Aves Nocturnas - María Wiesse
Aves Nocturnas - María Wiesse
Aves Nocturnas - María Wiesse
De la autora:
AVES NOCTURNAS
El Modistón—La Hermana Mayor, coniedias.—
Tip. del Centro Editorial, 1918
Santa Rosa de Lima —Casa Editora F. y E. Ro- (Cuentos)
say, 1922
Croquis de Viaje—Casa Editora F. y E. Rosay,
1923
Motivos Líricos---Imp. Lux, 1924
José María Córdova—Tip. de La Voce d'Italia,
1924
Nocturnos—Imp. Lux, 1926
La Huachafita (ensayo de no vela) —Imp. Lux,
1927
Rosario (historia de una niña)—Imp. Lux, 1929
Trébol de cuatro hojas (poemas)—Cía. de Imp.
y Pub., 1932
Nueve relatos—Cía. de Imp. y Pub., 1933
Canciones (poemas)—Imp. Lux, 1954
«Quipus» (relatos para niños) —Tip. de La Voce
d'Italia, .1936
La romántica vida de Mariano Melgar —Club del
Libro Peruano, 1939
LIMA 1941
samilmoMI
símbolo de una existencia subterránea y tene- lías. de sus hermanas; se dedicó a una exis-
brosa. tencia de ociosidad, en la que el chisme, la in-
¡Cómo me interesaron aquellas tres viejas triga y el espionaje florecían cual plantas pon-
en la ventana! Allí, tras de las rejas, miraban zoñoSas y malignas. Conocían la vida íntima
intensamente, ávidamente ta calle y las casas. de todo F Se interesaban por los amo-
No hablaban entre ellas; atisbaban en silencio. ríos de los jóvenes y las desavenencias de los
Pero cuando, por fin salió de una casa cónyuges; si sospechaban de la infidelidad de
una joven —muchacha de esbelto talle y gracio- algún . marido, saboreaban aquella noticia como
sos andares— las tres viejas cuchichearon lar- un manjar exquisito; estaban al corriente de las
gamente: Y no sé por qué —el pensamiento es, bodas por hacerse, de los nacimientos, de las
en veces, audaz— se me ocurrió .que estaban enfermedades y de 'las muertes; sabían cuando
entregadas al goce infame de emitir -un chisme se despedía a un criado y cuando rompían dos
envenenado y un comentario malévolo. novios.
II Iban diariamente a misa, porque esa prác-
tica piadosa les otorgaba una aureola de vir-
Desde las rejas de su ventana, doña Obdu- tud y también pertenecían a la Congregación
lia, doña Octavia y doña Ofelia Giraldez do- del Corazón de Jesús, donde podían hacer—
en las reuniones mensuales de la Asociación— •
minaban la ciudad. Las tres hermanas nunca
habían salido de F extensa cosecha de informaciones interesantes.
y no conocían más
horizonte qpe el de la calle y de la casa don- La ciudad entera, ingenuamente, las creía
de vivían. Esa C858 la habían heredado de sus unas virtuosas y tranquilas señoritas, dedicadas
padres, junto con una pequeña fortuna que bas- a su hogar y nadie sospechaba --al llegar un
taba ampliamente .a sus necesidades . de muje- anónimo a una casa, trayendo en sus lineas
res económicas —Casi avaras— que se pasaban disgustos mayásculos— que lo había fabricad()
los días entre las duatro paredes de su man- doña Octavia, en la soledad de su cuarto, lle-
sión oscura. no de imágenes de santos, desfigurando la co-
Doña Ofelia —la menor-- era viuda. Había rrectísima letra, que en el colegio le había va-.
perdido al marido a los cuatro años de casa- lido el premio de caligrafía.
d8. Volvió donde los suyos y siguió las hue-
10 A VES NOCTURNAS
MARIA W1ESSE 11
II/
El señor Delgado. acaudalado comercian-
te, persona muy importante en F Las tres hermanas sabían ya que don An-
ofrecía,
aquella noche, una fiesta, celebrando el cum- tonio Delgado había preparado, en honor de
pleaños de su hija Elvira. los veintidos años de su hija, una suntuosa
Elvira Delgado cumplía veintidós años. Hi- fiesta. Sabían ya las tres viejas -sin haberse
ja única, muy mimada de sus padres, no era, movido de su casa- que correría en abundan-
a pesar de tan excesivo mimo, la chiquilla mal- cia el champagne y otros licores finos, que
criada y necia, que se hace desagradable a to- las viandas y las pastas habían sido prepara-
dos. Tenía, claro, sus caprichitos de muchacha das por el mejor cocinero de la ciudad, que
engreída. Pero ella, ante todo, era una román- la casa toda de los Delgado era un fragantísi-
tica, que escondía un corazoncito sentimental, mo jardin y que a la tertulia asistiría el pre-
bajo una apariencia de alegría y de frivolidad ; fecto del departamento y toda la buena socie-
una romántica, que no anhelaba más que amar dad de F También sabían que Elvira ha-
apasionadamente. bía recibido un traje rosa, obra de la «Maison
Cumplía Elvira veintidós años y su histo- Madeleine» de Lima, y que ese traje realzaba
ria sentimental se reducíg a unos cuantos amo- maravillosamente la rubia . figura de la joven; de
ríos fugaces, que no eran el amor secretamen- todo estabem enteradas doña Octavia, doña
te esperado y deseado por ella. Ninguno de Obdulia y doña Ofelia.
aquellos jóvenes -casi unos adolescentes- que A las 9 de la noche, hora para ellas, inu-
la habían cortejado encarnaba su ilusión. sitada, las tres hermanas se encontraban acu-
Y esa tarde, al probarse el lindo vestido rrucadas tras de las rejas de su ventana, es-
rosa, que debía lucir en la fiesta de la noche-- piando la casa de los Delgado, situada casi
vestido confeccionado en la capital- Elvira al frente de la de las Giraldez.
