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2 Parte de La La Prueba

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Universidad Mariano Gálvez de Guatemala

Derecho Procesal Civil I


Lic. Carlos Marcelo de León Castro

LA PRUEBA

CARGA DE LA PRUEBA

Establecido lo que se ha de probar, el razonamiento lógico conduce ahora a preguntarse


¿quién debe probar?, lo que implica cuestionarse la carga de la prueba. La determinación de
esta carga exige fijar algunos principios y criterios, que es lo que hacemos a continuación.
A) Los principios de aportación de parte y adquisición procesal
En términos muy generales lo explicado por la doctrina parece no ofrecer problemas; el
principio de aportación de parte, tal y como ha sido entendido en la mayoría de los códigos
procesales, determina que son las partes las que deben probar. Sobre ellas recae la carga (que
no es lo mismo que la obligación) de alegar los hechos que son el supuesto base de la norma
cuya aplicación piden, y sobre ellas recae también la carga (otra vez, no la obligación) de
probar la existencia de estos hechos, de convencer al juez de su realidad o de fijarlos
conforme a las normas legales de valoración.

El principio de aportación de parte según nuestro derecho sirve, pues, para determinar que
son éstas las que tienen la carga de la prueba, no existiendo deber del juez de verificar (sin
perjuicio de que el juez pueda acordar de oficio la práctica de algunos medios de prueba, arts.
172, 183 y 191 del CPCYM); pero el principio de aportación no sirve para nada más y, en
concreto, no nos dice cómo debe distribuirse la carga de la prueba entre las partes. Con sólo
este principio para el juez es indiferente quién ha probado los hechos alegados.

La alegación por el demandante de los hechos que fundamentan a pretensión (hechos


constitutivos) sí es manifestación del principio dispositivo, y que también lo es la alegación
por el demandado de los hechos excluyentes, mientras que todos los demás hechos
(impeditivos y extintivos), que no conforman la pretensión ni la excluyen, ha de ser, sí,
alegados por las partes, pero para que el juez los tenga en cuenta no es preciso distinguir cuál

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de ellas los ha alegado. Pues bien, el principio de adquisición procesal supone que, estando
los hechos correctamente alegados, cualesquiera hechos, y estando probados, el juez ha de
partir de ellos en la sentencia, sin referencia a cual de las partes los ha probado.

Hasta aquí la doctrina de la carga de la prueba no ha entrado en juego. Nos hemos limitado
a recordar que los hechos (los datos, si se quiere) alegados han de ser probados por las
partes. Esta doctrina nos debe responder a la pregunta, pero ¿cuál de las partes?

B) El hecho dudoso y el “non liquet”


Al final del proceso, cuando llega la hora de dictar sentencia, el juez puede considerar que
los hechos para él se encuentran en alguna de estas tres posibilidades:

1) Que el hecho alegado por alguna de las partes existió:


Debe extraer la consecuencia jurídica prevista en la norma (se alegó la celebración de un
contrato y se ha probado por el demandante su existencia: debe condenar al demandado a
pagar).

2) Que el hecho alegado no existió:


No habrá lugar a aplicar la norma en la que la parte pretendía ampararse (se alegó el contrato
y se ha probado por el demandado que no existió: debe dictar sentencia absolutoria).

3) El hecho no ha llegado a ser probado, colocando al juez en la situación de duda:


Esta situación de incertidumbre no le permite dictar una sentencia de non liquet, es decir, no
puede dejar de resolver. El art. 15 de la LOJ impone al juez el deber inexcusable de resolver
en todo caso los asuntos de que conozca (y de hacerlo conforme al sistema de fuentes
establecido).

El deber de dictar sentencia, resolviendo la cuestión planteada, es el básico del juez en el


ejercicio de la potestad jurisdiccional y, al mismo tiempo, integra correlativamente el derecho
de acción y de acceso a la justicia previsto en la Constitución.

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La doctrina de la carga de la prueba adquiere su verdadero sentido cuando se la


contempla desde este punto de vista final del proceso. No trata tanto y directamente de
determinar a priori qué hechos deben ser probados por cada parte, cuando de establecer las
consecuencias de la falta de prueba de los hechos. La doctrina lo ha entendido y explicado
con claridad al estimar que el tema del onus probandi tiene el alcance principal de señalar
las consecuencias de la falta de la prueba. Pero incluso desde esta perspectiva, la pregunta
que debe hacerse al juez, partiendo de que un hecho no ha sido probado, es a quién
perjudicará esta circunstancia y, consiguientemente, quién debió probarlo.

