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servicio de los particulares. Opinión, esta última, que sólo comparto par-
cialmente y con ciertas matizaciones.
La bibliografía española y extranjera sobre el notariado en general y
más en particular, sobre el español y castellano, ha aumentado mucho en es-
tos últimos decenios, pero más en cantidad que en calidad. Con frecuencia
aun la más reciente es repetitiva, de escaso valor historiográfico y bastante
superficial, sin que falten en ella errores de bulto.
La mayor parte de los trabajos y monografías publicados sobre el nota-
riado castellano de los siglos XIII-XV, aun los más objetivos y fundamenta-
dos, se limitan a ofrecer una visión estrecha y localista de la historia nota-
rial, reducida a un colegio, a una provincia, ciudad o concejo o a un solo
notario y notaría, si bien sus conclusiones pecan de generalistas cuando en
realidad se limitan a una parte mínima del notariado, a solo la legislación o a
una faceta de la complicada problemática de la función y oficios públicos de
justicia, administración y seguridad jurídica de los actos y contratos, tanto
públicos como privados.
El ejercicio del poder, gobierno y administración en modo alguno puede
reducirse -como pretenden algunos- a la legislación y discusiones intermi-
nables sostenidas en las Cortes por los estamentos más representativos de
los distintos reinos: nobleza, alto clero y estado llano, constituido este últi-
mo por los procuradores de los concejos y comunidades rurales más activas
y de mayor significado. Muchas de las normas aprobadas en Cortes y ratifi-
cadas por los reyes tuvieron mero valor orientativo; nadie o casi nadie, in-
cluidos los monarcas, las tomaron en serio y, por supuesto, no las obedecie-
ron ni cumplieron. Esta circunstancia contribuyó, en buena medida, a que el
pueblo, la sociedad y el propio reino quedasen en la inseguridad, incerti-
dumbre y desorden jurídico, situación nada favorable para acometer cual-
quier tipo de reforma.
Es cierto que la legislación alfonsina, concretamente las Partidas, elabo-
radas aproximadamente entre 1265 y 1275 y, no menos, el nacimiento de las
Escuelas jurídico-notariales y Estudios Generales, renovadores del Derecho
-a que me referiré más adelante- supusieron un paso decisivo en cuanto al
desarrollo y nueva estructuración tanto del Derecho notarial como de la pro-
pia institución y función del notariado, pero no es menos cierto que la reor-
ganización práctica de tipo juridico-doctrinal de este Derecho e institución,
iniciados en Castilla durante el mandato de Alfonso X, no se consigue -al
menos en cuanto a vigencia legal y aceptación por parte de la sociedad, que
se resiste cuanto puede a perder los derechos y libertades conseguidos por
privilegio, usos y costumbres o por fuero inmemorial -hasta bien entrado el
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s.XIV a raíz de las Cortes generales de Alcalá de Henares de 1348 y del Or-
denamiento promulgado en ellas con plena vigencia y valor de ley general
para los distintos reinos y señoríos vinculados a la Corona de Castilla, por
Alfonso XI (Ley I, tit. 28).
A partir del citado Ordenamiento de Alcalá (a.l348) y de las Ordenanzas
de las Cortes de Valladolid de 1351, bajo los mandatos de Alfonso XI y Pe-
dro I, el nombramiento de escribanos públicos: del número y de concejos y
aun de los de profesión libre, ya no era facultad exclusiva del rey y de quie-
nes gozasen de su delegación, sino también de las ciudades, villas, lugares y
señoríos del reino y de sus legítimos representantes, si bien continuó siendo
necesaria la aprobación o ratificación regia.
A pesar de la resistencia de la Corona a perder el control e influencia en
la vida social, económica y administrativa de los concejos e instituciones
locales, al menos desde el reinado de Fernando IV se ve obligada a recono-
cerles mayor independencia, especialmente en cuanto a la administración de
bienes concejiles e institucionales y al nombramiento de sus funcionarios
judiciales, escribaniles y de encargados de propios y rentas.
Es sumamente significativo e importante conocer los cambios operados
en la sociedad castellana durante las últimas centurias del medievo y los ini-
cios del Renacimiento y de la Edad Moderna y, sobre todo, no olvidar el
avance y desarrollo que experimentan la legislación general y la específica
relativa a la creación y provisión de oficios y cargos estatales y locales, los
nuevos sistemas de gobierno y administración del reino, 1a aplicación de la
justicia y el papel que representan los distintos estamentos de la sociedad y,
en especial, las Cortes, en manos de la nobleza y de las nuevas oligarquías,
los concejos, el alto clero, las Universidades, el notariado y, sobre todo, las
ligas, confederaciones y asambleas levantiscas, enfrentadas con reyes y au-
toridades y, con frecuencia , al margen de la ley y de las decisiones de las
Cortes.
