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Canadenca

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Hace 100 años tuvo lugar la huelga general de La Canadiense y el

fruto más importante de la misma fue conseguir la jornada laboral


universal de 8 horas. Decimos “universal” porque había sectores que
ya disfrutaban de la semana laboral de 48 horas como era la
construcción. En un principio parecería que se hubieran conseguido,
además, todos los objetivos que se habían planteado los trabajadores,
sin embargo la demostración de fuerza que realizó la CNT en
Barcelona tuvo otros efectos que anularon durante años las
conquistas que en un primer momento se habían hecho y provocó un
período negro en la historia de Barcelona. Previamente, sería
interesante resaltar algunos de los intereses de la CRT (Confederación
Regional del Trabajo de Cataluña) que se ventilaban en esta huelga.

Creo que además hay otra razón no explícita por la que ganar la
huelga era importante. El Sindicato Único era una respuesta necesaria
en un panorama de organización económica y laboral que estaba
transformando todo el universo industrial desde la segunda mitad del
siglo XIX. Los nuevos tiempos exigían una organización empresarial
compleja tanto a nivel financiero como laboral, donde el obrero
experimentado ya no era necesario y en su lugar se contrataban
peones. En consecuencia, el obrero era fácilmente sustituible y había
perdido su capacidad de parar la producción con una huelga. Una
estructura empresarial, en definitiva, a la que ya no se podían
enfrentar las viejas sociedades obreras. En la huelga se pide la
reincorporación de los compañeros despedidos, la recuperación de los
niveles salariales que había en 1918 y otras mejoras. Hasta el 17 de
febrero no se incorpora la reivindicación de la reducción de jornada a
8 horas día, o 48 a la semana. Esto se hace cuando el sector textil se
incorpora al paro. Y el gobierno estuvo de acuerdo al aceptar esta
demanda y el 3 de abril se firmó el Decreto Ley que obligaba a todo el
mundo a trabajar 8 horas por día o 48 a la semana. ¿Así de fácil?
Puede ser que no lo fuera tanto.

LA LUCHA POR LAS 8 HORAS

La lucha por las 8 horas fue una reivindicación fundamental en


todas las luchas obreras de finales del siglo XIX y principios del XX, no
solamente en España, fue algo compartido por todo el mundo
industrializado. Se dice que España fue el primer país en legalizar la
jornada laboral de las 8 horas, no es exactamente verdad sin bien fue
de los primeros.
Los inicios de la Revolución industrial provocaron muchos abusos
hacia la población obrera, especialmente en la duración de la jornada
laboral que llegaba en mucho sitios a 16 horas

En las reivindicaciones obreras del siglo XIX, la reducción de jornada


figuraba como la principal reclamación. Y así en el Segundo Congreso
de la Primera Internacional, celebrado en Ginebra en 1866, se
reclamaron en Europa los tres ocho, ocho horas para trabajar, ocho
horas para descansar, ocho para instruirse.

La idea caló en la sociedad y antes de acabar el siglo se había hecho


fuerte la opinión de que era necesario reducir la jornada a ocho horas
para poder ser eficaces en el trabajo y para reducir la incidencia de
accidente. La bandera de los tres ocho traspasó el Atlántico y en
Estados Unidos la reivindicación arraigó con fuerza. En 1869 se fundó
en Boston la “Liga de las Tres ocho. Así llegamos a 1886 y
la Revuelta de Haymarket. Los hechos tuvieron lugar entre el 1 y el
4 de mayo, los obreros pedían la reducción de jornada. El día 4 la
policía intentó reprimirlos, alguien lanzó una bomba y las fuerzas de
seguridad abrieron fuego. Estos hechos acabaron con el juicio de 8
obreros y cinco penas de muerte. Tres años más tarde, en el congreso
fundacional de la Segunda Internacional, se decidió declarar el 1 de
mayo Día del Trabajador y una jornada reivindicativa por la reducción
de la jornada laboral a ocho horas, empezaba una tradición de lucha
por la consecución de las ocho horas.