Por este camino, indirecto para nosotros en este momento, la carga de la prueba se resuelve
en quién debió probar. Resulta así, pues, que la doctrina de la carga de la prueba produce
efectos en dos momentos distintos y con referencia a diferentes sujetos:

1) Con relación al juez sirve para que, en el momento de dictar sentencia y ante un hecho no
probado, decida cuál de las partes debe sufrir las consecuencias de esa falta de prueba.
En principio la sentencia será desfavorable a aquella parte que pidió un efecto jurídico
establecido en la norma cuyo supuesto de hecho no se probó. Siempre con relación al juez,
esta doctrina no sirve para que éste diga a las partes cuál de ellas debe probar; a lo largo del
proceso el juez no asume lo que podríamos llamar una función distribuidora de la carga de la
prueba; como hemos dicho, si un hecho está probado al juez no debe importarle quién realizó
la prueba (principio de adquisición), pues él cuestiona la carga sólo cuando falta la prueba de
un hecho y en el momento de la sentencia.

2) Respecto de las partes la doctrina sirve, y en la fase probatoria del juicio, para que sepan
quién debe probar un hecho determinado si no quieren que entre en juego el efecto anterior
(aunque se produce después en el tiempo).
Este efecto es el que nos importa ahora y respecto de él debemos examinar las reglas
existentes en nuestro derecho, reglas que son las mismas que, en su caso, aplicará el juez para
el supuesto de falta de prueba.

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C) Reglas legales de distribución de la carga de la prueba


Los antiguos brocardos, que todavía suelen citarse con reiteración en los textos, resultan
insuficientes: Necessitas probandi incumbit ei qui agit (la necesidad de probar recae sobre el
que pide), reus in excipiendo fit actor (el demandado al oponer excepciones ha de probarlas),
onus probandi incumbit actori (la carga de la prueba incumbe al actor), y en algún caso
erróneo: in dubiis reus est absolvendus (en caso de duda debe absolverse al demandado), por
lo que no podemos seguir este camino tradicional que no es conveniente para la disciplina
procesal. En ocasiones la propia ley material o sustantiva establece de modo concreto a quién
incumbe la prueba. Ocurre así, por ejemplo, en los arts. 1439, 1645, 1650 y 1662 del Código
Civil.
Pero lo importante ahora para nosotros no son ni los brocardos o aforismos, ni las reglas
especiales. Lo importante es encontrar la regla general y establecer su interpretación. Esa
regla general es el art. 126 del CPCYM el cual establece, primero, un principio: “Las partes
tienen la carga de demostrar sus respectivas proposiciones de hecho”, y, después, la regla
general referida a los distintos tipos de hechos: “Quien pretende algo ha de probar los hechos
constitutivos de su pretensión; quien contradice la pretensión del adversario, ha de probar los
hechos extintivos o las circunstancias impeditivas de esa pretensión”

D) Criterios de distribución de la carga


El art. 126 del CPCYM ofrece base suficiente para distribuir la carga de la prueba entre las
partes atendiendo a las clases de hechos que examinamos en los Capítulos VIII y IX. El
demandante debe probar los hechos constitutivos, esto es, el supuesto fáctico de la norma
cuya aplicación pide. Si el demandado se limita a negar los hechos alegados por el
demandante, sin aportar otros, no tendrá que probar nada, aun cuando puede realizar
contraprueba. Consecuencia de todo ello será que si el demandante prueba los hechos
constitutivos, su pretensión será estimada (en principio); en caso contrario el demandado será
absuelto. Este deberá probar, o sufrir las consecuencias, cuando alegue hechos impeditivos,
extintivos y excluyentes. Con unas u otras palabras la doctrina y la práctica caminan por esta
dirección, pero las cosas no son tan sencillas como parecen. El criterio fundamental precisa
ser analizado y matizado

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atendiendo, por lo menos, a estas consideraciones:

a) La naturaleza constitutiva, impeditiva, extintiva o excluyente de un hecho no es algo


absoluto, sino relativo, determinándose conforme a la relación jurídica que se deduce en el
proceso. Así la minoría de edad como falta de consentimiento en el contrato puede ser hecho
constitutivo (en la pretensión de nulidad del contrato), pero también impeditivo (cuando se
opone por el demandado frente al demandante que pretende alguna de las consecuencias
derivadas del contrato celebrado por un menor) .

