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10 Novelas

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1. Basura espacial somatizada. ®. ©.

Basura espacial somatizada.

Novela de Ciencia Ficción.


(Narrativa)
Autor: Jorge Ofitas.
Sevilla. 2015. ®. ©.

BASURA ESPACIAL SOMATIZADA I.

Resultó que la comunidad científica descubrió que la basura espacial somatizaba en los
seres vivos y éstos a su vez somatizaban en la basura espacial. Así que extrañas imágenes y
artilugios comenzaron a poblar el espacio exterior próximo al planeta tierra. Estos sucesos
caían fuera de la comprensión del consejo científico elegido para estudiar e intentar
solucionar el problema. El primer caso se dio en un hombre que paseaba por un parque y se
hizo un “selfie” con su celular, segundos después de hacerse la foto el hombre desapareció,
reapareciendo su imagen viva flotando junto a la basura espacial extra tierra. Nadie sabía a
ciencia cierta si el hombre seguía vivo gravitando en el espacio o solamente era una
imagen. ¿Pero cómo pudo ocurrir tal cosa? El segundo caso era aún más preocupante, una
mujer que compraba con su tarjeta de crédito en Internet desapareció por la ranura donde
se insertan los pen drive, reapareciendo igualmente su imagen orbitando alrededor de la
tierra. Era realmente un problema muy serio sin visos de solución y lo peor estaba por
llegar, porque pocos días más tarde una familia que hacía fotos en un zoo desapareció al
completo junto con el zoo. Por supuesto ocurrió como en los dos primeros casos, las
imágenes de la familia en cuestión y todo lo que contenía el zoo, animales, visitantes y
demás comenzaron a aparecer allá en el espacio exterior y a dar vueltas alrededor del
planeta.

Los gobiernos puestos al corriente interrumpieron inmediatamente las conexiones de Internet en todo el mundo y también los teléfonos móviles, solo se permitían
teléfonos por cable y walkie talkie. En principio las señales de radio tampoco se vieron afectadas, aunque esto no duraría. Los cuerpos militares tomaron las riendas
del caso y el mundo entró en colapso ante la situación grave e inesperada. Nadie sabía por dónde empezar o tal vez era el principio del fin…
Hasta que llegó la primera gran catástrofe. Un pequeño país no recibió los avisos pertinentes debido a su aislamiento diplomático e hizo una conexión vía satélite a
otro país, ignorando que no se podía hacer tal cosa, segundos más tarde el estado desapareció con su franja de tierra y en su lugar apareció un vasto desierto de
arena. Esta crónica consternó al planeta que ahora solo oía las noticias vía radiofónica.
Los amantes de las tradiciones antiguas, los anti sistemas, los naturistas, ecologistas y otros grupos verdes de presión consiguieron echar el mundo a las calles y la
clase política quedó bloqueada y expulsada de la dirección que debía solventar lo que podría ser el fin de la humanidad conocida. Pero los dueños de las grandes
fortunas y todos los ricos rieron y consiguieron bloquear los fondos destinados a investigar el síndrome de la basura espacial somatizada, tal como la bautizaron.
Y cuando menos se esperaba comenzaron a surgir otras variantes del síndrome. El primer caso de estas nuevas variantes se dio en una persona que estaba
obsesionada con un culebrón televisivo, el hombre se sentó con sus palomitas y refrescos a ver su capítulo semanal y al darle al mando del televisor el mando lo
engulló. Luego su voz comenzó a salir en todos los receptores de radio del mundo por espacio de una hora. Seguía vivo aunque en forma de corriente eléctrica, pedía
socorro e interfirió todas las comunicaciones militares, quedando el globo aislado de nuevos noticiarios. El siguiente fue una chica que vivía sola y se enamoró
platónicamente de un apuesto galán de cine, cuando de repente una larga mano salió del televisor agarró a la joven que estaba en su sofá y la metió dentro del
capítulo, estos dos casos aterrorizaron tanto al mundo que casi todos los habitantes apagaron o destruyeron sus televisores…
Esto solamente sería el principio de un largo elenco de extraños fenómenos que desestabilizaron el planeta y lo convirtieron en un caos tecnológico, pues debido a la
dependencia humana de la tecnología casi toda la industria incluidos todos los tipos de transportes quedaron bloqueados. Las materias primas dejaron de llegar a
todos sus destinos y solamente las regiones que poseían su propia riqueza agrícola, ganadera y pesquera podrían sobrevivir al síndrome de la basura espacial
somatizada. Todos los países del globo se reunieron en un consejo extraordinario y el mundo volvió así a la edad media, pues todas las luces del planeta se apagaron,
los generadores de energía se agotaron, los coches no arrancaban y nada que fuese eléctrico. Por este motivo se dispusieron con urgencias criaderos de palomas
mensajeras. Dentro de la oscuridad todos quedaron aislados de todos y muy pronto las familias comenzaron a organizarse en clanes, ante la intensa oscuridad y
miseria que se avecinaba.

BASURA ESPACIAL SOMATIZADA. II.


La decepción del hibernado.
August Hellman se tumbó dentro de la cápsula de hibernación. Los científicos de la agencia aeroespacial una vez hubieron conectado todas las terminales vitales
cerraron el compartimento. Sería la primera vez que una cápsula con un ser humano en su interior cruzaría el espacio a velocidad luz. Destino, un nuevo planeta
similar a la Tierra descubierto en los límites de la vía láctea. Si los datos de la sonda espacial fueron correctos los niveles de oxígeno serían similares a los de la Tierra y
August podría salir de la cápsula e inspeccionar el nuevo planeta sin riesgos para su salud.
Cuando arribó al nuevo planeta August quedó desconcertado. El mismo grupo de científicos que lo lanzó al espacio lo estaba esperando. ¿Había vuelto a la Tierra?
¿Salió mal el experimento? Preguntó August al jefe del proyecto, qué le respondió:
- No querido August. El experimento ha salido como pensábamos. Pues hemos demostrado que el espacio exterior solo es ilusión, como dicen los indos es maya.
- ¿Y adónde fue mi cápsula, entonces?
- La Tierra está embolsada en una membrana invisible y nebulosa que a su vez impide que cualquier cuerpo orgánico o sólido la cruce. Sí, August. Lo del espacio es
como lo de los reyes magos a los niños o un cuento de navidad con santa Claus. Como lo prefieras.
- ¿Y qué haremos al respecto?
- Esperar a que todo termine. El planeta está siendo engullido por un agujero negro de la membrana.
- Que extraño, jefe.
- Lo es. Fíjate el color del cielo está cambiando, color plomo.
- Es terrorífico. Deberíamos bajar todos al subterráneo.
- No. Que preparen la ultra nave. Permiso concedido.
- ¡Sí, mi general! ¡A la orden, señor!... ¡Código platino! ¡Código platino!
- Jefe, ¿qué significa código platino?
- Evacuación de las familias elegidas. Destino, vagar por el espacio. Una posibilidad entre millones de encontrar un planeta…
- ¿Y por qué no algún planeta del sistema solar?
- Para eso tendremos que esperar, a ver cómo se va desarrollando la membrana. ¿De dónde habrá salido ese agujero negro?..
- A lo mejor solo es el reflejo de un inmenso, capitán. Ja.
- ¡Astronauta, August! No me obligue a presentar un informe al consejo superior de amazonas por machismo interestelar.
- Pido disculpas, señor, por la grosería.
- ¡Mi general! Ha llegado esto para usted urgente del consejo científico.
- Gracias, soldado. Retírese. Mira esto August. La basura espacial se está comiendo literalmente a todo ser orgánico.
- Si pudiésemos lanzar la cápsula más allá de la bruma…
- Es imposible. ¿Se te ocurre alguna idea para salvar la humanidad? Doctor…
Continuará...
Nota del autor: Esta novela está concluida y se irán subiendo los capítulos según el interés de los lectores.
Un cordial saludo.

Autor novela: Jorge Ofitas.


2.AQCUA FERMATA. ®.
Capitolo primo.

Laura decidió olvidar el comercio familiar aquella noche de luna, en el mismo instante qué aquel guapo rico americano la besó frente a la fontana de Trevi.

Cuando su hermano Leopoldo le regaló aquel viaje turístico se alegró pues se sentía estresada pero no quería o no podía permitirse defraudar a su padre. Su
progenitor la consideraba la mejor de toda la empresa, a pesar de todo, Laura cogió aquel avión y pasaría la pascuas fuera del país. Su familia sabía sobradamente
que ella necesitaba aquellos días de asueto, casi siempre viajaba sola y aquel viaje a la bella Italia la ilusionó sobremanera.

Buscó acomodo en aquella pizzería romana, algo tímida, con ese aroma suyo, que provocaba la mirada intensa de algunos elegantes y atractivos hombres italianos,
no era perfume, sólo una pastilla de jabón la toja regalo de su madre.
No estaba muy segura de quedarse a cenar allí, pero aquel camarero con su sonrisa y buenos modales le provocó un sonriso.

– Notte di natale… Nochebuena…

Los chicos italianos tan aseados y bien vestidos le gustaban, si bien no tenía por costumbre acostarse con nadie sin haberle tratado antes, al menos un tiempo… Aquel
camarero la convenció sólo con su acento y una sonrisa. Su pizza estaba marchando. Entonces apareció él con su porte de yankee rico, seguro de sí tras su sonrisa de
nácar. La miró como si fuera la última vez y Laura quedó prendada de aquella mirada brillante y azulada. El sonido del motor de una vespa color rojo con una guapa
italiana sentada de lado, la devolvieron a la realidad. - ¿Me permite acompañarla señorita? Intuyo que ambos estamos solos en esta preciosa y milenaria urbe. Laura
no podía evitarlo, era demasiado bonita para que los hombres la dejasen en paz, esto y la expresión dulce y magnética de su bello mirar, hacia desvariar a cualquier
sabio…

Laura no era totalmente consciente de su propia belleza y aquí radicaba parte de su hermosura y pureza inspiradora. Anthony, nombre con el que se presentó el
americano, hablaba un perfecto castellano, ignoraba que Laura fuera española, tal vez lo sospechó o tal vez ya la conociera de haberla visto en alguna otra parte. Lo
cierto es qué la besó sorpresivamente y la llevó a sus brazos, como hacen los galanes de las películas norteamericanas, sus aromas se entremezclaron durante unos
segundos sin que Laura opusiese resistencia aparente. La tos fingida del desilusionado camarero ahora los interrumpió y el bambino exclamó:
- Scolpare signorina, su pizza. – Ella contestó en español:
- No hay de qué y miró a Anthony que requirió la presencia del metre pidiendo una botella del vino más caro y exquisito.

Casi no intercambiaron palabras mientras bebieron la botella de vino y tras apurarla, él se levantó de su asiento y compró una vespa a un joven que aparcaba por allí,
dándole el doble del precio de su valor por la motocicleta….
Deambularon por Roma como dos adolescentes enamorados y enfrascados entre copas y besos decidieron pasar la notte di natale juntos, al amanecer Anthony subió
a un lujoso vehículo con los cristales tintados de negro dejando a Laura dormida en aquel magnífico hotel cerca del Vaticano…

Cuando Laura despertó y no vio a su amante, buscó por la estancia alguna nota de despedida, pero no la halló, tras la decepción descorrió las cortinas y contempló el
bullicio de la plaza, mientras su hondo romanticismo se hacía pedazos, en ese instante alguien llamó a la puerta de la habitación, se colocó su bata y abrió:

−Buongiorno signora. Buon Natale.


− Buongiorno. Buon natale. Buenos días. Feliz navidad
− Qualcuno ha lasciato questo per lei alla reception. (Alguien dejó esto para usted en la recepción)
− Oh. Grazie…

Fue el ramo de rosas más bonito que había visto jamás y en su interior había una nota: "Preciosa Laura. Siento haberme marchado de esta manera, tal vez algún día
volvamos a vernos. Tú no eres quién dices ser, eres mucho más que eso, eres poesía perfumada, que no merezco, eres la musa de los sueños de cualquier hombre. Te
dejo una solicitud para que la rellenes, después de lo que me contaste anoche, lo mejor que puedo hacer por ti ahora es aconsejarte que hagas lo que
verdaderamente te gusta. Cuídate mucho. Espero que las rosas te hayan gustado. Feliz Navidad. Anthony. "

Después de leer la nota colocó las flores en un bonito jarrón con agua y apretó la esquela contra su pecho, varias lágrimas humedecieron su bello rostro, nunca había
sentido nada parecido por nadie, fue tan poco tiempo pero de una intensidad tal, que su soledad de años se disolvió como gotas de lluvia en una mañana soleada…
Fin del extracto.

Autor novela: Jorge Ofitas.


Sevilla. 2006. ©.®.
Todos los derechos reservados.

Nota del autor: El siguiente capítulo se publicará en función de las peticiones de los lectores registrados.
3. El abominable hombre de las nueve. ®.

EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NUEVE.


Autor novela: Jorge Ofitas.
Sevilla. 2012. ©. ®.
Capítulo I.

El abominable hombre de las nueve, estiró su rostro cuando comprobó que la


administración del estado no le pagaría la factura que le debían por los
servicios prestados. Así que ahora no podría pagarle a sus empleados, ni a los
más cualificados. Sin subir a su oficina hizo algo que no era costumbre en él,
emborracharse y desconectar su móvil. Recordaba aquellos años cuando fundó
su empresa y todas aquellas promesas que le hicieron aquellos políticos a los
que votó. Se escondió en un parque de la ciudad y meditó entre trago y trago
que hacer ante la grave situación que se le avecinaba y además, nunca caía
muy bien a sus empleados y eso que siempre les pagó religiosamente cada
mes.
Cuando regresó a su oficina tambaleándose por la calle, vio a sus asalariados
arremolinados en la puerta de la cafetería donde cada mañana bebían café y
desayunaban.

– Ahí llega el sinvergüenza, oyó en la brisa de boca de uno de sus empleados.

Tiempo atrás, alguien le puso el sobre nombre del abominable hombre de las
nueve, porque siempre llegaba a esa hora y porque era estricto y de gesto
estirado, exigente con todos, más nunca nadie le faltó al respeto y además, mantenía la misma plantilla. – No debo ser tan abominable, se dijo, mientras soltó un leve
eructo de último sorbo de coñac ingerido. Se acercó y exclamó:

– Os comprendo pero no me miréis así, mirad estas facturas que me debe el ayuntamiento, la comunidad autónoma y la administración central y ahora encima van a
invertir todo esa cantidad de dinero en un banco de donde ellos mismos se han llevado el dinero. Ay. Ah, ah. – Comenzó a vomitar allí delante de todos y ninguno hizo
nada por ayudarle, aunque él siempre había mantenido oculto el motivo por el que no les abonó los últimos tres meses de sueldo. Seguidamente se perdió calle abajo
sin mirar atrás...

Esperanza Ibarra estaba casada desde hacia años con don Indulgencio Cobista, un ilustre abogado que años atrás decidió dedicarse a la política. El feliz matrimonio
tenía dos hijos varones y una chica, los tres pre universitarios. Llevaban una vida holgada y vivían en una lujosa casa de la urbanización El clarinete de oro, donde
residían lo más granado de la clase política, banquera y judicial de la región y el país en cuestión. Aquel día había nevado abundantemente y abrigarse se hacia
imprescindible para andar por las calles capitalinas sin exponerse a tiritar sin descanso.

– Me marcho a Bruselas cariño.


