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Antología 36

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1

Shoa / Paul Celan

Rubén Vargas
Poeta boliviano

Cavamos una fosa


con la música de la muerte
cavamos y cavamos
el camino de la nieve.
Nadie muere en lugar de otro
los ojos azules ordenan la danza
la serpiente los mastines
cavamos y cavamos la escritura.
con la fuga de la muerte. Verdad habla quien habla sombra.

Hierba III
hierba,
escrita: dispersa. Una mañana sin presagios
finalmente
Bebemos leche negra al mediodía las orillas atraviesan el puente
cavamos y danzamos la nieve asciende
tus cabellos de ceniza Sulamita. el árbol vuela al pájaro
y tú empujas tu cuerpo
II tu memoria / amapola
al vacío
Cómo hablar después de la muerte en el río confluyen todos los ríos
cómo nombrar las hebras de la luz regresas flotando a Bukovina
en la dulce rima alemana. un nombre sin lengua
Bajo la lengua una tierra desatada
se atragantan una ceniza
cuerpos amontonados. el alma de tu madre va en vilo delante
por el camino de la nieve
Almendra vacía la sombra de los tallos
urna de arena las vías del tren y la alambrada
rosa de nadie desandas el horror
piedra quebrada sus filamentos
sin una queja y tu cuerpo se pierde
desaparecido.

Nadie te ofrece una tumba en el aire


nadie en el agua.

Nadie
testimonia
por el testigo.

2
El erotismo y las gaviotas

Enrique Molina
Poeta argentino

Ahora pido evidencias, certidumbres.

En mi extraño escenario, pasiones y las aves remotas,


surgen paraderos, lugares troncos, idilios,
el sol está partido en dos por la avidez,
mutaciones y la pescadería donde la muerte brilla con escamas,
al borde de la ruta, después de las represas salineras.
La mujer del azar se contempla en su espejo,
con sensuales bucles, en el oscuro bosque de su amor,
flexible y voraz, su cuerpo regido por la luna
se alzó sobre el viento y el cielo,
lejano como estrellas, pero sólo después
vacilaciones, dudas y reproches
para una triste crónica donde ríe la mosca
en la edad triturada.
Reminiscentes caricias flotantes entre adioses
hacen temblar las cosas con un ardor irónico.
¿Pero entonces
tampoco existió el fuego,
el mundo relatado por una voz querida?
Parejos amantes, a ciegas en la ira y el esplendor del tiempo,
el mozo del hotel recogió las maletas,
de ciudad en ciudad, de idioma en idioma, en medio de rostros
movedizos.
Al despertar aparecía el fantasma;
sonriente,
con senos de una melosa consistencia, con dientes brillantes,
insistente y perfumado en la cálida atmósfera,
se tendía en la playa con languidez, hablaba de las pequeñas cosas
del día,
volando en torno a mi alma con la luz de los mares,
(con el sabor del whisky, hacia el cuerpo del hombre.
¿No hay un guijarro entonces,
una naranja, un puñado de arena
que reclame la herencia sin destino del sueño y el olvido?

Has oído el exaltante chasquido del agua


como una boca que rememora de muy lejos,
inmensidad y huesos lavados por el sol,
brillando y ondulando y salpicando las rocas,
un solo instante, un suspiro y las nubes vacías.

Y ahora, por Dios, nada de imprecisiones,

3
el viento,
sobre la mesa revientan espumas, los muros no existen,
el viento,
las gaviotas exhalan su graznido en el pálido extremo del día,
ella se esfuma en la terraza con su copa y un lento cigarrillo en los
labios,
el viento,
los rostros son ahora más tensos, desaparecen de golpe,
nadie responde, hay un orden extraño, fuera de lugar,
el viento,
la costa, la noche, zonas espléndidas y asesinas,
sólo el viento, el viento con sus garras equívocas.

4
El amor

Eugenio de Andrade
Poeta italiano

Estoy amándote como el frío


corta los labios.

Arrancando la raíz
a lo más diminuto de tus ríos.

Inundándote de dagas
de saliva esperma lumbre.

Estoy rodeado de agujas


tu boca más vulnerable.

Marcando en tus costados


el itinerario de la espuma.

Así es el amor: mortal y navegable.