b) Sería absurdo imponer al demandante la carga de la prueba de lo que podemos llamar


condiciones específicas y condiciones generales de la existencia de las relaciones jurídicas,
y ello porque en multitud de ocasiones le conduciríamos a la imposibilidad de hecho de
probarlas. Se impone, pues, distinguir, concluyendo que las condiciones generales no quedan
comprendidas dentro de su carga de la prueba.
Por poner un ejemplo, en el contrato de compraventa existen condiciones específicas, que
son las del art. 1790 del Código Civil, es decir, cosa determinada y precio cierto, las cuales
determinan el propio nacimiento del contrato, cuya prueba sí debe incumbir al demandante;
pero existen también una serie de condiciones generales, que son todos los requisitos
esenciales para la validez de los contratos, los del art. 1.251 del mismo Código, la prueba de
las cuales no puede recaer sobre el demandante. En realidad la falta de esas condiciones
generales se convierte en hecho impeditivo.

c) El demandante debe probar las condiciones específicas para el nacimiento del derecho,
pero tampoco cabe imponerle la carga de probar que a lo largo de la vida de éste no ha surgido
algún hecho que lo ha extinguido; también aquí estaríamos ante una situación absurda.

En el mismo contrato de compraventa del ejemplo anterior si el demandante prueba que el


contrato nació y que él como vendedor entregó la cosa, no tiene además que probar que no
se le ha pagado el precio. Las causas de extinción de la obligación que es el pago, ha de
operar como hecho extintivo y ha de probarlo el demandado si lo alega.

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Por último hay que hacer referencia a lo que viene denominándose en la doctrina criterio de
la normalidad y facilidad probatoria. Mediante él se pone de manifiesto que es necesario
distribuir la carga de la prueba atendiendo, no tanto a una serie de principios teóricos o a la
posición que se ocupa en el proceso, cuanto a criterios prácticos y en concreto a la proximidad
real de las partes a las fuentes de prueba. Los criterios examinados antes responden ya en
buena medida a la facilidad del acceso a las fuentes de prueba; cuando se dice que
enfrentaríamos al demandante a una auténtica probattio diabolica (prueba diabólica) si
hubiera de probar la concurrencia de las condiciones generales del art. 1251 del Código Civil
o que no ha concurrido ninguna causa de extinción de la deuda, se está ya caminando en el
sentido que decíamos, y se trata ahora de profundizar en esa dirección para llegar a la
consecuencia de que, en ocasiones, debe invertirse la carga de la prueba, esto es, las
consecuencias de la falta de prueba, no como regla sino en los casos concretos.

La llamada doctrina de la inversión de la carga de la prueba es algo extremadamente peligroso


y que debe manejarse con gran cuidado. Esa inversión no puede significar, desde luego, que
el juez quede autorizado a que en la sentencia extraiga las consecuencias que le parezcan
oportunas de la falta de prueba, pretendiendo favorecer a la llamada parte más débil. La
inversión adquiere su verdadero sentido cuando con ella se aspira a adecuar las reglas de la
carga de la prueba a la realidad.
Veamos un ejemplo. Cuando una gran empresa tiene un sistema centralizado en ordenador
de todas las operaciones que realiza y es demandada por un pequeño suministrador, cuyo
único documento y prueba es un documento de entrega de mercancía que dice firmado por
un ex empleado de aquélla que se encuentra ilocalizable, si aplicáramos los criterios
anteriores y la gran empresa se hubiera limitado a negar la recepción de la mercancía,
tendríamos que llegar normalmente a la absolución de la demandada por falta de pruebas. El
criterio de la facilidad supondría, en este caso, que sería muy sencillo para la demandada no
limitarse a negar y a adoptar una actitud procesal negativa, sino actuar positivamente
presentando la “sábana” diaria del ordenador para acreditar que en aquél día no se realizó
esta operación. Si para la empresa demandada es más fácil que para el demandante realizar
contra prueba, a ella debe incumbir la carga.