En la celebración de 1890 no se consiguió la jornada de ocho horas, a


pesar de que le sucedió una huelga general que se prolongó hasta el
12 de mayo. Lo que sí se obtuvo fue la aceptación de unas nuevas
bases de trabajo por parte de la burguesía y la reducción de la
jornada a nueve y diez horas. Todavía más cosas se pusieron en
marcha porque proliferaron las sociedades obreras y concretamente
en marzo del año siguiente, se registró en el Gobierno civil
la Sociedad Autónoma de Trabajadoras de Barcelona y su
Llano. Y el mes de abril quedaron inscritas la Sociedad de Sastras, la
Sociedad de Zapateras, La Sociedad de Cosedoras y la Sociedad de
Oficios Varios.

El éxito de la convocatoria de 1890 permitió la celebración de un


congreso en Madrid en marzo siguiente donde se reafirmaron las
posiciones en torno al 1 de mayo y la lucha por las ocho horas. A
pesar del éxito, poco después las sociedades catalanas caerán en un
letargo causado, según Pere Gabriel, por el terrorismo que en esos
años se practicó en la capital catalana y en todo el país. Durante el
resto de la década de 1890, la actividad se traslada a Andalucía y
otras partes de la Península. La reivindicación continuaba de todos
modos, y fue la principal causa de la huelga general de 1902, que
vino precedida por otra huelga en diciembre de 1901. Aunque la
protesta fracasó en 1901, se establece la jornada de ocho horas para
el sector de la construcción. Aun así, esto no impide un nuevo
derrumbe de la lucha obrera hasta 1904 cuando se fundó la Unión
Local de Sociedades Obreras de Barcelona que dos años después, al
1906, inició una campaña de agitación en demanda de las ocho
horas. No creo necesario señalar que esta reivindicación fue uno de
los puntos estrella en el congreso obrero en que se fundó Solidaridad
Obrera. 1909 y otra parada que seguramente no debía de ser tan
grande porque en agosto de 1913 se publica un Real Decreto
estableciendo las diez horas en el textil y festivo los domingos.

A partir de este momento los conflictos de los diferentes sectores


para conseguir la reducción de la jornada a ocho horas diarias o las
48 horas a la semana, son un goteo constante. En 1918, además del
sector de la Construcción, también se fija en el puerto la jornada de
ocho horas. Los cristaleros trabajaban diez. En la Fabril de Terrassa
en diciembre de 1918 se acordó con el Instituto Industrial trabajar 54
horas a la semana, 48 para el turno de noche.

Por lo tanto, antes del 3 de abril de 1919 ya había sectores e


industrias que trabajaban ocho horas. No obstante, no había una
norma general y las horas que los trabajadores dedicaban al trabajo
dependían del sector en el que trabajaran y de la empresa en la que
estuviesen contratados. La novedad de la huelga de 1919 fue que una
reclamación que salía de un sector concreto, el textil, fuera
convertida en una reivindicación para todos los obreros y que esta
reclamación fuera atendida por el gobierno.

Y a todo esto ¿qué hacían los gobiernos?

Podríamos decir que España es un país de grandes contradicciones.


La respuesta gubernamental a las protestas obreras tradicionalmente
ha sido una represión a menudo brutal, encargada a cuerpos poco
capacitados parar la protesta social, carentes de preparación y de
material para afrontarlos, con unos resultados habitualmente
dramáticos y absolutamente desproporcionados. Creo que todos
tenemos en la cabeza suficientes ejemplos y no es necesario insistir
más.

Y a pesar de todo, si miramos la legislación encontramos que los


sucesivos gobiernos le darán más atención a la cuestión obrera de lo
que pensamos.

En 1873, el diputado Antoni Carné defiende en las Cortes una


proposición de ley que fije las horas de trabajo en fábricas de vapor y
talleres. Aquel mismo año, se aprobó la ley Benot que regulaba
muchos aspectos del trabajo, especialmente los relacionados con las
mujeres y los niños. Eran los tiempos de la Primera República, un
breve paréntesis en que los dirigentes del país eran especialmente
proclives a las demandas sociales. Todo cambió con la Restauración
pues prohibió las organizaciones obreras hasta la década de los 80.
Aun así la Ley Benot no fue derogada nunca.