Versión de Alberto Ruy Sánchez

5
Mar

Álvaro Diez Astete


Poeta boliviano

El mar, ávido
creador:
era su piel
música santa;
nuestros muertos se yerguen
en su espuma.

El mar, loco
vuela sobre mi país
levanta, atroz
una asfixia, tú
lo saludas con manos
ardientes de oscuros paisajes.

El mar, el mar
deja una estela
de guerra.

6
Óyeme desde lejos

Augusto Roa Bastos


Escritor paraguayo

... Y no me esperes, corazón. Olvida


la morosa costumbre del camino
que a los rosales ígneos de la noche,
con brújula de cantos nos llevaba...

Ya escucho cómo crece


la soledad y el río,
y el páramo que llora
con aterida música de pájaros
muertos antes del alba.

De nada le valió que sobre el trémulo


laberinto de mis venas azules
como un grito rebelde, tan solo grito,
se encendiera tu nombre.
que abrazaran canciones disecadas
Rodó en la espuma el grito con ceniza de olvido...
ensangrentado
y el viento herido se alejó llorando. Óyeme desde lejos;
y que mi voz se apague poco a poco,
¡Cómo sube la niebla y se disipe al fin como esa brizna
por los delgados hilos de mi sangre! conque el humo se acaba cuando el
fuego
Pronto serán mis labios le van tirando tierra...
una humedad remota de palabras,
y mis ojos carbonos de silencio, Sigue tú sola. Y si la noche es clara
y mis brazos dos llamas amarillas y si es delgado el aire
y no lo empañan tumbas de suspiros,
ni lo humedecen las lágrimas,
ni lo impregnan aromas mortuorios,
sobre el pulido canto del sendero.
Junto a la sombra del perfil nevado
que de tu cuerpo esculpirá la luna,
florecerá otra vez mi sombra ausente.

Y en los rosales ígneos de la noche,


con el Sur en tinieblas
y el Norte envuelto en estelaria llama
oscilará la brújula del canto
con nuevo ritmo, y se abrirá hacia el alba
para ti y mi recuerdo
la luz de un horizonte innumerable.

7
Anduve por el dorso de tu mano, confiada...

Chantal Maillard
Escritora española nacida en Bélgica

Anduve por el dorso de tu mano, confiada,


como quien anda en las colinas
seguro de que el viento existe,
de que la tierra es firme,
de la repetición eterna de las cosas.
Mas de repente tembló el universo:
llevaste la mano a tus labios
y bostezando abriste la noche
como una gruta cálida.

Llevabas diez mil siglos despertando


y el fuego ardía impaciente en tu boca.

8
Canción desnuda

Julia de Burgos
Poetisa de Puerto Rico

Despierta de caricias,
aún siento por mi cuerpo corriéndome tu abrazo.
Estremecido y tenue sigo andando en tu imagen.
Fue tan hondo de instintos mi sencillo reclamo...

¡De mí se huyeron horas de voluntad robusta,


y humilde de razones, mi sensación dejaron.
Yo no supe de edades ni reflexiones yertas.
¡Yo fui la Vida, amado!
La vida que pasaba por el canto del ave
y la arteria del árbol.

Otras notas más suaves pude haber descorrido,


pero mi anhelo fértil no conocía de atajos:
me agarré a la hora loca,
y mis hojas silvestres sobre ti se doblaron.

Me solté a la pureza de un amor sin ropajes


que cargaba mi vida de lo irreal a lo humano,
y hube de verme toda en un grito de lágrimas,
¡en recuerdo de pájaros!

Yo no supe guardarme de invencibles corrientes


¡Yo fui la Vida, amado!
La vida que en ti mismo descarriaba su rumbo
para darse a mis brazos.

9
La canción de un espíritu errante

Kim Sung-Hui
Poeta de Corea del Sur

Anda tu camino en paz, ellos dicen, recorre en paz tu camino.


Con tu cuello roto y tus miembros mutilados:
Avanza mil, diez mil leguas por el camino
Al más allá, sin noche, sin día
Anda tu camino en paz, ellos dicen, recorre en paz tu camino.

Duerme, dicen ellos, duerme ahora tranquilamente.


Piensa que millones de años han pasado, nunca abras los ojos
mientras caes en un extenso campo, en un prado
o en un pedazo de arena, séllalos con sangre.
Duerme, ellos dicen, duerme tranquilamente ahora.

Apodérate, con tus manos rasgadas y astilladas


Apodérate cálidamente de estas manos cubiertas de sangre.
Un nuevo día llega, el sol está brillando
Los pájaros cantan, la brisa es suave
Apodérate, con tus manos rasgadas y astilladas, ellos dicen, aduéñate.

No puedo continuar con mi cuello roto y mis miembros mutilados,


No puedo cerrar tranquilamente los ojos.
No puedo apoderarme de nada con estas manos astilladas,
No puedo adueñarme de tus manos cubiertas de sangre.
Tengo que volver con los ojos llorosos y brillantes.
Debo regresar
Con mi cuello roto, cargando mis miembros mutilados,
Apretando los dientes y deseando que caigan tristes las heladas del cielo.
No puedo apoderarme con estas manos astilladas
No puedo apoderarme de tus manos cubiertas de sangre.
Tengo que volver, una densa nube anuncia la tormenta
A los callejones, a los mercados, a las fábricas, a los muelles;
Tengo que volver, es un clamor violento.

10
Grieta matinal

Álvaro Mutis
Escritor colombiano

Cala tu miseria,
sondéala, conoce sus más escondidas cavernas.
Aceita los engranajes de tu miseria,
ponla en tu camino, ábrete paso con ella
y en cada puerta golpea
con los blancos cartílagos de tu miseria.
Compárala con la de otras gentes
y mide bien el asombro de sus diferencias,
la singular agudeza de sus bordes.
Ampárate en los suaves ángulos de tu miseria.
Ten presente a cada hora
que su materia es tu materia,
el único puerto del que conoces cada rada,
cada boya, cada señal desde la cálida tierra
donde llegas a reinar como Crusoe
entre la muchedumbre de sombras
que te rozan y con las que tropiezas
sin entender su propósito ni su costumbre.
Cultiva tu miseria,
hazla perdurable,
aliméntate de su savia,
envuélvete en el manto tejido con sus más secretos hilos.
Aprende a reconocerla entre todas,
no permitas que sea familiar a los otros
ni que la prolonguen abusivamente los tuyos.
Que te sea como agua bautismal
brotada de las grandes cloacas municipales,
como los arroyos que nacen en los mataderos.
Que se confunda con tus entrañas, tu miseria;
que contenga desde ahora los capítulos de tu muerte,
los elementos de tu más certero abandono.
Nunca dejes de lado tu miseria,
así descanses a su vera
como junto al blanco cuerpo
del que se ha retirado el deseo.
Ten siempre lista tu miseria
y no permitas que se evada por distracción o engaño. Aprende a reconocerla hasta en sus
más breves
signos:
el encogerse de las finas hojas del carbonero,
el abrirse de las flores con la primera frescura de la tarde,
la soledad de una jaula de circo varada en el lodo
del camino, el hollín en los arrabales,
11
el vaso de latón que mide la sopa en los cuarteles,
la ropa desordenada de los ciegos,
las campanillas que agotan su llamado
en el solar sembrado de eucaliptos,
el yodo de las navegaciones.
No mezcles tu miseria en los asuntos de cada día.
Aprende a guardarla para las horas de tu solaz
y teje con ella la verdadera,
la sola materia perdurable
de tu episodio sobre la tierra.

12
Estampa

Elvio Romero
Poeta paraguayo

De duras manos toscas


y torso duro, primero fue yuntero,
creciendo entre clavados morichales
-hijo de labradores macilentos-,
con la pobreza que dejó en su rostro
visibles hondonadas con el tiempo.
Después, cuando los años
fueron trazando pliegues en su cuerpo,
como la lluvia que se da a la tierra,
fue dejando su ardor por los esteros,
con un grito moreno que saltaba
como madera sólida del pecho.
Va atravesando roncas intemperies
con olor a sudor, a viejos cueros,
haciéndose profundo como el ámbito
de la extensión desierta y del desierto.
Harapiento y lacónico, no tiene
más que el ardor del viento carretero.
La amenaza nocturna, el filo que golpea,
la venganza resuelta en el acecho,
la mañana ambarrada en los pantanos,
la enredadera, el sobresalto, el miedo,
lo encuentran sumergido
dentro del musgo que labró el silencio.
Todos lo divisamos, aquí mismo,
erguido entre cañados indefensos,
con los ojos despiertos y febriles
por un vivo desprecio,
denso como su sangre, maduro y torrencial,
desbordado y tremendo.
Él es como nosotros:
sobresaltado, claro, verdadero;
ama y odia, profundo
como una hoguera que batalla ardiendo.
Y mirando las ruinas y las ruinas
y el camino deshecho,
herido, con el brazo ensangrentado
y ensangrentado el cuerpo,
trajina esta vorágine.
Lo llamamos Juan Pueblo.

