Testigos de Cristo Como Mesias: Leccion 4
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Testigos de Cristo
como Mesias
Sabado de tarde, 19 de oetubre
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ron llamados de sus humildes ocupaciones para acompafiar al Salvador
en su ministerio, recibir sus ensefianzas divinas y ser testigos de sus
poderosos milagros, para que los publicaran al mundo.
Iban a celebrarse unas bodas en C a n a de Galilea. L o s contrayentes
eran parientes de .lose y Maria. Cristo sabia de esta reunion familiar, y
que alii se reunirian muchas personas intluyentes, por lo que, en com-
pafiia de sus discipulos recien nombrados, se dirigio a C a n a . E n cuanto
se supo que Jesus habia acudido al lugar, se le envio una invilacion
especial a el y a sus amigos. A s i se lo habia propuesto, y por eso honro
la tlesta con su presencia {Rcdcmplion: Or the Miracles ofC'hrisI, the
Might One. mi, p 7,).
Domingo, 20 de o c t u b r c : E l testimonio de J u a n el B a u t i s t a
Habia una gran obra designada para el proleta Juan, pero no habia
ninguna escuela en la tierra a la cual pudiera asistir. Debia adquirir su
conocimiento lejos de las ciudades, en el desicrto. l as liscrituras del
Antiguo Testamento, Dios y la naturaleza que cl habia creado debian
ser sus libros de estudio. Dios estaba capacilando a Juan para su obra de
prepararel camino del Sehor. Su alimento era simplemcntc langostas y
miel silvcslrc. L a s coslumbrcs y las practicas dc los hombres no debian
ser la edueacion de esle hombre. L a preoeupacibn por lo mundaito lu)
debia al'ectar en nada la formacion de su caraelcr...
E l buscaba el favor de Dios, y el Espiritu Santo descansaba sobre
el, y encendio en su corazon un ardiente ccio dc hacci la gran obra
dc llaniar a la gente al arrepentimiento y a una vida mas elcvada y
mas santa. Juan se estaba capacitando mcdiantc las privaciones y las
dilkultades para disciplinar dc tal mancra todas sus facultades lisicas
y mentales, que pudiera sostenerse entre las gentes tan inconmovible
frente a las circunslancias como las rocas y moiitanas del desicrto que
lo habian rodeado durante treinta ahos (Comcntarios de Elena ( i . de
White en Comentario hihiico adventista del se/ninio dia, t. 5, p. 1090).
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poder, en la demostracion del Espiritu. Habia dado testimonio de lo
que sus ojos habian visto, de lo que sus oidos habian oido, de lo que
sus manos habian tocado, de la palabra de vida. Jesiis dijo: "Otro es el
que da testimonio acerca de m i , y se que el testimonio que da de m i es
verdadero". L o s escribas y fariseos habian creido entonces las palabras
de Juan, pero el orgullo y la incredulidad obraron en sus corazones
segiin la disposicion de Satanas, y se manifestaron la envidia, los celos
y el odio franco contra Cristo.
Jesiis dijo a sus discipulos: " S i yo no hubiera venido, ni les hubiera
hablado, no tendrian pecado... S i yo no hubiera venido, ni les hubiera
hablado, no tendrian pecado... Pero cuando venga el Consolador, a
quien yo os enviare del Padre, el Espiritu de verdad, el cual procede del
Padre, el dara testimonio acerca de m i " (The Signs of the Times, 13 de
noviembre, 1893, parrafo 4 ) .
[Juan] sabia que era al Redentor del mundo a quien habia bautiza-
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do. E l Espiritu Santo descendio sobre el, y extendiendo la mano, senalo
a Jesus y exciamo: " H e aqui el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo".
Nadie de entre los oyentes, ni aun el que las pronuncio, discernio el
verdadero significado de estas palabras, "el Cordero de Dios". Sobre el
monte Moria, Abraham habia oido la pregunta de su hijo: "Padre mio...
(,D6nde esta el cordero para el holocausto?" E l padre contesto "Dios se
proveera de cordero para el holocausto, hijo mio". Genesis 22:7, 8. Y
en el carnero divinamente provisto en lugar de Isaac, Abraham vio un
simbolo de Aquel que habia de morir por los pecados de los hombres.
E l Espiritu Santo, mediante Isaias, repitiendo la ilustracion, prot'etizo
del Salvador: "Como cordero I'ue llevado al matadero", "Jehova cargo
en el el pecado de todos nosotros" (Isaias 53:7, 6 ) {El Deseado de todas
las gentes, p. 8 7 ) .
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palabras. "Diceies: V e n i d y ved. Vinieron, y vieron donde moraba, y
quedaronse con el aquel di'a" {Exaltad a Jesus, p. 162).
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en las palabras de Jesiis. Aunque presa de la duda, y cediendo en algo
al prejuicio, Natanael habia venido a Cristo con un sincero deseo de
oir la verdad, y ahora su deseo estaba satisfecho. S u fe siipero a la de
aquel que le habia Iraiilo a Jesiis. Respondio y dijo: " R a b i , tii eres el
Hijo de Dios; ni eres cl R c y dc Israel" (El Deseado de todas las gentes,
pp. 113, 114).
Nicodemo era miembro del Sanedrin, y con otros habia sido con-
movido por la ensefianza de Jesus. A l prcsenciar las maravillosas obras
de Cristo, se habia apoderado de el la conviccion dc que esc era el
enviado dc Dios. Por cuanto era dcmasiado orgulloso para rcconoccr
abiertamente su simpatia por el Maestro galiico, habia procurado tcncr
una cntrcvista secreta. E n esa cntrcvista, Jesus le habia expuesto el plan
de la salvaeion y su mision en el mundo; sin embargo Nicodemo habia
seguido vacilante. Oculto la verdad en su corazon, y por tres anos hubo
poco IVuto aparente. Pero aunque Nicodemo no habia reconocido publi-
camcnlc a Cristo, repetidas veces habia desbaratado en el Sanedrin las
maquinaciones de los sacerdotes de destruirlo. Cuando al lln Cristo fue
crucificado. Nicodemo recorder las palabras que le habia hablado en la
entrcvisla noclurna cn cl Monte dc las Olivas: " C o m o Moiscs Icvanto
la sctpicnlc cn cl desicrto, asi es nccesario que el Hijo del hombre sea
levantadt)" (Juan 3:14); y vio en Jesus al Redentor del mundo.
En compania de Jose de Arimatea, Nicodemo habia sufragado los
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gastos de la sepultura de Jesiis. L o s discipulos habian temido mostrarse
abiertamente como seguidores de Cristo, pero Nicodemo y Jose habian
acudido osadamente en su auxilio. L a ayuda de estos hombres ricos
y honrados era grandemente necesaria en esta bora de tinieblas. Ellos
habian podido hacer por su Senor muerto lo que hubiera sido imposible
para los pobres discipulos; y su riqueza e intluencia los habian protegi-
do, en gran medida, de la malicia de los sacerdotes y gobemantes (Los
hechos de los apdstoles, pp. 85, 86).
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