RESUMEN DE DON QUIJOTE - 4toaño2022
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de Cervantes.
Resumen por capítulos
(Alumna: Valentina Navarro)
PRIMERA PARTE
En un lugar de la Mancha, vivía un hidalgo, noble caballero de poca monta, de aquellos de los
antiguos, pero pobre en posesiones. De cincuenta años más o menos, vivía con un ama, una
sobrina de menos de veinte y un mozo para todo. Era flaco y duro a la vez. Se llamaba Alonso
Quijano
Este hidalgo leía con gran afición libros de caballerías, y era tanta la afición que vendió muchas
de sus posesiones para comprar más y más libros de estos, ya que se deleitaba en sus intrincados
párrafos. Pero tanto y tanto los leía y pensaba, que al final perdió el juicio. Discutía con el cura
del pueblo sobre quien era el mejor caballero, el más valiente. Siguió y siguió leyendo, hasta que
se le metieron en la cabeza todas las fantasías caballerescas, y participaba en ellas en su
imaginación, luchando con uno y contra otro.
Y en esto que se le ocurrió convertirse en caballero andante, como los de aquellos libros, y
buscar aventuras a lo largo del mundo. Y tomó la decisión de cumplir ese deseo y comenzó los
preparativos. Desempolvó antiguas armas de sus antepasados, y lo que faltaba o estaba roto lo
apañó. Cogió su rocín, su caballo viejo y enfermo, y pensando un nombre, le dió el de Rocinante.
Y luego pensó un nombre para él, y finalmente escogió Quijote, pero a semejanza de caballeros
como Amadís de Gaula, quiso añadir su patria, y así se puso don Quijote de la Mancha. Pero
diose cuenta de que le faltaba una dama a la que amar, para que los gigantes que venciera se
arrodillasen ante ella. Se entusiasmó con la idea y se acordó de una guapa moza del lugar de la
que estuvo enamorado, aunque ella no supiese ni sintiese nada por él. Aldonza Lorenzo se
llamaba, pero él le puso el nombre de Dulcinea del Toboso, nombre que pensaba él que casaba
bien con el suyo de don Quijote de la Mancha.
Impaciente por iniciar aventuras, Don Quijote no esperó más y en un caluroso mes de julio, con
sus armas, armadura, celada para protegerla la cabeza, lanza y adarga o escudo, subió a
Rocinante y salió contento del corral de su casa al campo. Pero enseguida se dió cuenta que
todavía no era armado caballero, nadie le había dado ese título, y no podría utilizar armas por
tanto, por lo que se propuso que el titulo de caballero se lo diese el primero que encontrase. Y
prosiguió el camino, fantaseando sobre cómo recordarían en la posteridad sus hazañas y
lamentando que Dulcinea, su amada, no le hubiese mandado comparacer ante ella antes de su
salida. Y así cabalgó durante todo el día, hasta que cansado y hambriento, llegó al anochecer a
una venta, que a él le pareció castillo. En la puerta encontró a dos mozas rameras, que a él le
parecieron doncellas. Un porquero tocó un cuerno que a él le pareció un enano que le daba la
bienvenida con una trompeta. Las rameras salieron corriendo viendo a tan extraño personaje, con
esas viejas armaduras, y don Quijote las tranquilizó con palabras grandilocuentes diciendo que
las doncellas como ellas no tenían nada que temer. Ante tales rebuscadas palabras, las mozas
comenzarón a reir, lo cual dejó a don Quijote contrariado. Salió el ventero, que a don Quijote le
pareció el alcaide del castillo. Este le avisó que no tenía lecho, pero si todo lo demás, ante lo cual
don Quijote no manifestó ningun inconveniente, pues los caballeros deben pasar calamidades.
Añadió que cuidasen bien a Rocinante, caballo como ninguno, aunque no le pareciera para nada
buen caballo. Las mozas le quitaron la armadura, pero no puedieron quitarle la celada del rostro,
y así quedo, aunque con la visera levantada. De comida le ofrecieron bacalao y un pan negro, y
lejos de rechazarlo, lo dió por bueno, aunque dejaba mucho que desear. Pero a la hora de comer,
el sólo no podía, por la celada, y fueron las mozas las que le tenían que poner la comida en la
boca y hacerle beber vino por una caña. Pero a don Quijote todo le parecía maravilloso, como si
estuviese en un castillo y le estuviesen agasajando. Pero le preocupaba el hecho de no ser armado
caballero.