13
A la intemperie

Blanca Wiethüchter
Poetisa boliviana

Tanto tiempo
en la memoria constante
dejando de ser semilla.

A la intemperie
reúno ahora los caminos
veo el tiempo envejecer
en el tiempo.

Yo no sé
lo que murmura
en este fervor
que ganamos para la vida.

14
Esta noche

Tomas Segovia
Poeta español

La escala de este día me ha traído


A esta altura nocturna
Me ha exaltado a este trono emocionante
Sólo la sombra es diáfana
Sólo la noche se compara en altura a la noche
Sólo en el aire glacial de las cimas
Despliega del todo el pulmón sus ardorosas velas
Se han corrido los velos se han disuelto los muros
No hay fuerza que vencer ni con la cual vencer
Estoy en el espacio sin rasgarlo
Soy sin abrir las alas todo vuelo
En las estrellas miro las puntas de mis dedos
El silencio se escucha con mi oído
Estoy en lo alto de la torre más alta
Lo tengo todo a mis pies esta noche
Estoy listo
Esta noche podría suicidarme.

15
La doliente quimera

Pedro Shimose
Poeta beniano, Bolivia

Vuelvo el rostro y veo


la dimensión del odio.
No he venido a decirte
que todo es tarde en mí.
He vuelto a tu crueldad,
a sucumbir junto a la
piedra.

Veo mis ruinas en tus ojos


hermosos todavía.
Veo tus manos
todavía perfectas
y emerjo
de las brumas violentas
del pasado
cada vez más
solo.

Vuelvo a contemplarme y todo es triste.


Todo:
mi soledad:
mi fuerza:
la montaña.

Te miro
en la mentira de mis sueños
y te arrojo a mis
abismos.

Si me llego a encontrar con aquel


que huye de mí
volveré a tu ternura
y empezaré a decir
lo que nunca
hubiera dicho.

16
Boca a boca

Delmira Agustini
Poetisa uruguaya

Copa de vino donde quiero y sueño


beber la muerte con fruición sombría,
surco de fuego donde logra Ensueño
fuertes semillas de melancolía.
Boca que besas a distancia y llamas
en silencio, pastilla de locura,
color de sed y húmeda de llamas…
¡Verja de abismos es tu dentadura!
Sexo de un alma triste de gloriosa;
el placer unges de dolor; tu beso,
puñal de fuego en vaina de embeleso,
me come en sueños como un cáncer rosa…
Joya de sangre y luna, vaso pleno
de rosas de silencio y de armonía,
nectario de su miel y su veneno,
vampiro vuelto mariposa al día.
Tijera ardiente de glaciales lirios,
panal de besos, ánfora viviente
donde brindan delicias y delirios
fresas de aurora en vino de poniente…
Estuche de encendidos terciopelos
en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.
Pico rojo del buitre del deseo
que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.
Inaccesible… Si otra vez mi vida
cruzas, dando a la tierra removida
siembra de oro tu verbo fecundo,
tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!

17
Estoy de pie

Silvia Elena Regalado


Poetisa salvadoreña

Estoy de pie,
en la calle
donde desembocan los destierros,
esa tierra sin amo y sin esclavos.

Vengo de algún lugar que tuvo


nombre,
de la persecución mortal de la
esperanza.
Vengo para dejar libres mis raíces
en el suelo fecundo
de mi origen.

18
Canción de la búsqueda

José Ángel Buesa


Poeta cubano

Todavía te busco mujer que busco en vano,


mujer que tantas veces cruzaste mi sendero,
sin alcanzarte nunca cuando extendí la mano
y sin que me escucharas cuando dije: "te quiero..."

Y, sin embargo, espero. Y el tiempo pasa y pasa.


