Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Borges o Aleph

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 20

Títulos originús

e respectivos tradutores:
FERVOR DE BUENOS AIRES - FERNANDO PINTO DO AMARAL
LUNA DE ENFRENTE - FERNANDO PINTO DO AMARAL
CUADERNO SAN MARTÍN - FERNANDO PINTO DO AMARAL FERVOR Dl
EVARISTO CARRIEGO - JOSÉ COLAÇO BARREIROS
DISCUSIÓN - JOSÉ COLAÇO BARREIROS LUA
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA - JOSÉ BENTO
HISTORIA DE LA ETERNIDAD - JOSÉ COLAÇO BARREIROS CADER1'(
FICCIONES - JOSÉ COLAÇO BARREIROS

º"
EVARIS1
EL ALEPH - FLÁVIO JOSÉ CARDOSO
Sobrecapa:
NORBERT DENKEL
HISTÓRIA ill\
Ilustração da contracapa
e do frontispício: HISTÓRIA 1
WlLLI GLASAUER
F1
1ª edição, o
1949

Cl Maria Kodama, 1989


Licença editorial para Editorial Teorema
por cortesia de Maria Kodama
Fotocomposição: Fotocompográfica
Impresso e encadernado para Editorial Teorema
por Printer Ponuguesa
em Julho de 1998
Depósito legal número 123 951/98
ISBN 972-695-346-4 (obra completa)
ISBN 972-695-347-2 (1 vol.)

EDITORIAL TEOREMA, LDA.


Rua Padre Luís Aparício, 9 - 1.° Frente
1100 Lisboa / Portugal
Telef.: 312 91 31 - Fax: 352 14 80
El Aleph intactos.
[Cuento. Texto completo] Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de
abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos
O God, I could be bounded in a nutshell veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un
and count myself a King of infinite space rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a
comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934,
Hamlet, II, 2 aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me
quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí
But they will teach us that Eternity is the las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.
Standing still of the Present Time, a
Nunc-stans (ast the Schools call it); Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el
which neither they, nor any else oxímoron* es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis;
understand, no more than they would a Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no
Hic-stans for an Infinite greatnesse of sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es
Place. autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las
noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia,
Leviathan, IV, 46 la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad
mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y
imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul
miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. "Es el
renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues Príncipe de los poetas de Francia", repetía con fatuidad. "En vano te revolverás
comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas."
cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no,
pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del
exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de
también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; unas copas, una vindicación del hombre moderno.
visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos
Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez -Lo evoco -dijo con una animación algo inexplicable- en su gabinete de estudio,
ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos,
nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos,
perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines...
comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri;
Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro
Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el siglo XX había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las
pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, montañas, ahora, convergían sobre el moderno Mahoma.
sonriendo, la mano en el mentón... No estaría obligado, como otras veces, a
justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas,
finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición,
que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las
escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese
otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de
simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces,
años, sin réclame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos trasmitir esa extravagancia al poema1.
báculos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero, abría las compuertas a
la imaginación; luego, hacía uso de la lima. El poema se titulaba La Tierra; Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil
tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael
pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe**. Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y
monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable, pero
Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abrió un cajón del limitado, es menos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos
escritorio, sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete Argentino. Éste se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya
de la Biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción: había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un
kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales
He visto, como el griego, las urbes de los hombres, casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana
los trabajos, los días de varia luz, el hambre; Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un
no corrijo los hechos, no falseo los nombres, establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton.
pero el voyage que narro, es... autour de ma chambre. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos
largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio.
Copio una estrofa:
-Estrofa a todas luces interesante -dictaminó-. El primer verso granjea el
aplauso del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los
eruditos a la violeta, sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Sepan. A manderecha del poste rutinario
Homero a Hesíodo (todo un implícito homenaje, en el frontis del flamante (viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
edificio, al padre de la poesía didáctica), no sin remozar un procedimiento cuyo se aburre una osamenta -¿Color? Blanquiceleste-
abolengo está en la Escritura, la enumeración, congerie o conglobación; el que da al corral de ovejas catadura de osario.
tercero -¿barroquismo, decadentismo; culto depurado y fanático de la forma?-
consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente bilingüe, me -Dos audacias -gritó con exultación-, rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito.
asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados Lo admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en
envites de la facecia. Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio
permite, ¡sin pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que ni las geórgicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás
que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la a denunciar así, al rojo vivo. Otra, el enérgico prosaísmo se aburre una
segunda a los Trabajos y días, la tercera a la bagatela inmortal que nos osamenta, que el melindroso querrá excomulgar con horror pero que apreciará
depararan los ocios de la pluma del saboyano... Comprendo una vez más que más que su vida el crítico de gusto viril. Todo el verso, por lo demás, es de muy
el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo. ¡Decididamente, tiene subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el
la palabra Goldoni! lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la
satisface... al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El
Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su pintoresco neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del
comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombrías las
mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, tintas del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo
la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. más íntimo el alma de incurable y negra melancolía.
Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la
Hacia la medianoche me despedí. Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría
el lunes con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda
Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por reunión del Club de Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las
primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, "para reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía
tomar juntos la leche, en el contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase.) Dije, entre
de Zungri -los propietarios de mi casa, recordarás- inaugura en la esquina; adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo, describiría el
confitería que te importará conocer". Acepté, con más resignación que curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen,
entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el "salón-bar", inexorablemente encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con
moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo
vecinas, el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por explicativo me permitiría nombrarla) había elaborado un poema que parecía
Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; b) no hablar
de la instalación de la luz (que, sin duda, ya conocía) y me dijo con cierta con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.
severidad:
A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me
-Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de
encopetados de Flores. Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas
de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió -salvo el
rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una
Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido
delicada gestión y luego me olvidaba.
según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió
azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra
lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me
lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con
con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su
"que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, desaforada confitería, iban a demoler su casa.
laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden
indicar a los otros el sitio de un tesoro". Acto continuo censuró la prologomanía, -¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay!
"de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los -repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.
Ingenios". Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía
el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta
Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se
entonces, la singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar
prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri
observó, con admiración rencorosa, que no creía errar en el epíteto al calificar persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los
de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil
hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. nacionales.
Para evitar el más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme
portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección formal y el rigor científico,
El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una
"porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un
seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto.
solo detalle que no confirme la severa verdad". Agregó que Beatriz siempre se
Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana,
había distraído con Álvaro.
impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para
terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño
había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin
contienen todos los puntos. una flor, en el piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran
retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una
-Está en el sótano del comedor -explicó, aligerada su dicción por la angustia-. desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:
Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La
escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida
pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe para siempre, soy yo, soy Borges.
después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente,
rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph. Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz
de otro pensamiento que de la perdición del Aleph.
-¿El Aleph? -repetí.
-Una copita del seudo coñac -ordenó- y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes,
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la
desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y
no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo
burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los
Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph. pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas,
nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!
Traté de razonar.
Ya en el comedor, agregó:
-Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?
-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio... Baja;
-La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.
tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas,
todos los veneros de luz. Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más
ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el
-Iré a verlo inmediatamente. baúl de que Carlos Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas
bolsas de lona entorpecían un ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la
acomodó en un sitio preciso.
Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de
un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes
insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que -La almohada es humildosa -explicó-, pero si la levanto un solo centímetro, no
Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás... Beatriz (yo verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo
mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña de una clarividencia casi ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.
implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes,
verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la
locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo
siempre nos habíamos detestado. parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar
por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos
transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para
defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenía que matarme. Sentí cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen
un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y
narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph. el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color
de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de
Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi
de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las
análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres,
habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo
Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a
Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz
analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi
negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el
contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el
irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo
instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo
me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el
superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo inconcebible universo.
que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo,
recogeré. Sentí infinita veneración, infinita lástima.

