Repeticion y Variacion Como Procedimient
Repeticion y Variacion Como Procedimient
Repeticion y Variacion Como Procedimient
microrrelato
RÉSUMÉ : À travers différents exemples – certains bien connus, d’autres qui le sont beaucoup moins
– l’article met en lumière la tension, à l’œuvre dans certaines séries de micro-contes, entre le familier et
l’inconnu, la répétition et la différence. L’appréhension de ces textes en tant qu’œuvres repose
définitivement sur les autres éléments auxquels ils sont liés. Il s’agit non pas d’examiner les liens qui
relient ces textes à d’autres œuvres (même s’ils peuvent également être lus comme des exercices de
variation et de répétition), mais à des collections ou à des ensembles de micro-contes où les auteurs
jouent, à la manière d’une composition musicale, avec le développement de l’histoire : à partir de
l’identique, ils introduisent des variations et voient l’écriture prendre un nouveau tournant, donner
naissance à un nouvel univers.
RESUMEN: El artículo pretende abordar, a través de una serie de ejemplos –algunos de ellos bien
conocidos, otros mucho menos– cómo la tensión entre lo consabido y lo nuevo, la repetición y la
diferencia, se encuentran en la génesis compositiva de ciertas series de microrrelatos. Así, la entidad de
estos textos como obras se establece definitivamente en función de los demás elementos a los que se
vinculan. No se trata de examinar los lazos establecidos mediante recursos intertextuales con otras obras
(aunque sin duda también en este caso nos encontraríamos ante ejercicios de variación y repetición a
partir de modelos externos a la serie), sino a colecciones o conjuntos de microrrelatos en los que los
autores experimentan, a la manera de la composición musical, con el desarrollo de historias en las que
se parte de lo idéntico para, introduciendo una alteración, observar cómo la escritura da lugar a un nuevo
sendero, a un nuevo universo.
ABSTRACT: The paper address, through several examples –some of them well known, others much
less— how the tension between the familiar and the unknown, the repetition and the difference, are
found in the genesis of some series of short-short stories. The entity of these texts as Works is
definitively based on the other elements to which they are linked, in a kind of system. The aim is not
just examining the intertextual resources (although they can also be read as exercises of variation and
repetition), but rather collections or sets of micro-stories where authors experiment with the
development of stories in the manner of musical composition: starting from the identical, they introduce
alterations and observe how writing gives rise to a new path, a new universe.
Key words: Very short fiction, Repetition and difference in literature, Recursiveness in literature,
Fractals in literature
Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
[…] los autores que practican un arte de distancias cortas lo hacen por una mezcla de escepticismo,
melancolía y ambición a partes iguales. Escepticismo de lograr una visión holística del mundo –de
ahí la melancolía que los atenaza– pero, ambición, asimismo, por llegar lo más cerca posible de la
misma, reconociendo que el fragmento y la grieta que este provoca en el pensamiento se acercan
mucho más a la visión de la totalidad –ofrecida por modos de conceptualización de la realidad
1
Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación “Fractales: estrategias para la
fragmentación en la narrativa española del siglo XXI» (Ref. PID2019-104215GB-I00). Asimismo, forma parte de
las actividades del Grupo de Investigación Consolidado “Microrrelato hipermedial y otras microformas literarias.
Paradigma estético de la cultura texto-visual en la red», dirigido por la profesora Ana Calvo Revilla, de la
Universidad CEU San Pablo de Madrid
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
asiáticos como el xing chino o el zen japonés […]– que los discursos característicos de la
aprehensión del mundo occidental, signada por la taxonomización, las dicotomías y el
antropocentrismo.
Una literatura no exhaustiva: exhausta. En lenguaje matemático: no una cifra que pretenda
ser el infinito, ni siquiera el signo de infinito, excesivamente inasequible a nuestro pensamiento,
sino el más manejable –en apariencia– concepto de “tendente a infinito” (x→∞), que expresa,
ya que no la lograda (in)finitud inalcanzable, la infinitud apuntada en potencia –como solo
puede ser. Las nociones de fragmento y ruina suelen ser invocadas para explicar el género de
la microficción –si es que de un género se trata, pues parece que hace algún tiempo que la
escritura hiperbreve ha rebosado el continente del género literario–, y sobre todo la propia
concepción de la literatura y del mundo subyacentes a ella. No falta quien, como Vicente Luis
Mora, distingue entre fragmentarismo y fragmentalismo (2015): mientras que los textos
acogidos a la primera de esas categorías remite a una unidad reconocible, reconstruible; los
segundos están huérfanos de esa unidad última que los articularía en un todo comprensible más
allá del puro conjunto de fragmentos.
En este sentido, nos parece pertinente la noción de sistema a la que recurre Fernández Mallo
(él expone minuciosamente un sistema complejo, al que llama Realismo Complejo),
recordándonos que es el espacio relacional el que crea sentido, y no cada elemento aislado del
mismo. Así pues, hablar de fragmentariedad incurriría en un desajuste de paradigma, al tomar
como referencia la unidad, ese non plus ultra típicamente occidental y decimonónico que
precisamente trataría de esquivarse mediante la escritura dispersa, en lugar de la imagen más
adecuada de la red.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
inconexas hasta que son legitimadas por un orden que les da coherencia como un todo. (Fernández
Mallo 2018: 193)
Las llamadas obras fragmentadas se entienden como una sucesión o collage en el que las únicas
uniones son yuxtaposiciones más o menos caprichosas, pero esta asunción es contradictoria con la
propia definición de obra, o dicho de otra manera, afirmar que una obra es fragmentada equivale a
no haber entendido la mecánica interna de la misma. En efecto, en sentido estricto, no puede existir
una obra absolutamente fragmentada, pues, de existir, el cerebro no podría tan siquiera percibirla
como tal. […]
[…] la palabra “fragmentación” no es inocente, oculta un vicio que conviene señalar. Decir que algo
es fragmentario alude a la presunta existencia de un mundo previo, perfectamente unido y estable,
que después fue roto. De modo que el adjetivo “fragmentario”, así usado es el resultado de una
posición eminentemente nostálgica y, como tal, eminentemente conservadora. No trata de esto el
fragmentarismo al que nos referimos, no supone, como algunas veces se afirma, una disolución o
rotura de un mundo previo que era unitario y acotado y cerrado, no se trata de que el jarrón se haya
roto y ahora estemos pegando aquellas piezas del jarrón bajo otro orden, sino que se trata de una
nueva clase de orden […] En efecto, quienes elaboran las así llamadas obras “fragmentadas”, por lo
general no tienen conciencia de estar creando su obra desde un mundo roto, sino desde un mundo
que en forma de sistema complejo y perfectamente coherente se presenta ante sus ojos. Arrojamos
sobre el mundo una lectura compleja. (195-196)
Nos parecen sumamente atinadas las observaciones de Fernández Mallo, aunque creemos
preciso apostillar que esa ficción, o, mejor dicho, ese mito –pues de un mito edénico o en todo
caso prebabélico se trata– de un mundo o una realidad no fragmentaria, como una plantilla
punteada en la que cada fragmento textual terminaría encajando para formar, al fin, un
panóptico, un puzle pleno de sentido, sí es un horizonte de expectativas operativo y asumido en
no pocas obras.
