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Aves Nocturnas - María Wiesse

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MARIA WIESSE

De la autora:
AVES NOCTURNAS
El Modistón—La Hermana Mayor, coniedias.—
Tip. del Centro Editorial, 1918
Santa Rosa de Lima —Casa Editora F. y E. Ro- (Cuentos)
say, 1922
Croquis de Viaje—Casa Editora F. y E. Rosay,
1923
Motivos Líricos---Imp. Lux, 1924
José María Córdova—Tip. de La Voce d'Italia,
1924
Nocturnos—Imp. Lux, 1926
La Huachafita (ensayo de no vela) —Imp. Lux,
1927
Rosario (historia de una niña)—Imp. Lux, 1929
Trébol de cuatro hojas (poemas)—Cía. de Imp.
y Pub., 1932
Nueve relatos—Cía. de Imp. y Pub., 1933
Canciones (poemas)—Imp. Lux, 1954
«Quipus» (relatos para niños) —Tip. de La Voce
d'Italia, .1936
La romántica vida de Mariano Melgar —Club del
Libro Peruano, 1939

LIMA 1941
samilmoMI

Taller Gráfico de P. Barrantes C.—Fano 855 — Li ma


e

Tres viejas en una ventana

E RA la primera vez que yo pasaba por la


tranquila calle de aquella pequeña ciudad--
más bien un gran villorío— de provincia.
Iba yo en compañía de dos amigos—el
matrimonio Benett — viajeros norteamericanos,
de esos cultos, estudiosos y aficionados a todo
lo que guarda el sello de la historia y el aro-
ma del arte; monumentos, iglesias, casonas,
conventos, ruinas.
En F existían dos o tres iglesias,
verdaderas maravillas de arquitectura colonial.
Los Benett me pidieron los acompañara en su
excursión y es así como nos encontrábamos
en el villorio —una población con todo el ca-
rácter de quietud algo meláncolica y de modes-
tia de las ciudades de la costa peruana.
Eran las seis de la tarde. La campana de
wei templo —una de aquellas ,iglesias, motivo de
nuestro viaje a F — dejó caer las notas
graves del Angelus. Después de unos instan-
tes—seguramente en las casas de amplios pa-
tios y macizos portones los devotos saludaban
MARÍA WIESSE 7
6 AVES NOCTURNAS

Continuamos nuestro camino. Me prece-


a Nuestra Señora — un fonógrafo comenzó a dían mis amigos; querían visitar la iglesia de
esparcir por la silenciosa calleja las melosas San José, antes del anochecer. El fonógrafo
frases de una ópera muy anticuada, muy pasa- continuaba su monótono y gangoso recitado;
da de moda. la calle seguía desierta, sin un transeunte; na-
Fred Benett rió, entonces, con aquella risa die más que nosotros, forasteros enamorados
suya, clara y franca: del alma del pasado. Y en las puertas de las
—¡ «El Trovador»! ¡Qué delicioso es esto! casas no aparecía ni una mujer, ni un hombre,
¡Cómo me gustan estos pueblos sudamericanos ni un niño, ni siquiera un perro, de esos que
de rancias costumbres y gustos idénticos a los vocifer'an al pasar un desconocido.
de sus antepasados!
Pero al llegar a la esquina algo solicitó
—Es cierto—respondí a Fred—que nues-
mi atención y mi interés y me detuve.
tras ciudades de provincia han conservado ce-
losamente el espíritu de los tiempos de antaño. Enmarcadas por las sólidas rejas de una
(Como ocurre en algunas pequeñas poblacio- de aquellas ventanas, que avanzan un poco so-
ciones europeas). La vida, en muchos de nues- bre la calle y que, en mi país, se llaman «ven-
tros pueblos, parece haberse detenido; parece tanas de reja», se perfilaban tres figures feme-
no seguir el ritmo alocado y trepidante de la ninas. Sin temor de ser tachada de indisc,eta,
civilización moderna. Aquí, en F , no se • las miré con cierta insistencia.
conocen los jazzes de Ted Lewis, ni las rap- Eran tres mujeres, cuya edad fluctuaría en-
sodias de Gershwin, pero —como Ud. lo ob- tre cincuenta y cinco y sesenta años. La una,
serva— esto es encantador. Aquí, en F.. : . . , muy gruesa, casi obesa; las otras más bien an-
seguramente las muchachas son terriblemente gulosas, secas, flacas. Tenían entre ellas un ai-
románticas y los hombres las cortejan con ga- re de familia muy acentuado; debían ser her-
lanas frases y modales ceremoniosos. Las fa- manas.
milias todavía estarán orgullosas de sus blaso- Tres tipos de provincianas, de solteronas,
nes y pergaminos.. Los viejos charlan en la bo- de beatas; tres tipos muy característicos, que
tica y en la plazuela y nadie transita después se me antojaron escapados de una estampa de
de las doce de la noche. Estas son las cos- 1850. Había que venir a F F. . .. para encon-
tumbres sencillas y anticuadas de nuestras po- trar aquellos rostros, tras de una ventana, cual
blaciones de provincia
8 AVES NOCTURNAS M A R I A .WIESSE 9

símbolo de una existencia subterránea y tene- lías. de sus hermanas; se dedicó a una exis-
brosa. tencia de ociosidad, en la que el chisme, la in-
¡Cómo me interesaron aquellas tres viejas triga y el espionaje florecían cual plantas pon-
en la ventana! Allí, tras de las rejas, miraban zoñoSas y malignas. Conocían la vida íntima
intensamente, ávidamente ta calle y las casas. de todo F Se interesaban por los amo-
No hablaban entre ellas; atisbaban en silencio. ríos de los jóvenes y las desavenencias de los
Pero cuando, por fin salió de una casa cónyuges; si sospechaban de la infidelidad de
una joven —muchacha de esbelto talle y gracio- algún . marido, saboreaban aquella noticia como
sos andares— las tres viejas cuchichearon lar- un manjar exquisito; estaban al corriente de las
gamente: Y no sé por qué —el pensamiento es, bodas por hacerse, de los nacimientos, de las
en veces, audaz— se me ocurrió .que estaban enfermedades y de 'las muertes; sabían cuando
entregadas al goce infame de emitir -un chisme se despedía a un criado y cuando rompían dos
envenenado y un comentario malévolo. novios.
II Iban diariamente a misa, porque esa prác-
tica piadosa les otorgaba una aureola de vir-
Desde las rejas de su ventana, doña Obdu- tud y también pertenecían a la Congregación
lia, doña Octavia y doña Ofelia Giraldez do- del Corazón de Jesús, donde podían hacer—
en las reuniones mensuales de la Asociación— •
minaban la ciudad. Las tres hermanas nunca
habían salido de F extensa cosecha de informaciones interesantes.
y no conocían más
horizonte qpe el de la calle y de la casa don- La ciudad entera, ingenuamente, las creía
de vivían. Esa C858 la habían heredado de sus unas virtuosas y tranquilas señoritas, dedicadas
padres, junto con una pequeña fortuna que bas- a su hogar y nadie sospechaba --al llegar un
taba ampliamente .a sus necesidades . de muje- anónimo a una casa, trayendo en sus lineas
res económicas —Casi avaras— que se pasaban disgustos mayásculos— que lo había fabricad()
los días entre las duatro paredes de su man- doña Octavia, en la soledad de su cuarto, lle-
sión oscura. no de imágenes de santos, desfigurando la co-
Doña Ofelia —la menor-- era viuda. Había rrectísima letra, que en el colegio le había va-.
perdido al marido a los cuatro años de casa- lido el premio de caligrafía.
d8. Volvió donde los suyos y siguió las hue-
10 A VES NOCTURNAS
MARIA W1ESSE 11

II/
El señor Delgado. acaudalado comercian-
te, persona muy importante en F Las tres hermanas sabían ya que don An-
ofrecía,
aquella noche, una fiesta, celebrando el cum- tonio Delgado había preparado, en honor de
pleaños de su hija Elvira. los veintidos años de su hija, una suntuosa
Elvira Delgado cumplía veintidós años. Hi- fiesta. Sabían ya las tres viejas -sin haberse
ja única, muy mimada de sus padres, no era, movido de su casa- que correría en abundan-
a pesar de tan excesivo mimo, la chiquilla mal- cia el champagne y otros licores finos, que
criada y necia, que se hace desagradable a to- las viandas y las pastas habían sido prepara-
dos. Tenía, claro, sus caprichitos de muchacha das por el mejor cocinero de la ciudad, que
engreída. Pero ella, ante todo, era una román- la casa toda de los Delgado era un fragantísi-
tica, que escondía un corazoncito sentimental, mo jardin y que a la tertulia asistiría el pre-
bajo una apariencia de alegría y de frivolidad ; fecto del departamento y toda la buena socie-
una romántica, que no anhelaba más que amar dad de F También sabían que Elvira ha-
apasionadamente. bía recibido un traje rosa, obra de la «Maison
Cumplía Elvira veintidós años y su histo- Madeleine» de Lima, y que ese traje realzaba
ria sentimental se reducíg a unos cuantos amo- maravillosamente la rubia . figura de la joven; de
ríos fugaces, que no eran el amor secretamen- todo estabem enteradas doña Octavia, doña
te esperado y deseado por ella. Ninguno de Obdulia y doña Ofelia.
aquellos jóvenes -casi unos adolescentes- que A las 9 de la noche, hora para ellas, inu-
la habían cortejado encarnaba su ilusión. sitada, las tres hermanas se encontraban acu-
Y esa tarde, al probarse el lindo vestido rrucadas tras de las rejas de su ventana, es-
rosa, que debía lucir en la fiesta de la noche-- piando la casa de los Delgado, situada casi
vestido confeccionado en la capital- Elvira al frente de la de las Giraldez.
suspiraba, ante el espejo. El cristal reflejaba ¡Qué deleite era para las ,viejas ver en-
una imagen juvenil, graciosa, fina; una imagen trar a los invitados! El sueño se había ahu-
con frescura y claridad de primavera. yentado de las pupilas de las señoritas Giral-
Elvira suspiraba: ¿qué le traería la fiesta dez, que no perdían un detalle del extraordi-
de la nóche? nario espectáculo. Porque ellas - permanecieron
en la ventana, en actitud de observación y de
F.ITLIOTECA

