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La Voz de Los Inocentes 9789917016045 Compress

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ÚNZAGA: la voz de los Inocentes

Ricardo Sanjinés Ávila


www.unzaga.info

TOMO II
Depósito Legal No. 4-1-4162-2021
ISBN 978-9917-0-1604-5

Edición Digital producida por

Rediseño Tapa – Maquetación


Producción - Publicación
Posproducción - Difusión
Promoción - Distribución
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www.CyberGlobalNet.com
ÚNZAGA: LA VOZ DE LOS INOCENTES
© RICARDO SANJINÉS ÁVILA
1ra Edición Digital

Esta publicación ha sido registrada en el Servicio Nacional


de Propiedad Intelectual, del Ministerio de Desarrollo
Productivo y Economía Plural, del Estado Plurinacional de
Bolivia y está protegida por el Derecho de Autor,
contemplado en la Ley 1322 y en el Decreto Supremo
28598.

Su reproducción y distribución sin autorización expresa el


autor, por cualquier medio está prohibida y penalizada.
Contenido
XVIII - EL EXILIO
XIX - RÍO DE JANEIRO (1955)
XX - ÚNZAGA VUELVE (1956)
XXI - LA DEMOCRACIA DEL CERO (1956)
XXII - SILES ZUAZO
XXIII - PRIMER SECUESTRO AÉREO DE LA HISTORIA
UNIVERSAL
XXIV - LA TREGUA
XXV - LA DEFENSA DEL PETRÓLEO
XXVI - VOLVER A LAS ARMAS (1957 - 1958)
LOS DERECHOS DE SANTA CRUZ
XXVII - EL ÚLTIMO RETORNO (1958)
TEREBINTO - Poema de Pedro Shimose
XXVIII - LA NUEVA FALANGE
AMNISTÍA Y ELECCIONES
LA RENOVACIÓN FALANGISTA
XXIX - OVANDO CANDIA Y GUZMÁN GAMBOA
XXX - TIEMPO DE REFLEXIÓN (1959)
XXXI - LA CONSPIRACIÓN FINAL
PRIMERA SEMANA DE ABRIL
LUNES 13 DE ABRIL
MARTES 14
MIÉRCOLES 15
JUEVES 16
VIERNES 17
SÁBADO 18
XXXII - 19 DE ABRIL DE 1959
XXXIII - LAS ALMAS ROTAS
XXXIV - INTERVIENE LA OEA
XXXV - ¿SUICIDIO U HOMICIDIO? - ANÁLISIS SOCIO-POLÍTICO
XXVI - EL FIN DE LA INOCENCIA
AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
XVIII - EL EXILIO

E xiliado Oscar Únzaga, el abogado Hugo del Granado y el


filósofo Guillermo González Durán se hicieron cargo
temporal de la conducción de su partido. Únzaga envió un
mensaje a los bolivianos, señalando que la rebeldía bajaría en
intensidad si el gobierno terminaba con la persecución política y
reducía la miseria reinante en Bolivia. Ello sería posible creando
condiciones propicias a la producción, atrayendo inversiones que
empero requerían institucionalidad, un orden jurídico cierto conforme
a derecho, con un régimen impositivo legal y estable:
“El incremento de la riqueza para una mayor producción
nacional, cuando el Estado está inspirado en un sentimiento
de justicia cristiana, no permitirá que la riqueza fugue del país
o se concentre en pocas manos, sino que creará los canales
adecuados para que el bienestar favorezca a las clases más
humildes del país que necesitan viviendas higiénicas,
alimentación adecuada, hospitales y escuelas.
Necesitamos proteger y estimular la empresa privada, pero el
trabajador debe ser partícipe de las utilidades. Todo esto se
sintetizará en un mejor nivel de vida para todos con una mayor
producción nacional. Pero el desmadre reinante imposibilita
esos escenarios.
Contra la anarquía imperante al margen de la legalidad y el
derecho, sólo corresponde el retorno del orden jurídico. La
vida de la nación será respetable a través de sus instituciones.
Dotar a la Corte Suprema, a la Universidad y a todas las
instituciones de los servidores más eficientes y capaces, sin
discriminación política.
Reorganizar las Fuerzas Armadas de la Nación, no como
instrumento partidista sino como institución tutelar de la
República. Un Ejército unido sin persecución ni represalias
políticas, para dar estabilidad a la carrera de las armas.
Sentido militar del honor y la lealtad. Eficiencia y seguridad
profesional para el Cuerpo de Carabineros. Nueva
Constitución Política del Estado. Reorganización técnica de la
administración pública. Revitalización del concepto de
autoridad para establecer en Bolivia la permanencia de las
instituciones y la estabilidad política.”
Únzaga se trasladó a Chile con pasaporte uruguayo, pues el
gobierno boliviano lo había convertido en apátrida. En una de las
frecuentes incursiones a la casa que ocupaba la señora Rebeca,
madre de Oscar Únzaga, los milicianos mataron a Jack, el perro que
acompañaba a la anciana, quien no pudo resistir el acoso y tuvo que
salir de Bolivia. Se puso en contacto con su sobrina Cristina
Jiménez de Serrano, a fin de que se instale con su familia en su
departamento del Edifico Becker de la Avenida 6 de Agosto. Viajó
luego a Santiago para reunirse con su hijo. María Renée Serrano
recuerda aquellos días.
“Rebeca le pidió a mi mamá que se quedara con todas
sus cosas, tenía un departamento muy lindo con
muebles preciosos y una biblioteca grande. También le
dejó a su antigua empleada Manuela. Nos quedamos
por un tiempo allí, hasta que los movimientistas
allanaron el departamento con el pretexto de buscar
armas que decían que escondíamos.
En Santiago, radicaban centenares de falangistas y muchos de los
líderes de los antiguos partidos opositores. Allí estaba también
Jorge Siles Salinas, luego de que su hermano, el Vicepresidente
Hernán Siles Zuazo lo “conminó a dejar el país en 48 horas”.
“Felizmente, Hernán me entregó un pasaporte, lo que
suavizó un tanto la situación, si se compara con la de
otros compatriotas que fueron expulsados sin ningún
documento, como una forma de amargar aún más el
destierro…”
En la capital chilena se planteó un principio de acuerdo entre los
líderes opositores bolivianos. Pero mientras se discutía una alianza
política formal, dos grupos rivales de militares bolivianos en el exilio
pleiteaban por asumir la titularidad de la resistencia contra el
gobierno del MNR. Uno, con sede en Santiago, liderado por el Gral.
David Terrazas y el otro en el Perú, donde figuraban militares
exiliados como el Cnl. Armando Ichazo; ambos buscaban a Únzaga.
Tampoco los partidos políticos tradicionales estaban unidos por las
diferencias entre los líderes del pasado. Únzaga asumió la misión de
intentar juntarlos en un solo esquema opositor, más allá de
diferencias ideológicas o personales.
No fue tarea fácil, los políticos desterrados del antiguo régimen aún
tenían aspiraciones y costaba hacerles comprender que su tiempo
ya había pasado. Sólo la dureza del confinamiento les hizo entrar en
razón y el 20 de marzo de 1954 fue suscrito un “Acuerdo de
Coalición”, documento que llevaba las firmas de Gabriel Gosálvez
en representación del Partido de la Unión Republicana Socialista
(PURS), Eduardo Montes y Montes del Partido Liberal, Alberto
Crespo Gutiérrez del Partido Social Demócrata y Oscar Únzaga de
la Vega por Falange Socialista Boliviana. El llamado “Pacto de
Santiago” se proponía “una acción solidaria ante la tiranía
movimientista y, en lo doctrinal, unidad nacional contra la lucha de
clases”, conformándose una jefatura mixta civil-militar, acordando
que “Únzaga de la Vega sería el Presidente interino del gobierno a
instaurarse en Bolivia después del esfuerzo para recuperar el
poder”.
Los oficiales exiliados depusieron circunstancialmente sus
diferencias, se organizaron en un “Comité Nacional” y dieron un
paso más del que dieron los civiles. El 7 de agosto de 1954, esos
militares constituyeron en Lima un Comité Central Revolucionario
(CCR), de carácter secreto, presidido por Oscar Únzaga de la Vega
e integrado por el Gral. David Terrazas, el Cnl. Armando Ichazo y el
Mayor Elías Belmonte. Ellos se encargaron de proyectar la
estrategia revolucionaria y “las consiguientes necesidades
económicas, estableciendo las mismas en dos millones de dólares,
suma fuera de toda realidad y de la que nunca pudo disponer el
Comando Revolucionario y mucho menos el jefe de la resistencia”,
según dice el dirigente falangista José Gamarra Zorrilla,[1] con el
agregado de que la gran minería, que de inicio ofreció colaborar
económicamente, jamás lo hizo, pues Antenor Patiño prefirió
ponerse de acuerdo con Paz Estenssoro a cambio de diversas
ventajas. El gobierno del Dr. Paz siguió tratando los minerales de
estaño en las fundiciones de Patiño y accedió a una indemnización
por sus bienes nacionalizados. Sólo Carlos Víctor Aramayo fue leal
en su posición de apoyo a la oposición. Aramayo escribió a Únzaga:
“Puedo asegurarle que la figura de usted constituye en
estos tristes tiempos un faro de esperanza para todos los
que contemplan con espanto la situación de nuestro país
y que anhelan ardientemente el restablecimiento de las
normas de vida civilizada a la que todos tenemos
derecho. Ruego a Dios que lo ayude y lo ilumine en su
lucha contra la tiranía”.
Como consecuencia de estas alianzas y la terrible represión
reinante en Bolivia, la oposición inició una etapa conspirativa desde
el exterior, mientras en el país FSB desarrollaba su acción librada a
las eventualidades, dejando la iniciativa a los cuadros menores de
este partido y sobre todo a los jóvenes para quienes el nombre de
Únzaga era sinónimo de rebeldía contra un gobierno al que
consideraban atropellador y corrupto.
En tanto, Oscar Únzaga había decidido establecer su residencia en
Lima, aunque sometido a la vigilancia del temible Alejandro Esparza
Zañartu, una especie de San Román peruano, desde luego mucho
más benigno, sobre cuyos hombros descansaba la dictadura del
Gral. Manuel Odría. El exilio boliviano en Lima y Arequipa era
notable por el número y calidad de los desterrados. Esparza los
maltrató y la torpeza con que trató a Javier Paz Campero provocó
un incidente motivando la reacción de una parte del cuerpo
diplomático acreditado en Lima.
Pero el exilio en el Perú, Chile y Argentina se perdió en una
desorientación apabullante. Algunos políticos conservadores
creyeron posible disputar a Únzaga el liderazgo opositor. Los
militares desterrados se miraban como los únicos que podrían
cambiar el destino político de Bolivia, sin darse cuenta de que sus
subordinados ya no existían y que era otra la fisonomía del Ejército
avenido al MNR, ya sea por interés económico o adhesión
ideológica. Las antiguas formaciones políticas habían fenecido, pero
sus líderes no lo creían, como lo revelan las cartas del ex Presidente
Enrique Hertzog a Gabriel Gozálvez:
“La táctica de Únzaga es ganar tiempo y utilizar todos los
recursos para capitalizar exclusivamente a favor de su
partido, y en desmedro de los demás, las posibilidades de
toda índole, políticas, económicas, militares, etc., que se le
presenten… Únzaga, sobre la base errada de una
tolerancia, tal vez excesiva, cree en la posibilidad de jugar
a su guisa y seguir engañando indefinidamente a los otros
tres jefes de partido, añadiendo al engaño el menosprecio
por los partidos aliados y amigos a los que llama
públicamente ‘partidos tradicionales desprestigiados’…”. [2]
Ese criterio del ex presidente Hertzog, pese al lejano parentesco con
Únzaga, revela el sentimiento de otros expatriados cuyas posturas
conservadora o liberal chocaba con el pensamiento socialista y
cristiano de Únzaga que, en efecto, ganaba diariamente adeptos en
la medida en que se conocían las malandanzas de los hombres del
poder revolucionario en Bolivia, que mostraban públicamente los
privilegios de que gozaban.
La caída visible del sentimiento de respetabilidad en perjuicio de los
hombres del oficialismo fue en parte atenuada cuando el Presidente
Paz Estenssoro dispuso de un nuevo escenario, la carretera
Cochabamba-Santa Cruz, que fue el inicio de la integración del
oriente al país, dando paso a una campaña promocional
internacional a favor del gobierno boliviano. Entre los invitados a la
inauguración estaba el célebre periodista norteamericano Drew
Pearson, cuya columna se publicaba en 500 diarios de la Unión
Americana. El Palacio Quemado le franqueó sus puertas para una
entrevista con Paz Estenssoro, además de “hacerle ver las
conquistas sociales de la revolución y el progreso material que
Bolivia alcanzaba con la ayuda americana”.
Luego de su periplo por el territorio nacional, Pearson se dirigió a
Lima y se alojó en la casa del agregado militar de la Embajada
Americana, Cnl. Metz, ex condiscípulo del Capitán Julio Sanjinés en
la Academia Militar de West Point, siendo éste uno de los cientos de
exiliados bolivianos residentes en la capital peruana. Conociendo a
Sanjinés como opositor al gobierno boliviano, Metz le sugirió tratar
de conseguir una entrevista entre el célebre periodista
norteamericano y el jefe de la oposición boliviana, Oscar Unzaga de
la Vega, en ese momento exiliado en Lima, a fin de que el famoso
periodista se forme un juicio cabal de lo que sucedía en Bolivia,
cotejando lo que había podido ver en el país. Sanjinés relata lo
sucedido:
“Me pareció interesante promover esa reunión y visité a
Unzaga para tal propósito. Yo había estado antes con él,
me parecía un patriota sincero, lo había ayudado en el
trance en que se encontraba, como lo hice con Tristán
Maroff, el líder trotskista que sufría también el destierro.
Acordamos con Oscar que la entrevista con Drew Pearson
se realizaría en la casa del propio agregado militar
americano. Unzaga se presentó vistiendo un desgastado
abrigo negro, inusual para Lima, llevaba abundante barba
negra y en la conversación que yo iba traduciendo, desde
luego atenuando la dureza de sus conceptos, el líder
falangista fue muy tajante en cuanto a la política que
seguía el Presidente Paz Estensoro, sobre todo porque la
calificaba orientada por ideas comunistas. La entrevista fue
breve pero significativa, sobre todo por la euforia con que
Unzaga descalificaba al régimen boliviano basado en su
convicción personal que era genuinamente patriótica, pero
contrariaba la orientación liberal del señor Pearson,
causándole una impresión desfavorable.
Después de la entrevista llevé al célebre periodista en mi
automóvil a la Embajada de Bolivia donde estaba invitado a
cenar. Tuve que dejarlo a dos cuadras de la residencia
diplomática que en esa época la ocupaba Juan Luis
Gutiérrez Granier, explicándole que yo no tenía relación
con el embajador. En el trayecto hacia la embajada,
Pearson me manifestó que el señor Unzaga de la Vega
seguramente era un patriota, pero su enfoque no condecía
con la realidad que él había observado durante su estadía
en el país. La actitud de la oposición boliviana, insinuando
que el gobierno del MNR era comunista, no lo había
impresionado y, al contrario, suponía que por ese camino
difícilmente iba a encontrar apoyo en el mundo
democrático…”
Esa era la sensación que se tenía en los Estados Unidos sobre la
revolución y la oposición bolivianas. De nada valían las denuncias
sobre los atropellos diarios a los derechos humanos, ni el carácter
arbitrario del gobierno, ni la sumisión política de los indígenas que
había supuesto la reforma agraria, ni los desastrosos resultados de
la nacionalización de las minas, ni la vocación corrupta de algunos
revolucionarios. A Washington -Casa Blanca, Capitolio y prensa-, le
bastaba que Paz Estenssoro se declarara “revolucionario no
comunista”, como condición para facilitarle cooperación económica
sostenida.
Es indudable que la carretera a Santa Cruz y la acción positiva que
desplegó un hombre de gran talento organizativo y empresarial,
como fue Alfonso Gumucio Reyes, rompió las barreras entre oriente
y occidente, dando pie a la Corporación Boliviana de Fomento para
instalar el primer ingenio azucarero estatal, Guabirá, que significó un
hito para la economía regional cruceña, además de propugnar por la
vinculación ferroviaria con Brasil y la Argentina. De haber diez
gumucios y pocos sanromanes y gayanes, distinta habría sido la
suerte de la Revolución Nacional.
Pero fueron más las mentes retorcidas que se empeñaron en ver al
sector privado como enemigo de la revolución y, creyendo hacerle
un favor a Guabirá, conspiraron para hacerle la vida ingrata a
industriales del sector, como fue el caso de Ramón Darío Gutiérrez y
sobre todo Alberto Iturralde Levy, al que le pusieron trabas de todo
tipo boicoteando la pionera iniciativa del ingenio La Esperanza,
perjudicando de paso los proyectos de SOCONAL, lo que iba a
determinar el auto-destierro del arquitecto Iturralde.
Los universitarios bolivianos, rebeldes y contestatarios, empezaron
a enfrentar al gobierno al percibir que no había cejado en su
empeño de controlar las casas de estudios superiores. Pero
mientras se daban las batallas por la autonomía universitaria en
Bolivia, a Únzaga le exasperaban los egoísmos, rencillas y
ambiciones del viejo exilio boliviano derechista civil y militar. Risible
era el despiste que mostraban algunos antiguos generales y
coroneles del ancien régime. Solamente así se explica que mientras
algunos se entregaban al propósito falangista destinado a
descoyuntar al común enemigo, reconociendo a Oscar Únzaga
como jefe de esa causa, el Gral. David Terrazas, hombre sin duda
enérgico, en un alarde de virtuosismo constitucional hiciera circular
una carta abierta expresando que, de acuerdo con normas jurídicas
y reglamentarias, “los militares no podían responder a un jefe
político”, exigiendo la desafiliación de los oficiales que militaban en
FSB. Probablemente el General se miraba en un espejo de gloria y
actuaba como si estuviera al mando de ejércitos próximos a la
victoria. Esa carta abierta fue respondida por otra, suscrita por el
Gral. José C. Pinto, otrora hombre de RADEPA, lamentando que la
insensatez de su camarada retrase la liberación de la patria.
A Únzaga le asombró comprobar cómo algunos personajes, que
demostraron en el pasado un agudo sentido de la realidad y de la
política, perdían en el exilio la objetividad parcelando sus opiniones.
De la nutrida correspondencia sostenida por Únzaga -en poder de
José Gamarra Zorrilla- están algunos ejemplos que ilustran esa
desorientación opositora. Así, el ex Canciller del Gral. Enrique
Peñaranda, don Eduardo Anze Matienzo, afirmaba que el régimen
boliviano era en esencia comunista y pese a ello estaba sostenido
por el Departamento de Estado, por lo que sólo cabía darle batalla
legal. Por su parte, el ex Embajador en Washington y ex candidato a
la Presidencia, don Luis Fernando Guachalla, creía que a pesar de
las violaciones de derechos y otros atropellos sin nombre, el
régimen de Paz Estenssoro no era en realidad “tan” comunista y esa
era la razón por la que los Estados Unidos lo cooperaban, por lo que
creía igualmente que un cambio político en Bolivia debía darse por
la vía electoral. Únzaga en cambio no descalificaba a Paz
Estenssoro porque fuera comunista y a pesar de ello recibiera ayuda
americana; lo hacía porque creía que el régimen del MNR
enfrentaba a los bolivianos, era incompetente, cínicos sus
protagonistas, además de corruptos y crueles en sus métodos para
mantenerse en el poder.
Mientras tanto, comunidades de súbditos bolivianos se esparcieron
por Buenos Aires y ciudades del norte argentino, en Río de Janeiro,
San Pablo y ciudades fronterizas del Brasil, pero también en Lima,
Arequipa y otras poblaciones del sur peruano. Estaban organizados
en células de FSB, cuyos miembros se ayudaban en lo que podían,
compartiendo el sentimiento de volver algún día al seno de sus
familias. En la capital argentina estaba una de las mayores colonias
de desterrados falangistas, cuya principal autoridad la ejercía
Ambrosio García.
“Organicé la vida de los perseguidos bolivianos sobre
todo en función de la gente joven, entre civiles,
estudiantes y ex-cadetes. Las necesidades eran grandes,
pero por fortuna encontramos en Buenos Aires gente de
una extraordinaria calidad humana, donde se destacó
nítidamente don Enrique Ackerman que era dueño de
varios cines en La Paz y estaba vinculado con otras
personas de buena situación económica que vivía en la
capital argentina. Lo designé “secretario de los asuntos
económicos” del grupo de exiliados. Él financió algunos
recursos e ideamos un sistema para favorecer sobre todo
a los jóvenes que llegaban sin dinero. Les dábamos tres
meses de pensión hasta que encuentren trabajo, porque
luego de ese lapso ya no podíamos subvenir tal ayuda y
también con Ackerman captábamos posibilidades
laborales para ellos. Yo vivía en un hotelito donde instalé
un tablero para anotar todos los trabajos ofrecidos y los
nombres de quienes podían tomarlos. A 90 días, todos
estaban trabajando. Resolvimos el problema de la gente
que no tenía nada y de esa manera superamos la primera
etapa. Únzaga se fue al Perú y el partido en Bolivia pasó
a la clandestinidad, con una parte de sus líderes en
campos de concentración y la otra en el exilio. Gonzalo
Romero estaba exiliado con nosotros en Buenos Aires,
Mario R. Gutiérrez estaba desterrado en el Brasil, en el
Panóptico de San Pedro tuvieron encerrado por tres años
al Gral. Bilbao Rioja y allí también fueron a dar dirigentes
como David Añez Pedraza y otros.
La violencia estatal y el atropello a los derechos humanos
justificaban la rebelión falangista. Cotejando los testimonios de
quienes fueron torturados y dejaron parte de su vida en los campos
de concentración, queda la impresión de que unas diez mil familias
bolivianas fueron marcadas a fuego por la represión revolucionaria
que en 1954 tenía en la mira a jóvenes como Jaime Gutiérrez,
entonces de 17 años. Después del accidentado golpe de noviembre,
que eludió buscando la clandestinidad, su casa fue allanada
reiteradamente y su hermano encarcelado, de manera que salió de
su escondite vistiendo una sotana y se marchó a La Paz, alojándose
una semana en el Colegio San Calixto. A punto de ser capturado
por el Control Político, tuvo que huir y refugiarse en
Sapahaqui, en la propiedad del profesor Alberto Laguna
Meave, donde conoció a Jaime Tapia Alipaz que estaba
oculto allí. Retornó a La Paz, se asiló en la Nunciatura y a
sugerencia del Nuncio, salió al Brasil, llegando a San Pablo,
donde había un gran número de falangistas asilados, entre
ellos Marcelo Quiroga Galdo, un abogado joven, de notable
preparación intelectual que se expresaba en varios idiomas.
Muchos empresarios bolivianos fueron anulados por el acoso
económico o la negativa de divisas para hacer funcionar sus
empresas, como sucedió por ejemplo con la familia Sáenz García,
propietaria de Industrias El Progreso, derivación de la Fábrica
Figliozzi. Sucedió lo mismo con Alberto Palacios, con una amplia
hoja de servicio al país, dueño de la Casa Palacios, perseguido y
exiliado por el gobierno, debiendo recomenzar a los 75 años en el
Brasil. Accionistas de la Cervecería Boliviana Nacional, acosados
por las nuevas autoridades, prefirieron ceder sus acciones y salir del
país.
Hubo exiliados que, acuciados por la necesidad de sobrevivir,
triunfaron otra vez en tierra extraña, pese a los años que ya
contaban, como fue el caso de Miguel Echenique, considerado
“rosquero” ya en los años del gobierno RADEPA/MNR,
estableciéndose en San Pablo. Sorprendido por la cantidad de
vehículos en el país vecino, viajó a los Estados Unidos, compró tres
rectificadoras de motor que instaló en San Pablo, puso avisos en la
prensa ofreciendo cambiar motores en 8 horas, a condición de que
el otro motor se quede en la empresa a la que denominó
BrasMotors, que fue creciendo hasta convertirse años después en
una fábrica de automóviles. En los años 50, Echenique fabricó el
primer refrigerador hecho en Brasil con la marca Brastemp y más
tarde cocinas a gas y lavadoras de ropa. Con la importante
presencia accionista del empresario boliviano-peruano Simón F.
Bedoya, el holding Brasmotor/Brastemp diversificó sus actividades
con marcas y productos clásicos como Consul, Embraco, Multibras
o Säo Paulo Alpargatas. Fabricó automóviles Chrysler y
Volkswagen. La empresa llegó a tener dos aviones privados y un
palacio en una isla. Miguel Echenique fue uno de los grandes
abanderados de la industria automovilística brasileña. Su hijo
Fernando Echenique era mayor de la Fuerza Aérea de Bolivia y
había sido dado de baja luego de bombardear objetivos controlados
por el MNR durante la breve guerra civil de 1949. En 1954 buscó a
Jaime Gutiérrez Terceros para ofrecerle ayuda.
“Me ofreció trabajo en la industria de su padre, que era la
fábrica de automóviles de la línea Chrysler. Primero
trabajé poniendo remaches y luego fui ascendiendo. Hubo
un apoyo indirecto de Fernando para que yo llegara a ser
supervisor, pero también me exigió esfuerzo para
ascender porque eso representaba mejorar mi situación
económica…”
Ser joven y de buena familia se convirtió en una pesadilla para los
bolivianos. Los que pudieron dejar el país lo hicieron, aunque con
gran sentimiento. Entre ellos estuvo Joaquín Aguirre Lavayén, uno
de los primeros militantes de FSB en Cochabamba y fundador de la
célula falangista en La Paz. Licenciado con honores en Literatura y
Filosofía por la Universidad de Darmouth-Hannover en New
Hampshire, con postgrado en Stanford, California, fue miembro de la
delegación boliviana que fundó la Organización de Naciones Unidas.
En 1951 había publicado su primer libro, Más allá del Horizonte, en
torno a la epopeya de Francisco de Orellana, el primer explorador
que navegó por el Amazonas. El mismo un explorador, Aguirre
recorrió a pie todo el Chaco buscando petróleo y oportunidades de
generar riqueza. Pero tras la Reforma Agraria que afectó sus
propiedades, a poco de cumplir 31 años, debió salir del país con su
familia, recalando en Bogotá donde se convirtió en promotor de los
Súper Mercados Rayo, produjo industrialmente cereales pre-cocidos
y se convirtió poco después en el “rey del banano deshidratado” en
Ecuador.[3]
En Lima continuaba el exilio de Oscar Únzaga de la Vega, con
apenas lo necesario para subsistir, recibiendo ayuda de otros
bolivianos expatriados. La dictadura de Manuel Odría en el Perú
estaba en el zenit de su poderío. Esparza Zuñartu, mantenía
congelada a la oposición, el APRA estaba neutralizado y las voces
disidentes acalladas, como describe Mario Vargas Lloza en
“Conversaciones en la Catedral”. Pero se notaba una gran actividad
económica por el crecimiento de las exportaciones mineras,
agropecuarias y pesqueras. Los efectos de la inversión extranjera
eran visibles, se abrían negocios, bancos, seguros y una ola de
construcciones modificaba la fisonomía de la ciudad virreinal. Una
acaudalada elite conformada por industriales, banqueros y
latifundistas controlaba la producción de azúcar y algodón. Para la
alta burguesía, descrita luego por Alfredo Bryce Echenique en “Un
mundo para Julius”, la vida era amable y placentera. Pero aquel sitio
encantador, de noches con pisco sauer y valses de Chabuca
Granda, resultaba intolerable para los exiliados bolivianos que sólo
soñaban con volver y tomar a tiros el Palacio Quemado expulsando
a los autores de sus desgracias familiares y de su exilio.
Desde su espartano alojamiento en Lima, Oscar Únzaga consideró
las peculiaridades de lo que sucedía en aquel momento en la región.
Más allá de Víctor Paz Estenssoro, que había alcanzado fama por la
Reforma Agraria, tres emblemáticos personajes sudamericanos
ganaban los principales titulares de la prensa mundial en esos días,
probablemente por el mayor peso de sus países o el ámbito de
influencia en el que se movían: Juan Domingo Perón en la
Argentina, Víctor Raúl Haya de la Torre en el Perú y Getulio Vargas
Dornelles en el Brasil. Perón se debatía en franca decadencia
política y moral, pese a conservar la idolatría que le deparaba la
amplia base popular del justicialismo. Getulio Vargas caminaba
hacia un trágico final sintiendo que su obra era incomprendida. Haya
de la Torre lograba que se le concediera el salvoconducto para dejar
la Embajada de Colombia en Lima, donde estuvo asilado cinco
años. Los tres eran nacionalistas a su propio estilo.
Perón antioligarca, antiimperialista y el mayor símbolo revolucionario
en su país. A Getulio le tenían sin cuidado las clasificaciones que lo
colocaron a veces en el campo del nacionalismo y otras en el
desarrollo capitalista de su país, pues era un convencido de la
grandeza del Brasil y su rol en el futuro. Haya de la Torre era un
intelectual que interpretaba la realidad latinoamericana desde el
vértice del materialismo histórico y que fue derivando de un
antiimperialismo cerrado a una convivencia con la oligarquía, como
veremos más adelante. Los tres gozaban del fervor de las “masas
oprimidas”, pero ninguno era afecto al comunismo y probablemente
abrigaban tendencias fascistas a ritmo de tango, samba y vals.
Un día de septiembre de 1954, Esparza Zañartu conminó al
líder de la oposición boliviana, Oscar Únzaga de la Vega,
para que abandone suelo peruano “con lo puesto”, que era
casi nada, en cumplimiento de un acuerdo regional. Ni Chile,
cuyo presidente Carlos Ibáñez mantenía un romance político
sostenido con Víctor Paz Estenssoro, ni la Argentina de
Perón, ya en ocaso, accedieron a darle asilo, debiendo
buscar otro país de refugio que, en ese momento fue
Venezuela, que se consolidaba como uno de los grandes
productores de petróleo en el mundo y disfrutaba de una
posición económica bonancible, aunque tratando de salir de
una inestabilidad política crónica.
Después de la extendida presencia del dictador Juan Vicente
Gómez, durante el primer tercio del siglo XX, una serie de
gobernantes militares se habían ido desplazando en el poder
hasta que volvió la democracia con Rómulo Betancourt en
1945. Al concluir su mandato, el novelista Rómulo
Gallegos[4] ganó las elecciones de 1948 y asumió la
Presidencia, siendo derrocado semanas después. Tras un
período conflictivo con una junta militar, en nuevas
elecciones se impuso el Cnl. Marcos Pérez Jiménez, quien
quiso instituir una democracia blindada contra el comunismo.
El mandatario venezolano, interesado en la suerte de “la hija
predilecta de Bolívar” -como sucedió luego con algunos de
sus sucesores-[5], acogió con beneplácito a Oscar Únzaga
de la Vega, se encandiló con su discurso latinoamericanista
y anticomunista, ofreciéndole ayuda para intentar cambiar la
suerte política de Bolivia. Con su respaldo, el líder falangista
se instalaría en Río de Janeiro, próxima escala de su
itinerario histórico.
XIX - RÍO DE JANEIRO (1955)

Ú
nzaga llegó a Río de Janeiro en diciembre de 1954 en
compañía de su ayudante, Jorge Sánchez de Loria. Carlos
Kellemberger se había quedado en Lima, pero en la Navidad
de ese año, la policía política del Perú lo tomó preso y lo desterró a
Cuba. Fue seguramente un caso único, en que el país que acogió a
un exiliado, lo exilia a su vez. Su familia fue residenciada en
Arequipa.
Brasil se debatía en una terrible crisis política a raíz del suicidio del
Presidente Getulio Vargas, probablemente el político brasileño más
destacado del siglo XX. El líder falangista se organizó de inmediato
para proseguir su labor política contando con Jerjes Vaca Diez, un
dirigente falangista cruceño de primer nivel, abogado con muchas
vinculaciones en el Brasil, quien fue pieza fundamental para el exilio
falangista en aquel país. En tanto Marcelo Quiroga Galdo, de
conocida familia cochabambina, fue secretario privado y la persona
más cercana a Únzaga durante su estadía en Río. Pero la amistad
del político brasileño Carlos Lacerda fue vital para el desempeño del
jefe falangista. Aquí es pertinente exponer una visión global de la
política brasileña entre los años 30 al 60 del siglo pasado.
Getulio Vargas fue cuatro veces Presidente del Brasil, primero de
1930 a 1934 en un gobierno provisorio, luego en una presidencia
constitucional de 1934 a 1937. Dio un Golpe de Estado en 1937,
quedándose en el poder hasta 1945, tiempo en el que cerró el
Congreso, asumió la totalidad de poderes, inhabilitó a todos los
partidos políticos e impuso la estatización de la economía. Carlos
Lacerda tuvo inclinaciones socialistas en su juventud y por algún
tiempo fue seguidor de Getulio Vargas, pero luego se opuso a su
dictadura y apoyó el golpe militar en 1945 que lo derrocó,
casualmente dos semanas después de que una movilización
popular abriera el camino al poder de Juan Domingo Perón en la
Argentina. Perón iba a orientar sus pasos adoptando en parte la
huella de Getulio. Inspirados ambos en el fascismo, Vargas
combatió el levantamiento comunista de Luis Carlos Prestes, apresó
a la mujer de este, Olga Benario, una activista judía nacida en
Alemania y la entregó a la Gestapo de Adolf Hitler en la víspera de
la Segunda Guerra Mundial, mientras Perón al concluir la gran
conflagración, dio acogida a jerarcas nazis. Vargas y Perón
adoptaron reformas sociales que inhabilitaron la prédica marxista en
sus países, pero incurrieron en flagrante corrupción en su política
económica estatista, en un tiempo en el que se acuñó la frase “roba,
pero trabaja”, que parece la norma de los regímenes revolucionarios
y populistas.[6]
Getulio Vargas volvió a candidatear en 1950, derrotando al partido
de Carlos Lacerda. Getulio tenía consigo a las dirigencias de los
obreros y al mismo tiempo concedía extraordinarias ventajas a las
élites industrial y financiera. Carlos Lacerda fue un duro opositor,
denuncio sistemáticamente la corrupción del régimen y su prestigio
creció en la medida en que atacaba y debilitaba a Getulio. La
respuesta del gobierno fue un intento de asesinar a Lacerda en
1954 que fracasó, aunque en la acción cayó muerto un oficial de la
Fuerza Aérea Brasileña, generando protestas en las Fuerzas
Armadas, en buena parte de la ciudadanía que se agitó generando
un estado de ingobernabilidad y profunda crisis política que epilogó
con el suicidio del Presidente Vargas, dejando una carta dramática:
“… Al odio respondo con perdón. Y a los que piensan que
me derrotan respondo con mi victoria. Era un esclavo del
pueblo y hoy me libro para la vida eterna. Pero este
pueblo, de quien fui esclavo, no será más esclavo de
nadie. Mi sacrificio quedará para siempre en sus almas y
mi sangre tendrá el precio de su rescate.
Luché contra las privaciones en el Brasil. Luché con el
pecho abierto. El odio, las infamias, la calumnia no
abatirán mi ánimo. Les daré mi vida. Ahora les ofrezco mi
muerte. Nada de temor. Serenamente doy el primer paso
al camino de la eternidad y salir de la vida para entrar en
la historia.”
Ese fue el Brasil que Oscar Únzaga encontró en su exilio. A pocos
días de su estadía en Río de Janeiro, se enteró con desagrado de
que el Presidente Joäo Café Filho (hasta hacía poco Vicepresidente
de Getulio Vargas) se reunía en Santa Cruz de la Sierra con
Presidente Paz Estenssoro y que uno de los temas tratados era la
apertura al capital brasileño a la explotación de las reservas
petroleras bolivianas, a lo que el jefe falangista se oponía.
Oscar Únzaga detestaba la demagogia populista de Vargas y Perón,
emparentándolos con las acciones de Paz Estenssoro. Fue pues
natural que Carlos Lacerda y Únzaga congeniaran. Cuando ambos
se conocieron, Lacerda era diputado federal y combinaba sus
actividades políticas con la producción literaria y el periodismo como
Director de TRIBUNA DA IMPRESA, un diario de notable alcance en
la clase media del Brasil, siendo asimismo uno de los más
escuchados comentaristas de la televisión con señal en Río de
Janeiro, donde tenía sus bases.
Brasil se agitó durante 13 meses de ingobernabilidad, mientras
penosamente se alternaban en el poder el Vicepresidente Café
Filho, el Presidente de Diputados, Carlos Luz, el Vicepresidente del
Senado, Nereu Ramos, quien presidió elecciones de 1955, en las
que se impuso Juscelino Kubitschek, un popular médico y político,
creador de Brasilia que sería la capital definitiva del Brasil. En medio
de esas sensaciones políticas que compartió vivamente Oscar
Únzaga, comenzó la nueva etapa conspirativa, según relata
Gamarra Zorrilla:
“Recibió (Oscar) por intermedio del Banco de Montreal la
ayuda comprometida por un industrial boliviano, la misma
que le permitió cubrir sus gastos de vida y los
correspondientes al campo revolucionario, así como
firmar un contrato con el técnico brasileño Paulo
Cavalcanti que trabajó en la NASA en los Estados
Unidos, para que instale un poderoso equipo de radio (en
el sur del Brasil) -incluyendo un generador eléctrico
comprado por Únzaga- cerca de la frontera con el
Paraguay, en un pequeño fortín construido en Campon
Anta, entre Aquidaguana y Bella Vista, para ser utilizado
clandestinamente en la difusión de sus propósitos al
interior de Bolivia”.
Agrega Gamarra que Únzaga remitió un giro bancario al Cnl.
Armando Ichazo, para que conjuntamente con los otros integrantes
del Comité Militar en el exilio se constituyeran en Río de Janeiro a
fin de planificar la revolución con apoyo venezolano. Días después
llegó Enrique Achá y su familia. A poco, el dirigente falangista
Marcelo Quiroga Galdo convocó a Felipe Tredenik y Jaime
Gutiérrez, que vivían en San Pablo, para comunicarles que Oscar
precisaba gente de alta confianza para cumplir una misión muy
importante y había pensado justamente en ellos.
“Me sentí halagado por esa situación, dejé mi trabajo,
cogí unos ahorros que tenía y me desplacé a Río de
Janeiro. Lo mismo hizo Felipe Tredenik que era secretario
en el Consulado de la República de El Salvador en San
Pablo, dejando un buen trabajo por cumplir con su
compromiso político. Unzaga nos manifestó que el primer
objetivo que tenía era mostrar actividad falangista en
Bolivia y que para ello Jerjes Vaca Diez había logrado que
se fabrique una radio de alta potencia, incluso superior a
Radio Illimani, y que nos confiaría a nosotros el manejo
de ese instrumento a ser instalado en la frontera entre
Paraguay, Brasil y Bolivia”.
En esas circunstancias llegó Alfonso Kreidler, un dirigente falangista
cruceño, quien se sumó al proyecto, trasladándose con Gutiérrez y
Tredenik hasta el lugar donde se instalaría la radio clandestina, lo
cual les llevó algún tiempo porque el motor del generador de luz se
extravió temporalmente en Campo Grande.
El 13 de abril de 1955, Oscar Únzaga partió a Caracas para
entrevistarse una vez más con el Presidente Pérez Jiménez. Inició el
viaje con entusiasmo, sabía que un miembro de la embajada
americana en La Paz recomendaría al Departamento de Estado
disminuir su entusiasmo por el régimen revolucionario boliviano. En
esos días Juan Domingo Perón, el antiguo aliado del MNR,
empezaba a recorrer la recta final hacia el violento final de su
régimen. Podría decirse que se imponía la real politik. Y si Paz
Estenssoro jugaba con pragmatismo y oportunidad recibiendo
palmaditas de los gringos, Únzaga buscaría la comprensión de los
Estados Unidos para su causa. Pero Únzaga ignoraba que a la
misma hora en que partía a Caracas, en La Paz el gobierno
ejecutaba una acción que trastornaría todos sus planes.
Toda la documentación de la jefatura falangista era depositada en
una caja fuerte en el Banco do Brasil, a la cual tuvieron acceso sólo
cuatro personas: Únzaga, Enrique Achá, Jerjes Vaca Diez y Marcelo
Quiroga Galdo. Eventualmente, César Rojas y Jaime Gutiérrez
depositaron en aquella caja los documentos que les entregaba su
jefe. Posteriormente, tuvo acceso a esos documentos José Gamarra
Zorrilla. No sólo eran papeles y correspondencia, sino también
grabaciones fonomagnéticas en el antiguo sistema de hilo y también
microfilmes que Únzaga empezó a emplear por seguridad.
Desconociendo la trama internacional de aquellos días en la región,
al sur del Brasil, en el bosque impenetrable, tres bolivianos,
Gutiérrez, Tredenik y Kreidler, acabaron de instalar poderosas
antenas, hicieron funcionar el generador y salieron al aire. La
emisora, por supuesto bautizada Antorcha, estaba dimensionada y
dirigida exactamente para que sus ondas se introduzcan en las de
Radio Illimani, interfiriéndola y ocupando su espacio. Tredenik dejó
una batería de slogans y quedaron Gutiérrez y Kreidler para hacer
funcionar la emisora que salía en horas de la mañana como “la voz
de Falange Socialista Boliviana desde un punto de la Patria”. No
tenían forma de saber si la radio era captada en Bolivia, pero el
sobrevuelo de aviones militares brasileños confirmó tal audiencia.
Días después recibieron desde Río la instrucción de parar la
transmisión y retornar de inmediato a la todavía capital brasileña.
¿Qué había sucedido? Lo relata Mercedes Ramos, viuda de
Gustavo Stumpf.
“Gustavo volvió del exilio en el Perú, aunque tuvo que
estar todo un año en la clandestinidad. La familia decía
que la situación daba para largo y que sería mejor si nos
casáramos lo antes posible. Gustavo, aparte de
falangista, era dirigente católico y ello nos permitió que
monseñor Abel Antezana autorizara nuestro matrimonio
en la clandestinidad. Nos casamos el 13 de octubre de
1954 en una casa particular en presencia solamente de
mi cuñada, su esposo, el guardaespaldas de Gustavo, el
sacerdote y nosotros. Gustavo estuvo oculto en muchas
casas, pero llegó un momento en que pusieron precio a
su cabeza y nadie más se atrevió a darle refugio por
temor a las represalias del Control Político. Al final
decidimos que se oculte en la casa donde yo vivía con
mis papás y mi hermana. Desgraciadamente, nunca
faltaron los delatores. La mañana del 13 de abril de 1955,
aparecieron varios jeeps con gente armada que lo
apresaron. Como todo fue sorpresivo, él estaba en poder
de documentos y cayó mucha gente. Me hicieron
comparecer ante San Román, me obligaron a llevarlos a
la casa de una tía de mi esposo, una anciana adorable
que tenía una finca en el altiplano, como no sabía nada
de lo que estaba pasando, la tía les entregó una cajita
donde había 700 dólares que los agentes se llevaron. Me
encerraron en una celda sólo con un abrigo y un rosario,
sometida a permanentes interrogatorios. Una noche llegó
San Román diciendo en voz alta “¡qué fuerte este gringo!,
¡cómo aguanta! Son más de 10 días y sigue fuerte”.
Seguramente trataban de que yo me desmoralice, pero
tenía la fuerza de mi rosario. Hasta que un día,
convencidos de que nada podía revelar, me permitieron
salir de la celda a tomar un poco de sol. Recuerdo que
estaba presa Lily Seiffert de Castellanos, esposa de
Carlos Castellanos, también preso en otra cárcel. Ella
estaba embarazada, me mostró las marcas de latigazos
que le dieron en sus piernas para que diera información
sobre mi esposo porque ella era el contacto para una
revolución que estaba en marcha. Gracias a Dios no
perdió a su bebé. También se encontraban Celina de
Rivero, Helena Mendoza esposa de Walter Alpire, la
prima de Unzaga, Chelita Iturri y también la señora
Raquel Terceros de Gutiérrez a quien tuvieron encerrada
una semana sin llevarla al baño. Estuvimos presas
durante varios meses…” [7]
El 15 de abril Únzaga se reunió con el Presidente Pérez Jiménez en
Caracas, ignorando lo que había sucedido con su camarada Stumpf,
ni las consecuencias que iba a generar su detención. Según dicen
los que lo conocieron, el Secretario General de FSB, nieto de
alemán, era un hombre metódico y ordenado que guardaba
celosamente testimonios de las acciones de su partido, como una
precaución de orden histórico que resultó fatal para los propósitos
de su jefe político. Gamarra Zorrilla afirma en su libro que la esposa
de Stumpf, Mercedes Ramos, en el momento del allanamiento a su
domicilio, corrió hacia el baño para arrojar al inodoro una cajita
conteniendo microfilmes, pero no logró consumar su propósito,
siendo sacada a golpes y sometida a vejámenes, lo mismo que
Marina Stumpf, su cuñada, quien fue también golpeada pese a su
estado de embarazo. ¿Qué contenían esos microfilmes? Según
Gamarra, allí estaba la negociación entre Únzaga y el Presidente
Pérez Jiménez y la instalación de una radio en la selva brasileña.
Detalla que ese material fue enviado desde Brasil por un sargento
de la Fuerza Aérea que lo entregó a una señorita de apellido
Belmonte, pariente de Stumpf, en una trama un tanto rocambolesca,
pues no parece razonable que material tan explosivo sea sacado de
una caja fuerte en el Brasil para correr la aventura de enviarlo a
Bolivia, donde ninguna utilidad práctica podía tener, salvo la
revelación de la propia trama.
En esos días de 1955, Mario R. Gutiérrez aún no era Subjefe de
FSB y la segunda autoridad era Gustavo Stumpf. Únzaga creyó
imprescindible ponerlo al corriente de lo que estaba sucediendo,
enviándole los microfilmes, con la recomendación de destruirlos una
vez conocido el contenido. Pero Stumpf no lo hizo.[8]
Con la información disponible, el Presidente Paz Estenssoro, que
era hombre práctico, hizo dos cosas: se puso en comunicación
“personal y confidencial” con su colega Marcos Pérez Jiménez para
expresarle su admiración por los logros de su gobierno en bien de la
patria del Libertador, que era algo que también él trataba de hacer
en Bolivia, como nacionalista que era. Además, que estaba al tanto
de la ayuda que miembros de su gobierno brindaban al conspirador
Únzaga, pese a lo cual había decidido no denunciar en la OEA,
como le sugerían algunos de sus colaboradores, pero le pedía
amistosamente dejar sin efecto la ayuda a los falangistas. Por lo que
se sabe, quedaron como amigos. Luego, el Canciller Walter
Guevara denunció, ante el frágil gobierno instalado en Río, que “la
soberanía brasileña estaba siendo menoscabada por un grupo de
facinerosos que instalaron una radio con fines políticos”, motivando
la movilización militar en Campo Grande (los vuelos rasantes sobre
el lugar).
El Ministro de Gobierno, Federico Fortún, y el de Prensa e
Informaciones, José Fellman Velarde, sirvieron un festín a la prensa
nacional e internacional, denunciando un complot de la oligarquía
feudal y minera a través de FSB, transcribiendo “declaraciones
voluntarias” de Gustavo Stumpf sosteniendo que el Pacto de
Santiago tenía el objetivo de volver al pasado y restituir a la rosca,
con un golpe sangriento financiado por Carlos Víctor Aramayo y
José Gamarra. Ni una palabra sobre Pérez Jiménez. Pero en los
microfilmes estaba también la relación de todos los personajes en
Bolivia, muchos de ellos no falangistas, que de alguna manera
contribuían o trabajaban por la causa opositora. En 72 horas, el
gobierno detuvo a dos centenares de esos personajes en todo el
país. ¡Y la Embajada Americana descubrió a uno de sus miembros
que simpatizaba con los falangistas!
La revolución, en la que tantas esperanzas depositó Únzaga, murió
sin haber nacido, dejando al líder falangista en situación
comprometida internacionalmente. Perdido el apoyo que pudo haber
recibido de Venezuela, trató de incidir en la opinión pública de los
Estados Unidos, y aceptó una entrevista con el periodista americano
John Alsop White a realizarse en la capital dominicana. Allí lo
esperaba una sorpresa: la cancillería boliviana había influido para
que los esbirros de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo
detuvieron a Únzaga acusándolo de ser un “agente marxista”,
saliendo del absurdo entuerto con la providencial ayuda de un amigo
venezolano que avaló por él, aunque tuvo que retornar a Río de
Janeiro sobre la marcha.
No cabe duda de que el Dr. Paz Estenssoro tenía mucho oficio
político. Pero ¿era tan efectivo el aparato del Control Político? Por lo
que se vio en el caso de la detención de Gustavo Stumpf, más
parecida a una trama cinematográfica de agentes secretos, Claudio
San Román disponía de información privilegiada suministrada por
alguna agencia de inteligencia extranjera que seguía los pasos de
Únzaga y se movía cómodamente en Caracas y La Paz. El golpe a
la Falange fue contundente. Stumpf quedó desprestigiado aún entre
sus propios camaradas.
Una carta enviada por Únzaga a Eduardo Anze Matienzo ofrece
luces sobre una paradoja de esos tiempos: la antinomia
democracia/comunismo no funcionaba para Bolivia. La paradoja es
extraordinaria y parece un caso de Ripley aplicado a la curiosa
historia sudamericana. La revolución anticapitalista y
antinorteamericana del MNR se mantenía en el poder
exclusivamente gracias a sus aliados: Patiño y Norteamérica. Patiño
negaba ayuda a FSB y se ponía de acuerdo con el gobierno del
MNR, de manera que la producción de estaño de las minas, seguía
siendo tratada en los hornos de fundición de Patiño en Inglaterra, en
tanto el Departamento de Estado, de una situación de neutralidad
respecto al régimen de La Paz, pasaba a un abierto y entusiasta
apoyo. Únzaga decía a Anze Matienzo:
“Pues el señor Holland (Embajador de los Estados Unidos
en La Paz) llegó a decir en el Senado americano que el
gobierno del MNR era ‘vigorosamente anticomunista’.
Han debido quedar sorprendidos los propios
movimientistas con esa afirmación. Todo lo que vino
después es casi ridículo, sino fuese trágico para un
pueblo que soporta una tiranía: el alto funcionario del
Estado Americano declarándose identificado con los
‘compañeros’, dispone la ayuda en alimentos para ser
vendidos y negociados por el gobierno… Casi llegaríamos
a la conclusión de que los principios, los sistemas, la
civilización de Occidente no importan al Departamento de
Estado ni a los Estados Unidos…”
Por cierto, a esas alturas de la historia, los militantes del MNR se
habían apropiado en definitiva del apelativo “compañero” para
identificarse entre ellos. Paz Estenssoro era el “compañero Jefe” o
el “compañero Presidente”, en el gabinete sesionaban los
“compañeros ministros”, en las ciudades la máxima autoridad era el
“compañero alcalde” y el representante de Washington era el
“compañero embajador”. Curiosamente, los militantes de FSB
habían adoptado el “camarada”, de resonancia tan soviética en esos
años iniciales de la Guerra Fría.
Tras las “declaraciones voluntarias de Gustavo Stumpf”, se abatió
sobre el país una ola represiva durísima. Fue entonces cuando
capturaron a Gastón Moreira Ostria.
“Estuve preso por primera vez en la Escuela de Policías
en la calle Loayza, en una celda oscura. Un grupo de
subtenientes de la policía actuaban como torturadores, el
comandante de la Escuela era el coronel Arce Zapata
apodado “el tuerto”, un hombre cruel que seguía
instrucciones de San Román y Gayán. 45 días sin salir de
mi celda, ni siquiera para ir al baño. Alguna vez me
pasaban cigarrillos sueltos, sin el envoltorio, nunca tuve
un pedazo de papel. Como una concesión especial nos
visitaron nuestras madres el 27 de mayo, nos sacaron al
patio a tomar un poco de sol y nos dieron un poco de
alimentos. Mi mamá lloraba al verme con el cabello y la
barba crecidos, además que mis encías sangraban por la
piorrea debido a la debilidad y pérdida de peso. Conocí
en prisión gente muy interesante como Nicola Linale de
Sucre, Tomás Monje Gutiérrez, el general Alfredo
Sánchez, don Hans Müller y estaba un señor cuyo único
delito era apellidar Únzaga. César Únzaga era
comerciante en Villazón. Vi cosas tristes. El señor Núñez
del Prado, en su desesperación, se cortó las venas,
mientras el señor Únzaga llegó a enloquecer porque no
sabía por qué estaba preso. Por una gestión de mi padre
me derivaron al Panóptico, donde encontré a mucha
gente valiosa como el general Bernardino Bilbao Rioja,
Jaime Tapia Alipaz, Rodolfo Virreina, un señor Ballivián,
Hernán Landívar Flores. Éramos unos 250 presos,
algunos que ya estaban tres años encerrados sin
posibilidad de salir en libertad. También varios militares
como el coronel Francisco Barrero, algunos habían sido
ministros de Villarroel, como el coronel Calero. Otro preso
era Jorge Lemaitre. Había una gruta en medio del patio y
el coronel Toro, hijo del general David Toro, nos hacía
rezar todos los días.
El coronel Barrero era pequeño de estatura, pero muy
valiente; descubrió que tenía facilidad para hacer tallados.
Uno de esos días estaba haciendo sus tallados y entró
San Román. Todos se le acercaron, pero Barrero no le dio
la menor importancia, entonces San Román se le acercó
y le preguntó si no deseaba nada. Y Barrero le dice “no
quiero nada de un mulato”. San Román se enfureció y
ordenó que le den una tremenda paliza y luego encierren
a Barrero en una celda que fue tapiada. Luego de una
semana tumbaron la pared y encontraron a Barrero tirado
en el suelo casi muerto. Entró San Román y le dijo “cómo
es chato, ya estarás escarmentado y sabrás respetarme”,
y de repente Barrero saltó y se prendió del cuello de San
Román quien se pegó el susto de su vida.
En las noches había “la guardia negra” de Jorge Orozco
Lorenzetti que también era jefe del control político, uno de
los hombres más sádicos que nos hacía golpear con
cadenas. Nos hacían trotar por el patio y hacer ejercicios
dándonos chicotazos durante dos horas. Alguna vez me
obligaron a desnudarme y grupos de suboficiales giraban
a mí alrededor propinándome puñetes y patadas. Otra
noche, también desnudo, me golpearon en las piernas
con unas varas de un metro que eran como serruchos y
hasta hoy conservo las cicatrices. Orozco fue el primero
en usar el laque en los interrogatorios e introdujo la
“técnica” de reventar los tímpanos con lápices afilados
que colocaba delicadamente en ambos oídos y luego los
empujaba con un enérgico movimiento de ambas manos.
Fui torturado por José Rojas, quien atormentó a
falangistas en la prisión de Ñanderoga en Santa Cruz.
Cuando Barrientos subió a la presidencia, cruceños a
quienes había torturado buscaron a este Rojas en Aiquile
donde lo acribillaron a tiros. Tenía más de 80 impactos.
Hubo otros como Arno Lowenthal, Encinas y Zamora que
eran subtenientes de policía, egresado en 1954-55 y se
convirtieron en torturadores…”
A los miles de falangistas, militares y policías presos y exiliados se
sumaron otros tantos que fueron perseguidos, delatados,
encarcelados, torturados y algunos perdieron la vida, ya sea por
“suicidio voluntario” o “accidente fortuito”, aunque la mayor parte de
ellos murió a mediano plazo a consecuencia de los malos tratos, la
comida infestada, las duchas de agua fría en el gélido invierno, los
culatazos, la perforación de tímpanos, la picana eléctrica y las
humillaciones hasta extremos inauditos en los campos de
concentración y las cárceles en las ciudades. Fue tan atroz y
despiadado el régimen que se alzó la voz del propio Vicepresidente
y autor de la revolución de abril, Hernán Siles Zuazo, que junto a
Federico Álvarez Plata interpelaron al gabinete por las
persecuciones y los campos de concentración. “Se nos acusó de
pretender tumbar al gobierno”, dijo Álvarez Plata a este cronista.[9]
Luego el Dr. Siles tuvo que salir al exterior, como representante de
Bolivia en diversas misiones oficiales, una de ellas en Naciones
Unidas. La feroz represión continuó ya sin ninguna voz incómoda al
interior del poder revolucionario.
No se respetó ni siquiera a las familias de los internos en campos de
concentración. Por primera vez en la vida republicana, un gobierno
encarcelaba a mujeres con sus hijos pequeños. En el colmo del
chantaje emocional, algunos dirigentes falangistas recibieron la
visita de enviados del gobierno, e inclusive de intermediarios
independientes, en el desarrollo de una nueva estrategia para
acabar con los restos de vigor opositor. El mensaje envolvía el
ensueño de la libertad y de volver al hogar, mediante un paso que,
les dijeron, sólo podían dar los propios presos: 1) el cese de los
sufrimientos, particularmente de los que estaban recluidos en los
campos de concentración; 2) un acuerdo de pacificación nacional; 3)
el cierre de los campos de concentración y cárceles políticas.
El falangista Napoleón Escobar, lisiado por las torturas a las que fue
sometido, pidió a sus carceleros que se le permita un intercambio de
ideas con Gustavo Stumpf, a quien transmitió la necesidad de
intentar detener el martirio de sus camaradas, negociando un
acuerdo de pacificación que permitiera la liberación de los presos
políticos. Rápidamente, los ministros Fellman y Fortún, San Román
y el Obispo Jorge Manrique, se reunieron con Stumpf y Escóbar,
llegando a un acuerdo que sería sometido a la aprobación del
Presidente Paz Estenssoro. Este consistía en el envío de una carta
dirigida a Únzaga por un grupo de altos dirigentes de FSB. Un
primer borrador, fue rechazado por los falangistas “por su contenido
extremadamente soez e insultante a Únzaga”. Resolviéndose que
Marcelo Terceros Banzer y Walter Alpire Durán redactarían otro
sustitutivo que fue varias veces modificado y corregido para
finalmente ser impuesto con la promesa de la libertad. Trajeron un
par de falangistas notables de los campos de concentración y los
juntaron con un puñado de presos del Panóptico de San Pedro. Esta
la carta:
La Paz el 4 de junio de 1955

Señor D.
Oscar Únzaga de la Vega
Rio de Janeiro (Brasil)

Estimado Jefe:

El Gobierno, ha puesto en libertad, el día de ayer, a más


de un centenar de detenidos, como demostración de su
propósito de buscar la Pacificación Nacional.

En vista de este hecho y por razones que te


puntualizamos a continuación, nos dirigimos a ti, Jefe,
para hacerte conocer nuestras opiniones y en base a las
sugerencias que elevamos a tu consideración.

Creemos que en las actuales condiciones y circunstancias


que vive el país, todo trajín conspiratorio le es perjudicial y
que la Patria precisa de un clima de tranquilidad para su
progreso. Por otra parte, consideramos que el aporte de
capacidad y trabajo de Falange Socialista Boliviana debe
ser el de actuar dentro de la ley, en servicio de su ideal
nacionalista, mediante la recuperación de nuestras
libertades cívicas.

Debido a las exigencias del presente: romper con el


pasado y de preparar el porvenir, estimamos que ha sido
un error de táctica política el Pacto revolucionario de
Santiago de Chile, firmado por Falange Socialistas
Boliviana, con las fuerzas oligárquicas desplazadas.
Asimismo, juzgamos que es preferible abandonar la estéril
conspiración y colocarnos en el plano de altura espiritual
que debe asumir todo boliviano para tener el valor de
reconocer las virtudes del amigo o del enemigo, con
absoluta imparcialidad y permitir en consecuencia el libre
desenvolvimiento de las capacidades del país.

Consecuentes con esta premisa, creemos que el Partido


debe declarar públicamente que el actual régimen pese a
todos los errores que puedan cometerse, durante las
transformaciones revolucionarias, ha adoptado medidas
que beneficiarán el desarrollo de nuestra nacionalidad,
siendo una de las importantes y generales, la ruptura total
con el pasado.

A este propósito, estimamos necesario, que como Jefe de


Falange Socialista Boliviana, inicies gestiones tendentes a
obtener la Pacificación Nacional y nuestro retorno
individual y colectivo al pleno goce de los derechos
ciudadanos…

Con la misma fe en nuestros ideales, creemos cumplir


nuestro deber, con la Patria y de solidaridad con los que
han luchado con nosotros, el presentarte este pedido.

Recibe un fraternal abrazo.

Gustavo Stumpf, José Antonio Anze, Jaime


Tapia Alipaz, Víctor Kellemberger, Juvenal
Sejas, Renato Moreno, Héctor Peredo,
Napoleón Escobar, Marcelo Terceros y Luis
Parra.

Aunque ciertamente esos diez falangistas torturados suscribieron


aquel texto -que transcribimos textualmente-, el mismo revela
claramente la situación. Una misiva, dirigida a Únzaga por sus
seguidores, más aún de aquella trascendencia, jamás habría
empezado con la expresión “Estimado Jefe:”, reemplazando al
“Camarada Jefe:”. Menos aún habría podido rematarse con el
pánfilo “Recibe un fraternal abrazo”, donde estaba obligado el
varonil “¡Por Bolivia Engrandecida y Renovada!”.
Pero, además, ¿cómo podían los firmantes insinuar la posibilidad de
“abandonar la estéril conspiración y colocarnos en el plano de altura
espiritual que debe asumir todo boliviano para tener el valor de
reconocer las virtudes del amigo o del enemigo, con absoluta
imparcialidad y permitir en consecuencia el libre desenvolvimiento
de las capacidades del país...”?
¿“Reconocer las virtudes” de quienes habían aplicado la picana
eléctrica a Gustavo Stumpf amenazando con violar a su esposa
también detenida y maltratada? ¿Las virtudes de quienes habían
torturado a los padres de Tapia Alipaz obligándolo a entregarse?
¿De quienes habían dejado inválido a Napoleón Escóbar? ¿De
quienes habían despojado de todos sus bienes, exiliado y
encarcelado a toda la familia Kellemberger? ¿De quienes
propinaban feroces golpizas a un hombre como Anze Jiménez que
andaba en muletas? ¿Las virtudes de quienes mantenían
encerrados en campos de concentración a miles de falangistas
enfermos por las duchas de agua helada al amanecer del altiplano,
por los golpes, la desnutrición, obligados a consumir alimentos en
mal estado que les provocaba enfermedades gastrointestinales, a
quienes escupían sobre la fría lagua, que los insultaban, befaban,
golpeaban y humillaban?
Por entonces, nada se sabía del “síndrome de Estocolmo” ni había
defensores de derechos humanos. Pero, igual, no era normal aquel
“reconocimiento” de tales “virtudes”. En todo caso, el gobierno
divulgó la carta por todos los medios posibles, provocando
desorientación y emociones encontradas en la ciudadanía, que era
el efecto buscando por los gobernantes. La respuesta de Oscar
Únzaga, en una larga misiva expresa, entre muchas
consideraciones, los siguientes conceptos:
“Cancelados todos los derechos, perseguidos los hogares,
encarcelados niños y mujeres, fundados campos de
concentración, implantado un régimen bárbaro de torturas,
aniquilado el sistema legal, suprimidas las garantías,
canceladas las instituciones mediante las cuales se ejerce
la oposición legal y jurídica, no quedaba al pueblo boliviano
otro derecho que el de la rebelión armada. Lo contrario, es
decir, someterse pasivamente a la negación de todos los
derechos, significaría proclamar que ante la fuerza no
queda otro camino que la servidumbre ignominiosa al
despotismo.
Debe quedar establecido que la responsabilidad de la vía
sangrienta y de la lucha enconada, no cae sobre la
oposición sino sobre el gobierno. Corresponde a él, en
consecuencia, restablecer la paz de la familia boliviana.
Pues parecería en la paradoja de los hechos políticos que
somos nosotros, los perseguidos y los encarcelados, los
que estamos al margen de la Ley y los que están flagelados
y enfermos en los campos de concentración, los que
tenemos que decretar la pacificación y la amnistía.
Es el gobierno de Paz Estenssoro, que conculcó las
libertades, que organizó el imperio del terror y el odio, el
único que puede devolver la paz a la familia boliviana.
La oposición secundará lealmente el restablecimiento de la
convivencia pacífica en Bolivia, ante la dignidad de la Ley
que es “la única servidumbre que no mancilla”.
Si el gobierno restablece el imperio de la vida jurídica de la
Nación, la oposición garantizará plenamente que no
recurrirá al expediente subversivo y que ejercerá, por las
vías legales, su derecho de crítica al gobierno.
……
El gobierno de Paz Estenssoro, al dar a publicidad ante
representantes de la prensa nacional y extranjera el
contenido de la carta que contesto, parece demostrarse
partidario de la pacificación, como si ella no estuviese en
sus propias manos.
Sin embargo, si a pesar de todo, el gobierno del Movimiento
Nacionalista Revolucionario se empeña en continuar en las
actuales condiciones, ahondando los odios y
responsabilizándome a mí de la persecución, yo propongo
otro camino, con la seriedad que importa un compromiso
ante la opinión pública.
Me reitero como el único responsable de los actos de
subversión que realmente se produjeron durante el gobierno
del MNR, pues como Jefe político, fui yo quien impartió las
instrucciones para todo cuanto se hizo.
Como tal Jefe responsable, pido que se decrete la amnistía
general, comprendiendo en ella a todos los detenidos y
exiliados, civiles y militares, restableciéndose así el clima de
paz para todos los hogares bolivianos. Exceptuado de dicho
beneficio, me someteré a proceso, presentándome en La
Paz, ante las autoridades judiciales correspondientes, en
las fechas y circunstancias que se señalen.
Conoce el gobierno, que por el sistema de organización de
mi partido y por el espíritu de adhesión de la militancia a la
Jefatura, podré -con eficacia- constituirme en un rehén para
la seguridad pública. De mi parte, personalmente, estoy
dispuesto a todos los sacrificios para contribuir a que cese
el dolor y la incertidumbre para todos los hogares
bolivianos, sin claudicar jamás en mi intransigencia
anticomunista.
Queda pues, al gobierno tomar la iniciativa. Su silencio
demostrará que sus propósitos fueron insinceros.
Pido a Dios que abrevie para Uds. y los miles de detenidos
las horas de infortunio en las celdas del Panóptico y los
campos de concentración.

POR BOLIVIA ENGRANDECIDA Y RENOVADA


Oscar Únzaga de la Vega
JEFE DE FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA

La propuesta de Únzaga era clara: se entregaba a cambio de la


amnistía de sus camaradas. Relata José Gamarra Zorrilla que “la
reacción de Antonio Anze Jiménez al conocer su texto refleja el
sentimiento de muchos de los firmantes: se puso a llorar junto con
otros camaradas, asegurando que él nunca pensó en traicionar a
Únzaga y que si firmó la carta lo hizo con el ánimo de favorecer a
los falangistas torturados y presos en los campos de concentración”.
Es oportuno anotar una expresión de Angie Stumpf Ramos, hija de
Gustavo Stumpf Belmonte:
“Si hay algo que el MNR supo hacer, fue quebrar el
espíritu humano Yo admito la lucha política en la cual
somos capaces de enfrentarnos como adversarios, pero
eso cambia en el momento en que se entra a romper
familias. Una de las cosas que intentaba el MNR era
quebrar los valores del falangista, hundirlo moralmente.
Partieron a las familias, varias familias no han vuelto del
exilio, falangistas quebrados porque su familia estaba
siendo atacada. Es impresionante cómo la historia puede
olvidar que esa lucha ha sido indigna, porque cuando un
gobernante se llega a meter con la familia del opositor
político es porque no tiene ni su talla ni su coraje…”[10]
Pese a la carta y el quebranto moral de quienes se vieron impelidos
a firmarla, el gobierno no los liberó, ni tampoco puso en libertad a
los “cien detenidos” cifra que ellos mencionan en la misiva. Más aún,
los carceleros convencieron a un falangista, Héctor Peredo, a
desconocer a Únzaga como jefe de su partido.
A mediados de aquel ingrato año de 1955, Oscar Únzaga de la Vega
estaba, otra vez, en el llano, exiliado, sin madre, sin bienes
materiales, sin ningún gobierno que quisiese ayudarlo, con sus
leales seguidores torturados en las cárceles de Bolivia y alguno de
ellos traicionándolo. Perdido en la soledad de su habitación en la
pensión carioca, se refugió en el silencio repitiendo para sí la
“Imploración a Jesús”, que le había hecho llegar un ardiente vate
chuquisaqueño:
Tu caridad, Jesús, en forma de consuelo,
Pido para los padres que han perdido
al hijo que el Deber se llevó al cielo
de la inmortalidad.

Caridad por el huérfano te pido:


él no admite consuelos y está triste
y pide pan al padre que no existe.

Tú, que para la infancia sigues Niño,


con el huérfano excédete en cariño.
No olvides de velar por la viuda
que la guerra ha dejado sin ayuda:
………………………….
Piedad por el inválido guerrero:
piedad al desdichado prisionero;
piedad al miserable indiferente,
y al que el “cambio” reduce lo que siente.
Piedad, Jesús, piedad, piedad,
piedad y libertad!
Piedad por el vencido de mañana,
que la ilusión concibe de que gana…

Antes victoria, luego, paz no trunca:


querer la paz sin la victoria, nunca.
Escúchame, Jesús, el Dios que adoro:
Nada más que justicia yo te imploro.[11]

Sucedió entonces un hecho notable. Un hombre vestido de harapos


golpeó la puerta de la autoridad consular del Brasil en Bolpebra. Se
identificó como boliviano, perseguido político por su condición
falangista y pedía asilo. Era César Rojas, exiliado en Lima y
mortificado por los esbirros de Esparza Zañartu, había decidido
recorrer a pie toda la selva peruana con el propósito de reunirse con
Únzaga en Río de Janeiro. Tardó meses, vadeó ríos, evitó alimañas,
sorteó mil peligros, se alimentó de frutos silvestres y alguna ave
extraña que devoró casi cruda, pero cumplió su cometido. La
autoridad brasileña, conmovida por su caso, le prodigó toda ayuda y,
finalmente, César Rojas pudo llegar hasta donde estaba su jefe que
lo recibió emocionado.
Y Oscar, dejando de lado la melancolía que estrujaba su alma, se
puso una vez más de pie para reanudar la marcha por la libertad en
la que creía y por la justicia previa a la paz. Así se reanudó la vida
en aquella colmena revolucionaria, con sus ayudantes César Rojas
y Jaime Gutiérrez Terceros, con Enrique Achá, Jerjes Vaca Diez y
Marcelo Quiroga Galdo, compartiendo una quimera y negándose a
creer que ésta se encontraba más lejos que nunca.
Fue favorable para su causa la visita de Fernando Echenique, quien
luego se convirtió en personaje habitual en el domicilio de Únzaga
que era alojamiento y sede de la jefatura de FSB en el exilio. El
poder económico y las conexiones de la familia Echenique le
permitieron al jefe falangista ser el primer político boliviano
entrevistado por la televisión que en ese año de 1954 ya estaba
instalada en los hogares de la clase media del Brasil. Le dieron
veinte minutos, en horario estelar de la Red O Globo, para exponer
la situación en Bolivia, lo que significó un relanzamiento que
fortaleció anímicamente al exilio boliviano. Cien años antes, el ex
Presidente José Ballivián, célebre vencedor de la Batalla de Ingavi,
había muerto en el exilio precisamente en la misma ciudad de Río
de Janeiro, que ahora cobijaba a Oscar Únzaga y los suyos. Jaime
Gutiérrez describe la vida en ese núcleo de políticos bolivianos:
“Únzaga vivía en Villa Copacabana, en el piso 12 de un
edificio. Era un departamento pequeño donde nos
instalamos Jorge Sánchez de Loria, César Rojas, Carlos
Kellemberger y yo. También Enrique Achá, su esposa
Aida y sus hijos; ella era una mujer profesional,
inteligente, muy comprometida con el partido, quien
condujo a Enrique a la Falange. Como no había espacio y
la situación económica era crítica, decidí buscar trabajo y
trasladarme a una pensión cercana. Trabajé en
albañilería, como pintor, hasta que conseguí trabajo en
“Spaguettilandia”, que era una cadena de restaurantes de
una señora italiana casada con un médico cochabambino
de apellido Castro. Allí trabajaron varios bolivianos y
todos mostraban eficiencia. Yo entré como cajero y
terminé como gerente del restaurante en la Rua Albi.
Oscar, Quiroga Galdo, César Rojas, Carlos Kellemberger
y los Achá almorzábamos y cenábamos juntos. Marcelo
Quiroga Galdo era un abogado extraordinariamente
inteligente, actuaba como secretario privado de Oscar y
trabajaba en una editorial revisando la redacción de
textos. Aparte del español, dominaba el portugués, el
inglés, el griego y el francés. Estuvo al lado de Únzaga
gran parte del tiempo en Río, hasta que Oscar decidió
marcharse a la Argentina. Marcelo se casó en Brasil,
donde falleció tiempo después por un lamentablemente
accidente médico…”
En ese tiempo, Oscar Únzaga tuvo una revelación que definiría
muchas cosas en su carrera política, como se verá más adelante:
descubrió a PETROBRAS. Entre tanto, el grupo de su entorno
trabajaba diariamente evaluando información que llegaba por
distintos canales desde La Paz, Cochabamba, Santa Cruz,
Santiago, Lima y Buenos Aires, de manera que disponía de
información permanente y precisa sobre lo que sucedía en Bolivia,
facilitando las estrategias que Únzaga trazaba en un momento en
que se agitaban las ondas de la Guerra Fría. Taiwán, aliada de los
Estados Unidos se enfrentó a Mao. Castillo Armas, que había
derrocado a Jacobo Arbenz, mandaba en Guatemala con apoyo
americano, Rojas Pinilla en Colombia y Fulgencio Batista en Cuba.
El Gral. MacArthur extraviaba su prestigio y su comando en Corea,
finalizando aquella guerra sin que se sepa muy bien quién gano. Ho
Chi Minh había derrotado a los franceses y Vietnam quedó partido
en dos. Egipto se proclamó república, apareció la figura de Nasser y
en breve sería nacionalizado el Canal de Suez; la URSS y sus
aliados de Europa Oriental suscribieron el Pacto de Varsovia como
oposición a la OTAN. Stalin había muerto, pero lo sustituyó Nikita
Jrushov. Había una pulseta entre los dos grandes en Berlín. El
mundo se dividió sin remedio entre un bloque comunista y otro
capitalista.
En esos días llegó a Río de Janeiro la señora Raquel Terceros de
Gutiérrez, madre de Jaime. Quería ver de nuevo a su hijo después
de una larga separación. El encuentro fue emotivo. Ella había
dejado en la patria a su hijo Hugo, preso en el Control Político, a su
esposo Ernesto Gutiérrez perseguido y por tanto escondido en lugar
ignoto, pese a no participar en política; los allanamientos eran
permanentes, su hija menor tuvo que irse a vivir con una tía. Pero
no flaqueaba el espíritu e imponiendo su indomable voluntad por
encima de los sentimientos que la embargaban, no le pidió a su hijo
que apaciguara los ánimos enfervorizados, ni abandonara los
riesgos, sino que, por el contrario, persista en el combate por sus
ideales, aunque el premio solo sea la victoria de la verdad y la
confirmación de que Dios existe. Y para corroborar sus palabras,
ella misma aceptó el desafío de representar a Bolivia en el Segundo
Congreso Contra la Intervención Soviética en América Latina que se
iba a realizar en Río de Janeiro a partir del 25 de agosto de 1955.
Llegaron a la capital carioca delegaciones de veinte países, entre
ellos Bolivia, cuyo gobierno estaba representado por Vicente
Donoso Torres y Hugo Andrade. Pero FSB, con Únzaga, Jerjes
Vaca Diez, Raquel de Gutiérrez y Felipe Tredenik, fue aceptada en
calidad de miembro pleno, en representación de todos los exiliados
bolivianos dispersos en América. El Congreso puso a prueba la
capacidad dialéctica del gobierno y la oposición, en un escenario
adverso al populismo izquierdista. Desde luego, los falangistas
apabullaron al solitario dúo que representaba a Paz Estenssoro, que
empero tenía algún defensor de los años bravos del peronismo
naciente, cuando el hábil político tarijeño solía frecuentar la
embajada alemana, en cuyo mástil flameaba la cruz gamada. Esas
amistades procuraron restar palestra a los falangistas bolivianos,
pero al final se impuso la pertinencia de que el congreso los
escuche.
Únzaga fue exhibiendo lo que identificó como “características
esenciales del régimen boliviano”: una declaración pública de Juan
Lechín afirmando que la revolución boliviana era más profunda que
la de Mao en China Comunista; la concentración del poder en un
solo partido; la inexistencia de un Poder Judicial legítimo
demostrando que en Bolivia los jueces debían jurar al partido de
gobierno; la lucha de clases agudizada en guerra de razas; el poder
político-militar boliviano en manos de un partido, el MNR; el
aniquilamiento de toda iniciativa privada; la destrucción de la
economía en beneficio de la burocracia en el poder; la destrucción
de las instituciones democráticas; la instauración de un régimen de
violencia impidiendo las libertades ciudadanas; la campaña
antirreligiosa; la intoxicación por odio de obreros y campesinos; la
cancelación de la autonomía universitaria y el encarcelamiento de
sus dirigentes demócratas, inclusive presentando a varios
estudiantes víctimas de la represión, que mostraron en sus cuerpos
las marcas de las torturas y vejámenes en los campos de
concentración. Los delegados, de pie, los ovacionaron con notable
emotividad.
Luego, la señora Raquel Terceros de Gutiérrez se presentó ante un
atril y entregó a la presidencia una carta dirigida “a la consciencia de
América”, denunciando los métodos comunistas del gobierno
boliviano. Apeló a la solidaridad hemisférica para lograr la liberación
de los presos políticos y relató su atribulada experiencia, como
esposa de un perseguido, madre de un hijo en la cárcel y de otro en
el exilio sólo por el delito de defender sus principios. Con voz serena
y pausada, relató las peripecias por las cuales perdió la tranquilidad
en su hogar, sufrió el hostigamiento a su familia sólo por pensar
distinto al gobierno, por defender la libertad y por creer en Dios. Dijo
que, como el suyo, miles de hogares bolivianos quedaron
destruidos, desvinculados, en orfandad, privados de sueños y
esperanzas. Doña Raquel logró reconocimiento mundial como
símbolo de la persecución política, lo que fue su perdición, pues al
regresar a Bolivia, el gobierno la sometió a prolongada prisión.
El congreso anticomunista contó con una amplia cobertura
informativa internacional ante la cual Oscar Únzaga de la Vega
recuperó prestigio, a costa de la pérdida de imagen para el régimen
boliviano, que decidió entonces poner en práctica una nueva
estrategia consistente en aislar al líder falangista, acercándose a los
presos falangistas para conseguir que esos infortunados acepten
aflojar un tantito sus grilletes a cambio de repudiar a su jefe. La
naturaleza humana, por fuerte que sea, tiene un límite que los
presos políticos bolivianos habían sobrepasado largamente, algunos
cumpliendo tres años en presidio, sin ninguna acusación formal ni
juicio alguno. La estrategia del gobierno estuvo a punto de
quebrarlos.
Pero en el balance político continental, aquel congreso dejó la
sensación equivocada de que los Estados Unidos lo financiaron y
que, gracias a los falangistas, el gobierno boliviano pertenecía al
campo de las luchas populares, aunque en realidad estaba ya al
lado de lo que Washington consideraba “favorable ideológicamente”.
El embajador Henry Holland, que apoyaba abiertamente a Paz
Estenssoro y reiteraba su esencia “vigorosamente anticomunista”,
en una típica toma y daca, quiso comprobar cuál era el grado de ese
“vigor”, sugiriendo a sus amigos bolivianos una demostración de su
apego al modelo democrático y capitalista. Fue así que el 26 de
octubre de 1955, el gobierno revolucionario promulgó un Decreto
Supremo poniendo en vigencia al llamado Código Davenport,
abriendo la riqueza petrolera a la inversión extranjera, lo que fue
observado y resistido enfáticamente por Oscar Únzaga. Ello le
ocasionó ser considerado un marginal por la política
washingtoniana.
La situación económica del grupo en Río de Janeiro siguió siendo
precaria. Únzaga vivía en total austeridad. Jaime Gutiérrez revela
que su jefe tuvo un contacto con el Presidente de Guatemala, Carlos
Castillo Armas, quien le dio un pequeño apoyo económico recibido
por Carlos Kellemberger y Enrique Achá en la capital guatemalteca.
Castillo Armas había derrocado a Jabobo Arbenz, luego de que éste
decretara la reforma agraria, desbaratando los intereses de la
compañía norteamericana United Fruit. El golpe sorprendió allí a un
argentino, Ernesto Guevara, y su esposa, la peruana Hilda Gadea,
militante del APRA que trabajaba para Arbenz, por lo que fue
detenida. Su marido, el futuro Che Guevara, buscó la protección de
la embajada argentina.
Con el aporte guatemalteco, el núcleo falangista sobrevivió unos
meses en Río de Janeiro y financió la llegada de varios militares
bolivianos exiliados, entre ellos el Mayor Elías Belmonte, hombre
conocedor de la política petrolera hemisférica, que años atrás se
había enfrentado al intento del Canciller Ostria Gutiérrez para
explotar los yacimientos de Bolivia en asociación con el Brasil y
argumentaba extensas razones para oponerse al nuevo Código
Petrolero del gobierno de Paz Estenssoro que otorgaba, a su juicio,
exageradas ventajas a los capitalistas extranjeros. Por intrincados
caminos, Estados Unidos apoyaba al régimen boliviano y a la
dictadura guatemalteca, pero ésta apoyaba a la oposición boliviana
con la que Washington antagonizaba.
Únzaga de la Vega estaba equivocado respecto al presunto carácter
“comunista” del régimen revolucionario boliviano. Probablemente la
política interna era parecida a la de los gulags soviéticos, pero en
sus relaciones internacionales, Bolivia era un aliado ejemplar de los
americanos, por eso Washington fue indiferente a los atropellos
contra los derechos humanos de los opositores bolivianos. ¿Qué
importaban los derechos y la vida de algunos cientos de miles de
bolivianos -la clase media- si el gobierno de Paz Estenssoro había
liberado de la opresión social a millones de indios?
Pero ni Únzaga ni sus seguidores eran “rosqueros” ni latifundistas,
de modo que el argumento gringo para justificar el suplicio de los
falangistas era feble. Probablemente Washington creía que, en las
revoluciones, aún las no comunistas, había inevitables “daños
colaterales” que era más cómodo ignorar.
Como dijimos, la señora Raquel Terceros de Gutiérrez regresó a
Bolivia y fue detenida por el Control Político uniéndose en su
desventura a cientos de mujeres entre amas de casa, profesionales,
universitarias o simples parientes de dirigentes falangistas. Los
campos de concentración fueron repletados con miles de
infortunados. Jamás se conocerá el número real, ni los perjuicios
morales, familiares o económicos que les ocasionaron, ni cuantos
sufrieron tortura que ocasionó su muerte.
En Río de Janeiro, el exiliado jefe de la oposición tenía que seguir
lidiando con sus aliados de los partidos derechistas que, como en el
caso del ex presidente Enrique Hertzog, planteaban la revisión del
pacto de Santiago en el punto referido a que Únzaga sea reconocido
como Presidente de la República una vez abatido el régimen
movimientista. Pero el gobierno revolucionario estaba a esas alturas
más fuerte que nunca, con la dirigencia opositora tras de rejas, las
masas armadas y vociferantes en las calles, la ciudadanía
desorientada, una opinión pública internacional favorable a Paz
Estenssoro, sumando a ello el beneplácito del Presidente
Eisenhower ganado por el inteligente protagonismo del embajador
Víctor Andrade. Mientras tanto, los líderes de los partidos
tradicionales postulaban un nuevo gobierno interino no civil, de
manera que “la represión postrevolución corresponda a los
militares”, lo que Únzaga consideraba “una astucia política
indigna”[12] que contrariaba al espíritu de su partido que siempre
tuvo en la mayor consideración a la institución armada.
Abrumado por la fatuidad de sus obligados compañeros de ruta, a
quienes respetaba pero no admiraba, Únzaga sugirió la jefatura
revolucionaria y una futura candidatura presidencial en favor del
Gral. Bernardino Bilbao Rioja, encerrado desde hacía tres años en
las celdas del Control Político, y lo hizo a través de una circular a los
partidos aliados, suscrita en Río, desde donde el líder falangista
capeaba las tempestades, mientras la juventud boliviana se batía
en las calles, asimilada ya a FSB y más de mil falangistas en
Buenos Aires trataban de sobrevivir, controlados por los organismos
represores argentinos.
El régimen peronista había entrado en decadencia irreversible. Tras
la muerte de su esposa, Juan D. Perón se había retraído, indiferente
a sus deberes de gobernante. El mejor informado biógrafo de Evita
dice que Perón, fiel a su costumbre, estaba de pie a las cinco de la
mañana y pasaba la media jornada atendiendo asuntos de Estado.
Pero a partir del mediodía, mataba sus tedios alternando con
dirigentes de la Unión de Estudiantes de Secundaria, de ambos
sexos, a quienes había autorizado llamarlo “Pocho”. Luciendo una
gorrita de beisbol, encabezaba caravanas de motociclistas en medio
de juvenil algarabía, hasta que al final terminó llevándose a vivir con
él a una muchacha de 14 años, llamada Nelly Rivas (Perón
contabilizaba 57 abriles)[13]. Ante las críticas de la Iglesia Católica
sobre la relajación moral del primer mandatario argentino, que en las
noches se entregaba a la práctica del espiritismo y la magia negra,
Perón respondió que Evita había hecho en sólo un día de su vida
más beneficios a los pobres que algunos curas en toda su vida. Los
círculos católicos y conservadores fundaron el Partido Demócrata
Cristiano, al que los peronistas consideraron como “el enemigo”. Un
espiritista brasileño de notable influencia, conocido como “Anael”, le
dijo a Perón que el destino le tenía reservada la misión de dirigir a
toda América. Una Pastoral del clero declaró al espiritismo como
“herejía” y en respuesta la Confederación General del Trabajo
(CGT), leal a Perón, dispuso la “entronización” laica de Evita. Desde
los púlpitos, sacerdotes católicos atacaron al peronismo y Perón
recibió obispos de sectas protestantes en la Casa Rosada. La
jerarquía eclesiástica puso a los cristianos en la disyuntiva de elegir
“entre Cristo o Perón”. Perón respondió “nunca tuve conflicto con
Cristo. Lo que trato es, precisamente, de defender la doctrina de
Cristo, que a través de dos mil años curas como estos han tratado
de destruir”.
Las paredes de Buenos Aires se llenaron de frases injuriosas contra
Perón. La reacción fue terrible y en cadena: el Parlamento aprobó el
divorcio civil, derogó la enseñanza religiosa y moral en las escuelas
públicas, dejó sin efecto la exención impositiva que favoreció a la
Iglesia y aún levantó las prohibiciones que pesaban sobre la
prostitución, mientras el gobierno municipal de Buenos Aires
autorizaba los espectáculos de streap tease sin ningún límite en
cuanto a la desnudez de las coristas. Durante la celebración del
Corpus Christi de 1955, la Iglesia organizó una procesión masiva
desde la Catedral hasta la Plaza del Congreso, donde izaron una
bandera de El Vaticano. Agentes de la policía vestidos de civil
provocaron incidentes. El Ministro de Gobierno denunció que los
católicos habían quemado una bandera argentina que fue mostraba
teatralmente por Perón como pretexto para expulsar del país a dos
obispos, lo que fue respondido por el Papa Pío XII con la
excomunión de Perón, que apenas dos años antes había participado
de la coronación pontificia de la Virgen de Luján. Pasó y muy a su
pesar, a la categoría de apóstata. Una semana después, pilotos
militares auto declarados rebeldes bombardearon la Casa Rosada,
en el inicio de un golpe de Estado, del cual Perón fue alertado por el
Embajador de los Estados Unidos, permitiéndole recuperar el control
de la situación, pero sólo por unas semanas. Entre el 15 y el 23 de
septiembre de 1955, una vasta conspiración militar se desarrolló en
Córdoba, Buenos Aires y luego en todo el país, obligando a Perón a
buscar el exilio que le concedió el dictador paraguayo Gral. Alfredo
Stroessner.[14] El nuevo régimen militar fue presidido por el Gral.
Eduardo Lonardi, pero al mostrarse éste militar contemporizador con
el peronismo, fue reemplazado por el Gral. Pedro Eugenio
Aramburu. Los bolivianos desterrados se sintieron menos
constreñidos.
Mientras los miles de falangistas en el exilio lloraban al recordar a la
patria lejana, el gobierno del Presidente Paz Estenssoro
desarrollaba múltiple actividad en el campo internacional, luciéndose
el Canciller Walter Guevara Arze. Llegó el Presidente de Chile,
Carlos Ibáñez del Campo y Paz Estenssoro retribuyó
entrevistándose con él en Arica. Se desplegó un clima de incentivos
para empresas petroleras extranjeras, producto de una excelente
relación con el Departamento de Estado. Se repuso el antiguo Plan
Bohan, transformado en un Plan de Desarrollo presentado por el
propio Guevara Arze, con un notable acento en las posibilidades del
departamento de Santa Cruz. A ello se sumó la inauguración del
Ferrocarril Corumbá-Santa Cruz, accediendo Bolivia al gigantesco
comercio con el Brasil.
Dispensado de los antiguos odios contra Patiño, el gobierno del
Presidente Paz Estenssoro empezó a depender cada vez más de él.
La producción de COMIBOL quedó a merced de las plantas
fundidoras del Grupo Patiño, a cuyo presidente, Antenor, hijo de
Simón, algunos funcionarios del gobierno le sacaron montones de
dinero a cambio de una ley que le permitió divorciarse de una
aristócrata de la Casa Borbón sin siquiera hacer la demanda de
divorcio. El escritor Augusto Céspedes, de probada militancia
movimientista, en su libro “El Presidente Colgado”, señala que Paz
Estenssoro influyó en el Congreso la aprobación de la llamada “Ley
Patiño”, para facilitar el divorcio de Antenor Patiño “a cambio de
cinco millones de dólares para el Estado y comisiones para algunos
hombres del gobierno”.[15]
El Grupo Patiño, internacionalizado como estaba, con inversiones
en el Asia, Europa y México donde desarrollaba el hotelería y el
turismo, no tenía ningún interés en Bolivia a diferencia de Carlos
Víctor Aramayo, un exiliado que sentía nostalgia por su país al cual
habían servido patrióticamente su padre y su abuelo. Por eso seguía
de cerca el curso de los acontecimientos en su país, lamentaba los
latrocinios y violencias del régimen y trataba de apoyar a Oscar
Únzaga, razón por la que el gobierno inició un proceso a la
Compañía Aramayo, por supuesto “contrabando de oro”,
condenándola a pagar 25 millones de dólares de multa (unos 250
millones de dólares de hoy), que era probablemente todo el valor de
su patrimonio, mientras condescendía con el “rey del estaño”, el
hombre ubicado entre los veinte más ricos del mundo, permitiéndole
divorciarse con una ley expresamente dictada en función de sus
intereses, permitiéndole “ahorrar” una gruesa suma de dinero por la
partición de bienes.
Con todo, la situación económica del país al finalizar 1955 era
crítica, como resultado de la desproporcionada presión político-
social sobre el gasto público. El Estado golpeó duramente a la
actividad empresarial, no sólo minera, afectando también a la
pequeña industria local y al comercio legal. El sindicalismo
exacerbado, desmesuradamente exigente y huelguista, se sumaba
a la necesidad del gobierno por dar ocupación y hacerse de la vista
gorda con la corrupción. Mientras más crecía la fuente del poder
político gobernante, decrecía la economía. Por añadidura se redujo
el precio internacional del estaño; el contenido de mineral en las
minas nacionalizadas bajó; el despido-indemnización-recontratación
de mineros significó una sangría. Los “préstamos de honor” del
Banco Central a los “compañeros” que nunca pagaron, la entrega de
divisas a un nuevo estamento importador cercano al oficialismo, el
incremento de salarios, el contrabando y la demanda de un sector
de nuevos ricos, todo junto, se expresó en inflación que creció a un
ritmo anual de 150%, a pesar de la importante ayuda americana.
El gobierno tomó control absoluto de todas las divisas que los
exportadores estatales (COMIBOL) y el reducido sector privado
estaban obligados a entregar al Banco Central, que las monetizaba
e iba más allá, imprimiendo billetes sin respaldo para subvenir los
gastos políticos. La escasez de divisas se complicó con la
desatinada medida de los cambios múltiples, fijándose valores para
cada producto. A poco resultó difícil adquirir maquinaria y equipo por
la necesidad de importar alimentos que el campesino ya no
producía, como efecto perverso de la Reforma Agraria. Un sector
privilegiado acaparó productos, luego los ocultó y con la
desesperación popular hubo especulación que multiplicó fortunas a
costa de la necesidad popular. Las expectativas con las que los
bolivianos habían recibido a Paz Estenssoro en 1952, se
desvanecían al finalizar 1955 aunque, desde luego, ese no era el
sentimiento de quienes gozaban de las ventajas económicas del
poder.
En los placenteros ambientes del poder resultaba inconcebible una
modificación de aquel status privilegiado. Pero era obvio que los
dueños de la situación no podrían dejar de lado las formas
democráticas, como les exigía, entre otros, la Casa Blanca. El
gobierno revolucionario decidió abrir un futuro cauce democrático-
electoral, aunque con un nuevo estatuto y lejos de darle a éste
consistencia institucional independiente, el Presidente Paz
Estenssoro designó una comisión integrada por los movimientistas
Ñuflo Chávez Ortíz y Alberto Mendoza López, con la misión de
redactar la nueva Ley Electoral en base al Voto Universal que, si
bien ampliaba el ejercicio democrático, aseguraría las futuras
victorias electorales del MNR.
Ello abrió una tensión interna en el MNR. Una tendencia apostaba
por la reelección del Presidente Víctor Paz Estenssoro, relegando a
Hernán Siles Zuazo, al que se daría, en calidad de concesión, la
reelección en la Vicepresidencia, pero nada más. El Estatuto
Electoral de marras, al calor coyuntural de “las mayorías
nacionales”, autorizaba la reelección consecutiva, expresamente
prohibida por la Constitución Política del Estado en vigencia,
autorizando al Presidente de la República presentar su candidatura
sin necesidad de renunciar al cargo.
Pero las ambiciones personales tampoco eran extrañas a la
oposición donde se levantaron los antiguos líderes políticos, sin
duda personajes decentes, pero ansiosos por demostrar su valía
personal. Quizás Gabriel Gosálvez pensaba que podría repetir su
anterior performance, cuando estuvo a punto de ganar en las urnas
a Paz Estenssoro en 1951 y tal vez el Dr. Enrique Hertzog soñaba
cumplir el rol que Urriolagoitia opacó en 1949, pero ninguno contaba
con la apabullante masa votante que iba a incorporarse en los
nuevos comicios con voto universal. Por su parte, algunos militares
pensaban que sólo el Ejército podría corregir las anomalías
provocadas por el MNR; era el caso del Cnl. Armando Ichazo, quien
por sus probables contactos con los militares argentinos que habían
tomado el poder, decía haber acudido en compañía de Hertzog a
una entrevista con el Contralmirante Isaac Rojas, a la sazón
Vicepresidente provisional argentino, conviniendo que éste apoyaría
un golpe de Estado contra Paz Estenssoro. Dudando Únzaga de
ese ofrecimiento y presionado por los falangistas en Buenos Aires,
debió empeñar la radioemisora que conservaba en Brasil para
financiar su viaje a la capital argentina y allí entrevistarse con el
Presidente, Gral. Aramburu, comprobando que lo que decía Ichazo
era un embuste
Por cinco meses se iba a extender este exilio de Únzaga en la
capital argentina. Pero mientras esperaba el momento de poder
retornar a Bolivia, carente de recursos materiales, Oscar compartía
la habitación del líder de los falangistas exiliados en Buenos Aires,
Ambrosio García, en una pensión que se convirtió en el centro de
una actividad política cuyo norte era la llegada al poder en Bolivia
mediante las elecciones más difíciles que experimentó antes
cualquier otra oposición en la historia.
“Era diciembre de 1955. Vivíamos en una pensión de un
cochabambino llamado Omar, que radicaba en Buenos
Aires por casi cincuenta años, pero odiaba a los
argentinos y no soportaba a Carlos Gardel. Esa pensión
se convirtió en el epicentro de un dínamo político; Oscar
era un hombre metódico, con una actividad diaria intensa
que no conocía pausas. Recibíamos a los camaradas,
visitamos aliados políticos, contactamos diplomáticos y
periodistas. Recuerdo que nos arreglaron una entrevista
para visitar a don Alfredo Palacios, que era un personaje
importante en la política argentina, puesto que fue el
primer diputado socialista de América. Fuimos a su
residencia donde nos recibió cordialmente, tenía una
enorme biblioteca donde había un mueble que guardaba
pistolones antiguos y nos explicó que con esas armas
había tenido tres duelos. Era un hombre simpático, un
tanto excéntrico, se expresaba muy bien, nos abrió
algunas puertas interesantes. A las pocas semanas, don
Alfredo nos invitó a un encuentro con la juventud del
Partido Socialista Argentino, a la que llegó vestido de
blanco. Su discurso fue brillante, sus ideas eran claras y
bien expresadas. Los jóvenes lo aplaudían con fervor. La
vida en el exilio tiene un transcurso angustioso, porque en
lo único que se piensa es en poder volver a la patria, es
una obsesión que enerva al exiliado, provoca choques
con los camaradas de infortunio y cuesta mucho
mantener la armonía. Pero Oscar apaciguaba las
tensiones con su carácter tranquilo y su liderazgo firme.
Una tarde me preguntó qué querría ser en el momento en
que accediéramos al gobierno y le respondí ‘quisiera ser
ministro’. Y me dice ‘¿en cuál ministerio?’ y yo le respondí
‘en el de Transportes porque aspiro a realizar el camino al
Beni’. En tono profético me dijo ‘sea yo presidente o no, tú
serás Ministro de Transportes algún día’. Y así fue en
efecto, aunque 15 años después y cuando Oscar ya no
estaba en este mundo…”
En ese verano porteño del 55, necesitando Únzaga un ayudante de
la mayor confianza, Ambrosio García lo relacionó con René
Gallardo, un cadete del Colegio Militar dado de baja en la razzia
contra los militares del año 1953, dueño de una lealtad y un
apasionamiento partidario extraordinarios. Gallardo cumplió su
misión con una fidelidad a toda prueba que la ratificaría con su
muerte, para convertirse en el hombre que acompañaría al jefe de
FSB en su paso hacia la gloria.
XX - ÚNZAGA VUELVE (1956)