Acabó rápido la cena para dar solución a esa preocupación. Llamó al ventero e hincado de
rodillas ante él, con solmenes palabras le pidió que le armase de caballero. El ventero quedó
confuso pero finalmente decidió seguirle la corriente, lo cual agradeció Don Quijote con un
hermoso discurso. El ventero siguió pero ya buscando reírse a cuenta de Don Quijote, diciéndole
que entendía sus palabras ya que él también había sidocaballero aquí y allá. Dijo también que no
había capilla disponible en el castillo, en realidad la venta, como pretendía Don Quijote, para la
ceremonia de ser armado, pero que no hacía falta, que se haría la ceremonia siguiendo todos los
pasos. Y finalmente le preguntó si traía dinero para la ceremonia, ante locual Don Quijote
respondió que no, que nunca había leído que fuera necesario para un caballero, pero el ventero le
explico, que aunque no se citara en los libros, el dinero era necesario para un caballero, asó como
camisas y una caja de ungüentos para as heridas y otros males que se pudiesen sufrir. Le
prometió Don Quijote hacerle caso y sin más se puso a velar las armas en el patio de la venta,
tras dejarlas apoyadas contra un pozo, y cogiendo su adarga se puso a hacer guardia, andando
alrededor de sus armas, hasta que se hizo de noche. El ventero llamó a los huéspedes de la venta
para que vieran tal extraña y graciosa escena, y en esto uno los arrieros alojados en la venta fue a
por agua al pozo para sus mulas, apartando para ello las armas, lo que Don Quijote interpretó
como una afrenta, advirtiendo y amenazando al arriero, pero este hizo caso omiso, Don Quijote,
en lo que él creía su primera batalla como caballero, se puso en combate y propinó un golpe de
lanza que derribó al arriero. Tras lo cual volvió a velar sus armas. Pero un segundo arriero llegó,
que volvió a retirar las armas de Don Quijote del pozo. Don Quijote volvió a golpear con fuerza
de este segundo arriero. Con el ruido salieron el resto de arrieros y gente de la venta, que
comenzaron a tirar piedras a Don Quijote, y este, esquivándolas coln la adarga los maldecía y
amenazaba a todos, incluido al en su cabeza el señor del castillo que no era más que el ventero,
mientras este se afanaba en tranquilizar a los arrieros, explicándoles lo loco que estaba Don
Quijote. Tal miedo se apoderó de aquellos, que dejaron de tirar piedras. El ventero aprovechó
para ordenar caballero a Don Quijote cuanto antes, explicñandole que el armar caballero en
capilla no era necesario y que en allñi mismo se podía hacer y que ya habñia velado las armas lo
suficiente. Don Quijote aceptó las razones, pensando además que así entraría en le castillo cuanto
antes a atacar a todos los canallas que habían ido contra él. Trajo el ventero un libro de cuentas
cualquiera, balbuceó una oración y el dió el golpe y espaldarazo que le consagraba como
caballero. Llamó a las cortesanas de la venta para que le ciñesen la espada y la espuela, y Don
Quijote, convencido de que eran altas damas, preguntó por su origen y ascendencia, y así lo
hicieron ellas, diciendo que eran hijas de un remendón y de un molinero, y Don Quijote les dio
los nombres de doña Tolosa y doña Molinera. Subió a Rocinante y abrazado al ventero se
despidió de él con palabras del todo extrañas, a las que el ventero asintió brevemente, y sin
pedirle dinero por la estancia, le dejo ir.