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FUENTES Y MEDIOS DE PRUEBA


Ya sabemos qué es la prueba, qué debe probarse y quién debe probar. Debemos estudiar
ahora ¿con qué se debe probar?, lo que significa plantear el problema de las fuentes y medios
de prueba, prescindiendo de cuestiones terminológicas que más confunden que aclaran.

A) La distinción fuentes-medios
Con la expresión fuente de prueba nos estamos refiriendo a un concepto extrajurídico, a una
realidad anterior al proceso; los medios de prueba aluden a conceptos jurídicos, y sólo existen
en el proceso, en cuanto en él nacen y se desarrollan. Las fuentes de prueba son los elementos
que existen en la realidad, y los medios consisten en las actividades que es preciso desplegar
para incorporar las fuentes al proceso. La fuente es anterior al proceso y existe
independientemente de él; el medio se forma durante el proceso y pertenece a él. La fuente
es lo sustancial y material; el medio, lo adjetivo y formal (Sentís Melendo).

Veamos las diferencias en los supuestos concretos. En la prueba testimonial el testigo y su


conocimiento de los hechos (fuente) preexiste al proceso y existe aunque el proceso no
llegara a realizarse nunca; iniciado el proceso, una de las partes se servirá de esa fuente para
convencer al juzgador de la realidad de sus afirmaciones de hecho, y para ello la ley le ofrece
un método de aportación consistente en la declaración del testigo, regulando esa actividad
(medio).
Lo mismo ocurre con el resto de las pruebas; en la declaración de la parte la fuente es la parte
y su conocimiento, medio de prueba su declaración; en la documental, la fuente es el
documento y el medio la actividad que debe realizarse para su aportación al juicio.
Recuérdese que la prueba es actividad, por lo que los medios de prueba tienen que ser también
actividad, pero no en el vacío sino incorporando algo al proceso, ese algo es la fuente.

B) Los medios de prueba


Partiendo de la distinción anterior, en los procesos civiles no tiene reflejo la actividad que
realizan las partes o sus abogados para descubrir las fuentes de prueba, tratándose de una
actividad extraprocesal. Lo importante procesalmente son los medios de prueba, y por ello

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hay que preguntarse ¿cuáles son éstos? Nuestro derecho positivo nos ofrece una enumeración
en el art. 128 del CPCYM:

1.º) Declaración de las partes (o confesión).


2.º) Declaración de testigos.
3.º) Dictamen de expertos (o peritos).
4.º) Reconocimiento judicial.
5.º) Documentos.
6.º) Medios científicos de prueba.
7.º) Presunciones.

Esta enumeración de los medios de prueba carece de rigor técnico, como veremos al
examinar los dos últimos números de la lista; baste ahora decir que los llamados medios
científicos de prueba no constituyen verdaderos medios, pues tendrán que entrar en el proceso
por otro de los medios, entendidos como actividad, y que las presunciones son un método de
prueba, y no un medio de prueba como tradicionalmente se ha venido enseñando.

C) La inútil discusión sobre el “numerus clausus” o “apertus”


En la doctrina venía siendo tradicional la discusión en torno a si la enumeración legal anterior
era taxativa o enunciativa o, dicho de otra manera, a si los medios de prueba podían
considerarse numerus clausus (número cerrado) o apertus (abierto), y aunque seguían
existiendo autores que defendían la primera solución, la mayoría se inclinaba por la segunda,
si bien reconociendo que en la práctica debía ser indiferente la respuesta, dado que era posible
incluir los avances técnicos en alguno de los medios de prueba legalmente previstos.
Todas las leyes atienden, como no pueden dejar de hacerlo, a la situación de su tiempo en
relación con los avances técnicos y sólo cabe que en ellas se haga mención de las fuentes
existentes en su momento. Si la fuente es algo extrajurídico que existe independientemente
del proceso, no es conveniente que las leyes pretendan realizar enumeraciones taxativas de
ellas, porque el paso del tiempo las convertirá en obsoletas, al irse inventando o descubriendo
nuevas fuentes. Estas, por tanto, deben quedar indeterminadas. Lo que las leyes deben regular

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son los medios de prueba, entendidos como actividad que es preciso realizar para incorporar
la fuente al proceso, y éstos, después de la regulación legal, serán siempre numerus clausus
porque las únicas actividades procesales posibles son las legales, sobre todo si se tiene en
cuenta que la actividad jurisdiccional está sujeta al principio de legalidad.