O scar Únzaga tenía prisa. Quizás presentía que le quedaba


poco tiempo para cumplir su destino histórico. Las dudas
lo asaltaban. La revolución no marxista, acariciada desde
los días de la guerra, era una dolorosa frustración. El proceso de
cambio hipotecó la moral pública; pero el retorno al pasado
resultaba inadmisible. ¿Sería posible reconducir la revolución
mediante los valores de la democracia y la honorabilidad? Él
también quiso una revolución nacionalista, pero no aceptaba el
cinismo de sus actores centrales y les reclamaba decencia. Muchos
de los hombres de la Revolución Nacional mostraban una conducta
inexcusable, aunque sus postulados originales fueron pertinentes.
¿Cabía esperar que otros, aguardando la posta de esa revolución
deteriorada, fueran mejores? De lo contrario, ¿sería imprescindible
el fuego para redimirla? ¿Así se le evocaría en el futuro?, ¿cómo el
caudillo de una antorcha que, en lugar de alumbrar, incendie?
¿Pasaría a la historia como un cruzado capaz de renunciar a todo
por amor a la patria, o como un conductor democrático y moderno,
capaz de abrir nuevas perspectivas para su pueblo a través de la
justicia social y la producción? Las dudas torturaban su espíritu.
Sólo estaba seguro de su devoción por Bolivia. Pero la urgencia del
día a día en el exilio, siendo ya el único líder de la oposición,
postergaba la filosofía urgiendo a la acción directa.
Próximo el final del período de gobierno de cuatro años, que se
cumplía en abril de 1956, los inquilinos del Palacio Quemado, hasta
entonces navegando cómodamente con el viento populista a su
favor, sin huracanes parlamentarios y suprimido todo escollo
opositor, súbitamente se vieron enfrentados a la realidad concreta:
habían tomado el poder con las armas, reivindicando su victoria
electoral birlada por el mamertazo; ergo, no podían eludir las urnas,
ni aun pontificando su condición revolucionaria. De ello era
consciente el Presidente Paz Estenssoro. Pero el sector duro de su
partido, renuente a ceder espacios de poder, sostenía que el cambio
político era irrevocable. El nuevo país ya no estaba para “las formas
caducas del pasado” y sus “pactos de caballeros”. La tesis era
terriblemente maniquea: el primer período revolucionario consistió
en destruir “la antigua Bolivia feudal y colonial”. Del período de
“destrucción revolucionaria” el país debía entrar en un segundo
momento, de “construcción revolucionaria”.[16]
La gente en el poder afirmaba que la primera administración del Dr.
Paz pertenecía a un momento histórico del pretérito, por tanto, “el
jefe” tenía todo el derecho de postular a una nueva gestión, que
sería el primer gobierno de la nueva historia boliviana. La primera
administración -decían- era fruto de una revolución popular con
centenares de muertos; la segunda, que se avecinaba, sería un
producto democrático proveniente de las urnas. Como aquel intento
de entronización política podía convertirse en un sistema de poder
personal eterno, los seguidores del Vicepresidente se oponían con
el fuerte antecedente de que la revolución de abril de 1952 la había
hecho Siles Zuazo, lo que había creado un complejo en Paz
Estenssoro que lo disfrazaba con un cierto desdén intelectual
respecto al jefe de esa revolución, aunque subjefe del partido.[17]
El Dr. Paz, que era hombre realista, se sabía carente de la valentía
personal del Dr. Siles, de la fortaleza dialéctica del Dr. Guevara y del
liderazgo obrero de Juan Lechín, pero los explicaba desde una
visión narcisista, comprensible dada la envergadura del personaje.
Guevara era la idea, Lechín la masa, Siles la acción y Paz… el jefe
de todos ellos, contando además con la adoración de los indios a los
que la revolución del MNR había liberado de su condición servil.
Paz Estenssoro amaba el poder. Pero la reelección inmediata
planteaba un problema: tendría que hacerse cargo de la antipática
tarea de solucionar los problemas creados en la primera parte de la
revolución. Se necesitaba un fusible que haga el trabajo duro, pero
manteniendo vivo el proceso, con la obvia idea de posibilitar el
retorno de Paz después de un tiempo, como sucedería en efecto.
Pero en esos días finales de 1955, la incertidumbre malograba las
siestas de don Víctor. Antes que a Siles, prefería a Guevara y le hizo
consentir que era “el tapado” -para usar la jerga mexicana-, aunque
temiendo que éste se alzase con la limosna y el santo. En cuanto a
Lechín, los amigos en Washington no le perdonarían entregar
Bolivia al trotskismo sindicalista personificado entonces por el
dirigente minero. En consecuencia, el menor de los males era…
Siles.
Pero algo sucedió a último momento, como lo informó
primicialmente “Presencia”[18], uno de los periódicos confiables de
esos años[19]. Antes de la Convención, el Dr. Siles había aceptado la
tesis de la “primera elección de la nueva historia”, integrando de
nuevo el binomio Paz-Siles. Pero el Dr. Paz declinó la reelección,
generando una confrontación interna, al final de la cual la izquierda
del MNR aceptó que Siles sea el candidato a condición de que vaya
Lechín a la Vicepresidencia. Pero éste rechazó tal postulación ¿Qué
sucedió? Con rencor, el Dr. Walter Guevara dijo a este cronista lo
que creyó que había sucedido:
“En ese tiempo había el concepto generalizado de que yo
iba a ser el candidato, pero ocurrió que se encontraron en
Nueva York el Dr. Siles que era Embajador en las
Naciones Unidas (en fugaz misión) y Lechín que volvía de
Europa y allí se pusieron de acuerdo para dividirse el
poder en las elecciones del 56: Siles al ejecutivo, Lechín
Vicepresidente, dueño de dos tercios del Parlamento. De
ese modo yo no fui y el Dr. Paz no levantó una mano.”[20]
Guevara sostuvo que tenía pleno derecho a ser el candidato “puesto
que había sido el brazo derecho de Paz durante su primer mandato
y obtuvo el apoyo irrestricto del gobierno del norte que se concretó
en ayudas alimentarias y soporte al Tesoro, sin el cual no habríamos
sobrevivido en el gobierno”. Y con amargura recordaba el acuerdo
entre Siles y Lechín, expresando una pobre impresión del Dr. Siles:
“Es un hombre que no mira ninguna consecuencia… para entender
mejor su modo de actuar, situémonos dentro de un partido de futbol;
en la cancha lleva la pelota de un campo a otro haciendo cachañas,
y cuando está prácticamente en la puerta del enemigo, en vez de
disparar al gol comienza a regresar haciendo cachañas, porque lo
que cuenta (para él) no son los goles, sino las cachañas”.[21]
Llama la atención el mal concepto que guardaba el Dr. Guevara
Arze respecto al Dr. Paz Estenssoro: “No ha habido nadie más
próximo a Paz Estenssoro que yo… Al llegar al gobierno, cuando
ejercía de Canciller, tenía un concepto muy alto de lo que realmente
era, lo consideraba como a un hombre muy talentoso, muy
trabajador, sistemático… Donde falla es en el aspecto moral, es de
esas personas que está dispuesto a pagar cualquier precio o hacer
cualquier cosa por tener poder, no considera el poder como un
medio sino como un fin”.[22] Guevara ni siquiera se molestó en hacer
juicio mayor sobre Lechín, a quien simplemente calificó de “frívolo”.
Pero el Dr. Paz aventajaba en perspicacia y pragmatismo a todos
aquellos hombres que se movían por los corredores del poder. Se
visualizaban entonces, con claridad, dos situaciones: 1) La “etapa
revolucionaria que destruyó a la Bolivia feudal y colonial”, también
había destruido la economía nacional. 2) En consecuencia, había
que apoyar la candidatura del Subjefe a condición de unir al partido
en torno al Jefe, quien saldría de escena momentáneamente, libre
de cuestionamientos. Picardía tarijeña: el paso al costado equivalía
a que Siles pague la cuenta por los platos rotos. Total, había todavía
un largo camino revolucionario por recorrer. En ese momento, Víctor
Ángel Paz Estenssoro tenía sólo 48 años. De manera que la fórmula
transaccional, direccionada por el propio Dr. Paz, fue la candidatura
presidencial del Dr. Hernán Siles Zuazo y la del marxista Dr. Ñuflo
Chávez Ortiz a la Vicepresidencia.
El anuncio del binomio del MNR encontró a la oposición exiliada,
encarcelada y dividida.
El ex Presidente Enrique Hertzog, pese al lejano parentesco con
Oscar Únzaga, rechazaba el liderazgo de éste y en esa posición se
colocó la mayoría de los líderes de los partidos tradicionales en el
exilio. Se especuló con la posibilidad de una fórmula opositora única
conformada por el Gral. Bernardino Bilbao Rioja -aún en el
Panóptico de San Pedro- y el empresario Eduardo Sáenz García[23],
pero aquello carecía de sustento real.
En esos días de enero, con una candidatura oficialista en marcha,
los partidos que no comulgaban con el MNR esperaban la nueva
norma electoral y la amnistía a la que el gobierno se había
comprometido valiéndose inclusive de la negación de algunos
falangistas a su jefe, quien realizaba febril actividad en Buenos
Aires, contando con el apoyo de sus viejos amigos de los años 40,
entre dirigentes de la Unión Cívica Radical, organizaciones
católicas, dirigentes universitarios, periodistas, miembros de Acción
Democrática Latinoamericana y algunos militares. El General de
Ejército, Pedro Eugenio Aramburu era el Presidente de la Argentina,
pero el hombre más poderoso era el Almirante Isaac Rojas.
Aramburu apoyaba a Únzaga; Rojas a los opositores bolivianos de
la derecha tradicional.
El nuevo momento en la vida de Oscar halló a un líder madurado
por la persecución, el sufrimiento y las contrariedades. Aunque
estaba seguro del afecto de sus seguidores, la carta que le habían
enviado desde los campos de concentración, si bien impuesta por
los carceleros, llevaba algún elemento real. Sentía que debía
suavizar el acerado trípode falangista que privilegiaba a Dios, luego
a la Patria y recién entonces el Hogar. Los hombres y las mujeres de
su partido ya habían sufrido demasiado y tenían urgencias dignas
de tomarse en cuenta. Se reservó para él la idea de primero y
siempre sólo Bolivia, consciente de que el nacionalismo absolutista
y romántico empezaba a ser desplazado en el mundo bajo visiones
menos dramáticas y más democráticas. Era el signo de los tiempos,
con valores no tan rotundos, pero más humanos.
Y si bien era necesaria una mudanza en la praxis ideológica
falangista para adecuarla a los tiempos, había llegado también el
momento de ir más allá de la pura filosofía para confrontar al statu
quo de los nuevos ricos conectados a la Revolución Nacional, que
empezaban a poblar la Zona Sur de La Paz, transfigurados en
burgueses. La cantidad de nuevos ricos era una afrenta al pueblo.
De manera que la lucha de Únzaga ya no era por la grandeza -en
abstracto- de Bolivia, sino por el derecho a comer que tenían
TODOS los bolivianos, pero también defendiendo el patrimonio
nacional que estaba siendo saqueado por los revolucionarios. La
voz de los inocentes volvería para luchar contra el deterioro de la
economía popular, contra el encarecimiento del costo de vida, contra
el salario mísero a costa de las fortunas de los gobernantes. Contra
el Código Davenport, al que calificaba de “entreguista”. No admitía
“la enajenación” del petróleo, por el que murieron sesenta mil
bolivianos en el Chaco, entre ellos su hermano Camilo. En ese
punto su posición chocaba con la de otros falangistas que trataban
de convencer a su jefe de la necesidad de atraer capitales para una
industria que demanda de grandes inversiones, aceptando a
regañadientes la posibilidad de inversionistas y tecnología, pero a
cambio de beneficios que se traduzcan en escuelas, hospitales,
caminos, servicios para los bolivianos y ya no en “comisiones” para
los políticos.
Iba a combatir para reactivar la minería, extirpando la demagogia y
recuperando lo que se pudiese de la fracasada COMIBOL,
combinando la experiencia centenaria de los trabajadores mineros
con formas de organización no estatales, pero desprovistas de la
codicia como único norte. Es interesante el criterio de Únzaga con
relación a Patiño. Aceptaba que fue un empresario cuya capacidad
lo llevó a organizar el Consejo Internacional del Estaño para
defender la cotización del mineral, pero al mismo tiempo lamentaba
“su carencia de sentimientos patrióticos y su indiferencia por la
suerte de Bolivia”, lo que le resultaba imperdonable. En cambio,
tenía una opinión favorable hacia la familia Aramayo, que descolló
en la actividad minera, pero también sirvió al país en distintas
misiones políticas y diplomáticas que cumplieron José Avelino, Félix
Avelino y Carlos Víctor Aramayo, abuelo, hijo y nieto de un mismo
tronco de empresarios, diplomáticos y sobre todo gente de bien.
La nacionalización de minas, planteada originalmente por Falange
Socialista Boliviana, devino en un desastre. ¿Por qué fracasó
COMIBOL? Únzaga decía que, además de la incompetencia de sus
responsables, fracasó porque fue un botín político del que salieron
varios nuevos ricos, pero también la caja financiadora de
movilizaciones mineras sobre La Paz en apoyo al gobierno,
amedrentando con dinamitazos a la ciudadanía. La empresa minera
estatal era el sustento económico de barzolas, campesinos, milicias
armadas, comandos funcionales y otros movimientos sociales, cuya
única función fue sembrar el terror manteniendo a un grupo en el
goce del poder, sin que importe el costo para toda la nación.
Oscar Únzaga anunció que lucharía, desde el atril de la legalidad,
por la democracia, a la que se adscribía con un fervor que quizás no
contempló en sus primeros devaneos políticos, en los tiempos
inmediatos a la Guerra del Chaco, cuando fundó la Falange. Su
lucha sería ahora por la institucionalidad, por los derechos humanos,
por la restitución de la libertad de consciencia, por la posibilidad del
boliviano a pensar diferente y decir su verdad sin temor a que los
saqueadores lo sometan a tortura. Parece inexplicable el ataque
lanza en ristre contra el “comunismo” que Únzaga endilgaba al
gobierno del MNR. Desde luego había allí marxistas, pero ese no
era su peor componente. Únzaga perdía el tiempo con un
anticomunismo que ni siquiera conmovía a Washington y más le
hubiera valido insistir en la necesidad de recuperar la honestidad
que estaba siendo anulada por el cinismo, que por lo visto es uno de
los factores comunes a las revoluciones. Desde luego no eran todos
los movimientistas y una parte importante, probablemente
mayoritaria, repudiaba las atrocidades de sus compañeros de sigla.
Pero la parte ruin del partido en funciones de poder, negándose a
perder opulencia y placeres, iba a negarle el atril que anhelaba el
jefe opositor, obligándolo a seguir empuñando el fusil de la rebelión,
como se verá a corto plazo.
Más que caudillo anticomunista, Únzaga hablaba por los inocentes,
por la gente a la que se acusaba sin fundamento de discriminar a los
indígenas y de atropellar los derechos de “las grandes mayorías
nacionales”, como si la clase media estuviera conformada
exclusivamente por latifundistas gamonales y rosqueros. La
revolución, en los hechos, actuaba contra los niños y jóvenes que
sólo eran culpables de recibir educación en sus hogares y tener
buenas costumbres. A excepción de Rosa Lema Dolz o Lydia
Gueiler Tejada, muchos revolucionarios machistas parecían querer
subordinar a las mujeres al sexo, la cocina y el activismo más
despreciable de las barzolas. La revolución daba la ingrata
sensación de que “el mundo fue y será una porquería”, que el ser
humano debe ser capaz de dar golpes bajos, abrirse paso a
codazos, no respetar ninguna jerarquía, aprovechar cualquier
circunstancia para beneficiarse, dejar de lado toda manifestación
amable, actuar siempre con la máxima vileza, sin privarse del golpe
artero, el gesto agrio y el insulto soez.
Únzaga se presentaba como la voz de los perseguidos y los
inocentes que creían en la posibilidad de un mundo mejor, una
nueva sociedad ciertamente más justa y más ética, que ofrezca
posibilidades y respete a los niños y los jóvenes, que incorpore a las
mujeres, les dé derechos más allá del voto y valore su aporte como
seres humanos pensantes y con capacidades.
Para eludir esa constante de las revoluciones, después de las
cuales el mundo es un lugar peor, pero atento a los cambios
sociales que experimentaba Bolivia, Únzaga acarició la posibilidad
de abrir su partido a nuevas corrientes de pensamiento y asimilarlo
a la Democracia Cristiana, como sucedió en Italia o Chile, buscando
otra denominación para el partido que creó en Santiago veinte años
antes, consciente también de que el término “Falange” lo remitía a
un concepto ultramontano divorciado de la realidad nacional y la
evocación “Socialista” lo identificaba a corrientes nihilistas, en
momentos en que los fieros revolucionarios del Puente de la Villa,
que decretaron la reforma agraria y la nacionalización de las minas,
se habían convertido en bonvivants que bailaban el cha-cha-chá en
la boite “El Gallo de Oro”.
Paradojalmente, estos revolucionarios aburguesados tenían ante sí
una disyuntiva fatal: reproducir el poder a la mala, o exponerlo al
escrutinio popular. Lo primero era posible convocando a elecciones
y manteniendo a Únzaga en la ilegalidad; pero ello provocaría un
inevitable alzamiento ciudadano que sólo se podría contrarrestar
apelando a una guerra entre el campo y las ciudades, aunque sin
garantía de victoria. Lo segundo exigía una amnistía, la apertura de
los campos de concentración, el retorno de los exiliados y la
revelación pública de las atrocidades. Era un escenario a lo
Núremberg, por tanto, indeseado entre las malas conciencias
revolucionarias. En el mejor de los casos, podrían ganar los
comicios con el voto universal, pero la oposición iba a constituir una
fuerte y acusadora bancada en el Congreso. De manera que lo
urgente era cerrar filas con la parte del MNR no comprometida con
crímenes y delitos, adecuando el entramado electoral para una
victoria contundente. Resultaba imprescindible minimizar las
denuncias en el futuro Parlamento e imponer la hegemonía
revolucionaria.
Oscar Únzaga era consciente de esa realidad: el propio MNR
necesitaba un proceso electoral, pero una elección real y creíble en
Bolivia sólo era posible mediante el enfrentamiento dialéctico entre
el MNR y FSB, dado que los dos partidos comunistas organizados,
el PCB y el POR eran formaciones exóticas sin posibilidad de
anclaje en el sentimiento nacional. El MNR iba a defender su faena,
sin duda importante en el campo social por lo que representó la
reforma agraria, pero negativa en el campo económico por el
manejo corrupto y demagógico de los recursos del Estado, situación
agravada por las atrocidades indesmentibles aplicadas a quienes
pensaran distinto.
Únzaga debía fortalecer su partido para encarar el reto en
democracia contra un oponente acostumbrado ya al sibaritismo del
poder (el Dr. Paz lo definiría como el árbol de las peras) y dispuesto
a echar mano de cualquier argucia para imponerse en los comicios
por cifras categóricas. Pero el oficialismo tenía miedo, por eso no
decretaba la amnistía general, elemental en un año electoral,
buscando primero dejar las cosas atadas y bien atadas, como se
dice para expresar al gatopardismo contemporáneo: elecciones
“democráticas” para que el sistema siga con el control, como hizo
Perón en Argentina y hacía en México el PRI, o como harían en los
años venideros tantos otros regímenes fingidamente democráticos,
pero absolutistas en esencia.
Sometida la posibilidad del cambio de nombre de Falange Socialista
Boliviana a Comunidad Demócrata Cristiana, una corriente interna
que acaudillaba el benemérito General Bernardino Bilbao Rioja se
opuso absolutamente, primero porque FSB era ya espíritu y carne
de la oposición contra el MNR, y segundo porque otros demócratas
cristianos, estimulados por el oficialismo corrían en pos de arrebatar
tal denominación al único líder opositor posible, Únzaga de la Vega.
Desconectados de la realidad nacional, los jefes de los partidos
tradicionales creían aún en la posibilidad de un retorno al pasado e
insistieron en revocar la jefatura política que concedieron a Únzaga
en Santiago de Chile, insinuando un frente conjunto no
necesariamente falangista. De manera que en carta fechada en
Buenos Aires el 10 de enero de 1956, dirigida a los jefes del Partido
de la Unión Republicana Socialista, Partido Liberal y Partido Social
Demócrata, Oscar Únzaga mencionó el sacrificio de los falangistas
caídos en la lucha, la vitalidad de su partido y su ideología, así como
la calidad de sus dirigentes, lo que calificaba a FSB para liderar la
lucha de la oposición en democracia.
Marcando diferencias, Únzaga decía: “No quiere FSB
que la democracia sea una nueva burla para el pueblo
boliviano; no quiere tampoco, que al amparo de sus
postulados se consagren privilegios en desmedro de
ninguna de las capas sociales bolivianas”. Les
recordaba que, ante la insinuación de cambiar al titular
presidencial del pacto anticomunista, había propuesto al
Gral. Bernardino Bilbao Rioja, pero ello no significaba
que estuviera dispuesto a ceder un punto más, de
manera que, “o los partidos integrantes del pacto se
subordinaban a FSB o, en caso contrario, FSB se
retiraba del mismo, sin que ello sea una manifestación
inamistosa hacia quienes compartían la tarea opositora
contra la tiranía movimientista”.
La respuesta, suscrita en Santiago el 18 de febrero de 1956 por
Gabriel Gosálvez (PURS), Eduardo Montes (PL) y Alberto Crespo
(PSD), expresaba que los pactos no son inmutables; que la apología
del jefe falangista a su militancia en la resistencia a la dictadura ellos
la extendían a todos los hombres y mujeres bolivianos que enfrentan
la tiranía sin buscar recompensas; sostenían que después del
fracaso del 9 de noviembre de 1953, tendieron generosamente la
mano a FSB para organizar con ella la coalición de partidos
anticomunistas. Devolvían reproches señalando que “entienden la
democracia como contraria a los totalitarismos de izquierda y
derecha” y concluían con un mohín de ironía: “A la ruptura del Pacto
no le damos más alcance que el de una lamentable desinteligencia”.
Allí terminó la vida real de esas organizaciones políticas gestadas
por Pando, Montes y Saavedra. Únzaga ya estaba libre de ataduras
con el pasado y era el único opositor válido para una elección
inminente. David Añez Pedraza explicaba la situación con estas
palabras:
“Los ex oligarcas quisieron utilizar a mi partido para sus
fines particulares. Fue entonces que Oscar dijo: “Cuidado
falangistas, la derecha quiere usarnos como corajuda
trinchera de sus intereses”. Ocurrió también que en ese
tiempo sólo hubo lugar posible para el MNR y FSB.
“Ninguna tercería tenía importancia. Se era falangista o
movimientista…”[24]
En ese mismo mes de febrero de 1956, el gobierno estableció las
bases de una nueva institucionalidad expresada en el Decreto
Supremo 4315, en reemplazo del llamado “modelo electoral
oligárquico”, introduciendo el Voto Universal, comprendiendo a todos
los bolivianos mayores de 21 años, sin importar su grado de
instrucción, ocupación o renta, incluyendo a las mujeres que hasta
entonces no votaban, así como a los analfabetos. Voto secreto y
escrutinio público. Listas completas. Voto mayoritario para consagrar
un Presidente, un Vicepresidente, 18 senadores (dos por
departamento) y 68 diputados.
El voto universal, indudablemente un avance extraordinario, en su
momento inaugural fue la búsqueda de una hegemonía partidista
secante. La comisión del MNR montó un complejo aparato
electoral, de carácter piramidal, de manera que miembros del
partido gobernante administrarían el proceso electoral, la justicia
electoral y las oficinas de registro de electores. La Corte Nacional
Electoral (CNE) era la cabeza del sistema, cuyas decisiones eran
“definitivas e irrevocables” y estaban bajo su tuición las Cortes
Departamentales Electorales de las que dependían juzgados,
jurados y notarios electorales, todos -desde la base a la cúspide-
militantes del partido.
El Decreto 4315 estableció que la CNE estaría integrada por seis
vocales titulares: dos en representación del Poder Judicial,
designados de entre sus miembros por la Corte Suprema de
Justicia; dos vocales en representación del Poder Legislativo; dos
vocales en representación del Poder Ejecutivo, designados por el
Presidente de la República. Cada uno de los seis vocales tendría un
suplente. Conformada la CNE elegiría a su Presidente de entre los
dos vocales titulares que representaban al Poder Judicial. Como la
Corte Suprema de Justicia estaba controlada por el gobierno y no
había un Legislativo en funciones, los seis vocales titulares fueron
designados por el Presidente Paz Estenssoro. Exactamente igual
sucedió con las Cortes Departamentales Electorales, designadas
por los comités políticos del MNR en cada distrito y en consulta con
el Palacio Quemado.
El modelo electoral del MNR, difería del sistema anterior no sólo por
el voto universal, sino también porque establecía la reelección del
Presidente y Vicepresidente sin necesidad de renuncia previa; así
como la posibilidad de que el Vicepresidente candidatee a la
Presidencia. Además, a diferencia del “modelo oligárquico”, el nuevo
sistema era centralizador, anulaba las representaciones localistas en
la Cámara de Diputados y evitaba las minorías en la Cámara de
Senadores, donde estarían solo los ganadores en cada
departamento. Todo ello apuntaba al control del partido sobre el
Congreso, ganando en los nueve departamentos para tener mayoría
absoluta en la Cámara Alta y una abrumadora mayoría en la
Cámara Baja atada a la leva del candidato a la Presidencia,
estableciendo una base fija de cuatro diputaciones por
departamento para el ganador y uno más por cada cien mil
habitantes y fracciones que excedan cincuenta mil, permitiendo que
se cuelen unos cuantos opositores por el método proporcional del
doble cociente. Para obtener la ansiada hegemonía se necesitaba
asegurar el voto masivo de los nuevos electores campesinos,
introduciéndose la papeleta de color. Los electores podían no
conocer a los candidatos, ni entender lo que estos pensaran, pero
conocerían el color de la papeleta por la que debían votar, que para
el caso fue la rosada. El manejo de los libros de inscripciones iba a
ser de inicio el centro de controversias y denuncias: el gobierno
tenía bajo su control la red de Notarías Electorales.
En resumen, el sufragio universal y la institucionalidad consiguiente,
estaban diseñados para eternizar al MNR en el poder. Medio siglo
después, un Presidente de la Corte Nacional Electoral escribió lo
siguiente: “En 1956, la CNE constituyó el dócil instrumento del
gobierno para llevar adelante elecciones marcadas por el fraude,
favoreciendo al candidato oficialista, Hernán Siles. La opositora
Falange Socialista Boliviana (FSB) exigió sin éxito elecciones
transparentes. Por esta razón, el nacimiento de la CNE no pasó de
ser un evento secundario que los dirigentes del MNR apenas
citaban y los principales libros de análisis de la revolución de 1952 ni
siquiera mencionan.”[25]
Fijadas las elecciones para el 17 de julio de 1956, sólo a mediados
de marzo el gobierno decretó la amnistía general, y aunque los
exiliados tuvieron que sufrir las complicaciones consulares, los
presos fueron recobrando su libertad de manera paulatina,
multiplicándose en las estaciones ferroviarias la presencia dolorosa
de los vagones llenos de presos mostrando en sus rostros
macilentos las huellas de la prolongada reclusión en los campos de
concentración, en escenas que recordaron lo que vieron los
soldados aliados al ir liberando Treblinka, Mauthausen, Auschwitz,
aunque con la importante diferencia de que en Corocoro, Uncía o
Curahuara de Carangas no hubo cámaras de gas. Emotivas
escenas, abrazos con que los familiares recibían a los presos
falangistas en las puertas del Control Político o del Panóptico,
llevando frazadas, ropas raídas y una tristeza abrumadora en la
mirada. Se volvieron a reunir las familias separadas por la brutalidad
de las revoluciones políticas, como lo relata Jaime Gutiérrez
Terceros:
Al declararse la amnistía, dejé el exilio en Río de Janeiro y volví al
país con la ayuda de un amigo brasileño que me ayudó a
embarcarme en el primer vuelo de la línea aérea CAN. Mi señora
madre estaba presa casi un año en la cárcel de mujeres de La Paz y
mi hermano en campos de concentración. Llegué a Cochabamba y
prácticamente coincidimos porque mi madre y mi hermano llegaron
dos días antes, luego de ser liberados. Allí estábamos, quizás más
envejecidos y endurecidos por la vida, pero felices por el
reencuentro, aunque sin atinar a pronunciar una palabra…”
Los que salieron en libertad y los que volvieron a la patria, se fueron
restituyendo a sus familias y a los lugares de donde los arrancaron
hacía meses y años, entre muchos otros el Gral. Bernardino Bilbao
Rioja, Gonzalo Romero, Gustavo Stumpf, José Antonio Anze, Jaime
Tapìa Alipaz, Juvenal Sejas, los hermanos Kellemberger, los
hermanos Terceros Banzer, Amando Rodríguez, Rodolfo Surcou,
Ernesto Revollo, el capitán Francisco Céspedes, Franz Tezanos
Pinto, Dardo López, Napoleón Escóbar, Jaime Villalba, Armando
Centellas, el subteniente Javier Beltrán, Hugo Silva, Ronald Roca,
Dick Oblitas, Alfredo Flores, Julián Montellano, el Gral. René
Pantoja, Renato Moreno, Eduardo Anze Matienzo, el mayor Elías
Belmonte, Juan José Loría, Enrique Riveros, Hugo de la Quintana,
Jerjes Vaca Diez, Daniel Delgado, Walter Vásquez, Alberto Ponce
García, Armando Álvarez, Roberto Bilbao, Luis Saénz, Mario
Carranza, Mario Méndez Elías, Jaime Bravo, Víctor Hoz de Vila…
Las listas eran extraordinariamente largas. Fueron decenas de miles
los presos políticos y los exiliados en Brasil, Argentina, Perú, Chile y
Paraguay entre 1952 y 1964. No hubo ningún otro gobierno en la
historia de Bolivia que registre tal récord. Los daños económicos a
las familias de los afectados no tienen parangón con ningún
desastre natural o guerra internacional que hubiera azotado a los
bolivianos, ni antes ni después de esos años revolucionarios. En el
primer momento de libertad, para efectos de una elección diseñada
para el fraude numérico y moral, San Román, Gayán, Menacho,
Bloomfeld observaron regocijados a través de las ventanas de las
cárceles. Probablemente pensaron que esos fantasmas ya no
asustan a nadie. Pero en el fondo de sus conciencias sabían que,
tarde o temprano, la rendición de cuentas sería inexcusable.
Mercedes Ramos de Stumpf nunca pudo olvidar el momento del
reencuentro:
“Después de un año salió en libertad mi marido en medio
de gran algarabía. Con él estaban sus camaradas de
infortunio recibidos entre abrazos, besos y lágrimas de
esposas, madres e hijos… Los camaradas no querían
despedirse, como si tuvieran miedo de volver a sus casas
y comprobar el paso inclemente del tiempo en que ellos
no estuvieron. La señora Aurora viuda de Mendoza,
ofreció su casa, en la calle Ballivián esquina Colón, para
que allí se instale la secretaría de Falange Socialista
Boliviana. Gustavo (Stumpf) anunció a voces que esa
misma tarde se llevaría a cabo la primera reunión de la
Falange en libertad. Y todos cantaron el Himno Nacional,
elevando la voz en la estrofa que decía ¡“Morir antes que
esclavos vivir!”.
Después del primer almuerzo, que tuvo sabor a gloria
luego de años de laguas a las que los carceleros
condimentaban con salivazos y excrementos de ratones,
nos preparamos para ir a la reunión. Recuperando el
sentido de las proporciones, Gustavo dijo que sería una
maravilla si llegaban diez camaradas; después de tres
años de represión y cárcel, seguramente nadie querría
estar entre falangistas. Pero fue muy emocionante
cuando empezaron a llegar y allí estaban con sus ropas
viejas, barbudos y flacos. ¡Éramos como 300 personas!
Se instaló formalmente la reunión, se habló de la
proximidad de las elecciones, de la reorganización del
partido, decidimos que se hablaría con Oscar. Aurora
anunció que su casa sería la secretaría permanente.
Cada uno de los asistentes llevó lo que pudo, una botella
de pisco, dos cervezas, las 300 personas querían brindar
con mi esposo y me horroricé porque estuvo todo un año
sin tomar licor. Apenas lo sacamos de allí. Pero esa
reunión nos levantó el ánimo, Falange estaba de pie otra
vez...”
Al día siguiente de su liberación, Gustavo Stumpf envió un
cablegrama a Oscar Únzaga de la Vega:
“Camarada Jefe: Los falangistas nunca te hemos
desconocido, tu autoridad es indiscutida. Te pedimos que
retornes para presidir la Novena Concentración del
partido. Stumpf.
La posibilidad del retorno de Oscar agitó por igual a los partidos
tradicionales y al oficialismo. Aquellos echaron a rodar el rumor de
que Únzaga se entendía con Siles Zuazo. El aparato represivo del
gobierno decidió apelar al método del temor y las paredes de las
calles de La Paz se llenaron de leyendas “Únzaga sirviente de la
rosca”. En las noches se escuchaban los gritos aguardentosos de
los milicianos: “¡Muera Únzaga!”, seguidos de disparos de armas de
fuego. Pero nada iba a disuadir al jefe falangista, que pidió postergar
la asamblea falangista. Oscar llegaría a La Paz el 15 de mayo.
El Ministro de Gobierno, Federico Fortún, convocó a una
conferencia de prensa para formular una advertencia: “el ‘pueblo
enfurecido’ por el anuncio de la llegada del Sr. Únzaga,
seguramente rebasará a las fuerzas del orden, por lo que el
gobierno no se responsabilizaba de lo que le pudiera suceder…” La
advertencia era una amenaza mortal, pero Únzaga ya tenía definida
su estrategia. Salió de Buenos Aires rumbo a Santiago de Chile,
donde estaba su madre. Allí se realizó una reunión de falangistas en
la casa de Dick Oblitas y le recomendaron no ingresar a Bolivia
porque lo matarían. Oscar preguntó: “¿Y tú qué opinas mamá? La
respuesta de doña Rebeca sorprendió a todos: “Hijo, tu deber es ir a
Bolivia, corriendo todos los riesgos”. Entonces el jefe falangista
mirando a sus camaradas les dijo: “Voy a cumplir con mi deber,
cueste lo que cueste”.[26]
Oscar tomó un vuelo comercial a La Paz que hizo escala en Arica.
Fue una sorpresa encontrar allí al Coronel René Barrientos Ortuño,
quien retornaba de Italia, luego de cumplir una misión militar que le
encomendara el gobierno de Paz Estensoro. Barrientos le ofreció a
Oscar “todo su apoyo y cooperación”.
En esos días se reunía en La Paz un grupo de jóvenes denominado
“Los Penta” integrado por Luis Llerena, Willy Loría, Mario Carranza,
Carlos Albarracín y René Mariaca, todos dirigentes estudiantiles.
Loría era dirigía las organizaciones falangistas de secundaria y
Carranza las de la Federación de Estudiantes. Faltando cuatro días
para la llegada de Oscar, analizaron la necesidad de ofrecer
protección al jefe de FSB, organizando una columna de seguridad
integrada por estudiantes. Decidieron utilizar algún tipo de
identificación y surgió la idea de vestir una camisa blanca, símbolo
del idealismo y la pureza juvenil, que al mismo tiempo era una
prenda que todos usaban cotidianamente. Los cinco decidieron que
el comandante de aquel grupo sería Luis Llerena. No pidieron
permiso a nadie, no tenían relación orgánica con la dirección del
partido porque ésta se rearticularía precisamente con la llegada de
Únzaga, pero había mística y decisión.[27]
En la mañana del domingo 12 de mayo, dirigentes falangistas entre
los que se encontraba Gonzalo Romero, Gustavo Stumpf, Jaime
Ponce Caballero, Fidel Andrade, Jaime Tapia, dirigentes de
organizaciones de docentes, laborales, juveniles, femeninas y desde
luego Los Penta, se reunieron en la casa de doña Rosa Fernández,
en las proximidades del Mercado Yungas. Estaba muy adelantado el
proyecto electoral de FSB, en cuanto al programa de gobierno en
cuya redacción Gonzalo Romero y Walter Alpire fueron piezas
fundamentales. En lo inmediato se tomaron recaudos para al arribo
de Oscar Únzaga. Recién llegado del exilio, Elías Belmonte planteó
el tema de la protección del jefe falangista, pero como la formación
de camisas blancas ya estaba adelantada, Hugo Alborta, probado
hombre de acción fue designado subcomandante.
Esa tarde, los milicianos destruyeron la casa de Rosa Fernández.
No existía ninguna garantía para la oposición faltando ocho
semanas para las elecciones. Y cuando la candidatura del MNR ya
había tomado todos los medios de comunicación posibles entre
radios, diarios, empapelamiento y pintado de paredes en todas las
ciudades y pueblos de la geografía nacional utilizando los medios,
dinero, vehículos y gente de prefecturas y alcaldías, el gobierno
impedía a los falangistas el derecho elemental de la reunión.
Pese a todo, el martes 14 se instaló la IX Concentración Nacional de
FSB en los espaciosos salones del restaurante “Pacífic”, en la calle
Ballivián esquina Colón. Presidía Gustavo Stumpf y la primera
decisión colectiva fue reconocer por unanimidad la Jefatura de
Oscar Únzaga. Allí resurgió el ánimo falangista que recibió con
grandes muestras de entusiasmo los nombres que integraban la
fórmula presidencial. Cuando los asistentes se retiraban, a pocos
metros de la Plaza Murillo se escuchó un “¡Viva Falange Socialista
Boliviana!”, pero casi de inmediato la respuesta de las
ametralladoras retumbó en el aire y la gente se dispersó
atemorizada. En esas condiciones, nadie se atrevería a recibir a
Oscar.
Esa tarde unos 60 muchachos se reunieron en la casa de René
Blanco en la calle Loayza, donde diseñaron las acciones para el
recibimiento de Únzaga. Todos los concurrentes, llevando a sus
amigos, se juntaron a partir de las 8.00 del día siguiente, miércoles
15 en El Prado, para una primera marcha de camisas blancas con el
propósito de anunciar la llegada del jefe falangista.
“Recuerdo que por la calle Yungas llegaron de
Miraflores unas 200 personas que vestían camisas
blancas. Todos conocían a Llerena y lo seguían llevando
banderas y pancartas. Comenzamos a marchar por El
Prado cantando el himno de Falange y pregonando que
llegaría Unzaga y que había que recibirlo. La gente nos
miraba y nos aplaudía… (WILLY LORÍA)
Al medio día, en todos los hogares bolivianos se hablaba de Oscar
Únzaga y su coraje al desafiar la posibilidad de su asesinato.
Comenzó a plantearse el paralelismo con lo sucedido ocho años
atrás con Jorge Eliécer Gaitán y el bogotazo. Los hombres más
sensatos del MNR, principalmente los interesados en llegar a
elecciones con el Dr. Siles Zuazo, como era el caso de Mario
Sanginés Uriarte, se estremecieron ante la perspectiva de un
enfrentamiento o peor aún, de un magnicidio, que era algo trivial
para el aparato represivo del gobierno saliente, donde las órdenes
ya estaban dadas sin importar la sangre que pudiera correr.
“Un contingente de camisas blancas se trasladó a El
Alto al filtrarse el rumor de que en las inmediaciones del
aeropuerto diez mil campesinos esperaban a Unzaga
para victimarlo. El avión que conducía al Jefe llegó a las
13.00, con cuatro horas de anticipación. Oscar se quedó
gratamente impresionado por la presencia de la
muchachada universitaria. Inmediatamente se organizó
una caravana de automóviles y camionetas para el
descenso a la ciudad hasta un domicilio particular donde
debía aguardar a que fueran las cinco de la tarde para el
recibimiento y la concentración en la avenida América.”
(ENRIQUE ACHÁ).
Vehículos del Control Político con gente armada se acercaron
peligrosamente a la caravana. La obvia intención era provocar
incidentes, pero fueron eludidos tomando rutas distintas. Jóvenes
falangistas cumplían distintas misiones. Todos se movían con
diligencia. La gente mayor que miraba su paso los aplaudía y
alentaba.
“Yo estaba en un grupo de unos mil quinientos jóvenes
que gritábamos por la ciudad “¡Oscar llega a las 5…!”,
“¡Oscar llega a las 5…!”. La presencia de los muchachos
con camisas blancas emocionó a otras personas que
también se despojaron de sus sacos. Empezaba a
armarse la manifestación más grande que hizo la Falange
en su historia…” (HUGO ALBORTA).
“El restaurante ‘Pacific’ era la secretaría de la Falange
porque era la casa de la familia Mendoza con quien se
relacionó Walter Alpire por su matrimonio con Helena
Mendoza. Ese 15 de mayo nos dieron la instrucción de
reunirnos allí, concentrándose un enorme gentío que yo
no había visto hasta entonces. El santo y seña era “Por
Bolivia”, luego quitarnos los sacos y como en esa época
sólo se usaba camisa blanca, nos sumamos a media
tarde a otros miles que estaban en igual condición y se
movían por el centro de una ciudad más activa que
nunca, recobrando súbitamente la libertad de expresión.
Éramos, simplemente, jóvenes esperando a nuestro Jefe
que representaba para nosotros la paz, el derecho y la
decencia. (REYNALDO PAZ PACHECO).
Pese a la movilización agresiva de barzolas, milicianos, carabineros,
mineros y campesinos llevados a la ciudad, la ciudadanía paceña se
fue concentrando en distintos lugares. En la Plaza Riosinho una
multitud de la Zona Norte. Falangistas de Belén se juntaron con
otros de la Plaza Belzu que bajaron a la Mariscal Santa Cruz por la
Almirante Grau. Los de San Pedro bajaban por la calle México y los
de Tembaderani por la Landaeta. Una enorme columna partió de la
Plaza España, engrosándola los de la Plaza Abaroa para tomar la
Avenida Arce y desplazarse hacia el centro. A la columna de
camisas blancas de Luis Llerena se habían sumado centenares de
muchachos y señoritas que reaparecieron desde Miraflores para
ingresar esta vez desde el Estadio tomando la Avenida Camacho y
marchaban compactos llenando todo el ancho de las calles. Era la
primera manifestación pública de clase media después de muchos
años. Con su presencia decenas de miles de jóvenes, señoras y
personas mayores parecían decir “¡no tenemos miedo…!”,
desmintiendo al Ministro Fellman que esa mañana había declarado
por Radio Illimani que los paceños, protagonistas del 9 de abril, eran
indiferente a la llegada del “jefe de los rosqueros”.
Parecía que toda la ciudad de La Paz se juntó en la avenida Montes
y adyacentes. El gobierno creyó que sería fácil intimidar a la
ciudadanía, pero luego se vio en la necesidad de encerrar en los
ministerios a los empleados públicos. Los milicianos desaparecieron
de escena ganados por el temor.
“A las 17 llegó Únzaga a la Avenida América (hoy Avenida Muñecas)
y empezó el recorrido. Un sonido unánime se escuchó como un eco
cada vez más audible en toda la ciudad. “¡Unzaga…! Unzaga…!
Unzaga…!” coreaban decenas de miles de gargantas, mientras el
automóvil se desplazaba muy lentamente por la cantidad de gente
que aclamaba al caudillo de la antorcha. Todos se disputaban el
privilegio de aproximársele o por lo menos verlo…
Los organizadores de aquella manifestación no habían imaginado tal
cantidad de gente y tan elevado grado de adhesión popular. Fue
entonces que siluetas amenazantes se dibujaron en las azoteas de
los edificios del centro; llevaban armas. ¡Los milicianos! Pero la
multitud se mantuvo impasible y continuó la lenta caravana.
Empezaba a atardecer.
“La magnitud y el fervor de los manifestantes, impresionó
al grupo de dirigentes que encabezaban la manifestación,
entre los que se destacaban Gonzalo Romero A. G. y
conociendo que en el camión al mando de Alberto
Taborga[28] que iniciaba la marcha, se encontraban
escondidas armas automáticas y granadas de mano en
previsión de cualquier suceso contrario al sentimiento
legalista aceptado por la Falange… propusieron precipitar
el golpe tan ansiado durante los últimos años, guiando la
enorme expresión de fuerza falangista por la calle
Comercio para ocupar el Palacio de Gobierno, donde
estaba reunida la plana mayor del régimen… presa del
pánico esperando que se repitan los acontecimientos que
tuvieron lugar el 21 de julio de 1946. (JOSÉ GAMARRA
ZORRILLA)
En efecto, una acción audaz, basada en el estado de ánimo del
inmenso gentío, tenía todas las posibilidades de imponerse, pero
ello incluía la eventualidad de una masacre, con miles de
ciudadanos desarmados a merced del fuego de los milicianos y si
bien la toma del Palacio Quemado era posible, el costo en sangre
sería demasiado alto. Ambrosio García, representante personal de
Únzaga, se opuso a “tamaña insensatez” y desbarató cualquier
intento en ese sentido.
Tres horas duró el recorrido de las 20 cuadras hasta la Plaza del
Estudiante “Franz Tamayo”. El gentío se extendía por la Avenida
Villazón hasta la Avenida Arce, hacia El Prado, las calles México,
Cañada Strongest, Landaeta, Batallón Colorados. Banderas tricolor
se agitaban en los balcones de las casas vecinas, las ventanas del
monoblock de la UMSA estaban atiborradas de universitarios
falangistas.
Sobre una camioneta, junto a la figura ecuestre del Mariscal Antonio
José de Sucre, se ubicó Únzaga. El Secretario General de FSB,
Gustavo Stumpf habló brevemente, se confundió en un abrazo con
su jefe mientras la multitud ovacionaba. Súbitamente, el mundo
calló, concentradas todas las miradas en aquel hombre de figura
menuda y negro bigote, detrás de un micrófono, de cara hacia el sur.
“He llegado a la Patria como el hijo ausente que viene a dar un beso
en el rostro de su madre…”
La frase provocó una fuerte reacción emotiva, como si el corazón de
cada uno de los miles de congregados se sintiera estrujado en un
puño.
“He contemplado mis montañas y he escuchado la voz ronca de
este pueblo clamando libertad; este pueblo al que jamás han de
rendirlo; este pueblo rebelde que está dispuesto a vencer…”
Una explosión de sentimientos atronó en la noche invernal paceña.
Oscar Únzaga de la Vega había establecido un nexo emocional
inédito con un auditorio fascinado por el leguaje nuevo y fresco de la
voz de los inocentes, que llegaba para desplazar a la ya desabrida
cantaleta revolucionaria que había perdido todo atractivo entre la
ciudadanía paceña.
“¿Qué pueden contra un pueblo las cadenas de los verdugos? Este
es un pueblo al que no han podido doblegar ni las cárceles ni los
campos de concentración desde donde han salido ustedes más
libres y más rebeldes que nunca…”
Los liberados hacia poco y sus familias con ellos, sintieron un
estremecimiento profundo, convencidos de que ninguna fuerza
opresora podría rendirlos jamás y se sintieron ganados por la
voluntad de seguir luchando.
“La consigna del momento es: sin odio y sin miedo. Sin odio
porque practicamos el perdón para nuestros verdugos y sin miedo
porque queremos liberar al país de esta ola de terror y queremos
establecer en cambio la paz, el trabajo y el orden redentores. Iremos
por los anchos caminos de esta tierra proclamando los derechos y
deberes de todos, Hemos venido a levantar la moral de la Patria.
Bolivia es un pueblo que sufre pero que no se rinde. En esta noche
luminosa, bajo los astros que brillan en el cielo, yo juro no claudicar
jamás en los ideales de mi pueblo…”
Allí estaba Únzaga, hechizando con la magia de su elocuencia a sus
seguidores que haciendo el saludo falangista aclamaban a su líder y
su partido. Dijo más aún, y a medida que iba hablando adquiría las
dimensiones de un coloso. A los pies de la improvisada tribuna,
estaba Nora Claros de Tapia, una mujer que, aún siendo falangista,
era escéptica del liderazgo de Oscar y no encontraba en él la
fortaleza física equivalente al rol que le asignaban sus seguidores.
Probablemente alimentaba en el subconsciente la idea de que
Únzaga era la causa de los sobresaltos que sufría su familia a causa
de los allanamientos, las cárceles y los exilios… pero Nora estaba
allí esa noche.
“Los camisas blancas hacían la guardia lateral de
protección y las mujeres estaban concentradas en la
segunda fila. Únzaga acuñó para ellas el término
columbas para referirse a las mujeres como palomas
que llevaban la paz. Y mi madre me cuenta que vio a
Oscar montado en una plataforma que armaron, pues
no de gran estatura. Pero cuando empezó a hablar,
aquel hombre asumió una dimensión titánica, parecía un
gigante que brillaba por el efecto de las luces, hablaba
con un timbre de voz potente que llegaba al alma,
dialogando con las estrellas, llevando el mensaje de
unidad, amor y fortaleza por la persecución política de
su partido. Tan fuerte fue la sensación de ese momento
mágico, que mi madre se puso a llorar de emoción y
todos comenzaron a gritar, impregnados de esa fuerza,
indiferentes a los milicianos que les apuntaban desde
los techos... (NELSON TAPIA)
XXI - LA DEMOCRACIA DEL CERO (1956)

R easumida la sensación de libertad, decenas de miles de


ciudadanos, que se habían concentrado para escuchar a
Oscar Únzaga, volvieron a sus hogares. A las 23.00 se
reinstaló la IX Concentración Nacional de FSB, en una sesión de
honor en la que se diseñaron los pasos a seguir. Faltaban apenas
dos meses para las elecciones, hacía medio año que el MNR estaba
en campaña y sus candidatos se movían por todo el país utilizando
los medios y recursos del Estado, en tanto FSB carecía de lo
mínimo indispensable.
Al día siguiente los diarios independientes informaron sobre la
multitudinaria recepción a Oscar Únzaga, el hombre más perseguido
de los últimos años, mientras el oficialista LA NACIÓN abundaba en
críticas a la supuesta “actitud agresiva de los falangistas”. Saturnino
Rodrigo, director de “La Nación”, editorializó sobre las camisas
blancas, como sinónimo de camisas pardas. El local de la
Concentración de FSB estaba visiblemente controlado por grupos
de milicianos armados y todo el centro artillado como para una
guerra. Concluyó la asamblea falangista, aprobándose por
unanimidad la línea política adoptada por su jefe en los años
precedentes de exilio. En vista de la imposibilidad de seguir
sesionando, se resolvió delegar al jefe de FSB la facultad de
concurrir a elecciones o declarar la abstención. En caso de
participar en los comicios, la fórmula de FSB estaría integrada por
Oscar Únzaga de la Vega para Presidente y Mario R. Gutiérrez
Gutiérrez a la Vicepresidencia. El binomio y las candidaturas de
senadores y diputados serían proclamados en acto público, lo que
representaba un nuevo reto político y los riesgos físicos
consiguientes.
Ningún local de la ciudad podría albergar a la proclamación
falangista probablemente masiva por el fervor popular que se
mantenía latente, de manera que se resolvió realizarla a cielo
abierto, en la Plaza Pérez Velasco. El Ministro de Gobierno advirtió
que “no se toleraría la alteración del orden público” y el aparato
represor decidió escarmentar a quienes se atrevieran a desafiar a la
Revolución Nacional. FSB invitó al pueblo paceño para el acto de
proclamación, que se realizaría el sábado 26 de mayo a las 3 de la
tarde.
De nuevo una enorme multitud se dio cita, pero ya en un perceptible
clima de violencia. El gobierno había organizado grupos de
matones, entre mujeres y hombres reclutados en el hampa
simulando que se trataba de movimientos sociales espontáneos que
defendían el proceso. En las azoteas de los edificios vecinos
estaban emplazadas las ametralladoras de los milicianos. En la
perspectiva de hechos luctuosos, no esperaron mucho los
organizadores y empezó el acto más temprano de lo programado
para evitar una tragedia.
“Los Camisas Blancas llegamos en una marcha, como
guardia de Únzaga. Rodeamos el área donde estaba la
concentración humana y cuando iba a comenzar el acto
formamos dos filas frente a una especie de balcón donde
se había instalado un micrófono, allí hablaría Oscar. Se
hizo el silencio y el primero en hablar fue mi tío Guillermo
González Durán quien comenzó diciendo: “Pueblo mártir,
crucificado en el calvario del hambre y la tiranía…” y en
ese momento arrojaron una piedra del tamaño de un
huevo que tumbó el parlante, pero mi tío continuó con su
discurso, aunque con interrupciones. Únzaga y otros
dirigentes estaban en el interior de una sastrería a pocos
metros del balcón… (WILLY LORIA)
“Estábamos en el interior de un taller que lo ofreció un
camarada a quien llamábamos el “sastrecillo valiente”.
Percibimos que había una trifulca afuera y Oscar decidió
subir a la improvisada tribuna, flanqueado por el Gral.
Bernardino Bilbao y el My. Elías Belmonte. El jefe empezó
a hablar y los hampones comenzaron a arrojar piedras
contra los ciudadanos congregados en el lugar, no nos
dimos cuenta de que nos habían rodeado…”
(MERCEDES RAMOS DE STUMPF)
Únzaga elevó el tono de la voz:
“Que sepa América entera que se está simulando democracia en
Bolivia, que la amnistía es una mentira, porque detrás de la amnistía
las ametralladoras de los esbirros están apuntando el pueblo…”
El enfrentamiento arreció. Empezaron las descargas de dinamita
que aterrorizaron sobre todo a las señoras asistentes al acto. Hubo
desmayos y caos. Únzaga continuó:
“… yo traía para ustedes un programa de paz y de justicia, un
programa de redención y de libertad; yo traía en mis manos el ideal
de Falange Socialista Boliviana que quiere vivir en Bolivia, bajo el
reinado de la libertad y el orden cristiano, de la dignidad de las
personas, del trabajo que ennoblece…”
Los atacantes llevaban bolsas de piedras lo que revelaba un plan
meditado. Los impactos provocaban bajas, había mucha gente con
el rostro ensangrentado, pero los falangistas se enfrentaban a los
atacantes. Oscar apostrofó a los esbirros:
“… el gobierno nos tiene miedo, tiene miedo a la voluntad del pueblo
y por eso cobardemente, en este momento ataca la manifestación
de los hombres libres…”
El combate se generalizó y los milicianos también empezaron a
recibir golpes de puño y patadas. Oscar siguió hablando en medio
del escenario de la violencia:
“Hemos dicho que nosotros estamos sin odio y sin miedo, somos
hombres de paz, queremos la paz, la unión de la familia boliviana;
pero también somos hombres de guerra para defender nuestros
derechos, para decir al gobierno que preferimos morir a volver a
llenar las cárceles…”
Entonces empezaron las detonaciones de las armas de fuego, ante
las que la multitud nada podía hacer y los asistentes buscaron
refugio en total desorden. Los ayudantes de Únzaga lo sacaron del
lugar, pero allí permaneció todavía Elías Belmonte, quien al
distinguir a su hijo con el rostro bañado en sangre dijo las últimas
palabras del acto:
“Nos obligan a recorrer el angosto pasillo de los cordeles en el
cuello…”
Pero aún se quedaron los falangistas luchando a golpes con el
lumpen que debía ganarse el resto de la vil paga, contando con la
cobertura de los milicianos que disparaban a matar.
Fue una batalla que duró unas dos horas. Recibí una
pedrada en la cabeza que me dejó inconsciente y fue
uno de los hermanos Salinas que me socorrió
llevándome a la casa de las mellizas Palmer en la calle
Comercio frente al cine Roxy. Un camarada, estudiante
de Medicina, me cosió la herida y retorné al combate…”
(HUGO ALBORTA)
“Trasladábamos a nuestros heridos al taller del
sastrecillo valiente y con hilo de coser eran costuradas
las cabezas rotas…” (JAIME TAPIA ALIPAZ)
“Ante las balas las señoras quedamos en la sastrería y
alguien llamó a los consulados para que vengan a
sacarnos. Yo quedé afuera con mi esposo y los Camisas
Blancas y comenzó la persecución. Subimos corriendo
por la Pichincha mi esposo, mi padre y yo. Caí de
rodillas y Gustavo se agachó para ayudarme y ese
movimiento le permitió esquivar una bala. Un señor nos
empujó al interior de su automóvil. Mi padre se fue por
otro rumbo. Este señor gritaba “¡maten a los
falangistas!”. Unos perseguidores se le acercaron para
preguntarle si había visto a Stumpf y él les dijo que lo
vio escapar por la Ingavi. El señor nos llevó hasta una
casa en la avenida Busch, donde nos refugió…”
(MERCEDES RAMOS DE STUMPF)
El fuego de los fusiles empezó a hacer impacto. En las gradas de la
calle Pichincha cayó Wilfredo Paniagua, cuyo cuerpo sin vida fue
recogido por la Asistencia Pública. Llevaba una camisa blanca
ensangrentada. Con cinismo notable, el gobierno propaló esa noche
la versión de que Paniagua era un “compañero del MNR” y dispuso
el robo de sus restos para darle “cristiana” sepultura en un acto
organizado por el oficialismo.
“Recuperamos su cadáver y lo llevamos a la clínica San
Luís para impedir que lo rapten, pero al día siguiente
nos despistaron y el cadáver pasó a manos de San
Román y los movimientistas cometieron la infamia de
enterrarlo como si fuera “su mártir”, en un acto de
sacrilegio imperdonable. (WILLY LORÍA)
Paniagua era un amistoso joven, joyero de oficio, domiciliado en la
calle Santa Cruz 378. Sus vecinos declararon que gente del
comando del MNR ingresó esa noche al cuarto en el que vivía, para
hacer desaparecer todo indicio de que era falangista y colocaron
banderas del MNR y una fotografía del Presidente Víctor Paz
Estenssoro. Afirmaron también que él fue siempre un seguidor de
Únzaga de la Vega, como lo era la mayoría de los jóvenes de ese
tiempo. Ello fue corroborado por parientes de Paniagua que llegaron
de provincia.
“Nunca pude olvidar lo sucedido aquel día, cuando
apenas había llegado yo a los 18 años. Mi hermano
estaba herido en la clavícula a causa de una pedrada.
Antes de la arremetida final, los milicianos exigieron que
mujeres y niños se vayan del lugar. A los heridos los
embarcaron en ambulancias y algunos camaradas que
ayudaban a los heridos aprovechaban para escapar en
las ambulancias. Acorralados, no sabíamos por dónde
escapar, algunos subieron a un techo por unas escaleras
y yo hice lo mismo, cuando apareció Evelyn Ríos,
hermana de Mario Ríos quien era mi compañero de curso
en el San Calixto. Evelyn tenía a unos seis muchachos
ocultos en el depósito del entretecho. Recuerdo que nos
sentamos a charlar en su sala. A la mañana siguiente me
comuniqué con mi familia para avisarles que mi hermano
Javier estaba a salvo en una clínica, mientras que yo
estaba bien pero no les dije dónde. Para salir, me
prestaron una chaqueta para ocultar mi camisa, porque
nadie podía salir con camisa blanca. (WILLY LORÍA)
Al día siguiente, Oscar Únzaga y Mario Gutiérrez hicieron una
declaración pública responsabilizando al gobierno por los luctuosos
sucesos:
“Si bien fracasó el MNR en su intentona por disolver nuestra
concentración, ha dejado, sin embargo, un saldo trágico de 40
heridos, un estudiante muerto, Willy Paniagua Blanco, a
consecuencia de un disparo hecho por Rolando Requena [29] y tres
desaparecidos, Carlos Portugal, gravemente herido y que fuera
sacado de la Asistencia Pública por la gente de la Sección Segunda,
Freddy Cortez y Carlos Maldonado, todos falangistas.

Exigían la destitución de Federico Fortún Sanjinés y Claudio San


Román como condición para concurrir a las elecciones. Mario
Gutiérrez envió una carta al candidato del MNR y Vicepresidente de
la República, Hernán Siles Zuazo, en uno de cuyos acápites
expresaba:
“Si usted quisiera, como con tanta solemnidad lo ha dicho y como
nos atrevemos a suponer que sea su íntimo deseo, presidir
elecciones limpias, cuan bien hubiera impresionado si a la promesa,
si a la palabra hubiese seguido el hecho de pedir el cambio del
Ministro de Gobierno y del Jefe del Control Político, autores directos
de la barbarie represiva de estos cuatro años luctuosos para el
hogar boliviano. No es tarde todavía. La historia y su pueblo aún lo
están aguardando”.
Pero el Dr. Siles poco podía hacer al respecto, enfrascado en su
candidatura y sin ánimo de polemizar con el gobierno que
promocionaba su aspiración presidencial, mientras su compañero de
fórmula, Ñuflo Chávez Ortíz, que había sido el primer Ministro de
Asuntos Campesinos del MNR, aunque era camba y no sabía decir
ni janiwua ni waliki, incorporó la masa campesina al proceso
electoral, haciendo imposible que ninguna otra fuerza política se
atreva a intentar sumar prosélitos más allá de las ciudades.
Basado en la convicción de que “Dios proveerá”, Únzaga encaró el
desafío electoral sin más recursos que su fe y el apoyo que concitó
en la ciudadanía. Su antiguo ayudante en Río de Janeiro, Jaime
Gutiérrez, se presentó ante su jefe, quien le dio facultades para
apoyar en Cochabamba a Hugo del Granado, responsable de la
campaña falangista en ese distrito, mientras en La Paz asumía ese
rol Walter Alpire y Carlos Terceros Banzer en Santa Cruz. Entre los
muchísimos ciudadanos que se acercaron a Únzaga para ofrecerse
para trabajar voluntariamente por la fórmula falangista estaba
Cristina Jiménez de Serrano, la prima a quien no veía desde hacía
tres años. A partir de entonces ella realizaría actividades secretas
por encargo directo de Oscar, llevaría cartas, escondería gente y
haría proselitismo.
Oscar volvió a su ciudad natal, Cochabamba, después de varios
años y el recibimiento que le brindaron fue extraordinario. 20.000
personas de una población menor a 100.000 se volcaron a las calles
y se concentraron en la Plaza Colón para aclamar su candidatura y
mantuvieron maratónicas reuniones para la fase final de la
campaña. Pero horas después, la sede de la secretaría regional de
FSB fue volada por una carga de dinamita y la Policía allanó el local
incautando toda la documentación existente.
Únzaga y Gutiérrez pasaron a Santa Cruz, donde el gobierno desató
una ola de amedrentamiento, creando una situación de pánico para
evitar la repetición de las grandes manifestaciones registradas en La
Paz y Cochabamba. Pero igualmente la población se volcó a la
Plaza 24 de Septiembre para escuchar a los candidatos falangistas.
El banquete de honor que les prepararon fue suspendido al
detectarse que una gavilla armada a órdenes del dirigente
movimientista Luis Sandóval Morón asaltaría el lugar. La campaña
hacia el norte fue exitosa pese a los incidentes y al sur se desarrolló
con mucha fuerza gracias a las bases del Dr. Mario R. Gutiérrez.
En Sucre, la población tenía fresca la intervención del gobierno en la
Universidad de San Francisco Xavier, de manera que sus
autoridades, la dirigencia cívica y el vecindario prepararon una
recepción inédita, que incluía la iza de la bandera nacional en las
casas de la ciudad para recibir al líder falangista. El alcalde
movimientista notificó al vecindario la prohibición del uso de la
bandera en actos políticos so pena de multas pecuniarias. Pero el
día del arribo de Únzaga y Gutiérrez, toda la ciudad estaba
embanderada, lo que contrastó vivamente con la llegada del Dr. Paz
Estenssoro el 25 de mayo, cuando ingresó a la ciudad en un
automóvil descapotable y se encontró con todas las ventanas
cerradas mientras se escuchaba una silbatina incesante. Jaime
Ponce Caballero desarrolló una campaña intensa y el entonces
joven candidato a una diputación, Gastón Moreira Ostria, se probó
en Padilla y Monteagudo junto a Leoncio Zeballos y Carlos Hamell,
en tanto Gonzalo Romero se desplazaba por Nor y Sud Cinti.
Los falangistas creyeron que Potosí era un centro mayoritariamente
movimientista, pero decidieron tentar fortuna y grande fue su
sorpresa cuando la ciudadanía potosina salió al encuentro de Oscar
Únzaga, en una enorme manifestación a la cabeza de Luis Eduardo
Parra y el Padre Zárate, para ingresar en victoria a la Villa Imperial
en caravana de motorizados. Aunque hubo un intento para obstruir
su acceso al centro, la multitud espantó a los agresores y el binomio
Únzaga-Gutiérrez fue proclamado con entusiasmo.
Estaba claro que el oficialismo instrumentalizaría el voto campesino.
Realmente, una mayoría de indígenas del altiplano (La Paz, Oruro,
Potosí) y de los valles (Cochabamba, Chuquisaca, Tarija) adoraba a
Paz Estenssoro y sentía gratitud por el MNR, considerándolos sus
redentores. Oscar Únzaga dispuso que se apelara a la conciencia
de los indígenas bolivianos realizando la primera campaña
proselitista de la historia en idioma aimara, lo que escandalizó al
oficialismo.
En esos días se había estrenado la película “El 7 Machos”
interpretada por el comediante mexicano Mario Moreno, Cantinflas.
Agentes del Control Político disfrazados de “camisas blancas”
recorrieron los barrios populares distribuyendo una caricatura en la
que aparecía el rostro de Únzaga sobre la cara del “7 Machos” con
una leyenda que decía “Viva el 7 Machos. Vendemos 1 millón de
indios a cambio de 1 millón de dólares para la inversión en el país”.
Era la guerra sucia. Con todo en contra, la campaña de FSB fue casi
una hazaña, como lo rememoró Jaime Tapia Alípaz en una
entrevista con el autor de este libro.
“Lo hicimos con gran sacrificio. La mayoría de nosotros no tenía
dinero, las familias vivían endeudadas. En mi caso, mi padre tenía
que sostener a cuatro hogares porque los jefes de esas familias
estaban perseguidos. Salimos y comenzamos a buscar recursos.
Encontramos alguna gente que fue perjudicada por el MNR y que
deseaba mostrar su protesta con la presencia de la Falange.
Comenzamos a recaudar dinero entre gente amiga que también le
daba dinero al MNR. Me acuerdo de que nos ayudaron los dueños
de La Papelera. Yo tuve una gran discusión con Marcial Tamayo que
era del MNR y discutimos por las papeletas. Mientras a nosotros nos
daban cantidades insignificantes de papeletas azules, ellos
disponían de millones de rosadas. Recuerdo que mandé un camión
con papeletas custodiadas por dos camaradas a Cochabamba y los
interceptaron quemándolas. Quisimos acercarnos a Mallasa donde
nos recibieron con ametralladoras, igual que en Río Abajo. Las
provincias estaban vetadas para nosotros…”
Pese al mayoritario apoyo de la ciudadanía, la lucha electoral en La
Paz fue heroica y violenta porque en esta ciudad estaba el grueso
del aparato represivo al servicio del gobierno y la campaña se hizo
en medio de abusos de los gobernantes. Se amenazó de muerte a
quien intentase llegar al campo. Las oficinas falangistas fueron
incendiadas y expulsaron a sus delegados. Únzaga reclamó por el
derecho de comprobar la desmesura del empadronamiento de
votantes, pero el silencio oficial fue la respuesta. Los pasajes y
fletes aéreos fueron prohibidos para FSB, de manera que al interior
del país nunca llegaron papeletas azules. La prensa internacional
recogió retazos de la situación imperante en Bolivia. Abundaba la
propaganda oficialista y se impedía la opositora… fue total la falta
de papel azul para imprimir papeletas de votación de FSB… En
poblaciones fronterizas, los falangistas tuvieron que imprimir
papeletas azules en Argentina y Brasil para introducirlas a Bolivia.
15 días antes de las elecciones, Únzaga se vio impedido de
trasladarse al interior por la suspensión de vuelos del LAB acatando
una prohibición del gobierno. La violencia contra la ciudadanía se
desató días antes de la fecha de los comicios. Hordas de
campesinos armados y alcoholizados impidieron el tránsito de
personas en las ciudades, llegando en sus excesos a atacar
vehículos diplomáticos, provocando incidente con embajadas y
varios periodistas extranjeros fueron golpeados.
Abrumados ante la absoluta falta de garantías, Oscar Únzaga y
Mario Gutiérrez determinaron la abstención electoral en un
documento desnudando la farsa electoral, que empero continuó en
el tramo final de la campaña. La violencia y el cohecho
caracterizaron a la jornada electoral del 17 de junio de 1956. FSB
denunció que se votaba en base a libros de inscripción con nombres
supuestos; con mesas electorales en lugares que no existían o que
existiendo no tenían la cantidad de población con la que aparecían
en el padrón. En lugares alejados las urnas estuvieron llenas 48
horas antes de la fecha electoral, en otros poblados los electores
campesinos recibieron un sobre previamente llenado con la papeleta
rosada, dándose el caso de un indígena que quiso conocer el
contenido del sobre por el que iba a sufragar.
¿Para qué compañero? - indagó el comisario
político.
Para saber por quién estoy votando- respondió el
campesino.
No seas cojudo compañero, ¿acaso no sabes que
el voto es secreto…? - repuso el aludido.

Mostrando más respeto, en otros sitios los enviados del partido de


gobierno sólo ayudaron a los campesinos a votar por la papeleta
rosada. En las áreas rurales, la totalidad de los votos sin excepción
fue para los candidatos del MNR. Era la democracia del cero.
Muchos años después, el Dr. Walter Guevara Arze dijo a este
cronista que esa histórica primera jornada con voto universal,
expresó una tendencia lógica: las mayorías nacionales no iban a
votar por quienes los habían hecho gemir hasta antes de la reforma
agraria. Pero aquel voto absoluto no podía ser genuino, ni posible
en una dimensión tan grotesca y uniforme.[30]
Con todo en contra y pese a la abstención, muchos falangistas
salieron a votar ya simplemente como un desahogo, comprobando
que el voto amañado afectó inclusive a sectores urbanos de manera
que algunos candidatos a una diputación y que concurrieron a las
unas con sus familiares, luego se enteraron de que en sus mesas
todos eran rabiosamente movimientistas. “Siempre es posible que tu
mujer o tus hijos tengan posiciones políticas distintas a las tuyas.
Pero que mi voto hubiera sido por el partido que hasta dos meses
antes me tuvo encarcelado y exiliado, eso sí era inadmisible…”,
recordaba Jaime Ponce Caballero. El testimonio de Gastón Moreira
es interesante:
“En Monteagudo sólo había tres mesas y producido el recuento de
votos ganamos en dos de ellas. Pero esa noche nos alertaron de
que venía gente a matarnos. Escapamos hasta una finca y
retornamos al día siguiente con veinte vaqueros, encontrando que la
casa donde vivíamos había sido arrasada. Como sea organizamos
un festejo por la victoria, pero fuimos atacados a balazos. Hubo una
batalla bárbara, matamos a dos y ellos nos mataron uno, yo quede
herido en un brazo. Escapamos hasta un campamento del Punto IV
desde donde huimos en una volqueta hasta Padilla y de allí a Sucre.
Al llegar nos enteramos de que en Monteagudo… habíamos
perdido.”
La jefatura de campaña organizó el seguimiento de los votos hasta
el recuento en mesa, lo que permitió establecer objetivamente que
FSB había ganado en todas las ciudades capitales de
departamentos y en algunas poblaciones provinciales. Pero el
informe definitivo de la Corte Nacional Electoral, cuyos fallos eran
inapelables, dictaminó que el MNR había ganado en todas partes y
abrumadoramente.
NÚMERO TOTAL DE INSCRITO 1.119.047
Partido
Candidatos Votantes Porcentaje
Político
1.- Hernán Siles Zuazo 786.729 82,34%
(MNR)
Ñuflo Chávez Ortiz
2.- Oscar Únzaga de la Vega 130.404 13.65%
(FSB)
Mario Gutiérrez Gutiérrez
3.- Felipe Íñiguez Medrano 12.273 1,28%
Jesús Lara (PCB)
4.- Hugo González 2.329 0.24%
Moscoso (POR)
Fernando Bravo

Votos en blanco 13.014 1.36%


Votos nulos 10.510 1.10%
ABSTENCIÓN 163.698 14.62%
TOTAL, VOTOS EMITIDOS 955.349 [31]

El 82,34% resultaba de la suma que hizo el MNR de los votos


blancos, nulos y las abstenciones. FSB denunció la consumación
del mayor fraude de la historia organizado en vasta escala, con
métodos que no tenían precedentes, pero que serían imitados y
perfeccionados en los próximos 60 años. Negado el escenario
democrático, la lucha se trasladó a las calles.
XXII - SILES ZUAZO

C onsumadas las elecciones, Oscar Únzaga empezó a


aparecer en las calles de La Paz, departiendo con la
gente, recibiendo aplausos, seguido especialmente por
jóvenes que deseaban escuchar lo que decía. No había motivos
para apresarlo y el gobierno saliente tenía prisa por replegarse lo
más pronto posible sin agregar más sangre a su récord, de manera
que el Control Político se limitó al seguimiento de siempre, aunque
ya sin violencia. Por otra parte, contaba el hecho de que Bolivia
había atraído a periodistas europeos y americanos. El país
respiraba nuevos aires, como si la salida del Dr. Paz Estenssoro
cerrara un capítulo intenso, importante, pero al mismo tiempo
asfixiante y malsano.
Una semana después, los falangistas se reunieron alrededor de una
gran fogata en la noche de San Juan. Oscar rememoró pasajes de
la sacrificada campaña de FSB en democracia y dijo que la lucha
contra la tiranía continuaba. Recibió el juramento de Luis Llerena
como comandante de Camisas Blancas.
“Yo era muy joven, tenía 22 años y enterado de que el Mayor Elías
Belmonte aspiraba a esa situación, le pedí a Oscar relevarme. Pero
él me dio la orden de mantenerme a la cabeza de Camisas Blancas,
organización que había asumido dimensión nacional con el
excadete Mallo en Oruro, el camarada Urquidi en Sucre, el
camarada Guardia en Cochabamba y el camarada Mario Serrate en
Santa Cruz…”
El 6 de agosto, Día de la Independencia de Bolivia, dos retratos
gigantescos pintados a color, representando a Víctor Paz
Estenssoro y a Hernán Siles Zuazo, colgaban del frontis del Palacio
Quemado. Ambos personajes observaban el desfile cívico
transmitido al país por Radio Illimani, siguiendo un libreto político
que quedó hecho trizas cuando los universitarios se colocaron
debajo del balcón presidencial y corearon “¡Libertad…! ¡Libertad…!
¡Libertad…!” Los rostros sonrientes del poder quedaron congelados
y durante largos minutos nadie supo qué hacer, hasta que llegó la
orden para que las bandas militares congregadas en la plaza de
armas tocaran al unísono para ahogar la demanda estudiantil.
Los Camisas Blancas aparecieron por la calle México para depositar
una ofrenda floral ante la estatua del Mariscal de Ayacucho en la
Plaza del Estudiante. Enfrentaron la carga de hombres armados del
Control Político, disfrazados con overoles de obreros ante la
posibilidad de que los periodistas extranjeros, alojados en el cercano
Sucre Palace Hotel pudieran ver aquella escena, en la que los
muchachos corrieron a trompadas a los hampones que no se
atrevieron a usar sus Pistam.
Esa tarde, los cinco diputados falangistas que resultaron electos se
negaron a concurrir al acto de transmisión del mando, lo que fue
calificado por el oficialismo como una inequívoca señal subversiva
de Oscar Únzaga. Aunque varios ministros de Paz Estenssoro
permanecieron en el gabinete de Siles[32], la ciudadanía creyó que
este gobierno sería distinto al precedente, terminaría la persecución
y bajaría el nivel de violencia represiva. El nuevo mandatario, que
sinceramente reprobó los métodos de su antecesor, cerró los
campos de concentración, pero no se animó a prescindir de San
Román y Gayán.
Si bien el nuevo mandatario tenía certeza de la herencia que recibía,
aceptó el reto de encarar el difícil momento. La situación económica
era angustiosa para las familias de las ciudades bolivianas que
tenían problemas para alimentar a sus hijos y mandarlos al colegio o
la universidad. Se trataba básicamente de un problema que
afectaba a la clase media, depauperada por una revolución que se
volcó contra ella. El Presidente Hernán Siles Zuazo estaba
dispuesto a solucionar la situación económica general del país, pero
las únicas recetas posibles en estos casos iban a disgustar e
inclusive generar la oposición de su propio partido.
Se constituyó el Comité Cuatripartito, integrado por Universitarios,
Magisterio, Estudiantes y Profesionales, para enfrentar al entente
Gobierno-Campesinos-COB-Milicianos. Este Comité estuvo
presidido por Gonzalo Osorio del Castillo e integrado por la
Federación Universitaria Local representada por Mario Méndez Elías
y Juan José Loría; el Sindicato Único de Maestros representado por
Orlando Roca Ruíz, Manuel Valverde, Gustavo Ávila y Alfredo
Morales; la Federación de Estudiantes de Secundaria representada
por Víctor Téllez Mier, Jaime Araníbar Castro, Félix Hidalgo y
Nataniel Cusicanqui; la Federación de Estudiantes de Institutos
Profesionales, representada por Abdón Calderón Saravia y Pedro
Montesinos. La mayoría de los mencionados eran falangistas.
Aunque en el Magisterio los comunistas ejercían fuerte influencia,
disputándose el liderazgo con falangistas e independientes, en las
universidades la lucha se concentró entre falangistas aliados de los
independientes contra movimientistas aliados a los comunistas.
Pero FSB se convertía en la fuerza estudiantil predominante. Como
una paradoja, el Comité Tripartito podía ser un factor favorable al
Presidente Siles en su inicial orfandad, dadas las difíciles
circunstancias en que llegaba al Palacio Quemado apremiado por la
difícil situación económica nacional y bloqueado por un aparato
político proclive a Paz Estenssoro.
La juventud estudiantil y sus profesores encarnaron el reclamo
frente a la crítica situación del país y los Camisas Blancas tomaron
las calles de La Paz. Se multiplicaron las marchas, los incidentes y
los encontronazos violentos con los agentes del Control Político. En
uno de ellos, el universitario Augusto Crispieri fue asesinado y ello
abrió un complicado proceso legal, alentando nuevas
manifestaciones, brutalidad represiva y descomposición social que
derivó en una huelga general de universitarios y estudiantes. El
manejo de la UMSA estaba en manos del Rector Gastón Araoz,
hombre sin duda meritorio, pero cuya militancia en el MNR lo hizo
cuestionable. Los universitarios exigían su renuncia.
En ese ambiente se realizó la Sexta Conferencia Nacional de
Dirigentes Universitarios, que se realizó en la ciudad de Oruro. El
movimiento universitario se hallaba dividido y a nivel nacional
existían dos confederaciones, en algunas universidades del interior
había dos consejos universitarios y dos federaciones universitarias.
La Sexta Conferencia unificó criterios, el independiente paceño
Mario Reyes y el marxista tarijeño Oscar Zamora zanjaron sus
diferencias, se consolidó una sola Confederación Universitaria
Boliviana (CUB), cuyo Comité Ejecutivo asumió Mario Reyes,
teniendo como delegados a Hugo Grandi (La Paz), Edgar Reyes
(Oruro), Carlos Carvajal (Cochabamba), Teodosio Imaña (Sucre) y
Jorge Alurralde (Potosí), al que después se adscribiría el delegado
por Santa Cruz, Fausto Medrano. Era un comité mayoritariamente
falangista, presidida por un independiente, con una pequeña
presencia comunista. En su primera resolución, de carácter público,
la CUB decidió “sostener e intensificar la huelga general en las
universidades.
Mientras tanto los estudiantes de secundaria exigían la
humanización de la lucha política, el cese de la barbarie y llegaron a
entrevistar al Ministro de Educación, el escritor Fernando Diez de
Medina pidiéndole plantear en el gabinete el cierre del Control
Político. El Comité declaró la huelga indefinida, generándose un
conflicto muy grave que hizo tambalear las estructuras del gobierno
a pocos días de su posición. Aunque el Poder Judicial aceleró la
investigación por la muerte del universitario Crispieri, el gobierno no
quiso desmontar el Control Político y liquidar la Célula de Mujeres
María Barzola, que era el pedido irrenunciable de universitarios y
estudiantes. La huelga continuó adelante.
Si bien el Presidente recibió a los representantes del Comité
Cuatripartito en un ambiente conciliador y los estudiantes
reconocieron “la posición democrática y el civismo” del Dr. Siles
Zuazo, el Ministro cometió el error de hacer declaraciones a la
prensa en tono de superioridad, ofreciendo garantías a los
estudiantes que quieran estudiar, ofreciendo solucionar algunos
problemas de carácter económico que eran parte de los reclamos
estudiantiles, pero amenazando con la clausura del año escolar, si
acaso se mantenían las huelgas, afectando a todo el sistema
educativo.
Diez de Medina se presentó en el domicilio de Oscar Únzaga, una
casa alquilada en la confluencia de la Avenida del Ejército y la calle
Díaz Romero de Miraflores a pocos metros del cerro de Laikakota.
Le dijo al jefe falangista que tenía la representación del gabinete
ministerial para pedirle el cese de la huelga. Unzaga le respondió
que, a su juicio, la solución era sumamente sencilla: el Presidente
Siles debía declarar la cancelación del Departamento de Control y
Seguridad Política y seguramente la huelga terminaría
automáticamente.[33]
Ante la difícil situación, Diez de Medina pidió reunirse con el
Tripartito en “campo neutral”, la Radio Amauta de La Paz,
prometiendo a los huelguistas que el Control Político sería
suprimido… pero no de inmediato “para no dar la impresión de una
capitulación del gobierno”. El Comité rechazó esa promesa al
detectar que el gobierno intentaba una maniobra acercándose a los
comunistas y trotskistas para restar fuerza a la huelga.
La respuesta fue atrevida, no contra el gobierno de Siles, sino contra
el sistema de poder movimientista. Cuatro diputados falangistas,
Bernardino Bilbao Rioja, Jaime Ponce Caballero, Walter Vásquez
Michel y Elías Belmonte, presentaron pliego acusatorio contra el ex
presidente Víctor Paz Estenssoro,[34] solicitando la instauración de
un juicio de responsabilidades por una larga serie de delitos en su
administración que iban desde homicidio voluntario hasta robo de
fondos públicos, presentando amplia prueba documental sobre
casos específicos, como la creación de locales para tortura de
presos políticos, campos de concentración, venta arbitraria de libras
esterlinas que constituían el respaldo monetario del Banco Central
de Bolivia, prevaricato, lesiones graves, malversación de fondos
públicos y una extendida lista de negociados. Es interesante el
testimonio de Reynaldo Paz Pacheco:
“Yo fui secretario de la brigada parlamentaria de FSB, era
prácticamente el que cargaba el maletín del General Bilbao. En la
presentación del juicio de responsabilidades matones se apostaron
en torno al Congreso para sacarnos… tuvimos que escapar y estuve
varios días en la clandestinidad…”
La reacción del oficialismo fue silenciar a la oposición mediante una
agresiva “barra colegisladora” y la movilización de hampones que
impidieron la presencia de los diputados falangistas y vetaron el
ingreso de la prensa extranjera. El juicio político fue rechazado
unánimemente y el Parlamento abrumadoramente oficialista, aprobó
una moción declarando a Paz Estenssoro “libertador económico de
Bolivia”, lo que por lo menos resultaba desatinado, de atenerse a la
herencia que le dejó a Siles Zuazo.
El sábado 22 de septiembre, amas de casa realizaron una
manifestación pacífica denominada “Marcha del Hambre”. Lo que
sucedió a continuación hace ver que no hubo una estrategia
falangista definida ni un mando orgánico regular, de manera que
cada quien podía actuar de acuerdo a cómo se presentasen las
circunstancias. Las acciones fueron reconducidas por gente del
MNR adicta al Dr. Paz.
Unas 30.000 mujeres llevando canastas vacías se concentraron en
las plazas Alonso de Mendoza, Sucre y Uyuni, desde donde
recorrieron en silencio el centro paceño, llegando a la Plaza Murillo,
donde se escucharon discursos protestando por el encarecimiento
del costo de vida y pidiendo a los gobernantes medidas para paliar
la miseria que se abatía sobre el país. Las puertas del Palacio de
Gobierno se mantuvieron abiertas y no hubo mayores incidentes.
Pero al desconcentrarse las mujeres, se produjeron graves
acontecimientos. Masas exaltadas recorrieron la ciudad e
incendiaron la estatal Radio Illimani, en la Avenida Bolívar, así como
las instalaciones del periódico oficialista LA NACIÓN en la calle
México. La marcha se excedió. El médico Hugo Grandi dice que “se
perdió el control de la manifestación y se convirtió en un acto
revolucionario, produciéndose una balacera”. Hugo Alborta reconoce
que estuvo en el asalto e incendio del periódico oficialista. Más
concluyente es el líder de Camisas Blancas, Luis Llerena:
“Asaltamos y quemamos LA NACIÓN, otro grupo se dirigió a Radio
Illimani. Subimos por El Prado y tomamos la Dirección de Tránsito.
Buscamos a Menacho que había sido falangista y se transformó en
nuestro torturador. Un varita me apuntó con un fusil y Fernando
Monroy sacó su 45 y lo hizo retroceder. Entramos a Tránsito,
sacamos unos 15 fusiles que los repartimos entre la muchedumbre.
No había un dirigente de Falange que estuviera conduciendo las
acciones; yo sólo era un líder sin experiencia. Luego decidimos
tomar la Garita de Lima. Pero no teníamos un objetivo claro de lo
que haríamos después. A las 19:00 me enteré de que se había
desatado la represión y los líderes de Falange se estaban asilando,
mientras nosotros seguíamos peleando en las calles. Al final me
asilé en la embajada de Chile y semanas después salí exiliado…”
Ajeno a lo que sucedía, Únzaga y un grupo de allegados cenaba en
un restaurante de Sopocachi, coincidiendo allí la presencia de
miembros del cuerpo diplomático. Entre tanto, otros grupos se
desplazaban por las calles dirigiéndose a la casa de Oscar Únzaga
en Miraflores que arrasaron e incendiaron, lo mismo que otros
domicilios donde en los últimos días el jefe falangista fue visto
sosteniendo reuniones. Un comando del Control Político inició su
búsqueda. Milicianos y barzolas desataron el terror en La Paz
atacando casas particulares, golpeando a sus ocupantes y
practicando detenciones. El domicilio del diputado Elías Belmonte
en la calle Ingavi esquina Montes fue asaltado e incendiado por una
turba que atacó a balazos al fundador de RADEPA, quien logró
escapar y asilarse en una embajada (pudo retornar a Bolivia diez
años más tarde). Mientras tanto en el resto del país mucha gente
fue apresada a pesar de no tener la más mínima idea de lo que
estaba sucediendo.
“Se inició una cacería humana despiadada. En esas
circunstancias me comuniqué con el ayudante de Unzaga
para recibir órdenes y me dijeron que busqué asilo en la
embajada venezolana donde ya estaban varios dirigentes,
incluido Unzaga. Días después llegué a Buenos Aires sin
ningún recurso económico. Felizmente conseguí trabajo
en una clínica, porque yo ya era alumno de séptimo año,
además tenía mi credencial de la CUB y así pude
terminar mis estudios en Argentina”. (HUGO GRANDI)
“Una banda mafiosa cruceña que trajo Ñuflo Chávez me
atacó en la calle, me dieron una paliza dejándome
desmayado en la calle Federico Suazo. Me refugié en la
casa de una amiga de mi madre junto con mi hermano,
para trasladarnos a la embajada argentina y salir luego al
exilio…” (HUGO ALBORTA)
“Esa noche allanaron mi casa. Yo me escondí en la casa
de mi tía María Luisa Pacheco que era pintora y vivía en
la calle México y ahí me quedé 15 días. Todos buscaban
asilo en las embajadas, pero los milicianos se paraban
cerca a las puertas de ingreso. Mi tío Moisés, quien
llevaba la batuta en la familia, era amigo de Alejandro
Hales, embajador chileno en Bolivia. Cuando llegué había
más de 50 asilados y salimos en dos aviones repletos de
exiliados hasta Arica y de ahí a Santiago donde nos
presentamos en la policía. Mi vida cambió
dramáticamente…” (REYNALDO PAZ PACHECO)
“Me alojé en los entretechos de dos casas amigas. Mi tío
Guillermo y mi hermano habían logrado asilarse en la
casa del embajador chileno Hales, en San Jorge. Allí
también me dirigí, me dieron asilo. Dos semanas después
salimos por tierra hasta Arica, y Santiago. Mi tío Guillermo
tenía algo de dinero y buscamos dónde alojarnos.
Tomamos una habitación en una pensión en San Diego,
luego nos fuimos a Riquelme 333, donde una anciana
albergaba a varios asilados bolivianos. Era una pensión
pobre donde el desayuno era agua con leche condensada
y un poco de café. Comenzamos a trabajar…” (WILLY
LORÍA)
Todas las evidencias recogidas entonces demostraron que la
violencia del 22 de septiembre fue “fabricada” por gente del Control
Político. Se demostró por ejemplo que conocidas “barzolas” incitaron
al incendio de LA NACIÓN con el propósito de inculpar a la Falange,
cuya militancia juvenil mordió el anzuelo. Pese a saber la verdad, el
Dr. Paz Estenssoro se reunió con el Presidente Siles, reprochándole
su excesiva tolerancia con los falangistas. “Hernán, esta tu teoría de
mano blanda dará malos resultados”, a lo que Siles replicó: “Si
además del hambre, les doy palos, el país reventará”.[35] Escuchado
lo cual, Paz Estenssoro se marchó a Londres como Embajador en
compañía de la que sería su segunda esposa.
Lo siguiente nos fue referido por Jaime Tapia Alípaz:
“Víctor Paz estaba celoso y preocupado por la posibilidad
de un acuerdo entre Siles y Únzaga, porque ellos
estuvieron presos y exiliados juntos en 1950, teniendo la
oportunidad de conocerse y apreciarse. La Marcha del
Hambre la organizó FSB, pero no con la connotación
violenta que luego adquirió. Prácticamente se nos escapó
de las manos y fue instrumentada por gente de Víctor Paz
que instigó y creó las condiciones psicológicas para el
asalto e incendio. Recuerdo que almorcé en la casa de
Oscar, quien ordenó que no precipitáramos las cosas, si
había cualquier choque con la policía debíamos
dispersarnos. Víctor Paz con su gente hizo conducir la
manifestación hacia el incendio de LA NACIÓN, colocando
a Siles en posición beligerante contra la Falange. Esa
noche allanaron domicilios y capturaron falangistas y ahí se
declaró la guerra del gobierno contra Únzaga, con las
consecuencias fatales que luego se dieron.[36]
Enrique Achá ofrece precisiones:
“Cuando se disolvía la marcha, grupos de hombres y
mujeres empezaron a dar voces incitando a la
muchedumbre para dirigirse a LA NACIÓN y Radio
Illimani… A los pocos momentos se veían en sus
respectivas aceras montones hacinados de papeles y
muebles viejos que ardían ante pequeños grupos de
curiosos. Simultáneamente… ardían también maderas
machihembradas frente a la casa donde Únzaga tenía su
domicilio…”[37]
Se repitió entonces otra constante en la historia. El Presidente de la
República, aislado en una especie de torre de cristal, no podía
entender lo que hacían sus subordinados. Tampoco acababa de
comprender por qué, a pesar de sus buenas intenciones,
aumentaba el número de personas que se expresaban públicamente
contra su gobierno de ocho semanas, que sufría el desgaste de
cuatro años de revolución. La incapacidad de dar soluciones al
empobrecimiento de la ciudadanía generaba oposición. La represión
empezó a dar palos de ciego. El Presidente Siles Zuazo hizo una
declaración de inusual dureza:
“Estos hechos han colmado la pacificación de gobierno. Ahora la
revolución proseguirá su marcha inexorable, dispuesta a aplastar a
sus adversarios sin contemplaciones”.[38]
Ese día, el Dr. Siles Zuazo pareció seguir las huellas de Paz
Estenssoro, aunque sin dejar de sentir cierta repugnancia. El 23 de
septiembre de 1956, los detenidos sumaban centenares, fueron
destruidas las secretarías de FSB, los domicilios de varios dirigentes
falangistas fueron saqueados e incendiados. La Central Obrera
Boliviana declaró un paro general en apoyo al gobierno. San Román
y Menacho recobraron relevancia en el Palacio. Era la real politik en
el Palacio Quemado.
Cristina Jiménez de Serrano, quien había estado ayudando a los
perseguidos y visitando asilados falangistas en diversas embajadas,
fue detenida en Control Político durante una semana por orden de
Claudio San Román, siendo sometida a constante interrogatorio
para que delate el lugar donde su primo Oscar se escondía. La
violencia ejercida contra un centenar de señoras, tratadas como
“peligrosas” presas políticas y las constantes amenazas,
determinaron que toda la familia Serrano-Jiménez se asilara en la
Embajada de Chile para luego salir al Perú. Pudieron volver al país
sólo un año más tarde. Entre tanto, la acción política opositora pasó
enteramente a los núcleos universitarios, docente-estudiantiles y
profesionales, mientras Únzaga se mantenía en la clandestinidad.
Juan José Loría era dirigente universitario. Destacaba por su
preparación y liderazgo. Quienes lo conocieron valoraron su
inteligencia y valentía. Estando recluido en el campo de
concentración de Catavi, fue elegido Secretario de Gobierno de la
Federación Universitaria (FUL) de la UMSA, postergando a
movimientistas luego convertidos en íconos del partido oficialista,
que no pudieron arrebatarle la conducción universitaria pese a
contar con los recursos estatales. J. J. Loría fugó de la prisión para
convertirse en un activo conspirador. En 1956 combinaba las
lecturas de las Encíclicas con el estudio de los filósofos clásicos y
las actividades políticas en el Cuatripartito dentro de los
lineamientos de Oscar Únzaga. Vivía en la calle Alto de la Alianza y
pertenecía a un aguerrido grupo de universitarios de la Zona Norte.
San Román lo odiaba, pero a la vez le temía.
Guido Strauss había nacido en febrero de 1939, era uno entre once
hijos, quedó huérfano de padre a los seis años, se crió en el barrio
de Villa Victoria y perteneció a la organización católica “Niños de
Bolivia” de su barrio infantil. De regular estatura, cabello castaño y
rostro agradable, su fuerte personalidad le permitió el liderazgo del
Colegio “Germán Busch”, como miembro de la Promoción 1956. En
junio de ese año, se puso camisa blanca y se sumó a la columna
que le dio la bienvenida a Oscar Únzaga de la Vega. Alternó una
precoz actividad política que demandaba acción en las calles, sin
dejar de acudir a las aulas, ni descuidar su juvenil romance con
Nancy Vizcarra Ponce, alumna del Colegio Lourdes, dos años
menor que él, que fue su único amor y con quien se casó muchos
años después, cuando ser falangista ya no era un delito que se
pagaba con cárcel. Pero en 1956, Guido Strauss era un activista del
Comité Cuatripartito, consignado en las listas del Control Político
bajo el rótulo de “peligroso” y en esa dimensión estaban también
conceptuados Julio Loayza y Ernesto Araníbar, que formaron la
triada del motor falangista estudiantil.
Hugo Grandi, estudiante del último año de Medicina en la UMSA,
pertenecía a la resistencia universitaria. “Era fuerza contra fuerza
porque el MNR tenía sus grupos de choque donde estaban Rolando
Requena, Mario Guzmán, Escalante y en el otro lado estábamos
nosotros con Juan José Loria, Mario Méndez, Gonzalo Osorio.
También estaban algunos independientes que apoyaban nuestra
causa, como Mario Reyes que era intelectual y dirigió la universidad,
Elmer Mollinedo, Carlos Aramayo y mucha gente valiente”. El Pacto
Cuatripartito funcionó a plenitud y los jóvenes junto a sus profesores
y catedráticos se adueñaron de las calles de La Paz muchas veces
pese a la intensa represión policial.
Hijo único de un teniente evadido de la prisión paraguaya en la
Guerra del Chaco y de una enfermera, Alex Quiroz Helguero nació
el julio de 1931. Ingresó a la Normal de Maestros y se hizo
falangista. Una noche allanaron su vivienda, le encontraron un
documento comprometedor y estuvo tres meses en el Panóptico
donde conoció a Walter Vásquez, Rodolfo Surcou, Amando
Rodríguez y otros. Su madre compró su libertad entregando una
joya al juez. Saliendo de la cárcel hizo actividad política abierta junto
a Franz Córdova, jefe de FSB en el sector de la Estación Central.
Quiroz sería más tarde dirigente del Instituto Normal Superior
durante varios años, con otros personajes como el propio Julio
Loayza que se hizo educador, René Dávila, Jaime Bravo, Ángel
Peñaranda, Martha Cerpa o René Higueras que también hicieron
política al interior del Magisterio en distintas opciones ideológicas,
siendo Falange una de las fuerzas determinantes.
Guillermo Gonzáles Durán, profesor de Filosofía en el Colegio
Alemán y en la UMSA, autor de “El comunismo marxista a la luz de
la ciencia”, tenía un devoto alumno, que era además su sobrino,
Willy Loría. Ambos compartían los avatares de la política, a veces
sumergidos en la clandestinidad y otras en la acción directa a plena
luz del día. Alentaban las actividades del Pacto Tripartito contra el
gobierno movimientista.
Walter Alpire, Jaime Ponce Caballero, el Padre Sagredo, Jaime
Tapia, Guido Strauss, Juan José Loria, Hugo Álvarez Daza, Mario
Méndez, Edgar Millares, Fausto Medrano, Guillermo Rioja Ortega,
Julio Loayza, Jaime Villalba, Luis Ramírez, Jaime Bravo, Oscar
Añez, Carlos Aramayo, Cosme Coca (hijo), Alex Quiroz, Adalid
Larrea, Willy Loría, Guillermo González Durán, David Añez Pedraza,
Juan José Loría, junto a miles de estudiantes y docentes fueron la
principal fuerza opositora de aquel tiempo, con los Camisas Blancas
como su vanguardia. El religioso Luis Sagredo, uno de los hombres
más cercanos a Únzaga, será elegido Secretario de Gobierno de la
FUL de Cochabamba y el falangista Fausto Medrano será Secretario
Ejecutivo de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB).
La lucha política se daría en esos términos: jóvenes de clase media
de colegios fiscales y universidades, contra los sayones del Control
Político, mientras en el oficialismo el Presidente Hernán Siles,
tratando de hacer un buen gobierno pese a la herencia
revolucionaria, pugnaba contra el aparato pazestenssorista.
XXIII - PRIMER SECUESTRO AÉREO DE LA
HISTORIA UNIVERSAL

O scar Únzaga se sumergió otra vez en la clandestinidad y


el órgano represivo del gobierno puso precio a su cabeza.
El control telefónico en La Paz fue riguroso y se tendió
una malla en torno a la ciudad. Los falangistas más relevantes
fueron detenidos, las embajadas estaban vigiladas al igual que los
conventos y parroquias. El exilio fue múltiple y en las cárceles se
hacinaban los presos. Entre tanto, Santa Cruz vivía un momento de
rebeldía y afirmación regional.
Históricamente en los márgenes de la vida nacional, el oriente
boliviano había sido mirado a menos por los gobernantes asentados
en Sucre o La Paz. Cuando Andrés Ibáñez planteó el federalismo en
1877, el Presidente Hilarión Daza envió un regimiento que lo fusiló
junto a sus principales seguidores. Sin recursos mineros, los frutos
de esa tierra prodigiosa aseguraron la subsistencia de sus
pobladores y sólo el boom de la goma les permitió acceder a
elementos de la modernidad. La Sociedad de Estudios Geográficos
e Históricos de Santa Cruz planteó en 1904 el derecho de Santa
Cruz a ser parte de Bolivia mediante su vinculación por ferrocarril.
Pero los gobiernos liberales y republicanos fueron indiferentes y
dieron la misma respuesta al reclamo de los cambas: la artillería. El
caudillo de los cholos, Bautista Saavedra, aniquiló un movimiento
cruceño de protesta, en 1924, enviando otro destacamento militar
comandado por el general alemán Hans Kundt.
Durante la Guerra del Chaco -a la que acudieron los cruceños con
todos sus hombres jóvenes, cuyo mejor representante fue Germán
Busch- la inteligencia del Paraguay intentó fracturar la unidad
nacional provocando un movimiento separatista, que no prosperó.
Bolivia perdió el Chaco, pero conservó la región petrolera del
sudeste. Creada YPFB, de Santa Cruz se extrajo el petróleo que
abasteció al país, aunque sin beneficio regional, aumentando el
desencanto cruceño por la política oficial. En la presidencia de
Germán Busch se dictó la Ley de Regalías Petroleras del 11% en
beneficio de los departamentos productores que gobiernos
sucesivos se negaron a cumplir.
A esa región postergada llegaron las ideas de FSB, que prendieron
en la juventud cruceña. En 1948, el diputado Oscar Únzaga de la
Vega proyectó ante la cruceñidad un proceso de descentralización
que buscase la autonomía regional para llegar, entre tres o cuatro
décadas, al régimen federal constituyendo tres Estados, uno
occidental andino con La Paz, Oruro y Potosí; otro central valluno
conformado por Cochabamba, Tarija, Sucre y el tercero oriental con
Santa Cruz, Beni y Pando. El MNR también se hizo fuerte en Santa
Cruz, alzándose la región en 1949 contra el gobierno de Mamerto
Urriolagoitia, proclamando a Víctor Paz Estenssoro Presidente de
una Junta Revolucionaria, con Edmundo Roca Vicepresidente y el
Gral. Froilán Callejas Comandante del Ejército. Aquello fue parte de
una guerra civil de corta duración en la que se impuso Urriolagoitia.
El 30 de octubre de 1950 fue fundado el Comité Pro Santa Cruz,
bajo la presidencia de Ramón Darío Gutiérrez, con un directorio
integrado por el Padre Carlos Gercke, Hernando García Vespa,
Mario R. Gutiérrez, Agustín Saavedra Suárez, Hernando Sanabria
Fernández y Marcelo Terceros Banzer.[39] El Comité convocó dos
meses después a un primer gran cabildo abierto reclamando por
agua potable, energía eléctrica, abastecimiento de carburantes y
pago de regalías por el petróleo.
En 1952 Santa Cruz se pronunció en favor de la Revolución
Nacional con el Gral. Froilán Callejas. El primer gobierno del MNR
hizo propios los elementos centrales del viejo Plan Bohan y habilitó
la carretera Cochabamba-Santa Cruz, vinculando por fin al oriente,
abriendo el proceso de migración colla. Bolivianos de los valles y el
altiplano se desplazaron al Este camba en busca de una
oportunidad de vida y juntos empezaron a transformar esas tierras
que ofrecieron su potencial dormido, aunque sin recibir mucho a
cambio. Santa Cruz de la Sierra siguió siendo un poblado arenoso,
sin conexión con el resto del país, carente de agua, luz,
alcantarillado o pavimento.
En 1955, con la categórica oposición de Oscar Únzaga, el Código
del Petróleo (Davenport) aprobado por el gobierno de Paz
Estenssoro, permitió la presencia de empresas extranjeras en la
explotación de hidrocarburos, revirtiendo el pago de regalías del
11% que pasaron al gobierno central. Pero el movimiento cívico
cruceño estaba preparado para reclamar por los derechos de esa
región y la Universidad Gabriel René Moreno fue su dínamo
principal. El testimonio del falangista Oscar Añez ofrece una
pincelada del ambiente que se vivía en ese tiempo:
“En la Universidad René Moreno comencé mi vida política a
instancias de Alfonso Otto Kreidler, quien me dio las primeras
orientaciones y me introdujo en la élite falangista de Santa Cruz. Al
intervenir Juan Lechín las universidades, la FUL cruceña estaba en
poder del MNR y el Centro de Estudiantes de Derecho (CED) bajo
control de FSB. Con la Dra. Elffi Álbrecht, una de las líderes del
movimiento cívico cruceño, organizamos la defensa de la autonomía
universitaria en 1953. Estuvimos ocho meses sin pasar clases,
todos los días salíamos a manifestarnos y nos trenzábamos en
peleas con los milicianos del MNR. En 1954 continuamos la lucha
para tumbar a Berty Bascopé en la FUL y en su lugar entró el
falangista paceño Luís Ramírez Mendoza, con quien coordinamos
muy bien las cosas porque él era un hombre tranquilo, mayor que
nosotros. Luego preparamos la elección de Fausto Medrano,
después entré yo en el momento en que era muy fuerte la represión.
Mi hermano David (Añez Pedraza) estaba en los campos de
concentración, mi padre desterrado en Brasil y mi madre atendía los
asuntos de la familia en Riberalta. En 1956 comenzamos a preparar
la defensa del 11%. En plena campaña electoral, Mario Gutiérrez me
llamó a la sede de gobierno, me presentó a Humberto Vásquez
Machicado y un señor Cortés que representaba al Comité Pro Santa
Cruz en La Paz. Ellos preparaban la estrategia para que nosotros la
apliquemos en Santa Cruz junto a Marcelo Terceros, Luís Ramírez y
Roger Mercado. El hombre de consulta era Vásquez Machicado,
Director de la Biblioteca Municipal de La Paz. Todas las reuniones
del 11% las hacíamos en esa ciudad…”
La estrategia incluía manifestaciones públicas y huelgas que el
gobierno decidió erradicar de un plumazo aprovechando los sucesos
del sábado 22 de septiembre de 1956 en La Paz, luego de la
“Marcha del Hambre”.
El 23 de septiembre de 1956, el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortiz,
llegó a Santa Cruz, en víspera del aniversario de la fecha cívica
cruceña. Pero el programa de celebraciones no se iba a realizar
porque estaban en marcha otros actos más bien represivos. Chávez
Ortiz ordenó la captura de varias personas, entre ellas el capitán
Saúl Pinto Landívar, departiendo esa mañana en una kermesse en
la plaza principal. Cuando los agentes del Control Político lo
aprehendieron, diez amigos decidieron acompañarlo. El Teniente de
Carabineros Tito García los recibió, agradeciéndoles por haberles
ahorrado el trabajo de apresarlos en sus casas. Los once jóvenes
fueron recluidos en las celdas de Control Político, aunque no había
ningún cargo contra ellos.
En otra parte de la ciudad, los agentes interceptaron a Carlos
Terceros Banzer. Ignorando lo que sucedía, Mario R. Gutiérrez
había convocado en Santa Cruz a un Congreso Provincial de FSB.
Entre los concurrentes estaba Tito Vaca Antelo:
“Yo tenía entonces 24 años, era dirigente falangista en Portachuelo,
un típico pueblo de Santa Cruz de antaño, sin luz, agua ni camino.
Para llegar a Santa Cruz había que hacerlo a caballo o caminando.
Ese día nos juntamos en un alojamiento que estaba entre las calles
Buenos Aires y Libertad. Fuimos a la Plaza 24 de Septiembre para
hacernos lustrar los calzados. Yo estaba frente a La Pascana
cuando vi que dos personas me señalaban. Uno de ellos se
aproximó caminando:
¿Quién es Tito Vaca?
No lo conocemos.
No me venga con esa… yo sé que es usted.
¿Y pa’ qué me busca?
Esta usté con citación para presentarse en la
Policía.
Ud. no es hombre pa’ llevarme a mí.
No se haga el gallito. Basta que levante la mano y
vendrán seis más. (EN EFECTO, OTROS SEIS
AGENTES ARMADOS APARECIERON)
Era una broma. Vamos a la Policía.

Tito Vaca no le dio mucha importancia y llegó confiado a la Policía,


en la otra esquina de la Plaza. Se sorprendió al ver que ya estaba
allí un grupo de detenidos, entre ellos el Capitán Pinto y Carlos
Terceros. Éste le pidió su credencial de la Falange y la rompió en
pedazos, metiéndolos en los agujeros de la pared de la celda. “El
asunto no parecía muy grave, pero lo era”, recuerda Vaca. En el
curso de las horas siguientes fueron llegando otros detenidos, entre
ellos Alfonso Kreidler, Heberto Castedo, Rómulo Barrón, Mario
Diamond, Luis Quintanilla, Mario Ayala, Marcelo Vaca Diez, Mario
Melgar y otros. Uno a uno, los presos fueron sometidos a
interrogatorios y golpizas de las que se ocupó personalmente un
teniente de apellido García. La violencia física se repitió
reiteradamente. Al anochecer, los familiares se agolpaban en las
puertas policiales inquiriendo por la suerte de los detenidos, tratando
de hacerles llegar cigarrillos y alimentos. Eran ya unos 25 presos
sangrantes y magullados, en una celda de cinco por cinco metros.
El lunes 24 de septiembre, principal fecha histórica de Santa Cruz,
los detenidos ya sumaban 35. Los estudiantes de secundaria, en
pleno desfile llegaron hasta las puertas de la Policía pidiendo la
libertad de los detenidos. Carabineros y agentes civiles armados
salieron a reprimirlos y capturaron a varios que engrosaron el
número de presos, entre ellos Miguel Nieme Hurtado, quien aún no
había cumplido los 15 años, pero igual lo molieron a patadas, lo
mismo que a Rómulo Arana, Hugo Maldonado, Hugo Cronembold.
En un momento de confusión, entre los detenidos entró el Coronel
Andrés Saucedo. Le versión histórica señala que los captores del
Cnl. Saucedo no se apercibieron de que llevaba consigo un revólver
Colt calibre 38.[40] Al anochecer trajeron al Capitán Mario Adett
Zamora, al dirigente universitario Luis Ramírez, a Marcelo del Río,
Humberto Gutiérrez y otros, entre ellos Gabriel Candia y Pablo
Castro Parada[41]. Las detenciones continuaron hasta el martes 25,
cuando unos 50 hombres fueron sacados a un patio, donde
formaron en dos filas. Tito Vaca prosigue su relato:
“Se me aproximó un oficial amigo y me propuso un plan
de fuga. La pared de la prisión estaba semiderruida y no
era alta. El asunto era aprovechar el menor descuido de
los custodios, cuando nos saquen a revista en el patio,
correr hasta la tapia, saltar y ganar la libertad. Le
comuniqué el plan al capitán Saúl Pinto, pero él me
aconsejó prudencia. Creía que habían metido buzos.
‘Cuidado te quieran aplicar la ley de fuga y te disparen por
la espalda… hay otro plan… lo que tenés que hacer es
mantenerte cerca de mí”.
Los detenidos recibieron guasca y se les privó de alimentos y agua.
Al anochecer del martes 25, ante la presión de los familiares que
protestaban formando un gentío, permitieron que llegue comida a
los presos, previamente requisada. En ese contacto con el exterior,
Saúl Pinto recibió una alerta: “¡los van a sacar de Santa Cruz, pero
no se sabe a dónde!” Apenas alumbrados por velas, una banda de
música comenzó a tocar marchas fúnebres, erizando el ambiente.
Los familiares agolpados en los exteriores lloraban. Los presos
empezaron a agitarse nerviosos, todo presagiaba una tragedia. El
Cnl. Saucedo extrajo el revólver Colt 38, pero conscientes de que
los agentes armados de ametralladoras los podían exterminar en
pocos minutos, nadie quiso tener en sus manos aquella arma que
Tito Vaca ató con un pañuelo en una pierna.
“Me dije a mí mismo: si tengo que morir, me llevó por lo menos dos
por delante…”
Pero Saucedo y Pinto ya había distribuido misiones para un plan de
fuga. A las 5 de la mañana del miércoles 26 sacaron a los presos de
la celda maloliente donde estuvieron encerrados y les ordenaron
formar dos filas en el patio.
Éramos 47, entre jóvenes y adultos, la mayoría vestidos con
camisetas y pantalones cortos…”
………………………..
Una de las filas fue conducida a la calle donde los familiares gritan
los nombres de sus hijos, esposos o hermanos… Una mujer joven
logra acercase a uno de los presos para darle un beso y le susurra:
“los llevan a La Paz”. Parte el primer camión donde va Miguel Nieme
y varios estudiantes, entre ellos Rómulo Arana Saldaña, también de
15 años, cuya salud está muy deteriorada por efecto de las palizas
recibidas.
“No sabíamos la suerte que correríamos. En la calle estaban
nuestros familiares que exigían nuestra liberación. Nos llevaron al
aeropuerto de El Trompillo donde nos esperaba un avión…”
Salen quienes integran el segundo grupo y los llamados los
confunden… “¡Hugo…! ¡Humberto…! ¡Felipe…!” Los que tienen
suerte reciben algo de ropa, alguna pequeña valija, inclusive una
estera que llega a las manos de Tito Vaca. Los embarcan en otro
camión en el que llegan también a El Trompillo. Las instrucciones ya
estaban dadas. Clarea el día y se divisa en la pista el cuatrimotor
DC4, con la sigla CP-610 del Lloyd Aéreo Boliviano, bautizado con
el nombre de “Sereno Pedro Paniagua”. Era el segundo de ese tipo
en la flota de la línea aérea boliviana.
A las 6 de la mañana los 47 presos son embarcados en el avión
DC4, que ya tiene los motores encendidos. En comunicación con la
torre de control del Aeropuerto de El Trompillo, el capitán Marcelo
Estenssoro Alborta, piloto del LAB, pide instrucciones para decolar.
En la cabina de mando está el piloto Estenssoro y el copiloto Hugo
Vargas Valenzuela. El segundo copiloto Gerardo Zalles, el asistente
de vuelo Erwin Beckman y la azafata Aida Smith completan la
tripulación. En el primer asiento, junto a la cabina, va el jefe de los
agentes del Control Político, Zoilo Villarroel, llevando consigo una
ametralladora. Los 47 presos se abrochan los cinturones. Casi todos
están en silencio. Sólo, en un asiento en la cola del avión va el
agente Quispe Lazo, hombre de pocas pulgas, armado de una
Pistam. Al medio del avión está el agente Clovis Ortiz, también con
una metralleta. Hay otros dos agentes armados situados de manera
equidistante entre adelante y el medio y entre el medio y atrás.
Todos los milicianos son gente de avería y matones profesionales.
Se escucha la voz inconfundible de Mario Adett Zamora dirigiéndose
al Cnl. Andrés Saucedo:
Camarada, ¿tiene un cigarrillo…?
La respuesta también es en voz alta:
No se puede fumar con el avión sobre la pista. Cuando estemos en
el aire espere por lo menos diez minutos para recién fumar,
camarada.
En ese momento, la nave carretea y despega poniendo rumbo al
oeste. El capitán Estenssoro agradece a la torre de control. El
tiempo de vuelo será de dos horas aproximadamente. En el
Aeropuerto de PANAGRA, en El Alto, aguarda un contingente de
Control Político, se dice que para trasladar a los presos a Curahuara
de Carangas, cuya reapertura habría sido autorizada por el
gobierno.[42]
El avión ha tomado altura. La azafata Aida Smith se dispone a servir
café en unos pequeños vasos de baquelita. Saúl Pinto le pregunta
“quién es el piloto de la nave”. La respuesta lo deja satisfecho. El
Hueso Estenssoro es un antiguo amigo suyo.
Ensayando una sonrisa y en actitud de humildad, el capitán Mario
Adett Zamora se acerca dónde está sentado el agente Quispe Lazo.
¿Me puedo sentar con usted agente?
Siga nomás…
A las 6:30, el avión está ya a la altura debida y enfila hacia
occidente. Mario Adett vuelve a preguntar a Saucedo en voz alta:
¿Me invita camarada un cigarro?
La respuesta es clara y firme:
Ahora sí camarada.
El Cnl. Saucedo se levanta, recibe el revólver Colt 38 que le entrega
Tito Vaca y acercándose al agente Zoilo Villarroel le pone el caño en
la sien.
Si intentás algo, te morís.
Tito Vaca se acerca y arrebata a Villarroel la ametralladora que lleva
en las manos. Simultáneamente, atrás, el Cap. Adett Zamora se
lanza sobre el agente Quispe Lazo, pero este, mostrándose firme,
se resiste, intenta rastrillar su arma, los dos hombres forcejean... En
la parte del medio Randolfo Llado ha tomado del cuello al agente
Clovis Ortíz, reduciéndolo y desarmándolo con la ayuda de Alfonso
Kreidler. Pero atrás Quispe y Adett aún luchan. Los demás presos
que se percatan de la situación se levantan, gritan presas de la
tensión. Atacan a los agentes intermedios, mientras Adett sigue
luchando con Quispe, que finalmente es reducido con la
participación de Rómulo Barros Parada y Heberto Castedo.
Los agentes del Control Político están a merced de quienes fueron
sus víctimas. Algunos de ellos se abrazan en señal de victoria. Otros
quieren cobrar venganza, especialmente los que fueron flagelados
por sus custodios que, demudados, han trocado su arrogancia en
sumisión. Tan grande es el rencor que alguien propone “tirar a estos
malditos al vacío”, pero Saúl Pinto los detiene:
Alto camaradas, tenemos que demostrar que no somos como
ellos…
El avión continúa su itinerario rumbo a La Paz. La gente intenta
violentar la puerta de acceso a la cabina de mando. El Cnl. Saucedo
pide orden y el Cap. Pinto consulta lo que tendría que hacerse a
continuación. La mayoría está de acuerdo en salir del país. Unos
quieren ir a Chile, pero se tiene que cruzar por el altiplano
exponiéndose a que el gobierno movilice los cazas T-33. Hay
consenso sobre la conveniencia de tomar rumbo a la Argentina. Aún
queda la tarea de convencer al piloto del LAB, autorizando al capitán
Pinto a parlamentar con su colega Estenssoro. La cabina de mando
franquea el paso al capitán Pinto. Se produce un diálogo rápido y
nervioso.
Estás loco Saúl. Yo no puedo llevarlos a la Argentina…
Pero escúchame Hueso, nos hemos ganado la libertad. La gente
allá afuera está dispuesta a todo…
¿Acaso no te das cuenta de que nos pueden derribar por invadir el
espacio aéreo argentino?
No nos importa nada. Si no querés ayudarnos, yo pilotaré la nave…
Pero Saúl, tu no conoces este avión. Nos vamos a matar todos. En
el mejor de los casos, si conseguimos llegar a la Argentina yo
tampoco podré volver a Bolivia y tendré que asilarme con ustedes.
¿Qué va a ser de mi familia, de mi trabajo…?
….