12 AVES NOCTURNAS
MARIA WIESSE 13

espionaje, hasta que cgpcluyó la fiesta; el ru-


mor del baile, el murmullo de las voces, el ojo a la Elvira, que debe heredar medio millón
de soles.
sonido de la orquesta parecía haberlas petrifi-
cado. - Sí y, como la Elvira está ardiendo por
¿Qué sentirían 'aquellos corazones marchi- Casarse, no le importaría caer en manos de un
tos, al percibir todos esos ecos de alegría y vicioso y de un sinverguenza.
de placer?
V
A la casa de don Antonio Delgado en-
tró, aquella noche, un joven, cuya presencia
Cuando su padre le presentó a Agustín
provocó un- cuchicheo más intenso de las tres
Márquez, Elvira sintió que con aquel hombre --
hermanas.
joven de viril prestancia, tez morena y mirada,
- ¡Cómo! - exclamó doña Octavia ¿don a la vez, dominadora y suave -- entraba el
Antonio ha invitado al badulaque ese de Agus- amor a su vida. El corazón de la muchacha
tín Márquez? latió máS apresuradamente al solicitarle Már-
- ¡Un hombre que nunca va a la iglesia quez un baile. Y la fiesta se revistió para El-
y que tiene un hijo natural! (Esto lo dijo do- vira de un encanto singular; descubrió en la
ña Ofelia). música de los violines un acento desconocido,
- ¿Cómo se permite ese corrompido en- y se embriagó con el perfume de las rosas
trar a una casa decente? que decoraban los salones, porque su ilusión
- ¿Casa decente la de don Antonio Del- se encarnaba en un hombre.
gado? ¿Casa decente un lugar donde se baila Agustín bailó varias veces con Elvira. La
y se bebe toda la noche? Y la hija de don simpatía, también, nada en su corazón, hacia
Antonio, la Elvira, ¿acaso es tina niña seria? aquella chiquilla tan bonita, que dejaba aso-
¡Una loca, una coqueta; una deschavetada! Ha mar bajo cierta desenvoltura de mujercita mo-
tenido más enamorados que los dedos de la derna un dulce romanticismo provinciano.
mano. Márquez no había ido a la casa de los
- ¿Sabes que Márquez ha' perdido en el Delgado con el propósito de realizar un matri-
juego y en los vicios toda su fortuna? monio comercial, como pérfidamente insinuaban
- Entonces no sería raro que le echara el las señoritas Giraldez. El joven no tenía más
propósito que pasar -un rato de alegría, bailan-
MARIA WI,ESSE 15
14 AVES 'NOCTURNAS

cia muy interesante. Márquez y Elvira eran,


do, flirteando, charlando con muchachas agra- si no enamorados, dos amigos, que se enten-
dables y simpáticas. Las tertulias y saraos es- dían bien, que gustaban de conversar, de ver-
caseaban en aquella ciudad apacible en dema- se, de estar juntos.
sía, que era FF. . . . ¿por qué no aceptar la in- —Márquez se encuentra siempre en las
vitación de don Antonio Delgado? casas donde va la Delgado, de visita --relataba
Y, como los dioses permitían que la hija doña- Obdulia.
de don Antonio fuera bonita,, simpática y gra- —Claro, lo atrae el olor del millón --aña-
ciosa, no había sino que bendecir a los dio- día doña Ofelia.
ses y gozar de aquella hora tan amable y tan —Ese matrimonio no debe hacerse. Pobre
armoniosa. muchacha— doña Octavia fingía aires 'compa-
¿Era Márquez corrompido y vicioso? Sin sivos—, sería la víctima de ese libertino. Es
haber sido un don Juan profesional, Agustín necesario que eta sepa qué clase de hombre
tenía, en su vida, una historia ya antigua, que es Márquez.
no le gustaba recordar. Cosas de hombre, po- • Y su huesuda mano tomó el papel, que
dría decirse de aquel asunto. Lo serio era que debía llevar la angustia y la tristeza al cora-
había un hijo de por medio, y que eso _podía zón de dos jóvenes que se querían.
causarlé a Márquez algunos disgustos.
Por lo pronto las tres hermanas —¿por
VII
qué medios se habían informado?— estaban en
posesión de su secreto. Y Agustín, por ende,
En la umbrosa alameda --único paseo
se encontraba a la merced de las tres terribles
de la ciudad-- antaño llamada «Lis Delicias»
enemigas de la juventud, del amor y de la di-
y, actualmente denominada «Parque Castilla»,
cha ajena.
por un alcalde fervoroso de nuestra historia
republicana, Márquez esperaba a Elvira.
VI
Sé hallaban los jóvenes en la primera
etapa del amor, etapa que es idilio casto y ro-
Para doña Octavia, encerrada en su habi-
mance ardoroso y ,dulce. Después de varias
tación a causa de un fuerte resfrío, doña Ob- entrevistas y encuentros en casas de parientes
dulia y doña Ofelia' traían de la reunión de la y amigos, iban a verse solos, sin más testigos
Congregación del Corazón de Jesús una noti-
16 A VES NOCTURNAS MARIA WIESSE 17

que los majestuosos árboles del paseo y uno Habían pasado tres cuartos de hora. Y
que otro transeunte benévolo para con los llegó Elvira. Se disiparon todas las angustias
enamorados. de Márquez. Allí estaba ella, leve, graciosa,
Márquez, nerviosamente, encendía cigarri- dulce; sus rubios cabellos medio ocultos por
llo tras cigarrillo. Hacía media hora que el jo- un fieltro oscuro, el flexible talle ceñido por un
ven esperaba a Elvira. ¿Qué le habría sucedi- sobrio traje azul marino. Márquez sintióse, al
do a su amiga? Tan gustosamente había ella verla, tan romántiCo como un colegial de diez
aceptado la propuesta de Agustín: «Sí, sí, ven- y siete años; se olvidó que en sus sienes aso-
dré a las cuatro en punto». Y Márquez recor- maban ya algunos cabellos blancos y que su
daba la mirada iluminada de ternura con que corazón había probado algunos turbios amo-
ella le había obsequiado y la amorosa presión res; se olvidó de las vulgaridades de la exis-
de su mano, al despedirse. tencia y de las miserias de la carne; para él
¿Sus padres quizás se habrían enfadado, solamente existía aquella frágil muchacha, de
prohibiéndole salir? Pero si ellos eran indulgen- rostro delicado y mirada soñadora, que apare-
tes, hasta el exceso, con su hija, que gozaba cía nimbada por la tibia y dorada claridad de
de una libertad poco acostumbrada en la ciu- aquella tarde de setiembre.
dad. Márquez no pudo sino balbucear: «Elvira,
Pero admitiendo una prohibición de los te quiero, te quiero». Pero ella, pálida, calla-
padres de su amiga, Márquez reflexionaba: da, se sentó en una banca; sus manos estru-
«ella se hubiera excusado. Un telefonazo a mi jaban un papel que Agustín tomó y leyó, la
estudio —Márquez ejercía la profesión de abo- frente ligeramente mojada de sudor. La carta,
gado— y no estaría yo aquí en esta angustiosa escrita con gruesa e inhábil letra infantil, de-
espera». cía así:
Y seguía Agustín su monólogo interior:
Señorita Delgado:
«Sí, yo hablaré my»y pronto con don Antonio.
Le diré cuánto quiero a Elvira; ella también «Una persona que se interesa por Ud. y
me quiere, ¿cjé nos impide casarnos? Mi posi- que la estima, en lo que Ud. se merece, se
ción económica está lo suficientemente afianza- permite proporcionarle algunos datos acerca de
da; Elvira tendrá todas las comodidades a que Agustín Márquez, con quien tiene Ud. relacio-
está acostumbrada».. . . nes de amistad» .
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«El tal Márquez es un individuo sin hó- cada lejos de todas las realidades y crudezas
nor y sin caballerosidad. Hace algunos años de la vida. No sabia del mal, ni de las tenta-
sedujo a una niña humilde e indefensa, de la ciones que pueden seducir a un hombre, ni de
que tuvo un hijo. Esa niña murió de pesar. Al las debilidades en que suele caer el más bue-
hijo —hoy un niño de seis años— lo ve Már- no y el más noble. ¡Y ahora que amaba, aho-
quez una vez al mes, en el pueblecito de San ra que sentía el corazón inundado de dicha y
'Germán, donde lo cría una señora de modesta de ternura, el mal y la villanía se encarnaban
condición» . en su amado!
¿Le parece a Ud. correcto ser amiga de En, su severidad de muchacha ignorante y
semejante individuo, seductor canallesco y vil? ' ,quería perdonar la falta de Agustín.
pura, no.
Tenga Ud. cuidado con él. A sus órdenes, Márquez, hidalgamente, le había confesado la
verdad, confirmando así la acusación del anó-
X. X. X.» nimo. Una mujer engañada y muriéndose de
pena y un hijo, prueba viviente de aqiiella vi-
VIII
llanía. ¡Y a ese hombre, que había procedido
• así, Elvira hubiera dado su alma y su vidal.
—La Elvira no sale de su casa, hace tres Podían estar contentas las tres viejas de
días. Y se niega al teléfono, cuando la llama su obra. Habían logrado verter en un corazón
Márquez. Ocultas =como tres ratas— en su ló- joven, sencillo, confiado y ardiente el veneno
brego rincón, las señoritas Giraldez desenvol- de la amargura y del desencanto. Elvira ya no
vían el ovillo de chismes y noticias. Se regoci- creía en Agustín, ni creería, quizás, jamás en.
jaban pensando que se había marchitado, en
hombre alguno. . . .
su primavera, el idilio de Elvira y de Márquez.
Porque ellas consideraban como crimen e in-
IX
moralidad el que dos jóvenes se amaran.
Era cierto lo que hablaban las viejas acer-
Y en la pequeña ciudad de provincia pa-
ca de Elvira. La joven se había encerrado en
san las horas y fugan. los días; grises, apaci-
su habitación con su pesar y su desilusión.-Su
bles, monótonos. Al atardecer, las campanas
amor había recibido tremendo choque. Muy rái-
de las iglesias llaman a la oración, y en los
mada por sus padres, Elvira fué ' también edii-
fonógrafos. giran discos con viejas melodías
20 A V E S NOCTURNAS

lloronas. Las muchachas, en sus casas, sue-


ñan con novios guapos y buenos —novios de
las novelas «para señoritas» y de las, películas Una luz en la noche
yanquis-- y los enamorados se citan en la an-
tigua alameda, llena de cantos de turpiales y
susurros de brisa.
Tras de su ventana las señoritas Obdu-
.B UENOS las, don Gerardo. Necesito
«flor de violeta» para una tisana.
—Bien, bien. ¿Hay alguien resfriado en la
lia, Octavia y Ofelia Giraldez espían la calle, casa?
las casas y las gentes; una puerta que se abre, Y con amable sonrisa el boticario me ven-
un hombre que pasa, el eco de una voz exci- dió el sobre con la «flor de violeta» .
ta la curiosidad y provoca los comentarios de —¿Qué hay de _nuevo, don Gerardo?
las tres viejas. Don Gerardo, el farmacéutico, era la cró-
- A veces llega a una casa una carta sin fir- nica viviente de la pequeña ciudad de R
ma, y una sonrisa diabólica se dibuja en los En su botica, titulada pomposamente «Drogue-
rostros de las tres hermanas, al saber que el ría Moderna» , se reunían diariamente políti-
matrimonio tal o cual ha reñido —a causa de cos, magistrados, negociantes y agricultores--
aquella carta-- y que —como Elvira Delgado todo R. en una palabra—para hacer tertulia y
una joven ha derramado muchas lágrimas. charlar, mientras don Gerardo descifraba rece-
Mientras tanto las gentes, todas, dirán al tas y preparaba pociones en la trastienda, que
ver pasar a las tres viejas, modestamente ves- le servía de laboratorio.
tidas de negro, los ojos bajos, el devocionario Durante la cocción del agua o la macera-
en la mano y la cabeza tocada con mantillas ción de alguna yerba, el boticario— «farmacéu-
verdosas: «¡Qué virtuosas, qué buenas, qué tico diplomado, para servir a Ud.» —se acerca-
piadosas son las señoritas Giraldez!» ba al grupo de contertulios y deslizaba alguña
noticia sabrosa o una observación, que provo-
caba estruendosas risas en la concurrencia. Don
Gerardo, bajo su apariencia -de plácido cin-
cuentón, escondía un humorismo de pura cepa
criolla..
22 AVES NOCTURNAS M A R I A WIESS E
s 23

