Fundamentos Teológicos de La Predicación
Fundamentos Teológicos de La Predicación
Fundamentos Teológicos de La Predicación
El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los
que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios... Ya que
Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la
sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los
que creen... Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para
los gentiles, pero para los que Dios ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría
de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana...
Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la
Biblia, este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera de
entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad del púlpito
y el privilegio de ser portador de la palabra divino. También aumenta infinitamente
nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio de su palabra, a pesar
de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación demasiada alta y honrosa
para cualquier ser humano. Así entendido, el carácter de la predicación como
palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.
Pasa con la predicación igual que con la profecía: la predicación fiel siempre va
acompañada por la predicación falsa, que busca complacer a la gente, se dirige
por las expectativas del público y les enseña a decir "Señor, Señor" pero no a
hacer la voluntad del Padre celestial (Mt 7:21-23). Por eso, la iglesia debe vigilar
su púlpito con todo celo en el Espíritu. No debe dejar a cualquiera que "habla
lindo" ocupar ese lugar sagrado sino sólo a los que se han demostrado maduros,
bien centrados en la Palabra y consecuentes en sus vidas. No cabe duda que el
descuido en este aspecto ha producido desviaciones y aberraciones en las últimas
décadas, produciendo daños muy serios en la iglesia.
Es urgente también ir enseñando a las congregaciones lo que bíblicamente deben
esperar de un predicador y de un sermón. Mucho del desorden de las últimas
décadas se debe a la gran falta de discernimiento de los mismos oyentes. A pesar
del exagerado número de horas que pasan escuchando sermones, en general no
se logra una adecuada formación bíblica y teológica para discriminar entre
predicación fiel y predicación "bonita", conmovedora o sensacionalista pero no
bíblica. Hace años el destacado orador evangélico, Cecilio Arrastía -- ¡un
verdadero modelo de predicador fiel! -- hablaba de la congregación como
comunidad hermenéutica en que todos sepan interpretar la palabra y distinguir
entre lo bueno y lo malo en la predicación (1 Ts 5:21; Hch 17:11; 1 Cor 14:29).
La predicación y el Espíritu de Dios: Por todo lo que hemos expuesto hasta ahora,
queda claro que la predicación es una tarea muy seria, sin duda mucho más
grande de lo que solemos pensar. Con razón observa Karl Barth, en su tratado
sobre nuestro tema, que la predicación es una tarea imposible; para ella, observa,
todo ser humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Es aun imposible que sepa de
antemano qué está pasando en la predicación, porque depende enteramente de
Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San Pablo, "¿Quién es competente
para semejante tarea?" (2 Cor 2:16).
Pero gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la acompañe el
Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la teología de los
Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu". La palabra sin el Espíritu
conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra llevaba, en la frase de
ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores enseñaban también el
testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es letra muerta. En un
brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que fue con esta doctrina
que los Reformadores evitaron un concepto cuasi-mágico de la eficacia de la
Biblia que podría compararse con el ex opere operato del tradicional
sacramentalismo católico. La palabra escrita no opera sola sino vivificada por el
Espíritu de Dios.
Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un pretexto para la
pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser instrumentos del Espíritu,
estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y prepararemos los sermones con
todo cuidado y pasión. El texto favorito de algunos predicadores, "no se preocupen
de qué van a decir; el Espíritu Santo los enseñará lo que deben responder" (Lc
12:11-12), no se aplica a la preparación de sermones ni al estudio sistemático de
las escrituras sino a casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo
para preparar su defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones
carismáticos de la iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro
estudio de la palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15;
Hch 17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).
Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad cristiana
nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea predicada y que se
hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la palabra de Dios, sería mucho
mejor ni cantar ni leer ni aun reunirse... Sería mejor omitir todo lo demás, menos la
palabra., porque no hay nada mejor que dedicarnos a ella.
La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una
predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene
cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de
Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso
pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt
16:24).
Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras
voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su
justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de
igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y
Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió,
en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos.