Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Cuentos Del Siglo XX. Antología 4 ESO.

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 47

OCHO CUENTOS

DEL SIGLO XIX

JOSÉ DE ESPRONCEDA

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

BENITO PÉREZ GALDÓS

EMILIA PARDO BAZÁN

LEOPOLDO ALAS "CLARÍN"


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

OCHO CUENTOS DEL SIGLO


XIX

ÍNDICE INTRODUCCIÓN

LA PATA DE PALO 3
La siguiente selección incluye cuentos de diversos
EL MONTE DE LAS ÁNIMAS 7 autores españoles en cuya fecha de nacimiento nos
hemos basado para establecer un orden cronológico.
LOS OJOS VERDES 13
El primer relato de Espronceda, junto con las tres
EL RAYO DE LUNA 19 leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, corresponden

EL DON JUAN 27
al movimiento romántico en sus dos manifestaciones
en España, Romanticismo pleno y tardío. De entre
LAS MEDIAS ROJAS 31
los autores realistas hemos elegido cuentos de Benito
EL INDULTO 33 Pérez Galdós, Leopoldo Alas “Clarín” y Emilia Pardo
Bazán.
¡ADIÓS, CORDERA! 40

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 2


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

las piernas de palo, con grave perjuicio de las naturales. Acertó


en este tiempo nuestro comerciante a romperse una de las
LA PATA DE PALO
suyas, con tal perfección, que los cirujanos no hallaron otro
José de Espronceda (1808-1842) remedio más que cortársela, y aunque el dolor de la operación le
tuvo a pique de expirar, luego que se encontró sin pierna, no
Voy a contar el caso más dejó de alegrarse pensando en el artífice, que con una de palo le
espantable y prodigioso que habría de librar para siempre de semejantes percances. Mandó
buenamente imaginarse llamar a Mr. Wood al momento (que éste era el nombre del
puede, caso que hará erizar el estupendo maestro pernero), y como suele decirse, no se le cocía
cabello, horripilarse las el pan, imaginándose ya con su bien arreglada y prodigiosa
carnes, pasmar el ánimo y pierna que, aunque hombre grave, gordo y de más de cuarenta
acobardar el corazón más años, el deseo de experimentar en sí mismo la habilidad del
intrépido, mientras dure su artífice le tenía fuera de sus casillas.
memoria entre los hombres y
pase de generación en No se hizo esperar mucho tiempo, que era el comerciante rico y
generación su fama con la gozaba renombre de generoso.
eterna desgracia del infeliz a quien cupo tan mala y tan
–Míster Wood —le dijo, felizmente necesito de su habilidad de
desventurada suerte. ¡Oh cojos!, escarmentad en pierna ajena
usted.
y leed con atención esta historia, que tiene tanto de cierta
como de lastimosa; con vosotros hablo, y mejor diré con
–Mis piernas repuso Wood están a disposición de quien quiera
todos, puesto que no hay en el mundo nadie, a no carecer de
servirse de ellas.
piernas, que no se halle expuesto a perderlas.
–Mil gracias; pero no son las piernas de usted, sino una de palo
Érase que en Londres vivían, no ha medio siglo, un
lo que necesito.
comerciante y un artífice de piernas de palo, famosos ambos:
el primero, por sus riquezas, y el segundo, por su rara –Las de ese género ofrezco yo replicó el artífice que las mías,
habilidad en su oficio. Y basta decir que ésta era tal, que aun aunque son de carne y hueso, no dejan de hacerme falta.
los de piernas más ágiles y ligeras envidiaban las que solía
hacer de madera, hasta el punto de haberse hecho de moda –Por cierto que es raro que un hombre como usted que sabe

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 3


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

hacer piernas que no hay más que pedir, use todavía las –Conque ya está usted enterado.
mismas con que nació.
–De aquí a dos días —respondió el pernero tendrá usted la
–En eso hay mucho que hablar; pero al grano: usted necesita pierna en casa, y prometo a usted que quedará complacido.
una pierna de palo, ¿no es eso?
Dicho esto se despidieron, y el comerciante quedó entregado a
–Cabalmente —replicó el acaudalado comerciante; pero no mil sabrosas y lisonjeras esperanzas, pensando que de allí a tres
vaya usted a creer que se trata de una cosa cualquiera, sino días se vería provisto de la mejor pierna de palo que hubiera en
que es menester que sea una obra maestra, un milagro del todo el reino unido de la Gran Bretaña. Entretanto, nuestro
arte. ingenioso artífice se ocupaba ya en la construcción de su
máquina con tanto empeño y acierto, que de allí a tres días,
–Un milagro del arte, ¡eh! repitió míster Wood. como había ofrecido, estaba acabada su obra, satisfecho
sobremanera de su adelantado ingenio.
–Sí, señor, una pierna maravillosa y cueste lo que costare.
Era una mañana de mayo y empezaba a rayar el día feliz en que
–Estoy en ello; una pierna que supla en un todo la que usted
habían de cumplirse las mágicas ilusiones del despernado
ha perdido.
comerciante, que yacía en su cama muy ajeno de la desventura
que le aguardaba. Faltábale tiempo ya para calzarse la prestada
–No, señor; es preciso que sea mejor todavía.
pierna, y cada golpe que sonaba a la puerta de la casa
–Muy bien. retumbaba en su corazón. «Ese será», se decía a sí mismo; pero
en vano, porque antes que su pierna llegaron la lechera, el
–Que encaje bien, que no pese nada, ni tenga yo que llevarla a cartero, el carnicero, un amigo suyo y otros mil personajes
ella, sino que ella me lleve a mí. insignificantes, creciendo por instantes la impaciencia y
ansiedad de nuestro héroe, bien así como el que espera un frac
–Será usted servido. nuevo para ir a una cita amorosa y tiene al sastre por
embustero. Pero nuestro artífice cumplía mejor sus palabras, y
–En una palabra, quiero una pierna, vamos, ya que estoy en el ¡ojalá que no la hubiese cumplido entonces! Llamaron, en fin, a
caso de elegirla, una pierna que ande sola. la puerta, y a poco rato entró en la alcoba del comerciante un
oficial de su tienda con una pierna de palo en la mano, que no
–Como usted guste.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 4


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

parecía sino que se le iba a escapar. corría peligro de dejarse allí el brazo, y cuando las gentes
acudían a sus gritos, ya el malhadado banquero había
–Gracias a Dios exclamó el banquero, veamos esa maravilla del desaparecido. Tal era la violencia y rebeldía del postizo miembro.
mundo. Y era lo mejor, que se encontraba algunos amigos que le
llamaban y aconsejaban que se parara, lo que era para él lo
–Aquí la tiene usted —replicó el oficial,—y crea usted que
mismo que tocar con la mano al cielo.
mejor pierna no la ha hecho mi amo en su vida.
–Un hombre tan formal como usted -le gritaba uno- en
–Ahora veremos.
calzoncillos y a escape por esas calles, ¡eh!, ¡eh!

Y enderezándose en la cama, pidió de vestir, y luego que se Y el hombre, maldiciendo y jurando y haciendo señas con la
mudó la ropa interior, mandó al oficial de piernas que le mano de que no podía absolutamente pararse.
acercase la suya de palo para probársela. No tardó mucho
tiempo en calzársela. Pero aquí entra la parte más lastimosa. Cuál le tomaba por loco, otro intentaba detenerle poniéndose
No bien se la colocó y se puso en pie, cuando sin que fuerzas delante y caía atropellado por la furiosa pierna, lo que valía al
humanas fuesen bastantes a detenerla, echó a andar la pierna desdichado andarín mil injurias y picardías. El pobre lloraba; en
de por sí sola con tal seguridad y rapidez tan prodigiosa, que, a fin, desesperado y aburrido se le ocurrió la idea de ir a casa del
su despecho, hubo de seguirla el obeso cuerpo del maldito fabricante de piernas que tal le había puesto.
comerciante. En vano fueron las voces que éste daba llamando
a sus criados para que le detuvieran. Llegó, llamó a la puerta al pasar; pero ya había transpuesto la
calle cuando el maestro se asomó a ver quién era. Sólo pudo
Desgraciadamente, la puerta estaba abierta, y cuando ellos divisar a lo lejos un hombre arrebatado en alas del huracán que
llegaron, ya estaba el pobre hombre en la calle. Luego que se con la mano se las juraba. En resolución, al caer la tarde, el
vio en ella, ya fue imposible contener su ímpetu. No andaba, apresurado varón notó que la pierna, lejos de aflojar, aumentaba
volaba; parecía que iba arrebatado por un torbellino, que iba en velocidad por instantes. Salió al campo y, casi exánime y
impelido de un huracán. En vano era echar atrás el cuerpo jadeando, acertó a tomar un camino que llevaba a una quinta
cuanto podía, tratar de asirse a una reja, dar voces que le de una tía suya que allí vivía. Estaba aquella respetable
socorriesen y detuvieran, que ya temía estrellarse contra señora, con más de setenta años encima, tomando un té junto a
alguna tapia, el cuerpo seguía a remolque el impulso de la la ventana del parlour y como vio a su sobrino venir tan chusco
alborotada pierna; si se esforzaba a cogerse de alguna parte,
IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 5
OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

y regocijado corriendo hacia ella, empezó a sospechar si habría


llegado a perder el seso, y mucho más al verle tan
deshonestamente vestido. Al pasar el desventurado cerca de
sus ventanas le llamó y, muy seria, empezó a echarle una
exhortación muy grave acerca de lo ajeno que era en un
hombre de su carácter andar de aquella manera.

–¡Tía!, ¡tía! ¡También usted! respondió con lamentos su sobrino


perniligero.

No se le volvió a ver más desde entonces, y muchos creyeron


que se había ahogado en el canal de la Mancha al salir de la
isla. Hace, no obstante, algunos años que unos viajeros recién
llegados de América afirmaron haberle visto atravesar los
bosques del Canadá con la rapidez de un relámpago. Y poco
hace se vio un esqueleto desarmado vagando por las cumbres
del Pirineo, con notable espanto de los vecinos de la comarca,
sostenido por una pierna de palo. Y así continúa dando la
vuelta al mundo con increíble presteza la prodigiosa pierna,
sin haber perdido aún nada de su primer arranque, furibunda
velocidad y movimiento perpetuo.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 6


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

las Ánimas.

EL MONTE DE LAS ÁNIMAS -¡Tan pronto!

Gustavo Adolfo Bécquer (1836- 1870) -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de
lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la
las campanas; su tañido oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos
monótono y eterno me trajo a las comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
mientes esta tradición que oí hace
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
poco en Soria.
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país,
Intenté dormir de nuevo;
porque aún no hace un año que has venido a él desde muy
¡imposible! Una vez aguijoneada,
lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y
la imaginación es un caballo que
mientras dure el camino te contaré esa historia.
se desboca y al que no sirve
tirarle de la rienda. Por pasar el Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los
rato me decidí a escribirla, como condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos
en efecto lo hice. caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso,
que precedían la comitiva a bastante distancia.
Yo la oí en el mismo lugar en que
acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la
miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, prometida historia:
estremecidos por el aire frío de la noche.
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas. Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los
I Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada
Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello
reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran
se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 7


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

solos sabido defenderla como solos la conquistaron. dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en
la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los
Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso
hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al
he querido salir de él antes que cierre la noche.
fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte,
donde reservaban caza abundante para satisfacer sus La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos
necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad
determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual,
las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre
llamaban a sus enemigos. las estrechas y oscuras calles de Soria.

II
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos
en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta
La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía
ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y
arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una caballeros que alrededor de la lumbre conversaban
cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de
de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron las ojivas del salón.
un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey:
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general:
el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró
Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un
abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo
vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el
monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos,
reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
comenzó a arruinarse.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se
oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos,
los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos
en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. representaban el principal papel; y las campanas de las
Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 8


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

triste. turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con


tristeza:
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo
silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo
tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres
costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y aceptar el mío?
patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano
veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a
mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus
oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de
delgados labios.
trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a
otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos,
anudarse de este modo:
quisiera que llevases una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando
fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así
salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad,
la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una
estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago,
prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que iluminada por un pensamiento diabólico.
me dio el ser, y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres?
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de
prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de su ancha manga de terciopelo bordado de oro… Después, con
ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un una infantil expresión de sentimiento, añadió:
deudo… que aún puede ir a Roma sin volver con las manos
vacías. -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y
que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 9


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

divisa de tu alma? Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar
sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus
-Sí.
fosas… ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la
-Pues… ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o
como un recuerdo. arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una
hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose
de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó
esperanza. en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó
con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar,
-No sé… en el monte acaso. donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil
colores:
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y
dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas! -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por
semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos,
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda: y cuajado el camino de lobos!

