Como Ensen Amos A Leer. Cap. 1
Como Ensen Amos A Leer. Cap. 1
Como Ensen Amos A Leer. Cap. 1
RESPUESTAS EDUCATIVAS
SERIE AULA
CÓMO ENSEÑAMOS A LEER Y A ESCRIBIR
Propuestas, reflexiones y fundamentos
Hugo Salgado
Lev S. Vygotsky
La gran tentación
CAPÍTULO I
Goethe
¿A qué se debe esta irresistible tentación de iniciar el aprendizaje de la lengua escrita con
la enseñanza de las letras?
La razón parece ser muy simple, con una lógica casi matemática ("exacta") y
aparentemente irrefutable:
a) Para leer y escribir es imprescindible conocer las letras. (No hay duda: sin este
conocimiento, la lectura y la escritura no pueden llevarse a cabo.)
c) Necesariamente debemos enseñarle las letras, para que de ese modo logré el
conocimiento deseado.
2. De la A a la Z
Como las letras son varias, se nos puede presentar un pequeño problema didáctico: ¿en qué
orden las vamos a ir mostrando? Por supuesto, no se trata de un problema muy difícil de
resolver. Gracias a los amplios conocimientos que nosotros tenemos de nuestro sistema de
escritura, podremos superar este inconveniente con gran sencillez, siguiendo el orden
convencional que nuestro alfabeto determina: comenzaremos por la A (a), seguiremos con la B
(be), luego aparecerá la C (ce), más adelante vendrán la efe, la hache... hasta llegar por fin a la
zeta.
Resuelto ya el orden que seguiremos, se nos plantea la cuestión de su presentación: ¿cómo le
mostramos a Ina las distintas letras de nuestro alfabeto, para que pueda ir aprendiéndolas sin
dificultad?
Si queremos afinar un poco más nuestra estrategia, tenemos la posibilidad de recurrir a ciertas
ilustraciones que resulten más atractivas y que despierten su interés. Podemos, por ejemplo, utilizar
láminas que permitan identificar fácilmente las letras, a través de distintas imágenes que evoquen
CAPÍTULO I
sus nombres.
L elefante
1 elefante
De este modo, apelando a nuestro ingenio, Ina tendrá la posibilidad de ir descubriendo todas y
cada una de las letras que conforman nuestro abecedario, con sus respectivos nombres.
A medida que vayamos enseñando las letras, podremos ir mostrando las posibles
combinaciones entre ellas (por ejemplo, para formar distintas sílabas) o proponer que se vayan
"escribiendo" las primeras palabras.
Sin embargo, son muchas las posibilidades de que no sea así, que no logre establecer esa
relación entre el nombre de la letra, su valor sonoro y el significado del conjunto en la palabra.
Puede suceder que se quede en un deletreo carente de sentido, es decir, en la mera acción de ir
pronunciando por separado las letras que conforman las palabras, y no consiga reconocer el
significado de esos vocablos, significado que sin duda conoce, por ser hablante de la lengua.
CAPÍTULO I
Si comprobamos que estamos corriendo el riesgo de fracasar, nuestro compromiso profesional será
reflexionar en torno a cuál pudo haber sido nuestro error.
Quizás haya habido más de uno, pero el que surge con total claridad es el hecho de que el nombre de
las letras es un elemento que, sin duda, puede perturbar —más que favorecer el proceso de
aprendizaje que pretendemos desarrollar.
Es cierto que las letras tienen nombres, incluso hay algunas que tienen más de uno:
v: ve o uve
y: ye i griega
z: zeta o zeda
También sabemos que muchos de esos nombres contienen el valor sonoro que suele representar la
letra:
● i: su nombre /éle/ contiene en su interior el sonido (fonema) al cual la
letra trata de representar
Pero no podemos ignorar que esto no sucede en todos los casos, ya que hay algunos nombres
que sólo lo contienen parcialmente:
● g: /je/ Su nombre encierra el sonido al que la letra representa en la escritura de,
por ejemplo, "gente" (/ jénte/); pero no contiene el sonido suave al que
representa en la palabra "gato" (/gáto/).
Para solucionar este problema tendríamos que pensar en la posibilidad de llamar a una ge y a la
otra gue.