A pesar de este comienzo de la nueva etapa tan poco prometedor, los


sucesivos gobiernos fueron permeables a las nuevas ideas que se
habían propagado por Europa y que apoyaban las demandas obreras
de las ocho horas. El argumento que se usaba incidía en la necesidad
de un obrero descansado y que pudiera mantener la plena
productividad, y se hacía mención de que la mayoría de accidentes
tenían lugar precisamente al final de la jornada, cuando ya pesaba
más el cansancio que la noción de peligro, como ya se hemos
apuntado.

En 1881 se vuelven a autorizar las sociedades obreras y en 1883 el


Ministro de Gobernación creó la Comisión de Reformas Sociales,
precursora del Instituto de Reformas Sociales.

Esta comisión, creada a iniciativa y presidida por Segismundo Moret,


hará una encuesta muy interesante y completa. Limitándonos al tema
de las horas de trabajo que es nuestro objeto hoy, las respuestas
ponen de manifiesto una cosa que ya hemos comprobado al hablar de
las luchas obreras: la jornada laboral carecía absolutamente de
uniformidad. Las horas de trabajo dependían del oficio, la población
donde se trabajaba, la empresa…y, naturalmente, la cantidad de
pedidos. Uno de los aspectos que más merecían la atención era la
regulación del trabajo infantil. La descripción que se hace de éste es
completamente escalofriante. Pero en la misma encuesta se deja oír
el reproche, de nada servía la legislación porque no se cumplía. La
queja vino de uno de los pocos anarquistas que quisieron participar,
Juan Cordobés, y, además, reclamaba que se organizara un grupo de
trabajadores para inspeccionar las fábricas y ver si se cumplía la ley.
Este será el talón de Aquiles de todo este proceso porque la
vulneración de la ley por parte de los patrones será una constante,
desde 1900 a 1914 solo se hizo una visita en una fábrica para ver si
se cumplía el reglamento relativo a las horas de trabajo.

Segismundo Moret tras su retorno a España en 1908. Fuente: ABC.

Muy grave debería de ser este incumplimiento porque al 26 de junio


del 1902 se publica un Real Decreto sobre las jornadas de mujeres y
niños y que obliga a obedecer la ley que en el mismo sentido se había
publicado en marzo de 1900, donde se imponía una jornada de 11
horas para las mujeres.

Esta contradicción entre la voluntad del gobierno que parece


expresarse a partir de la legislación y la realidad constatada en
multitud de ejemplos queda todavía más evidente si nos fijamos en
los acuerdos internacionales, porque España los firmó todos, desde el
primero al que se llega en la Conferencia de Berlín de 1890, que se
celebró en marzo de ese año. En este encuentro los participantes
recomendaron que las jornadas de los niños no pasaran de las 6 horas
y de 11 las de las mujeres. Justamente este mismo año se prepara un
nuevo cuestionario con el título, “La limitación de las horas de
Trabajo”.

En 1900 España participa en la fundación de la Asociación


Internacional por la Protección legal de los Trabajadores que sale del
Congreso de París y que es el antecedente inmediato de la OIT. Los
trabajos y conferencias que se habían ido realizando quedaron
interrumpidos ante la inminencia del estallido de la Primera Guerra
Mundial.

La Huelga de la Canadiense se desarrolla al mismo tiempo que ya han


empezado las conversaciones de Paz a Versalles. Se sabía del interés
que había por parte de los estados integrantes de las negociaciones
en llegar a un acuerdo para recomendar la implantación de la jornada
de 8 horas y, poco después del Decreto de Romanones, el mismo
mes, se fundaba el OIT. Pensamos que es legítimo pensar que todos
estos factores influyeron en la decisión del presidente de gobierno a
la hora de tomar la decisión.

La legislación

Y, con todo, el redactado fue precipitado y dejaba muchos aspectos


para desarrollar por unos comités paritarios que habían de crearse
antes del 1 de julio de ese año y que debían elaborar aspectos que el
decreto solo había enunciado. Por otro lado el decreto había de entrar
en vigor en octubre del mismo 1919. El Decreto Ley establecía la
jornada máxima de 8 horas diarias o 48 semanales en todos los
sectores y todo el territorio español pero fijaba la posibilidad de
excepciones en el caso de ciertas profesiones como los ferroviarios, el
servicio doméstico y otros. Los comités paritarios tenían que ser los
encargados de proponer al Instituto de Reformas Sociales, las
industrias y especialidades que tenían que quedar excluidas de esta
norma general. El gobierno se encontró con obstáculos importantes
para el nombramiento de los comités como la negativa de muchas
personas a formar parte de los mismos y, por otro lado, el estrecho
lapso de tiempo dado por el Decreto, impidió que se nombraran antes
de la fecha prevista.

