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Tu Inicio en Mi Mente

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POR

INFINIDAD
DE
VIDAS
Para nosotros los partícipes de este amor tan sincero,
que se alarga en la infinidad de otras vidas
ÍNDICE
TU INICIO EN MI MENTE........................................................................................2
ETERNO RECUERDO.............................................................................................4
AMOR SURGIENDO................................................................................................8
OBSERVANDO EL FUTURO.................................................................................12
LA CASITA AMARILLA...........................................................................................16
LOS SÁBADOS......................................................................................................17
DISTANCIA............................................................................................................ 20
ACTUALIDAD.........................................................................................................24
TU INICIO EN MI MENTE

Me visualizo en el pasado parada sobre un escenario, donde mis nervios y


felicidad conducían mi cuerpo sobrellevando bastante bien mi elegida canción del
momento. Las palabras fluían a través del micrófono, el sentir de cada verso
estremecía tanto mi piel, que hasta se me olvidaba que todos esos pares de ojos
en el público me miraban expectantes. Qué iban a saber esas personas que los
únicos ojos que quería puestos en mí eran los tuyos; me estremecía más al
pensar en eso mientras cantaba.
Apretaba las uñas de mis manos en su misma palma, poniéndome cada vez más
nerviosa con la incógnita de donde estarían esos bellos ojos marrones…
¿Estarían ocupados en otra cosa? Podría ser, más no descartaba la idea de que
pudieran estar escondidos en un lugar que a mi vista en aquel escenario, era
imposible de localizar. Ya transitaba la última estrofa, preferí mejor concentrarme
al máximo para que saliera bien el gran final, tomando las últimas bocanadas de
aire, recordando los últimos arreglos que semanas atrás había hecho, cuando de
repente, te vi.
Te vi vistiendo una camisa blanca, con corbata en sus dobladillos, también esos
pantalones del mismo color marrón que, a juzgar por mi picardía, te quedaban
excelentemente bien. Lucías agitado, siempre me pregunté si fue porque habías
corrido para llegar en ese mismo instante en el que mi canción se abría paso a su
cierre final, quizá son ideas locas, puede ser que solamente pasabas de
casualidad por allí y escuchaste a mi voz cantar, de todas maneras, si fuese así
también sería significativo, pues quizá el destino jugaba sus primeros movimientos
en esto tan lindo que hoy llamo nuestro amor.
Fue imposible que esas dos últimas palabras me salgan como anteriormente
planeaba, no con ahora toda tu lumínica y misteriosa presencia deleitándose justo
en frente de mi campo de visión, y es que, pensaría en lo apropósito que fue el
que exactamente te sitúes de manera frontal, en donde yo podía ver que me
mirabas. Cuánto amo al destino.
Podría afirmar que para mi fue ese el momento en donde nuestras almas se
notaron, en donde una sinfonía extraordinaria aparecía en mi mente cada vez que
te notaba en algún lugar, o en donde cada vez, antes de dormir, me sumía en el
querer saber mas sobre vos. ¿Quién era realmente ese Juan que llegó al final de
mi canción? ¿Qué era aquella unión que todo mi sistema pedía a gritos?
Recuerdo un día incierto, encontrarme en una de mis extrañas sesiones de
meditación conmigo misma, donde me hacía todas esas preguntas junto con
muchas otras más, poniéndome nerviosa por no poder contestar la mayoría;
detestaba tener incertidumbre en temas como estos, detestaba no saber que era
eso que estaba empezando a sentir, múltiples veces me llamé a mi misma una
tonta por permitir que todos esos sentimientos florezcan cuando siquiera un saludo
había salido de nuestras bocas. Pensé en reprimirlo, no te conocía de nada, pero
aún así algo me decía que sí. Algo me decía que nuestras miradas ya se habían
entrelazado en un constante y excitante contemplar, que nuestra risa ya había
sonado en un unísono cómplice y alegre, que las pieles de todo nuestro cuerpo
reclamaban un mínimo toque porque ya habían sido compañeras en vidas
anteriores.
Quizá fue ese el motivo de que cuando nuestras manos se juntaron a raíz de un
par de caramelos Flynn Paff, se sintió un acogedor sentimiento de familiaridad y
paz.
ETERNO RECUERDO