-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial,
toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga
aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la
ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba
todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó,
raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el
que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie
-Adiós Beatriz, adiós… Hasta pronto.
y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir
del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero
banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había
noche… esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? desaparecido.
Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 10


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se ventana.


alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón,
orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a
procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más
aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se
violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido
desvaneció por último.
sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y
estridente.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas
aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las
campanas de la ciudad doblaban a lo lejos. puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su
III orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un
lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno
Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un
punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de
volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos
haberlo hecho. que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros
que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten,
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de
estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de
oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber
algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en
intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la
la oscuridad.
iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las
cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se
ligero, nervioso. pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada,
silencio.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre
sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis
tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y
ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad,
voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la las sombras impenetrables.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 11


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus


-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre
temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su
la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como
cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal
esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una
descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto
armadura, al oír una conseja de aparecidos?
sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el
monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Y cerrando los ojos intentó dormir…; pero en vano había hecho
un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la
pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había
colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte
separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con
rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho,
continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios,
o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un
IV
grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió
la cabeza y contuvo el aliento. Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador
extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo
lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras,
ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y
campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla
doblan tristemente por las ánimas de los difuntos. levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y,
caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche
fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los
aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora:
pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror,
vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de
daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores,
¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 12


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

comienza por donde otros acaban… En cuarenta años de


montero no he visto mejor golpe… Pero, ¡por San Saturio,
LOS OJOS VERDES patrón de Soria!, cortadle el paso por esas carrascas, azuzad
los perros, soplad en esas trompas hasta echar los hígados, y
Gustavo Adolfo Bécquer (1836- 1870) hundid a los corceles una cuarta de hierro en los ijares: ¿no
veis que se dirige hacia la fuente de los Álamos y si la salva
Hace mucho tiempo que tenía ganas antes de morir podemos darlo por perdido?
de escribir cualquier cosa con este
título. Las cuencas del Moncayo repitieron de eco en eco el bramido
de las trompas, el latir de la jauría desencadenada, y las voces
Hoy, que se me ha presentado de los pajes resonaron con nueva furia, y el confuso tropel de
ocasión, lo he puesto con letras hombres, caballos y perros, se dirigió al punto que Iñigo, el
grandes en la primera cuartilla de montero mayor de los marqueses de Almenar, señalara como
papel, y luego he dejado a capricho el más a propósito para cortarle el paso a la res.
volar la pluma.
Pero todo fue inútil. Cuando el más ágil de los lebreles llegó a
Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta las carrascas, jadeante y cubiertas las fauces de espuma, ya el
leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no ciervo, rápido como una saeta, las había salvado de un solo
los podré describir tal cuales ellos eran: luminosos, brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que
transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan conducía a la fuente.
sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de
-¡Alto!… ¡Alto todo el mundo! -gritó Iñigo entonces-. Estaba de
verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis
Dios que había de marcharse.
lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos
llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día. Y la cabalgata se detuvo, y enmudecieron las trompas, y los
lebreles dejaron refunfuñando la pista a la voz de los
I
cazadores.
-Herido va el ciervo…, herido va… no hay duda. Se ve el rastro
En aquel momento, se reunía a la comitiva el héroe de la
de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos
fiesta, Fernando de Argensola, el primogénito de Almenar.
lentiscos han flaqueado sus piernas… Nuestro joven señor

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 13


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

le daré lugar para que llegue a la fuente? Y si llegase, al diablo


-¿Qué haces? -exclamó, dirigiéndose a su montero, y en tanto, ella, su limpidez y sus habitadores. ¡Sus, Relámpago!; ¡sus,
ya se pintaba el asombro en sus facciones, ya ardía la cólera caballo mío! Si lo alcanzas, mando engarzar los diamantes de
en sus ojos-. ¿Qué haces, imbécil? Ves que la pieza está mi joyel en tu serreta de oro.
herida, que es la primera que cae por mi mano, y abandonas el
rastro y la dejas perder para que vaya a morir en el fondo del Caballo y jinete partieron como un huracán.
bosque. ¿Crees acaso que he venido a matar ciervos para
festines de lobos? Iñigo los siguió con la vista hasta que se perdieron en la
maleza; después volvió los ojos en derredor suyo; todos, como
-Señor -murmuró Iñigo entre dientes-, es imposible pasar de él, permanecían inmóviles y consternados.
este punto.
El montero exclamó al fin:
-¡Imposible! ¿Y por qué?
-Señores, vosotros lo habéis visto; me he expuesto a morir
-Porque esa trocha -prosiguió el montero- conduce a la fuente entre los pies de su caballo por detenerlo. Yo he cumplido con
de los Álamos: la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita mi deber. Con el diablo no sirven valentías. Hasta aquí llega el
un espíritu del mal. El que osa enturbiar su corriente paga montero con su ballesta; de aquí en adelante, que pruebe a
caro su atrevimiento. Ya la res habrá salvado sus márgenes. pasar el capellán con su hisopo.
¿Cómo la salvaréis vos sin atraer sobre vuestra cabeza alguna
II
calamidad horrible? Los cazadores somos reyes del Moncayo,
pero reyes que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esta -Tenéis la color quebrada; andáis mustio y sombrío. ¿Qué os
fuente misteriosa, pieza perdida. sucede? Desde el día, que yo siempre tendré por funesto, en
que llegasteis a la fuente de los Álamos, en pos de la res
-¡Pieza perdida! Primero perderé yo el señorío de mis padres, y
herida, diríase que una mala bruja os ha encanijado con sus
primero perderé el ánima en manos de Satanás, que permitir
hechizos. Ya no vais a los montes precedido de la ruidosa
que se me escape ese ciervo, el único que ha herido mi
jauría, ni el clamor de vuestras trompas despierta sus ecos.
venablo, la primicia de mis excursiones de cazador… ¿Lo
Sólo con esas cavilaciones que os persiguen, todas las
ves?… ¿Lo ves?… Aún se distingue a intervalos desde aquí; las
mañanas tomáis la ballesta para enderezaros a la espesura y
piernas le fallan, su carrera se acorta; déjame…, déjame;
permanecer en ella hasta que el sol se esconde. Y cuando la
suelta esa brida o te revuelvo en el polvo… ¿Quién sabe si no
noche oscurece y volvéis pálido y fatigado al castillo, en balde

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 14


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

busco en la bandolera los despojos de la caza. ¿Qué os ocupa apartaba un punto los espantados ojos… Éste, después de
tan largas horas lejos de los que más os quieren? coordinar sus ideas, prosiguió así:

Mientras Iñigo hablaba, Fernando, absorto en sus ideas, -Desde el día en que, a pesar de sus funestas predicciones,
sacaba maquinalmente astillas de su escaño de ébano con un llegué a la fuente de los Álamos, y, atravesando sus aguas,
cuchillo de monte. recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir,
se llenó mi alma del deseo de soledad.
Después de un largo silencio, que sólo interrumpía el chirrido
de la hoja al resbalar sobre la pulimentada madera, el joven Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida en el
exclamó, dirigiéndose a su servidor, como si no hubiera seno de una peña, y cae, resbalándose gota a gota, por entre
escuchado una sola de sus palabras: las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde
de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse brillan como
-Iñigo, tú que eres viejo, tú que conoces las guaridas del
puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se
Moncayo, que has vivido en sus faldas persiguiendo a las
reúnen entre los céspedes y, susurrando, susurrando, con un
fieras, y en tus errantes excursiones de cazador subiste más
ruido semejante al de las abejas que zumban en torno a las
de una vez a su cumbre, dime: ¿has encontrado, por acaso,
flores, se alejan por entre las arenas y forman un cauce, y
una mujer que vive entre sus rocas?
luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se
-¡Una mujer! -exclamó el montero con asombro y mirándole de repliegan sobre sí mismas, saltan, y huyen, y corren, unas
hito en hito. veces con risas; otras, con suspiros, hasta caer en un lago. En
el lago caen con un rumor indescriptible. Lamentos, palabras,
-Sí -dijo el joven-, es una cosa extraña lo que me sucede, muy nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor
extraña… Creí poder guardar ese secreto eternamente, pero ya cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco a cuyos
no es posible; rebosa en mi corazón y asoma a mi semblante. pies saltan las aguas de la fuente misteriosa, para estancarse
Voy, pues, a revelártelo… Tú me ayudarás a desvanecer el en una balsa profunda cuya inmóvil superficie apenas riza el
misterio que envuelve a esa criatura que, al parecer, sólo para viento de la tarde.
mí existe, pues nadie la conoce, ni la ha visto, ni puede dame
razón de ella. Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores
desconocidos, vive en aquellos lugares y embriaga el espíritu
El montero, sin despegar los labios, arrastró su banquillo en su inefable melancolía. En las plateadas hojas de los
hasta colocarse junto al escaño de su señor, del que no álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del agua,

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 15


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza,


-¡Verdes! -exclamó Iñigo con un acento de profundo terror e
que reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.
incorporándose de un golpe en su asiento.
Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y
dirigirme al monte, no fue nunca para perderme entre sus Fernando lo miró a su vez como asombrado de que concluyese
matorrales en pos de la caza, no; iba a sentarme al borde de la lo que iba a decir, y le preguntó con una mezcla de ansiedad y
fuente, a buscar en sus ondas… no sé qué, ¡una locura! El día de alegría:
en que saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber visto brillar -¿La conoces?
en su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una
mujer. -¡Oh, no! -dijo el montero-. ¡Líbreme Dios de conocerla! Pero
mis padres, al prohibirme llegar hasta estos lugares, me
Tal vez sería un rayo de sol que serpenteó fugitivo entre su dijeron mil veces que el espíritu, trasgo, demonio o mujer que
espuma; tal vez sería una de esas flores que flotan entre las habita en sus aguas tiene los ojos de ese color. Yo os conjuro
algas de su seno y cuyos cálices parecen esmeraldas…; no sé; por lo que más améis en la tierra a no volver a la fuente de los
yo creí ver una mirada que se clavó en la mía, una mirada que álamos. Un día u otro os alcanzará su venganza y expiaréis,
encendió en mi pecho un deseo absurdo, irrealizable: el de muriendo, el delito de haber encenagado sus ondas.
encontrar una persona con unos ojos como aquellos.
-¡Por lo que más amo! -murmuró el joven con una triste
En su busca fui un día y otro a aquel sitio. sonrisa.

Por último, una tarde… yo me creí juguete de un sueño…; pero -Sí -prosiguió el anciano-; por vuestros padres, por vuestros

no, es verdad; le he hablado ya muchas veces como te hablo a deudos, por las lágrimas de la que el Cielo destina para

ti ahora…; una tarde encontré sentada en mi puesto, vestida vuestra esposa, por las de un servidor, que os ha visto nacer.

con unas ropas que llegaban hasta las aguas y flotaban sobre
su haz, una mujer hermosa sobre toda ponderación. Sus -¿Sabes tú lo que más amo en el mundo? ¿Sabes tú por qué

cabellos eran como el oro; sus pestañas brillaban como hilos daría yo el amor de mi padre, los besos de la que me dio la

de luz, y entre las pestañas volteaban inquietas unas pupilas vida y todo el cariño que pueden atesorar todas las mujeres de

que yo había visto…, sí, porque los ojos de aquella mujer eran la tierra? Por una mirada, por una sola mirada de esos ojos…

los ojos que yo tenía clavados en la mente, unos ojos de un ¡Mira cómo podré dejar yo de buscarlos!

color imposible, unos ojos…

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 16


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

Dijo Fernando estas palabras con tal acento, que la lágrima brillaban sus pupilas como dos esmeraldas sujetas en una
que temblaba en los párpados de Iñigo se resbaló silenciosa joya de oro.
por su mejilla, mientras exclamó con acento sombrío:
Cuando el joven acabó de hablarle, sus labios se removieron
-¡Cúmplase la voluntad del Cielo! como para pronunciar algunas palabras; pero exhalaron un
suspiro, un suspiro débil, doliente, como el de la ligera onda
III
que empuja una brisa al morir entre los juncos.
-¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu patria? ¿En dónde habitas? Yo
-¡No me respondes! -exclamó Fernando al ver burlada su
vengo un día y otro en tu busca, y ni veo el corcel que te trae a
esperanza-. ¿Querrás que dé crédito a lo que de ti me han
estos lugares ni a los servidores que conducen tu litera. Rompe
dicho? ¡Oh, no!… Háblame; yo quiero saber si me amas; yo
de una vez el misterioso velo en que te envuelves como en una
quiero saber si puedo amarte, si eres una mujer…
noche profunda. Yo te amo, y, noble o villana, seré tuyo, tuyo
siempre… -O un demonio… ¿Y si lo fuese?

