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La Fe Viene Por El Oído 2. Santos Evangelios: 1º Circunstancias y Fin Peculiar de La Parábola

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La fe viene por el oído 2.

Santos Evangelios

Después de las parábolas sobre los deberes de los súbditos del Reino de los
Cielos respecto de sus semejantes, que se resumen sobre todo en la práctica de la
caridad, vienen las parábolas referentes al recto uso de los bienes de este mundo.
Y no sin razón. Pues uno de los mayores enemigos de nuestra entrada y perseve-
rancia en este Reino, al que hay que combatir y sojuzgar, es el amor a las rique-
zas y a los bienes de este siglo.
No hay que ser como el necio rico, ni como el rico Epulón, porque es imposi-
ble servir a dos señores opuestos; antes bien, conviene servirse diestramente de
lo que es causa de injusticia para conseguir la salvación. Este último punto el que
se trata en la parábola del mayordomo infiel, propia de San Lucas (Lc. 16 1-13),
que la inserta a continuación de la parábola del hijo pródigo, pero encabezando
una nueva serie de parábolas.

1º Circunstancias y fin peculiar de la parábola.


San Lucas empalma la presente parábola con otras anteriores que tratan de la
misericordia divina con los pecadores, no según un enlace riguroso de lugar y de
tiempo, sino sólo según una graduación lógica del pensamiento. Por las anteriores
enseñaba Cristo la benignidad con que Dios acoge a los pecadores que a El se
vuelven; por esta y las siguientes demuestra el cuidado y diligencia que por su
parte deben poner los pecadores y todos sus discípulos en desembarazarse de todo
cuanto les impida ir en su seguimiento.
El pensamiento capital, y el fin e intento propio de esta parábola, es declarar
la buena industria y prudencia en valerse de las riquezas terrenas en orden a con-
seguir el fin sobrenatural. Para ello se vale Nuestro Señor de un ejemplo sacado
de las actitudes de los mundanos, en ese caso de un mayordomo infiel, que para
asegurar sus fines temporales se valió de las riquezas ajenas de su amo; lo cual se
propone a la imitación, no cuanto al delito cometido, sino cuanto a la prudencia
y diligencia invertidas, como diciendo: «Lo que los mundanos hacen para su be-
neficio temporal, hacedlo vosotros por vuestros intereses sobrenaturales».

2º La imagen propuesta por la parábola.


Tres cosas cabe distinguir en esta historia, pues no todas se presentan como
ejemplo:
Hojitas de Fe nº 569 –2– SANTOS EVANGELIOS

1º La infidelidad del administrador a su amo.


«Había un hombre rico», cuyas riquezas eran las propias de un fuerte agri-
cultor palestinense, consistentes en grandes olivares y hermosos campos de pro-
ductos de primera necesidad. «El cual tenía un mayordomo», un ecónomo que
administraba los bienes domésticos, es decir, toda la hacienda de su casa. Si bien
podía ser un esclavo, la parábola parece presentarnos más bien un hombre libre
e independiente.
Este mayordomo «fue difamado» ante su señor –aunque según verdad, pues
él ni trató siquiera de justificarse– «de dilapidar los bienes» a él confiados, no por
descuido y negligencia, sino por injusticias, vejámenes y tiranías, que los tiranue-
los orientales saben ejercitar con sus subalternos.
Pagaríanle la renta en granos y en aceite, es decir con parte de la cosecha, y él se las
arreglaría para sacarles el quinto o el tercio más de lo convenido. ¿No hacen esto
mismo los recaudadores de diezmos en Oriente? Contribución nada excesiva si no la
duplicaran y triplicaran exigiendo donativos para obtener el permiso de segar, luego
de trillar, después de recoger el grano.
Enterado el señor de la injusta administración de su mayordomo, lo llamó y le
dijo: «¿Qué es lo que oigo de ti?» Y por lo que añade terminantemente: «Da cuen-
ta de tu mayordomía, porque no podrás seguir en la administración», se ve que
está resuelto a destituirle del cargo: sólo le deja el tiempo preciso para arreglar las
cuentas y presentarlas. La ruina y perdición del mayordomo es segura, pronta y
terrible si en aquel breve espacio no la conjura.
2º La prudencia, astucia, viveza o previsión de que el administrador hace
gala en negocio para él de tanta importancia.
¿Qué hace el administrador? El prudente acuerdo y resolución es lo que más
importa considerar en la conducta de este hombre sagaz. En este caso resplande-
cen: • la previsión del peligro en que está de tener que trabajar o mendigar para
ganarse la vida: «¿Qué haré? Cavar no quiero, mendigar me da vergüenza»; • la
diligente consideración de los medios con que puede evitar el peligro previsto:
«Ya sé lo que haré»; • y la puesta eficaz en práctica, sin perder un segundo, pues
el tiempo apremia.
Convoca entonces a los deudores uno por uno en su casa, y les pregunta: «¿Tú
cuánto debes a mi señor?», con el fin de poner a la vista la exacta correspondencia
entre la escritura y la deuda, cuya rebaja será motivo de agradecimiento. Al res-
ponder el primero que debía cien medidas –efás– de aceite, como en negocio de
común interés para ambos y en el que no había tiempo que perder, mándale tomar
la escritura, sentarse presto y escribir cincuenta. Del mismo modo pregunta a otro
por lo que debía, y al responderle que cien medidas –coros– de trigo, mándale
escribir ochenta.
El efá era medida equivalente a unos 39 litros, por lo que el primer deudor recibe
una rebaja de unos 1950 litros de aceite; mientras que el coro equivalía a diez efás,
o 390 litros, razón por la cual el segundo deudor recibe una rebaja de 7200 litros de
trigo, ganando más que el anterior.
SANTOS EVANGELIOS –3– Hojitas de Fe nº 569

3º Los resultados de esta previsión y sagacidad.


El resultado de esta estratagema fue, por una parte, que el mayordomo logró
granjearse la amistad de todos los deudores de su amo, y la seguridad de que
sería recibido en sus casas cuando su amo lo hubiese destituido; y, por otra, que
llegando a oídos del propio señor, no pudo menos de elogiar el sagaz artificio
que su mayordomo había sabido encontrar para no arruinarse del todo.
Entiéndase aquí que no se alaba al mayordomo por la injusticia cometida –ni
la propone el Señor a imitación de los fieles–, sino por la sensata determinación
con que supo aprovechar una buena coyuntura con el fin de asegurarse una vida
holgada para cuando hubiera sido despedido. Por eso añade el Señor a modo de
moraleja: «Porque los hijos de este siglo son más avisados en orden a su gene-
ración que los hijos de la luz».
Los «hijos de este siglo» son lo mismo que los hombres mundanos y carnales, que se
rigen y gobiernan por miras temporales, a los cuales se oponen los «hijos de la luz»,
o sea los fieles seguidores de la doctrina evangélica, que aspiran a otro fin más ele-
vado, no ya temporal sino eterno. Con estas palabras no quiere decir el Señor que los
hijos de la luz sean menos prudentes que los hijos de las tinieblas, sino que los mun-
danos, tratando entre sí de un fin terreno y perecedero, andan de ordinario más solí-
citos y previsores que los hijos de la luz en la pretensión del fin sobrenatural.