Era un día normal, un viernes que recuerdo claramente, las horas pasaban tan
lentas que ya ni sabía qué hacer con todo el tiempo que me quedaba por esperar
hasta la vuelta a mi casa. Me concentré en un insignificante punto en la pared,
escuchando las ruidosas voces de mis compañeros rodeándome, todos
embobados en charlas de las que yo no era partícipe, no voy a negar que eso me
entristecía un poco, pero lo justificaba con los sentimientos por los que estaba
pasando en esas fechas. Tan sólo preferí mirar a ese punto y sumergirme en lo
mas profundo de mis pensamientos, ahí donde todo era gris y opaco.
Me acompañaba una canción que viajaba desde mis auriculares hasta mis oídos,
al menos sentía que esa mezcla de letras e instrumentales me entendían y me
hacían no sentirme tan sola y triste. Era una canción de Los Beatles, ¨And I Love
Her¨ . Pensaba que nunca nadie me haría sentirme tan amada como se debió
sentir la musa de esa canción tan bonita, o si yo era tan dichosa de merecer un
amor así de bonito y sincero. Esos pensamientos intrusivos de pensar si era
merecedora de ese honorable amor, me dieron ganas de seguir leyendo el libro
que me había descargado para leer, así que abrí la App y apoyando mi cabeza
sobre mi brazo empecé a perderme en esas maravillosas letras que relataban una
agradable historia de amor. Cuánto deseaba ser la protagonista de una afición así
de romántica y pura.
Lo que mi yo de ese entonces no sabía que ese era el día exacto en donde
nuestra historia dictaría su tan ansiado comienzo.
Ya iba por la mitad del capitulo cuando de repente la persona que tenía a lado me
tocó el hombro, sacándome del mundo solitario en donde me había sumido.
Confundida me saqué los auriculares y le pregunté qué pasaba, como respuesta
tuve a su mirada que me indicaba hacia una compañera mía que se encontraba a
centímetros de la puerta. Volví a preguntar que pasaba, tan desprevenida de lo
que la vida estaba planeando para que me sucediera. Si en esos momentos
hubiese tan solo pensado en cómo se desarrollaría todo a continuación, estoy
segura que en mi siguiente cumpleaños, el deseo que le pediría a las velas sería
que ese instante se repitiera infinitas veces. Tantas veces sea posible.
¨Juan te busca¨ salió de sus labios, dejándome helada, con la respiración nerviosa
y con un leve sonrojo en mis mejillas. Lo primero que cruzó por mi mente fue si
había escuchado bien ¿Ella dijo Juan?
Sí recordaba a aquel chico de cabello marrón oscuro, con auras misteriosas y
copión de canciones para subir a historias. Recordaba sus ojos puestos en mí el
domingo pasado mientras cantaba la canción de Tamara Castro, pero ¿Qué quería
el de mí? ¿Qué buscaba?
Mientras me levantaba de mi asiento también creí que podía tratarse de una
confusión, había dos con el mismo nombre en mi curso, podría ser eso, estaba
segura de que cuando saliese afuera y me viera, diría que en realidad él se refería
a la otra Cande. Así que me tranquilicé y salí.
Y, en ese momento, volvimos a conectar nuestras miradas cómplices que
seguramente una y mil veces pasadas se habrían encontrado, pero que no
revelaban ningún tipo de información.
Mis sospechas de una posible confusión fueron descartadas en cuanto flexionaste
tu brazo y dejaste expuestos a dos caramelos de envoltorio colorido. Fruncí mi
ceño y volví a mirarte, dijiste que eran para mí. No sabía muy bien qué decir o
cómo reaccionar en una situación como esa. Con una considerable vergüenza
sobre mí, los agarré y te agradecí.
Si fuese posible explicar el mejunje de sensaciones que se extendieron por cada
parte de mi cuerpo con el rozar de nuestras manos, si pudiera tan solo entender
cómo esos sentimientos llenaban con rapidez cada hueco de mi ser fundido en
tristeza, cómo fue la manera en que tuve mil deja vú juntos, te juro que te lo
explicaría en este párrafo, pero lamentablemente estas insignificantes letras
formadoras de palabras no pueden ni acercarse a lo valioso e inefable que fue ese
momento.
No quería que esos segundos terminasen, quería quedarme hasta que las
manillas del reloj anunciaran el fin del mundo y el inicio de una nueva vida
distópica. Si ese día alguien se acercaba a mi con preguntas tontas como ¿Si
tuvieras un superpoder cuál sería? Estoy segura que contestaría: El poder detener
el tiempo y quedarse en ese momento para siempre.
Cuando entre al aula después de despedirme de vos, seguido de un
agradecimiento, todos los presentes esperaban ansiosos a que yo contase quién
era el chico lindo de sexto año que me había regalado caramelos el último día de
la semana de la dulzura. Quise responder algo coherente a todas esas
indagaciones, pero la sonrisa de oreja a oreja que tenía me dificultaba un poco
esa tarea. Aunque poniéndome a pensar en este momento, no se me ocurre que
hubiese contestado a todo lo que me preguntaban, o cómo me hubiese defendido
de las cargadas que también había recibido.
Fue un momento feliz, una desconexión de lo que estaba sintiendo en esas
semanas, algo que vino a salvarme y todavía no podía darme cuenta.
Más no todo fue llevadero ese día, una voz de alguien resonó en mi cabeza todo
ese fin de semana de clases, pensaba que lo había hecho a propósito por la
pésima relación amistosa que compartíamos en esos tiempos. ¨Igual Juan regala
cosas todo el tiempo, a mi amiga también le regaló caramelos¨.
¿Había sido así realmente? ¿Había sido tan tonta de creer que era a la única
persona que estabas interesado en regalar cosas? Obvio…No era una conocida
tuya, ni mucho menos una amiga. Capaz sólo estabas siendo un chico agraciado
que buscaba una amistad. O que no buscaba nada a cambio.
Mi cabeza se carcomía todos los días después de ese dicho momento. Intentaba
apagar el deseo de querer escribirte agradeciendo una vez mas por los caramelos,
contarte sobre lo mucho que disfruté comiéndolos y pensando, también, si guardar
sus envoltorios por si en algún momento nuestra historia se desarrollaba. Pensaba
en lo loca que estaba al tener eso en mi mente, pero no era mi mente la que lo
sugería, era mas bien el ser dentro mío que se contentaba de haberte vuelto a
encontrar en otro espacio-tiempo.
No podía estar un minuto mas sin saber sobre vos, no podía aguantar el hecho de
querer conocerte y volver a tocar tus manos, volver a sentir ese calor que me
generabas cuando me observabas con tus ojos fijos. Quería que fuese mas fácil,
si hubieses subido una historia a tu cuenta de Instagram me hubieses facilitado el
trabajo de iniciar una charla, pero no, de hecho, me dificultaste más al no haberme
contestado por dos días. Si decir que mi mente ya maquinaba antes, encontrarme
en ese momento se consideraría avaricia.
Me replanteé mucho lo que había pasado, eran como un texto inentendible que, a
pesar de leerlo un millón de veces, seguías sin encontrarle la vuelta.
La felicidad de mis papas era abundante tras conseguir una reacción positiva de
viajar a nuestra casa de Herradura, recuerdo estar en el agua divirtiéndome con la
compañía de mi papa y mi hermano, quienes lograron despejar un poco del
montón de inquietudes que abundaban mi cabeza. Fui cansada a acostarme
después de esa tarde de pileta, ni bien mi cuerpo toco la cama, Morfeo se apoderó
de mis sueños.
Lo que no esperaba encontrar en las notificaciones de inicio en mi celular, eran
esos mensajes de voz que me dejaste cuando yo transitaba la madrugada con
mucho cansancio, y probablemente un hilo de baba saliendo de mi boca
manchando la almohada.
No fue hasta la mañana del siguiente día que los vi, a mis ojos todavía se les
dificultaba estar abiertos, pero en cuanto leí tu nombre en la pantalla se abrieron
como si hubiese visto a un sapo grande y aplastado en mi patio. Aunque si tengo
que comparar ambas situaciones diría que hasta el propio sapo se sorprendería
por no haber reaccionado como siempre lo hago, tu mensaje se había vuelto el top
número uno en llevarse el agitar de mi respiración.
Mi mamá destacó la linda sonrisa que se dibujaba en mi cara mientras estaba con
ellos todo el día, cómo no iba a parecerme al lienzo mas feliz y alegre de cualquier
pintor si vos me habías contestado.
AMOR SURGIENDO

