21 de Mayo
21 de Mayo
21 de Mayo
Corría el año 1879, Chile ya había declarado la guerra al Perú, y el gobierno peruano
había tomado las medidas necesarias para organizar los buques de su escuadra, hacer
los pertrechos correspondientes y, formar y adiestrar a las tripulaciones. La Escuadra
Peruana, compuesta por la fragata Independencia y el monitor Huáscar, y acompañados
por los transportes Chalaco, Limeña y Oroya, partió con dirección a Arica el 16 de mayo
al mando del capitán de navío Miguel Grau, desde el puerto del Callao, sede de la
Primera División Naval Peruana.
Durante la travesía, se había recibido la noticia que la escuadra chilena había dejado
Iquique con dirección al norte, por lo tanto, por unanimidad se decidió que los blindados
Independencia y Huáscar se dirigieran esa misma noche a Iquique, para enfrentar a las
naves chilenas.
EL COMBATE
Los buques peruanos dejaron Arica la noche del día 20, arribando a Iquique a las 0800
horas del día 21, decididos a librar el primer combate naval de la Guerra del Pacífico.
Una granada hizo impacto sobre la Covadonga que intentaba huir, logrando perforar su
casco. Grau ordenó al capitán de navío Guillermo More, quien se encontraba al mando
de la Independencia, que vaya tras ella, mientras él mismo se encargaba de batir a la
Esmeralda, que permaneció en el puerto.
La intención inicial de Grau era capturar a la corbeta, pero viendo que esta se empeñaba
en combatir, decidió atacarla. El buque chileno se encontraba cercano a la costa, y
temiendo Grau que sus disparos pudieran hacer impacto en la población, así como lo
impreciso de sus tiros por falta de práctica de los artilleros del Huáscar, tomó la decisión
de espolonear a la Esmeralda, y se lanzó audazmente sobre ella. El primer espolonazo la
tocó en el costado de babor y luego recibió otro en la amura (parte de los costados del
buque en donde se estrechan para formar la proa) de estribor que le abrió un gran
boquete. Ambas embestidas dejaron seriamente dañada a la corbeta.
Es por esta razón que el “Caballero de los mares”, como fue llamado desde entonces
Grau, fue declarado unánimemente por la Sociedad Peruana de la Cruz Roja como
“Precursor Calificado del Derecho Internacional Humanitario en el Combate Marítimo”,
en virtud a la grandeza de su sentido de humanidad al ordenar el salvamento de los
enemigos chilenos que se encontraban náufragos.
De hecho, la historia siempre tiene diferentes miradas. Una de ellas, la del Comandante
John B. Rodgres, de la Fragata norteamericana «Pensacola», resulta siendo curiosa, e
irremediablemente sesgada, para todo peruano. Rodgres, supuestamente al haber
presenciado el Combate Naval de Iquique, expresó: «Desde que hay mar y hay Marina,
jamás había presenciado nada más grande y heroico, que la conducta de Prat y sus
compañeros”, en un afán por desmerecer la impecable conducta de Grau y sus hombres.
Sin embargo, no solo la historia chilena – que ha valorado a Grau por sus virtudes
militares y caballerosidad para el combate -, sino la prensa internacional, han reconocido
en el “caballero de los mares” a un guerrero hábil, valiente y digno.
Las señales son varias y variadas, a la hora de repasar las virtudes del capitán de navío
Miguel Grau, quien no dudó en emplear todos los recursos disponibles de la nave a su
mando, para cumplir el objetivo de hundir al enemigo. Pero son, su actitud magnánima,
al rescatar a los náufragos enemigos; y sus dotes de caballero, al haber enviado días
después del combate las prendas personales del comandante Prat a su viuda – que él
hubiera podido conservar como trofeo de guerra -, hechos que acreditan el liderazgo que
hoy luce en el pedestal de la historia peruana.
Iquique, que representó el inicio de la guerra y la apertura del escenario bélico en el
mar, fue la oportunidad para que ese bautismo de fuego irradie en los marinos de hoy un
ejemplo de impecable conducta militar, soportado por las cualidades que esos hombres
de mar – liderados por el hoy reconocido como el peruano del milenio -, supieron poner
generosamente al servicio de esa campaña, mostrando una gran capacidad marinera y
la firme convicción de defender a la patria por encima de los intereses personales y la
propia vida; este es el más alto honor al que puede aspirar un marino.