Capítulo IV: Tras la venta: la aventura de Andrés y Juan Haldudo y la aventura de los
mercaderes
Don Quijote emprendió contento el camino, pero enseguida pensó que lo mejor sería volver a
casa para, haciendo caso al tendero, coger dinero y proveerse de camisas, y así dirigió a
Rocinante, que de tomas formas ya conocía el camino. En esto, oyó que de un bosque venían
unos lamentos y se congratuló ante lo que era sin duda para él una primera aventura. Se internó
en la espesura y vió a un muchacho desnudo de cintura para arriba atado a un árbol que era
azotado por un labrador, mientras aquel prometía no hacer otra vez lo que provocaba el castigo
del labrador. Don Quijote, sin pensarlo dos veces, arremetió con duras palabras contra el
labrador, prometiendo un castigo por la cobardía que estaba cometiendo con el muchacho
indefenso. Viéndole el labrador tan pertrechado de armas, cogió miedo y comenzó a disculparse
diciendo que por la negligencia del muchacho perdía una oveja al día, y que el muchacho decía
que era mentira, que el castigo era por no querer pagarle el salario que le debía. Don Quijote, sin
embargo, al momento tomó partido por el muchacho y exigió que le pagase lo que le debía y que
le desatara. Así lo hizo el labrador, mientras Don Quijote preguntaba al criado cuanto dinero le
debía. 73 reales, dijo. Pero el labrador añadió que había que descontar zapatos y sangrías
(tratamiento médico) que le había pagado, lo que Don Quijote no aceptó, porque a su vez el
labrador también le había estando azotando cuando no debía. Asintió el labrador, pero dijo que
no tenía dinero allí para pagar al criado y que lo mejor sería este volviera con él a casa. El criado
se negó en redondo, convencido de que una vez se fuese Don Quijote, le apalearáía. Don Quijote
dijo que el juramento del labrador, caballero para Don Qujiote, sería suficiente para estar seguro
de que cumplirá su palabra. El criado, de nombre Andrés, le aseguró que no era caballero, sino
Juan Haldudo, el rico. Haldudo juró inmediatamente pagarle la deuda, y así aceptó el juramento
Don Quijote, volviendo a dar a conocer quién era. Don Quijote, valeroso caballero. Tan pronto
prosiguió su camino Don Quijote, el labrador con buenas palabras atrajo para así al criado, que
cŕedulo del juramento hecho por su amo, se acercó a él. Pero así lo hizo, lo cogió el amo y lo
volvió a atar a la encina y le dió una buena sarta de azotes, para soltarle al fijan y reírse al final
de que fuera a buscar a Don Quijote.
Mientras tnato proseguía Don Quijote su camino, contento de deshacer su primer entuerto y
agradeciendo a Dulcinea esa primera aventura. Llegó a un cruce donde dejó a Rocinante elegir el
camino. Y al poco, se encontró con un grupo de mercaderes y sus criados. Se quedó quieto en el
camino, y cuando llegó el grupo, se le ocurrió ordenarles que afirmasen que Dulcinea del Toboso
era la más bella doncellas del mundo. Extrañados y asombrados por las palabras y el aspecto de
Don Quijote, un mozo del grupo, burlón, pidió que les mostrase tal doncella para poder afirmar
eso, a lo que Don Quijote replicó que afirmar con pruebas no tenia mérito, que lo que había que
hacer es creer. Un mercader pidió al menos un retrato, diciendo que aunque fuese tuerta, la
tomarían como la más hermosa, tal como pedía. Tomó Don Quijote esto como una afrenta y
arremetió con lanza contra ellos, pero Rocinante tropezó y cayó con estrépito Don Quijote, y
como estaba con la armadura y otros pertrechos no pudo levantarse, mientras que trataba de
cobardes al grupo. Y en estas, uno de los mozos, cogió la lanza, la rompió y con un trozo empezó
a dar una buena sarta de palos a Don Quijote, hasta que los mercaderes le dijeron que parase ya,
que era suficiente, mientras Don Quijote les maldecía. Se cansó el mozo y siguió el grupo su
camino, mientras Don Quijote, maltrecho, se sentía aún dichoso por considerar que eran bagajes
del oficio de caballería.