Eran las cuatro de la tarde cuando le avisé a mis amigas que se prepararan para
salir conmigo al Paseo Ferroviario, recuerdo haberles dicho que hacía minutos
atrás estuve hablando con vos y que habías mencionado el stand de comida que
tenían con tu curso en esas fechas de ferias. Dijiste que pasara por allá y te
comprara algo, obviamente acepté y contaba con que mis amigas me
acompañasen en toda esa travesía. Ellas aceptaron gustosas porque además de
eso, también teníamos que pasar por el stand de Ivana y nuestros amigos.
Llegada la hora, emprendimos camino con mis dos amigas Azul y Gabi, y con mi
hermano Lea de chofer quien también ya estaba enterado e informado de todo
este loco día que estaba por ser. Él se reía de todas las conspiraciones que salían
de nuestras bocas, pero su carcajada fue extremadamente limpia y sincera en
cuanto fue el viaje de vuelta a casa. Pobre Lea, estoy segura que en esos
momentos se había arrepentido de haberme comprado tantos libros de romance
por Mercado Libre, que solo fomentaba mi idea de un amor apasionadamente
puro.
Empecé narrando desde el comienzo. Llegamos a la feria, todos los alrededores
desde mi perspectiva se coloreaban de tonos representativos a la felicidad. Mis
ojos parecían dos pequeñas cámaras que esperaban captar cualquier hallazgo
que viviese a partir de los siguientes instantes, Azul a ese paso ya empezaba a
decirme que me tranquilizara, pero ¿Cómo podía hacerlo? Era imposible sabiendo
que un estudiante vendiendo tras su stand resultarías ser vos. En mi mente se
revelan los recuerdos de tu figura apareciendo detrás de varios de tus compañeros
que también se encontraban trabajando, recibiéndome con una sonrisa tranquila y
unas vibras tan pacificas que puedo jurar que me hubiese puesto a dormir ahí
parada enfrente tuyo. Nos dimos un torpe beso en las mejillas, se me viene el
sentimiento de como se sonrojaron en cuento sentí tu rostro tan cerca del mío; tu
aroma fue una fragancia fresca que bañaba todos mis sentidos, un olor que se
queda registrado en la cabeza de cualquiera, tan plácido y electrizante.
Me saludaste y me diste las dos bolsas de pochoclos que anteriormente se la
había pedido a una chica que, previo a todo nuestro encuentro, ya se encontraba
atendiendo. Las agarré, te agradecí y eso fue todo. Lea suspiró, ¨ ¿Tanto para
eso? Pensé que valió la pena que me despiertes para llevarte y traerte ¨, yo le
sonreí y le dije que todavía me faltaba más de la mitad de todo para que la historia
que estaba contando terminase.
Mientras nos dirigíamos al puesto de Ivana, Azul y Gabi me bombardeaban de
preguntas de cómo había sido todo, obvio que para ellas todo lo que les conté les
había parecido poco y casi nada, todo lo contrario a mí, que me sentía como si ya
me hubiesen pedido matrimonio en los parques de Harry Potter. Pero a pesar de
toda mi emoción, también esperaba más, esperaba como mínimo dos o tres
interacciones más. Las horas siguieron pasando, el sol le había cedido su paso a
la luna, que junto con ella trajo su cielo oscuro; nosotras nos encontrábamos en el
Hotel de Turismo porque nos había agarrado ganas de ir al baño, estando ahí mi
mente voló y todo ese lugar que estaba muy silencioso se llenó de nuestras risas y
comentarios graciosos que nos surgían a medida que contábamos cosas, pero
dejé de prestar atención cuando mi celular se iluminó y dejó en evidencia tus
mensajes preguntándome si quería caminar un rato con vos. Se los mostré a mis
amigas contenta y rápidamente fuimos hasta el Paseo Ferroviario de nuevo.
Sentía una fresca brisa en mi rostro a medida que avanzaba hacia nuestro
encuentro, mis pasos eran apresurados y nerviosos, pero no los culpaba en lo
absoluto, ellos estaban tan ansiosos de guiarme hacia vos y por fin concretar el
inicio de nuestra unión. Había mucha gente recorriendo la gran feria, quizá
muchos iban hablando distraídos, otros simplemente viendo y analizando cosas
para comprar, pero a mi mente le daba igual porque lo único que pensaba era en
tu silueta que ya se asomaba a lo lejos.
Estabas hablando con alguien, ahora mismo no recuerdo bien quien era, pero
tampoco me importaba, a decir verdad, yo solo me concentré en la linda sonrisa
que me regalaste al verme. Hubo un segundo saludo y este si fue con menos
torpeza, aunque en mis pensamientos declaraban culpable a la fuerte música de
fondo que se mezclaba con múltiples murmullos de los al rededores, por no poder
escucharte bien.
No quería perderme ni la más mínima monosílaba que saliera de tu boca, quería
poder deleitarme con el pronunciar de cada oración que formulabas, y no hubo
persona más contenta que yo cuando mencionaste tu idea de perdernos en algún
lugar donde esos propósitos se cumplirían. Nuestro andar cobró otra perspectiva
cuando sólo era tu voz en todo mi mundo, era sólo la tuya con cada flexionar de
nuestras rodillas, con cada pisar de nuestros zapatos, sólo tu voz resonando en
mí.
Mis pestañas no evitaban derretirse al cerrar de mis párpados, trataba de
parpadear lo menos posible para poder presenciar cada mueca que se dibujaba
en tu rostro a medida que contabas una y mil historias, es por eso que las
condené a un fuerte ardor por impedir que cumplieran su propósito. Yo sé que
ellas tampoco podrían objetar mis intenciones, pero yo si me imaginaba con
vestimenta de juez, declarando culpable a los segundos que pasaba perdiéndome
lapsos de vos.
A ese paso la brisa que me cubría como un velo y me parecía fresca, ya tampoco
podía llevarse con ella el rubor de mis mejillas. Esta vez culpo a tus ojos por eso,
la forma en la que me observabas después de interrogarme con preguntas, hacía
que mi mente se quedara en blanco; no había mucho que yo pudiera contarte, a
diferencia de vos, pero si ya aquella información era escasa, con las nubes
borrosas apoderándose de mi mente, se volvía mucho peor.
Me avergonzaba no poder hablarte mucho sobre cosas que me interesaban en
ese momento, sobre cosas que pensé que esperabas escuchar por mí. No sé,
capaz esperabas encontrarte con una talentosa chica deportista, con alguien con
un carácter más fuerte, con atributos envidiables, y una vida social llena de cosas
interesantes, créeme que yo también esperaba dártelo, esperaba con todo mi
corazón poder explayarme hablando sobre lo genial que me iba en algún deporte,
en lo bien que se me daba cocinar, en la historia graciosa del porqué me cambié
de colegio por querer probar algo nuevo y no por la verdadera razón por la cual
me cambié. Sólo te pude dar una historia social bastante triste que me estuvo
afectando a gran parte de mi vida, te pude dar una chica que se quedaba callada
con el pasar de los días dejando que le falten el respeto como si nada por no
saber defenderse, a la que siempre miraba las mismas películas y elegía los
mismos sabores de helado. Te di a la chica que se consideraba tan igual al resto,
a esa que se sentía tan sola y mal.
Pero así de ordinaria y para nada interesante como me sentía, esa misma noche
me hiciste sentir la persona más afortunada de todo el mundo en el que vivimos.
Vos quisiste saber de esa chica a la que no le gustaba probar cosas nuevas por
miedo, quisiste hablar con la Cande de ese entonces que había huido
cobardemente de un colegio en el que la maltrataban, sin juzgarla ni un segundo;
Sin saberlo me estabas regalando la noche mas tranquila y sonora que mi mente
había presenciado desde hacía mucho tiempo.
Y sentados en el pasto verde, donde un paisaje boscoso y nocturno nos
asechaba con su presencia a lo lejos, quise poder agradecerte por lo lindo y
amable que estabas siendo conmigo. Por haberme ofrecido una invitación al
paseo que lo empezó todo, a ese por el que cada vez que voy a dormir pido por
volver a revivirlo, aunque sea en mis insignificantes sueños. Cuánto lo extraño,
cada segundo.
No puedo evitar querer que leas algo de lo que esa chica feliz escribió para vos
esa noche tras llegar a su casa, después de que Lea y sus amigas la hayan
escuchado atentos a la emoción con la que contaba todo con lujo de detalle sin
evitar querer derretirse a la mitad de cada momento. Me bajé del auto con la
inspiración picando mis dedos, no veía la hora de acostarme y dejar a que la
magia de mi sentir se apodere de todo y empiece a fundirse en un mundo de arte
que se volvería eterno en una aplicación del celular. Así que a continuación esta
lectura te va a servir también como una máquina del tiempo, que te va a mandar a
lo que cierto diez de julio del dos mil veintidós, declaré para vos:
“Tu mirada sobre mí, mis comentarios y tus risas contagiosas, tus incontables
anécdotas, mis ojitos achinados, tu respiración agitada, tus preguntas interesadas;
tus dulces labios moviéndose al compás de tu charla, tus manos nerviosas, tus
besos en mis cachetes, mis cachetes sonrojados. Tu interés continuo, tus metas y
sueños, tus músicas y libros, tu todo, todo de vos, me gusta, y me hacen sentir
merecedora de tu atención. “
OBSERVANDO EL FUTURO