Y ya llega el otoño, y espero todavía:
De lo que fue una hoguera sólo queda una brasa,
pero sigo soñando que he de encontrarte un día.

Y quizás, en la sombra de mi esperanza ciega,


si al fin te encuentro un día, me sentiré cobarde,
al comprender, de pronto, que lo que nunca llega
nos entristece menos que lo que llega tarde.

Y sentiré en el fondo de mis manos vacías,


más allá de la bruma de mis ojos huraños,
la ansiedad de las horas convirtiéndose en días
y el horror de los días convirtiéndose en años...

Pues quizás esté mustia tu frente soñadora,


ya sin calor la llama, ya sin fulgor la estrella...
Y al no decir: " ¡Es ella! " - como diría ahora -,
seguiré mi camino, murmurando: "Era ella..."

19
Ídolos

Marguerite Yourcenar
Escritor belga

Amor, al principio
De carne y de oro como un César
Salvaje te cebé;
Íncubo, tu pecho pesaba
Y tu beso agotador
Cansó mi boca.

Luego te vi ensangrentado;
Caminabas, titubeando,
Bajo la escuadra terrible;
Víctima atravesada en el flanco,
A tus pies derramé
Todo el nardo de la tierra.

Te veo pálido y bello:


Tu carne es una antorcha
Hecha de cera y fuego;
Yo abrazo, delicia pura,
Tu cara desconocida,
Idéntica a mi alma.

Y te veré pensativo
En el último arrecife,
Dulce provocador de naufragios
Sombrío dios sin devotos;
Tus amapolas nocturnas
Me curarán de las rosas.

Versión de Silvia Barón-Supervielle

20
3

Bob Dylan
Artista estadounidense

desde fuera
mirando hacia adentro
cada dedo se agita
el corredor usa pantalones largos
y vaga
sin rechazos
todo es justo
en el amor y la selección
pero ten cuidado, bebé
del cariño tras la ventana cubierta
y no olvides
traer cigarrillos
pues quizás
termines por descubrir
que uno afuera
te lleva más lejos
y uno adentro
sólo te lleva a otro

21
La última flor del otoño

Edth Södergran
Poetisa finlandesa

Yo soy la última flor del otoño.


Fui mecida en la cuna del verano,
fui puesta en guardia contra el viento del norte,
rojas llamas florecieron
en mis albas mejillas.
Yo soy la última flor del otoño.
Soy la simiente más joven de la primavera difunta,
es tan fácil ser la última en morir:
he visto el lago tan mágico y azul,
he oído latir el corazón del verano difunto,
mi cáliz sólo contiene la semilla de la muerte.
Yo soy la última flor del otoño.
He visto sus profundidades estelares,
he contemplado la luz de cálidos hogares lejanos,
es tan fácil seguir la misma senda,
cerraré las puertas de la muerte.
Yo soy la última flor del otoño.

Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen

22
Cronología

Rubén Bareiro Saguier


Escritor paraguayo

Entre sombras
oigo los golpes ciegos
del cercano reloj
que lento, inexorable,
me va enterrando el día,
las horas de la rabia,
los interminables minutos de impotencia,
la eternidad transida de bostezo

De noche los mosquitos,


por la siesta las moscas,
todo el tiempo las ratas.
¿Sentirán, quizás,
el pedazo de muerte
que aquí nos va creciendo?

23
El espejo de un momento

Paul Eluard
Poeta francés

Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras
quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma
de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.

Versión de Aldo Pellegrini

24
Una manera de vivir

Aldo Pellegrini
Poeta argentino

Mendigas felices, huérfanas de suave


fascinación
derrotadas por el secreto de la sed y las hormigas
a solas con el sol
la ternura de los galopes a flor de tierra tan lejos de
la atadura del polvo celeste
extranjera derrotada por el fulgor de los relámpagos

Entonces nadie acallaba la melodía de tus labios


que deslizaban su fiebre giratoria de plumaje de
espumas
cerca o lejos el espacio siempre oculta su escama
de frío
su desolada comarca donde los labradores hacen
germinar la nieve de la tierra

Dura comarca en que las mujeres esperan como


leyendas en los umbrales
condenadas a cumplir el rito del fuego o de la
extorsión
inmóviles con sus ornamentos funerarios donde se
abre la puerta del amor
en una ciudad anclada en la tristeza