suspiraba, ante el espejo. El cristal reflejaba ¡Qué deleite era para las ,viejas ver en-
una imagen juvenil, graciosa, fina; una imagen trar a los invitados! El sueño se había ahu-
con frescura y claridad de primavera. yentado de las pupilas de las señoritas Giral-
Elvira suspiraba: ¿qué le traería la fiesta dez, que no perdían un detalle del extraordi-
de la nóche? nario espectáculo. Porque ellas - permanecieron
en la ventana, en actitud de observación y de
F.ITLIOTECA
12 AVES NOCTURNAS
MARIA WIESSE 13
que los majestuosos árboles del paseo y uno Habían pasado tres cuartos de hora. Y
que otro transeunte benévolo para con los llegó Elvira. Se disiparon todas las angustias
enamorados. de Márquez. Allí estaba ella, leve, graciosa,
Márquez, nerviosamente, encendía cigarri- dulce; sus rubios cabellos medio ocultos por
llo tras cigarrillo. Hacía media hora que el jo- un fieltro oscuro, el flexible talle ceñido por un
ven esperaba a Elvira. ¿Qué le habría sucedi- sobrio traje azul marino. Márquez sintióse, al
do a su amiga? Tan gustosamente había ella verla, tan romántiCo como un colegial de diez
aceptado la propuesta de Agustín: «Sí, sí, ven- y siete años; se olvidó que en sus sienes aso-
dré a las cuatro en punto». Y Márquez recor- maban ya algunos cabellos blancos y que su
daba la mirada iluminada de ternura con que corazón había probado algunos turbios amo-
ella le había obsequiado y la amorosa presión res; se olvidó de las vulgaridades de la exis-
de su mano, al despedirse. tencia y de las miserias de la carne; para él
¿Sus padres quizás se habrían enfadado, solamente existía aquella frágil muchacha, de
prohibiéndole salir? Pero si ellos eran indulgen- rostro delicado y mirada soñadora, que apare-
tes, hasta el exceso, con su hija, que gozaba cía nimbada por la tibia y dorada claridad de
de una libertad poco acostumbrada en la ciu- aquella tarde de setiembre.
dad. Márquez no pudo sino balbucear: «Elvira,
Pero admitiendo una prohibición de los te quiero, te quiero». Pero ella, pálida, calla-
padres de su amiga, Márquez reflexionaba: da, se sentó en una banca; sus manos estru-
«ella se hubiera excusado. Un telefonazo a mi jaban un papel que Agustín tomó y leyó, la
estudio —Márquez ejercía la profesión de abo- frente ligeramente mojada de sudor. La carta,
gado— y no estaría yo aquí en esta angustiosa escrita con gruesa e inhábil letra infantil, de-
espera». cía así:
Y seguía Agustín su monólogo interior:
Señorita Delgado:
«Sí, yo hablaré my»y pronto con don Antonio.
Le diré cuánto quiero a Elvira; ella también «Una persona que se interesa por Ud. y
me quiere, ¿cjé nos impide casarnos? Mi posi- que la estima, en lo que Ud. se merece, se
ción económica está lo suficientemente afianza- permite proporcionarle algunos datos acerca de
da; Elvira tendrá todas las comodidades a que Agustín Márquez, con quien tiene Ud. relacio-
está acostumbrada».. . . nes de amistad» .
18 AVES NOCTURNAS MARIA WIESSE 19
«El tal Márquez es un individuo sin hó- cada lejos de todas las realidades y crudezas
nor y sin caballerosidad. Hace algunos años de la vida. No sabia del mal, ni de las tenta-
sedujo a una niña humilde e indefensa, de la ciones que pueden seducir a un hombre, ni de
que tuvo un hijo. Esa niña murió de pesar. Al las debilidades en que suele caer el más bue-
hijo —hoy un niño de seis años— lo ve Már- no y el más noble. ¡Y ahora que amaba, aho-
quez una vez al mes, en el pueblecito de San ra que sentía el corazón inundado de dicha y
'Germán, donde lo cría una señora de modesta de ternura, el mal y la villanía se encarnaban
condición» . en su amado!
¿Le parece a Ud. correcto ser amiga de En, su severidad de muchacha ignorante y
semejante individuo, seductor canallesco y vil? ' ,quería perdonar la falta de Agustín.
pura, no.
Tenga Ud. cuidado con él. A sus órdenes, Márquez, hidalgamente, le había confesado la
verdad, confirmando así la acusación del anó-
X. X. X.» nimo. Una mujer engañada y muriéndose de
pena y un hijo, prueba viviente de aqiiella vi-
VIII
llanía. ¡Y a ese hombre, que había procedido
• así, Elvira hubiera dado su alma y su vidal.
—La Elvira no sale de su casa, hace tres Podían estar contentas las tres viejas de
días. Y se niega al teléfono, cuando la llama su obra. Habían logrado verter en un corazón
Márquez. Ocultas =como tres ratas— en su ló- joven, sencillo, confiado y ardiente el veneno
brego rincón, las señoritas Giraldez desenvol- de la amargura y del desencanto. Elvira ya no
vían el ovillo de chismes y noticias. Se regoci- creía en Agustín, ni creería, quizás, jamás en.
jaban pensando que se había marchitado, en
hombre alguno. . . .
su primavera, el idilio de Elvira y de Márquez.
Porque ellas consideraban como crimen e in-
IX
moralidad el que dos jóvenes se amaran.
Era cierto lo que hablaban las viejas acer-
Y en la pequeña ciudad de provincia pa-
ca de Elvira. La joven se había encerrado en
san las horas y fugan. los días; grises, apaci-
su habitación con su pesar y su desilusión.-Su
bles, monótonos. Al atardecer, las campanas
amor había recibido tremendo choque. Muy rái-
de las iglesias llaman a la oración, y en los
mada por sus padres, Elvira fué ' también edii-
fonógrafos. giran discos con viejas melodías
20 A V E S NOCTURNAS
DOn Gerardo era muy popular en R todo un romance, más emocionante que cual-
porque sabia toda la historia de la ciudad y quier fábula de esas que se llevan a los libros,
poseía una filosofía amable y maliciosa, a las comedias o a las películas. Cuántas ve-
una filosofía sin amargura y sin malignidad. ces la vida es más novelesca que la ficción_ ...
—Que ¿qué hay de nuevo? Pero ¿cree us- Pues, voy a relatar a Ud. la historia de
ted que hay algo nuevo, bajo el sol y sobre, Natalia Villarreal, que fué una de las más bo-
todo bajo el sol de este pueblo, que, más que nitas muchachas de nuestra tierra y, también,
vive, duerme dichoso y apacible?... una de las más desgraciadas, cuya vida mor-
Pero, sí; sí hay algo nuevo en nuestra tal se extinguió anoche con la lamparilla, ,sím-
buena ciudad de R.... bolo de sus amores.
