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SOCIOLOGÍA de la educación de Emilio Tenti fanfani.
El desarrollo del campo de la sociología
de la educación más allá de los “clásicos”
Educación en Contexto: Escuela, Sociedad, Economía y DemocraciaObjetivos
Objetivos:
• Analizar el papel de la educación formal como mecanismo de reproducción social.
• Describir las relaciones entre sistema educativo y mercado de trabajo en las sociedades contemporáneas.
• Discutir el papel de la educación en la formación ciudadana y en la estructuración de la
representación política democrática.
INTRODUCCIÓN
2.1 Hasta el momento hemos concentrado nuestra atención en la educación como
fenómeno singular. Si bien hemos hecho referencia a sus relaciones con otras áreas de la vida social, estas referencias nos interesaban en la medida en que permitían explicar o comprender el desarrollo de las instituciones y los procesos educativos. En esta unidad nos proponemos, invirtiendo la perspectiva, analizar el funcionamiento de la educación no ya como efecto de diversas causas sociales sino como determinante de procesos y fenómenos extra educativos.Entre los múltiples complejos causales en los que puede postularse la intervención de variables educativas, hemos seleccionado tres que, de acuerdo con su relevancia en los debates teóricos y políticos contemporáneos, ameritan una consideración detallada en esta unidad.El primero refiere al papel de las instituciones y credenciales educativas en los procesos de reproducción de la estructura social. Como hemos visto, todas las sociedades pueden ser concebidas como sistemas de posiciones. La producción y reproducción de este sistema de posiciones depende de las estrategias que desarrollan los actores sociales (individuales y colectivos) para disputar la definición de las reglas y la apropiación de los recursos materialesy simbólicos socialmente valorados. La educación constituye uno de los vehículos más eficaces para la reproducción de las jerarquías sociales. Más adelante nos ocuparemos de explicar en qué consiste esta eficacia.En segundo lugar, analizaremos la contribución de la educación al desarrollo económico y su papel en la conformación de los mercados de trabajo. Tradicionalmente, los incrementos en laproducción de las economías nacionales han sido concebidos como una función de la acumulación de capital. Estos modelos consideraban a la educación sólo como un contribuyente potencial al desarrollo de la tecnología. Esta concepción del desarrollo ha sido reformulada recientemente. Estas reformulaciones mantienen la asociación entre desarrollo y capital, pero establecen una distinción entre capital material y capital humano; es decir, entre la contribución de las capacidades productivas objetivadas en las cosas y la de las capacidades productivas incorporadas en las personas. Según veremos, la educación es uno de los contribuyentes decisivos a la formación de capital humano y, en este sentido, al incremento de la productividad de las economías nacionales. Para efectivizar esta contribución, los sistemas educativos deben, según se sostiene habitualmente, adecuar sus rutinas y contenidos a las demandas del mundo de la producción. Dedicaremos un apartado a discutir cuáles son esas demandas y cuáles los problemas que los sistemas educativos enfrentan para satisfacerlas.Finalmente, nos ocuparemos de la relación entre los sistemas educativos y los sistemas políticos. La responsabilidad formativa de las escuelas es doble: se les requiere no solamente entrenar trabajadores sino también formar ciudadanos. Trataremos de elucidar en qué consiste “formar ciudadanos,” lo cual requiere, por un lado, determinar qué se entiende por ciudadanía en los estados democráticos modernos y, por otro, cuáles son las habilidades necesarias para su completo ejercicio. Como se verá, la formación de ciudadanos de estados democráticos supone para los sistemas educativos el requisito adicional de contribuir a la realización de la igualdad democrática. Deteniéndonos en el análisis del caso argentino, ilustraremos cuáles son las dificultades asociadas con este requisito.ESTRUCUTRA SOCIAL, CAPITAL Y REPRODUCCIÓNSociedad: Objetividad y SubjetividadLa sociedad, el existir con otros miembros de la misma especie, es una dimensión constitutivade la humanidad. Constitutiva, quiere decir, por un lado, que cuando tratamos de pensar cuál es el atributo o el conjunto de atributos que distingue a los seres humanos de otros seres, necesariamente debemos referirnos, de uno u otro modo, a su condición social, a su coexistir con otros miembros de la especie. La coextensión entre lo social y lo humano fue identificada por los primeros esfuerzos sistemáticos destinados a definir la condición humana. La célebre definición de Aristóteles, que presentaba al ser humano como animal político (zoón politikón), sobrevivió hasta nuestros días en la traducción de sus lectores romanos, quienes definían al ser humano como animal socialis. Esta es la definición con la que nosotros estamos más familiarizados: el hombre es, según estamos acostumbrados a pensar, un ser social. De modoque cuando decimos que la sociedad es constitutiva de la humanidad no estamos más que formalizando una convicción de sentido común.Ahora bien, esta convicción de sentido común entra en contradicción con otras nociones que forman parte de nuestra herencia cultural. Como hemos visto en la primera unidad, quienes hemos sido criados en sociedades modernas estamos acostumbrados a concebirnos como individuos, es decir, como seres que existimos previa e independientemente del medio en