Ante la tardanza el Cnl. Saucedo y el Cap. Adett Zamora ingresan a


la cabina violentamente … por la radio se pregunta qué está
sucediendo…
CP-610 reporte su situación… ¿Me escucha CP-610? ¿Qué está
pasando allí?… Cambio.
En la cabina hay empujones… el copiloto Vargas reacciona y alarga
la mano para extraer una pistola… Estenssoro intenta ponerse de
pie pero siente en su costado el caño de una ametralladora…
víctima del nerviosismo suelta la palanca de mando… ¡el avión se
precipita en picada al vació…! los pasajeros pierden el equilibrio,
ruedan por el piso, la azafata da gritos… la tragedia es inminente…
Reponiéndose, el Cap. Saúl Pinto jala del brazo al piloto Estenssoro,
ocupa su lugar, toma la palanca y estabiliza el aparato a menos de
dos mil metros de tierra, para luego maniobrar y retomar altura.
Heberto Castedo tranquiliza a la azafata y el Cnl. Saucedo impone
el orden. Todos vuelven a sus asientos. Los agentes, abatidos, van
en completo silencio en la parte de atrás. Nadie los hostiliza. El Cap.
Pinto conduce el avión, Mario Diamond ha tomado el lugar del
copiloto. Todos se ponen de pie y entonan el Himno Nacional. Pinto
accede a la sugerencia para que Estenssoro supervise
técnicamente el vuelo.
A lo lejos se divisa un avión (ES UNA NAVE MILITAR QUE LLEVA
PRESOS POLÍTICOS DE CAMIRI A SANTA CRUZ). Por prudencia
elevan el DC-4 y continúan vuelo hacia el sur. Pinto no responde a
los persistentes llamados de radio desde El Alto y Cochabamba.
A las 7:30, el vuelo del avión del LAB ha traspuesto la frontera
argentina.
Aquí torre de control de El Alto. Responda CP-610. Cambio.
Aquí CP-610. La nave está bajo control de Falange Socialista
Boliviana. Cambio y afuera.
“Estamos cerca a Tartagal. Hay que pedir permiso para aterrizar
allí”, sugiere Estenssoro.
Atención torre de control de Tartagal. Aquí CP-610 del Lloyd Aéreo
Boliviano en vuelo de emergencia, solicitamos permiso para
descender. Repito: nave boliviana en emergencia solicita permiso
para descender. Necesito un comprendido. Cambio.
Aquí torre Tartagal. Comprendido. ¿Qué tipo de nave está en vuelo?
Cambio.
Gracias Tartagal. Estoy al mando de un DC4, cuatrimotor. Necesito
instrucciones para descenso. Cambio.
Negativo CP-610. El aparato es demasiado grande para esta pista.
Sugerimos dirigirse a Salta. Repito: Deben dirigirse a Salta. Cambio.
Comprendido Tartagal. Nos dirigimos a Salta. Cambio y afuera.
Faltando pocos minutos para las 8:00, se distingue la pista de
cemento del aeropuerto argentino. La torre de control da
instrucciones para el aterrizaje del DC4 del Lloyd Aéreo Boliviano.
Carlos Terceros Banzer mira por la ventanilla el cartel con la leyenda
“Aeropuerto Internacional “El Aibal” Salta - República Argentina”. En
el mástil de la torre flamea la bandera celeste y blanco.
Se apagan los motores. Una fracción del Regimiento 5º de Artillería
rodea al aparato. Por un altavoz piden la presencia del capitán de la
nave. Bajan el Cap. Saúl Pinto y el Cap. Marcelo Estenssoro. Pinto
informa rápidamente sobre lo sucedido. Las autoridades se
comunican con el Gobierno Federal en Buenos Aires para informar
sobre el extraordinario suceso.
Todavía a bordo, los liberados y sus captores observan que se abre
la puerta del avión para el ingreso de la primera comida caliente que
probarán después de muchos días. “Lloramos por la emoción”,
recuerda Miguel Nieme. Los protagonistas de la audaz operación en
el aire ignoran que la noticia se ha esparcido.
47 liberados, 3 tripulantes y 5 agentes van descendiendo de la nave.
El Comandante de la Guarnición de Salta, Gral. Saravia, les da la
bienvenida. Más allá, en el límite enmallado, la población salteña
aclama a los bolivianos. Las escenas son conmovedoras. Los recién
llegados llevan en los rostros las huellas del sufrimiento físico. Están
agotados, con los rostros flacos y la barba sin rasurar. Algunas
mujeres lloran al ver a Miguel Nieme, un colegial de 15 años, que
ayuda a otro de la misma edad, Rómulo Arana, herido, caminando
con dificultad. Dos médicos esperan en la terminal para los primeros
auxilios.
Periodistas recogen la historia y buscan la forma de conversar con
los recién llegados. Aunque reciben el status de refugiados políticos,
resulta imposible impedir que se filtren detalles del suceso. La
gendarmería argentina ha encontrado entre los documentos de los
agentes, los supuestos prontuarios de los liberados. Figuraban
como asesinos y ladrones de ganado, siendo en realidad
estudiantes, comerciantes, agricultores, dos pilotos, un militar y un
policía, aunque todos se dicen camaradas y hablan con orgullo de
su líder, Oscar Únzaga de la Vega. Se han salvado de ser
encerrados en un campo de concentración. Pero alguien en Bolivia
se siente también aliviado; es el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortiz,
a quien el DC3 del LAB debía trasladar a La Paz esa mañana y a
última hora desistió evitando, sin saberlo, una complicada crisis
internacional.
Al medio día, toda Bolivia conoce la noticia por una transmisión de
Radio Belgrano de Buenos Aires, que a su vez retransmite la BBC
de Londres. En Santa Cruz, Elda Castedo de Pinto, hermana de
Heberto Castedo Lladó y recién casada con Saúl Pinto Landívar,
recuerda que esa mañana preparó el desayuno para su marido y fue
al aeropuerto a despedirlo, aunque sea de lejos.
“Luego fue el griterío en la plaza, donde decían que Saúl Pinto tomó
el avión y se fueron a Salta. Las familias salimos en manifestación.
Saúl se graduó como piloto, fue el más joven de su curso, trabajó en
el Lloyd y la persecución política malogró su carrera.... [43]
La crónica que publicó al día siguiente EL TRIBUNO de Salta se
reprodujo en LA NACIÓN de Buenos Aires y de allí se propagó en
diarios de todo el mundo, revelando que la publicitada revolución
boliviana había derivado en una casi dictadura de partido único que
el Dr. Víctor Paz Estenssoro había heredado al Presidente Hernán
Siles Zuazo.
45 días se quedaron los liberados en Salta, convertidos en estrellas
a quienes todos querían festejar. La tripulación del DC4 del LAB
retornó a La Paz, llevando a los cinco agentes del Control Político.
Más allá del susto, nadie salió lastimado.
Al existir una disposición internacional prohibiendo la permanencia
de refugiados políticos en lugares cercanos a la frontera, los 47
liberados fueron trasladados a Buenos Aires, cuya colectividad les
ofreció otro magnífico recibimiento. El gobierno del Presidente
argentino, Gral. Pedro Eugenio Aramburu, dispuso que se les brinde
asistencia humanitaria, habilitando un alojamiento gratuito en
instalaciones cercanas al Aeropuerto de Ezeiza, con desayuno y
almuerzo gratuito.
Históricamente, el suceso registrado sobre los cielos de Bolivia y
Argentina el 26 de septiembre de 1956, constituyó el primer
secuestro aéreo con fines políticos de la historia universal. Pero fue
una acción limpia, de legítima defensa de un grupo de valientes
contra la injusticia y la arbitrariedad. Cobró fama internacional por el
coraje de sus protagonistas, llamando poderosamente la atención
sobre la situación que se vivía en esta parte de América.
No existe ningún antecedente de secuestro aéreo de connotación
política sino hasta ese 26 de septiembre de 1956 en Bolivia. Dos
años después, el 1º de noviembre de 1958, cuando la guerrilla
cubana avanzaba ya por la Sierra Maestra, Fidel Castro ordenó el
secuestro de un avión Viscount que cubría la ruta Miami-Varadero.
Cuatro hombres armados con pistolas y granadas se desnudaron
ante los alarmados pasajeros para ponerse uniformes con el
emblema M-26 e intentaron desviar el aparato, el piloto se resistió,
dispararon sobre él, la nave se desestabilizó precipitándose a tierra.
Murieron tripulantes, secuestradores y 17 pasajeros, entre ellos 4
niños, salvándose de milagro una adolescente. Pese al desastre,
dos meses después Fidel y el Che ingresaron triunfalmente en La
Habana. La única sobreviviente del fracasado secuestro, Omara
González, entonces de 16 años, relató el incidente medio siglo
después, recordando que estando interna en un hospital, después
de esa traumática experiencia, recibió una llamaba de Castro,
intentando justificar la acción en nombre de la revolución.
Mira, el sabotaje es así, te tocó a ti y te tocó. Yo estoy ahora con
una bomba en un cine y mi mamá llega y está ahí, pues le tocó a
ella…
Lo sucedido en Bolivia fue un récord para el Guiness. En años
posteriores, el desvío de aviones a Cuba fue uno de los deportes
predilectos del terrorismo y el atentado del 11 de septiembre de
2001 contra las torres gemelas de Nueva York fue el acto más
impactante de esta práctica, aunque éste resulto repulsivo e
inhumano. Por el contrario, la acción de los falangistas bolivianos,
en 1956, tuvo una causa libertaria genuina y decente, no dejó
muertos, heridos ni daños materiales y si tan sólo traumas en el
gobierno al revelarse los alcances del sistema opresivo que
continuaba vigente en el país.
Aunque el Presidente Siles había cerrado los campos de
concentración, no desactivó al tenebroso Control Político, que en la
última semana de septiembre de 1956 peinaba la ciudad de La Paz
en busca de Oscar Únzaga, de nuevo en la clandestinidad. Se
ofrecía una gruesa suma de dinero a quien delate su presencia y
ello creó situaciones difíciles a personas inocentes que sufrieron
allanamientos porque alguien creyó haber visto al jefe falangista en
el vecindario, o simplemente para satisfacer las ansias de venganza.
El miércoles 26, Claudio San Román recibió un radiograma desde
territorio argentino:
“Gracias por el avión. Saludos de los 47”.
Es posible suponer que el sarcasmo excitó la ira del verdugo,
urgiendo a sus inmediatos para que le traigan la cabeza de Únzaga,
quien estaba refugiado en el sótano de la casa del doctor Joaquín
Saucedo en la calle Batallón Colorados, junto a sus ayudantes
César Rojas, René Gallardo y Raúl Rodríguez y los diputados Jaime
Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel. Los hombres del Control
Político extremaron recursos, repartieron dinero, recogieron datos
de gente al servicio de inteligencia del Ejército y la Policía hallando
la pista. Allanaron la residencia del Dr. Saucedo, iniciando la requisa
en los pisos altos, lo que dio lugar a que Únzaga y sus
acompañantes ganaran la calle pistola en mano, llegando hasta la
cercana Embajada de Venezuela, donde pidieron asilo diplomático
que les fue concedido de inmediato. Allí se enteraron de la fuga de
los 47 falangistas en el avión DC4 del LAB. Aquello fue tonificante
en medio de la persecución y recomenzaron la lucha con mayor
brío.
Arreció la persecución y San Román ordenó centenares de
allanamientos en medio de violencia y delaciones. Los asilados en
las embajadas se multiplicaron, pero el nuevo Presidente de Brasil,
Juscelino Kubitschek, adversario de Carlos Lacerda -amigo éste de
Únzaga- en un juego de intereses geopolíticos, prefirió acercarse al
gobierno boliviano, lo que derivó en la negativa para dar asilo
diplomático a los dirigentes falangistas, lo que fue denunciado
internacionalmente por FSB. Como efecto inmediato, Argentina se
abrió a los perseguidos bolivianos, enviando varios aviones para
sacarlos del país. En uno de esos vuelos salió Únzaga rumbo a
Buenos Aires, en la primera semana de octubre. Ponce y Vásquez,
que tenían inmunidad volvieron al Parlamento
Escarmentada Santa Cruz, con centenares de sus hijos exiliados y
otros tantos presos, Mario R. Gutiérrez se sumergió en la
clandestinidad. La violencia se concentró en Cochabamba donde
hubo allanamientos en masa. Entre los detenidos estaban Antonio
Anze Jiménez, Héctor Peredo, Adalberto Violand, algunos dirigentes
medios de FSB y el resto simplemente militantes. Jaime Gutiérrez
Terceros, recuerda esos días:
“En Cochabamba nos tomaron presos a decenas de falangistas,
trasladados inicialmente a La Paz y días más tarde exiliados al
Paraguay, donde la gente nos veía como bichos raros porque
llevábamos ropa gruesa y aspecto de pordioseros. Yo vestía una
chompa, sin camisa, porque me sacaron de mi cama y muchos
estaban en pijama. Sumamos 116 exiliados, ninguno tenía dinero y
vivimos en absoluta pobreza. La Iglesia Católica nos apoyó a través
del Obispo de Asunción. Un señor ofreció trabajo para uno solo de
nosotros y sin saber de qué se trataba me ofrecí. Este señor
administraba la Casa Argentina y me convertí en garzón. Otro señor,
que era radioaficionado, tuvo la amabilidad de hacer llegar noticias
mías a mi madre para tranquilizarla. Ese trabajo me permitió vivir un
mes y medio en una pensión. Luego conseguí trabajo en una flota
naviera paraguaya, reuniendo dinero para ingresar a la Argentina en
compañía de Anze Jiménez, con las dificultades de regularizar
nuestra presencia ante las autoridades. En Buenos Aires fuimos
recibidos con alborozo por Oscar, amigos hospedaron a Anze
mientras yo fui a dar al alojamiento que el gobierno argentino
habilitó en Ezeiza para los 47 bolivianos que desviaron el célebre
avión. Luego me trasladé al centro, donde trabajé en varios
menesteres, sin dejar de hacer política con Únzaga…”.
En noviembre de 1956, mientras Únzaga de la Vega reorganizaba
su partido en Buenos Aires, los diputados falangistas Jaime Ponce y
Walter Vásquez, perseguidos por agentes del Control Político por las
calles de Sopocachi, tuvieron que trepar los muros de la Embajada
del Brasil, en la Avenida Arce y pedir asilo que no pudo ser
rechazado por esa legación. El Parlamento planteó el desafuero de
ambos a tiempo de aprobar el estado de sitio y otorgar poderes
extraordinarios al Presidente Siles para encarar el proceso de
estabilidad monetaria.
En esos mismos días, a miles de kilómetros, desde un puerto de la
costa veracruzana, en México, zarpaba una pequeña embarcación
de nombre “Granma”, llevando 82 aspirantes a guerrilleros, entre los
que estaban Fidel Castro, su hermano Raúl, Camilo Cienfuegos y el
argentino Ernesto Guevara ya convertido en el Che. Su destino era
Cuba. Ignorando aquella coincidencia, el falangista cruceño Luis
Mayser Ardaya hizo llegar a Oscar Únzaga un meditado plan
guerrillero, que teniendo como epicentro al norte de la provincia
Velasco, frontera con el Brasil, en las zonas del Alto y Bajo Paraguá,
se extendería a otras regiones del oriente y occidente del territorio
boliviano. Mayser sólo pedía la autorización para que el movimiento
armado lleve el membrete de FSB. “Tanto el financiamiento como la
provisión de armas, la gente, su mantención y la conducción de las
guerrillas serán de exclusiva responsabilidad de mi persona”.[44] El
exilio impedía de momento un proyecto de tal envergadura pues la
prioridad de los falangistas era tratar de subsistir en el exilio.
Los desterrados bolivianos en la capital argentina mantenían la
organización que había dejado el poeta beniano Ambrosio García,
quien residía esta vez en Santiago de Chile, donde tomó a su cargo
la suerte de los expatriados. Hubo una especie de diáspora
falangista provocada por la represión. Vivía en Brasil Jerjes Vaca
Diez y allí se refugiaban por temporadas Mario R. Gutiérrez, Luis
Mayser, Enrique Achá y otros. Gonzalo Romero estaba en la
Argentina. Carlos Kellemberger pasó de Perú a Cuba. Dick Oblitas a
Chile. Anze Jiménez y Jaime Gutiérrez al Paraguay. Se ha calculado
que unos dos mil políticos bolivianos salieron del país en aquel
tiempo, distribuyéndose en varias ciudades de los países de la
región.
Toda la alta conducción falangista, muchos dirigentes medios, otros
de proyección política y simples militantes, por lo general jóvenes,
dejaron sus estudios y aprendieron a subsistir con trabajos
eventuales. Algunos tuvieron éxito y no faltaron quienes ya no
volvieron e hicieron hogar lejos de Bolivia, como fue el caso de Willy
Loria, quien empezó lavando copas en un restaurante santiaguino
mientras estudiaba en la Universidad de Chile de la que terminó
como catedrático, más tarde fue ejecutivo de la Corporación de
Fomento, se casó y tuvo hijos nacidos en Chile. Cosme Coca fue
parte del exilio en Buenos Aires, donde se desempeñó exitosamente
como contador, reuniéndose allí con su esposa Luz y sus tres hijos;
por desgracia retornaron a Bolivia pues a él le tocaría ser uno de los
protagonistas de la última revolución unzaguista y murió en ella.
Gustavo Stumpf vivió largos años desterrado en Buenos Aires con
su esposa Mercedes Ramos, y en la capital porteña nacieron sus
hijas Rosa María, Cristina María y María de los Ángeles. Por
Yacuiba huyó del país el fundador de FSB, Guillermo Köenning
juntándosele su esposa Dora Moreno y sus cinco hijos, viviendo en
Mendoza y luego Costa Rica; destacó en la industria azucarera y fue
un gran organizador de cooperativas cañeras.
Jaime y Nora Tapia salieron al norte argentino, junto a su hijo
Rolando de un año. Estuvo en Lima Roberto Freire, con un sueño
único: volver. En Santiago vivió su exilio doña Rebeca viuda de
Únzaga, al cuidado del Dr. Carlos Prudencio, un oftalmólogo que
nunca llegó a practicar su especialidad por su compromiso con
Oscar Únzaga. También estuvieron en la capital chilena el
comerciante Walter Giacoman, el ingeniero Isaac Sarmiento, el
constructor Mario Miranda. Los hermanos Aguilar Zenteno
construyeron su hogar en el exilio chileno, Mario vivió allí con su
esposa Gaby y tres hijos pequeños; Germán, uno de los fundadores
de FSB, formó familia en Chile y cuando murió (2011), recibió el
reconocimiento de las autoridades de ese país por sus aportes
como decano de la Facultad de Psiquiatría en la Universidad de
Concepción. Lejos de la Patria, lo desterrados la recordaron y la
lloraron en distintos lugares del exilio, al acercarse las fiestas de
Navidad de 1956. Pero en la lejana Bolivia las cosas no eran
mejores.
XXIV - LA TREGUA

E n los primeros cinco meses de su gobierno, el Presidente


Siles miró impotente la permanente subida del valor del
dólar en el mercado negro, la galopante inflación que
provocaba escasez general de artículos de consumo popular, las
colas que se formaban de la noche al amanecer para comprar pan o
café, acrecentando los beneficios de quienes tenían la posibilidad de
acceder a productos alimenticios que revendían con ganancias
extraordinarias. El dólar se cotizaba en el mercado libre en 15.000
bolivianos, mientras la paridad oficial se mantenía arbitrariamente en
190 bolivianos por dólar para las compras del Estado. Fue un
paraíso para los encumbrados en el poder que consolidaron
fortunas con la doble paridad, pues teniendo acceso a dólares
baratos, decuplicaban su valor negociándolos en el mercado libre y
muchísimo más si importaban artículos que los transaban en el
mercado negro. Un informe publicado en EL DIARIO revelaba que
entre 1954 y 1956, la célula de importadores del MNR recibió 6,6
millones de dólares al cambio de 190 bolivianos por dólar.[45]
Entrevistado por la revista ESTO ES[46], Oscar Únzaga hizo un
severo juicio del primer gobierno del MNR causante de la situación
que amargaba la vida de los bolivianos:
“La nacionalización de las minas, era válida como ideal del pueblo
boliviano, en cuanto trataba de recuperar la riqueza de las minas en
servicio de la colectividad. El fracaso ha sido tan absoluto, que hoy
sucede la tremenda paradoja de que antes de 1952 las minas
sostenían al país, mientras ahora, después de la estatización, todos
los contribuyentes sostenemos a las minas que ahora se encuentran
en manos de un servidor de la casa Patiño, el señor Raúl Gutiérrez
Granier…[47] La producción de las minas de estaño ha bajado de
35.000 toneladas en 1951 a menos de 25.000 calculadas para el
presente año. Las pérdidas de la COMIBOL alcanzan a cien
millones de dólares en cinco años… No puede llamarse reforma
agraria al despojo y a la posesión armada de la tierra, bajo la ley del
garrote y la sangre. Reforma agraria es producir más, es reemplazar
el latifundio improductivo por la empresa agrícola, es dotar de tierra
al campesino y asociarlo a la técnica del agricultor. En Bolivia, bajo
el signo desolador del MNR, grandes y pequeños propietarios han
sido despojados, los campesinos no han sido incorporados a una
producción más racional, sino explotados políticamente como
guardias pretorianas del régimen. El campesino es más pobre y
miserable que antes… La protección oficial ampara negociados
como el caso Chacur… con la complicidad de un avasallado Poder
Judicial, cuyos miembros han sido obligados a inscribirse en el
partido de gobierno… Nunca hubo un régimen de persecución y
terror como el actual…”
Pero el severo análisis de la situación boliviana formulaba cargos a
Paz Estenssoro, dispensando a Siles Zuazo, que apenas en su
quinto mes en la presidencia no tenía el control de los hilos del
poder. Ante la posibilidad de que Hernán Siles Zuazo pueda reparar
los errores de su antecesor, Únzaga creyó que era su deber
ayudarle a liquidar el sistema corrupto vigente en COMIBOL, YPFB
y otras instancias del Estado. Pero contrariando esa posibilidad, el
Ministro de Gobierno, Arturo Fortún Sanjinés, y sobre todo San
Román, Gayán y Menacho cumplían la instrucción de Paz
Estenssoro: golpear duramente al falangismo para descartar
cualquier entendimiento entre Siles y Únzaga.
Habían pasado veinte semanas desde la instalación del segundo
gobierno de la Revolución Nacional y éste parecía acabado, no por
obra de la Falange o por la oposición de Santa Cruz, sino por la
herencia que había recibido de su antecesor y la forma en que el Dr.
Paz había montado el aparato del poder. “Cuando el Presidente
Hernán Siles asumió el mando -dice Ricardo Ocampo- su régimen
estaba sentenciado, de antemano a ser de corta duración. Ni uno
solo de los altos funcionarios del Poder Ejecutivo, sólo algunos en el
Legislativo y su fiel y eficiente Secretario Privado, Mario Alarcón
Lahore, le apoyaban… cuando Paz Estenssoro se fue como
Embajador a Londres, seguía mandando en el MNR como Jefe pero
había dejado la situación en tales condiciones que a Siles sólo le
quedaba aguardar con resignación su previsto derrocamiento o
gobernar tal como le había enseñado que debía hacerlo Paz
Estenssoro, con los mismos métodos y las mismas personas”.[48]
Oscar Únzaga sabía que el influyente Comité Político Nacional del
MNR era un mecanismo íntegramente dedicado a preservar la
imagen de Víctor Paz, que el Vicepresidente Chávez Ortíz era
marxista y la mayoría en el Parlamento estaba integrada por
movimientistas de izquierda. El gabinete era una muestra palpable
de la soledad del Presidente Siles y su único ministro,
verdaderamente afín, era José Cuadros Quiroga, un cochabambino
peculiar a quien el escritor Mariano Baptista ha calificado como
“inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario”. En efecto, le
dio a ese partido su programa de principios que en opinión de
mucha gente parecía copiado del proyectado por Adolf Hitler en “Mi
Lucha”. Cuadros levantaba las banderas del antinorteamericanismo
y odiaba a los comunistas tanto como a los judíos y los masones.
Era también un temible anti-pazestenssorista y su presencia fue
fundamental para estabilizar al gobierno de don Hernán. La
situación económica boliviana estaba cercana a la quiebra. En la
víspera de su salida, Paz Estenssoro había instituido un Consejo de
Estabilización Económica, cuyo norte pasaba obviamente por un
acuerdo con el Fondo Económico Internacional, pero al cual debía
oponerse el poderoso Lechín. La idea era que Siles sufra, pero
mantenga al partido en el poder, para que Paz regrese y salve a la
revolución.
“Soy Presidente, pero ante todo soy síndico de una gigantesca
quiebra”, dijo el Dr. Siles Zuazo,[49] al abocarse a recomponer el
desastre que dejó la primera parte de la Revolución Nacional y lanzó
en esa Navidad su Plan de Estabilización. Siles suprimía “la
mamadera”, provocando el encono de no pocos revolucionarios. De
manera que, en enero de 1957, el Plan cobró efectividad. Se fijó un
nuevo tipo de cambio único de 7.200 bolivianos por dólar, que en el
curso de las siguientes semanas fue variando a 7.700, 8.800 para
luego estabilizarse en 12.000[50]. Fue una devaluación extraordinaria
y una temeridad política para el mandatario, pues los sectores
sociales se iban a levantar contra su gobierno.
Más allá de la estabilización monetaria, la medida tenía otros
componentes no menos trascendentales. Los gastos estatales
fueron recortados en un 40%. Mayores cargas impositivas afectaron
a las importaciones, las exportaciones y el comercio interno. Se
terminó la irresponsabilidad en las empresas estatales, obligándolas
a la racionalidad en gastos y contrataciones. Fue suprimido el
control de precios por parte del Estado, se estableció el libre
mercado, excepto en los alquileres de vivienda. Fueron eliminados
los subsidios, lo que produjo la elevación de artículos y mercaderías
en más del cien por ciento. Aumentaron las tarifas de los servicios
públicos. Fue eliminada la pulpería barata en las minas[51] y
ferrocarriles del Estado. Congelaron los sueldos y salarios. Todo ello
encareció el costo de vida, estableciéndose una bonificación
adicional para mineros, fabriles y ferroviarios.
Se creó un fondo de estabilización de 25 millones de dólares de
entonces que aportó el Fondo Monetario Internacional y el gobierno
de los Estados Unidos, estableciendo un Consejo Nacional de
Desarrollo, como mecanismo internacional de control y supervisión
del financiamiento externo en las inversiones públicas bolivianas.
Bolivia empezó a recibir fuerte apoyo externo para las empresas
públicas, principalmente COMIBOL y YBFB, además de
infraestructura básica que, a la larga, iba a significar mayor
crecimiento de la economía boliviana.[52]
El país empezó a sentirse mejor que en los años precedentes pues,
pese a la devaluación, existía una esperanza. Bajó la presión en las
clases medias que aunque empobrecidas, creían que había futuro y
que la mala hora terminaría pronto. La Iglesia atenuó su visión
crítica y miró al Presidente Siles desde otra perspectiva, desviando
sus críticas de la política a la sociedad y a la juventud que, embriaga
por los cantos de sirena de la poderosa industria norteamericana del
entretenimiento, se entregó a los voluptuosos acordes de una
música contagiosa, el rock and roll, que se esparcía por el mundo
para quedarse para siempre. Pero, más allá de lo que dijeran el
clero, esa música tenía ritmo, encanto, reflejaba historias cotidianas,
sus intérpretes eran atractivos y, en suma, el rock era una expresión
de libertad. En el estreno simultáneo del film “Al compás del reloj”,
del legendario Bill Haley, en los cines La Paz, Princesa y Monje
Campero, cuyas plateas se repletaron de jóvenes, estos terminaron
bailando “See you later alligator” en los pasillos pese a la amenaza
de excomunión que formulara el ya anciano Arzobispo Abel
Antezana.
Oscar Únzaga evaluó el Plan de Estabilización y lo calificó como
liberal, pero quizás un remedio posible para sanar el cuerpo
anémico de la República de Bolivia, aquejado por las bacterias
nocivas de la revolución. Sin embargo, puso en duda la posibilidad
de que el Presidente Siles tenga éxito, no porque el plan sea
necesariamente malo, sino por la sañuda oposición al interior del
propio MNR, principalmente el Vicepresidente Ñuflo Chávez Ortíz y
el sector lechinista del partido. Únzaga escribió a Jorge Siles
Salinas:
“El nuevo plan de inspiración liberal puede ser bueno, pero jamás
podrá ser realizado por mentalidades marxistas, en un gobierno
dominado por gentes de esa ideología. Es muy tarde para cambiar
de rumbo tan radicalmente en lo económico. Estas medidas pondrán
a Hernán en un callejón sin salida”.[53]
Tronaron las trompetas guerreras de comunistas y trotskistas. A
pocos les gustó el curso de la situación. El Plan de Estabilización
tenía como autor al economista norteamericano Jackson Eder y su
sola nacionalidad creaba resistencia. El Estado de Sitio acalló las
voces contestatarias, pero los maestros, por el volumen y extensión
de su presencia -donde era notoria la participación falangista-, se
lanzaron a la huelga luego de que el gobierno, en cumplimiento del
Plan de Estabilización, les negó los reajustes salariales que exigían.
El año escolar se interrumpió generando grave sacudimiento social
especialmente en las ciudades. Para no perder protagonismo, los
mineros y fabriles caldearon el ambiente. Falangistas y comunistas
hacían causa común sin quererlo. El desborde social fue en
aumento y el Presidente Siles respondió con un acto inédito que,
empero, iba a tener efecto positivo en la población: se declaró en
huelga de hambre, al estilo Ghandi. Desde la clandestinidad, Mario
R. Gutiérrez dirigió (marzo de 1957) un “Manifiesto al pueblo de
Bolivia”:
“La huelga de hambre es el recurso supremo y único al que suelen
apelar, en su impotencia, los ciudadanos y los pueblos sometidos.
Es la protesta, cuando no hay otra, del derecho contra la fuerza.
Pero Bolivia es el país de las paradojas y un tirano ayuna para
someter al hambre a un pueblo al que tiene esclavizado por la
fuerza.”
Desde luego era una postura opositora radical y lapidaria pero, en el
fondo, una actitud injusta, que expresaba a Mario R. Gutiérrez más
en su condición de opositor cruceño -en un momento de castigo
contra Santa Cruz- que en la dimensión de subjefe de un partido
nacional. En realidad, pese al alto precio en popularidad, Siles
intentaba frenar el desbarajuste y la corrupción que había hecho
carne en su propio partido.
El Presidente Siles designó Ministro de Gobierno a Roberto Méndez
Tejada, hombre de izquierda del sector de Lechín. Era una forma de
pedirle auxilio al ex condiscípulo del Amerinst. Pero el kolo Méndez
hizo una maniobra contra el único que podía dar estabilidad social a
Siles, es decir Únzaga de la Vega. Para debilitarlo tomó contacto
con sus coterráneos Oscar Gandarillas -diputado falangista por
Cochabamba- y Héctor Peredo, exiliados ambos en Buenos Aires,
críticos a la jefatura de Únzaga, quienes acordaron, en la embajada
boliviana, su retornó al país. Ya en La Paz, manifestándose
contrarios al “carácter arbitrario de Únzaga”, anunciaron que FSB
había decidido sustituir su jefatura por la de Mario R. Gutiérrez. Este
reaccionó inmediatamente en carta al Director de EL DIARIO,
fechada el 12 de abril de 1957, que no deja lugar a dudas:
“Para quienes pudieran no conocerme bien, debo aclarar que en mi
alma no caben infidencias, pues de mis padres aprendí a no
cambiar el deber por la vida. Ni el halago conmueve mis principios,
ni ambición alguna alcanza a torcer la rectitud de mi espíritu.
Únzaga de la Vega, verdadero santo del patriotismo, líder indiscutido
de la oposición nacional, es Jefe insustituible del Partido al que ha
llevado con ejemplar sacrificio y talento, desde que él lo fundara
hace 20 años, a la cúspide de su actual popularidad...”
En un análisis desapasionado de la situación, el sector del MNR
verdaderamente afín a Siles Zuazo llegó a la conclusión de que se
podría sostener el Plan de Estabilización sólo si se contaba con el
apoyo de FSB. Desde su exilio, Oscar Únzaga esperaba que el
Presidente adopte medidas políticas simultáneas a las reformas
económicas y estaba dispuesto a respaldarlas, de lo contrario el
Plan Eder estaría destinado al fracaso. Jorge Siles Salinas preguntó
¿cuáles habían de ser esas medidas? “Por lo pronto, mantener a
raya o arrojar por la borda a Paz Estenssoro y Lechín. Luego, ir
eliminando poco a poco a los comunistas. Mas, aunque el gobierno
no daba ningún paso en ese sentido, siempre parecía haber razones
para explicarse lo que parecía una cautelosa táctica del Presidente,
esperando el momento oportuno para depurar su Gobierno… No
había que impacientarse, que la ocasión llegaría”.[54]
Y llegó, aunque de manera insólita. El Vicepresidente Ñuflo Chávez
Ortíz, retornando de un viaje a Nueva York donde representó a
Bolivia en la Asamblea de Naciones Unidas, activó una bomba
política al oponerse categóricamente al Plan de Estabilización. En
una bullada conferencia de prensa, denunció a Eder como virrey del
gobierno norteamericano y acusó al Presidente Siles de
“antinacional y antiobrero”, generando una situación borrascosa,
amenazando con extender la resistencia del MNR y los sectores
populares contra el gobierno de Siles.
Chávez Ortíz no imaginó que la respuesta vendría de Jackson Eder,
quien convocó a otra conferencia de prensa para demostrar,
documentos en mano, que el Vicepresidente había entrado en
conversaciones con banqueros norteamericanos de Nueva York
(Marx Brothers, de Wall Street) ante los cuales se comprometió a
lograr que, a su retorno a Bolivia, el gobierno anunciaría
públicamente su intención de reanudar el pago de la deuda externa,
poniendo fin a una moratoria de pagos desde los años 30.[55] ¿Qué
implicaba tal compromiso? ¿Perjudicaba el fin de la moratoria al
Plan de Estabilización o viceversa? ¿Qué ventajas para Bolivia tenía
aquel compromiso vicepresidencial? Chávez Ortíz dio una
explicación veinte años más tarde, en un libro de su autoría,
explicando que en su viaje a Nueva York tomó un seguro por
200.000 dólares y casi sucumbió a un accidente aéreo abrazado a
una actriz mexicana, antes de su encuentro con un banco que se
ofrecía a rescatar bonos de la deuda de Bolivia.[56] “Una vez (esos
bonos) en poder del banco, se negociaba la redención de la deuda,
era poner dinero de un bolsillo al otro y lo que quedaría serían esos
seis o siete millones de dólares como deuda al banco con un interés
bastante bajo”, explica Chávez con frivolidad sorprendente.
Quedó flotando la posibilidad de un juego corrupto, de tráfico de
influencias y Chávez prefirió renunciar a la Vicepresidencia de la
República dando paso a una maniobra interna del grupo palaciego
en torno a Siles para tomar control de la situación. La renuncia de
Chávez la había hecho ante el Presidente del Senado, Juan Lechín.
Pero al dejar el cargo Lechín y ser reemplazado por el silista
Federico Álvarez Plata, el asunto se complicó. Siles designó Ministro
de Gobierno a José Cuadros Quiroga y éste movilizó todo aparato
que vuele o ruede para traer a los diputados y senadores de todos
los distritos del país, a quienes por la vía del ruego, la amenaza o el
billetazo los puso en la línea de aceptar la renuncia. En tanto, la
carta de renuncia desapareció del archivo del Senado y los
senadores de la línea izquierdista proclamaron que Chávez nunca
renunció. Pero una copia quedó en la redacción de un periódico que
la cedió gustosamente al Ministro Cuadros.[57] Instalada la sesión
del Congreso Extraordinario, se sometió a votación, una minoría -
entre la que anecdóticamente estuvo el diputado falangista Walter
Vásquez Michel- defendió al vicepresidente. La mayoría aceptó la
renuncia de don Ñuflo.
Entonces la COB se lanzó sobre la yugular del Presidente Siles,
como lo había previsto Paz Estenssoro, Embajador en Londres. Al
estar Walter Guevara como Embajador en Paris, de los cuatro
grandes del MNR sólo quedaba en La Paz Juan Lechín Oquendo,
condiscípulo de Siles en el Instituto Americano y éste abrigaba la
ingenua posibilidad de que la vieja amistad con el líder de la COB le
sería favorable. No lo fue. Lechín, sugestionado por su conexión con
Guillermo Lora y el trotskismo, se manifestó como el más duro
adversario del Plan de Estabilización. No sólo se oponía a él, creía
además que la situación económica exacerbaría las contradicciones
de clase en Bolivia de la que surgiría la verdadera revolución ya no
nacionalista sino bolchevique y con ella el gobierno de las masas, la
dictadura del proletariado… Lechín decantó su posición al interior
del MNR con una frase que registró la historia del movimiento
obrero: “… la COB se mantiene leal y alerta al lado del líder máximo
de la Revolución, el compañero Paz Estenssoro”.[58]
En tales circunstancias, Oscar Únzaga mantuvo la tregua al
Presidente Siles, mientras los políticos de la derecha en el exilio
intentaban armar golpes que el gobierno controló. Pero un grupo de
radepistas nostálgicos, seguidores del prestigioso Gral. Clemente
Inofuentes, uno de los fundadores de la logia militar secreta,
designado Comandante del Ejército, se entregó a una conspiración
descabellada estando muy enfermo, siendo destituido y enviado al
exilio, como adjunto militar en una embajada, donde murió. Esa
acción militar reflejó una realidad: el segundo gobierno del MNR era
vulnerable.
Tratando de evaluar cada detalle de la compleja situación política
boliviana, las dudas abrumaron otra vez a Únzaga. Obligado a la
distancia de los hechos por la diáspora de su partido, privado de un
comité político o de un organismo consultivo falangista, no era
posible una resolución orgánica de consenso y en la soledad del
exilio trataba de formular respuestas a las inquietudes del momento.
Más allá de comentarios epistolares en la correspondencia de
personas como Dick Oblitas Velarde, Mario Gutiérrez, Jorge Siles,
José Gamarra o Luis Mayser, no quedan testimonios sobre la forma
en que se planteaban los temas de la agenda nacional ni la forma
en que Oscar los encaraba. Indiferente el Presidente Siles a la
situación de FSB, Únzaga tenía ante sí una alternativa: secundar al
golpismo militar de la derecha o sumarse a las fuerzas de izquierda
que declararon la guerra al Plan de Estabilización. ¿Hacer suyas las
críticas de Ñuflo Chávez? ¡Desde luego que no! La alternativa era
fortalecer al Presidente Siles, y aún apoyarle frente a Paz
Estenssoro y Lechín.
Jorge Siles Salinas, exiliado en Chile y recientemente casado con
María Eugenia del Valle, solicitó consentimiento al Consulado de
Bolivia en Santiago para regresar al país. El permiso fue de sólo
ocho días, lapso en el que se entrevistaría con su hermano, el
Presidente Hernán Siles Zuazo. Por carta, Oscar Únzaga le dio
instrucciones:
“En cuanto a la posibilidad de la entrevista (con el Presidente Siles),
te recomiendo hay que destacar que el plan de estabilización no
puede lograrse mientras no exista paz social y política. Que
nosotros juzgamos que deberá ponerse en orden o separar al grupo
extremista en un golpe audaz de timón; si ni lo hace, está
condenado al fracaso más absoluto”.
Sin embargo, la reunión entre los hermanos Siles no llegó a
realizarse. El “golpe audaz de timón” que Únzaga sugería, estaba en
el pensamiento de todos los bolivianos sensibles al drama que se
vivía en Bolivia. “Ciertamente, si él hubiese querido aprovecharla, no
sólo habría logrado librar a Bolivia de la pesadilla comunista, sino
que también habría quitado hábilmente banderas a la oposición”,
señala Siles Salinas. Al parecer, Únzaga confiaba en la posibilidad
de que Hernán comprenda la grandeza de un gesto semejante. Pero
¿tendría el Presidente las agallas de romper con el jefe (VPE) y el
maestro (JLO)? Su hermano Jorge explica la situación:
“A Hernán Siles Zuazo le perdió una obsesión. Fue una quimera que
llevaba metida en el alma y que sin duda obedecía a una inspiración
generosa y a la influencia de su temperamento juvenil. El, que tanto
ha acusado a la Falange de dejarse guiar por los ímpetus de la
adolescencia, él mismo no era sino un muchacho ingenuo
obsesionado por una quimera. Esa quimera tiene un nombre:
Revolución. Engolosinado con esa superstición, Hernán Siles creía
que su deber era ser leal a ‘la obra revolucionaria del compañero
Paz Estenssoro’… Esta mentalidad, propia de un espíritu inmaduro
y juvenil, es la que impidió a Hernán Siles caer en cuenta de que su
Gobierno se hallaba ante un dilema: restaurar el orden o perecer. Y
en lugar de restaurar el orden, Hernán Siles decidió ‘proseguir la
obra revolucionaria del compañero Paz Estenssoro’, aún cuando el
país mismo fuera arrastrado con ello al caos”.[59]
En síntesis, Hernán Siles Zuazo no se atrevió a romper el molde de
la maquinaria que pocos años después los trituraría a él, a Walter
Guevara y al propio Juan Lechín. Pero, de momento, se apoyó en
personas que siendo del MNR, abominaban de Paz Estenssoro y
Lechín. El Ministro Cuadros, desde la redacción de LA NACIÓN,
atacó a la oposición cobista, destrozó la figura de Lechín a quien
ridiculizó y al final arrinconó creando una COB paralela. Como una
fiera herida, el lechinismo volvió a las calles y paralizó las minas, a
las que llegó el Presidente en actitud pacífica retando a los mineros
armados de dinamita. Pero el Dr. Siles también volvió a la huelga de
hambre y amenazó varias veces con renunciar, lo que disparó la
ambición del clan Álvarez Plata, toda vez que don Federico, como
Presidente del Senado -al haber renunciado el Vicepresidente
Chávez-, bien podía hacerse cargo del resto de la gestión. Pero esa
posibilidad se extinguió con drama, cuando en el altiplano una
banda de campesinos comandada por un hombre al que llamaban
Wilasaco (saco rojo) asesinó al Ministro de Asuntos Campesinos,
Vicente Álvarez Plata. Finalmente, el Ministro Cuadros desestabilizó
al poderoso Comité Político Nacional del MNR, logrando que lo
eligieran a él como Secretario Ejecutivo, desplazando al
pazestenssorismo.
Ese era el momento para hacer un gol histórico -en el lenguaje de
Walter Guevara-. Pero Siles, sólo frente al arco, prefirió volver atrás
con la pelota, dejando al arquero (Víctor Paz) entre sorprendido y
aliviado. Siles finalmente obtuvo autonomía, pero para hacer
cachañas y recomenzó el enfrentamiento contra la Falange que en
ese momento no estaba en cancha por efecto de la tregua que
Oscar concedió a Hernán y que desde luego empezó a languidecer
en ese punto.
XXV - LA DEFENSA DEL PETRÓLEO

L a política petrolera del gobierno acabó de malograr la


posibilidad de un acuerdo y marcó el fin de la tregua que
Oscar Únzaga de la Vega concedió a Hernán Siles Zuazo.
Probablemente el jefe falangista cometió un error de apreciación,
movido más por sentimientos que por razones prácticas, al
impugnar la posibilidad de inversiones externas en el negocio
petrolero.
El petróleo fue uno de los elementos concurrentes al
desencadenamiento de la Guerra del Chaco. Los Ejércitos de Bolivia
y Paraguay lucharon por defender lo que consideraban su
patrimonio territorial, pero es innegable que detrás de la soberanía
argumentada por ambas naciones, con documentos de antigua data
y abundancia de mapas, se movían los intereses de empresas e
individuos. La familia del Presidente argentino Agustín P. Justo,
propietaria de vastos campos en el noreste paraguayo, proyectaba
su presencia en el territorio boliviano donde se creía que reposaban
ingentes yacimientos petroleros. La guerra demandó la vida de
sesenta mil combatientes bolivianos, entre ellos Alberto Únzaga de
la Vega, el muy querido hermano de Oscar.
En sus investigaciones históricas, el líder falangista idealizó a
quienes se mantuvieron en esa trinchera antes y después de la
guerra. Se identificó con el testimonio de Abel Iturralde y su
oposición a la presencia de consorcios petroleros internacionales en
Bolivia, allá por 1920, cuando se enfrentó a los cabilderos de John
D. Rockfeller en el Parlamento Nacional.[60]
Es pertinente tratar de explicar el porqué de esa oposición. Poco
antes de la caída del régimen liberal, en julio de 1920, la empresa
norteamericana Richmond Levering se hizo de una concesión por
tres millones de hectáreas en territorio de Santa Cruz, Chuquisaca y
Tarija, mientras la firma inglesa Jacobo Bakus recibió otra concesión
por un millón de hectáreas en los departamentos de La Paz, Beni y
Territorio de Colonias (actual Pando). Unos meses después, ya en el
gobierno republicano, ambas empresas cedieron sus concesiones a
la poderosa Standard Oil Co. Abel Iturralde, llamado el centinela del
petróleo[61], diputado por La Paz, se batió contra aquella situación
demostrando que esos contratos eran nulos, pues transgredían el
marco legal existente y fueron suscritos en total desconocimiento del
negocio petrolero por parte del gobierno del Presidente José
Gutiérrez Guerra. No cumplían requisitos elementales, como el de
solvencia para recibir millones de hectáreas del territorio nacional y
toda referencia a su capacidad económica era un certificado
¡firmado por la Casa Bancaria del propio Presidente José Gutiérrez
Guerra! Como fuere, el Congreso aprobó la artimaña por encima del
Poder Ejecutivo y, en lugar de hacerlo por la vía correcta, la
Standard Oil acabó asentando sus plantas en el sudeste boliviano
mediante un enjuague con una consecuencia negativa a futuro,
pues generó una conciencia colectiva adversa a la inversión privada
en un negocio donde el capital extranjero resulta imprescindible.
Investigadores paraguayos han escrito que la Standard armó a
Bolivia por su necesidad de salir al Atlántico con su producción
petrolera. Pero ello queda desmentido por la realidad; la Standard
no solo se negó a colaborar económicamente al país que la cobijaba
declarándose “neutral”, sino que además desvió de contrabando
parte de su producción a la Argentina, país que patrocinaba al
Paraguay en aquel infausto conflicto bélico, en cuyo epílogo, con
mediación internacional, la cancillería argentina apoyó sin remilgos
la causa guaraní, mientras el otro gigante de la región, Brasil, intentó
sacar la cara por Bolivia.[62]
Poco antes, la Argentina había quebrado el oligopolio privado de
combustibles con la creación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales
(YPF) y una corriente nacionalista pugnaba por crear un monopolio
estatal acorde con las necesidades de combustibles para la naciente
era industrial en ese país.
Acallados los cañones y suscrita la paz, el gobierno militar del Cnl.
David Toro creó en 1936 Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB) y anuló en 1937 las concesiones de la Standard
Oil Co. echando a la compañía americana, ejemplo que fue tomado
por México cuyo Presidente, Lázaro Cárdenas, procedió de igual
manera que los bolivianos y con la misma empresa. Cárdenas
proyectaba una empresa estatal petrolera capaz de sostener el
desarrollo económico de su país acorde a los postulados de la
Revolución Mexicana.[63]
De manera simultánea, se instauraba en Brasil un proyecto estatal
nacionalista personificada por Getulio Vargas y el llamado Estado
Novo, surgiendo la figura de Julio Caetano Horta Barbosa, quien
pontificaba sobre la conveniencia de los monopolios petroleros
estatales que en su criterio sostenían a las economías nacionales,
frente a los consorcios privados que subyugaban a los países en
desarrollo. Como los militares brasileños apoyaban la idea, en 1938
Getulio nacionalizó la producción y controló la refinación mediante el
Consejo Nacional de Petróleo.
Bolivia había perdido el Chaco, pero conservó la región petrolera del
territorio en disputa con Paraguay. La llamada “civilización del
movimiento” por el uso de los derivados del petróleo entraba en un
período de expansión. Establecida la evidencia de un gran potencial
hidrocarburífero en nuestro territorio, los dos colosos vecinos,
Argentina y Brasil, ya enfrentados por razones económicas e
inclusive de prestigio nacional, se esmeraron por acercarse a
Bolivia, cada cual por su lado y excluyendo al otro, con el propósito
de tener acceso a esa riqueza mediante alianzas económicas de
explotación conjunta.
El otro héroe de la guerra, el My. Germán Busch, tomó el poder en
1938 y seguramente consideró con ánimo favorable la posibilidad de
que el Brasil, que apoyó a Bolivia en el reciente conflicto, participara
en el desarrollo de la riqueza petrolera boliviana. Era representante
diplomático de Bolivia en Río de Janeiro el eminente
internacionalista Alberto Ostria Gutiérrez, quien había logrado la
suscripción, el 25 de febrero de 1938, de un “Tratado sobre Salida y
Aprovechamiento del Petróleo Boliviano” asociado a la construcción
de un ferrocarril que daría a Bolivia acceso al Atlántico. Los
miembros de la logia Razón de Patria descubrieron la existencia de
aquel tratado, mantenido por el gobierno en reserva, encontrándolo
“exorbitante y entreguista en sumo grado”, pues comprometía “al
50% del territorio nacional” generándose lo que el líder de RADEPA
denominó “violento enfrentamiento entre nacionalistas y
colonialistas”.[64]
Todo hace presumir que el Presidente Busch no comprendía los
alcances de lo que estaba en juego, pero cuando sus influyentes
camaradas de RADEPA[65] se lo explicaron, montó en cólera.
Impedido de una retractación, por compresibles razones que hacen
al decoro nacional, el Tratado quedó empolvándose en una gaveta,
mientras Busch se declaraba Dictador, asumía medidas
revolucionarias de riesgo, como la entrega del cien por ciento de las
divisas provenientes de las exportaciones de minerales, que
curiosamente Simón I. Patiño apoyaba. Sintiéndose criticado por su
inexperiencia, su exceso revolucionario e inclusive su origen
cruceño, Germán Busch acabó disparándose un balazo en la sien.
Aunque en ese tiempo Únzaga y los fundadores de la Falange
empezaban su andadura política, la posterior correspondencia
epistolar y los contactos personales entre el jefe de FSB y el creador
de RADEPA, Elías Belmonte, reforzaron una posición contraria a la
concesión de áreas petroleras a potencias extranjeras o empresas
transnacionales, atentos al proceso político regional, al influjo
además de la explosiva situación europea.
El tratado con el Brasil se concretó en un momento difícil para la paz
en el Atlántico sudamericano. Documentos oficiales del gobierno del
Presidente Getulio Vargas, revelaron la posibilidad de una invasión
argentina y la conquista de la mitad del Estado de Río Grande do
Sul, fronterizo con Argentina y Uruguay. El Consejo de Seguridad
Nacional del Brasil afirmó, el 11 de enero de 1938, que “ante la
precariedad para evitar una invasión argentina era necesaria la
construcción de una segunda línea de trenes hasta la región
fronteriza con la provincia argentina de Corrientes, para movilizar
tropas en forma rápida”. Consideraba también que “en 40 días, en
caso de que hubiera una declaración de guerra, la totalidad
del Ejército Argentino estará concentrado en Corrientes y
podrá invadir Rio Grande do Sul. El ejército de campaña
brasileño es muy inferior al argentino… 270 días después de
declarada la guerra, Argentina podría tener en Rio Grande
do Sul 12 divisiones del Ejército, 4 de caballería y otros
elementos. Brasil podrá tener 7 u 8 divisiones de infantería y
3 de caballería. La situación es extremadamente
angustiante. Mitad del Estado de Rio Grande do Sul sería
perdido… Brasil no podía utilizar la vía marítima para llevar
tropas a Rio Grande do Sul (desde Rio de Janeiro), porque
la escuadra argentina es más fuerte que la nuestra…”[66]
De manera que el Tratado suscrito con Brasil en 1938, de alguna
manera ponía a Bolivia al lado de uno de los hipotéticos beligerantes
de ese momento en Sudamérica. El artífice de ese compromiso
estatal, Alberto Ostria Gutiérrez, explicó su conducta como una
atrevida estrategia diplomática, diríamos pendular, entre Buenos
Aires y Río de Janeiro, con el propósito de favorecer a Bolivia
convirtiendo al petróleo en el As de la baraja. Por ello, y ya como
Canciller de la República entre 1939 y 1941, en los gobiernos de los
generales Quintanilla y Peñaranda, Ostria logró negociar y suscribir
otro tratado esta vez con Argentina, el 10 de febrero de 1941,
destinado a lograr financiamiento argentino para el ferrocarril
Yacuiba-Santa Cruz, a ser reembolsado con la venta de petróleo a
ese país, cuyos términos serían ejecutados bajo supervisión de una
Comisión Mixta Ferroviaria Argentino-Boliviana, que adquiriría peso
político propio en los años venideros. Quiso el destino y el exilio que
Únzaga viera de cerca el desarrollo del proceso político argentino y
brasileño y la influencia que ejercieron ambos en Bolivia.
Sin embargo, nada pasó en la década de los años 40 respecto al
petróleo, bajo la celosa mirada de YPFB que fue produciendo lo que
Bolivia requería para sus necesidades energéticas, hasta que cinco
meses después de la revolución del 9 de abril, el gobierno
revolucionario y antiimperialista del Presidente Paz Estenssoro
mostró una temprana actitud dual en materia petrolera. Desde la
estatización de la Standard Oil Co., el petróleo nacionalizado, en
manos exclusivas de YPFB, inhabilitó cualquier posibilidad de
concesiones a privados y así se mantuvo durante más de 15 años,
hasta la poco ortodoxa concesión al texano Glen McCarthy, en
septiembre de 1952, a la que se opuso Oscar Únzaga, lo que
contribuyó a la mala relación con Paz Estenssoro (ver Capítulo XI).
Como se recordará, a McCarthy se le asignaron 397 hectáreas
donde podía instalar refinerías, oleoductos, tanques, muelles,
carreteras, ferrocarriles, telégrafos, etc. El intelectual Sergio Almaráz
también criticó ese contrato señalando que no había en él una sola
frase relativa a que el Estado pudiera utilizar las instalaciones del
arrendatario, ironizando la situación con una pregunta: “¿se
precisará pasaporte para ingresar a la concesión”.[67]
Glen McCarthy invirtió 1,7 millones de dólares, perforó cuatro pozos
de gas, no hizo ningún trabajo exploratorio y posteriormente, ya en
1957, con la ayuda del embajador Henry Holland, amigo del
Presidente Siles Zuazo, el aventurero americano transfirió con
buena ganancia la extensa concesión a cuatro petroleras -
Monsanto, Murphy Oil, Unión Petrolera S. A. y Tennessee
Petroleum- que conformaron el consorcio Chaco Petroleum S. A.
Pero como todo era irregular, el gobierno necesitaba una norma que
satisfaga y dé seguridad a los inversionistas, de manera que,
argumentando la necesidad de impulsar la producción de
hidrocarburos en Bolivia, con el apoyo de la ayuda americana -
Punto IV- y de la Embajada Americana, contrató a los abogados
americanos Davenport y Shuster para redactar un nuevo Código del
Petróleo, sin intervención de ningún profesional ni autoridad
nacional.
El 26 de octubre de 1955, el gobierno revolucionario promulgó un
Decreto Supremo poniendo en vigencia al llamado Código
Davenport, cuyo contenido fue observado y resistido por dirigentes
de Falange Socialista Boliviana, pero su voz se perdió en la nada,
ya que los dirigentes de cúpula estaban en el exilio -como el propio
Unzaga- y la mayoría internados en los campos de concertación.[68]
Antes de que el Código Davenport cumpliera su cometido, es decir
la presencia activa de una empresa petrolera norteamericana en
Bolivia, es preciso volver a la situación regional, siempre bajo la
influencia del petróleo boliviano. Como la rivalidad entre argentinos y
brasileños continuaba y el petróleo boliviano era parte de esa
divergencia geopolítica, la administración del Presidente Paz
Estenssoro no pudo eludir la presión ejercida desde Río de Janeiro
y en mayo de 1953 suscribió Notas Reversales, confirmando el
Tratado de 1938.

Getulio Vargas, cuyo pregón era “el petróleo es nuestro” en una


campaña para crear en 1953 un monopolio estatal que se denominó
PETROBRAS, no encontraba contradicción si acaso esa empresa
estatal brasileña fuera la que hiciera inversiones en el exterior, en
Bolivia por ejemplo, para asegurarse fuentes cercanas y
convenientes de provisión.
Luego del suicidio de Getulio Vargas en 1954, su heredero
constitucional, Joäo Café Filho, se reunió en enero de 1955 con el
Presidente Víctor Paz Estenssoro en Santa Cruz de la Sierra. El
tema central fue la apertura del petróleo boliviano al capital brasileño
en cumplimiento del Tratado de 1938 suscrito entre los dos países,
impracticable hasta ese momento. Como dijimos, Únzaga era un
opositor visceral a cualquier presencia extranjera sea brasileña o
texana en el negocio petrolero, en razón al antecedente de la
Guerra del Chaco. Probablemente, la suya era una posición más
emotiva que racional, al menos si se considera que la industria
petrolera demandaba -entonces como ahora- de inversiones
extraordinarias de las que Bolivia carecía. Hasta que Únzaga tuvo
una revelación: ¡descubrió PETROBRAS!
En su exilio en la capital carioca, el líder de la oposición boliviana
conoció a gente influyente, gracias a sus relaciones con el periodista
y político Carlos Lacerda, pero también por intermedio del
empresario boliviano Miguel Echenique y su hijo Fernando. Entre
ellos conoció a Cható, propietario del más grande consorcio de
medios de comunicación del Brasil y probablemente de
Latinoamérica. Su nombre completo era tan llamativo como el mito
que había creado en torno suyo: Francisco de Assis Chateaubriand
Bandeira de Melo, periodista, abogado, político, catedrático en
Derecho, escritor, académico, protector del arte y, sobre todo,
magnate de la comunicación, dueño de una fortuna impresionante y
cabeza de diarios, revistas, emisoras de radio y del primer canal
televisivo del gigante país, la célebre Cadena TV-Tupi. El
portaestandarte de su grupo mediático era la revista O CRUZEIRO.
En síntesis, Cható era el hombre más influyente y polémico del
Brasil, capaz de enfrentarse a la poderosa revista LIFE de los
Estados Unidos, pero al mismo tiempo de criticar a PETROBRAS,
considerándola innecesaria y dispendiosa.
“Oscar fue invitado a pasar una semana en una propiedad del
propietario de O CRUZEIRO en Belo Horizonte. Fue la única vez en
que se movió sólo, sin la presencia de ninguno de sus ayudantes ni
miembros de su entorno. Volvió impresionado por lo que había
escuchado…”[69]
Una noche, el Sr. Assis Chateaubriand, observaba divertido la
polémica entre uno de sus allegados y un ingeniero (sus nombres
no han quedado registrados). Aquel descartaba absolutamente la
posibilidad de que una empresa estatal brasileña consiga producir
petróleo en grandes cantidades; el otro afirmaba lo contrario, pero lo
hacía con tanta pasión que llamó la atención de Oscar Únzaga. Y
aunque tenía alguna dificultad para entender por completo el diálogo
en portugués, estaban claros los términos de la discusión.
No era la dicotomía entre comunismo y capitalismo para encarar el
futuro de un “país-continente”, sino la posibilidad del nacionalismo
para desarrollar un capitalismo privado pero brasileño, aunque
ayudado por una fuerte presencia estatal para reducir la principal
aspereza del camino. ¿Cuál? La falta de petróleo. En síntesis,
liberales como Lacerda, nacionalistas como Getulio Vargas y aún
oligarcas como Cható, en el fondo eran antiimperialistas que
coincidían en un punto: para liberarse de la tutela imperial
norteamericana, el capitalismo nacional era inevitable e
imprescindible.
El razonamiento era muy interesante. El imperialismo era la etapa
final del capitalismo, como se dio en países industrialmente más
desarrollados de Europa y con características propias en los
Estados Unidos de América. Pero en los países en condición de
subdesarrollo, el capitalismo era apenas el comienzo. Sin
capitalismo no existía la posibilidad de explotar materias primas ni
mucho menos transformarlas. Había que enfrentar al imperialismo,
pero sin obstruir el desarrollo nacional ni deteriorar las posibilidades
y demandas locales de progreso material, deterioro que sería
inexorable si acaso se apelara al método comunista.
Brasil podía evitar ser fagocitado por el imperialismo
norteamericano, pero para ello debía ponerse a su altura, de igual a
igual, no como fanfarronada política sino como realidad concreta. ¡Y
Brasil podía hacerlo! Contaba para ello con una extensa área
agrícola de activos hacendados (los cafetaleros habían determinado
el curso de la política durante mucho tiempo), tenía un poderoso
sector industrial y financiero, disponía de extraordinarias reservas de
riquezas naturales, espacio, Amazonas, el Atlántico, brazos, fuerza
creativa, personalidad propia, además de un enorme mercado en
desarrollo -propio y del vecindario-. Podía erigirse como la cabeza
de la América Latina y cumplir el rol de grandeza al que le
convocaba su destino. Pero tenía un sólo problema: carecía de
petróleo.
Había coincidencia en la necesidad de proteger a la fuerza laboral,
darle al trabajador lo que en justicia le correspondía y más. Pero, al
mismo tiempo, cuidar escrupulosamente al empresario y darle
inclusive lo que difícilmente podría acceder por mano propia. El
asunto radicaba en extraer petróleo donde no existía, como
señalaban los informes de los expertos, para quienes PETROBRAS
era irracional, pues llevar a cabo programas exploratorios en el
inmenso territorio sería un dispendio imperdonable.
En consecuencia, ¿cómo solucionaría Ud. la falta de refinado si no
existe petróleo en el vientre de la tierra que heredamos?, intervino
Cható.
La respuesta dejó maravillado a Únzaga:
Perforando en el mar si fuera preciso. ¡Si Brasil no tiene su propio
petróleo, carece de futuro! Sólo hay que persistir. El secreto estará
en respetar esa obra manteniéndola lejos de las corruptoras manos
de los políticos.
Únzaga recibió una lección de vida. La empresa estatal petrolera
sería la razón de la grandeza del Brasil, combinada a la potencia de
sus capitalistas y la fuerza de sus trabajadores en una alianza
patriótica por su país, al que suponían o mais grande do mundo,
además intensamente suyo, orgullosamente propio.
Con la frase de indudable fuerza nacionalista “O petróleo é nosso”,
Getulio Vargas había hecho una campaña de largo alcance que
culminó con la creación de PETROBRAS. Getulio dijo entonces:
“Con satisfacción y orgullo patriótico sancionó hoy el texto de ley
aprobado por el Poder Legislativo, que constituye el nuevo marco de
nuestra independencia económica…”
PETROBRAS comenzó produciendo 2.500 barriles de petróleo, que
no llegaba a satisfacer ni el 2% de la demanda, en momentos en
que más de la mitad de la energía que consumían los brasileños
provenía del petróleo que debían importar, mientras se
incrementaba a pasos agigantados el parque automotor y la
industria, inclusive con la participación de capitalistas extranjeros
como los bolivianos Echenique. Había tanta determinación entre los
brasileños que, en efecto, PETROBRAS iba a cumplir su cometido,
lejos de las garras de los políticos.[70]
Únzaga se enamoró de PETROBRAS y le temió al mismo tiempo. El
jefe falangista comentó a sus parciales en Río de Janeiro que, en el
momento de tomar el poder, su norte sería replicar una YPFB en el
molde de PETROBRAS. Pero, así como los brasileños proyectaban
un Brasil lejos de la codicia del imperialismo norteamericano, a
Únzaga le resultaba imprescindible proyectar una Bolivia lejos de la
voracidad de PETROBRAS.
Entre tanto, la República Argentina, celosa de los avances del
Brasil, presionaba a su vez por concretar los acuerdos contenidos
en el Tratado de 1941. Como recordará el lector, ese tratado
significaba el financiamiento argentino del ferrocarril Tartagal-
Yacuiba-Santa Cruz, la perforación y explotación de pozos
petroleros en Sanandita y la construcción de un oleoducto entre los
dos países. El ferrocarril fue financiado y concluido, sin darse pasos
consistentes relativos a la exploración, explotación y envío de
petróleo a la Argentina.
De la documentación existente se concluye que, tanto Argentina
como Brasil, iban de la insinuación diplomática a la exigencia
política para que Bolivia cumpla lo pactado, con una diferencia
importante: mientras los argentinos compelían al gobierno de La Paz
para que empiece de una vez a proveerles del petróleo que
producía YPFB, los brasileños trataban de imponer la presencia de
PETROBRAS en Bolivia. El gobierno de Paz Estenssoro eludió el
tema cuanto pudo, pero las exigencias brasileñas se avivaron con la
llegada del Presidente Juscelino Kubitshek, en 1956, cuyos planes,
incluyendo la construcción de la ciudad de Brasilia, demandaban
redobladas cantidades de energía.
En abril, Brasil informó a Bolivia que su gobierno había decidido “dar
ejecución plena al Tratado sobre salida y aprovechamiento del
petróleo boliviano”,[71] comunicándole haber puesto a disposición de
Bolivia cuatro millones de dólares para el efecto, como estaba
previsto en las Notas Reversales de agosto de 1953. Nuevos
reparos prolongaron la situación que Paz Estenssoro también dejó
en herencia a Siles Zuazo junto con el repudiado Código Davenport.
Oscar Unzaga, en el exilio, preparó la argumentación con la que
Jaime Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel se enfrentarían al
oficialismo en el hemiciclo parlamentario boliviano, en un frente en el
que coincidieron con el trotskista Guillermo Lora e inclusive
movimientistas como Augusto Céspedes y Edwin Möller,
denunciando el carácter “entreguista” del Código elevado a Ley. Los
falangistas alegaron vacíos e irregularidades insistiendo en que uno
de los aspectos más repudiables era el artículo 123 estableciendo
que del valor bruto de la producción de petróleo de las empresas
que vinieran a trabajar en Bolivia, se deducirá el 27% libre de todo
impuesto por concepto de “factor de agotamiento”. Los redactores
del Código -precisamente Davenport y Schuster- adjudicaron como
beneficiarios del factor de agotamiento a quienes pagaban
impuestos por la explotación del suelo y el subsuelo, es decir las
empresas concesionarias a las que consideraban propietarias, en
tanto la oposición refregaba en el rostro del oficialismo la
Constitución Política del Estado, donde se establecía que eran de
dominio directo, inalienable e imprescriptible de la Nación Boliviana.
[72]

A pesar de ello el gobierno siguió adelante. Se determinó la captura


de los diputados falangistas Ponce Caballero y Vásquez Michel,
quienes se refugiaron en la Embajada del Brasil y luego se
autoexiliaron a la Argentina. Entre tanto, se presentaron varias
empresas que querían invertir en el negocio petrolero y se quedó la
Gulf Oil Co. que solicitó 3.500.000 hectáreas en Santa Cruz y
Cochabamba. La Gulf perforó 23 pozos exploratorios entre 1956 y
1957 sin mayor éxito, continuó invirtiendo hasta que el pozo
Caranda-1 abrió perspectivas para la explotación comercial,
ampliando su actividad en Colpa y Río Grande, iniciando un nuevo
capítulo de la historia petrolera de Bolivia.[73]
Poco antes de su posesión, Siles acudió a una invitación del
Presidente Kubitshek, en julio de 1956, tal vez sin percatarse de que
podía ser una cita definitoria del asunto. Acordaron la conformación
de una comisión especial de ambos gobiernos. El presidente electo
de Bolivia, Hernán Siles Zuazo y el Canciller del Brasil, José Carlos
de Macedo Soares, se enfrascaron en la discusión de un
Comunicado Conjunto a ser publicado simultáneamente por ambas
naciones. El brasileño quería imponer el criterio de que la comisión
especial estudiaría la inmediata ejecución de los tratados; el
boliviano quería que la comisión estudie la actualización de los
mismos. La señora Ana María Siles, hija del ex mandatario, declaró
al biógrafo de éste lo siguiente: “Recuerdo que cuando papá le dijo
al Presidente Kubitshek - “el petróleo es nuestro y no se negocia”-,
el brasileño sonrió y no insistió. Rompiendo su habitual reserva,
papá nos relató este episodio”.[74]
Pero la vida demuestra abundantemente que lo que dice un
mandatario electo suele variar luego de ser posesionado.[75] Al
instalarse el Congreso Nacional en 1956, luego de varios años de
gobiernos carentes de esa instancia fiscalizadora, se dispuso el
tratamiento legislativo de las medidas adoptadas por el primer
gobierno revolucionario, entre ellas el Código del Petróleo
(Davenport). Oscar Únzaga instruyó a su bancada -pequeña pero
aguerrida- una oposición frontal y cerrada en este tema, sin que
empero ello causare ningún efecto, por la abrumadora mayoría que
había impuesto el llamado “voto negro” o la “democracia del cero”,
que referimos en el capítulo anterior. El tratamiento del Decreto Ley
Nº 4210, que contenía aquel Código, hizo algunas enmiendas,
anulando el Artículo 21 que aludía al área comprendida en el
Tratado con el Brasil, lo que provocó el desagrado del gobierno
brasileño y una explicación del gobierno boliviano que no acabó de
convencer al vecino.
Entre mayo y julio de 1957 se reunió la Comisión Especial Boliviano-
Brasileña para estudiar la actualización del Tratado de 1938 y
después de maratónicas sesiones de oratoria en los que Brasil
planteaba una y otra vez la ejecución plena del Tratado de 1938 y
Bolivia insistía en su actualización. El Tratado establecía que “en
retribución al concurso que el gobierno del Brasil presta en la fase
preliminar de los estudios, explotaciones y perforaciones, consentirá
(Bolivia) en asumir el compromiso de que la explotación se haga por
intermedio de sociedades mixtas boliviano-brasileñas”. [76]
Bolivia sostenía que tal concurso económico del Brasil
prácticamente no se había concretado, luego, no existía la
obligación subsiguiente para que Bolivia consintiera que la
explotación de su petróleo sea hecha por sociedades mixtas
boliviano-brasileñas. Llegado el estudio a punto muerto, la
delegación brasileña resolvió retornar a Río de Janeiro y la comisión
especial entró en receso indefinido, mientras representantes de las
Fuerzas Armadas Brasileñas rechazaban la propuesta boliviana
para que Brasil ceda sus derechos sobre una cuarta parte del área
susceptible de concesión a favor de YPFB y que en las tres cuartas
partes restantes se exploten, en condiciones paritarias con capitales
mixtos de los dos países. La situación se puso tirante en el Palacio
Quemado de La Paz ante el evidente enojo del gobierno brasileño.
Mientras tanto, en mayo de 1957, surgió un complejo proceso de
licitación al amparo del Código Davenport, con el llamado Contrato
Madrejones. Aunque el Código reservaba áreas para YPFB, en una
de ellas, en plena frontera argentina, se encontraba un yacimiento
compartido entre Bolivia y Argentina. El antecedente era que YPF
de Argentina empezó a producir en su sector (Campamento Durán)
con notable éxito. A corta distancia y ya en territorio boliviano estaba
Madrejones. Estudios de superficie realizados por YPFB
confirmaron la prolongación de aquella estructura petrolera en
territorio boliviano.[77] Muy rica, en opinión del investigador Sergio
Almaraz, se estimaba allí la existencia de una reserva de 300
millones de barriles (240 millones en el lado argentino y 60 en el
boliviano), con una capacidad de producción diaria de 870 barriles,
significando que se trataba de la mayor reserva existente en el país.
[78]

Pero aduciendo que el yacimiento estaba a demasiada profundidad


y que YPFB carecía de capacidad económica y técnica, el gobierno
decidió licitar Madrejones. El especialista Enrique Mariaca, uno de
los fundadores de YPFB, señaló que la empresa fiscal boliviana
podía enfrentar aquel reto con la simple compra de un equipo de
perforación profunda, denunciando que Jackson Eder, el autor del
Plan de Estabilización, había influido para restar un millón de
dólares al presupuesto de YPFB, impidiendo aquella adquisición.[79]
Como sea, en mayo de 1957, en puja abierta entre varios
interesados, se adjudicó el campo a la empresa Fish Engineering,
que representaba a un consorcio de cuatro empresas
norteamericanas, conformando la Bolivian Oil Co. (BOC),
comprometiéndose a perforar dos pozos en diez meses.
Toda la información relativa a los tejemanejes en torno al petróleo
llegaba fluidamente a la casa habitada por Oscar Únzaga en Buenos
Aires, quien convocó a los autoexiliados diputados falangistas Jaime
Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel, disponiendo su inmediato
retorno a Bolivia con instrucciones específicas y la información
necesaria para oponerse al “negociado de Madrejones”. Ponce y
Vásquez, pese a su inmunidad, debieron burlar la vigilancia
fronteriza para reingresar clandestinamente al país, sorprendiendo
al Parlamento con su presencia, pero nada pudo hacer el oficialismo
para evitarla. El célebre granizo Ponce, hombre dotado de virtudes
elocutivas, desordenó el tablero movimientista arremetiendo contra
las irregularidades del Contrato Madrejones en sesiones que
causaron sensación. Pese a que el gobierno intentó desviar el
interés de la prensa, ésta había recobrado buena parte de su vigor y
dio cobertura a Ponce Caballero, lo que le sirvió a éste de coraza
protectora. Amado Canelas, un escritor de izquierda, ha destacado
la valiente y solitaria oposición de Jaime Ponce Caballero.[80]
En vísperas de la autorización congresal del Contrato, en medio del
infernal escenario del Congreso, con la barra oficialista desorbitada,
insultando y amenazando de muerte al diputado falangista, dijo éste
que “si era agredido y aún asesinado en defensa del petróleo
boliviano contra los trusts internacionales, bienvenida la agresión”.
Más allá de los elementos que insinuaban actos de corrupción en el
gobierno, Ponce centró su ataque en la inconstitucionalidad del
Contrato Madrejones. En resumen, el artículo 25 de la Constitución
Política del Estado impedía otorgar concesiones a empresas
extranjeras dentro de los 50 kilómetros de la frontera. Madrejones
estaba a 150 metros de la frontera argentina. Encriptado el debate
en sesiones reservadas, el planteamiento de Ponce Caballero fue
abrumador y en lugar de ordenar la detención y enjuiciamiento del
parlamentario falangista por “desacato”, como insinuaban algunos
oficialistas, la mayoría cortó por lo sano, aprobando el Congreso una
ley de excepción, que de igual manera permitió proseguir con la
entrega de Madrejones a la BOC. Vásquez Michel ofrece algunos
datos sobre Fish Engineering, la empresa en torno a la que se
constituyó BOC:
“Fish tenía como principal socio a un grupo que operaba bajo la
razón social de TIPSA, conformado por capitales argentinos y ex
ejecutivos de YPFB, como Guillermo Mariaca y Carlos Ormachea y
otros gestores ligados al partido de gobierno. Los argumentos de
nuestra tenaz oposición no tenían significación frente a la aplastante
mayoría oficialista”.[81]
El investigador paraguayo Luis Alberto Mauro que ha escrito sobre
la BOC, en razón a que esa empresa cometió una estafa en su país,
revela algunos detalles relativos al “negociado que protagonizó con
motivo de la concesión, en su beneficio, de la zona petrolera
conocida con el nombre de Madrejones”:
“Parlamentarios bolivianos de aquella época sindicaron como
comprometidos en el ‘affaire’ a ministros de Estado, familiares del
entonces Presidente de la República, altas autoridades del partido
que se hallaba en el gobierno, así como autoridades de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales Bolivianos, diputados y periodistas que de una
u otra forma cohonestaron la operación contraria a los intereses del
Estado Boliviano y beneficiosa para los protectores y directores de
la BOC.”[82]
Dice L. A. Mauro que en sus viajes a Bolivia, y pese a sus empeños,
no pudo obtener información oficial sobre la Bolivian Oil Co. y sus
ex-propietarios.
“Un impenetrable misterio cubre los rastros de esta ‘honorable
sociedad’, algo así como una ley del silencio que imponían ciertas
organizaciones sicilianas.”
Madrejones avivó la imaginación de sus protagonistas en la BOC,
incluyendo el tendido de un oleoducto hacia el río Paraguay para
exportar el crudo al Estado de Paraná en Brasil y la construcción de
una refinería en Paraguay. Oscar Únzaga creía que YPFB podía
hacer todo ese trabajo y se oponía enfáticamente al cariz que había
tomado la acción gubernamental en materia de hidrocarburos. La
dicotomía entre la posición de Únzaga y la de un gobierno
revolucionario que se empeñaba en ceder el petróleo al capital
internacional, iba a causar la crisis definitiva entre dos tesis
excluyentes.
Lo que sostuvo el Presidente Siles - “el petróleo es nuestro y no se
negocia”-, en la vida real se negoció nomás, como se verá más
adelante.
Desafortunadamente para la BOC, si bien los resultados de las
perforaciones fueron positivos, más era gas que condensado y sus
caudales declinaron prontamente. Ocho años después, tras haber
invertido 18 millones de dólares, obteniendo sólo 1,2 millones de
barriles y 16,6 MMPC de gas natural, la empresa cerró Madrejones
y devolvió la concesión a YPFB. Por su parte la empresa iniciada
por el aventurero texano Glen McCarthy, en el primer gobierno del
Dr. Paz, traspasada y convertida en Chaco Petroleum, bajo la
influencia del Embajador Holland, tampoco tuvo suerte y después de
unos años y de haber invertido 40 millones de dólares, abandonó el
país. En cuanto a la Gulf, trabajó exitosamente unos años hasta que
en 1970, durante el atípico gobierno militar autocalificado de
izquierda presidido por el Gral. Alfredo Ovando, se produjo la
nacionalización de las concesiones y bienes de esa empresa
americana en Bolivia, por iniciativa sobre todo del Ministro de Minas
y Petróleo, Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Era la naturaleza de un negocio de alto riesgo, el petróleo, que fue
para Oscar Únzaga una obsesión patriótica, pero de ribetes más
emotivos que reales. Decíamos que a juicio nuestro fue un error,
pues la experiencia universal comprobó que los riesgos de financiar
la exploración en hidrocarburos y las inversiones gigantescas que
demanda la perforación y la instalación de pozos, refinerías y ductos
no las pueden hacer los gobiernos estatales sino las empresas
privadas transnacionales. Con un dato adicional plenamente
comprobado: cuando las empresas fiscales lo hacen, probablemente
con el patriotismo de sus protagonistas, no pueden evitar la elevada
corrupción que genera el negocio. Los ejemplos en el tiempo son
múltiples y lo siguen siendo en el siglo XXI.
En síntesis, Oscar Únzaga se opuso terminantemente a la presencia
extranjera en los campos petroleros bolivianos; aplaudió en su
juventud la nacionalización de la Standard Oil; compartió con el
mayor Elías Belmonte la resistencia a que el Brasil penetre en las
áreas petroleras bolivianas. Descubrió a PETROBRAS y soñó
convertir a YPFB en una empresa de la misma solidez, apartada del
manejo politiquero, para impedir, paradójicamente, que esa empresa
petrolera brasileña ingrese y ejerza dominio sobre Bolivia; se opuso
categóricamente al Código Davenport y sus alfiles fueron Jaime
Ponce Caballero y Walter Vásquez Michel. Hizo campaña contra la
presencia de la Gulf Oil Co., malquistándose con Washington,
aunque luego revisaría esa posición ante una realidad ya
inmodificable.
En proyección histórica, rompiendo el esquema temporal de esta
biografía, el petróleo y por extensión el gas, dividirían
profundamente a los líderes políticos bolivianos entre los que fueron
proclives a entregar parte de esa riqueza a consorcios extranjeros,
como Víctor Paz Estenssoro, Hernán Siles Zuazo, René Barrientos
Ortuño o todo, como Gonzalo Sánchez de Lozada, y los que se
opusieron a ello, como Oscar Únzaga de la Vega, Marcelo Quiroga
Santa Cruz, Carlos Palenque o Max Fernández. Hugo Banzer
Suárez, fue un defensor de YPFB contra la capitalización de
Sánchez de Lozada y promovió la construcción del gasoducto al
Brasil. Evo Morales re-nacionalizó los hidrocarburos sin que las
empresas petroleras se vayan, permaneciendo en calidad de
productoras para YPFB, y en su segundo gobierno les ofreció una
serie de ventajas adicionales estimulándolas para seguir invirtiendo.
XXVI - VOLVER A LAS ARMAS (1957 - 1958)

E l gobierno militar argentino concedió refugio a Oscar


Únzaga, disponiendo los falangistas de un santuario en
Buenos Aires y localidades del norte cercanas a la frontera.
Uno de los slogans de la era peronista decía “menos libros y más
alpargatas”, expresión subjetiva del menosprecio del depuesto
régimen populista por el estudio, las universidades y la prensa
independiente. Algo parecido sucedía en Bolivia, después de 1952,
cuando el gobierno revolucionario intentó sojuzgar los movimientos
universitarios, las academias y los colegios profesionales,
consiguiendo su frontal oposición. El gobierno de Aramburu restituyó
la autonomía universitaria, terminaron los ataques físicos contra la
Iglesia Católica y, entre otras cosas, devolvió el nombre original a La
Plata que había sido cambiado por Ciudad Eva Perón. Pero el
fenómeno justicialista era tan fuerte que un sector del radicalismo
pactó con el peronismo en las elecciones para conformar una
Asamblea Constituyente en 1957. Probablemente, lo que enervó a
muchos argentinos fue la desaparición del cadáver embalsamado de
Eva Perón y las leyendas que se tejieron en torno al caso.[83]
Únzaga no tenía el estatus de un huésped de lujo ni mucho menos
en esa nueva Argentina no peronista, pero contaba con amigos. Si
bien una parte del régimen militar representaba a la élite argentina,
los falangistas exiliados no guardaban correspondencia con la clase
dominante constituida por industriales, hacendados y banqueros.
Esa realidad se puso de manifiesto con un hecho protagonizado por
un notable dirigente falangista emparentado con familias
tradicionales de Sucre y Tarija. Víctima de la poliomielitis, Jorge
Ponce Paz usó una silla de ruedas desde su infancia. Un sirviente
de origen indígena, que empujaba esa silla, fue la persona más
cercana a él, convirtiéndose prácticamente en su hermano y
confidente, con quien compartió las amarguras derivadas de su
triste situación. Pero, en cambio, Ponce Paz desarrolló su intelecto,
fue uno de los grandes estudiosos del Derecho y abogado notable.
Líder estudiantil, camarada de copas y bohemia -siempre
acompañado por aquel fiel ayudante indígena-, deslumbró por su
personalidad a una bella dama de la sociedad tarijeña, con quien se
casó. Juró a FSB ante el propio Únzaga por el que sentía
veneración que su jefe correspondía.
Hasta que un día fue exiliado a Buenos Aires, donde
afortunadamente era muy bien recibido ya que su madre era parte
de la familia Gainza Paz, propietaria del diario LA PRENSA. Alberto
Gainza Paz, Director de ese diario argentino, había sido apresado
por Perón en 1954 junto a varios periodistas, de manera que la
caída del líder justicialista fue providencial para ellos. Una noche,
Gainza Paz ofreció una cena en homenaje a su primo boliviano,
Jorge Ponce Paz, a la que asistió lo más granado de la aristocracia
porteña. Cuando llegó el momento de sentarse a la mesa, los
anfitriones pretendieron que el hombre que empujaba la silla de
ruedas, cene con la servidumbre. Jorge Ponce Paz estalló en furia,
apostrofando contra la insensibilidad de su familia -pese a que lo
querían sinceramente- y en medio de un silencio sepulcral pronunció
una frase demoledora: “la discriminación y el racismo merecen la
indignidad del comunismo”, dicho lo cual dio la vuelta y se marchó
con su camarada indígena empujando la silla.
Unzaga llevaba una vida modesta y de privaciones en Buenos Aires,
no porque le disgustara la comodidad sino porque su idea del
decoro nacional y personal le impedía pedir ayuda y subsistía con
aportes de otros bolivianos exiliados que podían ayudar a su causa.
Su residencia, bautizada como Casa de la Libertad, en la calle
Santa Fe, era el lugar donde se registraban a menudo actitudes que
mostraban a los visitantes el compromiso social del jefe falangista.
Uno de sus seguidores, al comprobar que las suelas de los zapatos
de Únzaga estaban tan desgastadas que daban pena, se atrevió a
comprarle un par de calzados, que el beneficiario agradeció con su
proverbial humildad. A poco, y comprobando que uno de sus
camaradas más jóvenes ya estaba pisando el asfaltado con los
calcetines, desató los cordones, se descalzó y rogándole que no lo
tome a mal, le entregó los flamantes zapatos, para luego con
naturalidad abrir la sesión de ese día, en la que se determinó ir a
una nueva conspiración revolucionaria para aliviar a Bolivia de un
gobierno al que consideraba ya incompetente.
Mario R. Gutiérrez tenía sus propios problemas, viviendo en exilio
intermitente, amenazado por las bandas de seguidores de los
Sandóval Morón y tratando de administrar el patrimonio familiar en
la provincia Cordillera, al haber quedado como responsable desde el
fallecimiento de su hermano mayor. Peor era la situación de
Gonzalo Romero, quien se quedó en el país, viviendo en
clandestinidad, mientras su domicilio de la calle Hermanos
Manchego, en cuyo entretecho se ocultaba, era asaltado
permanentemente. Las vejaciones eran periódicas, su familia tuvo
que vivir de prestado y en algún momento le notificaron que su hija
Ana María no podría graduarse de bachiller porque no habían
pagado las pensiones.
En tanto era evidente que el gobierno boliviano garantizaba y
favorecía a las empresas petroleras norteamericanas Gulf Oil Co.,
Chaco Petroleum- y a la Bolivian Oil Co. que representaba intereses
argentino-bolivianos. Argentina, necesitada de petróleo, trataba de
proveer su demanda interna con producción local a cargo de YPF,
pero en el corto plazo sería insuficiente. Por eso trabajaba sin pausa
para cumplir compromisos en materia ferroviaria con Bolivia, en la
esperanza de que su vecino empiece a producir, sin importarle
mucho si lo hacían los norteamericanos o la empresa fiscal, aunque
guardado recelo ante la posibilidad de que el petróleo boliviano
termine fluyendo a Brasil.
Por su lado Brasil, en pleno desarrollo industrial, urgido de petróleo,
sentía que el energético se le escapaba de las manos ante el
culipandeo de las autoridades bolivianas de cara al Tratado de
1938. Las demostraciones de afecto e identidad política formuladas
por el Presidente Kubitshek -como el rechazo a los exiliados
falangistas y las loas públicas a la faena revolucionaria en el
altiplano-, no fueron suficientes, por lo que Itamaraty persuadió al
Presidente Hernán Siles Zuazo de la necesidad de una reunión
binacional de cancilleres. Pero estaba claro que los brasileños
harían algo más que presionar en el terreno diplomático.
LOS DERECHOS DE SANTA CRUZ
Mientras tanto los líderes cívicos e intelectuales de Santa Cruz se
percataban de que se acercaba un momento trascendental de la
mano del petróleo que estaba precisamente en el suelo cruceño.
Sea que lo explote YPFB, la Gulf, la BOC o la Chaco Petroleum,
Santa Cruz tendría que recibir un beneficio directo como
departamento productor, tal y como lo había previsto la Ley de
Regalías Petroleras del 11% aprobada en el gobierno del Presidente
Germán Busch, pero que el gobierno se negaba a cumplir, como
efecto del Código Petrolero.
El 16 de agosto de 1957, vigésimo aniversario de la fundación de
Falange Socialista Boliviana, Oscar Únzaga de la Vega dirigió aún
desde Buenos Aires la última carta pública a sus camaradas de
FSB:
“Hemos asistido durante veinte años a un proceso
turbulento de la vida nacional; partidos tradicionales e
instituciones tutelares han padecido el fracaso de sus
hombres y de sus sistemas; partidos más jóvenes se
han formado y disuelto. FSB, sin embargo, con fortaleza
propia, con energías auténticas e íntimas ha
permanecido como un factor de consolidación y
afirmación de la República.
Esta vigencia permanente del ideario y potencial político
de Falange en la vida boliviana se debe a dos factores
que constituyen la clave de su éxito. El primer factor es
la bondad y acierto de sus principios. Un partido político
no puede obtener la aceptación del pueblo si su
ideología contradice los grandes anhelos de la
colectividad. La adhesión a Falange no sólo puede
medirse en su extensión cuantitativa, sino en la
profundidad fervorosa de sus convicciones…”
Entre las convicciones de FSB estaba el apoyo militante a los
derechos de Santa Cruz sobre las regalías petroleras. Al día
siguiente, 17 de agosto, delegados de todos los sectores
económicos y sociales cruceños eligieron a Melchor Pinto Parada
como Presidente del Comité Pro Santa Cruz. Al posesionarse días
más tarde, anunció que su misión sería la lucha inquebrantable por
las regalías petroleras que correspondían a los cruceños, aunque
desvinculando de esa tarea a cualquier partido político. La fuerte
personalidad del Dr. Pinto, médico de prestigio, le permitiría
inicialmente asumir una posición de independencia política, pero si
bien el Comité representaba el anhelo principal de todos los
cruceños, no estaban ausentes los intereses particulares.
Se habían disparado las expectativas. “Aquí no va a pasar lo que
sucedió con la plata en Potosí”, decían los cruceños y exigían
acción a sus representantes. El Comité Pro Santa Cruz se agitaba
en un proceso de renovación. La antigua dirigencia cívica presidida
por Ramón Darío Gutiérrez, donde predominaba el sello falangista
con Mario R. Gutiérrez, Marcelo Terceros y Hernando García Vespa,
entraba en cuarto menguante. Se movían otros personajes, nuevos
rostros tomaban la palestra pública, circulaban consignas
regionalistas, los jóvenes acentuaban la rebeldía camba y por si
fuera poco surgió un personaje que concitó atención y generó
adhesiones: Carlos Valverde Barbery, beniano de origen, quien
levantó las banderas de su venerable antepasado federalista,
Andrés Ibáñez. Su discurso era anti-colla y para colmo militaba en el
Partido Comunista. Valverde estudió en La Paz, donde resintió
alguna afrenta que lo amargó por siempre. Estudió para bioquímico
en el Brasil, donde seguramente adhirió a las ideas de Carlos Luiz
Prestes. Al margen del regionalismo, ¿había alguna influencia
brasileña? En todo caso, resultaba imposible descartarlo.
El gobierno del Presidente Siles Zuazo hizo campaña en el resto del
país señalando que la exigencia de regalías petroleras se fundaba
en “el egoísmo camba”. Se buscó aislar a Santa Cruz con el
argumento de que tales regalías favorecerían sólo a ese distrito.
Pero el reclamo unía a todos los cruceños por encima de sus
diferencias y al negárseles ese derecho, instituido por el Presidente
Germán Busch, se liberaban los sentimientos regionalistas y
separatistas de inesperados actores en el escenario de las luchas
cívicas. Mario R. Gutiérrez solicitó a Oscar Únzaga el respaldo
falangista para retomar la iniciativa, sometiendo a su consideración
un plan de levantamiento regional -la “Operación Oriente”-, que
debía enlazarse a una rebelión general.
Una extraña intoxicación complicó la ya deteriorada salud de Oscar
Únzaga y se especuló con la posibilidad de una conjura para
envenenarlo.[84] Decidió entonces salir de Buenos Aires, pero antes
debía consolidar la situación interna de su partido. Héctor Peredo y
Gandarillas fueron sometidos al Tribunal de Honor de FSB y
expulsados por deslealtad partidaria. A continuación, reunió a un
grupo de militares -Cnl. Jorge Calero, ex ministro de Villarroel; My.
Julio Álvarez Lafaye; My. Teodoro Calderón, My. Lolly Guido de
Voltaire y Cnl. Milton Delfín Cataldi, ex militante del MNR distanciado
de Paz Estenssoro- a quienes sometió el análisis de la “Operación
Oriente”. Era factible, pero sólo tendría efecto sostenido si excedía
el marco regional y se propagaba nacionalmente. Ello determinaba
una guerra civil a partir del control del sudeste del territorio, la toma
de los centros estratégicos petroleros y el establecimiento de un
gobierno provisional en Santa Cruz. Unidades militares en acción
coordinada con grupos civiles de FSB tomarían control paulatino del
resto del país. La base era el oriente; se daba por segura la
inmediata adhesión de las capitales de Cochabamba, Chuquisaca y
Tarija. Tras la neutralización de los distritos de Potosí y Oruro, sin
conexión posible con La Paz, paralizado el occidente por la falta de
combustibles, el epílogo era la caída del régimen. El detonante se
basaba en el factor sorpresa y la posibilidad de golpear al gobierno
supuestamente desprevenido. Pero con el irresuelto forcejeo
boliviano-brasileño por el petróleo, Bolivia era el lugar menos
desprevenido del continente.
El reclamo cruceño tenía aristas inflexibles, cuyos actores se
aprestaban a tomar control de una nueva entidad, la Unión Juvenil
Cruceñista, disputando su liderazgo el falangista José Gil Reyes
(capitán de Ejército retirado por su oposición al MNR) y el
bioquímico Carlos Valverde Barbery. Este último se impuso y por
aclamación fue el primer presidente de ese organismo; sus
seguidores inmediatos –“Julio César Cronembold, Mario Paz
Méndez, con la comparsa Los Taitas, los hermanos Pareja, así
como don Waldo Bravo, Momoy Gutiérrez y otros jóvenes…”-
“deciden organizar un brazo armado del Comité”.[85]
Oscar Únzaga estaba consciente de que la efervescencia cruceña
era imparable. Pero un alzamiento no-falangista, estrictamente
regionalista, podría desembocar en una guerra que, en el peor de
los escenarios, cambiaría la fisonomía geográfica del país. En
cambio, si FSB asumía la conducción revolucionaria, sólo cambiaría
el gobierno del MNR, garantizando la unidad nacional, otorgando -
por efecto del cambio- las regalías que exigía Santa Cruz y otras
concesiones impostergables, no importa si a costa de aflojar el
centralismo de la sede del gobierno nacional, donde estaban
aglomeradas todas las decisiones y actos administrativos e
institucionales, con las excepciones de la Corte Suprema de Justicia
en Sucre y el LAB y la Federación Boliviana de Futbol en
Cochabamba.
Únzaga había consolidado pacientemente una plataforma de apoyo
político en base al gobierno militar argentino. De modo que su
presencia en Brasil sería breve, tan sólo un intermedio destinado a
confundir al servicio de inteligencia del gobierno boliviano, pues su
destino final debía ser el lugar donde se estaban librando acciones
que serían determinantes para el futuro de la nación. No temía a los
desorbitados que hablaban de separatismo, pero estaba dispuesto a
neutralizarlos con la fuerza que él adjudicaba a su partido, creciente
en ese momento por la adscripción de las clases medias, la juventud
y, desde luego, una mayoría cruceña. Y creía sinceramente que la
solución a la problemática planteada en Santa Cruz estaba
fatalmente ligada al derrocamiento del gobierno como condición
para evitar la división de Bolivia, que parecía anidar en la mentalidad
de algunos jóvenes cruceños, como Valverde Barbery, quien
abominaba abiertamente de la pertenencia de los pueblos orientales
a Bolivia.[86]
Únzaga había activado ya dos líneas revolucionarias, la primera en
el sudeste, con camaradas que incursionarían al territorio nacional
desde Argentina ingresando por Yacuiba para juntarse con la gente
que preparaba Mario R. Gutiérrez, a quien se uniría también Enrique
Achá ingresando desde Corumbá. La segunda línea, occidental,
determinaba la presencia de falangistas que penetrarían también
desde territorio argentino para reunirse en La Paz con Ponce
Caballero y Vásquez Michel.
En cumplimiento de esas instrucciones y en medio de incidentes
fronterizos, César Rojas y Jaime Gutiérrez habían traspuesto la
frontera en Villazón burlando numerosos controles. Su misión era
tomar contacto con oficiales de la Fuerza Aérea. Los estaban
siguiendo; el nivel de infiltración del aparato represivo había dado la
voz de alarma. Llegaron a El Alto desde donde bajaron a la ciudad
caminando, se mantuvieron en la clandestinidad durante algún
tiempo, sintiendo que los agentes de San Román les pisaban los
talones, hasta que reconocieron a Gutiérrez y lo condujeron al
Control Político donde fue torturado para que revele por qué estaba
en La Paz, pero no le sacaron palabra y lo encerraron en el llamado
“cuartito azul”[87] donde permaneció tres meses.
Sin embargo, Walter Vásquez Michel recibió las instrucciones de su
jefe y procedió a organizar el aparato subversivo en La Paz,
conformando un estado mayor, dirigido por el Cnl. Rafael Loayza,
con la misión de tomar contactos con miembros de las Fuerzas
Armadas, mientras su camarada Franz Tezanos Pinto se hacía
cargo de la organización de los grupos civiles. El falangista Oscar
Rocabado fue encargado de los grupos operativos. Un grupo de
oficiales de carabineros se conformó bajo la jefatura de un oficial de
apellido Palma y los capitanes Pablo Caballero, Rojas y Vilaseca.[88]
Entre tanto, Únzaga envió a Santa Cruz un delegado personal, Juan
José Loría, quien transmitió el acuerdo de la jefatura nacional
falangista para que, “una vez derrocado el MNR como consecuencia
de la guerra civil, Mario R. Gutiérrez asumiera la Presidencia
Provisoria de la República”[89]. Tal interinato reconciliaría y
fusionaría fuertemente a Santa Cruz con Bolivia.
El 7 de septiembre, Únzaga llegó a Río de Janeiro. Allí se mantenía
activo el grupo de seguidores leales entre los que se contaban
Jerjes Vaca Diez, Marcelo Quiroga Galdo y desde luego el político
brasileño opositor Carlos Lacerda, además de ciudadanos
bolivianos independientes que empero apoyaban al jefe falangista.
Por el rol que luego le correspondería jugar, mencionamos el caso
del arquitecto Alberto Iturralde Levy, quien sintiéndose perseguido
por el gobierno de La Paz y perjudicado en sus emprendimientos
industriales y urbanísticos, decidió radicar en San Pablo.
Únzaga hizo contactos políticos y fue recibiendo apoyos de
gobiernos amigos, personalidades y organizaciones de varios
puntos del planeta. Estaba visto que Washington carecía de
voluntad para comprender la realidad boliviana porque le resultaba
más cómodo tener de su lado gobiernos de raigambre social sin
importar si sus actos eran ilegales o represivos y en parte también
porque la pugna con la Unión Soviética determinaba otras áreas de
su atención. Nikita Krushev había bañado en sangre a Hungría y el
egipcio Gamal Abdel Nasser, creador de la República Árabe Unida
(RAU), había nacionalizado el Canal de Suez, cuyo cierre
desestabilizó al Medio Oriente.
La presencia de Únzaga en Río de Janeiro reactivó a los núcleos
falangistas en la región contigua a Brasil. Luis Mayser Ardaya, con
propiedades en ambos lados de la frontera, considerado un peligro
para el régimen imperante en La Paz, persistía en la producción de
goma que vendía en el Brasil, pero sobre todo dedicaba sus
esfuerzos a la exportación de ipecacuana, una raíz de excelente
cotización en Europa, además de la ganadería y la cacería de tigres
y caimanes, de buen precio en una frontera vacía donde se
comercializaba las pieles de esas especies. Los recursos que
obtenía le dieron una posición económica holgada, permitiéndole
desarrollar la región y ayudar a la gente, por lo que no era extraño
que hubiera falangistas en San Luis de Cáceres o Vila Bela que
brindaban con caipirinha “por Bolivia”. Mayser no sólo enviaba
regularmente dinero a Únzaga para ayudarlo en su exilio, sino
también adquiriendo armas para los falangistas en Santa Cruz.
A finales de septiembre, Mayser se presentó en la casa donde vivía
Únzaga en Río de Janeiro. Intercambiaron ideas sobre la situación
en Santa Cruz, donde Carlos Valverde recalentaba el ambiente
mientras la Falange trataba de fortalecer otra instancia cívica a
través de la fundación de la Unión Cruceñista Femenina con la Dra.
Elffy Albrecht. El visitante le informó de sus excelentes relaciones en
el Brasil, inclusive con el Presidente Juscelino Kubitshek, a quien
conoció en Cuiabá y cuyo partido necesitaba un diputado federal de
gran arrastre popular en el Estado de Mato Grosso, ofreciéndole esa
candidatura que Mayser obviamente rechazó por su nacionalidad
boliviana. Pero una sobrina suya, casada con un médico militar,
ayudante del General Humberto Castelho Branco lo puso en
contacto con este, reuniéndose en esos días en una residencia del
exclusivo barrio de Santa Teresinha. La conversación se concentró
en la nueva realidad regional que planteaba la situación brasileña-
argentina, el potencial petrolero boliviano, el hierro del Mutún y la
posición estratégica de Bolivia para el equilibrio político continental.
Sin embargo, como quedó establecido, Únzaga rechazaba la
presencia de PETROBRAS en las regiones petroleras bolivianas.
Mayser fue acumulando pacientemente un mediano arsenal, al
abrigo de su antiguo proyecto guerrillero que su jefe, Oscar Únzaga,
había dejado postergado para una oportunidad futura. Creyendo
Mayser que ese momento había llegado, le planteó nuevamente la
necesidad de iniciar un movimiento guerrillero al noreste de la
provincia Velasco de Santa Cruz, desde donde se extendería al
resto del país. Y de nuevo Ùnzaga le pidió postergar aquel proyecto
para una ocasión futura, si acaso fracasara el movimiento
revolucionario en el que estaba empeñado. Le reveló que Mario R.
Gutiérrez demandaba la presencia de “Monseñor”, nombre clave de
Enrique Achá, cuya presencia era fundamental por su experiencia
revolucionaria, llevando además la representación del jefe
falangista.
Únzaga pidió a Mayser apoyar el ingreso de Monseñor, impartiendo
a éste instrucciones precisas a través de Jerjes Vaca Diez en una
reunión llevada a cabo en Corumbá. Mayser planificó el ingreso de
Enrique Achá y su acompañante, Milton Ibáñez Flores, les compró
ropa, revólveres y les dio dinero (incluyendo un reloj pulsera).[90]
Achá se reunió con Mario R. Gutiérrez, uniéndoseles Juan José
Loría para coordinar el alzamiento, su propagación y la coordinación
para el golpe de Estado en La Paz.
Aunque no había una fecha para el inicio de las acciones, la
revolución en marcha sería definitiva por los factores nacionales e
internacionales concurrentes, por ello su preparación debía tomar en
cuenta hasta los menores detalles evitando las filtraciones y
asegurando sostenibilidad externa necesaria en los momentos
previos y posteriores al golpe. Por toda la información disponible,
Únzaga consiguió la cobertura del gobierno militar argentino.
Pensaba que FSB había sido penetrada por agentes al servicio de la
Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y, en
previsión de que las acciones de la CIA favorezcan al gobierno
boliviano, José Gamarra Zorrilla tocaba las puertas de diplomáticos
amigos y, sobre todo, la del adjunto militar de la Embajada
Americana en Buenos Aires, procurando atenuar el sentimiento anti-
falangista en Washington.
La situación en Santa Cruz aceleró el ingreso de Únzaga a Bolivia y
lo hizo también gracias a la cobertura que le ofreció Luis Mayser, de
acuerdo con su propio relato:[91]
“Únzaga entró por última vez a Bolivia a través de mi
estancia San Simón ubicada en la frontera brasileña,
adonde llegó el 23 de octubre de 1957. El avión que
contraté para que los recoja y los lleve a Santa Cruz de la
Sierra tuvo un percance en Ascensión de Guarayos,
razón por la que Oscar se quedó dos días en mi estancia.
Me dijo que venía para la revolución final que estaba en
marcha. Yo me opuse, le avisé que su vida peligraba
porque lo buscaban para matarlo. También le dije que no
era necesario que ingresé a Bolivia porque él podía dirigir
desde afuera. Le sugerí que haga un reajuste interno en
el partido, una reorganización en los cuadros directivos,
que coloque gente de confianza. Pero él sostuvo que
ahora sí tenía seguridad del triunfo porque estaban
comprometidos altos mandos de las Fuerzas Armadas y
Carabineros. Me ofrecí acompañarlo para ayudarle y él
rehusó. Me pidió que yo fuera a Brasil si acaso se
desencadenaba una guerra civil con apoyo extranjero,
sugiriéndome no perder los contactos que yo tenía en ese
país, que era una alternativa si se producía una lucha
armada prolongada, donde también habría un duro
enfrentamiento ideológico regional. Tomé todas las
previsiones para cuidar la vida de Oscar. Mi estancia
estaba bien organizada. Como el avión no llegaba, tuve
que poner gente armada en los caminos para evitar
cualquier sorpresa. Volvió el mensajero que mandé a San
Ignacio, me informó que estaban mandando otro avión
por intermedio de Ramón Darío Gutiérrez que era tío de
Mario R. Gutiérrez.[92] En el avión vino el experimentado
capitán José Terrazas y el propio Ramón Darío y ellos se
llevaron a Únzaga el sábado 26 de octubre (1957). El
avión aterrizó en Colpa que era una estancia en Santa
Cruz y de ahí lo llevaron a una cervecería donde estuvo
oculto varios días…”
El reencuentro con Mario R. Gutiérrez fue muy emotivo. Únzaga
sostuvo reuniones con varios dirigentes de la Falange que le
informaron en detalle de la situación, llegando a la conclusión de
que era urgente conversar con el Presidente del Comité Pro Santa
Cruz. Pero Melchor Pinto Parada se resistía a reunirse con políticos
o gente extranjera por las acusaciones que hacía el gobierno sobre
acciones separatistas o subversivas. Mayser recomendó a Unzaga
apelar a Saúl Pinto, sobrino de Melchor, costándole mucho
convencer a su tío, quien no tenía buena opinión sobre el jefe de
FSB. El Dr. Pinto fue, en la década anterior, Ministro de Salud del
Presidente Enrique Hertzog y ya anotamos la relación accidentada
que tuvo ese mandatario con Oscar Únzaga, pese al lejano vínculo
familiar. A regañadientes, el líder cívico cruceño aceptó una breve
reunión, en estricto secreto, a primera hora de la mañana del martes
29 de octubre. La conversación de Únzaga fascinó al Dr. Pinto.
Hubo un acuerdo reservado entre ambos: la juventud de FSB
votaría por el capitán José Gil en las elecciones para la presidencia
de la Unión Juvenil Cruceñista que se realizarían en dos días.
“Luego de la reunión tuve la ocasión de hablar con el Dr. Pinto quien
me comentó que Únzaga le pareció una gran figura y un patriota a
quien no podía rechazar su colaboración”, señala Luis Mayser,
agregando que, fruto de ese encuentro fue el fortalecimiento del
liderazgo de Pepe Gil procurando desplazar de la conducción de la
UJC a “ese pequeño grupo de exaltados de formación extremista”,
en alusión a Carlos Valverde.
Sin capacidad de entender lo que estaba en juego, el gobierno
cometió la torpeza de intensificar su campaña para desacreditar el
movimiento cívico cruceño calificando su movilización por regalías
como “una actitud separatista y anexionista al Brasil”, circulando
panfletos acusando a los cruceños de subversivos, acciones que no
tuvieron otro efecto que irritarlos y radicalizar posiciones
Para la mañana del mismo 29 de octubre, día del encuentro entre
Únzaga y Pinto, el Comité Pro Santa Cruz y la Unión Juvenil
Cruceñista habían convocado a un cabildo abierto en el Paraninfo
de la Universidad Gabriel René Moreno, seguido de una
concentración popular en la Plaza 24 de Septiembre. El gobierno
decretó el Estado de Sitio y denunció que los cruceños pretendían
proclamar el sistema federal. Como el Estado de Sitio prohibía
manifestaciones públicas y el cabildo era irreversible, se
presagiaban momentos difíciles por la exaltación de los cruceños y
la provocación del oficialismo.
Aunque de por medio aparece una figura poco clara de
“intervencionismo externo”, por la presencia esa mañana de dos
aviones brasileños en el Aeropuerto de El Trompillo, que el gobierno
boliviano denunció como cobertura militar para una operación
separatista, el gobierno del Brasil aclaró que se trató de un aterrizaje
de emergencia. De ser cierta la versión que Enrique Achá ofreció
muchos años después, debió ser sumamente difícil para Oscar
Únzaga administrar aquella crisis política que lo ponía en una
encrucijada.[93]

Hubo desorbitados que intentaron cometer desmanes, detenidos por


fuerzas de seguridad y llevados a celdas en la Alcaldía, Plaza 24 de
Septiembre. Como fuere, el cabildo y la manifestación conservaron
el espíritu de reclamo, pero en un tono más mesurado. El gobierno
había destacado una comisión de observadores. El discurso de
Melchor Pinto tiró la línea: Santa Cruz vivía un estado de postración
y pedía al gobierno una mejor atención a sus problemas y
necesidades, solicitando la promulgación de la Ley Interpretativa del
Código del Petróleo en referencia a las regalías departamentales y
anunció que se habían enviado notas en ese sentido a la
Presidencia de la República, el Senado y la Cámara de Diputados.
Al filo de la media noche se realizó una reunión presidida por el
Prefecto, Gral. Froilán Callejas, delegándose al Senador Rubén
Julio Castro la misión de hacer conocer al gobierno 1) que la
situación en Santa Cruz era grave; 2) que no había movimiento
separatista alguno; 3) que tampoco había ambiente para propiciar el
sistema federal; 4) que los parlamentarios y políticos observadores
destacados por el gobierno tomaron consciencia de las necesidades
de Santa Cruz en relación a agua, luz y pavimento.[94] Ni una
palabra sobre las regalías del 11%.
El miércoles 30, Santa Cruz aguardó la reacción del gobierno. Por lo
menos públicamente, no la hubo. Estando convocada la elección del
Presidente de la Unión Juvenil Cruceñista para el jueves 31 de
octubre, esa mañana un grupo de integrantes de esa organización,
irrumpió en el edifico de la Alcaldía en cuyas celdas habilitadas por
el Control Político estaban detenidos varios jóvenes. En su afán por
liberarlos fueron recibidos a balazos y fluyó la primera sangre.[95]
El sábado 2, el Presidente Siles Zuazo decidió enfrentar la tormenta
a su estilo, llegando valientemente y en persona a la ciudad
convulsionada de Santa Cruz. Arribó a media tarde al aeropuerto y
se dirigió de inmediato a la Plaza 24 de Septiembre donde unas
30.000 personas se hallaban concentradas. El Dr. Melchor Pinto le
dio la bienvenida y le ofreció el micrófono. Durante veinte minutos el
primer mandatario de la nación habló sobre el aporte cruceño a la
bolivianidad, recordó su presencia en la guerra del Chaco
compartiendo trincheras con compatriotas cruceños. Recordó la
identificación de Santa Cruz con la Revolución Nacional y los
aportes que recibió este distrito como la carretera Cochabamba-
Santa Cruz, el Ingenio Azucarero Guabirá y otros, anunciando que
su gobierno ejecutaba proyectos para el desarrollo de la capital
oriental y las provincias. El silencio ahogó dispersos intentos de
aplauso. Como el acto no había sido previamente concertado, el Dr.
Melchor Pinto retomó el micrófono para afirmar que Santa Cruz es
un pueblo de paz, que el Comité había recogido la voz de ese
pueblo que pedía solución a sus problemas apremiantes y para
pedir un aplauso para el Presidente Siles. La respuesta fue una
silbatina multitudinaria. Siles se retiró.
Probablemente recién entonces el Dr. Siles Zuazo se dio cuenta de
la gravedad de la situación. Hasta ese momento el oficialismo se
había obstinado en rechazar la posibilidad de entregar regalías a los
departamentos productores, con el argumento de que el gobierno
podía administrar mejor los recursos generados por el petróleo. El
Estado radicado en La Paz consideraba al oriente inexperto, inferior,
infantil. Negarles regalías a los cruceños y prometerles a cambio
muchas obras, era como decirles “yo sé lo que te conviene”. Estaba
visto que esa situación estaba cambiando y Oscar Únzaga creyó
que era su deber sustentar ese cambio, pero evitando que Santa
Cruz se desgaje del tronco común: Bolivia.
Todas las evidencias mostraban que el cambio era inapelable, Santa
Cruz quería articular su destino y el gobierno del Presidente Siles
aceptó recibir a una comisión constituida por el Director de EL
DEBER, Lucas Saucedo Sevilla; la Presidenta de la Unión
Cruceñista Femenina, Elffy Albrecht; el intelectual e historiador
Humberto Vásquez Machicado y el representante de la Unión
Juvenil Cruceñista, Carlos Valverde, quienes arribaron a La Paz el
10 de noviembre para analizar una propuesta del gobierno en el
tema de las regalías. Pero la voz definitoria era la de Humberto
Vásquez Machicado, en ese momento Director de la Biblioteca
Municipal de La Paz. Todas las estrategias para el 11% se
desarrollaron en La Paz, en coordinación con el Directorio del
Comité Pro Santa Cruz y un grupo asesor de primer nivel donde
estaban Dionisio Foianini, fundador de YPFB, además de los
falangistas Mario R. Gutiérrez y Marcelo Terceros Banzer. Utilizaron
el sistema de envío de documentos de La Paz a Santa Cruz y
viceversa, camuflados en encomiendas comunes en la Flota Galgo,
de acuerdo con el relato de Oscar Añez. [96]
Pero la negociación bajó los ánimos y el gobierno dejó sin efecto el
Estado de Sitio. Luego de casi dos semanas, el gobierno nacional
concilió una propuesta que Santa Cruz aceptó el 23 de noviembre:
Regalías del 11% de la producción de YPFB en beneficio de los
departamentos productores, aplicable sobre la producción directa de
YPFB y sobre la producción de cualquier compañía que tuviera
contrato de operación en Bolivia. El pueblo cruceño celebró la
noticia ante las caras largas del comando del MNR que, revestido de
autonomía revolucionaria, asumió compromiso de cobrar revancha.
El gobierno procedió al cambio del Prefecto, Gral. Froilán Callejas,
posesionando en el cargo al Gral. Luis Rodríguez Bidegaín y Santa
Cruz vivió un veranillo de paz… que terminó abruptamente.
Un incidente confuso en el edificio de la Alcaldía, al que llegaban
integrantes de la Unión Juvenil Cruceñista y fueron recibidos a
balazos por la gente del Control Político, dando muerte al
universitario Jorge Roca Pereira, quebró esa paz.[97] La reacción de
la ciudadanía fue general. Enrique Achá, testigo presencial de los
acontecimientos, refiere que oficiales y cadetes de la Escuela de
Aviación Militar, su pusieron a la cabeza de un contingente de
ciudadanos que portando diversidad de armas se constituyeron en
las oficinas del Control Político para cobrarse el agravio, pero el
temible jefe de esa repartición, Adhemar Menacho, había huido en
camionetas con sus lugartenientes, dejando sólo a unos cuantos
agentes, cuya vida apenas logró salvarse ante la multitud dispuesta
a lincharlos. La policía se mantuvo al margen. No hubo intentos de
tomar la Prefectura ni cualquier otra instancia oficial. La ciudadanía
cruceña se limitó a desalojar al Control Político del edificio histórico
de la Alcaldía.[98]
Derrotado el gobierno, las autoridades en La Paz sólo atinaron a
denunciar un “movimiento separatista” que no era tal, aunque en
efecto hubo separatistas, pero eran los menos. FSB se mantenía al
margen de esas acciones, aunque la mayoría de sus militantes,
especialmente jóvenes, participaron como cruceños que eran.
Surgieron expresiones de apoyo a Santa Cruz, como la del Comité
Cívico de Cochabamba.
El jefe del comando del MNR, Luis Sandóval Morón, convocado por
su gobierno, regresó del Brasil donde cumplía “misión diplomática”.
Ya en Santa Cruz, recibió una gran dotación de armas y municiones
“en aviones del LAB” y recursos extraordinarios para movilizar
campesinos, generar disturbios para justificar una intervención
masiva del Ejército y Carabineros desplazados desde el occidente.
En cumplimiento de ese plan, el viernes 6 de diciembre una mano
criminal puso una carga de dinamita en el dormitorio de la casa del
falangista Alfredo Pinto, salvándose de morir sus propietarios al
haberse trasladado a otra vivienda una hora antes del atentado.
Todo señalaba a la gente del comando del MNR.
Oscar Únzaga observaba perplejo lo que sucedía. Una escalada de
violencia ilimitada amenazaba a Santa Cruz. Por su compromiso con
Melchor Pinto de mantenerse al margen, poco podía hacer, pero
buscando una salida desesperada y emulando a Siles Zuazo, la
Unión Femenina, con la falangista Elffy Albrecht a la cabeza, se
declaró en huelga de hambre a primera hora del sábado 7,
reuniendo con ese propósito a una gran cantidad de ciudadanos que
pedían al Prefecto Rodríguez Bidegaín la salida de Santa Cruz del
causante de la violencia, el mencionado jefe del comando
departamental del MNR. El Prefecto pidió una tregua, fue en busca
de Sandóval Morón, pero éste había desaparecido. El Gral.
Rodríguez volvió a la Plaza 24 de septiembre y declaró que se
castigaría al responsable, pero este movilizaba campesinos y gente
armada para atacar la ciudad. Además, las tropas acantonadas en
Guabirá recibieron la orden de marchar sobre la capital
departamental.
Esa noche comenzaron los disparos de armas de fuego en la
ciudad. Alarmado, el Cuerpo Consular consiguió que la huelga de
hambre fuera suspendida momentáneamente, mientras el Canciller
de la República, Manuel Barrau, dio seguridades de que “los
obstáculos a la tranquilidad serían salvados definitivamente”. El
Prefecto Rodríguez finalmente le pidió a Sandóval Morón que se
vaya de Santa Cruz, pero éste no aceptó.[99]
Por influencia directa de Oscar Únzaga, la División Colonial del
Ejército acantonada en Guabirá (que años después pasaría a
denominarse Regimiento Manchego), se negó a cumplir la orden del
gobierno para retomar la ciudad; el enfrentamiento final entre
fuerzas civiles enemigas fue inminente, pero la capacidad de fuego
de los milicianos era muy superior. El capitán Saúl Pinto se
entrevistó con Únzaga, coincidiendo en la necesidad de dar a Santa
Cruz la oportunidad de defenderse e intentar expulsar a Sandóval
Morón. Únzaga decidió entonces autorizar la entrega de una
importante cantidad de armas a la Unión Juvenil Cruceñista.[100]
A las 3 de la tarde comenzó el tiroteo en el Oeste de la ciudad,
cuando un contingente cruceño dirigido por el capitán Saúl Pinto
atacó la quinta Villa San Luis, sobre la entonces Avenida de
Circunvalación conectada a la carretera a Cochabamba, donde
estaban atrincherados los comandos armados del gobierno con
nidos de ametralladoras pesadas y fusileros. La batalla fue
prolongada y sangrienta. Oscar Únzaga se mantuvo a dos cientos
metros de los hechos, siguiendo las alternativas y enviando
instrucciones mediante estafetas. Según los registros de la época,
pese a la menor capacidad de fuego de los atacantes, estos tenían
el apoyo de la población que los sostuvo proveyéndoles de café,
alimentos y refrescos a lo largo de la jornada, la noche y el día
siguiente. Cercados, los comandos del MNR se rindieron a las 3 de
la tarde del domingo 8. Sandóval Morón había abandonado el lugar
dejando solo a unos pocos milicianos alcoholizados. Entre los
caídos en el combate estaba el universitario Gumercindo Coronado.
Santa Cruz celebró con alborozo lo que consideró la expulsión de
ocupantes despiadados dirigidos por un nativo. Los datos que se
recogen de aquellos días insisten en mostrar división entre los
defensores de la ciudad oriental y probablemente por ello la Unión
Juvenil Cruceñista se denomina en algunos relatos “Jorge Roca” y
en otros “Gumercindo Coronado”, para terminar fundiéndose en
“Roca-Coronado”.[101] Probablemente a ello respondan las
nebulosas insinuaciones que hace Carlos Valverde Barbery en un
libro de su autoría, contra el capitán José Gil Reyes y contra Enrique
Achá a quien acusa de instarlo a unirse a un golpe subversivo
contra Siles Zuazo.[102]
Las oficinas públicas dependientes del gobierno nacional, como la
Prefectura, la Alcaldía, YPFB, aduanas, correos, etc., continuaron
funcionando normalmente y sólo la presencia del Control Político
desapareció. Muchos ciudadanos, hasta hacía poco semi ocultos,
pudieron volver a caminar libremente. Días más tarde, el gobierno
nacional pidió una tregua en ocasión de la visita -un poco forzada-
del Presidente de la República Argentina, Gral. Pedro Eugenio
Aramburu, quien llegó a Santa Cruz para inaugurar el ferrocarril
Yacuiba-Santa Cruz, gracias al trabajo de la Comisión Mixta
Boliviano Argentina. El Presidente Siles fue recibido en medio de un
ominoso silencio, contrastando con la calurosa bienvenida que se
ofreció al Gral. Aramburu. Este sabía algo ignorado por Siles: que
Oscar Únzaga era huésped de la Comisión Mixta Boliviano
Argentina.
Aunque el aparato represivo del gobierno intuía que Oscar Únzaga
podía estar en Santa Cruz, no tenía manera de comprobarlo. El líder
falangista se alojó en los predios de la Comisión Mixta, aunque
discretamente realizaba esporádicas visitas a un grupo reducido de
adherentes, especialmente a Marcelo Terceros Banzer, cuyo hogar,
cimentado en valores espirituales, era muy apreciado por el jefe
falangista, como un oasis de paz en medio de la tormenta. Anita
Suárez de Terceros, esposa de Marcelo Terceros Banzer,
entrevistada medio siglo después por este cronista, recordaba la
presencia de Oscar en esa casa de los Terceros, en la calle Junín
que aún se conserva como entonces:
“Mi familia, como la de mi marido son profundamente
católicos. Los Terceros dedicaron su vida a proteger a la
Iglesia, a la que daban todo lo que podían. En La
Merced hay imágenes, candelas de plata y otros objetos
donados por las tías de Marcelo. Corpus Christi siempre
se celebró en la casa de la calle Junín. En mi familia
éramos diez hermanos, una familia muy conocida y
grande. Mi padre, por norma, tenía una Biblia y todos la
leíamos. Nos conocimos con Marcelo desde niños. Yo
trabajaba en PANAGRA[103] y cuando me casé, Marcelo
dijo que me retirara. Estuve varios años en casa
cuidando a mis hijos. La política fue ingrata para
nosotros. Todas las familias de bien abrazaron la causa
de Oscar Únzaga. Cuando Marcelo estuvo preso, yo
tenía dos hijos y una estaba por nacer, entonces volví a
mi anterior trabajo, expliqué mi situación y estuve como
ejecutiva de la Casa Grace y allí trabajé hasta que mi
marido retornó… Yo le preguntaba a Marcelo lo que
pasó en los campos de concentración y él me decía que
las cosas malas se olvidan y las cosas buenas se
recuerdan y él recordaba lo bueno que hizo en las
prisiones, incluso celebraba misas. Era, como el propio
Únzaga, un hombre humilde, como cualquier persona,
muy sereno, tenía tranquilidad espiritual. Él siempre me
decía que estaba preparado para la muerte…”[104]
Por su parte, Josefina Terceros Banzer -hermana de Marcelo y
Carlos Terceros-, a quien también entrevistó este cronista, nos
ofrece el testimonio de lo que eran las familias cruceñas en la
primera mitad del siglo XX:
“Quedamos huérfanos porque mi padre murió en la
tragedia del avión del Juan del Valle y mi madre se quedó
con siete hijos, el mayor de 15 y la menor de 3. Mamá
nos sacó adelante. Adalberto se fue a Chile a estudiar,
Carlos y Marcelo se metieron muy jóvenes a la política
bajo la figura y el misticismo que tenía Unzaga. Ellos han
sido muy perseguidos. En 1953 Carlos cayó preso, estuvo
en Curahuara donde lo dejaron sin voz porque él era muy
eufórico y en los vagones que los transportaban a ese
campo de concentración él gritaba “¡viva la Falange, viva
Unzaga!”, entonces le dieron un culatazo en el cuello
afectando las cuerdas vocales y perdió la voz que
después fue recuperando en Argentina, porque él estaba
en el avión que tomaron los falangistas y que lo hicieron
aterrizar en Salta. Carlos retornó dos años después.
Yo conocí a Oscar años antes, cuando llegó junto a su
madre doña Rebeca, luego de una operación que le
practicaron en el estómago. De esos días tengo el mejor
recuerdo porque era un hombre tan humilde que no exigía
nada. Junto a una muchacha le servíamos alimentos
porque tenía que comer seguido. Se quedó entonces
unos diez días. Era un hombre de principios cristianos
sólidos, que infundía paz, muy humano y amable con
todos. Se levantaba a las 8, tomaba el desayuno con
Marcelo, luego iba a la sala a escribir y a leer y luego
venían las visitas. Almorzaba en la casa o los camaradas
lo llevaban a comer. La última vez, a fines de 1957,
también vino a vernos, yo ya tenía dos hijas. René
Gallardo me dejó una foto de él con Únzaga que llevaba
una dedicatoria: ‘Para mi amiga del alma’...”
Esa era la Santa Cruz que tanto quería Oscar Únzaga, una parte
distinta al resto del país, pero no por ello menos apreciada e
imprescindible en el extenso y variado mosaico nacional. Oscar
Únzaga consolidó el apoyo de la población cruceña, pero si ello lo
hacía sentir feliz y halagado, no era suficiente para el rol nacional a
que aspiraba. Su destino lo convocaba a La Paz, escenario de la
historia. Pero no pudo de momento asumir esa decisión. La máxima
dirigencia de su partido en Santa Cruz creía que siendo
políticamente inexistente el gobierno en Santa Cruz, había llegado la
hora de la “Operación Oriente”.
A fines de 1957, el nuevo gobierno del Perú presidido por Manuel
Prado, autorizó al retorno del re-exiliado boliviano Carlos
Kellemberger, quien después de tres años, pudo reencontrarse, con
su familia en Arequipa para la Navidad de ese año, abriéndose un
nuevo paréntesis a la espera de que el gobierno boliviano permita
su ingreso al país. Las fronteras estaban herméticamente cerradas
para los falangistas.
El Control Político se daba cuenta de que Únzaga estaba en el país,
pero no sabía por dónde había ingresado, su paradero era un
misterio y lo único seguro era que en La Paz no estaba. Diestro en
dar pistas falsas, el jefe falangista envió una carta al Director de EL
DIARIO, que no fue publicada, pero sí difundida en una edición semi
clandestina de ANTORCHA. Llevaba fecha de 31 de enero de 1958.
Justificaba su condición clandestina cuestionando la inexistencia de
derechos. Sus conceptos eran demoledores:
Los que firmaron el “acta de independencia económica de Bolivia”
pusieron al país en el grado más absoluto de dependencia de la
ayuda y caridad extranjera…
El llamado “régimen de obreros y campesinos”, fue precisamente
quien los llevó al hambre, a la desocupación y a la masacre
blanca…
El MNR disfrutando del poder, fue vencido por el propio MNR…
Si el gobierno responde con arbitrariedades y se obstina en su
manía persecutoria, perseverando en el camino del odio, el pueblo
tendrá que mantener su libertad a costa de cualquier sacrifico…
El peligro de la conspiración desaparecerá el día en que la nación
respire un aire de libertad…
Y remataba la misiva con una frase concluyente: “Un cielo tan sucio
no aclara sin tormenta”.
No había vuelta, el camino de la subversión permanente había sido
tomado. Enrique Achá Álvarez revela en su libro que el día
miércoles 18 de febrero, en una quinta ubicada en las afueras de
Santa Cruz, se reunieron Únzaga, Mario R. Gutiérrez, el propio Achá
y un cuarto sujeto no identificado. Tras compulsar la situación
llegaron a la conclusión de que las condiciones eran favorables,
determinándose actuar el domingo 2 de marzo a las tres de la tarde.
La base era el control del sudeste y los campamentos petroleros,
tomando las divisiones militares de Camiri y Villamontes a cargo del
Cnl. Ángel Costas y el My. Guido Lolly de Voltaire. Había absoluta
confianza en la acción militar lo mismo que en las guarniciones de
Guabirá y Roboré, reforzadas bélicamente en ocasión de la reciente
rebelión cruceña. Se tenía absoluta confianza en la adhesión de los
departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca, Beni y Tarija. Pero era
preciso un pronunciamiento revolucionario originado en La Paz, con
eco en Cochabamba y Oruro, sin importar inicialmente si tuviese
ninguna contundencia, pues los hechos definitivos los determinaría
la fuerza arrolladora de la guerra civil en el Oriente.
Achá informa en su libro que el 28 de febrero, faltando dos días para
el estallido revolucionario, se presentó inesperadamente en Santa
Cruz un dirigente falangista con la noticia de que en La Paz estaba
en gestación un proceso para comprometer a las principales
unidades de Carabineros y varias del Ejército, que ello debía motivar
la reconsideración de los lineamientos generales, en el sentido de
que las proyecciones derivaran, de la mentalidad inicial de una
guerra civil de larga duración hacia un golpe fulminante y victorioso
en La Paz con inevitables pronunciamientos de adhesión en el resto
de la república. Las noticias que llegaron de La Paz agregaban un
dato decisivo: las consideraciones con que el plan había sido
formulado eran incorrectas. Era impracticable el desencadenante en
La Paz y la guerra civil quedaría aislada. [105]
XXVII - EL ÚLTIMO RETORNO (1958)