3º Aplicación de la parábola.
«Y Yo os digo: Haceos amigos mediante las riquezas de iniquidad, para que
cuando ellas faltaren, os reciban ellos en las eternas moradas».
«Riquezas de iniquidad», en lengua hebrea, es lo mismo que «riquezas inicuas»; y se
las llama así, no porque se hayan de obtener por medios inicuos con el buen fin de
hacer limosnas, ni porque siempre sean mal adquiridas, sino porque son falaces y
seductoras, y fácilmente conducen a la iniquidad. Y por ser esta su condición, se con-
sideran como ejerciendo de hecho la iniquidad, y a los ricos, como seducidos por ellas
y alejados del camino de salvación; mientras que, por el contrario, se considera a la
pobreza y a los pobres como ya metidos dentro del Reino de los Cielos, y con el poder
de abogar e interceder por otros.
De estas palabras del Señor se deduce el intento principal de la parábola, y
hasta qué punto deba urgirse o no la semejanza, según los tres puntos de la his-
toria ya señalados:
1º Si nos detenemos en el primero, comprenderemos que el señor rico es Dios;
que el administrador somos nosotros, a quienes Dios ha confiado la gestión de los
bienes que nos ha dispensado; y que, por lo tanto, no podemos considerarnos co-
mo propietarios absolutos de los mismos, sino sólo como administradores de una
hacienda de la que tendremos que dar muy estrictas cuentas.
En esta administración, por desgracia, también a nosotros se nos ha de acusar
de haber dilapidado los bienes divinos, esto es, de haber abusado de ellos efecti-
vamente, considerándolos muchas veces como fin y no como medios, poniendo
Hojitas de Fe nº 569 –4– SANTOS EVANGELIOS

en ellos el corazón, y cometiendo con ellos ofensas contra Dios e injusticias con-
tra el prójimo.
Por ese mismo motivo, hemos merecido ser destituidos de nuestra administra-
ción; mas el Señor, al igual que en la parábola, quiere concedernos el tiempo y
los medios para remediar el mal.
2º Si nos detenemos en el segundo, comprenderemos que la prudencia, pre-
visión y sagacidad que hemos de poner en el negocio de nuestra eterna salvación,
han de ser inmensamente mayores que los que los mundanos ponen en sus nego-
cios terrenos. Para ello, mirando a lo porvenir, hemos de aprender a granjearnos
la eterna salvación con los bienes que Dios ha depositado en nuestras manos. Las
riquezas, con ser falaces y propensas a la iniquidad, se convierten así en medio e
instrumento de salvación depositadas en manos del pobre.
Frente a este uso de las riquezas hay dos respuestas: • o renunciar a ellas, sin
temer ni el trabajar ni el mendigar –por donde se designan las obras buenas, la
oración, e incluso la renuncia efectiva a los bienes de la tierra: pobreza, castidad,
obediencia–; • o usar de ellas de modo a granjearse amigos en las moradas eternas
–por donde se designa la limosna, el desprendimiento de corazón, el amor de los
bienes celestiales por encima de todo–.
3º Si nos detenemos en el tercero, comprenderemos los grandes frutos que se
ganan con esta previsión sobrenatural:
Por una parte, merced a la práctica efectiva de la caridad con los bienes terre-
nos, y gracias a los amigos que nos habremos hecho por medio de ella, habremos
conseguido la salvación eterna.
Por otra parte, si el señor de la parábola no pudo menos de alabar la sagaci-
dad de aquel mayordomo, vivísimo y previsor, aunque en cosas malas, con me-
dios injustos y por un fin terreno, mucho más Nuestro Señor alabará y premiará
a quienes hayan observado la misma sagacidad y prudencia en cosas buenas
–nuestra eterna salvación–, con medios buenos –empleando las riquezas en favor
de los necesitados, ya que eso pretendía al confiárnoslas–, y por un fin sobrena-
tural y eterno.
La conclusión de la parábola se robustece con algunas sentencias generales,
que confirman el intento que Nuestro Señor persigue con la misma, esto es, el rec-
to uso de las riquezas:
«Quien es infiel en lo muy poco, también es infiel en lo mucho, y quien es inicuo en lo
muy poco, también en lo mucho es inicuo. Si, pues, en la inicua riqueza no habéis sido
fieles, lo verdadero ¿quién os lo fiará? Y si en lo extraño no habéis sido fieles, lo pro-
pio vuestro ¿quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o al
uno odiará y al otro amará, o al uno sobrellevará y al otro despreciará. No podéis
servir a Dios y a mamona».1

© Fundación San Pío X – Casa San José


Carretera M-404, km. 4,2 – 28607 El Alamo (Madrid)
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