Guía de Lectura - 3° Medio A
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Colegio Wexford
Prof. Amalia Lira y Alberto Leiva
Nombre: ________________________________________________________________
Curso: ____________________________________ Fecha: ________________________
Cuento historias. Y me gustaría contarles algunas historias personales sobre lo que llamo
"el peligro de una sola historia". Crecí en un campus universitario al este de Nigeria. Mi
madre dice que comencé a leer a los dos años, creo que más bien fue a los cuatro años, a
decir verdad. Fui una lectora precoz y lo que leía era literatura infantil inglesa y
estadounidense.
También fui una escritora precoz. Cuando comencé a escribir, a los siete años, cuentos a
lápiz con ilustraciones de crayón que mi pobre madre tenía que leer, escribí el mismo tipo
de historias que leía. Todos mis personajes eran blancos y de ojos azules, que jugaban en
la nieve, comían manzanas (risas) y hablaban seguido sobre el clima: "Qué bueno que el
sol ha salido". (Risas). Esto, a pesar de que vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria,
no teníamos nieve, comíamos mangos y nunca hablábamos sobre el clima, porque no era
necesario.
Mis personajes bebían cerveza de jengibre, porque los personajes de los libros que leía
bebían cerveza de jengibre. No importaba que yo no supiera qué era. (Risas). Muchos
años después, sentí un gran deseo de probar la cerveza de jengibre, pero esa es otra
historia.
Creo que esto demuestra cuán vulnerables e influenciables somos ante una historia,
especialmente en nuestra infancia. Porque yo sólo leía libros en que los personajes eran
extranjeros, estaba convencida de que los libros, por naturaleza, debían tener extranjeros
y narrar cosas con las que yo no podía identificarme. Todo cambió cuando descubrí los
libros africanos. No había muchos disponibles y no eran fáciles de encontrar como los
libros extranjeros.
Gracias a autores como Chinua Achebe y Camara Laye, mi percepción mental de la
literatura cambió. Me di cuenta de que personas como yo, niñas con piel color chocolate,
cuyo cabello rizado no se podía atar en colas de caballo, también podían existir en la
literatura. Comencé a escribir sobre cosas que reconocía.
Yo amaba los libros ingleses y estadounidenses que leí, avivaron mi imaginación y me
abrieron nuevos mundos, pero la consecuencia involuntaria fue que no sabía que
personas como yo podían existir en la literatura. Mi descubrimiento de los escritores
africanos me salvó de conocer una sola historia sobre qué son los libros.
Mi familia es nigeriana, convencional, de clase media. Mi padre era profesor, mi madre
era administradora y teníamos, como era costumbre, personal doméstico de pueblos
cercanos. Cuando cumplí ocho años, un nuevo criado vino a casa, su nombre era Fide. Lo
único que mi madre nos contaba sobre él era que su familia era muy pobre. Mi madre
enviaba batatas y arroz, y nuestra ropa vieja, a su familia. Cuando no me acababa mi cena,
mi madre decía "¡Come! ¿No sabes que la familia de Fide no tiene nada?". Yo sentía una
gran lástima por la familia de Fide.
Un sábado, fuimos a visitarlo a su pueblo; su madre nos mostró una bella cesta de rafia
teñida hecha por su hermano. Estaba sorprendida, pues no creía que alguien de su familia
pudiera hacer algo. Lo único que sabía es que eran muy pobres y era imposible verlos
como algo más que pobres. Su pobreza era mi única historia sobre ellos.
Años después, pensé sobre esto cuando dejé Nigeria para ir a la universidad en Estados
Unidos. Tenía 19 años. Había impactado a mi compañera de cuarto estadounidense,
preguntó dónde había aprendido a hablar inglés tan bien y estaba confundida cuando le
dije que, en Nigeria, el idioma oficial resultaba ser el inglés. Me preguntó si podría
escuchar mi "música tribal" y se mostró por tanto muy decepcionada cuando le mostré mi
cinta de Mariah Carey. (Risas). Ella pensaba que yo no sabía usar una estufa.