Me detuve. Villarreal es uno de los apellidos más an-
—Y ¿qué es lo que ha ocurrido, don Ge- tiguos de la provincia. Los Villarreal tienen
rardo? escudo nobiliario y, además, una sólida fortu-
--An.oche ya no brilló la luz en el jardín na; tres o cuatro fincas, una extensa hacienda
de la quinta s Villarreal. No volverá a brillar y varios fundos.
nunca más la lamparilla, que semejaba tímida Estos hacendados, descendientes de no sé
mirada en las sombras de la noche. qué condes españoles, se gastan un orgullo
Porque ha muerto la loquita que encen- que los ha hecho odiosos en toda la comarca.
día diariamente la lucecilla en las ramas de un Tratan a sus empleados y a sus peones con
árbol. la más implacable dureza, con el desprecio
—Don Gerardo; yo no conozco bien esa más estúpido; ellos creen que la familia Villa-
historia. Me interesa saberla en todos sus de- treal es de esencia divina.
talles. Hasta ayer la casa Villarreal se componía
--¡Cómo! ¿Ud. ignora esa historia de de tres hombres --dos de ellos casados:— Ro-
amor y de muerte, que hace diez años causó drigo, Fernando, Gonzalo, y de una mujer, Na-
sensación en la comarca y creo, que hasta en talia, que acaba de morir.
el país? Natalia Villarreal fué educada con el más
—No tengo mucho tiempo de residencia delicado esmero por sus padres. A la hacien-
en R..., don Gerardo. da donde vivía la familia, vinieron tres profe-
—iCierto, cierto! Es toda una novela, soras contratadas en Europa, para enseñarle
24 AVES• NOCTURNAS M A R I A WIESSE 25
idiomas y música a la niña. Además una nor- ¿Cómo una joven sentimental y dulce, co-
malista de Lima, para la instrucción. Cuando mo lo era Natalia; hubiera podido armonizar
murieron los señores Villarreal, Natalia aca- con tan bastardo ejemplar de la raza humana?
baba de, cumplir diez y nueve años. Sus her- No podría decirle cómo se conocieron Na-
manos, que paseaban por Europa, volvieron talia Villarreal y Luis Novoa, joven modesto y
inmediatamente para acompañar a la niña y sin fortuna que, después de estudiar medicina
dirigir los negocios de la familia. en la capital, vino a R.... como médico-jefe
Natalia era linda; una morena de ojos del hospital y de la Cuna Aat ernal de la ciu-
verdes, talle- esbelto, voz dulce y andares gar- dad.
bosos. No tenía el torpe y desagradable orgu- Yo tuve ocasión de tratar con frecuencia
llo de sus hermanos; de toda ella emanaba un al doctor Novoa. Hombre inteligente, de cora-
aroma de sencillez y de bondad. zón generoso, temperamento romántico, de apos-
Consultando conveniencias e interés mate- tura gallarda y viril. Y médico de verdad: es- -
riales, los Villarreal escogieron un esposo pa- tudioso, desinteresado, con sentido humano,
ra su hermana: Enrique Mendoza, hacendado, con inquietud y ansia de investigación. Quería
también y, como los Villarreal, de rancio lina- especializarse en el estudio del paludismo, esa
je. Y su fortuna, aún mayor, mejor cimentada plaga de nuestros valles y de las haciendas 'de
que la de la familia Villarreal. Pero a Nata- la costa, mas su destino fué otro y no. pudo
lia no le gustaba, no le podía gustar aquel realizar sus nobles ambiciones científicas.
hombre grosero y brutal, que era Mendoza. Se enamoró locamente de la linda Natalia
Cuando Mendoza almorzaba en la casa Villarreal y ella le correspondió con idéntica
de los Villarreal, Natalia sentía que el asco le vehemencia.
removía las entrañas, al ver al hacendado en- Pero los señores don Rodrigo, don Fer-
gullir —tomándola con los dedos— una galli- nando y don Gonzalo Villarreal, al informarse
na entera. Mendoza no se separaba de un fue- de los amores de su hermana con el médico,
te y una de, sus mejores diversiones era casti- juraron que aquel matrimonio nunca se efectua-
gar a los perros con certero y cruel fuetazo. ría. j'Inaudita pretensión, insolencia sin igUal la
El aullido de dolor lanzado por los pobres de aquel mediquillo mal nacido; enamorarse de
animales provogaba en Mendoza accesos de la aristocrática descendiente de los condes de
hilaridad, que rayaban en el histerismo. Villarreall Natalia estaba prometida al hacenda-
26 AVES NOCTURNAS M A R 1 A W I E S S E 27
do de «Santa Marta» , a Enrique Mendoza de edad; los jóvenes sentíanse iluminados por ma-
Guzmán, y jamás sería la esposa de un plebe- ravillosa y purísima alegría.
yo sin dinero y sin alcurnia. Una noche —como todas las noches—
La oposición de sus hermanos avivó en Natalia, envuelta en chal de oscura y tupida
Natalia su cariño por Novoa. lana, bajó al huerto. El suave fulgor del faroli-
--Nos casaremos —dijo la joven al médi- llo brilló en el limonero fragante. Novoa saltó
co... El día que yo cumpla veintiún años nos las tapias, pero fué su cadáver —tres carabi-
vamos a la municipalidad y a la iglesia: Tuya nas. lo hirieron de muerte— el que cayó a los
he de ser, te lo juro. pies de la joven.
Natalia,' entonces, vivía en R., . . , en una• Y las frases soeces de los Villarreal ul-
hermosa quinta, rodeada de jardines. Sus her- trajaron el amor de su hermana:
manos, aún los dos casados, se turnaban para —Ramera; ¡meterse con un plebeyo! Bien
estar a su ltdo y vigilarla. muerto está el villano que te sedujo. Así cas-
Los Villarreal, usando de influencias y re- tigamos, los Villarreal al miserable que se' atre-
laciones, habían hecho destituir a Novoá de ve á mirar a una señorita . . . Perra cochina;
sus puestos, en el hospital y en la ;Cuna, con has mancillado nuestro nombre. . .
la esperanza de alejarlo así de la ciudad. Pero Haciendo correr el dinero huyeron , los Vi-
Novoa se defendía con su trabajo profesional rreal del país. Novoa era muy querido, por su
y permaneció en R. . . . Para verse con Nata- generosidad y su desinterés, en la comarca ; el
lia, a quien sus hermanos no permitían salir sentimiento popular pedía castigo para los cri-
sola a la calle, el joven entraba, de noche, al minales. Pero ellos —para algo tenían fortu-
jardín de la quinta. Natalia y Novoa contaban na— lograron escaparse.
