3.la Lirica y La Elegia
3.la Lirica y La Elegia
3.la Lirica y La Elegia
OVIDIO)
El concepto de poesía lírica vigente en la Antigüedad clásica difiere del que se
tiene en la actualidad, surgido con el Romanticismo y dominante desde entonces.
En Grecia, el adjetivo lírica definía a la poesía cantada con el acompañamiento
musical de la lira o de otros instrumentos de cuerda similares. La polimetría y la
brevedad de las composiciones, la musicalidad y la expresión de sentimientos
personales muy variados, junto con la presencia constante del mito, eran sus
características principales. En la poesía latina, por su parte, el canto y el
acompañamiento musical desaparecen y es poesía lírica la escrita en los mismos metros
y estrofas de la lírica griega. El elemento formal y no el contenido, muy variado, es el
que define al género.
Esta falta de definición en los contenidos del género y su consideración inferior
a los estimados elevados –épica y drama- hace que reciba un escaso tratamiento teórico
entre los autores latinos. Con todo, sin agotar sus posibilidades temáticas, Horacio
dedica unos versos a la lírica en su Arte Poética:
La vaguedad de los límites del género lírico se mantiene todavía hoy y así han
llegado a incluirse en él “todos los elementos que no pertenecen a los otros géneros
poéticos (épica y drama)”1.
La lírica latina comienza en Roma mucho más tarde que la épica o el teatro,
concretamente a partir de 150 a.C, en plena influencia helenística y cuando las
circunstancias políticas y sociales habían abocado los ánimos de los ciudadanos cada
vez más hacia la intimidad y la vida privada. Nos encontramos así con una serie de
composiciones breves y delicadas en las que se renuncia a todo lo que sea grandeza,
volcándose en la intimidad de las pequeñas cosas. Es un nuevo tipo de poesía, personal
y elaborada a partir de modelos helenísticos, cultivada por el “círculo” poético de
Lutacio Cátulo, grupo de autores que se alejan de la épica patriótica tradicional y que
cultivan el epigrama erótico, escrito en dísticos elegíacos (uid. tema de Elegía). Aulo
Gelio y Cicerón nos han transmitido cinco de estos epigramas. Son poemas breves, de
tema amoroso, traducciones o adaptaciones sin más de originales griegos, con poco
valor literario.
La importancia de este nuevo tipo de poesía estriba en que tiene continuidad en
la segunda mitad del s. II a.C. y en el s. I a.C.
Un poco posteriores, de la primera mitad del s. I a.C., son los erotopaegnia
(“juegos amorosos”) de Levio, escritos en diferentes metros líricos. Los cerca de treinta
fragmentos que conservamos han contribuido a considerarlo precursor de la poesía
“nueva”. Tomó sus temas de la mitología y, en opinión de algunos autores, su obra fue
importante para el desarrollo de la lírica latina y de su lenguaje particular (uso de
diminutivos, palabras compuestas…).
Entrado el s. I a.C. escriben los poetae noui o neoteroi, nombre que les dio
despectivamente Cicerón y que ellos aceptaron con gusto. Quieren romper con la poesía
1
Cf. Hugo Blair, en CODOÑER CARMEN, Géneros literarios latinos, p. 154.
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de Ennio y Nevio y crear una poesía al modo de la alejandrina (Calímaco,
principalmente). Los poetas alejandrinos componían piezas doctas de tema mítico y,
junto a éstas, otras de tema trivial, ambas con un tratamiento breve y de gran perfección
formal. Los más importantes de este círculo son Valerio Catón, Licinio Calvo, Helvio
Cinna, de cuyo Zmyrna Catulo hace un vivo elogio (Catulo, XCV), y Furio Bibáculo.
Tan sólo nos quedan fragmentos de estos autores. El más importante, por su producción
conservada, es Cayo Valerio Catulo.