DOn Gerardo era muy popular en R todo un romance, más emocionante que cual-
porque sabia toda la historia de la ciudad y quier fábula de esas que se llevan a los libros,
poseía una filosofía amable y maliciosa, a las comedias o a las películas. Cuántas ve-
una filosofía sin amargura y sin malignidad. ces la vida es más novelesca que la ficción_ ...
—Que ¿qué hay de nuevo? Pero ¿cree us- Pues, voy a relatar a Ud. la historia de
ted que hay algo nuevo, bajo el sol y sobre, Natalia Villarreal, que fué una de las más bo-
todo bajo el sol de este pueblo, que, más que nitas muchachas de nuestra tierra y, también,
vive, duerme dichoso y apacible?... una de las más desgraciadas, cuya vida mor-
Pero, sí; sí hay algo nuevo en nuestra tal se extinguió anoche con la lamparilla, ,sím-
buena ciudad de R.... bolo de sus amores.
Me detuve. Villarreal es uno de los apellidos más an-
—Y ¿qué es lo que ha ocurrido, don Ge- tiguos de la provincia. Los Villarreal tienen
rardo? escudo nobiliario y, además, una sólida fortu-
--An.oche ya no brilló la luz en el jardín na; tres o cuatro fincas, una extensa hacienda
de la quinta s Villarreal. No volverá a brillar y varios fundos.
nunca más la lamparilla, que semejaba tímida Estos hacendados, descendientes de no sé
mirada en las sombras de la noche. qué condes españoles, se gastan un orgullo
Porque ha muerto la loquita que encen- que los ha hecho odiosos en toda la comarca.
día diariamente la lucecilla en las ramas de un Tratan a sus empleados y a sus peones con
árbol. la más implacable dureza, con el desprecio
—Don Gerardo; yo no conozco bien esa más estúpido; ellos creen que la familia Villa-
historia. Me interesa saberla en todos sus de- treal es de esencia divina.
talles. Hasta ayer la casa Villarreal se componía
--¡Cómo! ¿Ud. ignora esa historia de de tres hombres --dos de ellos casados:— Ro-
amor y de muerte, que hace diez años causó drigo, Fernando, Gonzalo, y de una mujer, Na-
sensación en la comarca y creo, que hasta en talia, que acaba de morir.
el país? Natalia Villarreal fué educada con el más
—No tengo mucho tiempo de residencia delicado esmero por sus padres. A la hacien-
en R..., don Gerardo. da donde vivía la familia, vinieron tres profe-
—iCierto, cierto! Es toda una novela, soras contratadas en Europa, para enseñarle
24 AVES• NOCTURNAS M A R I A WIESSE 25

idiomas y música a la niña. Además una nor- ¿Cómo una joven sentimental y dulce, co-
malista de Lima, para la instrucción. Cuando mo lo era Natalia; hubiera podido armonizar
murieron los señores Villarreal, Natalia aca- con tan bastardo ejemplar de la raza humana?
baba de, cumplir diez y nueve años. Sus her- No podría decirle cómo se conocieron Na-
manos, que paseaban por Europa, volvieron talia Villarreal y Luis Novoa, joven modesto y
inmediatamente para acompañar a la niña y sin fortuna que, después de estudiar medicina
dirigir los negocios de la familia. en la capital, vino a R.... como médico-jefe
Natalia era linda; una morena de ojos del hospital y de la Cuna Aat ernal de la ciu-
verdes, talle- esbelto, voz dulce y andares gar- dad.
bosos. No tenía el torpe y desagradable orgu- Yo tuve ocasión de tratar con frecuencia
llo de sus hermanos; de toda ella emanaba un al doctor Novoa. Hombre inteligente, de cora-
aroma de sencillez y de bondad. zón generoso, temperamento romántico, de apos-
Consultando conveniencias e interés mate- tura gallarda y viril. Y médico de verdad: es- -
riales, los Villarreal escogieron un esposo pa- tudioso, desinteresado, con sentido humano,
ra su hermana: Enrique Mendoza, hacendado, con inquietud y ansia de investigación. Quería
también y, como los Villarreal, de rancio lina- especializarse en el estudio del paludismo, esa
je. Y su fortuna, aún mayor, mejor cimentada plaga de nuestros valles y de las haciendas 'de
que la de la familia Villarreal. Pero a Nata- la costa, mas su destino fué otro y no. pudo
lia no le gustaba, no le podía gustar aquel realizar sus nobles ambiciones científicas.
hombre grosero y brutal, que era Mendoza. Se enamoró locamente de la linda Natalia
Cuando Mendoza almorzaba en la casa Villarreal y ella le correspondió con idéntica
de los Villarreal, Natalia sentía que el asco le vehemencia.
removía las entrañas, al ver al hacendado en- Pero los señores don Rodrigo, don Fer-
gullir —tomándola con los dedos— una galli- nando y don Gonzalo Villarreal, al informarse
na entera. Mendoza no se separaba de un fue- de los amores de su hermana con el médico,
te y una de, sus mejores diversiones era casti- juraron que aquel matrimonio nunca se efectua-
gar a los perros con certero y cruel fuetazo. ría. j'Inaudita pretensión, insolencia sin igUal la
El aullido de dolor lanzado por los pobres de aquel mediquillo mal nacido; enamorarse de
animales provogaba en Mendoza accesos de la aristocrática descendiente de los condes de
hilaridad, que rayaban en el histerismo. Villarreall Natalia estaba prometida al hacenda-
26 AVES NOCTURNAS M A R 1 A W I E S S E 27

do de «Santa Marta» , a Enrique Mendoza de edad; los jóvenes sentíanse iluminados por ma-
Guzmán, y jamás sería la esposa de un plebe- ravillosa y purísima alegría.
yo sin dinero y sin alcurnia. Una noche —como todas las noches—
La oposición de sus hermanos avivó en Natalia, envuelta en chal de oscura y tupida
Natalia su cariño por Novoa. lana, bajó al huerto. El suave fulgor del faroli-
--Nos casaremos —dijo la joven al médi- llo brilló en el limonero fragante. Novoa saltó
co... El día que yo cumpla veintiún años nos las tapias, pero fué su cadáver —tres carabi-
vamos a la municipalidad y a la iglesia: Tuya nas. lo hirieron de muerte— el que cayó a los
he de ser, te lo juro. pies de la joven.
Natalia,' entonces, vivía en R., . . , en una• Y las frases soeces de los Villarreal ul-
hermosa quinta, rodeada de jardines. Sus her- trajaron el amor de su hermana:
manos, aún los dos casados, se turnaban para —Ramera; ¡meterse con un plebeyo! Bien
estar a su ltdo y vigilarla. muerto está el villano que te sedujo. Así cas-
Los Villarreal, usando de influencias y re- tigamos, los Villarreal al miserable que se' atre-
laciones, habían hecho destituir a Novoá de ve á mirar a una señorita . . . Perra cochina;
sus puestos, en el hospital y en la ;Cuna, con has mancillado nuestro nombre. . .
la esperanza de alejarlo así de la ciudad. Pero Haciendo correr el dinero huyeron , los Vi-
Novoa se defendía con su trabajo profesional rreal del país. Novoa era muy querido, por su
y permaneció en R. . . . Para verse con Nata- generosidad y su desinterés, en la comarca ; el
lia, a quien sus hermanos no permitían salir sentimiento popular pedía castigo para los cri-
sola a la calle, el joven entraba, de noche, al minales. Pero ellos —para algo tenían fortu-
jardín de la quinta. Natalia y Novoa contaban na— lograron escaparse.
con la complicidad de una vieja criada. A las Natalia, entregada a la más , profunda me-
doce de la noche, cuando todós dormían en la lancolía, se quedó en la quinta. No veía ni
casa, Natalia bajaba al huerto y colocaba en recibía a nadie. Poco a poco su razón se de-
las ramas de un limonero una pequeña linterna. bilitaba, se oscurecía. Una demencia tranquila
Esa era la señal para que Luis escalara las y triste se apoderó de la joven; pasaba el día,
tapias del jardín. en silencio, enceri ada en su habitación. Pero a
Así iba pasando el tiempo. Faltaban po- la medianoche salía al huerto y encendía un
cos días para que Natalia alcanzara su mayor farolillo, lo colocoba . en un limonero. Nadie

28 AVES NOCTURNAS

pudo convencerla de la inutilidad de su gesto;


para ella Novoa no había muerto y, de un mo-
mento a otro, llegada a verla, a jurarle amor
y ternura.
Diez años transcurrieron; ha brillado dia- Justicia
riamente la luz en el jardín de la quinta. La
dulce y desdichada Natalia seguía viviendo su
ensueño de amor.
Pero anoche la lamparilla no ofreció su
E L pueblo se escondía en una tibia y um-
brosa quebrada, Apacible, agreste, casi
primitiva trascurría la existencia de, los mora-
tímida y amorosa mirada; la muerte, piadosa-
dores de ese pueblo. El cultivo de pequeños
mente, había cerrado los ojos de la ensoñadora.
umbríos y chácaras, el cuidado de vacas, ove-
Con la, vida de Natalia se había extinguido la
jas, puercos y gallinas ocupaban a las gentes
lucecilla de la espera.. .
del pueblo, que vivían tranquilas y contentas
¿No es esta una bella historia de amor y
con su humilde destino de pequeños campesi-
de muerte?.. .
nos; bendecían a Dios cuando las co-
sechas eran buenas, lloraban y se desespera-
ban cuando las lluvias no fecundaban la tie-
rra, se morían las vacas y se enfermaban las
ovejas.
Los niños envueltos en ponchitos pardos,
los pies descalzos se dirigían alegremente a la
escuela, del lugar; una casita de adobes, sin.
enlucir —levantada por los habitantes del pue-
blo-- y apiñados en la única pieía, sentados
en cajones o sobre el suelo de tierra batida
escuchaban al maestro que, sin cansarse, les
repetía: «el veintiocho de julio de 1821 fué de-
clarada por San Martín la independencia del
Perú).
30 AVES NOCTURNAS MAR1A W I E S S E 31

Y, después del maestro los muchachos Virgen del Tránsito, a quien -debía —pensaba
repetían en coro, «el veintiocho de. julio .. » etc. el viejo— el, buen resultado de su viaje.
Los moradores iban en burro o a pié a Julio —mozo de veintidos años-- recor-
la, localidad más cercana —que ya era una daba ----y ta sangre le ardía en las venas—
ciudad— a vender los productos de sus sem- las mejillas rojas como la carne de la granada
bríos, la leche de sus vacas y los huevos de de la Manuela. Y recordaba, también, sus ojos
sus gallinas. brillantes y negros y el seno, cuyas turgencias
El camino carretero a la ciudad se estaba se ocultaban, bajo la lana del corpiño.
haciendo; dentro de un año correrían, veloces; Para. ella traía un «topo» de plata, labra-
automóviles y camiones. da por un artífice de la ciudad ; era una palo-
Pero los habitantes esperaban sin impa- ma con una ramita en el pico. El mismo se lo
ciencia el camino, que les facilitaría negocios y prendería en la «llicla» y la besaría muchas
ventas ¿acaso en burro o a pié no se podían veces.
llevar las cosas a la ciudad? Cuando el señor cura viniera al pueblo —
Ellos estaban contentos, así; que Dios les cada tres o cuatro meses llegaba el sacerdote
diera buenas cosechas, que no se enfermaran .a bautizar y a casar— le pedirían la bendición.
los animales, que no se vieran obligados a Mejor era vivir con la bendición del señor cura.
acudir a curanderos que se llevaban todo el —Me siento un poco cansado— dijo don
dinero: ¿qué más podían regalarles Dios y la Santiago. —Tengo sed.
Virgen del Tránsito, que era la patrona del --Ya estamos llegando— contestó Julio, a
lugar? quien la voz de su padre despertó de sus me-
ditaciones amorosas. ---Tome chicha, taita.
Don Santiago y su hijo Julio volvían de la El viejo tomó largos tragos de chicha.
ciudad. Habían logrado vender a buen precio Sobre, la hilera de eucaliptos, que indica-
camotes, papas, huevos y quesos. El viaje se ba la entrada del pueblo, caía la luz dorada
había realizado con facilidad; el asno no se del atardecer. De una chácara salieron ladran-
había empacado, ni una vez, y don Santiago, do furiosamente unos perros. Pero , al recono-
al palpar en su pañuelo, las libras que traía cer a don Santiago y a Julio; que siempre pa-
cuidadosamente envueltas, sonreía jubilosamen- saban por allí, saltaron, moviendo cariñosamen-
te. También traía un cirio para alumbrar a ..la te la cola e implorando caricias, humildemente.
32 AVES NOCTURNAS 1 MARIA WIESSE 33