con la complicidad de una vieja criada. A las Natalia, entregada a la más , profunda me-
doce de la noche, cuando todós dormían en la lancolía, se quedó en la quinta. No veía ni
casa, Natalia bajaba al huerto y colocaba en recibía a nadie. Poco a poco su razón se de-
las ramas de un limonero una pequeña linterna. bilitaba, se oscurecía. Una demencia tranquila
Esa era la señal para que Luis escalara las y triste se apoderó de la joven; pasaba el día,
tapias del jardín. en silencio, enceri ada en su habitación. Pero a
Así iba pasando el tiempo. Faltaban po- la medianoche salía al huerto y encendía un
cos días para que Natalia alcanzara su mayor farolillo, lo colocoba . en un limonero. Nadie
•
28 AVES NOCTURNAS
Y, después del maestro los muchachos Virgen del Tránsito, a quien -debía —pensaba
repetían en coro, «el veintiocho de. julio .. » etc. el viejo— el, buen resultado de su viaje.
Los moradores iban en burro o a pié a Julio —mozo de veintidos años-- recor-
la, localidad más cercana —que ya era una daba ----y ta sangre le ardía en las venas—
ciudad— a vender los productos de sus sem- las mejillas rojas como la carne de la granada
bríos, la leche de sus vacas y los huevos de de la Manuela. Y recordaba, también, sus ojos
sus gallinas. brillantes y negros y el seno, cuyas turgencias
El camino carretero a la ciudad se estaba se ocultaban, bajo la lana del corpiño.
haciendo; dentro de un año correrían, veloces; Para. ella traía un «topo» de plata, labra-
automóviles y camiones. da por un artífice de la ciudad ; era una palo-
Pero los habitantes esperaban sin impa- ma con una ramita en el pico. El mismo se lo
ciencia el camino, que les facilitaría negocios y prendería en la «llicla» y la besaría muchas
ventas ¿acaso en burro o a pié no se podían veces.
llevar las cosas a la ciudad? Cuando el señor cura viniera al pueblo —
Ellos estaban contentos, así; que Dios les cada tres o cuatro meses llegaba el sacerdote
diera buenas cosechas, que no se enfermaran .a bautizar y a casar— le pedirían la bendición.
los animales, que no se vieran obligados a Mejor era vivir con la bendición del señor cura.
acudir a curanderos que se llevaban todo el —Me siento un poco cansado— dijo don
dinero: ¿qué más podían regalarles Dios y la Santiago. —Tengo sed.
Virgen del Tránsito, que era la patrona del --Ya estamos llegando— contestó Julio, a
lugar? quien la voz de su padre despertó de sus me-
ditaciones amorosas. ---Tome chicha, taita.
Don Santiago y su hijo Julio volvían de la El viejo tomó largos tragos de chicha.
ciudad. Habían logrado vender a buen precio Sobre, la hilera de eucaliptos, que indica-
camotes, papas, huevos y quesos. El viaje se ba la entrada del pueblo, caía la luz dorada
había realizado con facilidad; el asno no se del atardecer. De una chácara salieron ladran-
había empacado, ni una vez, y don Santiago, do furiosamente unos perros. Pero , al recono-
al palpar en su pañuelo, las libras que traía cer a don Santiago y a Julio; que siempre pa-
cuidadosamente envueltas, sonreía jubilosamen- saban por allí, saltaron, moviendo cariñosamen-
te. También traía un cirio para alumbrar a ..la te la cola e implorando caricias, humildemente.
32 AVES NOCTURNAS 1 MARIA WIESSE 33
A través del follaje plateado de los euca- cimiento, a 'sus víctimas, para hacerlas morir
caliptos se distinguía el perfil de la iglesia del a los_ pocos instantes.
pueblo; rústico e ingenuo santuario, enlucido Viejos, jóvenes y niños cayeron para no
de cal, con su portón pintado de azul .y, en lo levantarse.
alto, los brazos abiertos de la cruz. La comarca vivía aterrada bajo la amena
'de la muerte.
Al salir de la iglesia, después de encen- —Brujería, decían algunos.
der él mismo el cirio ante la imagen de la Vir- —iCastigo de Dios! exclamaban otros.
gen del Tránsito, cayó don Santiago fulminado En quince días de los seiscientos habitan-
por mal misterioso y terrible. Cuando unos tes del pueblo y los caseríos hablan desapare-
vecinos, que pasaban por allí, lo alzaron el cido doscientos.
color de arcilla quemada de la tez de don San- Los , velorios se sucedían a los velorios; a
tiago habíase tornado en un verde amarillo,
sus labios estaban azules y sobre sus ojos se
extendían las sombras de la agonía. Murió
a sar del dolor y del espanto, las familias se
brían considerado deshonradas si no vela-
ban, a sus muertos.
don Santiago a los pocos minutos de haber En vano el curandero prodigaba tisanas,
llegado a su casa. emplastos, brebajes; la epidemia no perdonaba a
No había médico en el pueblo; como el nadie.
sacerdote un facultativo venía cada tres o cua-
tro meses de la ciudad, en visita sanitaria. El maestro de escuela partió una mañana,
—Don Santiago ha sido .ojeado» en la muy temprano, hacia la ciudad. La víspera ha-
ciudad, se susurró en el pueblo. bía caído, en el campo, toda una familia: pa-
Pero el mal que fulminó a don Santiago dre, madre y tres pequeños; graciosas y robus-
se desató, tremendo sobre la quebrada y sus tas criaturas que de vez en cuando acudían a
habitantes. -la escuela para aprender las primeras letras.