El sol había traspuesto la cumbre del monte; las sombras El joven vaciló un instante; un sudor frío corrió por sus
bajaban a grandes pasos por su falda; la brisa gemía entre los miembros; sus pupilas se dilataron al fijarse con más
álamos de la fuente, y la niebla, elevándose poco a poco de la intensidad en las de aquella mujer, y fascinado por su brillo
superficie del lago, comenzaba a envolver las rocas de su fosfórico, demente casi, exclamó en un arrebato de amor:
margen.
-Si lo fueses..., te amaría…, te amaría como te amo ahora,
Sobre una de estas rocas, sobre la que parecía próxima a como es mi destino amarte, hasta más allá de esta vida, si hay
desplomarse en el fondo de las aguas, en cuya superficie se algo más de ella.
retrataba, temblando, el primogénito Almenar, de rodillas a los
-Fernando -dijo la hermosa entonces con una voz semejante a
pies de su misteriosa amante, procuraba en vano arrancarle el
una música-, yo te amo más aún que tú me amas; yo, que
secreto de su existencia.
desciendo hasta un mortal siendo un espíritu puro. No soy
Ella era hermosa, hermosa y pálida como una estatua de una mujer como las que existen en la Tierra; soy una mujer
alabastro. Y uno de sus rizos caía sobre sus hombros, digna de ti, que eres superior a los demás hombres. Yo vivo en
deslizándose entre los pliegues del velo como un rayo de sol el fondo de estas aguas, incorpórea como ellas, fugaz y
que atraviesa las nubes, y en el cerco de sus pestañas rubias transparente: hablo con sus rumores y ondulo con sus

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 17


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

pliegues. Yo no castigo al que osa turbar la fuente donde moro; delgados y flexibles que se liaban a su cuello, y una sensación
antes lo premio con mi amor, como a un mortal superior a las fría en sus labios ardorosos, un beso de nieve…, y vaciló…, y
supersticiones del vulgo, como a un amante capaz de perdió pie, y cayó al agua con un rumor sordo y lúgubre.
comprender mi caso extraño y misterioso.
Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su
Mientras ella hablaba así, el joven absorto en la contemplación cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose,
de su fantástica hermosura, atraído como por una fuerza ensanchándose hasta expirar en las orillas.
desconocida, se aproximaba más y más al borde de la roca. La
mujer de los ojos verdes prosiguió así:

-¿Ves, ves el límpido fondo de este lago? ¿Ves esas plantas de


largas y verdes hojas que se agitan en su fondo?… Ellas nos
darán un lecho de esmeraldas y corales…, y yo…, yo te daré
una felicidad sin nombre, esa felicidad que has soñado en tus
horas de delirio y que no puede ofrecerte nadie… Ven; la niebla
del lago flota sobre nuestras frentes como un pabellón de
lino…; las ondas nos llaman con sus voces incomprensibles; el
viento empieza entre los álamos sus himnos de amor; ven…,
ven…

La noche comenzaba a extender sus sombras; la luna rielaba


en la superficie del lago; la niebla se arremolinaba al soplo del
aire, y los ojos verdes brillaban en la oscuridad como los
fuegos fatuos que corren sobre el haz de las aguas infectas…
Ven, ven… Estas palabras zumbaban en los oídos de Fernando
como un conjuro. Ven… y la mujer misteriosa lo llamaba al
borde del abismo donde estaba suspendida, y parecía ofrecerle
un beso…, un beso…

Fernando dio un paso hacia ella…, otro…, y sintió unos brazos

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 18


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.
preguntaba algunas veces su madre.

-No sabemos -respondían sus servidores:- acaso estará en el


EL RAYO DE LUNA claustro del monasterio de la Peña, sentado al borde de una
tumba, prestando oído a ver si sorprende alguna palabra de la
Gustavo Adolfo Bécquer (1836- 1870)
conversación de los muertos; o en el puente, mirando correr
unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o
Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento
acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar
que parece historia; lo que puedo decir es que en su fondo hay
las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o
una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré
contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones
uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de
sobre el haz de las lagunas. En cualquiera parte estará menos
imaginación.
en donde esté todo el mundo.
Otro, con esta idea, tal vez hubiera hecho un tomo de filosofía
En efecto, Manrique amaba la soledad, y la amaba de tal
lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean
modo, que algunas veces hubiera deseado no tener sombra,
en su fondo, al menos podrá entretenerles un rato.
porque su sombra no le siguiese a todas partes.
I
Amaba la soledad, porque en su seno, dando rienda suelta a la
Era noble, había nacido entre el estruendo de las armas, y el
imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por
insólito clamor de una trompa de guerra no le hubiera hecho
extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de
levantar la cabeza un instante ni apartar sus ojos un punto del
poeta, tanto, que nunca le habían satisfecho las formas en que
oscuro pergamino en que leía la última cantiga de un trovador.
pudiera encerrar sus pensamientos, y nunca los había
encerrado al escribirlos.
Los que quisieran encontrarle, no lo debían buscar en el
anchuroso patio de su castillo, donde los palafreneros
Creía que entre las rojas ascuas del hogar habitaban espíritus
domaban los potros, los pajes enseñaban a volar a los
de fuego de mil colores, que corrían como insectos de oro a lo
halcones, y los soldados se entretenían los días de reposo en
largo de los troncos encendidos, o danzaban en una luminosa
afilar el hierro de su lanza contra una piedra.
ronda de chispas en la cúspide de las llamas, y se pasaba las
-¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? - horas muertas sentado en un escabel junto a la alta chimenea

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 19


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre. regiones luminosas, y yo no podré verlas, y yo no podré
amarlas!… ¿Cómo será su hermosura?… ¿Cómo será su
Creía que en el fondo de las ondas del río, entre los musgos de amor?…
la fuente y sobre los vapores del lago, vivían unas mujeres
misteriosas, hadas, sílfides u ondinas, que exhalaban Manrique no estaba aún lo bastante loco para que le siguiesen
lamentos y suspiros, o cantaban y se reían en el monótono los muchachos, pero sí lo suficiente para hablar y gesticular a
rumor del agua, rumor que oía en silencio intentando solas, que es por donde se empieza.
traducirlo.
II
En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las
grietas de las peñas, imaginaba percibir formas o escuchar Sobre el Duero, que pasaba lamiendo las carcomidas y oscuras
sonidos misteriosos, formas de seres sobrenaturales, palabras piedras de las murallas de Soria, hay un puente que conduce
ininteligibles que no podía comprender. de la ciudad al antiguo convento de los Templarios, cuyas
posesiones se extendían a lo largo de la opuesta margen del
¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo. río.
Amaba a todas las mujeres un instante: a ésta porque era
En la época a que nos referimos, los caballeros de la Orden
rubia, a aquélla porque tenía los labios rojos, a la otra porque
habían ya abandonado sus históricas fortalezas; pero aún
se cimbreaba al andar como un junco.
quedaban en pie los restos de los anchos torreones de sus
Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse muros, aún se veían, como en parte se ven hoy, cubiertos de
una noche entera mirando a la luna, que flotaba en el cielo hiedra y campanillas blancas, los macizos arcos de su
entre un vapor de plata, o a las estrellas que temblaban a lo claustro, las prolongadas galerías ojivales de sus patios de
lejos como los cambiantes de las piedras preciosas. En armas, en las que suspiraba el viento con un gemido, agitando
aquellas largas noches de poético insomnio, exclamaba: las altas hierbas.

-Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho, que es En los huertos y en los jardines, cuyos senderos no hollaban
posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que hacía muchos años las plantas de los religiosos, la vegetación,
en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan abandonada a sí misma, desplegaba todas sus galas, sin temor
gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas de que la mano del hombre la mutilase, creyendo embellecerla.
Las plantas trepadoras subían encaramándose por los añosos

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 20


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

troncos de los árboles; las sombrías calles de álamos, cuyas cosa blanca, que flotó un momento y desapareció en la
copas se tocaban y se confundían entre sí, se habían cubierto oscuridad. La orla del traje de una mujer, de una mujer que
de césped; los cardos silvestres y las ortigas brotaban en había cruzado el sendero y se ocultaba entre el follaje, en el
medio de los enarenados caminos, y en dos trozos de fábrica, mismo instante en que el loco soñador de quimeras o
próximos a desplomarse, el jaramago, flotando al viento como imposibles penetraba en los jardines.
el penacho de una cimera, y las campanillas blancas y azules,
balanceándose como en un columpio sobre sus largos y III
flexibles tallos, pregonaban la victoria de la destrucción y la
ruina. Llegó al punto en que había
visto perderse entre la
Era de noche; una noche de verano, templada, llena de espesura de las ramas a la
perfumes y de rumores apacibles, y con una luna blanca y mujer misteriosa. Había
serena, en mitad de un cielo azul, luminoso y transparente. desaparecido. ¿Por dónde?
Allá lejos, muy lejos, creyó
Manrique, presa su imaginación de un vértigo de poesía, divisar por entre los cruzados
después de atravesar el puente, desde donde contempló un troncos de los árboles como
momento la negra silueta de la ciudad, que se destacaba sobre una claridad o una forma
el fondo de algunas nubes blanquecinas y ligeras arrolladas en blanca que se movía.
el horizonte, se internó en las desiertas ruinas de los
Templarios. -¡Es ella, es ella, que lleva alas
en los pies y huye como una
La media noche tocaba a su punto. La luna, que se había ido
sombra! -dijo, y se precipitó
remontando lentamente, estaba ya en lo más alto del cielo,
en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que
cuando al entrar en una oscura alameda que conducía desde
se extendían como un tapiz de unos en otros álamos. Llegó
el derruido claustro a la margen del Duero, Manrique exhaló
rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta
un grito leve y ahogado, mezcla extraña de sorpresa, de temor
una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo…
y de júbilo.
¡Nadie!
En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una
-¡Ah!, por aquí, por aquí va -exclamó entonces-. Oigo sus

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 21


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

pisadas sobre las hojas secas, y el crujido de su traje que pesquisas a través de ese confuso laberinto -exclamó trepando
arrastra por el suelo y roza en los arbustos; -y corría y corría de peña en peña con la ayuda de su daga.
como un loco de aquí para allá, y no la veía. -Pero siguen
sonando sus pisadas -murmuró otra vez;-creo que ha hablado; Llegó a la cima, desde la que se descubre la ciudad en
no hay duda, ha hablado… El viento que suspira entre las lontananza y una gran parte del Duero que se retuerce a sus
ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han pies, arrastrando una corriente impetuosa y oscura por entre
impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha las corvas márgenes que lo encarcelan.
hablado… ha hablado… ¿En qué idioma? No sé, pero es una
lengua extranjera… Manrique, una vez en lo alto de las rocas, tendió la vista a su
alrededor; pero al tenderla y fijarla al cabo en un punto, no
Y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, pudo contener una blasfemia.
otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las
cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando La luz de la luna rielaba chispeando en la estela que dejaba en
distinguir en la arena la huella de sus propios pies; luego, pos de sí una barca que se dirigía a todo remo a la orilla
firmemente persuadido de que un perfume especial que opuesta.
aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella
mujer que se burlaba de él, complaciéndose en huirle por En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y
entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil! esbelta, una mujer sin duda, la mujer que había visto en los
Templarios, la mujer de sus sueños, la realización de sus más
Vagó algunas horas de un lado a otro fuera de sí, ya parándose locas esperanzas. Se descolgó de las peñas con la agilidad de
para escuchar, ya deslizándose con las mayores precauciones un gamo, arrojó al suelo la gorra, cuya redonda y larga pluma
sobre la hierba, ya en una carrera frenética y desesperada. podía embarazarle para correr, y desnudándose del ancho
capotillo de terciopelo, partió como una exhalación hacia el
Avanzando, avanzando por entre los inmensos jardines que puente.
bordaban la margen del río, llegó al fin al pie de las rocas
sobre que se eleva la ermita de San Saturio. Pensaba atravesarlo y llegar a la ciudad antes que la barca
tocase en la otra orilla. ¡Locura! Cuando Manrique llegó
-Tal vez, desde esta altura podré orientarme para seguir mis jadeante y cubierto de sudor a la entrada, ya los que habían

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 22


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

atravesado el Duero por la parte de San Saturio, entraban en antiquísimo, y al detenerse brillaron sus ojos con una
Soria por una de las puertas del muro, que en aquel tiempo indescriptible expresión de alegría. En una de las altas
llegaba hasta la margen del río, en cuyas aguas se retrataban ventanas ojivales de aquel que pudiéramos llamar palacio, se
sus pardas almenas. veía un rayo de luz templada y suave que, pasando a través de
unas ligeras colgaduras de seda color de rosa, se reflejaba en
IV
el negruzco y grieteado paredón de la casa de enfrente.

