de la cual saldrá una
nueva mayoría parlamentaria que elija al gobierno. Cabe decir que si bien la
retirada de la confianza parlamentaria en el gobierno es una medida
constitucionalmente posible para exigir responsabilidades políticas por mal
desempeño gubernamental, en la práctica ésta no suele ser utilizada con
demasiada frecuencia por la férrea disciplina de voto al interior del partido en el
gobierno; alternativamente, para exigir responsabilidades políticas y rectificar el
mal desempeño gubernamental el
Parlamento puede «censurar» a un ministro que no esté realizando bien su
encomienda; ello tiene el efecto de su cese en el cargo a pesar de que el ministro
censurado siga gozando de la buena opinión sobre su gestión por parte del
presidente del gobierno.
Habitualmente el Parlamento se renueva periódicamente en elecciones generales
para un periodo completo de cuatro o cinco años. Pero en el sistema
parlamentario –a diferencia del presidencial–, puede haber elecciones anticipadas
en dos supuestos: a) en el caso que la mayoría del Parlamento que eligió al
presidente del gobierno le pierda la confianza a éste por ser un mal gobernante, o
alternativamente, b) que haya puntos de vista irreconciliables entre el jefe de
gobierno y el Parlamento sobre una política pública central, caso en el cual el jefe
de gobierno convoca a que el pueblo la resuelva mediante la elección de un nuevo
Parlamento. Ello implica que todos los miembros del Parlamento –incluido el
presidente de gobierno–, cesan en sus puestos parlamentarios y se someten a
una nueva elección de la cual sale una mayoría parlamentaria que resuelve en un
sentido o en otro la confrontación que condujo al presidente del gobierno a
disolver el Parlamento; el pueblo en dicha elección puede depositar nuevamente
su confianza en una mayoría del partido en el que milita el presidente de gobierno
que planteó la cuestión política, o retirarla.
Las funciones del titular del Poder Ejecutivo estatal del siglo XXI son las siguientes
Valadés. Es esta escuela la que seguimos en Teoría del federalismo y del derecho
constitucional estatal mexicano. La construcción teórica sobre
estructuras, competencias y procedimientos de control de Valadés es más amplia
que el contenido en la mayoría de los manuales de derecho constitucional
mexicano, porque se ocupa de teorizar el derecho vigente que rige las relaciones
entre el Congreso y el Poder Ejecutivo en el sistema presidencial. Típicamente los
manuales de derecho constitucional suelen destacar sólo el derecho procesal
jurisdiccional en las lecciones sobre justicia constitucional o control constitucional
jurisdiccional. Este sesgo, que pasa por alto el derecho procesal político, además
de la razón académica de enseñanza por materia, tiene una explicación histórica
que data del nacimiento del constitucionalismo como protección contra el poder, a
saber: en el Estado liberal burgués la única preocupación de la doctrina era la
concepción del control o defensa de la Constitución contra violaciones a la norma
por los gobernantes, lo que llevó al desarrollo del derecho procesal jurisdiccional
con especialización en sus diferentes materias:
constitucional, penal, administrativo. En ese contexto el estudio del juicio de
amparo se privilegió tanto en nuestro país, que se descuidó el examen de otros
procesos de tipo político igualmente importantes para hacer cumplir la
Constitución, especialmente los concernientes con los mandatos de hacer que
ésta contiene. Incluso la atención académica que se dispensó al proceso político y
el choque entre poderes dentro de la teoría de la división de poderes, al igual que
el derecho procesal jurisdiccional, se enfocó como técnica de contención del
ejercicio autoritario del poder, como procedimiento de anulación de actos
arbitrarios sobre los gobernadores 2016. Universidad Nacional Autónoma de
México, dos. Sin embargo, el cumplimiento de los derechos de segunda y tercera
generación que emergieron como problema de técnica constitucional en el primer
cuarto del siglo XX –que implicaban mandatos constitucionales de hacer– no
pudieron ser tratados académicamente con el mismo marco teórico de protección
jurisdiccional de la Constitución. En este contexto cobra importancia la teoría del
control del poder de Diego Valadés, elaborada en el último cuarto del siglo
XX, que tiene la virtud de ofrecer una perspectiva mayor para incluir el derecho
procesal político que discurre, de cara a los ciudadanos, en y entre el Poder
Ejecutivo y el Congreso.
Todos los derechos necesitan para su garantía del derecho procesal
jurisdiccional. Pero es particularmente claro que los derechos de segunda y
tercera generación –como el derecho a la salud o al medio ambiente sano– no
encuentran plena satisfacción mediante instrumentos procesales de defensa
negativa de los gobernados aplicados por los jueces, sino por instrumentos
procesales políticos generadores de acciones positivas, racionalmente concebidas
y diligentemente ejecutadas por el Poder Ejecutivo y el Congreso del estado. El
derecho procesal jurisdiccional explicablemente otorga un lugar eminente a la
«prueba» para hacer respetar los derechos fundamentales. Para el derecho
procesal político el equivalente funcional de la prueba existe –y su importancia es
igualmente esencial–, pero su manifestación y formalización es distinta, es una
prueba numérica contenida en «informes» que rinde el Poder Ejecutivo al Poder
Legislativo y al pueblo. Los derechos sociales y los de tercera generación –en
realidad todos los derechos– están sujetos al principio de progresividad por
disposición expresa de la Constitución Federal la buena gestión de las políticas
públicas para «implementar la Constitución» que permite cumplir con las
exigencias que plantean particularmente los derechos fundamentales Los
derechos sociales y los de tercera generación –en realidad todos los derechos–
están sujetos al principio de progresividad por disposición expresa de la
Constitución Federal la buena gestión de las políticas públicas para «implementar
la Constitución» que permite cumplir con las exigencias que plantean
particularmente los derechos fundamentales de segunda y tercera generación.
A. Control intraorgánico en defensa de la Constitución y las
leyes. Refrendo, acuerdos del Gabinete, contraloría y recursos administrativos
El «refrendo» es el primer instrumento de control intraorgánico de
constitucionalidad y de legalidad del Poder Ejecutivo.
Ejecutivo por sus colaboradores más directos, los secretarios de despacho
miembros del Gabinete. El refrendo es una figura que en México adoptamos y
adaptamos de las monarquías constitucionales moderadas de Europa.
El mecanismo era y es hasta el día de hoy de una lógica contundente: en una
democracia constitucional de tipo monárquico no se puede remover al rey por
violar la ley o por fallas de gobierno –porque el rey es vitalicio, inamovible–, pero sí
se puede remover a sus ministros, quienes responden por los actos del
rey. Técnicamente el mecanismo que permite que la responsabilidad se transfiera
de un personaje público inamovible –el rey– a un funcionario público amovible, es
la aposición de la firma del ministro sobre todos los actos del rey, es decir, el
refrendo.