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Quevedo, Lope de Vega bebieron de él y, ya recientemente, para Jaime Gil de Biedma y
los llamados “novísimos” (cf. neoteroi) es autor de referencia obligada.
HORACIO
Quinto Horacio Flaco (65-8 a.C.) nació en Venusia (Apulia), hijo de un liberto
que ejercía el cargo de recaudador de impuestos en las subastas. Con gran sacrificio de
su familia, recibió una esmerada educación en Roma y más tarde en Grecia,
entusiasmándose con la filosofía epicúrea. Se enroló en el ejército de Bruto y combatió
en Filipos con el grado de tribuno militar.
Tras la derrota volvió a Roma y compró un puesto de amanuense de los cuestores para
poder vivir. Allí empieza a escribir con amargura sus Épodos y Sátiras, trabando
amistad con Virgilio, quien lo presentó a Mecenas, al cual le unió una profunda amistad
durante toda su vida. No se casó nunca. Se dedicó por completo a su actividad literaria,
permitiéndose incluso rechazar el cargo de secretario particular del "princeps", que el
propio Augusto le había ofrecido.
Su obra lírica comprende los Épodos y las Odas y su modelo literario son los poetas
griegos de los siglos VII y VI a.C..
Épodos. Llamados por Horacio Iambi, fueron escritos en el intermedio de las batallas de
Filipos (42 a.C.) y Accio (31 a.C.), es decir, contemporáneos de los Sermones e
inmediatamente anteriores a las Odas. Están a media distancia entre la poesía satírica y
lírica y con ellos Horacio aspiró a convertirse en el Arquíloco romano. Efectivamente,
adopta la estrofa yámbica, mezclándola con otros ritmos y fijando desde aquí las reglas
de la métrica latina. Reúne aquí 17 poemas cortos, de tono violento y agresivo sobre
temas muy diversos: junto a las deprecaciones contra las guerras civiles, aparecen las
invectivas contra personas de la vida pública o privada, contra sus enemigos literarios o
contra mujeres perversas... No obstante, también hay también un canto de lealtad a
Mecenas (Epod. I) ; un poema de tema bucólico, el conocidísimo Beatus ille…que
imitará fray Luis de León, en el que hace un elogio de la vida en el campo en clave
irónica frente a las complicaciones de la vida urbana (Epod. II); y un poema que
proclama la necesidad de acabar con las guerras civiles (Epod. XVI).
Las Odas (Carmina) son su obra principal. Escritas entre el 30 y el 20 a.C., se trata de
ciento cuatro composiciones líricas agrupadas en cuatro libros, donde los modelos son
Alceo, Safo y Anacreonte, poetas cuya métrica y temas Horacio presume de ser el
primero en desarrollar en Roma.
En los primeros libros de Odas, Horacio apoya las intenciones morales y
religiosas de Augusto, incluyendo una temática muy variada:
-Temas político-nacionales, centrados en el valor educativo de la guerra y en la
predicación de la vida serena y la aurea mediocritas (Carm. II,10), como medio de
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freno para las ambiciones y ansia de novedades provocadas por la guerra civil.
Igualmente habla del sometimiento de los pueblos bárbaros para garantizar la paz de
Roma y dedica también poemas de alabanza a Augusto.
Tanto gustaron al princeps estos cantos, que pidió a Horacio que compusiera un himno
para los Ludi Seculares del 17 a.C. (destinados a conmemorar la paz definitiva en
Oriente, tras el sometimiento de los Parthos), al que se denominó Carmen Saeculare.
Cantado por un coro de veintisiete muchachos y veintisiete muchachas, es un himno a
los dioses (Apolo y Diana, principalmente) pidiendo su protección para Roma.