En consecuencia, partiendo del CPCYM, la enumeración de medios de prueba es taxativa,


pero las fuentes no lo son ni pueden serlo. Los problemas surgirán a la hora de determinar
por qué medio de prueba entra una nueva fuente en el proceso, pero eso es algo que queda
referido a la consideración particular de los medios. Lo que aquí tiene que quedar claro es
que todas las fuentes de prueba pueden utilizarse procesalmente con finalidad probatoria.

VALORACIÓN DE LA PRUEBA
El destinatario de la prueba es, naturalmente, el juzgador; va ello implícito en el propio
concepto de prueba, tanto en la parte de éste que se refiere a su convencimiento psicológico
sobre la existencia o inexistencia de los datos aportados al proceso, como en aquella otra que
atiende a la fijación de los datos conforme a las normas legales. La valoración de la prueba
es, por tanto, misión del juez, pero para ello existen dos sistemas que suelen denominarse de
libre valoración y de prueba tasada o legal, aunque en algunos ordenamientos
iberoamericanos se ha tenido el gran acierto de no hablar de libre valoración sino de prueba
conforme a la sana crítica.

A) Las máximas de la experiencia y los sistemas de valoración


Hemos seguido antes a Stein para definir lo que son las máximas de la experiencia y ahora
hemos de recordar este concepto para entender lo que es la valoración de la prueba, para
comprender mejor los dos sistemas legales o, en realidad, para comprender nuestro sistema
mixto; ello nos permitirá reconocer cuando estamos realmente ante una regla legal de
valoración.
a) Noción de valoración de la prueba
La valoración de la prueba es una operación mental que se resuelve en un silogismo en el

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que: 1) La premisa menor es la fuente-medio de prueba (el testigo y su declaración, el


documento y su presentación, por ejemplo), 2) La premisa mayor es una máxima de la
experiencia, y 3) La conclusión es la afirmación de la existencia o de la inexistencia del hecho
que se pretendía probar La valoración de la prueba viene siempre determinada por las
máximas de la experiencia, por los juicios hipotéticos y generales en que éstas se resuelven.
Las máximas en realidad sirven en todos los ámbitos y ayudan al desenvolvimiento normal
de la vida individual y social. Cuando se dice, por ejemplo, que es más fácil que un incendio
por cortocircuito se haya originado en cables viejos sin protección que en cables nuevos
protegidos, o que una rueda nueva se “agarra" mejor en la carretera que otra desgastada, o
que los niños cruzan la calle de improviso, etc., se están haciendo juicios generales e
hipotéticos, máximas de la experiencia, que pueden tener o no reflejo judicial.

Lo que ahora importa ahora es comprender que es el juego diferente de las máximas en la
valoración de la prueba, lo que determina que se esté ante un sistema libre (mejor llamado de
sana crítica) o legal (también denominado tasado). En el sistema libre o de la sana crítica la
ley deja al juez que aplique las máximas que éste ha adquirido por su experiencia en la vida,
y en el caso de que la máxima no sea común, sino especializada, le permite servirse de la
prueba pericial (por esto el experto o perito puede considerarse un auxiliar del juez). En el
sistema de prueba legal o tasada lo que la ley hace es establecer la máxima de la experiencia
en la propia norma (implícita o explícitamente), e imponerla al juez en el momento de la
valoración de la prueba. En el sistema mixto de nuestro proceso civil el juez se encuentra con
que en unos casos debe aplicar “sus” máximas de la experiencia, con base en las cuales se
convencerá o no de la realidad de una afirmación de hecho efectuada por la parte, pero en
otros casos su labor se limitará a comprobar si el hecho ha quedado o no fijado conforme a
lo que la ley dice, independientemente de su convencimiento. Con uno y otro sistema tendrá
que establecer en la sentencia cuales son los hechos que han sido probados.
b) Máximas de la experiencia legales

En el llamado sistema de la prueba legal o tasada la máxima de la experiencia, que es la


premisa mayor del silogismo, viene establecida por el legislador, el cual ordena al juez que

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proceda a aplicar esa máxima en el caso concreto, de modo que las reglas legales de
valoración de la prueba no son más que máximas de la experiencia que el legislador objetiva,
sin dejar que sea el juez el que determine la máxima de la experiencia que ha de aplicarse en
el caso. Es decir, las reglas legales de valoración de la prueba son máximas de la experiencia
legales.