quenos desenvolvemos. Según nuestro razonamiento corriente, la sociedad es, precisamente un medio, es decir, un espacio exterior a nuestra persona; sobre el que podemos intervenir, como cuando decimos que queremos “transformar la sociedad,” o que soportamos “presionessociales,” pero que en todos los casos es concebido como distinto de nuestra persona: nosotros somos nosotros y la sociedad es otra cosa. Conviene insistir y tener presente que esta forma de concebir la identidad, que para nosotros resulta tan natural, es un atributo distintivo de las sociedades modernas y el producto de un largo proceso de transformaciones.Puede que la contradicción no resulte evidente, pero basta que nos detengamos a pensar un momento para descubrir que es difícil afirmar al mismo tiempo, por un lado, que la sociedad es constitutiva de nuestro ser humano y, por otro, que somos individuos, cuyo ser distintivo precede y excede a la sociedad.El punto de vista sociológico como actitud reflexiva y la sociología como disciplina científica nacen, precisamente, en el momento en que esta tensión entre los distintos componentes de nuestra herencia cultural se pone de manifiesto, esto es, en ese momento de la segunda mitad del Siglo XIX en el que la experiencia moderna permite concebir nuestra coexistencia como sociedad: como “otra” y como “cosa.” La “cosificación” de lo social, el concebir a los fenómenos sociales como entes exteriores y anteriores a nuestra conciencia individual, es el dispositivo conceptual adoptado por Emile Durkheim para identificar al objeto de la sociología,esa entonces nueva disciplina dedicada a estudiar científicamente las relaciones entre los hombres.La tensión entre los componentes de nuestra herencia cultural que registramos al nivel de las convicciones de sentido común se reproduce al nivel de la reflexión teórica. No escapaba alos padres fundadores de la sociología como ciencia, como tampoco escapa a nosotros, sus lectores y herederos, que la sociedad, esto que proponemos concebir como exterior y anteriora nuestra conciencia individual, sólo puede pensarse como resultado de nuestro pensar y nuestro obrar. En efecto, la sociedad solo existe en acto – en nuestras acciones y nuestras representaciones – o en los resultados de nuestros actos – en los objetos, las reglas y las disposiciones que organizan nuestra coexistencia. Sin embargo, eso no quiere decir que nuestro obrar en sociedad sea absolutamente libre e ilimitado. A pesar de ser producto del obrar humano, las cosas sociales condicionan, tanto en el sentido de limitar como en el sentido de posibilitar, el obrar humano. ¿En qué consiste esa misteriosa alquimia a través de la cual los resultados de la acción humana –las cosas sociales– adquieren vida propia y pasan a condicionar a las acciones y representaciones que les dieron origen? La aspiración mayor de toda empresa sociológica es develar este misterio. En el camino hacia la concreción de esta aspiración existen dos inclinaciones fundamentales. Una consiste en acentuar el componente objetivo de lo social. Los sociólogos inclinados en este sentido tienden a concebir la producción de lo social como el resultado de fuerzas impersonales, que trascienden y determinan la voluntad de los agentes, tanto individuales como colectivos. Según este punto de vista, y para decirlo rápidamente, uno no hace lo que quiere sino lo que puede o, para ser algo más preciso, las situaciones sociológicamente relevantes son aquellasen las que uno no hace lo que quiere sino lo que puede. La segunda inclinación fundamental consiste en acentuar la importancia del componente subjetivo de lo social. Los sociólogos inclinados en este sentido tienden a concebir la producción de lo social como la resultante de la convergencia de las estrategias o de la interacción entre distintos actores, tanto individuales como colectivos. Según este punto de vista, y para decirlo rápidamente lo que uno hace está siempre orientado a obtener lo que uno quiere; y el que uno lo obtenga o no, no depende de la acción de fuerzas impersonales sino de las acciones de otros, que también están orientadas a obtener algo que quieren.Formas de Capital y Espacio SocialDespués de esta larga introducción, y recordando lo que hemos indicado en unidades anteriores, probablemente el lector sospeche que las empresas sociológicas más fructíferas yconvincentes son las que, evitando los extremismos objetivistas o subjetivistas, consiguen albergar y dar cuenta de los dos componentes de la tensión contradictoria de la que hablábamos al principio: nuestra convicción simultánea de ser, a la vez, seres sociales e individuos. Para avanzar por un camino que permita, tanto como sea posible, desviarnos por atajos subjetivistas u objetivistas es conveniente despojarnos de alguna de las imágenes con las que estamos habituados a representarnos lo social. Según sabemos, todas las sociedades conocidas están definidas por una manera típica de dividir el trabajo y distribuir los resultados del trabajo. Esta división es siempre distintiva y valorizante. No hay tareas sencillamente diferentes: hay tareas mejores y peores. No hay productos simplemente variados: hay productos más y menos valiosos. Los sistemas de clasificación de las tareas y de valoración de los productos son también sistemas de clasificación de las personas, y, por regla general,los valores asociados con las tareas y los productos se extienden a las personas que las desempeñan y que los poseen. De este modo, la organización de la producción y de la distribución de los productos obtenidos resulta en una división jerárquica entre