A través del follaje plateado de los euca- cimiento, a 'sus víctimas, para hacerlas morir
caliptos se distinguía el perfil de la iglesia del a los_ pocos instantes.
pueblo; rústico e ingenuo santuario, enlucido Viejos, jóvenes y niños cayeron para no
de cal, con su portón pintado de azul .y, en lo levantarse.
alto, los brazos abiertos de la cruz. La comarca vivía aterrada bajo la amena
'de la muerte.
Al salir de la iglesia, después de encen- —Brujería, decían algunos.
der él mismo el cirio ante la imagen de la Vir- —iCastigo de Dios! exclamaban otros.
gen del Tránsito, cayó don Santiago fulminado En quince días de los seiscientos habitan-
por mal misterioso y terrible. Cuando unos tes del pueblo y los caseríos hablan desapare-
vecinos, que pasaban por allí, lo alzaron el cido doscientos.
color de arcilla quemada de la tez de don San- Los , velorios se sucedían a los velorios; a
tiago habíase tornado en un verde amarillo,
sus labios estaban azules y sobre sus ojos se
extendían las sombras de la agonía. Murió
a sar del dolor y del espanto, las familias se
brían considerado deshonradas si no vela-
ban, a sus muertos.
don Santiago a los pocos minutos de haber En vano el curandero prodigaba tisanas,
llegado a su casa. emplastos, brebajes; la epidemia no perdonaba a
No había médico en el pueblo; como el nadie.
sacerdote un facultativo venía cada tres o cua-
tro meses de la ciudad, en visita sanitaria. El maestro de escuela partió una mañana,
—Don Santiago ha sido .ojeado» en la muy temprano, hacia la ciudad. La víspera ha-
ciudad, se susurró en el pueblo. bía caído, en el campo, toda una familia: pa-
Pero el mal que fulminó a don Santiago dre, madre y tres pequeños; graciosas y robus-
se desató, tremendo sobre la quebrada y sus tas criaturas que de vez en cuando acudían a
habitantes. -la escuela para aprender las primeras letras.
Las gentes calan en las calles, en los ca- El maestro dejó cvelándose. a esos po-
minos, en los campos, durante las faenas del bres muertos y mientras se bebía y se lloraba
sembrío, cerca de las vacas y ovejas, que pas- -tomó el camino de la ciudad.
taban tranquilamente; el mal se iniciaba con En los árboles trinaban y silbaban los
un ligero cansancio, luego tumbaba, sin' cono- huanchacos, saludando jubilosamente a la ma-
,\ 34 AVES NOCTURNAS MARIA WIESSE 35

ñana y el olor de las retamas perfumaba sua- A pesar del temor y del abatimiento, en
vemente la atmósfera aún fría de la madruga- que estaban sumidos, fueron en corporación a
da. El joven hizo apurar a la mula; quería lle- saludarlo, llevándole gallinas, huevos, frutas y
gar pronto a la ciudad. La tragedia de la co- trozos de carne de cerdo. Un grupo de músi-
marca era espantosa; el pueblo y los caseríos cos, con sus charangos, arpas y quenas, ofre-
se quedarían pronto, sin habitantes. Al recor- ció ante la puerta de la casa del maestro, don-
dar a los tres pequeños, caídos la víspera, un de se alojaba el Dr. N.. ., una «serenata» .
sollozo le apretó la garganta al maestro de El médico, pretextando el cansancio del
escuela. Tres indiecitos de dulce e inocente viaje, no salió a recibir el cariñoso saludo del
mirar y rosadas mejillas; ¡con qué gracia can- pueblo y el maestro tuvo que hablar en nom-
dorosa balbuceaban al a b c 1 bre de N. • .
--El paludismo, en su forma mortal, la
perniciosa —pensaba el maestro-- evocando —Pero, señor Esta pobre gente no
lecturas y conversaciones con amigos estudian- puede pagar . . . Y entiendo que el Gobierno
tes de medicina. Hay que hacer venir a un mé- ha enviado la quinina 'para ser distribuida gra-
dico. tuitamente.
••••••••• El maestro enfrentándose al médico pro-
El Dr. N. . . llegó al pueblo, en misión de testaba con vehemencia.
la DirecCión de Salubridad, a la que habían N.. . . respondió con cínico ademán:
preocupado seriamente las pavorosas noticias —¡Gratuitamente! Hay que vivir, mi amigo. A
de la epidemia mí me han mandado a curar; no se ocupan si
El Dr. N. . . era un médico sin vocación yo cobro o no mis servidos y las medicinas
y a quien no atormentaban escrúpulos, ni in- que administro . . . . No soy el primero, ni se-
quietudes profesionales. ré el último en el Perú, que hace sus peque-
El aspecto humilde del pueblo le inspiró ñas combinaciones.... ¡Ah! Ud. querrá, segu-
esta frase despectiva, que comunicó al maestro ramente, un pequeño beneficio. Diga sus con-
,de escuela: «¡Qué rincón más abyecto!» Los diciónes, mi amigo.
pobres moradores de X. . . . recibieron al Dr.
. como el salvador que les traía la salud — -El «señor doctor pide un sol por ca-
y la vida. remedio que dá. El «señor doctor» pide
36 AVES 'NOCTURNAS
MARIA WIESSE 37

tres soles por hincar con la aguja a los que cias. Hizo traer para el velorio mucho pisco y •
los asarra «la peste». mucha chicha. ¿Qué le' importaba gastar todo
. Un sentimiento de indignación bullía sois su dinero cuando ya ella se había ido
demente en el pueblo. Así que el Gobierno siempre, ella su dulce y fresca flor, su tortoli-
no era el padre, el taita del pueblo; era . el ta de suave plumaje?
explotador, que les vendía la salud y comer- Julio bebió abundantemente en el velorio
ciaba con la vida de los peruanos . de su mujer. A las tres de la madrugada sa-
¡Mejor entonces morir como perros rabio- lió de su casa; su paso apenas vacilaba y
sos en medio del camino, que engordar a esos, sus ojos estaban secos. Pudo llegar sin tropie-
canallas del •Gobiernot zos a la casa del médico.
—Señor doctor —dijo golpeando la puer-
A la Manuela le había dado la epidemia. ta--: sal, sal. Te pagaré bien. Me siento con
La tomó al ordeñar a la vaca -p¡ptada; ya la la peste.
Manuela era la mujer de Julio que al verla lí- --Por qué me despiertas a estas horas,
vida, fría, sin movimiento, corrió a buscar al cholo bruto? —respondió el médico, mal humo-
médico. rado.
—Esto te cuesta cinco soles, dijo seca- —La peste me va a agarrar . .. Aqui te
mente N.... , ante el cuerpo de la moza, cu- traigo plata.
yas manos frotaba Julio con desesperado - Cubierto con una bata salió N. . . En ple-
amor. no corazón recibió la puñalada con que Julio
--¡Cinco soles! Tres soles les cobras a hacía justicia en nombre del pueblo.
los otros, señor doctor. ' En su mano, aún caliente, se encontró el
—Si, pero tu eres rico. Y apúrate que billete de a media libra, sarcástica dádiva del
tu mujer se te muere. vengador del pueblo.
Julio pagó los cinco soles. Pero en esa
discusión había pasado el tiempo y la vida se,
fué del cuerpo lozano y juvenil de la Manuel&
Julio, arrodillado cerca del cadáver de su
mujer, rugia de dolor. Quiso que la enterraran
con. el «topo» de plata, presente de sus nup-
Un matrimonio respetable

LAdelsociedad de B , ciudad de provincia


Peal, se distinguía por su altivez y su
hermetismo. Para ser admitido en los cerrados
y orgullosos círculos sociales de. B B. .... se
precisaba ostentar apellido aristocrático, mora-
lidad sin mácula, virtudes hogareñas y estar en
regla con los preceptos de la Santa Madre
Iglesia.
El dinero no era tomado en cuenta por
aquellos círculos arcaicos y quijotescos. Ni el
talento, rii la cultura tampoco eran cotizados
por aquellas familias unidas por idéntico culto
por los blasones y árboles genealógicos. ,
En la sociedad de 13 . . jamás habría te-
nido cabida un hijo natural, por más inteligen-
cia, nobleza de alma y distinción espiritual que
fueran su patrimonio. Así lo ordenaban las im-
placables leyes, que regían la estrecha y ran-
cia sociedad de la ciudad de 13 • • • •
Un día llegó a 13„ . . . una pareja, cuyo
nombre resonó armoniosamente, en los círculos
sociales de la via y tranquila ciudad.
--¡Son los Condes de Bratignacl, excla-
NOCTURNAS MARIA WIESSE 41
40 A VES

maron —saboreando el sonoro apellido— las Las señoras la escuchaban devotamente,


señoras y los señores de 13. . . . reconociéndose en aquella majestuosa dama de
—Pertenecen a la más antigua nobleza blancos cabellos y negras vestiduras.
gascona, dijo alguien y todos inclinaron con El Conde era parco al hablar; usaba fra-
profundo respeto las orgullosas cabezas, que ses breves, cortadas, incompletas, un poco te-
solo reconocían cómo sus iguales a hidalgos y legráficas.
gentiles hombres, dueños de frondosos árboles —Agradable ciudad, B. . . . Mis antepasa-
genealógicos.. dos . . . . Nuestras tierras. . . . Mis heridas de
Los Condes de Bratignac —él, un hom- ouerra. . .
brecillo frágil, calvo, la mirada oculta por grue- Así se expresab' con laconismo de buen
sos lentes negros; ella, alta, . maciza, impo- tono el Conde de Bratignac, en cuya mano un
nente, la frente coronada por -alba cabellera — anillo de oro mostraba el escudo de la casa
se alojaron en una casona— la casa solariega de Bratignac viejo, decía el Conde, de mil y
de los P .,— recibiendo, en seguida, la visi- pico de años.
ta de toda la sociedad de 13 . . . . El «clima» aristocrático de 13. . llegó,
• —La situación de la infeliz Europa nos entonces, a su más alta temperatura.
ha obligado a venir a América, explicó la Con- A Luisa L. . . . le negaron sus .padres ca-
desa a algunas señoras. Nuestro castillo, en sarse con Máximo G. . . . , joven inteligente y
Gascuña, ha quedado a cargo de antiguos ser- trabajador, pero cuyo abuelo había sido hijo
vidores. Las doctrinas socialistas hacen intole- natural.
rable la vida, ,en Francia, a personas de nues- --jUna L. . . . no se casa con el nieto de
tro rango . . . . Hemos escogido, para residir, un bastardo; con un cualquiera! —dijeron los se-
la ciudad de 13 . . : . , en el Perú, por haber ñores de L. . .—. Tú estás destinada a un hom-
sido asiento de la nobleza española y haber bre de nuestra. estirpe, de nuestra clase social,
conservado tradiciones religiosas. (jY todo esto en pleno siglo veinte!)
Todo esto lo decía la Condesa rodando Los amores y la abdicación de Eduardo
las erres —a la francesa—, calándose los im- VIII de Inglaterra causaron la más vehemente
pertinentes, muy erguida, muy majestuosa, en indignación en toda la ciudad. Los que más
su traje de seda negra con puños y cuello de condenaban al enamorado' y romántico príncipe
finísimo punto de Alencon. eran los Condes 'de Bratignac. Expresaban .su
42 A.VES NOCTURNAS MARIA WIESSE 43