Quién iba a creer que esa iba a ser nuestra actual rutina de día a día, una Cande
despeinada y somnolienta feliz de encontrarse con un mensaje tuyo deseando
buenos días desde la distancia. Vos en Córdoba y yo en Formosa, diferenciando
sólo que en ese Julio te encontrabas en una fugaz visita a tu hermana, y no como
ahora que es tu actual hogar. Deseo todos los días al despertarme que sea sólo
esa visita y que pronto vas a volver a pasar tus tiempos conmigo disfrutando de
nuestra compañía presencial, y no que tu estadía allá por el momento es
permanente.
Eran días conmovedores, recordaba despertarme temprano en la mañana y la
primera actividad por cruzar mi mente era agarrar el celular para revisar si había
recibido algún mensaje tuyo. los pliegues de mis labios se ensanchaban en cuanto
tu nombre sobresalía con notificaciones en la pantalla, teniendo de mis favoritos a
tus audios, en donde podía volver a escuchar tu voz. Me alegrabas cada mañana
que podía empezar a hacer mis cosas con tus audios de fondo en donde me
relatabas cada travesura tuya allá en Córdoba.
Me sentía extraña, no podía evitarlo, pero te extrañaba, y era extraño admitir eso.
No te conocía prácticamente nada, no habíamos compartido tanto, pero no podía
esperar a que me dijeras que ya estabas de nuevo en la ciudad para poder verte
de nuevo. Lo ansiaba cada célula de mi cuerpo.
Mientras tanto me conformaba con lo bien que se sentía que en tus pensamientos
aparezca mi presencia cada que veías algo que te recordaba a mí. Una hoja
anaranjada del suelo, que desprendida de su árbol yacía a la espera del encuentro
con tus ojos, y una sonrisa tuya por recordarme tras ese vivaz objeto cuyo
propósito fue cumplido. Puedo imaginarme la secuencia tuya recorriendo esas
grandes y alborotadas calles, cruzando por alguna acera alborada en donde los
feriantes exhibían sus artesanías u objetos sin tanta importancia a precios
considerables; nada captando tu atención, sólo una serie de posters que
reposaban quizá en alguna mesa con demás mercancía, se me ocurren libretas de
caricaturas o algún que otro sticker, pero tu mirada se posó en ese poster, ese en
el que se divisaba mi banda favorita. Las lágrimas hacen un recorrido salado por
mis mejillas al recordar lo que sentí en cuanto, después de insistir mucho, me
mandaste un video que significó tanto. Tu dedo cliqueando el enviar de esa
recopilación en donde me mostrabas aquel poster de los Beatles, hizo estragos en
mi estómago. Vos te acordaste de mí en el momento en que lo viste, recordaste
nuestra charla acerca de lo que me gustaba escuchar, tuviste en cuenta a la chica
insignificante que se estaba empezando a enamorar de vos. Y cómo no.
También recordaste la magia y lo mucho que me gustaba, recordaste esa tarde en
donde mientras tomábamos café, te obligué a hacerte el test de casas de
Hogwarts. Mi lindo Hufflepuff, te agradezco tanto que te hayas tomado el tiempo
de escuchar mis únicas charlas y me hayas contentado con todos esos regalos
que atesoro con el máximo amor que puedo tener acumulado en todo el cuerpo
mío.
Me estabas acostumbrando bastante a la rutina de tenerte en mi vida todos los
días, era un sueño del cuál no quería despertar jamás, un amor naciente que
crecía con cada segundo corriendo en el contador del tiempo, un amor que quería
guardarlo en una caja y custodiar que su andar sea eterno, aunque ni esa palabra
demuestra lo duradero que anhelo que sea nuestro amor. Pero era imposible no
recordarme siempre que quizá mis deseos eran imposibles de cumplir, no con el
saber de que tu futuro nos respiraba en la nuca erizando nuestra piel que pronto
ya no se tocaría más.
Pasaba muchas horas encerrada en mi mente debatiendo si aquello era lo más
conveniente, si el empezar a amarte era lo que correspondía hacer, si era lo que
podía dejarme llevar. Traté de buscar algún error tuyo, algo que me hiciera dejar
de verte como ya te estaba viendo, algo que me ayudase a que lo que se estaba
por venir en realidad jamás pasara, pero no hubo nada, fue un formulario sin
llenar, un espacio en completo blanco que nunca se utilizaría. El único margen que
completaste tan rápido, como si te tratases de un corredor profesional en algún
maratón, fueron los huecos desechos de mi paz perturbada, ese espacio si lo
rellenaste, de hecho, lo reconstruiste con mucha esperanza y sin mucho esfuerzo.
Usaste un hilo especial, uno que se caracteriza por ser muy resistente así también
como incapaz de poder llegarse a desligar de los otros pedazos de lana.
La mano de obra que utilizaste para construirlo te tardó sólo semanas, o
analizándolo bien, ni un sólo recuento de veinticuatro horas. Sanaste a esa chica
que conociste ese día de feria. Sanaste a esa chica que se sorprendió al verte
parado en la puerta con caramelos en las manos. A esa que cantaba en aquel
escenario intentando olvidar su pasado oscuro que la perseguía constantemente.
Sanaste a la chica que se encuentra escribiéndote esto.
Rechacé todo el miedo que amenazaba en mi pecho, y esperé eufórica volver a
verte. Los días pasaron y con ellos llegaron las cosquillas en todo mi cuerpo con el
saber de que en un par de horas me encontraría nuevamente contorneando cada
detalle de tu rostro al hablarme de todo lo nuevo que viviste en tu viaje de una
semana, que desde mi perspectiva había durado una infinidad. Estaba nerviosa,
me reproché todo el viaje a nuestro encuentro, la manía ansiosa de comer todas
mis uñas, ojalá no lo hayas notado, aunque todas esas preocupaciones
desaparecieron en cuanto te contemplé esperándome sentado con un equipo de
mate a lado de tus pies. De él sobresalía una lámina enrollada, junto con una
bolsa que aguardaba ser atacada por mis curiosas manos que se morían por ver
su interior.
Cuando te saludé me morí de ganas de poder rodearte con mis brazos y sentir el
calor de nuestros cuerpos pegados el uno con el otro. No nos hubiera hecho mal
considerando el frío que hacía en esa época del año. Me derrito con el pensar que
nuestras almas tuvieron su rencuentro en circunstancias tan gélidas.
Olerte destensó cada musculo rígido que me constituía, y del que ni siquiera me
había dado cuenta. Tu voz presencial causó olas de placer en toda mi columna
vertebral, que poco a poco se deslizó por toda mi sangre y se instaló cual
huésped. Me preocupé en no tartamudear.
El cielo ocurrente fue testigo de todo mi cuerpo que abundaba calor, y
apiadándose de mi nos cubrió de una pequeña llovizna fría, pero no logró que el
calor se apagase, lo multiplicó por mil al incitarme a pensar en como se sentiría
tus grandes brazos abrazando mi cuerpo pequeño que a propósito empezaba a
temblar, no sé si por cómo te veías con esas gotas de agua resbalando por tu
cabello oscuro mientras me hablabas animado o por la brisa fresca que ya la lluvia
empezaba a levantar. Indiferentemente, lo agradecía.
Las gotas empezaban a tornarse más fuertes, a ese paso ya podía sentir como
por fuera mi cuerpo reaccionaba, a pesar de que por dentro yo era el mismísimo
interior de un volcán a punto de hacer erupción. La gente que nos rodeaba con
centímetros no tan prominentes, ya empezaba a desaparecer con destino a sus
casas, y entre charla y charla, lo único que hacía de chaperón para nosotros era
ese aguacero. Preguntaste si me gustaría caminar a algún lugar más cerrado,
accedí gustosa y nos emprendimos a un camino oscuro y solitario que nos guío al
puerto de La Costanera, ahí donde se encontraba inclusive mas desalojado.
Recuerdo ese frío viento que congelaba mis manos, me hubiese gustado agarrar
las tuyas y tener de excusa el querer calentarlas, reprocho no haberlo hecho. Y
también reprocho no haber iniciado un beso, quizá podría usar esa misma excusa
de querer calentar, pero esta vez, mis labios.
Nuestras conversaciones no tenían mucho sentido, pero me gustaba sentir que ya
había más confianza entre ambos, tanto que me hiciste saber tus intenciones de
matarme en un apocalipsis zombi. La picardía en tu tonada al joderme con eso me
ponía los pelos de punta, ya empezábamos a crear nuestros chistes internos.
Poco después fuimos a la plaza del que hoy consideramos ¨Nuestro Lugar¨, nunca
había ido hasta allá, menos de noche y sin nadie transitando, pero vos me hacías
sentir segura y con eso ya me bastaba. En el camino usé la excusa de haber
escuchado un ruido extraño que me asustó, para acercarme a vos, ese era el
único objetivo que tenía, y se sintió tan bien que no me molestaría volver a
mentirte con eso para mantenerme tan cerca tuyo como sea posible.
Estuvimos un buen rato en las hamacas, donde en más de una ocasión me
impulsaste haciendo contacto con mi cintura, fue algo muy tierno, digno de algún
párrafo de los libros de romance que Jane Austen hubiese escrito. Nosotros
seriamos los protagonistas perfectos de cualquier historia de amor, nunca pensé
que me sentiría, así como en un libro.
Disfrutamos de un poco más de charla, me contaste cosas de tu infancia ya que
estábamos muy cerca de donde hiciste la escuela primaria, me gustó mucho saber
más sobre tu vida, me hizo sentir que también de cierta forma confiabas en mí. Y
nunca odié tanto a mi hermano como ese día, porque interrumpió la burbuja feliz
en la que ya me estaba encantando estar. Tuve que despedirme de vos, no sin
antes desear que no sea el último encuentro que tuviésemos, ya quería volver a
sentirme en un mundo que fuese solo tuyo y mío. Que fuese sólo nuestro.
Agradecí a la lluvia por escoltarnos en esa velada tan linda y significativa para mi
antes de dormirme, esperando que algún otro día se nos una nuevamente
otorgándonos momentos inefables como el que tuvimos ese día.
LA CASITA AMARILLA