los grupos de personas que las llevan adelante. Una de las metáforas más corrientemente utilizadas para representar la jerarquía social es la piramideEl poder persuasivo de la pirámide como metáfora consiste en su capacidad para representar una de las propiedades distintivas de las organizaciones sociales conocidas: las tareas más codiciadas y los bienes más valiosos (que están arriba) típicamente, se reparten entre pocos, quedando para los más las tareas menos deseadas y los bienes menos valiosos (que están abajo). El poder representativo de la metáfora de la pirámide deriva probablemente de su relativa simplicidad y de la tendencia de muchas teorías sociales a reducir las jerarquías sociales a un único sistema de valores con un patrón común (pensemos en la propiedad de los medios de producción de las versiones más simples del marxismo o, más fácilmente, en eldinero, indicador de bienestar personal referido por muchas teorías utilitaristas contemporáneas). La metáfora de la pirámide, y las teorías sociales que ésta puede ayudar a ilustrar, están construidas sobre dos dimensiones: jerarquía de bienes sociales y cantidad de gente. Esta simplicidad es, seguramente, insuficiente para representar la compleja estructura de la mayoría de las sociedades conocidas y, muy especialmente, la de las sociedades modernas.Conviene entonces reemplazar las metáforas bidimensionales (la de la pirámide o cualquier otra de este tipo) por imágenes que nos permitan representar a la sociedad como un espacio,donde la jerarquía y la valorización diferencial alcancen no solamente los desplazamientos verticales (el “ascenso” o el “descenso” social) sino también a los desplazamientos horizontales (entre distintas formas de capital). En efecto, raramente las cosas que son valoradas en una sociedad son reductibles a un único sistema de valoración. Esto no quiere decir, sencillamente, que “algunas cosas no tienen precio”. Al contrario, todas las cosas sociales, puesto que, al ser sociales, tienen significado para alguien más que quien las ha producido o las posee, tienen un precio; sólo que este precio no siempre se determina utilizando la misma unidad de medida. Del mismo modo, todo hombre, y toda mujer, puesto que ocupan una posición en el espacio social, tienen su precio, sólo que estos precios no se determinan solamente por los bienes materiales que poseen.Decimos, entonces, que es más apropiado pensar la sociedad como un espacio organizado de acuerdo con múltiples sistemas de valoración. ¿Qué es entonces lo que determina la posición de un individuo o un grupo de individuos en el espacio social? La posición de una persona en el espacio social viene, en efecto, definida por la valoración de sus atributos y posesiones. Lo que determina esta valoración es no sólo el volumen sino también la estructura de sus posesiones. En otras palabras, para definir una posición social no basta conconocer cuánto poseen los individuos o grupos que la ocupan, sino cuánto de qué cosa. Transportando la terminología característica de la economía política, llamaremos capital a las posesiones socialmente valoradas. Existen tres formas elementales de capital, es decir, tres sistemas de valoración que no pueden ser reducidos a los términos de otros sistemas de valoración: el capital económico (la riqueza), el capital cultural (la virtud) y el capital social (honor o reconocimiento). El capital económico corresponde al conjunto de las posesiones necesarias para producir bienes o servicios intercambiables. El capital cultural se relaciona con el conjunto de habilidades y disposiciones necesarias para producir y apropiarse de bienes simbólicos. El capital social corresponde al conjunto de vínculos que, enla forma de obligaciones o créditos, lealtades y afinidades, permiten a un individuo o grupo contar con la cooperación voluntaria de otros individuos o grupos. Una vez que hemos demostrado la insuficiencia de las metáforas corrientemente utilizadas para representar la jerarquía social, podemos preguntarnos: ¿En qué sentido esta clasificación compleja de las formas de capital nos permite evitar las inclinaciones objetivistas o subjetivistas? Para evitar cualquiera de estas dos inclinaciones, una teoría social adecuada necesita dar cuenta de la producción y reproducción de la sociedad como el resultado de fuerzas personales (y no, impersonales) y, a la vez condicionadas (y no, incondicionadas). La disposición de una adecuada teoría de la estructuración social permite, por un lado, explicar adecuada y exhaustivamente las estrategias de los actores y, por otro, interpretar las restricciones a las que esas estrategias están sujetas.La educación como estrategia de reproducciónCuando hablamos de reproducción de la sociedad nos estamos refiriendo tanto a la reproducción biológica de sus integrantes como a la reproducción simbólica de los principios de estratificación que permiten clasificarlos. Desde el punto de vista de los miembros de una sociedad, la reproducción equivale al mantenimiento de la posición que ocupan en el espacio social. Para mantener su posición, los actores sociales deben desarrollar estrategias que les permitan, al menos, conservar y, en lo posible, acrecentar el valor de los capitales que poseen. Los vehículos fundamentales de estas estrategias son la transmisión familiar o herencia y la institución escolar.A través de las prácticas educativas intencionales y de los resultados educativos de otras prácticas hogareñas, el capital cultural familiar se transmite de padres a hijos. Las presentaciones en sociedad, los ritos de iniciación, las fiestas y ceremonias