– ¿Quieres que te acerque al aeropuerto?
– No, yo mismo cogeré un taxi y tras esto dio un beso a su esposa e hijos y salió por la puerta principal de su mansión con gesto erguido y despachando una falsa
sonrisa al chófer del taxi que le guardó su maleta en el maletero del vehículo público. Una vez acoplado en el asiento trasero infirió al conductor que le llevase deprisa
al aeropuerto, bien sabía don Indulgencio que su fama de político audaz era bien conocida, entonces recibió aquel dardo en su pierna y quedó sin sentido, mientras
tanto, el vehículo desapareció entre las calles con destino desconocido…

Capítulo II.

Cuando don Blas apareció por su oficina a la mañana siguiente todos estaban en sus puestos, dio los buenos días y convocó una reunión para las once de la mañana
con los jefes de sección, el jefe administrativo, el jefe comercial y el jefe de los laboratorios, ninguno de ellos puso objeciones, más él, seguía absorto y huido del
mundo y todos se dieron cuenta, que aquel no era el jefe de los últimos años, al menos, eso daba a entender su mirada absorta: - Recibió a sus dos directores en la
soledad de su despacho y habló:

– Buenos días. He intentado rehipotecar mi casa pero no ha sido posible y todas esas promesas de que la administración va ha pagarme no son ciertas, así que quiero
que digáis a todos que se marchen a sus casas, voy a cerrar el negocio…
– Pero, señor. Podemos esperar, los medios de comunicación han dicho que van a pagar a los proveedores, exclamó el jefe administrativo con su rostro medio
descompuesto por la noticia de despido, sin indemnización por supuesto.
– Es mucho dinero el que me deben y ya no puedo soportar, los bancos no me dan nada y estas facturas no significan nada para ellos. Es imposible continuar. - ¿Y qué
haremos ahora? Dijo el jefe comercial. Podríamos buscar nuevos clientes potenciales, prometo que lo daré todo y traeré clientes, de verdad, no haga eso, aún
podemos intentar mantener la empresa a flote…

Doña Esperanza Ibarra creía que don Indulgencio se encontraba en Bruselas, le extrañó que no la hubiese llamado en la noche y ella nunca lo molestaba cuando se
encontraba trabajando con el euro grupo, ignoraba por supuesto, que había sido secuestrado y que nunca llegó a Bruselas, ni nunca llegaría…

Don Blas esperó a que cayese la noche para acometer su plan. Antes de salir de casa dejó una nota para su mujer e hijos, más el número de una caja de seguridad de
un banco donde guardaba algunos ahorros para que su familia pudiesen salir de algún apuro en caso de que él nunca más volviese. Hacía algún tiempo que lo tenía
todo muy bien planeado, se aventuraría en aquella mansión y robaría a punta de pistola si era necesario todo el dinero que la administración le debía, si la justicia
pasa de mí y de mi familia y empleados, yo iré a buscar mi propia justicia, se decía mientras introducía las balas en su 45…

Capítulo III.

Muchos se preguntaban donde habría ido a parar todo el dinero desaparecido de bancos, cajas y administraciones públicas, pero nadie en el mundillo político, judicial
o financiero era capaz de dar una respuesta fidedigna al pueblo soberano, que debía aguantar ahora duras restricciones en su modo de vida.
Las personas de tercera edad se agolpaban en las sucursales bancarias para recuperar sus ahorros o para cobrar pagas ínfimas que apenan daban para comer o pagar
impuestos. No había trabajo para casi nadie, sobre todo en el sur, demasiada gente cualificada y obreros hacían colas en las oficinas de desempleo esperando
encontrar un trabajo o una prestación que en el mejor de los casos solo daba para comprar tabaco y poco más.

Muchos empresarios como don Blas tuvieron que cerrar sus negocios al no poder cobrar las facturas que la propia administración les debía. Huelgas, movilizaciones
políticas orquestadas en las trastiendas de los jefes sindicalistas, o en los partidos de izquierdas. Todo parecía formar parte un plan macabro con tintes de revolución.
El Ministerio de justicia se veía impotente para contener aquel “tsunami” de despropósitos y desorganización que durante treinta años, políticos banqueros y
funcionarios codiciosos y ladrones, habían llevado a cabo con la ayuda inestimable de su propio pueblo que ignoraba de donde procedía aquella crisis que comenzó a
principios de los ochenta cuando las nuevas políticas decidieron acabar con la clase media y los pequeños comercios que eran a fin de cuentas los que siempre habían
creado empleo. El partido conservador, no le iba a la zaga y siempre intentaban recuperar el terreno perdido atacando a la modesta economía de obreros y
pensionistas, manipulando los medios de comunicación y destruyendo las políticas de su adversario de izquierdas, éstos hacían lo mismo, de eso se trataba, uno hacia
una ley y el otro la revocaba, gastos tras gastos, burocracia y más burocracia, como locos perdidos. Mientras tanto en el mundillo financiero se frotaban las manos y
algunos especuladores sobrevolaban como buitres hambrientos, los restos podridos de un sistema mal constituido desde sus inicios.

La sociedad crea a sus propios monstruos. Todas las organizaciones políticas y sus grupos de presión no eran sino una extensión más de los poderes militares y
financieros que era a fin de cuentas los que comandaban un mundo donde la palabra esperanza, sólo era ya una palabra desprovista de significado y ni siquiera una
utopía. Grandes hombres y mujeres de gran talento huían del país buscando el sustento bajo las alas de otros países dominantes, donde el desarrollo económico no
se resentía y sus sistemas políticos no estaban tan corrompidos o al menos no había constancia de ello.

Don Blas se apostó bajo aquel árbol con sus gafas de visión nocturna preparadas, su pistola y abrigado hasta las cejas, nevaba intensamente, de repente sintió un
calor interior desaforado, era como si le hubiese crecido un pelaje protector inmenso que le resguardaba del frio, sus pies parecían haber crecido, sus manos
también, como un abominable hombre de las nieves, el odio le recorrió todas las entrañas mientras miraba aquella lujosa mansión, demasiado lujosa y ostentosa
para un hombre que a priori solo contaba con un sueldo de funcionario. Sabía a quién pertenecía esa casa de lujo, sabía de dónde salió todo el dinero para construir
aquel palacete, sabía, quién era el responsable de que sus facturas no hubiesen sido abonadas, dio unos pasos, ya no le importaba nada y se sentía invencible, el reloj
de la torre cercana dio nueve campanadas, un aterrador rugido, “dinamitó” el silencio de la noche nevada, junto a una pestilencia descomunal que invadió la brisa
nocturna…

EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NUEVE.

Capítulo IV.

La mansión tenía una puerta de servicio junto a una casetilla que se encontraba ubicada en el jardin trasero. Comenzó a nevar en el preciso instante que oyó la sirena
de un coche de policía. Levantó la vista hacia la casa y no había luces encendidas, con una llave maestra abrió la cerradura y con un corta frío cortó una cadena que
estaba enlazada al enrejado. Su respiración era acelerada y su brío lanzado de agonía y desesperación, parecía un monstruo hambriento de venganza. De repente la
luz de una habitación fue encendida, se percató y se ocultó detrás de un árbol del jardín agarrando con fuerza la pistola cargada, debía encontrar la caja fuerte tal y
como había planeado minuciosamente, ignoraba que don Indulgencio se encontraba en paradero desconocido y que doña Esperanza Ibarra dormía profundamente,
de todas formas pensaba matarlos a todos y llevarse todo aquel dinero negro que el político ocultaba en la casa. Cesó de nevar. La luz de la ventana del piso superior
se apagó y siguió su andadura hasta la puerta trasera del edificio. También llevaba una maza para rematarlos a todos en caso de que la pistola fallara.

No solamente se sentía engañado y estafado por el estado, sentía que representaba a todos esos ciudadanos que entregaron su confianza a aquel hombre que los
representó durante tantos años y ganó todas la elecciones de los últimos veinte años. La mayoría de personas de la ciudad ignoraban que aquel político que parecía
tan solidario en los debates televisivos y en los medios de comunicación comenzó su carrera política cuando en vida del dictador estafaba a todos los obreros que en
la sombra buscaban protección y defensión jurídica en don Indulgencio que acababa de terminar la carrera de derecho, el fue uno de los estafados con cinco mil
pesetas y nunca más volvió a verlo, ni a sus mil duros tampoco.

Quién fuese la persona que bajó del primer piso huyó como despavorida por el mismo lugar por el que don Blas accedió a la casa. No logró distinguir ni a través de sus
gafas nocturnas, de quién podría tratarse, pero supuso que sería algún miembro de la familia que al oír el terrible rugido se asustó sobremanera. Subió jadeando
hasta la planta superior, como si llevase dentro de si una jauría de perros desesperados, guardó la pistola y sacó la maza de hierro. La habitación de don Indulgencio
estaba al final de un largo pasillo que atravesaba toda la planta, cuando llegó a la habitación conyugal no había nadie acostado en la cama de matrimonio y un
desorden inusual lo contrarió, como un loco registró todas las habitaciones y no encontró a nadie ni señales de vida. La mayor sorpresa estaba por llegar, la ansiada
caja fuerte estaba abierta y vacía como si alguien ya la hubiese vaciado, solamente encontró en el interior varios sobres gruesos con documentación que no dudo en
llevarse. Oyó sonidos de sirenas, por la ventana distinguió los reflejos de las luces de tres coches de policía y dos ambulancias que llegaban por la entrada principal,
esto lo puso en alerta y salió velozmente del edificio, marchándose por el jardín trasero, harto contrariado y henchido de desesperación al haber fracasado su plan.
Alguien se le había adelantado, sin duda. Pensó mientras regresaba a su casa, paseando por las calles nevadas como un ciudadano normal que sale a respirar el aire
de la noche…

A la mañana siguiente regresó a la oficina, todos su personal se encontraba en sus puestos de trabajo como si nada hubiese pasado. Sus dos jefes le estaban
esperando, cariacontecidos, sospechando que aquel sería el último día de trabajo en la oficina. Don Blas se encerró en su despacho sin dar los buenos días, había un
paquete sobre la mesa que un mensajero había llevado hacia rato y que su jefe de administración hubo recogido. Leyó el membrete del envío, no sabía de que podría
tratarse y no espera correspondencia para ese día y menos de un empresa privada de mensajería. La noticia de la desaparición de don Indulgencio Cobista y de doña
Esperanza Ibarra copaba todas las portadas de los diarios matutinos, al parecer habían huido del país, según algunas especulaciones periodísticas, otros afirmaban
que habían sido raptados o asesinados, el ministerio del interior aún no había emitido ningún comunicado. Uno de sus hombres de confianza abrió la puerta del
despacho sin avisar, al parecer, dos policías de paisano querían hablar con don Blas.

Autor relato: Jorge Ofitas. Sevilla. 2012. ©. ®.

Fin capítulo. IV

Nota del autor: La edición del siguiente capítulo se hará en función de las peticiones de los lectores ávidos de saber más sobre el monstruo...
4. El caballo rojo carmesí. ®.
Capítulo I.

Isaías salió en su potente vehículo aquella mañana lluviosa desde Gibraltar con dirección a Sevilla
. En el aparato reproductor de música sonaba “take five” versión jazzística. Transcurridas dos
horas de tranquilo viaje a través de la ruta del toro y enlazar con al autopista A-4, finalmente vio
el puente del centenario por encima del río Guadalquivir a su paso por la capital Hispalense.
Tenía un cariño especial por ese río, no era para menos, sus antepasados vivieron en la Córdoba
de Al-Ándalus y no podía evitarlo.

Aparcó el auto en un aparcamiento público muy cerca del casco antiguo, cogió su pesado maletín
y su teléfono IPhone de última generación. Esa mañana tenía que ver a dos clientes muy
importantes, uno le debía dinero, al otro tenía que cobrarle una factura y ofrecerle mercancía
recién llegada de primer nivel. Un objeto maravilloso que Isaías sabía que no encontrarían en
Sevilla, todos aquellos coleccionistas codiciosos que deseaban sobremanera poseer “El caballo
rojo carmesí”

Contaban una leyenda del “caballo rojo carmesí”. La leyenda decía que si el caballo rojo caía en
manos de personas codiciosas, éste ejercería una influencia maligna sobre el portador, una
terrible maldición de desafortunadas experiencias y visiones espantosas. Pero Isaías no creía en
supersticiones ni historias basadas en leyendas sin fundamento científico. Al fin lo había
conseguido. Esbozó una sonrisa al doblar la primera esquina tras dejar su coche. Bebería un café
cerca del barrio santa cruz antes de ir a ver a sus clientes, no terminaba de creerse que el caballo rojo carmesí era absolutamente suyo y se le ocurrió quedárselo para
siempre, también se retractó de la primera idea sintiéndose absolutamente extasiado cada vez que lo contemplaba y tocaba una energía vital maravillosa lo invadía...

No había dado el primer sorbo a su café cuando entraron dos chicas jóvenes en la cafetería donde Isaías meditaba su porvenir, aquello lo cambiaba todo…

La dos chicas vestidas de estilo gótico se sentaron al lado del rico judío y le sonrieron. Le clavaron sus miradas. El joyero comenzó a sudar un poco, lo habían
acorralado contra el cristal y por debajo de la mesa una de ellas le colocó una pistola en su entrepierna apretando una y otra vez y diciéndole en voz baja que le diera
el caballo rojo carmesí, a lo que Isaías se negaba intentando escapar de allí, de repente llegó el camarero y todo cesó:

• ¿Os apetece beber algo?


• No gracias. Dijo algo acelerada una de las chicas góticas.
• Espere cóbrese mi café. En ese instante Isaías aprovechó y tras dejar caer un billete de cinco euros salió en estampida de aquel lugar, corriendo con su maletín de
alta seguridad; esposado a su muñeca izquierda…

Ardah bebía un té a esas horas muy cerca de la Alhambra de Granada. Como su nombre árabe indica, ella era morena como el bronce y musulmana pero
descendiente directa de andalusíes de las primeras épocas del Islamismo en Al-Ándalus. Su familia fue de las pocas que consiguió no salir de Al- Ándalus desde aquel
día que se marchó Boabdil, el rey poeta de Granada.

Vivía en un apartamento con su prima hermana Dalia, que acababa de llegar de Kuwait en un avión privado propiedad de un personaje muy poderoso del reino árabe.
Ardah era bella sin duda, no llevaba velo, su familia le permitía estas lindes exclusivamente en el trabajo y trabajaba para un lord Inglés que coleccionaba de todo. Ella
era su contacto en el sur de Europa y África. Dalia era una belleza increíble, siempre llevaba velo, solamente con ver sus ojos podías quedar hechizado. También era
una mujer muy dulce y educada, sencilla en el trato, lo mismo que Ardah.

Dalia también trabajaba a comisión para coleccionistas súper multimillonarios a los que no le importaban lo más mínimo gastarse indecentes sumas de dinero en
objetos en algunos casos de dudoso valor. Una llamada desde Sevilla provocó que las dos primas árabes pusieran rumbo a Híspalis, al fin tenemos localizado el caballo
rojo, decía una de ellas vía móvil a uno de sus clientes súper millonario. En este asunto ambas iban a medias, el trabajo necesitaría de un esfuerzo suplementario al de
otros encargos de localización compra o sustracción de ciertos objetos, no visibles para el resto de la humanidad. ¿Pero qué era realmente el caballo rojo carmesí?
Por aquellos días casi nadie lo sabía a excepción de Isaías y algunos otros pocos refinados y ricos coleccionistas. Ardah y Dalia arribaron a la capital del Guadalquivir a
bordo de un Ferrari 550 Maranello color azul plata. Este vehículo era un regalo que una bella y rica Francesa hizo a las dos aventajadas primas, por conseguirle un
busto precioso conservado en perfecto estado, que databa del siglo III antes de cristo. En suma, gozaban de un nivel de vida muy alto, gracias a sus negocios de
intercambios, como ellas llamaban a estas cosas.