Viendo que no podía ni levantarse de la paliza que le habían dadp, vinieron a su mente pasajes de
los libros de caballerías que había leido, e hizo suyo uno de ellos, invocando en voz alta a su
amada. Y en esto pasaba por allí un labrador vecino suyo, que Don Quijote creyó que era un
personaje, y siguió con sus fantasías caballerescas. El labrador se acercó, le quitó la visera de la
armadura, le limpió la cara y le reconoció al instante como vecino suyo. Recogió sus armas, las
puso sobre Rocinante, y como pudo cargó a Don Quijote en su burro, mientras este continuaba
con sus delirios. El labrador, viendo sus suspiros, le preguntaba si se encontraba mal, pero Don
Quijote seguía en su mundo, por lo que el labrador dedujo, ya seguro, que estaba loco. Le intentó
convencer de que ni él ni el propio Don Quijote eran personajes de los libros, que él era Pedro
Alonso, su vecino, y Don Quijote, el señor Quijana. Llegaron finalmente al pueblo de Don
Quijote, aguardando el labrador a que se hiciese noche oscura para que no le viesen en ese
estado. Se llegó el labrador a casa de Don Quijote, donde estaban su sobrina y el ama, que vivían
con él, y el cura y el barbero, ambos amigos de Don Quijote. El ama se lamentaba de su
desventura, ya que hacía ya tres días que su tío había desaparecido con las armas, y maldecía a
los libros de caballerías. La sobrina continuaba contando al cura y al barbero como se alteraba
Don Quijote cuando los leía, como cogía la espada y daba cuchilladas por doquier, y se
consideraba culpable por no haberles llamado antes, para que quemaran todos los libros,
prometiendo el cura que no pasaría un día antes de que se quemasen los que mereciesen ser
quemados. Y todo esto lo oía el labrador y Don Quijote sin que ellos lo supieran, y entonces el
labrador se presentó, con Don Quijote, pero a la manera de Don Quijote, como personajes de
libro. Corrieron los de la casa a abrazar a Don Quijote, que pidió cuidados como si estuviese en
un episodio caballeresco, de lo que la ama concluyó que bien cierto era que fueron los libros de
caballería los que le trastornaron el juicio. Le llevaron a su cama, siguiendo Don Quijote con su
perorata. Finalmente, Don Quijote pidió reposo y fue el labrador el que relató como le había
encontrado, de modo que el cura y el barbero volvieron al día siguiente para cumplir con la
promesa de quemar los libros.
Capítulo VI: Los libros de Don Quijote
Seguía durmiendo Don Quijote al día siguiente cuando abrieron el aposento donde se guardaban
los libros de caballería y encontraron mas de cien. El ama volvió con agua bendita para espantar
a los encantadores que pudiera haber. Mandó el cura de barbero sacar los libros de uno a uno
para ver de que iban tratando, aunque la sobrina manifestó que prefería que se hiciera
directamente un montón con ellos para darles fuego.
El primero resultó ser Los cuatro de Amadís de Gaulaque libraron del fuego por ser el mejor de
libros de caballería, pero luego mandaron al ama tirar Las sergas de Esplandián, Amadís de
Grecia y un montón mas por la ventana al corral, cosa que hizo con gusto. Y asi siguió el cura,
haciendo escrutinio (haz clic) e inspección de los libros, mandándolos a la hoguera, pero siempre
con una razón de por medio. El de título Espejo de caballerías mandó el cura meterlo en un pozo
seco, para posterior inspección, criticando además el hecho de que fuera una traducción, que dijo
el cura siempre es en menoscabo de la calidad del original. Llegó el turno de Palmerín de
Ingalaterra, que salvó el cura por ser un libro escrito con decoro y entendimiento. Y sin esperar
más, dijo que se mandara todo el resto a la hoguera, exceptuando un Don Belianis, que el barbero
daba por famoso pero el cura por enmendable en algunas partes, pero que aún así dio permiso al
barbero para que se lo llevara a casa, pero solo para leerlo él, y nadie más. Contenta, el ama fue
cogiendo todos a montones para tirarlos, y en una de estas se le cayó uno que cogió el barbero y
que resultó ser Tirante el Blanco. El cura alabó el libro y decidió finalmente salvarlo,
permitiendo que el barbero se lo llevara a casa para leer.