familiares, entre otras estrategias intencionales y no intencionales sirven para conservar, a través de la transmisión, el capital social de las familias. Finalmente, el capital económico se transmite a través de la herencia y otras instituciones legalmente sancionadas. Si los mecanismos de transmisión familiar cumplieran su función de conservación del capital con perfecta eficacia, no habría reproducción sino repetición social: la división de bienes que correspondiera a un determinado momento, se repetiría idénticamente en el momento siguiente. El resultado de este proceso sería una sociedad prácticamente inmóvil y unas jerarquías sociales con límites fijos. Esta reproducción perfecta no existe ni ha existido en ninguna sociedad, en primer lugar, porque habitualmente los bienes familiares deben distribuirse entre varios hijos y esta división, en la medida en que los hijos constituyan unidades familiares separadas y aunque no sea en partes iguales, supone alguna forma de reducción de la masa original de capital familiar. Las dotes, el sistema de mayorazgo y otras instituciones familiares antiguas están destinadas, precisamente, a minimizar esta reducción. Pero el obstáculo fundamental a la reproducción del capital resulta de la naturaleza misma delacto de transmisión. Al transmitirse una posesión de una persona a otra vuelve a ponerse en cuestión la legitimidad de la posesión original, al transmitir sus posesiones, el poseedor debe revalidar y, por así decir, reforzar sus títulos respecto de lo que posee. La institución escolar colabora con la reproducción de las posiciones en el espacio social y, por consiguiente, con lareproducción de la estructura de ese espacio social, reduciendo la pérdida de valor y legitimando la transmisión familiar. ¿Cómo opera esta colaboración?Como se ha indicado en unidades anteriores, el capital cultural tiene tres formas de existencia. El capital cultural existe como disposición o habilidad incorporada, en la forma de saberes y aptitudes; el capital cultural existe como propiedad objetivada, en la forma de textos, herramientas, máquinas, y objetos de arte; finalmente, el capital cultural existe como insignia institucionalizada, en la forma de títulos, credenciales, licencias y habilitaciones. Así como debemos invertir trabajo para apropiarnos de capital económico y debemos invertir energías afectivas y morales para proveernos de capital social o de “relaciones”, la incorporación del capital cultural requiere de una significativa inversión de tiempo y esfuerzo personal (además de la inversión monetaria requerida para adquirir las herramientas necesarias para realizar esa apropiación). Cuanto mayor es el beneficio que podríamos esperar por la inversión de este tiempo en otras actividades productivas, mayor es la privación relativa que supone el esfuerzo de incorporación del capital cultural. Esta privación resulta menos onerosa en la medida en que pueda ser solventada por colaboraciones familiares. Las familias que disponen de mayores volúmenes de capital económico son quienes están en mejores condiciones para “comprar” el tiempo necesario para prolongar la educación de sus hijos. De este modo, la transformación del capital económico en capital colabora en la reducción de los costos de transmisión para las familias mejor ubicadas. Al consagrar el capital cultural en la forma de títulos, diplomas y distinciones, la institución escolar valida y legitima esta transmisión. Ahora, como ocurre con otras formas de capital, el costo de apropiación de una unidad adicional de capital cultural es menor cuanto mayor sea el volumen de capital cultural que ya poseemos. Las mismas dos o tres horas que empleamos hoy para estudiar un capítulo para un curso universitario, nos servían en la escuela secundaria solamente para incorporar el puñado de páginas necesario para que nos fuera bien en la prueba y es algo parecido a lo que invertíamos en la escuela primaria para completar la hoja de cuentas que nos daba la maestra. Del mismo modo, una primera lectura del Ulysses de James Joyce será mejor aprovechada por un estudiante familiarizado con los clásicos de la literatura contemporánea que por un lector curioso, por competente o inteligente que éste pueda ser. La aptitud escolar,vemos, no consiste en otra cosa que en capacidad para incorporar capital cultural. Típicamente, la institución escolar distribuye recompensas de acuerdo con los resultados del aprendizaje, independiente de las distintas combinaciones de aptitud y esfuerzo involucradas en estos resultados. Puesto que la capacidad de incorporar capital cultural depende del volumen de este capital previamente acumulado, y dado que la capacidad de acumular capital cultural es mayor para quienes disponen de mecanismos domésticos de transmisión de este capital, la distribución de recompensas de la institución escolar colabora con la reproducción de las diferencias de posición social de las familias.Esta inclinación reproductiva se acentúa a través de la operación de mecanismos de “cierre” oexclusión social. Estos mecanismos toman la forma de limitación de la oferta, creación de subsistemas cerrados y escuelas “de elite” o, para los niveles en los que la escolaridad es universal o cuasi universal, políticas de difusión, admisión, y financiamiento; limitación de vacantes o exámenes de ingreso. Paradójicamente, estos mecanismos son percibidos como tanto más legítimos cuanto más valiosa es la credencial que otorga la institución. Por ejemplo,en nuestro país, la institución de políticas de “cierre” en instituciones de educación básica o media sería, en general, inaceptable, aunque el valor de distinción de los títulos primario y secundario en el mercado de trabajo es, en el primer caso, casi nulo y, en el segundo, muy bajo. Las políticas de restricción del ingreso de los estudios universitarios de grado públicos encuentran, como sabemos, fuertes resistencias, y, sin embargo, distintos representantes de la comunidad han defendido públicamente su conveniencia; todo esto, aún cuando el valor demercado de los estudios de grado ha descendido significativamente respecto de lo que ocurría, tan sólo, hace una generación. En cambio, la restricción en las políticas de admisión en los programas de posgrado, aún los públicos, que son los que entregan las credenciales educativas de mayor poder de distinción en el mercado de trabajo, son aceptadas como perfectamente válidas.Para evaluar la validez de lo argumentado hasta el momento es importante subrayar que las instituciones escolares son una herramienta que los distintos grupos esgrimen en sus estrategias de defensa de su posición social. Esto no quiere decir que la escuela sea garantíade inmovilidad social o que no haya podido servir, como ha servido en el caso argentino, al menos en el origen, para avanzar políticas democratizantes e igualitarias. En efecto, las instituciones educativas son, por un lado, una entre varias estrategias que los actoressociales llevan adelante en su disputa por la apropiación de los bienes sociales y, por otro lado, pueden a veces convertirse en el terreno en el cual se desarrollan esas disputas. Tal es lo que ha ocurrido en varios países latinoamericanos con el conflicto entre sectores católicos y sectores laicos en diversos momentos del presente siglo.EDUCACIÓN, CAPITAL HUMANO Y PRODUCTIVIDADA partir de la finalización de la Segunda Guerra, la economía mundial experimentó un períodode explosivo y sostenido crecimiento. Se han ensayado diversas explicaciones para este fenómeno. Muchas de ellas proponen el incremento de las capacidades productivas gracias ala expansión de los sistemas educativos como uno de los factores causales más importantes. Más que verificar la validez empírica de estas teorías, tarea que nos requeriría revisar una extensa y compleja literatura, nos interesa aquí analizar las razones teóricas que permiten afirmar de modo verosímil que la productividad de las economías nacionales depende de la calidad de las experiencias educativas de sus recursos humanos.La noción de capital humano es un giro de uso reciente en la literatura económica y de ciencias sociales. La relativamente tardía aparición de este concepto obedece a razones morales y teóricas. En primer lugar, el concebir a los seres humanos como una forma de capital, esto es, como un recurso productivo y una forma de propiedad, es contradictorio con algunos principios fundamentales de nuestra conciencia moral. Más bien estamos acostumbrados a pensar en los hombres y las mujeres como fines y no como medios de la producción económica. Más aún, si la producción tiene algún sentido, éste es, precisamente, el servir a los hombres y mujeres. Las razones teóricas para la acuñación tardía de la noción de capital humano tienen que ver con el desarrollo de la economía como ciencia. Es cierto que los modelos más influyentes de la economía política consideraron al trabajo como uno delos componentes fundamentales de la función de producción, junto al capital y al nivel de desarrollo tecnológico, esta consideración del trabajo era fundamentalmente cuantitativa, y tenía impacto sobre las capacidades productivas de una economía nacional solamente en la medida en que su relativa escasez o abundancia permitiera u obstaculizara la eficiente explotación de los recursos productivos disponibles. El relativo desinterés respecto de las diferencias cualitativas entre distintos tipos de trabajo radicaba en que, según se asumía, con razón, el grueso de la producción requería básicamente de esfuerzos físicos o habilidades manuales elementales para las que todos los trabajadores estaban, en principio, igualmente calificados. La complejidad de los sistemas de producción que fueron desarrollándose durante este siglo, especialmente durante su segunda mitad, hace que contar trabajadores como toda medida de las capacidades productivas resultantes del trabajo sea tan inútil como contar máquinas para medir las capacidades productivas derivadas de la disponibilidad de capital físico. Esto llevó a los economistas a diseñar modelos que dieran lugar a diferencias cualitativas entre las capacidades productivas de los trabajadores, distinguiendo, de este modo, entre componentes físicos y componentes humanos del stock de capital.Por lo demás, la consideración del capital humano como determinante del desarrollo económico permitió superar algunas dificultades empíricas de los modelos vigentes en la disciplina. En efecto, la función de producción que consideraba la fuerza de trabajo solamenteen su dimensión cuantitativa tenía el defecto de predecir que los países más pobres deberían crecer a ritmo más rápido que los países más ricos y que, por tanto, los niveles de desarrollo de las distintas economías nacionales tenderían a converger en el largo plazo. Si bien a partir de finales de la década de los ´50, algunas economías subdesarrolladas crecieron, efectivamente, a tasas muy altas (México, Brasil, los países del Sudeste Asiático y los de la Península Ibérica); en rigor, las diferencias de desarrollo entre el conjunto de las economías más ricas y el conjunto de las economías más pobres, antes que reducirse, se ampliaron. Unade las principales razones para explicar