● c: /se/o/ze/ Este nombre tiene el sonido al que representa en la escritura de
"cielo" (siélo/ o /ziélo/, según cuáles sean nuestras propias características
dialectales de pronunciación); pero no consigna el valor sonoro que esta letra
tiene en la escritura de, por ejemplo, "casa" (kása). Para superar este
CAPÍTULO I
distinto, por ejemplo, de los que se pueden representar mediante la letra c sola. De este modo,
la qu, la rr o la Il también son una sola letra (un conjunto de grafismos indivisibles que sirven
para representar un determinado fonema de la lengua).
En el presente trabajo utilizaremos el concepto de letra en esta última acepción; por
consiguiente, para nosotros, una letra será toda representación gráfica (que puede estar
formada por uno o dos grafismos) de un fonema de nuestra lengua.
Como se puede observar, las letras y sus nombres configuran un contenido al parecer bastante
más complejo que el que intuitivamente podríamos haber llegado a presuponer en un principio.
Más allá de esta dificultad, la enseñanza de tal contenido puede hacer que Ina, ante un texto
impreso, vaya pronunciando el nombre de cada una de las letras que forman la escritura de un
vocablo, o bien necesite ir tomando al dictado los nombres de cada una de ellas para poder
escribir la palabra que desee. En ambos casos, se trata de una práctica que, sin duda alguna,
puede perturbar cualquier tipo de lectura o escritura.
Debido a este inexorable "inconveniente", la estrategia de enseñar las letras a través de sus
nombres ha sido totalmente abandonada en las cuestiones didácticas actuales; nadie hoy ni
siquiera se plantea este tipo de actividad, pues al parecer todos hemos descubierto que no
resulta nada conveniente comenzar la alfabetización a través de un recurso semejante.
Por supuesto, ahora usted podrá decir: "Si éste es un método totalmente abandonado, ¿para
qué me hicieron leer estas páginas? Este trabajo no pretende hacer un rastreo histórico de
métodos en desuso; pero sucede que la realidad educativa con la cual convivimos diariamente
demuestra que estos recursos, si bien no son instrumentados actualmente de manera
sistemática, no resultan tan inusuales en las prácticas cotidianas de la clase, cómo se podría
llegar a suponer.
Aunque el tiempo transcurrido nos haya servido para demostrar que la enseñanza de las letras
a través de sus nombres no resulta adecuada, aún hoy podemos entrever esta antigua
estrategia en muchas de nuestras aulas. No es extraño que se intente comenzar la
alfabetización a través de la enseñanza inicial de las vocales, como veremos más adelante,
donde lo que aparece es su nombre (la a, la e, etcé- tera). Por otra parte, es bastante frecuente
encontrar en las paredes de numerosos salones escolares láminas con el abecedario, a veces
simplemente escrito a mano o con las letras impresas, otras veces con letras "decoradas" o
ilustraciones alusivas. Todas estas prácticas que de una u otra manera presentan el alfabeto
completo son una clara señal de que la tradición de enseñar las letras (y sus nombres) aún no
se ha perdido.
¿Por qué? Porque, a pesar de todo lo dicho, el nombre de las letras sigue siendo un aspecto
con el cual el docente y el alfabetizador deben enfrentarse tarde o temprano, en más de una
oportunidad. A veces, porque se trata de una información que Ina trae de su entorno
extraescolar (alguien le enseñó el nombre de las letras); otras veces, por- que se nos "escapa"
a nosotros mismos, en nuestras conversaciones en la clase: "Ah sí, ésa es la eme." "Mira bien:
¿es una che o una ye?".
Es por este motivo que, más adelante (§ 33), volveremos sobre el tema y nos ocuparemos
CAPÍTULO I
especialmente del problema que puede plantear el nombre de las letras en el proceso de
alfabetización inicial y cómo enfrentarlo.
El análisis que acabamos de efectuar nos ha permitido descubrir que el nombre de la letra no
favorece el aprendizaje (más bien, puede dificultarlo); sin embargo, esa no es causa suficiente
como para superar la "gran tentación": Ina tiene que aprender las letras, porque si no sabe las
letras no puede leer ni escribir.
Ya que el nombre de las letras puede ser un elemento perturbador del proceso de aprendizaje,
habrá que buscar otro tipo de estrategia: se las enseñaremos a través del sonido (fonema) al
cual representan y no a través del nombre con el cual se las designa. ¡Ya está!
Para eso podremos comenzar con aquellas letras en las cuales el nombre y el fonema
coinciden, es decir, las vocales. En efecto, al enseñar la a, la e, la i, la o y la u, su nombre no
es otro que el fonema (el sonido) de la lengua al cual representan; por lo tanto, podremos
comenzar con ellas y postergar la aparición de las consonantes (que son las que plantean el
problema de su nombre) para más adelante.
