La Identidad de La Escuela Católica - Introducción y Capítulo 1
La Identidad de La Escuela Católica - Introducción y Capítulo 1
La Identidad de La Escuela Católica - Introducción y Capítulo 1
Introducción
1. En el Congreso Mundial titulado Educar hoy y mañana. Una pasión que se renueva,
organizado en 2015 por la Congregación para la Educación Católica en Castel Gandolfo, al que
asistieron representantes de escuelas católicas de todos los niveles y procedencias, uno de los
puntos más destacados y considerados de actualidad en el debate general fue la necesidad de una
mayor conciencia y consistencia de la identidad católica de las instituciones educativas de la
Iglesia en todo el mundo. Esta misma preocupación ha sido recordada en las últimas Asambleas
Plenarias de la Congregación, así como en los encuentros con los Obispos durante las visitas ad
limina. Al mismo tiempo, la Congregación para la Educación Católica se ha visto confrontada con
casos de conflictos y recursos causados por diferentes interpretaciones del concepto tradicional
de identidad católica de las instituciones educativas ante los rápidos cambios de los últimos años,
en los que se ha desarrollado el proceso de globalización junto con el crecimiento del diálogo
interreligioso e intercultural.
2. Ha parecido oportuno, por tanto, ofrecer, dentro de la competencia de la Congregación
para la Educación Católica, una reflexión y unas orientaciones más profundas y actualizadas sobre
el valor de la identidad católica de las instituciones educativas en la Iglesia, para ofrecer unos
criterios adaptados a los retos de nuestro tiempo, en continuidad con los criterios que siempre han
sido válidos. Además, como dijo el Papa Francisco, “no podemos construir una cultura del diálogo
si no tenemos identidad”[1].
3. La presente Instrucción, fruto de la reflexión y la consulta en los distintos niveles
institucionales, pretende ser una contribución que la Congregación para la Educación Católica
ofrece a todos los que trabajan en el ámbito de la educación escolar, empezando por las
Conferencias Episcopales, el Sínodo de los Obispos o el Consejo de Jerarcas, hasta los Ordinarios,
los Superiores de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, así como
los Movimientos, las Asociaciones de Fieles, otros organismos y personas que tienen en común la
solicitud pastoral por la educación.
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El texto complete se encuentra en el siguiente link: https://www.vatican.va
4. Al tratarse de criterios generales, destinados a toda la Iglesia para salvaguardar la unidad
y la comunión eclesial, deberán ir actualizándose en los distintos contextos de las Iglesias locales
dispersas por el mundo, según el principio de subsidiariedad y el camino sinodal, dependiendo de
las distintas competencias institucionales.
5. La Congregación para la Educación Católica espera que esta contribución sea acogida
como una oportunidad para reflexionar y profundizar en este importante tema que se refiere a la
esencia misma y a la razón de ser de la presencia histórica de la Iglesia en el campo de la educación
y de la escuela, en obediencia a su misión de anunciar el Evangelio enseñando a todas las naciones
(cfr. Mt 28, 19-20).
6. La primera parte de la Instrucción enmarca el discurso de la presencia de la Iglesia en el
mundo escolar en el contexto general de su misión evangelizadora: la Iglesia como madre y
maestra en su desarrollo histórico con los diferentes énfasis que han enriquecido su labor en el
tiempo y el espacio hasta nuestros días. El segundo capítulo trata de los diversos sujetos que operan
en el mundo escolar con diferentes roles asignados y organizados, según las normas canónicas en
una Iglesia con sus múltiples carismas donados por el Espíritu Santo, pero también de acuerdo con
su naturaleza jerárquica. El último capítulo está dedicado a algunos puntos críticos que pueden
surgir en la integración de todos los diferentes aspectos de la educación escolar en la vida concreta
de la Iglesia, tal como resulta de la experiencia de esta Congregación al tratar los problemas que
le llegan de las Iglesias particulares.
7. Como se ve, no se trata de un tratado general y menos aún de un texto completo sobre el
tema de la identidad católica, sino de una herramienta deliberadamente sintética y práctica que
puede servir para aclarar algunos puntos de actualidad y, sobre todo, para evitar conflictos y
divisiones en el ámbito esencial de la educación. De hecho, como observó el papa Francisco al
relanzar el evento de un Pacto educativo global, “educar es apostar y dar al presente la esperanza
que rompe los determinismos y fatalismos con los que el egoísmo de los fuertes, el conformismo
de los débiles y la ideología de los utópicos quieren imponerse tantas veces como el único camino
posible”[2].Sólo una acción fuerte y solidaria de la Iglesia en el campo de la educación en un
mundo cada vez más fragmentado y conflictivo puede contribuir tanto a la misión evangelizadora
que le encomendó Jesús como a la construcción de un mundo en el que los hombres se sientan
hermanos, porque “estamos convencidos de que sólo con esta conciencia de hijos que no son
huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros”[3].
Capítulo I:
Las escuelas católicas en la misión de la Iglesia
Desarrollos posteriores
17. La declaración conciliar Gravissimum educationis se propuso exponer solo “algunos
principios fundamentales sobre la educación cristiana, máxime en las escuelas”, confiando a “una
Comisión especial, una vez terminado el Concilio”[16], la tarea de desarrollarlos más
ampliamente. Este es uno de los compromisos de la Oficina Escuelas de la Congregación para la
Educación Católica, que dedicó varios documentos a profundizar en aspectos importantes de la
educación[17], en particular, el perfil permanente de la identidad católica en un mundo cambiante;
la responsabilidad del testimonio de los profesores y directivos laicos y consagrados; el enfoque
dialógico de un mundo multicultural y multireligioso. Además, las escuelas católicas no pueden
ignorar que los alumnos deben también ser iniciados “conforme avanza su edad, en una positiva y
prudente educación sexual”[18].