esa ampliación reside en las diferencias de salud, educación y capacitación entre uno y otro conjunto de países. De acuerdo con estos argumentos, con los mismos recursos, mejores trabajadores, producen más. Mejores trabajadores son trabajadores con más años de escolarización, con más experiencia específica de formación en el trabajo, con más oportunidades de reconversión y reentrenamiento frente al cambio tecnológico y con mayores facilidades para trasladarse en elterritorio nacional en busca de las oportunidades laborales más atractivas. Los años de escolaridad formal tienen una triple influencia en este proceso. En primer lugar, y por amplio que sea el desajuste entre los currícula escolares y las demandas de las unidades productivas, típicamente, tiene más probabilidades de “saber hacer” quien pasó más años en el sistema educativo que quien pasó menos. En segundo lugar, el pasaje por el sistema de educación formal favorece el cultivo no sólo de los conocimientos sino también de las disposiciones y hábitos como la disciplina, la regularidad, la responsabilidad, que son necesarios para un desenvolvimiento efectivo en el mundo del trabajo. En tercer lugar, los años de escolaridad están asociados con las capacidades para utilizar competentemente los servicios de los sistemas de salud y favorecen la planificación familiar, facilitando de este modo la incorporación de las mujeres con hijos a la fuerza de trabajo.Las razones anteriormente expuestas nos permiten entender en qué medida la educación determina los niveles de desarrollo económico. Para completar esta explicación es necesario analizar cuáles son las motivaciones que podrían llevar a los trabajadores a educarse más, enel sentido de pasar más años en el sistema educativo y, de ese modo, a contribuir con el desarrollo de la economía nacional, al incrementar los niveles de productividad agregada, derivados del capital humano. Sobre este punto pueden formularse dos argumentos que podríamos denominar, de manera simplista, argumento optimista y argumento pesimista.El argumento optimista y el argumento pesimista coinciden en reconocer que, en la mayoría de las economías modernas, los años de permanencia en el sistema escolar están asociados con incrementos en el ingreso. De este modo, una persona que pasa diez años en la escuela puede esperar ganar en el undécimo año, a igualdad de otras condiciones, más que una persona con experiencia escolar de nueve años. El argumento “optimista” lee esta asociación como un reflejo del rendimiento diferencial de la educación como inversión personal.Para permanecer un año más en la escuela la persona no sólo debe esperar ganar más que lo que ganaría alguien que no tiene ese año de experiencia adicional, sino que también debe esperar ganar más que lo que ganaría si invirtiera ese tiempo y esos recursos en otra inversión, en lugar de continuar sus estudios. Según nuestra versión simple del argumento optimista, las economías producen más porque la gente está más capacitada, la gente está más capacitada porque estudia más, y la gente estudia más porque gana más invirtiendo su tiempo y su dinero en estudios que lo que ganaría si los dedicara a otra inversión.Desde el punto de vista “pesimista”, la motivación que impulsó a más gente a estudiar cada vez más años, mejorando de ese modo la productividad del capital humano, no es tanto o no solamente la expectativa razonable de una mejora en el ingreso sino la devaluación de los títulos académicos y las credenciales educativas. El solo hecho de que cada vez más gente acceda al mismo título disminuye inmediatamente el valor de ese título, y de las habilidades que ese título simboliza en el mercado de trabajo. Si, además, los puestos de trabajo a ser cubiertos por las personas provistas de ese título crecen a un ritmo más lento que el de la “producción” de personas tituladas, los empleadores pueden contratar a los poseedores de ese título por menos dinero o, por el mismo dinero, a poseedores de títulos con más valor agregado. Si esto fuera así, la rentabilidad de la inversión en un determinado nivel educativosería una función inversa de la cantidad de gente que haya alcanzado ese nivel: cuanta más gente lo alcanza, menos beneficio representa el haberlo alcanzado. De acuerdo con esta lectura “pesimista”, el principal incentivo para incrementar la permanencia en el sistema escolar no es tanto la expectativa de incrementar el ingreso personal, sino la de mantener el diferencial de ingreso respecto de los que vienen “detrás” en la competencia por los títulos académicos o bien la de legitimar, a través de la acumulación de más acreditaciones y títulos, los diferenciales de ingreso existentes. EDUCACIÓN Y CIUDADANÍACiudadanía y DemocraciaEn nuestro vocabulario político la noción de ciudadanía está fuertemente asociada con la de democracia. En tanto que herederos y portadores de este vocabulario estamos habituados a pensar la democracia como gobierno del pueblo, la participación política como participación en la formación del gobierno y de las decisiones de gobierno, y la participación en la formación del gobierno y de las decisiones de gobierno como ciudadanía. En su sentido original, que puede encontrarse ya en la Etica a Nicómaco de Aristóteles, ciudadanía designa,simplemente, al ser miembro de una comunidad política, independientemente de la forma queesta comunidad adopte. Esta extensión todavía permite distinguir entre membrecía en una comunidad política, es decir, una comunidad sujeta a leyes fundamentales o constitutivas, y membrecía en una comunidad no política o despótica, es decir, una