Las gentes calan en las calles, en los ca- El maestro dejó cvelándose. a esos po-
minos, en los campos, durante las faenas del bres muertos y mientras se bebía y se lloraba
sembrío, cerca de las vacas y ovejas, que pas- -tomó el camino de la ciudad.
taban tranquilamente; el mal se iniciaba con En los árboles trinaban y silbaban los
un ligero cansancio, luego tumbaba, sin' cono- huanchacos, saludando jubilosamente a la ma-
,\ 34 AVES NOCTURNAS MARIA WIESSE 35
ñana y el olor de las retamas perfumaba sua- A pesar del temor y del abatimiento, en
vemente la atmósfera aún fría de la madruga- que estaban sumidos, fueron en corporación a
da. El joven hizo apurar a la mula; quería lle- saludarlo, llevándole gallinas, huevos, frutas y
gar pronto a la ciudad. La tragedia de la co- trozos de carne de cerdo. Un grupo de músi-
marca era espantosa; el pueblo y los caseríos cos, con sus charangos, arpas y quenas, ofre-
se quedarían pronto, sin habitantes. Al recor- ció ante la puerta de la casa del maestro, don-
dar a los tres pequeños, caídos la víspera, un de se alojaba el Dr. N.. ., una «serenata» .
sollozo le apretó la garganta al maestro de El médico, pretextando el cansancio del
escuela. Tres indiecitos de dulce e inocente viaje, no salió a recibir el cariñoso saludo del
mirar y rosadas mejillas; ¡con qué gracia can- pueblo y el maestro tuvo que hablar en nom-
dorosa balbuceaban al a b c 1 bre de N. • .
--El paludismo, en su forma mortal, la
perniciosa —pensaba el maestro-- evocando —Pero, señor Esta pobre gente no
lecturas y conversaciones con amigos estudian- puede pagar . . . Y entiendo que el Gobierno
tes de medicina. Hay que hacer venir a un mé- ha enviado la quinina 'para ser distribuida gra-
dico. tuitamente.
••••••••• El maestro enfrentándose al médico pro-
El Dr. N. . . llegó al pueblo, en misión de testaba con vehemencia.
la DirecCión de Salubridad, a la que habían N.. . . respondió con cínico ademán:
preocupado seriamente las pavorosas noticias —¡Gratuitamente! Hay que vivir, mi amigo. A
de la epidemia mí me han mandado a curar; no se ocupan si
El Dr. N. . . era un médico sin vocación yo cobro o no mis servidos y las medicinas
y a quien no atormentaban escrúpulos, ni in- que administro . . . . No soy el primero, ni se-
quietudes profesionales. ré el último en el Perú, que hace sus peque-
El aspecto humilde del pueblo le inspiró ñas combinaciones.... ¡Ah! Ud. querrá, segu-
esta frase despectiva, que comunicó al maestro ramente, un pequeño beneficio. Diga sus con-
,de escuela: «¡Qué rincón más abyecto!» Los diciónes, mi amigo.
pobres moradores de X. . . . recibieron al Dr.
. como el salvador que les traía la salud — -El «señor doctor pide un sol por ca-
y la vida. remedio que dá. El «señor doctor» pide
36 AVES 'NOCTURNAS
MARIA WIESSE 37
tres soles por hincar con la aguja a los que cias. Hizo traer para el velorio mucho pisco y •
los asarra «la peste». mucha chicha. ¿Qué le' importaba gastar todo
. Un sentimiento de indignación bullía sois su dinero cuando ya ella se había ido
demente en el pueblo. Así que el Gobierno siempre, ella su dulce y fresca flor, su tortoli-
no era el padre, el taita del pueblo; era . el ta de suave plumaje?
explotador, que les vendía la salud y comer- Julio bebió abundantemente en el velorio
ciaba con la vida de los peruanos . de su mujer. A las tres de la madrugada sa-
¡Mejor entonces morir como perros rabio- lió de su casa; su paso apenas vacilaba y
sos en medio del camino, que engordar a esos, sus ojos estaban secos. Pudo llegar sin tropie-
canallas del •Gobiernot zos a la casa del médico.
—Señor doctor —dijo golpeando la puer-
A la Manuela le había dado la epidemia. ta--: sal, sal. Te pagaré bien. Me siento con
La tomó al ordeñar a la vaca -p¡ptada; ya la la peste.
Manuela era la mujer de Julio que al verla lí- --Por qué me despiertas a estas horas,
vida, fría, sin movimiento, corrió a buscar al cholo bruto? —respondió el médico, mal humo-
médico. rado.
—Esto te cuesta cinco soles, dijo seca- —La peste me va a agarrar . .. Aqui te
mente N.... , ante el cuerpo de la moza, cu- traigo plata.
yas manos frotaba Julio con desesperado - Cubierto con una bata salió N. . . En ple-
amor. no corazón recibió la puñalada con que Julio
--¡Cinco soles! Tres soles les cobras a hacía justicia en nombre del pueblo.
los otros, señor doctor. ' En su mano, aún caliente, se encontró el
—Si, pero tu eres rico. Y apúrate que billete de a media libra, sarcástica dádiva del
tu mujer se te muere. vengador del pueblo.
Julio pagó los cinco soles. Pero en esa
discusión había pasado el tiempo y la vida se,
fué del cuerpo lozano y juvenil de la Manuel&
Julio, arrodillado cerca del cadáver de su
mujer, rugia de dolor. Quiso que la enterraran
con. el «topo» de plata, presente de sus nup-
Un matrimonio respetable
desagrado con pequeñas y almibaradas frases, den de la señora Condesa, la muy competente
punzantes como alfileres , envenenados, frases suma de doscientos mil soles. Los ti abajos de-
que fueron repetidas con admiración por toda bían comenzar muy pronto. La colocación de
la ciudad. la primera piedra revestiría los caracteres de
Las fiestas y las recepciones se sucedían, un acontecimiento nacional. Ya las damas de
en homenaje, a los nobles franceses. Para una B preparaban sus toilettes; muchas las
dueña de casa era toda una gloria decir: mandaron confeccionar a la capital.
--Anoche comieron en casa los Condes de Bra-
tignac.. Los Condes de Bratignac estuvieron en
mi recepción ayer. . . . La noticia la dió un sirviente despedido y
Al rededor de la pareja se elevaba un co- deseoso de vengarse, produciendo en toda la
mo himno devoto y admirativo, que culminó en ciudad el efecto de un cataclismo; inundación,
la elección de la Condesa de Bratignac como terremoto o incendio. Los condes de Bratignac
presidenta de las Gotas de Leche y Cuna Ma- ni eran Condes, ni estaban casados. Tampoco
ternal de la ciudad. eran franceses, sino argentinos y, en la intimi-
Distinción suprema, ésta, pero que bien dad, hablaban español —el español sembrado
merecía Madame de Bratignac por su ma- de modismos y vocablos propios de las tierras
jestad, su señorío, su don de gentes y su reli- del Plata.