E l análisis de situación era claro: un movimiento


revolucionario con capacidad de tomar el gobierno era
posible; la condición para desencadenarlo demandaba la
presencia de Oscar Únzaga en el lugar de los hechos, la ciudad de
La Paz. De modo que, sin descartar la vigencia de la Operación
Oriente, el jefe de FSB constituyó un comando revolucionario en
Santa Cruz con Mario R. Gutiérrez como jefe político, los coroneles
Ignacio Saucedo y Carlos Menacho como responsables militares y
Enrique Achá como jefe de operaciones, mientras Únzaga asumiría
el liderazgo de la revolución en La Paz.
La visión política global del país y su entorno era desde luego más
vasta que un alzamiento regional. La motivación nacional era
distinta y se basaba en variables mucho más complejas y
determinantes. El Plan de Estabilización se había congelado en la
simple devaluación monetaria y no existían señales de reactivación
del aparato productivo. La situación petrolera había derivado en lo
que Únzaga temía: los cancilleres Manuel Barrau de Bolivia y Carlos
de Macedo Soares de Brasil, suscribieron los Acuerdos de Roboré
por los que Bolivia entregaba concesiones petroleras a empresas
brasileñas; Brasil ya compartía el petróleo boliviano con la Gulf, la
BOC, la Chaco Petroleum, además de YPFB. Una parte del país
pensaba que esta era una buena noticia para la deprimida economía
boliviana, pero la mentalidad nacionalista del jefe de FSB no lo
aceptaba, lo mismo que otros sectores de la opinión pública con
capacidad de opinión, que veían en ello beneficios sólo para los
dueños del poder e intereses extra nacionales.
Por lo demás, el país estaba dividido: los campesinos odiaban a los
citadinos, los orientales estaban resentidos contra los occidentales,
los obreros aborrecían a los profesionales, el interior envidiaba a La
Paz. Las universidades eran campo de batalla entre facciones
dominadas por el oficialismo -Economía, Derecho, etc.- cuyos
estudiantes con carnet del MNR aspiraban a un ítem en las planillas
estatales, versus carreras como Medicina o Ingeniería cuyos
alumnos y docentes eran críticos de la revolución, con
quintacolumnistas recíprocos en cada territorio. Una economía
sostenida por el comercio informal favorecía a sectores afines al
gobierno. El frente oficialista, dividido sin remedio, se debilitaba en
contradicciones y aunque el hábil Ministro de Gobierno, Cuadros
Quiroga, había neutralizado a la oposición interna y a la COB,
estaba decepcionado al comprobar que, de noche, el Presidente
Siles se entendía con su antiguo compañero de colegio, Juan
Lechín, aunque de día parecían contendientes. El gobierno no
atinaba a controlar la corrupción en sus filas. La clase media
empobrecida se radicalizaba y fortalecía las filas de FSB. Como
consecuencia, a lo largo de la mitad de su gestión, Siles Zuazo
había dictado cinco estados de sitio. La agenda pública estaba
sobrecargada pues el Poder Ejecutivo no sólo tendría que imponer
la aprobación congresal de los Acuerdos de Roboré, sino también
los acuerdos de la estabilización con el FMI, e inclusive lidiar con
dos incómodas visitas: la del Vicepresidente de los Estados Unidos,
Richard M. Nixon, y la del ex Presidente de Bolivia, Víctor Paz
Estenssoro. La entrega de Madrejones continuaba como un fuerte
argumento opositor que movilizaba a los estudiantes.
El miércoles 5 de marzo de 1958, el diputado falangista Walter
Vásquez Michel citó al máximo dirigente de la Confederación de
Estudiantes de Secundaria de Bolivia (CESB), Jaime Aranibar, para
una reunión de la que participaron el parlamentario Jaime Ponce
Caballero y Jaime Gutiérrez Terceros quien había recuperado la
libertad hacía poco. Araníbar, un dirigente joven, pero de la mayor
confianza partidaria, probado en misiones como correo, recibió una
nueva tarea consistente en viajar a Santa Cruz y entrevistar nada
menos que a su Jefe, Oscar Únzaga de la Vega.
“Viajé a Santa Cruz en un vuelo regular del LAB. Mi
aspecto juvenil no provocaba ningún tipo de sospecha.
Me dieron una dirección, que resultó un chalet de la
Comisión Mixta del Ferrocarril Argentina-Bolivia, donde
vivía Oscar clandestinamente. Lo vi después de mucho
tiempo, llevaba una barba tupida que le cubría gran
parte del rostro, pero sus ojos debajo de las cejas
espesas eran los de siempre; tenía una mirada apacible,
dulce y sincera. Después del abrazo me preguntó si
había ido a misa y tras prometerle que lo haría luego de
conversar con él, tomé asiento para escuchar lo que
tenía que decirme. A mediados de marzo Oscar iba a
salir de Santa Cruz, atravesaría todo el territorio de Este
a Oeste para llegar a La Paz el último jueves del mes y
yo debía esperarlo en el camino a El Kenko, junto a un
hombre de máxima confianza. Me adelantó que en La
Paz se pondría a la cabeza de una acción revolucionaria
definitiva que emanciparía de Bolivia del yugo que nos
asfixiaba y me aseguró que el futuro de la patria estaba
aún por escribirse y que yo sería parte de ese capítulo.
Emocionado por la responsabilidad que ese gran
hombre me dispensaba, me despedí de él
prometiéndole que pondría todo mi empeño en esa
misión”.
Se agotaba el tiempo en el que Únzaga podía contar con la ayuda
argentina. El gobierno del Gral. Pedro Eugenio Aramburu había
presidido elecciones en las que venció el político radical Arturo
Frondizi en alianza con el proscrito peronismo. Los militares
entregarían el poder a los civiles el 1º de mayo.
El viaje de Únzaga a La Paz presentaba muchos problemas y
riesgos. Entre Santa Cruz y Cochabamba existían muchas “trancas”
tanto de la Dirección de Tránsito, donde los agentes recaudaban
algunos billetes por supuestas infracciones, como de la Aduana para
sonsacar dinero por la presencia de artículos de contrabando
supuestos o reales, o del servicio de caminos para cobrar peaje. En
cada barrera había una cadena que impedía el paso de los
vehículos y allí estaban agentes del Control Político que compartían,
con policías y aduaneros, las gabelas, el frío y las incomodidades
con raciones de alcohol y tabaco.
Un día de la semana entre el 16 y el 22 de marzo[106], cuatro
hombres jóvenes abordaron un jeep rojo, con placas oficiales y el
emblema de la Comisión Mixta Boliviano Argentina en una de las
puertas. Dos eran cruceños, uno cochabambino y uno paceño.
Vestían chamarras y por su apariencia parecían ingenieros
argentinos. Entre ellos iba Oscar Únzaga, se había afeitado la tupida
barba y el bigote, llevaba el cabello corto casi al estilo militar y por la
prolongada ausencia de exposición solar, tenía la piel
absolutamente blanca. Le acompañaba René Gallardo, su leal
ayudante. Les habían recomendado tener cuidado en el paso por la
tranca de Pojo, porque allí el gobierno destacó agentes del Control
Político ante la posibilidad de que Únzaga pudiera atravesar aquel
paso obligado. Para neutralizarlo, los falangistas idearon una
estratagema. Una noche llegó al puesto de control una mujer
identificada como comerciante y pariente de uno de los agentes.
Entre su mercadería -de contrabando-, la mujer llevaba unas
botellas de aguardiente de caña. Como era de esperar, los agentes
descorcharon con gran alegría la cachaca que les costó una rápida
borrachera y un fuerte chaki al día siguiente, cuando Únzaga y sus
acompañantes ya habían traspuesto la tranca con el motor apagado
y se dirigían velozmente rumbo a la ciudad de Cochabamba.
Pernoctaron allí cinco días en estricto secreto y Oscar Únzaga se
reunió con pocas personas de su más absoluta confianza, entre
ellas Dick Oblitas y Arturo Montes, a quienes distribuyó misiones.
En el transcurso de la última semana de marzo, el jefe falangista y
sus dos amigos cubrieron el último tramo entre Cochabamba y La
Paz. Pero dejando atrás Oruro, poco habituados a los caminos del
altiplano, equivocaron la ruta apareciendo a primera hora de la
mañana en un campamento minero con el agravante de que el
motor sufrió un desperfecto. Los obreros de esa mina, que pocas
veces veían a personas extrañas en aquella apartada región, se
acercaron para indagar lo que les sucedía. Pero luego de un tiempo
en el que lograron reparar la falla, con la solidaridad propia de la
gente humilde, los mineros sonrieron y despidieron a los extraños
con evidente alegría. El problema era que llegarían más tarde de lo
convenido al encuentro con quienes los esperaban en El Kenko,
cerca de La Paz. Pero allí estaban Jaime Araníbar y Johnny
Haitmann, a bordo de un automóvil Chrysler de color verde.
“Esperamos casi una hora hasta que apareció el jeep -relata
Aranibar-. Paró frente a nosotros. Dos de ellos bajaron para
identificarnos por razones de seguridad. En seguida salió Oscar, sin
cabello ni bigote, con chamarra y apariencia juvenil. Nos abrazamos.
Agradeció a sus acompañantes que retornaron inmediatamente.
Parecíamos cuatro jóvenes que regresaban a la ciudad,
conversando del clima y el panorama. Entramos a La Paz por la
antigua carretera con absoluta normalidad, dirigiéndonos a la casa
de Haitmann, en la calle Vincenti de Sopocachi, cercana a la plaza
España. Allí se quedó Oscar y yo volví a mis labores habituales…”
Johnny Haitmann, era un ciudadano alemán casado con una dama
boliviana llamada Elsa Carrasco; tenían tres hijos. Él cultivaba
buenas relaciones con gente del Ejército y la Policía, porque parte
de su negocio consistía en importar emblemas militares -estrellas,
galones, barras, insignias- para los uniformes. Nadie sospechaba
que fuera un amigo que apoyaba a Únzaga, no sólo
económicamente, sino en una misión como la que cumplió esos días
transportando y alojando al hombre más buscado por el aparato de
inteligencia del gobierno y probablemente por agentes locales de la
CIA.
Ayudó a ese cometido el hecho de que en esos días el Comité
Político del MNR y el Control Político daban prioridad a la presencia
del Embajador en Londres y jefe del MNR, Víctor Paz Estenssoro,
con su esposa Teresa Cortez de Paz. El Dr. Paz anunció que
llegaría a La Paz por unos días para ajustar algunas tuercas de su
partido en la designación de candidatos para la renovación parcial
del Parlamento, incomodando a los gobernantes. Marcial Tamayo,
elemento de la cúpula en el poder, recuerda que en el Palacio esa
presencia resultaba una amenaza, tanto que el Ministro de
Gobierno, José Cuadros Sánchez dijo en una reunión: “a ese señor
se lo para tranquilamente con un telegrama del Ministerio de
Relaciones Exteriores que es al que debe obediencia y al
Presidente, porque (Paz) jefe no es”. Sugiere impedir su llegada,
negarle la visa, inclusive arrestarlo en la frontera, en un momento en
que todo el MNR estaba con Siles y “en el pazestenssorismo sólo
quedaban barzolas y fortunes… (pero) Siles no se anima y dice ‘si
esto ocurre se divide el partido’…”. Desencantado con el Presidente,
Cuadros abandonó su cargo.[107]
Casi coincidentemente, el Vicepresidente de los Estados Unidos,
Richard M. Nixon y su esposa Pat, quienes realizaban una visita de
buena voluntad por varios países sudamericanos decidieron llegar a
La Paz, en un inopinado cálculo del Departamento de Estado que
recomendó la gira como parte del lanzamiento de la candidatura
presidencial de Nixon en las elecciones del año próximo. El político
republicano cosechó desagradables experiencias en Venezuela
donde una multitud atacó el vehículo oficial y la pareja tuvo que salir
de Caracas con escolta militar. Lo propio sucedió en Lima donde
manifestantes escupieron y maltrataron al Vicepresidente y su
esposa en una acción organizada por comunistas. Se esperaba que
en La Paz sucediera otro tanto y ya organizaciones obreras habían
declarado a los Nixon “personas no gratas”. El gobierno era
consciente de que el único que podría salvar la situación era el
Ministro Cuadros Quiroga, retirado en Cochabamba, harto del doble
juego del Presidente Siles -contra Lechín de día, con él de noche-,
de manera que debieron rogarle por su retorno para impedir que la
presencia de Nixon diera lugar a incidentes malogrando la buena
relación con Washington, en un momento en que la situación
económica boliviana necesitaba de la ayuda americana. Apelamos
de nuevo al testimonio dejado por el periodista Ricardo Ocampo:
“Cuadros aceptó a regañadientes y maniobró con tanto tino y
cautela, que revirtió la situación y Nixon fue recibido por primera vez
en su gira latinoamericana, sin pedradas ni escupitajos y logró llegar
a la residencia de su Embajada con su esposa, ambos cubiertos de
sudor, serpentina y mixtura... A partir de entonces la ayuda
americana se hizo más cuantiosa para Bolivia”.[108]
El vendaval que dejaron los Nixon a su paso por la región, le
permitió a Únzaga una cortina de humo para cubrir su presencia
clandestina en La Paz, al empezar la etapa definitiva de sus
propósitos políticos. Buscado “vivo o muerto”, en los próximos 12
meses viviría a salto de mata, cambiando permanentemente de
domicilio, dando instrucciones mediante insólitos correos,
conjuntando armamento, solicitando ayuda, recibiendo enviados
extranjeros, escribiendo misivas y durmiendo cada noche en una
cama distinta, ajeno a toda otra realidad que no sea la apasionada
tarea que se había impuesto.
No era una locura intentar un golpe de Estado pues el gobierno
estaba extenuado por las rivalidades personales y los intereses
económicos en juego. Al llegar el Dr. Víctor Paz, el Presidente
Hernán Siles no tuvo otro remedio que recibirlo. Es interesante el
testimonio del Dr. Guillermo Bedregal, en ese momento Ministro
Secretario de la Presidencia. A la cita acudió el exmandatario
acompañado de su ex Ministro de Gobierno, Federico Fortún, de
ingrato recuerdo para tantos falangistas y sus familias. Los cuatro
hombres conversaron durante varias horas en el Palacio y mientras
“Siles hablaba de la estabilización monetaria y las dimensiones de la
inflación”, “los comentarios de Paz sobre la compleja realidad del
país eran críticos y acusaban sutilmente a Siles de haber ‘aflojado el
poder ‘ lo cual había dado pie para que FSB aparezca como un
partido grande de masas que representaba a la oligarquía
desplazada especialmente los sectores de los ‘antiguos señores
feudales’ y las capas medias adversas al ascenso de la clase
trabajadora y del pueblo campesino”.
Bedregal, un intelectual y político de primer nivel, ofrece precisiones
sobre la división interna en el MNR: “Descubrí que los dos jefes no
hablaban el mismo lenguaje… jamás fueron amigos, en el sentido
humano y etimológico más puro. Se temían mutuamente, pero a la
vez se necesitaban”.[109] Esa era la situación, más allá de la
pretendida “nueva realidad nacional”. La revolución era el coto de
caza de cuatro hombres -Paz, Siles, Lechín y Guevara- a quienes el
propio Bedregal designa con los apelativos que les asignaba en ese
momento el pueblo y no con poco desprecio: “Mono, Conejo, Turco
y Tártaro”. El primero decidido a retomar el poder; el segundo
resignado a entregarlo otra vez a quien lo despreciaba, el tercero sin
ganas de tomarlo todavía y el último dispuesto a disputarlo ya. A
esto se reducía la revolución y al uso descarado del poder para
instrumentalizar las masas en las que se cobijaban los cuatro.
Frente a esa situación, Únzaga procuró un nuevo intento
insurreccional desde La Paz, combinando la Operación Oriente con
el golpe de estado fulminante. El 9 de abril de 1958, el gobierno
realizó el acto de rememoración del sexto aniversario de la
Revolución Nacional. El Presidente Siles anunció el fin de la crisis
económica y el inicio de un tiempo de prosperidad al empuje de la
reactivación minera, la explotación petrolera y la vinculación
caminera. Pero la ciudadanía estaba lejos de sentir tal prosperidad.
El 10 de abril, en una casa de Alto San Pedro, Oscar Únzaga se
reunió con un grupo de oficiales de carabineros dirigidos por el
capitán Pablo Caballero, poniéndose de acuerdo en un texto
impresionante:
“Ambas fuerzas, Falange Socialista Boliviana y el Cuerpo
Nacional de Carabineros, resuelven suscribir un acuerdo
político, para derrocar al MNR y constituir un nuevo
Gobierno Nacional, que tendrá por finalidad inmediata la
restauración de las instituciones democráticas y la
recuperación moral y económica del país…
FSB asume la responsabilidad de la conducción política y
administrativa del Estado y tendrá el derecho exclusivo de
imprimir al nuevo gobierno el rumbo político concordante
con su doctrina y programas…
El nuevo gobierno se compromete a reorganizar el
Ejército Nacional, devolviéndole su jerarquía, dignidad e
importancia institucional…
El nuevo gobierno pondrá en vigor una Ley Orgánica que
fusione a las diversas policías dentro de ella, así como la
dotación de materiales e implementos para el
cumplimiento de sus funciones específicas, capacitación y
superación de su personal y organización de cooperativas
para vestuario y vivienda de sus miembros…
Ambas fuerzas, FSB y Carabineros, establecen que en el
caso hipotético de que otro sector derrocará al MNR y
tomará el poder antes que ellas, este acuerdo conservará
su plena vigencia…”[110]
Se organizaron comandos revolucionarios en La Paz y Santa Cruz,
con la participación de los coroneles Jorge Calero y Ángel Costas, el
mayor Julio Álvarez Lafaye, los capitanes Saúl Pinto y Mario Adett
Zamora. Unos ya estaban en el país, otros se internarían desde la
Argentina. En la práctica, Santa Cruz era territorio libre desde
diciembre del año anterior. En la Paz estaba vigente el aparato
subversivo conformado por Walter Vásquez Michel con el Cnl.
Rafael Loayza y Franz Tezanos Pinto. El levantamiento en Santa
Cruz sería liderado por Mario R. Gutiérrez y ejecutado por Enrique
Achá en representación de Oscar Únzaga. Debía coordinar las
acciones con organizaciones falangistas de La Paz, incluyendo a
militares y policías. Se aseguró la participación de oficiales de la
primera División de Ejército, uno de cuyos objetivos iniciales sería la
captura de la Base de El Alto y el control del espacio aéreo de la
sede del gobierno. Se confirmó la intervención de las guarniciones
de Guabirá, Roboré, Camiri y Villamontes.
Entre tanto, el Comité Cuatripartito (Estudiantes, Magisterio,
Universitarios y Profesionales) se agitaba estimulado por la difícil
situación económica de los hogares bolivianos de clase media, a
quienes les parecía insultante la demostración de riqueza de la
gente allegada al MNR, tanto como la dependencia que mostraba el
gobierno respecto a los Estados Unidos y la política petrolera que
consideraban entreguista. Pedían también que termine la
persecución política y se anule el aparato represivo del Control
Político.
Los estudiantes de secundaria, dirigidos por falangistas, cumplieron
un papel decisivo en la defensa de los derechos humanos y las
libertades ciudadanas, que coincidían con las metas políticas de
Únzaga. Tenían también reclamos sectoriales referidos básicamente
a infraestructura educativa. Jaime Araníbar, Presidente de la CESB;
Guido Strauss, Presidente del Colegio Nacional Germán Busch;
Julio Loayza, Presidente del Colegio Nacional Ayacucho; Alberto
Aparicio del Colegio Nacional Bolívar, fueron las piezas
fundamentales.
Los jóvenes tomaron las calles en sus reclamos y chocaron con los
carabineros, en tanto los agentes del Control Político se incrustaban
en asambleas y reuniones sectoriales. Al promediar abril, el Ministro
de Educación, Carlos Morales Guillén, no aguantó más la presión y
solicitó su cambio, siendo reemplazado con Germán Monroy Block,
prestigioso líder de la Revolución Nacional, quien buscó acercarse a
la dirigencia estudiantil para lograr una tregua. Pero, cuando estuvo
a punto de conseguirla, Monroy Block confesó a los dirigentes que
Claudio San Román, ejerciendo más peso que muchos ministros,
paralizó las negociaciones para ir a la acción directa.
Fue convocada una reunión de emergencia de los dirigentes de los
colegios paceños, en un ambiente del Liceo Venezuela, que el
Ministro Monroy había cedido a la FES para su Secretaría
permanente. Los estudiantes decidieron ir a la huelga general. La
reunión se levantó quedándose Guido Strauss y Julio Loayza para
redactar la declaratoria de huelga que tendría efecto en las horas
siguientes. Nadie podía imaginar que el local fuese allanado por
hombres armados con el rostro cubierto que los sacaron a la fuerza
para embarcarlos en un jeep con toldo de lona. “No nos hicieron ni
un rasguño, pero nos quebraron moralmente”, recordaría después
Julio Loayza. No sólo mencionaron en tono grosero a sus madres y
novias. La amenaza letal les perforó el alma:
-Y ahora Gringo (Strauss), ¿qué le vamos a decir a tu
madre? ¿Qué moriste por pendejo? Y voz Negro
(Loayza), ¿qué crees que va a decir tu madre cuando
reciba tu cadáver?
El jeep empezó a trepar rumbo a El Alto. Los dos jóvenes creyeron
que los iban a matar y los enterrarían en la pampa altiplánica;
ambos creían que los llevaban por el camino La Paz-Oruro y tarde
se dieron cuenta que la ruta era a Viacha, por ello no había
vehículos a esa hora. Strauss susurró a su camarada: “Prepárate.
Cuando te diga “¡ya!” te tapas la cara y saltas…”. El agente captó
que algo tramaban y ordenó que se descalcen. Pasaron la línea del
ferrocarril y habrían avanzado unos 10 kilómetros, cuando el jefe de
los agentes les dijo “al contar tres, los dos se esfuman o los tiro…
uno… dos… tres…” Los dos falangistas saltaron y se encontraron
con la obscuridad, el frío invernal en plena puna y sin zapatos. Ante
la imposibilidad de caminar por entre piedras y paja brava, sin saber
qué rumbo tomar. Strauss y Loayza se despojaron de sus
camisetas, las partieron, forraron sus pies y caminaron durante
horas hasta que llegaron a la ceja de El Alto. Un hombre
conduciendo un vehículo atinó a pasar y se apiadó de ellos. Le
contaron el trance que habían sufrido y éste corrió el riesgo de
llevarlos de nuevo a la ciudad. Se olvidaron del terrible sufrimiento,
redactaron la declaratoria de huelga y la entregaron a la prensa.
Aunque luego, el Ministro Germán Monroy volvió a acercarse a los
dirigentes estudiantiles para asegurarles que el Presidente Siles
Zuazo, quien también había sufrido la represión de otros tiempos,
condenaba los abusos del Control Político que le había impuesto su
predecesor. Pero si la huelga quedaba sin efecto, el gobernante se
comprometía a sacar a San Román y Gayán del escenario.[111]
Oscar Únzaga siguió al detalle toda esa trama, confirmando una vez
más que muchos de los actos del Dr. Siles obedecían a la presión
del aparato del MNR leal a Paz Estenssoro. Los días pasaban. Es
posible pensar que Únzaga habría preferido postergar el alzamiento
insurreccional en marcha, pero la insistencia de Mario R. Gutiérrez
precipitó las acciones e impuso la fecha. Aquí es preciso mencionar
una división de simpatías internacionales en las dos figuras
principales de FSB, pues mientras Oscar Únzaga tenía apoyo
argentino, Mario R. Gutiérrez, como parte de la movilización
cruceña, parecía gozar de la simpatía brasileña. De cualquier forma,
el 12 de mayo, Únzaga comunicó a Walter Vásquez Michel que el
golpe se desataría a las 13:00 del miércoles 14, de manera que
Vásquez dispuso de sólo 48 horas para poner en movimiento la
organización revolucionaria con Tezanos Pinto y Oscar Rocabado.
Se descartó cualquier acción en el resto del país, aunque ello era
irrelevante ante la magnitud del movimiento subversivo.
Pero, faltando horas para el estallido, alguien de la plana mayor de
FSB, delató a sus camaradas revelando al gobierno que ese medio
día estallaría la revolución falangista. El gabinete ministerial fue
convocado de emergencia a las 9 de la mañana y allí el Presidente
hizo conocer la denuncia recibida. Su Ministro de Gobierno, Cuadros
Quiroga, negó tener ningún informe en ese sentido pero, por
precaución, se ordenó el acuartelamiento de todas las unidades
militares y policiales, suspendiéndose las clases en los colegios.[112]
Llegado el medio día, nada pasó y hubo un respiro de alivio en el
gabinete. Pero todo varió cuando poco después de las 13.00 el radio
operador del Palacio Quemado captó un fogoso discurso radial del
Dr. Mario R. Gutiérrez, quien se había levantado en armas en Santa
Cruz y arengaba a sus partidarios desde la Prefectura del
Departamento tomada minutos antes por una fuerza falangista
comandada por Germán Coimbra.
El capitán Saúl Pinto a la cabeza de 30 falangistas tomó el cuartel
de Carabineros, mientras el dirigente universitario Fausto Medrano
asumió el control de radio Grigotá. Se procedió a ocupar los edificios
de YPFB, la Corporación Boliviana de Fomento, las oficinas de
correos, teléfonos y telégrafos. El Comandante de la Escuela Militar
de Aviación y Jefe de la Base Aérea Militar, My. Belmonte, se
mantuvo neutral y se negó a replegar a La Paz los aviones a su
mando, como se lo exigía el Jefe de Estado Mayor Aéreo
subordinado al gobierno. En Guabirá, el capitán Miguel Ayoroa,
Ayudante del Comando de la División Colonial, se movilizó con la
tropa a Santa Cruz, siendo recibido con alborozo por la ciudadanía,
formando la guardia de la Prefectura donde se instaló el comando
revolucionario con Mario R. Gutiérrez, los coroneles Ignacio
Saucedo y Carlos Menacho, el My. Guido Lolly Voltaire y Enrique
Achá. Las autoridades designadas por el gobierno fueron detenidas
momentáneamente sin violencia. No se disparó ni un tiro porque no
hubo resistencia. La guarnición militar de Camiri fue tomada, pero
nada pasó en Roboré ni en Villamontes.
Ignorando que el golpe había sido delatado, Oscar Únzaga, su
ayudante René Gallardo y Walter Vásquez se reunieron en la
Parroquia de los Padres Carmelitas, en la avenida 20 de Octubre,
frente al Ministerio de Defensa, desde donde dirigirían el alzamiento
en enlace permanente con el Cnl. Rafael Loayza y Tezanos Pinto,
cuyos hombres bajo su dirección hicieron detonar una carga de
dinamita en el cerro de Laikacota, a las 15.00, señal para el inicio de
las acciones. Pero de cien hombres armados que debían asediar el
Gran Cuartel de Miraflores sólo se presentaron diez. El oficial de alto
nivel que debía tomar el Regimiento Escolta no respondió. No se
presentaron los comandantes de unidades policiales
comprometidas. Los grupos que debían tomar Tránsito y Teléfonos
desaparecieron dejando solos a César Rojas, Jaime Gutiérrez
Terceros y Hugo Crespo.[113]
Es que Radio Illimani comenzó a propalar desde el inicio de la tarde
que un movimiento separatista de la Falange había estallado en
Santa Cruz y que el peso de la ley caería sobre los instigadores,
autores y cómplices. Anulada toda posibilidad de contacto entre los
revolucionarios y las guarniciones comprometidas del Ejército y
Carabineros en La Paz, todas bajo riguroso acuartelamiento tras la
delación, al atardecer el golpe de Estado quedó inviabilizado y
sellada la suerte de la Operación Oriente. Un destacamento militar
leal al gobierno se movilizó desde Sanandita para retomar Camiri. A
las 19.00, todavía en la Parroquia de los Carmelitas, Únzaga se
reunía con Tezanos Pinto, César Rojas y Jaime Gutiérrez. Quedaba
dinamita y bombas molotov para generar convulsión en la ciudad y
no dejar sola a Santa Cruz. Pero minutos después el gobierno
anunció “el fracaso del alzamiento separatista cruceño y castigo
para quienes quisieron escindir la patria”. Lo de “separatista” no era
cierto, pero era el pretexto para vengar la afrentosa expulsión del
Control Político, cinco meses antes.
Ante el fracaso y temiendo una masacre, los rebeldes decidieron
dejar Santa Cruz entregando la ciudad a la Unión Juvenil
Cruceñista, que se había mantenido al margen del alzamiento
falangista. En La Paz, poco después de las 21.00, Únzaga aceptó el
fracaso y se retiró; sus camaradas hicieron lo propio.
A las 7 de la mañana del jueves 15 de mayo, la UJC informó
reiteradamente por Radio Grigotá que se hacía cargo de la ciudad,
luego de que los rebeldes habían fugado. Anunciaba que en el curso
del día las autoridades del MNR serían repuestas, que todo volvía a
la normalidad y solicitaban la vigencia de garantías individuales
consagradas en la Constitución en reguardo de la tranquilidad del
pueblo cruceño. Efectivamente, las autoridades oficiales retomaron
sus cargos, pero el gobierno no abandonó su presa y bajo la
acusación -sin ninguna prueba- de que el propio Melchor Pinto fue
parte de la supuesta “asonada separatista”, se dio la orden de
“recapturar” la ciudad.
TEREBINTO
Cientos de relatos sobre aquellos sangrientos sucesos se han
publicado desde entonces, en los que aparece la palabra Terebinto,
uno de los baldones del segundo gobierno del MNR. El domingo 18
de mayo de 1958, un contingente integrado por cuatro mil
campesinos fuertemente armados[114], provenientes de la región de
Ucureña, fue movilizado en camiones y aviones con la misión de
“escarmentar a Santa Cruz”.
Simultáneamente, marcharon tres mil soldados comandados por los
coroneles Ronald Monje Roca y Pablo Acebey, quienes empero
debieron enfrentar una insubordinación de los oficiales a su mando,
renuentes a una agresión contra paisanos pacíficos y desarmados
que los miraron llegar. No iba a suceder lo mismo con los
campesinos desplazados desde Cochabamba, a quienes
estimularon con alcohol y la promesa del saqueo. Los dirigían dos
personajes de triste celebridad, el diputado José Rojas Guevara y el
dirigente campesino Jorge Soliz Román.
Las milicias campesinas saquearon casas, destruyeron bienes
particulares, violaron mujeres de sectores humildes y buscaron a los
jóvenes para escarmentarlos, sin siquiera evidencias de que fuesen
enemigos del gobierno. Quedó en el recuerdo de la población que
un joven llamado Benjamín Roda se encaró con José Rojas
Guevara y le dijo que no tenía derecho a abusar de la gente. Roda
fue sujetado por los milicianos, Rojas se le acercó revólver en mano
y le propinó un golpe tan brutal en la cara con el caño del arma que
le partió el occipital, vaciándole un ojo. Cuando otro joven, de
nombre Widen Razuk, quiso reaccionar ante aquel acto salvaje, los
milicianos lo derribaron para luego torturarlo con extraordinario
sadismo.
Los dirigentes falangistas se dieron a la fuga. Mario R. Gutiérrez,
junto a un grupo de sus camaradas, tomó rumbo al norte, burlando
una persecución implacable, internándose por selva impenetrable
abriendo senda a machetazos. Otro grupo donde estaba el capitán
Saúl Pinto, Enrique Achá, Jorge de la Vega, Jorge da Silva y Alfredo
Gutiérrez llegó hasta San Javier, donde se desbandaron, pero
permaneciendo en territorio nacional en cumplimiento de una
instrucción que les hizo llegar Oscar Únzaga. El Cnl. Saucedo,
Mario Serrate, Alfredo Pinto y M. Ostria llegaron a Porto Velho.[115]
En un cuarto grupo Oscar Terrazas, Samuel Cuellar, Rómulo
Saldaña, Tito Gallardo, Edgar Torrelio, N. Antelo, Hugo Parada,
Hugo Ortega, Momoy Gutiérrez, Walter Toor, Papì Durán y Carlos
Zambrana se dirigieron a Colpa.
Pero estaba marcada la suerte del quinto grupo falangista, con José
Cuéllar, Felipe y Pablo Castro Parada, Gabriel Candia, Justo
Jiménez y Miguel Callaú: les esperaba el martirio y la muerte en
“Potrero del Naranjal”, una hacienda cercana a la ciudad de Santa
Cruz, propiedad de la familia Mercado, ubicada en el cantón
Terebinto de la provincia Andrés Ibáñez. Las milicias campesinas
enviadas por el gobierno continuaron violando y asaltado estancias
cercanas a la ciudad, entre ellas “La Montenegrina”, a once
kilómetros, estableciendo allí su cuartel general, desde donde
siguieron la pista de estos infortunados jóvenes, que habían recibido
refugio en la casa de los Mercado.
El lunes 19, los fugitivos se aprestaban a dejar su refugio
momentáneo cuando se dieron cuenta de que la casa había sido
rodeada por cientos de ucureños que se iban acercando con
inequívocas intenciones. Ángel Mercado, un anciano, salió para
hablarles en tono respetuoso y recibió un fuetazo. Su hijo Romer
Mercado salió en su defensa. Recibió un balazo en el pecho y fue la
primera víctima, gratuita además, porque ni el padre ni el hijo tenían
nada que ver con la asonada falangista fracasada. Pero Romer tuvo
suerte ya que su muerte fue rápida y no sufrió el tormento que
infringieron a los otros.
Sólo uno de esos infortunados conservó la vida, pero nunca más
pudo caminar. El resto fue sometido a un suplicio inaudito, pues
antes de matarlos les sacaron los ojos con cuchillos, extrajeron las
vísceras y amputaron sus genitales en escenas de horror que han
sido recogidas secuencialmente por Hernán Landívar Flores en su
libro “Terebinto”, pero también aquello quedó en diarios e informes
oficiales. Una comisión investigadora nacional reunió información
sobre esos hechos luctuosos. Los horrendos detalles constan en
declaraciones presentadas después de 1964 y son tan
espeluznantes que la comisión expresa: “sólo cabe destacar la
ferocidad, salvajismo y crueldad de los ejecutores de las terminantes
y concretas órdenes que recibieron”, responsabilizando entre los
autores intelectuales al senador Rubén Julio Castro, al Prefecto de
Santa Cruz Jorge Antelo, al dirigente movimientista Álvaro Pérez del
Castillo y, como ejecutores materiales, a los dirigentes campesinos
cochabambinos José Rojas Guevara[116] y Jorge Soliz Román[117].
Desde luego figuraba una larga lista de ejecutores impunes.
De aquel pasaje macabro ha quedado un poema del vate beniano
Pedro Shimose, un hombre de izquierda, probadamente honesto,
exiliado de otras dictaduras.
TEREBINTO - Poema de Pedro Shimose

Santa Cruz de la Sierra dolorosa,


mi sangre está hecha de tu sangre
y tu martirio es mi martirio.
En tu rostro se va el beso como una huella
de traiciones,
en tus lágrimas se va el musgo de
aguaceros perseguidos.

¡Ay! Terebinto, Terebinto,


crujen los huesos de los destripados,
sangran los pies de los fugitivos que
volvieron a los bosques
a pelear por lo que es nuestro.

Lloran las viudas sobre las moscas de sus


hijos muertos.

Les sacaron los ojos.


Les sacaron la lengua.
Les cortaron los dedos
Uno a uno
Para que no puedan contar los días de la
venganza
que se avecina con los segundos de los
minutos,
con los minutos de las horas,
con las horas del porvenir,
con todo el rencor de nuestra soledad y
desamparo.

¡Ay! Dios mío, Dios mío.


Desde los cerros las sombras se
descolgaron y cayeron sobre el día
y rodaron por la carretera.
A machetazos,
A culatazos,
Quisieron doblegarte y humillarte cuando
estabas maniatado
y cuando los cuervos decían “no pasa
nada”
y los milicianos te horadaban el cráneo,
y los milicianos violaban a las mujeres,
aquí no pasaba nada y los milicianos
incendiaban arrozales
y con los milicianos se cumplía la orden de
los déspotas.

Santa Cruz de la Sierra dolorosa y heroica,


No fui un cobarde.
Ni me oculté ni te negué cuando te
flagelaron en la plaza
y nadie se atrevió a defenderte,
cuando nadie tuvo el coraje de ser
hermano tuyo
cuando tus hijos se hundieron en los
bosques
entre mosquitos y sanguijuelas,
entre sapos y humedad y tiros!

Cuando te mascaron las entrañas


yo estaba allá en el Ande
junto a los que te quieren bien y te querrán
desde que te querían,
padeciendo lo que padecías,
llorando lo que llorabas
y esperando la hora de estos versos.

¡Ay! Terebinto, Terebinto,


te llevaré por siempre en la memoria.
XXVIII - LA NUEVA FALANGE

L as Federaciones Universitarias de todo el país repudiaron


los sucesos de Terebinto. PRESENCIA, EL DIARIO y
ÚLTIMA HORA editorializaron su posición crítica al gobierno
y desde los púlpitos se dirigieron palabras de pésame a las madres
de los inmolados. Ante la historia quedó la responsabilidad del
Presidente Hernán Siles Zuazo, quien nunca más pudo llegar a
Santa Cruz.
Con el fin de contrarrestar las múltiples expresiones internacionales
de condena por tales sucesos, el gobierno insinuó que Santa Cruz
pretendía su anexión al Brasil, cuyas autoridades aseguraron
categóricamente su prescindencia. En realidad, si los intereses
brasileños se notaron en el pasado inmediato, fue para lograr que el
gobierno boliviano les permita intervenir en el negocio petrolero y
eso ya lo habían conseguido. En cualquier caso, el Presidente del
Comité Pro Santa Cruz, Dr. Melchor Pinto Parada, puso énfasis al
declarar que el movimiento cívico no tenía motivaciones políticas
sino la defensa de derechos, como las regalías del 11%. La
respuesta no pudo ser más destemplada: la cárcel o el exilio. Pinto
eligió lo último, saliendo desterrado a la Argentina el 26 de mayo de
1958.
Oscar Únzaga decidió frenar aquella situación que ponía en riesgo
la propia integridad nacional, optando por pacificar los espíritus y el
27 convocó a una conferencia de prensa en la casa del Gral.
Bernardino Bilbao, donde aclaró su posición:
“Los conductores políticos están obligados a dar cuenta de sus
actos ante la historia y a decir su palabra frente a la opinión pública
en momentos de crisis y tensiones que perturban la tranquilidad
nacional…
Condeno al MNR por las violencias de los últimos días y al gobierno
por no haberlas evitado…
Pero no deseo echar más leña a la hoguera. Las infortunadas
muertes que hemos tenido que lamentar… obligan a los partidos
políticos a agotar esfuerzos para conseguir para la nación un clima
de paz y seguridad…
Bolivia requiere retornar al Estado de Derecho y de una convivencia
civilizada. Exigiremos del gobierno conformar sus actos a la ley y
que ofrezca al pueblo y a los patriotas un clima de garantías para el
desenvolvimiento de sus actividades. La oposición podrá, así,
contribuir a la tranquilidad de los hogares bolivianos…”
Negándose a comprender la magnitud del paso dado por el jefe de
la oposición, el gobierno persiguió a Mario R. Gutiérrez, quien hizo a
pie un penoso recorrido de seiscientos kilómetros en treinta días
para llegar a la frontera brasileña en San Luis de Cáceres,
trasladándose luego a Río de Janeiro en calidad de asilado. En
tanto Únzaga se refugió en una congregación religiosa y sus
inmediatos seguidores se dispersaron ocultándose en la ciudad y
provincias.
El Ministro de Gobierno, José Cuadros Quiroga, considerando que
había fracasado al no advertir el golpe falangista del 14 de mayo,
desapareció desde esa fecha para no retornar nunca más a esa
oficina, siendo designado en el cargo Marcial Tamayo. Entre tanto
en La Paz, el Control Político asestaba un duro golpe a la Falange
en una casa del barrio de Sopocachi, donde debían reunirse Walter
Vásquez y Oscar Rocabado. El lugar del encuentro era la casa de
Hortensia González de Wallpher, en el pasaje Boyacá de la calle
Medinacelli, entre 30 de Octubre y Rosendo Gutiérrez. Hortensia
vivió una dura y amarga experiencia, como lo relata su hijo Luis
Wallpher:
“Ya mis hermanos por madre y mi tío Guillermo,
hermano de mi madre, habían salido exiliados. Mi mamá
era una falangista activa y convencida junto a sus
camaradas Elena del Carpio, Carmela Iriondo, Teresa
Boehme de Suárez y otras. Ese día -se refiere al 19 de
mayo- mi casa fue intervenida por agentes del Control
Político. Walter Vásquez trató de escapar, pero lo
tomaron preso. Mi mamá, en cambio, se lanzó desde el
segundo piso hacia la parte de atrás de la casa y cayó
sobre un lavamanos de cemento. La vecina llamó a
doña Teresa Boehme y con Carmela Iriondo la llevaron
a una casa en San Francisco.
Yo no sabía lo que había pasado cuando volví del
colegio y un miliciano me apuntó a la cabeza con una
ametralladora preguntándome dónde estaba mi madre.
Yo era un niño de 9 años. Recuerdo que la vecina me
ocultó en otra casa y después de una semana doña
Teresa me llevó a ver a mi mamá a quien encontré con
la cabeza tapada con un velo negro porque tenía la cara
amoratada. Fue un encuentro muy difícil para ambos y
me salen lágrimas cuando recuerdo ese momento…
Estuvo una larga temporada compartiendo la prisión con
Elena del Carpio y Wally Ibáñez, en una cárcel que
atendían las monjitas del Colegio Inglés Católico en la
calle Murillo. Ayudaban a las presas comunes, las
hacían rezar y en el día hacían rosarios con carozos de
ciruelos. Los fines de semana me dejaban entrar para
que esté con mi mamá y allí me bañaban y dormía con
ella. Un tiempo después nos pusieron en libertad, pero
no a doña Wally…”
De ese capítulo Walter Vásquez señala en su libro[118] que Oscar
Rocabado no se presentó a la reunión en la casa de Hortensia de
Wallpher, donde fue tomado preso. “Extrañamente no me golpearon
quizás porque yo sostuve en todo momento que aún era diputado”.
Lo pusieron en libertad algunos días más tarde. Quedó confirmado
que había un traidor en el círculo superior de FSB. El Secretario
Privado del Presidente Siles, don Mario Alarcón Lahore reconoció
aquella delación, sin identificar al autor, negando que se hubiera
pagado por aquel servicio y explicado que el infidente actuó movido
por un “sentimiento cristiano” para evitar que corra sangre. No la
evitó, a juzgar por Terebinto.
Tras el horror de esos días en Santa Cruz, sobrevino la calma y la
acción de la Iglesia apaciguó los espíritus. Contribuyó a un
paréntesis de distención el Mundial de Fútbol jugado ese año en
Suecia, algunos de cuyos partidos fueron radiotransmitidos por
primera vez en directo en Bolivia, emocionando al país el 5 a 2 que
Brasil le propinó a Francia pasando a la final, en la cual venció por el
mismo score a Suecia. Aparecieron entonces en el firmamento
deportivo estrellas como Didí, Garrincha y Edson Arantes do
Nascimento, Pelé, para convertirse en leyenda que pervive 55 años
después.
La radio ejerció entonces una importancia decisiva en la vida social
y política. No había llegado la televisión a Bolivia y en el mundo
estaba aun en pañales, por lo que la radiodifusión era el canal
informativo determinante. Radiodifusoras Altiplano, la moderna
emisora boliviana instalada en la Avenida Camacho de La Paz,
inició un prolongado reinado teniendo como Director al periodista y
dramaturgo Raúl Salmón, un hombre que había obtenido notable
éxito en Radio Panamericana de Lima y que volvió al solar nativo
para hacer que “cada oyente se convierta en un comprador”. La
Cabalgata Deportiva de Gillette se enseñoreó del mundo deportivo,
la familia se divertía con “Las locuras de los hermanos Silva”, Paper
Mate preguntaba por un millón de pesos y las canciones de Los
Platters y los Cinco Latinos animaban las tardes, en tanto Raúl
Show hacía furor con “Historia de un amor” y Gladys Moreno
alcanzaba altas cotas de popularidad con “No volveré a querer”,
letra del poeta falangista Ambrosio García, en ese momento exiliado
en Santiago de Chile.
AMNISTÍA Y ELECCIONES
Recobrada la serenidad, en junio se levantó el Estado de Sitio y se
decretó la amnistía para el proceso electoral destinado a renovar el
Parlamento. Retornó al fin Carlos Kellemberger con su familia
después de más de cuatro años de exilio. Volvieron algunos
desterrados, pero para otros ello resultó imposible por los
compromisos que habían adquirido para subsistir en tierra extraña.
FSB logró acaudillar a la oposición para reclamar por los vicios que
se mantenían en el juego electoral pretendidamente democrático.
Representando Walter Alpire a seis partidos, demandó al gobierno
garantías para hacer proselitismo en las áreas rurales donde
estaban dos tercios de la masa electoral, pidiendo la modificación
del sistema de listas completas para la elección de diputados y
senadores dando posibilidad a la representación minoritaria, así
como la ampliación del plazo para la inscripción de ciudadanos y la
presentación de candidatos. No hubo respuesta.
Oscar Únzaga se vio ante una encrucijada. Sus fuentes de
información le advirtieron que esa campaña electoral era
particularmente peligrosa y podía ser asesinado. Pero, ¿qué valía su
liderazgo si no lo utilizaba aún a riesgo de la vida? Contrariando el
consejo de su círculo íntimo, decidió participar en el cierre de la
campaña de FSB en La Paz, una semana antes de los comicios
fijados para el 20 de julio y fue aclamado por una impresionante
multitud que superó en número y entusiasmo a cuantas se vio antes
en la historia política local. Y el día de las elecciones el pueblo
paceño, incluyendo a los barrios populares donde se hizo la
revolución de abril, se volcó en favor de Unzaga, quien recorrió los
recintos electorales aclamado por los votantes e inclusive los
jurados electorales designados por el gobierno se levantaron para
abrazar al hombre más perseguido de Bolivia a quien volvían a ver
después de dos años.
Pese a la maquinita electoral y la democracia del cero, La Paz eligió
como sus diputados a Oscar Únzaga de la Vega y al Gral.
Bernardino Bilbao Rioja, teniendo como suplentes a Mario R.
Gutiérrez y Gonzalo Romero. Una caravana de camisas blancas
tomó las calles de La Paz para celebrar la victoria falangista y nada
pudo hacer el régimen contra ellos: la ciudadanía había perdido el
miedo. Además, varios periodistas internacionales estaban
precisamente en La Paz dando cuenta a sus lectores de la notable
convocatoria de un líder a quien sus detractores consideraban
“fascista”. Pero cuando esos periodistas se marcharon, cuatro días
después de los comicios, alguien dio la orden de asesinar a
Únzaga.
Sopocachi era el barrio emblemático de la clase media paceña,
donde estaban las embajadas de los países amigos, los principales
colegios privados no católicos (el Instituto Americano y el Alemán),
las avenidas y paseos más modernos y atractivos, el romántico
mirador del Montículo, elegantes restaurantes, el flamante cine 6 de
Agosto, el hotel Crillón, o el Sansouci donde los caballeros solían
servirse un trago al caer la noche. Allí residían las familias más
tradicionales de La Paz, que concurrían a la misa de domingo en la
Iglesia de los Carmelitas y compraban salteñas “Romero” en la
plaza Abaroa.
La casa de los Riveros-Tejada, estaba (permanece todavía) sobre la
calle Gregorio Reynolds a los pies del Montículo. Detrás se abría
una amplia explanada de unos 10.000 metros cuadrados, que
bordeaba la calle Presbítero Medina y llegaba hasta una elevación
sobre la calle Romecín Campos, donde el Sr. Enrique Riveros Aliaga
(pariente cercano de los Riveros-Tejada) había estrenado
recientemente una hermosa residencia donde vivía con su esposa
Maybritt Dimberg de Riveros y la hija de ambos, Madeleine. El
matrimonio llegó meses antes de Suecia, de donde era originaria la
señora. Lo que pocos conocían era que esa casa albergaba a un
huésped llamado Oscar Únzaga de la Vega.
Álvaro Riveros Tejada, entonces un adolescente de 15 años aún
recuerda lo que sucedió en esas horas del 24 de julio de 1958:
“Aquella mañana, Maybritt había dejado a mi pequeña
prima Madaleine al cuidado de mi mamá, Esther Tejada
de Riveros. Almorzamos todos juntos y al comenzar la
tarde, cuando nos levantábamos de la mesa para
prepararnos y salir de nuevo al colegio vimos por las
ventanas gente extraña moviéndose en el terreno
contiguo a la casa. Un grupo de hombres
emplazaba una ametralladora pesada…”.
Dentro de la casa de Enrique Riveros terminaban también de
almorzar Oscar Únzaga, sus ayudantes, René Gallardo, César
Rojas y Jaime Gutiérrez Terceros, Dick Oblitas Velarde, Hortensia
Gonzales de Wallpher, además de Enrique (a quien sus amigos
llamaban Bola Riveros), Maybritt, Edgar Vera Riveros pariente del
dueño de casa y una empleada doméstica. Inesperadamente fuertes
descargas de artillería se concentraron sobre aquella residencia,
provenientes de varios puntos desde los que disparaban
ametralladoras y fusiles, mientras un centenar de milicianos
armados de pistams, que rodeaban el manzano, se preparaban para
el asalto bajo el comando de un hombre en estado de ebriedad. El
dueño de casa intentó hacer una llamada telefónica para denunciar
lo que estaba sucediendo, pero las líneas estaban cortadas. No
existía ningún motivo para el ataque y todo hacía presumir un
intento para asesinar al jefe falangista elegido diputado cuatro días
antes. Álvaro Riveros Tejada prosigue su relato:
“Cuando comenzó el tiroteo debieron ser las 13:30 y las
descargas se prolongaron durante unos 20 minutos.
Pero entonces, quienes estaban dentro respondieron el
fuego prolongándose el intercambio de tiros por unos
40 minutos más. Desde luego no hubo clases en los
colegios y como hicieron otros jóvenes y adultos me
aventuré por la Plaza España hacia las calles
contiguas, donde se habían concentrado mujeres
ajenas al barrio conocidas como barzolas, de típico
aspecto. Allí estaban los milicianos. No había ningún
uniforme policial ni militar. El vecindario observaba los
hechos”.
En medio de los disparos, las víctimas decidieron resistir en la
esperanza de que alguna autoridad salvara sus vidas deteniendo
aquel ataque demencial. Este el testimonio de Jaime Gutiérrez
Terceros:
“Oscar tenía un revólver, lo mismo que René Gallardo y
César Rojas. Dick Oblitas tenía una pequeña pistola y
Riveros un fusil cargado que me lo entregó y yo le di mi
revolver. No quedaba un sólo vidrio sano. Llevamos a
Hortensia, Maybritt y la empleada a un cuarto sin
ventanales para resguardar sus vidas. Los demás nos
apostamos cerca de la puerta y comenzamos a disparar.
Uno de los atacantes llegó a poca distancia de la puerta,
pero era tan granado y burdo el tiroteo de los atacantes
que impactaron en su propio compañero quien cayó
herido. Los disparos no cesaron y una bala rozó mi
cabeza sin ninguna otra consecuencia que una
abundante hemorragia que Dick trató de impedir con un
pañuelo, pero permanecí en mi puesto. Nuestros
disparos eran muy limitados porque René Gallardo tenía
unas 40 balas, César unas 30 y yo unas 20. Con ese
escaso parque nos defendimos para evitar una toma
rápida y violenta de la casa. Como los mantuvimos a
raya, temimos que nos lancen granadas.
Disparamos hasta el último cartucho. Al ver nuestra
resolución se acercó un miliciano y gritó “soy ex–
combatiente del Chaco y los voy a proteger”. Dejamos
que Oscar tomara una decisión y la única posible era
entregarnos. Sabíamos que mucha gente del vecindario
observaba lo que sucedía y ya no era posible montar el
escenario de una “venganza popular” con barzolas
gritando por el miliciano herido. Dejamos que ingresen
los atacantes. Yo sangraba profusamente. El que
comandaba a los milicianos preguntó cuántos muertos
había.
Extrañados comprobaron la inexistencia de bajas.
¿Cómo era posible? Habían disparado cientos de balas
de todo calibre, la casa estaba en ruinas… ¿y sólo había
un herido? Nos desarmaron. Únzaga se dirigió al
excombatiente: “no entregaré mi arma a un verdugo de
mi pueblo, pero se la entregó a un defensor de la patria”.
Nos ataron las manos, ningún miliciano intentó maniatar
a Oscar. Nos metieron en jeeps y nos llevaron presos. A
eso de las 16:00 llegamos al Control Político; a Unzaga
lo separaron de nosotros…”
Entre tanto, milicianos y barzolas atacaban la Secretaría de FSB en
el Edificio Chaín a pocos metros de la Plaza de San Francisco. Las
barzolas daban alaridos denunciando que los falangistas estaban
masacrando gente humilde. Nadie lo creyó y la noticia del
apresamiento de Ùnzaga de la Vega rodó por toda la ciudad, pues el
vecindario de Sopocachi al ver salir de la casa de Riveros a un
hombre desangrándose creyó que se trataba de Unzaga y temiendo
la repetición de un “bogotazo”, la ciudadanía salió espontáneamente
a las calles poniendo los pelos de punta a la gente del gobierno que
empezó a temer un alzamiento. Únzaga fue llevado a la oficina del
jefe del Control Político, Wilfredo López Villamil, quien había
reemplazado a San Román y le manifestó que su propósito no era
someterlo a un interrogatorio sino “charlar amigablemente” con él.
Observaba la escena el Director del diario oficialista LA NACIÓN, Sr.
Ricardo Ocampo. Pero Únzaga estaba indignado por los sucesos de
aquel día y su respuesta fue tajante:
No tengo ningún interés en conversar con usted. La presencia del
director de LA NACIÓN significa el deliberado propósito de
tergiversar cuanto yo diga, como ya es costumbre de este periódico
del gobierno.
Ese periodista tuvo que abandonar aquel escenario y la “charla
amigable” dio curso al intento de interrogatorio. Únzaga se mantuvo
renuente a dar ningún detalle sobre su ingreso del Brasil o la
revolución del 14 de mayo. López Villamil dejó su oficina para dar
paso al hombre que había comandado el ataque de ese medio día.
Apellidaba Prudencio y era un oficial de Ejército que ya antes se
había desempeñado como encargado de seguridad del Presidente
Paz Estenssoro en el Palacio Quemado. Como había empezado a
beber durante la “batalla” y lo siguió haciendo luego de ella, estaba
en situación de acentuada ebriedad cuando se encaró con el líder
falangista, profiriendo insultos y jurando que acabaría con Únzaga.
Para salir de aquel bochorno intervino el Ministerio de Gobierno,
quizás medio al margen de tan burdo atentado. Y los agentes de la
Gestapo criolla no tuvieron más remedio que entregar su presa al
Ministro Marcial Tamayo.
Entre tanto, llegó a las redacciones de los diarios independientes y
las agencias internacionales de noticias un durísimo comunicado del
Comité Político de FSB suscrito por el Gral. Bernardino Bilbao Rioja
y Juan José Loría, exigiendo la inmediata libertad de Oscar Únzaga
de la Vega y sus camaradas para evitar mayores horas de dolor al
pueblo boliviano. La Nunciatura expresó su palabra: si el Sr. Únzaga
estaba en afanes subversivos, el gobierno debía exhibir pruebas
para someterlo a la ley; de lo contrario su detención era ilegal. El
gobierno se vio sin argumentos para retener al jefe falangista y
mucho menos para explicar el ataque a la casa de los Riveros,
mientras en la ciudad la gente se manifestaba expresando su
repudio
Como sea, al anochecer se puso en libertad a Únzaga y dos días
después a Oblitas, Riveros, Gallardo, Rojas y Gutiérrez. Aumentó el
descrédito del gobierno y el Secretario Regional de FSB en La Paz,
Walter Alpire, cuya oficina fue asaltada e incendiada, decidió
reinstalarla a cielo abierto, en la Plaza Franz Tamayo, junto a la
estatua del Libertador José Antonio de Sucre, donde puso una mesa
y dos sillas, protegidas por una chiwiña, y allí se dio a la tarea de
registrar a cientos de ciudadanos que acudieron a inscribirse en
FSB. El Alcalde Jorge Ríos Gamarra intentó impedirlo, pero salió
escaldado. No iba a pasar mucho tiempo antes de que esta
autoridad, en la línea de Walter Guevara, entrara en choque con su
propio partido en la disputa por el poder.
Buscando normalizar la vida institucional en otros ámbitos, el
movimiento estudiantil procedió a renovar el directorio de la
Federación de Estudiantes de Secundaria. Se tenía como segura la
postulación del falangista Guido Strauss, pero César Rojas se puso
en contacto con los dirigentes estudiantiles falangistas para
informarles que Oscar Únzaga había decidido que la FES sea
presidida por Julio Loayza. Así lo confirmó al acto eleccionario y
Loayza fue posesionado por el propio Ministro de Educación,
Germán Monroy Block.
Días más tarde, se llevó a cabo el 5º Congreso Ordinario de la
Confederación de Estudiantes de Secundaria, que se realizó en
Tupiza y adquirió una importancia notable, toda vez que la
declaración final y la nueva directiva que se elija sería la expresión
genuina del momento político. Participaba un selecto grupo de
dirigentes cuyos nombres adquirirían resonancia en el tiempo, como
Pedro Shimose, entonces delegado estudiantil de Riberalta; Jorge
Mantilla Torres (Coco Manto) de Llallagua; Viginia Portocarrero de
Oruro, la única mujer presente; Alfredo Scott de Tarija, todos ellos
independientes. Si bien participaron representantes del oficialismo y
las distintas expresiones opositoras, aquello fue una pugna entre
MNR y FSB representada por Julio Loayza y Guido Strauss. El MNR
estuvo representado por personajes como Luis Renato Valdich,
Marcelo Hurtado, Carlos Daza y otros que hacía mucho tiempo
habían dejado de ser estudiantes y hubo una “Federación de
Estudiantes Libres”, donde aparecían los nombres de Gastón Murillo
y Hugo Ayllón, denunciados por actuar en función de los intereses
del gobierno. Loayza y Strauss amenazaron con abandonar el
Congreso, lo que le habría quitado legitimidad. El encuentro tuvo
momentos difíciles, ácidos enfrentamientos verbales y peleas
campales, incluidas las armas de fuego aunque sin víctimas. Lo
programado para cuatro días se prolongó por dos semanas. Tupiza
se convirtió en centro nacional de atención informativa. Al final llegó
la elección del nuevo Presidente de la CESB, disputada
dramáticamente, voto a voto. Se impuso el falangista Carlos Zegarra
Lobo a Walter Pol por un voto (30 a 29). El documento final,
redactado por la nueva Directiva llevaba una fuerte crítica al modelo
represivo de gobierno y exigía la disolución del Control Político. Fue
una victoria que Oscar Únzaga celebró con sus allegados.
LA RENOVACIÓN FALANGISTA
Dos temas ocuparon la atención de Oscar Únzaga en septiembre de
1958: el reencuentro con su madre y la renovación de la Falange.
Después de cinco años de exilio, el 17 llegó en tren desde Buenos
Aires la señora Rebeca de la Vega de Únzaga acompañada por el
Dr. Carlos Prudencio. El hijo, que abrazaría a su madre después de
dos años y medio, acudió a recibirla en Oruro junto a Juan José
Loría, René Gallardo y César Rojas. Una multitud la esperó en el
andén del ferrocarril y lo mismo sucedió al llegar a la Estación
Central de La Paz.
También volvieron del exilio algunos bolivianos que hasta entonces
estaban viviendo en Santiago y otras ciudades del exterior, entre
ellos Luis Adolfo Siles Salinas, Rolando Kempf Mercado, Alberto
Crespo Gutiérrez, Roberto Arce, Rodolfo Luzio, Gustavo Medeiros y
otros pertenecientes al Partido Social Demócrata, ingresando en
conversaciones con Únzaga en la perspectiva de una alianza con
Falange Socialista Boliviana, conformando un gran frente político
denominado Comunidad Demócrata Cristiana, al cual se adheriría el
joven intelectual Marcelo Quiroga Santa Cruz que en esos días
publicaba su novela “Los Deshabitados”, esencial para la literatura
boliviana del siglo XX.
Mientras el MNR se iba debilitando por las rencillas personales entre
sus líderes más representativos, la Falange se fortalecía y
transformaba en una organización popular que se reunió en su
Décima Convención Nacional. Su líder era ya un hombre en
plenitud, consciente de los problemas de su tiempo, con una visión
crítica del mundo que le rodeaba, que sabía dónde estaba el último
tornillo de la maquinaria social boliviana, conocía a la gente, sus
fortalezas y debilidades y creía tener soluciones para las carencias
del pueblo.
La concentración partidaria fue un reencuentro, por fin abierto, entre
camaradas obligados a la dispersión por la persecución, la cárcel y
el exilio. Entre los que volvieron estaba Roberto Freire, aquel joven
hombre de radio que tomó parte del alzamiento falangista en
Cochabamba en noviembre de 1953, que conoció los campos de
concentración, intentó fugar de alguno de ellos y vivió un prolongado
exilio en el Perú. En el exilio nació su primer hijo -al que bautizó
Oscar- y en el destierro lloró la muerte de su madre. Cuando
finalmente volvió a Bolivia lo primero que hizo fue presentarse ante
su jefe y tuvo a su cargo el homenaje a doña Rebeca, en la
convención falangista. Jorge de la Vega retornó a La Paz por
intrincados caminos y apareció una noche en la casa de su familia
en Sopocachi, manteniendo un perfil bajo para evitar que se la
hagan cargo por los sucesos de mayo en Santa Cruz.
En cuanto a Enrique Achá, convocado por Únzaga, su traslado a La
Paz fue complicado. Siendo uno de los hombres más buscados por
el aparato represivo, se había escondido en una congregación
religiosa de Cochabamba, donde maquillaron su rostro y le pusieron
hábito de monja. Acompañado por otras religiosas, tomó un avión
del Lloyd Aéreo Boliviano con itinerario a La Paz. Dio la casualidad
de que unos asientos más adelante iba un sacerdote, de modo que
al llegar al Aeropuerto de PANAGRA (no existía el actual Aeropuerto
de El Alto), buscó apegarse al séquito del cura en previsión de que
el Control Político pudiera reconocerlo. Aquel resultó un importante
miembro del clero que atraía la atención de los viajeros, como de los
agentes e inclusive del líder de la COB, Juan Lechín Oquendo,
quien esperaba un vuelo comercial, saludando cordialmente al
religioso y, mirando al rostro de aquella monjita alta y robusta, no
pudo evitar una sonrisa, aunque sin hacer mayor comentario.[119]
Algo parecido sucedió con Antonio Anze Jiménez quien volvió del
exilio escondiéndose en la casa de la familia de Cosme Coca en
Miraflores, estando este desterrado en Buenos Aires. Improvisaron
un escondite al que se accedía por el segundo piso, donde Anze
permaneció cinco meses, hasta que un día alguien lo delató y
llegaron los agentes del Control Político escapó con muletas y
disfrazado de chola, dejando sólo cenizas pues tuvo la precaución
de quemar todos los documentos que traía consigo.
Afortunadamente los agentes no destaparon las ollas, donde había
armas escondidas.
Únzaga estaba consciente de que su partido sufría cierto descrédito
internacional, injusta causa de su nombre -Falange- que lo
emparentaba con el falangismo español gobernante con Francisco
Franco. Pero su intento por cambiar ese denominativo a Democracia
Cristiana, como lo habían hecho los falangistas chilenos e italianos,
fue imposible en Bolivia y el héroe del Chaco, general Bernardino
Bilbao Rioja fue el encargado de decirlo públicamente. Así lo
corroboró muchos años después el destacado dirigente David Añez
Pedraza, quien a su tiempo fue jefe de FSB:
“… La Falange había hecho mucha historia en Bolivia.
Hubo mucho derramamiento de sangre, mucho
sacrificio, campos de concentración, torturas, una
juventud educada que no aceptaba que se le cambie el
nombre a la Falange. Sea racional o irracional. No fue
como Frei en Chile… una Falange que había surgido al
calor de una democracia estable, al calor del juego del
voto. La Falange aquí había surgido al calor del juego
de las metralletas. Estábamos en condiciones muy
diferentes. Entonces decirle a un falangista que había
estado en los campos de concentración, que había
estado en el destierro, que había estado perseguido,
mira, le vamos a poner a la Falange este otro nombre,
se sentía ofendido, se sentía herido. Únzaga supo de
todos los riesgos que corría, nadie lo engaño…”[120]
A excepción del cambio de nombre, la convención falangista premió
los esfuerzos de Únzaga de la Vega aprobando por unanimidad el
nuevo cuerpo doctrinario de ese partido de 21 años, reafirmando el
nombre de su fe de bautismo, FALANGE SOCIALISTA BOLIVIANA
pero bajo un nuevo planteamiento “basado en la filosofía de la
DEMOCRACIA CRISTIANA, capaz de encender la esperanza en lo
más hondo del corazón boliviano y de reorganizar el Estado con
ideas modernas y justicia social, que dé lugar a un sistema de
gobierno compatible con la dignidad humana y la libertad de los
ciudadanos”. Sin menoscabo de su nacionalismo, hacía hincapié en
un modelo político superior a la democracia liberal y a las
democracias populares, en oposición absoluta a toda forma de
opresión totalitaria.
El pivote argumental radicaba en la defensa de los Derechos
Humanos y era la primera vez que un partido político boliviano
recogía ese concepto para su programa. Reconocía en la libertad y
la iniciativa privada al motor insustituible del progreso, pero
rechazaba la explotación del hombre tanto como la lucha de clases.
Respetaba las jerarquías individuales, pero en un plano de dignidad,
derechos y oportunidades para todos. Proponía movilizar las
energías espirituales, culturales y económicas de la Nación
Boliviana. Para “salvar a Bolivia, que está al filo del abismo”,
proponía la organización de un GOBIERNO DE EMPRESA
NACIONAL, integrado por la representación de todos los bolivianos,
evitando que el poder caiga en manos de personas o grupos que
defendían sus intereses políticos, económicos o de clase por encima
de los de la comunidad.
FSB se alineaba con las democracias occidentales y los principios
de la civilización occidental. Postulaba la integración regional
expresada en una confederación de países para formar los Estados
Unidos de América Latina, constituyendo un ámbito de solidaridad,
paz y justicia. Los 15 principios del Programa de FSB son un modelo
válido para Bolivia aún hoy, seis décadas después:
1. Dignidad de la persona humana.
2. Respeto por los Derechos del Hombre
proclamados por Naciones Unidas.
3. Libertad, justicia y paz, como valores
permanentes de convivencia civilizada.
4. Sistema democrático de gobierno regido por un
Estado de Derecho.
5. Lucha contra toda forma de opresión y tiranía.
6. Respeto a la familia y su liberación de toda
forma de temor y de miseria.
7. Goce de todos los derechos para la mujer;
respeto a su dignidad, a su vida y a su función
específica en la familia y en la sociedad.
8. Libertad de expresión, de creencia y de
educación.
9. Derecho a la libre asociación.
10. Derecho al trabajo y la obligación del Estado a
fomentarlo.
11. Derecho a la propiedad privada en función
social.
12. Lucha contra toda forma de explotación del
hombre.
13. Lucha contra toda forma de privilegio.
14. Lucha contra toda forma de monopolio privado.
15. Unidad nacional, eliminando tensiones de clase,
raza o región, permitiendo a Bolivia integrarse
orgánicamente.
En los aspectos políticos, FSB declara que el Estado debe estar al
servicio del hombre y de la Nación y no al contrario. Sostiene que
los intereses de la Nación no pueden supeditarse a los intereses
clasistas o individuales. Proclama que el voto universal sólo puede
ser un bien democrático con el libre acceso de todas las fuerzas
políticas organizadas a los centros campesinos y obreros. Propone
un Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure la
representación proporcional de las minorías y elimine la
perpetuación del poder en un partido único. Independencia de
poderes. Respeto de las Fuerzas Armadas y Carabineros
liberándolos de toda militancia política obligada.
En los aspectos sociales propugna por una justicia social y cristiana;
la libertad de asociación sindical; la participación de los obreros en
las utilidades de las empresas; principio ético en las relaciones entre
el capital y el trabajo; salario justo; contrato colectivo de trabajo;
respeto a las legítimas conquistas sociales; racionalización del
seguro social; redención cultural, económica y social del indio;
Reforma Agraria ajustada a la realidad nacional y a un régimen de
derecho que tienda a elevar los niveles de producción y consumo;
derecho a la tierra de toda persona y a su justa adquisición; defensa
de la familia, que es la célula mayor de la organización social de la
Nación.
Imprime un principio moral en los aspectos económicos, con libertad
de empresa sujeta a una justa ganancia; fomento de la libre
empresa y de la reinversión de un porcentaje de utilidades;
establecimiento de un Código de Inversiones; abolición de la usura;
respeto y garantía a la propiedad privada en función social;
establecimiento de sistemas cooperativistas de producción y
consumo; fomento del capital industrial; estatización sin demagogia.
Proclama: “ningún boliviano permanecerá en el desamparo. Los
humildes, los pobres y los ancianos, deben disponer de idénticas
posibilidades que los ricos para disfrutar de una asistencia médica
adecuada, por considerar que la Medicina constituye una función
social” ·. Propone un Código Sanitario, así como la unificación y
eficaz funcionamiento de los servicios médicos en Bolivia. Postula el
mejoramiento sistemático de la alimentación del pueblo y una
campaña nacional contra la miseria, la prostitución, el uso ilegal de
estupefacientes y el alcoholismo
FSB postula el desarrollo integral de la persona humana, con
posibilidades culturales para todos y sostiene que en la formación
educativa del niño boliviano no debe existir ninguna otra limitación
que la señalada por sus propias aptitudes; educación integral desde
la educación parvularia hasta la universitaria, formando ciudadanos
conscientes, con energía de trabajo, responsables de su función
social y una elevada conducta moral y patriótica; dignificación de la
enseñanza, del magisterio y la respetabilidad del niño boliviano;
Autonomía Universitaria en casas de estudios superiores donde se
acreciente el alma nacional; estímulo al arte, las ciencias y las
letras; reducción del analfabetismo hasta su liquidación.
En el terreno internacional, FSB se adscribe a los fundamentos de la
cultura occidental; la igualdad de derecho de todos los Estados;
oposición a la opresión política o económica de un Estado sobre
otro a título de interrelación e interdependencia; lucha contra toda
forma de colonialismo; reconocimiento del arbitraje como medio de
solución pacífica de los diferendos internacionales; establecimiento
de un tribunal internacional para la defensa de los derechos
humanos, ajeno a toda influencia gubernamental; Derecho de Asilo;
ayuda económica para favorecer a los pueblos y no para
intervenirlos; defensa de las economías nacionales dependientes de
materias primas; aliento a la inmigración; respeto a los convenios
internacionales que no violen el derecho natural de las naciones;
urgencia de resolver la reintegración marítima de Bolivia; creación
de la Confederación Latinoamericana.
La plataforma política de FSB reafirma para el Estado Boliviano el
Gobierno democrático representativo, garantizando la
independencia de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Propone un Poder Legislativo con dos Cámaras, una de Diputados
elegidos por el voto popular y “un Senado Técnico Funcional con
representación de todas las fuerzas vivas de la Nación”. Sostiene la
necesidad de la autonomía municipal. Reconoce y garantiza de libre
expresión oral y escrita. Propone que la Religión Católica sea
declarada Oficial, aunque garantizando la más absoluta libertad de
cultos y creencias. Propone Estatutos Regionales como un primer
paso hacia el establecimiento del federalismo en Bolivia.
El documento recogía el pensamiento de Únzaga y había sido
estructurado y redactado por una comisión de notables bajo la
dirección de Gonzalo Romero y Arturo Vilela en el postulado político,
Walter Alpire y Carlos Kellemberger en la parte económica y el
Padre Luis Sagredo en el sustento filosófico.
Ya para entonces, la realidad había demostrado que algunos de los
postulados iniciales de Oscar Únzaga de la Vega estaban
destinados al fracaso, como sucedió con la nacionalización de las
minas que fue parte del programa de gobierno de FSB en los años
40 y le dio vigencia el gobierno del MNR con el desastre que
significó el manejo administrativo y político de la COMIBOL. Arturo
Montes, intelectual y diplomático, militante de FSB desde su
juventud, resume esa constatación:
“Respecto del tema de la nacionalización de las minas,
se podría decir que hubo dos etapas en el pensamiento
de Únzaga. La primera se remonta a la época
primigenia, cuando todos los partidos de la postguerra
del Chaco promovían la nacionalización, entre ellos la
Falange. La segunda fue producto del fracaso
movimientista en la estatización de las minas, lo cual
influyó en Únzaga para pensar en soluciones menos
radicales, como la presencia de la actividad privada,
para sacar al país del profundo abismo al que había
caído. Oscar no era dogmático y con verdadera talla de
estadista pensaba siempre en soluciones adecuadas a
la realidad y no con poses delirantes ni demagógicas.”
La solución a la problemática minera que propugnaba Únzaga
estaba en función de una nueva norma que legisle para el futuro, de
manera que puedan concurrir a la actividad minera la ya inevitable
COMIBOL, las empresas privadas medianas y pequeñas, además
de cooperativas e inclusive inversionistas internacionales en
asociaciones con el Estado, bajo reglas claras, seguridad para los
inversionistas y beneficios concretos para el país y los trabajadores.
El jefe falangista predicaba ante quien quisiera oírle, que la
nacionalización debió hacerse para favorecer a los bolivianos y no
por pura publicidad, en otros casos por odio y en otro por puro
interés partidista. Únzaga había llegado a la conclusión de que Paz
Estenssoro odiaba a Carlos Víctor Aramayo por un resentimiento
social que le carcomía el alma; utilizaba el nombre de Hoschild,
quien había salido del país después de su secuestro por RADEPA
hacía muchos años para no volver y cuya figura ya nada significaba
para Bolivia; y que en realidad se entendió siempre con Patiño,
desde que fue funcionario suyo en los años 30, de manera que la
nacionalización de sus minas le fue muy ventajosa.
FSB proponía que Bolivia agrande los beneficios fundiendo su
producción de minerales y participando directamente de la
comercialización internacional. “Si seguimos vendiendo piedras y
tierra con un pequeño porcentaje de estaño, la parte del león se
queda en los hornos de fundición que están en el extranjero y son
de Patiño. Si seguimos pagando fletes por esas rocas y deshechos,
sólo favorecemos a los comercializadores y transportistas navieros”,
sostenía Únzaga.
En cuanto al petróleo, que tanto desafecto le había costado,
especialmente en el área de influencia de Washington, por su
adscripción a la idea de que debía estar exclusivamente en manos
del Estado Boliviano, tras los contratos que los gobiernos del MNR
habían contraído con empresas transnacionales e inclusive países
vecinos, sólo le quedó postular por el fortalecimiento de YPFB a
través de su capitalización, respetando las inversiones privadas,
pero con apego a la Constitución Política del Estado, “resguardando
la soberanía, la seguridad y la libertad económica de la Nación”. Sin
embargo, Oscar Únzaga nunca perdió su fe en YPFB y su sueño fue
convertirla en una empresa modelo lejos del manoseo político,
erigiendo al país en el fiel de la balanza geopolítica sudamericana,
de manera que la industrialización, el desarrollo y la prosperidad,
que aspiraban los gobiernos del Brasil y la Argentina, derramen
también sus beneficios en Bolivia. “Si les damos energía para su
desarrollo, es justo que esperemos su gratitud y su respeto”, decía
el jefe falangista.
El planteamiento político y doctrinal falangista fue una novedad ante
la plataforma del MNR que empezaba a mostrar signos de
agotamiento. Ni los partidos tradicionales ni los comunistas tenían
mucho que plantear. La Carta Fundamental de FSB fue aprobada en
septiembre de 1958 y su Reglamento Interno instituyó la figura de la
segunda autoridad partidaria en la persona del Secretario General
con el título de Sub Jefe, designación que recayó en Mario R.
Gutiérrez. Se aprobó también la constitución de la Comunidad
Demócrata Cristiana en alianza con el Partido Social Demócrata.
Tal ejercicio doctrinal podía asemejarse a la actividad política normal
en cualquier país, pero Bolivia adolecía de las condiciones
indispensables para una práctica democrática real, con un gobierno
producto de una especie de “democracia popular” sustentada en la
masa indígena que incapacitada de votar conscientemente, lo hacía
por el odio que sus caciques políticos sembraban en los cerebros de
sus subordinados, instaurando un gobierno ciertamente de
mayorías, cuyos actores buscaban la perpetuación del esquema
revolucionario, cuya piel era insensible a los estragos de la crisis en
la clase media, provocada por el primer gobierno revolucionario,
cuyo estómago no se revolvía por el sabor ácido de los remedios y
las injusticias que aplicaba el segundo. Al llegar la primavera de
1958, el país era un caldero próximo a entrar en ebullición.
Los mineros estaban distanciados del gobierno y había direcciones
bifurcadas en el obrerismo que seguían a una facción mayoritaria, la
COB, y otra menor pero respaldada por el gobierno, COBUR.
Líderes aimaras violentos como Toribio Salas en el altiplano,
campesinos enfrentados a muerte en el agro cochabambino, donde
los dirigentes de las federaciones del valle bajo y del valle alto (José
Rojas, Sinforoso Rivas, Miguel Veizaga, Salvador Vásquez o Jorge
Solíz), elegidos diputados por Paz Estenssoro o incitados por la
promesa de ser ministros que les hizo Siles Zuazo, empezaron un
enfrentamiento entre Cliza y Ucureña que derivaría en una guerra
campesina de laimes contra jucumaris, como producto del
enfrentamiento inevitable entre Víctor Paz Estenssoro y Walter
Guevara Arze.[121] En las ciudades las federaciones de profesores
estaban en franca oposición, tanto la línea mayoritaria en manos de
la Falange, como otras menores acaudilladas por los comunistas y
los trotskistas. Las universidades bajo predominio falangista se
batían contra la Avanzada Universitaria del MNR. Los fabriles
divididos entre quienes respaldaban a Siles Zuazo y los cuadros del
PC.
Y a pesar de todo, lo que preocupaba fundamentalmente a los
líderes del MNR era quién tomaría el poder en las próximas
elecciones, luego del gobierno-fusible desgastado por la inflación y
la estabilización, pues sabían que por encima de sus rencillas, se
unirían para conservar “el maravilloso instrumento del poder”, o “el
árbol de las peras”, como lo expresaba indistintamente el Dr. Víctor
Paz Estenssoro. Paz, Siles, Lechín, Guevara podían odiarse,
temerse, fastidiarse, pero se buscarían y harían causa común una y
otra vez, leales a un principio un poco cínico, pero principio al fin:
“todo dentro de la revolución, nada fuera de ella”. ¿Había alguna
posibilidad de alternancia en el poder fuera de la revolución, de
independencia de poderes, de pesos y contrapesos, de minorías
con capacidad de fiscalizar, que caracterizan a las democracias
respetables en el mundo? La respuesta era un NO categórico.
Los regímenes absolutistas nacidos de revoluciones sociales
profundas -los bolcheviques, la Revolución Nacional de Bolivia, el
PRI en México, Cuba bajo el castrismo- estaban condenados a no
ser democráticos, aunque se esforzasen en parecerlo y pese a que
alguno de sus protagonistas lo hubiera sido en efecto, como era el
caso del Dr. Hernán Siles Zuazo. En consecuencia, el cambio que
reclamaban con vehemencia los desheredados de la revolución,
tendría que ir inicial y necesariamente por el atajo de los hechos
consumados, que además fue la regla antes que la excepción en la
historia boliviana. Fue entonces que reapareció un militar que
ejercería fuerte influencia en la vida nacional: Alfredo Ovando
Candia.
Enrique Achá, en su libro varias veces mencionado, dice que los
mineros estaban en ese tiempo en pie de alerta ante los planes del
gobierno de descongelar las pulperías -donde regía un sistema de
precios subvencionados para artículos esenciales de la canasta
familiar como pan, carne, azúcar, aceite y harina-. Señala que
existía “una real ventaja en el campo revolucionario suficiente para
determinar el fácil derrocamiento del régimen”, agregando que “eran
legión las personas que revelaban su impaciencia y su extrañeza
porque Falange no asumiese la iniciativa para hacer estallar un
golpe y derribar al gobierno”. Únzaga creó entonces un organismo
clandestino político-revolucionario integrado por “Pedro”
(pseudónimo del Cnl. Alfredo Ovando Candia) a cargo de coordinar
acciones militares, “Chato” (Walter Vásquez) con los policías y
Amando Rodríguez a cargo de las fuerzas civiles de choque.
“Chato” debía ser el enlace entre la jefatura de FSB y “Monseñor”
(Enrique Achá), quien se mantenía en la más absoluta
clandestinidad, pues sería el operador del nuevo golpe falangista.
La unidad monolítica que el MNR pretendía mostrar externamente,
adolecía de fuerte erosión y lo iba a estar mucho más a medida
que pasaban los días y se agotaba el tiempo de Siles Zuazo.
Paulatinamente Paz Estenssoro recobraba autoridad ante la
desazón de sus enemigos movimientistas que en ese momento aún
gobernaban con don Hernán, hasta que llegó el momento en que
estos se reunieron con dirigentes de organizaciones sindicales,
llegando a la conclusión de que el Presidente nada haría para
liberarse de la sombra de Paz Estenssoro, quien ya tenía diseñado
su retorno. Para evitarlo surgió la idea del Golpe de Estado al
interior del propio MNR, como relata Marcial Tamayo:
“Entonces hay la reunión con el Gral. Rodríguez
Bidegain, el famoso coronel Guzmán Gamboa, la
gente del control político, los representantes
sindicales que había entonces, Sanjinés Ovando,
Castel, entre los más importantes. Se reúne toda
esa plana mayor y dicen, ‘Bueno, esto no puede
seguir, Paz no vuelve y Lechín menos, entonces
hay que hacer algo, el Dr. Siles no va a ninguna
parte, vamos a dar un golpe, tenemos todo’,
entonces Guzmán Gamboa dice ‘yo tengo 14
regimientos de carabineros, ya está tomada La
Paz, les anuncio’…”
Los golpistas le ofrecen la jefatura del partido y la Presidencia de la
República a José Cuadros Quiroga, pero este se achica y sugiere el
nombre de Marcial Tamayo.
“Guzmán Gamboa me quería y me dice: ‘Doctor, a sus órdenes,
toda la ciudad tomada’. Un momento coronel, perdóneme, repliqué
¿Qué dice usted Gral. Rodríguez Bidegain? –Ah, no, nosotros no
discutimos, yo toco un timbre y todo se acabó, tenemos pues a la
gente, a ver qué dice el compañero Baldomero Castel, y el
compañero tal, todos firmes y listos…”[122]
Pero, según su propio relato, también Tamayo se echó atrás. A
breve plazo aquellos hombres tendrían la oportunidad de
arrepentirse. Siles Zuazo, quien no se atrevió a un enfrentamiento
con Paz Estenssoro, estuvo de acuerdo en ayudar a que otro
contendiente interno lo haga, en este caso Walter Guevara Arze. El
17 de agosto de 1958, el ideólogo del MNR, autor de la Tesis de
Ayopaya, asumió el Ministerio de Gobierno, generalmente antesala
de la Presidencia de la República. Sin anestesia anunció una
“política de mano fuerte”.
Entre tanto, en cumplimiento de Notas Reversales entre los
gobiernos de Bolivia y los Estados Unidos, empezó a llegar equipo,
materiales y servicios destinados a mantener la seguridad interna en
Bolivia. El armamento consistía en fusiles semi-automáticos M-1
calibre 30, carabinas M-2 y M-2, fusiles ametralladores y
ametralladoras ligeras Browning, lanzacohetes 3.5. (bazucas),
fusiles sin retroceso y morteros. Su destino: el Regimiento Escolta
“Waldo Ballivián”, instalado en el Cuartel Sucre. El Ejército
empezaba a contar.
XXIX - OVANDO CANDIA Y GUZMÁN
GAMBOA

L a cripta del Colegio Don Bosco fue el escenario para el


encuentro secreto entre Oscar Únzaga y “Pedro”
(pseudónimo del Cnl. Alfredo Ovando Candia), el último día
de septiembre de 1958. Walter Vásquez Michel, testigo del
encuentro, dice que al llegar Ovando, abrazó a Únzaga y le llamo
“mi jefe”. Ovando le comunicó que disponía de tres unidades
importantes del Ejército, nada menos que el Colegio Militar de Irpavi,
el Gran Cuartel de Miraflores donde estaba el Estado Mayor, y el
Regimiento Bolívar instalado en Viacha. “Según sus apreciaciones -
dice Enrique Achá- estas fuerzas eran suficientes para derrocar al
gobierno siempre que se lograra la neutralidad de los regimientos de
Carabineros”.[123] El hombre clave era el coronel Julián Guzmán
Gamboa y Ovando planteó a Únzaga la necesidad de buscar un
contacto personal con él a través de Gustavo Chacón, un político
nacionalista, miembro de FSB, no del aparato de mando, aunque
era muy amigo del jefe falangista.
¿Quiénes eran esos dos personajes uniformados? A grandes
rasgos, Alfredo Ovando fue educado en el Colegio Militar. Alumno
de la Escuela de Comando y Estado Mayor en Cochabamba en los
años 40, tuvo como maestro al general republicano español Vicente
Rojo. Ovando se vinculó al marxista Partido de Izquierda
Revolucionaria, que en sus años de gloria, cogobernando con la
derecha, lo envió como adjunto militar al Paraguay, donde se hizo
compadre de su tocayo Alfredo Stroessner. Al retornar, luego de
1952, el mayor Ovando apareció involucrado en una intentona
golpista que lo llevó a la cárcel de San Pedro, donde juró a FSB
asumiendo un compromiso con Cosme Coca: volviendo a la libertad,
debía inscribirse al MNR, alcanzar las mayores jerarquías militares y
desde allí destruir al régimen movimientista.[124]
Julián Guzmán Gamboa, salido de las trincheras del Chaco con el
grado de teniente, aparece vinculado al gobierno de Germán Busch.
Oficial de carabineros, formó parte del Regimiento Calama, el más
poderoso de La Paz, escolta del Presidente Gualberto Villarroel.
Vinculado a RADEPA y ya con el grado de mayor, Guzmán participó
en 1944 del secuestro del industrial minero Mauricio Hoschild y de la
ejecución, en Chuspipata, de los senadores Luis Calvo y Félix
Capriles, el líder del Partido Socialista Carlos Salinas Aramayo, el ex
ministro Rubén Terrazas y el Gral. Demetrio Ramos. Su carrera
entró en un cono de sombra de 1946 a 1952. Luego de la revolución
de abril hizo carrera en el MNR y en 1958 fue designado Director
General de Carabineros. Era hombre de secretos. Adquirió una casa
en Sopocachi, lateral al Montículo, pero vivía en el Cuartal Calama y
su familia en otro inmueble alquilado de la calle Figueroa, esquina
Muñecas, cuya propietaria era la suegra del falangista Víctor Sierra
Mérida. Lo admitieron como inquilino a instancias de un sacerdote
salesiano de Don Bosco, hermano de Víctor Sierra.
Únzaga dudó inicialmente de la integridad de este hombre, por lo
que primero habló con Gustavo Chacón, quien le informó de la
posición fervientemente anticomunista del jefe policial. Luego
Únzaga envió a un ex oficial en misión exploratoria, pero Guzmán
pidió que el nexo se realice a través de Sierra Mérida. El puente
definitivo fue el Padre Reynaldo Rosso, Director de Don Bosco,
donde estudiaba el joven Jorge Guzmán López, hijo del jefe policial.
Por ese conducto, el Cnl. Guzmán Gamboa y Oscar Únzaga
aceptaron reunirse, también en la cripta de ese colegio católico.[125]
El encuentro se realizó en la primera semana de octubre. Abordaron
consideraciones de tipo general sobre la situación política y
económica del país. Pocos días después, hubo una segunda
reunión más concreta, en la que ambos coincidieron en su enfoque
antimarxistas, oportunidad en la que Guzmán dijo que el único
anticomunista del régimen era el Presidente Siles Zuazo y reveló
tener un completo conocimiento de todos los esquemas
revolucionarios de los partido de oposición, aún el de FSB, “de
modo especial los de carácter militar a cargo del Cnl. Alfredo
Ovando, en cuyo círculo tenía algún amigo del Ejército, a quien lo
unían estrechos vínculos espirituales”. Y, lo más importante, el Cnl.
Guzmán “estuvo de acuerdo en la necesidad de dar un golpe con el
concurso de las divisiones del Ejército con las que contaba Ovando”.
Acordaron volverse a reunir unos días después.
La situación se aceleró luego de que Oscar Únzaga captara una
información muy comprometedora para un sector del gobierno
nacional. La versión denunciaba “la entrega de las áreas de Ichilo,
Cuatro Ojos, Terebinto y Samaipata, al igual que la venta de YPFB
por valor de doscientos millones de dólares”. El jefe de FSB dispuso
que la bancada falangista convoque a una interpelación
parlamentaria, lo que alertó al gobierno que a su vez denunció un
intento subversivo en marcha, tomando en secreto recaudos para la
dictación del Estado de Sitio, impidiendo el acto interpelatorio, el
enjuiciamiento de los parlamentarios opositores por supuesta
“traición a la patria” y la imposición de una censura de prensa para
acallar toda denuncia. Gonzalo Romero pronunció una frase que
pintaba muy bien la situación: “no es la oposición la que conspira; el
que conspira es el gobierno”.
Jaime Ponce Caballero denunció entonces que el Ministro de
Gobierno, posesionado pocas semanas atrás, había regresado de
un viaje a Washington “con la luz verde del Departamento de Estado
para realizar su anunciada política de mano fuerte, que equivale a
Estado de Sitio y persecución que permita a los trusts petroleros,
capitalismo financiero y a la petrocracia nacional monopolizar el
petróleo boliviano y destruir YPFB”. Ponce Caballero reprendía a la
potencia del norte por su “enfoque errado de la política continental al
sostener gobiernos poco democráticos que destruyen los mismos
principios sobre los que se asienta la democracia del norte”,
llamándole la atención sobre le necesidad de que “en lugar de
exportar sus capitales simplemente, debían exportar también sus
ideas de bien común”.[126]
Ante los hechos concretos que asumía el gobierno, a la oposición no
le quedó otro camino que la acción revolucionaria y así lo comunicó
a Guzmán Gamboa por intermedio de Achá. Únzaga ordenó la
movilización de los cuadros más combativos de su partido para una
inminente acción subversiva, planificar la movilización y detallar la
cobertura política y de comunicación, la base argumental para
presentar al nuevo gobierno nacional e internacionalmente, así
como su organización, para lo cual creyó necesario informar al
Partido Social Demócrata, aliado en la Comunidad Demócrata
Cristiana. Si bien los líderes de este partido estuvieron de acuerdo
en el golpe de Estado, prefirieron no conocer detalles ni fechas.
La reunión definitiva se realizó a las 9.00 de la mañana del martes
20 de octubre. El golpe, policial-falangista en su inicio, debía
concluir con el control militar de la sede de gobierno y el resto del
país.[127] Únzaga ofreció el Ministerio de Gobierno a Guzmán
Gamboa, pero este declinó. El jefe de FSB expresó su deseo de
dirigir personalmente la acción de las fuerzas de carabineros desde
el Regimiento Aliaga, pero el jefe policial lo convenció de que era
mejor que se mantenga a resguardo y que una vez consolidada la
revolución, los dirigentes falangistas irían a buscarlo para llevarlo al
Palacio. Pero tres delegados falangistas ingresarían al Regimiento
Aliaga, tres al Regimiento La Paz y dos al Panóptico donde serían
concentrados personajes del régimen depuesto. El golpe se iniciaría
a las 04:00 del 21. Acordaron como claves las palabras “Simón” y
“Bolívar” como santo y seña, según Vásquez Michel.
A las 13:00 de ese día, Únzaga se reunió nuevamente con el Cnl.
Ovando para repasar los últimos detalles. Le preguntó si ratificaba el
concurso de las tres unidades (Colegio Militar, Gran Cuartel de
Miraflores, Regimiento Bolívar) y la respuesta fue afirmativa. En
síntesis, policías y grupos armados falangistas tomarían las calles a
partir de las 4 de la madrugada y seis horas más tarde unidades
militares controlarían todo el país. Antes de despedirse de Ovando,
deseándole buena suerte, su jefe le transmitió el santo y seña. La
reunión se llevó a cabo en una casa de Sopocachi. Ovando vestía
uniforme. Al salir, el falangista Juvenal Cejas le hizo una
observación:
SEJAS. - Coronel, ¿por qué viene con uniforme? Usted
nos expone a todos.
OVANDO (Dándole una palmadita en la espalda). -
Tranquilo camarada, usted no tiene que preocuparse por
nada…

A partir de las 15:00, los grupos falangistas empezaron a recibir


instrucciones. Napoleón Escobar debía tener en apronte a 50
falangistas armados. “Sólo tenían que hacer acto de presencia ya
que el golpe, en todas sus fases organizativas y de ejecución, se
hallaba a cargo de los regimientos de carabineros acantonados en
la ciudad de La Paz”, según les dijo Achá. En pocas horas, esa
inflación de optimismo iba a dar paso, una vez más, a la decepción.
Inesperadamente a las 19:30, un diputado oficialista interrumpió la
sesión de la Cámara Baja, y ante la sorpresa de moros y cristianos,
demandó la dictación del Estado de Sitio a través de una minuta de
comunicación al Poder Ejecutivo. Los parlamentarios falangistas
reaccionaron airadamente rechazando la medida pues pretendía
que el Poder Legislativo ordenara al Poder Ejecutivo una nueva ola
de represión. La discusión se prolongó, pero como la iniciativa
parlamentaria no aportaba mayores elementos, Únzaga decidió
seguir adelante.
Aproximadamente las 20:00, el jefe falangista recibió al segundo
hombre de la organización Camisas Blancas, Hugo Alborta, quien
había llegado hacía poco de la Argentina donde estuvo exiliado
ocho meses. Hombre de probada lealtad, recibió complacido la
noticia de que en las próximas horas empezaba la revolución,
pidiendo de inmediato que se la asigne un grupo armado.
“Pero como mi esposa estaba embarazada, Oscar
prefirió no comprometerme relevándome de cualquier
participación. Yo me indigné, le dije que no podía
permanecer al cobijo de mi mujer mientras el partido
estaba en las calles. Esto impresionó a Oscar que
accedió a incorporarme al grupo de César Rojas…”
Los objetivos de los grupos civiles eran, entre otros, la toma de la
Central de Teléfonos, el acallamiento de Radio Illimani, el control de
alguna emisora independiente desde la cual emitir el triunfo de la
revolución y el apresamiento de varios personajes del oficialismo,
principalmente el Ministro de Gobierno, Walter Guevara, el Prefecto
de La Paz, Humberto del Villar (?), el Jefe del Control Político,
Wilfredo López Villamil y el temible Claudio San Román, que aunque
dedicado a labores aduaneras, conservaba la devoción de los
aparatos estatales de inteligencia.
Esa noche hizo la casualidad que Jaime Gutiérrez Terceros, ausente
en Llallagua visitando a su padre, llegara a La Paz, constituyéndose
en la casa de Johnny Haitmann, en la calle Vincenti de Sopocachi,
donde un grupo de falangistas a la cabeza de Napoleón Escobar
tenía asignada la tarea de apresar al Prefecto de La Paz, quien vivía
sobre la misma calle. El otro grupo comandado por César Rojas
debía apresar al Jefe del Control Político y al Ministro de Gobierno.
Ambos debían ser llevados al Panóptico que estaría bajo control de
Amado Rodríguez y su grupo. Simultáneamente, el grupo de
Roberto Freire debía tomar Radio Continental, mientras el de Raúl
Portugal hacía lo propio con la central telefónica de La Paz.
Enrique Achá, Walter Vásquez y Víctor Sierra velaban armas en la
casa de la señora Elba Pinto Landívar de Londoño, en la Plaza
España, hasta donde llegó el diputado falangista Gonzalo Romero.
Les informó que el Ministro Walter Guevara denunció minutos antes
en el Parlamento que el gobierno tenía conocimiento de una
conspiración de la Falange que se hallaba en pleno desarrollo.
“Gonzalo afirmó que (la denuncia) no tenía importancia, ya que los
comprometidos garantizaban el éxito de la operación”.[128] Resultaba
claro que el golpe había sido descubierto, pero que el plan prosiguió
por la seguridad de su éxito.
Pasada la media noche el principal grupo falangista (Achá, Vásquez
y Sierra) llegó al Regimiento de Carabineros Aliaga. Con el santo y
seña les franquearon el paso. El Cnl. Julián Guzmán Gamboa los
esperaba en su oficina. Delante de ellos llamó por teléfono al
Comandante del Regimiento La Paz, en la calle Colombia, para
prevenirle que irían tres amigos, Daniel Delgado Cuevas y dos
acompañantes, instruyendo que los reciba, les sirviera café, alistara
la tropa y esperara instrucciones. También se comunicó con el
Director del Panóptico impartiendo las mismas instrucciones
respecto a dos visitantes amigos, Amando Rodríguez y un
acompañante. Luego dispuso que efectivos de su unidad
resguarden la Caja de Aguas Potables y la Usina de la Bolivian
Power y ordenó “el emplazamiento de ametralladoras pesadas y
morteros en las alturas del Calvario, para que batieran el Palacio de
Gobierno, el edifico del Control Político y el polvorín de Caiconi y
ordenó que todas sus tropas estuvieran en posición de apronte”.
Walter Vásquez relata que esa madrugada, vio sobre el escritorio
del Director General de Carabineros un paquete “con polvo blanco,
reconocí de inmediato que se trataba de cocaína. Directamente le
hablé a Guzmán Gamboa sobre su contenido. Me respondió en los
siguientes términos: ‘Si no fuera por esto, no podría mantener a mi
tropa; el trabajo sacrificado que realizan, así lo exige’”.
Mientras tanto en esas horas, el Cnl. Alfredo Ovando, reunido con
su comando integrado por cuatro militares y un civil, se encontraba
en el Gran Cuartel de Miraflores a la espera de los acontecimientos.
Dick Oblitas Velarde, dirigente nacional de FSB llegado hace poco
del exilio en Chile, se incorporó a la lucha con Arturo Montes y
ambos recibieron misiones en la revolución. Montes se sumó al
grupo que debía tomar Radio Continental. Dick Oblitas sería el
enlace entre Únzaga y Ovando, pero no tuvo ocasión siquiera de
ingresar a ese local militar.
Los primeros en entrar en acción fueron Amando Rodríguez, Lucio
Meave y Roberto Vargas. Llegados al Panóptico, dieron el santo y
seña, las puertas se abrieron… ¡y allí mismo los detuvieron,
propinándoles una golpiza y encerrándolos en una celda!
A la misma hora, Napoleón Escobar con Jaime Gutiérrez, Humberto
Zapata, Antonio Zambrana y otros falangistas se movilizaron hasta
la casa del Prefecto de La Paz, Humberto del Villar, en la calle
Vincenti. Sin ningún contratiempo y en silencio lo apresaron y
llevaron a la cárcel de San Pedro, donde empero advirtieron que no
estaba bajo control de sus camaradas. En ese momento se
empezaron a escuchar disparos en Sopocachi, emprendiendo
retirada hasta Miraflores, al domicilio de Antonio Anze Jiménez,
dejando a la autoridad prefectural bajo su custodia. Su secuestro era
un asunto disparatado.
Roberto Freire, Jaime Ponce Caballero, Arturo Montes, Franz
Tezanos Pinto, Mario Gutiérrez Pacheco, Hugo Álvarez Daza y
Marcelo Calvo esperaban en inmediaciones de la calle Sucre la
llegada del grupo armado de Augusto Pereira para proceder al
allanamiento y utilización de Radio Continental.
Un grupo dirigido por Jorge de la Vega se dirigió al domicilio de
Claudio San Román, en la calle Guachalla casi esquina Abdón
Saavedra. El operativo se basaba en el factor sorpresa pero, por el
nerviosismo, Oscar Rocabado hizo disparos antes de llegar a la
casa, no sólo alertando a la guardia del temible represor sino
también llamando la atención de buena parte de la ciudad,
inviabilizando la misión.
César Rojas, Hugo Alborta, Hugo Crespo, en vehículos tomados “a
préstamo” en el garaje de su camarada Alcira Bolaños en la Avenida
Illimani, se dirigieron a la Avenida 6 de Agosto, frente al monoblock
de la UMSA y subieron al tercer piso de un edificio donde vivía el
jefe del Control Político, Wilfredo López Villamil. Pero este, advertido
por los disparos llamó a sus agentes y se descolgó por una ventana
poniéndose a salvo. Al dejar el edificio los falangistas ya no
encontraron la camioneta en la que habían llegado. Bajaron
caminando hacia el sur y al llegar a la calle Aspiazu recibieron
ráfagas de ametralladoras. Ingresaron al Hotel España desde cuya
azotea presentaron batalla.
Los disparos se escuchaban en toda la ciudad aquella madrugada.
En el comando del Regimiento Aliaga, los falangistas Achá y
Vásquez instaron al Director General de Carabineros a entrar en
acción.
Coronel, creo que debe comenzar a desplegar la tropa…
El Cnl. Guzmán Gamboa respondió:
“El acuerdo con el señor Únzaga es que ustedes
primero deben controlar la central telefónica para que
mis efectivos sólo reciban sin interferencias mis
órdenes; además la Radio del Estado tampoco fue
tomada y el general Ovando no da señales de estar
desplazando alguna unidad. Nada de todo esta está
sucediendo...”
Llamaron al Gran Cuartel de Miraflores, al Colegio Militar, al
Regimiento Bolívar, dieron la voz del santo y seña… y no hubo
respuesta. El tiroteo se generalizó en Sopocachi. Lo único que había
salido bien era el inexplicable apresamiento del Prefecto, autoridad
carente de importancia en La Paz, lo que manifestaba un error de
apreciación del jefe del golpe, el cochabambino Enrique Achá.
El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, ha dejado un informe[129]
que en tono un tanto melodramático presenta al puñado de
falangistas que actuaron aquel amanecer como brigadistas de
“calatravas azules” que secuestraron al Prefecto del Villar y
asustaron al Ministro Mario Diez de Medina, al jefe de Control
Político y a Claudio San Román.
El intercambio de disparos en el Hotel España duró hasta agotarse
las balas. Tomaron presos a todos los falangistas. César Rojas, con
las manos en alto, fue trasladado a Control Político caminando. Al
sobrepasar el plazo para el operativo sobre Radio Continental,
Roberto Freire y sus camaradas lo suspendieron y se dispersaron.
Freire se refugió en la casa de la familia Serrano-Jiménez, Larecaja
188, que meses más tarde sería escenario de un drama mayor. Pero
la suerte de César Rojas fue terrible aquel 21 de octubre. Freire ha
dejado escrita esta referencia:
“Los agentes de Control Político y milicianos se
ensañaron con César Rojas, pensando que así
conseguirían que confesara dónde se hallaba el Jefe de
Falange. ¡Vano intento! El fiel y valiente camarada murió
sin decir una palabra. Los sicarios le arrancaron la lengua
y las uñas de manos y pies, además de flagelarlo con
sadismo. Su cuerpo, vejado y ya sin vida, fue
abandonado en vía pública, de donde, gracias a la
intervención de varios amigos, fue trasladado a la Casa
del Maestro, en la calle Jenaro Sanjinés, desde donde
salió un nutrido y enlutado cortejo, constituido casi en su
totalidad por mujeres que reclamaban justicia y castigo
para los crueles sayones. ¡Honor y gloria para César!”
Hugo Alborta sostiene que César Rojas fue uno de los hombres más
valerosos y más queridos por Únzaga. “Si llegan a atrapar a Oscar,
incendio toda La Paz”, dijo Rojas alguna vez y sin duda lo hubiera
hecho. Jaime Gutiérrez sintió su muerte de manera particular pues
compartieron el exilio en Buenos Aires, ingresaron clandestinamente
al país, cumplieron arriesgadas misiones, vivieron en permanente
riesgo, soportando privaciones de todo orden, fueron como
hermanos y juntos hicieron bendecir sus armas en la Iglesia de la
Inmaculada Concepción antes del desastre del 21 de octubre.
Únzaga y Mario R. Gutiérrez, que habían seguido el desarrollo del
golpe fracasado desde una casa en la Plaza España, se despidieron
por motivos de seguridad y se trasladaron a distintos refugios.
Empezaba a clarear cuando el reloj de pared del comando del
regimiento Aliaga dio las 6:00. En ese momento resonó el timbre del
teléfono y se produjo un diálogo al cabo del cual el coronel Guzmán
Gamboa dijo a Enrique Achá y Walter Vásquez:
Acabo de hablar con el Presidente. Me preguntó quiénes
eran los que estaban en mi oficina. Le dije que eran
informantes.
Luego los invitó a retirarse. Uno de sus ayudantes los acompañó a
lo largo de dos cuadras. Achá y Vásquez se recriminaron
mutuamente culpándose del fracaso, pero la falla era, básicamente,
la traición de alguien que estaba muy cerca a Únzaga y a quien
desconocían. Se despidieron y cada quien buscó un escondite. En
ese momento Anze Jiménez dejaba en libertad al Prefecto Del Villar
para luego buscar un escondite. Achá logró hacerse invisible. Pero
Vásquez Michel, sin bigote y con una cachucha en la cabeza, fue
reconocido y tomado preso. Lo interrogó el propio Walter Guevara
Arze.
¿Por qué Falange no puede hacer una lectura correcta
de la realidad que vive el país desde 1952? Únzaga es
un político nacionalista, no comprendo por qué defiende
intereses de la oligarquía-, preguntó Guevara.
Mi condición de preso no me permite hacer comentarios
ni hablar sobre temas políticos-, respondió Vásquez.
Guzmán Gamboa fue convocado al Palacio de Gobierno y allí
explicó lo sucedido ¡durante cuatro días sin salir! Por lo vistió fue
convincente. El viejo coronel abandonó su “alojamiento” rehabilitado
y el propio Ministro Guevara Arze lo presentó personalmente en las
diferentes unidades del Cuerpo Nacional de Carabineros como
Director General de Policías y Comandante del Regimiento Aliaga,
pero ya no pudo dormir en el Cuartel Calama como lo hacía
habitualmente.[130] Enrique Achá ha dejado dicho que, aunque el
golpe de octubre del 58 falló, “Guzmán Gamboa cumplió con su
compromiso y nosotros no quisimos perjudicarlo. Tampoco el
gobierno pudo probar su participación”. Pese a las susceptibilidades,
en los hechos Guevara Arze -que era hombre fogueado- tuvo que
haber establecido una base de entendimiento y confianza con
Guzmán Gamboa, como para mantenerlo en el cargo de mayor
poder bélico de Bolivia, de subordinación directa a su ministerio. De
cualquier manera, designaron a otro policía en la Comandancia del
Regimiento La Paz (en la calle Colombia, cerca de la plaza Sucre de
San Pedro). Se trataba del Cnl. Hermógenes Ríos Ledezma,
políticamente afín al MNR, pero rival de Guzmán Gamboa.
En cuanto al Cnl. Alfredo Ovando Candía, no se supo si le pidieron
alguna explicación y lo más seguro es que no hubo necesidad, pues
su participación en el golpe frustrado se limitó a dar ánimos y
promesas a “su jefe”, Oscar Únzaga. Ovando alcanzaría a breve
plazo el generalato y la jefatura de Estado Mayor del Ejército. Suerte
parecida tendría el Gral. René Barrientos; la recién creada Fuerza
Aérea Boliviana tenía como Comandante General al Gral. Javier
Cerruto (ex cuñado del Dr. Víctor Paz Estenssoro) y Barrientos sería
su Jefe de Estado Mayor.
El informe del Ministro Walter Guevara responsabilizó de los hechos
del 21 de octubre a Walter Alpire, Enrique Achá, Daniel Delgado,
Ambrosio García, Numa Romero del Carpio, Walter Vásquez, José
Antonio Anze, Juan José Loría, Rodolfo Surcou, Franz Tezanos
Pinto, René Gallardo, Fidel Andrade, Marcelo Calvo, Carlos
Kellemberger, Alfonso Guzmán, Amando y Raúl Rodríguez, David
Añez, Enrique Riveros, Gral. René Pantoja, Jaime Gutiérrez,
Hernando García Vespa, Cosme Coca, Francisco Barrero, Hugo
Castedo, Luis Llerena, Raúl Portugal, Humberto Frías, Mario
Gutiérrez Pacheco y decenas más.
El aliviado Prefecto de La Paz recobró al ánimo político, invitando
públicamente al diputado Jaime Ponce Caballero “a visitar su
domicilio para ver las balas que se incrustaron en las paredes”. A lo
que Ponce respondió: “Yo lo invito a visitar la morgue del hospital y
las calles de La Paz para ver la sangre inocente derramada por la
prepotencia del gobierno y le invito a visitar la árida planicie andina
de Curahuara y Corocoro, donde yacen en su tumba nuestros
muertos, y le invito a visitar Terebinto, la gran obra con que pasaréis
a la historia y por último lo invito a visitar las celdas del control
político donde a estas horas se están torturando y martirizando a
ciudadanos inocentes… Ahora sois libres, señores movimientistas,
para vender nuestro petróleo”.
Entre octubre y noviembre de 1958, las detenciones prosiguieron en
el país, la mayoría inmotivadas. En la víspera de Navidad de 1958
pusieron en libertad a los presos políticos, a excepción de Walter
Vásquez, Amando Rodríguez y Hugo Crespo que pasaron a la
Justicia Ordinaria acusados de subversión armada, siendo
defendidos por los abogados Luis Adolfo Siles Salinas y Tobías
Almaráz. Pero el juicio era una pantomima. Tuvieron que cortarse
las venas para que les concedan la visita de sus familiares y un trato
mínimamente humano. Con todo, su prisión se iba a extender por
muchos meses más, lo que les salvó de morir el 19 de abril de 1959,
pero ese pasaje está por relatarse.
Johnny Haitmann salió exiliado a la Argentina y poco después siguió
sus pasos Hugo Alborta, reuniéndose en Salta con Jaime Tapia
Alipaz. En cambio Roberto Freire y Jaime Gutiérrez, entre muchos
otros, lograron esconderse durante meses en La Paz, aquel en
casas de amigos y parientes, Gutiérrez cambiando de refugio
constantemente, como tantos otros obligados a vivir sin familia, sin
amigos, sin el derecho elemental de ingresar a un cine, por obra de
un gobierno que volvía a conculcar los derechos humanos,
prolongando un sistema político consolidado en una especie de
sociedad de socorros mutuos entre opulentos revolucionarios
protegidos por una organización represiva y poderosa. La “realidad
que vive el país desde 1952”, a la que aludía el Ministro de Gobierno
en su interrogatorio a Vásquez Michel, era una calamidad que el
propio Guevara Arze saborearía unos meses más tarde.
Arturo Montes recuerda que la noche del desastre del 21 de octubre,
Unzaga se reunió con Jaime Ponce Caballero, René Gallardo y él,
para decirles en tono optimista que la tarea consistía ahora en
empezar a planear la próxima revolución. Refugiado en la Embajada
de Venezuela, un francotirador imitando al Chacal, [131]se ubicó en
una azotea en la Avenida Arce y desde allí disparó sobre Oscar
Únzaga, desviándose la bala por el borde metálico del Escudo
Nacional de ese país, que cayó estrepitosamente mientras la
guardia protegía al jefe falangista. Después del atentado criminal,
nadie medianamente informado esperaba que Únzaga abandone la
misión que había hecho suya. De manera que la revolución se puso
otra vez en marcha.
Pero no sólo Únzaga de la Vega se entregó a las revoluciones una y
otra vez, sin solución de continuidad, como dijo reiteradamente el
Dr. Guevara Arze para justificar la represión. Los distintos sectores
del MNR también conspiraban permanentemente. Al deteriorarse
velozmente la situación económica, arrastrando consigo a la política,
el gobierno ingresó en una peligrosa pendiente, en medio del
forcejeo de las fuerzas antagónicas internas a las que poco
importaba la suerte del segundo gobierno revolucionario. Desde
luego, los pazestenssoristas nada esperaban del Presidente y los
guevaristas esperaban todo de él para neutralizar al jefe del partido
radicado en Londres. Pero el Dr. Siles Zuazo seguramente buscaba
la unidad partidaria, más interesado en salvar su administración del
colapso.
El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, había designado Jefe del
Control Político a su amigo Raúl “Chino” Anze Tapia. Reforzaba así
su trinchera asegurándose la lealtad y subordinación de los mandos
policiales del Cuerpo de Carabineros, que era la fuerza armada
superior al Ejército en capacidad bélica. Como quedó dicho, el
Comandante de la Policía, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, detestaba
a Paz Estenssoro, lo que resultaba favorable a los intereses
políticos de Guevara Arze.
Los días pasaban profundizando la parálisis gubernamental, hasta
que “Chino” Anze, intentó convencer al Ministro Guevara Arze de la
necesidad de dar “un Golpe de Estado, ante la inoperancia del
gobierno de Siles”.[132] Aunque Guevara rechazó esa posibilidad
porque “prefería entrar al Palacio por la puerta grande”, resulta obvio
concluir en que la posibilidad de un putsch cochabambino tenía que
contar, necesariamente, con el Cuerpo de Carabineros y desde
luego con Guzmán Gamboa, que ya antes había intentado apoyar
en la vía golpista a los anteriores ministros José Cuadros y Marcial
Tamayo.
Pero a la larga, Paz Estenssoro iba a recuperar el poder y las
cabezas de Siles y Guevara rodarían a sus pies, pero esa es otra
historia. Antes de que ello sucediera, el más decidido
antipazestenssorista de aquel grupo, Julián Guzmán Gamboa,
Director General del Cuerpo de Carabineros, continuó conspirando
por su cuenta.
Llegó noviembre de 1958. En esos días murió Pio XII, el Papa
enfrentado al mismo tiempo con Hitler y Stalin, que trabajó sin
descanso para paliar los efectos de la Segunda Guerra Mundial, un
Vicario de Cristo que inspiró afectos y valores en Oscar Únzaga de
la Vega. Con la partida de ese Pontífice se iba una parte
trascendente del sentir de la humanidad y llegaba Juan XXIII en una
nueva etapa con otras urgencias y angustias. Empero permanecía
inmutable la pugna entre la opresión y la libertad. Nikita Jrushov
ajustaba tuercas detrás la Cortina de Hierro; el Medio Oriente era un
polvorín; entre miseria y vudú reinaba Papa Doc Duvalier en Haití; la
China se aprestaba a devorar al Tíbet y expulsar al Dalai Lama. Por
primera vez un católico de enorme convocatoria, John F. Kennedy,
buscaba la nominación del Partido Demócrata para enfrentar al
republicano Richard M. Nixon en las elecciones de noviembre del
año próximo en la Unión Americana y guerrilleros cubanos, detrás
de la figura de Fidel Castro, avanzaban en el tramo final de una
guerrilla victoriosa que se acercaba a La Habana. Su ejemplo
encendía la imaginación de los falangistas. Luis Mayser
perfeccionaba su proyecto guerrillero en el oriente y otros, como
Reynaldo Llerena -exiliado en la Argentina-, soñaban con encender
en Bolivia el fuego de una guerrilla liberadora con la antorcha
falangista
Los recuerdos de los viejos falangistas sobre aquella época,
coinciden en que fueron las mujeres quienes impulsaron a los
hombres para volver a ponerse de pie. Hortensia González de
Wallpher, Wally Ibañez, Elena Pinto de Álvarez Lafaye, Chela Iturri,
Alcira Bolaños, Mercedes de Stumpf, Helena Mendoza de Alpire,
Elda de Pinto, Anita Suárez de Terceros, Raquel Terceros de
Gutiérrez, Celia de Camacho, Mary de Gutiérrez, Cristina Jiménez
de Serrano, Lidia Pinto, Maruja de Velásquez, Aurora de Mendoza,
Inés Sanzetenea, María Luz Tarifa, Blanca de Carrillo, Cleofé
Zambrana de Kellemberger, Ety v. de Muñoz, Guichi de Gutiérrez,
Marina de Villamil, Tránsito Iturri, Albertina Serrate, Elena del
Carpio, Queca Ruiz, Angélica de Quiroga, Bertha Sánchez, Irene
Aramayo, Elba Pinto de Londoño, Rebeca Murillo de Eguino, Blanca
Palacios, Irma de Salas, Betty de Terceros, Elvira de Palacios, Dora
Köenning, Irma de Alarcón, Conchita Sánchez, Emma de Moreno,
Lindaura de Ferrufino, Ninfa Bacarreza, Josefina Terceros, Fily
Deheza, Marina S. de Osterman, Graciela Villegas, Irma Quintanilla,
Luz Carrasco de Coca, Rosa Aramayo, Julieta Salgueiro, Magda
Ruiz de Andrade, Cristina de Castro, Norah Claros de Tapia, pero
sobre todo, Rebeca de la Vega v. de Únzaga, la madre de todos los
falangistas, en esos momentos escondida eludiendo una orden de
captura en su contra.
Esas mujeres fortalecieron el ánimo de los caídos, haciéndoles
comprender que aún no estaban vencidos. Hicieron de correos,
ocultaron perseguidos, enfrentaron a las barzolas, traficaron armas,
mientras luchaban a brazo partido para que alcance el poco dinero
que quedaba para dar de comer a sus hijos.
En la Navidad de 1958, Oscar estaba escondido en la casa de una
pariente en la Avenida Saavedra, cuyo esposo era uno de los
gerentes de YPFB, pero era una persona decente que no iba a
denunciar su presencia. En los próximos días se movería en el
mayor sigilo a la Plaza España, que sería la residencia donde
elaboraría su última conspiración.
Al finalizar el año, en los hogares de La Paz se oró a Dios por la
libertad y se brindó por el futuro. Al dar la bienvenida a 1959, la
noche recogió el eco de una canción que reflejaba el estado de
ánimo de los falangistas que se ponían de pie y ofrecían esperanza
a la población:
Caudillo de mi antorcha
incendiando horizontes
yo traigo de la historia
un Nuevo Amanecer.