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sino como horma de impresión de la realidad, no nos deja más camino que la sucesión, aunque
tratemos de escapar de ella mediante rizomas y bandas de Moebius (hasta las imágenes a las
que hay que recurrir, como camino o vía, tercamente lineales, lo delatan).
Intentemos pensar por un momento en la literatura: en toda la posible literatura, las obras
escritas y por escribir, con todas sus posibles ediciones, traducciones y variaciones (erratas
incluidas). Ya alguien pensó algo así, y en su honor debemos llamar a nuestra momentánea
fantasía Biblioteca de Babel (metáfora no solo de la Biblioteca, sino del Universo, si
recordamos el inicio del cuento de Borges). Que el espacio topológico que la alberga sea una
vasta, aunque finita, red de polígonos intercomunicados es, de hecho, una traslación espacial
de la interconexión reticular de las propias obras contenidas en los anaqueles. Esa posibilidad
de fatigar pasillos y páginas intercomunicadas es la intertextualidad, que dista mucho de ser un
mero recurso retórico, pues en realidad se trata de la plasmación en clave de escritura –y
también de lectura– de las propiedades relacionales del mundo como sistema complejo. Todas
las obras participan de ello. Cierto es que la contención del microrrelato (máxima intensidad en
la mínima expresión) propicia que este género escenifique con gran economía de medios lo que
sería mucho más difícil lograr trazando las conexiones entre novelas decimonónicas (un apunte:
la filología computacional y el distant reading lo logran en cierto modo, reduciendo las obras
a ristras de números que permiten observar a ojo de pájaro insólitas relaciones entre ellas).
2
Refiriéndose a la pretendida superioridad de las combinaciones posibles en ajedrez sobre las más sencillas del
juego de damas, M. T. Tinsley ironizaba, señalando: “jugar al ajedrez es contemplar un océano sin fin; jugar a las
damas es como mirar un pozo sin fondo». Lo mismo cabe predicar del microrrelato respecto de la novela.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
dividen el infinito (y demuestran que la décima parte de un infinito es infinita también). Esta
vertiginosa afirmación hace que cobre pleno sentido el concepto de restricción, de contrainte,
por decirlo a la manera oulipiana.
Nostálgicas de esas formidables dimensiones de su perdido edén –unitario, como buen mito
fundacional, aunque de límites difusos–, los volúmenes de ficción hiperbreve tratan de invocar
ese sistema relacional mediante series. Estas son necesariamente finitas, pero la arbitrariedad,
a menudo simbólica, de los números de elementos trata de apelar a un potencial desarrollo
infinito. La finitud inevitable de las series queda reforzada por la del microrrelato: finitud obvia,
pues el fin es visible, evidente e inminente desde el mismísimo comienzo, y da sentido al
microcuento, a menudo no solo estructuralmente, sino semánticamente (cfr. Bravo 2011). Esto
se ajusta a la noción de conjunto infinito planteada ya en el siglo XVIII por Bolzano, quien
afirma “[L]lamaré infinita a una multiplicidad si todo conjunto finito es tan sólo una parte de
ella” (1991: 44), justificando plenamente la funcionalidad de la serie finita como metonimia de
un infinito potencial.
Sin duda, algo similar pensaba Raymond Queneau –ya habíamos dilatado en demasía su
mención aquí, y volveremos a acudir a él más adelante– cuando eligió limitar sus Ejercicios de
estilo a 99 o sus poemas oulipianos a cent mille milliards. Una forma como otra cualquiera de
nombrar el inimaginable infinito.
En esta articulación de series de los textos hiperbreves (series abiertas, reticulares, más que
ordenadas o jerárquicas), la repetición y la diferencia resultan fundamentales. Es la reiteración
de un motivo, de una situación, con frecuencia de una palabra o incluso de una o más frases lo
que nos indica que estamos ante una serie, ante una red de textos hiperbreves vinculados entre
sí, por esos elementos en común. La misma intertextualidad no es sino una forma de repetición
entre lo igual y lo distinto, lo reconocible y lo que va más allá de ello, y las series son con
frecuencia un muestrario abreviado del fenómeno.
Todo lo anterior tiene que ver con nuestra misma manera de percibir y decodificar los objetos
del mundo. Porque, ¿es el binomio repetición/diferencia una propiedad del mundo, o es un
efecto de nuestra particular decodificación del mundo (de nuestra proyección del mundo,
acaso)? Necesitaríamos, para responder a esta pregunta, encontrar más allá del propio mundo
un punto en el que apoyar la palanca de nuestro razonamiento, externo al sistema del que somos,
inevitablemente, juez y parte. Es, además, en su uso común, una plantilla binaria y tautológica,
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de la percepción de cada mínima diferencia de absolutamente todas las realidades del mundo.
Funes, incapaz de establecer analogías en función de las semejanzas, era por ello “el solitario y
lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso”
(Borges 1992: 82); también, por la misma razón, el narrador afirma que “era casi incapaz de
ideas generales, platónicas” y “no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es
generalizar, abstraer, En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”
(1992: 82). La tensión entre repetición y diferencia es nuestro motor perceptivo, hasta el punto
de que, como dice Borges, “pensar es olvidar diferencias” para establecer categorías basadas
en la semejanza, de manera que aunque lo idéntico no exista (más adelante volveremos sobre
esta cuestión) hemos aprendido a asociar lo semejante y oponerlo a lo diferente–que, por
supuesto, también guarda con lo anterior una semejanza de fondo, ya que si no la oposición
resultaría caótica, no funcional.
La música –cuya existencia se basa en las nociones de repetición, variación y contraste– nos
demuestra la rentabilidad de la reiteración de combinaciones (utilizo el término en su sentido
coloquial y no en el estrictamente matemático): Rachmaninov compone su “Tema con
variaciones” (1931) presentando un tema antiguo –la mencionada Folía– reescrito
anteriormente por Corelli, Lully, Marin Marais, Salieri o Hendel, entre otros; posteriormente
Vangelis lo retomó para la banda sonora original de 1492 y Hans Zimmer hizo lo propio para
la de Gladiator, que a su vez es reinterpretada por Klaus Badelt en colaboración con Zimmer
en la de Pirates of the Caribbean. En todos los casos, un tema musical es sometido al cambio,
a la diferencia, sin que nunca se pierda por completo la posibilidad de reconocimiento (y por
tanto la idea de repetición), sin que caigamos nunca en la diferencia absoluta que no permitía a
Funes establecer cánones, re-conocer, pensar. No es raro, así, que la música estuviese en la
mente de Raymond Queneau cuando ideó sus Ejercicios de estilo:
En una entrevista con Jacques Bens, Michael Leiris recuerda que en el transcurso de los años treinta,
estuvimos escuchando juntos (Michael Leiris y yo) en la Sala Pleyel un concierto en el que se
interpretaba el Arte de la Fuga. Me acuerdo de que lo seguimos muy apasionadamente y que, al salir,
nos dijimos que sería muy interesante hacer algo de ese tipo en el plano literario (considerando la
obra de Bach, no desde el ángulo del contrapunto y fuga, sino como construcción de una obra por
medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio).