Cuando el art. 186 del CPCYM dice que los documentos autorizados por notario o por
funcionario o empleado público en el ejercicio de su cargo, producen fe y hacen prueba plena,
lo que está haciendo es asumir esta máxima de la experiencia: se parte de la base de que los
notarios cuando hacen una escritura pública no mienten o alteran la verdad respecto de la
fecha en que se otorga, ni sobre la presencia de los otorgantes, ni respecto de lo que los
otorgantes le dicen, y por tanto el juez ante el que se presente esa escritura pública debe
otorgarle pleno valor probatorio (hace plena prueba) para dejar establecida la existencia del
hecho afirmado por una de las partes.

Estamos así ante una norma legal de valoración de la prueba, ante la plasmación en el Código
de una máxima legal de experiencia, ante la asunción por el legislador de una máxima de
experiencia. De la misma manera, y en previsión de que en alguna ocasión una de las partes
en el proceso afirme que el notario ha faltado a la verdad, el art. 186 sigue diciendo: queda a
salvo el derecho de esa parte para aducir la nulidad o falsedad del documento, pero entonces
sobre ella recaerá la carga de la prueba de la nulidad o de la falsedad

c) Máximas de la experiencia judiciales


En el sistema de la prueba de valoración libre o, mejor, de sana crítica, lo característico es
que el legislador le dice al juez que a la hora de determinar la máxima de la experiencia en
que consiste la premisa mayor del silogismo el juez debe acudir a su propia experiencia de la
vida, a su conocimiento del mundo, a lo que es normal en éste. La premisa mayor es, por
tanto, una máxima de la experiencia judicial, que el juez debe explicar en la sentencia.
El acierto del Código consiste en no hablar de la prueba libre, o de la libre convicción, o de

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la íntima convicción, o de la prueba en conciencia, sino en utilizar la expresión “reglas de la


sana crítica” (art. 127 del CPCYM), y este acierto consiste en evidenciar que prueba libre no
es igual a prueba discrecional, sino que se corresponde con prueba razonada por el juez.
Tratándose de un juez profesional y experto en Derecho no puede admitirse que el mismo
llegue a valorar la prueba, es decir, a determinar qué hechos existen y qué hechos no, con
base en su libérrima voluntad, que es lo mismo que decir conforme a su conciencia o libre
convicción; ese juez profesional y técnico sólo podrá apreciar la prueba de modo racional,
lógico y explicado en la sentencia, y esto es precisamente lo que significa valoración
conforme a las reglas de la sana crítica

Las reglas de la sana crítica no pueden estar codificadas, esto es, enumeradas en un código o
ley, y no pueden estarlo porque se corresponden con las máximas de la experiencia de la vida
misma. Cualquier persona sabe, por ejemplo, que es más creíble un testigo que no conoce a
ninguna de las partes en un proceso que otro testigo que es pariente de una de las partes. Esta
es una máxima de la experiencia que el juez --y estamos poniendo un ejemplo-- no puede
desconocer por poca experiencia de la vida que tenga. Cualquier persona sabe también --por
poner otro ejemplo—que los niños suelen cruzar las calles sin mirar y precipitadamente, y el
juez no podrá olvidar esta máxima a la hora de valorar la prueba sobre cómo se ha producido
un accidente de tránsito.

B) El sistema mixto
El problema principal que presenta un Ordenamiento como el guatemalteco es que en el
mismo conviven los dos sistemas de valoración.
a) Pruebas conforme a la sana crítica
El art. 128 del CPCYM establece la norma general de valoración: “Los tribunales, salvo
texto de ley en contrario, apreciarán el mérito de las pruebas de acuerdo con las reglas de la
sana crítica”, y luego establece esta misma norma de modo especial cuando se trata de los
medios de prueba: 1) Testigos: Art. 161: “Los jueces y tribunales apreciarán, según las reglas
de la sana crítica, la fuerza probatoria de las declaraciones de los testigos”, y 2) Expertos:
Art. 170: “El dictamen de los expertos, aun cuando sea concorde, no obliga al juez, quien