Me impresionó que ella sintiera lástima por mí incluso antes de conocerme. Su posición
por omisión ante mí, como africana, se reducía a una lástima condescendiente. Mi
compañera conocía una sola historia de África, una única historia de catástrofe; en esta
única historia, no era posible que los africanos se parecieran a ella de ninguna forma, no
había posibilidad de sentimientos más complejos que lástima, no había posibilidad de una
conexión como iguales.
Debo decir que, antes de ir a Estados Unidos, yo no me identificaba como africana. Pero
allá, cuando mencionaban a África, me hacían preguntas, no importaba que yo no supiera
nada sobre países como Namibia; sin embargo, llegué a abrazar esta nueva identidad y
ahora pienso en mí misma como africana. Aunque aún me molesta cuando se refieren a
África como un país. Un ejemplo reciente fue mi, de otra forma, maravilloso vuelo desde
Lagos, hace dos días, donde hicieron un anuncio durante el vuelo de Virgin sobre trabajos
de caridad en "India, África y otros países". (Risas).
Así que después de vivir unos años en Estados Unidos como africana, comencé a entender
la reacción de mi compañera. Si yo no hubiera crecido en Nigeria y si mi impresión de
África procediera de las imágenes populares, también creería que África es un lugar de
hermosos paisajes y animales, y gente incomprensible, que libran guerras sin sentido y
mueren de pobreza y sida, incapaces de hablar por sí mismos, esperando ser salvados por
un extranjero blanco y gentil. Yo veía a los africanos de la misma forma en que, como niña,
vi a la familia de Fide.
Creo que esta historia única de África procede de la literatura occidental. Ésta es una cita
tomada de los escritos de un comerciante londinense, John Locke, que zarpó hacia África
Occidental en 1561 y escribió un fascinante relato sobre su viaje. Después de referirse a
los africanos negros como "bestias sin casas", escribió: "Tampoco tienen cabezas, tienen la
boca y los ojos en sus pechos".
Me río cada vez que leo esto y hay que admirar la imaginación de John Locke. Pero lo
importante es que representa el comienzo, donde el África subsahariana es lugar de
negativos, de diferencia, de oscuridad, de personas que, como dijo el gran poeta Rudyard
Kipling, son "mitad demonios, mitad niños".
Comencé a entender a mi compañera estadounidense, que durante su vida debió ver y
escuchar diferentes versiones de esta única historia al igual que un profesor, quien dijo
que mi novela no era "auténticamente africana". Yo reconocía que había varios defectos
en la novela, que había fallado en algunas partes, pero no imaginaba que había fracasado
en lograr algo llamado autenticidad africana. De hecho, yo no sabía qué era la
autenticidad africana. El profesor dijo que mis personajes se parecían demasiado a él, un
hombre educado, de clase media. Mis personajes conducían vehículos, no morían de
hambre; entonces, no eran auténticamente africanos.
Debo añadir que yo también soy cómplice de esta cuestión de la historia única. Hace unos
años, viajé desde Estados Unidos a México. El clima político en Estados Unidos entonces
era tenso, había debates sobre la inmigración. Y como suele ocurrir en Estados Unidos, la
inmigración se convirtió en sinónimo de mexicanos. Había historias infinitas donde los
mexicanos se mostraban como gente que saqueaba el sistema de salud, escabulléndose
por la frontera, que eran arrestados en la frontera, cosas así. Recuerdo una caminata en
mi primer día en Guadalajara mirando a la gente ir al trabajo, amasando tortillas en el
mercado, fumando, riendo.
Recuerdo que primero me sentí un poco sorprendida y luego me embargó la vergüenza.