En efecto, fue acordándome de Bach muy conscientemente como escribí Ejercicios de Estilo, y muy
en especial de esa sesión de la Sala Pleyel. […] (cit. en Fernández Ferrer 2018: 13-14)
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
En la literatura oral, tradicional, generalmente breve, los juegos entre repetición y diferencia
son muy frecuentes. También, claro, en la tradición culta –que la anáfora sea un recurso habitual
lo confirma–, pero en el caso de las composiciones orales la repetición y la variación no son
recursos al servicio de un asunto, sino que son el auténtico quid de la pieza. Facilitan la
memorización y la improvisación, y conectan especialmente bien con la psique infantil, que –
por así decirlo– disfruta del mecanismo de aprehensión del mundo y de los fundamentos del
lenguaje (repetición/diferencia) con verdadera fruición, como si de un juguete se tratara.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
Fernández Ferrer para la española– han sabido comprender que, si toda traducción es una copia
imperfecta y por tanto una nueva creación, en el caso de esta obra tal condición debía asumirse
como una premisa a la vez restrictiva y creativa, una más que se sumase a las asumidas por
Queneau, de manera que sus versiones fuesen variaciones sobre las variaciones del autor
francés.
El primero de los casos a los que me referiré es el último libro –póstumo– de Javier Tomeo,
El fin de los dinosaurios, que representa un caso sencillo de variantes intratextuales en el
conjunto de la obra del autor. Integran este libro 148 piezas entre las que nos encontramos
títulos como “El hombre jirafa” (2014: 129), “El hombre arenque” (2014: 131), “Cuentos de
hadas” (2014: 88-89), “Mermelada de moras” (2014: 35), “El reloj cangrejo” (2014: 65) y “La
rana saltarina” (2014: 162), títulos que ya habían encabezado cuentos más extensos (2012: 235,
239, 591, 775, 779, 793), ahora jibarizados (Casamayor 2014: 13) o abiertos “a un nuevo
desenlace o a una nueva interpretación” (Casamayor 2014: 13). Más inmediata es la relación
intratextual dentro del propio libro El fin de los dinosaurios que vincula pares de microcuentos
en los que se experimenta con la misma situación: el ya mencionado “El hombre arenque”
(2014: 131) no solo sería una variación abreviada del cuento homónimo (2012: 239), sino que
a su vez conocería una versión algo más extensa varias páginas más adelante, “Arenque en
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
potencia” (2014: 174). También son microrrelatos “pareados” por así decirlo “El autobús”
(2014: 147) y “Misterio dos” (2014: 148), que los editores decidieron situar en páginas
contiguas, evidenciando la secuencialidad (otras veces, como veremos, los autores prefieren
espaciar o diseminar aquellos textos que precisamente forman una serie, buscando que quien
establezca la relación sea el lector y no el libro, es decir, fiando la apreciación del vínculo a lo
conceptual y no a lo espacial, lineal. Para el caso de Tomeo, la intratextualidad invita a ir un
paso más allá que el mero juego de conexiones; como advierte Gascón, El fin de los dinosaurios
y los Cuentos completos “tiene[n] algo de conjunto de series de variaciones. Hay motivos y
escenas que se repiten; algunas de ellas aparecen también en sus novelas y sus relatos: era un
creador que nunca agotaba una situación que le atraía” (Gascón 2014: 17-18). Como puede
apreciarse, no hay propiamente “series” en el libro, pero sí una concepción de la obra que ofrece
una experiencia más satisfactoria o amplia si la lectura no se detiene en un microrrelato aislado
sino que se expande al resto de la colección y también comprende los títulos previos del autor,
estableciendo los vínculos necesarios. El título actúa como enlace obvio entre los cuentos
previamente publicados y los microrrelatos de este libro, pero curiosamente los pares de
microrrelatos vinculados llevan títulos diferentes: “El hombre arenque” y “Arenque en
potencia”, y “El autobús” y “Misterio dos” –este último apunta a una secuencialidad respecto
del microrrelato que lo antecede, “El autobús”, sin que el título de este revele esa relación. Con
todo, no hay que olvidar que el libro se publicó de forma póstuma y los títulos de los textos
pudieran no haber sido elegidos de manera definitiva.
El siguiente ejemplo en el que me detendré es Los ojos de los peces, segundo libro de
microrrelatos de Rubén Abella. Se trata de una colección en la que las diferentes piezas tratan
de plasmar el intrincado mapa de azares y coincidencias que anudan la trama de las vidas
humanas, incluso de aquellas que solo fugazmente se entrecruzan. Es esta una preocupación
que ha ocupado al autor desde su opera prima, la novela La sombra del escapista (2003). En
Los ojos de los peces lo hace mediante la recurrencia de personajes que entran y salen de los
microrrelatos, siendo protagonistas en unos y en otros meros cameos cuya inapreciable
presencia puede desencadenar, sin embargo, una cadena de causalidades con imprevisibles
consecuencias para alguien. El planteamiento va más allá en cinco microrrelatos no contiguos,
titulados “Viaducto (uno)”, “Viaducto (dos)”, etc., que forman una serie cerrada, marcada por
la repetición de una situación idéntica (una mujer se dispone a saltar de noche por el pretil del
madrileño Viaducto, Óscar la ve) que se resuelve de cinco maneras completamente diferentes.
Otros autores se valen de la repetición de títulos a los que se añade una numeración para unir
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
algunos de sus microrrelatos, pero se suele tratar de diferentes versiones sobre un motivo
intertextual: un ejemplo claro es Ana María Shua, que en Casa de geishas incluye un apartado
titulado “Versiones” y en Botánica del caos uno llamado “Variaciones”; en ambos se recogen
pequeños ciclos de microrrelatos editados de manera contigua para reforzar su carácter serial,
concebidos más como variantes temáticas que textuales: así, cinco titulados “Doncella y
unicornio”, cinco titulados “Ermitaño”, cuatro “Cenicienta”, cinco “Golem y rabino”, cuatro
“Conquista de la Nueva España” o seis “Profetas y cataclismos”, entre otros (Shua 2009: 315-
319, 322-326, 328-331, 335-339, 581-584, 587-592). La autora recurre también a estas
variantes numeradas en otros apartados menos connotados en su título, a veces los intercala con
otras microficciones que alternan con la serie y comparten un mismo personaje central (Shua
2009: 509, 511, 513, 515, 517, 519, 521). E incluso en el apartado “Capricho divino”, de
Temporada de fantasmas, incluye tres microrrelatos vinculados por el título y la numeración
pero que apuntan a una omisión: “Creación I: la construcción del universo”, “Creación III:
trabajo en equipo” y “Creación V: lo que ha hecho el niño” (Shua 2009: 745, 748, 752). La
elipsis es tanto más inquietante cuanto que el tema –la creación de universos– apunta
potencialmente a su infinitud y por tanto, a la inevitabilidad de esos vacíos de conocimiento.
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
primeras frases: “Óscar volvía a casa por las calles dormidas. // Al cruzar por el Viaducto vio,
en la acera opuesta, a una mujer sentada en la barandilla, preparándose para saltar” (Abella
2010: 20, 50, 72, 114); el microrrelato que lleva el número 4 extiende su semejanza con el
primero más allá, hasta la intervención del protagonista, el testigo llamado Óscar que trata de
detener la escena; el desenlace es totalmente distinto en ambas versiones, pero esa diferencia
nos parece más absurda o más fatal por proceder de una situación inicialmente idéntica.