Isaías había desaparecido de repente como si se lo hubiese tragado la calle. Las dos amigas góticas también, tampoco se sabía con exactitud que había ocurrido con el
anhelado y deseado caballo rojo. A las tres de la tarde sonó el teléfono de uno de los clientes sevillanos de Isaías. Llamaban desde Gibraltar preguntando por él. La
respuesta del cliente fue ligera y precisa:

• Aquí no ha estado. Me quedé esperándole durante toda la mañana, hablamos cuando el salió de Gibraltar. No lo entiendo, nunca faltó a una cita…

¿Llevaba realmente Isaías el caballo rojo cuando lo abordaron las dos chicas vestidas de negro? Nadie lo sabía, nadie de todos aquellos palurdos que creían saber la
verdadera historia del caballo rojo.

Ardah y Dalia pidieron un taxi después de guardar su carroza azul de los sueños. Cómo dos chicas occidentales se adentraron en el centro de Sevilla siguiendo el
rastro que su contacto le indicó. Muy pronto ambas supieron que algo anormal ocurría. Su contacto en Itálica tampoco descolgaba el móvil, más extraño aún, se
miraron durante unos segundos y tras esto se alojaron en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Todo con total secretismo.

Cuando me crucé con ellas algo llamó mi atención. Y fue aquí cuando me vi involucrado casi sin quererlo en esta historia. A Dalia se le había caído un rosario árabe,
me agaché para recogerlo y ella se adelantó dejándome una sonrisa muy hermosa flotando en el aire. Caminaban muy deprisa. No soy muy curioso, ni tampoco
mujeriego, pero aquella tarde seguí a esas dos chicas sin dejar verme, me agachaba entre los coches estacionados o me escondía en algún portal cuando intuía que
iba a ser descubierto. De repente vi el gran hotel alto lujo y comprendí que me sería muy difícil acceder a sus habitaciones sin ser visto por alguna cámara. En el bar
más próximo me paré a beber una cerveza fría y meditar un poco aquella tontería que casi estuvo a punto de buscarme un buen lío. Entonces vi a un hombre con un
traje gris y un maletín deambulando como herido, estaba sucio, cansado y hambriento. Me parecía increíble que nadie se percatara de su presencia allí delante de
aquellas mesas, de repente vino hacia mí, me miró y me habló mientras con su pañuelo se frotaba la frente poblada de un sudor frio:

• ¿Por qué seguía a esas dos mujeres? Le he visto ocultándose entre los coches. – No supe que responderle pero llevaba razón y aquel judío me caía bien, así que
intenté disuadirle para salir de aquel extraño atolladero:
• Simple curiosidad. Tal vez deseo, embrujo, son guapísimas.
• ¿Para qué coleccionista trabaja usted? – En ese instante comencé a sospechar que aquel asunto iba mucho más allá de lo qué podía haber imaginado. Quedé
confundido. Me levanté de la silla para marcharme, pero Isaías me pidió por favor que le ayudara. En ese instante se desmayó, tenía en su mano un objeto envuelto
en un paño de seda…

Fin del capítulo I.

Autor novela: Jorge Ofitas.


Sevilla. 2013. ©. ®.

Nota del autor: El siguiente capítulo se publicará en función de las peticiones de los lectores ávidos de poseer el amuleto de poder...

5. El licántropo de las alamedas.


®.
Extracto de la obra.

[…] Sin ninguna duda aquel acto criminal no lo pudo realizar un ser humano. Lo restos que
quedaron de aquel cuerpo parecían haber sido desmembrados por una explosión, aunque en
principio esta hipótesis había que descartarla. Cogió con sus guantes un pequeño trozo de
carne ensangrentada y la introdujo en un recipiente, en ese preciso instante el barco entero
comenzó a zarandearse y supo enseguida que era él. No se oía nada y le quedaba muy poco
tiempo para huir de allí, entonces tuvo una arcada de asco, ahora ya no albergaba
vacilaciones, el bicho venía a por él y se encontraba muy cerca. La puerta de la sala de
máquinas fue golpeada tan brutalmente que salió desplazada con enmarque y todo, a punto
estuvo de arrancarle la cabeza al detective, que portaba un arma de cañón largo, preparada
para vaciarle el cargador en todas sus entrañas, si es qué las tenía, una inmensa sombra se
acercó a la abertura de la entrada ahora destrozada, sentía que estaba a punto de
desmayarse. […]

Capítulo I.

Las gaviotas bailaban en la corriente de aire cómo una hoja crujida. Anastasio Labrador había
dejado aquella mañana el cuerpo de detectives y sonreía, sabedor de que pronto estaría en
la playa de la caleta echando el cigarrillo de alborada con coñac y café.

No había nadie pescando con caña desde el pretil del paseo de la alameda frente a la punta san Felipe; la fuente que reposaba bajo al drago milenario no tenía agua y
mostraba sus azulejos y pequeñas ramas que el viento de levante llevó hasta el interior de la artesa preciosamente alicatada.

Anastasio se recogió la gabardina y tanteó sus bolsillos, finalmente encontró el pitillo, justamente cuando el primer rayo de sol le besó las pupilas; que reflejaban
cansancio y pena escondida. Fumaba apresuradamente, aún tenía su perfume pegado al cuello de la camisa, marca italiana.

Sentado en el pretil de la azul y baja fuente con espléndidas vistas a la bahía de Cádiz, junto a uno de sus árboles preferidos, discernió que aquella hermosa mujer no
era para nada serio y con la sensación de arrepentimiento por no haberse quedado a dormir con ella despachó el cigarro. El sol ya había salido de su “cama” y la bahía
parecía recobrar su plata robada.

Miró hacia atrás, el bar había abierto sus puertas y el sonido de las noticias televisivas le llegaron vía viento de levante; que soplaba aquella mañana machacón y con
arenas volanderas en sus alforjas marineras. Prefirió seguir andando hasta la caleta y mojar allí su paladar temprano, junto a la glorieta de Carlos Cano, el poeta.
Después cogería un taxi allí mismo para regresar a su casa…

A pesar de que el fuerte viento le venía de cara, merecía la pena el trayecto. Esa mañana, dejando a un lado lo de aquella prostituta de seiscientos euros, se sentía
bien, fue cuando vio en la parada del autobús público aquel cartel anunciando una película española, sin duda iría a ver aquel film en la tarde. Si podía y el tiempo se
lo permitía, casi nunca se perdía ni una película de terror de estreno, no era muy amigo de la televisión ni de vídeo club, le gustaba el ritual cinéfilo en sala con
palomitas y todo eso, aunque tuviese que guardar una larga cola para sacar la entrada.

Había divisado los primeros árboles del parque; qué parecían esbozos dibujados por un artista jardinero, éstos, se mecían con negación por el empuje del fuerte
viento. El grito que oyó le dejó “helada” el alma y la sangre de sus venas. Un guardacoches del aparcamiento lindante al jardín echó a correr, Anastasio le siguió, el
grito de horror venía del interior del parque Genovés y sin duda no llevaba sones de chirigota…

Llegó medio asfixiado por la carrera hasta la verja del vergel público, la cancela estaba cerrada a cal y canto. El empleado del parking le reconoció, cuando le vio se
acercó a él y le preguntó si debía llamar a la policía, Anastasio le preguntó si había oído más de un grito a lo que respondió con un no tembloroso el modesto mozo de
aparcamiento. Un vehículo de la policía local hizo su aparición sin la sirena conectada, estacionando en la misma puerta del parque. Uno de los agentes saludó
efusivamente a Anastasio, preguntándole si había oído un grito aterrador, una llamada anónima nos ha alertado. Yo diría qué más que eso, contestó el detective
ahora retirado del servicio.

- ¡Bueno, vas abrir esta puerta o invitas a café y copa! Exclamó Anastasio.

Fue cuando otro grito más largo y aterrador que el primero provocó que los cuatro allí presentes quedaran compungidos. El sargento llamó con inmediatez para que
el funcionario encargado del parque abriera las altas y negras puertas enrejadas que protegían el espacio público de los desalmados de la noche…

La tramontana apretaba con la subida de la marea y casi no se podía encender un cigarrillo, un taxi llegó apresurado y paró allí mismo. Traía al encargado del parque
con lagañas en los ojos vestido con el mono azul de costumbre. Por fin pudieron acceder al lugar todos los allí presentes. Algunas palomas, a pesar del aire, ya
merodeaban por entre los jardines. Al final del paseo engalanado de elegantes álamos; podados y estilados al estilo Versalles, se podía divisar la puerta situada al otro
lado del parque junto al bar donde los turistas y paseantes tomaban algún refrigerio o reponían fuerzas. Los dos agentes de policía y Anastasio se adentraron entre
los serpentines verdosos y ocultos que se encontraban a su derecha, a la izquierda quedaba la avenida y el enrejado que cerraba el recinto.
Si ocurrió realmente algo extraño y aterrador debió haber sido junto al estanque de los patos o por los alrededores. El parque genovés es precioso pero no muy
grande, así es que Anastasio le dijo al hombre del parking que regresara a sus obligaciones y se marchó tras los agentes, otro vehículo de la guardia civil acababa de
llegar al lugar, justo cuando algunos transeúntes tempraneros, iban con dirección a su trabajo, también algún paseante curioso se paró al ver a la policía negando el
acceso al público hacia el interior del parque.

Fin capítulo I y extracto.

Autor novela: Jorge Ofitas.

Todos los derechos reservados. Sevilla. 2011.®.©.

Próximamente…

Capítulo II.

La fortuna sonrió a Angélica la noche anterior. Trincó cuatro plenos en la ruleta jugando al treinta y cinco negro, así qué logró recuperar los doce mil euros que hasta
el momento iba perdiendo y salió ganando, jugaba sola y no quiso ligar con aquel hombre elegante de origen inglés que la invitó a cenar, ahora se alegraba.

Al amanecer miró hacia el balcón forjado, sonrió, era rica e iría de compras esa misma mañana, aunque el viento de levante la incomodara. A través del cristal se
veían las aguas marítimas salpicadas de borreguillos por el temporal y las playas de Vistahermosa, era su vista preferida, por esto situó su cama de diseño justamente
frente al ventanal, para poder cada mañana al despertarse, desayunarse con sus párpados la mar plata de su amada bahía de Cádiz.

Entonces se acordó de Carlos y dio un respingo le parecía telepatía. El tono de llamada de uno de los cinco teléfonos móviles qué tenía dados de alta le sonó en su
corazón, ojalá fuese su guapo amor platónico, soñó, pero no, a buen seguro sería Carlos, se dijo. No descolgó. Recordó que ya no lo amaba como antaño. Sin embargo
él seguía allí cerca, haciéndole regalos que harían flaquidecer a la mismísima bailarina que una vez pidió la cabeza de San Juan el Bautista.

Cómo le conocía muy bien y ya había ocurrido otras veces, muy pronto alguien estaría pulsando su timbre con un caro regalo y el ineludible ramo de flores gigante y
todo porque el día anterior le concedió unas palabras afectuosas vía telefónica.

Se fue hacia su baño enfundada en aquella carísima bata rosa; suave como el roce de unos labios jóvenes hechizados. La delicada prenda también había sido regalo
de él. A esas horas de la mañana María Pilón su asistenta personal ya estaría de camino.

Se frotó sus precioso senos naturales ante el espejo mexicano que se trajo de tierras aztecas y comprobó que seguían recios, sonrió, era joven y maravillosa y todos
la amaban, menos sus competidoras mayores o alguna conocida resabiada que la envidiaba ocultamente. Habitualmente los hombres quedaban rendidos a sus
encantos aunque a ella esto le importaba poco pues siempre estuvo enamorada del mismo hombre del que nadie conocía el nombre.

Angélica era una prestigiosa crítica de arte aunque en sus últimos años no ejercía. Un día decidió dedicarse a la lectura, el juego, la contemplación y conocer
Andalucía y más concretamente Cádiz; tierra de sus antepasados, aunque ella exhibiese con orgullo su natalidad madrileña.

Sus padres ya mayores vivían y gozaban de una holgada vida con buena salud allá por tierras castellanas. Recordaba los relatos que le contaba su progenitor sobre las
tierras andaluzas siendo muy niña al amparo de una pequeña luz, todas las noches antes de dormir. Fue tanta la curiosidad que despertaron en ella aquellas historias
paternales que la tuvieron que llevar a conocer Sevilla, Cádiz, Málaga y Granada, cuando se hizo mayor tras terminar de cursar sus estudios universitarios sobre
historia del arte se sintió tan prendada que definitivamente cogió su herencia y se empadronó en la tacita, comprándose un lujoso ático en la alameda de Cádiz.

A partir de aquí se volvió ociosa independiente y amante de los carnavales incluso contribuía con donaciones a diferentes grupos o peñas carnavalescas de la ciudad
más antigua de Europa. Era querida sin duda también muy criticada por la reducida aristocracia de la bahía, sobre todo porque decía las cosas a la cara.

Poseía también un lujoso piso en la calle serrano de Madrid donde pasaba algunas semanas al año o cuando en el pasado debía catalogar obras de artes para
venderlas al mejor postor, sin contar el ajetreo de los vuelos internacionales París, Nueva York, Londres o incluso Tokio. Para ella todo ese mundo había quedado
atrás. Con su Cádiz le bastaba y sobraba por esos días, la razón de este cambio de vida es otra historia…

Cuando acabó la carrera un lejano pariente que hizo fortuna en USA falleció sin descendencia y como la tenía en tanto afecto antes de morir le legó toda su fortuna y
además le mandó decorar una de sus mansiones con obras de arte de los exclusivos y carísimos Picasso, Dalí o Gaudí entre otros artistas españoles de renombre
internacional. Esto relanzó su carrera a penas concluida su trayectoria universitaria. El motivo de tanta extrema bondad por parte del potentado hispano no fue otra
que el amor pues Angélica pasó temporadas cuidándolo porque simplemente lo admiraba por las cosas que de niña le contó su madre sobre él.

A sus treinta y pocos no aparentaba más de veinticinco. Esto era lo que todos sus “fieles” decían de ella. Ahora corrían tiempos de paz amorosa y disfrutaba de la vida
libre sin ataduras porque sencillamente no podía tener al hombre de sus sueños. Cada mes visitaba Madrid, sobre todo para ver a sus padres y ordenar algunos
asuntos de índole financiera.

Entonces un ruido extraño y descomunal la descompuso sobremanera. Su optimismo se tornó en piel de gallina y sus bonitos recuerdos en temblores imparables de
agonía. En toda su corta vida jamás había oído nada parecido. La mano le temblaba tanto que ni siquiera podía abrir el cajón donde guardaba su revólver bajo unas
toallitas de baño. ¿Qué sería aquello? ¿De dónde había salido esa pestilencia? Desmayada cayó de bruces sobre la preciosa alfombra del cuarto de baño…

Fin capítulo II.

Autor novela: Jorge Ofitas.