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debe formar su convicción teniendo presentes todos los hechos cuya certeza se haya
establecido en el proceso”, y que es una manera poco clara de decir también que debe estarse
a las reglas de la sana crítica. Si se atiende bien se advertirá que lo que el Código está diciendo
es que la norma general es la de la sana crítica, pero que existen algunas excepciones que han
de estar previstas expresamente en la ley. A saber:

b) Pruebas de valoración legal


Admitido por el art. 128 que puede haber “texto de ley en contrario” de la valoración
conforme a la sana crítica, lo que es preciso es buscar ese “texto de ley”, es decir, las normas
en las que se establezca una regla legal de valoración. Esas normas son:
1) Declaración de parte o confesión: El art. 139 dice que la confesión prestada legalmente
produce plena prueba, y con ello lo que está es asumiendo una norma legal de valoración.
2) Documentos: El art. 186 dice que los documentos autorizados por notario o por funcionario
o por empleado público en ejercicio de su cargo, producen fe y hacen plena prueba, con lo
que establece otra norma legal de valoración.

Resuelta así, por tanto, que el sistema guatemalteco de valoración de la prueba es mixto,
pues en él se mezclan pruebas que se valoran de modo legal y pruebas que se valoran por el
juez conforme a la sana crítica.

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PROCEDIMIENTO PROBATORIO
Examinaremos después el procedimiento de cada uno de los medios de prueba, pero existe
una parte de ese procedimiento que es común a todos los medios. Esa parte es la que
expondremos aquí, pero antes conviene advertir que la prueba, y su procedimiento, no son
siempre necesarias. Ciertamente es muy extraño que se dé en la práctica un proceso sin
prueba, pero la posibilidad existe y el art. 123 del CPCYM alude al mismo cuando dice que
se abrirá a prueba el proceso si existen hechos controvertidos, lo que supone, en sentido
contrario, que si no hay hechos controvertidos no es necesaria la prueba. En el procedimiento
probatorio cabe distinguir las siguientes fases:

A) Petición de apertura a prueba del proceso Es un acto de parte por el que pide al juez
que en el proceso se realice prueba (con base en el principio de aportación de parte); se trata
de una petición general, que debe hacer el actor en el escrito de demanda (art. 106) y el
demandado en el de contestación a la demanda (art. 118). Realmente en esos escritos debe
hacerse algo más, por cuanto en ellos deben expresarse “las pruebas que van a rendirse”, pero
en la proposición de medios concretos de prueba está implícita necesariamente la petición de
apertura del proceso a prueba.

B) Apertura a prueba y término de prueba


a) Apertura a prueba
Es un acto del juzgador por el que se determina la realización de prueba en el proceso. La
resolución del juez abriendo a prueba el proceso depende de una circunstancia esencial: de
que después de los escritos de alegaciones o introducción de las partes (demanda y
contestación, y reconvención y contestación a la misma) existan hechos controvertidos.
b) Término de prueba
Legalmente se denomina término de prueba al período de tiempo en que ha de realizarse la
práctica de aquélla. Dicho término (en realidad un plazo, y así art. 206 de la LOJ) se regula
en el art. 123 del CPCYM distinguiendo:
a") Término ordinario

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En la resolución en que se acuerda la apertura a prueba, tendrá el juez que conceder a las
partes el término ordinario de prueba, que se fija en treinta días, si bien el mismo puede
ampliarse a diez días más, cuando sin culpa del interesado no hayan podido practicarse las
pruebas pedidas en tiempo, aunque la solicitud de prórroga debe hacerse, por lo menos, tres
días antes de que concluya el término ordinario, tramitándose como incidente.
b") Término extraordinario
Inicialmente el juez concederá siempre el término ordinario, que empezará a correr sin más,
a partir de la notificación a las partes, pero la parte que ha ofrecido pruebas que deben
practicarse o recibirse fuera de la República y que procedan legalmente puede solicitar y el
juez concederá el llamado término extraordinario, que no podrá exceder de 120 días; ese
término (en realidad, plazo) debe ser concedido por el juez en el tiempo que estime suficiente
y es siempre improrrogable

C) Ofrecimiento de los medios concretos de prueba


Acto de las partes por el que precisan qué medios de prueba desean practicar en el proceso.
Este acto, dado que los medios de prueba deben proponerse en la demanda y en la
contestación de la demanda, se produce conjuntamente con el de petición de apertura del
proceso a prueba, pero debe tenerse en cuenta que una cosa es que se pida que en el proceso
exista prueba y otra que se diga qué medios deben practicarse.