Dada la imposibilidad material para que los comités fueran efectivos,


su tarea quedó encomendada a las Juntas locales de Reformas
sociales. Además se autorizan Asociaciones ”así patronales como
obreras, empresas industriales, gremios y todas cuántas entidades
tengan relación con la vida del trabajo para formular ante las Juntas
las alegaciones que crean oportunas en pro y en contra de la
excepción”. Las alegaciones tenían que quedar resueltas por el
Instituto de Reformas Sociales antes del 1 de enero de 1920 y el día
15 del mismo mes ya se aprueban en un Decreto (fijémonos en el
detalle que no hay una ley) las excepciones por parte del Ministerio
de Gobernación y las normas por su aplicación.

El desarrollo del Decreto y en especial este apartado de los trabajos


que por su naturaleza no podían cumplir la ley, fue uno de los
coladeros que muchos empresarios aprovecharían para saltarse la ley.
El otro vuelve a ser la carencia de seguimiento en el cumplimiento del
Decreto por parte del estado al no impulsar un buen cuerpo de
inspectores.

El 29 de octubre de 1919 la OIT celebró una Conferencia en


Washington en la que se aprueba “la aplicación del principio de la
jornada de ocho horas o de la semana de cuarenta ocho”. La
ratificación de este convenio en España llegó en mayo de 1928. La
República lo ratificó de forma definitiva el 1 de mayo de 1931 y en
septiembre lo convirtió en Ley, ahora sí, Ley. Aun así la ley
conservaba las excepciones fijadas en las disposiciones de enero de
1920. La calidad de la ley queda demostrada por su mantenimiento
durante toda la etapa franquista. La mejora que lleva la ley de la
República se encuentra en la extensión de sus beneficios a la
agricultura, la ganadería, industrias derivadas y los trabajos
relacionados. Además, limita el número de horas extraordinarias a 50
al mes o 120 al año.

Voy acabando

La épica pide decir que la Huelga de la Canadiense impuso la


jornada de 8 horas. Creemos que hemos visto que si esto es así, es
porque muchas fuerzas la venían impulsando desde hacía muchos
años. La justicia de la lucha obrera queda ratificada por la extensión
de la idea de que la distribución del día en los tres ocho respondía a
una ley biológica y repercutía en la salud de los obreros.
Naturalmente había opiniones en contra que defendían la duración de
las horas de trabajo más allá de las ocho justificándolo en los costes
económicos que suponía su reducción, pero también porque este
tiempo era sustraído a las horas dedicadas a la taberna y el vicio. Lo
interesado de estas opiniones es bien entendido por gobiernos y
estados que pronto toman iniciativas en favor de una legislación
social y laboral que hiciera justicia a la clase obrera.

Podría parecer por todo lo que se lleva dicho que el papel de los
gobiernos fue el de proteger a los obreros y facilitar su condición pero
nos preguntamos, ¿es que tal vez los hombres que estaban en el
gobierno, no eran, al mismo tiempo, importantes empresarios,
destacados industriales? ¿De qué lado caía la pelota en el momento
de aplicar a sus negocios la legislación que aprobaban?

Y todavía queda otro argumento, ¿no eran ellos quienes enviaban


soldados y guardias civiles? ¿No eran ellos quien día sí y día no
declaraban el estado de guerra o suspendían las garantías
constitucionales? La contradicción de la que hemos hablado en esta
exposición, queda servida.

Y una última reflexión, a pesar de las trampas y vulneraciones que se


hacen, y se hicieron de la jornada de ocho horas, nunca más ha
dejado de ser legal, es una señal inequívoca de lo profundamente que
había arraigado la doctrina de los tres ocho.