Prescindir del conocimiento de estos hechos y circunstancias implicaría
-por lo que a la historia del notariado castellano se refiere- malentender y
truncar la vida y evolución de una institución cada vez más importante, in-
mersa en la sociedad cambiante de su tiempo y, por supuesto, nos impediría
valorar en sus justos términos la aportación que, a este respecto, supuso la
publicación de la pragmática sanción de Alcalá de Henares de 7 de junio de
1503, emitida por la reina Isabel I, tanto para los reinos castellanos como
para los de ultramar (Hispanoamérica), ley básica y punto de partida, junto a
otras provisiones reales y ordenanzas -de finales del siglo XV y principios
del XVI- y, a la vez, piedra referencial de la futura Ley Orgánica del Nota-
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vez antes, recogen nuestros fueros, leyes y ordenamientos con carácter pre-
ceptivo.
Estas exigencias y aptitudes de idoneidad y suficiencia, aplicables a los
aspirantes a la profesión escribanil, aumentan en los últimos siglos de la
Edad Media y se concretan en los siguientes requisitos: "ser hombres discre-
tos, honrados y de buena fama, conocidos e idóneos para guardar los secre-
tos propios del cargo, hábiles en cuanto al dominio de la técnica y arte de la
lectura, escritura, composición y estructuración de los documentos y cono-
cedores de la normativa jurídica reguladora de los actos administrativos y
forenses y, a poder ser, hombres libres (no clérigos),solventes y vecinos del
lugar donde tuvieren el oficio" (Partida III, tit.19, leyes 2, 4)
Tanto los escribanos de la administración real, que actuaban en la Casa
y Corte del rey y en los organismos y tribunales superiores del reino, como
los escribanos públicos del número de las ciudades, villas y lugares de los
distintos reinos y señoríos de la Corona de Castilla y los adscritos a los con-
cejos, todos estos extracancillerescos y al servicio de la administración y
justicia local y de los particulares, al menos desde el siglo XIII-XIV y sobre
todo en el XV, debían probar su habilidad y suficiencia profesional para
ocupar cargos escribaniles públicos mediante la correspondiente prueba o
examen teórico-práctico, bien ante el Consejo Real, bien ante miembros del
cuerpo notarial, o conforme a alguno de los sistemas establecidos por dispo-
sición real, por fuero u ordenanza municipal y, cada vez menos, por los usos
y costumbres de cada región, ciudad o villa.
A partir de las Cortes -varias veces citadas- de Alcalá (a.l348) y Valla-
dolid (a.1351), raras son las ordenanzas, ordenamientos reales, pragmáticas
y provisiones que, al tratar del notariado y de otros oficios de justicia y ad-
ministración, no exijan el examen y prueba de idoneidad y habilitación para
los aspirantes a ocupar estos cargos y oficios. El articulado y texto de nume-
rosas leyes, provisiones y pragmáticas reales y ,sobre todo , los cuadernos de
peticiones de Cortes v.gr. de Palencia (a.1388), Burgos (a.1430),Valladolid
(a.l442), 0caña (a.1469), Santa María de Nieva (a.1473), Toledo
(a.1480,1502), Toro (a.1505) expresan la preocupación y quejas del pueblo
por el estado de postración y descuido en que han caído los oficios públicos
y, en especial, los escribaniles, por no haberse cumplido dichos requisitos y
pruebas a la hora de incorporarse a ejercer tales cargos y permitirse a mu-
chas personas ineptas que los ocupen.
Para el Dr.Diego del Castillo ("Glosas a las leyes de Toro" del s.XVI)
los aspirantes a ingresar en el cuerpo de notarios públicos, además de saber
leer, escribir y redactar bien las escrituras y actos procesales, deberían tam-
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bién saber ordenar esta documentación y cómo guardar los registros de todo
lo escriturado ante ellos, prestando a su debido tiempo el juramento, con-
forme a derecho, de mirar por el buen servicio y provecho tanto del rey co-
mo del bien común de su Estado (reino), de la Corona y de los municipios y
personas particulares, dando exclusiva fe de solo cuanto pasare y otorgase
con su signo oficial: el "signum tabellionis", conforme a lo establecido por
la reina Isabel I en su pragmática sanción dada en Alcalá de Henares el 7 de
junio de 1503.
