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Art. Educación Católica

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EDUCACIÓN CATÓLICA

SUMARIO: I. Varios sentidos del término. II. El pensamiento de la Iglesia sobre educación: 1. Caracteres de toda educación;
2. El derecho a la educación; 3. El derecho al pluralismo educativo. III. Los ámbitos de la educación católica: 1. La educación
familiar; 2. La escuela católica; 3. La catequesis de la comunidad cristiana. IV. Dimensiones de la educación católica. V.
Algunos desafíos a la educación católica: 1. El mundo de los pobres y marginados; 2. La cultura posmodema y sus
caracteres; 3. La increencia y la indiferencia religiosas; 4. La ecología y la promoción de la vida; 5. El pluralismo sociocultural
y religioso.

I. Varios sentidos del término


El término educación católica es susceptible de ser interpretado según diversos significados. Así, podemos entender como
educación católica, ya el pensamiento o la doctrina de la Iglesia católica acerca de la educación, ya las instituciones
educativas de la Iglesia. Pero también podemos referirnos a la educación católica como a la actividad que realiza la Iglesia
para formar a sus propios fieles: en este caso habría que distinguir entre la educación como proceso de iniciación en la fe o
catequesis y la educación cristiana entendida como proceso educativo global a partir de una visión cristiana de la persona y
del mundo. Especial significación adquieren en este campo los centros superiores de educación y de enseñanza de la Iglesia
en los cuales se pretende, por una parte, la investigación y la divulgación del mensaje de la fe y, por otra, la búsqueda de la
verdad de las ciencias y de la cultura. Finalmente podemos entender también como educación católica aquel tipo de acción
pedagógica que es realizado por la Iglesia en ámbitos no escolares o académicos; en este caso se puede hablar de una
educación católica realizada a través de los medios de comunicación social, a través de la acción de los educadores de calle
o, finalmente, a través de obras específicas en los campos de la marginación, de la promoción sociocultural...

II. El pensamiento de la Iglesia sobre educación


La vinculación de la Iglesia a la educación es una realidad que nace casi con los orígenes de la propia Iglesia. En efecto, ya
desde los primeros siglos la Iglesia establece un período de educación en la fe —el catecumenado—, cuya misión consistía
en provocar un cambio radical de la persona y en convertirla a una realidad nueva y, por lo mismo, en una realidad nueva.
Desde entonces la relación entre Iglesia y educación ha sido una constante que ha tenido su expresión en una triple
vertiente: 1) su teología de la educación, es decir, su doctrina educativa acerca de lo que es y de lo que debe ser la persona;
2) su praxis educativa propia, es decir, el proceso educador de la fe, ya en el seno familiar, ya en la comunidad de fe, y,
finalmente, 3) sus instituciones educativas, que pretenden educar a la persona entera, en un proceso en el que se unen los
saberes, la cultura y la fe.
Ante todo, la Iglesia católica expresa el pensamiento sobre lo que debe ser la educación, como derecho fundamental de la
persona humana: «todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen
derecho inalienable a una educación que responda al propio fin...» (GE 1). Educación que, para ser verdadera, ha de
proponerse la formación integral de la persona, de manera que cada niño, adolescente o joven desarrolle «armónicamente
sus condiciones físicas, morales e intelectuales» (GE 1).
1. CARACTERES DE TODA EDUCACIÓN. Acabamos de referirnos tanto al derecho de la persona a ser educada como al
carácter integral de la misma; pero también son apreciadas otras dimensiones; así, la educación ha de promover «la
formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en
cuyas responsabilidades participará cuando llegue a ser adulto» (GE 1); la educación, por tanto, tiene una clara proyección
social: «hay que prepararlos, además, para participar en la vida social, de modo que... puedan adscribirse activamente a los
diversos grupos de la sociedad humana, estén dispuestos para el diálogo con lot demás y presten su colaboración de buen
grado al logro del bien común» (GE 1). Una educación que ha de abarcar también la dimensión sexual de la persona, la
conciencia moral y la apertura a la dimensión religiosa, a Dios.
2. EL DERECHO A LA EDUCACIÓN. La Iglesia destaca reiteradamente esta última dimensión y subraya el derecho de los
padres de familia, primeros responsables de la educación de sus hijos, a elegir el tipo de educación que deseen para ellos,
especialmente en las primeras edades de la vida; en este sentido, la Iglesia suscribe los textos y declaraciones que fundan el
derecho de las personas a su educación y que formulan algunos de los caracteres esenciales de la misma, como, por
ejemplo, el art. 26,3 de la Declaración universal de los derechos humanos. Al mismo tiempo recuerda a los poderes públicos
el deber correspondiente al derecho de los padres: «el Estado está obligado a conseguir que el tipo de educación que se
imparte en los centros estatales respete los derechos de los alumnos y de los padres de familia, sobre todo en lo que se
refiere al sentido de la vida humana y a los valores morales y religiosos»1.
2. EL DERECHO AL PLURALISMO EDUCATIVO. De igual modo hay que resaltar en el pensamiento de la Iglesia la
exigencia del derecho al pluralismo educativo. Frente a un monopolio de la educación por parte de los estados modernos, la
Iglesia mantiene con firmeza el pluralismo escolar como «la coexistencia y –en cuanto sea posible– la cooperación de las
diversas instituciones escolares, que permitan a los jóvenes formarse criterios de valoración fundados en una específica
concepción del mundo, prepararse activamente en la construcción de una comunidad y, por medio de ella, en la construcción
de la sociedad» (EC 13). Dentro de este pluralismo educativo la Iglesia ofrece su propio proyecto como una «aportación
original en favor del verdadero progreso y de la formación integral del hombre» (EC 15).