Esta camisa blanca,


dolor de nueve estrellas
es un reto en la guerra
y es orden en la paz.

Bolivia vigilante
está en mi cartuchera
en mi fusil flamante
y en mi rebelde acción.

Del trópico bravío


hasta el nevado blanco
Falange es estandarte
de gloria y redención.

Marchemos camaradas,
sin odios y sin miedo
Falange es garantía
de un libre porvenir.

Luchando conquistemos,
sin clases humilladas
Bolivia con su puerto,
Unida y Federal.
A 40 millas de Miami, en la madrugada del 1º de enero de 1959 los
guerrilleros entraban en La Habana con menos de 300 hombres.
¿Cómo fue posible tal hazaña? Era lo que estaba sucediendo en
Bolivia. El régimen de Batista, carcomido por la ineficacia, la
corrupción y la vida muelle de sus protagonistas prevalidos de la
violencia represiva y al apoyo de Washington, se desmoronó porque
sus comandantes militares y policiales llegaron a la conclusión de
que ya no valía la pena defenderlo. En cuestión de semanas, Fidel
asumió el control del poder político en la isla y su hermano Raúl
pasó a comandar las Fuerzas Armadas. Aún no se declararon
comunistas, esperando alguna señal de Washington. Pero la pesada
estructura del Departamento de Estado permaneció indiferente.
¿Sucedería lo mismo en Bolivia?
XXX - TIEMPO DE REFLEXIÓN (1959)

V encer o morir; no existía ninguna otra alternativa. Únzaga


se entregó a la conspiración definitiva. Era razonable lo que
había planteado, una y otra vez, como condición para la
paz: si era cierto que los campesinos -dos tercios de la población
boliviana- apoyaban incondicionalmente al MNR, ¿por qué no se
permitía que los hombres de FSB lleven sus ideas y propuestas al
campo? Si el MNR tenía una ancha y abrumadora base electoral,
¿por qué no se permitía que las minorías tengan una representación
parlamentaria proporcional a su convocatoria? Si era irreversible “la
nueva realidad boliviana después de 1952”, ¿por qué el MNR acudía
a métodos ilícitos para manipular el voto popular? Si la Revolución
Nacional tenía el viento de la historia a su favor, ¿por qué negarse a
confrontar su administración con postulados de la oposición? Si eran
más los aciertos de siete años de gobierno movimientista, ¿por qué
perseguir y exiliar a los que osaban criticar?
Si era una revolución social ajena a los apetitos personales, ¿por
qué tapar la corrupción, los peculados, la malversación de dineros
estatales, los negociados en nombre de la revolución, la apropiación
de la ayuda exterior, las adquisiciones amañadas, el contrabando, o
los incobrables préstamos de honor a cargo del Tesoro Nacional? Si
eran demócratas, como decía la propaganda oficial, ¿por qué se
negaban al juego electoral limpio, a la posibilidad de la alternancia
en los espacios del poder, a los pesos y contrapesos en lugar de la
concentración de poderes en sus manos? ¿Por qué la revolución
privilegiaba lo mediocre sobre lo bueno? ¿Hasta cuándo la violencia
del Estado iba a descargarse sobre una clase media humillada sólo
por poseer ésta valores espirituales, intelectuales y humanos?
FSB, teniendo raíces comunes al MNR, había hecho oposición que
fue creciendo en la medida en que se hacían más evidentes las
fallas morales del sistema nacido en abril de 1952, estableciendo un
sistema que pretendía eternizar al partido único en función de
gobierno, apelando a cuanta ilegalidad fuese posible. FSB, en
consecuencia, reclamaba decencia en la conducta pública y el
retorno de la legalidad.
Oscar Únzaga creyó que la situación podría mejorar con el cambio
de hombres que supuso la elección de 1956. Tres años después,
comprobaba su equívoco. Hernán Siles Zuazo, a quien había
considerado un patriota, eligió sobre Bolivia al partido y prefirió
apañar el modelo del jefe del MNR, quien además lo despreciaba.
Un texto publicado en esos días por Jorge Siles Salinas, de
indudable oportunidad y trasuntando sincero patriotismo, establecía
que, luego del gobierno del Dr. Paz Estenssoro, “el régimen del
MNR estaba en extremo debilitado y sólo podía sostenerse en virtud
de dos factores: la ayuda norteamericana y el prestigio personal de
Hernán Siles Zuazo, en quien se cifraba la esperanza de un
restablecimiento pacífico del orden. De la actitud que este asumiera,
venía a depender, por lo tanto, el porvenir inmediato del país.” Fue
en ese momento que Únzaga de la Vega sugirió a su amigo Hernán
“el golpe audaz de timón que estaba en el pensamiento de todos los
bolivianos sensibles a la gravedad del drama que Bolivia vivía”. Siles
Salinas lamentaba que Siles Zuazo -el hermano al que sin duda
quería y respetaba- “prefirió servir los mezquinos intereses de una
aventura revolucionaria, poniendo así en grave riesgo la
supervivencia histórica de Bolivia. Prefirió ser leal al bullicio y a los
aspavientos de una revolución aun cuando ello implicase el sacrificio
de la paz y la unidad de Bolivia”. [133]
El resultado de la opción del Dr. Siles Zuazo devino en el drama final
de Oscar Únzaga: la lucha entre quienes privilegiaban los beneficios
de la revolución con su recarga de sensualidad y falso prestigio,
contra los idealistas e inocentes que soñaban con un país unido y
socialmente justo. Quienes se aferraban al poder mediante la más
cruel represión, lo hacían para tapar sus trapisondas y continuar la
infame faena. Por ello, el enfrentamiento final no tendría lugar en el
escenario de la dialéctica, sino en las calles. Era una lucha por la
sobrevivencia de quienes conservaban ideales y los que sólo
buscaban satisfacciones.
La jefatura hizo un análisis exhaustivo de los dos fracasos
consecutivos del año que terminó. Las fallas humanas, los
descuidos, las traiciones. Como el refugio de doña Rebeca era
todavía seguro, allí se reunieron René Gallardo, Walter Alpire y
Enrique Achá. Oscar Únzaga se disponía a formular un nuevo plan
revolucionario mucho más cuidadoso, con un nuevo comando
revolucionario que no incluía al Gral. Alfredo Ovando, pero sí al Cnl.
Julián Guzmán Gamboa. Achá enlazaría las acciones con jefes y
oficiales de carabineros y Alpire conduciría los cuadros falangistas,
asumiendo prácticamente la jefatura civil de la futura rebelión
armada.
Operativamente, el golpe descansaba en la capacidad bélica del
Regimiento Aliaga, dotada por el gobierno de mayor potencial que el
Ejército. FSB aportaba con dos pequeños arsenales ocultos en
varios lugares de La Paz, para armar a unos 70 hombres, además
de elementos y tecnología para fabricar bombas Molotov, pero sobre
todo una reserva calculada en miles de combatientes motivados que
podían armarse en los arsenales militares, policiales e inclusive
municipales existentes en sede del gobierno nacional y convertirse
en una fuerza insuperable. Tendrían al frente a los milicianos
brutales y bien armados, pero desmoralizados y movilizados sólo
por la paga. Masificar la lucha y convertirla en guerra civil,
demandaría al gobierno movilizar milicias campesinas, como
hicieron en Santa Cruz, con un costo demasiado alto en sangre,
pues la población paceña iba a resistir. Siles Zuazo, golpeado
moralmente por lo sucedido en Terebinto, no iba a permitir una
invasión punitiva a su propia ciudad natal.

Operativamente, Únzaga se encontró con un problema adicional


irresoluble: el Regimiento Policial La Paz estaba en manos del Cnl.
Hermógenes Ríos Ledezma, enemigo de Guzmán Gamboa, de
manera que el plan general prescindió de esa unidad, pero la
suplieron con creces los “acuerdos de neutralidad” con dirigencias
de empleados públicos, fabriles y mineros que serían indiferentes a
todo intento de ser sumados a movilizaciones en defensa del
gobierno, mientras ferroviarios bloquearían vías que podría intentar
usar el oficialismo para movilizar efectivos del interior.
El diseño del golpe en la primera quincena de enero fue minucioso.
Los falangistas colocaron un elemento afín en el mismísimo
Ministerio de Gobierno para contrarrestar la filtración que sufrieron
en 1958. Fueron sumando comandos de unidades donde estaban
oficiales probadamente críticos al gobierno. Militares dados de baja,
constituidos en célula revolucionaria de FSB, redactaron un informe.
Políticamente, el Ejército estaba dividido en cinco grupos: A) Los
radepistas nostálgicos. B) Los abiertamente movimientistas como el
Gral. Armando Fortún Sanjinés, el Gral. Luis Rodríguez Bidegaín o
el Gral. René Gonzales, quien reabrió el Colegio Militar y
movimientizó a los nuevos cadetes, entre los que estaban los
conocidos “chankas” López Leytón, que fueron sus yernos. C) Los
institucionalistas, suficientemente ingenuos como para creer que los
militares no deliberaban. D) Los opositores cercanos a FSB en
contacto permanente con sus camaradas en retiro, como Julio
Álvarez Lafaye, Rafael Loayza y otros. E) La mayoría adicta al Jefe
de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando, quien tenía
indudable convocatoria entre los oficiales a los que impresionaba su
fama de estudioso y cerebral.
Militares radepìstas como el My. Elías Belmonte (exiliado en el Perú)
y el Cnl. Jorge Calero, juraron a la Falange. Otros repugnaban de su
antiguo aliado, el MNR, como el Cnl. Francisco Barrero. Los cadetes
víctimas de la revolución del 9 de abril de 1952, en su mayoría
pasaron a ser falangistas y a ellos se sumaron los institucionalistas
como el mayor Julio Álvarez Lafaye, Guido Llolly de Voltaire o los
capitanes Saúl Pinto y Mario Adett Zamora; los miembros del “nuevo
Ejército” se fueron deslizando hacia posiciones opositoras y la
conspiración en los cuarteles se amplió, aunque no lo suficiente
como deseaba el Cnl. Guzmán Gamboa, quien a la vez miraba con
preocupación la creciente rivalidad entre militares y policías.
Como sea, el 18 de enero, el jefe de los carabineros recibió el plan
general del golpe, con una firme invocación de Únzaga para que
decida su intervención sin las vacilaciones de octubre. El plan
contemplaba el desplazamiento revolucionario, la potencia de fuego
de las unidades comprometidas, los objetivos y la fecha del golpe:
miércoles 3 de febrero de 1959, previa ratificación 24 horas antes. El
Cnl. Julián Guzmán Gamboa expresó su acuerdo. Walter Alpire
respondió: “Todo está listo”. Sólo ellos, Enrique Achá y desde luego
Únzaga conocían la fecha.
El sábado 31 de enero, 72 horas antes del Día D, el Presidente Siles
Zuazo se reunió con jefes militares probadamente movimientistas. Al
medio día, el falangista infiltrado en el gobierno, hizo llegar a
Únzaga un mensaje: “El Gobierno sabe que FSB dará un golpe en la
madrugada del 3 de febrero”.
El golpe fue suspendido y Únzaga convocó a Achá y Alpire para
comunicarles que la revolución, otra vez, fue develada. Aclarando
que confiaba ciegamente en ambos, preguntó si alguno de ellos
había comunicado a alguien la fecha del golpe. Achá dijo que no
habló con nadie, pero Alpire recordó haberle dado esa información a
Oscar Rocabado, llamado también “El Sombra”, jefe de las fuerzas
de choque de FSB. Contrariado, Únzaga decidió utilizar al supuesto
delator para confundir al adversario y confirmar la sospecha. Así,
Alpire se reunió de nuevo con Rocabado para informarle que el
golpe se había postergado por diez días. Nada le dijeron a Guzmán
Gamboa. El contraespionaje falangista rebotó el dato: “Gobierno
sabe que golpe de FSB ha sido pospuesto para 14 de febrero”.
¡Rocabado era el traidor!
Entonces recordaron la filtración del 14 de mayo del 58, la ausencia
de Rocabado en la casa de Hortensia González cuando apresaron a
Walter Vásquez, la delación del golpe del 21 de octubre, los
disparos prematuros antes de llegar a la casa de San Román, la
reacción del aparato represivo que le costó la vida a César Rojas…
Oscar se sintió dolido, no podía aceptar que alguien a quien valoró y
brindó afecto, pudiera traicionar a sus camaradas. Pero sabía
también que la naturaleza humana estaba llena de contrastes, que
las necesidades podían convertir a los héroes en felones. De
conocerse la verdad, el traidor estaba perdido. Rocabado no pudo
negar y confesó haberlo hecho por dinero, poniendo precio a
pedazos de lo que sabía, sólo fragmentos, valiosos para la
represión, pero no todo, tratando de proteger la vida de sus
camaradas. ¿La habían pagado mucho? Si. ¿Había otros delatores
en Falange? Seguramente, pero él no los conocía. Sentía
remordimientos, estaba avergonzado, pedía perdón, lloró… pero
nada -ni su muerte- podía reparar el daño causado. Únzaga le
entregó algún dinero para que se marchara lo más lejos posible y el
traidor nunca más volvió a aparecer. Pero el temor a la delación
afectó psicológicamente a la plana mayor falangista.
“Todos vivíamos en permanente clandestinidad en La
Paz -recuerda Arturo Montes-. Únzaga se comunicaba
con nosotros mediante notas enviadas por un sistema
secreto de enlaces operado por el Servicio Femenino
del Partido. Al promediar el mes de febrero de 1959,
Dick Oblitas -con quien yo compartía el mismo refugio
fue convocado por Oscar. Al cabo de un día y una
noche Dick retornó y me contó que se había
descubierto al delator de los golpes de mayo y octubre.
Era un dirigente que jugaba un rol importante en la
conspiración falangista. Debido a esto, el golpe
planeado para ese mes tuvo que posponerse sin fecha,
para comprobar hasta dónde había llegado la
penetración del gobierno. Por esa razón le solicitamos
permiso para viajar a Cochabamba por algún tiempo,
ya no volvimos y eso nos permitió conservar la
vida…”[134]
Descartado el plan insurreccional de febrero, el gobierno movilizó un
gran contingente policial a órdenes de Luis Gayán Contador, en la
perspectiva de retomar Santa Cruz, mermando el potencial de la
fuerza comandada por el Cnl. Guzmán Gamboa en La Paz. Las
aguas de marzo abrieron para Únzaga un lapso de introspección
para mirarse a sí mismo como no lo hizo nunca antes. Había
percibido el bullicio de la fiesta, los fuegos artificiales y las bandas
carnavaleras andinas, tan distintas a las cruceñas y las vallunas.
Como siempre, él estaba al margen de esas expresiones, sin que
ello quiera decir que era incapaz de sentir alegría. Pese a
limitaciones y frustraciones, nunca lo vencía el desánimo, y aunque
no siempre estaba riendo, apreciaba el buen humor. Pero el baile, el
desenfreno de la fiesta, no constituían su elemento.
¿Era normal su vida?, ¿era acaso una pieza extraña en el
rompecabezas de la naturaleza humana? ¿se estaba convirtiendo
en un misántropo? Porque, al margen de su contacto diario con
Dios, de su maravillosa anfitriona que trataba de hacerle la vida
llevadera, además de la leal compañía de René Gallardo y alguna
visita extraordinaria con mil precauciones, había días en que no veía
a nadie más y por supuesto el uso del teléfono le estaba vedado. La
última vez que ingresó a una sala cinematográfica en La Paz, previo
operativo de seguridad databa de casi un año antes. Después de
esa experiencia, nada. Ni música, ni teatro, ni fútbol, nada. “Rojo y
Negro” de Stendhal, “Madame Bobary” de Flaubert y un ejemplar
antediluviano de “¿Quo Vadis?” de Sienkiewicz hallados en un
mueble de la estancia. Y, en otros refugios, con suerte un ejemplar
desfasado de selecciones del Reader’s Digest, del tiempo en que
Japón era el enemigo, y en otros más solo el consuelo del
Almanaque Bristol. La prensa diaria no faltó nunca, ni rumores que
le preparaban dos o tres aportantes bien informados, que le
llegaban de mano en mano, siempre desde lejos, sin ningún
contacto personal. Sin embargo, su carácter no se tornó hosco ni
huraño pero, en su soledad, empezó a cuestionar su curioso
destino.
Le pareció que su mundo había transcurrido en calles desconocidas
o entre cuatro paredes, quizás con la excepción de su natal
Cochabamba, que recorrió de punta a canto para ir a la escuela
Carrillo, en sus correrías con su amigo Anzuco, caminando para ir a
su trabajo de bibliotecario, en las visitas semanales al cementerio
donde reposaban los restos de sus seres queridos, o en citas
furtivas en alguna plazuela con novias cuyos rostros se perdían en
el recuerdo. Obligado al destierro, había escrito a su amigo Dick
Oblitas algunas frases que expresaban la paradoja de su itinerario:
“Enamorado del amor, pero viajando como un marinero
sin detenerme en ningún puerto. ¿Qué se dirá más tarde
sobre mi vida íntima? Unos pensarán lo peor de mí, otros
me sublimarán más. Y ni uno ni otro. Ni tan bajo ni tan
alto. Tú sabes que tuve mis amores intensos y
silenciosos. Seis mujeres pasaron en mi vida… Cada una
fue para mí una cosa muy distinta, amor muy diverso,
lenguaje muy diferente. Cada una puso una luz muy
distinta en mis días.
Yo tuve que partir. ¿Por qué me ha tocado este destino de
estar casi siempre como partiendo, con un sabor de adiós
en mis palabras y de horizontes que se esfuman en mis
ojos? ¿No te parece que hace años doy la mano a los
amigos, como apretón de bienvenida y de adiós? Dejo
Cochabamba, me voy a La Paz, a Chile. Vuelvo, recorro
el país con cada uno un minuto, en cada lugar casi
partiendo. Regreso, llevo a mi madre. Ya voy a hacer un
hogar. Es la revolución. Tengo que partir. ¿A dónde? A
vivir en el refugio, en lo clandestino. Es decir, a vivir como
viajando, a estar entre los míos luego al destierro. ¿Pero
a dónde? Lejos, muy lejos. Luego a Chile. Si, ya viene mi
madre a vivir conmigo. Pero tengo que partir, será en
Lima que estaremos juntos. Pero no, de Lima me sacan.
Viajo muy lejos, cada vez más solo. Doy vuelta al
continente. Me gusta viajar. Pero esta vez con una
nostalgia, con una angustia, con algo que pone
preocupación en los horizontes que conozco.
¿Hasta cuándo estaré aquí? Viajaré, saldré, ¿cuándo
veré a mi madre en quien he concentrado al final todos
mis amores, todos mis sueños, todas las ternuras a las
que he renunciado definitivamente? Tú sabes que esa es
una de las renuncias más dolorosas. Porque el hombre,
bañado en sudor o en sangre, después de la faena o del
combate, requiere sentir el roce de una caricia de una
mano movida por el corazón. Tu bien sabes de eso,
porque tienes la esposa comprensiva, los hijos cariñosos.
Después de la fatiga, sólo me queda la soledad, la
inmensa soledad… En cuanto al ideal y a mi destino me
siento como una roca. Nada podrá quebrarme…”
En el repaso de su vida Oscar encontraba más paredes que
paisajes, cuartos pequeños, camas distintas, vacías. Nada era suyo
y con cada día que pasaba más se parecía a un asceta en
permanente abstinencia. Y allí estaba, convertido en el enemigo
mortal número uno del gobierno de su país que no le daba tregua,
de nuevo entre cuatro paredes, una cama, una mesa, un calendario
colgado detrás de la puerta gentileza de vermut Cinzano y Cristo en
la Cruz protegiendo su frágil existencia y su fuerte causa.
La generosidad y valentía de las falangistas Lidia Pinto Landívar y
María Landívar viuda de Pinto, hermana y madre respectivamente
del Capitán Saúl Pinto, cobijaban a Oscar Únzaga en esa habitación
sin ventanas al interior de una casa de la Plaza España, donde
dormía y pasaba el día escribiendo anotaciones, cartas e
instrucciones que René Gallardo se encargaba de distribuir
mediante un sistema de correos con postas en toda la ciudad. Sólo
un puñado de personas llegó alguna vez a ese lugar en las once
semanas que duró su estadía. Le resultaba ya imposible abrazar a
su madre, aunque la sabía segura en su refugio a sólo unos
kilómetros, trasponiendo aquella grieta natural que era el límite entre
Sopocachi y Miraflores. Pero a las 3 o 4 de la mañana, cuando el
insomnio y la ansiedad vencían al cansancio, se desplazaba en
silencio hasta el alféizar de un altillo desde donde sus ojos
escrutaban los cerros del Este en cuyas faldas estaba la Avenida
Argentina y allí, en la casa de su prima, dormía Rebeca. “Mamá, qué
curioso destino el nuestro. He rezado por ti, como siempre, y he
sentido la caricia de tus oraciones a Dios. Pronto estaremos juntos y
ya no nos separaremos nunca más…”
Oscar sabía que estaba frente a la disyuntiva final. La dureza de la
vida política boliviana le había negado cualquier otra vía. Había
intentado reiteradamente entenderse con el Presidente Siles Zuazo
para modificar el curso de la Revolución por la fuerza de una
rectificación moral. Siempre era posible entender y subsanar, pero lo
que resultaba inadmisible era la victoria de la corrupción y el
cinismo, quizás no del Presidente, pero si del sistema creado
después de abril de 1952. Ya ni siquiera era pertinente pensar en
sanciones, primero había que salvar al país, aunque ello signifique
la impunidad, como había pasado tantas veces en el pasado. Pero
lo rechazaron, faltó grandeza para enmendar el proceso
revolucionario que estaba condenado a perecer, tarde o temprano,
por obra de sus propios conductores.
Pero en ese marzo de 1959, la arrogancia de los dueños del poder,
que planeaban ganar las próximas elecciones y apostaban por
quedarse en el Palacio para siempre, le impedía ningún otro
movimiento político que no sea la subversión. Echarse atrás era
imposible. Ahí no cabía el orgullo ni la obcecación, sino la simple
coherencia de un hombre de principios, consciente de su
predicamento. ¿Cómo decirle cualquier día al país, a los suyos, que
cesaba la oposición falangista, que las calamidades políticas eran
incuestionables y que los malos habían triunfado? ¿Cómo
abandonar a los que creían en él e informarles que renunciaba? ¿O
que aceptaba el estólido papel de encubridor, acudiendo
mansamente cada cuatro años, a elecciones que estaban ganadas
de antemano por la manipulación y la democracia del cero? ¿Cómo
aceptar el triunfo de los peores instintos en nombre de la revolución
social?
Los contratiempos y la persecución habían forjado al líder con ideas
claras y precisas, pero portador de una contradicción evidente: era
un revolucionario con el alma de un demócrata, lo cual constituye
una anomalía. Ninguna revolución es democrática. Por creer lo
contrario estaba enfrentado sin remedio a quienes sacrificaban todo
-patriotismo, honor, moral- en el altar de la revolución. Contra ellos
arremetía con la pasión irredenta de un cruzado. Desde niño había
admirado a Garibaldi y sin proponérselo, había seguido su huella,
incluyendo el exilio de ambos en el Brasil en distintos tiempos.
Había saboreado hasta el final la ponzoña de la política y se dio
cuenta, tarde, de que era un oficio para infames, que exigía dosis
cada vez mayores de mentira, brutalidad y cinismo. Ahí estaban los
íconos para demostrarlo: Stalin, Hitler y en las cercanías tantos
otros que lo confirmaban, aunque casi como caricaturas.
Únzaga era la voz de los inocentes que aún creían en la posibilidad
de la decencia por encima del oportunismo, que Bolivia era viable a
condición de recobrar la moral pública, que no perdían la esperanza
de convertir la política en un servicio, aunque ello demande
exonerarla de la sensualidad del poder. Había declarado una guerra
a muerte a los detentadores de esa forma de poder contra la que se
rebelaba la juventud y la clase media que observaba con
repugnancia los desafueros de los revolucionarios. Pero al hacer de
la templanza una virtud política, fue mirado con recelo, como un
extraño a la naturaleza humana, como un subversor de usos y
costumbres, un reaccionario que no aceptaba el buen vivir. Ello le
costó el exilio permanente y esa penumbra del perseguido que lo
abrumaba ahora, sometido al paradero secreto, la acción
subrepticia, la cabeza puesta a precio, la traición de los propios, la
soledad...
Alguna vez pasó por su mente dejarlo todo y marcharse con la mujer
que lo amaba en un viaje sin retorno.[135] Volver a la vida sencilla de
quienes no han sido mordidos por la pasión de Patria. Volcarse a lo
personal, sin mirar más allá, hacer hijos y cuidarlos, transmitirles los
valores eternos que a su vez recibió, aquellos de la clase media
donde es más importante la educación y el honor que el poder y el
dinero. El respeto, la moral, el temor a Dios, por encima del hartazgo
y la orgía de los revolucionarios, explotadores del populacho por el
halago y la posibilidad de recibir las migajas del botín. Frente a ello
era aún posible volver hacia adentro, sustentar el hogar con amor,
en el trabajo de todos los días, tal vez rutinario, pero con emociones
distintas, íntimas y placenteras.
¿Cómo fue que amando tanto a unas cuantas mujeres inolvidables
no hubiera podido llegar a consumar sus sentimientos? Era cierto: la
intensidad con que amaba a Bolivia era tan fuerte como su amor por
su madre y por Falange. Y reconocía que la tribuna pública, donde
su voz adquiría tonalidades insospechadas, que salían del alma
tensada como un arco provocando fervor, resultaba un poderoso
estimulante. La adrenalina demandaba un precio muy alto que había
que pagar con soledad impiadosa, con el sueño recortado, con la
cabeza hirviendo cual un volcán y el revólver debajo de la
almohada. Sin madre, sin hermanos, sin descanso, sin amor…
En el fondo de la rebeldía que animaba a su espíritu tenaz, estaba
un romántico que creía en el matrimonio tradicional, en la familia
como fundamento de la sociedad, que disfrutaba del arte, la música
y la bella palabra. En el exilio y la clandestinidad, escribía en secreto
versos dedicados a las tres mujeres que mayor fascinación
ejercieron en su vida. La hermosa cruceña María Luisa Gutiérrez y
Gutiérrez, a la que había cortejado en los años 40 en aquella Santa
Cruz tradicional, quedando en su corazón la imagen perfecta e
inalcanzable de la belleza que se goza recordándola antes que
haciéndola suya. La igualmente bella y serena Florencia Aguirre
Lavayén, con quien sostuvo un romance apasionado de palabras,
en papeles perfumados que cruzaban por mano de emisarios en la
Cochabamba de otros tiempos. Tuvo Oscar un romance musical con
una dama de abolengo paceño -Bedregal-, y no faltó la samaritana
que le prodigó ternura en los peores momentos de la represión. De
ellas y otros requiebros de menor intensidad habló pocas veces con
sus amigos más íntimos. Ese cuerpo suyo, enjuto, sin carnes,
cobijaba un león político, cuanto más puro más temible; pero allí
residía también un ser apasionado, con una irredenta tendencia a la
belleza y al amor que solía desbordarse en poemas que escribía a
escondidas, como recuerda Ambrosio García:
“Poseía Oscar una prosa elegante, plena de giros
armoniosos, con un cierto dramatismo que acentuaba
los sentimientos que fluían de su espíritu. Escribió un
poema precioso “Canto a la juventud” que se llegó a
imprimir, pero también escribía otras cosas, aunque
nunca las publicó porque las ocultaba. En una ocasión
descubrí unos poemas inspirados en muchachas que él
conoció y él me increpó, urgiéndome a que se los
devolviera y además me exigió que nunca dijera a nadie
que él escribía versos de amor. Es la primera vez que
revelo esa faceta del líder falangista…”[136]
Oscar temía mostrar la parte sentimental de su vida, como si ello
debilitara la personalidad disciplinada, estoica y draconiana que
había tallado en granito para sí mismo. Pero, en algún momento de
contrariedad, en la que el ser humano necesita compartir con
alguien los pesares existenciales, Oscar escribió:
“Balance de mi vida: la entregué totalmente a un ideal
puro y noble. La viví intensamente. No hice todo lo que
quería ni tuve todo lo que amé. Cuando muchacho sólo
quería ser poeta, vivir en el campo, junto a la naturaleza y
no en la sociedad humana. Mi destino fue todo lo
contrario, yo siento que en mi se dieron todas las
contradicciones, profunda y dramáticamente.
Por cierto, mi madre me dio un espíritu sereno y fuerte.
Pero ahí tienes que en mí se dieron los contrarios: soy un
asceta y un sibarita, un cartujo y un bohemio, un
calculador y un romántico, un realizador y un idealista, un
frío y un sentimental. ¿Qué alquimista travieso puso en la
redoma de mi alma el aliento que conduce a destinos
dispares? Tanto quisiera ser un monje deshumanizado,
sin voz material, como mi voz interior me llama a la
aventura y la bohemia, al deleite de los sentidos, cuyo
refinamiento me fascina. Tanto puedo ser un místico del
deber, draconiano y severo conmigo mismo, siguiendo los
dictados de mi alma, como noctámbulo y andariego, vivir
en el desorden. Tanto me da mi alma para el Marqués de
Bradomin o para el héroe militar de los germanos. Soy un
sibarita que vive en la austeridad, soy un bohemio y vivo
en disciplina, soy un enamorado del amor, un romántico y
vivo en celibato, soy fundamentalmente melancólico pero
vivo en permanente alegría.
Esta lucha interior, ¿no es devastadora? ¿Se da en todas
las almas? ¿Una es el deseo y otra el anhelo? No lo sé,
pero sé que mucho antes padecí por este conflicto
interior, hasta que hallé la serenidad… una serenidad
también empapada en Dios y de Dios. He aprendido que
en verdad sólo hay tres cosas nobles en la vida: orar,
pensar y amar… En toda vida, grandiosa o modesta, el
alma corre detrás de una ilusión. Si no la consigues te
desesperas, si la hallas te decepcionas. Esto es eterno e
inevitable. Ahí está la belleza y el dolor de la vida
humana. La belleza está en el afán, el dolor en la
esperanza que no se cumple o la tristeza de una
defraudación que encuentras siempre en la posesión de
cualquier objeto amado.
¿Cuál es mejor, no alcanzar lo que buscas o sufrir por
haberlo alcanzado? Mirando hacia la eternidad, todo afán
en la vida es inútil si piensas que la historia del hombre
está hecha con arena. Pero si miras hacia adentro, hacia
ese mundo de los valores eternos, nada de lo que has
hecho está perdido y ni un solo acto, bueno o malo, es
estéril. No es la obra en sí misma, no son los hechos, es
el impulso hacían el bien o la pasión hacia el mal lo que
cuenta. Todo acto en la vida queda flotando y no sabes
cuando la caridad limpia hacia un ser que sufre o la
honradez silenciosa hacia un deber que se cumple, son
los que salvan a la humanidad. La energía es una fuerza
eterna que no se destruye, según dicen las leyes de la
física. La energía moral es eterna también, no se
destruye, flota en el mundo, como una sinfonía que sólo
Dios escucha… Esa convicción es la que ha dado
perspectiva moral a mi vida. Es lo que me da una secreta
energía para vivir, para afrontar la adversidad, para no
decaer jamás en mis propósitos ni flaquear en mis
convicciones. Eso te da la paz en el espíritu y evita
volverte un escéptico, un decepcionado, un amargado…”
Y, a pesar de estar enamorado del amor, Oscar no guardó nada
para sí, excepto el amor intransferible de su madre. De las
muchachas que amó a intervalos, no quedó más que el recuerdo,
pero tan nítido que dolía y que se llevaría más allá de la muerte.
Pero nada material, ni un mechón de cabellos, ni una fotografía
dedicada, ni el beso, el abrazo, la caricia. Conoció el amor, pero
eligió vivir en celibato. Amó a seis mujeres, pero no las quiso, en el
concepto textual del deseo y la posesión. Más que castidad, quiso
independencia para acometer su destino.

Y aunque tu imagen se me quedó


grabada dentro del ser,
en mi vida no vuelvo yo a querer
y dígole “adiós” al amor. [137]
XXXI - LA CONSPIRACIÓN FINAL

“T imes”, la acreditada revista norteamericana, introdujo un


elemento de discordia, luego del Domingo de Tentación
de 1959, al citar a un funcionario de la embajada
americana en La Paz comentando sobre la situación geopolítica de
Bolivia y la influencia de sus cinco vecinos en grandes porciones de
su territorio, cuyas fronteras, escasamente pobladas, estaban
desvinculadas de la autoridad estatal. El comentario subsecuente
repitió la envenenada frase “polonización de Bolivia” y fue motivo de
comentario público contra el imperialismo yanqui, cuando en
realidad fue una idea originalmente discutida por los gobiernos de
Chile y Perú, a fines del siglo XIX, destinada a borrar a Bolivia del
mapa, tesis que en 1959 se repetía en algunas cancillerías
americanas al considerar la compleja situación política boliviana,
siempre al borde del colapso.
El 2 de marzo se desbordaron las pasiones. Organizaciones
sindicales y estudiantiles vinculadas al Partido Comunista tomaron
las calles y al grito de “¡muera el imperialismo!” atacaron las oficinas
de la Embajada Americana, en la calle Loayza, cuyos vidrios
quedaron hechos añicos. La euforia antinorteamericana degeneró
en acciones violentas, como el asalto a las oficinas del Servicio de
Caminos (Punto IV) y la destrucción de vehículos y maquinaria allí
existente, pero también del inmueble del flamante Banco Boliviano
Americano (BBA), propiedad de Luis Eduardo Siles, primo del
Presidente de la República y uno de los financiadores de la
revolución del 9 de abril de 1952. La gente atribuía la creación del
BBA a una maniobra financiera, incluyendo a un grupo internacional
donde aparecía por primera vez el nombre de Marc Rich, todo ello
ligado a la devaluación monetaria reciente. En el asalto al Servicio
Boliviano Americano de Caminos murió el universitario Isidoro
Condori Mendoza. Se produjo un tiroteo y cuando el dentista Juan
Maldonado Barrios salía de la confitería del Club de La Paz, una
bala lo impactó muriendo instantáneamente. La violencia se repitió
en Cochabamba con el asalto de las oficinas del Servicio Informativo
de los Estados Unidos (USIS), los atacantes arrojaron por las
ventanas muebles y documentos, llevándose máquinas, discos y
otros efectos de oficina. Luego se dirigieron al Consulado de EE.UU.
y lo apedrearon. Hubo discursos en los que los oradores
condenaron al “imperialismo americano” y pidieron “relaciones con
la Unión Soviética”. La Central Obrera Departamental se sumó a la
violencia y la policía debió resguardar las oficinas de empresas
petroleras y reparticiones de la Embajada Americana.[138]
Dos días más tarde se procedió en La Paz al sepelio de las dos
víctimas en medio de rumores por nuevas demostraciones de
violencia. La capilla ardiente se instaló en el monoblock de la
Universidad Mayor de San Andrés y allí pronunciaron sendas
oraciones fúnebres el Ministro de Educación, Germán Monroy Block,
y los dirigentes Julio Loayza de la Federación de Estudiantes de
Secundaria y Fausto Medrano de la Confederación Universitaria
Boliviana, ambos falangistas, condenando la violencia desatada por
los comunistas que ocasionó víctimas inocentes.
El clima político boliviano se tornó cada día más tormentoso. Todo
era motivo de enfrentamiento y el malestar era general por la
situación económica que no terminaba de encontrar un cauce de
solución. La Paz era una ciudad en crisis, pues la gente joven,
recién egresada de la universidad simplemente en edad productiva,
no tenía forma legítima de ganarse el sustento, mucho menos si
tenía alguna relación con FSB o “parecía” falangista.
Hasta ese momento, Oscar Únzaga había vivido en la casa que
alquilaban Lidia Pinto Landívar y su madre María Landívar viuda de
Pinto, en la Plaza España, protegido de la persecución. Nadie
podría haber imaginado su prolongada residencia en esa casa,
durante más de dos meses, junto a su ayudante René Gallardo y de
ese refugio sólo estuvieron enterados Gonzalo Romero y Walter
Alpire, que fueron los únicos que lo visitaron en no más de tres
ocasiones y por separado, tomando mil precauciones. Al frente,
cruzando la Plaza, vivía la hermana de Lidia, la señora Elba Pinto
Landívar de Londoño, esposa del colombiano Carlos Londoño
Benítez, alto funcionario del Banco Colombo Boliviano, quien amó a
Bolivia y se quedó aquí para siempre, recordado por muchos
bolivianos como “el hombre más bueno del mundo”, quien ayudó
económicamente a Oscar Únzaga y su causa. Lidia y Elba eran
hermanas del capitán Saúl Pinto y sobrinas del Dr. Melchor Pinto
Parada. Muy discreta y diligente, la señora María se había
convertido en eficiente correo entre Oscar Únzaga y el Gral. Alfredo
Ovando Candia, llevando y trayendo recados hacia y desde el Gran
Cuartel de Miraflores, toda vez que utilizar los teléfonos les estaba
vedado.[139]
Mientras Fidel Castro se acercaba vertiginosamente a la órbita
soviética, una intensa campaña anticomunista se desató en esos
días en todas las capitales latinoamericanas, como reacción a lo que
sucedía en los países de Europa Oriental sometidos a regímenes
autoritarios impuestos por Moscú. Eran frecuentes los artículos de
prensa en el diario católico PRESENCIA, mientras en EL DIARIO, el
exfalangista y exmovimientista Alfredo Candia Guzmán publicaba
duros artículos contra el marxismo. La situación se mantendría en
esos términos por las próximas semanas.
Muchas veces los temas de fondo no guardan relación con las
eventualidades. Así, mientras el Cnl. Julián Guzmán Gamboa exigía
una mayor presencia militar en el proyectado golpe de Estado que lo
ataba a Oscar Únzaga de la Vega, la rivalidad entre policías y
militares se manifestaba entre los cadetes del Colegio Militar y los
alumnos de la Escuela de Policías. El enfrentamiento entre ambos
tenía razones más triviales que la política, como el amor al uniforme,
la tradición o la clase que cada quien creía representar.
Probablemente, también expresaba, en ese momento, el reclamo
que el Ejército hacía, de manera soterrada, por el trato inferior que
el gobierno le concedía, respecto al que daba al Cuerpo de
Carabineros y, desde luego, el trato que los policías suponían
merecer y no se les brindaba. Como fuere, el 19 de marzo se
produjo un amotinamiento policial en la guarnición de La Paz que
tuvo réplica en Cochabamba, con incidentes armados contra
recintos militares y la obvia reacción de estos, cuyos orígenes y
alcances nunca fueron explicados.
Aquello coincidía con los enfrentamientos en las áreas rurales de los
valles y el altiplano. El movimiento campesino estaba dividido y la
expresión más sangrienta de esa situación era la rivalidad
Cliza/Ucureña. La pretendida unidad nacional en torno a la
Revolución Nacional era un mito. La propaganda oficialista y los
intereses de los caudillos del MNR podían eventualmente unirse
para hacer demostraciones de fuerza y continuar detentando el
poder, pero el país concreto, más allá de lo que relataba Radio
Illimani o LA NACIÓN, abandonaba las esperanzas de que el
proceso revolucionario condujera hacia alguna meta. Hacía falta una
rectificación profunda o un cambio de gobierno.
El 22 de marzo dos grupos de poder se enfrentaron a dentelladas
por el Comando Departamental del MNR en La Paz, imponiéndose
la línea afín al Ministro de Gobierno Walter Guevara Arze, con el
Alcalde de La Paz, Jorge Ríos Gamarra y el Director del semanario
EN MARCHA, Raúl Murillo. Los perdedores de la línea pro-Paz
Estenssoro, su ex jefe de seguridad Amado Prudencio y José
Antonio Arce Murillo, denunciaron un “escandaloso fraude
extremista” y el tema sacudió a la estructura partidaria, pero al final
Ríos Gamarra se posesionó como jefe del comando paceño.
El lunes 23 de marzo de 1959, mientras los estudiantes acudían al
desfile en homenaje a don Eduardo Abaroa, el coronel Rafael
Loayza, por cuya cabeza el gobierno ofrecía recompensa, llegó
subrepticiamente al nuevo refugio de Oscar Únzaga, en la calle
Batallón Colorados, propiedad de la familia Tejada, con puerta de
acceso a veinte metros de la Plaza del Estudiante. Únzaga estaba
en una habitación al fondo de un largo pasillo que desembocaba en
una construcción a cuya espalda estaba otro inmueble con entrada
en el Pasaje Bernardo Trigo. Loayza llevó un plano de La Paz, con
los puntos marcando la movilización proyectada para el golpe.
La lectura cartográfica del golpe revolucionario mostraba una
secuencia de acciones de grupos falangistas en un espacio no
mayor a treinta manzanos del centro metropolitano paceño. Era un
rombo en torno al centro del poder y sus principales medios de
defensa y comunicación. Un puñado de hombres se apoderaría de
Radio Illimani, la de mayor alcance en el país, para difundir las
proclamas, sumar el apoyo de la población y deprimir al adversario.
Los más decididos bloquearían con metralla a los agentes del
Control Político en sus madrigueras de la calle Potosí, dejando al
gobierno sin defensa. El contingente mejor armado intervendría la
central telefónica contigua a la Alcaldía para incomunicar a los
organismos del régimen, de manera que los gobernantes queden
aislados y los carabineros puedan actuar sin interferencias.
Tras esas acciones iniciales se cumplirían otras de naturaleza
política, entre ellas la toma física de los edificios simbólicos del
poder, el Palacio Quemado y otros sectores estratégicos de la
ciudad, el apresamiento de autoridades, el control del territorio
nacional, la instauración del nuevo gobierno y los reconocimientos
internacionales.
El golpe revolucionario, basado en la precisión y la audacia, sólo
requería de cien valientes y los 600 efectivos del Regimiento de
Carabineros Aliaga. Sabían los revolucionarios que el gobierno
había recibido en las últimas semanas armamento moderno para
pertrechar a 900 funcionarios públicos y milicianos. Pero la potencia
de fuego policial acumulada en las alturas del Calvario, impediría
cualquier reacción del gobierno en el centro cívico. Ese cerro al
noreste de la ciudad era una fortaleza con casamatas de hormigón
armado, ametralladoras pesadas, piezas de artillería, antitanques y
una antiaérea, con capacidad de autoabastecimiento, enlaces por
radio con sus retenes y unidades motorizadas.[140]
El Cnl. Julián Guzmán Gamboa se había quejado, en reiteradas
notas a Oscar Únzaga, de que todo el peso de la insurrección caía
en los hombros de los policías, mientras los militares no hacían
mucho. El plan suponía que el factor militar sería importante en la
culminación del golpe por el compromiso de “algunos jefes militares
activos, como el Jefe de Operaciones de la Primera División y el
Ayudante del Estado Mayor de Aviación”. Pero saltaba a la vista que
ello era insuficiente.
La visión general del mapa presentado por el Cnl. Loayza señalaba
la urgencia de mayor participación militar. Así lo revela la nota que
Únzaga envía a Achá: “Guzmán Gamboa me dijo que está decidido
pero que en realidad todo queda sobre él. Pues civiles tendrán sólo
teléfonos y radios y Ejército no hace nada, nada. Que eso le da un
poco de miedo”.[141]
En síntesis, el plan revolucionario con Carabineros se basaba en el
Regimiento Aliaga que, como dijimos, era la mayor fuerza armada
del país, la Academia de Policías y la participación del Regimiento
La Paz, que suscitaba dudas en Guzmán Gamboa por su rivalidad
con el comandante de esa unidad, Cnl. Hermógenes Ríos, aunque
al parecer Únzaga tenía comprometidos a oficiales que se harían
cargo del mando de esa unidad en el momento preciso.[142]
El plan con el Ejército era más complejo. Enrique Achá tomó
contacto con jefes y oficiales de los grupos institucionalista por una
parte, y seguidores del Gral. Clemente Inofuentes, por otra,
considerados ambos afines a FSB. Pero había un dato muy
alentador. El Cnl. Armando Escóbar Uría había realizado viajes de
consulta al interior de la república, estableciendo que “las Fuerzas
Armadas con una casi completa unanimidad pedían el cambio de
gobierno o, en los casos de mayor circunspección, la modificación
de su política”.[143]
El problema era que, como efecto de la política anti militar de la
Revolución Nacional, los oficiales probadamente movimientistas
eran muy pocos a diferencia de los institucionalistas críticos al
gobierno, pero sin mando. Sin embargo, la Primera División con
sede en Viacha se comprometía a intervenir, aunque ello resultaba
insuficiente.
En la noche del lunes 30 de marzo, en una casa de la calle Capitán
Ravelo, propiedad de Jorge Guzmán Téllez, se reunieron Oscar
Únzaga de la Vega y el Gral. Alfredo Ovando Candia. Se veían
después de cinco meses. Era claro que el Gral. Ovando tenía entre
sus camaradas y en el propio gobierno nacional un peso superior al
del Comandante del Ejército, Gral. Ramón Vargas Tapia. Únzaga y
Ovando trabajaron a puerta cerrada desde las 22:00 hasta las 3:00
de la mañana y aprobaron el plan de acción revolucionaria que se
llevaría a efecto en abril próximo.[144]
Horas después Únzaga recibió a Arturo Montes que llegó de
Cochabamba.
“Había que hacer toda una triangulación para llegar a
Oscar con quien me reuní en la casa del doctor Saint
Loup en la avenida Arce. ’Te traigo el encargo expreso de
Dick, que también es el clamor de muchos camaradas de
Cochabamba al cual me sumo: no debes confiar en
Guzmán Gamboa porque ya nos falló el 20 de octubre y
no vaya a ser que se repita esa experiencia’. Oscar me
responde ‘he sometido a ese hombre a una serie de
pruebas y en ninguna de ellas me ha fallado. Por ejemplo,
la orden nacional de carabineros se la di para los mandos
principales de los respectivos comandos y ahí hemos
puesto a nuestra gente. [145]Suponiendo que él vaya a
fallar, los comandos de carabineros del resto de la ciudad
van a actuar, porque igual están comprometidos. De
modo que esta vez no va a fallar la revolución’.
Nunca había visto a Únzaga con tanto optimismo y certeza de su
triunfo. También me dijo que estaban comprometidos Ovando y
Barrientos, pero los militares no actuarían al inicio para evitar que se
crucen a tiros con los policías. Los primeros en actuar serían los
carabineros que eran los que tenían mayor potencial de fuego en
esa época y para consolidar el golpe entrarían en segunda instancia
el Ejército y la Fuerza Aérea. Me despedí de Oscar y me dijo que
nos veríamos en Palacio. Le pregunté cuándo sería y me dijo que no
tenía fecha, pero que sería muy pronto, en abril. ¿Para tu
cumpleaños o para el mío? Y él me respondió que sería por esos
días. Nos despedimos con un abrazo y nunca más lo vi…”
El jefe falangista tenía atados al Director Nacional de Policías, Cnl.
Julián Guzmán Gamboa y al Jefe de Estado Mayor del Ejército,
Gral. Alfredo Ovando Candia, cabeza auténtica de la institución
militar a la que había logrado reciclar con notable paciencia política
ante el poder civil regentado por el MNR. Contaba asimismo con el
Gral. René Barrientos Ortuño, Jefe de Estado Mayor de la Fuerza
Aérea, aún sin el mando absoluto por cuanto el Comandante de la
FAB, Gral. Javier Cerruto, ex cuñado de Paz Estenssoro tenía el
vigor y la capacidad política para dirigir su fuerza personalmente.
Pero Barrientos era un amigo leal de Oscar Únzaga, se había
reunido en secreto con Enrique Achá y se comprometió con el
movimiento subversivo, aunque prefirió no conocer el día ni la hora
del levantamiento, acordando ambos que, faltando una hora para el
estallido, se lo harían conocer. Su acción era importante: los aviones
de la Base Aérea de El Alto ametrallarían a los milicianos.[146] En el
absoluto convencimiento del triunfo, Oscar Únzaga dispuso que la
acción revolucionaria se ejecute exclusivamente en La Paz y sólo en
el momento de la victoria el interior se pronunciaría a través de las
células regionales de Falange. Mario Serrate Paz explica tal
decisión:
“El compromiso en 1958 fue que salga primero Santa
Cruz y después se acoplaban los otros departamentos.
Lamentablemente no se dieron las cosas así y sólo
salió Santa Cruz, quedando sola. Entonces Únzaga dijo
que en la revolución de 1959 no se movería Santa
Cruz. Eso fue lo que su jefe le dijo a Mario R.
Gutiérrez…”[147]
Santa Cruz vivía un clima de tranquilidad. Convencido el gobierno
de que no podría someter a los cruceños por la fuerza, aceptó una
situación de convivencia donde las autoridades oficialmente
designadas cumplían sus responsabilidades sin interferencias, a
condición de que los milicianos y su jefe, Luis Sandóval Morón,
desaparezcan, mientras los miembros de la Unión Juvenil
Cruceñista (UJC) patrullaban la ciudad día y noche otorgando
garantías a la población. Por un acuerdo entre el Jefe de FSB,
Oscar Únzaga de la Vega y el Presidente del Comité Pro Santa
Cruz, Melchor Pinto Parada, los cruceños eligieron Presidente de la
UJC a Pepe Gil Reyes y Vicepresidente a Pepe Terrazas Velasco. El
Prefecto del Departamento, Dr. Hugo Méndez Ibáñez y el Alcalde de
Santa Cruz de la Sierra, Cnl. Guillermo Ariñez, ambos designados
por el gobierno central de La Paz, aceptaron tales designaciones a
condición de que no se den nuevas acciones punitivas contra la
población. En reciprocidad, la Falange tampoco realizaba acciones
opositoras.
Por eso la nueva acción revolucionaria en marcha se limitaba a La
Paz y el estratega civil era Walter Alpire, mientras el encargado de
financiar aquella empresa revolucionaria era Carlos Kellemberger.
Alpire poseía una notable capacidad de organizador, lo mismo que
Kellemberger. Ambos eran además valientes, decididos y
participarían físicamente de las acciones. Enrique Achá quedó a
cargo de la coordinación con carabineros y militares. Se
conformaron los cuadros de la insurrección a partir de hombres
fogueados como Jaime Gutiérrez, Luis Llerena, Augusto Pereira,
Venancio Solíz, Raúl Portugal, Jorge da Silva y otros. Jorge de la
Vega se había reintegrado silenciosamente a La Paz. Todos ellos
tuvieron notable actuación en las rebeliones falangistas desde
noviembre de 1953.
De inicio, la insurrección falangista no tendrá concomitancia alguna
con los llamados “barones del estaño”. Aunque Únzaga creía que
Antenor Patiño se entendía con el MNR -y los hechos así lo
mostraban-, Hoschild era ya completamente extraño a la realidad
nacional y aunque hubo en el pasado un cierto acercamiento con
Carlos Víctor Aramayo, la nueva realidad nacional se resentiría de
entrada si alguna de las tres ex grandes empresas mineras
bolivianas se involucraban con la revolución de FSB, por lo que
Carlos Kellemberger recibió instrucciones precisas en tal sentido,
limitándose a recoger pequeños donativos de personas con algunos
recursos.
En medio de la pobreza general, las familias de clase media
ofrecían lo que podían a la resistencia falangista, especialmente su
participación personal y su disposición para cumplir cualquier misión
por riesgosa que fuere. La propia familia Kellemberger, otrora
adinerada gracias a sus actividades en la empresa metal mecánica
“Mallku”, su propiedad agroindustrial detrás del nevado Illimani y su
empresa constructora de casas en serie, en los últimos años lo
había perdido todo, por acción del gobierno del MNR. De manera
que dinero no existía, la revolución había sumido en la miseria a la
clase media y la carencia llegó a extremos patéticos. Enrique Achá
relata en su libro que un oficial del Ejército ofreció un arsenal
conteniendo doscientas pistolas ametralladoras por la suma de 22
millones de bolivianos, suma equivalente a unos dos mil dólares que
los falangistas no pudieron conseguir. La rebelión enfrentaba
problemas de financiamiento que se solventaban con la cooperación
financiera de personas como el arquitecto Alberto Iturralde Levy, en
ese momento exiliado voluntario en San Pablo-Brasil, o Johnny
Haitmann, cuya ausencia obligada por el exilio en la Argentina fue
suplida por pocas manos generosas. Uno de los hombres de mayor
confianza del jefe falangista, Jaime Gutiérrez, fue el encargado de
recoger algunos de esos aportes:
“Uno de los gerentes de la firma industrial y comercial
La Papelera ayudó a la Falange y esporádicamente una
media docena de personas vinculadas al sector privado.
De la casa de un abogado de apellido Ballivián Saracho,
yo recogía partidas eventuales de dinero, aunque nunca
supe la cuantía. Pero recursos en abundancia no los
hubo nunca. Ese dinero fue destinado a la compra de
armas y el pago de viajes de algunos camaradas que
tenían que cumplir misiones. El mayor aporte que
Únzaga recibió provino de la Orden Religiosa de las
Hermanas de Santa Ana, un crucifijo de esmeraldas
muy valioso que Oscar llevaba consigo, hasta que en el
momento de la conspiración definitiva tuvo que acudir a
una casa de empeños en el exterior. El recibo de fianza
fue depositado en una caja fuerte en un banco del Brasil
donde se guardó también toda la documentación
reservada de FSB y las copias de las cartas de Únzaga.
Se dice que a esa caja de custodia tuvieron acceso sólo
dos personas y las dos están muertas…”
Achá revela en su libro que alguna gente que recibió armas del
gobierno del MNR las vendió a FSB, cotizándose cada pistam con
dos cargadores en 350.000 bolivianos (unos 3 dólares y medio), de
manera que al llegar enero, la conspiración tenía capacidad como
para armar a unos setenta combatientes, lo que resultaba poco para
enfrentar a dos mil milicianos armados concentrados en La Paz.
La acción en las calles, si bien indispensable, no lo era todo. El
cambio de gobierno determinaba una nueva estructura
administrativa nacional y ello exigía un planteamiento ideológico,
programático, metodológico y humano, del que se hizo cargo
Gonzalo Romero con el respaldo del intelectual Arturo Vilela. Lejos
de una regresión política, el propósito del futuro gobierno falangista
era ratificar las conquistas sociales del período revolucionario, pero
rectificando errores y terminando con los abusos y la corrupción.
Para Únzaga, la Reforma Agraria era válida e irreversible. No
volvería más el latifundio ni el capataz abusivo del pasado, pero
tampoco el gendarme político. Gonzalo Romero escribió: “El
campesinado (en el régimen del MNR) podía ser útil para todo:
como carne de cañón en caso de guerra civil o revuelta; como factor
de presión cerrando caminos; como factor teatral en
manifestaciones callejeras que impresionen a propios y extraños.
Sobre este presupuesto se alienta el deseo de eternidad (del MNR)
…”. [148] Esa situación iba a terminar, otorgando dignidad política a
los indígenas y abriendo su presencia, en primera persona, en la
nueva instancia parlamentaria proyectada por FSB.
Únzaga había acusado reiteradamente al MNR de haberle quitado al
indígena boliviano su raíz histórica, convirtiéndolo en campesino,
que era, en sentido estricto, un oficio y no una definición sociológica.
El nuevo gobierno iba a dejar de lado la oriflama del “compañero
campesino” para designar “indígena” al poblador originario de la
geografía boliviana. Por ello la creación del Ministerio de Asuntos
Indígenas en reemplazo del de Asuntos Campesinos, dejando al
despacho de Agricultura y Ganadería los temas relativos a la
producción en el área rural. Y en vez de un rifle, el gobierno de
Únzaga iba a entregar tecnología, riego, mejor semilla, facilidades
para comercializar, mejor acceso a los mercados, buen precio
eliminando intermediarios superfluos y, sobre todo, los elementos
educativos que cierren los abismos sociales entre los pobladores del
campo respecto a los de las ciudades. Salud, servicios, instrucción y
capacidad económica para crear a su vez un mercado consumidor
potencial que estimularía a la industria nacional.
Oscar pidió a Gonzalo Romero trabajar sobre la idea del “nuevo
hombre boliviano”. De ahí surgió la gran campaña social con que
arrancaría la administración falangista, en la que todo joven
egresado de cualquier carrera universitaria quedaba
automáticamente reclutado para convertirse en formador de ese
nuevo hombre, en un trabajo sostenido, con recursos del Estado,
que incluía la transferencia de elementos educativos -principalmente
alfabetización-, salud e instrucción cívica en las comunidades de
llanos, valles y altiplano.
El propósito fundamental era que el indígena, excluido hasta el 52,
luego convertido en “carne de cañón”, se sienta digno y orgulloso de
ser boliviano. Se difundiría la idea de que cada comunidad, cada
familia, todo boliviano, tienen derechos, y que el primero de ellos era
elegir libremente, además del derecho a que el Estado le dote de
agua y luz, le transmita las ventajas de la higiene y una forma de
relación humana basada en el respeto recíproco. Ese era el objetivo,
a eso le llamaron “cambio”, para entrar posteriormente a la
“revolución integral”. El proceso estaba calculado para un
quinquenio. Gonzalo Romero se reunió varias veces con Rodolfo
Surcou y a través de él conoció a un líder indígena, bachiller de un
colegio paceño, Luciano Quispe, dueño de un discurso atractivo
proponiendo conservar los valores culturales aimaras, quechuas y
guaraníes, proyectándolos al mundo, pero accediendo a los
inventos, descubrimientos y comodidades con que la ciencia y la
tecnología beneficiaban a la humanidad. Quispe juró a FSB.
Un consejo de internacionalistas fijó el derrotero del nuevo gobierno.
La improvisación diplomática llegaría a su fin, así como la era de los
“compañeros embajadores”, algunos meritorios, pero otros
favorecidos al calor del compadrazgo partidista o la necesidad de
algún exilio dorado.[149] Por cierto no era el retorno del club de
apellidos con alcurnia, sino la profesionalización de la Cancillería,
cuyo titular sería Mario R. Gutiérrez.
José Gamarra Zorrilla, delegado expresamente por Únzaga, tomó
contacto informal en Buenos Aires con un diplomático americano
cercano a la administración Eisenhower, ya de salida, para
asegurarle que “si FSB llegase al gobierno, lo haría en el bando de
la democracia occidental, defendiendo los valores esenciales de la
libertad, los derechos humanos… y desde luego respetando los
contratos con empresas americanas”.[150] La Gulf era una realidad
incuestionable, pero había temas a tratar desde el punto de vista del
interés nacional, como el pretendido “factor de agotamiento” y la
sujeción de la empresa norteamericana en relación a YPFB que
representaba los intereses de Bolivia, sin que ello signifique una
cortapisa a las inversiones privadas.
Por lo visto, una vez establecido su gobierno, los falangistas
esperaban el beneplácito oficial del Perú, cuyo Presidente, Manuel
Prado, había cerrado el período dictatorial del Gral. Manuel Odría,
enemigo enconado de Únzaga. El Presidente conservador de Chile,
Jorge Alessandri, no simpatizaba con el régimen del MNR que tan
bien se había llevado con el general Carlos Ibañez del Campo. Se
esperaba lo mismo de Venezuela, cuyo Presidente, Rómulo
Betancourt abrió la senda democrática tras el derrocamiento del
Gral. Marcos Pérez Jiménez, amigo de Perón y Paz Estenssoro. Se
pensaba que ni Buenos Aires ni Río de Janeiro (en proceso de
traslado a Brasilia), tenían razones para vetar al gobierno de
Únzaga que fue amigo y vivió en ambos países. Se tenía certeza de
que altos funcionarios en los gobiernos de España e Italia apoyaban
a Únzaga y desde luego era fundamental la bendición de la Santa
Sede.
Pero la fuerza mayor de la insurrección en marcha estaba en la
juventud estudiantil, especialmente de la Universidad Mayor de San
Andrés. Juan José Loría, Jaime Villalba y otros motorizaban un
amplio movimiento universitario pro-falangista al que se sumaba
Fausto Medrano, un cruceño fogueado en las rebeliones recientes
en la capital oriental, elegido Presidente de la Confederación
Universitaria Boliviana (CUB), lo que determinó su traslado a La
Paz. El estudiantado paceño seguía al trío Guido Strauss – Julio
Loayza – Jaime Araníbar.
El Dr. Hugo del Granado se encargó de diseñar la actividad
revolucionaria en Cochabamba, con Dick Oblitas -representante
personal de Únzaga- y Gastón Moreira. Mario R. Gutiérrez dejó su
residencia en La Paz para constituirse en Santa Cruz y organizar su
tarea junto a los Terceros Banzer, Luis Mayser y Saúl Pinto, quien
había regresado a la ciudad.
A medida que avanzaba el proceso insurreccional, sus responsables
redoblaban su seguridad, pero ello llevó a que Walter Alpire se
desconecte de Carlos Kellemberger, viviendo ambos en virtual
clandestinidad, sobre todo el segundo a quien el Control Político
deseaba echarle el guante con la finalidad de identificar a los
aportantes independientes que colaboraban con Oscar Únzaga.
Alpire sumó actores de primer nivel al elenco pre-insurreccional.
Antonio Anze, David Añez Pedraza y Alberto Ponce García
recibieron tareas específicas. El problema era su inconexión porque
todos estaban perseguidos. Fue importante el rol de Añez, un
político de reconocida inclinación en el campo popular, que siendo
beniano se desempeñaba como jefe de la célula falangista de Oruro,
donde estableció cordial relación con la dirigencia minera, en la
línea de otro orureño de notable predicamento, Walter Vásquez
Michel, en ese momento preso en el Panóptico de San Pedro.[151]
Pese a que el politizado sector minero era la vanguardia del
proletariado boliviano, donde trotskistas y comunistas se disputaban
el liderazgo, la Falange tenía una presencia activa y respetada.
Gustavo Stumpf no se privó de ingresar a los distritos mineros,
hablar de igual a igual con los dirigentes y sembrar ideas falangistas
en cuadros pequeños pero activos. No es un hecho marginal que en
el histórico Congreso Extraordinario de la Federación de Mineros
celebrado en Telamayo (junio de 1948), de cinco tesis políticas
presentadas, quedaron sólo dos en discusión, ambas planteando la
nacionalización de las minas, la de FSB y la del POR que al final se
impuso, reiterando el salario básico vital con escala móvil, la
ocupación de minas y la insurrección armada del proletariado.
Aunque Stumpf estaba exiliado en 1959, había ganado un lugar
para su partido en ese campo enguerrillado e ideologizado que eran
las minas. El trotskismo de Guillermo Lora, pese a las diferencias
ideológicas respecto a la Falange, guardó respeto por el partido de
Únzaga, que fue recíproco, probablemente por la aversión que
tenían ambos hacia el aparato comunista alineado con Moscú. Silvio
Torres fue el dirigente histórico de FSB en las minas. Alberto
Rodríguez, un falangista en las minas bolivianas, ofrece el siguiente
testimonio:
“Yo entré en contacto con la Falange en 1953, mediante
el papá de Jaime Gutiérrez Terceros, que vivía y tenía
una tienda en el distrito minero de Llallagua. En esos
años llegaba de visita don Gustavo Stumpf y hablaba de
igual a igual con los dirigentes mineros de entonces. Yo
tenía 8 años, entregaba comida y algunos recortes de
prensa y de revistas a los falangistas presos en el campo
de concentración de Catavi y Uncía. No tuve la
oportunidad de conocer a Oscar. En 1959 yo todavía
vivía en Siglo XX, donde en medio de trotskistas y
marxistas juré a FSB. Alguna gente supone que en las
minas no había lugar para una expresión falangista, sin
embargo lo hubo. A mí me inscribió un señor Barrientos
que tenía una carpintería y era dirigente del partido.
Llegamos a editar el periódico “Antorcha Obrera”. Antes
de la última revolución de Oscar llegó Antonio Anze para
fortalecer las células obreras y juveniles del distrito
minero de Siglo XX y Huanuni. Había un núcleo de
camaradas muy interesante que aún viven en ese distrito
como Silvio Torres Corrales que llegó a ser miembro de
la federación de mineros junto a Lechín y varios otros
camaradas más, de modo que había un buen equipo con
Walter Garrón Chalar que era el Secretario Regional…”
El MNR había dividido a la COB para mantener controlado al sector
obrero que observaba “la creciente dependencia de la
administración Siles respecto al imperialismo americano”. De
manera que los activistas de FSB desplegaron misiones de
acercamiento a diversos gremios asalariados. Entraron en acción
grupos y células masculinas y femeninas, se activó una extensa red
de núcleos revolucionarios en los barrios populares. Se
establecieron contactos con dirigentes de empleados públicos,
fabriles, bancarios y ferroviarios. No era verdad que el proletariado
defendería al gobierno del MNR o que la Falange era refractaria al
movimiento obrero. Tal idea no pasaba de ser una creencia del MNR
recogida por la literatura histórica de ese partido.[152]
PRIMERA SEMANA DE ABRIL
Abril comienza con una tormenta social. Lo que pasa en las minas
es el reflejo de la situación política nacional. Siendo los mineros el
sustento de la Revolución Nacional, no se les da el trato que creen
merecer. Peor aún: ¡el gobierno del MNR ha decidido descongelar
los precios de las pulperías! El argumento es que los productos
subvencionados de la canasta familiar son la causa de una sangría
económica que hunde a la COMIBOL. Los dirigentes de la
Federación de Mineros no lo van a permitir y se preparan para la
guerra. Las radios mineras entran en acción y se genera un estado
de rebelión contra el gobierno del MNR.
El 1º de abril se publica un documento de las bases y milicias
armadas del MNR de Colquiri, Huanuni, Japo, Morococala, Poopó y
campesinos armados del Departamento de Cochabamba,
anunciando que “sin aviso alguno y sin esperar órdenes de ninguna
autoridad, destruirán todas las instalaciones de Radio San José,
sean cuales fueran las consecuencias, porque así como ellos (los
mineros) no trepidaban en su intento de subvertir el orden público,
nosotros no mediremos la magnitud de nuestra acción…”[153]
La Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia anuncia
que sus afiliados defenderán Radio San José, declarada la Voz
Oficial del Trabajador Minero de Bolivia. El líder minero Juan Lechín
se encuentra esos días en Londres y visita al Embajador Paz
Estenssoro.
El jueves 2, el sector bancario ingresa en paro exigiendo mejoras
salariales y otros beneficios. Los reclamos pronto cundirán en otros
sectores. Ambrosio García llega al refugio de Oscar. Se ven
después de mucho tiempo, pero su cercanía se mantiene intacta.
Únzaga ofrece detalles de lo que va a suceder. Le dice que un
cambio de gobierno es mucho más complejo que un simple
alzamiento armado, por lo que se trabaja en los esquemas políticos
internos y externos, asignando responsabilidades a los hombres que
considera más capaces. García, quien volvía del exilio, pide permiso
para ver a su madre enferma en Reyes. “Te doy permiso, pero no te
tardes mucho porque te puedo dejar de subprefecto en la provincia
Ballivián”, bromea Únzaga. A partir de ese encuentro, el jefe de FSB
ya sólo se entrevistará excepcionalmente con media docena de
falangistas, el coronel Guzmán Gamboa y el general Ovando
Candia. El resto del proceso insurreccional se llevará adelante
mediante notas en clave y previamente autentificadas por Walter
Alpire.
Esa noche, Únzaga asiste excepcionalmente a una reunión en la
casa del Gral. Bilbao Rioja, en la calle Conchitas, con Gonzalo
Romero y José Gamarra Zorrilla, quien ha tenido que salir de
Buenos Aires expresamente convocado por Enrique Achá. Gamarra
hace conocer un informe reservado del Servicio de Inteligencia de la
Fuerza Aérea Argentina, recomendando la necesidad de suspender
el golpe “porque se trataba de una celada”.[154] Únzaga pide a
Gamarra confiar en sus decisiones asignándole una nueva misión
en Buenos Aires.
El viernes 3, cabildos abiertos en los distritos mineros rechazan
terminantemente el descongelamiento de los precios de las
pulperías y en Potosí los trabajadores toman las pulperías. El
problema se agrava. Pero los empleados públicos de cierta jerarquía
movimientista están de plácemes, pues este fin de semana la boîte
Los Manzanos, de la calle Mercado, ofrece el seductor espectáculo
“Habanacan” que incluye a la vedette cubana Alma Adams; Olga
Molina “La Dama del Bolero”; Angelillo Montes, cantaor flamenco;
Gina “La diosa de fuego”, el fonomímico Willy Uriarte y el Trío
Cristal, en presentaciones de 6 de la tarde a 3 de la madrugada. El
Presidente Siles, más recatado, asistirá con la Primer Dama a la
función de gala de El Barbero de Sevilla que presenta la Gran
Compañía Lírica Española de Opera, Zarzuelas y Operetas en el
Teatro Municipal.
En los mercados hay ocultamiento de artículos y especulación de
precios. Las amas de casa expresan su amargura por la situación
de sus hogares. A despecho de quienes en el gobierno creen tener
al pueblo consigo (sofisma que amplificarían los libros de historia
que escriben los vencedores), en 1959 un considerable sector
popular ya no soportaba al régimen.
“La revolución inevitablemente perturbó a la sociedad y a los
agentes económicos y ello explica la inestabilidad. Al Presidente
Siles Zuazo le tocó la parte difícil de componer lo que la revolución
había trastornado”, dijo a este cronista Jorge Tamayo Ramos,
entonces Ministro de Economía.[155] La situación económica llega a
un nivel que el gobierno no puede administrar y la situación social se
descompone por los reclamos y movilizaciones de mineros y otros
sectores laborales. Las minas están paralizadas y desabastecidas.
Se teme que la situación arrastre a trabajadores de la banca,
ferroviarios y magisterio. Todos reclaman mejoras sociales. Los
trabajadores petroleros exigen mejor trato salarial que el gobierno
rechaza. Pero el tema de las pulperías mineras es el meollo de la
crisis, pues en varias minas nacionalizadas las pulperías son
asaltadas. Oscar Únzaga autoriza a Walter Alpire, Secretario
Regional de FSB en La Paz, para hacer una declaración que
recogen los medios:
“COMIBOL insiste en descongelar precios en las
pulperías de las minas nacionalizadas aduciendo
pérdidas millonarias. Llama la atención que sólo
después de siete años hubieran encontrado la razón de
sus quebrantos y desdichas. Los 65 millones de dólares
de pérdidas a partir del 3 de octubre de 1952 no
sirvieron para alcanzar la pretendida liberación
económica de Bolivia y el resultado son los treinta mil
mineros que en la víspera, hambrientos, asaltaron las
pulperías de las minas”.
Alpire denuncia que el gobierno está intentando devolver las minas
a Antenor Patiño. El gobierno empieza a sentir su propia
inestabilidad y un sector del oficialismo aboga por ceder a la presión
de los mineros, lo que provoca una división de criterios al interior del
gabinete. Renuncia el Ministro de Agricultura Jorge Antelo y en su
carta expresa: “La mejor manera de hacer un gobierno ineficaz es
complacer a todos”. El Presidente Siles le renueva su confianza.
El sábado 4, los trabajadores petroleros, en carta enviada al
Presidente de YPFB, Alfonso Romero Loza, le dicen que la empresa
“está al borde del colapso y la subasta, mientras el gobierno
pretende que los platos rotos de la catástrofe lo paguen los
trabajadores que no tienen ninguna responsabilidad”. Acusan al
gobierno de despilfarrar 8 millones de dólares en el oleoducto Sica
Sica-Arica como justificativo para la entrega de Mandeyapecua a la
Gulf.
El miércoles 8, el NEW YORK TIMES editorializa la situación
boliviana: “Ha llegado la hora de saber quién controla Bolivia, si
Siles o los mineros”. El Fondo Monetario Internacional hace saber
que ayudará a Siles si se mantiene firme.
El gobierno impone el descongelamiento parcial en las pulperías
mineras, afectando al arroz, azúcar, carne vacuna, coca, fideos,
manteca, papa, pan y otros y da un aumento salarial de 5 bolivianos
al salario básico que de ninguna manera compensa el impacto
económico por el fin de la subvención en los alimentos para los
mineros.
Esa noche, un grupo de falangistas se reúne en una casa de
Miraflores para dar una serenata por el cumpleaños de la señora
Cleofé Zambrana de Kellemberger, esposa de Carlos Kellemberger.
Entre los visitantes están Cosme Coca y su esposa, el oftalmólogo
Carlos Prudencio, el odontólogo Hugo Álvarez Daza y Víctor Sierra
Mérida, todos amigos cercanos de los Kellemberger. Ninguno podía
imaginar esa noche la suerte que les tenía reservada el destino.
El jueves 9 de abril, séptimo aniversario de la Revolución Nacional,
obreros y mineros se niegan a participar de la marcha organizada
por el gobierno, que se limita a convocar empleados públicos y
campesinos armados. Camiones para el acarreo, carteles,
transmisión por Radio Illimani, comida, alcohol... Es el mismo
espectáculo de todos los años, que demanda recursos del Tesoro
Nacional, expuesto ante un público esta vez mínimo y desmotivado.
Los carteles con la frase “Barriga llena, corazón contento, viva el
Movimiento” suponen una cruel ironía. El balance de siete años
revolucionarios lleva un factor concluyente: desilusión. En su
columna habitual en PRESENCIA, Paulovich se refiere a la
revolución movimientista: “La guagua tiene siete años, es fea, flaca,
floja, fiera, fregona, frágil y fría”. Salvo los poderosos, los milicianos
y las barzolas, la población repudia lo que quedó de la revolución de
abril. En determinado momento, de entre las columnas que marchan
a desgano surgen voces que gritan “¡mueran los nuevos ricos!” y la
manifestación degenera en choques entre marchistas. El Presidente
hace un llamado a la concordia y el gobierno acusa a la “prensa
reaccionaria”. Entre quienes miran la barahúnda detrás de un
ventanal, está el arquitecto Alberto Iturralde Levy.
Iturralde ha regresado silenciosamente de San Pablo a La Paz para
ayudar a Únzaga con 4.000 dólares, en ese momento una cantidad
respetable, equivalente a unos 46 millones de bolivianos, cifra que
llega al jefe falangista probablemente por intermedio de Carlos
Kellemberger. La movilización falangista tenía un costo modesto,
pero la movilización de uniformados era otra cosa.[156] Los recursos
entregados por Iturralde a Únzaga financiarán la etapa definitiva del
alzamiento falangista.[157]
Ese jueves 9, reaparecen públicamente algunos personajes: Claudio
San Román, Inspector General del Ministerio de Hacienda; Arturo
Monroy, Administrador Nacional de Aduanas; y Adhemar Menacho,
Jefe de la Policía Aduanera. Anuncian que “la represión al
contrabando aumentó las recaudaciones del Estado”.[158] San
Román está apartado del Control Político (pero días más tarde
demostrará la fuerza de su influencia).
La prensa denuncia que sayones del Control Político atacaron a
golpes de sus revólveres al máximo dirigente de la FUL de La Paz,
Jaime Reyes Mérida afectándole los ojos.
El viernes 10, Walter Alpire y Oscar Únzaga acuerdan transmitir a
Guzmán Gamboa lo siguiente: “Al empezar la insurrección, un
comando falangista copará el Cuartel Sucre ubicado a 250 metros
de la Plaza Murillo. Allí está acantonado el Regimiento Escolta
“Waldo Ballivián”, con cuyo armamento se tomará el Palacio
Quemado”. Únzaga tiene el compromiso del Gral. Alfredo Ovando
Candia para facilitarle el acceso al Cuartel Sucre. La acción
falangista será casi simbólica y por eso en este grupo estará lo más
selecto de FSB, incluyendo algunos que pasarán a ocupar
ministerios en el gabinete de Únzaga de la Vega una vez que asuma
la Presidencia de la República. Reconfirman que otro comando
copará la central telefónica de La Paz, acción que el jefe policial
considera imprescindible para entrar en acción porque “tenía a su
mando oficiales con diversidad de contactos, unos que respondían
al Comité Político, otros a Comandos Zonales (del MNR) y hasta a
Control Político y en cualquier momento, al conocer o recibir
órdenes, podían ponerse en contacto telefónico y dar la alarma”.[159]
Otro grupo de FSB se apoderará del arsenal del municipio paceño.
Con esas acciones, se espera que la fuerza combativa civil
neutralice a unos dos mil milicianos que no podrán movilizarse en La
Paz y tendrán una desventaja cualitativa: los falangistas son jóvenes
que se van a batir por ideales patrióticos; los milicianos actúan por
vil paga y posibilidad de saqueo.
En la tarde de ese viernes, Roberto Freire recibe en un sobre el
libreto revolucionario que Oscar le solicitó, para su eventual lectura
en un probable nuevo golpe. Freire lo había escrito en la casa de
Carlos Kellemberger, en Miraflores, dando cuerda a su imaginación,
solazándose con la escritura de un texto que seguramente deseaba
ver realizado, en realidad una ficción que su jefe había aprobado
casi sin correcciones.
Esa noche tres personas llegan al refugio de Únzaga en la calle
Batallón Colorados. Lo hace cada uno por distintos caminos. Se
trata de Gonzalo Romero Álvarez García, Dick Oblitas Velarde y
Jaime Ponce Caballero. Luego de que su jefe les revelara los
detalles y participantes del alzamiento, Ponce Caballero reacciona
sorprendido: “Oscar, creo que estás en un callejón sin salida del cual
vamos a salir todos muertos. Perderás a todos tus generales si
pretendes llevarlos a un solo lugar… [160]
Unzaga explica detalles del pacto con el Gral. Ovando Candia y el
Cnl. Guzmán Gamboa, que aseguran el triunfo revolucionario. Le
preguntan en qué se basa la seguridad en el Gral. Ovando. “Un
antiguo juramento hecho en la cárcel seis años atrás”, señaló
Únzaga. Pero, ¿cómo era posible que Oscar confiara otra vez en
Guzmán Gamboa? La respuesta los dejó desconcertados:
Tengo una razón para creer en él. Su confesor, es el
Padre Rosso, que es el amigo que me ocultó en el
Colegio Don Bosco y él me garantiza su lealtad. En
secreto de confesión Guzmán le ha dicho al Padre
Rosso que hace la revolución contra el MNR para
liberarse de remordimientos de conciencia que tiene por
haber sido el autor material de los asesinatos de Luis
Calvo, Félix Capriles, Carlos Salinas Aramayo, Rubén
Terrazas y Demetrio Ramos en Chuspipata (noviembre
de 1944).
Ponce Caballero replicó: “¿Pero tú le creíste? El Padre Rosso no te
va a contar un secreto de confesión…”[161] Si lo creyó o no, la
conspiración siguió adelante.
Pasada la media noche, los cuatro se despiden por última vez.
Antes de partir, Únzaga deja sin efecto la misión que se le había
asignado a Gonzalo Romero, de comandar la acción falangista
contra los milicianos del Estadio Siles. “Si acaso algo sale mal y nos
persiguen a todos, tiene que haber por lo menos una figura de la
Falange en libertad”, le dijo.[162] También le pidió a Dick Oblitas
volver a Cochabamba y esperar allí sus instrucciones. [163] En
realidad, el jefe falangista tiene otros problemas y uno de ellos es la
imposibilidad de reunirse con Alpire y Kellemberger, puesto que aún
estos dos no lograban conectarse por la persecución a la que
estaban sometidos desde hacía muchos meses.
El fin de semana, la población paceña acude a los cines para ver el
estreno de “El Niño y el Toro” en el Monje Campero, pero la mayoría
de hogares se conforma con escuchar a “Los Pepes” en Radio
Altiplano. La gente en el poder, tiene otras distracciones pues el
local de striptease Maracaibo, en el paseo de El Prado, ofrece un
“espectáculo inolvidable” con las bailarinas tropicales Mary y Ninón,
además de Maritza “la reina del Caribe” y Pilar Montes, bailarina
española que terminaba su acto flamenco vestida sólo con tacones.
El domingo 12 se produce un escándalo en El Prado de La Paz
donde cadetes del Colegio Militar y alumnos de la Escuela de
Policías se enfrentan durante una hora con espadines, laques y
armas de fuego provocándose una decena de heridos, debiendo
intervenir el Regimiento de Carabineros La Paz y la Policía Militar
para replegarlos a sus unidades, en tanto se produce un choque
verbal entre el Comandante del Ejército, Gral. Rodríguez Bidegain y
el Director de Policías, Cnl. Guzmán Gamboa.
Esa noche se realiza la última entrevista entre Oscar Únzaga y el
Cnl. Guzmán Gamboa, a la que asiste también Enrique Achá y “un
Jefe del Ejército en servicio activo que concurrió en su carácter de
delegado del grupo institucionalista del Ejército”.[164] El Jefe de FSB
explica que su partido ampliará las misiones asignadas al sector civil
en la insurrección -para habilitar a un gran número de falangistas
condenados a la inercia por falta de pertrechos bélicos-, con la
captura del Batallón del Regimiento Waldo Ballivián, en el Cuartel
Sucre y el edificio de la Alcaldía, donde estaban trescientas armas
del sindicato de empleados municipales. El delegado militar ratifica
el compromiso de neutralidad en el primer momento, para secundar
las acciones rebeldes una vez iniciado exitosamente el golpe.
El Cnl. Guzmán Gamboa expresa que “está dispuesto a actuar, pese
a encontrarse muy menguada la fuerza revolucionaria, con la
condición de que se tomara, por los civiles, la central de Teléfonos
Automáticos. Ese primer paso posibilitaría que él logre hacer
intervenir al Regimiento La Paz, la Brigada Departamental de
Carabineros y la Academia de Policías”. Walter Alpire recibe una
nota escrita de Oscar Únzaga, dándole cuenta de lo tratado con
Guzmán Gamboa. Alpire manifiesta su conformidad.
Por las declaraciones del hijo de Guzmán Gamboa, se infiere que en
esas horas Únzaga hizo llegar el dinero que Ovando Candia pedía
ante la eventualidad de pérdidas humanas en el Ejército.[165] Se
colige que ese dinero era parte del aporte de cuatro mil dólares
entregados por el arquitecto Iturralde.
LUNES 13 DE ABRIL
La semana comienza complicada para el gobierno. Técnicos de
COMIBOL son perseguidos a balazos en las minas nacionalizadas.
Al prolongado conflicto minero, sin solución por el congelamiento de
pulperías, que lleva ya dos semanas, se suma la movilización de los
trabajadores petroleros exigiendo mejores salarios, que el gobierno
rechaza con el argumento de que YPFB registra un descenso del
30% en su producción y que sus utilidades han sido reinvertidas.
Los telegrafistas ingresan en paro reclamando el pago de sus
salarios. El magisterio se muestra fuertemente dividido.
Movimientistas y comunistas hacen causa común contra los
falangistas y los trotskistas. Guillermo Lora es apresado en las
celdas del Control Político en Potosí, pero los mineros lo liberan por
la fuerza.
La Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia
y la Federación Departamental de Campesinos de La Paz
desautorizan la Conferencia Nacional de Campesinos que se lleva a
cabo en Ucureña. Las dos tendencias campesinas, de Paz
Estenssoro y Guevara Arze, están enfrentadas.
La situación en las pulperías mineras sube en intensidad, el
gobierno señala que ello impide un acuerdo con el FMI para obtener
recursos que permitan aprobar el Presupuesto General de la
Nación, aunque ya ha transcurrido más de la tercera parte del año.
Paraguay quiere aportar a la distensión en Bolivia y una noticia del
ámbito deportivo gana el interés de los paceños. El domingo
próximo se realizará un Festival Internacional de Basquetbol en el
Olimpic con un encuentro entre Atlético Ciudad Nueva de Asunción
y el Seleccionado Femenino de La Paz. Y por la tarde, Guaraní se
medirá frente a Always Ready en futbol. En ambos eventos
desfilarán las reinas de belleza de los dos países.
MARTES 14
El dirigente falangista Roberto Freire hace una denuncia ante el
periódico PRESENCIA: la firma CONAL, cuyo socio mayoritario es
Luis Eduardo Siles, ha introducido por la Aduana de Cochabamba
una extraordinaria partida de finos tejidos de seda aforada como
“arpillera”, provocando una defraudación de cientos de miles de
dólares. El contrabando disfrazado ha sido ingresado en el coche
comedor del ferrocarril Arica-La Paz. Luis E. Siles es pariente del
Presidente de la República y propietario del Banco Boliviano
Americano.
Entretanto el dirigente movimientista Luis Sandóval Morón,
demandado en un juicio por Oscar Únzaga de la Vega por el
asesinato del ciudadano falangista Jaime Barros Ocampo, ha pedido
un examen psiquiátrico para Únzaga. Un juez, militante del MNR, ha
absuelto de pena y culpa a Sandóval Morón. Pero el Secretario de la
Brigada Parlamentaria de FSB, Mario Gutiérrez Pacheco, pide que
el examen psiquiátrico se lo hagan a Sandóval Morón por el
sadismo y perversión demostrados en el asesinato de Barros.
Coincidentemente fallece Juan Arandia Peramás, Secretario
Regional de FSB en Potosí, a causa de los malos tratos inferidos en
las cárceles políticas del gobierno. FSB declara duelo.
PRESENCIA denuncia que el gobierno trata de impedir su llegada al
público siguiendo una acción legal contra Industrias Burillo, donde el
periódico católico imprime sus ediciones.
MIÉRCOLES 15
En un aviso de página entera en la prensa, el gobierno rechaza
cualquier posibilidad de incrementar salarios a los petroleros. El 5º
Congreso Nacional de Trabajadores Petroleros reunido en Camiri se
declara en emergencia.
El Ministro de la Presidencia, Guillermo Bedregal, niega que el
gobierno esté movilizando tropas del Ejército para encarar los
problemas sociales.
En la mañana, en un lugar no especificado, se vuelven a reunir el
Cnl. Julián Guzmán Gamboa, el delegado de los militares y Enrique
Achá. Resuelven que la revolución debe estallar a las 11:00 a.m. del
día 19 de abril. La información es remitida por correo secreto y en
clave a Únzaga que la retransmite a Alpire.
Jaime Gutiérrez Terceros es convocado por Únzaga al refugio de la
calle Batallón Colorados. El dueño de casa le franquea el ingreso
con la palabra de pase, “Chiquito”, denominativo que Únzaga
(“Fernando”) asignó a Gutiérrez en Río de Janeiro, siendo su
ayudante y el más joven del exilio boliviano.
“Oscar me da un abrazo como siempre afectuoso,
transmitiendo la energía que uno tanto necesita. Le
hago conocer que estuve mucho tiempo recolectando
armas, las traje de Cochabamba, de Oruro, compré
otras a un vendedor ambulante de libros en la puerta
del cine Colón y las fui juntando en la casa del
camarada Alberto Aparicio, quien tenía un pequeño
departamento en la Avenida 20 de Octubre,
conformando el arsenal del cual tenía conocimiento
Alpire. Eran unas quince pistolas ametralladoras y una
buena cantidad de munición, pero las armas estaban
guardadas mucho tiempo, yo no tenía capacidad de
limpiarlas y habilitarlas para el uso inmediato. Oscar
me dijo que la persona que podía ayudar en esa tarea
era su primo hermano Jorge de la Vega. Lo vi muy
sereno y seguro, me dijo que la fecha del golpe estaba
cerca y que se estaban tomando los últimos contactos.
Me encarga finalmente llegar a los refugios de Walter
Alpire y Carlos Kellemberger para ponerlos en
contacto, pues entre ellos se había perdido un eslabón
en el aparato superior de la insurrección. Al
despedirme de Oscar no imaginé que era la última
vez…”.
JUEVES 16
Han dejado de funcionar los servicios de YPFB, entre ellos los
surtidores de gasolina que mueven el transporte. Desaparece del
mercado el kerosene que es el elemento con el que la gente cocina
sus alimentos. La especulación se generaliza. La caricatura en la
página editorial de EL DIARIO, que firma Rod-Bal, muestra un carro
cisterna de YPFB, con agujeros de los que fluyen chorros de
“demagogia”, “sueldos en dólares”, “burocracia”, “mala
administración”, “frustraciones”, “huelgas” y “viajes turísticos”, en
crítica a quienes manejan la empresa fiscal.
Roberto Freire es citado en la confitería Ely’s, vecina del cine Monje
Campero, donde Enrique Achá le revela que la nueva insurrección
falangista es inminente. La experiencia fracasada de octubre
determina ahora que sólo habrá un grupo armado que tomará Radio
Illimani al mando de Freire. Al despedirse le advierte que será
convocado “en cualquier momento”. Con todas las precauciones,
Jaime Gutiérrez da con el paradero de Alpire y luego con el de
Kellemberger y los cita para el viernes próximo en el lugar donde se
esconde, en San Pedro Alto, domicilio de un doctor de apellido
Torrico.
A esa misma hora, Cristina Jiménez de Serrano, prima de Oscar
Únzaga, se encuentra en casa de unas amigas en su tarde habitual
de té y cartas, cuando recibe una llamada telefónica de su hija
mayor, María Eugenia, informándole que la busca una señora,
acompañada de una niña, con un recado muy urgente de Oscar.
Cristina se despide de sus amigas y retorna a su casa para atender
a la visitante, que resulta ser la señora Teresa Boehme de Suárez,
quien le entrega una nota:
“Recordada Cristina: La portadora es mi grande e íntima
amiga. Ella te pedirá un favor, que te ruego hacérmelo.
Necesito respuesta inmediata. Mi mamá te recuerda y te
manda saludos. Con afectos para tu familia. Oscar”
La visitante es concisa: “Oscar y René quieren pernoctar en su casa
la noche del sábado”. No da más explicaciones. “Mi mami le dijo que
sí, por supuesto que sí. La señora se fue”, recuerda María Renée, la
hija menor de Cristina.[166] Los Serrano viven en esa casa desde
hace un año, en calidad de inquilinos de la señora Carmen Arce.
Aunque no son propietarios, pertenecen a la clase media paceña.
VIERNES 17
En el refugio de la calle Batallón Colorados, en el Regimiento
Calama y en el Estado Mayor, los complotados dan su conformidad
al plan insurreccional. Walter Alpire y Enrique Achá repasan por
separado las líneas maestras: las primeras dos horas del domingo
19 (11:00 – 13:00) serán decisivas con acciones en el Cuartel Sucre
(el propio Walter Alpire), Radio Illimani (Roberto Freire), Control
Político (Jaime Gutiérrez), Central Telefónica (Raúl Portugal),
Alcaldía (Alfonso Guzmán Ampuero), mientras Achá, el enlace con
Guzmán Gamboa y Ovando Candia, permanecerá el día de la
insurrección al lado de Únzaga. Todo ello dará paso a la toma del
Palacio de Gobierno, Legislativo, Cancillería, Prefectura, los
comandos del MNR y el consiguiente levantamiento civil en el resto
de la ciudad de forma rápida y contundente.
Para el Cnl. Julián Guzmán Gamboa la central telefónica es
imprescindible en la necesidad de impedir que los movimientistas
movilicen ninguna fuerza militar, policial o miliciana. Guzmán ejerce
mando en toda la guarnición policial, pero en alguna unidad están
oficiales que no le simpatizan y lo aterra la idea de un choque entre
carabineros. El Gral. Alfredo Ovando Candia facilitará la acción en el
Cuartel Sucre. Desde allí las armas del Regimiento Escolta se
enviarán a los combatientes citados por Alfonso Guzmán Ampuero
en la Iglesia de San Agustín; ambos grupos confluirán sobre el
Palacio Quemado y lo tomarán. Otra parte del armamento se
entregará a falangistas que acudirán a la misa de las 11 en San
Francisco.
Si acaso se detectara prematuramente la movilización falangista, los
carabineros desoirán cualquier orden del gobierno para reprimir a
los alzados. Tomada Radio Illimani y neutralizada la oficina principal
del Control Político y la Central Telefónica, el Regimiento Calama
con toda su potencia de fuego saldrá a las calles. Se prevé
resistencia en el Estadio Siles, donde está concentrado un
importante número de milicianos, pero la capacidad operativa
policial será suficiente. Lo demás -estación de trenes, aeropuerto
Panagra, mirador Killi Killi, ministerios- no presenta mayor problema.
Dirigentes del Comité Cuatripartito y de los comités laborales y
vecinales, se movilizarán en los barrios populares. Carabineros y
falangistas apresarán a los principales hombres del régimen
depuesto, evitando saqueos y manteniendo a raya a elementos del
hampa infaltables en las revoluciones. Al anochecer, las Fuerzas
Armadas tomarán control del país. Militares y policías entregarán la
Presidencia de Bolivia a Oscar Únzaga de la Vega.
Así lo explica en detalle Walter Alpire a su camarada Carlos
Kellemberger con quien se ha reunido en el refugio de Jaime
Gutiérrez en Alto San Pedro después de varias semanas de
inconexión.
“Alpire solicita la participación de Kellemberger como
uno de los dirigentes más importantes del partido y le
pide que convoque a los falangistas que se reunirán en
una casa en la esquina de las calles Jenaro Sanjinés y
Catacora para recordar el cumpleaños del Jefe y
servirse unas salteñas, tras lo cual les revelará el motivo
de la convocatoria, es decir el copamiento del Cuartel
Sucre en el inicio de la revolución. Esa información
causa impacto negativo en Kellemberger, quien dice no
estar de acuerdo en convocar a lo mejor del partido en
el cumpleaños del Jefe, día domingo y en una hora poco
apropiada. ‘Este será el presente griego más caro que
va a pagar la Falange. Pero, al mismo tiempo, quiero
decirte que voy a asumir la responsabilidad que se me
está dando porque soy falangista, porque soy
disciplinado y por lo mucho que conozco a Oscar’...”[167]
La reunión termina y los tres se separan. Jaime Gutiérrez empieza
su misión para el golpe definitivo de la Falange, ubicando un lugar
desde el que se movilizarán los grupos armados. Uno de sus
camaradas, Arturo Portugal (primo de Raúl), que se fue a vivir a
Cochabamba, le había dejado las llaves de unas habitaciones que
ocupaba en una casona antigua de la calle Figueroa, entre Santa
Cruz y Graneros. Entre tanto, Kellemberger convoca a sus
camaradas mediante correos confiables y aún personalmente para
asistir a la salteñada por el cumpleaños de Únzaga, el domingo a las
9 de la mañana, en la calle Jenaro Sanjinés casi esquina Catacora.
Son los hombres de primer nivel de FSB, que actuarán el domingo
en el Cuartel Sucre.
Llega a La Paz la delegación deportiva paraguaya incluyendo
periodistas y a Miss Paraguay, Graciela Scorza. Acuden a recibirles
sus colegas bolivianos además de la Reina del Deporte Boliviano,
Rosario Samsó; la Reina del Deporte Paceño, Corina Taborga y la
Reina del Básquetbol, Rosario Vivado, las tres jóvenes más
hermosas en ese momento.
El gobierno sostiene que, si accediera a satisfacer la demanda
salarial de los petroleros, tendría que aumentar el precio de los
carburantes en un 60%. Estalla la huelga general e indefinida de los
trabajadores de YPFB. El Ministro de Gobierno recibe un parte
confidencial asegurando que la Falange prepara un alzamiento para
el fin de semana. Asesores del Ministro Guevara saben que el
domingo es el cumpleaños de Únzaga; infieren que, de haber un
golpe, será el sábado.[168]
La lógica más elemental sugiere que al conocer el Dr. Guevara la
noticia del alzamiento, debió haber movilizado al alto mando policial
e informar al Presidente Siles para poner en apronte a los mandos
militares… salvo que no confiara en ellos, lo que resultaría absurdo
e incompetente en un régimen revolucionario que pretende
eternizarse en el poder, cuyo Ministro de Gobierno se ve a sí mismo
como el futuro Presidente de la República. Oscar Únzaga ignora
esta nueva filtración, pero resulta obvio que la conocen el Gral.
Ovando Candia y el Cnl. Guzmán Gamboa, lo cual favorece los
planes del jefe falangista pues tendrá al Ejército y a la Policía en
alerta para coronar la conspiración que los ata a la conspiración.
SÁBADO 18
La delegación paraguaya parte muy temprano a Huatajata para una
excursión por el lago Titicaca. Es un día tranquilo y soleado en La
Paz, hay poca gente en el centro de la ciudad y a nadie llama la
atención un hombre de sombrero que llega a la calle Batallón
Colorados e ingresa en la casa donde está Oscar Únzaga. Es
Carlos Kellemberger. Minutos después, el visitante deja ese
inmueble, llevando dos sobres cerrados y vuelve a perderse por la
calle Federico Zuazo. A trescientos metros, el universitario cruceño
Fausto Medrano se encuentra en su oficina de la Confederación
Universitaria Boliviana (CUB), en la vieja construcción posterior al
monoblock de la UMSA. Una persona le entrega un sobre cerrado.
Está firmada por “Monseñor”, seudónimo de Enrique Achá, quien lo
convoca a presentarse al día siguiente en la calle Larecaja 188,
casa de la señora Cristina de Serrano, a quien debe darle la palabra
de pase “Patria”. Medrano quema el papel. Ni Únzaga, ni
Kellemberger ni Medrano saben que a esas horas, el aparato
represivo del gobierno está en emergencia a la espera de un golpe
falangista. El Ministro Walter Guevara Arze había recibido el soplo
de que los falangistas intentarían un alzamiento ese fin de semana,
pero no tiene el dato del momento exacto, suponiendo que será este
sábado, porque al día siguiente era cumpleaños de Únzaga.
También ajeno a esa situación, Jaime Gutiérrez Terceros emplea la
mañana trasladando el lote de armas que acopió en la Avenida 20
de Octubre. Lo hace en varios viajes de taxis. Lleva las armas
envueltas en saquillos. Por la tarde recoge a Jorge de la Vega de su
casa en el Montículo. Llegan al cuarto de la calle Figueroa y
Gutiérrez le muestra el pequeño arsenal, explicándole su misión:
como es militar y conoce de armas, tiene que ponerlas en estado
operable para el día siguiente. “Me pide algunos elementos que
necesita, calcula que el trabajo de limpiarlas y ponerlas en estado
demandará varias horas. Decidimos que se quedará allí a dormir…”.
[169]
La madre de Jorge de la Vega había recibido cordialmente a Jaime
Gutiérrez, pero se molestó con el visitante cuando vio que su hijo
abandonaba la casa. Su presentimiento de madre se confirmará
horas más tarde, cuando la doctora Úrsula Beck de Conrad llega en
su automóvil con la señora Rebeca de la Vega viuda de Únzaga,
quien quedó hospedada allí por precaución.[170]
A media tarde, un grupo de señoras se reúne en el domicilio de la
falangista Aida Palma en San Pedro. Se sirve un té para celebrar la
víspera del cumpleaños de Oscar Únzaga. Acude, entre otros,
Antonio Anze Jiménez (“Andrés”).
“Sorpresivamente llega Carlos Kellemberger, a quien no
veía en mucho tiempo y me entrega un sobre blanco,
un poco abultado, pero yo no lo abrí, sólo abracé a
Carlos y le pedí que se quede a tomar el té, pero él no
podía quedarse. Entonces les dije a las señoras un
discurso muy emotivo y luego dejamos el lugar en un
taxi. Yo estaba en la clandestinidad, viviendo en la
tienda de don Arturo Clavel, en la calle Almirante Grau
donde tenía su taller. Allí entramos con el teórico Ponce
y Franz Tezanos Pinto. Abrí el sobre que contenía
800.000.- bolivianos (unos 75 dólares) y leímos la carta
de Oscar dirigida a mí que decía ‘Querido Andrés:
estoy cambiando de refugio, no te informé porque
estaba muy ocupado. Tú estás informado de todo esto
que es grande por las instituciones y las personas que
están participando. Pero si esto fracasa, yo sé de mi
destino. Se confirmará lo que decías, el partido dejará
el golpe de Estado para ir al alzamiento popular. Tú,
con la gente que está bajo tu mando, llevarás adelante
la lucha del partido y buscarán el poder’. Luego de leer
nos paralizamos los tres porque presentimos un final
trágico. Tomé el dinero, lo repartí y nos separamos…”.
[171]
Una página interior de la edición vespertina de Ultima Hora lleva una
invitación de la dirigente falangista Wally Ibáñez para asistir a una
misa de salud en ocasión del 43º aniversario natal del jefe de
Falange Socialista Boliviana. Otras organizaciones femeninas de
FSB encargan otras misas en San Francisco, San Agustín y María
Auxiliadora, todas en la mañana del día siguiente.
A las 19:00, en el departamento de los Serrano, calle Larecaja 188,
jóvenes amigos de María Eugenia Serrano (adolescente, estudiante
del Inglés Católico) asisten a una fiesta para despedir a su prima
Lourdes Caballero, en vísperas de viajar a la Argentina. La música
de Paul Anka y Los Cinco Latinos se deja escuchar en toda la
casona donde viven varias familias. Las fiestas de este tiempo se
reducen a servir masitas, jarras de refresco con manzana picada y
rock and roll. Cero alcohol, quizás algún cigarrillo fumado a
escondidas. Cristina Jiménez de Serrano está a la expectativa junto
a la ventana, esperando a Oscar.
A la misma hora, Mario Gutiérrez Pacheco y su esposa asisten a
una fiesta de bautizo en la calle Boquerón, zona de San Pedro. El
padrino es Walter Alpire. A las 20:00, mientras los invitados están en
el comedor, Alpire le pide a Gutiérrez acompañarle al living.
Conversan sobre el cumpleaños de Oscar y la salteñada del día
siguiente. Llega Augusto Pereira, Alpire pide a Gutiérrez
permanecer en la sala, mientras el recién llegado informa sobre los
responsables de los grupos operativos del día siguiente, con el
agregado de que las armas están en lugares seguros, pero aún se
trabajaba en ese aspecto. Gutiérrez Pacheco, que se entera sólo en
ese momento, agradece la confianza del Secretario Regional y
Pereira se despide con un abrazo, deseándose esos tres hombres
éxito en las misiones que tendrán al día siguiente.
Casi a continuación llega un militar en traje de civil, quien entrega a
Alpire el plano del Cuartel Sucre, con detalles numerados de los
pabellones y corredores, el patio y los depósitos de armas y
municiones, que eran considerables, lo que tiene “gran importancia,
puesto que la toma del Cuartel Sucre había sido planificada, no
tanto por su ubicación estratégico -a tres cuadras del Palacio de
Gobierno- sino porque era bien conocido que el Regimiento allí
albergado, tenía una importante cantidad de armas de todo tipo y
calibre”.[172] Son los fusiles M-1, carabinas M-2, ametralladoras
pesadas y ligeras Browning, bazucas y morteros, fruto de las Notas
Reversales entre los gobiernos de Bolivia y los Estados Unidos,
destinadas a mantener la seguridad interna en Bolivia y sostener al
gobierno revolucionario que paradójicamente se van a volver contra
sus beneficiarios.
Mario Gutiérrez Pacheco hace conocer a Walter Alpire sus dudas
sobre los militares, recordándole que en más de una oportunidad
habían olvidado sus compromisos para finalmente actuar en favor
del gobierno. Pero Alpire ratifica que “el Gral. Alfredo Ovando es
quien ha hecho llegar el plano”. Gutiérrez recuerda entonces que
Ovando había sido juramentado como falangista varios años atrás
por Enrique Montalvo y Cosme Coca, quedando más tranquilo.[173]
Ovando entre tanto, permanece en su despacho del Gran Cuartel de
Miraflores, reuniéndose con oficiales que ingresan y salen de esa
oficina.
A las 20:30, cuando la gente abandona la función de tanda de los
cines del centro paceño, Lidia Pinto Landívar, conduciendo un
automóvil, recoge de la calle Batallón Colorados a Oscar Únzaga y
René Gallardo que se acomodan en la parte posterior. Únzaga viste
un atuendo negro de sacerdote incluyendo el sombrero de ala
redonda; Gallardo lleva terno, un abrigo, sombrero y un maletín de
regular tamaño. Ambos están armados. Antes de las 21:00 llegan al
número 188 de la calle Larecaja 188, en cuya puerta los espera
Cristina (38 años) y su esposo, el Dr. Luis Mario Serrano (dentista,
44 años). Es tenue la luz del alumbrado público. Antes ya estuvieron
en esta casa en dos oportunidades. Suben las gradas ingresando
directamente al comedor y luego al dormitorio del matrimonio, cuyo
ventanal hace ángulo en la confluencia de las calles Larecaja y
Teniente Oquendo. A Gallardo le preocupa la altura de esa ventana,
menor a dos metros de altura, de muy fácil acceso desde la calle.
En el living, la fiesta está en su tramo final, con una estridente ronda
de Bill Haley. Cuando todos los jóvenes se van, alrededor de las
22:00, Cristina convida a sus huéspedes café y masitas sobrantes
de la fiesta, que se sirven Oscar, Gallardo y Luis Mario Serrano. Los
tres hijos María Eugenia (16 años), María Renée (14) y Marco
Antonio (11) ya están en su dormitorio, contiguo al comedor de su
abuelo, el coronel (retirado) José Luis Serrano y su segunda esposa
Gaby Díaz de Serrano. El Cnl. Serrano es el padre del Dr. Serrano.
Ignora que a pocos pasos está el hombre más buscado de Bolivia.
Son más de las 22.00. Gonzalo Romero se sorprende cuando su
amigo Jorge del Solar, importante militante del MNR, llega a su
domicilio de la calle Hermanos Manchego para preguntarle, en
carácter confidencial, si sabía que en las próximas horas FSB daría
un golpe de Estado, añadiendo que, si nada conocía, tomase algún
recaudo, porque la supuesta acción subversiva era de conocimiento
del gobierno. Aunque la información no es precisa, a Romero le
preocupa la filtración, pero nada puede hacer pues ya ha perdido el
rastro de Únzaga y no le queda más que esperar.[174]
La filtración se esparce entre moros y cristianos. Víctor Vega, un
aguerrido falangista de base, que a pesar de su importancia
combativa ignoraba el plan revolucionario, es convocado
sorpresivamente por el jefe de la célula falangista de Puente Negro,
quien le dice que “si quiere abrazar al Chapu al día siguiente, te
presentas a las 8 de la mañana, bien cambiado y con corbata en la
puerta de la Fábrica Vita”.[175]
Pasadas las 22:30, Roberto Freire Elias y Víctor Sierra se despiden
en la Plaza Alonso de Mendoza. Ambos están citados para las 9:00
en la Zona Norte, casa de la familia Vera de la calle Jenaro Sanjinés
esquina Catacora. Ya están avisados todos los dirigentes falangistas
que asistirán al día siguiente a la salteñada.
Un poco antes de las 23:00, llega a su fin una larga reunión en el
Palacio Quemado de la que participan el Presidente Hernán Siles, el
Ministro Secretario Guillermo Bedregal, el Ministro del Trabajo
Aníbal Aguilar y el de Agricultura Jorge Antelo. Mientras Siles se
marcha a su domicilio, los tres ministros deciden tomar un trago. En
el mismo instante en que salen a la Plaza Murillo, un funcionario del
Palacio entrega a Bedregal un sobre con el rótulo de “confidencial”.
Llegan al night club Sans Souci, en la primera cuadra de la calle
Aspiazu, un lugar agradable en semi-penumbra, donde se puede
escuchar buena música y beber whisky. Alumbrado por una linterna,
Bedregal lee el contenido del sobre y se queda alelado: ¡FSB se
lanzará en las próximas horas a un golpe! Deciden dar parte a las
autoridades cuando divisan, al fondo del mismo local, “la calva
inconfundible del Dr. Guevara, Ministro de Gobierno… acompañado
de una muy buena moza, una dama desconocida”.[176]
“Cuando Guevara nos reconoció, de pie frente a su
mesa no pudo ocultar su disgusto y prescindiendo de
su pareja y después de los saludos pertinentes le
rogamos que nos escuchara. En efecto así lo hizo pero,
con un gesto entre escéptico y despreciativo…
Guevara, dominado por su conocida soberbia, rechazó
de plano nuestras conjeturas que ciertamente tenían
mucho de subjetivas y nos despidió despectivamente.
Retornamos a nuestra mesa dominados aún por
nuestros temores, pero también aliviados por la actitud
del Ministro de Gobierno que uno supone que conoce y
controla el tema mejor que nosotros”.[177]
En la calle Larecaja 188, Unzaga duerme su último sueño en la
cama de su prima Cristina. René Gallardo ocupa la del Dr. Serrano.
En el cuarto de los niños, están María Eugenia y María Renée,
mientras Cristina duerme con su hijo menor Marco en la misma
habitación. El Dr. Luis Serrano pide hospedaje a su suegro don
Ismael Jiménez, padre de Cristina, quien vive a pocas cuadras, en la
Zona Norte.
No es posible establecer si el Ministro de Gobierno retorna a su
despacho en la Avenida Arce o a su domicilio ubicado a corta
distancia. La ciudad es una taza de leche.
XXXII - 19 DE ABRIL DE 1959