-Temas de ética y moral, donde se pueden incluir también alguno de tipo erótico y otros
de tipo profano (la alegría de los banquetes, la amistad, la tranquilidad de la vida del
campo, amores propios y ajenos...), pero donde fundamentalmente se deja ver la
influencia de la filosofía epicúrea que Horacio profesaba: se ha de vivir el presente,
disfrutando de la vida (carpe diem, Carm. I,11), pero de una manera sensata, con calma
y tranquilidad, evitando el ansia de riqueza y las esperanzas infundadas, que fueron,
según él, las causantes de la crisis romana. En el fondo Horacio entiende el deber por
encima de los placeres del alma.
Por otro lado, en el libro IV de las Odas, Horacio se nos presenta de forma
diferente a los anteriores: es un libro más personal e íntimo, como el apogeo del
hombre, ya anciano, que ve pasar su vida y agudiza sus sentimientos; ante la tristeza de
la muerte busca la inmortalidad que puede conferirle la poesía y, como tal instrumento
de recuerdo, la alaba.
En realidad toda la lírica de Horacio, en sus aspectos más elevados, no es otra
cosa que una meditación en torno a la muerte: ésta es el hilo conductor de su mundo.
Pero su pesimismo no es absoluto, como lo demuestra su evolución fatigosa desde el
epicureísmo al estoicismo, manifestada en su producción lírica donde supo aunar los
aspectos ambiguos de la vida humana.
Su verso Non omnis moriar (Carm. III, 30) se ha cumplido con creces y la
memoria de Horacio ha sobrevivido a través de los siglos en su obra. Desde el
Renacimiento, apenas podemos encontrar un poeta en cuya producción no pueda
rastrearse su huella. Fray Luis, Garcilaso, Petrarca, Ronsard, Ben Jhonson, Keats y otros
grandes poetas de la literatura universal se inspiraron en sus poemas. También, en
tiempos más cercanos, su influencia es notoria, como evidencia la obra de Pessoa o de
Gerardo Diego, Jorge Guillén y otros poetas de la generación del 27.
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LA ELEGÍA
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-En los poetas alejandrinos y en los neotéricos la elegía se ciñe a una temática
amorosa o mítica.
-En la época de Augusto, aunque el elemento mítico sigue presente, la referencia
fundamental es la experiencia amorosa de tipo personal. Cobra importancia el tono
doloroso, central en el concepto posterior de elegía. Estos rasgos estaban ya presentes
en una elegía de Catulo, el poema 68.
Por lo que a Roma se refiere, de Cornelio Galo, a quien Ovidio invoca como
primer autor de elegía amorosa (Tristia, IV, 10, 53), se ha perdido toda su producción.
Sabemos que escribió cuatro libros de elegías dedicados a su amada Lícoris. Además de
él, los autores más importantes de elegía fueron Tibulo, Propercio y Ovidio.
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Sus elegías se reparten en cuatro libros: los tres primeros tienen como centro su
amor por Cintia (Hostia), aunque en diferente medida en cada uno de ellos; el cuarto se
dedica a la poesía patriótica que Augusto le pide.
En el libro I, Propercio limita su interés poético a su amor por Cintia. Se suceden
sus goces, sufrimientos, reflexiones y experiencias amorosas, en un tono sincero y
desprovisto de erudición y referencias mitológicas, con una tendencia a destacar lo
“doloroso” de la experiencia amorosa, que luego se tiene como lo propiamente elegíaco.
En el libro II, a la vez que exalta el amor de Cintia, hay un acercamiento a la
poesía de Calímaco. En las elegías 22 y 29 rompe con la imagen del amante sincero y
entregado y con el tono elegíaco. Este libro incluye, además, su conocido elogio de la
Eneida:
El libro III comienza con unas elegías programáticas en las que muestra su interés por
hacer otro tipo de poesía. Sigue defendiendo la poesía amorosa, pero ya no se centra
sólo en Cintia, y no constituye, por otra parte, su único interés: en la elegía IX (47 y ss.),
dirigiéndose a Mecenas, anuncia su disposición a abordar los asuntos históricos.