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera -Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman -dijo una voz
tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego aborrecida y jovial-. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo
comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!
espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres
centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca
Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo penumbra, acerté a levantarme y a balbucear:
claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi
el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en
-Formidable. Sí, formidable.
el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:
las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en
Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi -¿Lo viste todo bien, en colores?
convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en
Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado,
vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde nervioso, evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su
antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera sótano y lo insté a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la
versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de perniciosa metrópoli, que a nadie ¡créame, que a nadie! perdona. Me negué,
con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme, y le repetí que Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo que Luciano de
el campo y la serenidad son dos grandes médicos. Samosata pudo examinar en la luna (Historia verdadera, I, 26), la lanza
especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el
En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron espejo universal de Merlin, "redondo y hueco y semejante a un mundo de
familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de vidrio" (The Faerie Queene, III, 2, 19)-, y añade estas curiosas palabras: "Pero
sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de los anteriores (además del defecto de no existir) son meros instrumentos de
volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el óptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy
olvido. bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que
rodean el patio central... Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan
——————————————— FIN ————————————————— el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor... La
mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de
religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas
fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo
Posdata del primero de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del que sea albañilería".
inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la
longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de "trozos
¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las
argentinos". Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el
cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo
Segundo Premio Nacional de Literatura2. El primero fue otorgado al doctor estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de
Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes Beatriz.
del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la
envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen
que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por A Estela Canto
el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz.
1. Recuerdo, sin embargo, estas líneas de una sátira que fustigó con rigor a los
Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; malos poetas:
otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del
alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece Aqueste da al poema belicosa armadura
casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura De erudicción; estotro le da pompas y galas.
divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo Ambos baten en vano las ridículas alas...
y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del ¡Olvidaron, cuidados, el factor HERMOSURA!
superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en
los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querría saber: Sólo el temor de crearse un ejército de enemigos implacables y poderosos lo
¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde disuadió (me dijo) de publicar sin miedo el poema.
convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el
Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que 2. "Recibí tu apenada congratulación", me escribió. "Bufas, mi lamentable
hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph. amigo, de envidia, pero confesarás -¡aunque te ahogue!- que esta vez
pude coronar mi bonete con la más roja de las plumas; mi turbante,
con el más califa de los rubíes."
Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de
cónsul británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en
una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo
que atribuye el Oriente a Iskandar Zú al-Karnayn, o Alejandro
Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton
menciona otros artificios congéneres -la séptuple copa de Kai Josrú, el
espejo que Tárik

También podría gustarte