No puedo evitar recordar cada vez que paso por ese lugar, todos los besos
nerviosos que nos regalamos cierto tres de septiembre. Era un día también frío,
vos vestías tu característico buzo naranja que pensas que no me gusta, pero que
en realidad adoro y espero poder robarte algún día; yo tenía un buzo negro que no
me resguardaba del viento fresco que fue participe omnisciente de nuestros inicios
románticos. Pero sólo un beso tuyo bastó para que mi cuerpo se sintiese tibio y
cálido como si estuviera cubierta por muchas mantas polares. Fueron torpes,
cautelosos, primerizos, pero fueron el sello de una alianza que comenzaba con
pasos insertos a una realidad que era nuestra. Que firmó el inicio de un camino
afable que hasta día de hoy recorremos gustosos. Fue tocar el cielo con mis
propias manos, fue un fresco vaso de agua en un insoportable desierto caluroso,
fue la emoción de encontrar un trébol de cuatro hojas y de observar un colorido
arcoíris después de una feroz tormenta. Fundirme en tus labios se siente como
una braza de fuego intenso, como si todo mi cuerpo estuviese expuesto a un
sentimiento de adrenalina constante. Y si hubiese sabido como se sentía probarte,
no hubiese dudado en aproximarme hasta vos y proclamar la unión jovial, todas
esas veces que el miedo ganó a mi deseo. Como lo fue ese día en donde la
soledad era nuestra única compañía, o tal vez cuando nos mediábamos a través
de un abrazo acogedor tapados con un abrigo que llevé, que después olió a vos y
jamás lo quise lavar. Se me ocurre también cuando parados observábamos el río y
tu acercamiento era excelente para plantarte un beso mío. Si tan sólo hubiera
sabido, ya no sería una cobarde. Pero aún así agradezco esa faceta de actores
que adquirimos en esa casa, teniendo de excusa el querer representar ese sticker
gracioso que yo amaba y vos no. Agradezco estar en ese pequeño balcón en
donde nuestras bocas danzaron en un compas cariñoso y lleno de significado,
agradezco que cada vez que paso por ahí y veo esa casa, me reconoce por
atestiguar todos esos momentos que recuerdo con nostalgia y mucha ternura. Lo
agradezco yo y mis labios que te extrañan.
LOS SÁBADOS