Todos los derechos reservados. Sevilla. 2011.®.©

Esta obra literaria de terror está protegida por derechos de propiedad intelectual. Prohibida su reproducción en cualquier soporte sea de papel o electrónico si la
previa autorización por escrito del autor. Se puede compartir este contenido exclusivamente a través de los botones propuestos por las distintas aplicaciones de las
redes sociales o compartir el link. Prohibido absolutamente el copia pega. El autor.

Próximas entregas a peticiones de los lectores.


6. Flor de Hada.
(Cuento romancero de la Sevilla medieval)
Autor cuento romancero: Jorge Ofitas.
Primer acto.
Itamar: Poeta. (Oasis en Hebreo)
Jessenia. Hada (Flor en Árabe)

En una villa muy hacendada, donde convivían, musulmanes, judíos y caballeros


cristianos, existió un solitario poeta qué componía versos floridos, romances y
poemas del alma sentidos.

La noche mirando el cauce del Wadi Al-Kabir pasaba el trovador de odas, cantando
a la luna, sus versos poetas. No se enamoró de una mujer rica y bella, tampoco de
una estrella desposada, había un rumor qué decía, qué su amor era una hada. Más
se armó una conjura, para matarlo a él y a su poesía pura. Y aunque el hada era
pobre, a su amor aspiraban todos los nobles. Y he aquí una historia de amor, que
ocurrió en Sevilla, hace mucho, mucho tiempo, antes de qué existieran las palmas
y el tiento…

Llega la que lleva cuentos al mercado, le dice al dueño de la almazara:

• He oído que hay una hada en Sevilla. Que a todos los hombres maravilla. Dijo la cotilla.
• No sé de que hablas, contestó el almazarero. Y no te fiaré el aceite. Aunque tus ojos verdad dicen, me engaña tu afeite.
• Está bien, si la ve un rey moro, nadie sabrá de ella. Si la ve el judío la seguirá con sus monedas, más si la ve el caballero cristiano, matará por su amor temprano.
• Anda, vete de mi aceitera. Y no lleves fantasías embustera.

Por el barrio Santa Cruz en la calle judería se oía un canto temprano todos los días. Era una voz tan bonita, que al compás trinaban las aves pequeñitas. Era primavera,
el mes de abril, que la sangre altera. Y no hay mal que por bien no venga: Decía un mendigo mañanero también por el hada hechizado, en un naranjo en flor
apostado. Antes de que cesara aquella voz angelical, apareció el poeta Itamar con un verso musical, rendido ante el mendigo, sin mirarle, le dijo:

• El romanticismo nunca será extinto. Aunque largas colas asolen, a los trovadores de la noche oscura. Oh poesía, quieren matarte. Dime mendigo, quién canta, dime
de qué parte, de dónde sale esa voz qué a mi alma conmueve e inspira…

• Dame una moneda, para quif, vino y posada, y yo te chivaré donde vive el hada.

• Te daré más mendigo. Solo promete si es cierto, y no solo te daré pan y posada, hambriento.

• Pues suelta tus maravedíes, y esta sucia boca te dirá donde habita, el hada más bonita y llena de maravilla, que nunca habitó en Sevilla.

Itamar el poeta dio las monedas al mendigo y este indicó el balconcillo florero, donde vivía verdadera, una hada que no sabía que lo era. El canto precioso había
cesado, más al ser el poeta advertido, fue a parar bajo aquel balcón, y unos versos recitó, esperando respuesta sus latidos:

¿Quién vive ahí?

¿No es una luz perfumada,

solo propia de las hadas?

Es el amor mismo.

Un beso alado de las estrellas.

Una luna bonita de Sevilla

que ha bajado. Que maravilla.

Mi corazón se sale. Oh.

Si me cantas, el día será

ligero para mi latir romancero.

He venido eres mi amor.

Lo he sabido antes, esta mañana,

un azahar me sonrió,

sé que eres una Diosa.

Ilumíname la vida por Dios.

Mi corazón es una rosa.

Se me nubla la razón.

Dame la vida con tu talle

vida mía. Que lo sepa


toda la calle judería…

Trastornado por su hondo amor, recitó esto Itamar el poeta Andalusí, a su hada maravillosa, Jessenia flor de Hada por nombre llevaba. Mas la supuesta hada, no
contestó a la oda, y triste se marchó el rapsoda, buscando una posada, para ahogar en vino y quif su poesía enamorada… Y solo la vio una vez....

Si este hondo cuento de amor te dejó estupefacto, espera al segundo acto...

Continua en SEGUNDO ACTO.

Autor cuento romancero: Jorge Ofitas.


Sevilla. 2013. ©. ®.
Todos los derechos reservados. Sevilla. 2013. ©. ®.

7. La Dama de París. ®. ©.
La dama de París. ®. ©.
Jorge Ofitas.
Introducción.

La dama de París leía aquella mañana de verano una novela repudiada por el mundillo
literario Europeo. Tuvo suerte de encontrarla, su autor la tenía descatalogada y la lectura de obras de
ese “pelaje” estaba considerada de mal gusto por los círculos influyentes de lectura y escritores
consagrados. Sobre todo por los clubs literarios elitistas de la nueva era que por un defecto solamente
repudiaban y marginaban grandes libros y talentos. La Dama sonrió y siguió leyendo bajo aquella
arboleda que la protegía del sol, la brisa sin embargo resultaba agradable. Entre aquellos bellos
árboles y un libro de…

La dama no podía ni debía salir a la calle sin protección, su belleza física era la viva imagen
de un sueño maravilloso, aunque esta no era la única razón para ser protegida. Su familia era muy rica
y necesitaban protección todos sus miembros.

Todo fue fortuito e inesperado. Ocurrió un día que viajó a Andalucía, al sur de España. En el
barrio Santa Cruz de Sevilla se encontró de bruces con un gran escritor francés amigo suyo. Se
abrazaron y fueron de compras y a tomar unos vinos andaluces juntos. El día era espléndido y no hacía
mucho calor, Anthony se coló sin avisar en una gran librería que encontró a su paso y La Dama le
siguió.

Estuvieron buscando guías de viaje o algún libro interesante que leer en los ratos de ociosidad de las vacaciones, más no encontraron lo que buscaban y se
marcharon, entonces La Dama vio un libro nuevo tirado en la papelera. Preguntó al librero que hacia aquel libro en la papelera, el hombre contestó que perteneció a
un escritor fracasado de la ciudad que iba por las librerías intentando vender sus obras. Ella comenzó a ojear el libro y preguntó su precio, el librero sin embargo se lo
regaló y le dijo que era una pérdida de tiempo. – Ya me lo dirá – Concluyó.

En su regreso a París la primavera dejaba paso al verano. La Dama había dejado el libro olvidado en una de sus maletas de viaje y prosiguió con su vida. Un
domingo cualquiera que no tenía compromisos se fue a pasear en bicicleta muy temprano, además, la noche anterior había encontrado la novela y le picaba la
curiosidad por saber si todos aquellos críticos llevaban razón respecto del libro y del escritor. Dos horas después regresó para ir almorzar en la villa de verano de sus
padres con una amiga de su juventud con la que volvió a reencontrar gracias a las redes sociales.

Tras despedir a su amiga se echó en uno de los divanes con vistas al mediterráneo y siguió leyendo el libro hasta que lo concluyó. Luego lo puso en su
biblioteca personal y telefoneó a Anthony para darle su opinión sobre el libro de la papelera. Anthony prometió leerlo mientras intentaba reprimir una sonora
carcajada.

La dama de París era una chica muy elegante, su elegancia radicaba en su sencillez. Siendo de alta alcurnia, nunca salía con los de su clase. Solamente
frecuentaba ambientes literarios, poéticos o bohemios. Sus amigas y amigos eran considerados como la nueva chusma intelectual. La dama siempre tenía que
disimular su belleza, si no, levantaba pasiones como había ocurrido con anterioridad. No en pocas ocasiones sus amigos varones tuvieron que intervenir ante la
insistencia de los mujeriegos que se enamoraban a primera vista con solo verla, percibir su fragancia o rozar su pelo. Había momentos que la dama no sabía si vestirse
elegantemente o ir sencilla, de cualquier forma, los hombres la perseguirían y las lesbianas también.

Esa mañana se colocó un anillo que Anthony le regaló en Sevilla. Era un pequeño pero precioso zafiro montado en plata. Se sentó delante de su ordenador
para buscar en las redes sociales referencias sobre el libro que había leído y su autor. Por suerte lo encontró de inmediato, en apariencia parecía un profesional de la
escritura por todas las páginas de Google que incluían información del escritor, sin duda, también deseaba conocer su aspecto. ¿Será guapo? Se preguntó. Pues tras
leer su novela había decidido ir a conocerle personalmente, no sin antes cerciorarse si era una persona respetable. La dama se fue a descansar esa noche con el libro
entre sus brazos para releerlo un poco más antes de dormir…

Fin introducción.

La Dama de París. ®. ©.

Autor: Jorge Ofitas.

Sevilla. 2015. ®. ©.

Capítulo. I. La Dama de París.

Anthony Beaumont compró una esencia a La Dama de París en una perfumería de la Rue de Castiglione. Antes de volver a verla en la costa azul por su
cumpleaños. Al percibir tan de cerca aquella exquisita y carísima fragancia creyó estar a su lado y enamorado para siempre, como buen bohemio consciente. Siempre
la amó. Desde que la vio por vez primera aquel día por los Campos Elíseos, enfadada con otro conductor en un atasco. Aceleró y enfiló veloz con su Morgan color gris
marengo la carretera hacia la playa donde poseía una coqueta villa y pasaba largas temporadas escribiendo sus obras literarias de bolsillo. Pensaba en ella cuando le
sonó el móvil. Sonrió y colgó. La Dama estaría algunos días en la Riviera junto con los amigos del café de la boheme, propiedad de Deborah Fontaine, una pintora
surrealista de gran talla. Por fin lo habían confirmado, La Dama iría en su propio yate para celebrar su cumpleaños abordo de su nave con todos ellos.

Durante algunas semanas estuvo confuso y triste respecto de sus sentimientos. No podía o no quería creer que ella hiciera un viaje a Andalucía ese mismo
verano y que no dejara que la acompañase. Intentaría hacerla cambiar de opinión, sin duda y escribiría una nueva historia de amor. La Dama tampoco deseaba
acostarse con él, aunque no se lo había dicho, era evidente que no lo deseaba lo suficiente. Al literato le atribulaba tanta negativa de la Dama a practicar sexo
libremente entre dos amigos que se gustan. La Dama era así con todos los aspirantes a cortejarla, muy difícil de contentar, exigente consigo misma y más espiritual
que material, una Venus soñadora, rica y muy amiga del mundillo del arte. Sin embargo y debido a su actitud poco lasciva con los hombres comenzaron a surgir
ciertos rumores y sospechas sobre sus gustos o costumbres sexuales. La Dama solía adaptarse a su entorno con suma facilidad y uno de sus camuflajes era aparentar
que solo le interesaba nada más que las artes, el sexo y la ciencia, aparte de lo inusualmente de moda. Salvo contadas excepciones casi nadie sabía cuáles eran sus
gustos de lectura, la razón no era propiamente por celo intelectual, más bien porque no quería que nadie supiese que le encantaban las novelas “espesamente”
románticas y adoraba los cuentos de hadas y princesas. Sin embargo no le importaba en absoluto que todos sus amigos rojos supiesen que jugaba al póquer con
turistas norteamericanos fumando deprisa cigarrillos negros con abundantes vasos de bourbon y siempre con hombres. También se rumoreaba que los jugadores
varones, hechizados, siempre la dejaban ganar. A buen seguro si la Dama lo hubiese sabido habría dejado de jugar con ellos. Ella creía en la buena suerte de su
“estrella rutilante”.

Los comentarios groseros sobre su persona susurrados a su espalda, nunca llegaban a oídos de La Dama de París. Sus incondicionales lo impedían. En
realidad y aunque parezca poco condescendiente nadie la conocía en profundidad y podría resultar peligroso intentarlo, sin duda muchos y muchas la extrañaban y
temían. ¿Quién era realmente la hermosa Dama de París?... Que tantos la llevaban en corazón y mente… Y otras tantas odiaban a muerte de puro celo y envidia, pues
sin duda era la mujer más bella de París en muchos sentidos…

Todos esperaban en la gran terraza colgante al mar, La Dama abrazó a Anthony y este la intentó besar en la boca pero ella esquivó el beso con un
diplomático roce de sus labios carmesíes brillantes. Sin demora y esbozando un leve sonriso agarró la mano del escribano y juntos fueron a ver el Mare Nostrum,
aquel día color verde botella desde el pretil blanco y con ella. Cual piedra preciosa este mar de patio y rosa. Yo quiero estar contigo, no amo otra cosa…

- Feliz cumpleaños.

- Oh, querido Anthony, gracias. ¿Qué es? Creo que ya lo sé…

- Tendrás que abrirlo, mi Dama.

- Ay, mi bello Anthony. Um, mi perfume preferido, es muy caro. Anthony no deberías de… - Él la robó un beso y luego sonrió. Ella se alejó un poco por una
llamada de móvil y luego le hizo señas desde el jardín de la villa.

Fue cuando apareció Deborah Fontaine, que siempre quiso al escritor y sentía terribles celos escondidos por La Dama de París.

- ¿Ya estáis comprometidos?

- Hola, me alegra verte, Deborah. Qué bonita estás… - Dijo Anthony-

- Qué bien hueles tú, Dama de París. Te lo ha regalado este, verdad.

- Hola, Deborah. Si. Yo no se lo he pedido… Mi Anthony es así de hermoso y detallista.

- Hola, Anthony. ¿Puedo hablar contigo, a ser posible a solas?

- ¿No felicitas a nuestra amiga, Deborah?

- Ya se felicita sola… Un beso Dama, te veré en tu barco, gracias por invitarme.

- No hay de qué. Y no, no estoy comprometida con nadie, si esto te sirve de consuelo…

- ¡Ahora vuelvo, amor! – Exclamó el escritor de “ojos enamorados”

El literato se marchó con Deborah, y La Dama lloró, solo fue un llanto breve e intenso, pero de honda tristeza. ¿Se habría enamorado?...

Luego se fueron todos en el yate a realizar una singladura de divertimento por la ribera del Mediterráneo Francés. Haría luna llena, la mar estaría calmada
y pasarían la noche en una cala. Veintitrés personas iban a bordo de La Dama de París. Todos relacionados con el mundo del arte y la cultura. El barco había sido
regalo de un rico enamorado y ella aceptó por estricto consejo de sus padres, unos de los más ricos de Francia.

Aquel día en el barco llevaba puesto un ligero traje de lino color blanco sin ropa interior que dejaba entrever una silueta que embobaba a casi todos. El
resto se desnudó completamente, a ella le avergonzaba y dispuso la excusa de que la capitana del yate no podía practicar nudismo, pues debía estar en el puente de
control, al pie del cañón y no le faltaba razón. Anthony fue tras ella al puente pero le cerraron la puerta por dentro, Deborah y otra joven Italiana bellísima que
decidieron ayudar a la capitana a patronear el yate y de paso beber ron con limón, champán helado y, hacer chistes morbosos sobres los cuerpazos de cubierta.