Me di cuenta de que había estado tan inmersa en la cobertura mediática sobre los
mexicanos, que se habían convertido en una sola cosa, el inmigrante abyecto. Había
creído en la historia única sobre los mexicanos y no podía estar más avergonzada de mí. Es
así como creamos la historia única, mostramos a un pueblo como una cosa, una sola cosa,
una y otra vez, hasta que se convierte en eso.
Es imposible hablar sobre la historia única sin hablar del poder. Hay una palabra del
idioma igbo que recuerdo cada vez que pienso sobre las estructuras de poder en el mundo
y es "nkali", es un sustantivo cuya traducción es "ser más grande que el otro". Al igual que
nuestros mundos económicos y políticos, las historias también se definen por el principio
de nkali. Cómo se cuentan, quién las cuenta, cuándo se cuentan, cuántas historias son
contadas en verdad depende del poder.
El poder es la capacidad no sólo de contar la historia del otro, sino de hacer que esa sea la
historia definitiva. El poeta palestino Mourid Barghouti escribió que, si se pretende
despojar a un pueblo, la forma más simple es contar su historia y comenzar con "en
segundo lugar". Si comenzamos la historia con las flechas de los pueblos nativos de
Estados Unidos y no con la llegada de los ingleses, tendremos una historia totalmente
diferente. Si comenzamos la historia con el fracaso del Estado africano, y no con la
creación colonial del Estado africano, tendremos una historia completamente diferente.
Hace poco di una conferencia en una universidad donde un estudiante me dijo que era
una lástima que los hombres de Nigeria fueran abusadores como el personaje del padre
en mi novela. Le dije que acababa de leer una novela llamada Psicópata americano (risas)
y era una verdadera lástima que los jóvenes de Estados Unidos fueran asesinos en serie.
(Risas y aplausos). Obviamente, estaba algo molesta cuando dije eso. (Risas).
Jamás se me habría ocurrido que sólo por haber leído una novela donde un personaje es
un asesino en serie, de alguna forma él era una representación de todos los
estadounidenses. Ahora, no es porque yo sea mejor persona que ese estudiante, sino que,
debido al poder económico y cultural de Estados Unidos, yo había escuchado muchas
historias sobre Estados Unidos. Leí a Tyler y Updike, Steinbeck y Gaitskill, no tenía una
única historia de Estados Unidos.
Hace años, cuando supe que se esperaba que los escritores tuvieran infancias infelices
para ser exitosos, comencé a pensar sobre cómo podría inventar cosas horribles que mis
padres me habían hecho. (Risas). Pero la verdad es que tuve una infancia muy feliz, llena
de risas y amor, en una familia muy unida.
Pero también tuve abuelos que murieron en campos de refugiados, mi prima Polle murió
por falta de atención médica, mi amiga Okoloma murió en un accidente de avión, porque
los camiones de bomberos no tenían agua. Crecí bajo regímenes militares represivos que
daban poco valor a la educación, por lo que mis padres a veces no recibían sus salarios. En
mi infancia, vi la mermelada desaparecer del desayuno, luego la margarina, después el
pan se hizo muy costoso, luego se racionó la leche; pero, sobre todo, un miedo político
generalizado invadió nuestras vidas.
Todas estas historias me hacen quien soy, pero si insistimos sólo en lo negativo, sería
simplificar mi experiencia y omitir muchas otras historias que me formaron. La historia
única crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que
son incompletos. Hacen de una sola historia la única historia.
Es cierto que África es un continente lleno de catástrofes, hay catástrofes inmensas como
las violaciones en el Congo y las hay deprimentes, como el hecho de que hay 5.000
candidatos por cada vacante laboral en Nigeria. Pero hay otras historias que no son sobre
catástrofes y es igualmente importante hablar sobre ellas.
Siempre he pensado que es imposible compenetrarse con un lugar o una persona sin
entender todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia
única es ésta: roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra
igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes.