Iniciamos, pues, la presentación de las cinco vocales a través de diversas actividades.
1. La forma más sencilla y directa es presentar una lámina con la letra en cuestión.
Para que la presentación no quede en un mero reconocimiento visual, es decir, para que Ina no
se limite tan sólo a "mirar" lo que le estamos enseñando, podremos agregar algunos renglones
para que los complete con los correspondientes trazados e inicie ya, de este modo, sus
primeras "prácticas de escritura". Dado que en nuestro medio utilizamos comúnmente cuatro
variantes gráficas (mayúscula, minúscula, imprenta y manuscrita), podemos proponer una
CAPÍTULO I
a a
2. Si no queremos que la presentación sea tan austera y formal, podremos recurrir a las
ilustraciones. Bastará para ello con buscar cinco palabras que comiencen con cada una de las
distintas vocales y que sean fácilmente evocables a través de un dibujo; por ejemplo: anteojos,
escalera, imán, oso, uvas.
A E I O U
Sea cual fuere la forma que elijamos para "presentar" las vocales, las actividades que
podremos proponer, además de completar un renglón con el trazado de cada una de ellas,
como vimos recién, pueden ser, por ejemplo:
a) Recortar de diarios, revistas o folletos las letras enseñadas, pegarlas en el cuaderno y al
lado copiarlas algunas veces.
b) Hacer lo mismo con palabras en las cuales aparezca la letra enseñada. Buscamos en diarios
o revistas palabras que tengan a. Las recortamos y las pegamos en el cuaderno. Luego
coloreamos, remarcamos o destacamos de algún modo todas las( a) que aparezcan.
c) Entregar pequeñas fichas impresas en las que, siguiendo las flechitas o uniendo los puntos
con un trazo continuo, Ina pueda descubrir cuál es el recorrido que debe seguir
(bien por sus bordes) en sus distintas tipografías y/o diversos tamaños en que aparezca: las
gordas y grandotas de los títulos, las dimi- nutas de los avisos clasificados, las escritas a mano
alzada por algún humorista en los chistes o las adornadas y exóticas de alguna marca registrada
en alguna publicidad. Luego se podrán pegar todas las letras en el cuaderno, agrupadas u
ordenadas según distintas consignas. Dibujamos algunas figuras y hacemos que se peguen
adentro o afuera; trazamos una línea en la hoja y pedimos que se coloquen arriba o debajo de
dicha marca, o a la derecha o a la izquierda. También podemos proponer que se vayan
ordenando de las más grandes a las más pequeñas, o hacer que se coloquen las minúsculas
dentro del diagrama y las mayúsculas afuera.
Una observación de esta realidad con la que trabajamos día a día, aunque no sea demasiado
rigurosa, nos permitiría descubrir fácilmente que el "problema" de la direccionalidad no le impidió
a María (de 5 años) aprender a escribir y contarnos que su árbol está cerca de su casa, aunque
CAPÍTULO I
También hay quienes afirman que la motricidad fina es una condición para poder escribir; en
efecto, nos resultaría muy difícil imaginar a un bebé, o a una criatura muy pequeña, con un lápiz
en la mano, cuidando cada uno de sus movimientos, para escribir una serie de palabras sobre
esos imperceptibles renglones de la hoja. Todos conocemos perfectamente la dificultad que
manifiestan para realizar estos movimientos "de precisión".
Lo que cabría preguntarnos en este momento es si la destreza motriz es una condición necesaria
para la alfabetización.
¿Será acaso que los sujetos con trastornos motrices (leves o severos) no pueden alfabetizarse?
Si Ina no logra seguir el trazado de las flechas, no recorta prolijamente por borde la letra del diario
o al rellenarla con color se sale de sus límites, ¿será una señal de que no podrá aprender a leer y
a escribir?
Hasta el momento no conocemos ninguna investigación que haya podido demostrar semejante
relación. Antes bien, la realidad cotidiana del aula nos demuestra diariamente lo contrario: muchos
de nuestros pequeños alumnos y alumnas no logran un motricidad fina (sus trazos son "torpes";
sus "bordeados", grotescos) y, sin embargo, un buen día aprenden a leer y escribir.
También podemos encontrarnos con jóvenes o adultos capaces de realizar trabajos manuales
con prolijidad y precisión y, sin embargo, no han podido alfabetizarse. Por consiguiente, cabría
preguntarnos si esa tan anhelada destreza motriz es una condición suficiente como para lograr la
alfabetización.
Frente a todas estas realidades, pues, pareciera ser que no existe mayor relación entre el
conocimiento que se requiere para poder leer y escribir (es decir, la capacidad cognitiva que
implica el aprendizaje inicial de la lengua escrita), y la habilidad o la destreza motriz del sujeto.
Entonces, ¿a qué se debe la tradicional insistencia en estas reiteradas prácticas manuales? ¿Para
qué vamos a hacerle recortar letras, colorearlas, remarcarlas, ubicarlas aquí o allá, dibujarlas,
orientarlas hacia un lado o hacia otro, picarlas...?
Creemos que todas estas prácticas tienen un objetivo común: lograr que Ina trabaje, se
entretenga y, quizás, hasta se divierta recortando y pegando papeles de colores, para que no se
le ocurra ni siquiera sospechar que, en definitiva, le estamos proponiendo una práctica mecánica,
repetitiva y, peor aún, carente de cualquier tipo de significado.
0
8. Enfrentando las consonantes
Una vez que Ina sabe reconocer ya las cinco vocales y, de una u otra manera, las ha trazado,
recortado o remarcado repetidas veces, podremos comenzar con la enseñanza de las
consonantes.
Se nos presenta, entonces, un primer inconveniente didáctico: la enseñanza previa de las cinco
vocales ha alterado el orden que las letras tienen en el alfabeto; por lo ya tanto, ¿qué orden
seguiremos para presentar las consonantes?
Una posibilidad sería mantener el ordenamiento dado por el abecedario, eliminando las vocales,
con lo cual nos quedaría la siguiente secuencia: b, c, ch, d, f, g, h, j... z; pe- ro la práctica áulica
puso de manifiesto un inconveniente bastante serio.
Con la b no habría mayores problemas: le diremos a Ina que esa es la /b/; no la /be/, por supuesto
(porque ése es el nombre), sino la /b/, fonema al cual representa. Pero cuando pasemos a
enseñarle la c, ¿qué le diremos?
Es la /s/ o la /z/ (según cuáles sean nuestros hábitos de pronunciación) en cena y cielo, por
ejemplo; pero ese también es el sonido de otra letra (la s y/o la z, según los casos) en cualquier
CAPÍTULO I
En cuanto a las actividades que se pueden proponer, sería cuestión de releer las sugerencias
dadas para trabajar con las vocales (§ 5). Así, por ejemplo, supongamos que presentamos una
lámina con el dibujo de un nene y las distintas variantes caligráficas de la letra N. Luego
podremos hacer que se busquen en diarios o revistas palabras con dicha letra; que se recorten,
rellenen o coloreen; que se complete un renglón con sus diferentes trazados; etcétera.
También ya podremos proponer que se vayan armando sílabas en base a las vocales aprendidas
(na, ne, ni, no, nu, an, en, in, on, un) o se lean y se escriban algunas palabras en cuya escritura
intervengan los elementos conocidos (ne- ne, nena, nono, enana, unen, uno, ananá.....).
Con este nuevo ordenamiento, aparentemente se puede superar el problema de la presentación,
aunque bien sabemos que los inconvenientes subsisten, sólo que los tendremos que enfrentar
más adelante.
Sin embargo, el hecho de haber descartado el nombre de la letra y utilizar en su lugar el fonema al
cual representa, es decir, su valor sonoro, nos plantea otro problema: el de la pronunciación.
Al enseñar la //, la /m/, la /f/ o la /j/, podremos articular dichos sonidos en forma aislada sin
demasiados inconvenientes; podemos hacer como la vaca (/mmm.../) o como cuando apagamos
las velitas de una torta /fff...). Pero al tener que presentar la /b/, la /t/ o la /p/, su articulación
aislada se ve bastante dificultada. No resulta nada sencillo, por ejemplo, pronunciar el sonido /k/
sin "apoyar nos" en alguna vocal.
CAPÍTULO I
convirtiendo la conocida hormiga en una insólita /jormíga/. (Recuerdo a un simpático profesor que
en la vieja escuela normal nos dictaba /porej j j...émplo/, casi escupiéndonos esa /jjj/, para que
supiéramos con qué letra escribir la palabra, y no se nos ocurriera escribir 'por egemplo'.)
Las letras van apareciendo así ante los ojos (y los oídos) de Ina, sin darnos demasiada cuenta
quizá, como las que determinan el sonido de la lengua, que no siempre coincide con su forma
habitual de articularlos: son muchos los dialec- tos que manejamos los hablantes del español y
cada uno de ellos pueden tener distintos tipos de pronunciaciones. ¿Estaremos enseñando las
letras para que todos los hispanohablantes articulemos los mismos sonidos? ¿Acaso estamos
pretendiendo modificar nuestros propios hábitos de pronunciación?
¡Cuidado! Si aprender a leer implica descubrir que “hablamos mal"; si aprender a leer nos
obliga a renegar de nuestras propias características articulatorias; si aprender a leer exige
realizar tantos esfuerzos de pronunciación; si aprender a leer es, en suma, algo tan extraño a
nuestro lenguaje cotidiano... ¿cómo haremos para que dicho aprendizaje aparezca como algo
valioso, significativo y placentero?
Una nueva luz roja se nos enciende en el camino: sin darnos cuenta, podemos estar corriendo
ciertos riesgos que bien podrían hacer fracasar nuestros esfuerzos por lograr la alfabetización.
Pero sigamos sorteando las luces rojas, pues aún nos queda otro aspecto pendiente.
Sin embargo, cabe la posibilidad de que, pese a nuestros denodados intentos por articular
aisladamente el "valor sonoro" de las letras, subsista un problema similar al planteado inicialmente.
¿Podrá Ina reconocer en esa esforzada articulación oral que hace en /p/-/e/-//-//-/t/-/a/ el tan sencillo
CAPÍTULO I
trabajar más palabras: pipa, puma, pomo, mamá ama a papá o papá mima a mamá... Poco a poco,
gradualmente (y "mimándonos" unos a otros), Ina irá descubriendo todas las posibles sílabas que se
articulan en nuestro idioma. Incluso cabe la posibilidad de que se divierta, jugando con los sonidos
de la lengua. Para ello podremos presentar las secuencias silábicas en sus posibles variantes y
promover su "lectura" en sentido horizontal o vertical:
me - mi
ma
·
me -
mi-mo- mu
-
mo-mu- ma
mi - mo
o bien
mu - ma
-
me
mo
- mu
ma
-
me
-
mi
mu
-
ma
me-mi-mo
-
-
1
-
pu- po - pi - pe - pa po - pipe - pa - pu pipe - pa - pu - po
-
-
-
pe-pa-pu - po - pi
-
-
pa pu - po - pi- pe
CAPÍTULO I
Esta estrategia de enseñanza silábica, además de jugar con los sonidos y poder así atraer el interés
de Ina (interés por el juego mismo, más que por el significado), también permite superar aquel
inconveniente que se presentaba con las letras que pueden representar a más de un fonema. Así,
por ejemplo, al tener que enseñar la letra c, podremos mostrar, por un lado, las posibles sílabas ca,
co, cu y, por el otro, ce, ci. De un modo similar, con la g podremos enseñar, por una parte, ga, go, gu
y, en otro momento, ge, gi. Como se puede apreciar, se trata de ir enseñando sílabas "directas",
formadas por una consonante y una vocal. Pero esta mostración deberá ser complementada en
algún momento con las sílabas "inversas" (vocal + consonante) que Ina también deberá aprender.
Así como enseñamos sa, se, si, so, su o la, le, li, lo, lu, también deberemos enseñarle as, es, is, os,
us y al, el, il, ol, ul.
Por otra parte, este tipo de mostración de sílabas “simples" (vocal + consonante o consonante +
vocal) deberá complementarse necesariamente con la enseñanza de sílabas "complejas"; es por ello
que tendremos que seguir luego con los tradicionales "grupos consonánticos" y mostrarle a Ina las
sílabas bla, ble, bli, blo, blu; tra, tre, tri, tro...
=
En suma: como si se tratara de un procedimiento acumu- lativo (letra + letra sílaba; sílaba + sílaba =
palabra; palabra + palabra = oraciones...), iremos mostrando todas y cada una de las diversas
sílabas posibles del español esperando que, en cierto momento, Ina descubra el "secreto" de
nuestra escritura (que no es silábica, sino alfabética) y ya no sea necesario entonces tener que
enseñarle también sílabas tales como blas, obs, clep, trans y tantas otras similares, que esperamos
que pueda ir descubriendo por sus propios medios.
CAPÍTULO I
Pese a todos nuestros esfuerzos por "dosificar" la enseñanza, sin embargo no logramos superar
todas las posibles
dificultades.
Así, por ejemplo, al enseñar por sílabas la letra r, deberemos tener en consideración el lugar en que
aparezca dentro de la palabra, pues las sílabas ra, re, ri, ro, ru no "suenan" igual en pe-ra, cu-re, ca-
ro... que en ra-tón, re-loj, ro-jo...
¿Cómo leerá Ina entonces palabras como re-ja, pa-re- dón o al-re-de-dor, si para ello va
descomponiendo cada una de sus sílabas?
sílabas, pero la sílaba "tra" no se aprendió. Y por lo visto el conocimiento aislado de las tres letras
que conforman esta sílaba no alcanzar
para darse cuenta de cuál debiera ser su escritura; a tal punto que ya no se reconoce tampoco el
resto de la palabra (la sílaba "po" final de "trapo" la podía haber reconocido, sin embargo no la
produjo).
Esta situación nos lleva a pensar si, "enseñando por sílabas", estamos favoreciendo o dificultando el
aprendizaje.
Sabemos que nuestro sistema de escritura, el código convencional que Ina debe aprender, es un
sistema alfabético y no silábico; dicho de otro modo, lo que debe descubrir es que cada una de las
letras sirve para representar los fonemas que se articulan en la pronunciación de la palabra y no las
sílabas en que se las puede dividir. Por consiguiente, cabría preguntarnos para qué hacemos tanto
hincapié en la enseñanza de las sílabas.
Además de esta contradicción entre la forma de "mostrar" las letras y la función que éstas
desempeñan en nuestro sistema de escritura, queda pendiente otro aspecto sumamente importante:
seguimos enseñando que "leer" es descifrar sonidos escritos, no ya fonemas, sino sílabas, pe- ro
"sonidos" al fin, independientemente del significado que pueden o no transmitir.
13. Un proceso basado en la limitación
Pero más allá del análisis efectuado hasta aquí, es posible descubrir un común denominador en
todas estas propuestas que venimos analizando.
Todas ellas dosifican la enseñanza a tal punto que obligan a una limitación permanente en el uso de
la lengua: no podremos leer o escribir más que un conjunto limitado de letras, sílabas o palabras, en
la medida en que vayan siendo enseñadas. Si aprendimos las vocales y la m, podremos decir que
amo a mi mamá; si ya sabemos también la p, podremos también descubrir que amo a mamá y amo
a papá; pero... ¿cuándo podremos expresar con entera libertad todo lo que deseemos!
Es algo así como si, en lugar de aprender a controlar los libres movimientos de
nuestras extremidades para llegar a utilizarlas adecuadamente, tuviéramos que
aprender a quitarnos la faja o el corsé, para llegar por fin a movernos tal
como se nos antoje.
¿Logrará Ina tener la paciencia suficiente como para ir "luchando" contra el corsé de
las letras o las sílabas? ¿Dará el salto necesario para pasar de una decodificación
sonora de las sílabas a la comprensión del significado que la escritura de la palabra
transmite? ¿Podrá darse cuenta de que esos sonidos no son otros que los que
cotidianamente emplea al hablar y al comunicarse libre y significativamente con
todas las personas que le rodean?
Es probable que lo haga, muchos lo han conseguido.
Pero también puede suceder que no lo logre, que sus energías se agoten en la
inicial lucha estéril contra las li- mitaciones impuestas, que se quede en un intento de
reproducir sonidos (fonemas o sílabas) carentes de significado y, por consiguiente,
comience a sospechar que "leer" es una actividad sin demasiado sentido.
CAPÍTULO I
Reiteramos la lectura algunas veces, proponemos que Ina se anime a “leerla", tal como lo hicimos
nosotros, y por último podemos hacer que la copie en el cuaderno para memorizar (o no).
Lo mismo podremos hacer con algún texto breve, una "lectura" formada por oraciones cortas: la
leemos nosotros, hacemos que se vaya leyendo conjuntamente en voz alta, la repetimos varias
veces, para favorecer su memorización, vamos señalando las palabras a medida que las leemos,
luego podemos proponer que se copien algunas veces ciertas palabras o las oraciones enteras.
Finalmente, hacemos que se estudie y, unos días después, evaluamos si se recuerda o no.
CAPÍTULO I
Así, como sin que nadie se dé cuenta, Ina podrá ir des- cubriendo visualmente las palabras,
copiándolas para su memorización y práctica, repitiéndolas (como la escritura de su nombre en
todos los trabajos diarios que realice) o viéndolas nuevamente en otras oraciones:
Hoy es lunes.
Yo quiero aprender a leer y escribir. -¿Dónde dice "lunes"?
"leer".
A ver si reconocemos dónde aparece la palabra
El lunes llovió todo el día.
Me gusta leer y escribir.
Este lunes herví agua.
Vamos a leer a la plaza.
Muchos niños suelen aprender de un modo semejante en sus propios hogares.
Cuando la mamá, el abuelo o los tíos les van leyendo varias veces un mismo texto y van señalando
con el dedo a medida que leen, hay niñas y niños que logran hacer lo mismo y, sin que nadie se
llegue a dar cuenta, un buen día terminan aprendiendo a leer "solitos".
Es cierto, es una estrategia posible; de hecho, hay quienes lo han logrado. Pero, ¿podrá hacerlo
Ina?
Obsérvese que, si bien ya no estamos enseñando letras sueltas, seguimos impulsados por la gran
tentación de enseñar esos "dibujitos" (conjuntos de letras formando palabras o frases).
Pareciera ser que para lograr este aprendizaje se debiera ir recordando todas y cada una de las
palabras que van apareciendo, como si se tratara de ideogramas; es decir, esos símbolos que en la
escritura de ciertas lenguas significan una palabra o una frase determinada, pero que no tienen
ninguna relación con la posible representación de cada una de las sílabas o fonemas que se
emplean para pronunciarlas.
Hay una cuestión que no podemos ignorar: nuestra escritura no es ideográfica, sino alfabética. Por
consiguiente, lo hayamos propuesto o no lo hayamos propuesto, Ina tendrá que descubrir esa
relación propia de nuestro sistema de escritura: a tal fonema, tal letra; a tal letra, tal fonema;
etcétera.
No podrá ir almacenando en su memoria un conjunto de palabras como si fuesen imágenes
ideográficas, tendrá que descubrir la relación sonido-letra que caracteriza a nuestra escritura
alfabética.
Pensar en que es posible ir "almacenando" palabras como si se tratara de ideogramas nos llevaría a
descubrir que jamás podrá leer (o escribir) alguna palabra que no conozca o que previamente no
haya visto escrita; y sabemos que esto no es así: cuando alguien aprende el secreto de nuestro
sistema de escritura es capaz de leer o escribir cualquier palabra, por más desconocida que pudiera
resultar, o hasta inventarla.
CAPÍTULO I
Por lo tanto, Ina debe aprender el sistema alfabético, pues nuestra escritura es alfabética; y a través
de esta estrategia no estamos favoreciendo ese aprendizaje, más bien lo estamos dejando librado a
sus propias posibilidades. Cuando un niño o una niña aprenden "solitos" a leer, es porque fueron
indagando la escritura en forma libre y espontánea, y esas exploraciones le permitieron descubrir la
relación alfabética que existe entre nuestras letras y los sonidos que articulamos al hablar.
Es cierto que este tipo de propuesta tiene algo sumamente valioso que no podríamos dejar de
considerar: el hecho de presentar la escritura a través de enunciados con un significado íntimamente
relacionado con las necesidades y/o predilecciones de Ina; sin embargo, deja librado el proceso de
aprendizaje a las indagaciones espontáneas del sujeto y hace que la mediación del alfabetizador se
vea bastante limitada.
Entonces... ¿qué hacemos?
Lo mejor será plantear una estrategia "intermedia", un poco más compleja, quizá, pero sin duda más
enriquecedora. Podemos mostrar una frase o una palabra (manteniendo así la referencia a su
significado) y también podemos intervenir directamente en el proceso, procediendo al análisis de las
sílabas que la conforman y el valor sonoro de las letras que la constituyen.
De este modo partimos de algo muy valioso (la palabra y su significado), pero no nos mantenemos al
margen del proceso de aprendizaje, sino que intervenimos para ayudar a reconocer la estructura
característica de nuestro código de escritura que, precisamente, no es ideográfica.
15. De la palabra a la letra (y viceversa)
Si hemos decidido no presentar unidades carentes de sig- nificado (letras y/o sílabas sueltas), pero
nos hemos dado cuenta de que debemos intervenir para promover el análisis alfabético de la
palabra, sin el cual sería imposible descubrir el secreto de nuestro sistema de escritura, podemos
instrumentar una estrategia combinada.
Partimos de una palabra adecuadamente ilustrada para que Ina pueda "leerla" a partir del dibujo:
Para la m
BANANA
Para la n
Para la p
Para la s
Para la 1
mamá
nene
pipa
asa
Lula
ma-má
ne-ne
pi-pa
a-sa
Lu-lu
CAPÍTULO I
m-a-m-á ma-má
и-е-и-е.
p-i-p-a
a-s-a
L-u-l-ú
ne-ne
pi-pa
a-sa
Lu-la
mamá
nene
pipa
osa
Lulu
Si no queremos "limitar" las palabras, podremos trabajar con varias consonantes por vez (como en el
caso de “banana") e incluso con vocablos que apunten a las vivencias sociales de Ina (favela,
comida, salario, trabajo, riqueza).
Una vez que se va descubriendo cuál es el secreto del sistema de escritura y se van conociendo
varias letras, se podrán "generar" nuevas palabras, combinando las letras previamente aprendidas.
Pareciera ser que hemos logrado superar una serie de inconvenientes que veníamos viendo en las
propuestas anteriores:
¿Qué puede decir aquí?
Dice banana porque dice...
banana ba - na - na ^^
Así podemos leer cada letra por separado...b-a-n-a-n-a
La b con la a hacen ba; la n con la a hacen na...... Y así ba-na-na forma...
-ba - na - na banana
Siguiendo esta misma estrategia podemos presentar distintas palabras, de modo tal que terminemos
enseñando todas las letras del español.
Si lo queremos hacer "más sencillo", podemos presentar una consonante por vez, para lo cual
tendremos que seleccionar las palabras, por ejemplo:
a) Partimos de una palabra, es decir, de una unidad bastante reducida pero que remite directamente
a un significado, que Ina conoce y/o puede identificar a través de la ilustración. Ya no iniciamos la
enseñanza a partir de elementos que carecen de significado, tales como letras sueltas o sílabas
CAPÍTULO I
aisladas.
b) No dejamos librado el proceso a la intuición de Ina; no se trata de que descubra por sus propios
medios cuál es la relación que se establece entre las letras y los sonidos articulados de la palabra.
Nosotros mismos le mostramos con total claridad cuál es esa relación: cómo la palabra puede
descomponerse en sílabas, cómo las sílabas pueden descomponerse en letras, cómo esas letras
sirven para representar los sonidos de nuestra articulación oral, cómo esos mismos sonidos se unen
para conformar la sílaba y cómo las sílabas se van armando para reconstruir nuevamente la palabra.
Visto de este modo, pareciera ser que hemos llegado a descubrir cuál es la forma más adecuada y
"transparente" para que Ina pueda apropiarse del sistema de escritura de nuestra lengua. Sin
embargo, algunos problemas subsisten como, por ejemplo, el de la pronunciación habitual del
hablante.
Frente a una lámina como ésta:
Kira
CABALLO
Es muy probable que Ina diga que allí dice /kabáio/, /kabá- yo/o/kabállo/, según sus propios hábitos
de pronunciación.
¿Qué diremos nosotros cuando vayamos descomponiendo la palabra? ¿Respetaremos las
características dialectales o trataremos de enseñar una supuesta pronunciación correcta?
Más allá de esto, cuando vayamos "descomponiendo" el vocablo, ¿cómo diremos que se forma la
primera sílaba (ca)? ¿La /k/ con la /a/ (o la ce con la a)? Y cuando luego, en otro momento, aparezca
una palabra con la misma letra c pero no ante la vocal a, sino ante e o i (ce o ci), ¿diremos que
ahora es la /s/ con la /e/?
Por otra parte, seguimos presentando palabras con sílabas directas, ¿cuándo presentaremos
palabras con sílabas inversas o grupos consonánticos?
Hemos logrado superar muchos inconvenientes, es cierto, pero hay otros que Ina tendrá que
enfrentar como pueda. ¿Lo logrará?
Sabemos que muchos lo han logrado, pero no ignoramos que hubo quienes no han podido.
En definitiva, el código de escritura no es nada fácil, y las complicaciones son propias del "objeto de
conocimiento" sobre el cual estamos trabajando. Podemos pensar todas las variantes posibles como
para simplificar su presentación, pero en última instancia tendrá que ser el "sujeto de aprendizaje"
quien logre (o no) apropiarse de él.
16. ¿Lengua materna o idioma desconocido?
Llegado este punto, podríamos ponernos a pensar en
otra cosa.
Todas estas estrategias que hemos venido analizando, desde aquella vieja y perimida:
CAPÍTULO I
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CAPÍTULO I