:45 am. Las campanadas de la Catedral se confunden con las


05 de la Recoleta y San Francisco. Únzaga reza invocando la
bendición de Cristo Rey para las armas falangistas. Repasa
mentalmente lo que sucederá este día. Nada puede fallar. El plan
define acciones, distribuye responsabilidades, fija metas políticas,
pero si algo sale mal, contempla alternativas. Un grupo de valientes
desatará la acción en el área de San Francisco, se apropiará del
principal medio de comunicación en día domingo, -Radio Illimani-,
paralizará el nervio central del Control Político, privará al gobierno
de telefonía, neutralizando cualquier reacción defensiva. El
comando principal dejará sin escolta al Presidente de la República,
tomará sus armas y hará suyo físicamente el Palacio de Gobierno
con otros combatientes que esperarán en el atrio de San Agustín.
Nada más. El resto lo hará la Policía con Guzmán Gamboa, el
Ejército con Ovando Candia y la Fuerza Aérea con Barrientos
Ortuño. Se cuenta desde el primer momento con la participación
física del Regimiento Ingavi, el Colegio Militar, el Regimiento Bolívar
de Viacha, el Politécnico Militar de la Fuerza Aérea y los dos
grandes regimientos de carabineros en La Paz.
Enfrentados los mineros al Dr. Siles Zuazo, esa fuerza determinante
del occidente (Oruro y Potosí) quedará neutralizada, lo mismo que
los petroleros, los ferroviarios, los maestros y las universidades,
cuyas dirigencias aceptarán o no se opondrán al cambio político.
Los falangistas en las ciudades vallunas (Cochabamba, Sucre,
Tarija) se movilizarán en conjunto con las guarniciones militares y
policiales que controlarán, de inicio, cualquier eventual oposición
campesina. El oriente, con Santa Cruz a la cabeza se adherirá de
manera natural. Es el último golpe de Estado de FSB, diseñado con
la experiencia de quien conoce los riegos y teme las consecuencias
porque las ha sufrido en carne propia. Sin gestos improductivos, ni
masas delirantes, ni carnicería inútil, el plan fue burilado con la
paciencia de un orfebre de la lucha armada, cuidando cada detalle,
cada momento, las claves, las armas, la gente, con economía de
gestión, sin dejar nada al azar, salvo el error humano. En 30 horas,
Oscar Únzaga de la Vega estará presidiendo la primera sesión de su
gabinete, con Mario R. Gutiérrez en la Cancillería, Gonzalo Romero
en la Secretaría de la Presidencia, Enrique Achá en el Ministerio de
Gobierno, Julio Álvarez Lafaye en Defensa, Walter Alpire en
Hacienda, Dick Oblitas en Minería, Dr. Conrad en Salud, Ambrosio
García en Obras Públicas, Daniel Delgado en Trabajo, Guillermo
Köenning en Agricultura, Víctor Hoz de Vila en Prensa. Asuntos
Campesinos se transformará en Asuntos Indígenas a cargo de
Mario Ramos y hay designaciones por hacer. Tendrán que estar con
él los falangistas que han compartido su suerte sin un lamento, el
General Bilbao Rioja, Carlos Kellemberger, Jerjes Vaca Diez,
Gustavo Stumpf, Enrique Montalvo, Carlos y Marcelo Terceros,
Jaime Tapia Alipaz, Luis Mayser, José Gamarra, Walter Vásquez
Michel, Marcelo Quiroga Galdo, Víctor Kellemberger, Carlos
Prudencio, Jaime Gutiérrez Terceros, Napoleón Escobar y los miles
de torturados y exiliados que perdieron todo, menos coraje.
06:00 Cristina pone a hervir el caldero para el desayuno. La
cocinera Isabel tendrá una mañana brava arreglando los cuartos,
ordenando el living que ha quedado patas arriba luego de la fiesta
juvenil de la víspera y preparando el almuerzo. Cristina planifica la
compra de una cantidad mayor de pan que la habitual.
06:05 De la Avenida Quintanilla Zuazo parte un camión de mediano
tonelaje rumbo a la calle Almirante Grau, zona de San Pedro, desde
donde se trasladará un lote de armas hasta la calle Jenaro Sanjinés
esquina Catacora, casa de la familia Vera. Aquí se va a reunir una
treintena de falangistas en las próximas horas.
06.20 En distintos domicilios de La Paz, varias mujeres se preparan.
Wally Ibáñez, Hortensia González de Wallpher, Carmela Gallardo y
muchas otras más conocen su papel en este día. Todas han sufrido
el acoso de milicianos y barzolas, han sido escupidas, insultadas,
manoseadas, golpeadas, encarceladas y muchas han sufrido ese
Calvario al lado de sus hijos pequeños. Ellas sienten que hoy les
toca comulgar, rezar a Dios por su jefe y alentar a los hombres para
tomar las armas y expulsar a quienes las ultrajaron, reeditando la
acción de los paceños un siglo atrás para derrotar a las huestes de
Mariano Melgarejo.
06:30 Walter Alpire desayuna en la casa de la calle Ballivián esquina
Colón. Repasa mentalmente el plan. Es histórica su responsabilidad
en este día. En Obrajes, el mayor Julio Álvarez Lafaye toma una
ducha que lo alivia de una noche de insomnio. Le preocupa la
convocatoria que le ha hecho llegar Oscar Únzaga, a quien no ve
hace tiempo.
06:40 Mario Gutiérrez Pacheco bebe un jugo de papaya para
sosegar el ardor en el estómago. Su hijo Guillermo y su esposa
Guichi se irán a la casa de su suegra en la calle Chuquisaca.
Gutiérrez está ansioso: no sólo es alto dirigente de la Falange y
editor de ANTORCHA; también quiere desquitarse de
confinamientos, torturas y abusos. Un sujeto, abogado del MNR, de
apellido Cárdenas, se apropió de la planta baja de su casa donde
vive gratis y ha instalado el comando del MNR en la Zona Norte.
07:00Oscar Violeta, operador de Radio Illimani sale al aire con el
programa “El Club de la Amistad”. Siguiendo un guión, Violeta
combina los parlamentos que va leyendo la locutora Rosario
Castillo, difundiendo los temas musicales que han solicitado en la
semana los radioyentes, entre boleros, tangos y aires nacionales de
Raúl Show, Gladys Moreno, Los Pepes, Los Cinco Latinos y otros
artistas. La Emisora del Estado es la de mayor potencia y llega a
todos los confines de la patria.
07:15 Gutiérrez Pacheco ingresa al refugio de Luis Llerena en la
Avenida Ecuador. El jefe de los Camisas Blancas ha vuelto de un
largo exilio (su hermano Reynaldo permanece en el norte argentino)
y debe sumarse al grupo de Raúl Portugal para la toma de Teléfonos
Automáticos. Está un poco molesto porque siendo ayudante
personal de Walter Alpire lo movieron del grupo principal que debe
actuar en el Cuartel Sucre a uno que juzga menos importante, que
sólo debe allanar la central telefónica. Desconoce que esa
operación es determinante para la suerte del golpe y sin presentir
que ese cambio le permitirá conservar la vida.
07:20 En Miraflores, Cosme Coca empieza a vestir la ropa de
ocasión que llevará este día: traje, chaleco y corbata. Acudirá a una
salteñada a la que quizás asista su jefe Oscar Únzaga, a quien no
ve hace mucho tiempo. Ignora que hay un golpe en marcha. Coca
ha sufrido prolongado destierro en Argentina, quebrando su
economía familiar. Sus perseguidores se ensañaron con su esposa
y sus hijos pequeños, que en su ausencia han sufrido pobreza,
allanamientos y robos por parte de los milicianos.
07:25 Celia de Camacho abre su tienda en la calle Murillo para la
primera venta de pan a sus caseros. Hace poco fue vejada por un
grupo de milicianos. “Ciento por ciento me haz de pagar”, canturrea.
Circulan los diarios de la fecha llevando la salutación de la
Delegación de Prensa de FSB por el cumpleaños de Oscar Únzaga
de la Vega.
07:30 El Director Nacional de Policías, coronel Julián Guzmán
Gamboa junto a su hijo, el capitán Germán Guzmán López, ingresan
al polígono de tiro del Regimiento Aliaga, donde habrá una
competencia de tiro al blanco con participación de oficiales de la
Policía y miembros de la Embajada Americana.
07:45 En Cochabamba, Dick Oblitas y Gastón Moreira desayunan
para luego dirigirse al local que atienden ambos, “Copetín al paso”,
en la calle España. Pese a su elevada posición social de otros
tiempos, impedidos de trabajar de acuerdo a sus capacidades
intelectuales, sirven salteñas, bebidas y confitería. Oblitas es el
representante personal de Unzaga y Moreira el Secretario Regional
de FSB en Cochabamba. Tienen todo listo en caso de una
revolución para la que les avisarán con 24 horas de anticipación.
Ignoran completamente que este domingo es el día.
07:56 Ingresa al Palacio de Gobierno el capitán René Mattos,
segundo comandante del Batallón Escolta “Waldo Ballivián”, que
tiene su sede en el Cuartel Sucre, a dos cuadras de la Plaza Murillo.
08:00 A una cuadra de la Plaza Murillo, Walter Alpire -que ha
dormido en su casa después de varias noches- su despide de su
esposa Helena, quien alimenta a su bebé de cuatro meses; su otro
hijo de siete años aún duerme. Alpire dice que va a una salteñada.
08:02 Víctor Vega llega vestido de traje y corbata a la Fábrica Vita al
final de la Avenida Manco Capac, “para abrazar al Chapu”. No
encuentra a nadie conocido y se queda allí en espera.

08:10 Jaime Gutiérrez se reúne con Jorge de la Vega en la casa de


la calle Figueroa, donde este ha dormido. Las armas están listas
para la acción. Gutiérrez tiene 24 años y le debe al gobierno la
destrucción de su familia, razón por la que ha consagrado su vida en
la lucha contra el MNR. Jorge de la Vega, oficial de Ejército dado de
baja, perseguido y encarcelado, ha luchado al lado de su primo
Oscar Únzaga y estuvo en casi todos los alzamientos
revolucionarios del último año en Santa Cruz.
08.20 El Cnl. José Luis Serrano, padre del Dr. Luis Serrano y suegro
de Cristina, se despide de su esposa Gaby Díaz de Serrano y sale
de la casa de la calle Larecaja 188 rumbo a Mallasilla para su
habitual jornada dominguera de golf. El coronel Serrano es un
meritorio militar, héroe de la Guerra del Chaco, trabaja para la firma
MacDonald y es miembro de la Masonería y del Rotary Club.
08.30 Únzaga y Gallardo arreglan las camas en las que han
dormido. Ingresa Cristina llevando una bandeja con tazas de café,
una bandeja con pan del día, una barra de mantequilla y pedazos de
queso. Únzaga sólo toma café, lo mismo que Gallardo. Ambos
fuman. Ingresan a la habitación María Eugenia y María Renée para
felicitar a su tío Osquitar por su cumpleaños. Es un día soleado.
09:00 Mario Gutiérrez Pacheco, llega a la casa de la familia Vera,
donde ya están Cosme Coca, Roberto Freire, Fidel Andrade, Mario
Murguía y Hugo Álvarez Daza.
09:10 Van ingresando Mario Salas, José María de Achá, Luis
Saravia, Mario Camargo, Humberto Acero, Francisco Loayza,
Gerardo Quisbert, Martín Zavala, Guillermo Gómez, Víctor Chávez,
Guillermo González, Gregorio Mollinedo, Luis Concha y Luciano
Quispe. Excepto éste último, que es dirigente campesino
recientemente incorporado a FSB, todos tienen dolorosas marcas en
común: los han golpeado, torturado, encarcelado, arruinado sus
economías y destruido parte de sus vidas. No han respetado ni a
sus madres ni a sus esposas ni a sus hijos pequeños. Son jóvenes,
pero todos han vivido en exceso las desgracias de una revolución
de “hombres lobos”, lo que los incapacita para comprender los
avances sociales de la misma. Sin embargo, conservan un agudo
sentido del honor y les sobra valor. Sólo falta Víctor Sierra. La
mayoría ignora que habrá una revolución, pero todos la intuyen.
09:15 Carlos Kellemberger, su pariente y amigo Fabián Golac y
otros dos falangistas llegan hasta un garaje de la Avenida
Quintanilla Zuazo, donde brindan por la salud de su jefe Oscar
Únzaga. Allí está ya el camión con las armas recogidas de la calle
Almirante Grau. Kellemberger pide a sus amigos acompañarlo a una
casa en la calle Catacora para reunirse con otro grupo de
camaradas. Bajan la Avenida República y tuercen por la Estación,
sin ingresar por la Avenida Manco Capac, donde espera Víctor Vega
en la puerta de la fábrica Vita. Esto va a salvarle la vida.
09:20 El Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando
Candia, ingresa al Gran Cuartel de Miraflores.
09:25 Luis Llerena llega a la casa de la calle Figueroa y un minuto
más tarde Raúl Portugal y Jorge da Silva.
09:30 Comienza un concurso de tiro al blanco en el polígono de tiro
del Regimiento Aliaga, con los equipos A y B, integrado por oficiales
de la Embajada Americana y oficiales de la policía boliviana.
09:35 Varias personas se han reunido en la calle Jenaro Sanjinés
casi esquina Catacora. Con palabras vibrantes, Alpire confirma lo
que sus camaradas sospechan. ¡Dios mío, llegó la hora! Los
falangistas ingresarán al Cuartel Sucre y probablemente sólo
tendrán que reducir a la guardia, en una acción política meramente
simbólica, porque todo estará preparado de antemano por el
compromiso con el Gral. Ovando Candia. Despliega el croquis del
cuartel y asigna a cada quien una misión, recibida con una mezcla
de temor y júbilo. Conforma cuatro grupos, el primero a cargo del
propio Alpire y Fidel Andrade que debe copar a los efectivos
militares -en su mayoría conscriptos bisoños-, desarmarlos y
ubicarlos en las cuadras. El segundo grupo, comandado por Carlos
Kellemberger, encargado de controlar el parque de armas,
distribuirlas a quienes carecieran de ellas y enviarlas a los
falangistas que las esperarán en la plazoleta contigua a la Alcaldía y
el atrio de San Francisco. El tercer grupo encomendado a Mario
Salas, cuyo propósito es atemorizar a los soldados con dos
granadas, empero inservibles. El cuarto grupo, de sólo dos
personas, está a cargo de Mario Gutiérrez Pacheco, quien debe
permanecer en la puerta del cuartel y controlar el perímetro del
ángulo de las calles Sucre y Colón; llevará un revólver de fogueo,
con la misión de alertar, si acaso se diera el caso de que llegaran
hombres del gobierno.[178] El único disconforme es José María de
Achá pues su cojera le priva de estar en la partida y se muestra
amargado. Son 29, todos se preparan, pero sólo llevan cuatro
metralletas, dos rifles, cinco revólveres (uno de fogueo), dos
granadas inútiles y unas cuantas balas. No importa, en el Cuartel
Sucre les espera todo un arsenal y el apoyo militar que facilitará las
cosas. Entre esos hombres está Carlos Prudencio, un oftalmólogo
graduado en España que nunca se desempeñó en su profesión al
asumir la tarea de cuidar en el exilio a doña Rebeca a quien
considera como a su madre; ha pedido ser incorporado a la
revolución, pese a que nunca disparó un arma de fuego.
09:45 Alfonso Guzmán Ampuero sale de su casa en la calle Murillo.
Sabe que sus camaradas se están armando a corta distancia. Todo
parece normal, en la esquina de la calle Tiquina una mujer vende
llauchas[179], las señoras adquieren productos en el Mercado Lanza,
las campanas de San Francisco llaman a misa de 10. Media docena
de lustrabotas cumple su trabajo junto a las rejas del atrio, en cuyo
centro está la imagen en bronce del santo de Asís sobre un pedestal
de dos metros. Los vendedores de periódicos vocean: “Diario,
Presencia…” PRESENCIA incluye una noticia destacada: “Mañana
lunes 20 pasará a la Cámara de Diputados el expediente del juicio
criminal seguido por Oscar Únzaga de la Vega contra Víctor Paz
Estenssoro por varios delitos contra el Estado y la ciudadanía”.
También publica la invitación de Wally Ibáñez, de la Sección
Femenina de FSB, para asistir a una misa en María Auxiliadora por
la salud de Únzaga en su 43 aniversario natal.
09:50 De una habitación, en una calle poco frecuentada de Alto
Sopocachi, sale Enrique Achá. Caminará un par de cuadras para
llegar a la Avenida Ecuador. Hace una llamada telefónica, quien le
responde le informa que el Gral. René Barrientos está en ese
momento en Cochabamba. Achá toma un taxi que lo dejará en la
Avenida Perú.
10:00 Roberto Freire deja al grupo de la calle Jenaro Sanjinés para
trasladarse a la casa de “Perdigón” Portugal, en la calle Figueroa.
Allí están unos treinta falangistas. Jaime Gutiérrez va distribuyendo
las pocas armas disponibles a quienes en un momento saldrán a
batirse a las calles.
10:10 Mucha gente va ingresando al Olimpic de la calle Nicolás
Acosta para un espectáculo deportivo. Adolescentes y niños se
dirigen a las salas cinematográficas. Parejas de jóvenes se preparan
para encontrarse en el paseo de El Prado y servirse salteñas en el
Tokio. No habrá cadetes pues están castigados.
10:20 Llega a la casa de la calle Larecaja 188 un hombre alto de
apariencia distinguida y da la palabra de pase: “Patria”. Es el mayor
Julio Álvarez Lafaye, dado de baja del Ejército, funcionario de la
Embajada Americana. Hace tiempo que no ve a Únzaga y le
transmite los mejores deseos de su esposa Elena (Pinto Escalier);
lleva consigo la cruz que ella le obsequiara con la fecha grabada de
su salida de los campos de concentración, tras 26 meses de prisión.
10:25 Víctor Sierra llega a la casa de la calle Jenaro Sanjinés y
Catacora. Transmite a Walter Alpire su preocupación por que el Cnl.
Guzmán Gamboa ha desaparecido y no está ni en su domicilio ni en
su oficina del Regimiento Aliaga. Ignora que en ese momento, el
máximo jefe policial está en un certamen de tiro al blanco. Sierra se
suma al comando falangista que espera, tenso y ansioso, el
momento de cumplir su misión.
10:30 Se asoma a la puerta de la calle Larecaja un hombre robusto
y moreno que también pronuncia la palabra en clave “Patria”.
Cristina lo conduce a presencia de Únzaga. Es Enrique Achá, quien
informa a Únzaga algunos pormenores de lo que va a empezar a
suceder nada más en minutos. Confirma que el Cnl. Guzmán
Gamboa y el Gral. Ovando están a la espera y prefiere guardar para
sí la ausencia del Gral. Barrientos.
10.40 Desde distintos puntos de la ciudad van llegando a la catedral
los alumnos de los colegios católicos para asistir a la misa
concelebrada en homenaje al nuevo Nuncio Apostólico, Monseñor
Carmine Rocco, llegado al país en la semana. Cosme Coca, pronto
a partir rumbo al Cuartel Sucre, sabe que su hijo Hugo de 9 años,
alumno del Colegio La Salle, estará también en esa misa, pero nada
puede hacer y sólo ora en silencio para que Dios lo proteja. Su otro
hijo, Cosme, de 17 años, está en la matinal del cine Tesla, donde se
exhibe “Alejandro el magno”.
10:45 Únzaga, Gallardo, Achá y Álvarez conversan en el dormitorio
del Dr. Serrano. Reina en el ambiente un tonificante optimismo.
Achá explica que el Regimiento Calama, eje del alzamiento, se
movilizará por su sistema interno de radio, una vez que los
falangistas estén en control de la central de teléfonos automáticos
en la calle Colón, al lado del cine Tesla. Esto significa que cortarán
el servicio en toda la ciudad, de manera que, de rato en rato, irá al
aparato telefónico de la casa, instalado en el living, para comprobar
si hay línea.
10:50 Llega Wally Ibañez a la puerta lateral del Colegio Don Bosco,
conversa con una mujer y luego ingresa a la Iglesia de María
Auxiliadora donde ya están otras de sus camaradas. Lo mismo
sucede en San Agustín y San Francisco.
10:55 Falangistas a órdenes de Guzmán Ampuero se empiezan a
juntar en los alrededores de San Agustín. Lo mismo sucede en San
Francisco, donde otros falangistas de base han ingresado a la misa.
10:59 María Eugenia Serrano, Gaby Díaz de Serrano y la hija de la
empleada Isabel toman asiento en una banca de la pequeña iglesia
de la calle Laja en la Zona Norte.
11:00 Empieza la acción. Los complotados en la calle Figueroa se
dan un abrazo y salen a cumplir sus misiones. Los primeros son
Roberto Freyre, Luis Sáenz Pacheco, Augusto Pereira y otros nueve
falangistas. Bordean el canchón de Bomberos y cruzan hasta el
edificio donde está Radio Illimani. Les siguen Jaime Gutiérrez
Terceros y Jorge de la Vega con otro grupo de diez falangistas
donde está uno de los hijos del exiliado mayor Elías Belmonte. La
mitad son universitarios, entre ellos Téllez, Sotomayor, Chelo y
otros; su misión es cubrir la puerta del garaje del Control Político,
ubicado justamente al lado del edificio de la Radio, pero sobre la
calle Potosí.[180] El Padre Francisco Villamil inicia la misa en la
Basílica de San Francisco, a la que acuden unas 300 personas,
entre ellas está un personaje inesperado al que pocos reconocen:
Claudio San Román.
11.01 Los comandados por Jaime Gutiérrez Terceros se apostan en
lugares estratégicos que les permiten controlar la esquina Potosí-
Jenaro Sanjinés, desde donde impedirán, a fuego de metralla, la
salida de milicianos o la movilización de sus unidades motorizadas.
11.02 Raúl Portugal, Luis Llerena, Jorge Da Silva y otros nueve
falangistas (entre los que va un técnico en telefonía), se desplazan
por la calle Murillo para dar la vuelta en la calle Oruro y dirigirse a la
central telefónica en la calle Colón, al lado del cine Tesla.
11:03 Freire y su grupo ingresan al edificio en cuyo tercer piso
funciona Radio Illimani.
11.04 Desde el Olimpic, calle Nicolás Acosta del barrio de San
Pedro, Cucho Vargas[181] comienza la transmisión del Festival
Deportivo Bolivia-Paraguay. Habrá un desfile de bellezas y un
encuentro entre los equipos de básquet Atlético Ciudad Nueva de
Asunción contra el Seleccionado Femenino de La Paz. Desde el
estudio central, el operador Oscar Violeta establece la conexión
para la transmisión que se va a prolongar aproximadamente hasta
las 13:30. Sólo están en la radio Violeta, la locutora de turno Rosario
Castillo, su enamorado Jaime Flores[182] -quien además es el
administrador de la emisora-, el portero Santiago Torres y su hijito
de cuatro años. Una vez que Violeta ha empalmado la transmisión,
Jaime Flores manda al portero Santiago a comprar salteñas.
11:05 Todos están en un pequeño hall donde ingresan los rayos del
sol, cuando inesperadamente aparece un puñado de hombres.
Algunos están armados. Con expresión educada, Roberto Freire
pregunta “¿Quién es el operador?”. Flores señala con la cabeza a
Violeta. Freire le dice “Por favor, a la cabina”.[183] Y agrega,
dirigiéndose al personal: “Estamos interviniendo esta radio en
nombre de Falange Socialista Boliviana, les garantizo su seguridad,
nada deben temer de nosotros, sabemos que ustedes son
trabajadores y no tienen relación con el MNR”.
11:06 Un camión está en la puerta del domicilio de la familia Vera.
Allí están las armas cubiertas por una frazada. Los hombres se
preparan.
11.07 Cucho Vargas está relatando el festival deportivo de
confraternidad… cuando capta en el “retorno” una voz desconocida.
Es Roberto Freire:
“Bolivianos: ¡La patria se ha salvado! En todo el territorio
de la Nación hay ahora antorchas encendidas, porque la
Revolución Democrática ha triunfado. Frente a la tiranía
del Movimiento Nacionalista Revolucionario, frente al
crimen y el latrocinio acaba de estallar la insurrección de
Falange Socialista Boliviana. Terminan hoy en este
mismo momento, siete años de angustia permanente, la
destrucción de la patria en manos de una camarilla
obediente de consignas comunistas. La revolución
falangista ha triunfado ya. Vanos son los esfuerzos
desorganizados del gobierno movi-comunista para
detener al pueblo en su afán de libertad. ¡Viva Bolivia!
¡Viva Falange Socialista Boliviana! ¡Viva el pueblo que
lucha por su libertad!”[184]
Una breve cortina musical con la marcha “Sargento Tejerina”, da
pábulo a pensar que “la revolución triunfante” cuenta con respaldo
militar. En la calle Larecaja 188, Únzaga y los suyos escuchan la
emisión de Radio Illimani y se sienten emocionados. El camino a la
victoria ha empezado.
11:08 El Ministro de Salud, Dr. Julio Manuel Aramayo llama a la
residencia del Presidente Hernán Siles Zuazo en Calacoto y le
comunica que algo irregular está sucediendo pues Radio Illimani
difunde el estallido de un golpe de la Falange. La emisión es
captada por parte de la población y también en la oficina central del
Control Político. Un grupo de agentes se pone en apronte y los
milicianos toman las armas saliendo a la calle Yanacocha, bajan
hasta la calle Honda (Mercado) desde la que avanzan hacia la
plazoleta de San Francisco.
11.09 Jaime Gutiérrez y sus seguidores observan gente armada que
sube por las gradas de la calle Honda. Cree que son falangistas que
ya llegan de San Agustín con armas enviadas del Cuartel Sucre.
Pero no, ¡son milicianos! Llegó la hora. Comienza el combate, caen
las primeras bajas, el tiroteo se intensifica. En el camión, Walter
Alpire y su grupo escuchan los disparos; aceleran…
11:10 El Presidente Siles llama a su Secretario Privado, Mario
Alarcón Lahore, éste le informa que efectivamente escucha disparos
de armas de fuego. Quedan en reunirse en el Cuartel de San Jorge
en el tiempo más breve posible. Roberto Freire continúa en el aire:
“¡Bolivia es nuevamente libre!... En la revolución
democrática que acabamos de iniciar, interviene todo el
pueblo. ¡Estudiantes, empleados, obreros unidos en un
abrazo fraterno, luchan en las calles contra las
desorganizadas fuerzas opresoras! … ¡Viva Bolivia!...
¡Viva la Revolución Falangista!
¡Atención… Atención camaradas falangistas…!
¡Atención pueblo paceño…!
11:11 El Ministro de Gobierno, Walter Guevara, confirma al
Presidente Siles que ha estallado el golpe falangista; los insurrectos
han tomado Radio Illimani, se combate en San Francisco. Siles cita
a Guevara en el Cuartel de San Jorge. Guevara pone a buen
recaudo a su esposa Rosa Elena y sus hijos Carlos y Ramiro,
llevándolos a la Embajada de Chile, frente a su domicilio en la
Avenida Arce, para luego dirigirse a San Jorge. Hay un extraño
sigilo en las acciones que toma Guevara pues, en plena
emergencia, no se toma la molestia de convocar al hombre que
comanda a la principal fuerza a su cargo, el Cnl. Julián Guzmán
Gamboa, quien en ese momento observa el campeonato de tiro al
blanco con revólver del que participan policías bolivianos y sus
amigos de la embajada americana.[185]
11:12 La transmisión va sumando una audiencia ya masiva en La
Paz. Freire y Sáenz informan:
“Tenemos un mensaje de la Secretaría Regional de la Célula de La
Paz. ¡Atención! Son instrucciones para los falangistas y para el
pueblo todo que debe sumarse a nuestra lucha contra la tiranía.
¡Atención…! El comunicado dice:
En este momento sagrado, cuando estamos en plena
batalla para reconquistar los sagrados derechos de la
patria y liberarla de la amenaza comunista, es preciso el
concurso de todos los falangistas. Consiguientemente,
se ordena.
Primero. - La militancia del Partido debe concentrarse
de inmediato en la Municipalidad y el Cuartel “Waldo
Ballivián” de la calle Sucre, con el objeto de recibir
armas e instrucciones para la acción. Ambos locales se
hallan en manos de la revolución democrática triunfante.
Segundo. - Las organizaciones zonales de Falange,
deben cumplir de inmediato las siguientes misiones: a)
apoderarse de los arsenales de zona del MNR y apresar
a los dirigentes emenerristas. B) conducirlos a la
Municipalidad o al Cuartel Waldo Ballivián en la calle
Sucre. C) vigilar, en sus barrios respectivos, las
embajadas, a fin de que ninguno de los asesinos y
mercaderes del gobierno derrocado puedan llegar a
ellas y burlar la justicia de nuestras leyes.
¡Viva Bolivia Libre! ¡Viva Falange Socialista Boliviana!
¡Viva la Revolución Democrática! Por Bolivia (Fdo.)
Walter Alpire. Secretario Regional de la Célula de La
Paz.”
11:13 El comando de Jaime Gutiérrez neutraliza a un grupo de
milicianos quienes se entregan con las manos en la nuca, siendo
encerrados en el sótano del edificio ubicado en la esquina Mercado
y Jenaro Sanjinés. Los falangistas controlan Radio Illimani y la posta
de Control Político. Pero otros agentes de Control Político están
haciendo un movimiento envolvente subiendo por las calles
Yanacocha, Comercio y la Plaza Pérez Velasco. Falangistas
disparan desde la azotea del edificio Sickinger.
11:14 El chofer del camión acelera. Van en la cabina Walter Alpire y
Cosme Coca. El resto ha trepado a la carrocería. Gutiérrez
Pacheco, Álvarez Daza, el doctor Prudencio, Andrade, Coca, Salas,
los hermanos Quintana, Camargo, Acero, Loayza, Quisbert, Saravia,
Torito Zavala, Gómez, Chávez, Mollinedo, Concha, Chávez, Pinaya,
Soto. Carlos Kellemberger está atrás y junto a él Fabian Golac. Si
bien la mayoría nunca empuñó un arma, van con ánimo optimista.
Recorren la calle Sucre, atravesando las calles Socabaya, Junín…
11:15 Freire y Sáenz continúan en el aire con vigor y elocuencia:
“¡Atención bolivianos! ¡Atención falangistas! ¡Atención
luchadores de esta jornada heroica! He aquí la
construcción primaria del Comando Revolucionario
Nacional. He aquí a los hombres que te conducen a la
victoria. Ellos son OSCAR ÚNZAGA DE LA VEGA, Jefe
de la Falange Socialista Boliviana y primer soldado de la
Resistencia; ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ, el rebelde más
sañudamente perseguido por la tiranía y WALTER
ALPIRE DURÁN, Secretario regional de La Paz.
“¡Bolivia es nuevamente libre!... ¡Viva Bolivia!... ¡Viva la
Revolución Falangista!”
11:16 El Presidente Siles sube a la ciudad en el automóvil
presidencial blindado, mientras su esposa, Teresa Ormachea de
Siles, su pequeña hija Isabel y una niñera se dirigen a la casa de un
pariente en un pequeño automóvil conducido por la Primera Dama.
11:17 El sector de San Francisco se ha convertido en campo de
batalla. Los frailes cierran las puertas del templo para proteger a los
fieles. La población percibe que se ha desatado una nueva
revolución y todos tienen sus aparatos de radio encendidos. El
tiroteo es captado en gran parte de la ciudad, lo escucha Oscar
Únzaga y también María Eugenia Serrano en la Iglesia de la calle
Laja. El Padre Luis Mellon, que celebra el oficio religioso, dice: “No
se preocupen, son los mismos del gobierno que están luchando
entre ellos”.
11:18 Las voces de Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco tienen ya
audiencia masiva:
“¡Atención! ¡Atención! Noticia de último momento.
¡Atención pueblo paceño! Las Fuerzas Armadas de la
Nación, nuestro glorioso Ejército y el Cuerpo Nacional
de Carabineros no pueden quedarse al margen de esta
acción libertadora. Anunciamos oficialmente que, en
estos precisos instantes el Comando Revolucionario de
Falange Socialista Boliviana ha tomado contacto con
altas autoridades de Carabineros y del Ejército.
Se nos acaba de comunicar que en varias zonas de la
ciudad, han estallado incendios. En Miraflores hay una
casa incendiada, lo mismo que en Sopocachi. Podemos
decir a ustedes en forma oficial que se trata de las
malhabidas residencias de Federico Álvarez Plata y
Ñuflo Chávez Ortíz que han sido asaltadas por el
pueblo…
¡Viva Bolivia!... ¡Viva la Revolución Falangista!”
11:19 Al escuchar aquello, Federico Álvarez Plata se estremece y
siendo la segunda figura de la República, toma el teléfono para
movilizar su partido en coordinación con el jefe del Control Político.
Ñuflo Chávez Ortiz, que ha escuchado alarmado por Radio Illimani
que su casa está ardiendo, se da cuenta de que es un bluff. “Salgo
del hogar y nos concentramos todos los del sector de izquierda
erradicados del gobierno silista en el local de la COB (plaza
Venezuela) y desde ahí planeamos la retoma de los lugares
capturados por la Falange…”[186]
11:20 El camión tuerce a la izquierda para ingresar por la calle
Bolívar y se detiene ante el portón del Cuartel Sucre. Los falangistas
van asistidos por la confianza de que el cincuenta por ciento de los
efectivos están de franco y que la mayor parte de la oficialidad
apoyará la acción.
11:21 Del comando falangista que va en la carrocería se desprende
Luis Torito Saravia, campeón profesional de box, quien con un cross
noquea al centinela y le arrebata su arma. Los falangistas
descienden, se reparten en los grupos establecidos previamente con
las pocas armas que llevan
11:22 El comandante de guardia, suboficial Plácido Rojas, que lleva
una espada por toda arma, intenta internarse al cuartel, pero Víctor
Sierra Mérida se lo impide. Los intrusos saben que cuentan con
gente favorable al interior, pero no saben quiénes ni cuantos.
11:23 Ingresan al patio del cuartel, sorprendiendo a los soldados que
en ese momento se dedican a su higiene personal. No hay reacción,
la acción de los falangistas se impone sin ninguna violencia.
11:24 Roberto Freire da una noticia contundente apoyado por Sáenz
Pacheco:
“¡Atención pueblo boliviano! ¡Atención falangistas!
El Comandante del Cuerpo Nacional de Carabineros,
coronel Julián Guzmán Gamboa se suma a la
Revolución Democrática. He aquí las palabras vertidas
hace unos instantes por el coronel Julián Guzmán
Gamboa al tomar el puesto de honor y sacrificio en el
Comando Supremo Revolucionario:
‘Estoy dispuesto a dar mi vida y mi carrera por defender
mi Patria del peligro comunista. Siempre dije al
gobierno y jamás lo oculté: estaré en contra de los
comunistas que se han apoderado del Gobierno’”.
11:25 Es el momento de las definiciones. Es ahora cuando el Cnl.
Julián Guzmán Gamboa debe movilizar las tropas de carabineros
bajo su mando. Álvarez Lafaye dirige los binoculares hacia El
Calvario, pero todavía no hay movilización policial. Ello está sujeto -
según el plan- a la toma de la central telefónica y en tanto eso no
suceda, Guzmán Gamboa no se moverá de su escritorio. Enrique
Achá ha ido por tercera vez al living del departamento de los
Serrano, pero los teléfonos siguen funcionando. Ajeno a tales
urgencias ¡Guzmán Gamboa disfruta del certamen de tiro en el
polígono policial!
11:26 Frente a los portones metálicos de Teléfonos Automáticos, los
falangistas Raúl Portugal, Luis Llerena, Jorge da Silva y otros se
encuentran ante una gruesa cadena que impide el paso. Les han
dicho que alguien les abrirá. Golpean el portón reiteradamente, pero
nadie acude al llamado, mientras se escucha el feroz combate a
cinco cuadras y los padres buscan desesperados a sus hijos que
están al lado, en el cine Tesla. Prefieren abandonar el lugar dejando
su misión inconclusa y se dirigen a la UMSA donde depositan sus
armas detrás del busto del Mariscal Santa Cruz, sin saber que con
ello sellan la suerte de la revolución. Al no controlar Teléfonos
Automáticos, el Cnl. Guzmán Gamboa tendrá un argumento para
incumplir su compromiso con Únzaga. [187] Pero nada está dicho
aún.
11:27 Roberto Freire continúa en el aire:
“¡Atención… Atención camaradas falangistas…!
¡Atención pueblo paceño…! ¡Otra noticia
importante! ¡Vital para la marcha triunfante de la
subversión contra el despotismo! ¡Atención! Se
completa el Comando Supremo Revolucionario
con la inclusión de los principales jefes del
Ejército y la Aviación, el Gral. Alfredo Ovando
Candia y el Gral. René Barrientos Ortuño…
Bolivia¡!Atención!... ¡Atención pueblo de La Paz!
Concluidas las charlas llevadas a efecto con las
Fuerzas Armadas de la Nación, podemos indicar
oficialmente la constitución definitiva del Comando
Supremo Revolucionario. Atención interior, pueblo
de Bolivia, ¡atención!
El Comando Revolucionario Nacional lo
componen las siguientes personalidades de la
Resistencia: Oscar Únzaga de la Vega, Alfredo
Ovando Candia, Enrique Achá Álvarez, Julián
Guzmán Gamboa, Walter Alpire Durán y René
Barrientos Ortuño. Repetimos. El Comando
Supremo Revolucionario acaba de quedar
definitivamente constituido: (REPITE A LOS
INTEGRANTES) Ese es el Comando Mixto
Revolucionario que a partir de este momento
asume la plena responsabilidad de la conducción
del país en reemplazo de la nefasta horda de
ladrones y criminales del MNR. Seis hombres lo
componen que significan el estrecho abrazo de la
ciudadanía y sus instituciones. Seis hombres que
representan la unidad política y geográfica de la
patria que ha vencido sobre sus verdugos…”
11:28 ¡Guzmán Gamboa, Ovando y Barrientos en el golpe! La
noticia ha sido mortífera para altos elementos del gobierno que
empiezan a buscar asilo.[188]
11:29 La gente sale a la calle en busca de sus hijos. Otros quieren
plegarse a la revolución falangista y van llegando hasta las
cercanías de San Francisco. Lo que falta son armas y algunas están
en el arsenal de los “varitas”.
11:30 El grupo comandado por Walter Alpire y Carlos Kellemberger
ingresa al segundo patio sorprendiendo a un grupo de suboficiales y
soldados, la mayoría de los cuales está descansando. Se produce
un leve intento de resistencia, pero la seguridad que muestran los
intrusos y el sonido de los disparos que realizan con las armas que
manipulan, convencen a los soldados de la conveniencia de levantar
las manos. El vecindario del centro metropolitano que escuchaba ya
el intenso tiroteo en San Francisco asume, por las nuevas
descargas de metralla, que el levantamiento se ha extendido al
sector de la Plaza Murillo.
11:31 Antonio Anze Jiménez, sumido en un mar de dudas sobre el
éxito de la acción revolucionaria, se dirige en un colectivo (bus) a un
refugio en Pura Pura. Al llegar a la Plaza Murillo escucha los pocos
disparos en el Cuartel Sucre, pero claramente el intenso tiroteo en
San Francisco. Baja en la esquina de Santo Domingo e ingresa al
templo para esperar el momento cuando sus camaradas tomen el
Palacio de Gobierno. Cinco cuadras más abajo, en el atrio de San
Agustín, la gente de Guzmán Ampuero espera las armas.
11:32 El Jefe de la Casa Militar, Gral. Gustavo Larrea, que por
casualidad se ha quedado a pasar esa noche en la casa de su
hermana, justamente frente a la casa donde está Únzaga -Larecaja
esquina Oquendo- recibe un llamado del edecán de servicio, capitán
David Padilla Arancibia, alertándolo sobre la intensa balacera en
San Francisco y unos disparos en el Cuartel Sucre. Larrea pregunta
si hay algo en la Plaza Murillo. La respuesta es negativa. Ordena al
capitán Padilla tomar medias para defender el Palacio. Larrea se
comunica con el Presidente Siles, quien lo cita en el Cuartel de San
Jorge.
11:33 Todo ha sido sencillo y rápido, sin derramar ni una gota de
sangre, tal como lo tenía previsto Oscar Únzaga.[189] El comandante
del regimiento Escolta, Cnl. Lafaye, está de baja por enfermedad y
el subcomandante, capitán Mattos, en la misa de La Merced con su
familia. Se supone que ambos guardan estrecha relación con el
Gral. Ovando y su ausencia favorece la toma -casi simbólica- del
cuartel por los falangistas.
11:34 Sin sospechar que el libreto imaginario se cumplía en parte,
Freire y Sáenz anuncian que los falangistas se están armando en el
Cuartel Sucre y atacan a los esbirros del régimen derrocado:
“Informa la Emisora de la Libertad… ¡Atención!
¡Pueblo boliviano, atención! Los verdugos, los
sicarios, los que ensangrentaron nuestra tierra no
existen ya. Anunciamos que el pueblo ha buscado
a sus verdugos y los ha hecho objeto de su
justicia.
Sabemos que hace un momento, mientras huían
de La Paz, San Román y Menacho fueron
alcanzados por una brigada libertadora y murieron
en la refriega en manos del pueblo al que
aterrorizaron durante siete años. Han caído los
sicarios San Román y Menacho…
Hombres y mujeres de Bolivia. ¡Hablaremos unos
instantes para el exterior! Hermanos de América.
En este día glorioso, Bolivia se incorpora para
siempre al seno de las naciones libres. Hemos
derrocado a la tir……”
11.35 La transmisión de Radio Illimani se ha cortado súbitamente.
En la casa de la calle Larecaja 188, Únzaga y sus camaradas se
quedan perplejos sin cruzar palabra durante un prolongado lapso y
con los ojos clavados en el viejo radio receptor. Sin embargo,
Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco siguen leyendo el libreto sin
percibir que sus palabras ya no salen el aire y las escuchan sólo
ellos mismos.
11:36 El dirigente universitario Fausto Medrano, que ha visto el
ingreso de sus camaradas al Cuartel Sucre y escuchó los disparos,
tras un lapso prudencial va hasta la esquina Sucre-Bolívar, ve a
Mario Gutiérrez Pacheco en su puesto, deduce que todo se ha
realizado sin contratiempos y se dirige a San Francisco para
observar allí el curso de los acontecimientos. Según el plan, luego
de que la Policía controle la ciudad, el Ejército se plegará a la
revolución.
11:37 Los falangistas dentro del cuartel, se mueven entre la euforia y
una incómoda sensación de duda. ¡Una treintena de civiles casi sin
armas acorraló a 300 o 400 soldados![190] Sierra Mérida se
pregunta: ¿No habremos caído en una trampa? [191]
11:38 Alex Quiroz ha escuchado los disparos y sale de la calle
Boquerón rumbo a San Francisco. Allí encuentra a Jorge de la Vega
y Mario González. El que comanda la acción, Jaime Gutiérrez, le
dice “aquí es la cosa camarada”, pero el gentío que va llegando
espontáneamente pide armas que tardan en llegar.
11.39 Walter Alpire y sus camaradas encuentran una gran cantidad
de armas en el Cuartel Sucre. El paso siguiente es trasladar ese
armamento hasta la plazoleta del Municipio y la Iglesia de San
Agustín, donde espera Guzmán Ampuero con sus allegados.
También deben reforzar con armamento a la gente de Jaime
Gutiérrez en San Francisco. Pero no encuentran municiones. “No
podíamos creer lo que estábamos viendo; ni una sola bala en un
regimiento que tiene a su cargo la custodia directa del gobierno. No
cabían dudas: la telaraña nos había atrapado”, dice Víctor Sierra.
[192]
11:40 Grupos de milicianos empiezan a disparar sobre San
Francisco desde las alturas de las calles Potosí, Comercio e Ingavi.
Inician el ataque con disparos sobre el Edificio Chaín donde está
Radio Illimani, intentando retomarla. Los falangistas abren las
ventanas y responden. El tiroteo se ha generalizado. Hay en
perspectiva un combate cara a cara y los falangistas carecen de
armamento. Varios falangistas están reunidos en la esquina de la
calle Murillo esquina Cochabamba, donde vive Humberto Frías
Ballivián, escultor de arte sacro y conocido dirigente de FSB. Ante la
ausencia de armas alguien propone tomar las que existen en el
arsenal de la Dirección Departamental de Tránsito de La Paz, a
cincuenta metros.
11:41 Comienza el asedio falangista a las oficinas de Tránsito en la
Avenida Mariscal Santa Cruz esquina Oruro, pero sus ocupantes
resisten y ambos frentes se empeñan en un furioso combate que no
estaba en el plan original.
11:42 Conduciendo su automóvil llega al Cuartel de San Jorge el
Secretario Privado Mario Alarcón Lahore coincidiendo con el
Presidente Hernán Siles. Encuentra allí al Ministro de Gobierno
Walter Guevara, al Ministro de Salud Julio M. Aramayo, al Jefe de la
Casa Militar, Gral. Gustavo Larrea y … ¡al General Ovando Candia!
“El Gral. Ovando le da el parte informativo al Presidente,
mencionando que los falangistas atacaron el Cuartel
Sucre, las oficinas de Tránsito en la Mariscal Santa Cruz
y las de Control Político en la calle Potosí. …”[193] El
Presidente pregunta (la situación) de las tropas y
(Ovando) le responde que las mismas están
acuarteladas de acuerdo a su orden. Ovando sugiere al
Presidente que lo acompañe al Alto Mando (Gran
Cuartel de Miraflores) para sofocar el golpe, pero el
Presidente le ordena que vaya al Cuartel General para
que se ponga al mando de todas las tropas, mientras
que él irá al Palacio que es su lugar. [194]
11.43 El Gral. Ovando parte rumbo a Miraflores, mientras el
Presidente Siles y sus ministros permanecen en el Cuartel de San
Jorge intercambiando criterios y dando instrucciones por teléfono a
los comandos del MNR y, se supone, también al Cnl. Guzmán
Gamboa. Si lo llamaron por teléfono, nadie respondió. El máximo
jefe policial continuaba en el certamen de tiro.[195]
11:44 En Larecaja 188, Julio Álvarez Layafe dirige los binoculares a
las alturas del Calvario aguardando impaciente la presencia de
carabineros, que brillan por su ausencia. En San Agustín, San Juan
de Dios y María Auxiliadora los oficios religiosos de la mañana se
han suspendido. El combate aumenta en intensidad en San
Francisco. Ha cesado toda actividad en el centro y los negocios en
Miraflores y Sopocachi empiezan a cerrar. Nadie se atreve a pasar
por el sector de San Francisco. El Padre Villamil se dirige a los
feligreses, unos 50 varones y unas 200 mujeres y niños que
permanecen en el interior de la Basílica de San Francisco. Es
importante conservar la calma, aunque es imposible salir porque el
exterior es un campo de batalla.
11:45 Los estudiantes católicos congregados en la Catedral en torno
a Mons. Carmine Rocco son replegados a sus colegios de donde no
los dejarán salir por precaución. Se escuchan detonaciones de
armas de fuego sectores cercanos al centro y Miraflores.
11:46 El Secretario Ejecutivo de la Confederación Universitaria
Boliviana, el cruceño Fausto Medrano, llega hasta el puesto de
combate de Jaime Gutiérrez Terceros. Le informa que vio a sus
camaradas entrar al Cuartel Sucre. Esta información los alienta.
Medrano se marcha. Ante la ausencia de armas, Jaime Gutiérrez y
Jorge de la Vega encabezan el ataque frontal a la oficina
departamental de Tránsito desde la Avenida Mcal. Santa Cruz, en
tanto los falangistas que responden a Humberto Frías disparan
desde la calle Oruro. Entre los atacantes están Alex Quiroz, Walter
Chávez, José Hurtado, Rudy Bertini. Los muertos empiezan a
sumar. Alguna de la gente de Alfonso Guzmán, que espera armas
en vano, se suma al ataque a Tránsito.
11:47 En San Jorge ocho personas suben al automóvil presidencial
blindado y parten rumbo al centro paceño. Entre tanto, Ovando
Candía sube la Avenida Copacabana rumbo al Gran Cuartel de
Miraflores. De lo que haga a continuación depende el curso de la
acción revolucionaria. Sube el Gral. Ovando a Miraflores y por la
misma avenida baja en su vehículo el Dr. Edmundo Ariñez Zapata,
quien ha visitado a sus pacientes operados en el Hospital General y
hará lo propio en la Clínica Americana de Obrajes.
11:48 Freire y Sáenz continúan desarrollando su libreto en Radio
Illimani, que nadie escucha, cuando llega a la puerta del edificio don
Ezequiel Castillo, padre de la locutora Rosario Castillo. Golpea la
puerta cerrada con una cadena, sale a abrirle el portero que lo
reconoce y antes de introducir la llave en el candado recibe desde el
exterior un disparo en el pecho que lo mata instantáneamente. Don
Ezequiel se retira alarmado. En ese momento, en el tercer piso, un
llamado telefónico a Luis Sáenz Pacheco le informa que la radio ha
dejado de salir. ¡¿Qué ha pasado?! Inquiere furioso Freire. “Yo no
hice nada”, dice Oscar Violeta, “quizás cortaron la transmisión en El
Alto…” (Luego se establecerá que los disparos de los milicianos
impactaron en la caja de la que parte la línea física a El Alto,
cortando la transmisión de manera fortuita).
11:49 En la ciudad no hay un solo carabinero, ni a favor ni en contra
de nadie. Sólo unos pocos oficiales de la Policía resisten el ataque
falangista en Tránsito, lo que deja al descubierto la inconexión entre
el mando policial (Guzmán Gamboa) y la unidad de tránsito.
11:50 En el Cuartel Sucre escuchan a lo lejos el combate, siguen
buscando municiones sin hallarlas. Tienen consigo un gran arsenal
inservible. No existe forma de comunicarse con nadie. Sólo resta
esperar la intervención de la Policía y el Ejército para salir con ellos
y tomar el Palacio.
11:51 El Gral. Ovando Candia ingresa al Gran Cuartel de Miraflores.
11:52 Una radio privada paceña, por la que un falangista llamado
Alberto Cajías (Dante Flor) transmite un programa dominical con
música de tango, es acallada con violencia por milicianos. El
gobierno ordena que todas las radioemisoras de La Paz suspendan
sus emisiones.
11:53 Dick Oblitas y Gastón Moreira reciben en Cochabamba la
información de que ha estallado la revolución falangista en La Paz.
A poco llega Arturo Montes y confirma la noticia. Inmediatamente
empiezan a contactar con sus camaradas para organizarse.
11:54 El carro presidencial va rumbo al Palacio de Gobierno y a
medida que se acerca a El Prado, sus ocupantes escuchan con
mayor intensidad los disparos en la Avenida Mariscal Santa Cruz.
11:55 Se suspenden todas las actividades deportivas, entre ellas el
encuentro de futbol entre paraguayos y bolivianos programado para
esa tarde. Pero el partido de básquet prosigue en el Olympic.
11:56 No es día para practicar deportes. El Cnl. Luis Serrano,
sorprendido por el tiroteo, no ha llegado a los links de Mallasilla y
con su amigo Matías Schapek deciden almorzar en una casa de
Obrajes, cerca de la Clínica Americana, donde el Dr. Edmundo
Ariñez visita a sus pacientes.
11:57 Ha terminado el concurso de tiro en el polígono policial del
Regimiento Aliaga con la victoria de los bolivianos. En ese
momento, el ayudante del Cnl. Guzmán Gamboa se le acerca y le
informa que “ha estallado una revolución”. El inmueble de Tránsito
ha sido tomado. Guzmán se disculpa de los asistentes y se traslada
a su oficina.
11:58 Dirigentes falangistas en Santa Cruz empiezan a convocar a
sus camaradas para tomar algún curso de acción en el momento
oportuno.
11:59 Cristina Serrano recibe una llamada telefónica de una amiga,
esposa de un movimientista, que le ruega dar asilo a su familia.
Cristina le responde que ignora lo que está sucediendo.
12:00 El Gral. Ovando se pone al mando de las tropas del Ejército y
empieza a diseñar su estrategia para una movilización de
contingentes militares que controle la situación. Es el momento
definitivo que aguardan los falangistas.
12:01 La empleada de los Serrano, avisa a Cristina que un joven la
busca. Es Fausto Medrano. Dice le palabra de pase - “Patria”-.
Conducido a presencia de Únzaga lo abraza felicitándolo por
su cumpleaños. No conoce a Álvarez Lafaye pero si a Achá
con quien luchó en la revolución de Santa Cruz de mayo del
58. Se saludan. Medrano informa que vio personalmente el
ingreso de sus camaradas al Cuartel Sucre, lo que es
alentador.
12:02 Luego de varias bajas en ambos frentes, el edificio de Tránsito
de La Paz en la Avenida Mariscal Santa Cruz cae en poder de los
falangistas. Los policías que defendían el inmueble lo abandonan.
12:03El Cnl. Jorge Arce Amaya, Jefe de Seguridad del
Palacio de Gobierno llega a la Plaza Murillo. El capitán René
Mattos le da parte de que el Cuartel Sucre ha sido asaltado
por falangistas.
12:04 El Jefe de Estado Mayor del Ejército, Gral. Alfredo Ovando
Candia, da la orden de movilización militar. El Director General de
Policías, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, recibe informes de todos los
cuarteles policiales, pero no ordena el despliegue de las tropas para
cumplir su compromiso de secundar el alzamiento. Julio Álvarez
Lafaye se mantiene observando con binoculares el Calvario, pero no
hay ninguna evidencia de movilización.[196]
12:05 Ningún vehículo se mueve por la avenida central paceña. En
un promontorio de tierra sobre la calle Oruro frente a Tránsito, Jaime
Gutiérrez Terceros controla toda la zona y dirige las acciones. Le
avisan que se acerca el automóvil de la Presidencia de la República.
Entonces avanza hasta el centro del carril de subida sobre la
Mariscal Santa Cruz.
12:06 En el automóvil Buick de color negro, con doble asiento
trasero, va el Presidente Siles, los ministros de Gobierno, Dr.
Guevara; el de Salud, Dr. Aramayo; el Secretario Privado don Mario
Alarcón; el Jefe de Casa Militar, Gral. Larrea; el edecán capitán
Rivas; el jefe de seguridad Sr. Asport y el chofer Sr. Castillo. Van a
vivir una experiencia única. Jaime Gutiérrez, con el sudor
deslizándose por el cuerpo tras casi una hora de combate, siente en
el pecho tres años de exilio, dos años de prisión y los sufrimientos
que el MNR infringió a su madre, su padre, sus hermanos...
12:07 “Cuando nos acercamos a la calle Yanacocha para subir por
allí y no por la Ayacucho que era lo acostumbrado, un joven vestido
de overall, que porta una ametralladora a la altura de su estómago,
se pone delante del carro presidencial, a unos diez metros, y dispara
la primera ráfaga contra el parabrisas que no se hizo trizas, pero nos
da la sensación de estar bajo una fuerte lluvia y la visión exterior se
nubla”.[197] … Al ver que el auto se le echa encima Gutiérrez lo
elude disparando otra ráfaga a los vidrios laterales y, finalmente,
cuando el vehículo dobla para subir la Yanacocha, dispara otra
andanada de proyectiles en los vidrios traseros.
12.08 Mario Alarcón está al lado del chofer en el automóvil blindado.
“Castillo se lleva la mano a su costado izquierdo. Le pregunto en voz
baja qué le ocurre y me responde, también en voz baja, que le llegó
un impacto de bala. No quiero alarmar a los demás para no
asustarlos en vista de que el auto no era tan blindado como decía su
factura de compra. Continuamos subiendo la Yanacocha, pasamos
por el control político donde la balacera era cruzada y entramos por
la Comercio esquina Socabaya donde el Presidente ordena detener
el auto y ver si no hay francotiradores en las ventanas de los
edificios. Pero no hay nadie. Continuamos avanzando hasta el
Palacio”.[198]
12:09 Militares armados de carabinas M1 y soldados con fusiles
semi automáticos de la dotación americana están apostados en el
techo de la casa de gobierno en la Plaza Murillo. El auto
presidencial llega a la puerta y el Presidente ingresa sano y salvo al
Palacio.
12:10 El Cnl. Jorge Arce Amaya toma contacto telefónico con los
comandos zonales del MNR instruyendo su movilización en defensa
del gobierno. Dispone que el llamado “Grupo Ingavi”, milicianos a
órdenes del mayor Prudencio, se movilice para retomar el sector de
San Francisco bajo control de los insurrectos. Por esas cosas de la
vida, Prudencio vive en la calle Oquendo de la Zona Norte, al lado
de la casa donde en ese momento está Únzaga.
12:11 Cristina Serrano contesta a una llamada en su teléfono 12374
y sufre un susto cuando el interlocutor se identifica como Federico
Álvarez Plata, quien quiere hablar con Raúl Gil Valdez, el vecino de
la plata baja, que combina tareas de reportero de LA NACIÓN con el
oficio de cantante y ha dado ese número telefónico de referencia.
Álvarez Plata deja el encargo de que Gil se presente en su comando
del MNR.
12:12 Desde hace 40 minutos que Walter Alpire y sus camaradas
controlan el Cuartel Sucre, pero están entrampados sin saber qué
actitud asumir a la espera de que policías y militares definan la
situación.
12:13 El Gral. Ovando ya ha tomado una determinación. Tres
camiones militares y dos jeeps llevando efectivos fuertemente
armados salen del Gran Cuartel de Miraflores. Su paso por la
Avenida Saavedra confirma que el golpe falangista se ha extendido
al Ejército. Los pobladores de Miraflores los ven pasar desde sus
ventanas y los aplauden. ¡Es el fin del gobierno!
12:14 Armas de Tránsito son llevadas por los falangistas hasta el
canchón de Bomberos. Llegan decenas de jóvenes, entre ellos
Edgar Gainza, Luis Rocha, Edgar Santalla, Jaime Pardo, Franz
Torrico, Ismael Castrillo, Johnny Rodríguez y otros.[199] Los
combatientes falangistas, entre 17 y 25 años ya suman varias
decenas y controlan el acceso a la avenida central paceña, desde la
Plaza Pérez Velasco, el atrio de San Francisco, el espacio destinado
al cuartel del Cuerpo de Bomberos, el reloj con pedestal y la avenida
central hasta el Obelisco.
12:15 Como si no pasara nada, en el Olympic continúa el partido
entre las Selecciones de Básquetbol Mujeres de Paraguay y Bolivia.
A 300 metros, en el Panóptico de San Pedro, está por producirse un
baño de sangre. El gobernador y una escolta armada ingresan a la
celda donde están desde octubre pasado siete falangistas, entre
ellos Walter Vásquez, Amado Rodríguez y Hugo Crespo y les
ordenan salir al patio. ¡Van a ser fusilados! Un pariente del Dr. Siles
Zuazo, el Sr. Eduardo Olmedo López, preso en San Pedro por un
caso de asesinato de una joven, se pone en contacto telefónico con
el Presidente de la República, advirtiéndole que se iba a cometer un
crimen, que don Hernán logra evitar dando órdenes terminantes
para evitar esa masacre de presos políticos.
12:16 Llega al Palacio el Dr. Guillermo Bedregal. Su primera
impresión es el auto blindado y baleado. Se han sumado otros
ministros que comentan sobre los mensajes que emitían los
falangistas desde Radio Illimani.[200] En tanto prosigue el ataque
sobre las posiciones falangistas en la zona de San Francisco. La
metralla hace blanco del tercer piso de Radio Illimani donde Augusto
Pereira y los suyos se baten contra sus atacantes mientras Freire y
Sáenz presionan a Violeta para que intente restituir la transmisión, lo
que es ya imposible.
12:17 En la esquina Sucre-Bolívar, Mario Gutiérrez Pacheco ve
aparecer el camión militar y los dos jeeps del Ejército por la cercana
Plaza del Periodista. Por precaución, se esconde en el pretil de una
puerta. Los carros se estacionan haciendo ángulo en la esquina
Sucre-Bolívar. Los soldados bajan y se desplazan por el área.
12:18 Los hijos de la familia Coca han regresado al hogar. Pero se
preguntan por la suerte de su padre que ha salido esa mañana a
una salteñada con su mejor traje y corbata.
12:20 Desde las ventanas del edificio con ingreso por la calle
Sucre, donde funciona la Dirección Nacional de Tránsito (no la
oficina de La Paz que está en San Francisco), los mayores Helming
y Villegas empiezan a disparar contra los falangistas que están en el
patio del Regimiento Escolta, mientras el mayor Zapata y los
tenientes Ayllón y Romero se aprestan a enfrentar a los falangistas
que permanecen en el cuartel. El Gral. Alfredo Ovando Candia ha
tomado la decisión de traicionar a Oscar Únzaga, a quien semanas
atrás había llamado “mi jefe”.
12:21 Careciendo de armas para su defensa, los falangistas
ingresan al pabellón del dormitorio de los soldados. Mario Gutiérrez
Pacheco se queda en la calle y no tiene otra alternativa que huir
hacia el mercado cercano, donde se esconde. En el interior del
cuartel, los pocos falangistas que tienen armas devuelven el fuego,
pero en pocos minutos se les acaban las municiones. En la
confusión del momento, el dirigente campesino falangista Luciano
Quispe busca refugio detrás de un turril vacío en una de las
esquinas del patio del cuartel. “Agotamos nuestras cartucheras
hasta quedarnos sin un solo tiro. La suerte estaba sellada y
decidimos acceder al pedido de rendición que desde afuera nos
formulaban las tropas gubernativas”.[201]
12:26 El Ejército se ha dado la vuelta, todo está perdido. Walter
Alpire sabe que no tiene ninguna otra opción que entregarse. Como
su operativo no ha provocado ninguna baja, los falangistas se
sienten aliviados por el final de la aventura, aunque les cueste la
cárcel. Fidel Andrade se despoja de la camisa blanca, la ata al caño
de un rifle y la agita en la puerta del dormitorio en señal de
rendición. Los dos jeeps militares han ingresado al patio. “El chofer
de uno de los vehículos, obedeciendo a una orden del suboficial
Plácido Cejas, acelera a fondo y estrella el jeep contra la puerta del
dormitorio... El hecho es aprovechado por los soldados que se
lanzan tras del carro hasta conseguir introducirse al dormitorio,
donde ya los falangistas están acorralados contra la pared…”[202]
12:27 El subcomandante del Regimiento, capitán René Mattos está
al mando de los soldados que ingresan profiriendo insultos y
golpeando a los rendidos.[203]
12:28 “Mientras estábamos con las manos en alto entraron los
soldados; un oficial nos apuntó con su ametralladora liviana. Yo le
pregunté qué pensaban hacer con nosotros, pero una ráfaga acalló
mi voz”.[204] ¡Empiezan a disparar sobre los rendidos! Los primeros
asesinados son Walter Alpire y Carlos Kellemberger que caen con
las manos abiertas cubriéndose el rostro de las balas; les han
disparado a la cabeza, como para asegurarse de que estén bien
muertos. Luego disparan sobre Hugo Álvarez Daza, Carlos
Prudencio, Fidel Andrade, Cosme Coca, Mario Salas, Fabián Golac,
los hermanos Jorge y Raúl Quintana, Mario Camargo, Humberto
Acero, Francisco Loayza, Gerardo Quisbert, Luis Saravia, Martín
Zavala, Guillermo Gómez, Víctor Chávez, Guillermo Mollinedo, Luis
Concha, Marcelino Chávez, Fernando Pinaya, Mario Soto. “Una y
otra ráfaga fueron derribando a mis compañeros. Una bala me dio
en la mejilla y tenía todo el rostro ensangrentado”.[205]
12:31 Sólo Mario Murguía y Víctor Sierra continúan de pie. Mientras
cambian los cargadores para completar la faena, los soldados los
golpean. Murguía cae, lo obligan a ponerse de pie y lo sacan al patio
donde le disparan a la cabeza. Sierra llega también a la puerta, un
golpe lo derriba y cae al lado de Murguía que se queja moribundo y
es rematado a balazos. En vista de ello, Sierra no da señales de
vida conteniendo la respiración.[206] “La sangre de mi rostro fue mi
salvación porque seguramente los soldados creyeron que estaba
muerto; sin embargo recibí un culatazo en la espalda”.[207]
12:32 Desde su escondite, Luciano Quispe mira horrorizado aquella
masacre. Los falangistas han sido pasados por las armas luego de
haberse rendido. Los falangistas que levantaban las manos fueron
ultimados por la tropa atacante. Así lo manifestará después el propio
Jefe de la Casa Militar del Presidente Siles Zuazo, Gral. Gustavo
Larrea.[208]
12:42 Los soldados concluyen la requisa de los cadáveres, carteras,
relojes, anillos, estilográficas, inclusive ropa… Cuando intentan
sacar el anillo de matrimonio de Sierra, su dedo anular se mueve
instintivamente. El capitán Zapata dispara una nueva ráfaga de
pistam en el costado izquierdo, el cuerpo se convulsiona y el
asesino piensa que lo ha matado “definitivamente”. Pero Víctor
Sierra está vivo y consciente. Los siete proyectiles que destrozan el
cuerpo martirizado de Víctor Sierra Mérida, seis en el costado
izquierdo y uno en la rodilla, son los últimos tiros en el Cuartel
Sucre.
12:43 Un oficial llama al Palacio de Gobierno y comunica al Gral.
Larrea, Jefe de la Casa Militar, que el subcomandante del
Regimiento Escolta, capitán Mattos, ha retomado el Cuartel Sucre.
Informa de todos los detalles del operativo, incluyendo la masacre.
12:45 En Control Político se imparte una orden para que agentes
acudan al Cuartel Sucre para identificar a los muertos.
12:48 El Dr. Edmundo Ariñez en Obrajes, sabe que ya no podrá
subir a su domicilio porque los milicianos han interrumpido el tráfico,
de manera que deja su vehículo en la Clínica Americana y se dirige
a la casa de una familia amiga.
12:50 En la casa de los Kellemberger en Miraflores, doña Cleofé y
sus hijos Carlos y Oscar se preguntan cuál será la suerte de su
padre.
12:55 Jaime Gutiérrez y sus camaradas no cejan en sus empeños e
impiden el avance de los milicianos en el sector de San Francisco.
Las detonaciones continúan. Celia de Camacho ha preparado una
gran olla de ají de fideo que va repartiendo a los combatientes. La
gente del barrio les hace llegar refrescos, algunas frutas y cigarrillos.
12:59 Cristina y María Eugenia llevan el almuerzo al dormitorio
donde están Únzaga, Gallardo, Achá y Álvarez. Allí predomina la
incertidumbre. Achá comprueba una vez más que la red telefónica
paceña sigue funcionando. Siente la tentación de llamar al Cnl.
Guzmán Gamboa, pero desecha la idea, pues equivaldría a detectar
el origen de esa llamada, revelar el paradero de Únzaga y anular
definitivamente cualquier posible reacción del jefe policial.
13:00 En todo el país se comenta que Oscar Únzaga de la Vega se
ha levantado en armas, con los militares y los carabineros. Pero
todo es incierto. Únzaga ignora el asesinato del Cuartel Sucre que
sólo conocen pocos en el Palacio de Gobierno.
13:05 Gonzalo Romero se sirve apenas un bocado. Ha permanecido
toda la mañana en su casa de la calle Hermanos Manchego junto a
su hijo Horacio. No tiene forma de comunicarse con nadie para no
entorpecer la movilización de sus camaradas y se limita a la
angustia de escuchar a lo lejos los disparos de armas de fuego.[209]
13.15 Llega a la casa de la calle Larecaja 188 Augusto Jiménez,
hermano de Cristina. Almuerza en el comedor con María Eugenia,
Fausto Medrano, María Renée y Marquito.
13:25 Llegan los agentes de Control Sucre al escenario de la
masacre en el Cuartel Sucre.
13:30 Aun con el eco de los disparos de armas automáticas,
concluye la jornada deportiva en el Olympic. Paraguay y Bolivia
empatan a 28 puntos por lado. La gente retorna a sus hogares,
entre ellos el Alcalde Jorge Ríos Gamarra y el Ministro de Educación
Germán Monroy Block. Los paraguayos, incluyendo jugadores de
básquet, reinas de belleza y periodistas deportivos aceleran el paso
para llegar al Hotel Sucre donde están alojados. Al llegar a las
gradas del pasaje Ladislao Cabrera, contiguo al hotel, ven que
grupos de milicianos armados se organizan en la calle México.
Cucho Vargas vuelve a su domicilio.[210]
13:35 Se sirve el rancho a los soldados en el Cuartel Sucre.
13:40 Oscar rechaza la sopa y el segundo que le ofrece Cristina,
pero pide que le sirvan café. Tampoco sus amigos han comido
mucho. La expectativa hace que todos vuelvan a fumar. Intentan
escuchar las radios, pero continúan acalladas.
13:45 (12:45 hora del Perú) Un numeroso grupo de exiliados
bolivianos, jubilosos ante lo que parece el triunfo de una “revolución
libertadora” en su país, intenta asaltar el Consulado de Bolivia en
Arequipa.
13:50 Un grupo de falangistas se desplaza hacia la Plaza Alonso de
Mendoza, donde está la oficina del comando zonal del MNR que es
tomada e incendiada tras una escaramuza. Ocupan también la
seccional policial de Churubamba. El combate se prolonga hacia la
Avenida Montes y las calles Chuquisaca y Muñecas.
13:55 El Director del Hospital General, Dr. Germán Jordán, ubica al
Dr. Edmundo Ariñez en una casa de Obrajes y lo recoge en una
ambulancia. Decenas de heridos requieren operaciones quirúrgicas
de emergencia que debe atender Ariñez asistido por las religiosas
de Santa Ana.
14:00 El cruceñito Fausto Medrano sale de Larecaja 188 para
escudriñar lo que sucede en el exterior y comprar cigarrillos. Oscar
Únzaga se despoja de la pistola Mausser calibre 32 que lleva al
cinto, la pone debajo de la almohada y se recuesta con la cabeza
apoyada al respaldar de la cama en la que ha dormido. En la mesa
de noche está el revólver Smith Wesson calibre 38 de René
Gallardo.
14:05 Efectivos del Regimiento Escolta, con armas, bazucas y
municiones que han aparecido como por encanto, comandados por
sus oficiales, salen para cumplir misiones. Se quedan en el cuartel
los miembros del comando exterminador que mató a los falangistas.
14:10 Cristina Serrano intenta dormir una siesta, pero recibe nuevas
llamadas telefónicas. Esta vez son amigas de familias falangistas
que inquieren por la suerte de Únzaga. Una de ellas le dice que
hubo una masacre en el Cuartel Sucre y que todo está perdido.
Cristina les responde que no sabe nada y prefiere no comentar con
Oscar. Su hermano Augusto se marcha.
14:15 Radiodifusoras Altiplano, emisora privada, vuelve al aire. Un
grupo de campesinos hablan de manera ininteligible profiriendo
amenazas contra los falangistas. La emisión es captada por las
familias Kellemberger, Coca, Álvarez Daza y otras que ignoran la
suerte de los que han caído en el Cuartel Sucre
14:30 Prosigue el combate en la zona de San Francisco. Los 12
ocupantes de Radio Illimani se mantienen en el lugar. Freire y Sáenz
han dejado la cabina y se han instalado en la dirección de la
emisora (el Director es el dramaturgo Carlos Cervantes Monroy,
ausente aquel día). Los tres empleados de la emisora permanecen
en una oficina y los diez falangistas armados en sus puestos junto a
las ventanas y distribuidos en los dos pisos inferiores donde han
hecho trincheras con muebles. Prosigue el fuego de artillería sobre
el edificio desde la Avenida Montes y la calle Potosí.
14.45 Los cuerpos de los asesinados en el Cuartel Sucre están semi
desnudos y apilados como leños junto a la puerta de los dormitorios
del Cuartel Sucre. Allí también está Víctor Sierra Mérida, con siete
heridas de bala, pero vivo y consciente. Dirige el grupo de milicianos
un sujeto llamado Raúl Gómez Jáuregui, quien conoce a todos los
falangistas y los va identificando mientras uno de sus ayudantes va
apuntando los nombres. Cuando llega el turno de Víctor Sierra lo
toma de los cabellos, le mira a la cara y … ¡comprueba que está
vivo!
Yo a tí te conozco…-, le dice.
Claro que me conoce usted, señor Gómez. Yo enterré a
su madre cuando usted no pudo hacerlo-, le responde.
[211]

Años atrás, la madre de Gómez había muerto de pesar cuando su


hijo se encontraba preso por una estafa en la Caja de Seguridad
Obrera en 1951. Gómez queda alelado y sólo atina a decir “Ah, sí”.
Un miliciano interviene: “Éste está vivo, ¿lo tiro?” A lo que Gómez
responde: “No, déjalo, que tiene que declarar” ordenando que vistan
a Sierra y lo lleven a Control Político.[212] Sierra salva la vida por
segunda vez. Desde su escondite, Luciano Quispe, observa la
escena temblando de miedo.
15:00 Hay una incursión de militares y milicianos por la calle México.
Allí va Ñuflo Chávez. [213]
15: 10Dos emisoras más salen al aire uniéndose a Altiplano. Pero el
torrente de insultos contra Únzaga y el mal estado del aparato de los
Serrano hacen que Oscar ordene que se lo apague. Un mal
presagio invade el ambiente. Pero es preciso mantener la moral en
alto. Achá hace bromas e insiste en que Guzmán Gamboa entrará
en acción en cualquier momento. Pero ya no intenta aproximarse al
teléfono.
15:15 Grupos de milicianos en camionetas y jeeps patrullan el sector
del Cuartel Sucre. Mario Gutiérrez Pacheco sale del Mercado
Bolívar y trata de alejarse del escenario de la tragedia. Llega a la
casa de un falangista en Miraflores, pero el nerviosismo de esa
familia le hace comprender que debe abandonar el precario refugio.
15:30 El Padre Calatayud, superior del Convento de San Francisco
se pone en contacto telefónico con el Ministro de Gobierno, Walter
Guevara, a quien suplica una tregua en el sector de la Basílica para
permitir la salida de 250 feligreses que han quedado atrapados al
interior del templo. Con voz destemplada el Dr. Guevara rechaza el
pedido señalando que los falangistas disparan desde las torres de
San Francisco, lo que era una mentira. El sacerdote cuelga en
aparato sintiendo los disparos de los dos frentes.
15:40 El comando zonal del MNR en la Plaza Alonso de Mendoza
es retomado por los milicianos y los combatientes falangistas se
repliegan a la calle Murillo para la batalla final.
15:50 Llega un camión al Cuartel Sucre que evacuará los cadáveres
a la morgue y una ambulancia para llevar a Sierra Mérida a Control
Político. A quince metros, Luciano Quispe permanece petrificado
detrás de un turril.
15:56 Tropas del Regimiento “Waldo Ballivián” se mueven por la
calle México para enfrentar los últimos reductos falangistas en
Tránsito y en el Colegio Gualberto Villarroel.
15:58 La batalla se concentra en la calle Murillo, desde la Graneros
hasta la Almirante Grau. Cada cuadra -Santa Cruz, Sagárnaga,
Oruro, Tarija, Cochabamba- es una trinchera. Se pelea calle a calle,
casa por casa. El combatiente falangista Alex Quiroz se encuentra
con su madre, enfermera de la Cruz Roja con uniforme blanco. Ella
le compra una Coca Cola en la tienda de Celia Camacho y le dice:
“sigue adelante con tu deber hijo mío”.[214]
16:00 El jeep que lleva a Sierra llega a la Plaza Murillo baja por la
Socabaya, toma la Potosí, pero ya hay un gentío en los exteriores
de Control Político. Sierra se da cuenta de la situación y empieza a
emitir quejidos angustiosos. Desde la guardia alguien dice “aquí no
queremos heridos, llévenselo a la asistencia…” Esto va a salvarle la
vida por tercera vez.
16:10 El combate por la retoma del inmueble de Tránsito es feroz.
Llevan la peor parte los falangistas atacados por milicianos y
militares. Deben dejar el lugar para reagruparse una cuadra más
arriba, en la casa de Humberto Frías.
16:14 La monja que atiende el quirófano del Hospital General, se
acerca al Dr. Edmundo Ariñez y le dice al oído que un sobrino suyo
está entre los heridos. Es Víctor Sierra, sobreviviente de la masacre
del Cuartel Sucre. “Nos relató personalmente, antes de ser
anestesiado lo que pasó… tenía varias heridas de bala,
posiblemente una ráfaga, que alcanzó superficialmente en la pared
izquierda del tórax la última de las cuales hizo impacto en el hueso
ilíaco sin mayor gravedad, lo operamos y supimos que estaba muy
vigilado…”.[215]
16:16 El acoso de militares y milicianos es abrumador, incluyendo el
uso de ametralladoras pesadas. Quienes defienden la calle Tarija,
cerca de la Linares, son contactados por oficiales amigos.
16:17 “Alex, yo soy tu camarada -le dice un teniente a Quiroz-. Ya no
hay nada que puedan hacer, los van a matar a todos como lo han
hecho en el Cuartel Sucre. La orden es “todos muertos”. ¡Escapen
ahora…!” La advertencia les salva la vida a Quiroz, Edgar Gainza y
Carlos Tineo que se dispersan por la zona Belén.
16:20 Quedan pocos combatientes junto a Frías, entre ellos su hijo
Juan Gonzalo de 18 años, Fermín Alberto Valdez “El Challa”, Rudy
Bertini y una decena más. La casa de tres plantas se convierte en
bastión inaccesible por los disparos que hacen sus defensores
sobre quienes intentan asomar a la puerta de ingreso. Frías lleva a
su esposa Elsa y sus hijos menores Beatriz (15 años) y Manuel (13)
a un rincón protegido, mientras los falangistas se posicionan en la
azotea.
16:22 Los efectivos del Regimiento Ballivián lanzan desde la
Mariscal Santa Cruz dos cohetes de bazuca que impactan en la
terraza y en un edificio vecino. Las esquirlas han herido a Humberto
Frías. Aquella acción de guerra desconcierta a los defensores que a
continuación reciben fuego granado desde varios puntos elevados
de la zona, mientras las tropas avanzan desde las calles Rodríguez,
Tarija, Oruro y Murillo. La defensa parece ya imposible.
16: 23La falangista Celia de Camacho, que durante toda la mañana
apoyó a sus camaradas combatientes, es ametrallada en la puerta
de su tienda en la Murillo esquina Tarija donde su familia recoge sus
restos.
16:24 Los milicianos del “grupo Ingavi”, comandado por el mayor
Prudencio, toma la casa semi destruida de la esquina Murillo-Oruro
donde hay varios muertos. Sacan a empellones a Humberto Frías,
quien sangra por las esquirlas que han impactado en su cuerpo. Los
milicianos lo ponen de espaldas contra un muro para fusilarlo. En
una escena dramática, su hija Beatriz se abraza al herido tratando
de impedir que lo maten. Pero el Comandante del Regimiento
Ballivián, coronel Lafaye, quien ha reaparecido -pues en la mañana
se reportó enfermo-, frena aquel intento. “Ni en guerra se fusila a los
heridos”, les dice. La suerte de Frías será terrible al ser derivado al
Control Político en una de cuyas celdas lo arrojan como a un animal
herido.
16:25 Momentáneamente cesa el sonido de la metralla. El
universitario Fausto Medrano se pone de pie para despedirse. Achá
le pide que permanezca un tiempo más. El ambiente en el dormitorio
de los Serrano se ha tornado pesado. Todos fuman y apenas
pronuncian monosílabos. Ignoran lo que está pasando.
16:30 Se va a escenificar la batalla final. Jaime Gutiérrez aún tiene
el control de la calle Murillo, entre Sagárnaga, Santa Cruz y
Graneros. Aparece un pequeño camión Ford transportando
milicianos, tras la penúltima acción los desarman y encierran en un
aula del Colegio Villarroel. El vehículo es puesto como trinchera en
el cruce de Santa Cruz y Murillo. Inesperadamente aparece una
bandera blanca levantada por un militar una cuadra más abajo, en la
calle Figueroa. Pide parlamentar con el que comanda a los rebeldes.
Jaime Gutiérrez se le acerca.
- ¡Ríndanse…! ¡Están perdidos…! El Ejército los
exterminará y no tienen escapatoria. Ustedes
cumplieron como hombres y no merecen morir por una
causa que está perdida. Por su bien… ¡ríndanse! -,
intima el capitán con uniforme de combate.
-Nosotros salimos para tomar el gobierno y no tenemos
razones para rendirnos-, responde secamente Jaime
Gutiérrez Terceros.
-Lo lamento… tienen quince minutos. Si entonces no se
han entregado, atacaremos con todo-, dice el militar y se
retira.
Se abre una tregua de un cuarto de hora. El Padre Julio Calatayud
del Convento de San Francisco saca del interior del templo a los
atrapados entre dos fuegos, quienes corren más allá del círculo de
fuego que han cerrado militares y milicianos. Pero antes le hacen
firmar una declaración a Claudio San Román, afirmando que en
ningún momento ingresaron falangistas al convento y menos aún
dispararon desde las torres.[216] Algunos falangistas combatientes,
sintiendo cercana la muerte, deciden escurrirse del lugar bajo la
frágil tregua. Sólo quedan nueve leales que han decidido vender
cara su faena.
16:40 Claudio San Román cruza al frente y va directo a Control
Político. Por el recibimiento que se le tributa no hay duda de que
sigue siendo el jefe, aunque nominalmente esté en el cargo Raúl
“Chino” Anze, el amigo del Ministro Guevara, quien parece haberse
borrado de la escena.
16:48 Una balacera infernal truena en la tarde y sus ecos se
escuchan en la Zona Norte donde permanece Únzaga. Todos
piensan que la continuación del combate puede significar la victoria
definitiva o la debacle final. Ignoran que ya no existe la primera
posibilidad.
16:50 Se escucha una fuerte explosión. El disparo de una bazuca ha
partido al camioncito Ford usado como trinchera por los insurrectos.
Sobreviene el silencio en el sector. Montones de fierros quedan
desparramados junto a los cuerpos ensangrentados sobre el
empedrado, en la esquina Santa Cruz-Murillo y los débiles quejidos
de los heridos conmueven al vecindario del barrio de Chocata.
Jaime Gutiérrez sangra por sus heridas. Junto a él uno de sus
camaradas cuyo nombre desconoce yace muerto y está herido
Víctor Vega Franco, llevando aún la corbata que se puso esa
mañana para abrazar al Chapu. Los últimos combatientes se
refugian en el almacén de la fábrica “Venado” en la calle Murillo.
Suben las gradas buscando la azotea para huir por los techos, pero
ya todo es inútil. Copados por decenas de soldados, finalmente los
toman presos.
16:55 La explosión de la bazuca se ha escuchado en la casa de la
calle Larecaja 188 a la que llega Luis Mario Serrano, esposo de
Cristina. Lleva ropa en desuso que le dio su suegro como
precaución para que no lo reconozcan. Abraza a sus hijas, le dicen
que Marquitos está en la planta baja, donde la hija de los Caballero
celebra su cumpleaños. Luis cree que la revolución ha fracasado y
pregunta si Únzaga permanece en el dormitorio. Cristina le pide que
no le comente nada. El dentista ingresa brevemente y vuelve a salir.
“Sírveles café”, dice. Le entrega a Cristina dinero que ella guarda en
un ropero, momento en el que ingresa al departamento Fanny de
Caballero para prestarse el teléfono. Luis Mario vuelve a salir de la
casa. [217]
17:00 Jaime Gutiérrez Terceros ha sido impactado en la cabeza y la
pierna; Víctor Vega en el estómago y otros dos están indemnes. Los
cuatro falangistas avanzan penosamente con los brazos en alto por
la calle Murillo escoltados por soldados que les apuntan sus armas.
La gente sale a las puertas de sus casas y mira a los soldados con
rencor. Se percibe en el ambiente un sentimiento de solidaridad con
los que lucharon y perdieron.
17:05 En la calle Sagárnaga aparece un jeep de la Policía con un
capitán y su chofer. Los militares que controlan el sector le instruyen
el traslado de los cuatro presos a Control Político. El oficial de
policía se da cuenta de la situación. Si los lleva a Control Político,
los matarán. Asume el riesgo de llevarlos al Panóptico y les
recomienda que oculten sus objetos de valor en los zapatos. En
aquella penitenciaría los mandan a la enfermería, donde cosen la
cabeza y la pierna de Gutiérrez y curan el raspón de bala en el
estómago de Vega. Tuvieron suerte, pues a los que llevaron al
Control Político los mataron, como denunciaron después sus
familiares”.[218]
17:10 El Cnl. Arce Amaya, Jefe de Seguridad del Palacio, está
entregando municiones a un grupo de milicianos, cuando recibe un
llamado telefónico “de una persona allegada”, comunicándole que
“vio en una casa de la calle Larecaja bajar del segundo piso algo
envuelto en una frazada que parecía ser armamento”. Ordena a los
milicianos, que en ese momento están en su oficina del Palacio, que
allanen aquella casa, Nº 138 (no 188) de la calle Larecaja.[219]
17:12 Aún queda un capítulo por cerrar. Son los falangistas que
permanecen en la Radio Illimani, al centro de un cerco de fuego
tendido por cientos de milicianos y barzolas que paladean una
macabra escena de linchamiento, recurrente en las peores páginas
de la historia de la ciudad de La Paz.
17:14 En el Palacio Quemado se analiza la situación. Por la antigua
militancia de Bedregal en FSB, el Presidente Siles le instruye llamar
a la emisora y hablar con quienes la han tomado, instándoles a
entregarse para salvar sus vidas. El diálogo entre Roberto Freire y
Guillermo Bedregal es dramático. [220]
¿Quién habla? -, pregunta Freire-
Soy el Secretario General de la Presidencia y deseo
comunicarme con algún responsable…-, dice Bedregal.
Habla el responsable falangista, en qué le puedo servir
Dr. Bedregal.
No le pido que se identifique personalmente, sé quién es
usted porque he reconocido su voz y le conozco
personalmente durante mi antigua militancia en la
Falange. El Presidente le pide deponer su actitud
subversiva… tenemos informes que las milicias
armadas de los sindicatos fabriles de Pura Pura
avanzan hacia Radio Illimani y tenemos el justo temor
de que tomarán el edificio a sangre y fuego lo cual
significa que se puede producir una verdadera
masacre…
¿Qué es lo que proponen?
Bedregal pregunta al Presidente Siles cual iba a ser la respuesta y
el Presidente en demostración de buena fe le dice “vaya usted
Guillermo, con el Gral. Larrea y los ministros Aguilar y Antelo; deben
hacerlo de inmediato porque tengo miedo de que se produzca una
masacre que hay que evitar…”
17.18 Bedregal sale del Palacio acompañado del Gral. Larrea y los
ministros Aníbal Aguilar y Jorge Antelo. Toman la calle Yanacocha,
ingresan a la Potosí. En el local del Control Político milicianos
exaltados disparan al aire y gritan consignas. Se les ordena no
abandonar la custodia del vetusto edificio, tratando de aliviar la
presión de milicianos a dos cuadras de donde está Radio Illimani.
17:22 “Iniciamos la subida por las escaleras y cuando nos
encontramos en el segundo piso sentimos los disparos de armas
automáticas que provienen del último piso donde aparentemente
estaban parapetados los facciosos falangistas… un grupo de
obreros ferroviarios (así llama Bedregal a los milicianos) también
dispara hacia arriba… En medio de un enloquecido tiroteo de abajo
y de arriba, asumimos también una posición de disparar nuestras
pistolas ametralladoras… tomamos el edificio piso por piso”, dice
Bedregal.[221]
17:25 Disparado el último cartucho, los falangistas se rinden y los
milicianos ingresan a la Radio con Bedregal por delante. El
administrador Jaime Flores, exhibe su carnet del MNR y protege a
Rosario Castillo, Oscar Violeta y el portero Santiago Torres. A las 11
de la mañana entraron allí 12 falangistas; seis horas y media
después nadie conoce la suerte de ellos y probablemente la mayoría
ya están muertos. Los sobrevivientes son Roberto Freire, Luis
Sáenz Pacheco, Augusto Pereira y un cuarto no identificado. Al
llegar a la puerta del edificio cerca a la calle Potosí, la masa
exaltada emite un rugido, momento en el que Augusto Pereira, con
gran presencia de ánimo, aprovechando que era poco conocido, se
mezcla con el tropel de milicianos, militares y policías dando vivas al
gobierno para luego desaparecer del lugar y asilarse en la
Embajada Argentina.[222]
17:35 El trayecto de cien metros hasta el edificio del Control Político
por la calle Potosí, es una vía crucis para los tres falangistas
sobrevivientes que son golpeados sin misericordia. Bedregal levanta
la voz una y otra vez, argumentando que los llevan para
interrogarlos. Oscar Violeta afirma que el Dr. Bedregal salvó la vida
de los dos locutores falangistas. Pero en la calle, Bedregal ve
horrorizado cómo la masa derriba a uno de los presos, lo victima a
golpes y una mano anónima lo remata a balazos.[223] Aquella
escena inhumana atempera en algo los espíritus permitiendo que el
Secretario General de la Presidencia llegue con sus dos prisioneros
al Control Político para luego dirigirse al Palacio.
17:40 En la oficina de la represión del gobierno, Freire y Sáenz son
derribados a culatazos por los milicianos acusándolos de “haber
matado a un jefe de grupo”. Pero ni Freire ni Sáenz, bañados en
sangre y próximos a ser asesinados, hicieron ningún disparo aquel
día. No los matan por la providencial llegada del Ministro de
Gobierno. “La verdad no puede ni debe ser negada. Tanto Luis
Sáenz como yo debemos la vida al Dr. Walter Guevara Arze, primo
hermano de mi entonces esposa Norah”, reconoce Freire, aunque
mucho más hizo Bedregal por ellos. [224]
17:45 San Román ingresa al Hospital General. Busca a Víctor
Sierra. Se encara con un médico que le niega la posibilidad de
interrogarlo y menos aún de sacarlo de allí. Como las enfermeras
también se rebelan, el represor prefiere dejar el lugar. Sierra fue
internado en la sección Urología, de donde fugó al Perú.
18:00Sobreviene el silencio después de seis horas de ráfagas y
explosiones. En la calle Larecaja 188 la ausencia de balazos es una
seña de que todo ha concluido. ¿Perdió la Falange otra vez?
¿Salieron las tropas del Cnel. Guzmán Gamboa y las del Gral.
Ovando Candia y controlan la situación? Lo que sea, pronto se
sabrá.
18:02 Regresa el Cnl. José Luis Serrano. Nunca llegó a los links de
Mallasilla, almorzó con sus amigos en una casa de Obrajes, Matías
Schapek lo dejó a las 5 de la tarde en la esquina de la UMSA, desde
allí volvió caminando y escuchando el tiroteo. Ignora que Únzaga
está en el dormitorio de su hijo, se sorprende al encontrarlo allí, pero
lo saluda lo mismo que a sus acompañantes. Conoce al My. Álvarez
desde la Guerra del Chaco. Al salir le dice a su nuera “me extraña
que esté esa gente aquí. Aquí va a haber una tragedia”.[225]
18:06 En Control Político se da una escena que, de no ser tan
absurda y dolorosa, parecería parte de una comedia del cine
francés, con un Ministro de Gobierno que trata de llevarse a un par
de detenidos asegurando que el Presidente de la República los
reclama, mientras los agentes se despiden de ellos “amablemente”
con golpes de cachiporras y patadas. Finalmente meten sus cuerpos
bañados en sangre en un automóvil para trasladarlos al Palacio
Quemado. Freire y Sáenz son encerrados en cuartos separados,
donde permanecerán incomunicados por varias horas.
18:10 Únzaga está recostado sobre una de las camas del
dormitorio, Gallardo, Achá, y Álvarez están sentados en ésta y la
otra cama y Medrano en una silla, la única en la habitación. Tratan
de escuchar lo que se dice en las radios, pero sólo son insultos. La
apagan de nuevo. Únzaga dice: “si fracasamos, emprenderemos
con la otra” a lo que Achá responde: “claro, iniciamos la próxima
acción”.[226] Aunque desconocen absolutamente lo sucedido en el
Cuartel Sucre, en Radio Illimani y en San Francisco, esos hombres
fogueados en las luchas revolucionarias seguramente consideran
alta la probabilidad de que el golpe hubiera sido controlado por el
gobierno. En la cocina cercana, a unos 20 metros, el Cnl. Serrano
muele maíz para que su esposa Gaby cocine humintas.
18:15 Llega un automóvil a la casa de Gonzalo Romero, desciende
un hombre que con gesto grave le relata pormenores de la masacre
del Cuartel Sucre. Romero queda desencajado; todos los
asesinados eran sus amigos. Pero el visitante la advierte también
que debe abandonar su domicilio pues el gobierno ha ordenado una
razia contra los opositores.
18:20 El Presidente Siles sale de Palacio en compañía de los
ministros Bedregal y Antelo y el jefe de la Casa Militar. Pasan por la
Avenida Perú, a cincuenta metros de donde está Únzaga, llegan a la
estación de trenes, continúan por la República y la Quintanilla
Zuazo, se reúnen con mineros movimientistas que entran a la
ciudad, a quienes piden tranquilidad.
18:25 Pero desde Control Político se planifica la represión. Es
también el momento de las delaciones y denuncias.
18:30 El Cnl. Arce Amaya, Jefe de Seguridad del Palacio, recuerda
la denuncia que le hiciera “una persona allegada” sobre armas en la
calle Larecaja. Aunque ya ha mandado un grupo armado,
retransmite la información al Jefe del Comando Zonal del MNR en la
Estación Central, Hernando Poppe Martínez, para allanar esa casa y
buscar el armamento.[227]
18:35 Entre tantas dos señoras transportan en un automóvil a Mario
Gutiérrez Pacheco, sobreviviente del Cuartel Sucre, hasta la casa
de unos amigos en la calle Nicolás Acosta, donde permanecerá diez
días, mientras su familia, que ha perdido todo, se oculta en la calle
Chuquisaca.[228]
18:40 El gobierno pone en vigencia la “censura cablegráfica a la
prensa internacional por 72 horas”.
18:45 El Arq. Alberto Iturralde es reconocido en la Avenida Camacho
por la activista del MNR Ela Campero. Los milicianos que la
acompañan atracan al empresario y lo llevan preso a una celda
habilitada por el Control Político en uno de los edificios de la
COMIBOL, en la Avenida Camacho, esquina Loayza. Iturralde
obtendrá la libertad muchos días más tarde por mediación de su
cuñada, Elena Jahnsen de Carrasco, esposa del ejecutivo de EL
DIARIO, Jorge Carrasco Villalobos. [229]
18:50 Aíslan todo el barrio de Chocata para allanar las casas. En
una celda de Control Político un sádico intenta arrancarle a
Humberto Frías las esquirlas que lleva en su cuerpo, mientras lo
interrogan. Su esposa Elsa y sus hijos menores Beatriz y Manuel
quedan arrestados.
18:55 30 milicianos descienden de dos camiones en la esquina de la
Avenida Perú y Larecaja. Su objetivo es la casa con el número 138.
19:00 En medio de la incertidumbre, Enrique Achá propone a
Únzaga trasladarse a la oficina del Cnl. Guzmán Gamboa para
persuadirlo de salir con sus tropas y definir la situación. En ese
momento, María Eugenia ingresa al dormitorio donde permanece
Únzaga y sus amigos. Se enjuaga las manos en el cuarto de baño
para ir a la misa vespertina. Achá, que ha hecho bromas todo el día,
aún hace una más: “A esta hora ya no hay misa; seguro que se la
está usted jugando a Fausto”.
19:02 Tras una sonrisa María Eugenia abandona la habitación y con
María Renée se dirigen a la puerta de calle. Desde allí ven que se
acerca un grupo de hombres con pasamontañas y fusiles. Vuelven
sobre sus pasos asustadas y le advierten a su mamá: “¡los
milicianos!”.[230]
19:03 Cristina ingresa al comedor de sus suegros y sollozando les
suplica que escondan a Únzaga y sus acompañantes. Todo
transcurre muy rápido. Cristina ingresa a su dormitorio donde está
Oscar y dice “¡vienen los milicianos!... síganme…!”.
19:04 Tras un momento de estupor, todos se ponen de pie. Únzaga
y Gallardo toman sus armas. Oscar, totalmente sereno, ingresa al
baño sobre la esquina Oquendo, donde quema un papel. Álvarez
Lafaye sale hacia el corredor, pasa por la puerta de la Sala y del
Dormitorio de los hijos (M. Eugenia, M. Renée y Marcos) e ingresa
al dormitorio y al cuarto de baño del Cnl. Serrano. Luego Achá
encuentra a la esposa del Cnl. Serrano, Gaby -a quien no conoce-.
Ella le dice “¡allá, en el fondo!”.
19:07 Milicianos, al mando de Víctor Linares, están ingresando a la
casa y un grupo grande permanece en la calle. Achá llega a la
puerta del baño y Álvarez la abre desde adentro. María Eugenia
toma la mano de su tío Oscar y lo conduce al dormitorio junto a
Gallardo. Unzaga se muestra seguro y tranquiliza a su sobrina.
Golpean la puerta del baño y Álvarez repite la operación de abrir y
volver a cerrar, asegurando el pestillo.
19:08 Los cuatro hombres ya están al interior del cuarto de baño de
forma trapezoidal. Todo está a obscuras pues Álvarez aflojó la
bombilla de luz.
CROQUIS DEL CUARTO DE BAÑO
Al Este, la pared “E”, en la que está la puerta de ingreso,
un estante de madera con divisiones horizontales sobre
el que está una consola y encima, adosado a la pared,
un espejo; más allá el lavamanos encima del cual está
un contenedor de peines, una percha adosada a la
pared de la que cuelgan dos abrigos de señora, un
abrigo impermeable y tres batas de baño.
Al Sur, la pared “S” del fondo, donde están dos baúles
de madera, detrás de los que están varios frascos,
botellas y damajuanas y una ventana cerrada (a 7
metros de altura desde el patio de la casa).
Al Oeste, la pared “O”, que colinda con la casa vecina,
donde está el inodoro, un canastillo de alambre, una
maleta de cuero café sobre un baúl y la mayor parte de
la tina.
Al Norte, la pared “N”, donde está la tina y la ventana
con vista a la calle (también a 7 metros sobre el piso de
la calle Larecaja).
La pared “E” mide 4,70 mts. La pared “S” mide 0,60 mts.
La pared “O” mide 5,23 mts. La pared “N” mide 2,55
mts. La altura del cuarto de baño mide 3.53 mts.
19:09 María Eugenia sale del dormitorio de su abuelo al corredor,
se queda junto a Fausto Medrano en el living, mientras su madre y
su hermana están en la puerta del comedor, sorprendidas por la
presencia de “un viejo”, llamado Juan Mancilla Serrano, Subprefecto
de la Provincia Muñecas, sastre de oficio, con taller a poca distancia
de la casa. Mansilla ha ingresado a la casa por la ventana que da a
la calle Teniente Oquendo, hasta el dormitorio donde hacía poco
estaban Únzaga y sus acompañantes.
19:10 Álvarez y Achá, junto a la tina del baño, ven a los milicianos
en la calle Larecaja, vestidos con overoles, chompas y lluchus,
armados de fusiles y pistolas ametralladoras. “¿Qué pasa?”,
pregunta Únzaga. “Estamos vendidos”, responde Achá. René
Gallardo ofrece cigarrillos, como forma de atenuar la situación. Achá
va hacia la parte del fondo (S) donde se encuentran Gallardo y
Únzaga; enciende el cigarrillo con el fuego que le ofrece Gallardo.
19:11 Fausto Medrano permanece en el living. En ese momento, los
milicianos ya están en el patio, hacen disparos al aire y empiezan a
subir las gradas. Otros se esparcen por las habitaciones del primer
piso, donde hacen nuevos disparos con el ánimo de sembrar el
terror, pues no hay adversario al frente.[231]
19:12 Se escuchan las fuertes detonaciones de los disparos que
hacen los milicianos en el patio de la casa. Únzaga, Gallardo y Achá
están armados; Álvarez Lafaye no. Achá pregunta: “¿Nos
defenderemos?”. La respuesta de Únzaga es negativa. “No
podemos comprometer a la familia que nos cobija…”. Se quedan en
tensión esperando que suceda cualquier cosa.
19:14 Milicianos han llegado ya al corredor apuntando a Cristina y
María Renée que lloran a gritos. Los milicianos ingresan al
dormitorio del Dr. Serrano. Empieza la requisa, fracturan cerraduras
de muebles, abren cajones… El maletín que llevaba Gallardo queda
expuesto, en el suelo, Cristina lo empuja con el pie debajo de la
cama. Los milicianos revisan el comedor y luego pasan al living
(donde están María Eugenia y Fausto Medrano haciéndose pasar
como enamorados para explicar la presencia del universitario
cruceño).
19:16 Los milicianos allanan luego el dormitorio de los niños sin
encontrar nada. Se aproximan peligrosamente al comedor del Cnl.
Serrano cuando este aparece y enfrenta a los invasores con voz
estentórea de militar acostumbrado a mandar, pero lo atropellan
disparando sus fusiles, el coronel se echa a tierra y los milicianos
vociferantes ingresan al comedor y la cocina. Gaby, que se ha unido
a Cristina, María Eugenia y María Renée también llora a gritos.
19:17 Sólo falta el dormitorio de los abuelos. Los que están dentro
del baño escuchan los disparos a pocos metros. Álvarez Lafaye
abandona la ventana y en la desesperación del momento se
introduce en el espacio inferior del estante, entre la puerta y el
lavamanos, cubriéndose con una pequeña cortina, en posición fetal.
Achá va a la puerta para abrirla pensando que era mejor entregarse
para evitar mayores violencias, pero por el nerviosismo no puede
encontrar el pestillo para abrir la puerta y allí se queda.
19:18 Los milicianos entran al dormitorio. Es el momento del ocaso.
La apoteosis de un día violento. Con las armas en las manos, Oscar
Únzaga y René Gallardo aguardan su destino final. Aquí va a
cerrarse el itinerario de un hombre que habló por los inocentes, esos
que creyeron que era posible un país decente, un país mejor. Su
fracaso es la victoria del cinismo envuelto en la capa de la
revolución. Han ganado otra vez los villanos y sólo falta la escena
final. ¿Será el combate que minutos antes descartó el jefe de la
revolución traicionada? ¿La capitulación sin gloria seguida del
maltrato y la deshonra? Nada más existe entre ambos extremos.
¡Que sea lo que Dios determine! Ha llegado la hora del naufragio,
cuando el capitán del navío de su hazaña debe hundirse con sus
sueños. Los fogonazos de tres disparos rompen la penumbra. Todo
está consumado. Son las 19:19.
XXXIII - LAS ALMAS ROTAS