desagrado con pequeñas y almibaradas frases, den de la señora Condesa, la muy competente
punzantes como alfileres , envenenados, frases suma de doscientos mil soles. Los ti abajos de-
que fueron repetidas con admiración por toda bían comenzar muy pronto. La colocación de
la ciudad. la primera piedra revestiría los caracteres de
Las fiestas y las recepciones se sucedían, un acontecimiento nacional. Ya las damas de
en homenaje, a los nobles franceses. Para una B preparaban sus toilettes; muchas las
dueña de casa era toda una gloria decir: mandaron confeccionar a la capital.
--Anoche comieron en casa los Condes de Bra-
tignac.. Los Condes de Bratignac estuvieron en
mi recepción ayer. . . . La noticia la dió un sirviente despedido y
Al rededor de la pareja se elevaba un co- deseoso de vengarse, produciendo en toda la
mo himno devoto y admirativo, que culminó en ciudad el efecto de un cataclismo; inundación,
la elección de la Condesa de Bratignac como terremoto o incendio. Los condes de Bratignac
presidenta de las Gotas de Leche y Cuna Ma- ni eran Condes, ni estaban casados. Tampoco
ternal de la ciudad. eran franceses, sino argentinos y, en la intimi-
Distinción suprema, ésta, pero que bien dad, hablaban español —el español sembrado
merecía Madame de Bratignac por su ma- de modismos y vocablos propios de las tierras
jestad, su señorío, su don de gentes y su reli- del Plata.
giosidad: no faltaba a la misa dominical de De una casa a otra —amplias mansiones
once y téjía zapatitos para los niños pobres. de tipo colonial, con patios espaciosos y por-
A Monsieur de Bratignac —que decía lle- tones macizos— fué volando, terrible, breve,
var tres cicatrices' de guerra en el cuerpo— se incisivo, el chisme . . . ¡Ni gentiles hombres, ni
le designaría —en las próximas elecciones— unidos por la bendición de la Iglesia Católica!
presidente del Club Hípico, que reunía la flor Unos aventureros audaces, salidos de los
y nata de Ja sociedad masculina de B.. . bajos fondos de Buenos Aires, unos caballeros
En pocos meses la Condesa de Bratignac de industria, que elaborarían, quizás, qué pla-
persuadió a todos los adinerados del lugar ob- nes tenebrosos, qué maquinaciones siniestras.
sequiaran grandes sumas, para levantar un hos- ¡Con qué desvergüenza venían burlándose dé
pital destinado a la i'ñfancia. la orgullosa y aristocrática sociedad de 13. . . ,
En un banco estaba empozada, a la or-, esa sociedad que podía lucir en sus salones
e
44 AI>ES NOCTURNAS

retratos de antepasados, y escudos en los por-


tones de sus casas!
Pero . . . , y esto era lo más tremendo, só-
lo faltaban • dos días para la inauguración de Mi abrigo gris
las obras del Hospital. Circulaban las invita-
ciones y de la capital debla venir el Minis- (Del diario de un hombre)
tro de Obras Públicas, en representación del
Presidente de la República. No era posible Tulio 3
desenmascarar a los aventureros, provocando
tamaño escándalo. El decoro de la sociedad de E he mandado hacer un abrigo gris. La
13. . . se encontraba comprometido y la farsa tela, un tejido nacional, estilo tweed, me
debía sostenerse hasta el fin. Eso sí no había costó cuatro soles el metro. Un precio verda-
que permitir que la concubina de un aventúre- deramente irrisorio. Tendré, por poco dinero —
ro apadrinase la iniciación del Hospital de Ni- mis medios económicos no se resentirán— un
ños. Hubiera sido monstruoso. Después de lar- elegante sobretodo, que las gentes creerán ex-
ga y agitada deliberación una comisión se di-
tranjero,
rigió a la casa de los seudo condes. En aque- Ese será el máximo elogio que mis paisa-
lla comisión se encontraban el prefecto, el al- nos podrán otorgarle a mi abrigo. Porque aquí,
calde, el párroco, el director de Beneficencia,
el jefe de la Zona Militar y el rector de la
en mi tierra cuando algo está muy bien se dice:
'parece extranjero► .
Universidad. Curiosa manía la nuestra de creer que
Y a las cinco de la madrugada, a puertas
siempre lo de afuera es lo mejor, lo más ele-
cerradas, en una capilla de los arrabales, un
gante y distinguido.
sacerdote bendecía el- matrimonio de Monsieur
Creo que mi abrigo lucirá prestancia y es-
y Madame de Bratignac, que habían recibido
tilo extranjeros,
un cheque de diez mil soles. Ya formaban los
seudo condes un matrimonio respetable.
Julio 5
Hace frío y cae una lluvia menudita que
46 AVES NOCTURNAS
M A R I A W I E S S E 47

se mete hasta la médula. El cielo , descolorido


y brumoso inspira pensamientos de tedio y de Salgo a la calle con el abrí o y en el Ban-
melancolía. Regreso a mi casa, á mi cuarto de co —trabajo en la sección « 'ros para la Re-
pensión; las manos en los bolsillos, ensucián- pública», los compañeros me reciben con ad-
dome el calzado con el lodo que salpican los miración, exclaman y preguntan: «iQué elegan-
automóviles, al correr sobre, el asfalto enchar- te estas, Molina! ¿Es extranjero tu abrigo?
cado. No puedo resistir a la tentación de tejer
¿Cuándo tendré mi abrigo para desafiar al una mentira y les digo que el abrigo me lo ha
triste invierno de mi ciudad? traído un pariente recién llegado de Inglaterra.
Entro a un cafetín, a tomarmés un pisco Nuevas exclamaciones interrumpidas por
para entrar en calor y ahuyentar esta tristeza, la presencia del jefe. Nos ponemos todos a
que se ha apoderado de mí. Tomo uno ..dos . „ trabajar. Llega un cliente pidiendo un giro pa-
tres piscos. Llega un amigo, y seguimos toman- ra Huancayo.
do hasta entrada la noche . . '
Saboreando la satisfacción de ser un hom-
Después ya no me acuerdo. . . . Sólo lé bre bien trajeado, atiendo sonriente y amable
que, en vez de alegrarme, lloré, lloré como una al público. Mi mentira va tomando caracteres
criatura, a quien se le rompe el juguete predi- de realidad y, engañándome a mí mismo, creo
lecto. que ha llegado un tío generoso y rico de In-
Al día siguiente sentía la cabeza como glaterra, que me obsequia con un magnífico
oprimida por un casco de plomo. Trabajé mal sobretodo, creación de algún sastre de Londres.
y mi jefe me advirtió —iqué vóz , tan áspera y Julio 11
desagradable la de este hombre!-- que no to-
leraría, en lo sucesivo, descuidos en el trabajo. Siempre he sido tímido con las mujeres.
Matar a ese hombre; he deseado matar a ese No soy como otros hombres, que se manejan con
hombre. Es 'un imbécil y los imbéciles no de- desparpajo y hablan con la mayor naturalidad
ben existir. y soltura ante las damas. Las mujeres, a mí,
me inspiran un sentimiento casi invencible de
Julio 10 timidez. Sería incapaz de componer y pro nun-
ciar --como se lo he escuchado a mis ami-
Ya me mandó el sastre mi abrigo gris. gos— un piropo, al paso de una mujer. Pero
hoy, que luzco un abrigo gris, que tiene todas
48 AVES NOCTURNAS MARLA WIESSE' 49

las características de lo inglés, me siento vale- iohi mi abrigo gris, ta me has de condu-
roso, audaz, un poco donjuanesco. cir 11§Cia la bella aventura de amor con la que
Y al ir por la calle, tropiezo con una mu- uña todo hombre, aún el más castigado por
jer fina, guapa, elegante, cuyos ojos brillan sua- la realidad de la vida.
vemente; una mujer que reune todas las gra-
cias de la juventud y la armoniosa seducción Julio 16
de una «toilette. moderna.
Esa mujer no ha sido creada para el po- No la he vuelto a ver. Mis horas libres
bre diablo que soy yo —pobre diablo que pa- 10.5 paso —siempre con mi abrigo gris— en la
sa las horas embruteciéndose en «Giros para eaquina de la calle L.
la República. , para ganarse el pan de todos
los días— pero hoy yo no soy yo. Soy . el tipo Julio 17
vestido en Londres, desenvuelto, varonil, gar- Vivo en la quimera y tn la ilusión, gra-
boso; y podría hacer mía a esa deliciosa cria- cias a ella, la dulce y fina criatura, que surgió
tura. en mi camino, como alba radiante.
De mis labios salen estas , palabras ungi- Sueño con llevarla a alguna playa de do-
das de cursilería: «quién< fuera poeta para con- radas arenas y allí, escuchando la canción del
talla, señorita.. mar, nuestros miradas se confundirían y nues-
Ella no ha castigado mi osadía con una tras manos se enlazarían, amorosamente.
mirada de desdén; me ha obsequiado con una Antes de ser el poseedor afortunado de
sonrisa plena de dúlzura que, como un rayo un abrigogris, estilo inglés, nunéa se me ha-.
de sol, ha entrado a mi corazón. La he segui- bría ocurrido construir tan maravilloso castillo
do varias diadras; ella entra a una casa, cuyo de ilusión y de ensueños; pero ahora puedo
número he tomado porque puede servirme de embriagarme con las más encantadoras y deli-
punto de referencia 'para volverla a ver. ciosas quimeras. Soy otro desde que tengo un
Tulio 13 ohrige gris.

Ha tomado un automóvil; y en el N? 347 Julio 18


de la calle L. la veo entrar. Creo que acto. Un presentimiento me dice que hoy la en-
ro. Toda la noche he soñado con ella. contraré. Hoy mi ensueño se hará realidad; la
MARIA WIESSE 51
50 AVES NOCTURNAS
obligado a frecuentar tan miserables lugares?
veré, le hablaré; de nuevo me' regalará con su Me despojo de mi abrigo y entro también
adorable sonrisa y su mirada reirá dulcemente, al fondín. Allí sentado está él, sin haberse qui-
al encontrarse con la mía. Lo sé, lo presiento, tado el abrigo, ante una mesa cubierta con un
estoy seguro de ello . ¡Con qué severa y vi- mantel manchado de grasa y de vino.
ril distinción se dibujan las líneas de mi abri- El fondín apesta a aceite rancio y a comida
go gris! Voy hacia la calle L.; me dirijo hacia barata. Hay unos cuantos comensales de as-
la bella aventura soñada. pedo descuidado --rostros sin rasurar, manos
Pero... ¿quién camina delante de mí, a dos mugrientaá, vestidos viejos— que, despuéá de
o tres metros de distancia? ¿Soy yo' que me he mirarme con desprecio, siguen comiendo.
desdoblado? Delante de mí va un hombre de Yo pido un café con leche. Como un au-
mi estatura, revestido con un abrigo gris igual tómaia endulzo el café; no puedo apartar 'mis
al mío; un hombre, cuya silueta y cuya indu- ojos del otro. Tome la sopa leyendo un perió-
mentaria se confunden con .las mías. dico; creo encontrarle cierto parecido conmigo.
Ese hombre con un abrigo gris'. . Una El olor del aceite barato que flota, en el
mezcla de curiosidad, indignación y rabia se fondin, me da nauseas. Las maneras del otro
agita dentr9 de mí. ¿Conque había, conque tomando su sopa són de una vulgaridad defi-
existía otro hombre que tenía el mismo gusto nitiva. ¡Y su abrigo! Es el abrigo más cursi
que yo para las telas y que iba, por las calles que he visto en mi vida, con sus pretensiones
dé la ciudad, como un reflejo, como una copia de parecer inglés. De mis labios casi brota
de mi persona? una carcajada. ¡Ese abrigo! Huele a pobreza,
Me olvidé que iba a buscarla a ella, ln a mal gusto; tela barata, corte mal trazado;
aurora maravillosa de mis sueños de amor, y ¡que abrigo, Dios mío!
lo sigo a él, pisándole los talones. Un impul- Pero ¡si ese abrigo es el mío; el mío que,
so irresistible me ,empuja tras de ese hombre colgado de una percha, allí en un rincón de
vestido como yo. ese chiribitil oscuro, me espera obediente, su-
Caminamos durante unos veinte minutos. miso y como familiarizado con el sórdido am-
El hoinbre entra a un fondín pobre, humilde, biente de este tugurio!
casi sórdido. Ese abrigo gris —S/. - 4 el metro, S/. 25
Un sudor frío moja mis manos. ¿Será po- la hechura— que viste a otro, otro que come
sible que el otro, el que viste como yo se vea
2 AYES NOCTURNAS