Quiero resaltar , no obstante, que los RR. Católicos a la hora de iniciar
sus amplias reformas jurídico-administrativas, políticas y de gobierno, y de
corregir los graves defectos de orden práctico en cuanto a la administración
de la justicia y a garantizar la seguridad de la fe pública, dieron preferencia a
la justicia sobre la administración y garantías administrativas.
Por pragmática sanción dada en Madrid el 26 de abril de 1483, los reyes
autorizan el ejercicio y ocupación de los oficios escribaniles a jóvenes de 18
años, en cambio los cargos judiciales: pesquisidores, relatores, letrados, re-
ceptores..., aparte de haber realizado estudios específicos en Universidad o
Estudio General al menos por espacio de 10 años, exigen que los aspirantes
a funcionarios de justicia tengan cumplidos los 26 años (Provisión Real de
los RR. CC., Barcelona, 6 de julio de 1493, dirigida a las autoridades de las
Universidades de Salamanca y Valladolid).
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sarse el valor de los actos garantizados por ellos, máxime si eran famosos y
gozaban de crédito ante el pueblo.
Mayor dificultad y confusión presenta el escalafón y grupos de escriba-
nos adscritos al cuerpo escribanil público y semipúblico, integrado por es-
cribanos-notarios: a) de Corte y Cámara, reales y mayores de rentas, privile-
gios y confirmaciones; b) públicos del número o numerarios, ambos grupos
con nombramiento y confirmación real; c) públicos de concejos, de ciuda-
des, villas y lugares, de nombramiento real, concejil o mancomunado; d) es-
peciales de justicia y de receptorías de las audiencias, de administración y
fiscalización, de repartimientos, de rentas y sacas, de alcaldes y corregido-
res...; e) eclesiásticos: pontificios o papales, episcopales, abaciales, diocesa-
nos, capitulares, monásticos, de universidades e institucionales, de parro-
quias, gremios y cofradías; f) nobiliarios y señoriales; g) escribanos hábiles
y de buena fama, por lo general de profesión libre y, finalmente, h) escriba-
nos ocasionales: sustitutos, excusados o excusadores y lugartenientes, tanto
públicos como semipúblicos o simples oficiales al servicio de las notarías y
de sus titulares.
La facultad, tipo "regalía" de la Corona, a intervenir como derecho fun-
damental e inalienable de su soberanía en la designación, nombramiento y
control de los oficios notariales públicos en vigor hasta la promulgación de
las Partidas (s. XIV), se ve limitada por los privilegios, usos y costumbres
de que gozaban numerosos concejos, la nobleza y la autoridad eclesiástica e
institucional y, sobre todo, por el vigor y poder fáctico de estas instituciones.
Los reyes, a partir de la segunda mitad del s. XIV se ven forzados a limitar
su derecho de intervención en exclusiva y a compartirlo, en mayor o menor
medida, según las circunstancias políticas, con los concejos y sus autorida-
des, con los gremios, señoríos y universidades, dotados en este punto de au-
tonomía y facultad: por ley, privilegio real, uso o costumbre.
En este largo periodo -sobre todo de 1350 a 1450- de inestabilidad polí-
tica, de grandes turbulencias y desordenes y de profunda crisis: dinástica,
económica, social, demográfica y religiosa, con una monarquía sin apenas
autoridad y prestigio y totalmente en manos de la alta y baja nobleza y de las
nuevas oligarquías y milicias urbanas, la voluntad real y la propia ley ema-
nada en las Cortes no pasaban de papel mojado y de meras normas y deseos
orientativo-doctrinales supeditados, casi siempre, al capricho y ambición de
los más fuertes y revoltosos.
A todo lo anteriormente expuesto hay que añadir algo tan real y consta-
table como la existencia y convivencia simultánea, dentro del entramado,
organización y sistema de gobierno y administración del reino, de distintas
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sándose en estos términos: "por façer bien e merçed y, porque entiendo que
cumple asy a mi servicio e a pro de mis rentas, tengo por bien y es mi mer-
çed que vos Lope Martínez de Zarauz..., ayades e tengades por merçed... pa-
ra toda vuestra vida, el oficio de la escrivanía de mis rentas de la çibdad de
Calahorra y de las merindades..., e mando a todos los conçejos, corregido-
res, alcaldes, regidores, ofiçiales e ommes buenos de..., que os ayan e resçi-
ban a vos... por mi escrivano e que usen con vos e con el escrivano o escri-
vanos que vos pusyerdes en el dicho oficio e non con otro alguno e vos den
e recudan con el dicho salario que los dichos 10 mrs. de cada millar... E
mando a qualesquier otros juezes e justiçias que agora son e serán d'aquí
adelante que non consyentan que otro alguno use del dicho oficio de la es-
crivanía de rentas reales... salvo vos... o aquel o aquellos que vuestro poder
para ello ovieren... (Arch. R. Chanc. de Valladolid, Secc. Pleitos Civiles, cj.