La tarde cayó y La Dama ordenó al jefe de la tripulación fondear el barco en un paraje no frecuentado por curiosos o turistas veraniegos. El agua era calma
cristalina y todos fueron a asearse antes de cenar en cubierta con sus bellos amores bohemios de luna llena y cócteles de amor, Mediterráneos…

Último extracto publicado

Por supuesto la cena y la fiesta no fueron como cupiera esperar. Al ser todas gentes del mundo artístico y literario se organizó una tertulia en cubierta que
inició varios diálogos entre intelectuales, filósofos, escritoras/es pintores/as, cineastas, una actriz preciosa y algún poeta, también había una bailarina de danza, La
Dama de París. Los camareros no daban abasto sirviendo las más exquisitas viandas.

- ¿Te gustaba más Picasso qué yo, Anthony? – Susurró Deborah-

- Nunca ocurrió eso, éramos niños cuando murió, no pudo gustarme antes qué tú.

- Sin embargo tu Dama lleva toda la noche sin parar de hablar con ese filósofo que estudió en Sevilla.

- Si, se le ha metido en la cabeza viajar al infierno…


- ¡No exageres, Anthony! Allí dicen que surgió la civilización, ja, ja, ja….

- ¿Dónde has leído eso? ¡Traiga otra botella de estas por favor! ¡Y más ostras!

Serena Bon Amour era una bellísima actriz que iba acompañada de un productor y un director de cine. Se sentó junto a Anthony y le besó los labios, luego
le sonrió y bebió champán…

- Bueno, creo que hoy no pintaré ningún cuadro más… ¿Te vienes a follar?

- No, me quedaré un poco más, he pedido champán y ostras…

- Despídete de La Dama por mí, te esperaré, aunque no creo que acabes en mi cama.

Deborah se marchó al camarote tambaleándose y enfadada por el nuevo desplante de su amor platónico…

- Se nota que le gustas. Hola me llamo Serena, Anthony.

- Es un placer conocerte… Gracias. Vi tú última película. Me encantaste tú, pero el film me decepcionó.

- Ah, sí. ¿Qué te pareció?

- Demasiados efectos especiales y poca interpretación. ¡No es qué no me gustara, no! No es esto, solo que para mí el cine se acabó hace dos décadas.

- Te comprendo, te comprendo. Algunos opinan lo mismo.

- ¿A sí? ¿Y qué me dirías si yo te besara?

- ¿Estás borracho?....

La Dama no se percató de que Anthony y Serena se besaban. Se encontraba sumergida en una conversación sobre el sur de Europa con Abraham Florit, un
profesor de filosofía en la universidad de la Sorbona que conocía bien Andalucía y sus costumbres, poseía una casita en la Alpujarra Granadina donde iba cada año en
sus periodos vacacionales. Este grupo de intelectuales franceses conocía mejor la situación política del sur de Europa que la propia España. La Dama puso música
desde el puente de mando y mandó despertar a todos los que dormían ya la borrachera o se habían atiborrado de biodramina por pánico al mareo que provoca la
navegación primeriza. Ninguno de ellos se negó a subir de nuevo a cubierta, pues había que apagar las velas Buscaron a Anthony y Serena pero se habrían perdido
por el barco. De repente se oyeron unos gritos desde la playa iluminada por la luna….

Anthony y Serena se habían marchado a la playa en la embarcación fuera borda de salvamento y nadie del barco se percató. Una vez en la cala
encendieron una gigantesca hoguera y sacaron bebidas, pusieron música y gritaron a los del yate para que se unieran. No todos lo hicieron. Por suerte había otra
lancha a estribor y La Dama, Abraham Florit y cuatro personas más pusieron rumbo a la playa. Deborah Fontaine se quedó a bordo durmiendo la borrachera y su
desamor. Muchos artistas se enamoran y encuentran tal inspiración para crear que temen perder esa luz que la otra persona provoca en su don artístico. Y esto
exactamente le ocurría a Deborah. Sin duda sin amor no hay arte, tampoco sin su contrapunto. Sueños, pincel, poesía, un giro, danzarina de estela perfumada…

Continuará….

Nota: Se ampliará el capítulo I dependiendo de la demanda de los lectores.

Muchas gracias por vuestras lecturas y comentarios.

El autor.

[…]

Si el amor y el arte desapareciesen yo moriría con ellos. Solía decir La Dama a su mejor amigo. Carl Le Monde. No fueron pocos los que la relacionaban con
aquel actor de cine y su estrella en alza. Tras la noche en la cala Anthony terminó enamorándose de la bonita Serena que sin embargo se encontraba ya a miles de
millas de París rodando su próxima película. La Dama se reencontró con Carl en un viejo zoco a las afueras de París, cuando ella compraba unas sandalias y unos
perfumes. Se besaron y se fueron a beber café cogidos por la cintura mientras reían por haberse reencontrado de aquel modo tan causal…

- ¿Qué libro es ese? ¿Me dejas qué lo vea?

- No. Ni cuando lo termine, este libro es un regalo del destino, voy a escrutarlo, ja, ja, ja….

- Conociéndote, no me dejarías ningún libro de los tuyos. Da igual, me tiraría de ese puente si ahora mismo me lo pidieses…

- Nunca te pediría eso. Te invito almorzar…

- Será un placer, mi Dama… Intuyo que quieres decirme algo…

- Ja, ja. Me conoces un poquito, sí. Tengo que pedirte consejo sobre algo.

- De acuerdo… ¿Te importa si fumo un poco de hierba allí sentado bajo aquel árbol?…

- No, nunca me importó…

- Pero no te gusta que lo haga en público…

- En efecto. ¡Por qué en vez de fumar ese cigarro me regalas un perfume!

- Ya compraste varios.

- Estoy hechizada por una nueva fragancia de un joven mago perfumista, pero no recuerdo su nombre.
- ¿El del perfume o el del perfumista?....

- Ninguno de los dos…

- Ja, ja, ja, ja…

- Lo olvidaba, esta tarde tengo partida, debo irme…

- Oh, cariño.

- Lo siento. ¡Adiós te veré en el museo!...

- ¡Espera!....

La partida tendría lugar en un tugurio de "mala muerte" de las afueras del viejo de París…

Antes de abordar su partida de póker con unos jugadores profesionales muy ricos, la Dama fue a la inauguración de un negocio de alta joyería. El joyero,
mucho mayor que la bailarina andaba muy enamorado de ella aunque lo mantenía bien oculto. Cuando la vio entrar sonrió de un modo un poco sarcástico y poco
simpático, todo para disimular sus sentimientos. La Dama no estaba allí por él. Buscaba una joya de colección que se pondría a la venta el primer día y por supuesto
sus informadores se quedaron cortos al describirla, también en su precio. Todos los que asistieron pasaron a un salón donde Michel Ange daría un cóctel de
bienvenida y enseñaría la maravillosa pieza de colección y otras joyas. La joya en cuestión era una esmeralda montada en oro blanco y perteneció a un antiguo rey
noruego que la tuvo durante caso quinientos años. Su precio era prácticamente incalculable, Michel no quiso subastarla, si finalmente nadie la compraba se la
quedaría él, pues la gema tenía fama de traer muy buena suerte…

[…]

Fin del capítulo I.

Nota: Se ampliará al capítulo II dependiendo de la demanda de los lectores.

Muchas gracias por vuestras lecturas y comentarios.

El autor.

Capítulo II.

La Dama ignoraba completamente por qué todos le dieron la espalda repentinamente, incluido su enamorado Anthony encaprichado con Serena. Sin
embargo, alguien se encargaría de averiguarlo por ella. La Dama se refugió en su casita de la playa con la mascota y lloró, incluso no asistió a la función operística
donde ella era la bailarina protagonista; por temor a un desplante del público… ¿Qué le había ocurrido a la impoluta imagen de la bella y sensible Dama de París? Sin
duda alguien con influencias podría haber puesto en circulación alguna calumnia demoniaca contra ella para destruirla, porque su luz invadía todas las sombras pero
despertaba envidias asesinas. Y así fue…

El caso llegó a oídos del primer ministro Francés que secretamente abrió una investigación porque conocía personalmente a la familia de la Dama de París
y sabía que la danzarina era una persona de moral intachable. Por consejo de su familia y de la policía secreta decidió hacer sus maletas y desaparecer de París con
destino incierto, por supuesto.

Lo primero que se supo extra oficialmente sobre el caso “Calumnia” fue que el rumor que habían difundido era que la Dama de París jugaba a las cartas y
bebía bourbon, mientras fumaba apresuradamente. Muchos y muchas que la amaban la desterraron de sus corazones cuando oyeron las diferentes historias de la
doble vida de la bailarina preciosa. Otros lloraron su pérdida, sabedores de la gran mentira orquestada. ¿Quién pudo hacer tal cosa? La persona o personas que
obraron la maldad se preocuparon muy escrupulosamente de no dejar rastros pues a la hora de hablar nadie sabía nada de la calumnia e incluso se preocupaban por
la salud de la Dama… Hasta que un día Deborah Fontaine perdió la razón en una de sus borracheras…

Medio disfrazada subió a un autobús de viajeros. Regresaría cuando todo se hubiese acabado y resuelto. En principio su idea era de viajar a Roma y
después a Florencia donde vendían perfumes muy caros y delicados, sobre todo uno de ellos. Más allá de la duda, sentía una honda pena, más se rehízo y continuó
con su viaje; solo que al meter la mano en su bolso cambió de opinión y puso rumbo a...

La Dama de París. ®. ©.

Autor: Jorge Ofitas.

Sevilla. 2015. ®. ©.

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sociales o copiando solamente el enlace.
8. Los domingos junto a los gansos. ®.

Los domingos junto a los gansos. ®.


Novela rústica de suspense.
Autor: Jorge Ofitas. ®.
Sevilla. 2017. ®.
Introducción.
El matrimonio de Rosaura y Norberto siempre pareció feliz como el de
Jacobo y Aurelia. Los cuatro habían sido amigos desde la infancia. Ambas
parejas vivían de la agricultura artesana y poseían parcelas de frutales y
otras verduras. También criaban gallinas, pavos y otros animalitos más
nunca tuvieron cerdos por lo complicado que era mantenerlos y el
esfuerzo que suponía criarlos y después matarlos.
Las dos parejas llevaban casi cuarenta años casados por la iglesia y sus
tierras lindaban unas con las otras aún sin ser grandes les daban para
vivir no sin esfuerzo que no pocas grietas hendían sus ojos tras largos
años de lucha con los elementos. Aunque no era este el motivo de sus
secretas infelicidades. Que abordaremos más adelante.
Se veían una vez a la semana el día de domingo y no para ir a misa, no, no porque no fuesen creyentes, sino porque dedicaban el día de descanso para reunirse los
cuatro juntos; en la ribera de un lago donde anidaban gansos y había un gran bosque con una cabaña acogedora dentro de las propiedades de Norberto. En este
enclave disfrutaban de descanso si el tiempo acompañaba y de sus risas, confidencias y viandas; éstas preparadas con cariño durante toda la semana por Aurelia y
Rosaura.
Norberto había sido en su juventud un mozo bien de la comarca de los Arales. Su padre le dejó en herencia dinero y muchas tierras aunque él decidió venderlas y
guardar el efectivo a plazo fijo. Contaba la edad de sesenta y cuatro años lo mismo que su esposa, Rosaura, que se casó con él por su guapura, posición y buen porte a
caballo. Ambos eran altos medían casi uno noventa y ambos creyeron desde el primer día que estaban hechos el uno para el otro. Este no era el caso de sus amigos
Aurelia y Jacobo, que descendían de gente más humilde y su trabajo les costó conseguir aquella porción de tierra donde incluso había acebuches y alerces
aromáticos. Sin embargo, como Norberto no fue nunca clasista pues su padre le enseñó bien enseñado, se hizo amigo en la adolescencia del inteligente Jacobo que a
pesar de haber ido a la universidad un par de años decidió seguir los pasos de su amigo y casó pronto con Aurelia una mujer que llegó al pueblo desde la ciudad un
triste día de invierno buscando invertir sus ahorros en un trozo de tierra de aquella fructífera comarca de arrozales y otros “paraísos” de arroyos juglares y
hermosos…
Las tierras de Norberto y las de su amigo Jacobo se encontraban a unos cincuenta kilómetros del pueblo más cercano, Arales del sur. Una vez al mes ambos labriegos
dejaban a sus esposas a cargo de las tierras e iban a Arales a por provisiones pasando allí un día entero saludando también a otros agricultores pues Norberto aunque
las apariencias engañasen seguía siendo y con mucho el más rico de Arales.
Llegaban por la mañana antes de que saliese el sol y regresaban ese mismo día sobre la media noche con la camioneta bien cargada de provisiones para todo el mes.
Muchos vendedores agrícolas le esperaban ese día para ofrecerles sus productos, semillas, máquinas u otras cosas para la huerta.
Un día de febrero Norberto y Jacobo conocieron a tres jóvenes en el bar de la cacería, el ventero le dijo al Norberto que éstos buscaban una pequeña hacienda para
invertir y querían conocer la rica zona propiedad del agricultor, así que cuando llegó la hora de regresar, ambos amigos consintieron que les tres mozos/as les
siguieran en su propio vehículo un mono volumen de alta gama, eran dos chicas y un chico; Pancracio, Ruth y Elizabeth, un gato al que llamaban musí y un perro
orejón llamado castaño.
Norberto avisó a Rosaura y Jacobo hizo lo propio con Aurelia, así qué decidieron dejarles la cabaña que poseían junto al inmenso lago de los gansos los días que
estuviesen por allí, sin coste alguno por supuesto.
Pancracio no tenía ni un duro pues era un artista en ciernes, solo que Ruth su compañera era rica y andaba muy enamorada de él. Elizabeth tenía su propio dinero y
ansiaba encontrar un enclave con una pequeña huerta para ella sola, los tres jóvenes rozarían la treintena de años y desengañados y hastiados de la gran ciudad
tomaron la decisión de irse a vivir al campo para siempre, sin duda la buena de Aurelia empatizaría con ellos.
El padre Tomás los vio marcharse aquella noche, pues los dos labriegos siempre pasaban por la parroquia a la salida de Arales para dejar la limosna mensual; los
necesitados que atendían las monjitas del convento de las hermanitas descalzas siempre se lo agradecerían…
Continuará…
Advertencia.
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El autor. ®.
09. El libro talonario

El libro talonario
de Pedro Antonio de Alarcón

-I-

La acción comienza en Rota. Rota es la menor de aquellas encantadoras poblaciones hermanas que forman el
amplio semicírculo de la bahía de Cádiz; pero con ser la menor no ha faltado quien ponga los ojos en ella. El
duque de Osuna, a título de duque de Arcos, la ostenta entre las perlas de su corona hace muchísimo tiempo, y
tiene allí su correspondiente castillo señorial, que yo pudiera describir piedra por piedra...

Mas no se trata aquí de castillos, ni de duques, sino de los célebres campos que rodean a Rota y de un
humildísimo hortelano, a quien llamaremos el tío Buscabeatas, aunque no era éste su verdadero nombre, según
parece.

Los campos de Rota -particularmente las huertas- son tan productivos que, además de tributarle al duque de
Osuna muchos miles de fanegas de grano y de abastecer de vino a toda la población -poco amante del agua
potable y malísimamente dotada de ella-, surten de frutas y legumbres a Cádiz, y muchas veces a Huelva, y en
ocasiones a la misma Sevilla, sobre todo en los ramos de tomates y calabazas, cuya excelente calidad, suma
abundancia y consiguiente baratura exceden a toda ponderación, por lo que en Andalucía la Baja se da a los roteños el dictado de calabaceros y de tomateros, que
ellos aceptan con noble orgullo.