giosidad: no faltaba a la misa dominical de De una casa a otra —amplias mansiones
once y téjía zapatitos para los niños pobres. de tipo colonial, con patios espaciosos y por-
A Monsieur de Bratignac —que decía lle- tones macizos— fué volando, terrible, breve,
var tres cicatrices' de guerra en el cuerpo— se incisivo, el chisme . . . ¡Ni gentiles hombres, ni
le designaría —en las próximas elecciones— unidos por la bendición de la Iglesia Católica!
presidente del Club Hípico, que reunía la flor Unos aventureros audaces, salidos de los
y nata de Ja sociedad masculina de B.. . bajos fondos de Buenos Aires, unos caballeros
En pocos meses la Condesa de Bratignac de industria, que elaborarían, quizás, qué pla-
persuadió a todos los adinerados del lugar ob- nes tenebrosos, qué maquinaciones siniestras.
sequiaran grandes sumas, para levantar un hos- ¡Con qué desvergüenza venían burlándose dé
pital destinado a la i'ñfancia. la orgullosa y aristocrática sociedad de 13. . . ,
En un banco estaba empozada, a la or-, esa sociedad que podía lucir en sus salones
e
44 AI>ES NOCTURNAS
las características de lo inglés, me siento vale- iohi mi abrigo gris, ta me has de condu-
roso, audaz, un poco donjuanesco. cir 11§Cia la bella aventura de amor con la que
Y al ir por la calle, tropiezo con una mu- uña todo hombre, aún el más castigado por
jer fina, guapa, elegante, cuyos ojos brillan sua- la realidad de la vida.
vemente; una mujer que reune todas las gra-
cias de la juventud y la armoniosa seducción Julio 16
de una «toilette. moderna.
Esa mujer no ha sido creada para el po- No la he vuelto a ver. Mis horas libres
bre diablo que soy yo —pobre diablo que pa- 10.5 paso —siempre con mi abrigo gris— en la
sa las horas embruteciéndose en «Giros para eaquina de la calle L.
la República. , para ganarse el pan de todos
los días— pero hoy yo no soy yo. Soy . el tipo Julio 17
vestido en Londres, desenvuelto, varonil, gar- Vivo en la quimera y tn la ilusión, gra-
boso; y podría hacer mía a esa deliciosa cria- cias a ella, la dulce y fina criatura, que surgió
tura. en mi camino, como alba radiante.
De mis labios salen estas , palabras ungi- Sueño con llevarla a alguna playa de do-
das de cursilería: «quién< fuera poeta para con- radas arenas y allí, escuchando la canción del
talla, señorita.. mar, nuestros miradas se confundirían y nues-
Ella no ha castigado mi osadía con una tras manos se enlazarían, amorosamente.
mirada de desdén; me ha obsequiado con una Antes de ser el poseedor afortunado de
sonrisa plena de dúlzura que, como un rayo un abrigogris, estilo inglés, nunéa se me ha-.
de sol, ha entrado a mi corazón. La he segui- bría ocurrido construir tan maravilloso castillo
do varias diadras; ella entra a una casa, cuyo de ilusión y de ensueños; pero ahora puedo
número he tomado porque puede servirme de embriagarme con las más encantadoras y deli-
punto de referencia 'para volverla a ver. ciosas quimeras. Soy otro desde que tengo un
Tulio 13 ohrige gris.
cían, rü agriaban el carácter de la viejita, que sus alforjas. En d cielo brillaban aún algunas
era alegre, suave, dulce. Doña Panchita poseía estrellas y un pájaro nocturno gemía en uno
aquel divino don de la alegría, propio de Fran- de los nogales de la plazuela.
cisco de Asís.
Doña Panchita halló la puerta de la igle-
•Doña Panchita iba diariamente a la igle-
sia cerrada.
sia, a oír la primera misa, que se celebraba a Ah!— pensó--. El sacristán todavía no
las seis de la mañana. La viejita encontraba
se ha levantado. Esperaré.
profundo y vivo goce en aquel místico ejercicio. Y se sentó en el poyo de piedra, cerca
Nada la habría hecho faltar a «su misa»; del enorme portón de madera, trabajado con
ni el mal tiempo, ni los achaques y el cansan- el primor y el esmero de los artífices del colo-
cio, propios de su edad. Envúelfa en su ,manta niaje.
de vapor negro, el grueso devocionario en las En aquella iglesia se guardaba un verda-
manos arrugadas y finas, con paso menudo — dero tesoro en alhajas. para las imágenes san-
pero no torpe— atravesaba las calles, donde tas, custodias resplandecientes de piedras pre-
transitaban los primeros aguadores en sus bu- ciosas, copones y cálices de oro purísimo. Es-
rros; indias con canastas de frutas; vendedores
te tesoro había despertado la codicia de foraji-
ambulantes de calientes y doradas «rosquitas» dos, que aquella misma noche debían dar el
y sabrosas «tortas» de manteca. Al despertar- golpe.
se la ciudad —no eran aún las cinco y media Y llegaron a la puerta del templo donde
de la mañana-- Doña Panchita estaba ya en
esperaba la viejita, seis hombres de aspecto
camino al santuario, donde iba a platicar con torvo, provistos de armas e instrumentbs para
el Dios de sus amores.. el robo. Seis bandidos a apoderarse de las ri-
Un
Un día «la Santa» —se acercaba a los quezas de la iglesia, ante cuya puerta aguarda-
setenta y seis años y la edad se le imponía ba doña Panchita.
ya a *doña Panchita—, en lugar de levantarse,
Los bandoleros conocían a la viejita. ¿Quién
como siempre; a las cinco de la mañana, dejó en la comarca no sabía de las virtudes de la
el lecho a las tres. Todo dormia en la ciu- «Santa» , cuyo corazón irradiaba caridad hacia
dad; la viejita no encontró en las calles ni a los menesterosos? El Jefe, quitándose el som-
los aguadores en sus burros, ni a los ven- brero, pidió a doña Panchita, petición que era
dedores con sus canastas, ni a las indias con una orden:
56 A VES NOCTURNAS
—Y ¿ya estamos listos, Gregorio? —pre- to para el horno . . . Le ruego avise a mi es-
guntó el visitante—. Ya sabes, que hay que en- posa lo ocurrido, para que no me espere, ni
tregar lo más pronto posible el pedido. se intranquilice.