Si decir que cada día que pasaba junto a vos eran los mejores, entonces me
quedo corta. Una típica frase, pero que refleja de manera exacta cómo se siente
perdurar en el tiempo con esa presencia tan lumínica tuya.
Esperaba paciente que llegase cada sexto día de la semana, cada sábado en el
que mi ser interior se relajaba y se fundía en la felicidad de poder llamarte mío,
porque ya eras mío, eras esa única persona en la que pensaba todo lo que el
tiempo despierta me permitía pensar, eras el chico al que cada que lo veía me
moría de ganas de plantar mis labios en los suyos y crear juntos un mundo donde
nada más importaba; rogaba a todo aquel que cumpliese plegarias, que ese sentir
de pertenencia que lograba sentir con vos, sea siempre por vos en la eternidad
absoluta.
Nunca hubo propuesta de que nuestras almas se elijan a partir de una cierta
fecha, tampoco lo esperaba, a decir verdad, porque lo nuestro no se engloba en
propuestas tenues que incapaces son de proyectar todo aquello que pasa por
nuestras mentes al mirarnos, lo nuestro es y siempre será la fluidez de los actos
que cometemos cada vez que inicie un nuevo día. La alarma que resonaba en
toda mi pieza no sólo anunciaba el tener que empezar mi rutina nuevamente, sino
también recordaba el aumento masivo de mi amor por vos, ese que jamás va a
decaer ni disminuir.
Volviendo a lo de mis días mágicos, ojalá pudieras haber visto a esa Cande que
empezaba sus mañanas de la manera más alegre que se podía, pero como
haberme visto es imposible, con gusto te lo voy a describir:
Normalmente mis fines de semanas empezaban bastante temprano, odiaba que
eso pasase puesto que era mayor la probabilidad de que estuviera ansiosa desde
horas muy prematuras, pero no había mucho por hacer porque sabía que sería
casi imposible volver a retomar mis sueños, por lo que me decidía sentarme en mi
cama, quizá echar un bostezo y seguido de eso apoyar mis pies en el frío suelo en
busca de mis pantuflas. Después de volver del baño agarraba mi celular en busca
de algún mensaje tuyo, mientras me cepillaba los dientes dejaba volar mi mente
en conspiraciones de posibles recados ¿Me habrías puesto solamente un hola?
¿Me habrías invitado a salir a algún lugar? ¿O sólo me respondiste algo que
anteriormente te había mandado pero que no me contestaste? No importaba cuál
de esas cosas podría ser, porque ya con el celular en la mano, con cualquiera de
ellas, ya me encontraba sonriendo.
Mis ojos se iluminaban más que el brillo de la pantalla, mi corazón bailaba el ritmo
de un tango romántico, y mi respiración se la creía por cuan agitada estaba.
Planeaba en mi mente la posible vestimenta que usaría para que me veas, me
levantaba de mi asiento y me sumergía por horas y horas en búsqueda de la
prenda perfecta. Podría ser aquel vestido negro con círculos blancos, o quizá
algún top que podría usar con jean por si más tarde refrescaba…Cualquiera
estaba bien. Mis deseos sólo eran entrar en tu mente con el objeto de mi esencia,
quería vestirla adecuadamente para que tus sentidos vuelen y se pierdan en algún
lugar buscando la razón del porqué te atraías tanto a ésta. Espero haberlo
logrado, aunque sea alguna vez.
Ya peinada y perfumada me marchaba de mi pieza, mirándola en cada uno de sus
rincones, sabiendo que al volver sería mi cómplice y fiel testigo de las vibras
renovadas con las que después de verte traería. Tocaba la puerta de mi hermano
esperando su positiva orden, irrumpía en ella esperando su opinión a como iba,
siempre respondía que estaba linda, pero no me importaba tanto, no se
comparaba a cuando al llegar hasta tu encuentro, yo me encontraba con las
miradas tuyas que por mas que no me decías nada, ellas hablaban por vos.
Haciendo una gran mención a mi hermano Lea, que paciente me llevaba hasta
vos, escuchando los avances que teníamos sábado tras sábado, le agradezco de
por vida su gran serenidad. Le doy gracias de que cada vez que le pedía un
consejo ponía más despacio su música y atento buscaba las palabras para
asistirme en todas mis inquietudes, como lo fue aquella vez cuando volviste de
Córdoba y debatíamos si estaba bien confesarte el pronto sentimiento de
extrañarte que experimenté, el dijo que si, que estaba bien sacarlo de adentro y
que lo ibas a tomar con terneza, pero no me animé y se burló de mi cuando me
buscó de regreso. Al llegar al destino de siempre, La Plaza San Martín, me
preguntaba la hora en la que me tenía que buscar y me deseaba suerte antes de
que yo cerrase la puerta del auto, era una re confianza la que me daba y ahora
que recuerdo todas esas veces, me fue de mucha ayuda en muchos momentos en
los que tuve que caminar de punta a punta ese lugar hasta llegar a vos.
Creo que eran los peores momentos del día, sin contar el momento de
despedirnos, ser recorrida por tu mirada inconclusa desde lejos me ponía más que
nerviosa. Casi siempre me esperabas sentado, y desde mi visión alejada rogaba al
cielo que no sintieras aún mi presencia y me quedaras mirando. Aunque con el
pasar del tiempo eso se fue esfumando por la confianza que traías a mi vida, y de
pasar de sentirme obstruida por tus ojos, ahora me siento una modelo
extremadamente linda, caminando por su pasarela, teniendo de fotógrafo a tu
mirada que desprende el más agradable sentimiento fogoso.
Estando con vos no podía dejar de pensar en lo mucho que anhelé encontrarte,
cada palabra que salía de tu boca era la poesía más sensitiva que alguna vez
escuché. Mirarte consistía en ser espectador de la obra de arte más simbólica de
toda una exposición. Tocarte era el sentir de volverse loco por querer más y olerte
era el remate de toda esa locura.
Movías mi mundo, lo ponías de cabeza, le dabas vueltas, eras el controlador de la
montaña rusa de emociones que se prendían en mi interior. Eras y vas a ser
siempre la razón de mi cuerpo inquieto, de mi mente que no duerme por siempre
estar pensando en ambos juntos, eras el destinatario de todas mis miradas, el
dueño de todas mis canciones, de todos mis versos. El chico que me enseñó a
probar cosas nuevas, el que con cada salida me hacía degustar un sabor de
helado distinto. El que me hizo entender que mi rareza era lo que me hacía
diferente del resto, que era buena y no tenía de qué avergonzarme. El que cada
que lo miro prende en llamas cada rincón de mí, apacigua cada caos de mi mente,
inicia deseos, despega metas, acompaña en cada cosa.
La mezcla de tristeza y felicidad con la que volvía a casa después de cada
sábado, me dejaba con un sabor de querer volver a verte, de que ansiaba que los
días pasasen volando para volver a tenerte para mí. Para volver a escucharte,
para volver a mirarte, a tocarte, a oler ese aroma que te caracteriza y que me
gusta embriagarme. Pero a la vez detestaba que los días pasasen y pasasen,
porque con cada sábado por pasar, un reloj de arena imaginario me recordaba la
fecha en la que tu presencia se iría y me arrancaría todos esos propósitos. Todos
esos sábados.
DISTANCIA