Y, a la verdad, motivo tienen para enorgullecerse de semejantes motes; pues es el caso que aquella tierra de Rota que tanto produce -me refiero a la de las huertas-;
aquella tierra que da para el consumo y para la exportación; aquella tierra que rinde tres o cuatro cosechas al año, ni es tal tierra, ni Cristo que lo fundó, sino arena
pura y limpia, expelida sin cesar por el turbulento océano, arrebatada por los furiosos vientos del Oeste y esparcida sobre toda la comarca roteña, como las lluvias de
ceniza que caen en las inmediaciones del Vesubio.

Pero la ingratitud de la Naturaleza está allí más que compensada por la constante laboriosidad del hombre. Yo no conozco, ni creo que haya en el mundo, labrador
que trabaje tanto como el roteño. Ni un leve hilo de agua dulce fluye por aquellos melancólicos campos... ¿Qué importa? ¡El calabacero los ha acribillado
materialmente de pozos, de donde saca, ora a pulso, ora por medio de norias, el precioso humor que sirve de sangre a los vegetales! ¡La arena carece de fecundos
principios, del asimilable humus... ¿Qué importa? ¡El tomatero pasa la mitad de su vida buscando y allegando sustancias que puedan servir de abono, y convirtiendo
en estiércol hasta las algas del mar! Ya poseedor de ambos preciosos elementos, el hijo de Rota va estercolando pacientemente, no su heredad entera (pues le
faltaría abono para tanto), sino redondeles de terreno del vuelo de un plato chico, y en cada uno de estos redondeles estercolados siembra un grano de simiente de
tomate o una pepita de calabaza, que riega luego a mano con un jarro muy diminuto, como quien da de beber a un niño.

Desde entonces hasta la recolección, cuida diariamente una por una las plantas que nacen en aquellos redondeles, tratándolas con un mimo y un esmero sólo
comparables a la solicitud con que las solteronas cuidan sus macetas. Un día le añade a tal mata un puñadillo de estiércol; otro le echa una chorreadita de agua; ora
las limpia a todas de orugas y demás insectos dañinos; ora cura a las enfermas, entablilla a las fracturadas, y pone parapetos de caña y hojas secas a las que no
pueden resistir los rayos del sol o están demasiado expuestas a los vientos del mar; ora, en fin, cuenta los tallos, las hojas, las flores o los frutos de las más
adelantadas y precoces, y les habla, las acaricia, las besa, las bendice y hasta les pone expresivos nombres para distinguirlas e individualizarlas en su imaginación. Sin
exagerar: es ya un proverbio (y yo lo he oído repetir muchas veces en Rota) que el hortelano de aquel país toca por lo menos cuarenta veces con su propia mano a
cada mata de tomates que nace en su huerta. Y así se explica que los hortelanos viejos de aquella localidad lleguen a quedarse encorvados, hasta tal punto, que casi
se dan con las rodillas en la barba...

¡Es la postura en que han pasado toda su noble y meritoria vida!

- II -

Pues bien: el tío Buscabeatas pertenecía al gremio de estos hortelanos.

Ya principiaba a encorvarse en la época del suceso que voy a referir; y era que ya tenía sesenta años... y llevaba cuarenta de labrar una huerta lindante con la playa de
la Costilla.

Aquel año había criado allí unas estupendas calabazas, tamañas como bolas decorativas de pretil de puente monumental, y que ya principiaban a ponerse por dentro
y por fuera de color de naranja, lo cual quería decir que había mediado el mes de junio. Conocíalas perfectamente el tío Buscabeatas por la forma, por su grado de
madurez y hasta de nombre, sobre todo a los cuarenta ejemplares más gordos y lucidos, que ya estaban diciendo guisadme, y pasábase los días mirándolos con
ternura y exclamando melancólicamente:

-¡Pronto tendremos que separarnos!

Al fin, una tarde se resolvió al sacrificio; y señalando a los mejores frutos de aquellas amadísimas cucurbitáceas que tantos afanes le habían costado, pronunció la
terrible sentencia:

-Mañana -dijo- cortaré estas cuarenta, y las llevaré al mercado de Cádiz. ¡Feliz quien se las coma!

Y se marchó a su casa con paso lento, y pasó la noche con las angustias del padre que va a casar una hija al día siguiente.

-¡Lástima de mis calabazas! -suspiraba a veces sin poder conciliar el sueño; pero luego reflexionaba, y concluía por decir-: ¿Y qué he de hacer sino salir de ellas? ¡Para
eso las he criado! Lo menos van a valerme quince duros...

Gradúese, pues, cuánto sería su asombro, cuánta su furia y cuál su desesperación, cuando al ir a la mañana siguiente a la huerta, halló que, durante la noche, le
habían robado las cuarenta calabazas... Para ahorrarme de razones, diré que, como el judío de Shakespeare, llegó al más sublime paroxismo trágico, repitiendo
frenéticamente aquellas terribles palabras de Shyllock, en que tan admirable dicen que estaba el actor Kemble:

-¡Oh! ¡Si te encuentro! ¡Si te encuentro!


Púsose luego el tío Buscabeatas a recapacitar fríamente, y comprendió que sus amadas prendas no podían estar en Rota, donde sería imposible ponerlas a la venta
sin riesgo de que él las reconociese, y donde, por otra parte, las calabazas tienen muy bajo precio.

-¡Como si lo viera, están en Cádiz! -dedujo de sus cavilaciones-. El infame, pícaro, ladrón, debió de robármelas anoche a las nueve o las diez y se escaparía con ellas a
las doce en el barco de la carga... ¡Yo saldré para Cádiz hoy por la mañana en el barco de la hora, y maravilla será que no atrape al ratero y recupere a las hijas de mi
trabajo!

Así diciendo permaneció todavía cosa de veinte minutos en el lugar de la catástrofe, como acariciando las mutiladas calabaceras, o contando las calabazas que
faltaban, o extendiendo una especie de fe de livores, para algún proceso que pensara incoar hasta que, a eso de las ocho, partió con dirección al muelle.

Ya estaba dispuesto para hacerse a la vela el barco de la hora, humilde falucho que sale todas las mañanas para Cádiz a las nueve en punto, conduciendo pasajeros,
así como el barco de la carga sale todas las noches a las doce, conduciendo frutas y legumbres...

Llamábase barco de la hora el primero, porque en este espacio de tiempo, y hasta en cuarenta minutos algunos días, si el viento es de popa, cruza las tres leguas que
median entre la antigua villa del duque de Arcos y la antigua ciudad de Hércules...

- III -

Eran, pues, las diez y media de la mañana cuando aquel día se paraba el tío Buscabeatas delante de un puesto de verduras del mercado de Cádiz, y le decía a un
aburrido polizonte que iba con él:

-¡Éstas son mis calabazas! ¡Prenda usted a ese hombre!

Y señalaba al revendedor.

-¡Prenderme a mí! -contestó el revendedor, lleno de sorpresa y de cólera-. Estas calabazas son mías; yo las he comprado...

-Eso podrá usted contárselo al alcalde -repuso el tío Buscabeatas.

-¡Que no!

-¡Que sí!

-¡Tío ladrón!

-¡Tío tunante!

-¡Hablen ustedes con más educación, so indecentes! ¡Los hombres no deben faltarse de esa manera! -dijo con mucha calma el polizonte, dando un puñetazo en el
pecho a cada interlocutor.

En esto ya había acudido alguna gente, no tardando en presentarse también allí el regidor encargado de la policía de los mercados públicos, o sea el juez de abastos,
que es su verdadero nombre.

Resignó la jurisdicción el polizonte en su señoría, y enterada esta digna autoridad de todo lo que pasaba, preguntó al revendedor con majestuoso acento:

-¿A quién le ha comprado usted esas calabazas?

-Al tío Fulano, vecino de Rota... -respondió el interrogado.

-¡Ése había de ser! -gritó el tío Buscabeatas-. ¡Muy abonado es para el caso! ¡Cuando su huerta, que es muy mala, le produce poco, se mete a robar en la del vecino!

-Pero admitida la hipótesis de que a usted le han robado anoche cuarenta calabazas -siguió interrogando el Regidor, volviéndose al viejo hortelano-, ¿quién le asegura
a usted que éstas y no otras son las suyas?

-¡Toma! -replicó el tío Buscabeatas-. ¡Porque las conozco como usted conocerá a sus hijas, si las tiene! ¿No ve usted que las he criado? Mire usted: ésta se llama
Rebolonda; ésta, Cachigordeta; ésta, Barrigona; ésta, Coloradilla; ésta, Manuela... porque se parecía mucho a mi hija la menor...

Y el pobre viejo se echó a llorar amarguísimamente.

-Todo eso está muy bien... -repuso el juez de abastos-; pero la ley no se contenta con que usted reconozca sus calabazas. Es menester que la autoridad se convenza al
mismo tiempo de la preexistencia de la cosa, y que usted la identifique con pruebas fehacientes... Señores, no hay que sonreírse... ¡Yo soy abogado!

-¡Pues verá usted qué pronto le pruebo yo a todo el mundo, sin moverme de aquí, que esas calabazas se han criado en mi huerta! -dijo el tío Buscabeatas, no sin
grande asombro de los circunstantes.

Y soltando en el suelo un lío que llevaba en la mano, agachóse, arrodillándose hasta sentarse sobre los pies, y se puso a desatar tranquilamente las anudadas puntas
del pañuelo que lo envolvía.

La admiración del concejal, del revendedor y del corro subió de punto.

-¿Qué va a sacar de ahí? -se preguntaban todos.

Al mismo tiempo llegó un nuevo curioso a ver qué ocurría en aquel grupo, y habiéndole divisado el revendedor, exclamó:

-¡Me alegro de que llegue usted, tío Fulano! Este hombre dice que las calabazas que me vendió usted anoche, y que están aquí oyendo la conversación, son robadas...
Conteste usted...

El recién llegado se puso más amarillo que la cera, y trató de irse; pero los circunstantes se lo impidieron materialmente, y el mismo regidor le mandó quedarse.

En cuanto al tío Buscabeatas, ya se había encarado con el presunto ladrón, diciéndole:

-¡Ahora verá usted lo que es bueno!


El tío Fulano recobró su sangre fría, y expuso:

Usted es quien ha de ver lo que habla; porque si no prueba, y no podrá probar, su denuncia, lo llevaré a la cárcel por calumniador. Estas calabazas eran mías; yo las he
criado como todas las que he traído este año a Cádiz, en mi huerta del Egido, y nadie podrá probarme lo contrario.

-¡Ahora verá usted! -repitió el tío Buscabeatas acabando de desatar el pañuelo y tirando de él.

Y entonces se desparramaron por el suelo una multitud de trozos de tallo de calabacera, todavía verdes y chorreando jugo, mientras que el viejo hortelano, sentado
sobre sus piernas y muerto de risa, dirigía el siguiente discurso al concejal y a los curiosos:

-Caballeros: ¿no han pagado ustedes nunca contribución? ¿Y no han visto aquel libraco verde que tiene el recaudador, de donde va cortando recibos, dejando allí
pegado un tocón o pezuelo, para que luego pueda comprobarse si tal o cual recibo es falso o no lo es?

-Lo que usted dice se llama el libro talonario -observó gravemente el regidor.

-Pues eso es lo que yo traigo aquí: el libro talonario de mi huerta, o sea los cabos a que estaban unidas estas calabazas antes de que me las robasen. Y, si no, miren
ustedes. Este cabo era de esta calabaza... Nadie puede dudarlo... Este otro... ya lo están ustedes viendo..., era de esta otra. Este más ancho..., debe de ser de
aquélla... ¡Justamente! Y éste es de ésta... Ése es de ésa... Ésta es de aquél...

Y en tanto que así decía, iba adaptando un cabo o pedúnculo a la excavación que había quedado en cada calabaza al ser arrancada, y los espectadores veían con
asombro que, efectivamente, la base irregular y caprichosa de los pedúnculos convenía del modo más exacto con la figura blanquecina y leve concavidad que
presentaban las que pudiéramos llamar cicatrices de las calabazas.

Pusiéronse; pues, en cuclillas los circunstantes, incluso los polizontes y el mismo concejal, y comenzaron a ayudarle al tío Buscabeatas en aquella singular
comprobación, diciendo todos a un mismo tiempo con pueril regocijo:

-¡Nada! ¡Nada! ¡Es indudable! ¡Miren ustedes! Éste es de aquí... Ése es de ahí... Aquélla es de éste... Ésta es de aquél...

Y las carcajadas de los grandes se unían a los silbidos de los chicos, a las imprecaciones de las mujeres, a las lágrimas de triunfo y alegría del viejo hortelano y a los
empellones que los guindillas daban ya al convicto ladrón, como impacientes por llevárselo a la cárcel.

Excusado es decir que los guindillas tuvieron este gusto; que el tío Fulano viose obligado, desde luego, a devolver al revendedor los quince duros que de él había
percibido; que el revendedor se los entregó en el acto al tío Buscabeatas, y que éste se marchó a Rota sumamente contento, bien que fuese diciendo por el camino:

-¡Qué hermosas estaban en el mercado! ¡He debido traerme a Manuela, para comérmela esta noche y guardar las pepitas!

Noviembre de 1877.

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10. Mi vecina es una


musa
Prólogo

Cuenta una antigua tradición que una vez concluida la beligerancia con los Titanes, los
dioses le solicitaron al poderosísimo Zeus que creara unas nuevas deidades
preparadas para entonar el nuevo mandato establecido en el universo.

Cumpliendo los designios demandados, el Dios del olimpo, ataviado como un pastor
amó nueve noches seguidas a la hija de Urano y Gea, fusionando de ese modo el cielo
con la tierra.

De los frutos engendrados en su vientre durante una novena la titánica Mnemosine––


la personificación de la memoria, la poseedora del más absoluto conocimiento que
estaba al corriente del presente, pasado y futuro eternos––, dio vida a las MUSAS:
divinidades femeninas que tutelan las artes y las ciencias, inspirando a los artistas,
especialmente a los filósofos, poetas y músicos.

Sin embargo, las nietas del Cielo- Urano y La Tierra- Gea no se limitaban únicamente a
la ilustre ocupación de inspirar y regir las nueve artes de Apolo, también eran
sublimes cantantes, músicas y bailarinas.

Sus virtudes rivalizaban con su inteligencia y su belleza, y su dulzura con su grandeza.

CALÍOPE era la primogénita, la más distinguida de ellas, evocada con un estilete y una
tabla de escritura, regía la elocuencia y la poesía épica; auxiliaba a los honorables
reyes con palabras convincentes, adecuadas para serenar a sus súbditos y restablecer la paz entre los mortales, y le enseñó el cantó al famoso héroe troyano Aquiles.

CLÍO, representada manteniendo entre sus manos un rollo de pergamino, era la musa de la poesía heroica y de la historia.

La tercera de ellas era ÉRATO, divinidad que protegía la poesía amorosa y la composición lírica, y amiga intima del Dios del amor.

La cuarta deidad tenía por nombre EUTERPE e inseparable de su flauta protegía la música.

MELPÓMENE fue llamada la quinta musa de la tragedia, y POLIMNIA la sexta que acostumbraba con actitud seria y pensativa a apoyar sus codos en su pedestal divino
mientras presidía los himnos sagrados.
A TERPSÍCORE se le otorgó la inspiración de la danza.

A TALÍA los atributos de la mascara de la comedia, el bastón del pastor y la poesía pastoril, y finalmente URANIA se encargó de proteger a los astrólogos y
astrónomos, cubierta con su manto de estrellas sosteniendo en su mano izquierda una esfera y una espiga en la diestra.