III. Los ámbitos de la educación católica


1. LA EDUCACIÓN FAMILIAR. La familia es el ámbito natural de la educación católica. Considerada desde los primeros
siglos del cristianismo como una Iglesia doméstica, la familia asume como tarea y deber irrenunciables la educación de sus
hijos. Los padres, principales educadores de sus hijos (CCE 1653) se responsabilizan de la creación, en el hogar doméstico,
de un ambiente humano y cristiano cuya riqueza sea capaz de promover el desarrollo, desde el inicio, de una personalidad
armónica, ambiente acogedor «donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma»
(CCE 2223), en una escuela de virtudes o, en expresión del Vaticano II, en escuela del más rico humanismo (GS 52).
Además, esa Iglesia doméstica se torna en ámbito específico de educación de la fe cristiana, pues «los padres han de ser
para sus hijos los primeros educadores de la fe con su palabra y con su ejemplo...» (LG 11). Por eso, la primera
catequización ha de realizarse en el seno familiar, aunque luego esa labor sea secundada por la comunidad eclesial.
Pero la responsabilidad de la familia en la educación católica de sus hijos tiene también otras dimensiones: dicha educación
se realiza de manera continuada y con un carácter de integralidad en las escuelas católicas. De ahí la responsabilidad
familiar en este campo.
Además de gozar de la libertad de elección de centros educativos, los padres católicos tienen el deber de confiar la
educación de sus hijos a las escuelas en las que se imparte una educación católica; pero si esto no fuera posible, «tienen la
obligación de procurar que, fuera de las escuelas, se organice la debida educación católica» (CIC 798). De modo parecido,
aunque con ciertos matices, es retomada esta idea del Código por el Catecismo de la Iglesia católica al afirmar: «los padres,
como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que
corresponda a sus propias convicciones (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los
padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio» (CCE 2229).
Pero la educación católica que ha de ejercer la familia es propia e irrenunciable (cf CCE 2221). Por eso, aunque confíe sus
hijos a la comunidad parroquial o a la escuela católica, el hogar debe seguir siendo ámbito permanente de educación,
especialmente en los años difíciles de la adolescencia y de la juventud (cf CCE 2226).
2. LA ESCUELA CATÓLICA. Pero la educación católica tiene, además, otro ámbito de expresión y de realización, que
llamamos escuela católica o escuela cristiana; es esta un ámbito en el que se manifiesta sobre todo «la presencia de la
Iglesia en la tarea de la enseñanza» (GE 8).
Ya hemos hecho alusión a la constante reivindicación, por parte de la Iglesia, del derecho al pluralismo escolar. El interés de
la Iglesia por la escuela católica es equivalente al interés por una forma de educación que jamás abandonó. Y esa forma de
ejercer la educación católica, aunque vinculada a la familia y a la comunidad parroquial, presenta unos caracteres que la
tornan diferente de la educación familiar o parroquial.
a) Como la familia, la escuela católica favorece la creación de un ambiente, que el Vaticano II definió como impregnado de
libertad y de caridad, y que se especifica en la comunidad educativa en la que, movidos por la fe cristiana, todos sus
miembros, especialmente los alumnos, se sienten «copartícipes y responsables como verdaderos protagonistas y sujetos
activos del proceso educativo» (DRE 32).
b) Como en la familia, la educación católica que proporciona la escuela está íntimamente unida al único proceso de
maduración de la personalidad del niño y del adolescente, y es a través de ese proceso, vivido día a día, como se logra unir
la educación humana con la educación de la fe, de modo que ambas realidades se unan en un solo proceso educativo.
c) Pero la escuela católica presenta otros rasgos que la hacen una institución educativa singular y única: en ella se realiza la
unidad, la integración y el diálogo entre la cultura y la fe cristiana. En este aspecto «la escuela católica encuentra su
verdadera justificación en la misión misma de la Iglesia; se basa en un proyecto educativo en el que se funden
armónicamente fe, cultura y vida...» (DRE 34). Esta integración entre cultura y fe es una tarea que la Iglesia reclama en el
mundo de la educación y con la que pretende responder a uno de los mayores retos de nuestro tiempo: «la ruptura entre el
evangelio y la cultura es el drama de nuestro tiempo», afirmó Pablo VI (EN 20); y Juan Pablo II reclama la aproximación entre
la fe y la razón como una de las exigencias de la nueva evangelización (cf FR 103). Dicha integración o diálogo se realiza en
el conjunto de la educación católica que proporciona la escuela, pero especialmente a través de la enseñanza religiosa.
3. LA CATEQUESIS DE LA COMUNIDAD CRISTIANA. Podemos entender también la catequesis como una expresión de la
educación católica, aunque en el lenguaje habitual se establezca diferencia entre la catequesis de la comunidad y la
educación llevada a cabo en otras instituciones eclesiales. Pero en la catequesis, la Iglesia lleva a cabo la educación de la fe
de los creyentes a través de un proceso, que consiste fundamentalmente en una iniciación —en el conocimiento de Cristo y
de la historia de la salvación, en la vida evangélica, en la experiencia cristiana y en la celebración litúrgica y en el compromiso
apostólico2—y que tiende a la incorporación de los fieles a la vida de la comunidad eclesial.

