Via Crucis Cardenal Ratzinger
Via Crucis Cardenal Ratzinger
Via Crucis Cardenal Ratzinger
CARDENAL RATZINGER
PRESENTACIÓN
El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la
oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el
Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén,
respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: "Si el grano
de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho
fruto" (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal
como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a
producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la
perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio.
Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de
amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por
eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la
vida eterna. El Verbo eterno -la fuerza creadora de la vida- ha bajado del cielo,
convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en
la fe y en el sacramento. De este modo, el Vía crucis es un camino que se
adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental
de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía crucis
puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda,
espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El
Vía crucis se muestra, pues, como recorrido "mistagógico".
A esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción meramente
sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación, advierte a las
mujeres de Jerusalén que lloran por él. No basta el simple sentimiento; el Vía
crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza
"actúa por la caridad" (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el
sentimiento. Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos
era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de
Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría
de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11,
19). El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos
de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene
a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que
comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar
nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a
compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un "corazón de
carne" que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta
compasión y nos lleve al amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de
nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que él mismo trasforma en la
fórmula básica de la existencia cristiana: "El que se ama a sí mismo se
pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para
la vida eterna" (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: "El que
pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la
recobrará"). Así se explica también el significado de la frase que, en los
Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: "El
que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su
cruz y me siga" (Mt 16, 24). Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece
la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo:
es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero.
Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del
Vía crucis. Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía, en la cual
se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la muerte y
resurrección de Jesús. En ella Jesús camina con nosotros, en cada momento
de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús.
ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amen.
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano
de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos
invitas a seguirte cuando dices: "El que se ama a sí mismo, se pierde, y el
que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida
eterna" (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No
queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos
poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola
salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres
guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la
eternidad. La cruz -la entrega de nosotros mismos- nos pesa mucho. Pero en
tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un
momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy
conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como
entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me
ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía
crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a
acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con
el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que
nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre
tu huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás,
del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con
afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que
prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y
frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en
el "perder la vida", la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y
vida en abundancia (Jn 10, 10).
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: "¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?"
Contestaron todos: "¡que lo crucifiquen!" Pilato insistió: "pues ¿qué mal ha
hecho?" Pero ellos gritaban más fuerte: "¡que lo crucifiquen!" Entonces les
soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran.
MEDITACIÓN
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado,
deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilato no es un monstruo de
maldad. Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo.
Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su
propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte
de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés,
sentirán "el corazón compungido" (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: "Jesús
Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una cruz..."
(Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la
muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así,
la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilanimidad, por miedo a la
prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es
sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano
dan fuerza al mal.
ORACIÓN
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al "qué dirán" ha
sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia;
los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces
hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la
justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz.
Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada
penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. El día de
Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la conversión a
los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado
esperanza a todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la
conversión.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de
color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le
pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se
burlaban de él diciendo: "¡Salve, Rey de los judíos!". Luego lo escupían, le
quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le
quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero
precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los
signos de poder ostentados por los potentes de este mundo son un insulto a la
verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias
y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras
pomposas, una caricatura de la tarea a la que se deben por su oficio, el de
ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar
la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44,
7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey,
no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por
nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser
hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo
encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los
que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro
en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas
del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la
cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza
para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que
nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a
recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera
alegría.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros
lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras
rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino
sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno
siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte
en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al
Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que,
bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo
despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús
que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El
episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los
Filipenses: "Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como
un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y
una muerte de cruz" (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece
todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de
nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia
que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos,
sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra
vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses,
nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por
autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra
soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce.
Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de
autonomía y aprendamos de él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra
verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos
oprimidos.
ORACIÓN
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro
pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de
un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado.
Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos
en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos
lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser
comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con
los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que,
en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la
dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a
renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a
levantarnos de nuevo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: "Mira, éste está puesto
para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida:
así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te
traspasará el alma". Su madre conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su
vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús,
la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: "¿Quién es
mi madre y quiénes son mis hermanos?... El que cumple la voluntad de
mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre" (Mt
12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el
cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido
en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había
dicho: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... Será grande..., el
Señor Dios le dará el trono de David su padre" (Lc 1, 31 ss). Pero poco más
tarde el viejo Simeón le diría también: "y a ti, una espada te traspasará el
alma" (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras de los profetas como éstas:
"Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un
cordero llevado al matadero" (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su
corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando
todo comenzó: "No temas, María" (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no.
Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad
de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: "Bendita tú que has
creído" (Lc 1, 45). "Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?" (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su
gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los
discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que
parecía increíble -que serías la madre del Altísimo- también has creído en el
momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora
de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los
creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos
ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que
socorre y sabe compartir el sufrimiento.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo
forzaron a que llevara la cruz.
Jesús había dicho a sus discípulos: "El que quiera venir conmigo, que se
niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga".
MEDITACIÓN
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se
encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un
espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción
y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al
verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo
que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos
menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como
miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha
brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el
Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este
Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le ha llegado al
corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda
la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún
falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad
a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su
sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la
salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole,
al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo
que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías.
Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los
otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer
con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de
este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos
ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. Él me
ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis
caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis
dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.
MEDITACIÓN
La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace
pensar en la caída de Adán -en nuestra condición de seres caídos- y en el
misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la
historia formas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres
obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia
de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la
perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la
caída del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo
la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha
abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre
que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han
creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar
definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre. El
hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae,
para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro
corazón; cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es
nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no
podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar
de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón
capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres
puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el
muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de
nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y
ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a
socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en
medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para
el mundo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por
mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en
que dirán: "dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes:
"Desplomaos sobre nosotros"; y a las colinas: "Sepultadnos"; porque si así
tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y
lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de
una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser
conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos
los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por
esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos
muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas
nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los
inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia
al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos,
¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras
descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios -
pensamos- hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres!
Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo
debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando
importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él
nos dice: "No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan
al leño verde, ¿qué pasará con el seco?"
ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día
del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del
mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo banal, con la
cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos
muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos
culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos
a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva;
no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos
a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para
la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se
sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca
en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se
harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si
llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.
MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz?
Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan
de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos
pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas
veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de
corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin
darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra!
¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta
suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar
completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!
¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos
espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su
pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de
su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el
corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie,
eleison - Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de
hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos
más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero
los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no
obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu
Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer,
quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca
podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu
Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has
reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu
Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir "La
Calavera"), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso
beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y
luego se sentaron a custodiarlo.
MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre
una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser
desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un
marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda
también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor
de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se
avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús
despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la "primera
vestidura" y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados
echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo
relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús
dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió "según las Escrituras". Nada
es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios,
confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y
grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su
amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja
perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica
de Jesús, "tejida de una pieza de arriba abajo" (Jn 19, 23). Podemos
considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era "de una
sola pieza", sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado,
es de hecho el verdadero sumo sacerdote.
ORACIÓN
Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la
deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán,
sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres,
aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como
cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que
aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre
te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo
respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las
situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: "Este es
Jesús, el Rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían
meneando la cabeza: "Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz". Los sumos
sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: "A
otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje
ahora de la cruz y le creeremos".
MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite
hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no
bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la
crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del
Salmo: "Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente,
desprecio del pueblo" (Sal 21, 27). "Como uno ante quien se oculta el
rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él
llevaba y nuestros dolores los que soportaba" (Is 53, 3 ss). Detengámonos
ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los
momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver
la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los
momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así
estamos cerca de Dios. Tratemos de descubrir su rostro en aquellos que
tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder
para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz
hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia,
encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe
inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a
la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a
ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la
espalda.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible
crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has
dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no
desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A
desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a
aceptar tu libertad "comprometida" y a encontrar en la estrecha unión contigo
la verdadera libertad.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba
escrito: "Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos
judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en
hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda
aquella región. A media tarde Jesús gritó: "Elí, Elí lamá sabaktaní", es decir:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Al oírlo algunos de los
que estaban por allí dijeron: "A Elías llama éste". Uno de ellos fue corriendo;
enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una
caña, le dio de beber. Los demás decían: "Déjalo, a ver si viene Elías a
salvarlo". Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus
hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron
aterrorizados: "Realmente éste era Hijo de Dios".
MEDITACIÓN
Sobre la cruz -en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el
latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo- está escrito quien es Jesús:
el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido
profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de
Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a
entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título
puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él
es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente "ensalzado". En
su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el
mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este
modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que
es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que
comienza con estas palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la
humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de
este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y
ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se
oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a
la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano
reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa
siempre de nuevo.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol.
Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico
vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de
los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible.
Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama,
eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta
hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y
a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de
nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el
terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: "Realmente éste era Hijo de
Dios". Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que
habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
MEDITACIÓN
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado
romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los
sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del
corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran
las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el
verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf
Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la
turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está
solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de
su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también
un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja,
porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en
un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel,
el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de
la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la
muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín,
Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del renacer por el agua y
el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay
alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la
hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge
misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre
como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto
sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva
familia, comienza a formarse.
ORACIÓN
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es
recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La
fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces
parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos
alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la
hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos
cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una
fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu
necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno.
Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para
poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros
talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual
puede tener lugar la resurrección.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V /. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo
puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una
piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la
otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
MEDITACIÓN
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con
todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras
para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como
ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos
recuerda el amor generoso de Dios, la "sobreabundancia" de su amor. Dios se
ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia,
también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús
nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario
recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual "por nuestro medio
difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos
[...] el buen olor de Cristo" (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las
ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las
sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la
palabra de Jesús: " Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; pero si muere, dará mucho fruto" (Jn 12, 24). Jesús es el grano
de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran
multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de
vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el
sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a
través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el
misterio de la Eucaristía.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte
del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto
con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para
siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el
pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la
encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras
manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros
y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo,
para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para
encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano
de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo,
a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu
perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano
de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer
en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque él -el Padre- no te "entregó a la
muerte, ni tu carne conoció la corrupción" (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú
no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios
a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y
llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu
resurrección.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.