La huelga de la Canadiense: consecuencias de las ocho horas

El 3 de abril de 1919 en Barcelona el Gobierno decretó las ocho horas


de jornada laboral. El esfuerzo y sacrificios de cuarenta y cuatro días
de huelga no había sido vano. Los obreros y obreras no se lo podían
creer: ¡lo hemos conseguido, se decían! Las amas de casa gritaban la
buena nueva por los patios interiores de las casas humildes, por los
mercados, en las fuentes donde cogían agua, en los lavaderos
públicos donde lavaban la ropa. Los niños que vendían diarios
gritaban en voz alta: ¡Las ocho horas, las ocho horas! Legalmente se
establecía que se pondrían en marcha unos meses después, el
primero de octubre. Bien, pensaban muchos, no falta tanto.
Como decíamos, el decreto fijaba que se pondría en marcha a partir
del otoño, pero los más avezados se husmeaban algo y no se hacían
muchas ilusiones. Se preguntaban: la patronal, ¿cumplirá la ley?
Pronto tendrían la respuesta. Cómo se ha dicho, a partir de octubre el
decreto se observó a medias, solo en algunos sectores. En general,
por miedo a una posible conflictividad, se respetó en las empresas
grandes, donde los obreros eran más numerosos. Pero en pocos
puestos de trabajo la orden se llevó a cabo sin problemas. El hecho es
que el gobierno, la joya de la corona del cual era este decreto sobre
las ocho horas, en 1922 se quejaba de que, en todo el estado, en la
práctica la ley aún no se observaba. Y hay fuentes que dicen que
hasta la Segunda República, ya entrados los años treinta, el socialista
Largo Caballero, ministro de Trabajo, no consiguió hacer obedecer la
ley a toda la patronal. En definitiva, el decreto de las ocho horas creó
muchos dolores de cabeza a los jefes a los sucesivos gobiernos que
no podían imponerlas a todos.

Del mes de abril en que se dictó la ley, al mes de octubre de 1919 en


que se tenía que poner en marcha, hubo un largo y caluroso verano
por medio. Durante estos meses, soldados, guardias civiles, policías
pululaban por la ciudad. ¿Por qué esta exhibición de fuerza? -nos
preguntamos-. La respuesta es sencilla: Barcelona continuaba
sometida al estado de guerra que se había dictado con motivo de la
huelga de La Canadiense. Y sin garantías constitucionales, que no se
recuperaron hasta febrero de 1922. Para los obreros, ¿qué significaba
esto? Es sencillo: que los sindicatos estaban cerrados, que la prensa
obrera no se imprimía y que las prisiones estaban llenas, a rebosar.
Las mujeres, vestidas con ropas zurcidas, oscuras, muchas llevando el
tradicional delantal, calzadas con viejas alpargatas y peinadas con un
moño estirado, hacían colas en las puertas de las cárceles para llevar
a sus allegados un poco de comida, de consuelo. En los puestos de
trabajo continuaba habiendo mucha conflictividad social y los paros y
los despidos estaban a la orden del día. Todo esto en un ambiente de
violencia entre los pistoleros de la patronal y los de la CNT que
hacían correr la sangre por las calles de la ciudad. El sonido de las
stars, las pistolas de la época, no permitía sentir los pocos pájaros
que después del hambre que provocó la huelga de La Canadiense,
todavía quedaban en Barcelona.

Finalmente, el 3 de septiembre de aquel 1919 el capitán general de


Cataluña, Joaquin Milans del Bosch, abuelo de aquel Milans del Bosch
que en tiempos de Tejero sacó los tanques a las calles de Valencia,
ordenó levantar el estado de guerra. La gente se acercaba a los
lugares donde estaban pegados los papeles que notificaban el bando.
Pero ¡ah!, muchas de aquellas personas eran analfabetas. Las
mujeres, sobre todo. Con las cabezas bajas y las caras teñidas de
rubor, preguntaban a los compañeros: ¿qué dice este papel?

Autorizada de nuevo la libertad de reunión, los obreros se unían,


discutían y planteaban nuevas bases reguladoras de trabajo. En el
gobierno central, Joaquín Sánchez de Toca estaba atento, expectante,
¿qué pasaría ahora ?, se preguntaba ¿cómo debe responder el
gobierno? El gobierno se temía lo peor, estaba entre la espada y la
pared. Sabía que las medidas reformistas indignaban a la patronal
catalana. Pero en un último esfuerzo intentó canalizar la situación por
la vía de la negociación: planteó una serie de propuestas legislativas
de carácter social. Y recordemos que, sobre los patrones, la amenaza
de que el primero de octubre se implantaría la jornada laboral de
ocho horas diarias pesaba como una losa.