eh fondines miserables —dice, allí colgado en


una percha vieja, de la existencia mezqtrirta y
mediocre de uno, que quiso escaparse tf1105
días de su triste realidad. La Santa
Salgo afuera y, sin poderme contentr,/rit
,ríb, me río a carcajadas. Me río de mi mismo;
me río de mi abrigo gris —iqué deliciosas-
te cursi es mi abrigol— y veo desmoronarhe
LAbollamaban «La Santa» en la ciudad. De-
advertiros que esto ocurría hace ya
muchos años en aquella ciudad —entonces un
el frágil y bello edificio de mis quimeras 'y trti, apacible rincón de provincia— a la que han
sueños de amor.
llegado, hoy, automóviles, teléfono, cinema y ra-
La dulce y fina figura de ella, la creado- dio. Y esta história ha sido conservada cariño-
ra de mi ilusión, se vá esfumando, hasta bo- samente en los anales de mi familia, porque —
rrarse, en el horizonte. también debo advertiros— la protagonista era
¡Que deliciosamente cursi es mi ebrigo olí madre de la madre de mi madre.
La llamaban «la Santa» en toda la po-
blación, a aquella viejita frágil, siempre pulcra-
mente trajeada de negro, de andares leves y
mirada' risueña y bondadosa.
Y bien merecía ,doña Panchita Sosa el ca-
lificativo de santa. Nunca llegaba un pobre a
su casa —que era también la casa de mís a-
buelos maternos-- sin que la viejita le obse-
quiara, a la par que con una limosna mate-
rial, con una palabra de consuelo y de afecto.
Doña Pcinchita solía ir a diario al templo
y, a la caída, de la tarde, reunía a la nulnero-
sa servidumbre --que en aquellos tiempos a-
costumbraban tener las familias, en mi país—
para recitar con los criados el rosario.
Pero las prácticas devotas no ensombre-
54 AVES NOC,TURNAS MARIA WiESSE 55

cían, rü agriaban el carácter de la viejita, que sus alforjas. En d cielo brillaban aún algunas
era alegre, suave, dulce. Doña Panchita poseía estrellas y un pájaro nocturno gemía en uno
aquel divino don de la alegría, propio de Fran- de los nogales de la plazuela.
cisco de Asís.
Doña Panchita halló la puerta de la igle-
•Doña Panchita iba diariamente a la igle-
sia cerrada.
sia, a oír la primera misa, que se celebraba a Ah!— pensó--. El sacristán todavía no
las seis de la mañana. La viejita encontraba
se ha levantado. Esperaré.
profundo y vivo goce en aquel místico ejercicio. Y se sentó en el poyo de piedra, cerca
Nada la habría hecho faltar a «su misa»; del enorme portón de madera, trabajado con
ni el mal tiempo, ni los achaques y el cansan- el primor y el esmero de los artífices del colo-
cio, propios de su edad. Envúelfa en su ,manta niaje.
de vapor negro, el grueso devocionario en las En aquella iglesia se guardaba un verda-
manos arrugadas y finas, con paso menudo — dero tesoro en alhajas. para las imágenes san-
pero no torpe— atravesaba las calles, donde tas, custodias resplandecientes de piedras pre-
transitaban los primeros aguadores en sus bu- ciosas, copones y cálices de oro purísimo. Es-
rros; indias con canastas de frutas; vendedores
te tesoro había despertado la codicia de foraji-
ambulantes de calientes y doradas «rosquitas» dos, que aquella misma noche debían dar el
y sabrosas «tortas» de manteca. Al despertar- golpe.
se la ciudad —no eran aún las cinco y media Y llegaron a la puerta del templo donde
de la mañana-- Doña Panchita estaba ya en
esperaba la viejita, seis hombres de aspecto
camino al santuario, donde iba a platicar con torvo, provistos de armas e instrumentbs para
el Dios de sus amores.. el robo. Seis bandidos a apoderarse de las ri-
Un
Un día «la Santa» —se acercaba a los quezas de la iglesia, ante cuya puerta aguarda-
setenta y seis años y la edad se le imponía ba doña Panchita.
ya a *doña Panchita—, en lugar de levantarse,
Los bandoleros conocían a la viejita. ¿Quién
como siempre; a las cinco de la mañana, dejó en la comarca no sabía de las virtudes de la
el lecho a las tres. Todo dormia en la ciu- «Santa» , cuyo corazón irradiaba caridad hacia
dad; la viejita no encontró en las calles ni a los menesterosos? El Jefe, quitándose el som-
los aguadores en sus burros, ni a los ven- brero, pidió a doña Panchita, petición que era
dedores con sus canastas, ni a las indias con una orden:
56 A VES NOCTURNAS

—Retírese, señora. Necesitamos abrir la


puerta. Doña Panchita miró a los seis foraji-
dos y comprendió que escondían intenciones
criminales; comprendió que iban a profanar la
casa de Dios y a cometer horrendo sacrilegio. El vaso roto
Una inmensa piedad, una compasión infinita
hacia aquellos pecadores invadió el alma de la
«Santa».
Para impedir el sacrilegio y la profanación
del santuario, púsose 'a hablar en tono fami-
liar, cariñoso y senciflo con los bandoleros; les
E NCERRADO en su amplio y cjaro taller,
Gregorio Marín trabajaba. Tenía que en-
tregar, al día siguiente, varias piezas para el
dirigía preguntas acerca de su familia y les re- horno. Las hábiles manos del alfarero habían
lataba anécdotas relativas a la ciudad ; ellos la. modelado ya unas vasijas de formas robustas
escuchaban, un poco intimidados y,. a la vez, y graciosas; ahora Marín estaba dedicado a la
cautivados por la, encantadora sencillez de la creación de un cántaro, cuya línea deseaba el
viejita. artista fuera, a la vez, ingenua y audaz, armo-
Y pasaron los minutos y las horas; los niosa, viril y sobria.
hombres no se atrevían a llevar a cabo su pro- Gregorio sentía, al modelar los contornos
pósito, en el temor de ofender y de disgustar del vaso, cierta dolorosa inquietud, cierto de-
a -la Santa,. sasosiego, inusitado en él, que habitualmente
Y desaparecieron los luceros del cielo; ce- laboraba con alegría y serenidad.
só de gemir el ave nocturna ; en el nogal fron- Los minutos y las horas pasaban y Ma-
doso los gorriones y las alondras saludaron rín no lograba realizar la forma soñada. El
el alba, y resonó el pregón del primer aguador: barro parecía, esta vez, no obedecer a las ma-
«Agua . . . agua . » nos nerviosas y ardientes del artista.
Los seis ladrones su fueron rápida y sigi- Entró, al taller un hombre, que después
losamente, huyendo del día y de las gentes; de saludar con familiaridad cariñosa a Marín,
así fué cómo la iglesia de Ch. .. pudo conser- se puso a mirar las piezas terminadas. Grego-
var su tesoro, gracias a doña Panchita Sosa, rio, que había encendido- un cigarrillo, se pa-
a quien la ciudad toda llamaba la «Santa». seaba silenciosamente por la. habitación.
58 ALES NOCTURNA MARIA WIESSE 59

—Y ¿ya estamos listos, Gregorio? —pre- to para el horno . . . Le ruego avise a mi es-
guntó el visitante—. Ya sabes, que hay que en- posa lo ocurrido, para que no me espere, ni
tregar lo más pronto posible el pedido. se intranquilice.
—Falta una pieza, don Pablo —contestó —Bueno muchacho . . . Te dejo solo para
Marín--. Todavía no la he logrado. que puedas trabajar . . . Te mandaré un poco
—¿Cuál?--. Y don Pablo Rambla, el pro- de cerveza, sandwiches, para que cenes
pietario de la fábrica 'de cerámica artística e in- Hasta mañana, Gregorio.
dustrial, para la cual trabajaba Gregorio Ma- 2
rín, examinaba, de nuevo, los cacharros.— Veo
que has concluido todas las piezas. Y están Amanecía. Gregorio Marín arrojó la blusa
bien, muy bien. de trabajo, hizo correr sobre las afiebradas
—No, don Pablo. Esta no me satisface. No manos un chorro de agua fresca y salió del
irá al horno. taller, en dirección a su casa. El artista estaba
--¡Bah! muchacho. Tú te exiges demasia- cansado, pero llevaba el espíritu sereno y sa-
do a ti mismo. Tejo digo yo que algo conoz- tisfecho. Apresuradamente tomó el primer ómni-
co, no en vano dirijo tantos años este nego- bus de la mañana; la casa de Marín se es-
cio; el cántaro te ha salido hermoso. Déjalo ir condía entre los eucaliptus, de un pueblecito si-
también al horno. tuado a quince minutos de la ciudad.
—Imposible, don Pablo. No me lo perdo- Gregorio pensaba con dulzura en la com-
naría nunca a mí mismo. pañera, que lo esperaba en el hogar; pasado
Y el alfarero, tomando la vasija, deshizo el ardor del trabajo, no deseaba sino el repo-
con mano violenta, casi brutal, la arcilla, aún so suave y puro de su casita.
húmeda. Los pedazos todavía palpitantes del , Clara, cuando llegó Marín, estaba ya le-
cántaro cayeron al suelo; Marín friamente con- vantada. Tenía preparado un desayuno de fru-
templaba su trunca creación. tas, miel, tostadas y leche para su marido; to-
_ —Eres cruel con tus propios hijos, Ma- do estaba dispuesto en el pequeño comedor,
rín. No has debido romper ese vaso. cuyas • ventanas se abrían sobre el jardín. Y a
—Trabajaré hasta realizar otro que esté la estancia entraban por aquellas ventanas aro-
bien . Me quedaré toda la noche, en el ta- mas de rosas, rumores de insectos, trinos de
ller, don Pablei; mañana el cántaro estará lis- gorriones.
MARIA WIESSE 61
60 A VES NOCTUR`NAS

za, el alfarero no pensaba ni en el dolor, ni en


El artista besó tiernamente a su mujer. la Inquietud' dé Clara, sola' en su lecho de en-
Clara, como su nombre, exhalaba claridad, ferma; sola con el hijo salido de su vientre.
limpidez, delicadeza. En ella había una gracia El alumbramiento se había efectuado --co-
dulce, un poco infantil, un poco candorosa. mo lo anunciara el médico-- con toda feli-
Pero,. ahora, aquel encanto de niña se había cidad. Clara, alentada por el cariño de su ma-
revestido de majestad con la próxima materni- rido, había soportado valientemente los dolo-
dad de Clara; solamente le faltaba un mes a res 'de 'su primera maternidad.
la esposa de Marín para dar a luz. Pero la -álegría que sintió al escuchar la
Gregorio, que se casó profundamente ena- voz de su hijo, llorando al salir del tibio nido
morack4 amaba ,aún más a su mujer, ahora maternal, se tomó en un ',inmenso espanto. El
que iba a ser madre. Y Gregorio sentía flore- niño, robusto y de tamaño normal, no tenía
cer, al rededor de aquel fruto de su amor y de brazos. Dos muñones informes pendían de los
su ternura que Clara llevaba en sus ente añas, hombros de la criatura; el niño --fruto de amor,
todas sus esperanzas e ilusiones de hombre, de ternura y de ilusión-- era un ser anormal,
que quiere revivir en otra criatura humana. deforme, monstruoso. ¿Qué espantosa herencia,
El médico había examinado a Clara. que horrible tara hacían de la pobre criaturita
—Todo se presenta bien, aseguró el , fa- un triste y lamentable ejemplar humano?
cultativo a Marín. Su esposa 'es fuerte, la ges- Gregorio no se lo podía explicar. El era
tación se está haciendo en forma normal. El sano, muy sano y no conocía a ningún enfer-
alumbramiento no se efectuará' sino con las di- mo entre sus ascendientes. Clara, también, era
ficultades naturales a todo parto de primeriza. espléndidamente lozana y bien .constituída.
¿Por ese horror de un hijo anormal?
3 Gregórió no quería ni mirar al hijo, al recién
doa ‘eitiieti la nahitaleza no había dado
naci;'
ir. Pretextando trabajos urgentes, Marín no brazós. `'.
volvía a su casa hacía tres días. Una repul- 4
sión, un horror, una repugnancia más fuertes
que la voluntad y la razón lo tenían alejado de Volvió Marín a su casa.. El rostro muy
su hogar. pá mirada .sombría; taciturno, con las
Cegado por el asco, la ira y la vergiien-
62 AVES NOCTURNAS
MARIA WIESSE 63