D) Admisión de los medios de prueba


Acto del juez por el que, previo examen de los requisitos necesarios, determina los medios
de prueba que, de entre los propuestos por las partes, deben practicarse en el proceso. Aquí
es donde surgen las facultades negativas y positivas del juez; el juez puede rechazar o admitir
un medio de prueba propuesto por una parte, pero además puede de oficio ordenar la práctica
de medios de prueba, cuando para ello exista norma expresa que así lo determine, como es el
caso de los arts. 172 (reconocimiento judicial), 183 (informes) y 191 (reproducciones y
experimentos) (y ello aparte del auto para mejor fallar, art. 197).

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Lic. Carlos Marcelo de León Castro

La inadmisión de algún medio de prueba ha de basarse en alguna de estas razones generales,


sin perjuicio de las razones específicas de cada medio:
1) Porque se refiere a hechos no controvertidos (o admitidos) (art. 123).
2) Porque se refiere a medios de prueba prohibidos por la ley (art. 127); y en el mismo sentido
el art. 192 dice que podrán aportarse comunicaciones telegráficas, radiográficas,
cablegráficas y telefónicas, siempre que se hayan observado las disposiciones de las leyes y
reglamentos respectivos.
3) Porque se trata de medios propuestos con finalidad notoriamente dilatoria o con objeto
de entorpecer la marcha regular del proceso (art. 127).
4) Porque el medio propuesto es impertinente: La impertinencia atiende a la pretensión de
probar hechos que no tienen relación con el objeto del proceso.
5) Porque el medio propuesto es inútil: La inutilidad se refiere a la inadecuación del medio
respecto al fin que se persigue, es decir, respecto del hecho que se pretende probar (el
reconocimiento judicial no servirá para probar las libras por centímetro cuadrado que
soportan las vigas de un edificio, aunque sí para observar que las mismas están desviadas).

E) Práctica de la prueba
Es aquí donde adquiere especial relevancia el procedimiento probatorio de cada uno de los
medios de prueba, pero aún así puede hacerse mención de una serie de normas generales que
se refieren a:

1) Presencia judicial:
El juez presidirá todos las diligencias de prueba, dice el art. 129 del CPCYM, y el art. 68 de
la LOJ lo refuerza diciendo que los jueces recibirán por sí todas las declaraciones y presidirán
todos los actos de prueba (aunque no especifica sanción). Si es posible que un Juez presida
la práctica de las pruebas y otro pronuncie la sentencia (por traslado, cese o muerte del
primero, por ejemplo), no cabe hablar de verdadera inmediación, pues el efecto principal de
ésta, derivado de la oralidad, es que un mismo Juez preside la prueba y dicta la sentencia.

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2) Audiencia o contradicción:
Todas las pruebas se practican con intervención de las partes, debiendo al efecto ser citadas
con dos días de antelación, por lo menos (art. 129). La falta de citación debe suponer nulidad
o, en palabras del Código, “no se tomarán en consideración”.

3) Publicidad:
La regla general es que todas las diligencias de prueba se practicarán en audiencia pública,
esto es, con total publicidad. Excepcionalmente los jueces podrán disponer que se practiquen
de manera reservada cuando, por su naturaleza, el tribunal lo juzgare conveniente
(art. 129).

4) Lugar:
En principio las pruebas se practicarán en el local del órgano jurisdiccional, aunque cabe la
posibilidad, en el reconocimiento judicial, de que el juez tenga que ir al lugar o terreno del
caso, y aún caben otros supuestos en la confesión (art. 132 CPCYM) y la prueba testifical
(arts. 155 y 156 del CPCYM).

Sin embargo es posible que la prueba se practique en lugar distinto y ante juez diferente del
que ha de dictar sentencia. El art. 170 de la LOJ admite, en general, que los magistrados
pueden encomendar a los jueces de primera instancia y éstos a los jueces menores la práctica
de las diligencias expresadas en el art. 68, esto es, los actos de prueba, cuando deban tener
cumplimiento en el lugar que no sea el de su respectiva residencia.

5) Documentación:
Las pruebas se practican de un modo mixto oral y escrito, pero en todo caso el acto ha de ser
documentado por el secretario que levantará acta, haciendo constar en ella su nombre, y
siendo responsable solidariamente con el juez o magistrado del contenido de los mismos (art.
68 de la LOJ).

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