En el centro de la ciudad mismo, tocando la Plaza de Cataluña, en la


Rambla de Canaletas número 6, se reunía la patronal. Es un edificio
elegante, austero. El entresuelo tiene unas vidrieras enormes que
permiten entrever parte del interior. Hace pocos años era un
restaurante mexicano. Ahora es una tienda de ropa que comunica con
la que está abajo, en la calle. En 1919 ese era el lugar donde la
Federación Patronal de Barcelona tenía la sede, y donde conspiraba.
¿Qué era esta Federación Patronal de Barcelona? Afiliada a la
Confederación Patronal Española, con sede en Madrid, era el
instrumento que la patronal utilizaba para enfrentarse a los obreros.
Fuentes escritas señalan que hacía años que se había fundado, pero
que cuando se presentó como un Sindicato Patronal Único fue
justamente durante la huelga de La Canadiense. Había sido liderada
tradicionalmente por industriales de la construcción pero, poco a
poco, le dieron apoyo otros grupos económicos: el textil, el metal… En
la mesa del despacho del presidente de esta organización se escribían
las cartas dirigidas al primer ministro e incluso al rey. En el gran salón
noble de aquel piso principal, los techos eran bien altos, majestuosos.
Un buen día, el secretario de la organización, José Pallejà, con un vaso
de vino en la mano, dijo: «¡vamos, sacamos adelante la propuesta,
declaramos un cierre patronal!» Era octubre de 1919. En un primer
momento, los patrones estrecharon contactos con la Confederación
Patronal Española y con diferentes federaciones españolas. ¡Era
importante que los empresarios españoles estuvieran en un mismo
lado! Aquella otoño de 1919, cuando Francisco Junoy, líder entonces
de aquella Confederación, que también tenía apellido catalán, dijo
con una voz firme, vigorosa: «¡adelante con el paro patronal, cerrad
las empresas, las fábricas, los comercios. Ofrecemos nuestro apoyo,
España estará con vosotros!», la patronal catalana convocó, antes
que nada, un Segundo Congreso Patronal Español. En él se declararía
el lockout, un cierre de empresas. Un cierre patronal que tendría una
duración de 84 días. ¿84 días con muchas empresas y comercios
cerrados? Hubo diferencias.

De momento se decidió que el cierre patronal se declararía


públicamente en Barcelona y en otras ciudades catalanas. Pero, nos
preguntamos, ¿dónde?, ¿en qué local? Bueno, puede parecer extraño,
ciertamente, pero la documentación de la época, y las fotografías, así
lo ponen de manifiesto: en un lugar maravilloso, podríamos decir
único, en un espacio propio de la burguesía, el Palau de la Música de
Barcelona. Estamos en otoño, entre los días 20 al 26 de octubre. El
tiempo era tranquilo, agradable. La documentación generada por este
asunto, el Segundo Congreso Patronal, donde hubo ocho ponencias y
acudieron 4.000 patrones de toda España, está depositada en el
archivo municipal de Barcelona. Los viejos papeles indican que
dirigentes del Fomento del Trabajo Nacional, la patronal tradicional
catalana, estaba presente en el Congreso ¿Indica esto que el Fomento
también estaba impulsando el cierre patronal? Todo apunta a que,
restando medio a la sombra, esta asociación de raigambre dirigía, de
hecho, la jugada. Tengamos en cuenta que los estatutos de esta
organización le impedían intervenir en los conflictos sociales. Por lo
tanto, tenía que actuar escondiéndose detrás de otro tipo de
asociación.

Si observamos el panorama con perspectiva histórica llegamos a una


conclusión, simple, si se quiere, pero fundamental: hasta entonces en
Barcelona la revolución había ido en ascenso. A partir de ahora,
empezaría la reacción, la reacción patronal. La cuestión es que aquel
1919 fue un año donde la lucha de clases se hizo más patente. Quizás
sólo los eventos que tuvieron lugar durante la guerra civil de 1936 a
1939 la superó.

Para la patronal, ¿cuál era la pretensión final del lockout? Acabar con
la CNT, si era preciso poniendo fin a un gobierno considerando débil y
reformista. Un gobierno que no sabía poner fin el supuesto desorden
de Barcelona y que se mostraba reformista, negociador, dialogante.
Un gobierno, en definitiva, que durante la huelga de La Canadiense
había «fallado» a los patrones, decretando la jornada laboral de 8
horas para toda España.

Bueno, cuando apuntaba el alba del 3 de noviembre de 1919, la


ciudad condal empezó a sufrir los efectos del primer cierre patronal,
parcial, que de momento finalizó el día 30. La decisión ponía los
patrones fuera de la ley, pues el gobierno había decidido que el cierre
patronal era ilegal. Pero los empresarios sabían la fuerza que tenía y
tiene el poder económico. Sabían, también, que los disturbios
tampoco le hacían mucha gracia al gobierno. La cuestión es que ese
primer día de cierre patronal los patrones eran bien visibles en las
calles. Desobedeciendo la ley, y echando un pulso al gobierno se
convirtieron en los dueños, recorriendo las fábricas, talleres y
comercios que permanecían abiertos haciendo una exaltación de
fuerza contra los trabajadores y contra los patrones que no cumplían
sus directrices. Dado que muchos de los patrones eran afiliados a la
milicia armada del Somatén, llevaban un brazalete colocado en el
brazo. Y la correspondiente escopeta. Sin embargo, cuando era
necesario vencer la oposición de los obreros -o de los patrones
contestatarios- utilizaban también pistolas e incluso disuasorios palos.
Y lentamente, Barcelona iba quedando parada.

Así, a pesar de la persistente lluvia que entonces mojaba las calles de


la ciudad, una burguesía armada patrullaba constantemente. Los
hombres del somatén barcelonés funcionaban bajo el mando supremo
del capitán general Milans del Bosch, que de hecho, suplía el vacío
que iba dejado el gobierno. Vamos a ver un momento cuáles eran
algunos de los máximos dirigentes sometenistes. El padre de la idea
fue Carlos Campos y de Olzinelles, segundo marqués de Camps,
también podemos citar el marqués de Santa Isabel, el conde de Godó
(de la Vanguardia) o el barón de Güell (del Parque Güell). Nos
preguntamos, el Estado, ¿no tenía y tiene el monopolio de la
violencia? ¿Qué hacían pues estos patrones armados por las calles?
¿Por qué no se les detenía? Lo he dicho antes… ¡Ah! La fuerza del
poder económico.

Mientras tanto, el gobierno seguía apostando por la vía de la


negociación y el reformismo. Impulsó una Comisión Mixta de patrones
y obreros, pero fracasó. Los patrones ponían condiciones que los
obreros no quisieron aceptar. Los empresarios catalanes contaban con
el apoyo de los del resto de España, ¿por qué tenían que ceder en
nada? Además, tenían otro objetivo: pedir apoyo a los militares.
Vemos la estrategia. La Federación Patronal montó una gran
manifestación de patrones, políticos y otras personas que fue a rendir
tributo a Milans del Bosch.

Y así fue como el 1 de diciembre se decretó un cierre patronal total.


Duraría hasta el 26 de enero de 1920. Este segundo cierre patronal
debería aplicarse también a varias ciudades industriales catalanas:
Igualada, Sabadell, Terrassa, Manresa…. ¡El gobierno estaba bien
tocado! En este contexto, el 5 de enero de 1920, por Barcelona se
sintió una voz unánime: ¡hirieron a Graupera en un atentado!!! ¡Han
herido al presidente de la Federación Patronal de Barcelona!!! Los
obreros ya podían empezar a temblar. Desconocemos quien o quienes
fueron los autores del atentado, pero lo cierto es que era la excusa
que la patronal esperaba. Los patrones se plantaron ante el gobierno
central y el gobernador civil: «Los patronos ya no podemos más»,
gritaban. Así fue como se clausuraron los sindicatos obreros y se
detuvieron a sus dirigentes.
El atentado del presidente de la Federación Patronal de Barcelona
incrementó la represión. De nuevo bajo el estado de guerra, se
clausuraron las sociedades obreras, y empezaron las detenciones
indiscriminadas. Al mismo tiempo, aprovechando la oscuridad de la
noche, los líderes sindicales que aún no habían sido cogidos huyeron
o se ocultaron. El leonés Ángel Pestaña se ocultó en un pueblo de
Tarragona, mientras que Salvador Seguí (“el Noi del Sucre”) también
permanecía escondido. Poco después, su madre moría de un ataque
al corazón. Andreu Nin no tuvo tiempo de desaparecer, y eso le costó
siete meses de prisión. La situación era de total confusión y Milans del
Bosch dio órdenes para que los cuarteles estuvieran alertas y
preparados. Entre los detenidos se encontraban los abogados
republicanos lerrouxistas Puig de Asprer (diputado provincial), Guerra
y del Río (concejal del Ayuntamiento) y José Ulled, bajo la acusación
de defender los obreros.