IV. Dimensiones de la educación católica


a) Un solo proceso que integra lo humano y la fe. La educación católica asume la dimensión humana de la persona y el
desarrollo de la personalidad como elemento fundamental. La educación católica parte de la naturaleza humana y pretende el
desarrollo integral de la persona. Objetivos prioritarios son, por tanto, el desarrollo de las capacidades humanas, la educación
de actitudes y de experiencias humanas fundamentales y la propuesta de valores que posibiliten la madurez personal y el
desarrollo de la opción fundamental del alumno (cf GE 1).
Pero, ciertamente, la educación católica «no persigue solamente la madurez de la persona humana..., sino que busca, sobre
todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del don recibido de la fe» (GE 2). Así pues, «en la persona
humana se injerta el modelo cristiano, inspirado en la persona de Cristo. Este modelo, acogiendo los esquemas de la
educación humana, los enriquece de dones, virtudes, valores y vocaciones de orden sobrenatural» (DRE 63). Se trata, por
tanto, de un proceso unido al desarrollo de la propia persona, pero que integra dos realidades: la educación humana y la
educación de la fe. Este proceso de la educación católica puede ser definido «como un conjunto orgánico de factores
orientados a promover una evolución gradual de todas las facultades del alumno, de modo que pueda conseguir una
educación completa en el marco de la dimensión religiosa cristiana, con el auxilio de la gracia» (DRE 99). Y se trata, como
decimos, de un proceso único, no de «dos recorridos diversos o paralelos, sino en concordancia de factores educativos,
unidos en la intención de los educadores y en la libre cooperación de los alumnos» (DRE 98).
b) Una educación cristocéntrica. La educación católica tiene su centro y su raíz en Cristo, Hijo de Dios y hermano de los
hombres, en su persona, en su mensaje y en su misterio salvador, y hace de los valores evangélicos la norma fundamental
de su proceso educador. Una educación es católica «porque los principios evangélicos se convierten para ella en normas
educativas, motivaciones interiores y al mismo tiempo metas finales» (EC 34).
El objetivo de toda educación cristiana es «alcanzar la madurez cristiana» y «llegar a ser adultos en Cristo», pues «él revela y
promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma, capacitando al hombre a vivir de manera divina, es decir, a
pensar, querer y actuar según el evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida» (EC 34). En este texto se
destacan tres dimensiones esenciales del ser humano pensar, querer y actuar—, que son expresión de la realidad
cognoscitiva, afectiva y volitiva/activa de la persona, y que muestran la totalidad del ser humano, arraigado en la persona de
Cristo e influido por su mensaje salvador. De ahí que todo proyecto educativo católico haya de «promover al hombre integral,
porque en Cristo, el hombre perfecto, todos los valores humanos encuentran su plena realización» (EC 35).
c) Una educación comunitaria y eclesial. La fe cristiana es esencialmente comunitaria; por eso, la educación católica educa
desde la experiencia de la comunidad y para la vivencia de lo comunitario. Este carácter comunitario significa que, en el
proceso educativo, se promueve una intensa experiencia comunitaria, se descubre la realidad de la Iglesia, comunidad de
creyentes, y se logra un profundo sentido eclesial. Pero la educación comunitaria significa también el desarrollo de la
dimensión fraterna de la persona, la projimidad y la solidaridad con los hombres, hijos de Dios y hermanos entre sí.
d) Conocimiento integral de las realidades de la fe. La educación católica trata de introducir a los educandos en la realidad
nueva de la historia de la salvación y en el misterio de Dios. Otra de sus características será la de promover el conocimiento y
la vivencia de la realidad religiosa, profundamente arraigada en la intimidad de la persona, pero explicitada en la revelación
de Dios a través de la historia de la salvación. Esta dimensión exige una educación que fomente el conocimiento de las
verdades de la fe, del saber integral de la fe, a partir de la formulación de la Iglesia. En este sentido, la educación católica