Faisán de la alabanza, tu corazón extraviado me guía


en tus ojos asoma el prodigio de los relámpagos
la cólera que cierra las puertas y rompe los hechizos
en un camino de fábulas interminables, con la
negra cabellera presidiendo el incendio de los
gestos, el calculado delirio de las estaciones
tan distante de los bosques enardecidos por el
verano y su follaje moviéndose con lentitud
de verdugo
en la pesada atmósfera de los sacrilegios

Unidas en el asombro
las hijas del verdugo exhiben sus pies de plata y
los espectadores aplauden
los perros husmean las mejillas en busca de los
caminos mentales
la naturaleza imita a la pesadumbre
naturaleza oscura
iluminada a ratos por los relámpagos de tu orgullo
arrastrando briznas de escalofrío
con tu violento eco en el aire, extranjera.

25
Un poema de amor

Homero Aridjis
Escritor mexicano

Cuando hable con el silencio


cuando sólo tenga una cadena
de domingos grises para darte

cuando sólo tenga un lecho vacío


para compartir contigo un deseo
que no se satisface ya con los cuerpos de este mundo

cuando ya no me basten las palabras del castellano


para decirte lo que estoy mirando

cuando esté mudo de voz de ojos y de movimiento

cuando haya arrojado lejos de mí


el miedo a morir de cualquier muerte

cuando ya no tenga tiempo para ser yo


ni ganas de ser aquel que nunca he sido

cuando sólo tenga la eternidad para ofrecerte


una eternidad de voces y de olvido

una eternidad en la que ya no podré verte


ni tocarte ni encelarte ni matarte

cuando a mí mismo ya no me responda


y no tenga día ni cuerpo

entonces seré tuyo


entonces te amaré para siempre.

26
Para su día

Héctor Dante Cincotta


Escritor argentino

II

Quizás sea el viento lo que mueva este día


donde yo te recuerdo, no son tu cuerpo ni tu fecha
lo que me lleva a cantarte,
sino el amor, tu corazón colmado de soledad y viento,
transitorio.

Siempre he querido la amistad entre los hombres,


la piedra y la corola,
tu mano sola y transparente.
Te llamo y te nombro elemental
en mi vida y en mi canto.
Siento este amor como un deber
de llevarte mes.

Que nada me separe de ti en este dìa donde tù


Hubieras estado con alguien y que mi palabra
sirva sólo hoy
como una flor, un otoño trabajado
por el tiempo.

Y déjame que me quede con lo que fueron tu lenguaje,


tu ardimiento, todo tu tiempo
tu sonrisa de siempre, eterna como el aire,
y esta ceremonia de cantarte no es más
que todos tus días juntos, todo tu corazón
imposible y lleno de deberes
para los hombres.

Recordaré tu día, tu tierra, tu cuerpo propagado,


lo que fue alguna vez
la amistad entre
nosotros.

¡Amor!
Amor alto y derribado.

27
Tiempo de amor y soledad

Herib Campos Cervera


Poeta paraguayo

Y he estado nueve noches bajo el abierto cielo,


arañando la tierra, para calmar la sangre,
y adelgazando el grito de mi voz encerrada;
mientras el viento amargo se llevó brizna a brizna
este perfil de sombras de mi cuerpo en tinieblas.

Y luego te he entregado, noche mía, la sangre.


La sangre. Sí: la sangre. La sangre que solloza
por túneles azules su vida equivocada;
la sangre, que no quiere desintegrar su grito,
porque es el fundamento de la Flor y del Canto.

Y luego di mi frente. Tras su mármol tranquilo


vivió el furor del sueño su tormenta diaria,
sin que una sola arruga marcara su oleaje;
ni el pensamiento puro lo anegara en su sombra
al horadar mis sienes su vertical tortura.

Y ahora, son los ojos: los taciturnos ojos,


donde guardaba el alba sus pétalos de estrellas;
los ojos de agua clara, donde iban las gacelas
a buscar mansedumbre para su sed de fuga.

Y también va la piedra, ya muda, de los labios:


los labios ya besados por muertes numerosas.
Y los pies marineros, llagados de caminos;
el corazón ausente y el pecho amanecido.