Al mismo tiempo, y aprovechando las reuniones clandestinas que los


sindicalistas celebraban en casas de confianza -aunque eran
protegidos por obreros que vigilaban casas y terrados-, las
detenciones no remitieron sino que pasaron a formar parte de lo que
era cotidiano. Las noticias de prensa indican que las fuerzas de
seguridad registraban continuamente a los dirigentes obreros, tanto
por las casas como por las calles. Muchos eran encerrados en la
Modelo, en Montjuïc, en barcos o en prisiones militares.

La represión que siguió al atentado de Graupera generó debates,


tanto en el Parlamento central como en el Ayuntamiento barcelonés.
Algunos políticos, sobre todo los socialistas y los republicanos,
acusaban que en Barcelona se trataba el problema de Barcelona
como si fuera un caso de orden público. Culpaban a los compañeros
de tolerar una situación injusta: los patrones actúan con toda
impunidad, acusaban, mientras que si los obreros hacían lo mismo
eran detenidos.

Finalmente, el gobierno reaccionó. Los ministros cavilaron: “este paro


patronal se puede extender a toda España, que ya está en situación
crítica”. Recordemos que se estaba en lo que se conoce como «El
Trienio Bolchevique». Por lo tanto, ordenó la desmovilización del
Somatén y abrir las puertas de las fábricas y los comercios el día 26
de enero de 1920. Hay que decir que en otras ciudades, como
Sabadell o Igualada, aunque estuvo vigente algunos días más.

Ya voy terminando, una reflexión global

La huelga de La Canadiense generó un verdadero terror entre la


burguesía y la patronal. Desde que el gobierno había decretado las
ocho horas de jornada laboral se sentían sin protección. Durante
aquel verano de 1919 decidieron, de una manera u otra, poner fin a la
CNT. Por eso ordenaron el cierre patronal. Utilizando sus propios
medios, poniéndose en contra del gobierno, al que no dudaban en
desobedecer, se acercaron a la patronal española y al ejército. Como
consecuencia de llevar a la práctica el cierre de la vida laboral de
Barcelona las posiciones de una parte del anarcosindicalismo y de
algunos dirigentes patronales se radicalizaron. Dentro de la CNT,
triunfaron las posturas más intransigentes, las que negaban cualquier
negociación con la patronal. Si entre los obreros ganaron posiciones
las posturas más intransigentes lo mismo ocurrió entre los
empresarios. Durante el primer semestre de 1920 se registró un gran
número de atentados personales. En total, en ese año hubo 291
víctimas, la mayoría de la CNT. Todo ello en un clima de alteraciones
en Europa. Italia, por ejemplo, estaba sumida en el contexto conocido
como el «bienio rosso», en el que había ocupación de fábricas, de
tierras, etc.
Como un resultado del lockout, con los sindicatos cerrados, los líderes
sindicales encarcelados o huidos, la patronal pudo negociar el
contrato de trabajo individualmente -de uno a uno- con sus obreros
desfallecidos, unos contratos de trabajo que los patrones habían
estipulado que fueran «de un día solar». Se había tocado fondo. Pero
de todos modos, la patronal profundizó en su autoorganización, ya
que pensaba que nada podía esperarse del gobierno de Madrid.

No es difícil imaginar que, desde entonces, la amenaza de un golpe


de estado militar estuvo presente en España. Cuatro años más tarde
el golpe se consumó con otro capitán general de Cataluña: Miguel
Primo de Rivera, marqués de Estella y padre del fundador de la
Falange José Antonio.

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