huellas de una tragedia en la fisonomía, así es-


taba el alfarero. Clara, el niño, las criadas; solamente Marín
Ordenó a la criada: no reposaba.
—Saque Ud. al niño del cuarto de la se- El joven había salido al jardín y, bajo un
ñora. árbol, meditaba largamente. Tenía la cabeza
—Gregorio ¿qué tienes?. . . Yo no tengo oculta entre las manos y un extraño temblor
la culpa . . . Es una desgracia, a la que hay sacudía todos sus miembros. Un ave nocturna
que resignarse. Tendremos otros hijos y esos ululó melancólicamente en, las ramas de un eu-
estarán bien. caliptos; Gregorio, bruscamente, se . puso de
pie y entró a la ,casa.
Humildemente Clai' imploraba a su mari- En el cuarto de Clara una lamparilla de
do. Quiso tomarle la mano, pero él la retiró
aceite iluminaba suavemente el lecho donde
como con asco.
dormía la madre, la mesa con frascos y menu-
En los ojos de la joven habían huellas de dencias de crianza y el rostro apergaminado • e
lágrimas, pero sus mejillas presentaban un fres- hinchado del párvulo, profundamente, dormido
co tono de rosa y bajo la leve batista de la en su cuna tibia y blanca.
camisa los senos apuntaban duros, llenos de El alfarero se acercó cautelosamente a su
1 eche. hijo, descubrió el mísero cuerpecito sin brazos
Gregorio no la miraba. Ella, sin embargo, y tomando una almohada cubrió con ella el
seguía con la esperanza de despertar en el co- rostro del niño . . .
razón de. su marido un poco de compasión: Dos minutos . . . Un minuto . . . ¡Qué fuer-
—Tengo mucha leche. El médico dice 'que za tiene esa criaturita! Cómo se ha arraigado
soy buena nodriza. El (no se atrevía a decir la vida en esa triste carne . . . Pero Marín con
«nuestro hijo»), el. . . niño es mamón. El médico mano férrea hunde más y más la almohada;
dice que, a pesar de eso, es fuerte . . ¡Oh; ya el niño lucha menos. Su respiración se va
Gregorio, ten piedad del pobrecito! haciendo más débil, más débil; -cada segundo
se va tornando más débil. Hasta que cesa de
5 latir el corazón del párvulo.
—¡Gregorio, Gregorio!— exclama Clara,
En la casa del alfarero todos dormían: que ha despertado sobresaltada, ¿qué haces,
por Dios, qué haces?
64 AL ES NOCTURNA

--Ya está roto el vaso, que no habla podr.


do realizar, responde el alfarero con acento
salvaje... Afuera, de nuevo, un ave nocturna
ululó en las ramas de un árbol.
Arátitas de Infancia
1

La casona de mis abuelos

15 abuelos eran pobres; había perdido mí


abuelo —a quien llamábamos los nietos
«Papá, viejo» — toda su fortuna cuando la de-
preciación del billete, bajo el gobierno de Cá-
ceres. El nombre de Cáceres era pronunciado
con hdrror en casa de mis abuelos. «Por Cá-
ceres- hemos perdido todo», suspiraba mi abue-
la. «Por el estamos- as-1».
Pero mis abuelos habían podido , conser-
var su casa y allí pasábamos largas tempora-
das, cuyo recuerdo, después de muchos años,
persiste en mi corazón, como perfume escondi-
cib en un cofre,.
Veo a través de la niebla de mis recuer-
dos la casa de un solo. piso --fué construida
en los albores de la Independencia— con su
gran portón claYeteado, sus dos ventanas con
;gruesos barrotes, -su patio, sus traspatios y su
Las Sabitaciones eran inmensas, muy
altas de te ec:.En el patio y en los traspatios
MARIA WIESSE 67
66 AVES NOCTURNAS
De la sala de la casa ya se hablan ven-
florecían enredaderas de ñorbos y jazmines. dido los mejores muebles; sillones de vaqueta,
¡Qué olor tan suave y penetrante el de los arcones tallados, porcelanas. (Y, del comedor,
jazmines! Uno de mis juegos predilectos era los cubiertos dé plata). La sala estaba un poco
recoger los jazmines y esparcirlos en los .ca- desmantelada, pero a mi me gustaba así, por-
bellos de mi abuela —que todavía erais negros que podíamos jugar y correr con más libertad.
y abundantes—, de cuyas protestas no hacía yo En el cuarto de mi abuela había un cru-
caso. cifijo, bellísima talla de madera hecha en los
—Déjame, niña. Ya estoy vieja para eso. talleres de Quito, con el Inri y los clavos de
—No, mamita. Quedas linda. Mírate en .el plata, ante el cual ardía, perenne, una lampa-
espejo . . . Anda, mírate en el espejo. rilla de aceite. El rostro de ese Crucificad()
Mi abuela tomaba el espejo, contemplaba respiraba ternura y dulcedumbre inefables; to-
su negra cabellera cuajada de níveos y perfu- das las noches mi abuela nos llamaba: ..Niños,
mados pétalos, alzaba los hombros y sonreía vengan a rezarle al Señor» . Y nos hacia repe-
con una sonrisa que, después, he comprendido tir: «Alma de Cristo, santifícame»
que era más bien melancólica. A mí me impresionaba ver el rostro amo-
—¡Qué juegos tienes!— exclamaba. roso y dulce del Señor, pero, lo confieso, hu-
--No venderé nunca esta casa --aseguraba biera " preferido no detenerme, todas las noches,
mi abuelo.-- Quiero dejársela a mis nietos. a repetir el «alma de Cristo» etc . . . Es cierto
Mi abuelo, después de su ruina, se había que me rendían el sueño y el cansancio del
dedicado a un pequeño comercio, que iba de día, transcurrido entre 'juegos, carreras y trave-
mal en peor. El no tenía ni aptitudes, ni espí- suras.
ritu de comerciante; los clientes se aprovecha- En el cuarto de mi bisabuela . —madre de
ban de esta ineptitud comercial y no estaba le- mi abuela-- habían aún más imágenes religio-
jano el día en que tendría que cerrarse la tien- sas, cada una con su lamparilla de aceite. La
da. ¿Vendería entonces la casona? Pero allí habitación parecía una capilla. La Dolorosa,. el
estaban mis tías que, valerosamente, con valor Señor' de la Caña, San José, San Francisco
que en esa época no tell 'las mujeres, se de Asís, Santa Rita de Casia; todo el satito-
aprestaban a trabajar. .Pre an sus exáme- ral, en repisas y paredes.
nes de preceptora y se dedicarían a la enst4, - A mi bisabuela la Ilamában, en la ciudad,
fianza. No se vendería la casos.
68-AVES NOCTURNAS
M A R I A WIE•SSE 69
la «santa, por su extremada devoción y sus
obras de caridad. —Niñita; ya maté el cabrito. Voy a' hacer
Casadas mu'y jóvenes —tanto ella, como' un «seco» bien sabroso, bien rico.
mi abuela— eran todavía fuertes de espíritu y ¡Había matado al cabrito! Estallé en sollo-
de cuerpo. zos. Y desde entonces no entré al corral, don-
En el primer traspatio de la casa estaban de no me recibiría ya con tierno y triste bali-
las grandes tinajas de arcilla, donde los agua- do el cabrito blanco, de dulce mirada.
dores depositaban el agua.
•¡Qué lindo, qué divertido, era ver llegar a 2
los aguadores! Indios robustos vestidos de to-
cuyo, hacían entrar a los burros con las pipas; Ei carbonao Chanes
sus pies anchos y desnudos dejaban huellas
húmedas en las piedrecillas del suelo y con Cuando nos conducíamos mal —pleitos,
voz cantarina anunciaban. desobediencias, malas maneras en la mesa. —
—¡Aguador! ¡Aguador! resonaba, terrible, la amenaza:
Bajo la mirada vigilante de mi abuela el —Niños; si siguen portándose mal Cha-
agua era cuidadosamente distribuida en jarras, nes vendrá a llevárselos.
vasijas, porongos y en la piedra de destilar, don ¡El carbonero Chanes! Surgía ante noso-
de caía gota a gota, con ritmo igual y monótonb. tros la visión de un ogro de filudos dientes e
Pero el lugar que yo prefería, en la casa inmensas manos, todo ennegrecido de carbón,
de mis abuelos, era el corral, donde, conVivía misterioso y sanguinario, dispuesto a mtter en
con cuyes y gallinas un cabrito blanco, de' su enorme talega a los niños traviesos y mal-
dulce mirada. El cabrito me recibía con tierno criados.
balido y su lengua, suavemente, se posaba en Cuando alguno • de nosotros rehusaba to-
la pálma de mi mano. mar purgante —¡oh ese horrible aceite de rici-
°El cabrito estaba destinado a la olla — no!—; cuando nos demorábamos, de noche, en
«seco de cabrito a la• norteña» --; un día yó dormir, charlando y riendo, aventándonos las
no lo encontré en el corral. almohadas, el nombre de Chanes nos hacía
La cocinera —mestiza joven que tenía sus beber rápidamente la desagradable pócima y
pretensiones de guisar bien— me anuncio: apagar prontamente la vela. Pero a mi terror
hacia Chanes se mezclaba confusamente el de-
70 AVES 151:0CTURNAS MARIA WIESSE 71

seo de conocerlo, de verlo, de constatar su Yo temblaba, pero tenia que mirar al ogro,
crueldad y su fealdad. enfrentármele, sacando coraje de donde no lo
¡Yo tenía que conocer a Chanes! Mi cu- tenía.
riosidad era tan viva como mi miedo; tenía Entré a la cocina. (En último caso, pensa-
que conocer al ogro, eso si sin . acercármele, ba, me defenderla la cocinera),. Un hombre
no me fuera a meter en su talega para des- más bien de pequeña estatura, el torso desnu-
pués cortarme en pedacitos y comerme. do y pintado de polvillo negro, se limpiaba el
Tracé un plan sencillo y. audaz; entré a rostro; un rostro cetrino de mestizo viejo, en
la cocina y me fijé que se habían concluido el que se dibujaba una expresión de bondad
.la leña y el saco de carbón Vegetal. Y escu- y de cansancio.
ché esta frase a la cocinera: Yo no podía casi hablar. Con voz tem-
--No tarda en venir don Chanes con la blorosa pregunté:
leñay el carbón. --Ud . . . Ud . . . ¿es Chanes?
Sentí que un escalofrío de miedo corría —Sí, patroncita, si, para servirla.
por mis venas, pero en este miedo entraba La voz era suave, humilde y los ojos del
una como satisfacción de anhelo realizado.
ogro miraban con dulzura.
Me fuí al traspatio y allí, tras de una
tinaja de agua, esperé el paso del ser misterio- —¿Qué se le ofrece a mi patroncita?
so, espanto de los niños malcriados. La voz tenía modulaciones de cariño y en
¡Qué espera más llena de angustia y de los ojos se leía una ternura de perro fiel.
sobresaltos, a la vez estremecida de miedo y ¡Ese era el ogro malvado y fiero que se
de ilusi5n! llevaba a los niños malcriados!
¡El ogro iba a venir y yo lo iba a conocer! --La próxima vez le traigo un chiroque a
Curvado bajo el hato de leña y el saco mi patroncita; un chiroque, en su jaula, bien
de carbón pasó Chanes. Ví unos pies desnu- cantor, bien mansito.
dos que se dirigían lentamente a k cocina. ¡Un chiroque cantor y mansito, en su pau-
Salí valerosamente, afrontándolo todo, de mi la!! La emoción me impedía hablar. Pero le
escondite. El ogro no me podía llevar ; yo gri- tendí la mano al carbonero, como quien se la
taría, lo arañaría, le mordería las toscas y crue- ofrece a un amigo muy antiguo y muy querido.
les manos. Así quedó destruida, eri la casona de mis
72 AVES M A R WIESSE 73
NOCTURNAS