Pero estas generosas, sabias, jubilosas y hermosas mujeres no fueron las únicas engendradas por el apasionado dios de los dioses; que al igual que sucedió con
Alcmenea la esposa de Anfitrión, el todopoderoso, se enamoró perdidamente de una bella mortal a la que sedujo y con la que tuvo una hija. Cuyo nombre e identidad
la mantuvo en completo secreto por temor a que la furia de su esposa, la diosa Hera, se vertiera sobre ella del mismo modo que muerta de celos se derramó contra
Hércules el hijo de Zeus y Alcmenea.

Tras el alumbramiento, desgraciadamente, la hermosa doncella perdió la vida y Zeus al enterarse le ordenó a una divinidad menor, que subiera al bebe al olimpo,
haciéndola pasar por su hija.

Fue inmortalizada compartiendo los honores divinos del olimpo, y aunque su espíritu era divino de su corazón tierno nunca pudo desterrar su condición medio
humana.

El día que cumplió quince años su progenitor le contó toda la verdad de su linaje, y como regalo de cumpleaños la dotó de todas las cualidades y virtudes que poseían
sus otras hijas, convirtiéndola de ese modo en la musa más completa de la mitología. Aunque nunca compartió protagonismo con sus hermanas fue desde el más
absoluto anonimato la más cualificada y capacitada para inspirar a escritores, músicos, filósofos y pintores.

Se cree que pasa más tiempo paseando por la tierra que en el olimpo, que le gusta mezclarse entre los mortales como uno más de ellos, y que siente debilidad por la
ciudad de la luz y especialmente por los pintores…

Capitulo primero

Atardecía en Paris y sobre un lienzo inmaculado, Julius, trazaba el esquema sencillo de los volúmenes elementales de un paisaje de montaña.

Al finalizar el esbozo con sumo cuidado humedeció con una esponja pequeña la franja del cielo con un aguado en ocre clarísimo para posteriormente manchar las
nubes azules, dejándolo secar varios minutos antes de pintar las primeras montañas con fríos colores violeta y azules, sirviéndose así la base de tonalidades
posteriores.

Con acuarelas rojizas y verdes pintó contrastes sobre los montes más distanciados y cuando se disponía a cubrir las zonas despobladas del paisaje con tonos rojizos,
sonó el “dinggg-donggg” de su puerta y una mujer desconocida se presentó con voz tímida.

––Bonsoir, Je m` appelle Myriam…, Soy su vecina, “comment-dit-on, en francés ?”

––Voisin…, encantada de conocerla, vecina!––respondió en perfecto español el caballero francés.

––Parlez- vous espagnol?––inquirió Myriam sorprendida.

––Perfectamente, mi madre es española, cuando era niño pasaba mis vacaciones de verano con mis abuelos en su país.

¿En qué puedo ayudarla?

––La agencia que me alquiló el piso me dio una llave de la azotea y la he perdido.

––Tengo una copia de esa llave y otra del portal, ahora mismo se la traigo.

El pintor fue a su habitación y del primer cajón de su mesita de noche cogió una copia de la llave y se la prestó a su vecina.

––Merci beaucoup.

––De rien, ¿desea algo más?

––No, gracias…, por el momento eso es todo. Espero no tener que molestarle más veces.

––Au revoir, Myriam.

––Hasta la vista.

El pintor cerró suavemente la puerta y regresó frente al lienzo y cuando comenzó a manchar con sombras tostadas los troncos de los árboles, nuevamente fue
interrumpido por el sonido del timbre.

––Paul, ¿qué haces aquí?, habíamos quedado a las diez.

––Lo sé pero me he cansado de dar vueltas por el centro comercial y no encontrar lo que buscaba.

El pintor dirigió la vista a una bolsa con la serigrafía de una famosísima librería parisina.

–– ¿Qué llevas en esa bolsa?

––He comprado un libro––respondió su amigo mostrándoselo.

Julius observó la portada y posteriormente le dio la vuelta deteniendo su mirada en la enorme fotografía de la autora que la cubría.

–– ¡Yo conozco a esta mujer!

––Tú y millones de lectores. ¡Es la reina de la literatura fantástica!

––Paul esa mujer acaba de pedirme la llave de la azotea.

––Imposible, la habrás confundido con otra persona.


––Jamás olvido un rostro––afirmó con rotundidad––. Soy pintor y recuerdo perfectamente los rasgos de su fisonomía.

Paul quedó pensativo dudando de las palabras de su amigo.

––Si no me crees llama a su puerta y compruébalo por ti mismo. Se aloja en el piso que alquila tu agencia inmobiliaria.

–– ¿Y que le digo?

––Pídele un poco de sal, en las películas funciona.

–– ¡Estás loco!––dijo cogiendo la novela e introduciéndola en la bolsa––. Me voy a dar una ducha y luego nos vemos.

Una vez en el rellano, Paúl, se detuvo un buen rato delante de la puerta de la escritora y en un impulso repentino dejó su dedo pegado al timbre.

––Disculpe, soy su vecino, ¿tiene un poquito de sal?––le pidió en su idioma natal.

–– ¿Es usted español?––preguntó la escritora con una sonrisa.

––No, pero hablo perfectamente cinco idiomas.

Myriam prestó atención a las trémulas manos del caballero de cabello azabache rizado, con ojos algo rasgados, pestañas bastante largas para ser un hombre y labios
pronunciados.

––Espere un segundo que le traigo un salero.

Antes de ir a buscar la sal Myriam se fijó en el sonrojo de sus pómulos, pero lo que no pudo sentir cuando se alejaba por el largo pasillo de la casa era como el
corpulento cuerpo de Paul, por segundos, se estremecía.

––Aquí tiene.

––Se lo devolveré en seguida––dijo con voz entrecortada.

––Quédeselo, tengo otro de repuesto.

––Prefiero devolvérselo––insistió en voz baja, con la única intención de volver a verla.

––Como quiera…––dijo la escritora y cerró despacio la puerta.

Sorprendido por conocer en persona a su escritora preferida, Paul sin acabar de creérselo, entró en su casa con una sensación de vació en la boca del estómago y el
corazón acelerado, y para relajar sus emociones decidió cambiar la ducha por un buen baño.

Entró en su cuarto de baño y abrió el grifo metálico del agua caliente dejándolo chorrear hasta llenar la mitad de la bañera de porcelana blanca, y vertió un buen
puñado de sales relajantes que meses antes compró en un balneario.

Tras ponerse música de piano se introdujo en el agua y salió de ella cuando su piel quedó arrugada como las pasas.

Secó todo su cuerpo con suavidad con una toalla larga de algodón rizado y una vez seco, la ciño a su cintura.

El vapor del agua había empañado el espejo y con el aire caliente del secador que atusaba su cabello quitó el vaho del cristal.

Prestando atención a su rostro reflejado en el espejo mientras se recortaba la perilla, se percató que el paso del tiempo comenzaba a dejar en su piel tenues arrugas.
La hidrató con una crema, y cuando se abrochó en su habitación el cinturón de su pantalón se alegró satisfactoriamente al percatarse que el deporte que llevaba
practicando casi un mes había dado resultado.

Dejó pasar dos horas y media, viendo un documental de astronomía, antes de ir a devolverle el salero a Myriam y acicalado de los pies a la cabeza, manteniendo la
respiración llamó por segunda vez a su puerta.

Myriam miró por la mirilla y fue a buscar un batín porque iba en pijama.

––Buenas noches.

––Buenas noches, ¿acostumbra a devolver las cosas que le prestan tan peripuesto?––bromeó Myriam observando al caballero trajeado.

Sus mejillas comenzaron a arder enrojecidas y balbuceando a la comisura de sus gruesos labios salió una frase indecisa:

–– ¿No le parece que voy bien vestido?

–– ¡Me parece que tiene usted un gusto exquisito!––exclamó con total sinceridad––. ¿Va usted a la opera?

––No, me voy a ir con mi amigo, Julius, nuestro vecino común de rellano, a la discoteca.

–– ¡¿A la discoteca con esa ropa?!

Paul bajó la cabeza.

––Debería llevar algo más informal, ¿verdad?

–– ¡Verdad!, con esta vestimenta “no se va comer usted una rosca”.

––En las discotecas parisinas no dan “roscas”, ¿es común darlas en las de su país?

Myriam lo miró y rió a carcajadas.


–– ¡Oh no…, es una frase hecha…, una expresión popular! La traducción real significa “que no va usted a ligar”.

––Pues mire…, en mi caso no es nada nuevo desde que me dejó mi novia por no querer casarme con ella, estoy bastante desentrenado––le confesó impulsivamente
sorprendiéndose por ello.

––Cambiase usted ropa y a lo mejor esta noche hasta tiene suerte.

Paul asintió con la cabeza y dio medía vuelta retrocediendo ante sus pasos.

––Psss, psss––susurró Myriam, y el cuerpo de Paul se derritió por dentro invadido por el enamoramiento––. No me ha devuelto el salero.

––Lo siento–– se disculpó, siendo esta vez sus pupilas las que ardían––. Tenga y hasta mañana.

––A demain voisin.

Antes de ir a la discoteca el pintor y su amigo hicieron algunas paradas en otros locales y tres horas más tarde Julius aparcó el coche en una avenida situada entre el
Palacio de la concordia y el templo de St- Marie- Madeleine.

La decoración oriental era patente en todo el local impregnado por el aroma de inciensos variados y exóticos, y una enorme figura de Buda recibía a los clientes en el
salón principal. Observaba desde su templo como los bailarines en la discoteca movían sus cuerpos al ritmo de mezclas de música electrónica, y como en el
restaurante los comensales degustaban exquisitos menús variados.

–– ¿Por qué hemos cambiado de planes, en esta discoteca hay más turistas que galos?––protestó al entrar Paul.

––He quedado con dos chicas y querían venir aquí––respondió Julius dirigiéndose al piso de arriba.

–– ¿Me has concertado una cita a ciegas sin mi permiso?

––Si te hubiera pedido permiso no habrías venido.

–– ¡Me voy, apáñate tú con las dos!

––Te quedas––le ordenó el pintor sujetándolo por el brazo––. Ya nos han visto, nos están saludando.

––Te he dicho que me voy… ¡y me marcho!

Y cuando estaba apunto de dar media vuelta e irse vio como la escritora pedía una botella de agua en la larga barra roja con forma de dragón de la discoteca, y se
disculpó con su amigo accediendo a quedarse.

––La chica pelirroja es tu cita––le informó Julius, pues ambas mujeres se dirigían hacia ellos a pasos acelerados.

–– ¿Qué pelirroja de las dos?

––La del pelo largo.

–– ¡No me gusta!

––Pues te aguantas––dijo el pintor enfurruñado––. Y haz el favor de no darme la noche y compórtate como un caballero.

––Soy un caballero––declaró Paul un poquito indignado.

Una vez sentados en su mesa reservada fue Julius el que amenizó con su encanto la velada porque la conversación que Paul dio a las pelirrojas fue escasa.

––Si me disculpáis un momento ahora vuelvo––dijo Paul, al finalizar de paladear un licor oriental.

––No tardes––le dijo su compañera de mesa.

––Tranquila regreso en seguida.

Y en vez de ir al aseo, que estaba frente a su mesa, que era donde pensaba su amigo que iba, bajó las escalinatas del segundo piso e intentó localizar entre los
danzantes la lacia melena rubia de Myriam.

Una vez localizada, abriéndose paso entre la multitud, se puso a bailar de espaldas a ella y le propinó, a propósito, un buen empujón que casi la tira al suelo, con la
intención de enfadarla y que de ese modo se diese la vuelta y lo viera.

El plan funcionó como Paul lo había previsto y al darse cuenta que era su vecino la escritora lo saludó cordialmente y siguió moviendo su cuerpo al ritmo de la música
disco.

–– ¡Qué casualidad encontrarnos aquí!––exclamó Paul, con la sonrisa de oreja a oreja––. ¿Ha venido sola?

––Ya me he dado cuenta que se ha cambiado de ropa––respondió Myriam confundiendo la frase con el ruido de la música––. Yo también me he quitado el batín y el
pijama.

Paul se rió e insistió nuevamente en la pregunta:

––He venido con un grupo de amigos, están ahí enfrente sentados––respondió señalándolos.

––Le apetece una copa.

––No gracias, no bebo.

–– ¿Y un cigarro?
––Gracias, pero tampoco fumo.

––No bebe, ni fuma… ¿y tampoco sale con hombres?––se atrevió entre risas a preguntarle intentando averiguar si tenía pareja.

–– ¿Qué me ha dicho?––le preguntó Miriam, nuevamente, sin oír la pregunta por los altos decibelios.

–– ¿Qué si quiere un refresco?––inquirió, sin osar a repetir la cuestión entrándole vergüenza.

––Prefiero un botellín de agua.

––Ahora mismo se lo traigo––dijo con la mirada brillante, y dejó a Myriam bailando en el centro de la pista y se dirigió raudo a la barra a por una botella pequeña de
agua.

Mientras tanto, el pintor se impacientaba esperando que regresara pero él había perdido la noción del tiempo y meneaba el esqueleto con la escritora, al ritmo de las
mezclas que pinchaba el discjockey, e inquietándose por su retraso, tras un largo rato, su amigo y las pelirrojas fueron a su encuentro.

La pista de baile estaba atestada de bailarines pero con vista de lince la audaz mirada caoba de la mujer de melena larga rojiza, divisó entre la multitud el cuerpo
agitado de su acompañante, y con paso seguro encaminó sus altas plataformas en su busca sorprendiendo a Paul desagradablemente.

–– ¿No encontrabas el camino de regreso?––le preguntó con voz dulce pero impregnada de sarcasmo.

Paul le sonrió forzadamente, para no hacerle un desaire, sin intención de darle explicaciones.

––Te presento a mi vecina––respondió a la mujer de cabello rojizo.

––Mucho gusto en conocerla––dijo amablemente Myriam.

La pelirroja, con cara de pocos amigos, se subió el escote, sin tirantes, de su ceñidísimo traje rojo, y sin responder al saludo de la escritora se puso a bailar al son de la
música Dance; Myriam captando la directa se retiró inmediatamente de la pista despidiéndose de ambos.

Abriéndose paso entre la aglomeración se unió a su grupo de amigos y Paul con ademán de mala gana siguió danzando algo más de media hora. Finalmente, harto de
inventar excusas para poder deshacerse de la compañía, no grata, de su pareja de baile, de modo educado pero tajante la dejó plantada y fue en busca de su vecina.

Recorrió la discoteca, varias veces, de arriba abajo, y con gesto afligido dedujo que se había ausentando, así que cogió un taxi para regresar a casa y dejó al pintor en
el local disfrutando de la agradable compañía de las dos pelirrojas.

Al día siguiente algo cansado, Julius, comenzó con destreza y alternando diferentes recursos plásticos, a pintar un cuadro por encargo, utilizando la técnica del óleo:
técnica en la que él particularmente hallaba un amplio abanico de posibilidades en la creación de composiciones etéreas y superposiciones opacas.

Pasado un tiempo indefinido cuando con la punta de su pincel se disponía a realizar el esgrafiado de las ramas de un árbol, irrumpió en su estudio una música
estrepitosa que procedía del piso de al lado que llevaba desabitado más de dos años.

Al cabo de unos minutos el volumen de la melodía estridente subió considerablemente y el pintor bastante nervioso fue a quejarse.