promoverá el conocimiento orgánico del hecho y del mensaje cristianos y de la vida y el mensaje cristianos (cf DRE 74ss.,
82ss). Esta dimensión cognoscitiva no significa una educación que fomente sólo el conocimiento de las verdades de la fe
cristiana, ya que esta es una fe histórica, fundada en hechos de salvación que afectan a la persona entera del creyente.
e) Dimensión moral de la educación católica. Desde la fe cristiana se trata de formar la recta conciencia de la persona del
creyente, de fomentar el respeto y el cumplimiento de las leyes y de aceptar libre y conscientemente las exigencias éticas
propias de todo ciudadano en aras de una convivencia social y civil. Pero la educación católica fomenta también la búsqueda
de un sentido moral de la vida entera, derivado del centro y de la raíz de la vida cristiana: Cristo; por eso la dimensión moral
implica «formar al cristiano en las virtudes que configuran con Cristo, su modelo, y le permiten colaborar en la edificación del
reino de Dios» (EC 34).
f) Comprometida con la realidad. El cristiano, enraizado en la persona y en el mensaje de Jesús, vive su vida encarnado en la
realidad social, y participa de todas las dimensiones de la misma. Un objetivo esencial de la educación católica consiste en
ayudar al educando a conocer la realidad humana y social, a comprender el funcionamiento de las estructuras culturales,
económicas y políticas, y a valorarlas críticamente a la luz de la fe católica, arraigada en el evangelio y expresada también en
la doctrina social de la Iglesia.
Este conocimiento y esta capacidad crítica, educados desde la fe, han de mover a los educandos creyentes a comprometerse
en las realidades humanas, a promover los valores fundamentales del Reino —ya que «amor, justicia, libertad y paz son el
santo y seña cristiano de la nueva humanidad» (DRE 89)— y a luchar por la emergencia y la consolidación de una sociedad
nueva, alternativa. Realidad nueva que habrá de superar los obstáculos del mal, del pecado, radique este en el corazón del
hombre o arraigue en las estructuras de pecado de la sociedad.
g) Integrada con la cultura. Un ámbito de especial interés lo constituye el mundo de la cultura. La educación católica tratará
de promover una aceptación y una acogida positiva de la cultura contemporánea. Lejos de fomentar una educación religiosa
distanciada, reticente o sospechosa en relación con la cultura de nuestro tiempo, la educación católica procurará, por una
parte, la asunción de todo lo positivo de la cultura contemporánea, en sus expresiones y realizaciones; por otra, tratará de
encarnar la fe en la propia cultura (sin olvidar el conocimiento de la cultura del pasado y del influjo de la fe cristiana en ella) y
de dejarse interpelar, como creyente, por los desafíos y cuestiones que plantea la cultura de hoy; además, el católico será
educado en un sentido crítico de la cultura que recibe, sobre todo de los medios de comunicación social, aprendiendo a
valorarla desde la fe; finalmente, será animado y entrenado a participar, como creyente, en la creación, difusión y expresión
de las diversas formas de vida cultural.
h) Dialogante con otras cosmovisiones. Finalmente, es necesario subrayar el hecho de que la fe cristiana no constituye un
todo cerrado. El cristianismo convive con otras cosmovisiones, con otros modos de comprender la vida y el mundo. Y, de
igual modo, el cristiano se encontrará cada vez más en proximidad con miembros de otras religiones, que son expresiones, a
su vez, de la única verdad de Dios. La educación católica ha de fomentar el diálogo con todas aquellas personas, grupos e
instituciones que profesan una visión de la realidad diferente de la suya, que tienen otras respuestas a la pregunta por el
sentido de la vida o que profesan otra religión. La educación a la apertura, la comprensión y el diálogo con el mundo no
creyente –o no cristiano— es un imperativo de su mismo ser católico, es decir, universal. Una educación católica ha de ser
ecuménica y, en este sentido, mostrarse, desde la firmeza de sus convicciones, abierta, respetuosa, dialogante y fraterna,
también con las otras confesiones no católicas.