Viaducto (uno)
Al cruzar por el Viaducto vio, en la acera opuesta, a una mujer sentada en la barandilla,
preparándose para saltar.
Atravesó la calzada corriendo, alargó el brazo y trató con un gesto desesperado de detenerla,
pero no llegó a tiempo. La mujer se precipitó como un ángel muerto en el vacío.
Más tarde, cuando se llevaron el cuerpo, un jubilado insomne aseguró haber visto desde su
ventana cómo Óscar la empujaba.
Viaducto (cuatro)
Al cruzar por el Viaducto vio, en la acera opuesta, a una mujer sentada en la barandilla,
preparándose para saltar.
Atravesó la calzada corriendo, alargó el brazo y trató con un gesto desesperado de detenerla,
pero no llegó a tiempo. Con el impulso de la carrera chocó contra la barandilla y quedó
suspendido encima del pasamanos, con medio cuerpo flotando sobre la acera y el otro medio
asomando al vacío, viendo cómo la mujer se precipitaba en la negrura.
En el segundo caso, como es obvio, a la tensión entre lo que se repite y lo que cambia, se
sume una nueva, interna, ya que los hechos conducen a una situación casi idéntica a la del
comienzo: casi. Ahora es Óscar el que está parcialmente suspendido en el vacío, una mujer
llamada Diana es quien lo ve desde la acera opuesta, y quien interpreta (erróneamente) que está
“preparándose para saltar”. Observamos la reiteración idéntica de algunos elementos, como la
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
fórmula de inicio (un recurso habitual de las microficciones, según ya han señalado Gómez
Trueba 2016 y Zabala 2004) pone de relieve las diferencias, especialmente una fundamental, y
es que los lectores, a diferencia de Diana, sabemos que Óscar no está “preparándose para saltar”.
El final es muy abierto y distinto del que cierra el número 1 de la serie: podemos incluso pensar
que Óscar seguirá el destino de la suicida, o que acaso también él malinterpretó la postura e
intenciones de la mujer, como Diana la suya.
El número 5 (Abella 2010: 139), en cambio, no repite ninguna de las frases de las anteriores
versiones, sino que muestra la misma situación desde un punto de vista inédito hasta ese
momento, el de la suicida. El autor se ha asegurado de reiterar el título, introduciendo la
explícita variante de la numeración (aunque esta serie se detenga en cinco, cualquier serie
numerada, sea literaria o pictórica, lleva larvada la amenaza de infinito que subyace siempre a
una sucesión de números).
Ajeno al género del microrrelato se nos presenta, en principio, Siete finales para Philip
Marlowe, de Eduardo Fraile. Se trata de una carpeta poética de gran formato y edición limitada
(777 ejemplares numerados), que consta de solo siete páginas, numeradas mediante las
correspondientes ilustraciones: cartas de póquer del as al siete de corazones. Cada página, cada
naipe, corresponde a una breve prosa que propone un “final” diferente para una historia
protagonizada por el detective creado por Raymond Chandler: la historia nos es escamoteada,
y únicamente conocemos esos finales que condensan la atmósfera, el estilo y los tópicos
asociados a las novelas protagonizadas por Marlowe. El origen del proyecto se encuentra en la
edición póstuma de la última novela protagonizada por el célebre detective, de la que su autor
dejó escritos algunos capítulos antes de morir, y que quedó inconclusa; La historia de Poodle
Springs fue continuada y terminada por Robert B. Parker en 1989, al cumplirse 40 años de la
muerte de Chandler. Fue entonces cuando Fraile concibió la idea de escribir, a su vez, no uno
sino siete finales, y no de la novela póstuma, sino de una aventura imaginaria que también
protagonizaría el detective Marlowe.
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
notada proximidad entre la ficción hiperbreve y el poema, sino porque cumplirían el ideal de
escritura propugnado por Roland Barthes, una escritura de “pequeños fragmentos errátiles”, de
“ruinas” (2005: 278), más honestos que los largos textos unitarios con falsa apariencia de
escritura total, al mostrar su incapacidad para armar un discurso omnicomprensivo; una
escritura, en fin, de “notas” (Barthes 2004: 126-128), en el sentido que este término tiene en la
escritura, pero también en el musical: representación de sonidos que combinados dan lugar,
siempre mediante la repetición y la variación, a melodías. Una escritura-red de redes
ajerárquicas, pura combinación de significantes sin itinerarios prefijados, un texto al que se
accede “a través de múltiples entradas sin que ninguna de ellas pueda ser declarada con toda
seguridad la principal” (Barthes 2001: 31) –podríamos añadir, consecuentemente, un texto del
que se puede salir también por cualquier parte, por cualquier final, pues todos ellos son posibles,
en tanto que todas las combinaciones son posibles.
Los siete textos plantean una situación que, a grandes rasgos, es la misma: el detective
Marlowe se dispone a arrancar su coche y a dejar atrás a una mujer llamada Luisa; nunca
llegamos a saber cuál ha sido su relación, pero la índole de sus sentimientos es amorosa, y
marcada por el pesimismo y la renuncia sentimental característicos del detective. La narración
está en primera persona, como en las novelas y relatos de Chandler, cuyo característico estilo
lapidario –la auténtica voz de Marlowe, tan identificable– se emulan a la perfección. Los siete
textos repiten ese momento de la partida del detective a bordo de un coche, y comparten
invariantes, elementos que se repiten en varios textos pero están ausentes en otros, así como
algunas innovaciones que únicamente encontramos en uno o dos de los siete finales. Son
constantes repetidas en todos ellos Luisa, el camisón, el coche y la tristeza; la chaquetilla de
punto sobre los hombros de ella únicamente falta en el 5; la noche solo deja de mencionarse en
el 2; los cigarrillos solo están ausentes en el 3 y el 6. Otros componentes resultan más
ocasionales: el retrovisor se nombra en los finales 1, 2, 3 y 5; la ciudad en el 2, el 6 y el 7; la
carretera en 3, 4, 6 y 7; el umbral de una puerta en 1, 4 y 6; los ojos o la mirada en 3, 4 y 6; un
hotel en 4 y 5; el detalle de que Luisa esté descalza aparece en 5 y 7. Otros, en fin, aparecen de
manera exclusiva en uno de los textos y constituyen la diferencia fundamental e identificatoria
frente al resto: la luna aparece exclusivamente en el 5; una carta en el número 3, que también
es el único en hacer referencia a 400 dólares y tres armas; la corbata solo es mencionada en el
4; únicamente el 6 hace alusión a un castaño pilongo, a un pasaporte a Europa y al propio
nombre de Philip Marlowe, quien por cierto solo llora en el final número 1.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
El resultado es una serie densa, de cuya lectura conjunta surge en el lector una sensación
confusa de abigarrada plenitud, ya que los diferentes (pero a la vez, en tantos elementos,
iguales) textos terminan confluyendo en la impresión de un final único que contiene en apretada
amalgama todas las posibilidades y variantes.