abuelos, la leyenda terrorífica de Chanes, el car- Una .tarde, después de desgranar las fra-
bonero. ses cristalinas de la canción, la voz se quebró
3 y resonó el eco sordo de una tos.
Alguien dijo, en nuestra casa:
•Serenata de Schubert --Ha empeorado. Si no se va a la sierra
está perdida.
Frente a la casa de mis abuelos había una Una pena confusa y honda oscureció mí
ventana adornada con cortinitas blancas pul- corazón. A la hora, en que ella acostumbraba
cramente bordadas. cantar me detenía frente a la ventana de cor-
Como enjambre melodioso se escapaba, tinitas blancas, para recoger en mi alma de ni-
por las tardes, de esa ventana, una canción ; ña el susurro alado y puro de su canción.
era el dulce y fino acento de una voz de mu- Pero en vano esperaba. Había enmudeci-
jer. A mí se me antojaba que era la voz de do el ángel de la melodía y su voz no mur-
un ángel y dejaba mis juegos por ir a escu- muraba . ya las fraSes amorosas de la «serenata».
char la celestial melodía. Y un día salía de la casa de enfrente
—Pobrecita, dijo un día, mi tía Clotilde—. una caja blanca cubierta de flores; ya nunca
No cantará mucho tiempo. más resonaría la voz fina y dulce cantando la
—¿Por qué?-- pregunté, sorprendida. «Serenata de Schubert».
—Está enferma. Debek la irse a la sierra.
Esto lo dijo mi tía con tono compasivo y
misterioso.
¡Irse a la sierra! ¿Por qué debería irse a
la sierra el angel de voz melodiosa que des-
pertaba mis ensueños infantiles?
No me atreví. a indagar la razón dé ese
viaje; tenía miedo de saber algo triste y terrible.
Y en mis oraciones puse un fervor nuevos,
un fervor inusitado: «Dios mío, suplicaba yo,
que no se vaya a la sierra ; que siga cantando
con tierna y armoniosa voz».
Visita dominical

T ODOS lós domingos, a la misma hora,


con la exactitud de un cronómetro —po-
día caer la penetrante garúa de nuestro in-
vierno costeño o resplandecer el sol, en lo al-
to del cid() de tonos perlados—, pasaba delan-
te de mi casa el viejito de largos bigotes blan-
cos y mirada bondadosa. Pasaba caminando
con paso firme y seguro —a pesar de los
años que curvaban su espalda-- apresurándo-
se un poco para tomar el tranvía
El viejito llevaba siempre un paquete cui-
dadosa y pulcramente envuelto; golosinas o co-
mestibles se adivinaban bajo el limpio papel.
Una vez se detuvo el anciano, ante mi
puerta, y me confió el motivo de su salida do-
minical.
—Voy a ver a mi pobrecito, a mi desdi-
chado. Tengo a un hijo enfermo en el asilo de
alienados. Hace varios años que está allí.
No puedo faltar un solo domingo . . . Le
llevo sus golosinas, sus bocaditos. Me reco-
noce siempre y, en la noche en que está sumi-
da su inteligencia, mi visita es como un 'rayo
de luz y de alegría.
MARIA WIESSE 77
76 AVES NOCTURNAS'

el taconeo que se dirigía --siempre a la mis-


Como' un niño, toma ansiosamente las pe-
queñeces que le llevo, porque se ha vuelto co- ma hora— el tranvía. .
mo un niño grande mi pobrecito, mi ,,slesdi- Y, allá, en el triste hogar de los dementes
chado. un «desdichado» , un «pobrecito» , esperaría en
Así habló mi amigo, el viejito de largos vano al padre cariñoso y compasivo.
bigotes blancos, y su voz tembló ligeramente, Pasarían los minutos y pasarían las ho-
pero con el mismo paso firme y seguro se fué ras; en los jardincillos floridos de geranios y
a tomar el tranvía que debía conducirlo al re- rosas del asilo un pobre insano se consumi-
fugio de los que han perdido la razón. rla en la espera inútil y angustiosa del padre
«Mi pobrecito, mi desdichado» . que no llegaba con el oloroso paquetito,
En la tarde soleada de este ddmingo de
¡Con qué inmensa y compasiva ternura
había dicho estas palabras; con qué sencillez primavera, tarde tranquila, clara y tibia, llena
henchida de amor y de piedad había hablado del aroma fuerte y sano de los eucaliptus que
de su hijo enfermo!. se yerguen en la calle, esbeltos y umbrosos,
Allí, en el asilo de dementes lo esperaba he pensado en el viejito, que todos los domin-
gos se iba, apresuradamente, a visitar a su
—como un niño cuya inteligencia recién des-
pierta—. el hijo insano, anhelante de recibir el hijo, el «pobrecito» , el «desdichado» .
paquete de sabrosas golosinas.
Bajo el sol, la lluvia, el viento o la bru-
ma había de dirigirse,- todos los domingos, el
viejito, con su paquete bajo el brazo, al triste
hogar de los dementes . . . .
Pero un domingo ya no pasó el viejito a
tomar el tranvía; la víspera, unos cuantos ami-
gos y familiares habían acompañado un ataúd
hacia la morada, de los muertos.
Y la silueta curvada, los largos bigotes
blancos, el paquete pulcramente envuelto ya no
aparecieron por la quieta calle, sombreada de
eucaliptus; ya no resonó, golpeando el asfalto,
Las manos de Rosalla

Escribe uno de tantos:

O . he tenido siempre el culto y el amor de


las manos: Una mano de mujer fina, lar-
ga, pálida y bien dibujada me dice más que
una mirada o una sonrisa.
Mi ensueño y mi obsesión son encontrar
esas manos de aristocracia y de armonía su-
premas. Si yo fuera poeta compondría en elo-
gio de las manos de mi sueño estancias musi-
cales y claras; pero yo no soy más que un
hombre de mediana inteligencia, un sentimental
sin gran cultura, que va por la . vida tejiendo
la trama de un ensueño, quizás irrealizable.
¡Cuántas mujeres han pasado cerca de mí
radiantes de gracia, nimbadas de belleza, pero
se me han antojado insípidas y anodinas por-
que sus manos no eran las delicadas, leves y
bellas manos de mi ilusión!

Hoy al ir por una calle —no recuerdo su


nombre, pero sé dónde se encuentra— he vis-
80 APES NOCTURNA MAR.1A WIESSE . 81

fo, asomado tras las rejas de una ventana, un ciana. Apenas si corre por la adoquinada pis-
rostro de mujer de una dulzura, a la vez, me- fa uno que otro automóvil y son escasos los
lancólica e infantil. La dulzura de ese rostro transeuntes. Me siento en otro mundo en es-
ha hechizado mi corazón como una caricia. ta callejuela apacible, donde solo resuenan las
He sentido la nostalgia dé un amor; he sentido notas de un piano, repitiendo, sin cansarse; la
el ansia de un afecto hondo, vehemente y pu- misma tonada. Esta tonada es el tema caden-
ro y he pensado: ¿no será este rostro tan cioso del «Minuetto» de Paderewski, que al-
dulce y tan ingenuo el que fije mi destino? guien estudia con tesón y paciencia.
¿No serán ,estos ojos los que me lleven por el Esta tonada ceremoniosa y elegante la oi-
camino de mis secretas esperanzas de amor? • go todos los días, a la misma hora --el cre-
¡Yo he de acercarme a esta mujer! púsculo pinta de rojo y naranja del cielo--; me
acompaña durante mi paseo sentimental y aso-
cio el viejo danzón a la dulce sonrisa de mis-
teriosa tristeza, que palpita —como pájaro en-
Todavía no nos hemos hablado; yo paso carcelado— en sus labios.
todas las tardes por su calle y la miro larga-
mente. Ella parece esperarme en su ventana ;
una ventana de gruesos barrotes de la ciudad
vieja ; me ofrece la suavidad de su sonrisa, en Nos hemos hablado. Me ha dicho su
la que yo advierto una como escondida e ínti- nombre; Rosalía. Le pedí acak iciar sus manos;
ma tristeza. Esta tristeza me atrae y me seduce. aprisionarlas en las mías: para mí lo más her-
Siento que voy a querer mucho a aquella moso en el amor es el gesto de las manos en-
dulce y melancólica criatura; creo que le entre- trelazadas; encierra mayor ternura que el beso.
garé mi vida toda. Pero todavía no he visto Se negó, como asustada. «No, todavía no,
sus manos que yo me imagino las de una vir- balbuceó. Nos pueden ver . . . Déjeme. . Váya-
gen botticelliana. Hasta ahora no he contem- se . Será otro día ...»
plado sino su rostro pensativo, enmarcado por Me, fuí llevándome la amargura de una de-
oscuro y rizado cabello. silusión.
La calle donde ella vive tiene algo de la Yo quiero conocer sus manos; yo anhelo
quietud de las callejas de una ciudad provin- besar sus dedos, con la delicadeza con que se
41111111~..

82 AVES NOCTURNAS M A R I A W I E S S E 83

besan los níveos pétalos de un jazmín 9 de un Hace tres días que a la hora de „ siempre
lirio. paso por su calle. Y no está ella en la venta-
na. Nerviosamente recorro la acera, mirando
hacia el lugar donde ella parecía esperarme.
No me importan los comentarios que puedan
Hoy no ha salido ella a su ventana. He hacerse sobre mi actitud; no me importa el ri-
rondado en vano por su casa y por su calle. dículo, en el que voy hundiéndome poco a po- •
Y, en mi ronda, me perseguía, como sonsonete ¿o. Tengo que verla. Tomo una resolución de-
burlón, el tema del «Minuetto», que alguien re- sesperada; tocaré a su puerta y con cualquier
petíay volvía a repetir, en un piano. pretexto pediré verla. Esta incertidumbre me
Encerrado en mi habitación he querido tortura y. me consume; tengo que sacudirme de
evocar el rostro de Rosalía, su sonrisa, su mi- esta angustia.
rada, pero todo se ha esfumado, se ha borra-
do en mi ,memoria. No he visto sus manos y
me parece que una sombra, que una densay , Mis sueños de esta noche han sido po-
espesa neblina envolviera su fi gura, ocultándo- bleidos de manos de mujer que surgían ante
la a mis ojos. mí en la sombra de: mi cuarto; las unas, finas
Sólo puedo pensar en sus manos que no aristocráticas, bellas; las otras, anchas, plebe-
conozco . . . SuS manos, ¿cómo serán sus yas, sin gracia y sin armonía; y, también, la
manos? imagen espantosa de una mano a la que le
faltaban tres dedos.
Esta mano mutilada se dibujó con increí-
ble precisión, en la pared, frente a mi. Y cla-
¿Si no respondía su corazón a la simpa- ramente —resonó como risa cruel y sarcásti-
tía que el mío le ofrecía por qué me sonreía ca— el tema musical que me acompaña en mis
con tanta dulzura, en su ventana? ¿Por qué me rondas sentimentales; el tema del «Minuetto»
dijo su nombre? ¿Por qué sus ojos me miraban de Paderewski. . .
con- tan ingenua y ferviente ternura? No; Rosalía, no podré acariciar tus ma-
nos ni aprisionarlas en -las mías con apasiona-
da tersura; no podré inclinarme ante ellas en.
84 A VES NOCTURNAS
a
actitud de adoración, ni besar tus dedos como
se besan los pétalos de una flor.
Tu mano, Rosalía, la ví anoche en sue-
ños; mutilada, desgarrada, deforme. INDICE
¿Para qué llamar, entonces, a tu puerta y
constatar la tremenda verdad, que derrumbaría Pág.
mis secretas esperanzas de amor? -
Tres, viejas en una ventana 5
Una luz en la noche 21
Justicia 29
Un Matrimonio respetable 39
Mi abrigo gris 45
La Santa 53
El vaso roto 57
Aromas de Infancia 65
Visita dominical 75
Las manos de Rosalía 79
Este libro se acabó
de imprimir en el
taller gráfico
de P. Barruntes C.
el 31 de enero de
1941. Ciudad de Lima,

Perú

Laus Deo.

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