¿Qué hubiera sido si, antes de mi viaje a México, yo hubiese seguido los dos polos del
debate sobre inmigración, el de Estados Unidos y el de México? ¿Y si mi madre nos
hubiera contado que la familia de Fide era pobre y trabajadora? ¿Y si tuviéramos una
cadena de TV africana que transmitiera diversas historias africanas en todo el mundo? Es
lo que el escritor nigeriano Chinua Achebe llama "un equilibrio de historias".
¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi editor nigeriano, Mukta Bakaray, un hombre
extraordinario, que dejó su trabajo en un banco para ir tras sus sueños y fundar una
editorial? Se decía comúnmente que los nigerianos no leen literatura; él no estaba de
acuerdo, pensaba que las personas que podían leer, leerían si la literatura estaba
disponible y era asequible.
Después de que publicó mi primera novela, fui a una estación de TV en Lagos para una
entrevista. Una mujer que trabajaba allí como mensajera me dijo: "Realmente me gustó tu
novela, no me gustó el final; ahora debes escribir una secuela y esto es lo que pasará...".
(Risas). Siguió contándome sobre qué escribiría en la secuela. Yo no sólo estaba encantada
sino conmovida, estaba ante una mujer de las masas de nigerianos comunes, que no se
suponían eran lectores. No sólo había leído el libro, se había adueñado de él y sentía que
era justo contarme qué debería escribir en la secuela.
¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi amiga Fumi Onda, la valiente conductora de
un programa de TV en Lagos, determinada a contarnos las historias que quisiéramos
olvidar? ¿Si mi compañera de cuarto conociera la cirugía cardíaca hecha en un hospital de
Lagos la semana pasada? ¿Si conociera la música nigeriana contemporánea? Gente
talentosa cantando en inglés y pidgin, en igbo, yoruba y ljo, mezclando influencias desde
Jay-Z a Fela a Bob Marley hasta sus abuelos. ¿Y si conociera a la abogada que
recientemente fue a la corte en Nigeria para cuestionar una ridícula ley que requería que
las mujeres tuvieran la aprobación de sus esposos para renovar sus pasaportes? ¿Y si
conociera Nollywood, lleno de gente creativa haciendo películas con grandes limitaciones
técnicas? Estas películas son tan populares que son el mejor ejemplo de que los nigerianos
consumen lo que producen. ¿Y si mi compañera de cuarto conociera a mi ambiciosa
trenzadora de cabello, quien acaba de iniciar su negocio de extensiones? ¿O sobre el
millón de nigerianos que comienzan negocios y a veces fracasan, pero siguen teniendo
ambiciones?
Cada vez que regreso a casa, debo confrontar las causas de irritación usuales para los
nigerianos: nuestra fallida infraestructura, nuestro fallido gobierno. Pero me encuentro
con la increíble resistencia de un pueblo que prospera a pesar de su gobierno y no por
causa de su gobierno. Dirijo talleres de escritura en Lagos cada verano y es impresionante
ver cuánta gente se inscribe, cuántos quieren escribir, contar historias.
Mi editor nigeriano y yo creamos un fondo sin fines de lucro llamado Fondo Farafina.
Tenemos grandes sueños de construir bibliotecas, reformar las bibliotecas existentes y
proveer libros a las escuelas estatales que tienen sus bibliotecas vacías, y de organizar
muchos talleres de lectura y escritura, para todos los que quieran contar nuestras muchas
historias. Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han usado
para despojar y calumniar, pero las historias también pueden dar poder y humanizar. Las
historias pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden reparar esa
dignidad rota.
La escritora estadounidense Alice Walker escribió esto sobre su familia sureña que se
había mudado al norte, les dio un libro sobre la vida sureña que dejaron atrás: "Estaban
sentados, leyendo el libro, escuchándome leer y recuperamos una suerte de paraíso". Me
gustaría terminar con este pensamiento: cuando rechazamos la historia única, cuando nos
damos cuenta de que nunca hay una sola historia sobre ningún lugar, recuperamos una
suerte de paraíso. Gracias. (Aplausos).