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
La vi por el espejo retrovisor de mi viejo automóvil, recortada en el quicio de la puerta. Supe que
era la última vez, pero arranqué y me fui contra la noche y la nada, sabiendo que no podría olvidar
nunca aquella imagen de Luisa en camisón, con una chaquetilla de punto que había hecho ella
misma, tiritando por el frío y por tantas otras cosas. Era tan absoluta su tristeza… Conduje toda la
noche, lentamente, fumando sus cigarrillos rubios. Creo que, en algún momento, lloré. Dios mío,
hubiera dado la mitad de mi vida por no haberla conocido nunca. La otra mitad seguramente ya la
había perdido, pero eso qué importaba. Las otras seis restantes, porque fuera feliz. (Fraile 1995: s.p.)
Hundir el acelerador, cerrar los ojos, estrellarme contra un castaño pilongo y que la suerte decida
quién es Philip Marlowe, o dejarme mecer por el alquitrán de la noche y llegar a Los Ángeles,
hospedarme en un hotel que ya no existe, dormir siete años sin parar, mejor volver a Europa con
otro pasaporte, distinta identidad, en fin, frenar en seco, regresar a la casa donde Luisa, aterida, sigue
bajo el dintel con los ojos lejísimos, ah más allá de todo, su camisón malvado, bella, sin tiempo,
cualquier cosa en los hombros y toda la tristeza del mundo. (Fraile 1995: s.p.)
Prendí el último pitillo y arrojé el paquete a la cuneta. No he sido nunca un ciudadano ejemplar.
Dejé la ventanilla abierta el tiempo justo para despejarme. La autopista estaba cerca. Luisa dormiría
o no dormiría, no debió salir a despedirme en camisón, descalza, con aquel viejo suéter desmayado
en sus hombros, la tristeza. Iba a amanecer en la siguiente curva, yo no podía venirme abajo ahora.
La ciudad, a lo lejos, me esperaba como una buena amante: no me echaba de menos, pero estaba
allí. (Fraile 1995: s.p.)
Tanto la serie discontinua del viaducto de Abella como la de los finales para una historia
inexistente de Fraile enlazan con la noción intuitiva de universos múltiples o paralelos, tal y
como los explicaba Fredric Brown en 1949:
–Hay, por lo tanto, un número infinito de universos coexistentes. Esos universos incluyen este
mundo y el mundo del cual tú procedes. Todos son igualmente reales e igualmente verdaderos. Pero
¿puedes concebir lo que significa una infinidad de universos, Keith Winton?
–Significa que, dentro de lo infinito, todos los universos concebibles existen. Hay, por ejemplo, un
universo en el cual esta misma escena está siendo repetida, excepto que tú, o tu equivalente, lleva
zapatos castaños y no negros. Hay un número infinito de permutaciones de esa variación; un
universo en el cual tú tienes un ligero rasguño en el dedo índice, y otro donde tienes cuernos rojos,
y… (1986: 205)
Ocho años antes, Borges había enunciado la cuestión de manera muy similar:
El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como
lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
tiempo uniforme, absoluto, Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa
de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se
bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en
la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros yo, no usted; en otros, los dos.
Es éste, que un favorable azar e depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el
jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un
fantasma. (Borges 1992: 69)
Los Crímenes ejemplares de Max Aub constituyen otro ejemplo de colección de textos
hiperbreves en los que la diferencia y la repetición son el motor creativo fundamental, y también
la clave de lectura, en el sentido de que es ese mecanismo de apreciación de lo diferente respecto
de lo idéntico lo que el lector inevitablemente interioriza al leerlos. Aunque el microtexto no
estaba formulado como género ni contaba con la bibliografía paradójicamente amplísima de
que hoy dispone, los “crímenes” de Aub son hoy leídos como tales y figuran en antologías de
ficción hiperbreve, pero el contexto en el que alcanzan su plena significación es el del libro,
pues cada pieza alcanza su significado pleno en función de las demás que conforman su sistema.
Aub publicó la primera versión de este libro en 1956; posteriormente, en 1968, dio a la luz
otra edición en la que añadía varios “crímenes ejemplares”, suprimía veintitrés y añadía las
series, más breves, “Suicidios”, “De gastronomía” y “Epitafios”. Ediciones posteriores han
reunido todos los textos de las dos ediciones. Las cuatro partes o series presentan una unidad
interna, además de una de orden superior, de carácter temático, pues todos los textos tratan de
una manera insólita sobre la muerte, sea el asesinato, el suicidio, el canibalismo, o bien la
muerte implícita en el género del epitafio.
Es en las dos primeras partes donde mayor rendimiento presenta el par repetición/diferencia;
me centraré, por ser la más brillante de ellas, en la primera, la conformada por los “crímenes”
que dan título a las dos ediciones que el autor hizo del libro. Este se abre con un texto
introductorio sin título y fechado en México en 1956, al que añadirá un breve párrafo en 1968.
En esas páginas, Aub, maestro en imposturas literarias (recordemos su “Discurso de ingreso”
en la Real Academia, o su biografía de Jusep Torres Campalans, y la obra pictórica de este,
realizada por el propio Aub) presenta la colección de “crímenes” como una recopilación real de
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
confesiones recogidas en España, Francia y México a lo largo de veinte años, sin manipulación
literaria, lo que Aub señala como “razón de su vulgaridad” (1996: 13); Aub expone su método
de compilación de los testimonios (confiesa haber recurrido a drogas para estimular las
confesiones) y habla de “cien libretas” en las que ha anotado el corpus; sin embargo, es evidente
que se trata de una fabulación en la que el paratexto –estas páginas introductorias– desempeña
una parte fundamental de la ficción, al orientar su lectura. En él advierte también Aub lo
repetitivo de las declaraciones que transcribe: “Por otra parte, se parecen. ¿A quién extrañará?
Un siciliano, un albanés mata por lo mismo que un dinamarqués, un noruego o un
guatemalteco” (1996: 13-14); y más adelante “No están ordenados los textos ni por asuntos ni
por países, aunque a veces, para facilidad del lector, se dan en serie. Siempre que pude evité así
la monotonía, que es otro crimen” (1996: 16).