E n medio de la obscuridad de aquel cuarto de baño,


quedaron dos cadáveres y dos hombres al borde del
colapso emocional y amenazados de muerte. Allí mismo
comenzaron las contradicciones. Julio Álvarez Lafaye, sintiendo muy
cerca el alboroto de la requisa por los milicianos escuchó dos
disparos a menos de dos metros de donde estaba, vio la
momentánea claridad producida por los fogonazos y se mantuvo
totalmente quieto por un largo rato… [232] En cambio Enrique Achá
escuchó un recio “traquido” proveniente del fondo del cuarto de
baño… y vio que la única hoja de esa ventana se abrió
violentamente y llegó a distinguir un brazo… en ese mismo instante
oyó tres disparos, uno tras otro… [233]
Los milicianos buscaron armas en todos los lugares de ese segundo
piso, incluyendo el dormitorio del Coronel, pero no en el cuarto de
baño donde estaban Únzaga y sus tres acompañantes. Y mientras
los Serrano aguantaban la respiración… los milicianos dijeron “aquí
ya no hay nada más que hacer” y decidieron irse. ¡Milagro! En la
Sala del living, Cristina, sus hijas María Eugenia y María Renée y el
dirigente universitario Fausto Medrano rezaron agradeciendo a Dios.
¡Oscar se ha salvado! Pero la alegría les iba a durar muy poco.
Dentro del baño, pasado el alboroto, Álvarez pudo serenarse y salir
de la posición en que se encontraba. Estiró la mano, tocó un pie, lo
sacudió -era Gallardo- y al no percibir ningún movimiento, “tuvo la
impresión de que estaba muerto”. Entonces se incorporó y salió
despavorido del cuarto de baño. Achá se acercó al lugar donde
estaban Únzaga y Gallardo. Dijo “Oscar… Oscar”, al no escuchar
respuesta encendió un fósforo y vio “a los dos, tendidos, muertos...”
Achá salió y encontró a Cristina. “Dios mío, nos salvamos…”, le dijo
ella. Achá le respondió “Si señora, pero Oscar y Gallardo están
heridos”. Cristina ingresó desesperada al cuarto de baño, todo
estaba a obscuras, tropezó con un cuerpo, se inclinó y tocó con la
mano un tobillo todavía tibio. Ingresó su suegro, el Coronel, quien
activó el interruptor sin resultado. Subió a un cajón que estaba allí,
ajustó la bombilla -se encendió la luz- y pegó un grito de horror.
Oscar Únzaga estaba tendido de espaldas y casi a su lado René
Gallardo, los dos con las cabezas destrozadas y ensangrentadas.
“Al borde de la histeria -dice María Renée-, mi mamá se
hincó diciendo ‘¡pero están muertos… ¿qué ha
pasado?!’, quería adivinar lo sucedido, era un dolor
terrible expresado en su rostro al ver a mi tío Osquitar
sin vida, estaba tan desesperada que mi abuelo y Gaby
tuvieron que levantarla del suelo…”[234]
Todos quedaron con las almas rotas. Escenas dolorosas se
sucedieron a partir de ese momento. Las mujeres, llorando en
silencio, afrontaron la situación. Sin fuerzas ya, extenuados y en
crisis, los tres últimos camaradas de Únzaga y Gallardo -Achá,
Álvarez y Medrano-, hombres fogueados en mil combates, huyeron
sintiéndose huérfanos. Julio Álvarez buscó refugio en la planta baja
y se escondió en una antigua cocina en desuso, debajo de las
gradas de la planta baja al primer piso, que los niños de la casa
utilizaban para sus juegos y habían bautizado “Club Los
Invencibles”. Achá sugirió pedir protección a la Nunciatura y salió
con María Eugenia en busca de un sacerdote en el cercano templo
de la calle Laja, pero gente armada los vigilaba. Fausto Medrano se
escurrió de la casa, bajando por la calle Larecaja, sólo para ser
apresado en la Avenida Perú. Eran casi las 20:00 horas. El dentista
Luis Mario Serrano volvía a su casa en compañía de su cuñado
Augusto Jiménez, cuando uno de los milicianos que patrullaba en la
Avenida Perú exclamó “ahí está el Doctor Serrano”. Los aprendieron
y los llevaron a Control Político. En el interrogatorio los golpearon de
tal manera que el odontólogo perdió toda la dentadura. Ambos
estuvieron seis meses en la cárcel de San Pedro.
Al lado de los cadáveres estaban dos armas, la pistola Mausser
calibre 32 de Únzaga y el revólver Smith Wesson calibre 38 de
Gallardo. Una mujer de 62 años, Gaby, otra de 38, Cristina y dos
niñas María Eugenia María Renée, se enfrentaron al drama de no
saber qué hacer en el final de un sangriento día de revolución
armada, con dos muertos en casa y uno de ellos nada menos que el
jefe del alzamiento.
“Estábamos en un estado de shock -prosigue María
Renée-, no sabíamos qué hacer. Me revestí de valor y
entré al cuarto de baño con mi mamá (Cristina) y mi
abuelita (Gaby). Buscamos en los bolsillos de los
cadáveres y sacamos unas oraciones a los santos, una
especie de lapicero, un detente…”. En el bolsillo interior
del saco de Oscar había una pistola plana que Cristina
logró esconder en algún sitio de su casa.[235]
Quizás en el subconsciente, Cristina sabía que estaba ante un
capítulo histórico trascendente, pero abrumada por los
acontecimientos, en medio de la sangre derramada, ignoraba que
no debía alterar el escenario del crimen y lo hizo, seguramente por
el temor -que no alcanzaba a racionalizar- de lo que pudiera
sucederles a sus hijos si el Control Político descubriera esos
cadáveres en su domicilio, pero también por el cariño incondicional
hacia Oscar. Lo primero eran las armas. Tomó la pistola Mausser
(de Oscar), lavó la sangre que la impregnaba, la envolvió en un
periódico y corrió a esconderla detrás de unas macetas en su
dormitorio. Volvió al cuarto de baño de sus suegros, tomó el revólver
Smith Wesson (de Gallardo), lavó la sangre en el mismo baño y se
lo entregó a su suegro, el Cnl. Serrano, quien descendió al piso
inferior de la casa, al departamento de Julio y Fanny Caballero.
“Antes de que volviesen los milicianos, bajó el coronel
Serrano, entró a mi departamento. Vino todo
tembloroso, me obsequió un revólver y me dijo: ‘Señora
Fanny, a que se lo roben estos indios yo prefiero
regalársela a usted, es mi trofeo, es mi recuerdo de la
Guerra del Chaco. Guardé el arma en un saco de
maíz...”, sostuvo Fanny de Caballero.[236]
Volvió María Eugenia con Luis Mellon, sacerdote de nacionalidad
belga, perteneciente a la Congregación de los Oblatos de María
Inmaculada. Impactado por la visión de los dos cuerpos con las
cabezas destrozadas, no cabiendo otra cosa que la bendición,
procedió a ella rápidamente. Pero se percató de que entre los dedos
de la mano derecha de Únzaga estaban los restos de un cigarrillo
consumido.[237] El sacerdote se marchó y al llegar a su parroquia
encontró dos milicianos armados en la puerta que le exigían
entregarle al hombre gordo (Achá) que entró con la niña, o
ingresarían a sacarlo por la fuerza. Achá decidió escapar de allí con
la ayuda de un muchacho, saltando un muro para esconderse en
una casa vecina.[238]
Las mujeres limpiaron los rostros de los cadáveres, ataron las
mandíbulas con retazos de una camisa para evitar la deformación
del rictus de la muerte. Gaby de Serrano trajo dos frazadas de
campaña del Ejército, Cristina envolvió a Únzaga con una de ellas y
su suegra a Gallardo. Faltaba poco para las 21:00.
Entonces llamaron a la asistencia pública, les atendió el secretario
del Servicio Médico Quirúrgico, José Fernando Saavedra, a quien
informaron que en la calle Larecaja Nº 188 había muertos,
solicitando una ambulancia para su traslado. Media hora después
llegó una ambulancia conducida por el chofer Alejandro Mamani de
la que descendieron los camilleros Ascencio Maidana y Adrián
Apaza, quienes sacaron los cuerpos tapados en dos operaciones
consecutivas. Apaza escuchó que alguien dijo: “los milicianos los
han matado”.[239] Los dos cuerpos fueron llevados a la morgue del
Hospital General de Miraflores. Eran aproximadamente las 21:30.
El Gobierno Nacional suspendió las clases en los colegios del país y
decretó el Estado de Sitio, dando curso a la más dura represión de
los últimos dos años. Desde las sedes sindicales y los comandos
zonales del MNR partieron los grupos armados para cumplir
misiones en la ciudad. Gonzalo Romero y su hijo Horacio se
trasladaron precipitadamente a la casa de una familiar, a cincuenta
metros, sobre la esquina de la calle Pedro Salazar, minutos antes de
que su domicilio de la calle Hermano Manchego sea asaltado y
parcialmente destruido por los milicianos. El departamento de Mario
Gutiérrez Pacheco fue arrasado, saquearon todo lo que encontraron
de valor y el resto lo destruyeron. Miles de direcciones registradas
por Control Político fueron allanadas y unos dos mil bolivianos
apresados. “Peinaron” los barrios de Miraflores apresando jóvenes y
golpeando a sus padres. Un grupo recibió la orden de captura de
Antonio Anze Jiménez, vivo o muerto; allanaron la casa de Arturo
Clavel en la calle Murillo casi Almirante Grau, en tanto el Padre
Yepez, de la Parroquia de Santo Domingo, lo protegía
escondiéndolo en la torre de esa antigua iglesia colonial. Wally
Ibañez tuvo que refugiarse en la habitación de una familia amiga.
Hortensia González de Wallpher y su hijo Luis de diez años
buscaron una embajada un minuto antes de que lleguen los
agentes. Raúl Portugal que en realidad no llegó a ser parte de la
insurrección, cometió el error de visitar a un oficial de policías, de
apellido Soria; llegaron los agentes buscando a Soria por su
concomitancia con FSB y se llevaron también a Portugal. Miraflores,
barrio considerado falangista, fue sometido a allanamiento general
buscando a los “Locos del Parque” y en general a cualquier joven.
La esposa y los hijos de Humberto Frías quedaron detenidos y el
escultor y combatiente sangrando por múltiples heridas, fue
apaleado por los agentes del Control Político que lo arrojaron a una
celda; pensando que moriría en unas horas, reunió todas sus
fuerzas para trazar el rostro de Cristo en la pared que acabó de
pintar con su propia sangre.[240]
En el Cuartel Sucre, los soldados descubrieron a un individuo
extraño caminando por el patio. Era Luciano Quispe, el tercer
sobreviviente falangista que se había ocultado detrás de un turril; en
aimara dijo no saber por qué estaba allí e insistió en que se había
extraviado. Lo apresaron y entregaron al Control Político. Los
familiares de los masacrados en el Cuartel Sucre vivieron el drama
de no saber la suerte de sus seres queridos, mientras las cárceles
se repletaban de presos y los cadáveres se acumulaban en la
Asistencia Pública y los hospitales, entre ellos los cuerpos sin vida
de Oscar Únzaga y René Gallardo.
Mientras tanto, Claudio San Román había retomado el control de la
situación dejando en la cuneta al jefe de Control Político, Raúl Anze,
el amigo del Ministro Guevara Arze. Nadie supo quien ordenó la
reaparición de San Román (se especuló que fue el Dr. Paz
Estenssoro desde Londres, en comunicación con el Dr. Siles
Zuazo). El Presidente aceptó de facto esa presencia que tres años
atrás le repugnaba. El Subsecretario de Justicia, Dr. Walter Flores,
sintió el peso de un “mandamás” revestido de autoridad superior en
un momento en que a él le correspondía el protagonismo histórico.
Pero nadie lo convocó aquel día, de modo que el Dr. Flores se
presentó por su cuenta en el Hospital General y después de un
recorrido por las salas donde reposaban los muertos de la jornada,
reconoció el rostro de Oscar Únzaga de la Vega. Se trasladó de
inmediato al Palacio de Gobierno y pidió hablar urgentemente con el
Presidente, revelándole el hallazgo.
¿Estás seguro de que es Únzaga? -, inquirió el Dr. Siles.
Absolutamente seguro-, repuso el Subsecretario.
“Entonces el Presidente Siles, abrumado por la tensión del
día, lloró”, según la versión del Dr. Flores Torrico.[241]
Rápidamente se impartieron órdenes: establecer dónde recogieron
los cadáveres de Únzaga y su ayudante. Realizar una autopsia legal
para establecer la causa y las circunstancias de ambos decesos.
Mientras tanto en la morgue, el Dr. Félix Sahonero identificó también
el cadáver de Únzaga y lo comprobó revisando los documentos que
llevaba en sus bolsillos, donde encontró además estampas
religiosas, papeles, doscientos dólares y pequeños objetos
personales del occiso. Esa información salió prontamente del
Hospital General llegando a Federico Álvarez Plata quien de
inmediato la confirmó para retrasmitirla al Presidente Siles. Álvarez
Plata se negó a firmar el detalle del contenido de los bolsillos de
Únzaga, pero sí lo hizo alguna otra autoridad movimientista.
Pasando por alto la notable imprecisión en cuanto a las horas, el
testimonio del Dr. Guillermo Bedregal es importante para establecer
el estado de ánimo del Presidente Siles Zuazo en aquellos
momentos, cuando instruyó al Secretario General de la Presidencia
dirigirse a la morgue:
“El Presidente Siles me dijo más o menos lo siguiente:
Únzaga de la Vega es un patriota, un nacionalista a
quien tuve la suerte de conocer personalmente en varias
oportunidades. En alguna ocasión y durante la
Resistencia fuimos expulsados del país a Chile y
entonces reconocí sus grandes cualidades humanas y
su entrega total a sus ideales. Lamentablemente para la
Revolución del 9 de abril, no pudimos coincidir en mi
afán de unificar en ese propósito al Partido de Únzaga…
A medida que el Presidente recordaba su vínculo y
conocimiento con el Jefe falangista, su palabra y su
expresión no podían ocultar un profundo y sincero dolor
que le llevaba a las lágrimas. Jamás había visto a Siles
Zuazo en un tan doloroso sentimiento de pena. Yo
tampoco podía esconder ni mucho menos disimular de
mi propio dolor, porque a Únzaga le conocí con mayor
intimidad y creo que fuimos amigos y compañeros de
lucha durante mi juvenil pasantía de estudiante en
Cochabamba… Salí apresuradamente a la morgue de
Miraflores; el espectáculo que tenía que enfrentar fue
terrible… Habían terminado de realizar el “levantamiento
legal del cadáver”. Ingresé a la sala donde yacían varios
cuerpos, todos desnudos; rápidamente pude identificar a
Únzaga y la sensación que tuve de dolor y tal vez un
temor escondido que no lo podía descifrar, me
anonadaron de tal modo que me sumí en un silencio
absoluto e interiormente me puse a orar…” [242]
Rige la censura para los corresponsales de la prensa internacional.
Internamente la información es caótica. Algunas radios han vuelto al
aire y tratan de ofrecer alguna versión de lo sucedido. El Ministro de
Informaciones, Fellman Velarde, se ha borrado del escenario y no
hay una versión oficial sobre lo que ha sucedido, surgen versiones y
trascendidos. Uno de ellos llega a la casa de los Kellemberger: un
hombre de ese apellido está muerto y su nombre es… ¡Víctor! Víctor
Kellemberger, el hermano mayor de Carlos estaba en el exilio, pero
no era descabellado su ingreso clandestino al país para sumarse a
la revolución falangista. Entonces, ¿qué ha pasado con Carlos?
Pero son solo conjeturas, esperanzas desesperadas. Pese al estado
de sitio y al miedo que reina en Miraflores, muchas familias llegan
caminando hasta la casa de los Kellemberger para expresar su
solidaridad. Oscar Kellemberger, entonces un niño de 9 años
recuerda que se organizó una comisión familiar para asistir a su
mamá y que mucha gente expresó su solidaridad, inclusive gente
del propio gobierno:
“Al lado de nuestra casa vivía don Roberto Jordán
Pando, en ese momento alto funcionario de la
administración Siles Zuazo, cuya esposa, la señora
Wilma, se presentó en mi casa para ofrecernos su
apoyo. Era las 9 de la noche y don Roberto nos hace
decir oficialmente que mi padre había muerto y se
ofrecía a recuperar sus restos. Mi hermano mayor,
Carlos acompañó al Dr. Jordán Pando hasta el
Cementerio General de La Paz. Todos los caídos
estaban en la misma fosa. Pese a que se identificó
como autoridad política importante, no les permitieron
acercarse, cuando Jordán insistió, una ráfaga de
ametralladora los hizo desistir y tuvieron que abandonar
el lugar…”
Alrededor de las 22:00, los milicianos volvieron a la casa Nº 188 de
la calle Larecaja. Esta vez se llevaron presos a todos, Cristina, sus
hijas María Eugenia y María Renée, su suegro el Cnl. José Luis
Serrano. Gaby, la esposa de éste, se refugió con su nieto Marco en
el departamento de los Caballero. Encontraron a Julio Álvarez
Lafaye en el escondite del Club Los Invencibles, llevándolo al
Control Político e inmediatamente después al Palacio de Gobierno,
donde habló primero con el Presidente Siles y luego prestó una
primera declaración jurada, expresando su convencimiento de que
Únzaga se suicidó. Luego, el Secretario General Bedregal convocó
a un grupo de periodistas, entre ellos el Director de EL DIARIO, para
entrevistar al mayor Álvarez, quien relató los sucesos de aquel día
en la casa 188 de la calle Larecaja, sin mencionar a Enrique Achá ni
a Fausto Medrano, tratando de protegerlos. Informó que Únzaga y
Gallardo estaban armados, reiteró que en el momento de las
detonaciones al interior del cuarto de baño nadie más que él estuvo
en aquel lugar junto a los dos occisos. Agregó que “el señor Únzaga
se encontraba muy abatido, lamentando que en el día de su
cumpleaños hubiera muerto tanta gente”.
¿Por qué cree Ud. que Únzaga y Gallardo se suicidaron?
-, preguntó un periodista.
Por el fracaso de la subversión-, fue la respuesta.
Álvarez Lafaye afirmó que hacía esa declaración sin que medie
presión alguna, agregando que no fue objeto de mal trato. Pero su
estado psicológico era lamentable. A pocos pasos del salón donde
el militar retirado hacía esa declaración, se encontraba Roberto
Freire, el hombre que tomó Radio Illimani aquella mañana, a la
espera de su incierto destino. San Román ingresó acompañado de
Adhemar Menacho, miró a Freire y le dijo:
“Somos dos fantasmas, porque según lo que dijo usted
esta mañana, no sólo el pueblo nos alcanzó, sino que
nuestros cadáveres fueron arrastrados por las calles.
Pero, somos fantasmas de carne y hueso, como puede
ver y constatar… Además, quiero avisarle que su jefe,
Únzaga, esta tarde se ha suicidado…”[243]
Freire supuso que “el suicidio” de Oscar era una estratagema para
quebrar su moral. Menacho tomó asiento al lado de Freire,
aplicándole pinchazos de alfiler en la espalda con cada pregunta
que hacía San Román. Freire describió lo que hizo aquella mañana,
sin mencionar nombres y dijo que el libreto revolucionario lo recibió
ya redactado. Los dos torturadores salieron para dirigirse a la
Asistencia Pública, entonces bajo el alero de la Cruz Roja, en la
Avenida Simón Bolívar, frente al Mercado Camacho, donde en ese
momento se recibían los cuerpos de Únzaga y Gallado. El operativo
de la autopsia quedó a cargo del Ministro de Salud, Dr. Julio Manuel
Aramayo, pero de la ejecución se hizo cargo el mismísimo Claudio
San Román.
Volvieron a vestir a Únzaga, reponiendo lo que llevaba. El informe lo
señala puntualmente: Abrigo de lana gris marengo, chaleco de lana
beige, corbata beige, zapatos negros, traje marrón, todas las
prendas ensangrentadas. Rosarera, goma de borrar, cortaúñas,
detente, dos medallitas, una carta, nómina con varios nombres, un
croquis, un billete de cien dólares... ¿No eran 200? ¡En el trayecto
de la morgue a la Asistencia Pública alguien se había robado cien
dólares que era el mayor bien que tenía el finado!
A dos kilómetros del Palacio, el médico Edmundo Ariñez Zapata, al
final de una prolongada jornada atendiendo a los heridos en el
Hospital General, fue convocado a las 23.00 por el Ministro de Salud
para practicar una autopsia por encargo del Presidente de la
República. Aún se escuchaban descargas de fusilería (que hacían
los milicianos para aterrorizar a la ciudadanía) cuando el Dr. Ariñez
dejó el hospital y abordó una vagoneta donde estaban los médicos
Arturo Rojas Alayza y Nicanor Machicao. Pasada la media noche, el
vehículo bajó hasta el Sanatorio La Paz, en San Jorge, donde
recogió al Dr. Hernán Messuti. Luego de parar en varios puntos
controlados por milicianos y policías, llegaron hasta la Asistencia
Pública, donde esperaban los doctores Manuel García Capriles,
Jorge Ergueta, Francisco de Urioste, Humberto Rosetti, Juan
Mancilla y Pastor Sangüeza. Se autorizó el ingreso de periodistas,
entre ellos el representante de EL DIARIO, Alberto Zuazo y el
reportero del periódico oficialista LA NACIÓN, Luis Antezana.
Claudio San Román dirigía el acto forense, exhibiendo autoridad
superior a la del Ministerio Público, comunicando al grupo de
médicos que debían establecer las causas de la muerte de Únzaga
y Gallardo, cuyos cadáveres les fueron presentados.[244]
Los médicos se reunieron en una rápida junta, acordando que la
autopsia la practicaría el Dr. Nicanor Machicao, ayudado por el Dr.
Juan Mancilla, ambos patólogos. Estos procedieron en seguida a
destapar el cráneo y extraer el cerebro de Únzaga, verificando la
trayectoria de un proyectil que ingresó por la sien derecha y,
aparentemente, al chocar con el hueso de la sien izquierda, rebotó
en ángulo agudo, saliendo al exterior perforando el hueso occipital
derecho. Cerca de las 3 de la madrugada se llegó a tal conclusión y
sin mayor juicio de valor, que la obvia presunción de un suicidio, el
Dr. Machicao empezó a dictar el Protocolo de la Autopsia.
Sin embargo, el Dr. Messuti, forense con fama de experto en
anatomía desde sus años universitarios, perplejo por la conclusión
de los patólogos, se preguntaba ¿cómo era posible que la bala
hubiera rebotado en la sien izquierda, donde el ala del frontal es
más delgada que el hueso occipital, para tomar una dirección
oblicua con trayecto casi contrario al de entrada y salir por el más
grueso y duro occipital derecho? Si la bala tenía mayor velocidad
cuando chocó con la sien izquierda y no la perforó, ¿cómo fue que
al continuar su trayecto, perdiendo velocidad y llegando con menos
fuerza al hueso occipital, sí lo perforó?
Cuando el enfermero lavaba el cuerpo de Únzaga con una esponja
empapada en agua, el Dr. Messuti se acercó y examinó visualmente
la cabeza, notando que la sien izquierda estaba cubierta por un gran
coágulo apelmazado, pidiendo al enfermero lavar esa región, de
modo que, al limpiar la sangre reseca, quedaron al descubierto ¡dos
orificios de bala!, uno más grande que era en realidad de salida del
proyectil que ingresó por la sien derecha y, un poco más adelante,
otro orificio, producido por un segundo disparo que atravesó el
cerebro con dirección al hueso occipital.
Alarmado por su descubrimiento llamó la atención de Machicao y
éste le contestó:
“espere un momento, estoy dictando el protocolo”
Entonces Messuti, dejó traslucir enojo al exclamar con voz áspera:
“Ese protocolo no sirve, pues aquí hay dos orificios de bala en la
sien izquierda”.
Los médicos y autoridades quedaron paralizados y corrieron a ver
los orificios. Segundos después, el propio Dr. Machicao intervino:
Esto cambia la situación, aquí hay un orificio de entrada en la sien
derecha con orificio de salida en la sien izquierda, y un orificio de
entrada de otro proyectil en la sien izquierda, a unos milímetros del
orificio de salida del anterior, y que tiene su orifico de salida por el
occipital. Aquí ya no se puede hablar de suicidio…
En la sala se armó un gran revuelo, San Román y Menacho salieron
precipitadamente de la sala y Machicao empezó a dictar un nuevo
Protocolo de Autopsia con los nuevos elementos que sugerían un
asesinato. Luego se prosiguió con el cuerpo de René Gallardo, en el
que se encontró un orificio de bala en la sien derecha con orificio de
salida en la sien izquierda. El Dr. Manuel García Capriles hizo el
último comentario de la madrugada:
Si no hubiera sido por la observación del Dr. Messuti, habríamos
pasado a la historia como una banda de cretinos pagados por el
oficialismo.
Eran las 6 de la mañana del lunes 20 de abril cuando los doctores
abandonaron la Asistencia Pública. Esa mañana, los diarios
informaban ampliamente de los últimos sucesos. EL DIARIO, en
despliegue de primera página total decía:
Tras violentos combates se sofocó una revuelta
Mueren, Oscar Únzaga y su ayudante.
65 muertos y más de 100 heridos.
El PURS repudia la subversión.
Fue atacado a bala coche presidencial.
Rige el Estado de Sitio.

La cobertura fotográfica era amplia. En páginas interiores estaba la


declaración de Julio Álvarez Lafaye con el título “Testigo presencial
relata la forma en que el Jefe de FSB se suicidó sorpresivamente”.
LA NACIÓN, periódico oficialista, afirmaba categóricamente que
Únzaga se auto eliminó, pero nadie lo creyó. El detalle de los dos
balazos en la cabeza del supuesto suicida trascendió de inmediato y
dio pie a la versión de un crimen político que se esparció imparable
por las ciudades bolivianas. Había una lista parcial de bajas y se
omitía una versión oficial creíble sobre lo sucedido en el Cuartel
Sucre. La opinión pública se volcó perceptiblemente en contra del
gobierno.
El Ministro de Gobierno, Walter Guevara Arze, se vio precisado a
declarar que “el gobierno no tiene semejanza alguna con las
dictaduras de Fulgencio Batista y Marcos Pérez Jiménez”.[245]
Aproximadamente unos dos mil detenidos en las últimas horas
llenaban las cárceles bolivianas. Este el relato de Jaime Gutiérrez
Terceros, el dirigente falangista que comandó las acciones en San
Francisco, preso en el Panóptico de San Pedro.
“A las 11:30 del lunes 20 de abril se presentó Claudio San Román
acompañado por jefes de control político. En ese momento éramos
allí unos 300 presos. Descubrí que allí también estaba Fausto
Medrano, cuando éste se puso de pie y se encaró con San Román.
Señor General, mi nombre es Fausto Medrano y soy Presidente de
la Confederación Universitaria Boliviana. Anoche fui tomado preso
cuando me recogía a mi domicilio y exijo saber con qué cargos se
me retiene contra mi voluntad-, dijo el universitario cruceño.
Sabemos bien quién es usted y lo que hacía ayer. Así que, quédese
tranquilo por su bien-, le respondió San Román”.
También estaba un campesino a quien intentaron interrogar,
chocando contra el muro idiomático. Era Luciano Quispe, el otro
sobreviviente del Cuartel Sucre. Insistía, en aimara, que había
llegado a la ciudad en la víspera, se había extraviado y no sabía
cómo llegó hasta el lugar donde lo apresaron. Luego Raúl Gómez,
uno de los jefes de Control Político llamó a Jaime Gutiérrez. Por la
herida de bala en la cabeza, éste llevaba una gran venda blanca
que lo hacía irreconocible. Le preguntaron su nombre y cuando
respondió, San Román levantó la mirada:
Es a ti a quien estamos buscando-, dijo.
Lo llevaron directamente a la oficina del jefe de Control Político,
donde estaba el Ministro Walter Guevara Arze.
“Había una relación entre la familia de Guevara y la
familia de mi madre. Entonces él me dijo: “cómo era
posible que yo, siendo tan joven, me haya metido en
política para hacer sufrir a mi familia…” Comenzaron a
preguntarme varias cosas, hasta ese momento yo no
sabía que había muerto Únzaga. A la media hora, Raúl
Gómez me dijo delante de Guevara “tú ya no tienes nada
que hacer porque tu jefe está muerto”, pero no le creí.
Querían saber qué actividad había tenido y yo negué
todo. Les dije que había llegado recién de Cochabamba,
fui a una misa, luego se produjo la balacera y me hirieron.
Pero ellos insistieron. Habían decomisado una libreta
donde no figuraban nombres, pero Oscar había anotado
“Chiquito” que era el pseudónimo que me asignó desde
los días de Río de Janeiro. Ya eran las 3 de la tarde y me
llevaron a una celda donde estaban Hugo González
Moscoso del POR junto a uno de sus camaradas con
quien comentaban sobre la revolución de la víspera. Yo
me ubiqué a un lado y no hablé con nadie. A las 6 ingresó
a la celda Primitivo Sánchez, a quien yo conocía. Se
acercó, se puso a llorar y me contó de la masacre de
varios camaradas en el Cuartel Sucre y ahí comencé a
tomar consciencia sobre la muerte de Únzaga, de Walter
Alpire, Carlos Kellemberger y su grupo. En ese momento
mi moral bajó a cero.
Al finalizar el interrogatorio, el Ministro Guevara dijo que
no me tocarían, pero era una ilusión. Como el día de la
revolución tomamos presos a los agentes del control
político, entre ellos estaba un oficial del Ejército que
ordenó que me torturen durante ocho días seguidos.
Quedé hecho una piltrafa humana, orinaba sangre,
apenas podía pararme y me llevaron a una celda
incomunicado. Luego de confirmar la muerte de Únzaga y
de todas las palizas, decidí que me maten, entonces
comencé a patear la puerta de la celda y uno de ellos
ordenó mi muerte. Entraron a la celda para liquidarme,
me dieron patadas hasta que me vi tirado en el suelo. Ya
en agonía, probablemente se condolieron, trajeron una
frazada con la cual me cubrieron y me trasladaron a la
enfermería, me colocaron en una camilla, me inyectaron y
al día siguiente me sorprendió que me dieran un buen
desayuno y a las 11:00 me sacaron a la sala, pusieron un
sillón y me dieron sopa. Ese fue el fin de las pateaduras.
Fui recuperando lentamente, me daban un buen
almuerzo. Entonces se me acercó el campesino Luciano
Quispe, que no hablaba más que aimara y en perfecto
castellano me contó en voz baja lo que sucedió en el
Cuartel Sucre. Me pusieron en una celda con Raúl
Portugal. Luego empezaron a llegar presos de Santa Cruz
y no había más espacio en el Control Político. Nos
trasladaron al Panóptico.[246]
Con un cordón de seguridad artillado alrededor de las embajadas,
para evitar que los falangistas pudieran asilarse, sólo pudieron
cruzar la puerta de la Embajada Argentina Gonzalo Romero y sus
hijos Gonzalo y Horacio, Alfonso Guzmán Ampuero, Hernán
Landívar Flores, Jorge da Silva y Víctor Sierra Mérida con siete
pedazos de plomo en el cuerpo. La Embajada de Chile cobijó a
Hortensia González Durán de Wallpher y su pequeño hijo Luis
Antonio de 10 años, además de Julio de Zavala. Con el Control
Político pisándoles los talones, Luis Llerena se abrió paso arma en
mano para ingresar a esa legación en la calle Aspiazu. El mayor
Carlos Olaechea logró asilarse en la Embajada del Brasil, mientras
la Nunciatura refugiaba a Jaime Villaalba Kock y al hombre más
buscado del momento, Enrique Achá.
Pese a la veda a la prensa internacional para el uso de cable
(teletipo), la noticia del supuesto asesinato de Únzaga trascendió las
fronteras. Los exiliados bolivianos salieron en marchas
multitudinarias en Buenos Aires, Lima y Santiago, condenando al
gobierno de su país y pidiendo la intervención de Naciones Unidas y
la OEA.
El gobierno trató de mejorar su imagen organizando un sepelio
masivo de los muertos, a los que quiso mostrar como víctimas del
alzamiento falangista. Pero el intento de incluir entre los muertos a
los propios falangistas caídos en acción desarticuló aquella farsa.
Se prohibió a las familias falangistas la realización de exequias
públicas, pero las esposas e hijos de los asesinados en el Cuartel
Sucre no tenían a quienes enterrar pues el gobierno hizo
desaparecer los cadáveres, hallándolos semanas después, en una
fosa común del Cementerio General, todos con señales de haber
sido acribillados y con las cabezas destrozadas por los tiros que les
aplicaron para que no queden sobrevivientes.[247]
Cosme Coca, hijo del dirigente falangista, guarda un vivo recuerdo
de esos días, cuando él tenía 17 años, su hermana Luz 12 y su
hermano Hugo 10.
“Fueron 15 días de incertidumbre porque mi madre, Luz
Carrasco de Coca, creía que mi papá había fugado o
estaba escondido. Recuperamos el cuerpo de mi padre
a través del Obispado de La Paz. San Román citó a mi
madre y mi abuela en la Iglesia Remedios de Miraflores,
las llevaron al cementerio y les entregaron el cuerpo que
estaba sepultado en un nicho a ras del suelo con el
pseudónimo de “José Mamani”, figurando como una
víctima que fue abatido por los falangistas. Mi padre
tenía un tiro de gracia en el occipital. Mi madre sacó el
cuerpo, lo puso en otro ataúd y compró otro nicho. Yo no
vi el cuerpo y me quedé con sed de venganza…”
El Ministro Guevara perdió la oportunidad de guardar silencio y
condenó el luto público de las mujeres falangistas, acusando al
finado Únzaga de haber hecho “un partido de neuróticas”. Y el gran
embajador Víctor Andrade Uzquiano manchó su hoja de servicios al
país enviando una declaración oficial de la Cancillería a sus
similares en América y Europa con la versión del “combate” del
Cuartel Sucre.
El gobierno montó una manifestación de apoyo a la que acudieron
los funcionarios públicos y la COBUR oficialista, ocasión en que el
Presidente Siles dijo: “Hasta ayer, alguna prensa nos acusaba de
ser blandos que gobernaban con mano débil, nos criticaban como
pusilánimes… seguramente nos criticarán ahora de mano
fuerte…”[248]
Siles dijo también: “con sangre ha vuelto a sellarse la unidad en las
filas de la Revolución Nacional”, expresando “el reconocimiento del
gobierno y los trabajadores al Ejército de la Revolución, a las
Fuerzas Aéreas (sic) de la Revolución, al Cuerpo Nacional de
Carabineros de la Revolución, porque ahí estamos todos
identificados y no se repite como antaño, que bajo el uniforme de
carabineros o de las Fuerzas Armadas tengan que recibir
instrucciones para ametrallar a los propios hermanos”.[249]
Como una ironía a esas expresiones presidenciales, EL DIARIO,
decano de la prensa boliviana publicaba el 21 de abril una
declaración del Jefe de la Casa Militar del Presidente Siles Zuazo, el
Gral. Gustavo Larrea, quien refiriéndose a los sucesos del Cuartel
Sucre reconoció que “14 falangistas que levantaban las manos
fueron ultimados por la tropa atacante”. Resultaba tan flagrante esa
masacre que el sustento moral del gobierno quedó dañado,
aumentando la duda pública respecto al supuesto suicidio de Oscar
Únzaga, cuyos detalles se iban revelando a la opinión pública por
los mismos personajes del gobierno. Se generalizó la versión de que
el 19 de abril, el gobierno del MNR puso en escena un sangriento
montaje al que se prestaron el Gral. Ovando Candia y el Cnl.
Guzmán Gamboa.
El propio biógrafo del Presidente Hernán Siles Zuazo, el prestigioso
escritor y diplomático Alfonso Crespo, formula dos interrogantes en
el libro que publicó en torno a la vida de este mandatario:
“¿Se enteró Siles de la villanía de Guzmán Gamboa?
¿Cómo explicó éste que los carabineros tendieran la
celada del cuartel? ¿Por qué no sancionó al capitán
Mattos, que ordenó el asesinato de los falangistas?
¿Qué razones le indujeron (al Presidente Siles) a tolerar
tamaño oprobio? Es uno de los hechos inexplicables de
la conducta de Siles. Guzmán Gamboa siguió de Jefe
de Policía y Mattos no fue castigado…”[250]
Los hijos de Carlos Kellemberger y de Cosme Coca, todos de pocos
años, se convirtieron en centro de la consternación del vecindario de
Miraflores en su condición de huérfanos de padres asesinados el
mismo día en el mismo lugar y tuvieron que vivir el resto de sus días
con el recuerdo de esos días terribles de abril de 1959, lo mismo
que los hijos, esposas, madres y novias de los otros inmolados.[251]
La afirmación presidencial “con sangre ha vuelto a sellarse la unidad
en las filas de la Revolución Nacional”, fue una de las pocas
verdades oficiales de esos días. Hernán Siles Zuazo se había
emparejado ante la historia con Víctor Paz Estenssoro. Pero esa
unidad no era de concreto, sino de arena y en pocos años las
diferencias entre estas dos figuras centrales de la Revolución
Nacional volverían a llevarlos a posiciones irreconciliables.
La parte más difícil del drama falangista fue revelar a Rebeca, la
madre de Oscar, que su hijo había muerto. Nadie, falangista,
pariente o amigo, tuvo el coraje de hacerlo. La única persona con
las agallas necesarias fue la doctora Úrsula Beck de Conrad, leal
amiga de Únzaga y de su madre. Llegada a la casa donde se
alojaba Rebeca, la médica fue directa.[252] “Tu hijo ha muerto”.
Luego le inyectó un poderoso calmante. Cuentan que la valerosa
mujer, cercana a los 80 años, emitió un aullido prolongado y
lastimero que acabó de romper el alma de los inocentes. Allí se
terminó su estirpe. Todo lo que Dios le había dado, lo acababa de
recoger.
Jorge Siles Salinas, hermano del Presidente de la República, le
dirigió a éste una carta desde Valparaíso, el 4 de mayo de 1959, la
misma que ha quedado como testimonio de un momento
especialmente doloroso de la Historia de Bolivia:
Hermano:
Los últimos sucesos en La Paz, que han culminado con el
asesinato del gran patriota, el Jefe de Falange Oscar
Únzaga de la Vega, y la actitud que ha adoptado frente a
estos sucesos el gobierno actual de Bolivia que tu
presides, encubriendo cobardemente el crimen bajo la
apariencia de un suicidio, me obligan a asumir el amargo
deber de enviarte esta carta pública, portadora de mi
vehemente protesta por los atentados cometidos en
contra de la dignidad de la persona humana por las
hordas marxistas que se han adueñado del poder,
desbordando tu autoridad y mimetizando tus actos de
gobierno.
El régimen actual, cuya Presidencia asumiste bajo los
mejores auspicios, en una ocasión histórica
incomparablemente ventajosa para devolver al pueblo su
unidad y exterminar en él el virus de la discordia, ha
echado sobre tus hombros una mancha de sangre, que
viene a sumarse a una larga serie de crímenes y
corrupciones que jalonan la trayectoria revolucionaria del
marxismo en Bolivia.
Conociendo tus buenas intenciones y tu rectitud moral, sé
muy bien que tú has debido ser una de las personas más
íntimamente afectadas por el trágico final de Oscar
Únzaga, quien supo morir, sin duda, como cumplía su
vida, consagrada generosamente al servicio de Bolivia,
pero no acierto a comprender cómo puedes amparar la
innoble y macabra farsa de los que asesinaron ayer a
Únzaga y hoy insultan su cadáver.
A cuantos conocimos íntimamente a Únzaga, y tú te
cuentas entre ellos, no puede pasarnos por la
imaginación ni la menor sospecha siquiera de que él
hubiera atentado contra su vida. Era Oscar Únzaga un
alma sinceramente creyente, un católico fervoroso, un
hombre a quien, por otra parte, le asistía la certidumbre
del triunfo reservado a su causa, un día próximo o más
lejano, cuando por fin sonase para Bolivia la hora de la
justicia y la paz. ¿Cómo hubiera sido capaz de pensar en
el suicidio un hombre dotado de tanta entereza moral?
Causa por eso repugnancia e indignación el nuevo crimen
que con Únzaga se comete. El Gobierno da la medida de
su inmoralidad y su cinismo al pretender dar la impresión
de que ignora las circunstancias en que el Jefe de
Falange halló la muerte. La hipocresía de los ministros
Guevara y Andrade, al intentar cubrir los actos del
gobierno con una máscara de inocencia, colma la medida
de las abyecciones cometidas por el régimen del que
pareces ser una cómoda pantalla o un incauto prisionero.
A los hombres y a los gobiernos que rigen a los hombres
se los conoce por sus obras, y las obras de Únzaga
fueron su valor, su denuedo, la fe que supo encender en
las juventudes, su tenacidad para cerrar el paso a la
anarquía y el desgobierno. En cambio, los frutos del
Movimiento en el poder no han sido sino el odio, la
miseria y la destrucción de las instituciones y la economía
del país. ¿A quién creer ante la muerte trágica del héroe?,
¿al mismo héroe con su vida ejemplar o a sus
perseguidores, que sólo dejarán detrás de sí, el recuerdo
de su infecundidad y de sus fracasos?
El martirio de Oscar Únzaga guarda una terrible
semejanza con el crimen que encendió la Guerra Civil
Española, el asesinato de Calvo Sotelo. A ambos les ha
asesinado el marxismo, con su secuela de odios y
violencia. Quiera Dios que en Bolivia no sobrevenga al
holocausto de Únzaga de la Vega y sus camaradas el
desangramiento del pueblo boliviano, ya suficientemente
castigado por el infortunio.
Nadie podrá olvidar en Bolivia que los crímenes del 19 de
abril fueron seguidos de una farsa ignominiosa, que se
contentó con exculpar cínicamente a los asesinos, pues
hubo aún que añadirse al crimen el ultraje cobarde a los
muertos. En efecto, ¿cómo cabría imaginar mayor
cinismo que el de aquella escena del entierro de los
caídos de la Falange llevados en hombros de los
partidarios del gobierno, en una comitiva que tú presidías
y que se anunció como el sepelio de los milicianos
gobiernistas muertos en la refriega?
Es de esperar que el nombre de nuestra familia, que tan
alto brilla en la historia de Bolivia, gracias a la nobilísima
ejecutoria que nuestro padre supo acreditar ante ella, no
siga siendo empañada por los crímenes de los hombres
que te rodean. Esos hombres creyeron ciertamente que la
impunidad acompañaría a sus delitos, desde la ocasión
en que tú proclamaste, desde los balcones del Palacio de
Gobierno, que tú mismo no eras sino un continuador de la
obra revolucionaria de Paz Estenssoro y que
considerabas tu deber rendir tributo a las realizaciones
históricas efectuadas por el gobierno de aquel siniestro
personaje. Desde ese momento el pueblo boliviano dejó
de creer en ti, al ver tus propósitos de identificarte con los
errores y atrocidades que tu antecesor cometió desde el
gobierno.
¡Quiera Dios que los días que aún quedan al MNR en el
poder no vuelvan a ensombrecer el trágico destino de
Bolivia con nuevos crímenes y violencias!
¡Dios salve a Bolivia, hermano Hernán!
(Fdo.) Jorge Siles Salinas Vega.

Terrible carta, para quien sepa aquilatar su contenido ético. De


cualquier forma, en abril de 1959, trabajadores mineros y petroleros
levantaron momentáneamente sus huelgas “sólo para evitar falsas
interpretaciones”.[253] El gobierno “se sensibilizó” y aprobó el
descongelamiento de sólo el 50% en las pulperías de las minas
nacionalizadas y otorgó a los trabajadores de YPFB una escala de
bonos de producción y un plan de vivienda propia. Como lo
esperaban los ideólogos del MNR, aunque la misteriosa muerte de
Únzaga y el asesinato masivo en el cuartel Sucre abollaban la
imagen del Presidente Siles Zuazo, en el imaginario popular, donde
suelen anidarse tantas bajas pasiones, subsistía aquella máxima del
siglo XIX: “Belzu ha muerto, ¿quién vive ahora?” Y como un efecto
natural, “el pueblo”, que realmente hubiera arrastrado el cadáver de
San Román si la Falange triunfaba, retornó mansamente al redil y se
postró, una vez más, ante el más fuerte.
XXXIV - INTERVIENE LA OEA

N adie pudo evitar que la ciudadanía boliviana etiquete el


caso Únzaga como otro crimen político comparable al del
Mariscal Sucre y la masacre del Cuartel Sucre como una
versión moderna de las matanzas de Yáñez en el Loreto. Restando
importancia al ametrallamiento de Walter Alpire y sus hombres con
los brazos en alto, que para el Presidente y su Ministro de Gobierno
fue el resultado de “un combate”, lo que constituye uno de los
baldones a la memoria de los abogados Hernán Siles Zuazo y
Walter Guevara Arze, el régimen del MNR buscó atenuar su
responsabilidad apelando a la Organización de Estados Americanos
(OEA), mediante una nota cablegráfica dirigida el 23 de abril de
1959 al Secretario General de la OEA, el uruguayo José A. Mora,
suscrita por el Canciller de Bolivia, Víctor Andrade Uzquiano,
solicitando una comisión calificada que investigue la muerte de
Únzaga.
Aquel documento firmado por el dos veces notable embajador
boliviano en Washington, es indigna de su estatura política. El Sr.
Andrade se refiere a los sucesos del 19 de abril y afirma que “el
saldo de la aventura fascista enlutó a cerca de cien hogares
humildes. Al finalizar las acciones y mientras las autoridades
recogían a los muertos y asistían a numerosos heridos se encontró
en un domicilio particular dos cadáveres que luego fueron
identificados como los del jefe del movimiento subversivo, Oscar
Únzaga y su ayudante civil, René Gallardo. Ante el fracaso de la
criminal aventura elementos políticos que desde el exterior
financiaron y organizaron la subversión han dado publicidad a una
acusación señalando a miembros del gobierno como autores de
dichas muertes…”
Andrade, líder de “Estrella de Hierro” en los años 30-40, una
organización nacionalista radical de la post guerra le daba el trato
despectivo de “fascista” a Oscar Únzaga, a quien su Presidente,
Hernán Siles Zuazo, consideraba “un patriota, un nacionalista a
quien tuve la suerte de conocer personalmente en varias
oportunidades”.
La nota pidiendo apoyo a la OEA intentaba poner un velo sobre el
Cuartel Sucre y ocultar el asesinato de veinticuatro ciudadanos
asesinados con las manos en alto. Buscaba que la comunidad
internacional olvide a los jóvenes combatientes falangistas atacados
con artillería pesada y bazucas por fracciones del Ejército y
escuadrones de milicianos en la calle Murillo. Fingía ignorar los
compromisos incumplidos por los jefes de la Policía y el Ejército con
Oscar Únzaga, que determinaron el resultado adverso del
alzamiento y la consecuente muerte de Únzaga y Gallardo.
Insinuaba “financiamiento externo” que lo sabía de mínima cuantía
en un levantamiento donde la pobreza material se suplió con el
sacrificio personal.
Ocultaba que el sentimiento inicial favorable a un “gobierno popular
de obreros, campesinos y clase media”, había derivado en repudio
compartido por mineros, obreros, universitarios, profesores,
estudiantes y clase media a los que la Revolución Nacional había
empobrecido como resultado de la corrupción y la incompetencia de
algunos sectores en el MNR, en siete años de gobierno unipartidista
que, a pesar de Siles Zuazo, se había tornado antidemocrático y
represivo. Y por supuesto ocultaba una situación que resultaba una
afrenta para la Declaración de los Derechos del Hombre: en ese
mismo momento, dos niñas, encarceladas junto a su madre, eran
obligadas a prestar declaraciones ante severos fiscales para que
revelen “quien había asesinado a su tío”.[254]
Desde 1953, el gobierno revolucionario había hecho tabla rasa con
los derechos humanos y el trato civilizado, al vulnerar el derecho a
la vida, torturando y asesinando a los adversarios políticos en
nombre del “pueblo, de los indios y de los pobres”. No existía aún la
Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes que aprobaría Naciones Unidas sólo en
1987. No existía Human Rights, ni el organismo interamericano de
derechos humanos, pero la OEA decidía intervenir, más para ayudar
al gobierno de uno de los países miembros que para establecer la
verdad, pues hacer esto último -establecer la verdad sobre los
hechos del 19 de abril de 19569- habría significado un acto de
intromisión que otros gobiernos del sistema repudiarían.
Recordemos que en ese mismo instante, Trujillo gobernaba la
República Dominicana, Somoza lo hacía en Nicaragua, Stroessner
en Paraguay, Duvalier en Haití y comenzaba la era de los Castro en
Cuba, cuyo régimen decía servir al pueblo pero haría befa de los
derechos y libertades proclamados en la Declaración Universal de
Derechos Humanos, aplastando creencias, opiniones y diferencias
en nombre de revoluciones absolutistas que sólo servirían para que
los revolucionarios tengan un emocionante y cómodo pasar en la
vida instituyendo nuevas oligarquías, como sucedió con el
peronismo en Argentina o el PRI en México o mucho más tarde el
chavismo en Venezuela. Las revoluciones eran una enfermedad
trágica en América Latina.
En aquel panorama continental, ¿por qué surgían hombres como
Únzaga? Porque, como dice la Declaración Universal de Derechos
Humanos, se considera “esencial que los derechos humanos sean
protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se
vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y
la opresión”.
21 países componían la OEA en aquel tiempo. Sus delegados
debatieron el pedido del gobierno boliviano para investigar la muerte
de Oscar Únzaga y lo sometieron a votación. La mitad más uno votó
a favor de la investigación. Y así, el organismo interamericano, que
no tiene potestades investigativas policiales, ni tampoco
investigadores, tomó la decisión de contratarlos y el gobierno
boliviano dispuso de un presupuesto especial para pagar por esos
servicios.
Mientras tanto, todos los demás refugiados en embajadas recibieron
visas para salir al exilio, excepto Enrique Achá en la Nunciatura y
Luis Llerena en la Embajada de Chile, de manera que el jefe de los
Camisas Blancas se convirtió en huésped permanente del
embajador chileno Manuel Trucco y sólo el 19 de mayo, este
diplomático alquiló un avión en el que los dos falangistas salieron
rumbo a Chile. Al llegar a Arica, un enjambre de periodistas los
esperaba y Achá complicó la vida de los gobernantes bolivianos
afirmando que en la noche del crimen, un mes atrás, milicianos
abrieron la ventana del cuarto de baño y dispararon a medio metro
sobre las cabezas de Únzaga y Gallardo asesinándolos en el acto,
mientras él y Álvarez Lafaye se tendían en el suelo para evitar ser
acribillados. Días después, Achá dio una conferencia de prensa en
la Asociación de Periodistas de Santiago de Chile, que fue
tumultuosa y en la que el asilado boliviano sembró dudas sobre su
versión.
Básicamente, Achá afirmó que en el cuarto de baño de la calle
Larecaja 188, Únzaga determinó que los cuatro hombres “no iban a
defenderse para no comprometer a la familia que los había
cobijado”, que “Únzaga estaba dispuesto a caer preso para
responder de las responsabilidades que podrían derivar del hecho
revolucionario que había jefaturizado”, puntualizando que en el
epílogo, “mientras los milicianos trataban de forzar la puerta del
baño, la ventana del fondo se abrió violentamente y apareció un
brazo, momento en el que se escucharon tres detonaciones”.
Enrique Achá no supo explicar por qué los balazos en la cabeza de
Únzaga eran de calibres y armas diferentes, de manera que las tesis
del asesinato tanto como la del suicidio quedaron en duda.[255]
Entre tanto, el Dr. Carlos Tovar Gutzlaff, Fiscal de Partido en lo
Penal, designado por el gobierno para hacerse cargo de las
investigaciones, designó como Agentes Fiscales a los doctores
Javier Vélez Tamayo y Víctor Aguirre Varela, constituyendo un grupo
investigador ante el cual declararon todas las personas que tuvieron
contacto con Únzaga, o vivían en la casa número 188 de la calle
Larecaja el 19 de abril, incluyendo a Julio Álvarez Lafaye, Fausto
Medrano Sandoval, Cristina Jiménez de Serrano, María Eugenia
Serrano, María Renée Serrano, el Cnl. Luis Serrano Sánchez, el Dr.
Luis Mario Serrano Echegeray, Augusto Jiménez Iturri, el R.P. Luis
Mellon Peters, la cocinera Isabel Jiménez de Almanza, los vecinos
Julio Caballero y Fanny Ossio de Caballero, Julia viuda de Lapallier,
una anciana francesa cuyo dormitorio estaba justamente debajo del
departamento del Cnl. Serrano, el cantante-periodista Raúl Gil
Valdez que vivía allí con su madre, además de los milicianos que
dirigieron los allanamientos y los camilleros que recogieron los
cadáveres. También tomaron como evidencias las declaraciones
que hicieron en la cárcel Roberto Freire y Luis Sáenz Pacheco.
Especialmente dura fue la experiencia de Julio Álvarez Lafaye
prestando declaraciones reiteradas, una de ellas durante siete horas
hasta el amanecer, sosteniendo una y otra vez su opinión personal
en sentido de que Únzaga se suicidó.
El Fiscal Tovar había tenido antes una experiencia aleccionadora.
Una joven, de nombre Susana Valda, apareció muerta en el
domicilio de su amante, un ciudadano llamado Hugo Patiño del
Valle. El caso adquirió relevancia porque Patiño era alto dirigente del
MNR y amigo personal del Presidente Siles. El Sr. Patiño declaró
que la muchacha se suicidó pegándose un tiro de revólver en el
pecho y otro en la sien, demostrando el Fiscal lo insostenible de
aquella aseveración y enviándolo a la cárcel.
Pero Carlos Tovar Gutzlaff, llamado “el fiscal de sangre”, también
era un hombre con fama de capacidad y probidad, que no estaba
dispuesto a tapar al gobierno en caso de establecer el crimen
político, pero tampoco aceptaba la opinión de Álvarez Lafaye ni la
versión del asesinato expuesta por Enrique Achá en territorio
chileno. Tras las investigaciones que realizó, las entrevistas con
decenas de testigos, fotografías del escenario del crimen desde
todos los ángulos, recortes de prensa, opiniones múltiples, etc.,
estableció que los disparos sobre la cabeza de Únzaga se hicieron a
centímetros de la piel, que nadie había ingresado al cuarto de baño
para hacer tales disparos tan cerca y llegó a la conclusión de que no
hubo suicidio, sino homicidio, sindicando de él a Enrique Achá y
Julio Álvarez Lafaye. A solicitud de la Fiscalía, se inició el pedido de
extradición de Enrique Achá a la justicia chilena.
Entre tanto la misión de expertos contratada por la OEA y el
gobierno boliviano, llegó a La Paz. Sus integrantes principales
fueron el penalista chileno Daniel Schweitzer y el médico peruano
Jorge Avendaño. Más tarde se sumó el abogado mexicano Rodolfo
Chávez Calvillo. El Dr. Schweitzer llegó primero, era un abogado
criminalista, de notable personalidad, que asumió de facto la jefatura
de la misión, aun cuando oficialmente no hubo una designación de
la OEA en ese sentido. Quizás a ello se deba que el gobierno
boliviano contratara a los especialistas chilenos René Vergara,
policía investigador con pasantías en Scotland Yard y el FBI, así
como al perito criminalista Oswaldo Esquivel, Jefe de Laboratorio de
la Policía Técnica de Chile. A ellos se sumaron el General (retirado)
Guillermo Prado Vásquez, perito balístico, oficial chileno de Estado
Mayor y el Almirante (retirado) Teodoro Varas Polanco, profesor de
matemáticas y perito balístico de la Armada de Chile. La misión se
completó con los médicos legalistas Edgardo Schrimer Ramos,
Ignacio Ibarra de la Fuente y Jorge Avendaño, todos también
chilenos, provenientes del Instituto Médico Legal de Santiago.
Primero llegó el grupo contratado por la OEA (Schweitzer, Avendaño
y Chávez), alojándose en el recién estrenado Hotel Copacabana y
luego se sumó el grupo contratado por el gobierno boliviano
(Vergara, Esquivel, Schrimer, Ibarra, Gral. Prado y Almirante Varas).
Un reportaje especial de la Revista Ercilla, también chilena,
señalaba que el Hotel Copacabana de La Paz se había convertido
en una isla para garantizar una absoluta impermeabilidad contra la
curiosidad pública, pues la presencia de los investigadores fue
recibida con escepticismo, aunque esa impresión inicial fue
cambiando con los días, tanto que el Dr. Schweitzer dio una
conferencia titulada “Reflexiones en Torno al Derecho Penal” en el
Paraninfo de la UMSA. Pero la posibilidad de hacer vida social fue
inexistente para los investigadores, ni siquiera en la colonia chilena
residente en La Paz que lo intentó sin éxito.
52 años después, el Dr. Rodrigo Alba, estudiante de Derecho en
1959, quien fue actuario del Juez de la causa, Dr. Sergio Soto
Claure, recordó detalles de lo que fue la llamada “misión de la OEA”,
algunos de ellos anecdóticos.[256] Por ejemplo que los ya maduros
peritos balísticos, Gral. Prado y Almirante Varas llevaron un cajón a
la casa 188 de la calle Larecaja, con el cual realizarían una
complicada prueba para comprobar cómo se escuchó en distintas
partes del inmueble el ruido de los disparos en el cuarto de baño
donde murieron Únzaga y Gallardo, “porque abajo vivía una señora
francesa y allí se oían los disparos, pero en algunas partes de la
casa no se oía casi nada”. Deplorablemente, el cajón no pudo entrar
por el zaguán de la casa…
Alba tenía las llaves de los dos departamentos consecutivos en la
planta alta y los peritos trabajaban en horario de oficina realizando
sus investigaciones. Dice que lo más impresionante fue la necropsia
realizada después de dos meses en el Cementerio General, ingrata
tarea que debieron realizar los médicos chilenos Schirmer e Ibarra,
varias semanas después de la muerte de Únzaga y Gallardo, en una
ceremonia terrible a la que asistieron periodistas y representantes
políticos. “Ya no…”, rogó la señora Rebeca, implorando que dejen
en paz los restos de su amado hijo.
En base al protocolo de la autopsia y las conclusiones de las
necropsias, la misión de la OEA trabajó con las armas, el revólver
Smith Wesson y la pistola Mausser, produciéndose un encendido
debate entre el juez boliviano Sergio Soto Claure y el abogado
chileno Daniel Schweitzer:
SCHWEITZER. - Mire magistrado, aclaremos el punto. ¿Era revólver
o era pistola?
SOTO CLAURE. - Para mí son iguales, los dos matan.
SCHWEITZER (molesto se dirige al actuario Alba). - Por favor,
explique al Juez lo que es un revólver y lo que es una pistola.
ALBA. - Revólver es el que tiene tambor y pistola es la que tiene
cacerina.
SOTO CLAURE. - Si, pero los dos son iguales porque matan.
Se estableció que sólo fueron tres tiros los que se dispararon en el
cuarto de baño, detectándose su trayectoria después de herir a
Únzaga y Gallardo. Fue examinada la pistola Mausser calibre 7,65
mm., disparada una sola vez, el proyectil de cobre calibre 7,65 mm.,
la vainilla de latón; el revólver Smith Wesson calibre 38, disparado
dos veces, los proyectiles de plomo calibre 38, las vainillas de latón,
la posición en que se encontraban Únzaga y Gallardo cuando
recibieron los disparos. Inspeccionaron meticulosamente el lugar del
suceso, dimensionaron interiores y exteriores. Detectaron manchas
y salpicaduras de sangre, señales de deslizamiento de una cabeza
sangrante apoyada en una de las paredes. La forma en que fueron
hechos los disparos, su trayectoria, rebotes de los tiros, los rastros
de sangre y cabellos en paredes, techo, lavamanos, etc., el impacto
en la pintura y la porcelana donde llegaron las balas en su recorrido,
las perforaciones y huellas que dejaron en batas, abrigos e
impermeables (perramus) colgados en el cuarto de baño, las
manchas de sangre en los zapatos de Únzaga, los grupos
sanguíneos de Gallardo (B) y de Únzaga (A). Examinaron las ropas
que vestían, los cabellos. Reconstruyeron lo que sucedió en esa
casa a lo largo del 19 de abril de 1959.
La investigación descartó la versión de Achá en sentido de que un
brazo apareció por la ventana del fondo del cuarto de baño, porque
había siete metros desde esa ventana hasta el piso y no había
dónde pararse o apoyarse. De haberse disparado desde allí, el
miliciano asesino tendría que haber tenido un brazo de 1,70 metros,
lo cual se desechó. Pero no quedó ninguna evidencia de que se
hubiera hecho la elemental prueba del guantelete ni en los
cadáveres de Únzaga y Gallardo ni en Álvarez Lafaye ni en el Cnl.
Serrano luego de ser apresados. El “pucho” entre los dedos de la
mano derecha de Únzaga no fue tomado en cuenta. Es más, los
investigadores no pudieron hablar con el sacerdote Luis Mellon que
vio ese resto de cigarrillo apagado, porque luego de reiterar su
versión ante el fiscal del caso, debió luego abandonar el país y
muchos falangistas han insistido en que su salida fue una acción
discreta de la Oficialía Mayor de Culto de la Cancillería.[257]
La recuperación de las armas fue también anecdótica. Si bien la
pistola de Únzaga envuelta en un periódico por Cristina fue hallada
rápidamente detrás de una maceta, el revólver de Gallardo que
Cristina entregó al Coronel y este obsequió a Fanny de Caballero -
que a su vez la escondió en un saco de maíz-, creó conflictos. Los
investigadores no pudieron acercarse al saco de maíz porque lo
impedía un enorme gallo rojo que los atacaba. No sólo eso, su
esposo Julio Caballero, amigo de los Serrano, nadie sabe por qué,
extrajo las balas y las arrojó a un canal. Caballero era militante del
MNR, se hizo sospechoso, perdió su trabajo, lo llevaron preso, lo
torturaron y amargaron su vida para siempre.
El trabajo de la misión de la OEA tuvo un momento crispado al llegar
el licenciado Rodolfo Chávez Calvillo, el joven abogado mexicano
contratado para evaluar la marcha de la investigación. Cuando
ingresó a la casa de la calle Larecaja, el actuario Rodrigo Alba hizo
las presentaciones y el policía criminalista chileno René Vergara se
negó a darle la mano, creyendo que venía a quitarle el trabajo. Al
parecer, la misión estuvo muy bien rentada.[258] Pero luego de que
se le explicó al policía chileno que el mexicano era un abogado que
venía a ver el avance de la investigación, Vergara recapacitó y le
pidió disculpas. Seis semanas duró la investigación, en jornadas de
8 de la mañana hasta el anochecer. Los especialistas criminalistas,
médico, abogados, policías y militares se desplazaban en vehículos
veloces con una fuerte custodia, entre el hotel y la calle Larecaja,
donde se concentró su trabajo y allí removieron hasta el último
ladrillo. Cada miembro contratado por la OEA y por el gobierno
boliviano recibió oficialmente mil dólares por todo el trabajo y un
viático diario de diez dólares. Se especuló en el pago de una cifra
mayor de gastos reservados por el gobierno boliviano.
El Dr. Alba cuenta que otro de los temas llamativos del caso Únzaga
fue el maletín donde supuestamente había cuarenta mil dólares.
“Como yo tenía las llaves de las chapas y candados, uno de los
fiscales creía que ese dinero estaba oculto, insistiendo varias veces
en ingresar a la casa de noche y buscar ese dinero. No lo permití.
Pero creo que ese dinero no pasó de ser una fábula, parte de la
leyenda negra que se tejió sobre el caso Únzaga”.[259]
De retorno a Chile, la misión de expertos contratados por la OEA
(que actuó con apoyo de los investigadores contratados por el
gobierno boliviano), redactó un informe que remitió a la sede de la
OEA en Washington y del que no existe copia en Bolivia. El título es
sugestivo: “El caso Únzaga de la Vega. Doble suicidio por doble
error”. La conclusión del trabajo de la misión, después de casi dos
meses de investigación, fue que el 19 de abril de 1959, en el cuarto
de baño del Cnl. José Luis Serrano, Oscar Únzaga y René Gallardo,
temerosos de correr la horrenda suerte y los dolores y vejaciones
que envuelven a una revolución frustrada, cometieron el error de
suicidarse, cuando pudieron escapar a salvo como lo hicieron
Álvarez Lafaye y Achá. “Únzaga se hizo un disparo con la pistola
Máuser, en la sien derecha con el arma apoyada. Su agonía duró lo
suficiente para que Gallardo hiciera sobre él un segundo disparo con
el revólver Smith Wesson. Acto seguido, Gallardo se suicidó con un
disparo de revólver”.
Pero la ciudadanía no lo creyó. “La gente no aceptó tal conclusión,
la opinión pública echó la culpa a los movimientistas y el expediente
se archivó porque legalmente no había en qué basarse para seguir
un juicio”, dice el Dr. Rodrigo Alba.[260]
XXXV - ¿SUICIDIO U HOMICIDIO? - ANÁLISIS
SOCIO-POLÍTICO

M ientras Cristina Jiménez de Serrano y sus hijas María


Eugenia y María Renée manifestaban desconocimiento
de la forma en que murió su pariente Oscar Únzaga,
aunque descartando la posibilidad del suicidio, el Cnl. José Luis
Serrano aceptaba la tesis del suicidio de Únzaga y el “remate” para
acortar el sufrimiento, comprándose un problema adicional al dar el
ejemplo del valeroso Coronel Ángel Bavia, héroe del Ejército de
Bolivia en la Guerra del Chaco, quien al ver imposible defender su
línea frente al enemigo, prefirió descerrajarse un tiro, pero al no
morir en el intento, sufrió días de penosa agonía. Ello dio pábulo a la
versión de que el Coronel, cuando entró al cuarto de baño,
alrededor de las 19:21, escuchó los estertores y gemidos de Únzaga
y, compadecido, le dio el tiro de gracia. Allí surgió la otra tesis, en
sentido de que hubo un pacto suicida entre Únzaga y Gallardo, que
ambos se dispararon al mismo tiempo muriendo Gallardo
instantáneamente, mientras Únzaga quedaba agonizante y un
tercero lo remató.
Pero muy pocos lo creyeron y la versión popularmente aceptada fue
que el gobierno hizo asesinar a Únzaga, utilizando para ello al Cnl.
Julián Guzmán Gamboa y al Gral. Alfredo Ovando Candia, quienes
llevaron al líder falangista a una trampa de la que sólo saldría
muerto y tendieron un corralito[261] a Walter Alpire y 24 falangistas a
los que los militares masacraron impunemente. Parecía confirmarlo
el hecho de que habían pasado 24 días de tales sucesos y el
Comandante de la Policía tanto como el Comandante del Ejército
permanecían en sus cargos, pese a que fueron mencionados como
miembros del Comando Supremo Revolucionario junto a Oscar
Únzaga, Walter Alpire y el Gral. René Barrientos en la transmisión
de Roberto Freire por Radio Illimani.
Pero los gobernantes, en vez de cortar de una vez por lo sano,
prefirieron el camino de las medias verdades y el 12 de mayo,
Hernán Siles Zuazo y Walter Guevara Arze convocaron a una
conferencia de prensa nacional e internacional en la que el
Presidente “invocó a Dios como testigo de que Guzmán Gamboa
nunca proporcionó información alguna en sentido de que FSB
preparaba un golpe subversivo”, añadiendo que “los verdaderos
responsables del conato no se hallan en Bolivia: son (Carlos Víctor)
Aramayo y sus lugartenientes”, pero ello carecía de toda lógica. Por
su parte el Ministro de Gobierno desmintió que la revolución fue una
comedia para justificar el asesinato de Únzaga y afirmó: “No
interesa la forma cómo murió Únzaga, puesto que su muerte
(suicidio u homicidio-suicidio) no fue sino el resultado de los hechos
subversivos”. Pero Guevara Arze dijo dos mentiras categóricas.
Rechazó que varios falangistas fueron fusilados en el Cuartel Sucre.
“Es una infamia”, dijo. Y remató la faena con una frase que él la
sabía falsa: “Se ha constatado que no existieron (en el golpe
falangista del 19 de abril) elementos del Ejército y Carabineros
comprometidos”.[262]
Un tiempo después, el Cnl. Julián Guzmán Gamboa se acogió a la
jubilación y el Ministro de Gobierno, Dr. Walter Guevara Arze le
tributó una magnífica despedida, agradeciéndole por “su lealtad,
eficiencia y honestidad”, remachando la frase con otra de mayor
intensidad: “Que la Divina Providencia le proteja y el agradecimiento
le llegue al retiro en su vida privada”.[263]
Como todo cambia y al final, nada queda en las sombras, el Dr.
Siles Zuazo y el Dr. Guevara Arze terminaron enfrentados por la
política. Ha quedado como una paradoja para la historia lo que dijo
el propio Walter Guevara, tres años después, a propósito de Hernán
Siles y la muerte de Únzaga y de los falangistas asesinados en el
Cuartel Sucre:
“El Dr. Siles, Presidente de Bolivia cuando aquellos
hechos ocurrieron, y por consiguiente principal actor de
los mismos, hace juego a los falangistas con su silencio
cauteloso y altoperuano mediante el cual parece creer
que, si hubiera alguna responsabilidad hipotética en este
asunto, acabaría resbalando exclusivamente sobre mis
espaldas, librando las suyas de toda carga. Ha llegado a
sostener en una oportunidad, a propósito de mi posición
política “que nadie puede ignorar el 19 de abril”. Si no se
pudiera ignorar para mí, ¿por qué tendría que ignorarse
para él? ¿No era acaso el Jefe del Estado, el primer
responsable de todo lo que ocurriera durante su
administración? ¿Y no fue acaso él (Siles Zuazo) quien
sostuvo en su cargo al Director General de Policías,
según veremos más adelante, contra mi criterio y mi
consejo?”[264]
Si el Dr. Siles Zuazo dejó entrever algo poco claro en la conducta de
su ex Ministro Guevara, éste hizo lo mismo respecto al ex
Presidente Siles. Llama la atención que ninguno dijera nada sobre el
Gral. Alfredo Ovando Candia y su doble juego. Probablemente primó
el interés político para no malquistarse con quien tenía ya
predominio sobre la institución armada. Aunque el proceder de
Ovando respecto a Unzaga fue abominable, éste militar fue el gran
ganador del 19 de abril de 1959, pues definió la victoria de una de
las partes enfrentadas, hiriendo de muerte al perdedor (FSB),
dejando debilitado al vencedor (MNR) y reponiendo a un viejo actor
político (el Ejército), al que se había dejado sin rol luego de abril del
52. Siles, Guevara y Paz (entonces en Londres), comprendieron que
los milicianos resultaban insuficientes y que en adelante los militares
contarían. Felizmente para ellos, Ovando y Barrientos eran
compañeros del partido y no competidores… todavía. En
consecuencia, había que darles lo que más parecía agradarles,
marchas, uniformes, condecoraciones, cargos… En la emergencia
de mantener el poder y reproducirlo, poco importaba la calidad
moral del Gral. Ovando, quien demostró una absoluta prescindencia
de escrúpulos, amoralidad desconcertante y tremenda capacidad
para tapar las fallas del espíritu con tierra sobre los muertos.
Probablemente, la principal falla del Gral. Ovando no fue su
desmarque de Únzaga cuando el Presidente Siles pareció ganarle la
moral ordenándole ponerse a la cabeza de sus regimientos (Hs.
11:42) y los hechos sugieren una traición del Jefe de Estado Mayor
calculada mucho antes, lo que explica la ausencia de munición
cuando Alpire toma el Cuartel Sucre (Hs. 11:33), frenando los
acontecimientos. Al llegar el Presidente Siles sano y salvo al Palacio
(Hs. 12:09), Ovando decide atacar con todo a sus aliados
falangistas (Hs. 12:13) y sus oficiales de confianza exterminan a los
falangistas más valiosos en la masacre del Cuartel Sucre (12:30),
asegurándose de que nadie quede vivo, especialmente Walter
Alpire, testigo de las reuniones entre Oscar Únzaga y el Gral.
Alfredo Ovando, cerrando la traición con el brutal ataque final contra
la última trinchera de la calle Murillo usando artillería pesada y
bazucas (16:00 a 17:00).
Cabe anotar que 18 años después, Enrique Achá trató de atenuar la
responsabilidad del Gral. Ovando en el fracaso falangista del 19 de
abril de 1959 y la violenta muerte de Únzaga de la Vega. “Durante la
elaboración del plan, el Gral. Ovando se comprometió a neutralizar
la acción del regimiento Waldo Ballivián, es decir que mientras se
desarrollaban las acciones entre once de la mañana y tres de la
tarde, la tropa tendría órdenes de no salir del cuartel, sino a
defenderse en la misma (sic). Efectivamente sus soldados salieron
después de las 15 horas. Por lo que Ovando cumplió con nosotros”
(¡!).[265]
Esta declaración aumenta la sensación de duda sobre Enrique
Achá. Ovando no cumplió, como lo demuestra la masacre de
falangistas en el Cuartel Sucre -a los que se privó de municiones-,
masacre registrada poco después del medio día. Si bien no hay
forma de demostrar que el gobierno planificó todo, es natural colegir
que, sabiendo lo que iba a pasar, el gobierno dejó que suceda. En
este caso, el Dr. Guevara Arze lo permitió, el Cnl. Guzmán Gamboa
fue indiferente y el Gral. Ovando Candia cometió traición. Volvamos
a los hechos, a la distancia de 53 años.
El Ministro de Gobierno sabe con antelación que habrá un golpe de
Estado ese fin de semana, y en cumplimiento de sus obligaciones,
lo espera despierto el sábado 18 a la media noche, entre su
despacho y las penumbras del Sansouci, a cuatro cuadras de
distancia. La versión del golpe circula entre algunos moros y
cristianos al anochecer. Los ministros Bedregal, Aguilar y Antelo se
enteran a las 22:00. Cuando se acercan a Guevara, en aquella
whiskería de Sopocachi, éste los desaíra con el añadido de que todo
está bajo control. Guevara es celoso de sus atribuciones, conoce
que Únzaga ha diseñado una vez más un golpe y no un alzamiento
popular. Por tanto, sabe que sólo un grupo de falangistas se
movilizarán y que la explosión final será por medio de uniformados.
Pero la mecha policial estaba mojada. Ovando era el otro
conspirador, pero, o no cuenta porque estando en la conspiración en
realidad está con el gobierno, o porque es pusilánime y calculador y
no arriesgará nada.
En Radio Illimani, Freire y Pacheco llegan a decir que Guzmán
Gamboa está con la revolución falangista. No es creíble, por tanto,
que la central telefónica sea tan determinante. Si el legendario
coronel Guzmán salía con su arrolladora fuerza, poco importaban la
central telefónica. En el peor de los casos, 10 carabineros dejaban a
la ciudad sin teléfonos por 5 minutos y asunto arreglado. Pero
Guzmán no sale y condena el golpe al fracaso. La defección de
Ovando deriva en la masacre del Cuartel Sucre, pero sus
implicaciones son de carácter moral más que político.
En el Cuartel de San Jorge se reúnen Siles, Guevara y Ovando,
pero no Guzmán, que es el dueño de la principal maquinaria de que
dispone Guevara: el poderoso Cuerpo de Carabineros armados
hasta los dientes. Paradójicamente, Guzmán Gamboa conspira con
Oscar Únzaga para evitar que Siles Zuazo permita volver a Paz
Estenssoro, que es también lo que Guevara desea impedir. Es esta
compleja ecuación, Únzaga es para Guevara una molestia
circunstancial, en cambio Paz Estenssoro es el enemigo principal y
no Siles Zuazo.
¿Qué ganaba Guzmán Gamboa llevando a Oscar Únzaga a la
Presidencia, además de apaciguar su conciencia por lo de
Chuspipata? ¿Guzmán traicionó a Únzaga?
Enrique Achá trató de exculparlo señalando, a posteriori, que ante
cualquier orden del Director de Carabineros para desplegar tropas,
los comandantes de los regimientos Aliaga y La Paz “debían
confirmarlas directamente con el Presidente de la República o con el
Ministro de Gobierno”. “Pero esa disposición no la conocía ni
Guzmán Gamboa ni menos el jefe o dirigentes falangistas”, para
concluir Achá en que “prácticamente Guzmán ya no tenía mando
(¡!)”.
Después del fracaso por la inacción de Guzmán Gamboa, la patética
traición de Ovando Candia, la masacre del Cuartel Sucre y la muerte
de Unzaga, los dos conspiradores de uniforme siguieron en
funciones. Guevara le dio a Guzmán Gamboa una despedida de
héroe y Ovando Candia se quedó en Miraflores hasta llegar a la
Presidencia de la República cinco años más tarde, mientras
Guevara será Canciller del otro conspirador del 19 de abril de 1959,
el Gral. René Barrientos Ortuño.[266]
¿Era Ovando Candia un cínico manipulador capaz de prever la
concreción de sus sueños con años de anticipación? ¿Calculó
Guevara la eliminación, física o moral, de su principal opositor a
futuro -Únzaga- en caso de ser elegido Presidente con la ayuda de
Siles? De ser así, tenía primero que ganar la gratitud del Presidente
Siles, forzando la sensación de un cruel levantamiento falangista,
con malvados disparando sobre el pueblo desde las torres de San
Francisco e irresponsables que sacrifican a jóvenes ingenuos. Y el
Presidente Siles, salvado su gobierno del colapso, aceptaba la
versión del “combate” en el Cuartel Sucre, pese a que su Jefe de la
Casa Militar sabe y públicamente dice que fue una masacre, un
asesinato de hombres con los brazos en alto. Y si bien esto parece
una debilidad presidencial, no parece implicar de lleno al mandatario
con la trama general, cuyo capítulo final se desarrolla en aquel
cuarto de baño de la calle Larecaja 188. Lo único cierto es que
Únzaga, antes de morir, asumió que había sido engañado por
Guzmán Gamboa y Ovando Candia.
Es imposible planificar un suicidio, pero sí instigarlo. En el caso de
Únzaga, quizás se permitió un homicidio, acaso por mano propia.
No fue una fría conspiración en algún palacio florentino apelando a
la cantarella o a la daga asesina blandida por tercera mano para
eliminar a un príncipe. Fue una reacción de viveza criolla, de reflejos
casi futbolísticos, de quien sabe “cuándo hay que hacer” y “cuándo
no” para capear tempestades y empinarse sobre la cresta de la
ola.
Las conjeturas sobre la muerte de Ùnzaga, dividieron
profundamente a los bolivianos y a medida que pasaba el tiempo,
también a los falangistas. Atemperada la pasión, fue remirado el
panorama completo a la luz de la razón y mucha gente de opinión
creíble, aceptó la tesis del suicidio, mientras otras personas,
igualmente sensatas, no podían dar crédito a hechos y situaciones
inexplicables, como la advertencia de la Armada Argentina,
transmitida por José Gamarra Zorrilla sobre la trampa mortal que se
montó para suprimir a Únzaga; los movimientos inexplicables del
Gral. Ovando desde las primeras horas de esa jornada del 19 de
abril y su visible traición; la inacción e indiferencia de Guzmán
Gamboa; la necia explicación sobre una cadena que impide el paso
a la central telefónica; el cigarrillo consumido en la mano con la que
supuestamente Únzaga se disparó; o la poco ortodoxa “solución” al
misterio de “la denuncia” que dio paso a la incursión de milicianos y
consiguiente muerte de Únzaga.
Esa “solución” consistió en cargar sobre las espaldas de una familia
todas las culpas de un magnicidio y una masacre de ciudadanos
indefensos, estigmatizando a una mujer con el descaro que ofrece el
poder. Como las cuentas no cuadraban para explicar
convenientemente la presencia de milicianos en la calle Larecaja Nº
188, se introdujo un elemento “pasional” condimentando el crimen
con la “venganza” de “una mujer feucha y celosa”, cuyo marido
supuestamente “mantenía una relación extraconyugal con la prima
de Únzaga”. Y el propio Ministro de Gobierno, Dr. Walter Guevara,
es quien echa lodo sobre Cristina Jiménez de Serrano, con
expresiones que revelan fobias y filias íntimas, cuando la observa y
la describe con acentuada morbosidad: “Se comportaba como una
actriz que estuviera poniendo en escena un drama con el que ella
nada tuviera que ver. Alta, morena, con facciones vigorosas, con
labios sensuales, vestida con pantalones y una chompa no parecía
en absoluto agobiada por los acontecimientos…”.[267]
Luego de introducir una descripción tan subjetiva, buscando causar
un efecto negativo en un medio impresionable y mojigato como el
boliviano, Guevara disparó su artillería mayor, relatando “su
descubrimiento” del porqué de la denuncia que atrajo milicianos al
paradero final de Únzaga, provocando su muerte “por mano propia”.
Presuntamente, la denunciante era la esposa engañada, cuyo
marido se entendía con la vecina de al lado en un caso de doble
adulterio y ello explicaba, según Guevara, el resentimiento del Cnl.
Serrano y su esposa Gaby contra su nuera Cristina. ¿Quién era el
supuesto galán? Pues nada menos que un militar que la tarde del 19
de abril comandaba los operativos contra los últimos reductos
falangistas en el sector de San Francisco, pariente de otro militar del
mismo apellido que comandó el intento de asesinato de Oscar
Unzaga el 24 de julio de 1958, en la casa de Enrique Riveros Aliaga.
(ver Capítulo XXIV). Todo en familia. La esposa engañada hace la
denuncia “anónima” al jefe de seguridad, Cnl. Arce Amaya, íntimo
del “marido infiel”, todos amigos y compadres. Probablemente el
mayor Prudencio -que así apellidaba el supuesto “amante”-, se jactó
alguna vez de tener una “relación” con “la prima del enemigo”, lo
que dio pábulo a que el Dr. Guevara se abrazara a tal argumento
para descargar responsabilidades, a las que el Dr. Siles Zuazo se
refería cuando dijo “nadie puede ignorar el 19 de abril”, que tanto
escozor provocó en el teórico de Ayopaya.
Walter Guevara ya había dado muestras de comportamiento
machista -tan común en aquel tiempo-, después del fracasado golpe
de octubre de 1958, cuando Walter Vásquez Michel fue capturado al
buscar un refugio en compañía de su esposa. Trasladado al Control
Político, grande fue su sorpresa cuando el mismísimo Ministro de
Gobierno lo sometió a interrogatorio, impresionando al falangista por
“su elevado nivel cultural e inteligencia”, como lo expresa la calidad
del interrogatorio con apreciaciones políticas e históricas que
desconciertan al preso político. De pronto, en medio de “la
penetración de la dirección de Falange y la incorrecta lectura de
FSB ante la realidad nacional” que ponderaba Guevara, soltó éste la
pregunta indiscreta que nada tenía que ver con el contexto del
interrogatorio:
GUEVARA. - ¿Quién es la jovencita que siempre lo
acompaña?
VASQUEZ. - Es mi esposa.
GUEVARA (admirado). - Es muy joven. ¿Cuándo se casó? [268]

Walter Guevara vivió la política intensamente. Combatió en el


Chaco, fundó el MNR, le dio sentido a su ideología a través del
“Manifiesto de los Campesinos de Ayopaya”, contribuyó con su
talento al lucimiento de Víctor Paz en la legislatura constituyente de
1938, juntos llevaron al poder a Villarroel y a su caída ambos se
refugiaron en Buenos Aires. En el exilio perdió a su esposa y su
hermano. Volvió para conspirar, se casó de nuevo, llegó a la
Cancillería después de abril del 52, consiguió el difícil
reconocimiento del Departamento de Estado que permitió enderezar
la Revolución Nacional, fue el personaje más importante junto a Paz
Estenssoro, quien le dio cuerda para intentar la Presidencia, pero
luego lo dejó colgado de la nada, cuando Siles Zuazo hizo valer sus
derechos revolucionarios. El Presidente Siles lo hizo Ministro de
Gobierno, con la idea de fortalecer un candidato que impida el
regreso de Paz Estenssoro. La víspera de la muerte de Únzaga lo
sorprende en compañía de una atractiva mujer en un local público
en semi penumbra. Y luego de la muerte de Oscar Únzaga, luchará
de nuevo por la Presidencia y será derrotado por Paz Estenssoro en
1960, contra quien escribirá un panfleto terrible - “Radiografía del
jefe”- relación descarnada de las flaquezas morales del Dr. Paz. Se
distanciará de Siles Zuazo y de Juan Lechín, para luego aliarse con
ambos y derrocar a Paz Estenssoro en noviembre de 1964,
secundando el proceso revolucionario y guerrillero de Falange
Socialista Boliviana. Y en esas asociaciones de locura que
caracterizan a Bolivia, Guevara Arze será Canciller del Gral. René
Barrientos, más tarde ilustre exiliado y luego, en alianza con el
odiado Paz Estenssoro, alcanzará la Presidencia del Senado que lo
catapultara -¡al fin!- a la tan deseada Presidencia de la República,
aunque será derrocado al tercer mes por sus viejos compañeros del
MNR detrás del Cnl. Natusch. El pueblo enfrentará a esa criatura
indeseada por el Departamento de Estado, el coronel beniano
desistirá, pero Paz Estenssoro se vengará de las afrentas
guevaristas y lo dejará en la estocada aupando a Lydia Gueiler.
Incapaz de jubilarse, don Walter candidateará a la Vicepresidencia
junto a Gonzalo Sánchez de Lozada y continuará haciendo política
hasta el último día de su existencia. Con tal historial, Guevara Arze
era un coloso en el cruel coliseo de la política boliviana, al que sólo
acceden los gladiadores más duros, aptos para enfrentar a otros de
la misma envergadura, con los golpes más duros, para evitar que su
sangre enrojezca la arena, pero también capaces de mirar con
absoluta indiferencia cómo las fieras devoran a los cristianos.
Para comprender la crueldad de las luchas políticas en Bolivia, bien
vale detenerse ante la tragedia que vivieron los Serrano, marcados
por la fatalidad del parentesco con Oscar Únzaga. Sintiendo de
interés para el lector, transcribimos parte de la reseña que
obtuvimos de reiterados contactos vía e-mail con María Renée
Serrano de Newman.
“Nos tuvieron sin dormir mientras nos tomaban
declaraciones. Trataban de que mi mamá admita que ella
mató a mi tío Oscar o lo hizo matar. Lo mismo le decían a
mi abuelo, exigiéndole que admita haber matado a
Únzaga o de lo contrario no nos dejarían salir. Estuvimos
varios días sin cambiarnos de ropa ni acceso a medios de
higiene y salimos de allí con mi hermana a la Nunciatura
que reclamó por nosotras. Nos llevaron a la Cárcel de
Mujeres en Obrajes que atendían las Madres del Colegio
Ingles Católico. Unos amigos de la familia Velasco nos
llevaron ropa y comida; ellos no tuvieron miedo de las
represalias del gobierno. La Iglesia Católica nos asistió,
especialmente el Padre Alejandro Mestre, quien hizo el
arreglo para que nosotras, las hijas, vayamos a visitar a
mi papá que estaba muy enfermo junto a mi abuelo en la
cárcel de San Pedro. Mi hermano menor Marco vivió su
propia tragedia. En la tarde del 19 de abril bajó al
cumpleaños de una de las hijas de la familia Caballero
que vivían en la misma casa. Cuando nos estaban
llevando al Control Político, el salió buscando a mi mamá,
pero mi abuelo le dijo que se quedara con esa familia y
que todo se iba a arreglar rápidamente. No fue así. Como
permanecimos en la cárcel por tanto tiempo, mi pobre
hermano de sólo diez años estuvo abandonado. El padre
Mestre del Colegio San Calixto, fue el único que nos
ayudó en toda esa tragedia y llevó a mi hermano al
convento. Vivió luego en cinco casas diferentes de
amigos, hasta que al final lo llevaron a la cárcel para que
esté con mi mamá que salió en libertad después de nueve
meses.
La vida ya no pudo ser normal. La gente tenía miedo
vincularse con nosotros. Mi padre perdió sus pacientes y
un día no tuvimos lo necesario para sobrevivir. Él pidió
ayuda a los falangistas, pero se lo negaron. Estaban
contra nosotros y ese también fue un dolor muy grande.
Hasta algunos de nuestros familiares hablaron contra
nosotros. Del MNR se esperaba cualquier cosa, pero
jamás imaginamos que los falangistas nos traten así, si lo
único que habíamos hecho fue arruinar nuestras vidas
tratando de ayudar a tío Oscar.
En el año 1960, la Iglesia Católica, después de muchos
contratiempos y presiones logró que el Subsecretario
Walter Flores Torrico recomiende que nos den permiso
para salir exiliados al Perú. En Lima estudiamos mucho
para llegar a ser secretarias bilingües y aprendimos
inglés. Nuestro sueño era ir a los Estados Unidos. En
Bolivia hasta algunos de nuestros parientes decían que
los movimientistas nos habían pagado para hacerlo matar
a mi tío Oscar y otros decían que nos habíamos quedado
con el dinero de la revolución, cuando en verdad
pasamos estrecheces muy grandes para salir adelante en
Perú. Pero Dios no se olvidó de nosotros. Yo tuve la
oportunidad de venir legalmente a los Estados Unidos,
fue un milagro, la vida no fue todo color de rosas, sufrí
mucho, me sentía muy sola sin mi familia, todo era
diferente, pero el Señor me puso gente buena en el
camino que me hizo la vida más llevadera. Salí del Perú
en 1966 y en 1968 la hice traer a mi mamá y a mi
hermano Marco que era aún menor de edad. Más tarde
llegaron mi papá y María Eugenia. Finalmente estuvimos
todos juntos.
Años después, nos enteramos de que mi abuelo José
Luis había fallecido y más tarde también mi abuela Gaby.
Mantuvimos contacto con algunos familiares, pero siento
con dolor que nuestras raíces se han perdido quizás para
siempre.
No tenemos riquezas, ni debemos a nadie pues todo lo
que tenemos nos pertenece. Mi papa murió en Baltimore,
Maryland, el año 2002, rodeado de sus tres hijos, siete
nietos y quince bisnietos. Maria Eugenia se casó, pero no
tiene familia. Marco se casó, tiene tres hijos y cinco
nietos. Yo me case en el año 1974 con Robert Newman,
tenemos cuatro hijos -Christy, Robert, Kathy y Thomas- y
once nietos. Llevamos en nuestra jubilación una vida feliz
y tranquila. Este episodio que nos tocó vivir fue una
experiencia muy dolorosa, pero nos hizo fuertes en las
adversidades. No sentimos rencor hacia nadie y
perdonamos a todos los que nos han hecho sufrir.
Nosotros le pedimos a Dios que nuestro querido tío Oscar
esté descansando al lado de su mamá y sus hermanos.”
El Dr. Walter Guevara Arze ha dejado un subjetivo retrato de
Únzaga de la Vega: “era un fanático inspirado en el fascismo
europeo que de haber llegado al poder hubiera hecho correr sangre
sin contemplaciones… Tenía gran capacidad de convencer a gente
joven de la justicia de su causa, empujándola a la hoguera sin
contemplación, o sea a la lucha política que significaba
apresamientos, pateaduras y confinamientos que marcaban para
siempre a gente que, llevada por un idealismo inmaduro se
enfrentaba al aparato represor del gobierno, dejándolas marcadas
para el resto de su vida”.[269]
Es distinta la opinión expresada por el escritor Moisés Alcázar, un
hombre probadamente independiente, quien ha escrito sobre
Únzaga los siguientes conceptos: “En su mirada se reflejaba la
mansedumbre, aunque en su pecho ardía la llama viva de la
exaltación patriótica y la tensión de una gran fuerza moral. Ninguna
manifestación externa denunciaba al luchador y sin embargo toda su
vida fue un perpetuo combate. Ni un solo momento del día ni de la
noche, en los siete últimos años de su existencia pudo entregarse al
descanso completo, porque le acechó la persecución tenaz de sus
enemigos que le habían declarado guerra sin cuartel. Negada la fue
la tranquilidad que otros políticos menos infortunados que él
alcanzaron en épocas en que la política boliviana no se había
deshumanizado hasta el extremo de parecer una lucha de
lobos…”[270]
Gustavo Navarro (Tristan Maroff), figura clave del trostkismo,
escribió sobre Únzaga: “Debilucho de cuerpo, con ojos encendidos y
el corazón en llamas marcha siempre adelante. No le detiene nada,
ni el peligro de su vida. Es un combatiente de primera que da
ejemplo e inspira respeto. No era un vulgar demagogo, como se lo
presentaba, ni un frailuno a la usanza de los viejos conservadores.
Era una mentalidad despierta, amplio hasta donde podía ir…”[271]
Alfonso Prudencio, Paulovich, ha escrito sobre Únzaga lo siguiente:
“Fue el hombre más puro que conocí entre todos los que tuvieron un
quehacer político. Una especie rara de hombre empecinado en amar
a esta patria y en salvarla. Una especie de Linares pero más
humilde y afectivo. Era algo así como un Quijote cochabambino que
después de velar sus armas aquel último sábado, dirigió su
pensamiento y sus versos a su amada (en este caso la Patria) y se
lanzó a luchar contra enemigos muy fuertes. Y así murió…”[272]
El escritor Antonio Paredes Candia ha escrito una frase que
describe a Únzaga y su tiempo: “Si los políticos de hoy día, tan
venales y escasos de civismo, se preocuparan de leer y conocer los
discursos y el pensamiento bolivianista de este ciudadano, tendrían
que aceptar que son la antípoda de aquel patriota. Únzaga fue
honrado, honesto en su amor a Bolivia. No se valió de artimañas
para tomar el poder. Cuando se propuso, enfrentó limpiamente a la
bestia gobernante de entonces, con la misma entereza y decisión de
un gladiador romano…”
La polémica sobre la muerte de Únzaga continuó en todos los tonos
y aún hoy, 54 años después, nadie está de acuerdo sobre esta
página obscura de nuestra historia. Ni Mario R. Gutiérrez ni Gonzalo
Romero, las dos figuras principales posteriores a Únzaga, jamás
admitieron que el fundador de la Falange pudo haber cometido
suicidio. Pero el núcleo superior de FSB reunido en Buenos Aires a
poco de esa muerte no aceptó tampoco la truculenta versión de
Enrique Achá sobre asesinos dentro del cuarto de baño, insistiendo
hasta el final en que no hubo un pacto suicida y que “Únzaga estaba
sereno y pudo abrir el balcón sobre la calle Larecaja, dar dos tiros al
aire y morir acribillado como un Abaroa sin comprometer a un
muchacho leal y sincero como Gallardo”.
Si hubo suicidio, hay entre las muertes de Oscar Únzaga y Salvador
Allende una común dignidad, pese a las diferencias doctrinales que
pudieron haber tenido: ninguno de ellos permitió que sus enemigos
hicieran escarnio de su infortunio. No les dieron el gusto de
asesinarlos. Esto fue lo que no pudieron evitar ni Gualberto
Villarroel, colgado por los comunistas, ni Marcelo Quiroga Santa
Cruz, asesinado por los paramilitares herederos de los milicianos.
En la Plaza Pérez Velasco, en ocasión de su proclamación a la
Presidencia en junio de 1956, un asesino apuntó a matar a Únzaga,
sin lograr su propósito. Únzaga subsistió al veneno en Buenos Aires
en 1957. Un disparo, apuntado contra él por un Chacal criollo, dio a
milímetros de su cabeza en la embajada venezolana en la calle
Capitán Ravelo de La Paz, en octubre de 1958. Ametralladoras
pesadas concentraron fuego sobre la casa de Enrique Riveros
donde almorzaba Únzaga en julio de 1958 con el propósito de
asesinarlo junto a sus acompañantes. Todos esos intentos
homicidas fallaron. “A Únzaga sólo pudo matarlo Únzaga”, dijo un
falangista a este autor, aunque pidiendo el anonimato.
El Oficial Mayor de Justicia del Ministerio de Gobierno en la
administración Siles Zuazo, el Dr. Walter Flores Torrico dijo a este
cronista: “Fue un suicido producto de la brutal persecución política
que se hizo con la Falange y evidentemente hay responsabilidad del
MNR en la muerte de Únzaga”.[273]
El informe final de la misión de la OEA fue desestimado
unánimemente cuando fue conocida, pero fue ganando espacio con
el correr de los tiempos. Walter Vásquez Michel, fue uno de los
primeros en admitir el suicidio, revelando que ya antes Únzaga
había intentado auto eliminarse. Su camarada en el histórico
Parlamento de 1956, Jaime Ponce Caballero, proyectó una tesis
más inteligente y equidistante de la pura pasión política: “No importa
tanto saber cuál es la mano que disparó sobre las sienes de Únzaga
cegando su vida. Lo importante es conocer el proceso ejecutivo del
delito, porque los hombres de leyes sabemos que hay un proceso
del delito y que se puede ejecutar un crimen por mano extraña. En
este caso hubo una inducción al crimen; a Únzaga lo empujaron a
una celada y allí lo remataron o lo obligaron a tomar una decisión en
última instancia. No importa quién disparó, lo importante es que
Únzaga fue conducido a una muerte inevitable”.[274]
XXVI - EL FIN DE LA INOCENCIA

E n junio de 1959, como las manos de los gobernantes ya


estaban ensangrentadas, decidieron completar la faena y
escarmentar definitivamente a Santa Cruz. Con el pretexto
del Estado de Sitio, el gobierno quiso retomar el control de la capital
oriental reemplazando al Prefecto y al Alcalde. Las nuevas
autoridades convocaron al Presidente de la Unión Juvenil
Cruceñista para advertirle que se acabaron las guardias nocturnas
que realizaban los jóvenes y que, “de continuar con esa práctica
ilegal, serían dispersados por las fuerzas del orden”. El líder de la
UJC, José Gil Reyes, respondió que acatarían las disposiciones del
gobierno y contribuirían al mantenimiento de la tranquilidad,
advirtiendo sin embargo que no debían volver los atropellos, abusos
y saqueos que fueron causantes de la rebeldía del pueblo. De lo
contrario, la Unión nuevamente patrullaría las calles para garantizar
una vida pacífica sin sobresaltos.[275]
ero un sector juvenil minoritario decidió actuar por su cuenta. A la
media noche del 25 de junio de 1959, un grupo de muchachos no
quiso retirarse de la esquina del Club Social 24 de Septiembre y
dejándose llevar al juego que las autoridades pretendían, hicieron
disparos de revólver sobre el edifico del Comando de la Policía,
matando a un sargento. Los responsables huyeron al Beni. El
gobierno nacional difundió un comunicado acusando otra vez a
Santa Cruz de intentar un “levantamiento separatista”, liderado por
Melchor Pinto Parada, Presidente del Comité Cívico Cruceño.
El Gral. Alfredo Ovando movilizó las fuerzas militares de Santa Cruz
y Cochabamba, el Ministro de Asuntos Campesinos, José Rojas,
comandó en persona a los campesinos del valle cochabambino.
Melchor Pinto, tratando de evitar una masacre, declaró a Santa Cruz
“ciudad abierta” a la que ingresaron las tropas en actitud bélica, con
armamento moderno.
Las diferencias entre los líderes juveniles José Gil Reyes y Carlos
Valverde Barbery, han dejado dos versiones de esos sucesos, pero
ambas coinciden en que el gobierno del Presidente Siles mintió al
denunciar un “alzamiento separatista cruceño” y mintió también al
afirmar que el Comité Cívico Cruceño tenía “conversaciones con
Brasil, Paraguay y Argentina para anexionarse a uno de esos
países”.
Lo evidente fue que ese gobierno ofreció 50.000 pasaportes para
que los cruceños se vayan de Bolivia. Hubo una segunda invasión
de campesinos y soldados, parecida a una guerra internacional. No
respetaron ni a las figuras obispales de Mons. Carlos Gericke y
Mons. Luis Rodríguez, quienes salieron en defensa del pueblo y
recibieron culatazos. La represión fue implacable, los atropellos sin
límites, nuevamente con saqueos. La cárcel política de Ñanderoga
se llenó de gente, especialmente jóvenes que fueron torturados.
Aviones repletos trasladaron a cientos de presos que fueron
encerrados en las celdas del Control Político en La Paz. Melchor
Pinto Parada de nuevo tuvo que exiliarse al Perú. La ciudad de
Santa Cruz quedó desierta y nadie se atrevía a transitar por las
calles al anochecer para evitar los abusos de las hordas
alcoholizadas. La invasión punitiva fue en extremo humillante para
Santa Cruz. Todo ello resintió el espíritu de unidad nacional por el
próximo medio siglo.
La persecución se mantuvo en los meses siguientes. Los
falangistas, privados de la conducción de Únzaga de la Vega, solo
atinaron a buscar el exilio o esconderse. Una noche de diciembre de
1959, alguien golpeó insistentemente la puerta del domicilio de la
familia del asesinado Carlos Kellemberger. La viuda y su hijo Oscar
que tenía sólo 12 años, salieron, encontrándose con un joven
oriental vestido de chamarra que sintiéndose perseguido pedía que
lo escondan.
Mal lugar buscó camarada. Aquí lo cazarán en cualquier momento-,
le dijo la señora, impulsada por el temor.
Al contrario. Después de asesinar a Carlos (Kellemberger), esta
casa ya no tiene importancia para los sayones-, le respondió el
perseguido.
Tenía razón. Nadie lo buscó. Se quedó desde diciembre de 1959
hasta 1964, cuando Paz Estenssoro fue derrocado. Ese joven
oriental era David Añez Pedraza.[276]
Los falangistas quedaron en bancarrota política, emocional y
material. Privados de trabajar, sin recursos para mantener sus
familias, con sus jefes exiliados y perdida toda esperanza, no les
quedaba nada. Nadie pudo hacerse cargo de la célula L de FSB en
La Paz. Era el fin. Añez Pedraza asumió la jefatura falangista en La
Paz por disposición del exiliado Mario R. Gutiérrez, en una maniobra
para evitar que Enrique Achá, político audaz, se hiciera de la
jefatura de ese partido, pese a estar desterrado en Chile y acusado
por el fiscal que investigaba la muerte de Únzaga. Así, Añez tomó el
organismo falangista más importante, viviendo en absoluta
clandestinidad, que fue determinante para rearticular la Falange,
apartando, tal vez definitivamente a Achá.
Aunque la historia posterior a la muerte de Únzaga está detallada en
otros libros de nuestra autoría, resulta válido resumirla en este texto.
Una reunión de altos dirigentes de FSB en Buenos Aires determinó
la jefatura de Mario R. Gutiérrez y la sub-jefatura de Gonzalo
Romero Álvarez García. Mientras, en el MNR Guevara intentó
arrebatar a Paz Estenssoro la candidatura, chocando contra un
muro infranqueable. En 1960, Víctor Paz Estenssoro regresó y
aplastó a cualquier otro postulante a ocupar la Presidencia y el trono
de la Revolución Nacional. Mario R. Gutiérrez retornó del exilio y
llegó a La Paz en medio de multitudes, logrando un buen
desempeño en las elecciones de ese año. Walter Guevara saboreó
la amarga pócima que su partido aplicó antes a los falangistas.
Ciertamente, el Dr. Paz ya no era la béte noire posterior al 52. Con
una Primera Dama esbelta y elegante, una pipa burguesa y un aire
de estadista moderno, llevó a Juan Lechín como Vicepresidente,
reflotó la COMIBOL, admitió una Confederación de Empresarios
Privados, robusteció a las Fuerzas Armadas creando una Fuerza
Naval. Enfrentó de manera acertada la agresión chilena por el
desvío de las aguas del río Lauca, interrumpiendo las relaciones
diplomáticas con el país vecino. El acercamiento esta vez abierto a
los Estados Unidos, fue mostrado al mundo por el Presidente John
F. Kennedy como ejemplo de revolucionario no comunista y el Dr.
Paz estuvo entre los gobernantes de América que rompieron con
Cuba a excepción -simbólica- de México.
Cuando en 1964 Víctor Paz decidió ir a la re-reelección no
consentida por la Constitución Política del Estado, las Fuerzas
Armadas -cuyos mandos eran militares del MNR- ya contaban en
política y llevando al Gral. Barrientos a la Vicepresidencia, el Dr. Paz
ganó las elecciones con la mayor cantidad de votos de la historia
nacional, 85,93%.
FSB se lanzó a la ofensiva final, uniéndose al carro falangista Siles
Zuazo y el MNR anti pazestenssorista, Guevara Arze y el Partido
Revolucionario Auténtico (PRA), Juan Lechín Oquendo y el Partido
Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN), además de
comunistas, la COB, las universidades, el magisterio y otros. Desde
luego hubo necesidad de sentarse todos en la misma mesa.
El que los convocó fue el Jefe de FSB, Mario R. Gutiérrez, quien
inició la reunión con estas palabras: “Lamento compartir la misma
mesa con los asesinos del jefe y fundador de mi partido, el patriota
don Oscar Únzaga de la Vega, pero la necesidad de proteger a
nuestra Patria de un mal mayor me obliga a sentarme con ellos”.
Tocado tan directamente, Hernán Siles tomó la palabra: “No tengo
cargos de conciencia respecto a la muerte de Oscar Únzaga a quien
respeté en vida. Vengo fortalecido por la necesidad de unidad
nacional en esta hora difícil, a pesar de que entre los presentes está
quien quiso matarme el mismo día en que murió Únzaga”. Dicho
esto, continuó la reunión que derivaría en una extendida
conspiración de FSB pero en la que fue determinante el odio entre
Paz, Siles, Lechín y Guevara, y no la Embajada Americana como
luego sostuvieron los seguidores del re-reelecto Dr. Paz.[277]
FSB abrió un extendido frente guerrillero en Alto Paraguá
comandado por Luis Mayser Ardaya, que puso en jaque a Paz
Estenssoro. El jefe de Camisas Blancas, Luis Llerena, comandó otra
columna guerrillera en Apolo con su hermano Reynaldo. El gobierno
debió apelar a las Fuerzas Armadas que reprimieron con dureza
ambas acciones armadas. Grupos falangistas realizaban atentados
dinamiteros con la ayuda directa de personajes que descollarían en
las luchas por la democracia en Bolivia.[278] Los mineros
convulsionaron el occidente, los fabriles declararon la huelga
general, FSB tomó la conducción del movimiento universitario con
Guido Strauss, asumiendo la vanguardia de la subversión junto al
Magisterio Nacional y la Central Obrera Boliviana. Hay coincidencia
en la versión de que el plan insurreccional central correspondió a
FSB y el Ejército (Gonzalo Romero / Alfredo Ovando), y que
Barrientos no se decidió sino al final.[279]
La Embajada Americana peleó tenazmente por mantener a Paz
Estenssoro en el poder, en un momento en que esa legación habilitó
decenas de agregados diplomáticos políticos, laborales, culturales,
de prensa y desde luego militares, “al calor” de la Guerra Fría. El
Servicio Informativo de los Estados Unidos, USIS, cumplía
importantísima misión y tenía sus propios programas radiales
informativos - “Crónica” y “Crónica Laboral”-. La misión militar
norteamericana llegó a disponer de un espacio propio denominado
“Pentagonito” y el Embajador ejecutó un papel determinante, de
manera abierta y sin complejos. Ben Stephansky fue un compañero
más del partido, que hacía la “V” de la victoria para demostrarlo y
Douglas Henderson tomó como propia la estabilidad del segundo y
tercer gobierno de Paz Estenssoro. Por eso se recordó, durante
mucho tiempo, un incidente registrado en 1964, faltando poco para
la caída del Dr. Paz, cuando Henderson invitó a un cóctel a
dirigentes universitarios de todos los partidos. Después de los
primeros brindis, el diplomático americano intentó introducir una
línea favorable al oficialismo, reaccionando Jaime Gutiérrez
Terceros para recordarle, con fuertes palabras, que “los
responsables de mantener en el poder a corruptos y conculcadores
de los derechos humanos eran los Estados Unidos y su embajador”,
abandonando el lugar en medio del silencio sepulcral de comunistas
y trotskistas que no se atrevían a decir lo mismo.
Los “Elefantes de Aníbal”, feroz grupo de milicianos, asaltaron el
monoblock de la UMSA al empezar noviembre de 1964. Los presos
repletaron el Control Político. El Vicepresidente de la República,
Gral. René Barrientos Ortuño, acabó rompiendo con el Presidente
Paz Estenssoro, cuya estabilidad pasó a depender del Comandante
del Ejército, Gral. Alfredo Ovando, quien fiel a su estilo le juró lealtad
incondicional… lealtad que duró hasta que lo puso en el avión que lo
sacó al exilio, el día 4, cuando los presos del Control Político
rompieron los barrotes de las celdas y se volcaron a las calles
tomando el Palacio Quemado. Ovando bajó a la ciudad y juró a la
co-presidencia con Barrientos. Washington congeló las relaciones
con Bolivia. Pero el partido que lo hizo todo, FSB, no tomó el poder
y más bien se dividió. En meses venideros, Barrientos ofreció la
Vicepresidencia en las próximas elecciones a Gonzalo Romero,
irritando a Mario R. Gutiérrez, provocando su aproximación al nada
confiable Ovando, quien le sugirió asesinar a Barrientos, recibiendo
un rotundo rechazo.[280]
Se rompió el mando falangista y Gonzalo Romero prefirió marcharse
antes que provocar la división de su partido. La lectura de la
correspondencia entre Gutiérrez y Romero permite advertir las
diferencias entre ambos. Aunque los dos tenían una excelente
formación humanista e intelectual, no pasa desapercibida la clase
que tenía caballeroso cinteño nacido en La Paz.
En las elecciones de julio de 1966, Barrientos obtuvo el 61,61% de
votos acompañado por el Dr. Luis Adolfo Siles Salinas. FSB
consiguió la primera minoría llevando al Parlamento una robusta
brigada de 22 diputados y 3 senadores donde aparecían los
nombres de Jorge Siles Salinas, Ambrosio García, Montoya Peirano,
Ponce Caballero, Quiroga Santa Cruz y otros. Dueño de gran
carisma, Barrientos inventó la wiphala,[281] se convirtió en el ídolo de
los campesinos a los que visitaba semanalmente en sus comarcas a
bordo de un helicóptero, llevando obsequios, pronunciando
discursos en idiomas nativos, jugando partidos de futbol,
compartiendo comidas y fiestas. Pero se enfrentó a la COB y los
mineros a los que les rebajó sus salarios. Amigo personal del
Presidente Lyndon B. Johnson, consiguió reformular el contrato de
explotación petrolera con la Gulf Oil Co., modificando la antipática
“cláusula de agotamiento”, y la empresa americana aceptó compartir
con Bolivia los beneficios de la futura exportación del gas a la
Argentina. Con apoyo de la ciudadanía y sobre todo de los
campesinos, logró aislar una invasión de militares cubanos
comandados por el argentino Ernesto Che Guevara, a quien
Barrientos pretendió capturar, bañar, afeitar y poner en un avión con
destino a México, para que cuente su fracaso en Bolivia a quien
quisiera escucharle. Pero no se lo permitieron el Comandante del
Ejército, Gral. Alfredo Ovando y su Jefe de Estado Mayor, Gral. Juan
José Torres, empeñados en ajusticiar al invasor.[282]
En abril de 1969, décimo aniversario de la muerte de Oscar Únzaga
de la Vega, su amigo el Gral. René Barrientos murió también de
manera extraña en un accidente de helicóptero que nunca fue
aclarado, aunque las sospechas apuntaron desde el primer
momento a un militar allegado al Gral. Alfredo Ovando, quien
presuntamente habría derribado el helicóptero cuando se elevaba
en Arque con disparos de carabina para vengar un asunto pasional.
Asumió constitucionalmente el Vicepresidente Siles Salinas, quien
cinco meses más tarde fue víctima del artero golpe militar del Gral.
Ovando, el 26 de septiembre, cortando abruptamente la vida
democrática boliviana.
Sugestivamente, aquel mismo día el Presidente Siles Salinas debía
volver a La Paz desde Santa Cruz en un DC-685 del Lloyd Aéreo
Boliviano, cuando el Gral. Ovando Candia tomó el poder por un
“Mandato de las Fuerzas Armadas”. En el avión iba Julio Álvarez
Lafaye, el último acompañante de Oscar Únzaga de la Vega en el
cuarto de baño de la calle Larecaja. Álvarez Lafaye, muy amigo del
Presidente Siles Salinas, quien fue su abogado defensor cuando lo
encarcelaron por el caso Únzaga, fue citado por éste el 25 de
septiembre en Santa Cruz, para encargarle una de las gerencias de
la Corporación Boliviana de Fomento. Lamentando el derrocamiento
de su amigo, Álvarez tomó ese vuelo, en el que también estaba el
equipo de futbol del club The Strongest, que una hora después se
precipitó sobre Viloco muriendo todos sus ocupantes. Años
después, el semanario en inglés Bolivian Times, denunció que el
avión estalló en el aire por efecto de una bomba que tenía el
objetivo de matar al Presidente Siles Salinas. La publicación
vinculaba al Gral. Ovando en tal conspiración.[283]
Por un “Mandato de las Fuerzas Armadas”, Ovando tomó el poder
ese 26 de septiembre de 1969, en la inesperada compañía de un
acreditado grupo de intelectuales de izquierda, entre ellos Marcelo
Quiroga Santa Cruz, quien protagonizó pocos días después la
nacionalización de la Gulf Oil Co. El Gral. Ovando contaba con el
apoyo militar del Gral. Juan José Torres y en su círculo íntimo
estaban su edecán Faustino Rico Toro y su jefe de seguridad, Luis
Arce Gómez. Convertido a la izquierda, Ovando clausuró el
Parlamento y dijo que iba a seguir la huella del proceso militar
peruano del Gral. Velasco Alvarado, pero este se negó a aceptarlo
en el mismo club. Hubo un segundo intento guerrillero de la
organización creada por Ernesto Che Guevara, el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), esta vez bajo el mando de Oswaldo
Chato Peredo. Diversas expresiones de izquierda empezaron a
expandirse en las universidades, disputando la preeminencia de
Falange Socialista Boliviana. El gobierno se debatía en
contradicciones internas y fue así que patrocinó la toma del
monoblock de la UMSA con participación de falangistas, para luego
obligarlos a desocupar con amenaza militar. En medio de crímenes
abominables, como los asesinatos de los periodistas Jaime Otero
Calderón, Alfredo Alexander y su esposa Bertha, además del
dirigente campesino barrientista Jorge Soliz, Ovando perdió el poder
cuando sus propios camaradas le retiraron aquel “Mandato”. Era
octubre de 1970, cuando hubo cuatro gobiernos en cuatro días.
El 7 de octubre asumió el Gral. Juan José Torres. De falangista en
1950, luego institucionalista en los 60, nacionalista y perseguidor del
Che en 1967, aparecía con la camiseta socialista en 1970, llevando
a Bolivia a un proceso anárquico. Multiplicadas las siglas
izquierdistas, Quiroga Santa Cruz interesó a un grupo de falangistas
para fundar el Partido Socialista (luego PS-1). Si bien David Añez
Pedraza y otros de tendencia izquierdista en la Falange tenían la
convicción de que su partido debía establecer un proceso de
revolución social, pero no antidemocrático, terminó distanciado de
Quiroga Santa Cruz que abrazó abiertamente la causa marxista-
leninista junto a falangistas como Walter Vásquez Michel y Héctor
Borda Leaño. La izquierda su puso de moda en el mundo, como la
minifalda y los hippies, siendo sus expresiones el “mayo francés”, la
masacre de estudiantes en Tlatelolco-México y guerrillas urbanas
como los Tupamaros en Uruguay y los Montoneros en Argentina.
Todos asumieron identificación radical. Le salió un ala izquierdista al
MNR y otra no menos curiosa en Falange con Enrique Bola Riveros,
poniéndosele al frente Juan José Loría, quien asumió el liderazgo
momentáneo de FSB, cuyo jefe, Mario R. Gutiérrez, se mantenía
fuera del escenario. Se instaló una “Asamblea Popular” en el viejo
Parlamento, con Juan Lechín a la cabeza, apuntando a instaurar el
socialismo en Bolivia. Pero todo aquello no pasó de una farsa. El
país estaba hastiado del desorden.
Los grandes rivales políticos, MNR y FSB, se pusieron de acuerdo
(12 años después de la muerte de Oscar Únzaga) para detener la
marcha al despeñadero y el 21 de agosto de 1971, junto a las
Fuerzas Armadas, la Policía, la empresa privada, los campesinos y
los gremiales, llevaron al Cnl. Hugo Banzer a la Presidencia. Aquello
fue posible por la aproximación entre Mario R. Gutiérrez y Víctor Paz
Estenssoro, a quien la ciudadanía premió por esa actitud, olvidando
los desafueros de su primer gobierno. El entendimiento entre
falangistas, movimientistas y militares duró hasta junio de 1974,
cuando Carlos Valverde, que ya era falangista, rompió con Banzer y
con Mario Gutiérrez. El Presidente Banzer inició con éxito una
negociación marítima con el régimen militar chileno del Gral.
Augusto Pinochet, quien estuvo dispuesto a entregar una franja
soberana que conecte a Bolivia con el mar, aunque fracasó el
intento por la condición de canje territorial por aquella franja y el
enrarecido clima geopolítico regional que estuvo a punto de derivar
en una segunda guerra del Pacífico y un enfrentamiento bélico entre
Argentina y Chile, detenido en el último minuto por un enviado del
Papa Juan Pablo II.
Aunque Mario Gutiérrez aceptó la representación de Bolivia en
Naciones Unidas, sólo una parte de FSB acompañó el modelo de
gobierno a cargo de las Fuerzas Armadas que se extendió hasta
1978, cuando se realizaron elecciones a las que acudió el candidato
oficialista, Gral. Juan Pereda, en compañía de una parte de FSB
(Jaime Tapia, Gastón Moreira y otros), y otras partes del MNR, el
PRA y el barrientismo, enfrentando a una gran alianza de partidos
de izquierda con el MNRI de Hernán Siles Zuazo, el Partido
Comunista, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
fundada en la clandestinidad por Chichi Ríos Dalenz (asesinado por
la dictadura del Gral. Pinochet), Jaime Paz Zamora, Antonio
Araníbar y Oscar Eid, coaligados en la llamada Unidad Democrática
y Popular (UDP), además del PS-1 de Quiroga Santa Cruz y la otra
Falange con la candidatura del Gral. José Patiño Ayoroa y Jaime
Ponce Caballero.
Sin vencedor posible por al fraude, el 21 de julio de 1978 el Gral.
Pereda desplazó sin miramientos al Presidente Banzer y nombró
Ministro del Interior al ya Coronel Faustino Rico Toro, designando
Jefe de la Casa Militar el Tcnl. Luis Arce Gómez, ambos del viejo
equipo del Gral. Alfredo Ovando Candia, por entonces radicado en
Madrid. En medio del desorden por ese complicado proceso
electoral y el golpe de Pereda, pocos dieron importancia a un crimen
que se produjo en agosto de ese año, en una finca cercana a
Samaipata, donde el septuagenario coronel retirado, Julián Guzmán
Gamboa, que combinaba sus tareas de agricultor con la redacción
de sus memorias, fue asesinado con tres balazos disparados a su
cabeza. En una revelación que hizo su hijo varias veces citado en
este libro, también oficial de Policía, Germán Guzmán López en
entrevista con el investigador y abogado Tomás Molina, el asesinato
de su padre fue ordenando desde Madrid por el Gral. Alfredo
Ovando a gente de su confianza en Bolivia para impedir la
publicación de revelaciones sobre la traición y muerte de Únzaga y
otros temas controversiales que afectaban a Ovando quien se
aprestaba a volver al país.[284]
El Gral. Pereda duró en el poder tres meses, hasta el 26 de
noviembre, cuando toda la comunidad opositora aceptó complacida
el golpe del Gral. David Padilla Arancibia. 20 años atrás, cuando
Padilla era sólo un capitán de Ejército y edecán del Presidente Siles
Zuazo, se produjo la extraña muerte de Únzaga de la Vega. Padilla
fue también edecán de Paz Estenssoro. El 1º de julio de 1979
presidía las nuevas elecciones en las que se produjo un empate
insuperable entre sus antiguos jefes, Siles Zuazo por la UPD y
Víctor Paz por el MNR Histórico. El Gral. Alfredo Ovando retornó de
su exilio en Madrid y se sumó al frente del Dr. Hernán Siles Zuazo,
reencontrándose ambos 20 años después de la muerte de Únzaga y
los crímenes del Cuartel Sucre.
También en 1978 se posesionaron del escenario político Acción
Democrática Nacionalista (ADN) del Gral. Hugo Banzer, con un
fuerte componente falangista y, en la otra orilla, el PS-1 de Marcelo
Quiroga Santa Cruz, en una versión renovada de la izquierda,
también -como dijimos- con una importante presencia falangista.
Pero ninguna de esas fuerzas pudo quebrar el empate de los dos
grandes, Siles y Paz. Por iniciativa de ADN, el Congreso instalado
eligió interinamente por un año al Dr. Walter Guevara Arze, quien
tuvo el acierto de poner en el Comando de las Fuerzas Armadas al
ex Presidente David Padilla. FSB, en franco retroceso, presentó al
binomio René Bernal (General de Ejército, ex Ministro de Banzer)
con Mario R. Gutiérrez obteniendo el 3,55% de la votación.
La situación económica era vidriosa, principalmente por la deuda
externa. Al insinuar el Presidente Guevara que requería por lo
menos de dos años para enfrentar la crisis que se avecinaba, dio pie
para que los movimientistas escindidos en la UDP y el MNRH, se
rejuntaran para propiciar un golpe de Estado con el Cnl. Alberto
Natusch, aunque resistido por Washington. El esquema de facto,
pero con Parlamento en funciones, propiciado por Guillermo
Bedregal y José Fellman Velarde, en nombre del Dr. Paz Estenssoro
y Edil Sandóval Morón y Abel Ayoroa actuando a espaldas del Dr.
Siles, se instaló en el Palacio Quemado al amanecer del 1º de
noviembre de 1979 y se agotó en 15 días, en medio de una
dantesca masacre humana.
Contando sólo con el reconocimiento de la Unión Soviética y de la
dictadura argentina, el frágil interinato enfrentó una oposición
externa radical liderada por los Estados Unidos y el Grupo Andino.
La Empresa Privada, la COB y la Iglesia Católica presionaron a
Natusch para que abandone su propósito y el Parlamento recobró
fuerza para designar un nuevo Presidente, nombrando a la señora
Lydia Gueiler Tejada y dejando al Dr. Walter Guevara Arze en la
cuneta. Fue la venganza del Dr. Víctor Paz Estenssoro contra el
teórico de Ayopaya.
En 1980, enfrentado a una dolencia física, Mario R. Gutiérrez,
renunció a la jefatura de FSB y ese partido quedó en el limbo, lo que
explica que los falangistas designaran siete jefes: Jaime Tapia
Alipaz, Juvenal Sejas, Gastón Moreira, Jaime Ponce Caballero,
Enrique Riveros, Raúl Portugal y Carlos Valverde Barbery.
La Presidenta Gueiler debió enfrentar la crisis económica nacional
sin mayor preámbulo y lo hizo con valentía, devaluando la moneda,
ante una enorme oposición de campesinos y obreros sin que los
partidos que se preparaban para las nuevas elecciones se animen a
darle apoyo para no menoscabar su caudal electoral. En un clima
tenso por el enfrentamiento entre el líder de la COB, Juan Lechín y
el Comandante del Ejército, Gral. Luis García Meza, con rumores
constantes de un nuevo golpe militar, llegó el día de las elecciones
en las cuales Siles Zuazo obtuvo el 38,74% de votos, contra el
20,15% de Paz Estenssoro, quebrando el empate del año anterior.
Una fórmula falangista con Carlos Valverde Barbery y Enrique
Riveros Tejada apenas obtuvo el 1,68%. FSB ya era marginal. La
enfermedad de Mario R. Gutiérrez ya era irreversible y por esas
cosas de la vida, en el período en que sufrió el epílogo del mal que
lo aquejaba, ningún dirigente político, falangista o no, le ofreció
apoyo y aliento, con la sola excepción de Hernán Siles Zuazo, quien
lo llamó para decirle que el país aún lo necesitaba.
El 17 de julio de 1980, se produjo un Golpe de Estado con
resultados nefastos. De nuevo corrió la sangre con los asesinatos
del Padre Luis Espìnal, de Marcelo Quiroga Santa Cruz y la
masacre de la calle Harrington. El Gral. García Mesa, a la cabeza de
una Junta de Comandantes anunció un esquema militar de 20 años,
pero sólo duró uno, jaqueado por Estados Unidos, que desconoció a
ese gobierno y retiró a su embajador. Washington. Para colmo, la
DEA identificó una línea criminal que vinculaba a la dictadura
boliviana con el narcotráfico.[285] El resistido golpe marcó a civiles y
militares que sintiéndose amenazados por la UDP, creyeron en la
validez de los argumentos esgrimidos por quienes tomaron el poder.
Algunos militantes de la disminuida Falange se habían incorporado
al nuevo esquema militar, lo mismo que elementos del MNR, ADN y
la empresa privada, a título personal, creyendo cándidamente
hacerle un servicio al país impidiendo el ascenso de un “gobierno
comunista”. Todos tuvieron ocasión de arrepentirse.
Mario R. Gutiérrez murió en agosto de 1980 y Carlos Valverde armó
una nueva guerrilla contra la dictadura militar, tomando el Campo
Tita de YPFB “para lavarle la cara a la Falange, acción que fue
controlada por una fracción del Ejército. Pero las acciones derivaron
en una inesperada cuanto irreversible herida al Gral. Gary Prado
Salmón. Una extendida conspiración contra el régimen de García
Meza fue alentada por el Gral. Hugo Banzer y el Gral. Alberto
Natusch, quienes fueron exiliados. En agosto de 1981, siendo
insostenible su gobierno, ante un levantamiento del pueblo cruceño
liderado por los generales Natusch Busch y Lucio Añez y el ex
Presidente Luis Adolfo Siles Salinas, el régimen de García Mesa se
derrumbó dando paso al Gral. Celso Torrelio, quien sustentó su
gobierno con figuras políticas estimables como Gonzalo Romero,
confiándole la Cancillería de la República, además de los
movimientistas Adolfo Linares y Juan Carlos Durán y el falangista
Edgar Millares Reyes.
La situación económica boliviana ya era crítica por el déficit fiscal, al
debilitamiento del aparato productivo y el inicio de la escasez de
dólares capturados por especuladores. El Banco Central de Bolivia
asumió una política inédita decretando la flotación de la divisa
americana lo que, tras un cuarto de siglo de estabilidad monetaria,
llenó de pánico a la ciudadanía. El Presidente Torrelio fijó el límite de
su gobierno en tres años, pero apenas pudo aguantar 10 meses,
transfiriendo la Presidencia al Gral. Guido Vildoso Calderón, quien
con la ayuda de su Secretario Privado, Gonzalo Torrico Flores,
dispuso el repliegue de los militares a sus cuarteles, aceptando la
tesis del Congreso del 80 expresada en la frase “¡Democracia ya!”
que enarboló la empresa privada.
En octubre de 1982 regresó al Palacio Quemado don Hernán Siles
Zuazo junto a los jóvenes miristas quienes contrastaron con su
atractivo discurso democrático la figura de coroneles y generales
que había caracterizado al poder en los últimos 18 años. Pero la
UDP era un incompetente frente electoral no apto para gobernar y
Bolivia se hundió en un proceso hiperinflacionario sin parangón que
llegó al 24.000%, producto de un déficit récord de millones de
millones de pesos bolivianos que dejó cesante al aparato productivo.
En 1983, un cónclave falangista eligió como jefe de FSB a David
Añez Pedraza. Pero el partido de Únzaga de la Vega era casi
inexistente. El secuestro en 1984 del representante de la empresa
alemana Lufthansa por un grupo liderado por Antonio Anze,
buscando recursos para financiar el derrocamiento de la UDP, le dio
una nota más bien negativa a su partido. Pero sus antiguos
adversarios, los movimientistas de la línea de Víctor Paz se
involucraron en un hecho mayor -el secuestro del Presidente Siles
Zuazo-, en el inicio de un golpe civil-policial-militar que al fracasar le
dio oxígeno al gobierno udepista por unos meses más. Siles
renunció a finales de 1984, cuando el dólar se cotizaba en dos
millones de pesos bolivianos, convocando a elecciones en julio de
1985, que ganó el Gral. Hugo Banzer, teniendo cerca al Dr. Paz
Estenssoro. FSB presentó la candidatura de David Añez Pedraza
acompañado del abogado José Luis Gutiérrez Sardán, quien fuera
tiempo atrás estrecho colaborador de Mario R. Gutiérrez. La fórmula
falangista sólo alcanzó al 1,16% de la votación. En su medio siglo
de existencia, FSB agonizaba. Sin embargo, Añez Pedraza logró ser
elegido diputado por Beni y Gutiérrez Sardán por Pando.
El Congreso Nacional postergó a Banzer e hizo Presidente por
cuarta vez a Paz Estenssoro, quien evitó que “Bolivia se nos muera”
imponiendo el modelo de mercado con el Decreto 21060, a tono con
lo que pasaba en la mayor parte del mundo -coincidiendo con el
colapso de la Unión Soviética-, es decir la vigencia del
neoliberalismo y la globalización de la economía. Terminó la
hiperinflación y el déficit fiscal con la reducción de los gastos del
Estado y su virtual achicamiento, fue racionalizada la burocracia, se
decretó la libre contratación, se congelaron los salarios, subió el
precio de los combustibles, se reformó la tributación con el IVA, se
habilitó el bolsín para la venta libre de dólares, se estableció el libre
comercio en base a la oferta y la demanda y a pesar del costo
social, el país, escarmentado por la inflación, aceptó el modelo.
Periclitó COMIBOL y los trabajadores de la minería nacionalizada
fueron relocalizados. El apoyo de los organismos internacionales,
vino casado al combate contra el narcotráfico determinado por el
atroz consumo de cocaína que afectaba a los Estados Unidos. A
Bolivia le tocaba reducir la oferta de coca para la industria ilegal de
las drogas. En el ínterin, Añez Pedraza fue expulsado de FSB
(1986) al haber adoptado una postura marxista que excedía la línea
socialista y cristiana de su partido. Los falangistas encargaron la
jefatura al cruceño Rommel Pantoja.
Paz Estenssoro, con la experiencia y serenidad que dan los años,
hizo una administración encomiable, incluyendo la última
negociación seria que se intentó con Chile para recuperar la
cualidad marítima boliviana, a través de los cancilleres Guillermo
Bedregal y Jaime del Valle, tendiendo un eje de entendimiento en el
que jugó papel central el intelectual Jorge Siles Salinas, designado
Cónsul General de Bolivia en Santiago, aunque los actores
chocaron con la intemperancia y falta de grandeza de quien
conducía en esos momentos la Armada Chilena.
En 1989, trigésimo aniversario de la muerte de Oscar Únzaga de la
Vega, iba a registrarse un fenómeno de convergencia entre
opuestos, cuando el encanto de Gonzalo Sánchez de Lozada
derrotó a los favoritos en las elecciones de ese año, ADN y el MIR,
provocando la alianza de estos para hacer Presidente a Jaime Paz
Zamora y gobernar unidos. Paz Zamora hizo un gobierno de esencia
democrática, que será recordado porque quizás como nunca antes
en la historia de Bolivia, no hubo perseguidos, ni muertos ni presos
políticos y el único hecho de sangre fue el secuestro del industrial
Jorge Lonsdale, Presidente de la Coca Cola en Bolivia, a manos de
un grupo cheguevarista denominado Comando Néstor Paz Zamora
(CNPZ). En un intento de rescate, Lonsdale murió en el fuego
cruzado. También surgió otro grupo terrorista denominado Ejército
Guerrillero Tupac Katari (EGTK) conducido por un joven
matemático, Álvaro García Linera, al parecer entrenado en Cuba, en
compañía de un campesino aimara llamado Felipe Quispe. Era la
primera vez que indígenas hacían causa común con guerrilleros
marxistas.
FSB se escindía en pequeños sectores, poniendo una nueva nota
discordante al historial de ese partido, cuando se intentó alquilar la
sigla para la candidatura del industrial Max Fernández y al final
presentó sólo la candidatura a la Vicepresidencia de Waldo Cerruto,
ex cuñado de Paz Estenssoro, obteniendo el 0,67% de los votos,
provocando que el meritorio Jaime Ponce Caballero, “levante ante
sus muertos su juramento falangista” y pida la disolución de su
partido.
En tanto, surgieron nuevos actores populares en el escenario
político: por una parte, el ex trovador Carlos Palenque con Radio
Televisión Popular (RTP) y su partido Conciencia de Patria
(CONDEPA), y por otra el empresario Max Fernández Rojas que
convirtió a la cerveza en referente político con su partido Unidad
Cívica Solidaridad (UCS).
En las elecciones de 1993, Sánchez de Lozada obtuvo una victoria
holgada para el MNR, llevando como vicepresidente a Víctor Hugo
Cárdenas, un apreciado intelectual aimara. FSB eligió como Jefe a
José Mario Serrate Paz y lo proclamó candidato a la Presidencia,
llevando como acompañante vice-presidencial a José Gamarra
Zorrilla, aunque con escasa fortuna. Hombres de la Falange -que
parecía haber muerto como partido- fortalecieron las nuevas
organizaciones populistas, destacando el otrora jefe de Camisas
Blancas, Luis Llerena, quien sumándose a CONDEPA llegó a la
Cámara de Diputados junto a la primera chola parlamentaria,
Remedios Loza. Por su parte, Jaime Ponce Caballero, enrolado a la
UCS, fue elegido diputado y -por la alianza de UCS con el MNR de
Goni- asumió la Vicepresidencia de la Cámara Baja. Como una
fatalidad del destino, un ya anciano Enrique Achá fue encarcelado
en la Penitenciaría de San Pedro por un asunto de estafa, aunque
su familia insistió en que se trataba de una antigua venganza
política. Oscar Eid también era encarcelado por un extraño vínculo
del narcotraficante Oso Chavarría con los mandos del MIR -que
nunca se demostró categóricamente al morir Chavarría-. El tema de
la lucha contra las drogas normaba la relación entre Bolivia y los
Estados Unidos.
Goni hizo un gobierno notable por la Participación Popular y la
capitalización de las deficitarias empresas estatales, con la novedad
de convertir a un grupo de transnacionales en socias de los
bolivianos mayores de 21 años, en un proceso que sin embargo no
acabó de concretarse. YPFB quedó cesante y tomaron su lugar
petroleras cuya inversión erigió a Bolivia en una potencia gasífera.
También fueron transferidos ENTEL, los ferrocarriles, la Empresa
Nacional de Electricidad y la línea aérea LAB, creando el Bonosol
para personas de la tercera edad. Atendió la exigencia internacional
para reducir la producción de coca excedentaria que se desviaba al
narcotráfico, creando un fuerte polo opositor en las regiones
productoras de la hoja en el trópico de Cochabamba, que se
organizaron políticamente con la experiencia de los mineros
relocalizados por el 21060, creando una estructura política que
pronto daría que hablar. Como Pigmalión, el legendario dirigente
minero Filemón Escóbar creó entonces un símil político,
transformando al Chapare, de laboratorio productor de drogas en
polo político revolucionario.
El hijo de la venerable dirigente Hortensia Gonzales Durán, Luis
Wallpher, quien salió al exilio con apenas 10 años luego de la
muerte de Únzaga y coronó en Estados Unidos su formación
académica en Arte, volvió al país e intento reanimar la antorcha
falangista asumiendo de hecho la jefatura y participando como
candidato a la Alcaldía de La Paz.
La situación de FSB, partido que cumplió 60 años, buscó un cauce
legal con la realización de una Convención en Santa Cruz, donde se
eligió como jefe al industrial Juan Abuawad, quien designó
Secretario General al meritorio Luis Mayser. Mientras, Wallpher
intentó dar vida a una Falange sin la palabra “socialista”, lanzando
la “Falange Democrática Boliviana”, que se sumó sin mayor efecto al
gonismo, Sánchez de Lozada, calificándose como “neoliberal de
extrema izquierda”, patrocinó la búsqueda de los restos de Che
Guevara, que devolvió al régimen de La Habana y luego cedió el
poder mediante elecciones que ganó, en 1997, el Gral. Hugo
Banzer, para gobernar con el MIR de Paz Zamora, CONDEPA del
fallecido Carlos Palenque, la UCS del también desaparecido Max
Fernández, la Nueva Fuerza Republicana del Alcalde de
Cochabamba Manfred Reyes Villa y FSB jefaturizada por Juan
Abuawad.

Al renunciar Abuawad, asumió la jefatura interina Luis Mayser,


realizando en La Paz una reunión de 25 dirigentes falangistas de
todo el país, prolongando el interinato de Mayser y eligiendo
Secretario General a Jaime Gutiérrez Terceros, quien retomó la
actividad política, organizando la presencia de FSB en las
elecciones municipales de 1999.
En el Parlamento se popularizó la figura de un diputado de
tendencia radicalmente enfrentada al neoliberalismo: Evo Morales,
líder de los sindicatos de productores de coca en el Chapare.
Pertenecía a una alianza de partidos de izquierda donde se
relacionó con el ex falangista David Añez Pedraza, fundador del
Movimiento al Socialismo Unzaguista (MASU), cuyo programa de
gobierno era el mismo de la vieja Falange con retoques acentuando
su tendencia de izquierda.
Una nueva convención falangista, en el año 2000, eligió como jefe al
abogado Otto Richter, quien en una de sus primeras apariciones
públicas denunció “la presencia de la mafia italiana vinculada al
Presidente Banzer”, provocando una reacción en cadena que puso
tras rejas al italiano Marco Marino Diodato, casado con una pariente
de Banzer, pero también al propio Richter, quien renunció ante la
Corte Nacional Electoral, la que reconoció la jefatura a. i. de Jaime
Gutiérrez Terceros hasta la realización de la próxima convención
falangista, donde se eligió a Rommel Pantoja que, al contrario de
Richter, asumió compromisos con el gobierno de Banzer y acabó
renunciando por presión de la dirigencia falangista.
El Presidente Hugo Banzer, quien había repudiado la transferencia
gonista de YPFB a consorcios transnacionales, ya no pudo revertir
la capitalización para no incumplir los tan frescos compromisos del
Estado Boliviano. Pero pudo concretar el viejo proyecto de su primer
gobierno de exportar gas a Brasil mediante un gasoducto que
inauguró con el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso.
Aunque era un enorme salto para la economía boliviana, se lo hacía
contrariando lo que había soñado Oscar Únzaga en los años 50.
PETROBRAS había ingresado finalmente a Bolivia, mientras YPFB
había desaparecido. Banzer habló de refundar la empresa petrolera
estatal, pero la vida no le alcanzó para intentarlo.
Una crisis abrumadora originada en el mundo se encarnizó con
Bolivia, desesperando al Presidente Banzer y al Vicepresidente Tuto
Quiroga, quien tenía a su cargo el manejo económico financiero de
esa administración nacional, la última del siglo XX. La situación se
tornó insostenible pese a la inauguración del gasoducto a Brasil que
abría insospechados beneficios para el país. Pero la Embajadora de
los Estados Unidos, Donna Hrinak, intentó dar un golpe de Estado
para desplazar a Banzer por Tuto Quiroga, chocando contra la
lealtad de este. La llamada “guerra del agua” para evitar que se
concrete el Proyecto Misicuni en Cochabamba, paralizó al país. Una
llamada Coordinadora del Agua, acaudillada por Oscar Olivera e
integrada, entre otros, por Evo Morales, le dobló la mano el
gobierno, inviabilizando Misicuni. En ese momento, el periodista de
Radio Fides, Eduardo Pérez Iribarne dijo: “ganaron la guerra, pero
perdieron el agua”.
El bloqueo de caminos en el altiplano, liderado por Felipe Quispe, el
Mallku, así como las denuncias que publicó la prensa sobre hechos
irregulares, jaquearon al gobierno. La salud del Presidente complicó
la situación y afectado por el cáncer, resignó un año de su gestión
presidencial. El sucesor constitucional, Tuto Quiroga, gobernó con
acierto procurando atender la principal demanda de los bolivianos
que pedían trabajo, mientras intentaba mejorar los ingresos del país
en base al abundante gas boliviano, proyectando la exportación de
grandes cantidades de LNG a los Estados Unidos mediante la
construcción de un gasoducto hasta algún lugar de la costa del
Pacífico. Enfrentó una ola de violencia en el trópico de
Cochabamba, cuando los productores de coca empezaron a
asesinar a uniformados de las fuerzas de lucha contra el
narcotráfico.
Convocadas las nuevas elecciones del año 2002, en las que
Manfred Reyes Villa arrasó en las encuestas a lo largo del proceso
electoral, los asesores americanos de Sánchez de Lozada
plantearon su campaña como una guerra, destrozando al candidato
de la NFR. La desagradable intromisión del Embajador de los
Estados Unidos, amenazando cortar la ayuda americana si acaso
los bolivianos votaban por Evo Morales, logró el efecto contrario y la
votación que pareció concentrarse inicialmente en Reyes Villa se
transfirió a Evo, ya con la sigla del Movimiento al Socialismo (MAS),
provocando la victoria en las urnas de Goni aunque por cifras tan
miserables que lo obligaban a buscar el apoyo del último que
hubiera querido, Jaime Paz, a quien los movimientistas habían
hecho despojar de su visa a los Estados Unidos años antes, por el
caso Oso Chavarría.
El resto de la historia reciente es conocido. El Presidente Sánchez
de Lozada, con Jaime Paz como aliado crítico, se vio en la cresta de
la ola de la crisis. Ante la indiferencia de los organismos
internacionales, FMI y BM, obligado a elegir entre un “impuestazo” y
un “gasolinazo”, escogió lo primero, enfrentando un motín policial
que acabó con 31 muertos, 200 heridos, 134 inmuebles asaltados y
daños por diez millones de dólares en dos días de horror en la
ciudad de La Paz, en febrero de 2003.
En la búsqueda de recursos, la simple consideración de la
exportación de LNG por un puerto chileno, fue el pretexto para un
alzamiento en El Alto, que paralizó a gran parte del país entre
septiembre y octubre de ese año, con un saldo de 64 muertos, 300
heridos y daños incalculables, epilogando en la dramática salida del
Presidente y su familia en un vuelo desesperado de helicóptero para
salvar sus vidas. Lo que definió la situación fue el abandono de la
clase media paceña a Goni, de la mano de la influyente periodista
Ana María Romero de Campero, lo que llevó a un intelectual
movimientista a exclamar que “los Romero bajaron dos veces al
MNR, la primera en 1964, cuando Gonzalo Romero defenestró a
Paz Estenssoro, y en el 2003, cuando la hija de Gonzalo, Ana
María, acabó derrocando a Sánchez de Lozada”.
Recibió la posta el periodista Carlos Mesa en el momento más
dramático de la corta historia del siglo XXI, logrando remontar la
situación nacional con indudable acierto, presidiendo el referéndum
sobre el gas que le dio el apoyo y la legitimidad que requería para
gobernar hasta el año 2008, superando la crisis económica y dando
inicio al periodo de prosperidad del que goza Bolivia al cierre de la
edición de este libro (año 2013). Carlos Mesa, apoyado por la
opinión pública, dejó la Presidencia de la República atenazado por
una triple conspiración de los alteños que exigían -y consiguieron- la
absurda salida de la empresa Aguas del Illimani; de los cocaleros y
el MAS en el valle, entrenando su musculatura para la toma del
poder; y de los autonomistas en la naciente Media Luna, intentando
protegerse de lo que se venía inminentemente.
Evo Morales fue el heredero de David Añez Pedraza, quien le cedió
la forma de organización falangista -donde fue vigorosa la actuación
del Dr. José Luis Gutiérrez Sardán- y el color azul de la vieja FSB,
en una transfusión de los postulados programáticos de Únzaga,
entre ellos el control de la exportación de hidrocarburos sin importar
si estos son también producidos por privados, lo cual le daría a
Bolivia un rol importante en la geopolítica regional sudamericana, o
la adopción del paradigma “indígena” por encima del “campesino”,
conceptos adulterado por ciertos rasgos racistas de la gente del
MAS que rodea al líder cocalero, al que le asignan una vocación
tutelar de poder cercana al fascismo y con pretensiones de
eternidad.
Morales empezó como neo socialista y “nacionalizó” los
hidrocarburos. Pero gozando de la bonanza de los precios
internacionales del gas y los minerales y de los beneficios que
acumuló el modelo de mercado en 25 años, alentó un sistema
también neoliberal e inédito, donde todo vale -incluyendo
actividades al filo de la legalidad-, privilegiando a unos en disfavor
de otros, como ya sucedió con el MNR desde 1952, en una política
dirigida a favorecer a los que se considera “nosotros”, “los nuestros”,
en perjuicio de ”los otros”, “los demás” a los que se discrimina y
sojuzga, dentro de un modelo blindado, que forma parte de un eje
continental con los regímenes de Venezuela, Ecuador y Nicaragua,
caracterizados por su poco apego al sistema democrático, y que se
basa en el monopolio de los poderes, la ruptura con la Iglesia, el
enfrentamiento con la prensa libre y otros rasgos totalitarios de los
que estaba exento el ideario unzaguista. Únzaga fue un defensor de
la doctrina de Cristo, un demócrata que creía en la separación de
poderes, un profesor que buscaba elevar el nivel de vida de los
sectores postergados a través de la educación, un periodista
convencido de que la actividad pública debe estar alumbrada por la
luz de la opinión libre, un estadista que propugnaba una relación
cordial con todos los países del mundo, basada en el respeto y la
consideración recíproca.
Entre tanto, la Corte Nacional Electoral borró la sigla de FSB, pese a
lo cual Gustavo Sejas ostenta actualmente el título de Jefe de FSB,
con sede en La Paz, en tanto el médico Juan Carlos Santiesteban,
antiguo falangista cruceño, retomó la sigla y la mantiene hasta el
presente en aquel distrito.
Al fallecer el exjefe falangista y fundador del MAS, David Añez, la
alta cúpula masista en el poder le tributó sentido homenaje y uno de
sus herederos políticos, el Dr. José Luis Gutiérrez Sardán, quien fue
influyente abogado en el Palacio Quemado junto al Presidente Evo
Morales, ha sostenido que algunas de las ideas de Únzaga son
parte del actual proceso de cambio que empuja el MAS.
En el otro extremo, un joven nacionalista llamado Horacio Poppe
Inch, ha organizado en Sucre un grupo de seguidores suyos,
también en base a los principios de Únzaga de la Vega, denominado
“Falange 19 de Abril”. Ellos censuran todo lo hecho por FSB
después de 1959 y son críticos del neoliberalismo del pasado
reciente y del “neopaganismo” con el que identifican al actual
gobierno. “Lo que vemos hoy con Evo Morales -dice Poppe- no es
más que la consecuencia de la injusticia social que se vivió en los
25 años de democracia liberal. Consecuencia de esto es la reacción
del neomarxismo que ahora trata de incautar lo que acumuló la
derecha liberal, borrando la institucionalidad y todo lo que hace a la
identidad boliviana”.
Pero la Falange que lidera Gustavo Sejas básicamente en La Paz y
la que dirigía Juan Carlos Santiesteban en Santa Cruz, rechazaron
cualquier relación tanto con el MAS aliado del difunto Hugo Chávez,
como con la versión falangista de Horacio Poppe en Sucre, a la que
consideran cercana a posiciones neofascistas de carácter
internacional.
La muerte de Oscar Únzaga, marcó el fin de la inocencia en Bolivia.
Cayeron los últimos velos del pudor; se esfumó la posibilidad de
actuar con honestidad en la vida pública. Se impuso la viveza criolla
y el más repugnante pragmatismo con la careta del “positivismo”,
disfrazando al prevaricato. Todos los dignatarios de Estado, a partir
de entonces, tuvieron sanas intenciones, pero infames
realizaciones. Doble moral por doquier, chanchullo en la escuela y
en la vida adulta. Pasarse la luz roja, colarse en la fila, mentir,
enorgullecerse de hacer “trampita”, llevarse el mundo por delante sin
otro mérito que la audacia, hacerse el vivo, meter gol con la mano y
adjudicarlo a Dios. Los ruines han ganado y se ha extraviado la
decencia, por la que Únzaga de la Vega entregó su vida en la
encrucijada de la calle Larecaja.
Sus adversarios se empeñaron en matar también la sustancia
espiritual de su patriotismo. Tras haber perdido tres guerras
internacionales en medio siglo, con Chile, Brasil y Paraguay,
golpeado el orgullo nacional, Únzaga planteó el nacionalismo para
regenerar al país y educación para todos, como forma inexcusable
de lograr que Bolivia sea mejor y alcance por fin el desarrollo y la
prosperidad. El nacionalismo fue la base de un proyecto ideológico
para FSB, el MNR, el PIR y el POR. Quien llegase primero al poder
lo concretaría. Llegó el MNR de la mano de Siles Zuazo y pudiendo
hacerlo con Únzaga de la Vega, el destino hizo que derive a Paz
Estenssoro en forma de revolución victoriosa. FSB pasó al bando
derrotado. Los ganadores, ensimismado de gloria y arrogancia,
decidieron gobernar cien años y anularon toda forma de oposición.
Siendo Falange la única fuerza en pie, los revolucionarios en el
poder silenciaron su voz, la voz de los inocentes, y pusieron a los
seguidores de Únzaga en los confines de la vida nacional,
marginados de la historia, salvo en el rol de “enemigos de las
conquistas sociales”, en el papel de “los malos” en el enfrentamiento
moral contra “los buenos”. Imposible negar las conquistas sociales
luego de abril del 52. Si un presidente indígena llegó a la
Presidencia de Bolivia, se debe indudablemente a Paz Estenssoro,
Siles Zuazo y sus compañeros. Ellos hicieron un país más
igualitario, pero no mejor. Pero en el acto final del drama, unos y
otros sintieron que habían naufragado.
Con las excepciones que hacen a la regla, casi todos los gobiernos,
a partir de los años 50, actuaron bajo un sistema que los hermanó
por encima de sus diferencias. Reinó la corrupción, que todos
decían combatir, pero todos admitían al llegar al poder. Corrupción,
nepotismo, prevaricato fueron los motores de la vida política. La
riqueza por encima de la ética, la ventaja sin que importe la
dignidad. La honradez cada vez más flaca aplastada por la
prebenda cada vez más gorda. La trampa como principal argumento
ideológico. Mandatarios que no respetan su palabra y que carecen
de honor. Gobiernos donde prima la doble moral, politizando la
justicia para descabezar opositores y tapar trapisondas. ¿De qué
vale el esfuerzo personal, quemarse las pestañas capacitándose
intelectualmente, si cualquier sujeto puede alzarse con la mayor
dignidad de la nación por la sola fuerza bruta de las armas o de la
masa amorfa?
Hemos vivido bajo el imperio de los apetitos primarios, de los
valores invertidos y alterados, de la selección al revés en nombre de
“la revolución”, “la restauración”, “el socialismo”, “el nacionalismo”,
“el neoliberalismo”, “el neosocialismo, “el proceso de cambio”, “la
revolución cultural”, “los pobres”, “los indígenas”, “el desarrollo”, de
lo que fuere ¡qué más da! El patriotismo se volvió una antigualla.
¿Luchar por la libertad, por la honradez?, ¿para qué? si al final
vencen los “vivos”, los que saben hacer “negocios”, los que elevaron
“la comisión” y “la coima” a categorías supremas del vivir bien a la
sombra del Estado. Donde la función pública se reduce a
enriquecerse y perpetuarse en el paraíso. ¿Honor, hidalguía? ¡Bah!
Son cosas de k’aras. A nadie importa si naciste honrao… El
cambalache abrazó a civiles y militares, de izquierda o derecha,
blancos, mestizos, indígenas, hombres o mujeres idénticos en su
codicia. La política se ha convertido en un asunto de baja estofa, de
pose antes que de inteligencia, de sujetos ganados por la facundia,
que pueden hablar horas sin decir nada, haciéndole creer a la gente
simple que algo entienden, pero en el fondo no saben nada de nada.
Han pasado demasiadas cosas y la suma de horrores y desastres,
que es nuestra historia, formó una costra en el alma nacional
imposible de remover y sanar sin la voluntad de hombres como
Únzaga, quien reclamaba probidad y transparencia en la
administración de los recursos públicos y ética en el comportamiento
personal de los gobernantes.
Proclamó que el voto universal sólo puede ser un bien democrático
con el libre acceso de todas las fuerzas políticas organizadas, en
todos los pueblos y sectores de la nación, lo que equivale a derribar
los feudos políticos que empezaron a erigirse en los años 50.
Propuso un Estatuto de Partidos y un Código Electoral que asegure
la representación proporcional de las minorías y elimine la
perpetuación del poder en un partido único. Planteó que los
candidatos demuestren sus cualidades en cotejo abierto, para que la
gente vote conscientemente, sabiendo quien es mejor y no
simplemente quien parece el más popular o el más mediocre, que el
final son casi sinónimos sociales. Lo suyo fue la democracia
verdadera y no esa impostura que algunos aprovechados llaman
“democracia popular”, “democracia directa”, “democracia
comunitaria” u otras paparruchadas que no son otra cosa que la
imposición de la voluntad del jefazo o el partidazo sobre la masa
inerme.
Únzaga defendió el principio de la independencia de poderes, el
respeto de las Fuerzas Armadas y la Policía, liberándolas de toda
militancia política obligada a través de mandos venales a quienes se
enriquece y se colma de dignidades, ministerios y embajadas, con el
sólo fin de la perpetuidad en el poder.
Únzaga entendía a Bolivia como una sola nación de ciudadanos
iguales, con derechos y responsabilidades garantizadas por la
Constitución Política del Estado. Un país donde la educación sea el
rasero que iguala a todos los habitantes, ofreciéndoles
oportunidades en similitud de condiciones, de acuerdo con sus
conocimientos y habilidades, y no de su etnia o su militancia, mucho
menos en un país como el nuestro, donde la mayoría son mestizos.
Creía que la tenencia de la tierra debe estar normada por un
régimen de derecho, que tienda a elevar los niveles de producción y
consumo, con el acceso de cualquier boliviano y a su justa
adquisición. Proclamaba el respeto a quien hace fortuna con el
trabajo honrado y por ello defendía la libertad de empresa sujeta a
una justa ganancia, el fomento de la libre empresa y la conveniencia
de la reinversión de un porcentaje de utilidades, el establecimiento
de un Código de Inversiones ecuánime que atraiga capitales y
garantice la propiedad privada en función social.
Únzaga sentía pasión por la docencia y planteaba una educación
integral, desde la educación parvularia hasta la universitaria, para
formar ciudadanos conscientes, con energía de trabajo,
responsables y dueños de una elevada conducta moral y patriótica.
Decía que era un imperativo nacional liquidar el analfabetismo, para
que los ciudadanos sepan leer y discernir, como una forma de
elevación intelectual y espiritual, pero no para leer sólo lo que le
interese a quien pretenda someterlo. Creía en una educación que
proyecte a los bolivianos para los retos del mañana y no aquella que
los ate a las sombras de un pasado remoto; saber para entender al
mundo y no para prolongar la superstición. Un modelo que
dignifique la enseñanza, que valorice al Magisterio y que otorgue
amor y respeto al niño boliviano. Únzaga levantó los pendones de la
Autonomía Universitaria, en casas de estudios superiores donde se
forje el alma nacional, se estimule el estudio de las ciencias, la
tecnología y las artes.
Se oponía absolutamente a la opresión política o económica de un
Estado sobre otro a título de interrelación e interdependencia y
planteaba la lucha contra toda forma de colonialismo. Exigía respeto
para Bolivia y estaba dispuesto a ofrecer respeto a los demás
países, pues creía en las buenas relaciones entre todas las
naciones del mundo, independientemente de la tendencia política de
sus gobernantes o las peculiaridades de sus ciudadanos. Reconocía
al arbitraje como el medio más idóneo para la solución pacífica de
diferendos internacionales, así como el establecimiento de un
tribunal internacional para la defensa de los derechos humanos,
ajeno a toda influencia gubernamental. Perseguido permanente
como fue, enaltecía el Derecho al Asilo por motivos políticos, como
una conquista del ser humano civilizado. Proclamaba que la
reintegración marítima era la tarea primordial de la política exterior
boliviana. Y creía en una futura Confederación Latinoamericana de
Naciones, unidas por el común tronco del hispanoamericanismo.
Únzaga defendía la moral y el derecho de creer en Dios. Planteaba
batalla contra quienes pretendiesen prohibir las religiones, pero
admitía la libertad individual de abrazar cualquier religión o ninguna,
leal al principio del libre albedrío, la libertad de consciencia y la
independencia del Estado respecto a la fe. Creía firme y
obstinadamente en la familia, como la célula mayor de la
organización social de un país, planteando su protección bajo el
axioma de que la calidad de las familias proyecta la fortaleza
espiritual de las naciones.
Respetaba una jerarquía por sobre las demás: la del conocimiento
dotado de honorabilidad. Afirmaba que los capaces
intelectualmente, espiritualmente y moralmente deben estar a la
cabeza de los países y no los que representen antivalores
antagónicos a tales categorías.
Únzaga fue, en la década del cambio, los años 50, el perseguido
obligado a vivir en el exilio o la clandestinidad. Pero aún en ausencia
obligada, su presencia fue palpable y sentida. En el nuevo tiempo,
definitivamente sin él, una buena parte de los bolivianos se
quedaron con las almas rotas, en ese estado en el que ya no queda
nada con qué alimentar el espíritu. Como en la antesala del infierno
del Dante, con su muerte empezó a perderse la esperanza y nunca
más se la recuperó del todo. Como dijo Marcelo Quiroga Santa Cruz
“la Nación ha debido sobrevivir a una suerte de suicidio del que ha
salido con vida, pero sin deseos de vivir”. La desaparición de
Únzaga fue el fin de la inocencia.
Será difícil -ojalá no imposible- que aparezca en Bolivia un político
que reúna las condiciones intelectuales, la rectitud moral y el
patriotismo de ese hombre irrepetible, que fue la voz de los
inocentes de su tiempo: Oscar Únzaga de la Vega, cuya pasión por
la libertad hemos tratado de recoger en este libro.
Sopocachi, septiembre de 2013
Ricardo Sanjinés Ávila
AGRADECIMIENTOS
El autor de este libro expresa su agradecimiento a quienes le
ofrecieron el testimonio de su participación en la vida pública
nacional de los años 40 y 50, tanto los que llevaron adelante el
proceso de la Revolución Nacional, como los que se enfrentaron a
sus excesos. Enfatiza su gratitud a quienes, sin ser propiamente
actores políticos, sufrieron la historia aquí relatada. Madres,
esposas, hijos de los perseguidos, presos, torturados, exiliados, que
extraviaron su tranquilidad, bienes, familias, amores, propósitos y
proyectos, pero no perdieron la esperanza.
Entre agosto de 2010 y junio de 2013 conversamos con 179
personas, reunimos dos centenares de libros escritos desde ambas
vertientes del gran drama humano y político del siglo XX en Bolivia.
Accedimos a papeles, periódicos y fotografías. Nuestro primer
entrevistado fue el poeta Ambrosio García (agosto de 2010), quien
nos regaló tres días de recuerdos y amena tertulia intelectual. El
último fue el profesor Julio Loayza (junio de 2013).
Es justo decir que aún sin el propósito concreto de este libro y en
función meramente periodística, años antes habíamos abordado el
tema que nos ocupa en sendas entrevistas -entre los años 1969 al
2000- con los ex Presidentes Hugo Ballivián, Hugo Banzer, David
Padilla, Walter Guevara Arze, Lydia Gueiler, así como personajes de
la densidad histórica de Elías Belmonte, Mario R. Gutiérrez, Juan
Lechín Oquendo, Jaime Ponce Caballero, Mario Sanginés Uriarte,
David Añez Pedraza, Víctor Andrade Uzquiano, Antonio Anze
Jiménez, Federico Álvarez Plata, Arturo Vilela, Gastón Araoz Levy,
Enrique Achá, Fernando Diez de Medina, Víctor Sierra Mérida,
Guillermo Bedregal, Jaime Tapia Alipaz, Walter Flores Torrico,
Carlos Valverde Barbery, Gastón Velasco, Adalberto Violand, Walter
Montenegro, Mariano Baptista Gumucio, Julio Sanjinés Goitia,
Alberto Taborga, Roberto Jordán Pando, Joaquín Aguirre Lavayén,
Alfredo Franco Guachalla, Luis Canedo Reyes, Ciro Humboldt,
Roberto Freire Elias, Carlos Serrate, Ángel Baldivieso, Waldo
Cerruto, Juan Abuawad, Mauro Cuéllar, Eddy de la Quintana, Edgar
Millares Reyes, Rogelio Miranda. René Bernal, Marcelo Galindo,
Juan Ayoroa, Javier Torres Goitia, Javier Cerruto, Edwin Rodríguez,
y muchos otros, cuyos recuerdos y experiencias han sido incluidos
en esta obra.
Valoramos las entrevistas con las personas que pasamos a
nombrar: en La Paz, Jorge Siles Salinas, Jaime Gutiérrez Terceros,
Mario Alarcón Lahore, Hugo Alborta, Hugo Grandi, Luis y Reynaldo
Llerena, Manuel Frías, Marcela Siles de Gercke, Nelson Tapia,
Ramiro Loza, Roberto y Ramiro Prudencio Lizón, Reynaldo Paz
Pacheco, Willy Loría, Julio Loayza, Jaime Aranibar, Oscar
Kellemberger, Guichi viuda de Gutiérrez, Alex Quiroz, Edwin
Rodríguez, Gaby viuda de Aguilar y Mario Aguilar, Juan Carlos
Belmonte, Álvaro Romero, Carmen de la Vega de Silva, Gonzalo
Mendieta Romero, Gastón Montellano, Julio Loayza, Jaime Aranibar,
Horacio Romero, Mercedes Ramos viuda de Stumpf y sus hijas
Rosa María, Cristina María y María de los Ángeles Stumpf, María
Amalia, Marcia y Mirtha Ramírez Ávila, Rodrigo Alba, Andrés
Ivanovic, Luis Wallpher, Guido Strauss.
En Santa Cruz: Luis Mayser, Mario Serrate Paz, Dora Koenning,
Saúl Pinto, Elda Castedo de Pinto, Jorge Pinto Castedo, Oscar
Añez, Josefina Terceros, Miguel Nieme, Walter Alpire Mendoza.
En Cochabamba, Hugo Uzeda, Ismael Castro, Arturo Montes,
Juvenal Castro, Guichi de Gutiérrez. Reynaldo Llerena.
En Sucre Gastón Moreira, José Luis Aguilar, Alberto Rodríguez,
Horacio Poppe.
A los centenares de bolivianos y extranjeros que son mencionados
en esta biografía, por su relación directa con el personaje central y
los sucesos que se generan por su influencia y participación.
Una rémora para nuestro trabajo fue la ausencia de una mayor
cantidad de testimonios documentales de FSB, que desaparecieron
porque cayeron en manos de la represión política de los años 50, o
fueron quemados y destruidos por los propios falangistas en el afán
de restar evidencias que podían conducirlos al exilio o los campos
de concentración. Esa ausencia fue suplida con la generosidad de
personas que conservaron papeles, textos, cartas y fotografías que
nos han sido confiados.
Luis Mayser Ardaya fue el gentil cicerone que nos condujo por los
caminos del falangismo en Santa Cruz. René Torres Paredes abrió
generosamente su amplio archivo bibliográfico, documental y
fotográfico que atesoró durante décadas. La familia de Guido
Strauss hizo otro tanto, facilitándonos documentos y fotografías de
valor histórico. Gustavo Sejas nos proporcionó importante
documentación fotográfica de los años 50 en torno a Oscar Únzaga.
La familia de Mario Gutiérrez Pacheco hizo lo propio con el álbum
que cuidó con esmero y los libros que escribió. Mariano Baptista
Gumucio nos ofreció una colección de recortes de periódicos de los
años 50, además de sus recuerdos de un tiempo que vivió siendo
muy joven.
Expresamos gratitud a la señora Marcela Inch, Directora de la
Biblioteca y Archivo Nacional con sede en Sucre en el año 2011, a
los encargados de la Hemeroteca de la Biblioteca Central de la
UMSA, de la Biblioteca y Hemeroteca del Congreso Nacional, de la
Biblioteca del Banco Central de Bolivia y de la Biblioteca Municipal
de La Paz...
Al Dr. Rodrigo Alba, quien nos transfirió su experiencia como
actuario del fiscal Tovar Gutzlaf que investigó el caso Únzaga. A
Boris Marinovic quien nos relató la forma cómo los documentos del
caso llegaron a sus manos para una publicación histórica de los
años 60, posteriormente entregados al Presidente de la Fundación
Boliviana para la Democracia Multipartidaria, poco antes de fallecer
su fundador, Guido Riveros Frank. Valoramos la ayuda que nos
prestó el actual Director Ejecutivo de esa entidad, don Iván Pino
Antezana.
Agradecemos especialmente a María Renée Serrano de Newman,
la última persona que vio con vida a Únzaga de la Vega. Ella revivió,
en varios contactos vía internet, desde Baltimore-USA, sus
recuerdos de aquel día terrible, 19 de abril de 1959, cuando murió
su tío Oscar al final de una jornada sangrienta en la calle Larecaja
188.
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Revista CRITERIO
Revista BOLIVIA 2000
Revista PRIMERA PLANA
Semanario ANTORCHA

COCHABAMBA LOS TIEMPOS


SANTA CRUZ EL DEBER
[1] JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Óscar Únzaga de la Vega – Semblanza del Hombre y su
Partido”.

[2]ALFONSO CRESPO – MARIO LARA. “Enrique Hertzog, el


Hidalgo Presidente”.
[3] La política revolucionaria privó al país del concurso de Joaquín Aguirre Lavayén. Un
cuarto de siglo después, cuando retornó en los años 70, navegó el río Paraguay y se
empeñó en desarrollar una hidrovía que partiendo de Canal Tamengo, que Brasil cedió a
Bolivia por efecto del Tratado de Petrópolis, permitiera sacar la producción boliviana al
Atlántico, devolviendo la cualidad marítima de Bolivia.

[4] Autor de Doña Bárbara, un clásico de la literatura latinoamericana.


[5] Pérez Jiménez ayudó a Únzaga. Carlos Andrés Pérez financió tramos importantes del

retorno a la democracia entre 1978 y 1979, financió a la UDP y en 1985 influyó


decididamente en la elección de Paz Estenssoro para su cuarta presidencia. Hugo Chávez
cooperó con Evo Morales desde el año 2000.
[6] Getulio Vargas y Juan D. Perón (y por extensión Paz Estenssoro) podían ser de
izquierda o derecha, fascistas o demócratas. Después de sus veleidades pronazis, Vargas
hizo causa común con Roosevelt y Perón culminaría su carrera, al volver a la presidencia
argentina, aniquilando comunistas con la Triple A fundada por su secretario personal José
López Rega. El Dr. Paz hizo un primer gobierno estatista, casi comunista y su cuarta
administración fue neoliberal.
[7] Entrevista con Mercedes Ramos de Stumpf y sus hijas Rosa María, Cristina María y
María de los Ángeles, en agosto de 2011.
[8] Años después, Stumpf reconoció ante el propio Únzaga que su error fue intentar la

preservación de la historia falangista.


[9] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite”. Mundy Color. A966.
[10] Entrevista con la esposa y las hijas de Gustavo Stumpf en su domicilio de Miraflores,
en el mes de octubre de 2011.
[11] NICOLÁS ORTIZ PACHECO. “Imploración a Jesús”. Ortiz Pacheco, extraordinario
poeta, fue un enemigo jurado, primero del régimen de Villarroel y luego del gobierno
movimientista. En ambos casos fue encarcelado y recibió tortura.
[12] JOSÉ GAMARRA ZORRILLA. “Testimonio”. Editorial Los Amigos del Libro. 1988.
[13] ALFONSO CRESPO. “Evita – Viva o Muerta”. Crespo informa que Nelly Rivas vendió
sus atrevidas “memorias” en 1955 al New York Herald Tribune. Como fue un caso probado
de estupro, fue también una de las causas para el estado de interdicción de Perón que le
impidió candidatear a la Presidencia en 1972, motivo por el cual tomó su lugar Héctor
Cámpora y, una vez elegido, indultó al ya anciano General, renunció al cargo y convocó a
nuevas elecciones que ganó Perón abrumadoramente.
[14] Perón tuvo que salir a Panamá, donde se relacionó con María Estela Martínez, luego
su tercera esposa. Radicaron en Venezuela, huéspedes de Marcos Pérez Jiménez. Tras su
derrocamiento fueron recibidos por el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y
compartieron los malos tiempos con el dictador cubano Fulgencio Batista. Más tarde
marcharon a la España de Franco, donde vivieron hasta su retorno al poder en 1973.

[15] AUGUSTO CÉSPEDES. “El Presidente Colgado” (1970).


[16] LUIS ANTEZANA ERGUETA. “Historia Secreta del Movimiento Nacionalista
Revolucionario”. Volumen VIII.
[17] El autor ha conversado sobre el tema con Walter Guevara Arze, Juan Lechín Oquendo,
Lydia Gueiler, Federico Álvarez Plata, Mario Sanginés Uriarte, Víctor Andrade, Guillermo
Bedregal, Mariano Baptista, Ricardo Ocampo, Fernando Diez de Medina, Roberto Jordán
Pando, Gastón Araoz, Alfredo Franco Guachalla, Ciro Humboldt, Carlos Serrate Reich,
Marcelo Galindo y otros, en sendas entrevistas que se publicaron en medios nacionales y
ha recogido también textos escritos por ellos y declaraciones que hicieron a lo largo de sus
vidas en torno al cuadrilátero Víctor Paz - Hernán Siles - Juan Lechín - Walter Guevara y
sus recíprocos sentimientos.
[18] Semanario “Presencia”, edición del jueves 5 de enero de 1956.
[19] El primer gobierno de la revolución nacional había destruido “La Razón” de Carlos
Víctor Aramayo y “Los Tiempos” de don Demetrio Canelas (ambos exiliados), logrando
cooptar a “El Diario”, por la amistad entre Juan Lechín y Mario Carrasco, principal
accionista del decano de la prensa boliviana. El vespertino “Última Hora”, de Alfredo
Alexander, hacía malabarismos para mantener una línea razonable e independiente, lo
mismo que La Patria de Oruro de la familia Miralles y El Deber de Santa Cruz dirigido
entonces por Lucas Saucedo. Destacaba en el panorama periodístico el semanario
“Pueblo” dirigido por un ameno intelectual comunista llamado Fernando Siñani.
[20] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite”. Mundy Color. 1996.
[21] MARIANO BAPTISTA GUMUCIO. “Fragmentos de Memoria – Walter Guevara
Arze”.
[22] M. BAPTISTA. “Fragmentos…”. Op. Cit.
[23] Eduardo Sáenz García, ex Alcalde de La Paz, empresario con intereses en la industria,
el comercio y la banca, hijo del notable empresario paceño Jorge Sáenz Cordón.
[24] Entrevista del autor con David Añez Pedraza publicada en la revista ENFOQUES, el 2

de mayo de 1985.
[25] SALVADOR ROMERO BALLIVIÁN. “Medio Siglo de Historia del Organismo
Electoral de Bolivia”. Ediciones Universidad de Salamanca América Latina Hoy, 2009, pp.
77-94

[26] Relatado al autor por Arturo Montes.

[27] Relato de Willy Loría.


[28] Alberto Taborga, héroe de Boquerón y Ministro de Gobierno del Presidente Gualberto
Villarroel.
[29] Rolando Requena, político cercano a Juan Lechín Oquendo.
[30] Por esas paradojas de la vida, cuatro años después al propio Guevara Arze,
convertido en cismático del MNR, le tocó saborear aquello que se llamó la maquinita
electoral.

[31] CARLOS D. MESA. “Entre Urnas y Fusiles”.


[32] Fue el caso del Canciller Manuel Barraú y los ministros de la Presidencia, Marcial
Tamayo; Defensa, Julio Prado; Salud, Julio Manuel Aramayo; Educación, Fernando Diez de
Medina; Asuntos Campesinos, Álvaro Pérez del Castillo; y Trabajo, Abel Ayoroa.
[33] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ - MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga, Mártir de
América”.
[34] No fue parte el diputado falangista por Cochabamba, Oscar Gandarillas.
[35] ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – El Hombre de Abril”.
[36]
Entrevista personal concedida antes de su fallecimiento por Jaime Tapia Alipaz al autor.
[37] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ - MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga, Mártir de
América”.
[38]
EL DIARIO, edición del 25 de septiembre de 1956.
[39] Mario R. Gutiérrez, Hernando García Vespa y Marcelo Terceros eran ya prominentes

falangistas.
[40] Una investigación recientemente publicada en el libro “El Salto a Salta” del escritor
Walter Alpire Mendoza, afirma que le hicieron llegar el Colt 38 en una vianda.
[41] Candia y Castro, marcados por el destino, murieron meses después durante una

salvaje incursión indígena a Terebinto..

[42] Ese temor no se confirmó. Los campos de concentración funcionaron sólo en el primer

gobierno del Presidente Paz Estenssoro.


[43] Entrevista del autor con la señora Elda Castedo de Pinto, octubre de 2011, en su casa
de Santa Cruz. Conocimos también a su esposo, el legendario Capitán Saúl Pinto, ya
mayor. Al recordar lo sucedido 45 años atrás, sólo atinó a llorar. La crónica de su hazaña la
redactamos en base a los recuerdos de su esposa y su hijo, una entrevista personal con
Miguel Nieme Hurtado, también en octubre de 2011 y la grabación de una entrevista del
periodista Tony N. Gutiérrez con Roger Tito Vaca Antelo, además de varios recortes de
prensa.
[44] LUIS J. MAYSER ARDAYA. “Alto Paraguá – Verdaderas Guerrillas Bolivianas”.
[45] EL DIARIO, La Paz, 10 de octubre de 1956.
[46] La entrevista es mencionada por Enrique Achá en su ya citado libro “Únzaga, Mártir de
América”, aunque sin mencionar la fecha de publicación.
[47] La crítica de Únzaga coincide con la que formuló el intelectual de izquierda Sergio
Almaraz en su libro “Réquiem para una República”. Almaráz afirma lo siguiente: “Los
intereses dominantes antes de la nacionalización y después de ella, fueron los de Patiño.
El primer contrato que se firmó después del 31 de octubre de 1952, fecha de la
Nacionalización de las Minas, fue con (la fundidora) Williams Harvey por 16.000 toneladas
anuales durante tres años.”

[48] Versión ofrecida por el Director de La Nación, Ricardo Ocampo, al historiador Mariano
Baptista Gumucio para su libro “José Cuadros Quiroga – Inventor del Movimiento
Nacionalista revolucionario”.

[49] GUILLERMO BEDREGAL GUTIÉRREZ. “De Búhos, Políticas y Persecuciones. -


Mis Memoria”. Tomo I.
[50] La cotización del dólar se mantuvo por 17 años en 12.000 bolivianos, hasta 1973,
cuando otra devaluación subió la paridad a veinte mil bolivianos, que el gobierno Banzer
convirtió a 20 pesos bolivianos.
[51] Sin embargo, tiempo después se volvió a la pulpería barata por la presión del poderoso
sector minero.
[52] FLAVIO MACHICADO SARAVIA. Los fenómenos inflacionarios 1950-1985: similitudes
y diferencias. “Análisis del Proceso Inflacionario y sus Efectos Sociopolíticos”.
Opiniones y Análisis, número 94. Hanns Seidel Stiftung Ev – FUNDEMOS. Septiembre de
2008.

[53] JORGE SILES SALINAS. “Lecciones de una revolución – Bolivia 1952/1959”.


[54] JORGE SILES SALINAS. “Lecciones …”. Op. cit.
[55] Versión ofrecida por el Director de La Nación, Ricardo Ocampo, al historiador Mariano
Baptista Gumucio para su libro “José Cuadros Quiroga – Inventor del Movimiento
Nacionalista revolucionario”.
[56] ÑUFLO CHÁVEZ ORTÍZ. “Recuerdos de un Revolucionario”.

[57] Versión ofrecida al autor por Federico Álvarez Plata en entrevista grabada en marzo de
1991.
[58] ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles…”. Op, cit.
[59] JORGE SILES SALINAS. “La Aventura y el Orden”.
[60] Además de la defensa del petróleo, Abel Iturralde tenía elementos en común con
Oscar Únzaga, como su acendrado catolicismo, una posición contraria al liberalismo e
inclusive un rechazo a la Francmasonería. A la caída del régimen liberal en 1920, Iturralde
atacó en persona el inmueble de los masones en la calle Frías de La Paz y destruyo su
templo. Únzaga fue modificando su posición aceptando los principios del mercado, aunque
sometidos al interés popular y cambió su percepción sobre la Masonería al descubrir, en
una curiosa tenida masónica a plena luz del día, en la frontera boliviano-brasileña, que el
presunto carácter anti-religioso y diabólico de esa orden iniciática era un mito. Sin
embargo, nunca fue masón a diferencia, por ejemplo, de Paz Estenssoro, que sí lo fue.
[61] MOISÉS ALCÁZAR. “El Centinela del Petróleo”.
[62] El canciller argentino Saavedra Lamas, enconado enemigo de Bolivia, atizó el conflicto
mientras Paraguay avanzaba victorioso, pero cuando las condiciones se tornaron adversas
para el ejército guaraní, impuso negociaciones que llevaron a un armisticio y un tratado
boliviano-paraguayo por el cual nuestro país perdió el territorio chaqueño. Ello le valió a
Saavedra el Premio Nobel de la Paz que desde entonces ha quedado moralmente
desprestigiado.
[63] Pero los revolucionarios, en el curso de los años venideros, terminaron poniendo a

Petróleos Mexicanos al servicio del poder partidario y la corrupción truncó los sueños del
Gral. Cárdenas.
[64] ELÍAS BELMONTE PABÓN. “RADEPA – Sombras y Refulgencias del Pasado”.
[65] Busch, que cometió suicidio en 1939, probablemente nunca conoció la existencia de la
logia militar secreta, que empero guiaba sus pasos desde las sombras.

[66] Revelaciones del periódico O Estado de Säo Paulo (26 de agosto de 2012), en el
contexto de una crónica sobre la participación de Brasil junto a los aliados en la Segunda
Guerra Mundial, en la que Argentina se mantuvo en una neutralidad considerada favorable
el Eje.
[67] SERGIO ALMARÁZ. “El petróleo en Bolivia”.
[68] Walter Alpire hizo un estudio detallado sobre el Código del Petróleo, la consecuente

presencia en Bolivia de la Gulf Oil Co. y las implicaciones presumiblemente negativas para
los intereses del país, pero la cárcel, el exilio y su posterior asesinato anuló cualquier
acción política que pudiese oponerse a su vigencia en ese momento. El estudio de Alpire
desapareció en la vorágine de la ruda política boliviana y su hijo, Walter Alpire Mendoza,
trabaja actualmente en un libro tratando de reconstruir la contribución de su progenitor al
país.

[69] Relato de Jaime Gutiérrez Terceros, ayudante de Únzaga en el exilio brasileño.


[70] En efecto, PETROBRAS perforó el mar, pero en poco tiempo Brasil alcanzó la
autosuficiencia en la producción de los principales derivados del petróleo y a poco los
comercializaba, distribuía e industrializaba, rompiendo luego el marco nacional, invirtiendo,
explorando y explotando en América Latina y más tarde en Centroamérica, África y los
mismísimos países del Golfo Pérsico. Medio siglo después, PETROBRAS era la tercera
mayor empresa de energía del mundo en valor de mercado, con 230 mil millones de
dólares.
[71] JORGE ESCOBARI CUSICANQUI. “Historia Diplomática de Bolivia”.

[72] Sólo 12 años más tarde, el Presidente René Barrientos Ortuño eliminó el “factor

agotamiento”.
[73] CARLOS ROYUELA COMBONI. “Cien Años de Hidrocarburos en Bolivia”.
[74] ALFONSO CRESPO. “El Hombre de Abril”,
[75] Eso les pasó al Presidente electo y luego posesionado Hernando Siles Reyes respecto

a su subordinación a Bautista Saavedra y al hijo de éste, Hernán Siles Zuazo, con el


petróleo.
[76] JORGE ESCOBARI. “Historia…” Op. cit.
[77] CARLOS ROYUELA COMBONI. “Cien Años de Hidrocarburos en Bolivia”.
[78] AUGUSTO GOTRET BALDIVIESO reproduce este dato en su libro “Petróleo: Historia y
Derecho”, citando a “Petróleo en Bolivia” de SERGIO ALMARÁZ.
[79] ENRIQUE MARIACA BILBAO. “Mito y Realidad del Petróleo en Bolivia”.

[80] AMADO CANELAS O. “Petróleo: Imperialismo y Nacionalismo – Roboré: La derrota de


dos pueblos”.
[81] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.

[82] LUIS ALBERTO MAURO. “REPSA. El Negociado del Siglo – El Petróleo y sus
manejos en el Paraguay”.

[83] Proscrito el peronismo, el Gral. Aramburu presidió elecciones en 1958, dejando al


poder al ganador, el radical Arturo Frondizi a quien apoyó Perón. Convertido en jefe de un
partido político, Aramburu buscó en 1970 un acuerdo con Perón en pos de una salida
democrática. Para evitarlo, la guerrilla peronista Montoneros secuestró y asesinó a
Aramburu. En 1973, Perón retornó al poder y proscribió a la guerrilla, que a su vez
secuestro el cadáver de Aramburu para obligar al Presidente Perón a repatriar el cadáver
de Evita que había quedado en su residencia en Madrid durante los años del exilio.

[84] Se ha mencionado reiteradamente la existencia de un informe reservado, de la


Inteligencia Naval Argentina sobre el tema, tópico que no pudo ser confirmado por este
cronista.

[85] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”. Texto

incluido en el Libro Homenaje de la Sociedad de Estudios Geográficos e Históricos en su


Centenario. 12 de julio de 2003.
[86] En una entrevista con Carlos Valverde Barbery, realizada en julio de 1983, este

cronista le preguntó si en verdad era “un come-collas”. La respuesta expresa objetivamente


su posición de por vida: “¿Cómo los puedo comer si no los puedo tragar?”.
[87] Celda de dos por dos metros, con una grada de cemento que cruzaba por la mitad del

piso impidiendo tenderse en el suelo y dormir.


[88] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.
[89] ENRIQUE ACHÁ ÁLVAREZ – MARIO H. RAMOS Y RAMOS. “Únzaga: Mártir de
América”.

[90] LUIS MAYSER ARDAYA. “Alto Paragua – Verdaderas Guerrillas Bolivianas”.

[91] Entrevista del autor con Luis Mayser en Santa Cruz, octubre de 2011. Mayser relata
que en esos dos días la conversación con Únzaga abarcó una variedad de temas,
incluyendo la Masonería, a la cual el jefe falangista fue desafecto en su juventud por las
aprehensiones que guardaba la Iglesia respecto a esa Orden iniciática. Pero, con el pasar
de los años, llegó a la conclusión de que era una organización de servicio al ser humano
que hubiera querido conocer de cerca. La vida no le alcanzaría para ello.
[92] Ramón Darío Gutiérrez era un industrial azucarero de gran convocatoria social en

Santa Cruz. Como apuntamos líneas atrás, había presidido el comité cívico antes de
Melchor Pinto Parada.
[93] Aunque Enrique Achá mostró un perfil difuso, no sólo para los investigadores
independientes sino inclusive para sus propios camaradas. El libro que le dedicó a Únzaga,
varias veces mencionado en este texto –“Únzaga: Mártir de América”-, impugna
enfáticamente la “calumnia del gobierno del Dr. Siles sobre trajines separatistas”. Sin
embargo, en declaración ofrecida a Tomas Molina, transcrita en “Únzaga: ¿Homicidio o
Suicidio?”, señala que el entonces dirigente universitario Fausto Medrano advirtió a su jefe
Oscar Únzaga que el Rector de la Universidad y los líderes del Comité Pro Santa Cruz
pretendían lanzarse esa noche a la emancipación cruceña, denunciando de paso la
existencia de logias separatistas. Únzaga habría advertido que no iba a tolerar ese
propósito y se opondría a él con armas, morigerando el radicalismo de sus inspiradores
[94] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”.
[95] Esa noche, hubo elecciones de la Unión Juvenil Cruceñista, y producto del pacto entre
Oscar Únzaga y Melchor Pinto, el apoyo falangista al capitán José Gil Reyes fue
determinante. Pero aquí la información se torna confusa pues Valverde en los hechos
siguió ejerciendo la representación de ese organismo. Probablemente la rivalidad Valverde-
Gil derivó en dos Uniones paralelas.
[96] Entrevista con Oscar Añez, octubre de 2011.

[97] ENRIQUE ACHÁ ALVAREZ – MARIO RAMOS Y R. “Únzaga: Mártir de América”. Pero,

según el GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA, en su escrito varias veces mencionado, Roca
Pereira murió en otra circunstancia.
[98] E. ACHÁ. “Únzaga… Op. Cit.
[99] GRAL. LUCIO AÑEZ RIBERA. “Breve Historia del Comité Pro Santa Cruz”.
[100] La mayoría de ese armamento provenía del arsenal reunido por Luis Mayser Ardaya.
[101] La Unión Juvenil Cruceñista “Roca-Coronado”, tuvo actuaciones heroicas en
enfrentamientos que se relatarán un poco más adelante. Luego, tomó las calles para el
levantamiento que unió a FSB y MNR en agosto de 1971, una parte de ella enfrentó a
Banzer en junio de 1974, reapareció apoyando a Pereda en 1978, a García Meza en 1980,
contra García Meza en 1981, contra Evo Morales en 2008, hasta que en el final de su
azarosa existencia, acabó pactando con el MAS, convertida en una pandilla de hampones
sin raíz cruceña.
[102] CARLOS VALVERDE BARBERY. “Tres hechos históricos narrados por uno de los
protagonistas”. Por esas cosas de la política boliviana, Valverde asumió la militancia
falangista después de la muerte de Unzaga, fue uno de los actores centrales del
levantamiento de agosto de 1971 en Santa Cruz, responsabilizado de la muerte de
decenas de universitarios y en seguida pasó a integrar el gabinete del Presidente Hugo
Banzer, como Ministro de Salud, mientras su adversario de los años 50-60, José Gil Reyes,
asumía el Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios.

[103]
Línea aérea continental de la firma Grace.
[104]
Entrevista con la señora Anita Suárez de Terceros en su oficina del Museo de la
Catedral de Santa Cruz de la Sierra, octubre de 2011.
[105] E. ACHÁ. “Únzaga…” Op. Cit.

[106] Es imposible precisar la fecha con precisión ya que los participantes destruyeron en

su momento todo dato nombre, día, hora o locación.


[107] M. BAPTISTA. “José Cuadros…”. Op. Cit.
[108] M. BAPTISTA. “José Cuadros…”. Op. Cit.. Testimonio de Ricardo Ocampo.
[109] GUILLERMO BEDREGAL GUTIÉRREZ. “De Búhos, Políticas y Persecuciones – Mis

Memorias” Tomo I.
[110] E. ACHÁ. “Únzaga…”. Op. cit.

[111] Entrevista con el profesor Julio Loayza en junio de 2013.

[112] Declaración de Mario Alarcón Lahore a Mariano Baptista Gumucio, incluida en “José

Cuadros…” Op. Cit.


[113] WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.
[114] Luis Mayser, en su libro ya citado “Alto Paraguá…”, afirma que fueron diez mil
campesinos.

[115] E. ACHÁ. “Únzaga…”. Op. cit.

[116] José Rojas Guevara fue un dirigente campesino de Ucureña. Elegido diputado en
1956, después de la masacre fue premiado con la designación de Ministro de Asuntos
Campesinos (marzo a diciembre de 1959), cuando también participó en una nueva invasión
punitiva a Santa Cruz. Curiosamente -lo que avala su fuerte liderazgo- también Paz
Estenssoro lo hizo Ministro en la misma cartera en su tercer gobierno (agosto a noviembre
de 1964). La insana crueldad con la que actuó en Terebinto generó una terrible venganza y
se dice que dos de sus víctimas, de apellidos Roda y Razuk, lo mataron con 80 balazos.
[117] Jorge Soliz fue un campesino que ensangrentó al valle cochabambino. Después de la
masacre de Terebinto, fue senador de la república por el MNR y luego un firme seguidor de
René Barrientos. En 1970 murió a tiros junto a sus guardaespaldas en una emboscada
montada en la carretera Cochabamba-Santa Cruz y sus asesinos dejaron sobre su cadáver
el libro “Terebinto” de Hernán Landívar Flores. Pero era sólo un intento de desviar los
verdaderos móviles. Se dijo que Soliz conocía detalles de un considerable contrabando de
armas a Israel que implicaba a los generales Barrientos y Ovando.

[118] W. VÁSQUEZ. “Memorias”.


[119] Muchos años después, en 1985, Lechín y Achá se reencontraron en un local público,

ocasión en la que El Maestro le recordó al falangista aquel anecdótico encuentro en el


aeropuerto.

[120]
Entrevista de Tomás Molina a David Añez para su libro “Únzaga…” Op. Cit.
[121] JOSÉ M. GORDILLO. “Arando en la Historia – La experiencia política campesina en
Cochabamba”.
[122]
Mariano Baptista Gumucio entrevista a Marcial Tamayo. “JOSÉ CUADROS QUIROGA
– Inventor del MNR”.

[123] E. ACHÁ. Únzaga…” Op. Cit.


[124] El rol de Ovando sería determinante a futuro, pero al mismo tiempo fue obscuro y

siniestro. Elevado a la máxima instancia militar por Paz Estenssoro, lo traicionó para
derrocarlo. Fue co-Presidente con Barrientos, persiguió al Che Guevara y determinó su
ejecución. Golpeó al gobierno constitucional del Dr. Luis Adolfo Siles Salinas, inicio un
gobierno pro-socialista que expulsó a la Gulf Oil Co. Fue derrocado, se fue a Madrid bajo el
cobijo de Francisco Franco. Volvió en 1979 para enrolarse en la UDP. Murió sin explicar las
terribles acusaciones que se le hicieron, entre ellas el asesinato de Barrientos y otros
personajes de la época como los periodistas Alfredo y Martha Alexander, Jaime Otero
Calderón y el dirigente campesino Jorge Soliz.

[125] Referencia proporcionada por Germán Guzmán López, hijo del Cnl. Guzmán
Gamboa, al historiador Tomás Molina para su libro “Únzaga ¿Homicidio o Suicidio?”.

[126] Oficio dirigido por el Diputado Jaime Ponce Caballero a la Presidencia de la H.


Cámara de Diputados, el 22 de octubre de 1958.
[127] De acuerdo a lo que expresan en sus libros Enrique Achá Álvarez, Walter Vásquez
Michel y José Gamarra Zorrilla.
[128] W. VÁSQUEZ. “Memorias”. Op. Cit.
[129] Está depositado en el Archivo y Biblioteca Nacional en Sucre.
[130] Declaración de Walter Guevara Arze en EL DIARIO, 8 de julio de 1960.
[131] Novela de Frederick Forsyte, llevada al cine, donde se narra el intento de matar al
Presidente De Gaulle por intermedio de un asesino profesional.

[132] Lo revela Carlos Guevara Rodríguez, hijo de Walter Guevara Arze, en el capítulo

titulado “A la memoria de mi padre”, en el libro “Fragmentos de Memoria – Walter Guevara


Arze”, del escritor MARIANO BAPTISTA GUMUCIO.
[133] JORGE SILES SALINAS. “La Aventura y el Orden”.
[134]
Entrevista con Arturo Montes.
[135] La identidad de esa mujer ha sido fuente de rumores contradictorios.
[136]
Entrevista concedida al autor por Ambrosio García en su hacienda de Reyes-Beni, en
el año 2010.
[137] AMBROSIO GARCÍA. “No volveré a querer”.
[138] PRESENCIA, jueves 5 de marzo de 1959.
[139]
WALTER ALPIRE MENDOZA. “Salto a Salta”.
[140] E. ACHÁ “Ünzaga…” Op. Cit.
[141] E. ACHA. “Únzaga…”. Op. Cit.
[142] Así lo sugiere Enrique Achá en su libro varias veces citado.
[143] E. ACHA. “Únzaga…”. Op. Cit.
[144] J. GAMARRA “Testimonio”. Op. Cit.
[145] Es el caso del capitán Pablo Caballero, militante falangista, a quien Guzmán Gamboa
mantuvo activo. En todo caso, la nómina de oficiales de la Policía comprometidos con FSB
era importante.

[146] Declaraciones de Enrique Achá al periodista Víctor Silva Aparicio, publicadas en EL

DIARIO el 4 de septiembre de 1977.


[147]
Entrevista del autor con Mario Serrate Paz en Santa Cruz de la Sierra, octubre de
2011.

[148] Documentos en los archivos de Gonzalo Romero Álvarez García a los que tuvimos
acceso, gracias a la gentileza del señor Horacio Romero Pringle, hijo del intelectual y
político de origen cinteño.
[149] El gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo envió como agregado militar a Alemania al
golpista pero prestigioso Comandante del Ejército, Gral. Clemente Inofuentes. A los silistas
leales que le habían dado gobernabilidad, el Presidente los sacó del país al acercarse el
retorno de Paz Estenssoro. Así salió José Cuadros Quiroga como Embajador en Francia y
Marcial Tamayo a Naciones Unidas.
[150] Referido por José Gamarra Zorrilla.
[151] Luego de la desaparición de Oscar Únzaga de la Vega, el ingeniero Walter Vásquez

Michel abrazó la causa de Marcelo Quiroga Santa Cruz con quien fundó el Partido
Socialista (Más tarde PS-1). David Añez Pedraza fundó en los años 90 el Movimiento al
Socialismo Unzaguista, MAS-U, que derivó simplemente en MAS, partido jefaturizado por
el actual Presidente Evo Morales Aima.
[152] En 1963, el histórico líder minero Federico Escobar, se encararía con una parte de

sus bases en una asamblea de la Federación de Mineros, para que se admita una
delegación falangista y en 1964 todo el movimiento obrero haría causa común con FSB
para expulsar del poder al Dr. Paz Estenssoro. Siempre llamó la atención que un
significativo pergamino de apoyo a Fidel Castro, enviado a La Habana por la combativa
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, llevara la firma de Jaime Gutiérrez
Terceros en representación de Falange Socialista Boliviana.
[153] PRESENCIA, miércoles 1º de abril de 1959.
[154] Por lo que sucedió, aquel informe de la Fuerza Aérea Argentina tenía fundados
elementos de juicio.
[155] Entrevista del autor con Jorge Tamayo Ramos para la redacción de “Biografía de la
Empresa Privada Boliviana”, publicada el 2003.
[156] Germán Guzmán López, también oficial de la Policía Boliviana, ha declarado que su

padre, el Cnl. Julián Guzmán Gamboa, a quien acompañó a lo largo de la conspiración “no
recibió ni un solo centavo del Sr. Únzaga. Cuando las tres fuerzas complotadas hicieron
conocer sus requerimientos para su participación en el golpe, Barrientos no pidió nada,
pero sí Ovando, quien por los posibles muertos y heridos que iba a tener el Ejército pidió
dinero al Sr. Únzaga y éste le entregó en la cripta de Don Bosco”. (Tomás Molina
Céspedes. “Únzaga. Homicidio o Suicidio”)
[157] Ese fue el origen de uno de los misterios del “caso Únzaga”, un maletín con dinero

que llevaba consigo el líder falangista el día de su último intento revolucionario. Xavier
Iturralde Jahnsen, hijo del Arq. Alberto Iturralde, reveló al autor de este libro que su padre
entregó a Únzaga de la Vega 4.000 dólares y terminó preso en el Control Político. Esta
información del Lic. Iturralde, en entrevista realizada en diciembre de 2012, tenía el
añadido de que esa ayuda a Únzaga dejó a los hermanos Xavier y Manuel Iturralde con las
pensiones impagas en el exclusivo colegio donde estudiaban en San Pablo-Brasil.
[158] EL DIARIO, 9 de abril de 1959.
[159] Enrique Achá en declaración al periodista Víctor Silva Aparicio, publicada en EL
DIARIO el 4 de septiembre de 1977.
[160] Ponce llegó a una conclusión: “Si le creyó o no, eso pasa a segundo plano pues
Únzaga estaba obsesionado por la revolución… La revolución moral con que sueña
Únzaga, hombre de una fortaleza moral impresionante, parecía escapársele como agua
entre los dedos y por eso su insistencia en tomar las armas una y otra vez… Cerrada la vía
democrática, no nos quedó otro camino que la conspiración. El gobierno sabía que esto era
así y entonces tomó la resolución de llevar a Únzaga al matadero.”
[161] “¿Murió FSB?”. Entrevista de Ricardo Sanjinés Ávila a Jaime Ponce Caballero,
publicada en la Revista Bolivia 2000, el 8 de junio de 1990.
[162] Así lo relató Gonzalo Romero a su hijo Horacio, quien lo retransmitió a este autor.
[163] Versión ofrecida por Arturo Montes, en ese momento yerno de Dick Oblitas.
[164] ENRIQUE ACHA. “Únzaga…” Op. cit. Achá no menciona la identidad de ese Jefe del
Ejército, probablemente por evitarle represalias, ya que su libro se publicó en 1960, cuando
el Gral. Ovando llegaba al cargo más alto del Ejército. De cualquier forma, Únzaga tenía en
1959 el compromiso de Ovando para facilitar el ingreso de los falangistas al Cuartel Sucre
y tomar el armamento del Regimiento Escolta Waldo Ballivián.
[165] Entrevista a Germán Guzmán López transcrita por Tomás Molina Céspedes en su
libro “Únzaga. Homicio o Suicidio”.
[166] Entrevista del autor, vía internet, con María Renée Serrano de Newman, residente en
Baltimore, febrero de 2011 y junio de 2012.
[167]
Entrevista con Jaime Gutiérrez Terceros.

[168] El Dr. Guevara Arze dice que FSB siempre adoleció de filtraciones y afirma que el

aparato de inteligencia del gobierno sabía que los falangistas iban a intentar un alzamiento
ese fin de semana, aunque lo esperaban para el sábado 18 de abril. EL DIARIO (8 de julio
de 1962). Revista CRITERIO (10 de octubre de 1988).

[169] Entrevista con Jaime Gutiérrez Terceros.


[170] Versión de Carmen de la Vega de Silva.
[171]
Entrevista con Antonio Anze Jiménez.

[172] Documento escrito por Mario Gutiérrez Pacheco, transcrito por Roberto Freire en su
libro “Memorias Políticas”.

[173] Documento escrito entregado posteriormente por Mario Gutiérrez Pacheco a Roberto
Freire e incluido en su libro “Memorias Políticas”, Artes Gráficas San Matías, junio de 2010.
[174] Relatado por Horacio Romero, hijo de Gonzalo Romero A. G.
[175] Declaración de Víctor Vega al autor. Llamaban “Chapu” a Únzaga por su cabello
ondulado.
[176] GUILLERMO BEDREGAL. “De Búhos…”. Op. cit.
[177]
Id.
[178] Testimonio de Mario Gutiérrez Pacheco.
[179] Llaucha, especie de empanada rellena de queso caliente.
[180] Actualmente el edificio en cuestión, ya refaccionado, es la Casa Municipal de Cultura,
en la intersección de la Plaza de los Héroes y la plazoleta Pérez Velasco. El antiguo garaje
del Control Político es ahora el teatro de ese centro cultural y el parque contiguo.
[181] Cucho Vargas, el más célebre periodista deportivo de la época.

[182] Charo Castillo y Jaime Flores se casaron y siguieron trabajando en la emisora del
Estado y luego en Televisión Boliviana.
[183] Entrevista con Oscar Violeta Bricud (septiembre de 2012), antiguo amigo del autor y
colega en Canal 7 Televisión Boliviana. Violeta dice: “Freire era cordial y correcto, pero uno
de sus acompañantes me hizo sentir el caño de una pistola en las costillas. Se me cayeron
las medias y levanté las manos, como en las películas. Freire me dijo ‘no es necesario que
haga eso’…”.
[184]
El libreto está en los documentos del Dr. Walter Guevara Arze, depositados en el
Archivo y Biblioteca Nacional de Sucre.
[185] El Dr. Guevara Arze nunca aclaró lo sucedido esa mañana. Por ejemplo, si se puso
en contacto con la principal fuerza a su cargo, el Cuerpo de Carabineros, a través de su
Director General, Cnl. Julián Guzmán Gamboa, y más aún, si le dio la instrucción de
movilizarse y este no la cumplió, como efectivamente sucedió.
[186] NUFLO CHÁVEZ. “Recuerdos de un revolucionario”.
[187] Oscar Kellemberger, hijo de Carlos (muerto el 19 de abril), entrevistado años después
por el autor de este libro, señala que Raúl Portugal era un hombre decidido, duro y valiente.
Dice que éste justificó su retirada señalando que intentar destrozar la cadena con el uso de
dinamita, iba a poner en riesgo a centenares de niños y padres que en ese momento
abandonaban precipitadamente el cine Tesla. Entrevistado Luis Llerena Gámez, ofrece otra
visión:
RSA.- ¿No se dieron cuenta de que el control de teléfonos era decisiva para esa
revolución?
LLG.- No lo sabíamos.
RSA.- ¿No sabían que era la condición que pedía Guzmán Gamboa para
intervenir?
LLG.- No. En Falange había un principio: nadie preguntaba el porqué de las
órdenes que se nos daban.
[188] Así lo afirmaría tiempo después el dirigente sindical José María Palacios, sin dar
nombres -según dijo- para evitarles la vergüenza.

[189] Declaración de Víctor Sierra Mérida a EL INTRANSIGENTE de Salta, 17 de mayo de


1959.

[190] Sin embargo un informe del gobierno, publicado el 21 de abril de 1959 en el diario
oficialista LA NACIÓN, ofrecerá una versión oficial más “heroica” en la que un grupo de
oficiales se encaran con los atacantes y “tras el fragor del combate los reducen”, lo que fue
desmentido categóricamente.
[191] EL INTRANSIGENTE de Salta, 17 de mayo de 1959.
[192] EL INTRANSIGENTE de Salta, 12 de mayo de 1959. Declaración de Víctor Sierra
Mérida.
[193]
Declaración de don Mario Alarcón Lahore al autor de este libro.
[194]
¿Pretendía Ovando llevar al Presidente Siles al Estado Mayor para allí tomarlo preso
junto a sus acompañantes? Imposible averiguarlo. Lo único que parece real es que el Dr.
Siles desconfió de la invitación del Jefe del Estado Mayor del Ejército, a quien fulminó con
la orden perentoria de ponerse a la cabeza de las tropas y cumplir con su obligación
constitucional.
[195] Curiosamente, nadie y nunca aclaró si el Presidente o el Ministro de Gobierno dio

alguna instrucción al Cnl. Guzmán Gamboa destinada a resistir la asonada falangista. En


todo caso, si la dieron, el jefe policial no la cumplió. Y, si no lo hicieron, Guzmán Gamboa
tampoco se esmeró en definir la situación en favor de Únzaga, tal y como se había
comprometido.
[196] A pesar de ello, el hijo del jefe policial, Germán Guzmán López, quien permanecía al
lado de su padre, afirma que éste ordenó el traslado de los efectivos y el parque al
Calvario, pero aclara que su progenitor cumplió su compromiso con Oscar Únzaga. “La
ejecución de este golpe fue del conocimiento no sólo de los oficiales allegados a mi padre,
sino y sobre todo del General René Barrientos, Comandante de la Fuerza Aérea y del
General Alfredo Ovando Candia, Comandante del Ejército. Cada institución tenía que
cumplir una misión en el golpe. La misión del Cuerpo de Carabineros, a la cabeza de mi
señor padre, era no salir de los cuarteles y no disparar desde el Calvario, porque el poder
de fuego de la Policía era demasiado grande en comparación a la del Ejército y de la
Fuerza Aérea. Mi padre cumplió su compromiso. Ningún regimiento policial salió a las
calles ese día para reprimir a los revolucionarios ni para dar apoyo al gobierno.”
Probablemente Guzmán López desconocía la magnitud del compromiso de su progenitor
con Únzaga. Como fuere, varios dirigentes de FSB denunciaron reiteradamente después
que el jefe policial traicionó a Únzaga en complicidad con el Ministro Guevara Arze. Sólo
Enrique Achá sostuvo que Guzmán Gamboa cumplió su compromiso, pero no fue más allá
por la nula acción falangista en la toma de la central telefónica de La Paz.

[197] Versión de don Mario Alarcón Lahore. No ha quedado en claro si el blindado fue
adquirido por el gobierno del MNR o si fue el mismo automóvil Buick que recibió como
donación el Presidente Enrique peñaranda en su visita oficial a los Estados Unidos en
1941.
[198] Id.
[199] Se citan los nombres sólo de los que cayeron heridos o fueron detenidos horas más

tarde.
[200] Relato del Dr. Guillermo Bedregal en su libro “De Búhos…” Op. cit. Al parecer hasta

ese momento ni el Presidente ni sus ministros se apercibieron de que Radio Illimani estaba
inutilizada y que sus ocupantes eran hostigados con fuertes descargas de artillería.
[201] Declaración de Víctor Sierra Mérida.

[202] El informe oficial presentado por el gobierno se refiere a una “batalla” y al “fragor del
combate” que nunca hubo.
[203] Declaración del Gral. Gustavo Larrea, Jefe de la Casa Militar del Presidente Hernán
Siles Zuazo.
[204] Declaración de Víctor Sierra Mérida, el único sobreviviente de ese episodio.
[205] Ib.
[206] HERNÁN LANDÍVAR FLORES. “Infierno en Bolivia”.
[207] Declaración de Víctor Sierra Mérida.
[208] Declaración del Gral. Gustavo Larrea, Jefe de la Casa Militar del Presidente Hernán
Siles Zuazo.

[209] Relato de Horacio Romero.


[210] Al día siguiente tendrá que hacer declaraciones en Control Político.
[211]
Relato de Víctor Sierra Mérida recogido por Hernán Landívar Flores en su libro
“Infierno en Bolivia”.
[212] Declaración de Víctor Sierra Mérida.
[213] ÑUFLO CHÁVEZ. “Recuerdos de un Revolucionario”.
[214] Entrevista con Alex Quiroz.
[215] EDMUNDO ARIÑEZ ZAPATA. “Algo tengo para contar”.
[216] PRESENCIA, 21 de abril de 1959.
[217] Declaración de Cristina Jiménez de Serrano ante Fiscal.
[218] Declaración de Jaime Gutiérrez Terceros.
[219] Declaración del Cnl. Jorge Arce Amaya ante Fiscal.
[220] GUILLERMO BEDREGAL. “De Buhos…” OP. cit.

[221] GUILLERMO BEDREGAL. “De Buhos…” OP. cit. Hay un evidente desfase
cronológico en el relato del Dr. Bedregal, pero el contenido refleja los hechos acaecidos.
[222] ROBERTO FREIRE. “Memorias…” Op. cit. Al día siguiente el nombre de Augusto
Pereira aparece entre los muertos. Pero sobrevivió, se asiló y no se volvió a saber de él.
[223] Guillermo Bedregal. “De Búhos…” Op. cit.
[224] ROBERTO L. FREIRE ELÍAS. “Memorias…”. Op. cit.
[225] Versión de Enrique Achá en su libro varias veces citado, corroborada por Cristina
Jiménez de Serrano en la reconstrucción de los hechos.
[226] ENRIQUE ACHA. “Únzaga…” Op. cit.
[227] PRESENCIA, 20 de mayo de 1959. Aunque la mayoría de los libros sobre el tema
señalan que fue una denuncia rutinaria, en realidad no lo fue, porque el Cnl. Arce Amaya
entregó una caja de munición a los 30 milicianos que llegan a la Avenida Perú esquina
Larecaja en dos camiones. En efecto, la información tenía una falla, el número de la casa
no era “138”, sino “188”.
[228] Declaración de Guichi de Gutiérrez.
[229] Relatado por el Lic. Xavier Iturralde Jahnsen.
[230] Relatado por María Eugenia Serrano.
[231]Declaraciones de Juan Mansilla, el miliciano que ingresó por la ventana, publicadas en

PRESENCIA el 13 de mayo de 1959:


PREGUNTA.- ¿Por qué dispararon?
RESPUESTA.- Eso. Yo les reñí (a sus compañeros milicianos) por gastar
municiones que se deben ahorrar…
[232] Declaración de Julio Álvarez Lafaye, la noche del 19 de abril de 1959, en el Palacio
de Gobierno y reiterada ante la prensa horas más tarde.
[233] Declaración de Enrique Achá Álvarez al llegar al exilio en Chile en mayo de 1959.
[234]
Declaración vía internet de María Renée Serrano al autor de este libro. Por matrimonio
María Renée Newman, reside en Baltimore-USA con su madre, Cristina Serrano, ya
anciana.
[235]
María Renée afirma que esa pistola aún está en poder de su madre, aunque sin
explicar cómo logró sacarla de la casa y, al final, del país. Esto significa que Únzaga
llevaba dos armas ese 19 de abril de 1959.
[236]
Revista ZETA, abril de 1979. Entrevista del periodista Eduardo Ascarrunz con Fanny
de Caballero.
[237] Declaración ante fiscal del R.P. Luis Mellon Peters.
[238] Achá ha dejado escrito que al día siguiente, lunes 20, dejó ese momentáneo refugio
para trasladarse a la casa de unos amigos y en la mañana del martes 21 logró asilarse en
la Nunciatura. El Padre Mellón tuvo que prestar declaraciones en calidad de detenido.
[239] Declaración de Ascencio Maidana a la Fiscalía.

[240] Aquel expresivo Cristo se convirtió en un símbolo de la libertad. Estaba pintado en la


celda próxima al célebre “cuartito azul”, donde estuvieron muchos dirigentes falangistas y
allí se mantuvo hasta el 4 de noviembre de 1964, cuando una extendida rebelión de
falangistas, movimientistas, comunistas, la COB y las Fuerzas Armadas dieron fin al cuarto
gobierno del MNR presidido por el Dr. Víctor Paz Estenssoro.

[241] Entrevista del autor con el Dr. Walter Flores Torrico, en septiembre de 1983. Flores

Torrico fue un eminente jurisconsulto, catedrático universitario y político de peculiares


características personales, que cosechó legiones de discípulos y admiradores, pero
también enconados rivales y enemigos. Por esas cosas de la vida, este encuentro con el
Presidente Siles a las 22:00 del 19 de abril de 1959 no figura en la historia oficial escrita
por los documentalistas y dirigentes del MNR que enfocaron este capítulo de la historia
nacional. Federico Álvarez Plata aparece dando el informe al Presidente luego de recibirlo
de terceros. Guillermo Bedregal da una versión fuera de contexto cronológico en su libro
autobiográfico varias veces mencionado.

[242]
GUILLERMO BEDREGAL. “De búhos…”. Op. cit.

[243] ROBERTO FREIRE. “Memorias Políticas”.


[244] HERNÁN MESSUTI RIVERA – Memorias de un Médico Forense.

[245] EL DIARIO, 22 de abril de 1959.


[246] La prisión de Jaime Gutiérrez Terceros se prolongó por nueve meses, hasta que se
decretó una amnistía general por las elecciones de 1960. Al final quedaron en la cárcel
solamente nueve presos, entre ellos Roberto Freyre, Raúl Portugal, Luis Sáenz y Walter
Vásquez.

[247] Los familiares encontraron e identificaron a los masacrados. Todos mostraban los
cuerpos perforados por la metralla y a la mayoría con la cabeza destrozada por el tiro de
gracia, como lo relataron al autor de este libro los hijos de Cosme Coca y Carlos
Kellemberger, ambos con los mismos nombres de sus progenitores inmolados ese 19 de
abril junto a una veintena de sus camaradas.
[248] EL DIARIO, 21 de abril de 1959.
[249] PRESENCIA, 21 de abril de 1959.
[250]
ALFONSO CRESPO. “Hernán Siles Zuazo – el Hombre de Abril”.
[251] El testimonio del Dr. Cosme Coca Carrasco, hijo de Cosme Coca Jiménez, es

conmovedor. “Yo tenía que vengar a mi padre porque comprobé que lo asesinaron junto a
sus camaradas en el Cuartel Sucre. Me dediqué a investigar para saber quiénes dispararon
y al final me enteré del nombre de uno de los asesinos. Pasó el tiempo y ya titulado
médico, yo trabajaba en el Hospital Obrero como cirujano de emergencia. Un día ese
hombre que disparó a los falangistas en el Cuartel Sucre, llegó de urgencia al hospital con
una apendicitis. Antes de operarlo, le dije que yo era hijo de Cosme Coca Jiménez. Me
miró con temor perceptible y no dijo nada. Estuve tentado de dejarle una arteria suelta para
que muera desangrado como si fuera una peritonitis, pero no lo hice. Luego en una clínica
en El Alto atendí a un señor con una pancreatitis; él me reconoció, me dijo que había
torturado a mi padre en Curahuara y me pidió perdón. Y yo le perdoné. Fue el mejor
homenaje a mi padre, a quien recuerdo como un hombre idealista, valiente, bondadoso,
que ayudaba a todos.
Mi hermano Hugo se crió conmigo. Tuvimos un problema de tipo psicológico porque yo fui
como su padre y cuando creció y salió profesional se dio cuenta que yo no era su padre.
Esto se llama “falla del modeling” y por eso nuestra relación no es normal, sino diferente,
somos dos polos opuestos pese a que nacimos el mismo día con nueve años de diferencia.
Mi hermano radica en Brasil y está considerado como uno de los mejores en terapia
intensiva. Mi hermana también sufrió mucho, pero aguantó porque estaba acogida por mi
madre. Esa fue una época muy difícil porque a mi madre no le permitían trabajar porque
era opositora. Yo estaba en La Salle y los compañeros y hermanos del colegio nos tenían
consideración. Como mi hermano era el mejor de su curso le ofrecieron una beca, pero no
podían hacer nada más porque ser amigo de un opositor era casi como un delito. Mi
nombre estaba marcado, no tenía derecho a nada, incluso en la universidad tenía
problemas por mi apellido, pero con esfuerzo salimos adelante…”
[252] LUPE CAJÍAS DE LA VEGA. “Morir en mi cumpleaños”.
[253] PRESENCIA, 21 de abril de 1959.
[254] Declaración de María Renée Serrano, de 13 años, interrogada por fiscales.

[255] El texto íntegro está en la publicación “La Muerte de Únzaga”, de la revista


REVELACIONES, bajo la Dirección del Sr. Boris Marinovic C., año 1, Nº 1, que no
menciona fecha de edición.
[256] Entrevistas concedidas por el Dr. Rodrigo Alba al autor de este libro, en abril de 2011
y febrero de 2013.
[257] Arturo Montes así lo sostiene y Cristina Jiménez, la prima de Únzaga, nos dijo a
través de su hija María Renée que ella vio el resto del cigarrillo apagado entre los dedos de
su pariente.
[258] Se informó que los integrantes de la misión de la OEA que vivieron en el Hotel

Copacabana, recibieron una suma en dólares extraordinaria para aquel tiempo- y la


mayoría de ese monto se fue a Chile en los bolsillos de los agradecidos peritos. Enrique
Achá, al poner en duda la imparcialidad de esa misión, por más calidad que tengan los
técnicos, ha señalado que “por 700.000 dólares se pueden decir muchas cosas”, pero
desde luego la cifra mencionada resulta burda. El autor de este libro no puede dejar de
citar al Sr. Alberto del Carpio, muy conocido en la sociedad paceña, corredor
automovilístico en los años 40, quien ayudó a rescatar los cadáveres de los asesinados en
el barranco de Chuspipata en 1945. Radicando en Chile, Del Carpio se relacionó con uno
de los miembros de la misión de la OEA, quien le habría revelado que el informe sobre la
muerte de Únzaga fue “una farsa muy bien pagada”.
[259] Luego de profundo análisis de todas las versiones acerca del dinero, desde los
40.000 dólares que el gobierno supuso que el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo
le hizo llegar a Únzaga, o la otra versión sin fundamento ni indicio posible, en sentido de
que fue Carlos Víctor Aramayo quien le dio ese dinero, aceptamos la otra, referida por el
Lic. Javier Iturralde Jahnsen, sobre el donativo que hizo su padre, Alberto Iturralde Levy,
llegando personalmente a La Paz desde su autoexilio en San Pablo, lo que le costó la
cárcel. Como relatamos, en el momento esencial de la conspiración, un oficial ofreció a
FSB un lote de pistolas ametralladoras con las cuales FSB alcanzaría la fuerza bélica para
tomar el poder, pero la cifra que pedía por ellas era inalcanzable: nada menos que dos mil
dólares que Únzaga no tenía. Del análisis de los cuatro mil dólares que luego recibió
Únzaga del arquitecto Iturralde, así como los cálculos de conversión de dólares a
bolivianos entre los papeles que llevaba consigo en el momento de su muerte, se puede
colegir que le quedaron 24 millones de bolivianos en el maletín que estaba debajo de la
cama del Dr. Serrano (equivalentes a 200 dólares), hizo llegar a Antonio Anze 75 dólares,
Únzaga llevaba otros 200 dólares en un bolsillo que halló el primer médico que recibió su
cadáver. Presumiblemente del resto, unos 500 dólares los habría empleado para conseguir
los lotes de armas empleadas en San Francisco y las que llevaron los que fueron al Cuartel
Sucre y quizás 2.500 dólares pudo haberlos entregado al Gral. Ovando, ya que el hijo del
Cnl. Guzmán Gamboa, Germán Guzmán López afirma categóricamente que su padre no
recibió ni un centavo.

[260] El expediente del “caso Únzaga” tuvo un destino tan extraño como la muerte del líder
falangista. En el año 1994, el abogado Javier Dips reveló a este autor que lo tenía en su
poder luego de haberlo comprado a un abogado y lo tenía escondido en algún lugar de su
domicilio en San Jorge, pero al morir al poco tiempo, el rastro se perdió definitivamente. En
cuanto al informe de la misión de la OEA y las fotografías, nadie sabe por qué motivo
aparecieron en manos del Dr. Walter Flores Torrico, Oficial Mayor de Justicia del Ministerio
de Gobierno en 1959. Flores Torrico accedió excepcionalmente a prestarlas a Boris
Marinovic, quien las publicó en la revista REVELACIONES que él dirigía (algunas de las
cuales reproducimos en este libro), luego devolvió tales documentos, cuyo paradero se ha
perdido en la noche de los tiempos. Algunos documentos que Marinovic guardaba las
entregó a la Fundación para la Democracia Multipartidaria que presidió Guido Riveros
hasta antes de su fallecimiento.

[261] Corralito, término utilizado en la Guerra del Chaco para describir las sangrientas
celadas que se propinaban mutuamente paraguayos y bolivianos.

[262] Enrique Achá relató tiempo después al Sr. Arturo Montes que luego de la matanza, en
la noche del lunes 20 tomó contacto con el Cnl. Guzmán Gamboa, reclamándole su
inacción que derivó en la muerte de Oscar Únzaga. El jefe policial, contrito, le dijo que se
sentía en deuda con los falangistas, pero que estaba dispuesto a vengar la muerte de su
líder, solicitando la autorización y apoyo de FSB para dar el golpe en las próximas horas.
Achá logró comunicarse con Gonzalo Romero en la legación argentina, pero este “lo
mandó al cuerno” desautorizando cualquier gestión “con ese traidor”. Todo esto habría
sucedido momentos antes de alcanzar el asilo en la Nunciatura. Pero ya la palabra de Achá
había entrado bajo una sombra de dudas.
[263] PRESENCIA, 20 de mayo de 1959.
[264] EL DIARIO, 8 de julio de 1962,
[265] Declaración de Enrique Achá al periodista Víctor Silva Aparicio, publicada en EL
DIARIO el 4 de septiembre de 1977. En la fecha de esta publicación, el Gral. Ovando vivía
exiliado en Madrid, pero se aprestaba a volver al país, toda vez que el Presidente Hugo
Banzer atravesaba por una crisis política que lo llevaría semanas más tarde a convocar a
elecciones, para las que Ovando volvió e hizo causa común con la Unidad Democrática y
Popular liderada por el Dr. Hernán Siles Zuazo.
[266] A propósito de Barrientos, el propio Achá dio una versión sobre su participación en
los hechos del 19 de abril. “El Gral. Barrientos no quería saber nada de la fecha ni la hora
del estallido del complot, sólo pidió que, en el momento oportuno, con una hora de
anticipación se lo llamara telefónicamente para que él pueda cumplir su compromiso. Sus
efectivos del Politécnico Militar, con los aviones de la Base Aérea de El Alto debían
ametrallar a 800 milicianos.
[267] Ver el amplio informe sobre el 19 de abril de 1959, presentado por el Dr. Walter
Guevara Arze en EL DIARIO, el 8 de julio de 1962.

[268]
WALTER VÁSQUEZ MICHEL. “Memorias”.
[269] Carlos Guevara Rodríguez, citado por Mariano Baptista Gumucio en su libro
“Fragmentos de Memoria – Walter Guevara Arze”. Los conceptos de Guevara han sido
también demoledores para Paz Estenssoro, Siles Zuazo, Lechín Oquendo, Fellman
Velarde, etc., con quienes mantuvo una intensa relación de odio y compañerismo.
[270] MOISÉS ALCÁZAR. “Páginas de Sangre”.
[271] Citado por el periodista Víctor Silva Aparicio en “Mataron a Únzaga”, un amplio
reportaje histórico publicado en dos páginas íntegras de EL DIARIO de La Paz, el 4 de
septiembre de 1977.

[272] PAULOVICH. “La Noticia de Perfil”. PRESENCIA, 20 de abril de 1977.

[273] Entrevista con Walter Flores Torrico en octubre de 1984.


[274] RICARDO SANJINÉS ÁVILA. “Sin Límite – Del Putsch Nazi al Neoliberalismo”. 1996.

Entrevista con Jaime Ponce Caballero.


[275] LUCIO PAZ RIVERO. “Mis Vivencias”.
[276] Referido al autor por Oscar Kellemberger.
[277] RENÉ ZAVALETA. “La caída del MNR y la conjuración de noviembre”. El autor, un
intelectual de reconocida valía, falangista en sus orígenes (ver el capítulo XVII), luego
movimientista, diputado por el MNR en 1960, aceptó ser Ministro de Minas en 1964 de un
gobierno ilegítimamente reelecto e impopular, defendido en última instancia sólo por la
Embajada Americana, aunque a poco del alzamiento popular, la misión militar americana
identificó a Barrientos como “amigo” y permitió el reconocimiento de Washington. El tema
es complejo y está descrito en todos sus detalles en “1964 – El colapso del ídolo” de
Ricardo Sanjinés Ávila.
[278] Jaime Gutiérrez Terceros reveló a este autor que un atildado intelectual de ideas
socialistas, socio del Club Hípico Los Sargentos, lo citó en esa entidad deportiva, donde le
entregó cuatro cajones de dinamita destinada a ejecutar actos terroristas para debilitar al
gobierno de Paz Estenssoro.
[279] El Dr. Gonzalo Mendieta Romero, nieto de Gonzalo Romero, refirió al autor que el
Gral. Barrientos se mantuvo indeciso hasta muy entrada la conspiración entre Ovando y la
Falange y que Jaime Ponce Caballero tuvo una dura reunión con el vicepresidente-aviador
y llegó a sacar un revólver para exigirle una definición. También compartió con este cronista
el siguiente relato de su tía, Ana María Romero de Campero: “Muchos años después de su
derrocamiento en 1964, Víctor Paz Estenssoro compartió con Gonzalo Romero en una
recepción de una embajada. Conversaban amistosamente, derivando al tema de
noviembre del 64, punto en el cual Romero le dijo ‘el problema fue que entonces tú te
“cluequeaste (como las gallinas)’. Entonces don Víctor abrió desmesuradamente los ojos,
que caracterizaban su ira y dijo: ‘Sabes Gonzalo, en lo único que me equivoqué el 64
fue en no hacer matar a Barrientos’. Un silencio sepulcral coronó el encuentro después
de 4 años de aquellos sucesos”
[280] Testimonio ofrecido al autor por Ambrosio García.
[281] Especie de bandera conformada por pequeños cuadrados de colores, a la usanza de

los tercios de Flandes, ideada por asesores del Presidente René Barrientos como distintivo
para identificar a sus aliados en el Pacto Militar Campesino.
[282] Testimonio ofrecido al autor por el Ing. Julio Sanjinés Goitia, en esos años Embajador
del Presidente Barrientos en Washington.
[283] BOLIVIAN TIMES. Publicación boliviana en inglés, dirigida por Peter McFarren.
[284] TOMAS MOLINA. “Unzaga…” Op. cit.
[285] Era el Cnl. Luis Arce Gómez, un hombre polémico que había sido parte del entorno
íntimo del Gral. Ovando Candia, en 1969-70, durante su gobierno revolucionario de
apertura al socialismo.

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