Una mujer joven, de mejillas sonrosadas, hermosa mirada dulce y sonrisa seductora abrió la puerta.

–– ¿Le importaría, por favor, bajar la música?––le pidió con gesto torcido––. Estoy trabajando.

––Buenos días, soy la nueva propietaria del piso––dijo con voz cautivadora, extendiéndole la mano––. Me llamo Ángela.

––Soy Julius, vivo en el piso contiguo al suyo––declaró sintiendo el tacto delicado de su piel.

––Siento haberle importunado––se disculpó Ángela––. Bajaré la música.

––Se lo agradecería. Estoy componiendo un óleo y necesito estar concentrado.

–– ¿Es usted pintor?

––Profesionalmente me dedicó a restaurar obras de arte, concretamente pictóricas, aunque mi sueño es exponer algún día mis propias obras.

–– ¡Así que es usted una fuente de creatividad visual!

Julius quedó pensativo con la definición que había hecho de sí mismo la mujer de tez nacarada.

––Apagaré la música la inspiración artística requiere una concentración máxima.

––Y una buena dosis de dedicación y paciencia––apostilló el pintor.

–– ¿Usted es paciente, Julius?––indagó ella sin ningún reparo.

Inesperadamente, el sonido de una puerta abriéndose retrasó la respuesta, pues ambos fijaron sus miradas en la escritora que les dio los buenos días.

–– ¿Es usted Myriam Gilabert?––inquirió asombrada la nueva propietaria del piso mientras la escritora pulsaba el botón del ascensor.

Ella volteó su cabeza y asintió sonriente.

–– ¿Nos conocemos?

––No exactamente. Soy una gran admiradora suya, he leído todas sus obras.

––Mucho gusto en conocerla––dijo Myriam acercándose a ella.


–– ¡El gusto es mío!––declaró Ángela tomándose la libertad de darle un fuerte abrazo y dos besos, a los que Myriam correspondió encantada.

Y a los pocos segundos del saludo afectuoso de las damas, la puerta de Paul fue abierta por él mismo, y una expresión de disgusto creciente se reflejaba en su rostro.

–– ¿Va todo bien, Paul?––le preguntó el pintor, intuyendo que había recibido una llamada telefónica de Agnès, su ex novia.

––Sí––se limitó a contestar.

––Te presento a Ángela, nuestra nueva vecina.

––Encantado de conocerla.

––Igualmente.

Tras el saludo, Paul pensativo, volvió los ojos hacia Myriam sonriéndole débilmente y cuando el ascensor llegó se despidieron de los vecinos.

Paul entró detrás de la escritora, y el pintor y la nueva propietaria se dirigieron a sus respectivos pisos cerrando pausadamente sus puertas.

–– ¡Se ha levantado con cara de pocos amigos!––exclamó Myriam observando su semblante––. ¿No lo pasó anoche bien con la pelirroja?

Antes de responder Paul hizo un gesto muy expresivo.

––No; no lo pasé bien.

––Lo siento.

––Y usted, ¿se divirtió anoche?

––Estuvo bien.

––Si no es mucha indiscreción, ¿qué va a hacer esta mañana?––se atrevió él a murmurar.

––Es mucha indiscreción…, ––respondió observando la mirada tensa de Paul––. Aunque no me importa decírselo: voy a visitar Notre-Dame.

–– ¿Es usted Católica?

––Creo en el poder de la fuerza divina, se llame Dios o como cualquier otra religión quiera nombrarle.

Al salir del ascensor Paul echó una mirada a su reloj.

–– ¿Va ir en metro?

Ella se lo afirmó.

––No llegará a tiempo, los sábados y los domingos los horarios son de 8h a 12:30h y de 14h a 19h, estando prohibido el acceso a la catedral quince minutos después
del comienzo de las misas.––le informó él––. Con coche llegaría más rápido, ¿quiere que la lleve?, me viene de paso.

––Si no le es ninguna molestia, lléveme.

Frente a la fachada de Notre- Dame sujetada por dos torres de sesenta y nueve metros de altura, Myriam se quedó completamente embelesada observando con
sumo detenimiento todos los detalles de una de las construcciones góticas y arquitectónicas más antiguas y más hermosas de la ciudad.

Todo un modelo de su época por su grandeza y por su enigmático equilibrio, entre la total armonía de sus líneas perpendiculares y horizontales, que da la sensación
aunque no lo sea, ya que es producto de continuas transformaciones, estar diseñada por un único artista.

Una vez en el interior de una de las catedrales góticas más bonitas de Europa, admiró la nave central de Nuestra-Señora, flanqueada por dos laterales que
circundaban el coro de música sacra.

Se prendó de la decoración de las estatuas y los cuadros en todas sus capillas, y especialmente con los dos rosetones del transepto por su asombrosa dimensión de
diámetro. Pero lo que más llamó su atención fue el tesoro de la sacristía, aunque no pueda demostrarse la autenticidad de las reliquias: la corona de espinas, un
fragmento de la vera cruz, y uno de los clavos de la pasión.

Después de su extensa visita a una de las edificaciones más representativas de la isla de la ciudad y de París, se asomó a la parte posterior de la basílica a ojear los
puestos de los tradicionales “bouquinistes” que bordean el río Sena, y casualmente allí se encontró con Ángela acompañada de un joven muy apuesto.

––S’il vous plaît, donnez-moi celle-ci roman ––dijo Ángela señalando una obra de Proust.

––Buena elección––declaró Myriam mirando el título de la obra.

–– ¿Te gusta Marcel?

––Mucho.

––Cuando lea el libro te lo presto.

––Muchas gracias Ángela pero mi francés en muy limitado. He tenido suerte que tú, Julius y Paul habléis perfectamente castellano.

––Ángela habla perfectamente todos los idiomas, lo requiere su trabajo ––anotó, su guapo acompañante.

–– ¡Todos!, ¿a que te dedicas?–– inquirió la escritora

sorprendida––. Todavía no he conocido a ninguna persona que sepa hablar todas las lenguas.
Antes de contestar Ángela desvió sus ojos al cielo, con lo cual Myriam dedujo que era azafata de vuelos internacionales.

––Un trabajo apasionante poder viajar por todo el mundo y conocer diferentes culturas, ––apostilló el escultural acompañante de la azafata––. ¿Viajas con
frecuencia, Myriam?

La escritora fijó su mirada celeste en la del caballero al que no le habían presentado, suponiendo al llamarla por su nombre, que quizás, habría leído algún libro suyo.

––Alguna que otra vez he salido de mi pueblecito.

–– ¿Vives en un pueblo? ¡Pensaba que a una mujer como tú le gustaría más la capital!

––Vivo en una pequeña ciudad tranquila, de costumbres sencillas rodeada de mar y montañas: un lugar privilegiado.

–– ¿Estás casada?, ¿tienes hijos?

––No, ni estoy casada ni tengo descendencia.

–– ¿Estás comprometida?

Con la última de las preguntas del joven caballero la escritora se sintió un poco intimidada y Ángela lo captó rápidamente por la expresión de su cara interviniendo
con perspicacia.

––Disculpa el interés de mi hermano, ¡es un gran admirador tuyo!…, tus novelas son del dominio público pero se sabe muy poco sobre tu vida privada.

Myriam sonrió ante el comentario relajándose y contestándole con tono cariñoso:

––Seguramente vuestras vidas intimas son muchísimo más interesantes que la mía.

Sin responder a su suposición los jóvenes se encogieron de hombros cruzando una mirada cómplice y Ángela aprovechó el momento para pagar el libro que sujetaba
entre sus manos.

Con una amena charla, cuyo tema era ajeno a sus vidas privadas, continuaron visitando las longitudinales librerías al aire libre.

Una pareja de ancianos con rasgos germánicos, sin perturbar su esbozo de sonrisa, enarcando las cejas y levantado los parpados de un modo exagerado saludó a
Myriam y ella correspondió al saludo.

–– ¿Hablas alemán, Myriam?––indagó el hermano de Ángela.

Ella negó con la cabeza.

––Sólo entiendo algunos saludos y frases de cortesía––respondió deteniéndose delante de un puesto donde estaban expuestas todas las novelas de Verne,
alcanzando con la mano veinte mil leguas de viaje submarino.

––Peculiar personaje el protagonista del libro––declaró el joven.

–– ¡Y excelente escritor su creador!––intervino Ángela.

––En efecto, Julio poseía una creatividad asombrosa, no creo que ninguna de sus novelas se llenen de polvo en los estantes de una librería. Sus narraciones
minuciosamente urdidas, pese al paso del tiempo, han subsistido a los cambios de estilos de la literatura––afirmó Myriam.

–– ¿Cuál crees que fue el secreto de su éxito?––inquirió la azafata.

––Lo desconozco, esa pregunta deberías planteársela a un historiador o a un crítico literario.

––Te la estoy planteando a ti, eres escritora––insistió la joven––. Tus narraciones también son fantásticas.

Myriam antes de contestarle contrajo un poquito los labios y elevó sutilmente las cejas:

––En mi modesta opinión pienso que sabía captar la atención del lector generando una atmósfera de suspenso desde el principio narrativo; con contenidos
convenientemente surtidos de sucesos entretenidamente heroicos e intrépidos, avanzadas tecnologías y conductas morales.

–– ¿Y a que se debió el carácter profético de sus ficciones; fue un visionario o un iniciado, o quizás mantuvo contacto con seres de otros mundos?

–– ¿Por qué me lo preguntas a mí?, no tuve la suerte de conocerlo personalmente ––inquirió Myriam riendo––. Debió tener una divina Musa que le inspirara. ¡Los
helenos antiguos describieron a las MUSAS como aquellas que conocen todo lo que es, todo lo que fue y lo que será!

–– ¿Crees en las Musas?

––Creo en ellas––afirmó rotundamente la escritora ––. Simbolizan el poder intelectual arquetípico que nos guía hacia la cognición espiritual y la independencia,
mediante la inspiración, la creatividad y la intuición.

Son la manifestación divina de las palabras y la exaltación del canto, la música y el baile.

–– ¡Feliz es aquel a quien las musas aman: Dulces fluyen las palabras de su boca!––prorrumpió el joven parafraseando a Hesíodo.

––Trago de fluyente néctar, dulce fruto de la mente––declaró Myriam parafraseando a Píndaro.

––“Canta en mí, musa, y a través mío relata la historia” ––intervino en la conversación el bouquinist citando una frase de Homero, y entonces Myriam se acordó que
tenía que darle el importe del libro.

––Avez-vous papier pour cadeau?


––No, je le regrette––respondió el vendedor introduciendo el libro en una bolsa de papel reciclado.

–– ¿Necesitas papel de regalo?

––Sí; la novela es para mi hermano.

––Cerca de donde te alojas hay una papelería, tal vez cuando regreses este abierta. ––le informó Ángela mientras reanudaban el paseo.

Minutos más tarde la suave brisa que acariciaba sus rostros se tornó arrolladora y gélida, y el cielo comenzó a cerrarse llenándose de negras nubes predispuestas a
descargar apresuradamente gran cantidad de agua.

––Está diluviando. Vamos a ponernos a cubierto o nos calaremos hasta los huesos––dijo Ángela alzando los ojos al cielo.

––Entremos en ese restaurante––declaró su hermano, señalando uno cercano.

Entraron en un típico bistrot, un café restaurante con asequibles precios y una atmósfera cargada con humo de los cigarrillos que impedía la respiración, donde los
comensales apelotonados degustaban sus menús encima de un mantel de papel colorido, codo con codo.

––No puedo respirar en este local––se quejó Myriam.

––Yo tampoco––protestó Ángela.

–– ¿Dónde preferís ir a un snack-bar, a una hamburguesería o a un self-sercice?––les preguntó el joven––. O también podéis elegir un restaurante español, chino e
italiano.

––El que esté más cerca para no mojarnos––decidió la azafata.

Salieron avivadamente a respirar aire puro y a menos de treinta pasos entraron en un lujoso restaurante de gran tradición gastronómica, de ambiente selecto y carta
de especialidades.

––Los precios aquí son muy elevados––susurró Ángela para que no la oyeran.

–– ¡Os invito!––dijo su hermano mirando a ambas––. Tomad asiento.

Myriam comenzó a leer los entrantes de la carta y finalmente se decidió por un pastel de carne; la azafata prefirió una empanadilla de queso y su hermano ancas de
ranas salteadas.

Elaborados con un sumo cuidado y servidos en una porcelana selecta uno de los muchos camareros, les sirvió con urgencia, parte del menú acompañado con un vino
apropiado.

La salsa abundante del plato principal, preparada con especies variadas, hizo que a Myriam le entrase una sed descomunal y tuvo que pedir una botella grande de
agua porque el alcohol la mareaba.

No era el caso de la azafata y su hermano que estaban acostumbrados a beber vino, puesto que los vinos en Francia poseen de una ganadísima fama, conservando
una notable notoriedad culinaria: en un menú que se precie cada plato, cada queso y cada postre requiere un licor específico.

La elección de la repostería se la dejaron al camarero que se desvivió por ofrecerles un amplio refinamiento de dulces; el chantilly estaba exquisito, al igual que las
cremas hechas con huevos y con leche.

Myriam que era muy golosa se atiborró comiendo beignts, unos buñuelos rellénenos de crema o fruta. Ángela optó por la degustación del Mont-Blanc: un puré de
castañas con nata montada, y su hermano que no tenía problemas de sobrepeso se hinchió probando tortillas azucaradas con aroma de manzana, tortillas azucaradas
con mermelada, pastelitos de almendra y merengues.

Para que la digestión no les fuese excesivamente pesada el joven que tan amablemente les sirvió, les aconsejó ingerir un famoso licor francés elaborado a base de
hierbas; o una mezcla de coñac con naranja.

Al ingerir el primer sorbo del Gran Marnier, la escritora sintió como le abrasaba la garganta, pero al tercer sorbo fue degustando el licor poco a poco.

–– ¿Ha estado todo a su gusto?––preguntó el camarero al darles la cuenta.

––Delicioso––respondieron al unísono y se levantaron de sus asientos.

Justo antes de salir a la calle se cruzaron, casualmente, en la puerta del restaurante con Paul y una atractiva acompañante, que a juzgar por su aspecto físico debía
doblarle la edad.

La mujer de cabello teñido, ojos oscuros y cuerpo esbelto era casi tan alta como Paul, y al topar con la mirada con Myriam, la escritora sintió curiosidad por saber la
clase de relación que mantenían.

La lluvia había cesado pero el cielo seguía negro y el gélido viento azuzaba con fuerza todo lo que encontraba a su paso.

La humedad cubría las nubes, las casas, los árboles de los parques y los cuerpos de los transeúntes, avanzando lentamente por toda la ciudad sin dejar ningún rincón
donde refugiarse.

A pesar del frió intenso las calles no estaban desiertas, la fuerte brisa agitaba las melenas de las señoras que se agarraban con fuerza del brazo de sus maridos por
temor a salir volando como el sombrero de algunos caballeros.

Con el viento en contra el paseo hasta la boca del metro se hizo interminable. Al instante de subir, Ángela apretó en un mapa eléctrico el botón correspondiente al
destino de llegada, para que iluminara el recorrido más corto hasta la estación más cercana.

La azafata y su hermano se bajaron a unos cien metros de la salida y antes de despedirse, Ángela, le indicó a Myriam el número de línea y la dirección que se dirigía al
barrio latino donde la escritora había quedado con un grupo de amigos.
Continuará…

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