En efecto, hemos de convenir con Aub en que muchos se parecen, y en que la ordenación
del conjunto ha buscado deliberadamente una alternancia, marcada fundamentalmente por la
inserción de algunos, muy breves, que comienzan de manera idéntica o muy parecida, entre
otros más extensos y variados en su registro expositivo –aunque también en estos podemos
encontrar constantes menos obvias. Todos ellos, salvo uno, son confesiones en primera persona,
aparentemente declaraciones de los reos. Del total de 193 textos (me refiero a las actuales
ediciones, que suman las de la publicación del 56 y las añadidas del 68, pero no eliminan las
que Aub suprimió en esta segunda) 19 comienzan por la fórmula “Lo maté”, y uno más por “La
maté”; todos ellos son muy breves, varios no pasan de una línea: “LO MATÉ porque habló mal
de Juan Álvarez, que es muy mi amigo y porque me consta que lo que decía era una gran
mentira” (1996: 17), “LO MATÉ porque era de Vinaroz” (1996: 17), “LO MATÉ en sueños y luego
no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio” (1996: 23), “LO MATÉ porque
estaba seguro de que nadie me veía” (1996: 23), “LO MATÉ porque en vez de comer, rumiaba”
(1996: 24), “LO MATÉ porque me dieron veinte pesos para que lo hiciera” (1996: 27), “LO MATÉ
porque tenía una pistola. ¡Y da tanto gusto tenerla en la mano!” (1996: 44), “LO MATÉ porque
no pensaba como yo” (1996: 49), “LO MATÉ porque era más alto que yo” (1996: 51), “LO MATÉ
porque era más alto que él” (1996: 51), “LO MATÉ porque me dolía el estómago” (1996: 52),
“LO MATÉ porque le dolía el estómago” (1996: 52), “LO MATÉ porque no pude acordarme de
cómo se llamaba. Usted no ha sido nunca subjefe de ceremonial, en funciones de Jefe. Y el
Presidente a mi lado, y aquel tipo en la fila, avanzando, avanzando…” (1996: 57), “LO MATÉ
sin darme cuenta. No creo que fuera la primera vez” (1996: 62), etc. Respeto, como en la edición
de Calambur que manejo, la elección de escribir las primeras palabras de cada “confesión” en
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
Evitar la monotonía es la razón que Aub aduce en su introducción para haber organizado así
el conjunto de confesiones criminales. La repetición de la fórmula “Lo maté”, y las reiteraciones
casi idénticas de motivos, que se enfatizan más por situarse contiguamente (“LO MATÉ porque
era más alto que yo”, “LO MATÉ porque era más alto que él”; “ LO MATÉ porque me dolía el
estómago”, “ LO MATÉ porque le dolía el estómago”) transmiten, aunque haya en ellas altas
dosis de humor, una sensación que surge precisamente de la conjunción, solo aparentemente
paradójica, entre monotonía y variedad. La heterogeneidad de motivos, algunos efectivamente
habituales en los crímenes, otros estrafalarios, contrasta con la extenuante reiteración ad
náuseam del saldo de todas estas pequeñas estampas de la convivencia cotidiana: el asesinato y
la muerte. Ponen de relieve el absurdo –acaso también la inevitabilidad– que subyace a todas
ellas, más enfatizado precisamente por las explicaciones de los asesinos, que se sitúan en un
terreno de ambigüedad entre la justificación exculpatoria de su proceder y la exhibición de unos
motivos arbitrarios.
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
Monreal insisten especialmente en que los textos reflejan auténticos sueños del autor. La piedra
de la locura no se adscribe, pues, ni en su publicación francesa ni en la española, al género
microrrelato, que por otra parte no se había configurado como tal, y el libro ha sido incluido en
la edición de la poesía completa de Arrabal (2016). Sin embargo, ya Irene Andres-Suárez reparó
en la posibilidad de leer las prosas poéticas surrealistas como microrrelatos, y seleccionó
algunos de los textos de este libro como representantes tempranos del género (2012: 213-217).
Torres Monreal, quien insiste en la autenticidad de los sueños que inspiran estas breves
prosas, afirma que sus recurrencias –que a continuación examinaremos– proceden “del proceso
creativo profundo, del mecanismo psíquico de la escritura” (1984: 15). Teresa Gómez Trueba,
que ha analizado el libro de Arrabal y su conexión con la pintura de El Bosco y especialmente
con la de Magritte (2018), disiente de la afirmación de Torres Monreal, señalando que “la
estructura claramente elaborada y premeditada del conjunto lo aleja notablemente de cualquier
sospecha de automatismo psíquico” (2018: 71-72).
[En el libro de Arrabal] se aprecia el interés por establecer sutiles conexiones entre unos textos y
otros […] Esas conexiones se establecen a través de varios mecanismos de concatenación: la
reaparición insistente de determinados objetos que adquieren evidente categoría simbólica en el
imaginario onírico, la presencia de series de textos que repiten una y otra vez una misma versión
con leves variantes, una estructura circular en la que el último texto del conjunto viene a repetir
simbólicamente el primero de ellos. (Gómez Trueba 2018: 70-71)
¿Es un reflejo fiel de la mente logrado mediante el automatismo, como parece afirmar Torres
Monreal, o es una estructura premeditada y por tanto una construcción retórica, como afirma
Gómez Trueba? Que Arrabal haya evitado numerar sus textos, o establecer cualquier tipo de
orden –más allá del inevitable que impone el formato convencional del libro– resulta indicativo
del intento por abolir la secuencialidad e imprimir un halo caótico en su conjunto de sueños,
pero ese halo caótico se logra mediante una premeditada organización que aparenta no serlo en
absoluto.
Hay en el libro un fuerte componente visual, con numerosas referencias pictóricas implícitas,
pero en ningún caso explícitas; siendo esto así, resulta claro que la ausencia de imágenes
obedece al propósito deliberado de eludirlas, sustituyéndolas por la écfrasis verbal, en un
remedo del pensamiento que enfatiza su carácter también fuertemente visual, pero a la postre
limitado por el lenguaje. El propio título del libro –coincidente, por cierto, con el del poemario
de la argentina Alejandra Pizarnik, de 1968– remite a un conocido tema pictórico, plasmado en
algunas miniaturas medievales y en varios cuadros de los siglos XVI y XVII. El primero y más
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
célebre, al que sin duda remite el título arrabaliano, es “La extracción de la piedra de la locura”,
de Hyeronumis Bosch, El Bosco; pero el tema fue también recreado por Jan Sanders Van
Hemessen en “El cirujano”, por Pieter Bruegel el Viejo, Pieter Huys y Jan Havicksz Steen en
tres cuadros titulados igual que el de El Bosco, y por Pieter Jansz Quastz en “Trepanación”. Las
escenas representadas en todos los cuadros mencionados se basan en la idea de que la locura
está causada por una acumulación de sustancias que provocarían cálculos en el cerebro,
similares a las piedras en el riñón o la vesícula. Esa idea de que la locura se alivia mediante la
extracción de sedimentos depositados en el cerebro resulta sorprendentemente coincidente con
la propuesta freudiana del psicoanálisis, y concretamente el análisis de los sueños, como una
labor análoga a la arqueología, una excavación destinada a extraer los materiales depositados –
reprimidos– en el inconsciente a fin de liberar la psique del paciente de sus neurosis.
Gómez Trueba ha señalado ya cómo los textos del libro logran recrear una atmósfera onírica
a partir de la descripción de objetos y hechos extraños, pero también “de una suerte de repetición
claustrofóbica de escenas o situaciones de las que el narrador no logra salir” (2019: 75), pero
añade, acertadamente:
las repeticiones del libro son aquellas que podríamos considerar de índole textual. Así, encontramos
juegos con el lenguaje cercanos a los del Grupo Oulipo: repeticiones obsesivas de palabras, de
sonidos, de la letra “a”, de la palabra “mamá” (de la que, al igual que del lenguaje, el poeta no puede
desprenderse) (2019: 75).