Aunque desvanecida su esperanza de alcanzar a los que


-No cabe duda; aquí vive mi desconocida -murmuró el joven en
habían entrado por el postigo de San Saturio, no por eso
voz baja sin apartar un punto sus ojos de la ventana gótica;-
nuestro héroe perdió la de saber la casa que en la ciudad
aquí vive. Ella entró por el postigo de San Saturio… por el
podía albergarlos. Fija en su mente esta idea, penetró en la
postigo de San Saturio se viene a este barrio… en este barrio
población, y dirigiéndose hacia el barrio de San Juan, comenzó
hay una casa, donde pasada la media noche aún hay gente en
a vagar por sus calles a la ventura.
vela… ¿En vela? ¿Quién sino ella, que vuelve de sus nocturnas
excursiones, puede estarlo a estas horas?… No hay más; ésta
Las calles de Soria eran entonces, y lo son todavía, estrechas,
es su casa.
oscuras y tortuosas. Un silencio profundo reinaba en ellas,
silencio que sólo interrumpían, ora el lejano ladrido de un
En esta firme persuasión, y revolviendo en su cabeza las más
perro; ora el rumor de una puerta al cerrarse, ora el relincho
locas y fantásticas imaginaciones, esperó el alba frente a la
de un corcel que piafando hacía sonar la cadena que le
ventana gótica, de la que en toda la noche no faltó la luz ni él
sujetaba al pesebre en las subterráneas caballerizas.
separó la vista un momento.

Manrique, con el oído atento a estos rumores de la noche, que


Cuando llegó el día, las macizas puertas del arco que daba
unas veces le parecían los pasos de alguna persona que había
entrada al caserón, y sobre cuya clave se veían esculpidos los
doblado ya la última esquina de un callejón desierto, otras,
blasones de su dueño, giraron pesadamente sobre los goznes,
voces confusas de gentes que hablaban a sus espaldas y que a
con un chirrido prolongado y agudo. Un escudero reapareció
cada momento esperaba ver a su lado, anduvo algunas horas,
en el dintel con un manojo de llaves en la mano, restregándose
corriendo al azar de un sitio a otro.
los ojos y enseñando al bostezar una caja de dientes capaces
de dar envidia a un cocodrilo.
Por último, se detuvo al pie de un caserón de piedra, oscuro y

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 23


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

Verle Manrique y lanzarse a la puerta, todo fue obra de un Un rayo cayendo de improviso a sus pies no le hubiera
instante. causado más asombro que el que le causaron estas palabras.

V
-¿Quién habita en esta casa? ¿Cómo se llama ella? ¿De dónde
es? ¿A qué ha venido a Soria? ¿Tiene esposo? Responde,
-Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro,
responde, animal
estoy casi seguro de que he de conocerla… ¿En qué?… Eso es
lo que no podré decir… pero he de conocerla. El eco de sus
Ésta fue la salutación que, sacudiéndole el brazo
pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo
violentamente, dirigió al pobre escudero, el cual, después de
de su traje, un solo extremo que vuelva a ver, me bastarán
mirarle un buen espacio de tiempo con ojos espantados y
para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante de
estúpidos, le contestó con voz entrecortada por la sorpresa:
mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima;
noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la
-En esta casa vive el muy honrado señor D. Alonso de
cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus
Valdecuellos, montero mayor de nuestro señor el rey, que
ininteligibles palabras… ¿Qué dijo?… ¿qué dijo? ¡Ah!, si yo
herido en la guerra contra moros, se encuentra en esta ciudad
pudiera saber lo que dijo, acaso… pero aún sin saberlo la
reponiéndose de sus fatigas.
encontraré… la encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón
no me engaña nunca. Verdad es que ya he recorrido
-Pero ¿y su hija? -interrumpió el joven impaciente;- ¿y su hija,
inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y
o su hermana; o su esposa, o lo que sea?
noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado
más de veinte doblas en oro en hacer charlar a dueñas y
-No tiene ninguna mujer consigo.
escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una
vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote, que se
-¡No tiene ninguna!… Pues ¿quién duerme allí en aquel
me figuró una deidad; y al salir de la Colegiata una noche de
aposento, donde toda la noche he visto arder una luz?
maitines, he seguido como un tonto la litera del arcediano,
creyendo que el extremo de sus holapandas era el del traje de
-¿Allí? Allí duerme mi señor D. Alonso, que, como se halla
mi desconocida; pero no importa… yo la he de encontrar, y la
enfermo, mantiene encendida su lámpara hasta que amanece.
gloria de poseerla excederá seguramente al trabajo de

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 24


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

buscarla. Vamos, vamos al sitio donde la vi la primera y única vez que le


he visto… ¿Quién sabe si, caprichosa como yo, amiga de la
¿Cómo serán sus ojos?… Deben de ser azules, azules y soledad y el misterio, como todas las almas soñadoras, se
húmedos como el cielo de la noche; me gustan tanto los ojos complace en vagar por entre las ruinas, en el silencio de la
de ese color; son tan expresivos, tan melancólicos, tan… Sí… noche?
no hay duda; azules deben de ser, azules son, seguramente; y
sus cabellos negros, muy negros y largos para que floten… Me Dos meses habían transcurrido desde que el escudero de D.
parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y Alonso de Valdecuellos desengañó al iluso Manrique; dos
eran negros… no me engaño, no; eran negros. meses durante los cuales en cada hora había formado un
castillo en el aire, que la realidad desvanecía con un soplo; dos
¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y meses, durante los cuales había buscado en vano a aquella
adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer desconocida, cuyo absurdo amor iba creciendo en su
mujer alta… porque… ella es alta, alta y esbelta como esos alma, merced a sus aún más absurdas imaginaciones, cuando
ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados después de atravesar absorto en estas ideas el puente que
rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de conduce a los Templarios, el enamorado joven se perdió entre
sus doseles de granito! las intrincadas sendas de sus jardines.

¡Su voz!… su voz la he oído… su voz es suave como el rumor VI


del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado
y majestuoso como las cadencias de una música. La noche estaba serena y hermosa, la luna brillaba en toda su
plenitud en lo más alto del cielo, y el viento suspiraba con un
Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles.
sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta
como yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu Manrique llegó al claustro, tendió la vista por su recinto y miró
humano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no a través de las macizas columnas de sus arcadas… Estaba
se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar desierto.
como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi
vida, con todas las facultades de mi alma? Salió de él, encaminó sus pasos hacia la oscura alameda que

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 25


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

conduce al Duero, y aún no había penetrado en ella, cuando


de sus labios se escapó un grito de júbilo. -Tú eres joven, tú eres hermoso -le decía aquélla;- ¿por qué te
consumes en la soledad? ¿Por qué no buscas una mujer a
Había visto flotar un instante y desaparecer el extremo del quien ames, y que amándote pueda hacerte feliz?
traje blanco, del traje blanco de la mujer de sus sueños, de la
mujer que ya amaba como un loco. -¡El amor!… El amor es un rayo de luna -murmuraba el joven.

Corre, corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto -¿Por qué no despertáis de ese letargo? -le decía uno de sus
desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos escuderos;- os vestís de hierro de pies a cabeza, mandáis
en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor desplegar al aire vuestro pendón de ricohombre, y marchamos
nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, a la guerra: en la guerra se encuentra la gloria.
que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera
convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada -¡La gloria!… La gloria es un rayo de luna.
sonora, estridente, horrible.
-¿Queréis que os diga una cantiga, la última que ha
Aquella cosa blanca, ligera, flotante, había vuelto a brillar ante compuesto mosén Arnaldo, el trovador provenzal?
sus ojos, pero había brillado a sus pies un instante, no más
que un instante. -¡No! ¡No! -exclamó el joven incorporándose colérico en su
sitial-; no quiero nada… es decir, sí quiero… quiero que me
Era un rayo de luna, un rayo de luna que penetraba a dejéis solo… Cantigas… mujeres… glorias… felicidad…
intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra
viento movía sus ramas. imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y
corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un
Habían pasado algunos años. Manrique, sentado en un sitial rayo de luna.
junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y
con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía
prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había
consuelos de sus servidores. hecho era recuperar el juicio.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 26


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban mi alma. Pero


mi alma quería quemarse, y no cesaba de revolotear como
imprudente mariposa en torno a aquella luz. Sus labios eran
EL DON JUAN
coral finísimo; su cuello, primoroso alabastro; sus manos,
Benito Pérez Galdós mármol delicado y flexible; sus cabellos, doradas hebras que
las del mesmo sol escurecían. En el hemisferio meridional de
su rostro, a algunos grados del meridiano de su nariz y casi a
«Esta no se me escapa: la misma latitud que la boca, tenía un lunar, adornado de
no se me escapa, algunos sedosos cabellos que, agitados por el viento, se mecían
aunque se opongan a como frondoso cañaveral. Su pie era tan bello, que los
mi triunfo todas las adoquines parecían convertirse en flores cuando ella pasaba;
potencias infernales», de los movimientos de sus brazos, de las oscilaciones de su
dije yo siguiéndola a busto, del encantador vaivén de su cabeza, ¿qué puedo decir?
algunos pasos de Su cuerpo era el centro de una infinidad de irradiaciones
distancia, sin apartar eléctricas, suficientes para dar alimento para un año al cable
de ella los ojos, sin cuidarme de su acompañante, sin pensar submarino.
en los peligros que aquella aventura ofrecía.
No había oído su voz; de repente la oí. ¡Qué voz, Santo Dios!,
¡Cuánto me acuerdo de ella! Era alta, rubia, esbelta, de parecía que hablaban todos los ángeles del cielo por boca de
grandes y expresivos ojos, de majestuoso y agraciado andar, de su boca. Parecía que vibraba con sonora melodía el lunar,
celestial y picaresca sonrisa. Su nariz, terminada en una corchea escrita en el pentagrama de su cara. Yo devoré aquella
hermosa línea levemente encorvada, daba a su rostro una nota; y digo que la devoré, porque me hubiera comido aquel
expresión de desdeñosa altivez, capaz de esclavizar medio lunar, y hubiera dado por aquella lenteja mi derecho de
mundo. Su respiración era ardiente y fatigada, marcando con primogenitura sobre todos los don Juanes de la tierra.
acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas el
movimiento de la máquina sentimental, que andaba con una Su voz había pronunciado estas palabras, que no puedo
fuerza de caballos de buena raza inglesa. Su mirada no era olvidar:
definible; de sus ojos, medio cerrados por el sopor normal que
-Lurenzo, ¿sabes que comería un bucadu? -Era gallega.
la irradiación calurosa de su propia tez le producía, salían

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 27


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

Comieron, y se hartaron, y se fueron.


-Angel mío -dijo su marido, que era el que la acompañaba-:
aquí tenemos el café del Siglo, entra y tomaremos jamón en Ella me miró dulcemente al salir. Él me lanzó una mirada
dulce. terrible, expresando que no las tenía todas consigo; de cada
renglón de su cara parecía salir una chispa de fuego
Entraron, entré; se sentaron, me senté (enfrente); comieron,
indicándome que yo había herido la página más oculta y
comí (ellos jamón, yo… no me acuerdo de lo que comí; pero lo
delicada de su corazón, la página o fibra de los celos.
cierto es que comí).
Salieron, salí.
Él no me quitaba los ojos de encima. Era un hombre que
parecía hecho por un artífice de Alcorcón, expresamente para Entonces era yo el don Juan más célebre del mundo, era el
hacer resaltar la belleza de aquella mujer gallega, pero terror de la humanidad casada y soltera. Relataros la serie de
modelada en mármol de Paros por Benvenuto Cellini. Era un mis triunfos sería cosa de no acabar. Todos querían imitarme;
hombre bajo y regordete, de rostro apergaminado y amarillo imitaban mis ademanes, mis vestidos. Venían de lejanas
como el forro de un libro viejo: sus cejas angulosas y las líneas tierras sólo para verme. El día en que pasó la aventura que os
de su nariz y de su boca tenían algo de inscripción. Se le refiero era un día de verano, yo llevaba un chaleco blanco y
hubiera podido comparar a un viejo libro de 700 páginas, unos guantes de color de fila, que estaban diciendo comedme.
voluminoso, ilegible y apolillado. Este hombre estaba
encuadernado en un enorme gabán pardo con cantos de lanilla Se pararon, me paré; entraron, esperé; subieron, pasé a la
azul. acera de enfrente.

Después supe que era un bibliómano.


En el balcón del quinto piso apareció una sombra: ¡es ella!,
Yo empecé a deletrear la cara de mi bella galleguita. dije yo, muy ducho en tales lances.

Soy fuerte en la paleontología amorosa. Al momento entendí la Acerqueme, mire a lo alto, extendí una mano, abrí la boca para
inscripción, y era favorable para mí. hablar, cuando de repente, ¡cielos misericordiosos! ¡cae sobre
mí un diluvio!… ¿de qué? No quiero que este pastel quede, si
-Victoria -dije, y me preparé a apuntar a mi nueva víctima en tal cosa nombro, como quedaron mi chaleco y mis guantes.
mi catálogo. Era el número 1.003.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 28


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

Lleneme de ira: me habían puesto perdido. En un acceso de donde sin ser visto dominaba la concurrencia. Apoyada en una
cólera, entro y subo rápidamente la escalera. columna vi una sombra, una figura, una mujer. No pude ver
su rostro, ni su cuerpo, ni su ademán, ni su talle, porque la
Al llegar al tercer piso, sentí que abrían la puerta del quinto. El cubrían unas grandes vestiduras negras desde la coronilla
marido apareció y descargó sobre mí con todas sus fuerzas un hasta las puntas de los pies. Yo colegí que era hermosísima,
objeto que me descalabró: era un libro que pesaba sesenta por esa facultad de adivinación que tenemos los don Juanes.
libras. Después otro del mismo tamaño, después otro y otro;
quise defenderme, hasta que al fin una Compilatio decretalium Concluyó el rezo; salió, salí; un joven la acompañaba, «¡su
me remató: caí al suelo sin sentido. esposo!», dije para mí, algún matrimonio en la luna de miel.

Cuando volví en mí, me encontré en el carro de la basura. Entraron, me paré y me puse a mirar los cangrejos y langostas
que en un restaurante cercano se veían expuestos al público.
Levanteme de aquel lecho de rosas, y me alejé como pude. Miré Miré hacia arriba, ¡oh felicidad! Una mujer salía del balcón,
a la ventana: allí estaba mi verdugo en traje de mañana, alargaba la mano, me hacía señas… Cercioreme de que no
vestido a la holandesa; sonrió maliciosamente y me hizo un tenía en la mano ningún ánfora de alcoba, como el maldito
saludo que me llenó de ira. bibliómano, y me acerqué. Un papel bajó revoloteando como
una mariposa hasta posarse en mi hombro. Leí: era una cita.
Mi aventura 1.003 había fracasado. Aquélla era la primera ¡Oh fortuna!, ¡era preciso escalar un jardín, saltar tapias!, eso
derrota que había sufrido en toda mi vida. Yo, el don Juan por era lo que a mí me gustaba. Llegó la siguiente noche y acudí
excelencia, ¡el hombre ante cuya belleza, donaire, desenfado y puntual. Salté la tapia y me hallé en el jardín.
osadía se habían rendido las más meticulosas divinidades de
la tierra!… Era preciso tomar la revancha en la primera Un tibio y azulado rayo de luna, penetrando por entre las
ocasión. La fortuna no tardó en presentármela. ramas de los árboles, daba melancólica claridad al recinto y
marcaba pinceladas y borrones de luz sobre todos los objetos.
Entonces, ¡ay!, yo vagaba alegremente por el mundo, visitaba
los paseos, los teatros, las reuniones y también las iglesias.
Por entre las ramas vi venir una sombra blanca, vaporosa: sus
Una noche, el azar, que era siempre mi guía, me había llevado pasos no se sentían, avanzaba de un modo misterioso, como si
a una novena: no quiero citar la iglesia, por no dar origen a una suave brisa la empujara. Acercose a mí y me tomó de una
sospechas peligrosas. Yo estaba oculto en una capilla, desde mano; yo proferí las palabras más dulces de mi diccionario, y

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 29


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

la seguí; entramos juntos en la casa. Ella andaba con lentitud sentido, hasta que las matutinas escobas municipales me
y un poco encorvada hacia adelante. Así deben andar las hicieron levantar. Tal fue la singular aventura del don Juan
dulces sombras que vagan por el Elíseo, así debía andar Dido más célebre del universo. Siguieron otras por el estilo; y
cuando se presentó a los ojos de Eneas el Pío. siempre tuve tan mala suerte, que constantemente paraba en
los carros que recogen por las mañanas la inmundicia
Entramos en una habitación oscura. Ella dio un suspiro que acumulada durante la noche. Un día me trajeron a este sitio,
así de pronto me pareció un ronquido, articulado por unas donde me tienen encerrado, diciendo que estoy loco. La
fauces llenas de rapé. Sin embargo, aquel sonido debía salir de sociedad ha tenido que aherrojarme como a una fiera
un seno inflamado con la más viva llama del amor. Yo me asoladora; y en verdad, a dejarme suelto, yo la hubiera
postré de rodillas, extendí mis brazos hacia ella… cuando de destruido.
pronto un ruido espantoso de risas resonó detrás de mí;
abriéronse puertas y entraron más de veinte personas, que
empezaron a darme de palos y a reír como una cuadrilla de
demonios burlones. El velo que cubría mi sombra cayó, y vi,
¡Dios de los cielos!, era una vieja de más de noventa años, una
arpía arrugada, retorcida, seca como una momia, vestigio
secular de una mujer antediluviana, de voz semejante al
gruñido de un perro constipado; su nariz era un cuerno, su
boca era una cueva de ladrones, sus ojos, dos grietas sin
mirada y sin luz. Ella también se reía, ¡la maldita!, se reía
como se reiría la abuela de Lucifer, si un don Juan le hubiera
hecho el amor.

Los golpes de aquella gente me derribaron; entre mis


azotadores estaban el bibliómano y su mujer, que parecían ser
los autores de aquella trama.

Entre puntapiés, pellizcos, bastonazos y pescozones, me


pusieron en la calle, en medio del arroyo, donde caí sin

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 30


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

desde niño. Como Ildara se inclinase para soplar y activar la


llama, observó el viejo cosa más insólita: algo de color vivo, que
LAS MEDIAS ROJAS emergía de las remendadas y encharcadas sayas de la moza…
Una pierna robusta, aprisionada en una media roja, de
Emilia Pardo Bazán (1851-1921)
algodón…

Cuando la rapaza entró, cargada con el haz de leña que –¡Ey! ¡Ildara!
acababa de merodear en el monte del –¡Señor padre!
señor amo, el tío Clodio no levantó la
–¿Qué novidá es ésa?
cabeza, entregado a la ocupación de picar
un cigarro, sirviéndose, en vez de navaja, –¿Cuál novidá?
de uña córnea color de ámbar oscuro,
–¿Ahora me gastas medias, como la hirmán del abade?
porque la había tostado el fuego de las
apuradas colillas. Incorpórase la muchacha, y la llama, que empezaba a alzarse,
dorada, lamedora de la negra panza del pote, alumbró su cara
Ildara soltó el peso en tierra y se atusó el cabello, peinado a la redonda, bonita, de facciones pequeñas, de boca apetecible, de
moda “de las señoritas” y revuelto por los enganchones de las pupilas claras, golosas de vivir.
ramillas que se agarraban a él. Después, con la lentitud de las
–Gasto medias, gasto medias –repitió, sin amilanarse–. Y si las
faenas aldeanas, preparó el fuego, lo prendió, desgarró las
gasto, no se las debo a ninguén.
berzas, las echó en el pote negro, en compañía de unas patatas
mal troceadas y de unas judías asaz secas, de la cosecha –Luego nacen los cuartos en el monte –insistió el tío Clodio con
anterior, sin remojar. Al cabo de estas operaciones, tenía el tío amenazadora sorna.
Clodio liado su cigarrillo, y lo chupaba desgarbadamente,
haciendo en los carrillos dos hoyos como sumideros grises, –¡No nacen!… Vendí al abade unos huevos, que no dirá menos
entre lo azuloso de la descuidada barba. él… Y con eso merqué las medias.

Sin duda la leña estaba húmeda de tanto llover la semana Una luz de ira cruzó por los ojos pequeños, engarzados en
entera, y ardía mal, soltando una humareda acre; pero el duros párpados, bajo cejas hirsutas, del labrador… Saltó del
labriego no reparaba: al humo, ¡bah!, estaba él bien hecho banco donde estaba escarranchado, y agarrando a su hija por

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 31


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

los hombros, la zarandeó brutalmente, arrojándola contra la madre? ¿Peinóse como tú, que siempre estás dale que tienes
pared, mientras barbotaba: con el cacho de espejo? Toma, para que te acuerdes…

–¡Engañosa! ¡Engañosa! ¡Cluecas andan las gallinas que no


Y con el cerrado puño hirió primero la cabeza, luego el rostro,
ponen!
apartando las medrosas manecitas, de forma no alterada aún
Ildara, apretando los dientes por no gritar de dolor, se defendía por el trabajo, con que se escudaba Ildara, trémula. El cachete
la cara con las manos. Era siempre su temor de mociña más violento cayó sobre un ojo, y la rapaza vio, como un cielo
guapa y requebrada, que el padre la mancase, como le estrellado, miles de puntos brillantes envueltos en una
había sucedido a la Mariola, su prima, señalada por su radiación de intensos coloridos sobre un negro terciopeloso.
propia madre en la frente con el aro de la criba, que le Luego, el labrador aporreó la nariz, los carrillos. Fue un
desgarró los tejidos. Y tanto más defendía su belleza, hoy instante de furor, en que sin escrúpulo la hubiese matado,
que se acercaba el momento de fundar en ella un sueño antes que verla marchar, dejándole a él solo, viudo, casi
de porvenir. Cumplida la mayor edad, libre de la imposibilitado de cultivar la tierra que llevaba en arriendo, que
autoridad paterna, la esperaba el barco, en cuyas fecundó con sudores tantos años, a la cual profesaba un
entrañas tantos de su parroquia y de las parroquias cariño maquinal, absurdo. Cesó al fin de pegar; Ildara,
circunvecinas se habían ido hacia la suerte, hacia lo aturdida de espanto, ya no chillaba siquiera.
desconocido de los lejanos países donde el oro rueda por
Salió fuera, silenciosa, y en el regato próximo se lavó la sangre.
las calles y no hay sino bajarse para cogerlo. El padre no
Un diente bonito, juvenil, le quedó en la mano. Del ojo
quería emigrar, cansado de una vida de labor, indiferente
lastimado, no veía.
a la esperanza tardía: pues que quedase él… Ella iría sin
falta; ya estaba de acuerdo con el gancho que le Como que el médico, consultado tarde y de mala gana, según
adelantaba los pesos para el viaje, y hasta le había dado es uso de labriegos, habló de un desprendimiento de la retina,
cinco de señal, de los cuales habían salido las famosas cosa que no entendió la muchacha, pero que consistía… en
medias… Y el tío Clodio, ladino, sagaz, adivinador o quedarse tuerta.
sabedor, sin dejar de tener acorralada y acosada a la Y nunca más el barco la recibió en sus concavidades para
moza, repetía: llevarla hacia nuevos horizontes de holganza y lujo. Los que
–Ya te cansaste de andar descalza de pie y pierna, como las allá vayan, han de ir sanos, válidos, y las mujeres, con sus
mujeres de bien, ¿eh, condenada? ¿Llevó medias alguna vez tu ojos alumbrando y su dentadura completa…

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 32


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

extramuros, y que la familia vivía con desahogo, gracias al


asiduo trabajo de Antonia y a los cuartejos ahorrados por la
vieja en su antiguo oficio de revendedora, baratillera y
EL INDULTO prestamista. Nadie había olvidado tampoco la lúgubre tarde en
que la vieja fue asesinada, encontrándose hecha astillas la
Emilia Pardo Bazán (1851-1921)
tapa del arcón donde guardaba sus caudales y ciertos
pendientes y brincos de oro. Nadie, tampoco, el horror que
De cuantas mujeres enjabonaban
infundió en el público la nueva de que el ladrón y asesino no
ropa en el lavadero público de
era sino el marido de Antonia, según esta misma declaraba,
Marineda, ateridas por el frío cruel
añadiendo que desde tiempo atrás roía al criminal la codicia
de una mañana de marzo, Antonia
del dinero de su suegra, con el cual deseaba establecer una
la asistenta era la más encorvada,
tablajería suya propia. Sin embargo, el acusado hizo por
la más abatida, la que torcía con
probar la coartada, valiéndose del testimonio de dos o tres
menos brío, la que refregaba con
amigotes de taberna, y de tal modo envolvió el asunto, que, en
mayor desaliento. A veces,
vez de ir al palo, salió con veinte años de cadena. No fue tan
interrumpiendo su labor,
indulgente la opinión como la ley: además de la declaración de
pasábase el dorso de la mano por los enrojecidos párpados, y
la esposa, había un indicio vehementísimo: la cuchillada que
las gotas de agua y las burbujas de jabón parecían lágrimas
mató a la vieja, cuchillada certera y limpia, asestada de arriba
sobre su tez marchita.
abajo, como las que los matachines dan a los cerdos, con un
cuchillo ancho y afiladísimo, de cortar carne. Para el pueblo no
Las compañeras de trabajo de Antonia la miraban
cabía duda en que el culpable debió subir al cadalso. Y el
compasivamente, y de tiempo en tiempo, entre la algarabía de
destino de Antonia comenzó a infundir sagrado terror cuando
las conversaciones y disputas, se cruzaba un breve diálogo, a
fue esparciéndose el rumor de que su marido «se la había
media voz, entretejido con exclamaciones de asombro,
jurado» para el día en que saliese del presidio, por acusarle. La
indignación y lástima. Todo el lavadero sabía al dedillo los
desdichada quedaba encinta, y el asesino la dejó avisada de
males de la asistenta, y hallaba en ellos asunto para
que, a su vuelta, se contase entre los difuntos.
interminables comentarios. Nadie ignoraba que la infeliz,
casada con un mozo carnicero, residía, años antes, en
Cuando nació el hijo de Antonia, ésta no pudo criarlo, tal era
compañía de su madre y de su marido, en un barrio

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 33


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

su debilidad y demacración y la frecuencia de las congojas que pena más cruel. Algunas veces, figurábasele a Antonia que
desde el crimen la aquejaban. Y como no le permitía el estado todo lo ocurrido era un sueño, o que la ancha boca del
de su bolsillo pagar ama, las mujeres del barrio que tenían presidio, que se había tragado al culpable, no le devolvería
niños de pecho dieron de mamar por turno a la criatura, que jamás; o que aquella ley que al cabo supo castigar el primer
creció enclenque, resintiéndose de todas las angustias de su crimen sabría prevenir el segundo. ¡La ley! Esa entidad moral,
madre. Un tanto repuesta ya, Antonia se aplicó con ardor al de la cual se formaba Antonia un concepto misterioso y
trabajo, y aunque siempre tenían sus mejillas esa azulada confuso, era sin duda fuerza terrible, pero protectora; mano de
palidez que se observa en los enfermos del corazón, recobró su hierro que la sostendría al borde del abismo. Así es que a sus
silenciosa actividad, su aire apacible. ilimitados temores se unía una confianza indefinible, fundada
sobre todo en el tiempo transcurrido y en el que aún faltaba
¡Veinte años de cadena! En veinte años -pensaba ella para sus para cumplirse la condena.
adentros-, él se puede morir o me puedo morir yo, y de aquí
allá, falta mucho todavía. ¡Singular enlace el de los acontecimientos!

La hipótesis de la muerte natural no la asustaba, pero la No creería de seguro el rey, cuando vestido de capitán general
espantaba imaginar solamente que volvía su marido. En vano y con el pecho cargado de condecoraciones daba la mano ante
las cariñosas vecinas la consolaban indicándole la esperanza el ara a una princesa, que aquel acto solemne costaba
remota de que el inicuo parricida se arrepintiese, se amarguras sin cuenta a una pobre asistenta, en lejana capital
enmendase, o, como decían ellas, «se volviese de mejor idea». de provincia. Así que Antonia supo que había recaído indulto
Meneaba Antonia la cabeza entonces, murmurando en su esposo, no pronunció palabra, y la vieron las vecinas
sombríamente: sentada en el umbral de la puerta, con las manos cruzadas, la
cabeza caída sobre el pecho, mientras el niño, alzando su cara
-¿Eso él? ¿De mejor idea? Como no baje Dios del cielo en triste de criatura enfermiza, gimoteaba:
persona y le saque aquel corazón perro y le ponga otro…
-Mi madre… ¡Caliénteme la sopa, por Dios, que tengo hambre!
Y, al hablar del criminal, un escalofrío corría por el cuerpo de
Antonia. El coro benévolo y cacareador de las vecinas rodeó a Antonia.
Algunas se dedicaron a arreglar la comida del niño; otras
En fin: veinte años tienen muchos días, y el tiempo aplaca la animaban a la madre del mejor modo que sabían. ¡Era bien

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 34


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

tonta en afligirse así! ¡Ave María Purísima! ¡No parece sino que llaman divorcio.
aquel hombrón no tenía más que llegar y matarla! Había
Gobierno, gracias a Dios, y Audiencia y serenos; se podía -¿Y qué es divorcio, mujer?
acudir a los celadores, al alcalde…
-Un pleito muy largo.

-¡Qué alcalde! -decía ella con hosca mirada y apagado acento. Todas dejaron caer los brazos con desaliento: los pleitos no se
acaban nunca, y peor aún si se acaban, porque los pierde
-O al gobernador, o al regente, o al jefe de municipales. Había
siempre el inocente y el pobre.
que ir a un abogado, saber lo que dispone la ley…
-Y para eso -añadió la asistenta- tenía yo que probar antes que
Una buena moza, casada con un guardia civil, ofreció enviar a
mi marido me daba mal trato.
su marido para que le «metiese un miedo» al picarón; otra,
resuelta y morena, se brindó a quedarse todas las noches a -¡Aquí de Dios! ¿Pues aquel tigre no le había matado a la
dormir en casa de la asistenta. En suma, tales y tantas fueron madre? ¿Eso no era mal trato? ¿Eh? ¿Y no sabían hasta los
las muestras de interés de la vecindad, que Antonia se resolvió gatos que la tenía amenazada con matarla también?
a intentar algo, y sin levantar la sesión, acordose consultar a
un jurisperito, a ver qué recetaba. -Pero como nadie lo oyó… Dice el abogado que se quieren
pruebas claras…
Cuando Antonia volvió de la consulta, más pálida que de
costumbre, de cada tenducho y de cada cuarto bajo salían Se armó una especie de motín. Había mujeres determinadas a
mujeres en pelo a preguntarle noticias, y se oían hacer, decían ellas, una exposición al mismísimo rey,
exclamaciones de horror. ¡La ley, en vez de protegerla, obligaba pidiendo contraindulto. Y, por turno, dormían en casa de la
a la hija de la víctima a vivir bajo el mismo techo, asistenta, para que la pobre mujer pudiese conciliar el sueño.
maritalmente con el asesino! Afortunadamente, el tercer día llegó la noticia de que el indulto
era temporal, y al presidiario aún le quedaban algunos años de
-¡Qué leyes, divino Señor de los cielos! ¡Así los bribones que las arrastrar el grillete. La noche que lo supo Antonia fue la
hacen las aguantaran! -clamaba indignado el coro-. ¿Y no primera en que no se enderezó en la cama, con los ojos
habrá algún remedio, mujer, no habrá algún remedio? desmesuradamente abiertos, pidiendo socorro.

-Dice que nos podemos separar… después de una cosa que le

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 35


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

Después de este susto, pasó más de un año y la tranquilidad


renació para la asistenta, consagrada a sus humildes Solo la voz plañidera del niño la sacaba de su
quehaceres. Un día, el criado de la casa donde estaba ensimismamiento.
asistiendo creyó hacer un favor a aquella mujer pálida, que -Mi madre, tengo hambre. Mi madre, ¿qué hay en la puerta?
tenía su marido en presidio, participándole como la reina iba a
¿Quién viene?
parir, y habría indulto, de fijo.
Por último, una hermosa mañana de sol se encogió de
Fregaba la asistenta los pisos, y al oír tales anuncios soltó el
hombros, y tomando un lío de ropa sucia, echó a andar
estropajo, y descogiendo las sayas que traía arrolladas a la
camino del lavadero. A las preguntas afectuosas respondía con
cintura, salió con paso de autómata, muda y fría como una
lentos monosílabos, y sus ojos se posaban con vago extravío en
estatua. A los recados que le enviaban de las casas respondía
la espuma del jabón que le saltaba al rostro.
que estaba enferma, aunque en realidad sólo experimentaba
un anonadamiento general, un no levantársele los brazos a ¿Quién trajo al lavadero la inesperada nueva, cuando ya
labor alguna. El día del regio parto contó los cañonazos de la Antonia recogía su ropa lavada y torcida e iba a retirarse?
salva, cuyo estampido le resonaba dentro del cerebro, y como ¿Inventola alguien con fin caritativo, o fue uno de esos
hubo quien le advirtió que el vástago real era hembra, rumores misteriosos, de ignoto origen, que en vísperas de
comenzó a esperar que un varón habría ocasionado más acontecimientos grandes para los pueblos, o los individuos,
indultos. Además, ¿Por qué le había de coger el indulto a su palpitan y susurran en el aire? Lo cierto es que la pobre
marido? Ya le habían indultado una vez, y su crimen era Antonia, al oírlo, se llevó instintivamente la mano al corazón, y
horrendo; ¡matar a la indefensa vieja que no le hacía daño se dejó caer hacia atrás sobre las húmedas piedras del
alguno, todo por unas cuantas tristes monedas de oro! La lavadero.
terrible escena volvía a presentarse ante sus ojos: ¿merecía
indulto la fiera que asestó aquella tremenda cuchillada? -Pero ¿de veras murió? -preguntaban las madrugadoras a las
Antonia recordaba que la herida tenía los labios blancos, y recién llegadas.
parecíale ver la sangre cuajada al pie del catre.
-Sí, mujer…
Se encerró en su casa, y pasaba las horas sentada en una -Yo lo oí en el mercado…
silleta junto al fogón. ¡Bah! ¡Si habían de matarla, mejor era
dejarse morir! -Yo, en la tienda…

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 36


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

pensar más que en beber el aire, en sentir la vida y en volver a


-¿A ti quién te lo dijo? tomar posesión de ella.

-A mí, mi marido.
Tal era el enajenamiento de Antonia, que ni reparó en que la
-¿Y a tu marido? puerta de su cuarto bajo no estaba sino entornada. Sin soltar
de la mano al niño entró en la reducida estancia que le servía
-El asistente del capitán.
de sala, cocina y comedor, y retrocedió atónita viendo
-¿Y al asistente? encendido el candil. Un bulto negro se levantó de la mesa, y el
grito que subía a los labios de la asistenta se ahogó en la
-Su amo…
garganta.

Aquí ya la autoridad pareció suficiente y nadie quiso averiguar


Era él. Antonia, inmóvil, clavada al suelo, no le veía ya,
más, sino dar por firme y valedera la noticia. ¡Muerto el
aunque la siniestra imagen se reflejaba en sus dilatadas
criminal, en víspera de indulto, antes de cumplir el plazo de
pupilas. Su cuerpo yerto sufría una parálisis momentánea; sus
su castigo! Antonia la asistenta alzó la cabeza y por primera
manos frías soltaron al niño, que, aterrado, se le cogió a las
vez se tiñeron sus mejillas de un sano color y se abrió la fuente
faldas. El marido habló.
de sus lágrimas. Lloraba de gozo, y nadie de los que la
miraban se escandalizó. Ella era la indultada; su alegría, justa.
-¡Mal contabas conmigo ahora! -murmuró con acento ronco,
Las lágrimas se agolpaban a sus lagrimales, dilatándole el
pero tranquilo.
corazón, porque desde el crimen se había «quedado
cortada», es decir, sin llanto. Ahora respiraba anchamente, Y al sonido de aquella voz donde Antonia creía oír vibrar aún
libre de su pesadilla. Andaba tanto la mano de la Providencia las maldiciones y las amenazas de muerte, la pobre mujer,
en lo ocurrido que a la asistenta no le cruzó por la imaginación como desencantada, despertó, exhaló un ¡ay! agudísimo, y
que podía ser falsa la nueva. cogiendo a su hijo en brazos, echó a correr hacia la puerta.

Aquella noche, Antonia se retiró a su cama más tarde que de El hombre se interpuso.
costumbre, porque fue a buscar a su hijo a la escuela de
párvulos, y le compró rosquillas de «jinete», con otras golosinas -¡Eh…, chst! ¿Adónde vamos, patrona? -silabeó con su ironía
que el chico deseaba hacía tiempo, y ambos recorrieron las de presidiario-. ¿A alborotar el barrio a estas horas? ¡Quieto
calles, parándose ante los escaparates, sin ganas de comer, sin aquí todo el mundo!

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 37


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

manos temblorosas. Sacó pan, una botella de vino, retiró del


Las últimas palabras fueron dichas sin que las acompañase hogar una cazuela de bacalao, y se esmeraba sirviendo
ningún ademán agresivo, pero con un tono que heló la sangre diligentemente, para aplacar al enemigo con su celo. Sentose el
de Antonia. Sin embargo, su primer estupor se convertía en presidiario y empezó a comer con voracidad, menudeando los
fiebre, la fiebre lúcida del instinto de conservación. Una idea tragos de vino. Ella permanecía de pie, mirando, fascinada,
rápida cruzó por su mente: ampararse del niño. ¡Su padre no aquel rostro curtido, afeitado y seco que relucía con este
le conocía; pero, al fin, era su padre! Levantole en alto y le barniz especial del presidio. Él llenó el vaso una vez más y la
acercó a la luz. convidó.

-¿Ese es el chiquillo? -murmuró el presidiario, y descolgando -No tengo voluntad… -balbució Antonia: y el vino, al reflejo del
el candil llegolo al rostro del chico. candil, se le figuraba un coágulo de sangre.

Éste guiñaba los ojos, deslumbrado, y ponía las manos delante Él lo despachó encogiéndose de hombros, y se puso en el plato
de la cara, como para defenderse de aquel padre desconocido, más bacalao, que engulló ávidamente, ayudándose con los
cuyo nombre oía pronunciar con terror y reprobación dedos y mascando grandes cortezas de pan. Su mujer le
universal. Apretábase a su madre, y ésta, nerviosamente, le miraba hartarse, y una esperanza sutil se introducía en su
apretaba también, con el rostro más blanco que la cera. espíritu. Así que comiese, se marcharía sin matarla. Ella,
después, cerraría a cal y canto la puerta, y si quería matarla
-¡Qué chiquillo tan feo! -gruñó el padre, colgando de nuevo el entonces, el vecindario estaba despierto y oiría sus gritos.
candil-. Parece que lo chuparon las brujas. ¡Solo que, probablemente, le sería imposible a ella gritar! Y
carraspeó para afianzar la voz. El marido, apenas se vio
Antonia sin soltar al niño, se arrimó a la pared, pues
saciado de comida, sacó del cinto un cigarro, lo picó con la
desfallecía. La habitación le daba vueltas alrededor, y veía
uña y encendió sosegadamente el pitillo en el candil.
lucecitas azules en el aire.

-A ver: ¿No hay nada de comer aquí? -pronunció el marido. -¡Chst!… ¿Adónde vamos? -gritó viendo que su mujer hacía un
movimiento disimulado hacia la puerta-. Tengamos la fiesta en
Antonia sentó al niño en un rincón, en el suelo, y mientras la paz.
criatura lloraba de miedo, conteniendo los sollozos, la madre
comenzó a dar vueltas por el cuarto, y cubrió la mesa con -A acostar al pequeño -contestó ella sin saber lo que decía. Y

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 38


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

refugiose en la habitación contigua llevando a su hijo en cualquier modo…


brazos. De seguro que el asesino no entraría allí. ¿Cómo había
de tener valor para tanto? Era la habitación en que había Él soltó dos o tres palabras gordas.
cometido el crimen, el cuarto de su madre. Pared por medio
dormía antes el matrimonio; pero la miseria que siguió a la -¿Me tienes miedo o asco, o qué rayo es esto? A ver cómo te
muerte de la vieja obligó a Antonia a vender la cama acuestas, o si no…
matrimonial y usar la de la difunta. Creyéndose en salvo,
empezaba a desnudar al niño, que ahora se atrevía a sollozar Incorporose el marido, y extendiendo las manos, mostró querer
más fuerte, apoyado en su seno; pero se abrió la puerta y saltar de la cama al suelo. Mas ya Antonia, con la docilidad
entró el presidiario. fatalista de la esclava, empezaba a desnudarse. Sus dedos
apresurados rompían las cintas, arrancaban violentamente los
Antonia le vio echar una mirada oblicua en torno suyo, corchetes, desgarraban las enaguas. En un rincón del cuarto
descalzarse con suma tranquilidad, quitarse la faja, y, por se oían los ahogados sollozos del niño…
último, acostarse en el lecho de la víctima. La asistenta creía
soñar. Si su marido abriese una navaja, la asustaría menos Y el niño fue quien, gritando desesperadamente llamó al
quizá que mostrando tan horrible sosiego. Él se estiraba y amanecer a las vecinas que encontraron a Antonia en la cama,
revolvía en las sábanas, apurando la colilla y suspirando de extendida, como muerta. El médico vino aprisa, y declaró que
gusto, como hombre cansado que encuentra una cama blanda vivía, y la sangró, y no logró sacarle gota de sangre. Falleció a
y limpia. las veinticuatro horas, de muerte natural, pues no tenía lesión
alguna. El niño aseguraba que el hombre que había pasado
-¿Y tú? -exclamó dirigiéndose a Antonia-. ¿Qué haces ahí allí la noche la llamó muchas veces al levantarse, y viendo que
quieta como un poste? ¿No te acuestas? no respondía echó a correr como un loco.

-Yo… no tengo sueño -tartamudeó ella, dando diente con


diente.

-¿Qué falta hace tener sueño? ¡Si irás a pasar la noche de


centinela!

-Ahí… ahí…, no… cabemos… Duerme tú… Yo aquí, de

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 39


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el


césped

¡ADIÓS, CORDERA! Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo desconocido,


se contentaba con arrimar el oído al palo del telégrafo, y
Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901)
minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los
formidables rumores metálicos que el viento arrancaba a las
Eran tres: ¡siempre los tres! Rosa,
fibras del pino seco en contacto con el alambre. Aquellas
Pinín y la Cordera.
vibraciones, a veces intensas como las del diapasón, que,
El prao Somonte era un recorte aplicado al oído, parece que quema con su vertiginoso latir,
triangular de terciopelo verde eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se
tendido, como una colgadura, escribían por los hilos, el lenguaje incomprensible que lo
cuesta abajo por la loma. Uno de ignorado hablaba con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por
sus ángulos, el inferior, lo entender lo que los de allá, tan lejos, decían a los del otro
despuntaba el camino de hierro extremo del mundo. ¿Qué le importaba? Su interés estaba en
de Oviedo a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como el ruido por el ruido mismo, por su timbre y su misterio.
pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres
paralelos, a derecha e izquierda, representaba para Rosa y La Cordera, mucho más formal que sus compañeros, verdad es
Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, que, relativamente, de edad también mucho más madura, se
eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, abstenía de toda comunicación con el mundo civilizado. y
cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, miraba de lejos el palo del telégrafo como lo que era para ella,
inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le servía
en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue siquiera para rascarse. Era una vaca que había vivido mucho.
atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de abrazarse Sentada horas y horas, pues, experta en pastos, sabía
al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca aprovechar el tiempo, meditaba más que comía, gozaba del
llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las placer de vivir en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra,
jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan como quien alimenta el alma, que también tienen los brutos; y
cerca del misterio sagrado, le acometía un pánico de respeto, y si no fuera profanación, podría decirse que los pensamientos
de la vaca matrona, llena de experiencia, debían de parecerse

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 40


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

todo lo posible a las más sosegadas y doctrinales odas de convencerse de que era un peligro que pasaba, una catástrofe
Horacio. que amenazaba sin dar, redujo sus precauciones a ponerse en
pie y a mirar de frente, con la cabeza erguida, al formidable
Asistía a los juegos de los pastorcicos encargados de llindarla, monstruo; más adelante no hacía más que mirarle, sin
como una abuela. Si pudiera, se sonreiría al pensar que Rosa y levantarse, con antipatía y desconfianza; acabó por no mirar al
Pinín tenían por misión en el prado cuidar de que ella, la tren siquiera. En Pinín y Rosa la novedad del ferrocarril
Cordera, no se extralimitase, no se metiese por la vía del produjo impresiones más agradables y persistentes. Si al
ferrocarril ni saltara a la heredad vecina. ¡Qué había de saltar! principio era una alegría loca, algo mezclada de miedo
¡Qué se había de meter! supersticioso, una excitación nerviosa, que les hacía
prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas descabelladas,
Pastar de cuando en cuando, no mucho, cada día menos, pero
después fue un recreo pacífico, suave, renovado varias veces al
con atención, sin perder el tiempo en levantar la cabeza por
día. Tardó mucho en gastarse aquella emoción de contemplar
curiosidad necia, escogiendo sin vacilar los mejores bocados,
la marcha vertiginosa, acompañada del viento, de la gran
y, después, sentarse sobre el cuarto trasero con delicia, a
culebra de hierro, que llevaba dentro de sí tanto ruido y tantas
rumiar la vida, a gozar el deleite del no padecer, del dejarse
castas de gentes desconocidas, extrañas.
existir: esto era lo que ella tenía que hacer, y todo lo demás
aventuras peligrosas. Ya no recordaba cuándo le había picado Pero telégrafo, ferrocarril, todo eso, era lo de menos: un
la mosca. accidente pasajero que se ahogaba en el mar de soledad que
rodeaba el prao Somonte. Desde allí no se veía vivienda
“El xatu (el toro), los saltos locos por las praderas adelante…,
humana; allí no llegaban ruidos del mundo más que al pasar
¡todo eso estaba tan lejos!”
el tren. Mañanas sin fin, bajo los rayos del sol a veces, entre el
zumbar de los insectos, la vaca y los niños esperaban la
Aquella paz sólo se había turbado en los días de prueba de la
proximidad del mediodía para volver a casa. Y luego, tardes
inauguración del ferrocarril. La primera vez que la Cordera vio
eternas, de dulce tristeza silenciosa, en el mismo prado, hasta
pasar el tren, se volvió loca. Saltó la sebe de lo más alto del
venir la noche, con el lucero vespertino por testigo mudo en la
Somonte, corrió por prados ajenos, y el terror duró muchos
altura. Rodaban las nubes allá arriba, caían las sombras de
días, renovándose, más o menos violento, cada vez que la
los árboles y de las peñas en la loma y en la cañada, se
máquina asomaba por la trinchera vecina. Poco a poco se fue
acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas estrellas
acostumbrando al estrépito inofensivo. Cuando llegó a
en lo más oscuro del cielo azul, y Pinín y Rosa, los niños

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 41


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

gemelos, los hijos de Antón de Chinta, teñida el alma de la Chinta había tenido el prado Somonte. Este regalo era cosa
dulce serenidad soñadora de la solemne y seria Naturaleza, relativamente nueva. Años atrás, la Cordera tenía que salir a la
callaban horas y horas, después de sus juegos, nunca muy gramática, esto es, a apacentarse como podía, a la buena
estrepitosos, sentados cerca de la Cordera, que acompañaba el ventura de los caminos y callejas de las rapadas y escasas
augusto silencio de tarde en tarde con un blando son de
praderías del común, que tanto tenían de vía pública como de
perezosa esquila.
pastos. Pinín y Rosa, en tales días de penuria, la guiaban a los