412-1)
Durante el mandato de Juan II y, sobre todo, de Enrique IV, se acude a
todo tipo de ardides prácticos para enmascarar la enajenación de los oficios
públicos y cargos beneficiales: arrendamiento, cesión, renuncia condiciona-
da, resignación, expectativa, venta simulada o descarada: "inter vivos",
"mortis causa" o " por juro de heredad" y a modo de "empréstito"... y, no
menos, recurriendo al incremento innecesario de notarías y notarios o a su
consunción o amortización, a la patrimonialización y perpetuación de los
mismos como si de bienes familiares transmisibles se tratase y, en último
término, al favoritismo político. Poco a poco los oficios escribaniles se poli-
tizan o quedan a merced, bien de voluntad regia, bien de la codicia, aspira-
ciones e intereses partidistas tanto dinásticos como oligárquicos y gremiales,
sin excluir las apetencias del propio cuerpo notarial.
Otras consecuencias no menos funestas para los notarios y oficiales de
dicho cuerpo, fueron: 1) el absentismo de los titulares que sirven sus oficios
mediante terceros o personas delegadas, con el nombre de "escusadores",
"sustitutos" y "suplentes"; 2) la acumulación de oficios y beneficios en una
sola persona, incapaz de atenderlos por sí misma, que debía recurrir a oficia-
les y detendadores suplentes, en muchos casos sin capacidad profesional, sin
título y sin aprobación oficial por parte de nadie: rey, Consejo Real, ayun-
tamiento o alguno de los miembros de un colegio notarial; 3) el traspaso o
cesión de dichos oficios de padres a hijos, nietos o sobrinos, o en favor de
parientes, deudos y arrendadores-compradores..., conseguidos por renuncia,
resignación, arrendamiento, traspaso o venta: abierta o disimulada, o por pu-
ra merced real; 4) el descrédito de la autoridad real y de su gobierno, acos-
tumbrados a fomentar el abuso, mediante las célebres "expectativas", cartas
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pública a persona alguna sin antes haber sido vista y reconocida por los
miembros del Consejo Real y gozar previamente del preceptivo mandamien-
to real dado para este fin, de modo que una vez examinados los aspirantes a
tales oficios, sólo los admitidos por razón de su idoneidad y habilidad en
cuanto a moralidad, formación intelectual y práctica profesional pudieran
ejercer el oficio de notario y 2) que en plazo de 90 días, a contar desde la
publicación de estas normas ordenanzistas, todos los notarios públicos debe-
rían inscribirse y matricularse en la ciudad o villa donde radicase la capitali-
dad ("cabeza") de la jurisdicción colegial a que pertenece la notaría y oficio,
a fin de que el "concejo cabeza" vea y compruebe cuantos escribanos son
necesarios para atender razonablemente a los pueblos de cada distrito y, de
este modo, ordenen y faculten -donde haya suficientes escribanos públicos
numerarios y de concejo- solamente a los que reuniendo las exigencias pres-
critas puedan usar del oficio de escribanía.
La cita no literal que acabo de reproducir, aunque larga, es suficiente-
mente elocuente y pone de manifiesto el interés de los monarcas por: a) cu-
brir los oficios escribaniles con personas "hábiles e idóneas", previamente
examinadas por el Consejo Real o por la persona o comisión designadas a
tal fin por los reyes; b) conocer el número de notarios y controlar a todos los
escribanos numerarios de las distintas ciudades, villas, señoríos y lugares,
mediante matriculación oficial en el libro-registro a abrir en cada distrito
notarial, evitando así la simulación y camuflaje de quienes sin título y sin la
debida habilitación ejercían este oficio; c) prohibir la intromisión de lo nota-
rios públicos: reales, eclesiásticos, señoriales y de profesión libre, en las es-
cribanías y funciones específicas de los notarios oficiales del número y de
concejo, siempre que estos oficios estuviesen cubiertos y hubiera notarios
suficientes y 4) centralizar el examen, aprobación y control de todos los es-
cribanos-notarios públicos en el Consejo Real a fin de evitar la confusión y
desorden existentes, procediendo con cautela a la reducción y extinción -en
lenguaje jurídico "consunción" o "amortización"- de los excesivos e incre-
mentados sin necesidad.