comunidad sujeta solamente a la voluntad de los gobernantes. El atributo distintivo de la ciudadanía en general reside, entonces, en el participar de una comunidad en la cual el gobierno se organiza de acuerdo con leyes que limitan y regulan el arbitrio de los gobernantes.El principio de acuerdo con el cual y el procedimiento a través del cual se constituye el gobierno permite, entonces, distinguir entre distintas formas de ciudadanía. Lo característico del gobierno democrático es que todos los ciudadanos tienen la posibilidad de elegir y ser elegidos para gobernar por un período determinado. El principio sobre el cual se funda la legitimidad de los órdenes democráticos modernos es el principio de autonomía. De acuerdo con este principio sólo pueden considerarse justas aquellas leyes o mandatos que una persona adulta, completamente desarrollada y en pleno ejercicio de sus funciones, aceptaría darse a sí misma. Ningún adulto está en condiciones de determinar qué es lo que mejor conviene o verdaderamente representa los intereses de ningún otro adulto. En este sentido, el mejor gobernante de cada uno es uno mismo. La distinción de la ciudadanía democrática reside, en primer lugar y tal como lo sostiene nuestra comprensión habitual del término, en el derecho a participar en la formación y en las decisiones de gobierno y, consecuentemente, la obligación de reconocer un derecho igual a todos los otros miembros de la comunidad política, independientemente de la convergencia o divergencia entre sus ideas e intereses y los nuestros. Al igual que los ciudadanos de otros regímenes legales y a diferencia de los súbditos de gobiernos despóticos, los ciudadanos de las democracias disfrutamos de la protección y regulación de las leyes. A diferencia de otros miembros de regímenes legales, los ciudadanos democráticos disfrutamos de la posibilidad de ejercer el gobierno por un período determinado,de participar en la formación del gobierno y de debatir, refrendar o reprobar las decisiones de gobierno. Estos derechos adicionales van acompañados de la responsabilidad adicional de fundar nuestros juicios y decisiones políticas de modo tal que hacerlos aceptables para el resto de los ciudadanos y compatibles con su ejercicio efectivo de un conjunto de derechos idéntico al nuestro.Ciudadanía Democrática y RepresentaciónLos fundadores de las democracias de nuestra era debieron enfrentar el fenomenal desafío de adaptar un conjunto de instituciones concebido para el gobierno de pequeñas comunidades urbanas antiguas a las condiciones de los grandes estados nacionales modernos. Para concretar esta adaptación se valieron de diversas herramientas institucionales, desarrolladas en los órdenes políticos pre democráticos de la Europa Medieval. La representación política es la más importante de estas herramientas. Aún más, los órdenes que acostumbramos a llamar democracias y que a partir de finales del Siglo XVIII comenzaron a modelarse a partir de las imágenes de las democracias clásicas, pueden concebirse como una reforma sobre las estructuras de representación política preexistentes. La representación parlamentaria y, en algunos casos, el federalismo son las fórmulas a travésde las cuales las comunidades políticas de nuestro tiempo consiguieron encauzar el problemade involucrar, de algún modo, a todos, en la decisión sobre la suerte de todos.El énfasis en la función representativa nos permite precisar la definición de ciudadanía democrática propuesta en el apartado anterior. Participar en la formación y en las decisiones del gobierno consiste en la capacidad de representar y hacerse representar.La Democracia y los significados de la IgualdadExiste un segundo sentido que solemos darle al término democracia, un sentido que sólo estásecundariamente relacionado con la forma de gobierno y que refiere, de modo más directo y elemental, a la igualación de las condiciones sociales. Según Alexis de Tocqueville, que fue elprimer autor en llamar la atención sobre el punto, la democracia es un movimiento social, paulatino y de larga duración histórica, que consiste en la erosión de las jerarquías sociales, fundamentalmente en su manifestación simbólica. De acuerdo con esta perspectiva, el proceso de igualación democrática consiste no tanto en la ecualización concreta de las condiciones de vida sino en la capacidad de pensar la diferencia social como desviación respecto de una igualdad originaria y fundamental. Las diferencias que separan a ricos de pobres, mujeres de hombres, diestros de torpes, honorables de villanos, pasan a ser concebidas como accidentes u obstáculos salvables y, en este sentido, se erosiona la legitimidad de la riqueza, el género, la destreza y el honor como fundamentos de los derechospolíticos.En este sentido, la democracia política, y la igualdad de derechos que ésta supone, son más bien un resultado antes que una condición, de una igualación social y una democratización social previas. La extensión del principio democrático entendido de esta manera a otras esferas de la vida social consiste en la extensión de esta lógica ecualizante, homogeneizadora y corrosiva de las jerarquías y la autoridad.De acuerdo con el significado concreto que en cada situación concreta se le dé a la idea igualitaria, el principio de igualdad puede entrar en contradicción con el principio de autonomía que, como hemos visto, es el fundamento de la legitimidad de la democracia política. Para identificar estas posibles contradicciones, autores como Giovanni Sartori han propuesto distinciones entre distintas formas de igualdad. La primera de ellas es la igualdad