Benjamin, Adorno, Horkheimer y La Música
Benjamin, Adorno, Horkheimer y La Música
Benjamin, Adorno, Horkheimer y La Música
Sociología de la comunicación
David Gazmuri
Profesor: Francisco Mas
El mundo mágico que se manifiesta únicamente cuando una machi se comunica con sus
divinidades a través del golpe de su kultrün es la manifestación de una lejanía a la cual no
podemos acceder como espectadores, pero sí podemos presenciarla ante nuestros sentidos, sí
podemos sentir esa energía.
De acuerdo a Benjamin; el aura hace referencia al carácter único e irrepetible de la obra de arte. El
aquí y el ahora constituye el concepto de su autenticidad. “Las obras artísticas más antiguas
sabemos que surgieron al servicio de un ritual primero mágico, luego religioso. Es de decisiva
importancia que el modo aurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue de la función
ritual. Con otras palabras: el valor único de la auténtica obra artística se funda en el ritual en el
que tuvo su primer y original valor útil” (1989).
Gracias al avance de la industrialización y la razón técnica, el ser humano comenzó a utilizar las
máquinas para producir los bienes en serie. Uno tras otro, cada uno idéntico al anterior, los
objetos son fabricados siempre guiados por los cánones de eficiencia y productividad. Al no haber
diferencias entre objetos, la equivalencia racional y la lógica del capital redujeron cada vez más a
la naturaleza y al ser humano como objetos abstractos para ser controlados. Si el mismo ser
humano se convierte en mercancía, es de esperar que la cultura no tome un camino diferente.
La industria cultural es un concepto desarrollado por Adorno y Horkheimer para referirse a la
capacidad de la economía capitalista en producir bienes culturales de forma masiva, incorporando
los productos culturales (como la obra de arte, la obra intelectual o el legado histórico) a la
dinámica del mercado y la industria.
La industria no vive del individuo, si no que de la masa. La cultura de masas pone esfuerzos en el
mejoramiento de técnicas de reproducción con el objetivo de satisfacer las mismas necesidades de
una masa de personas con bienes estándares, esto es, uniformización, homogeneización,
estandarización y producción en masa. La lógica de la obra ahora no se diferencia de la lógica del
sistema social.
Al final, el proceso de diferenciación de los productos revelan que son lo mismo, ya que todos
responden a la fórmula del éxito. Con la industria cultural, la música, el cine y la mayoría de las
expresiones artísticas son descifrables y poseen un estilo universal fundamentado en la repetición
de lo mismo, prescindiendo la innovación y la novedad.
En paralelo a la ceremonia del ngillatún, la música clásica se componía de modo de que cada uno
de sus elementos, por muy minúsculo que fuese, formara parte de un todo que es la obra. Dividida
en 4 conciertos de 3 movimientos cada uno, las Cuatro Estaciones de Vivaldi compuesta en el año
1721, trasladaba a la imaginación del oyente fuera del auditorio, al campo abierto, en donde los
pájaros saludaban con su canto a la primavera y el sol del verano hacía arder los pinos. Aquí
también se vivenciaba un acto mágico que cobraba significancia en el aquí y el ahora.
Gracias a la reproductibilidad técnica, el arte ha sido separado de su función cultual. A medida que
se seculariza el valor cultual de la imagen nos representaremos con mayor indeterminación el
sustrato el sustrato de su singularidad de la obra artística en categorías de percepción espacio-
temporal. Por primera vez en la historia universal, la reproductibilidad técnica emancipa a la obra
artística de su existencia parasitaria en un ritual (Benjamin, 1989).
Como mercancía, la obra de arte debe ser estandarizada y seguir los patrones industriales. A modo
de ejercicio, abrí Spotify, tomé las cuatro primeras canciones que forman parte de la lista de éxitos
Top 50 Chile y realicé un ejercicio de comparación musical (no importa mucho la fecha en la que se
esté leyendo esto). Las cuatro canciones, pertenecientes al género de trap/reggeaton duraban
entre 2:34 y 3:53 minutos. Todas estaban en métrica de 4/4, sus progresiones armónicas variaban
entre 2 a 4 acordes por canción, las voces siempre afinadas con autotune, las cuatro tenían una
estructura de Introducción en la que se presentaban los cantantes, el coro para captar
inmediatamente la atención de los oyentes, una o dos estrofas, de nuevo el coro, una estrofa y el
remate final (en el que volvían a repetir sus nombres). Los temas de las cuatro canciones giraban
en torno a la ostentación de bienes materiales, la cultura narco y el desamor.
Incluso canciones que quieran ser tomadas como protestas y resalten sus letras en nobles causas,
siguen siendo un producto comercializable que perdió todo su valor aurático.
Adorno, en una entrevista dada en un canal de televisión en la década de los 60, señala: “Creo, en
realidad, que los intentos por conciliar la protesta política con la “música popular” – es decir,
música del entretenimiento – están desde el principio condenados al fracaso por la siguiente
razón: toda la esfera de la música popular – incluso allí donde se disfraza a sí misma con trajes de
modernidad – es en tal grado inseparable de mercadotecnia, de miope fijación en la diversión y de
consumo, que todas las alternativas de atribuirle una nueva fusión permanecen enteramente
superficiales. Y tengo que decir que, cuando alguien se prepara, y por la razón que sea comienza a
cantar música sensible acerca de cómo y por qué la situación en Vietnam es insoportable,
encuentro que realmente es la canción la que es de hecho insoportable, debido a que se apropia
del horror de la guerra y lo transforma en algo consumible. La música popular arranca del
sufrimiento algo así como cualidades de consumo” (2007).
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De acuerdo a lo visto en las cátedras del profesor Francisco Mas, Adorno y Horkheimer plantean el
autoritarismo como una forma evolucionada del sistema capitalista de producción y la sociedad
burguesa que lo sustenta: la formalización de las relaciones sociales conforme a una racionalidad
instrumental del beneficio y la eficacia sólo necesitan unas mínimas condiciones especiales para
terminar siendo aplicadas sobre el odio y la muerte que sustentaron al régimen nazi.
En este sentido, la industria cultural elimina el papel del sujeto ya que no ha desarrollado ningún
sistema de réplica. El individuo está alienado de sí mismo y se convierte en un mero receptor,
convirtiendo a los medios de comunicación en medios de alienación cultural con un poder
omnipotente.
Los autores están sumamente conscientes de que la alta cultura alemana acabó en la inconcebible
barbarie de Auschwitz, lo que no fue el simple resultado de una manipulación si no de una
totalidad social estructurada por aquella racionalidad ilustrada que prometía hacernos libres y
autónomos. De hecho Adorno señalaba que “no se puede escribir poesía después de Auschwitz”.
El objetivo de la ilustración era el desencantamiento del mundo (2007). Pretendía disolver los
mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia. El avance del pensamiento tenía como
objetivo liberar a los seres humanos de sus temores e instalarlos como maestros. Ahora, luego de
Auschwitz, luego de Vietnam, ad portas del inminente desastre climático y de los neofascismos, de
las guerrillas digitales y de la polarización extrema de la humanidad, me pregunto si hubiese
estado mejor la vida en un mundo encantado donde el kultrün nos haga conectarnos con algo más
que lo que nuestros sentidos perciben.
Bibliografía
Adorno, T. (2007). archive.org. Obtenido de Theodor Adorno on Popular Music and Protest:
https://archive.org/details/RicBrownTheordorAdornoonPopularMusicandProtest
Adorno, T., & Horkheimer, M. (2007). La dialéctica de la ilustración. Madrid: Ediciones Akal, S.A.