Luego prosiguieron con los libros pequeños, que eran de poesía, que el cura dijo de salvar,
porque eran de mero entretenimiento y no hacían daño a nadie. La sobrina pidió que quemaran
también, no fuese que a su tío le diese por hacerse no ya caballero, sino pastor como en las
poesías o mismamente poeta. Le dio la razón el cura, y empezó a hacer escrutinio de ellos uno a
uno, como con los libros de caballería. El primero lo salvó, pero quitándole algunos trozos, y
dejando toda la prosa. Mandó a la hoguera los siguientes, mandó enmendar uno de un amigo
suyo, salvar otro también de un amigo, dejó que el barbero se llevara La Galatea de Miguel de
Cervantes. Guardo los tres siguientes y cansado de seguir en el escrutinio, mandó a la hoguera el
resto, pero el barbero ya tenia abierto uno del que dio noticia al cura, que lo salvó,
afortunadamente, por ser una obra de uno de los mejores poetas del mundo.
Y en esto estaban cuando Don Quijote empezó a dar voces, invocando de nuevo en su locura a
personajes de aventuras de caballeros. El cura y el barbero, la sobrina y el ama, fueron donde él y
le tranquilizaron y volvieron al lecho. Le recomendaron que dado su estado descansase, y asintió
él, achacando con rimbombancia su estado a las aventuras fantásticas que había vivido. Se
durmió y esa misma noche quemaron todos los libros de la casa, excepto los pocos que salvaron,
quemándose sin duda muchos que no lo merecían por ser verdaderas joyas.
El cura y el barbero pensaron como primer remedio para la locura de Don Quijote tapar con un
muro el cuarto de los libros, de forma que pareciera que se hubiese esfumado. Pensaban decirle a
Don Quijote que había sido obra de un encantador. A los días, despertarse Don Quijote y la
primera cosa que hizo fue ir al cuarto de los libros, y empezó a palpar por donde estaba la puerta,
extrañado, hasta que preguntó al ama. Esta le contestó que vino un encantador en una nube, que
dijo llamarse le sabio Muñaton, entró en el cuarto, y que luego salió por el tejado, dejando todo
lleno de humo, haciendo desaparecer el cuarto. Don Quijote creyó a pies juntillas lo contado por
el ama, y solo le corrigió el nombre del encantador, que dijo de debía ser otro, que le buscaba
para fastidiarle en su batalla contra otro caballero. La sobrina le dijo entonces si no sería mejor
que se estuviese en casa tranquilo, en lugar de buscar aventuras de las que saldría siempre
malparado. Don Quijote desmintió a la sobrina, dicéndole que nadie llegaría a tocarle siquiera un
cabello. No le quisieron contradecir ni ama ni sobrina.
Así pasó unos días aparentemente tranquilo, sin tener ánimo para escaparse de nuevo,
conversando on el cura y el barbero, a los que intentaba convencer de la necesidad en el mundo
de los caballeros andantes, lo que el cura a veces negaba y otras no. Pero esos mismos dias
solicitó Don Quijote a un labrador vecino, corto de inteligencia, de nombre Sancho Panza, que
se conviertiese escudero en sus futuras aventuras, prometiéndole el cargo de gobernador de una
ínsula o isla que había de ganar. Con esa promesa, Sancho Panza aceptó la propuesta. Los días
siguientes Don Quijote los pasó reuniendo dinero, vendiendo cosas que tenía, arregló alguno de
sus pertrechos, consiguió otros, y avisó a Sancho Panza de la salida. Este propuso llevar un asno
y así lo aceptó Don Quijote, pensando que luego ya le daría mejor caballería a su escudero. Hizo
provisión Don Quijote de camisas, y así una noche sin avisar a nadie y en silencio, salieron los
dos, con Rocinante y el asno, por el campo de Montiel.
Ya de mañana Sancho Panza recordó a Don Quijote lo de la ínsula, y Don Quijote le dijo que no
se preocupara que pronto llegaría, antes de lo que suele ser usanza y que incluso mejoraría el
premio. Sancho Panza quedó convencido, pero dudoso a la vez de que su mujer y sus hijos
valiesen para reina e infantes. Don Quijote le animó a que no esperase menos, a lo que Sancho
Panza asintió, como dijo, teniendo además de señor tan valeroso a Don Quijote.