En el libro IV, Propercio se proclama “Calímaco romano”. Intenta hacer un
poema patriótico que conjugue es estilo de éste y el tono grandioso de la épica
tradicional. Incluye también elegías amorosas, pero distintas a las del libro I, y, en el
caso de los poemas 3 y 11, ajustándose incluso a la moralidad pretendida por Augusto.
El poema debe ser su Ars amatoria, que choca frontalmente con la renovación
moral que Augusto pretendía. El error puede estar relacionado con algún suceso turbio
en el seno de la familia Julia, en el que estaría envuelto el poeta: en el 8 d.C. fue
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desterrada también la nieta del príncipe, al parecer, por conducta “inapropiada”. Su
poema Metamorfosis, su inclinación por las doctrinas pitagóricas y la denuncia de que
había participado en una conspiración contra Augusto se han apuntado también como
motivos posibles.
El destierro a Tomis supone también un cambio brusco en su obra poética, toda
ella, salvo las Metamorfosis, escrita en dísticos elegíacos.
En los poemas anteriores al destierro, de gran variedad temática, Ovidio se
muestra como un “profesional” del verso, que vierte en él el ambiente frívolo de la
clase pudiente romana del momento. Sus poemas no dan la sensación de sinceridad;
siguen la línea de Tibulo y Propercio; pero son, ante todo, elaboración artística y
juego. Eros preside este periodo; es el dios a quien este poeta rinde culto, por supuesto
de una manera muy especial.
Amores: se trata de un conjunto de elegías de tema amoroso, dedicadas muchas
de ellas a Corina. Él mismo afirma haber trastocado su primera intención de escribir un
poema épico, cambiándolo por una elegía amorosa, tras ser herido por los dardos de
Cupido.
Heroidas: son las cartas apasionadas o epístolas poéticas que Ovidio atribuye a
heroínas míticas dirigidas a sus maridos o amantes: Penélope a Ulises, Dido a Eneas,
etc. En ellas se suceden alternativamente el anhelo y los celos, la tristeza y la ira, los
recuerdos y las esperanzas, las quejas y las acusaciones...
Ars amatoria: es un tratado didáctico al modo de los muchos que se estaban
escribiendo en la época, con frecuencia al servicio de Augusto. Pero en este caso, su
finalidad es diferente: instruir en los modos y lugares propicios para conseguir amores.
Remedia amoris: es también un tratado didáctico, muy relacionado con el
anterior. Da consejos para combatir el mal de amores: cuando se sufre por un amor hay
que buscarse otro.
Medicamenta faciei femineae: es un breve poema sobre el cuidado de la piel
femenina.
Muy distintos son los poemas del destierro:
Tristia: se trata de doce libros con casi cien poemas, que estuvieron terminados
alrededor del año 12 d.C. No nombra a los destinatarios de estas cartas poéticas
personales, según él mismo afirma, para no comprometerlos. A pesar de que muchos
poemas empalman con la gran tradición elegíaca (como el de la estremecedora
despedida de Roma -Tristia, I, 3-), la mayoría adoptan un tono quejumbroso y
suplicante, bajo el cual se esconde, en ocasiones, una crítica sutil al causante de su
destierro. El lamento ante su destino, la evocación de la vida en Roma y, en contraste, la
acritud de la naturaleza en el destierro son recurrentes. Especial interés tiene el poema
dedicado a su autobiografía (IV, 10), que como sello poético debía cerrar la colección.
Epistulae ex Ponto: son cuatro libros de cartas escritas en dísticos elegíacos y
dirigidas a su mujer y a influyentes amigos, pidiendo insistentemente que intercedan por
él para que le sea levantado el exilio.
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Renacimiento es el poeta latino favorito y su presencia pervive, pasando por
Shakespeare, Goethe o Rilke, hasta hoy.
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BIBLIOGRAFÍA
(Podéis consultar también las introducciones de las obras de los diferentes autores
existentes en la biblioteca)