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Gran Hermano, de Silvia Schujer

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Actividades Prácticas del lenguaje:

Profesor: Agustin Barrera

Gran Hermano
de Silvia Schujer

Me lo preguntaron como veinte veces. Y yo les contesté las veinte veces lo mismo: que sí, que me
animaba. Que a los doce años pasar una noche sin los viejos no era nada del otro mundo y que
yo podía hacerlo. Y que podía hacerme cargo de la insufrible bola de plomo de mi hermana. Y que
ante cualquier problema llamaba al portero. Eso y mucho más les aseguré a mis padres aquella
noche. Cuando me despertaron a eso de las once y me preguntaron de tantas maneras distintas si
yo me animaba a quedarme solo en la casa mientras ellos –por alguna razón que entonces no
dieron pero que se les notaba en la humedad de los ojos– se iban hasta el día siguiente. Entonces
nos despedimos y cerré la puerta por dentro. Escuché el ruido del ascensor cuando llegaba a la
planta baja y a los dos segundos, los pasitos de mi hermana (ya dije que era insufrible) caminando
hacia donde estaba yo. ¡Qué pesada! Siempre encima, siempre detrás. –¿A dónde se fueron?
–me preguntó entonces. –Ni idea –le contesté haciéndome el responsable–, salieron un ratito.
–Mentira –dijo ella. Hasta mañana no vuelven. –¿Y vos cómo sabés? ¿No estabas durmiendo?
–No –dijo–. Estaba esperando a los Reyes. –¡Cierto! ¡Los Reyes! –murmuré– ¡Nos habíamos
olvidado! –¿Quién se había olvidado? –me apuró el monstruo–. Yo no. Y vos tampoco porque tus
zapatos ahí están. Los que se habían olvidado eran ellos, me acuerdo que pensé entonces.
Preocupados como estaban, se habían ido sin dejarme ningún tipo de recomendación sobre el
asunto y esa noche venían los Reyes. ¿Qué hacía yo con una hermana que todavía dejaba el
agua para los camellos? ¿La sentaba en mis rodillas y le contaba? ¿La mantenía despierta unas
cuantas horas más para que después se durmiera hasta que llegaran mis padres? ¿Me hacía el
tarado y dejaba los zapatos vacíos? Como no se me ocurría nada, lo primero que hice fue
acompañar al pequeño plomo a la cama y leerle ese cuento de las uvas que tanto le gustaba.
Quería que el sueño la venciera de una vez por todas así yo podía dedicarme a pensar tranquilo.
Cuando conseguí que planchara, fui a la cocina y decidí tres cosas. Primero, tomarme un vaso de
leche, segundo, prepararme un sándwich y, tercero, revisar los placares de mis padres (y los del
resto de la casa) para ver si encontraba los regalos. Después que hice todo (las dos primera
cosas con éxito y la tercera, no) me puse a caminar como preso de un lado a otro del
departamento sin ninguna idea clara en la cabeza. En eso estaba cuando de repente encontré un
papelito doblado en cuatro sobre una cómoda y lo leí: Queridos Reyes Magos – decía, y
enseguida me di cuenta de que la letra era de mi mamá–. Mi nombre es Melina. Voy a cumplir seis
años y quisiera dos lindos vestidos para mi muñeca Mirta y un mazo de cartas para jugar con mi
hermano. Espero que el viaje en camello les haya parecido muy precioso. Un beso y gracias.
Melina. Cuando terminé de leer sentí que el mundo se me caía encima ¿Por qué justo a mí tenía
que pasarme eso? ¿Con qué cara iba a mirar yo a la más insoportable de las criaturas, cuando a
la mañana abriera los ojos y en los zapatos no encontrara nada? ¿Qué le iba a decir, que los
Reyes se habían retrasado, que a Melchor le había dado una descompostura en el camino?
¿Desde cuándo a los reyes –que eran tan magos– podían pasarle esas cosas tan humanas? No,
no y no, me acuerdo que pensé. Pero ¿qué hacer? Como no se me ocurría nada mejor y como
–además– jamás hubiera salidos a comprar algo tan cursi como vestidos para muñecas, tomé una
decisión y me puse a trabajar sin perder un minuto. Saqué un viejo mazo de cartas que había en
el cajón de mi mesa de luz y agarré la cartuchera con lápices y marcadores que me habían
quedado del año anterior. Corté unas hojas de cartulina en 40 rectángulos iguales –lo más iguales
que me salieron– y me senté en la mesa de la cocina a dibujar. Durante toda la noche copié cada
una de las barajas españolas (así las llamaba mi abuela) en cada uno de los rectángulos hasta
que armé un mazo completo. Siempre fui bueno para el dibujo pero debo confesar que los Reyes,
los caballos y las sotas me costaron un montón. La cuestión es que a eso de las seis de la
mañana el regalo estaba listo y lo envolví como pude. Lo puse en los zapatos de mi hermana –en
los míos un lindo paquete de galletitas que encontré en la alacena– y me acosté a dormir
desmayado de cansancio. Cuando al día siguiente me desperté –bueno, ese mismo día, pero a
eso de las diez– mi hermana estaba sentada a los pies de mi cama, mostrándole a su muñeca
preferida (Mirta) cada una de las cartas del mazo que le habían traído los Reyes. Eso escuché.
Apenas le dije hola, el plomo se me tiró encima, me llenó la cara de besos babosos como un perro
(¡ask!) y me exigió que mirara mis zapatos. Fingí cierta sorpresa cuando vi las galletitas y más
sorpresa aún cuando ella me mostró su regalo. –¡Qué lindo! –le dije lo mejor que pude–. ¿Te
gustan? –¡Me encantan! –respondió sosteniendo el mazo en su mano–. Pero no sé jugar.
Entonces me levanté, las llevé conmigo a la cocina –a mi hermana, a la galletitas, a la muñeca y a
las cartas– serví dos vasos de Coca y empecé por los palos. –Éstos son los oros –dije–. Las
copas, los bastos y las espadas. Ahí estábamos cuando llegaron mis padres y nos abrazaron
aliviados. –Parece que esta vez los Reyes sufrieron un retraso –dijo rápido mi mamá para
solucionar lo que habría imaginado como un drama. Entonces mi hermana le contestó que por
casa ya habían pasado. Y es el día de hoy (una semana más tarde) que todavía me pregunto: ¿mi
hermana es tarada o es más viva que todos nosotros? No sé. En cualquier caso, el tío que se
accidentó aquella noche de Reyes ya está mucho mejor..

Actividades:

1- ¿Qué tipo de narrador tiene el cuento?


2- Marcar los tres momentos de la secuencia narrativa (inicio, nudo y desenlace).
3- ¿Qué situación conflictiva se plantea en el cuento?
4- ¿De qué manera se resuelve en el cuento esa situación conflictiva?
5- Escribir alguna anécdota real o inventada sobre la fiesta de reyes.

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