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
Merece la pena que nos detengamos en esos juegos lingüísticos oulipianos basados en la
repetición y la diferencia, que imprimen en el libro un sentido de unidad circular: cuando
avanzamos en la lectura de microtextos (no numerados, por lo que el orden de lectura podría
ser cualquiera) y descubrimos las repeticiones de diversa índole, lo que acaso creíamos (con
Torres Monreal) un catálogo de sueños reales, se torna en una construcción premeditadamente
autorreferencial, escheriana o moebiana.
Las repeticiones en el libro se dan dentro de los propios textos (se repiten fonemas, palabras,
sintagmas, frases o estructuras), y entre varios textos (un mínimo de dos y un máximo de cuatro)
que quedan, así, asociados por una relación de semejanza que no es nunca, aunque lo pueda
parecer, identidad completa. Así, en las páginas 27, 89 y 141 se presenta un texto con
variaciones: los elementos idénticos son suficientes como para que relacionemos ambas piezas,
las diferencias lo son para que advirtamos que no se trata de copias perfectas:
Tengo una burbuja de aire. La siento muy bien. Cuando estoy triste se hace más pesada y a veces,
cuando lloro, parece una gota de mercurio.
Tengo una burbuja de aire. La siento muy bien. Cuando reflexiono se hace más pesada y a veces,
cuando escribo, parece una gota de mercurio.
Tengo una burbuja de aire. La siento muy bien. Cuando estoy triste se hace más pesada y, a veces,
cuando lloro, parece una gota de mercurio.
La siento muy bien. Cuando estoy contento se hace más ligera y, a veces, cuando ella me habla, se
diría que no existe.
Al leer los tres textos es fácil establecer mentalmente la comparación que destaca los
términos variables, y eso nos invita a vincularlos entre sí: estoy triste / reflexiono, lloro/escribo.
La diferencia es aquí equivalencia.
En las páginas 30, 38, 73 y 137 también encontramos cuatro textos muy similares entre sí,
que mantienen una misma estructura aunque difieren en algunas palabras y signos de
puntuación (unas y otros actúan como elemento de variación, de diferencia). Pero el juego se
complica, porque esa estructura que se repite en los cuatro textos es, además, circular y
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
repetitiva, pues en todos los casos el final del texto repite el comienzo, aunque lo interrumpe
mediante un signo (un “etcétera”) que simultáneamente subraya y evita la repetición. No parece
casual que progresivamente se incremente el uso de comillas en algunos términos de los textos:
mediante este signo tipográfico se subraya metalingüísticamente el carácter verbal de las
palabras, para hacernos conscientes de la condición metarreferencial de todo lenguaje, de que
toda langue es, en realidad, lalangue, como Lacan señaló: un mero instrumento de goce, no un
verdadero sistema comunicativo. Veamos dos de los textos de esta serie:
Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma de palabras y la hoja blanca de
frases.
Entonces cierro los ojos y, mientras oigo el tic-tac del reloj, veo cómo giran en torno a mi cerebro,
diminutos, el pobre-loco-amnésico perseguido por el filósofo-de-la-mandrágora.
Cuando abro los ojos las letras, las palabras y las frases han desaparecido y sobre la hoja blanca ya
puedo comenzar a escribir:
“Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de letras, la pluma…”. Etc. (Arrabal 1984: 30).
Entonces cierro los ojos y, mientras oigo caer la lluvia, veo cómo giran en torno a mi cerebro,
diminutos, mi “yo” perseguido por su “ella”.
Cuando abro los ojos “la imaginación”, los “recuerdos” y el “arte de combinar” han desaparecido y
sobre la hoja blanca ya puedo comenzar a escribir:
Cuando me pongo a escribir el tintero se llena de “imaginación”, “la pluma…” Etc. (Arrabal 1984:
30).
Otro caso similar serían los microtextos de las páginas 28 y 135, que repiten secuencias
(aparentemente sueños) semejantes, donde las diferencias subrayan también lo reiterativo de la
situación de partida, y donde también hay repeticiones de fórmulas (“Hijo mío, hijo mío”),
dentro de cada texto y entre ambos textos.
El microtexto de la página 47 presenta una estructura con cuatro párrafos de los cuales los
tres primeros guardan un paralelismo solo roto por algunos términos; este texto se repite en las
páginas 77 y 114 con variaciones: los términos cambiantes que rompen el paralelismo
intratextual son diferentes en las tres versiones. Sin embargo, el último párrafo sí es idéntico en
los tres microtextos: “Como estos dolores de nuca que tengo no me permiten explicarme con
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
facilidad, temo que un día se atrevan a hacerme estas preguntas; porque no sabría responderles
con la precisión que quisiera.” (47, 77, 114).
Los microtextos de las páginas 41, 52 y 103, aunque repiten la misma estructura, guardan,
sin embargo, una relación que podríamos calificar de secuencial, ya que cada uno de ellos
describe 4 signos zodiacales diferentes, hasta completar los 12. El último párrafo (“Entonces
me di cuenta de que mientras me hablaba me había incrustado una estrella de hierro”) es
idéntico en las páginas 41 y 52, y se repite en la página 103 con un añadido final (“Entonces
me di cuenta de que mientras me hablaba me había incrustado una estrella de hierro. Sobre ella
escribió con un pincel AMOR”).
Un caso singularmente interesante es el de los microtextos de las páginas 61, 87 y 107, que
repiten una aparentemente idéntica (pero solo semejante) secuencia de palabras concatenadas,
yuxtapuestas, sin relación sintáctica, que repiten la secuencia fónica /ma/ –cuya relación con la
palabra primordial mamá ya notó Gómez Trueba. Cada uno de los textos es repetitivo en sí
mismo (las mismas palabras aparecen varias veces, en ocasiones seguidas, y junto a ellas
aparecen otras palabras distintas, pero que contienen también la secuencia /ma/ o los fonemas
/m/ y /a/), y además los tres textos, separados en el libro, producen un efecto de déjà vu en el
lector; éste probablemente volverá atrás para comprobar que los que parecen textos idénticos
son, en realidad, copias imperfectas. La atmósfera de pesadilla y locura patente en el libro se
manifiesta en el plano verbal en estos textos que semejan síntomas propios de trastornos del
pensamiento, tales como ecolalia, palilalia, reiteración compulsiva y automatizada de palabras
por asociación simbólica o meramente sonora (donde el referente sonoro desplaza y borra el
significado), etc. La posibilidad comunicativa queda así seriamente amenazada por el uso
fetichista de la lengua, el goce. Citando de nuevo a Gómez Trueba,
A lo largo del libro se van a repetir numerosas versiones de un mismo texto que nos remite a una
estructura en abismo de carácter metalingüístico. […] la estructura en abismo es un letimotiv a lo
largo de todo el libro. Y, en última instancia, todos estos juegos remiten en su conjunto a una
dimensión autorreferencial. De donde no puede salir el sujeto es del propio lenguaje. No casualmente
el último texto del libro repite con variaciones el primero. El círculo se cierra así y el sujeto queda
encerrado en la escritura, en la más severa de las convenciones, la del lenguaje. Y esta es sin duda
la peor de las pesadillas. (Gómez Trueba 2018: 75-76).
Aún veremos un caso más de reiteración en el propio texto y entre dos textos: lo encontramos
en las páginas 81 y 121, consistentes en una frase en otro idioma que se repite, acto seguido,
traducida al español.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
Sí, todo el mundo me odia: dicen que tengo complejo de persecución. (Arrabal 1984: 81)
Sí, todo el mundo me odia: dicen que tengo complejo de persecución. (Arrabal 1984: 121).