¿Después? -Después, la mano: la calcinada mano,


marcada en su pecado con un buril de fuego;
la mano que no quiso pagar su duro crimen
de haber asido un sueño con sus garfios de carne.

¿La visteis algún día flotar sobre las cosas,


-pájaro alucinado, que aprisiona en su pico
luciérnagas azules que mueren de su fuego?
Después de nueve noches, sus lirios fatigados
-sin memoria y sin nombre- se volvieron recuerdo.

Todo se te reintegra: noche profunda y alta.


La tremenda parábola ya no se apoya en Ti;
y aquel temblor de siglos que me entregaste un día,
aquietó, al fin, por siglos también, su inenarrable,
28
desesperada angustia de ser humanidad.

Un día, desde el fondo caliente de la tierra


-seno eterno de Madre, que pare su cosecha
con una indiferencia de sexo apaciguado-
saldrá el rosario triste de mis huesos dolidos,
libres ya del espanto de su cárcel de vida.

Y nunca más la dulce canción que dio belleza


al peregrino tránsito por la prisión de piedra;
nunca más el lamento secreto de la flauta
encenderá en la tarde su rústico llamado.

Pero será otra vida. Sí: otra vida. Distinta.


Despojada del largo castigo del recuerdo.
Un árbol o una piedra: algo que mire al Tiempo,
mudo y sordo y sin ojos, por una Eternidad.

29
Todos los días

Ingeborg Bachmnn
Poetisa austriaca

Ya no se declara la guerra,
se prosigue. Lo inconcebible
se ha hecho cotidiano. El héroe
permanece alejado de los combatientes. El débil
ha avanzado hasta las zonas de fuego.
El uniforme de diario es la paciencia,
la condecoración, la mísera estrella
de la esperanza sobre el corazón.

Se concede
cuando ya no pasa nada,
cuando el fuego nutrido ha enmudecido,
cuando el enemigo se ha hecho invisible,
y la sombra del armamento eterno
oscurece el cielo.

Se concede
por abandonar las banderas,
por el valor ante el amigo,
por revelar secretos indignos
y desacatar
toda orden.

Versión de Arturo Parada

30
Refrán

Alfonso Gumucio Dagron


Poeta boliviano

El que a hierro mata


tiene cien años de perdón.
Al menos, tiempo de sobra
para gozar estafas millonarias,
malversar la memoria,
limpiar la sangre seca
en el libro arrugado de la historia,
recibir incluso algún honor,
un cóndor desplumado,
homenajes póstumos, varios.

31
Una fragata, con las velas desplegadas

José Lezama Lima


Escritor cubano

Las velas se vuelven


picoteadas por un dogo de niebla.
Giran hasta el guiñapo,
donde el gran viento les busca las
hilachas.
Empieza a volver el círculo
de aullidos penetrantes,
los nombres se borran, un pedazo
de madera ablandada por las aguas,
contornea el sexo dormilón del alcatraz.
La proa fabrica un abismo
para que el gran viento le muerda los
huesos.
Crecen los huesos abismados,
las arenas calientan
las piedras del cuerpo en su sueño
y los huevos con el reloj central.
El alción se envuelve en las velas, las velas se despedazan
entra y sale en la blasfemia neblinosa. en la blancura transparente del oleaje.
Parece con su pico Una fragata
impulsar la rotación de la fragata. con todas sus velas presuntuosas,
Gira el barco hacia el centro gira golpeada por un grotesco Eolo,
del guiñapo de seda. hasta anclarse en un círculo,
Sopladas desde abajo azul inalterable con bordes amarillos,
en el lente cuadriculado de un prismático.
Allí se ve una fingida transparencia,
la fragata, amigada con el viento,
se desliza sobre un cordel de seda.
Los pájaros descansan
en el cobre tibio de la proa,
uno de ellos, el más provocativo,
aletea y canta.
Encantada cola de delfín
muestra la torrecilla en su creciente.
Hoy es un grabado
en el tenebrario de un aula nocturna.
Cuando se tachan las luces
comienza de nuevo su combate sin
saciarse,
entre el dogo de nieblas y la blancura
desesperadamente sucesiva del oleaje.

32
Vigilia de la sangre

Rogelio Sinán
Poeta panameño

Te has hundido en mis venas nutriéndolas de yodo


por sencillo milagro: tu mejilla en mi mano.
Y he levantado el ancla para surcar la noche
salomando banderas y mordiendo el espacio.

¡Qué dolorosamente crece, dentro, una imagen,


a medida que la otra disminuye en el tiempo!
Y el oleaje de sangre palpitante y salada
me sacude, me azota, me sumerge en silencios.

Inevitablemente dejo caer mis velas


refrescando desiertos y superando labios.
Y reclino las jarcias deletreando bonanzas,
pero el océano hierve nostálgico de abrazos.

Se adelgazan las sombras fijando una esperanza


que ofrece, pequeñitas, las estrellas del goce.
Y, apartando vigilias, quizás ancle en el sueño
con el mástil clavado vanamente en la noche.

33
Invierno

José Adán Castelar


Poeta de Honduras

Todavía la lluvia oscurece la luz


y extrae, de pozos y rincones, husmos
y fumadores.
Las pláticas escuchadas bajo el ramaje
de la triste estación, son ella misma. Y los gestos
y vestuarios son nuestro tiempo uniformado.
El sol, es nostalgia en la ventana
y, como un dios, es recordado por los que fueron
niños en la sombra.
Los árboles son como su propia
tiniebla de pie, y un silencio
de piedras les aplasta el follaje.
Por un largo tiempo las plantas heliófilas
y los asmáticos soportarán la ruina,
y los sueños, como el petrel, volarán lejos.
Ah el invierno, cómo apagará lámparas y ojos,
cómo extiende, sobre el significado
de los seres y las cosas, la humedad
de la antigua derrota,
las cenizas de los héroes muertos.

34
Era también de fuego...

Rubén Bonifaz Nuño


Poeta mexicano

Era también de fuego:


sobre el tizón, hirientes, casi diáfanas
violetas duras a los ojos,
coronadas de oro. De esto era,
de esto se construía bajo el humo.

También como de alas en asalto;


pluviales hojas enjambradas,
arboladuras de reloj a vela.

Y en vela yo, sumiso y vigilante


a la corriente en que me estoy hundiendo.

Buscando quién me soy cuando soy este


sabor labiodental, que sobrenada
entre las redes del aroma;
estos golpes de tacto en somnolientas
aguas desembocando; quién me nace
—póstumo ya— si la serpiente
de música enjoyada quiebra
el cascarón, y adelgazándose
—sensual, bicéfala y exacta—
cruza la puerta doble del oído.

35
El día se despide

William Ospina
Escritor colombiano

Con ese azul nocturno


que llena todo el cielo,
con esa bruma de azafrán y de oro
sobre las irreales colinas del oeste,
el día se despide.

Nadie escapa al ocaso vehemente


que condena a belleza lo sórdido y lo triste;
yo mismo he detenido mi fatiga
en esta esquina donde
como ríos parecen despeñarse las calles.

La luz azul de un auto blanco,


su lúgubre sirena,
dicen que alguien se muere por estas calles vivas
y se apagan las letras menudas de los diarios
y una patrulla se hunde por los barrios violentos.

El día se despide.

Nadie sufre bastante


para apagar este zafiro inmenso.
Serenos, como ancianos que no temen la muerte,
vemos el mundo virgen que sobre eras de furia
dulcemente se apaga,
y una vez más el miedo se resigna a la sombra.
Por la acera, a mi lado,
el alterno sonido de un bastón inseguro,
y un hombre ciego
habla con negros párpados de este ocaso imposible
que centellea y que declina.
Conmovidos sentimos que en el cielo sin dioses
triunfará la tiniebla.

Más oscuro el azul. La luz más roja y última.

Ya la primera estrella.

36
Defensa contra de la noche

Fazil Hüsnü Daglarca


Poeta turco

Este hombre está muerto y ausente pero


el tiempo no se desplomó en el suelo mucho rato.
Le entregamos la vida de ese hombre a los árboles.
¿A quién le pertenece su corazón?
Este hombre está muerto y ausente pero
no podíamos apartarnos de su lado.
En el interminable lamento de nuestras noches,
¿por qué esta palidez nunca disminuye?
Este hombre está muerto y ausente pero
el río aún no se atreve a decirlo,
y su fe, como pájaros gloriosos,
es capaz de llevárselo lejos.

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