—Falta una pieza, don Pablo —contestó —Bueno muchacho . . . Te dejo solo para
Marín--. Todavía no la he logrado. que puedas trabajar . . . Te mandaré un poco
—¿Cuál?--. Y don Pablo Rambla, el pro- de cerveza, sandwiches, para que cenes
pietario de la fábrica 'de cerámica artística e in- Hasta mañana, Gregorio.
dustrial, para la cual trabajaba Gregorio Ma- 2
rín, examinaba, de nuevo, los cacharros.— Veo
que has concluido todas las piezas. Y están Amanecía. Gregorio Marín arrojó la blusa
bien, muy bien. de trabajo, hizo correr sobre las afiebradas
—No, don Pablo. Esta no me satisface. No manos un chorro de agua fresca y salió del
irá al horno. taller, en dirección a su casa. El artista estaba
--¡Bah! muchacho. Tú te exiges demasia- cansado, pero llevaba el espíritu sereno y sa-
do a ti mismo. Tejo digo yo que algo conoz- tisfecho. Apresuradamente tomó el primer ómni-
co, no en vano dirijo tantos años este nego- bus de la mañana; la casa de Marín se es-
cio; el cántaro te ha salido hermoso. Déjalo ir condía entre los eucaliptus, de un pueblecito si-
también al horno. tuado a quince minutos de la ciudad.
—Imposible, don Pablo. No me lo perdo- Gregorio pensaba con dulzura en la com-
naría nunca a mí mismo. pañera, que lo esperaba en el hogar; pasado
Y el alfarero, tomando la vasija, deshizo el ardor del trabajo, no deseaba sino el repo-
con mano violenta, casi brutal, la arcilla, aún so suave y puro de su casita.
húmeda. Los pedazos todavía palpitantes del , Clara, cuando llegó Marín, estaba ya le-
cántaro cayeron al suelo; Marín friamente con- vantada. Tenía preparado un desayuno de fru-
templaba su trunca creación. tas, miel, tostadas y leche para su marido; to-
_ —Eres cruel con tus propios hijos, Ma- do estaba dispuesto en el pequeño comedor,
rín. No has debido romper ese vaso. cuyas • ventanas se abrían sobre el jardín. Y a
—Trabajaré hasta realizar otro que esté la estancia entraban por aquellas ventanas aro-
bien . Me quedaré toda la noche, en el ta- mas de rosas, rumores de insectos, trinos de
ller, don Pablei; mañana el cántaro estará lis- gorriones.
MARIA WIESSE 61
60 A VES NOCTUR`NAS
seo de conocerlo, de verlo, de constatar su Yo temblaba, pero tenia que mirar al ogro,
crueldad y su fealdad. enfrentármele, sacando coraje de donde no lo
¡Yo tenía que conocer a Chanes! Mi cu- tenía.
riosidad era tan viva como mi miedo; tenía Entré a la cocina. (En último caso, pensa-
que conocer al ogro, eso si sin . acercármele, ba, me defenderla la cocinera),. Un hombre
no me fuera a meter en su talega para des- más bien de pequeña estatura, el torso desnu-
pués cortarme en pedacitos y comerme. do y pintado de polvillo negro, se limpiaba el
Tracé un plan sencillo y. audaz; entré a rostro; un rostro cetrino de mestizo viejo, en
la cocina y me fijé que se habían concluido el que se dibujaba una expresión de bondad
.la leña y el saco de carbón Vegetal. Y escu- y de cansancio.
ché esta frase a la cocinera: Yo no podía casi hablar. Con voz tem-
--No tarda en venir don Chanes con la blorosa pregunté:
leñay el carbón. --Ud . . . Ud . . . ¿es Chanes?
Sentí que un escalofrío de miedo corría —Sí, patroncita, si, para servirla.
por mis venas, pero en este miedo entraba La voz era suave, humilde y los ojos del
una como satisfacción de anhelo realizado.
ogro miraban con dulzura.
Me fuí al traspatio y allí, tras de una
tinaja de agua, esperé el paso del ser misterio- —¿Qué se le ofrece a mi patroncita?
so, espanto de los niños malcriados. La voz tenía modulaciones de cariño y en
¡Qué espera más llena de angustia y de los ojos se leía una ternura de perro fiel.
sobresaltos, a la vez estremecida de miedo y ¡Ese era el ogro malvado y fiero que se
de ilusi5n! llevaba a los niños malcriados!
¡El ogro iba a venir y yo lo iba a conocer! --La próxima vez le traigo un chiroque a
Curvado bajo el hato de leña y el saco mi patroncita; un chiroque, en su jaula, bien
de carbón pasó Chanes. Ví unos pies desnu- cantor, bien mansito.
dos que se dirigían lentamente a k cocina. ¡Un chiroque cantor y mansito, en su pau-
Salí valerosamente, afrontándolo todo, de mi la!! La emoción me impedía hablar. Pero le
escondite. El ogro no me podía llevar ; yo gri- tendí la mano al carbonero, como quien se la
taría, lo arañaría, le mordería las toscas y crue- ofrece a un amigo muy antiguo y muy querido.
les manos. Así quedó destruida, eri la casona de mis
72 AVES M A R WIESSE 73
NOCTURNAS
abuelos, la leyenda terrorífica de Chanes, el car- Una .tarde, después de desgranar las fra-
bonero. ses cristalinas de la canción, la voz se quebró
3 y resonó el eco sordo de una tos.
Alguien dijo, en nuestra casa:
•Serenata de Schubert --Ha empeorado. Si no se va a la sierra
está perdida.
Frente a la casa de mis abuelos había una Una pena confusa y honda oscureció mí
ventana adornada con cortinitas blancas pul- corazón. A la hora, en que ella acostumbraba
cramente bordadas. cantar me detenía frente a la ventana de cor-
Como enjambre melodioso se escapaba, tinitas blancas, para recoger en mi alma de ni-
por las tardes, de esa ventana, una canción ; ña el susurro alado y puro de su canción.
era el dulce y fino acento de una voz de mu- Pero en vano esperaba. Había enmudeci-
jer. A mí se me antojaba que era la voz de do el ángel de la melodía y su voz no mur-
un ángel y dejaba mis juegos por ir a escu- muraba . ya las fraSes amorosas de la «serenata».
char la celestial melodía. Y un día salía de la casa de enfrente
—Pobrecita, dijo un día, mi tía Clotilde—. una caja blanca cubierta de flores; ya nunca
No cantará mucho tiempo. más resonaría la voz fina y dulce cantando la
—¿Por qué?-- pregunté, sorprendida. «Serenata de Schubert».