V. Algunos desafíos a la educación católica


La educación católica ha sido, en ocasiones, criticada por su carácter más o menos cerrado, por ofrecer una cosmovisión
demasiado centrada en las verdades y en los dogmas católicos, restringida a su mundo eclesial o eclesiástico y poco dada a
la confrontación y al diálogo con las realidades del mundo secular. Los caracteres anteriormente expuestos muestran que
una educación católica ha de estar encarnada en la realidad social y ha de preparar para vivir intensamente, desde la fe
católica, un compromiso con ella. Y esa encarnación en la realidad mundana no ha de limitarse sólo al presente, sino que ha
de mirar también al futuro, ya presente en alguna medida. Por tanto, parece necesario que la educación católica tenga en
cuenta algunos factores nuevos que, presentes ya en la realidad social, actúan a modo de retos o desafíos para todo
creyente; con la Iglesia, el creyente «prestará atención especial a los desafíos que la cultura lanza a la fe» (DRE 52). ¿Cuáles
son algunos de esos desafíos y cómo educar para responder a ellos?
1. EL MUNDO DE LOS POBRES Y MARGINADOS. Una educación que se funda en el mensaje y en la persona de Jesús, no
puede ser ajena a una realidad urgente y clamorosa: el mundo de los pobres y de los marginados. La realidad dolorosa de
tantas personas y pueblos enteros ultrajados en su dignidad más elemental, sometidos a la esclavitud de la ignorancia,
víctimas del hambre, de la pobreza y de las enfermedades, provoca una situación de injusticia radical, que actúa no sólo
como recordatorio permanente de una de las exigencias cristianas fundamentales, sino que ofrece un vivo contraste con el
estilo de vida, consumista, liberal y burgués, que caracteriza a muchas de las sociedades en las que las instituciones
católicas desarrollan su acción educadora. Contraste que se convierte en desafío continuo, dada la creciente sima que se
abre cada día entre el Norte y el Sur, entre los ricos y los pobres, entre los integrados y los marginados.
En este sentido, las instituciones educativas católicas, fieles a su vocación evangélica, han de atender en primer lugar «a
aquellos que están desprovistos de los bienes de fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o
que están lejos del don de la fe» (GE 9). Y esto porque, «dado que la educación es un medio eficaz de promoción social y
económica para el individuo, si la escuela católica la impartiera exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social
ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto»
(EC 58). La educación católica no puede evitar una toma de contacto con esta realidad de injusticia, ni puede soslayar una
concienciación realista y arriesgada con respecto a la injusticia y sus causas, ni puede descuidar una respuesta educativa
que sea signo de un compromiso en favor de los pobres y marginados.
2. LA CULTURA POSMODERNA Y SUS CARACTERES. La educación católica se enfrenta a factores nuevos, quizás aún no
explicitados en algunos contextos, pero arraigados ya en la mayor parte de los países desarrollados. La llamada cultura de la
posmodernidad y sus características (el relativismo ideológico y moral, el culto al presente y a lo momentáneo, el predominio
del sentimiento y del subjetivismo, la búsqueda del placer, la presencia y el valor de todo lo light, la ausencia de un
compromiso duradero, la secularización y la indiferencia religiosa...) pueden llegar a impregnar el ambiente de tal manera que
los niños y los adolescentes respiren los valores de esa cultura y se sientan, en varias de sus dimensiones, como
incapacitados para comprender el mensaje cristiano. Por eso Juan Pablo II afirma que estas «corrientes de pensamiento
relacionadas con la posmodernidad merecen una adecuada atención» (FR 91). Una educación católica que quiera estar al
servicio de los creyentes de este tiempo y de esa cultura debe conocer el reto que le plantea la posmodernidad y arbitrar los
medios más adecuados para que su mensaje y el modo de transmitirlo y asimilarlo no estén desconectados con el modo de
pensar, de sentir, de reaccionar y de vivir de los jóvenes de la cultura de hoy y de mañana.
3. LA INCREENCIA Y LA INDIFERENCIA RELIGIOSAS. Un factor de sobra conocido en nuestra sociedad occidental lo
constituye el hecho de una creciente increencia religiosa. Para ella, el factor religioso ha dejado de ser algo central en la