Y siguiendo el camino, se encontraron con unos molinos de viento. En su fantasía, Don Quijote
agradeció lo que él creía que iba a ser una nueva aventura en la que tomar parte, viendo en lugar
de molinos con aspas gigantes con largos brazos a los que vencer. A pesar de que Sancho avisara
de no eran gigantes sino molinos, Don Quijote hizo caso omiso y se arremetió con Rocinante
velozmente contra los molinos, dejando tras de sí a Sancho repitiendo sus advertencias a gritos.
Fue en balde. Así arremetió Don Quijote lanza en ristre contra un molino, una de sus aspas
girando le levantó, volteó y tiró al suelo, haciendo pedazos la lanza y dejando maltrecho al
caballero. Se acercó Sancho a socorrerle, reprochando a su señor no haberle hecho caso, a lo que
Don Quijote respondió que todo había sido culpa del sabio Frestón, el mismo que había hecho
desaparecer el aposento de sus libros, y que ahora había convertido los gigantes en molinos. Con
ayuda de Sancho, logró con dificultad levantarse, y siguieron su camino, echando de menos Don
Quijote su lanza y contando a Sancho que debería hacer de un trozo de encina otra lanza, así
como la hizo un famoso personaje de uno de sus libros. Sancho asintió, pero le dijo que se
enderezase encima de Rocinante, de lo molido que estaría de la caida. Don Quijote respondió
que no era propio de caballeros el quejarse de los golpes y heridas, lo que Sancho respetó aunque
no estuviese de acuerdo -él, desde luego, sí que se quejaría si algo le doliera-. Don Quijote
permitió quejarse a Sancho cuando considerare, y en esto llegó la hora de comer, Don Quijote
no tenía hambre, pero Sancho sí que dio buena cuenta de la bota de vino, tanto que olvidó el
peligro de las aventuras prometidas. Llegó la noche, al fuego hizo de una rama Don Quijote una
lanza, pasó la noche desvelado pensando en Dulcinea, mientras Sancho dormía la mona. A la
mañana prosiguieron camino. Ya era la tarde cuando Don Quijote advirtió a Sancho que en las
aventuras que viviesen no luchara para ayudarle, por estar esta reservada a los caballeros,
excepto si los atacantes fuesen gente baja. Asintió Sancho, pero dejando claro si era a él a quien
atacasen, sin duda se defendería. Y así se encontraron en el camino de frente con dos frailes, y
detrás un coche, con cuatro que iban a caballo y un par de mozos con mula. En el coche iba,
según se contará luego, una señora vizcaína que iba a Sevilla, a encontrarse con su marido. Don
Quijote vio de nuevo próxima aventura, creyendo que los bultos negros, los frailes, eran
encantadores que llevaban secuestrada a alguna princesa en el coche. Advirtió de nuevo Sancho
a Don Quijote, que aquellos solo eran frailes, pero tampoco hizo caso Don Quijote. Se paró en el
camino Don Quijote y solemnemente conminó a esa "gente endiablada" que dejasen libres a las
princesas que llevaban en el coche. Los frailes dijeron que ellos no eran nada de lo que decía
Don Quijote, sino meros frailes, y que no sabían nada de quién iba en el coche de detrás. No hizo
caso Don Quijote, que arremetió contra ellos, cayendo uno de su mula y saliendo el otro con la
suya a todo correr. Sancho Panza se acercó al fraile que estaba en el suelo y empezó a quitarle el
hábito, pero se acercaron los mozos del coche preguntando por su proceder, a lo que Sancho
respondió que no estaba más que cogiendo el fruto de lo que había ganado en esa batalla su
señor. Los mozos, que no entendían nada de aquello, tiraron al suelo a Sancho y lo molieron a
patadas. El fraile aprovecho para levantarse e ir detrás de su compañero, para salir de allí cuanto
antes. Mientras Don Quijote se acercó a la dama del coche, que tenía por princesa, y con grandes
palabras se presentó y pidió como pago a su libertad que fuese al Toboso, y que contase a