En las provisiones y pragmáticas isabelinas de principios del XVI
(aa.1501-1503) se aprecia un claro intento por conseguir una mejor separa-
ción y distinción de la documentación emanada en las Cancillerías, Audien-
cias, Cortes y Notarías castellanas atendiendo a su contenido, carácter y pro-
cedencia: documentos de gracia, justicia, hacienda, administración..., cuya
validación, en casos concretos y asuntos de cierta importancia, además de la
firma y signo notarial requería otras suscripciones y requisitos.
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boradas otra vez en documento nuevo o rehecho, después de haber sido eli-
minados los vicios y errores de que adolecen, mediante la denominada "re-
factio".
Todo este tipo de reparaciones y renovaciones documentales: totales o
parciales, en lo sucesivo ya no se regirían por las normas y soluciones pro-
puestas y recogidas en el Derecho romano, sino conforme a lo dispuesto ex-
presamente en la Partida III, tit. 19, leyes 10-12, pero sólo con carácter de
leyes supletorias.
La pregunta, o mejor, la duda que surge tras esta sucinta exposición so-
bre el contenido textual de esta pragmática es bien sencilla: ¿Puede califi-
carse la pragmática isabelina de 1503 de documento inmortal y de ordenan-
za e instrumento básico para la restructuración y ordenación del notariado
español?
Existen opiniones para todos los gustos, en muchos casos tan contradic-
torias como estas: a) normativa trascendental e inmortal para la historia del
notariado español y b) ordenación notarial continuista y poco o nada inno-
vadora respecto de la institución notarial y de los notarios.
Ambas opiniones, me parecen excesivamente extremistas, cuando no
partidistas y, por supuesto, repetitivas y carentes de fundamentación objeti-
va.
El articulado textual de la pragmática objeto de estudio no muestra in-
tencionalidad alguna por parte de sus autores formales de querer reorganizar
y fortalecer el cuerpo notarial, las notarías y los oficios escribaniles. Por
ninguna parte se advierte clara voluntad de cortar de raíz las verdaderas cau-
sas de la corrupción, mal uso e ineficacia de la función pública notarial a
que aluden las peticiones y leyes de Cortes y las provisiones, pragmáticas,
ordenamientos e instrucciones de los siglos XIV-XV.
Tanto el texto de esta pragmática alcalaína como los vertidos en otros
escritos legislativos y ordenancistas de los RR. Católicos, relativos a los ofi-
cios públicos y, concretamente, a la función pública del notariado, adolecen
de importantes vacíos legales.
Queda fuera de esta normativa casi todo lo referente a la escrituración y
conservación de los actos, providencias y autos judiciales y a la expedición
de las correspondientes copias autenticadas, dependientes más del poder ju-
dicial y del ministerio fiscal que de los notarios.
En ningún momento se dice dónde se ha de guardar y conservar el pro-
tocolo notarial administrativo cuando la documentación ha perdido ya su
valor primario, es decir, el jurídico-administrativo.
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ción para los notarios del Reino de Mallorca de 1753; Ley Española de En-
juiciamiento Civil de 1855..., hasta empalmar con la Ley Orgánica y Regla-
mento del Notariado Español de 1862 y el nuevo Código Civil de 1889.
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CONCLUSIONES.
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tor de dicha fe: el notariado oficial. Con todo, la legislación relativa al mis-
mo es incompleta, deficiente y, en muchos casos, ineficaz. La institución
notarial castellana es todavía bastante débil y carece de consolidación y de-
sarrollo adecuado.
2) Gran parte del siglo XV -en especial de 1406 a 1474, periodo corres-
pondiente a los mandatos de Juan II y Enrique IV, el notariado y los oficios
notariales ubicados en los distintos reinos de la Corona de Castilla que, des-
de años atrás, habían experimentado un progresivo declive- culmina, a partir
de su segunda mitad, en grave crisis, y de esta peligrosa decadencia, sólo
parcialmente, se saldrá en tiempos de los RR. Católicos, empeñados en lle-
var acabo la restructuración de sus reinos y la eficaz reforma de las principa-
les instituciones y órganos de gobierno, administración, justicia, cultura y
orden social. La voluntad y declaraciones hechas por los RR. Católicos en
las Cortes de Toledo (a. 1480) sobre reducción de juros y de otras merce-
des, ponen de manifiesto su interés por sanear la situación de la maltrecha
hacienda castellana.
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Registro del Sello de Corte (s. XV-XVI): Registros normales (s. XV-XVIII),
Legs. 1-13.
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