“El tiempo. Tan dolorosas y miserables palabras, tan inextensibles e irreversibles…


tan preciadas y mal usadas, tan dolorosas, tan repugnantes.
Cuanto quisiera poder cumplir mi tan ansiado deseo de detenerlo, Juan, de
detenerlo para fundirme en tus brazos, fundirme en el saber que estarás pegado a
mi sin importar el correr del espantoso tic tac, sin apresurar las cosas, sin ninguna
despedida.
Seis meses, seis malditos meses, no me son suficientes para expresar todo mi
significado de amar, todo lo que tu persona se merece. No puedo ni siquiera
pensar en cuán angustiada estoy de sentir esto como un cáncer terminal; se siente
así, tan tortuoso y tan irremediable”.

Eso lo escribí en alguna noche de insomnio en el que nuestra despedida próxima


me asechaba la mente y la carcomía por largos periodos. Aún faltando seis meses
para que te vayas, yo ya empezaba a extrañarte. Ya empezaba a sentir tu
ausencia, la ausencia de tus toques, la ausencia de tus besos.
No había momento en el día donde yo no pensara en eso, era una ansiedad
constante que se había instalado en todos lados de mi cuerpo y no pensaba irse
hasta que ese día llegase. Llorando muchas veces me encontré con el querer que
ya eso suceda, que sea el día de nuestra despedida y que el dolor por fin se
neutralice o pase. Me sentía culpable por pensar eso, pero era imposible no
desearlo siendo víctima de una angustia personificada que me agarraba de los
pies y me llevaba a un mundo donde el dolor era el reinante y la tenía a ella de
mano derecha.
La angustia me llevaba a cometer daños contra mi propia persona, me obligaba,
era más fuerte que yo. Y cómo no si se alimentaba de mí, de lo vulnerable y
destrozada que estaba. Podía hacer lo que quisiera conmigo, no tenía límite
alguno, yo era su presa y ella me cazaba. Por más de los miles de intentos que
hice por escaparme de sus garras, me atrapaba, me nublaba el juicio y me seguía
torturando. Yo debía de hacer algo, no podía seguir sintiendo que el dolor que ella
me causaba era más potente que todo, tenía que ser yo la causante de dicho
sentimiento, tenía que ser yo. Yo contra ella y todo aquello que me hacía pensar.
Yo contra todas esas veces en donde generó imágenes de nosotros en nuestros
inicios para solamente seguir ganándome en dolor. Todas esas veces en donde
me recordaba la fecha del quince de enero, donde me mostraba el reloj con poca
arena. No podía ganarme, no podía permitir eso por su parte. Y perdón por no
haberle hecho caso omiso a su deseo, pero ella gritaba muy fuerte, gritaba en toda
mi cabeza y preferí silenciarla con el rayar de mi muñeca. Perdón, supongo que la
angustia me terminó ganando por permitirme escucharla.
Pero esa noche pude darme cuenta, te juro que lo pude hacer. Sentada afuera
observando los pétalos de una flor que no conozco caerse, me preguntaba si
aquel tallo de planta se sentía triste por la distancia que ahora tenía de todas esas
hojas que una vez estuvieron con ella acompañándola y haciéndola sentir la flor
más bonita de todo el jardín. De alguna forma, allí sentada aferrando mis piernas a
mi pecho, me sentí comprendida e identificada con ella, y se sintió tan bien porque
con todo lo que me pasaba por esos días me hacía sentirme tan sola y
desentendida. Nadie podía consolarme, nadie sabía cómo, pero esa noche me
entendió ella y sin saberlo, me consoló.
Cuando ya nos encontrábamos en el catorce de enero, un día antes de que te
vayas y de que la incertidumbre por el qué nos esperaba me absorbía, mi
estomago ya empezaba a cerrarse, no quería nada que no fuera estar con vos
cada segundo que nos quedaba todavía juntos. Mi familia empezaba a
preocuparse y a estar más alerta de mis movimientos inciertos gracias a mi
historial, no me dejaban sola, estaban al tanto de todo. Esa tarde, nuestra última
tarde, la pasamos sentados en el pasto verde de La Costanera, donde a pesar que
me veías normal afuera, por dentro miles de cuchillos afilados desgarraban cada
parte de mi alma que un día construiste y rescataste. Se hacían pedazos, se
desvanecían en la oscuridad absoluta que los recibía con los brazos abiertos.
Sentía hemorragias internas que cerraban cada posibilidad de un poco de
felicidad, pero ¿Cómo esperaba ser feliz en ese momento? Si la persona que más
amaba en el mundo estaba apunto de hacerme arrebatada. Me la robaban, se iba.
Todo el camino a casa fue en silencio, y se lo agradecí a Lea internamente, sólo
era el silencio y mis pequeños sollozos que salían sin consentimiento mío. Al llegar
a mi casa bastó una sola mirada para que mi papá entendiese que lo necesitaba,
que necesitaba fundirme en su rol paternal para tranquilizar mi llanto constante.
Me dijo muchas cosas ese día, así como aquel día en donde me identifiqué con la
flor que el plantó.
Pero no fue hasta el día siguiente en donde sentí como el aire se me iba, al ver
como aquel colectivo en donde estabas sentado, empezaba a moverse. No pude
verlo marchar, no pude. Me fui rodeada por el brazo de mi papá que en ese
momento fue mi salvavidas en una trágica inundación. Llegué a mi casa, me
refugié en mi pieza y el mejunje de sensaciones horribles que estuve sintiendo
desde que supe de tu partida, lo vomité con llantos incontrolablemente fuertes.