—Está enferma. Debek la irse a la sierra.
Esto lo dijo mi tía con tono compasivo y
misterioso.
¡Irse a la sierra! ¿Por qué debería irse a
la sierra el angel de voz melodiosa que des-
pertaba mis ensueños infantiles?
No me atreví. a indagar la razón dé ese
viaje; tenía miedo de saber algo triste y terrible.
Y en mis oraciones puse un fervor nuevos,
un fervor inusitado: «Dios mío, suplicaba yo,
que no se vaya a la sierra ; que siga cantando
con tierna y armoniosa voz».
Visita dominical
fo, asomado tras las rejas de una ventana, un ciana. Apenas si corre por la adoquinada pis-
rostro de mujer de una dulzura, a la vez, me- fa uno que otro automóvil y son escasos los
lancólica e infantil. La dulzura de ese rostro transeuntes. Me siento en otro mundo en es-
ha hechizado mi corazón como una caricia. ta callejuela apacible, donde solo resuenan las
He sentido la nostalgia dé un amor; he sentido notas de un piano, repitiendo, sin cansarse; la
el ansia de un afecto hondo, vehemente y pu- misma tonada. Esta tonada es el tema caden-
ro y he pensado: ¿no será este rostro tan cioso del «Minuetto» de Paderewski, que al-
dulce y tan ingenuo el que fije mi destino? guien estudia con tesón y paciencia.
¿No serán ,estos ojos los que me lleven por el Esta tonada ceremoniosa y elegante la oi-
camino de mis secretas esperanzas de amor? • go todos los días, a la misma hora --el cre-
¡Yo he de acercarme a esta mujer! púsculo pinta de rojo y naranja del cielo--; me
acompaña durante mi paseo sentimental y aso-
cio el viejo danzón a la dulce sonrisa de mis-
teriosa tristeza, que palpita —como pájaro en-
Todavía no nos hemos hablado; yo paso carcelado— en sus labios.
todas las tardes por su calle y la miro larga-
mente. Ella parece esperarme en su ventana ;
una ventana de gruesos barrotes de la ciudad
vieja ; me ofrece la suavidad de su sonrisa, en Nos hemos hablado. Me ha dicho su
la que yo advierto una como escondida e ínti- nombre; Rosalía. Le pedí acak iciar sus manos;
ma tristeza. Esta tristeza me atrae y me seduce. aprisionarlas en las mías: para mí lo más her-
Siento que voy a querer mucho a aquella moso en el amor es el gesto de las manos en-
dulce y melancólica criatura; creo que le entre- trelazadas; encierra mayor ternura que el beso.
garé mi vida toda. Pero todavía no he visto Se negó, como asustada. «No, todavía no,
sus manos que yo me imagino las de una vir- balbuceó. Nos pueden ver . . . Déjeme. . Váya-
gen botticelliana. Hasta ahora no he contem- se . Será otro día ...»
plado sino su rostro pensativo, enmarcado por Me, fuí llevándome la amargura de una de-
oscuro y rizado cabello. silusión.
La calle donde ella vive tiene algo de la Yo quiero conocer sus manos; yo anhelo
quietud de las callejas de una ciudad provin- besar sus dedos, con la delicadeza con que se
41111111~..
82 AVES NOCTURNAS M A R I A W I E S S E 83
besan los níveos pétalos de un jazmín 9 de un Hace tres días que a la hora de „ siempre
lirio. paso por su calle. Y no está ella en la venta-
na. Nerviosamente recorro la acera, mirando
hacia el lugar donde ella parecía esperarme.
No me importan los comentarios que puedan
Hoy no ha salido ella a su ventana. He hacerse sobre mi actitud; no me importa el ri-
rondado en vano por su casa y por su calle. dículo, en el que voy hundiéndome poco a po- •
Y, en mi ronda, me perseguía, como sonsonete ¿o. Tengo que verla. Tomo una resolución de-
burlón, el tema del «Minuetto», que alguien re- sesperada; tocaré a su puerta y con cualquier
petíay volvía a repetir, en un piano. pretexto pediré verla. Esta incertidumbre me
Encerrado en mi habitación he querido tortura y. me consume; tengo que sacudirme de
evocar el rostro de Rosalía, su sonrisa, su mi- esta angustia.
rada, pero todo se ha esfumado, se ha borra-
do en mi ,memoria. No he visto sus manos y
me parece que una sombra, que una densay , Mis sueños de esta noche han sido po-
espesa neblina envolviera su fi gura, ocultándo- bleidos de manos de mujer que surgían ante
la a mis ojos. mí en la sombra de: mi cuarto; las unas, finas
Sólo puedo pensar en sus manos que no aristocráticas, bellas; las otras, anchas, plebe-
conozco . . . SuS manos, ¿cómo serán sus yas, sin gracia y sin armonía; y, también, la
manos? imagen espantosa de una mano a la que le
faltaban tres dedos.
Esta mano mutilada se dibujó con increí-
ble precisión, en la pared, frente a mi. Y cla-
¿Si no respondía su corazón a la simpa- ramente —resonó como risa cruel y sarcásti-
tía que el mío le ofrecía por qué me sonreía ca— el tema musical que me acompaña en mis
con tanta dulzura, en su ventana? ¿Por qué me rondas sentimentales; el tema del «Minuetto»
dijo su nombre? ¿Por qué sus ojos me miraban de Paderewski. . .
con- tan ingenua y ferviente ternura? No; Rosalía, no podré acariciar tus ma-
nos ni aprisionarlas en -las mías con apasiona-
da tersura; no podré inclinarme ante ellas en.
84 A VES NOCTURNAS
a
actitud de adoración, ni besar tus dedos como
se besan los pétalos de una flor.
Tu mano, Rosalía, la ví anoche en sue-
ños; mutilada, desgarrada, deforme. INDICE
¿Para qué llamar, entonces, a tu puerta y
constatar la tremenda verdad, que derrumbaría Pág.
mis secretas esperanzas de amor? -
Tres, viejas en una ventana 5
Una luz en la noche 21
Justicia 29
Un Matrimonio respetable 39
Mi abrigo gris 45
La Santa 53
El vaso roto 57
Aromas de Infancia 65
Visita dominical 75
Las manos de Rosalía 79
Este libro se acabó
de imprimir en el
taller gráfico
de P. Barruntes C.
el 31 de enero de
1941. Ciudad de Lima,
Perú
Laus Deo.