de oportunidades. La realización de este principio consiste en la eliminación de los privilegios o subsidios, cubiertos o encubiertos, que distorsionan la libre competencia entre los individuoso grupos de individuos por la apropiación de los bienes sociales, premiando cualquier otro atributo que no sea el mérito y el esfuerzo como medida de contribución social. La segunda forma es la igualdad de puntos de partida. Este principio reconoce la existencia de agudas desventajas de origen, que en la medida en que están asociadas con el accidente de nacer en una familia con más o menos recursos, injustamente distorsionan la competencia por laapropiación de bienes. La realización de este principio de igualdad consiste, entonces, en la adopción de medidas que permitan compensar las desigualdades familiares básicas, favoreciendo a los hijos de las familias más vulnerables de la sociedad. La tercera forma de igualdad es la de resultados. De acuerdo con este principio, nuestra igualdad esencial nos hace acreedores de un derecho igual a un idéntico conjunto de bienes sociales, independientemente de nuestra posición de partida y nuestra colaboración en el esfuerzo colectivo de producirlos. Tanto la igualdad de puntos de partida como la igualdad de resultados requieren de intervenciones de la autoridad política que corrijan las distribuciones resultantes de los intercambios espontáneos entre los miembros de la sociedad, compensando desventajas. De acuerdo con la circunstancia y con la modalidad que adopten, estas intervenciones pueden ser contradictorias o absolutamente incompatibles con el principio de autonomía individual. El ejercicio responsable de la ciudadanía democrática requiere que, atendiendo a las mencionadas distinciones entre las formas de igualdad, una extensión de la democracia en el sentido de igualación de condiciones no ocurra al precio de una retracción de la democracia en el sentido de reducción de la autonomía.El Papel de la Educación en la formación de la Ciudadanía DemocráticaLa formación escolar cumple un papel central en la constitución de cada uno de los aspectos de la ciudadanía democrática que hemos comentado línea arriba. En primer lugar, la formación de ciudadanos supone para el sistema educativo la responsabilidad de formar sujetos que dispongan de las habilidades suficientes y las disposiciones adecuadas para participar de modo eficaz en la formación y en las decisiones de gobierno. Esto supone: I) instruir a los ciudadanos, de modo adecuado y veraz, en el conocimiento de las características fundamentales y la historia de la comunidad política a la que pertenecen, II) estimular el conocimiento y la aprehensión crítica del conjunto de protecciones y obligaciones legales que les corresponden en tanto miembros de esa comunidad política, III) cultivar las habilidades necesarias para participar de modo responsable en la formación e implementación de decisiones colectivas, y IV) fortalecer el sentido de ese afecto entre extraños, que Aristóteles llamó amistad ciudadana, y que resulta indispensable para el mantenimiento de cualquier comunidad política saludable.Esta forma de amistad requiere que los ciudadanos democráticos ejerciten el respeto de la autonomía de sus conciudadanos. La composición plural y no discriminatoria del alumnado puede colaborar tanto o más que los contenidos curriculares o las rutinas institucionales en el cultivo de esta habilidad. La efectiva representación democrática requiere no solamente de la competencia para elegir y hacerse elegir sino la capacidad para, por un lado, formular demandas propias en un modo aceptable y compatible con las demandas de otros y, por otro, para interpretar demandas ajenas y formularlas de tal manera que otros puedan aceptarlas como propias. Las capacidades de representación política son, en este sentido, indistinguibles de las capacidades de representación y expresión lingüísticas. El cultivo deliberado y dedicado de las habilidades de simbolización, interpretación, expresión y comunicación, intrínsecamente asociadas con la enseñanza escolar de la lengua nacional y de los distintos lenguajes científicos colabora, de manera indirecta y, sin embargo, fundamental, con la formación de la ciudadanía democrática.Finalmente, el ejercicio cabal y responsable de la ciudadanía requiere de la satisfacción de unumbral de necesidades básicas antes del cual ninguna forma de participación o pertenencia políticas resultan posibles. La compensación de los inmensos handicaps de partida que grandes sectores de la población deben soportar es una de las más onerosas cuentas pendientes de los sistemas educativos de las democracias contemporáneas, especialmente en las democracias más jóvenes, y muy especialmente en las democracias latinoamericanas. En algunas de ellas se han desarrollado esfuerzos para registrar de modo fiable las diferencias de calidad entre los procesos educativos y compensar, de acuerdo con esos resultados, las diferencias de calidad registradas entre las regiones y los sectores sociales. Los procesos de descentralización y privatización a los que hemos hecho referencia en la primera unidad, conspiran contra el éxito de estos esfuerzos. La igualación de la calidad continúa siendo el gran desafío democrático que los sistemas educativos de la región deberán enfrentar en los próximos años.
La interacción entre biopolítica educación y subjetividad: La Universidad como Productora de productores desde una lectura foucaultiana - Jorge Eliécer Martínez Posada (U. La Salle / U. Javeriana - Colombia)
Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea