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Contextualización del tema
El mandato de crecer y multiplicarse, dado al hombre y a la mujer, alcanza su
realización plena en el matrimonio cristiano. Dentro de la familia, los hijos no sólo son engendrados e iniciados progresivamente a la vida, mediante la educación, sino que mediante el bautismo y la fe, son introducidos en la comunión de la familia de Dios. La familia hace comunión de amor por las relaciones interpersonales que surgen del matrimonio: relación conyugal, paternidad-filiación, fraternidad. Mediante estas relaciones toda persona se hace miembro de la familia humana y de la familia de Dios que es la iglesia. Cada familia cristiana es una “comunidad de vida y de amor” que recibe la misión “de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio” n. 17). Es una comunidad que busca vivir según el Evangelio, que vibra con la Iglesia, que reza, que ama. Para vivir el amor hace falta fundarlo todo en la experiencia de Cristo, en la vida de la Iglesia, en la fe y la esperanza que nos sostienen como católicos, de esta manera la familia es la mejor escuela para vivir como cristianos. La familia que reza, la familia que estudia su fe, también sabe vivir aquello que ha llevado a la oración, busca aplicar lo que ha conocido gracias a la bondad del Padre que nos ha hablado en su Hijo.
En el V Encuentro Mundial de las Familias que tuvo lugar en Valencia
(España), el Papa Benedicto XVI recordaba que “transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una tarea que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente” sino hacerse cargo responsablemente. (Benedicto XVI, 8 de julio de 2006).