explicación del conjunto de la vida humana y ha perdido plausibilidad social. Hoy, el hombre de nuestros días puede, en
buena medida, vivir su presente y proyectar su futuro sin una referencia religiosa. Este desplazamiento social de la religión y
de Dios se traduce a nivel individual en un acrecentamiento del ateísmo práctico o del agnosticismo, aunque a veces estos
fenómenos no se manifiestan como actitud consciente y deliberada, sino que se expresan en una indiferencia religiosa que
puede, en sí misma, no ser contraria, aunque sí ajena a todo planteamiento religioso.
Dicha indiferencia religiosa llega a afectar de alguna manera a los bautizados, a los alumnos católicos, sujetos de un
catolicismo sociológico, «portadores de las impresiones recibidas de la civilización de las comunicaciones, alguno de los
cuales demuestra quizá, indiferencia e insensibilidad». La educación católica deberá educar el sentido de comprensión de
esta indiferencia religiosa, ajena y propia, aceptando a los alumnos como son, y explicándoles «que la duda y la indiferencia
son fenómenos comunes y comprensibles» (DRE 71); pero, a su vez, invitándoles «a buscar y descubrir juntos el mensaje
evangélico, fuente de gozo y serenidad» (DRE 71). Sólo desde un entusiasmo renovado en la educación del sentido de lo
religioso y de la fe se podrá superar la falta de religión y contribuir a «destruir el muro de la indiferencia» (DRE 23).
Pero el reto de la increencia tiene su lado paradójico: la emergencia de sucedáneos de lo religioso o la acentuación de una
religiosidad cerrada, monolítica; fenómenos que pueden dar lugar a la proliferación de las sectas o a la aparición de cierto
fundamentalismo religioso. La educación católica deberá aceptar el reto de estos fenómenos sociales y procurar una
educación religiosa abierta, firme y equilibrada.
4. LA ECOLOGÍA Y LA PROMOCIÓN DE LA VIDA. La educación católica se enfrenta también hoy con desafíos que
provienen de hechos socioculturales nuevos, a los cuales antes era más o menos ajena y con los cuales tiene
necesariamente que convivir. Uno es, en el ámbito de la naturaleza y del conjunto de la vida humana, el valor de lo ecológico,
percibido y sentido como reacción ante la amenaza de la degradación del medio y de su posible destrucción. La fe católica
debe tener presente esta dimensión, este valor universalmente sentido y profesado.
De igual modo ha de educar en el respeto a la vida y en la defensa de la misma en una sociedad en la que, por una parte, se
la proteje y se la cuida, a veces hasta el exceso; pero que, por otra, está intensamente amenazada. La educación católica ha
de aceptar el desafío de la vida y ha de formar en el valor de la misma y en la defensa de cualquier manifestación de ese
maravilloso don de Dios.
5. EL PLURALISMO SOCIOCULTURAL Y RELIGIOSO. Otra de las características de la sociedad presente es el pluralismo.
En nuestro mundo se puede afirmar que ya no hay sociedad es reducto, ámbitos rigurosamente homogéneos y cerrados,
pues, en esta aldea global de la era de la comunicación, los más media acercan a nuestra sensibilidad y a nuestra conciencia
cualquier realidad, por diferente que sea y por alejada que esté. La abundante y variada información nos hace vivir en un
mundo cada vez más rico, pero también mucho más plural y hasta contradictorio.
Pues bien, la educación católica deberá asumir estos hechos sociales y, lejos de querer fortalecer la fe de los creyentes
desde posturas más o menos cerradas, deberá iniciar en el diálogo entre las diversas culturas, entre la fe y la razón; deberá
favorecer una educación multicultural, desarrollar el sentimiento y el compromiso ecuménicos y, desde una comprensión y
vivencia profundas de la propia fe, iniciar también en el diálogo interreligioso.

BIBLIOGRFÍA
NOTAS: 1. COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Documentos colectivos del episcopado español
sobre formación religiosa y educación, 1969-1980, Edice, Madrid 1981, 383. — 2 CC 83-92.
BIBL.: CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis momentum, Roma 1965; CONGREGACIÓN PARA LA
EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica, Roma 1977; El laico católico, testigo de la fe en la escuela, Roma 1982;
Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, Roma 1988.
Teódulo García Regidor

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