Educar al diálogo
27. Las sociedades actuales se caracterizan por su composición multicultural y
multireligiosa. En este contexto, “la educación se encuentra hoy ante un desafío que es central para
el futuro: hacer posible la convivencia entre las distintas expresiones culturales y promover un
diálogo que favorezca una sociedad pacífica”. La historia de las escuelas católicas se caracteriza
por la acogida de escolares de diferentes orígenes culturales y pertenencias religiosas. “Se requiere,
en este ámbito, una fidelidad valiente e innovadora al propio proyecto educativo”[34], que se
expresa a través de la capacidad de testimonio, de conocimiento y de diálogo con las diversidades.
28. Una gran responsabilidad de la escuela católica es el testimonio. “La presencia cristiana
en la realidad multiforme de las distintas culturas debe ser mostrada y demostrada, es decir, debe
hacerse visible, susceptible de ser encontrada, y debe ser actitud consciente. Hoy día, a causa del
avanzado proceso de secularización, la escuela católica se halla en situación misionera, incluso en
países de antigua tradición cristiana”[35]. Está llamada a un compromiso de testimonio a través de
un proyecto educativo claramente inspirado en el Evangelio. “La escuela, incluida la católica, no
pide la adhesión a la fe; pero puede prepararla. Mediante el proyecto educativo es posible crear las
condiciones para que la persona desarrolle la aptitud de la búsqueda y se la oriente a descubrir el
misterio del propio ser y de la realidad que la rodea, hasta llegar al umbral de la fe. Luego, a
cuantos deciden traspasarlo, se les ofrece los medios necesarios para seguir profundizando la
experiencia de la fe”[36].
29. Además del testimonio, otro elemento educativo de la escuela es el conocimiento. Tiene
el importante fin de poner en contacto a las personas con el rico patrimonio cultural y científico,
prepararlas para la vida profesional y favorecer el entendimiento mutuo. Ante las continuas
transformaciones tecnológicas y la omnipresencia de la cultura digital, la competencia profesional
debe adquirir siempre nuevas habilidades a lo largo de la vida para responder a las exigencias de
los tiempos “sin perder esa síntesis entre fe, cultura y vida, que es la clave peculiar de la misión
educativa”[37]. El conocimiento debe apoyarse en una sólida formación permanente que permita
a los profesores y directivos caracterizarse por una gran “capacidad de crear, de inventar y de
gestionar ambientes de aprendizaje ricos en oportunidades”, así como “de respetar las diversidades
de las ‘inteligencias’ de los estudiantes y de conducirlos a un aprendizaje significativo y
profundo”[38]. De hecho, acompañar a los escolares en el conocimiento de sí mismos, de sus
aptitudes y recursos interiores para que puedan vivir conscientes de sus opciones de vida no es
algo secundario.
30. La escuela católica es sujeto eclesial. Como tal, “comparte la misión evangelizadora de
la Iglesia, y es lugar privilegiado en el que se realiza la educación cristiana”[39]. Además, el
diálogo es su dimensión constitutiva ya que la misma encuentra su desarrollo precisamente en la
dinámica dialógica trinitaria, en el diálogo entre Dios y el hombre y en el diálogo entre los
hombres. Por su naturaleza eclesial, la escuela católica comparte este elemento como constitutivo
de su identidad. Por tanto, “debe practicar la ‘la gramática del diálogo’, no como un expediente
tecnicista, sino como modalidad profunda de relación”[40]. El diálogo combina la atención a la
propia identidad con la comprensión de los demás y el respeto a la diversidad. De este modo, la
escuela católica se convierte en “una comunidad educativa en la que la persona se exprese y crezca
humanamente en un proceso de relación dialógica, interactuando de manera constructiva,
ejercitando la tolerancia, comprendiendo los diferentes puntos de vista, creando confianza en un
ambiente de auténtica armonía. Se establece así la verdadera ‘comunidad educativa’, espacio
agápico de las diferencias”[41]. El papa Francisco ha dado tres indicaciones fundamentales para
favorecer el diálogo, “el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las
intenciones. El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de
la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque
al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que
se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno
se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto
expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el
camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en
cooperación”[42].
Una educación en salida
31. El papa Francisco, dando resonancia al Concilio Vaticano II, ante los desafíos
contemporáneos, reconoce el valor central de la educación, que forma parte del amplio proyecto
pastoral de una “Iglesia en salida” que “acompaña a la humanidad en todos sus procesos”,
haciéndose presente en una educación “que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino
de maduración en valores”[43]. Con pasión educativa, el Papa llama la atención sobre algunos
elementos básicos.
La educación es “movimiento”
32. La educación es una polifonía de movimientos. En primer lugar, parte de un movimiento
de equipo. Cada uno colabora según sus talentos personales y asume sus responsabilidades,
contribuyendo a la formación de las nuevas generaciones y a la construcción del bien común. Al
mismo tiempo, la educación desencadena un movimiento ecológico, ya que contribuye a la
recuperación de diferentes niveles de equilibrio: el equilibrio interior con uno mismo, el equilibrio
solidario con los demás, el equilibrio natural con todos los seres vivos, el equilibrio espiritual con
Dios. También da lugar a un importante movimiento inclusivo. La inclusión, que “es una parte
integral del mensaje salvífico cristiano”[44], no es sólo una propiedad, sino también un método de
educación que acerca a los excluidos y vulnerables. A través de ella, la educación alimenta
un movimiento pacificador, que genera armonía y paz[45].