En palabras de Gómez Trueba, este caso evidenciaría “la arbitrariedad y convención del
signo lingüístico” (2018: 75). Con todo, me parece preciso señalar que pese al carácter
reiterativo, los dos textos no son idénticos (la primera frase, primero en francés y luego en
alemán, difieren, aunque la segunda frase, la traducción, sea diferente); por otro lado, la
partícula afirmativa “Sí”, que en ambos casos introduce la traducción española, actúa como
conector que señala la reiteración, pero a la vez diferencia la frase de su “original”.
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
la realidad; como él explica, de ser una perfecta toma de la realidad, “[…] la fotografía perdería
su sentido pues para ser exactamente igual que el original ya está el original, no hace falta
construir copia alguna. Lo que hace valiosa la copia es aquello en lo que difiere del original y
al mismo tiempo es igual que éste” (60). Del mismo modo, para estar ante una traducción
necesitamos saber que esta lo es, que repite un modelo anterior, del que difiere (en la lengua de
expresión, y por tanto, en el todo); de lo contrario, habríamos perdido un hecho crucial como
clave interpretativa. Es igual que este o, más bien, diremos aquí, alude a este, necesita de este
para poder definir su identidad (Deleuze), para tener sentido en un sistema que tiene como
centro otra variación, que no se presenta como tal, sino como norma o, mejor, como canon.
Finalmente, ante La piedra de la locura cabe que nos preguntemos ¿se trata de una escritura
fragmentada, que remite a una unidad original y por tanto recuperable mediante reconstrucción,
recomposición? ¿O bien es fragmentaria, esto es, disgregada pero carente de unidad original?
En el caso de la escritura de Arrabal, creo que nos encontramos ante un decidido paso en pos
de lo fragmentario, pero no ante una obra que lo sea por completo; ocuparía más bien en la
frontera entre ambas maneras, un territorio borroso e indefinido que es también el de la
transición del sujeto monádico al sujeto nomádico. A favor del último operan en el libro la
disgregación, la ausencia de progresión (que no es absoluta, ya que la palabra nuclear del título,
extracción, alude a un proceso y, por tanto, a un progreso, aunque podamos valorar este como
no satisfactorio, pues la extracción de la neurosis se lleva a cabo mediante la palabra, y por
tanto nunca llega a producirse por completo); a favor del sujeto monádico, de una pieza, la
remisión omnipresente al yo, sujeto y objeto a la vez de la escritura, que actúa como referente
constante de todos los textos (incluso de aquellos que parecen ser tan solo un balbuceo sin
sentido), incluso aunque podamos afirmar que se trata de un sujeto débil, lábil. En ese sentido,
sería interesante comparar la obra de Arrabal con otra en la que la repetición desempeña un
papel fundamental, The Book of i’s, de José Luis Castillejo (Bonn, Edición del autor, 1969;
reed. en Constanza, 1976), sucesión de páginas en las que solo aparece impresa una i minúscula
y otras en blanco; lo que aquí me interesa destacar es la siguiente aseveración de Castillejo: “La
i soy yo con minúscula y lo demás” (Lafuente 2017: 455). El sujeto de Arrabal, que acusa ya la
disgregación, se representa como algo todavía dotado de una cierta unidad y de una cierta
progresión (aunque esta sea circular), pero en Castillejo el I se hace minúsculo en la minúscula
i que, definitivamente porosa, es el yo “y lo demás”, y la tensión entre repetición y diferencia
se convierte en un mecanismo todavía más estricto, más reducido y quintaesenciado, más
peligrosamente al borde del silencio.
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Conceφtos 1|2020. Microfiction/Microficción
Concluimos aquí nuestro análisis, aun cuando quedaría por estudiar, como hecho
estrictamente inscrito en la mecánica de la repetición y la diferencia, la intertextualidad (que
como recurso se basa no tanto en la copia cuanto en el hecho de que esta sea reconocida por el
receptor e interpretada como tal repetición). Citando nuevamente a Fernández Mallo,
La relectura o reinterpretación de una obra anterior no la destruye, sino que le adhiere –mejor dicho,
le infiltra– una capa más de significados. Ni la obra es un original inviolable –como decía el mito
del Romanticismo–, ni tampoco la obra es un simple eslabón susceptible de ser infinitamente
reproducido sin modificación –como decía el mito del pop–. Así, el objeto, la nueva obra, pivota,
como mínimo, entre dos puntos, se mueve incesantemente, sin fijar su significado de manera “pura”.
Estos dos puntos son el nuevo sentido que le es dado por la operación misma de la apropiación, y el
residuo que permanece del estado anterior y que, como hemos dicho, siempre ha de existir como
constante del proceso […] (Fernández Mallo 2018: 347-348)
Y aún cabría señalar un caso particular de repetición, un caso especialmente interesante que
va un paso más allá de la intertextualidad: me refiero a la apropiación, esto es, la repetición de
un texto ya existente, a menudo no literario, que reproducido en un nuevo contexto adquiere
una nueva significación. Con raíces en el apropiacionismo artístico y el object trouvé –sobre
todo en Duchamp–, la tecnología, la popularización de la fotografía digital y las redes sociales
elevan este procedimiento a un nivel inusitado cuyo espíritu refleja bien el sintagma Uncreative
writing (Goldsmith 2011). A diario nuestros ojos reciben una ingente multitud de textos que
repiten otros textos, con frecuencia, no literarios, cuestionando cuáles son los límites de la
intertextualidad (si los hay), cuáles de los de la autoría (si esta es algo más que un adensamiento
más o menos trivial en la red de interrelaciones que es la trama de todos los textos). La noticia
periodística o en anuncio como object trouvé, convertido en microrrelato o en poema por el
mero hecho de haber sido recontextualizado en un marco de recepción que reclama esa clave
interpretativa y que sugiere, aviesamente, que acaso nuestra propia naturaleza sea textual y
nuestro mundo una cita tan extensa o tan breve como queramos suponer. Más aún: gran parte
de esos textos ya no se presentan como citas, sino como fotografías o capturas de pantalla. El
archivo word da paso al formato jpg, el procesador de texto al pudin de píxeles que replican
tipografías, caligrafías reales o simuladas, lettering obtenido mediante aplicaciones. La
repetición parece así acercarse más a la copia perfecta, inalcanzable siempre, pues, en tanto que
copia, alberga un sentido añadido, esa nueva capa de significados a la que se refería Fernández
Mallo. A la vez, el formato, la imagen textual, que en el texto habían llegado casi a pasarnos
desapercibidos, reivindican con vigor su papel y exhiben provocadoramente sus limitaciones:
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Repetición y variación como procedimientos creativos en el microrrelato
“no soy más que lo que ves”, parecen decirnos las citas –apócrifas y auténticas– que pululan
como meme o como gif (cuya circularidad es un verdadero alfa y omega), exhibiendo su
carácter fantasmático de imago, de aparición que aplaza siempre (la diferencia hecha ya
différance derridiana) la revelación de su significado completo.
Bibliografía
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