En este silencio, en esta calma inactiva, había amores. Se mejores altozanos, a los parajes más tranquilos y menos
amaban los dos hermanos como dos mitades de un fruto esquilmados, y la libraban de las mil injurias a que están
verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo expuestas las pobres reses que tienen que buscar su alimento
que en ellos era distinto, de cuanto los separaba; amaban en los azares de un camino.
Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta,
cuyo testuz parecía una cuna. La Cordera recordaría a un
En los días de hambre, en el establo, cuando el heno
poeta la zacala del Ramayana, la vaca santa; tenía en la
escaseaba, y el narvaso para estrar el lecho caliente de la vaca
amplitud de sus formas, en la solemne serenidad de sus
faltaba también, a Rosa y a Pinín debía la Cordera mil
pausados y nobles movimientos, aires y contornos de ídolo
industrias que le hacían más suave la miseria. ¡Y qué decir de
destronado, caído, contento con su suerte, más satisfecha con
los tiempos heroicos del parto y la cría, cuando se entablaba la
ser vaca verdadera que dios falso. La Cordera, hasta donde es
lucha necesaria entre el alimento y regalo de la nación y el
posible adivinar estas cosas, puede decirse que también quería
interés de los Chintos, que consistía en robar a las ubres de la
a los gemelos encargados de apacentarla.
pobre madre toda la leche que no fuera absolutamente
indispensable para que el ternero subsistiese! Rosa y Pinín, en
Era poco expresiva; pero la paciencia con que los toleraba
tal conflicto, siempre estaban de parte de la Cordera, y en
cuando en sus juegos ella les servía de almohada, de
cuanto había ocasión, a escondidas, soltaban el recental, que,
escondite, de montura, y para otras cosas que ideaba la
ciego y como loco, a testaradas contra todo, corría a buscar el
fantasía de los pastores, demostraba tácitamente el afecto del
amparo de la madre, que le albergaba bajo su vientre,
animal pacífico y pensativo.
volviendo la cabeza agradecida y solícita, diciendo, a su
En tiempos difíciles, Pinín y Rosa habían hecho por la Cordera manera:
los imposibles de solicitud y cuidado. No siempre Antón de

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 42


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

-Dejad a los niños y a los recentales que vengan a mí. Cordera; el regazo, que tiene su cariño especial, que el padre
no puede reemplazar, estaba al calor de la vaca, en el establo,
Estos recuerdos, estos lazos, son de los que no se olvidan. y allá, en el Somonte. Todo esto lo comprendía Antón a su
Añádase a todo que la Cordera tenía la mejor pasta de vaca manera, confusamente. De la venta necesaria no había que
sufrida del mundo. Cuando se veía emparejada bajo el yugo decir palabra a los neños. Un sábado de julio, al ser de día, de
con cualquier compañera, fiel a la gamella, sabía someter su mal humor Antón, echó a andar hacia Gijón, llevando la
voluntad a la ajena, y horas y horas se la veía con la cerviz Cordera por delante, sin más atavío que el collar de esquila.
inclinada, la cabeza torcida, en incómoda postura, velando en Pinín y Rosa dormían. Otros días había que despertarlos a
pie mientras la pareja dormía en tierra. azotes. El padre los dejó tranquilos. Al levantarse se
encontraron sin la Cordera. “Sin duda, mio pá la había llevado
Antón de Chinta comprendió que había nacido para pobre al xatu.” No cabía otra conjetura. Pinín y Rosa opinaban que
cuando palpó la imposibilidad de cumplir aquel sueño dorado la vaca iba de mala gana; creían ellos que no deseaba más
suyo de tener un corral propio con dos yuntas por lo menos. hijos, pues todos acababa por perderlos pronto, sin saber
Llegó, gracias a mil ahorros, que eran mares de sudor y cómo ni cuándo.
purgatorios de privaciones, llegó a la primera vaca, la Cordera,
y no pasó de ahí; antes de poder comprar la segunda se vio Al oscurecer, Antón y la Cordera entraban por la corrada
obligado, para pagar atrasos al amo, el dueño de la casería que mohínos, cansados y cubiertos de polvo. El padre no dio
llevaba en renta, a llevar al mercado a aquel pedazo de sus explicaciones, pero los hijos adivinaron el peligro.
entrañas, la Cordera, el amor de sus hijos. Chinta había
muerto a los dos años de tener la Cordera en casa. El establo y No había vendido, porque nadie había querido llegar al precio
la cama del matrimonio estaban pared por medio, llamando que a él se le había puesto en la cabeza. Era excesivo: un
pared a un tejido de ramas de castaño y de cañas de maíz. La sofisma del cariño. Pedía mucho por la vaca para que nadie se
Chinta, musa de la economía en aquel hogar miserable, había atreviese a llevársela. Los que se habían acercado a intentar
muerto mirando a la vaca por un boquete del destrozado fortuna se habían alejado pronto echando pestes de aquel
tabique de ramaje, señalándola como salvación de la familia. hombre que miraba con ojos de rencor y desafío al que osaba
insistir en acercarse al precio fijo en que él se abroquelaba.
“Cuidadla, es vuestro sustento”, parecían decir los ojos de la Hasta el último momento del mercado estuvo Antón de Chinta
pobre moribunda, que murió extenuada de hambre y de en el Humedal, dando plazo a la fatalidad. “No se dirá,
trabajo. El amor de los gemelos se había concentrado en la pensaba, que yo no quiero vender: son ellos que no me pagan

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 43


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

la Cordera en lo que vale.” Y, por fin, suspirando, si no


satisfecho, con cierto consuelo, volvió a emprender el camino El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a vil precio,
por la carretera de Candás adelante, entre la confusión y el por una merienda. Había que pagar o quedarse en la calle.
ruido de cerdos y novillos, bueyes y vacas, que los aldeanos de
Al sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a su padre.
muchas parroquias del contorno conducían con mayor o
El niño miraba con horror a los contratistas de carnes, que
menor trabajo, según eran de antiguo las relaciones entre
eran los tiranos del mercado. La Cordera fue comprada en su
dueños y bestias.
justo precio por un rematante de Castilla. Se la hizo una señal
En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía estuvo en la piel y volvió a su establo de Puao, ya vendida, ajena,
expuesto el de Chinta a quedarse sin la Cordera; un vecino de tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaban Antón de
Carrió que le había rondado todo el día ofreciéndole pocos Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos como puños. Rosa, al saber
duros menos de los que pedía, le dio el último ataque, algo la venta, se abrazó al testuz de la Cordera, que inclinaba la
borracho. cabeza a las caricias como al yugo.

El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y el “¡Se iba la vieja!” -pensaba con el alma destrozada Antón el
capricho de llevar la vaca. Antón, como una roca. Llegaron a huraño.
tener las manos enlazadas, parados en medio de la carretera,
“Ella ser, era una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre
interrumpiendo el paso… Por fin, la codicia pudo más; el pico
ni otra abuela.”
de los cincuenta los separó como un abismo; se soltaron las
manos, cada cual tiró por su lado; Amón, por una calleja
Aquellos días en el pasto, en la verdura del Somonte, el
que, entre madreselvas que aún no florecían y zarzamoras en
silencio era fúnebre. La Cordera, que ignoraba su suerte,
flor, le condujo hasta su casa.
descansaba y pacía como siempre, sub specie aeternitatis,
como descansaría y comería un minuto antes de que el brutal
Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y Rosa no
porrazo la derribase muerta. Pero Rosa y Pinín yacían
sosegaron. A media semana se personó el mayordomo en el
desolados, tendidos sobre la hierba, inútil en adelante.
corral de Antón. Era otro aldeano de la misma parroquia, de
Miraban con rencor los trenes que pasaban, los alambres del
malas pulgas, cruel con los caseros atrasados. Antón, que no
telégrafo. Era aquel mundo desconocido, tan lejos de ellos por
admitía reprimendas, se puso lívido ante las amenazas de
un lado, y por otro el que les llevaba su Cordera.
desahucio.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 44


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

El viernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado


del rematante de Castilla por la res. Pagó; bebieron un trago Caía la noche; por la calleja oscura que hacían casi negra los
Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana la Cordera. altos setos, formando casi bóveda, se perdió el bulto de la
Antón había apurado la botella; estaba exaltado; el peso del Cordera, que parecía negra de lejos. Después no quedó de ella
dinero en el bolsillo le animaba también. Quería aturdirse. más que el tintán pausado de la esquila, desvanecido con la
Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras
sonreía, porque las alabanzas de Antón eran impertinentes. infinitas.
¿Que daba la res tantos y tantos xarros de leche? ¿Que era
-¡Adiós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-. ¡Adiós,
noble en el yugo, fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de
Cordera de mío alma!
pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados
suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, -¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno.
trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de él y de sus
hijos, pero viva, feliz… Pinín y Rosa, sentados sobre el montón -Adiós -contestó por último, a su modo, la esquila, perdiéndose
de cucho, recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de su lamento triste, resignado, entre los demás sonidos de la
los propios afanes, unidos por las manos, miraban al enemigo noche de julio en la aldea.
con ojos de espanto y en el supremo instante se arrojaron
Al día siguiente, muy temprano, a la hora de siempre, Pinín y
sobre su amiga; besos, abrazos: hubo de todo. No podían
Rosa fueron al prao Somonte. Aquella soledad no lo había sido
separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación del
nunca para ellos hasta aquel día. El Somonte sin la Cordera
vino, cayó como un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el
parecía el desierto.
corral oscuro.

De repente silbó la máquina, apareció el humo, luego el tren.


Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos
En un furgón cerrado, en unas estrechas ventanas altas o
setos, el triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera,
respiraderos, vislumbraron los hermanos gemelos cabezas de
que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por
vacas que, pasmadas, miraban por aquellos tragaluces.
fin, hubo que separarse. Antón, malhumorado clamaba desde
casa: -¡Adiós, Cordera! -gritó Rosa, adivinando allí a su amiga, a la
vaca abuela.
-Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes. Así gritaba
de lejos el padre con voz de lágrimas.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 45


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

-¡Adiós, Cordera! -vociferó Pinín con la misma fe, enseñando apareció el tren en la trinchera, pasó como un relámpago.
los puños al tren, que volaba camino de Castilla. Rosa, casi metida por las ruedas, pudo ver un instante en un
coche de tercera multitud de cabezas de pobres quintos que
Y, llorando, repetía el rapaz, más enterado que su hermana de gritaban, gesticulaban, saludando a los árboles, al suelo, a los
las picardías del mundo: campos, a toda la patria familiar, a la pequeña, que dejaban
para ir a morir en las luchas fratricidas de la patria grande, al
-La llevan al Matadero… Carne de vaca, para comer los
servicio de un rey y de unas ideas que no conocían,
señores, los curas… los indianos.
Pinín, con medio cuerpo fuera de una ventanilla, tendió los
-¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Cordera!
brazos a su hermana; casi se tocaron. Y Rosa pudo oír entre el
estrépito de las ruedas y la gritería de los reclutas la voz
Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía, el telégrafo, los
distinta de su hermano, que sollozaba, exclamando, como
símbolos de aquel mundo enemigo, que les arrebataba, que les
inspirado por un recuerdo de dolor lejano:
devoraba a su compañera de tantas soledades, de tantas
ternuras silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en -¡Adiós, Rosa!… ¡Adiós, Cordera!
manjares de ricos glotones…
-¡Adiós, Pinín! ¡Pinín de mío alma!…
-¡Adiós, Cordera!…
“Allá iba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo llevaba el
-¡Adiós, Cordera!…
mundo. Carne de vaca para los glotones, para los indianos;
*** carne de su alma, carne de cañón para las locuras del mundo,
para las ambiciones ajenas.”
Pasaron muchos años. Pinín se hizo mozo y se lo llevó el rey.
Ardía la guerra carlista. Antón de Chinta era casero de un Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba así la pobre
cacique de los vencidos; no hubo influencia para declarar hermana viendo el tren perderse a lo lejos, silbando triste, con
inútil a Pinín, que, por ser, era como un roble. silbido que repercutían los castaños, las vegas y los
peñascos…
Y una tarde triste de octubre, Rosa, en el prao Somonte sola,
esperaba el paso del tren correo de Gijón, que le llevaba a sus ¡Qué sola se quedaba! Ahora sí, ahora sí que era un desierto el
únicos amores, su hermano. Silbó a lo lejos la máquina, prao Somonte.

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 46


OCHO CUENTOS DEL SIGLO XIX. Autores del Romanticismo y del Realismo.

-¡Adiós, Pinín! ¡Adiós, Cordera!

Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de carbones


apagados; con qué ira los alambres del telégrafo. ¡Oh!, bien
hacía la Cordera en no acercarse. Aquello era el mundo, lo
desconocido, que se lo llevaba todo. Y sin pensarlo, Rosa apoyó
la cabeza sobre el palo clavado como un pendón en la punta
del Somonte. El viento cantaba en las entrañas del pino seco
su canción metálica. Ahora ya lo comprendía Rosa. Era
canción de lágrimas, de abandono, de soledad, de muerte.

En las vibraciones rápidas, como quejidos, creía oír, muy


lejana, la voz que sollozaba por la vía adelante:

-¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!

IES EUROPA --Departamento de Lengua Castellana y Literatura Página 47

También podría gustarte