Sentía como te perdía, como la distancia entre ambos eran fierros clavándose en
todas partes de mí.
Mi fuerte llanto se anunció por todas partes de la casa como si se hubiese
conectado a un parlante con volumen exageradamente alto. Recuerdo a mi mamá
entrar por la puerta y su expresión triste por verme sufrir de esa forma, el alma me
dolía, me dolía tanto que hasta ni ella sabía que hacer, y ella siempre sabe. Tan
sólo me abrazó y dejó que llore hasta dormirme del cansancio.
Los días pasaban y puedo jurar que me consideraba muerta en vida, nada me
contentaba, nada me divertía, nada me sanaba. Las primeras llamadas que
tuvimos fueron muy difíciles de afrontar, verte a través de una pantalla sin poder
tocarte, sin poder olerte, sin poder tenerte junto a mí. Era horrible, lo repudiaba. Te
quería de nuevo conmigo.
Pero no podía hacer nada más que aceptarlo y seguir adelante.
Tu presencia en las llamadas se volvió infalible, necesitaba verte y sentir que me
acompañabas en cualquier cosa que hiciese. Me calmaba el corazón verte
estudiando, verte cocinando, verte durmiendo. Poco a poco me hacía la idea de
aguantar estando lejos de vos. Cada noche durmiendo juntos, si no podíamos
dormir nos contábamos historias inventadas por nosotros pero que a ambos nos
aliviaba y nos permitía descansar. Cada vez después del colegio, o después de la
facultad en tu caso, en donde nos poníamos al día de lo que nos pasaba me hacía
sentir acompañada, escuchada, entendida; sólo vos lograbas eso, sólo vos me
traías paz.
Hubo veces en donde nos ganaba la tristeza y nos extrañábamos tanto, pero
sabíamos que nos volveríamos a ver en Julio y eso nos tranquilizaba. Contábamos
los días, soñábamos con ese momento en donde nos reencontraríamos,
hablábamos sobre las posibles actividades que podríamos hacer. Había
esperanza.
Y no hubo momento más feliz en cuanto eso sucedió.
Volver a sentir como tus brazos me rodeaban, como sentía tu respiración
chocando con mi piel, como nuestros cuerpos se fusionaron en uno nuevamente,
como nuestras risas sonaron juntas, como nuestras miradas eran en vivo y no a
través de un celular.
Recuerdo cada instante con tanto cariño. Ese primer día en donde comenzó
siendo bastante feo pero que terminó siendo uno de los mejores días de toda mi
existencia; encontrándonos saboreando el frío de una Córdoba que se volvió otro
testigo de todo el amor que nos tenemos mutuamente, que nos vio felices
nuevamente entrando al edificio en donde vivís y al cual estaba acostumbrada de
verlo en múltiples llamadas, pero que en ese día se volvió un departamento real
que me daba la bienvenida por la semana en la que me quedaría. Esa Córdoba
que al llegar la noche fue testigo de la inmensa emoción que tuvimos por estar
cumpliendo un año estando juntos, y poder ser expectantes de aquello tan bello,
en vivo y en directo. A esa ciudad que se contentó al vernos cansados de tanto
recorrer sus alrededores e irnos a sus interiores para conocerla más. A la que sé
que cuando visitamos su Universidad Nacional, deseó con todas sus fuerzas que
yo también pudiera estudiar allí. A esa Córdoba que espera seguir siendo testigo
de nuestra historia por los años en la que la habitemos.
ACTUALIDAD

Después de otro largo periodo separados, hoy te tengo conmigo, hoy puedo
permitir que nuestros cuerpos se encuentren en un abrazo, puedo sentir a tus
brazos como un refugio en el cual me encanta resguardarme. Puedo aprovechar
de copiar el tiempo de tu respiración, puedo crear melodías en mi mente con el
sonido de nuestras risas, puedo también detallar cada detalle tuyo con mis ojos,
puedo verlo desde tan cerca, con tanta claridad. Puedo contar cada lunar
impregnado en tu piel, fantaseando con aquella leyenda de que fueron esos los
lugares en donde más te besaba en alguna vida anterior, imaginándome donde
podrían encontrarse esas manchitas futuras al volver a cambiar de vida.
Estoy tan agradecida con el destino, y tan segura que va a hacer hasta lo
imposible para que siempre demos los mismos pasos, a la misma dirección, que
nos hará tomar el camino que nos guía a nuestro encuentro. Que se contentará
una vez que la ruta sea caminada por nosotros juntos a la par. Que nos mirará y
acompañará en todas y cada una de nuestras vivezas.
Pero ahora puedo decirte que el existir junto a vos en este momento es y siempre
será el motivo de todas mis alegranzas, el motivo de todos los pliegues en mi cara
que forman sonrisas, la razón de querer seguir pelando mis batallas, superar mis
obstáculos, todo con intención de siempre encontrarte.
Siempre te voy a encontrar, quizá de una forma distinta…Puede ser como alguna
piedra preciosa tirada en el suelo, en algún estanque nadando con mis iguales los
patos, puede ser también como un envoltorio de Flynn Paff, un oso perezoso
colgado en un árbol, un aparato que nebuliza la mucosidad, una canción de tus
bandas favoritas, el poster de un personaje del mundo mágico, una serie de chicos
con plata, una fuente de fideos mostacholi con mucho queso, incluso como una
hamburguesa. Variedad de formas que podrían representarme, pero todas ellas
con el mismo objetivo de siempre buscarte y hacerte feliz, en una infinidad de
vidas.

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