Dulcinea, su señora, lo que había hecho por ella. Se acercó uno de los escuderos que
acompañaban al coche, vizcaíno y por tanto vasco él, y en su habla le dijo "si no dejas coche, ahí
te matas". Don Quijote le dijo que si fuera caballero ya le hubiese castigado por esas palabras. El
vizcaíno airado, reafirmó su hidalguía, como vasco de nacimiento que era. Don Quijote tiró la
lanza y cogió su espada y rodela (haz clic) y otro tanto hizo el vizcaíno con la suya, cogiendo una
almohada como escudo. A pesar de que quisieron separarlos, entraron en combate, y en una de
estas dio el vizcaíno una cuchillada a Don Quijote por el hombro pasara abajo que defendió con
su rodela. Se encomendó Don Quijote a Dulcinea, apretó su espada y arremetió contra el
vizcaíno, mientras los demás contemplaban apartados la escena con preocupación y miedo del
desenlace de aquella contienda. Pero ahí acaba la narración porque el escritor no supo del
desenlace de esta aventura, dejándola para más adelante, cuando en la segunda parte, el segundo
autor sí que sepa de su final.
SEGUNDA PARTE
En el anterior capítulo quedó la historia interrumpida, sin que el autor de la historia nos diese
noticia de su continuación. Me causó esto mucho pesar y me pareció increíble que nadie tomara
el hilo de las aventuras de Don Quijote, más aún teniendo en cuenta su valentía y pundonor como
caballero andante. Pensé que quizás el temepo pasado había causado ese vacío en la historia.
Pero la casualidad quiso que un día estando en Toledo vi a un muchacho que vendía carpetas con
papeles, y como soy muy curioso, cogí uno de aquellos y ví que estaba escrito en caracteres
árabes; puse en las manos a un morisco que pasaba por allí la carpeta y comenzando a leer, ya vi
la sonrisa en su cara, Le pregunté y me dijo que era por una nota al margen que decía que
Dulcinea del Toboso era la mejor saladora de puercos de la Mancha. Oyendo el nombre de
Dulcinea. Le pedí que me tradujera el título y así me dijo: Historia de Don Quijote de la Mancha.
Corrí hacia el muchacho de las carpetas y le compré todas las carpetas, que si hubiese sabido el
tesoro que eran para mí, hubiese hecho un buen negocio. Me aparté con el morisco y le pedí que
me tradujese, palabra por palabra, todo lo que estaba escrito en las carpetas, ofreciéndole un buen
precio. Le traje casa y en ella estuvo un mes y medio hasta que tradujo todo.
En la primera carpeta estaba dibujada la batalla con el vizcaíno, poniendo debajo de él Don
Sancho de Azpeitia, y Don Quijote, debajo de nuestro caballero. También aparecían Rocinante y
Sancho Zancas, seguramente porque además la panza, tenía también patas largas. Y sobre lo
escrito, si hay algo de mentira, será porque el escritor, moro él, es de una raza mentirosa, y
además será por quedarse corto en contar las hazañas de Don Quijote. En fin, que contando la
batalla, decía que esta era de gran furor. El vizcaíno descargó primero su golpe, pero la buena
suerte quiso que la espada se torciese y que solo arrancara parte de la celada y media oreja de
nuestro caballero, viniendose al suelo maltrecho. Tal fue la rabia que sintió que se alzó de nuevo
y descargó un golpe brutal sobre la cabeza del vizcaíno, que cayó ensangrentado de su mula. Don
Quijote saltó de Rocinante y le pidió la rendición bajo amenaza de muerte. Las señoras del
coche, que habían seguido toda la batalla, le rogaron que perdonara la vida al vizcaíno. Aceptó
Don Quijote, pero con la condición de que se fuese al Toboso y se presentase a Dulcinea. Las
señoras prometieron que su escudero cumpliría sus deseos, aunqeu ni siquiera preguntaron quién
era Dulcinea. Y así Don Quijote dejó con sus heridas al vizcaíno, sin hacerle mayor mal.