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12 KANT/CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN 13

ciencia cuando no simplemente tiene que tratar de sí misma, sino también de objetos. De
ahí que la lógica, en cuanto propedéutica, constituya simplemente el vestíbulo, por así
decirlo, de las ciencias y, aunque se presupone una lógica para enjuiciar los conocimien-
tos concretos que se abordan, hay que buscar la adquisición de éstos en las ciencias
Prologo de la segunda edición1 propia y objetivamente dichas.
Ahora bien, en la medida en que ha de haber razón en dichas ciencias, tiene que
conocerse en ellas algo a priori, y este conocimiento puede poseer dos tipos de relación
con su objeto: o bien para determinar simplemente éste último y su concepto (que ha de
Si la elaboración de los conocimientos pertenecientes al dominio de la razón lle- venir dado por otro lado), o bien para convertirlo en realidad. La primera relación cons-
van o no el camino seguro de una ciencia, es algo que pronto puede apreciarse por el tituye el conocimiento teórico de la razón; la segunda, el conocimiento práctico. De
resultado. Cuando, tras muchos preparativos y aprestos, la razón se queda estancada ambos conocimientos ha de exponerse primero por separado la parte pura —sea mucho
inmediatamente de llegar a su fin; o cuando, para alcanzarlo, se ve obligada a retroceder o poco lo que contenga—, a saber, la parte en la que la razón determina su objeto ente-
una y otra vez y a tomar otro camino; cuando, igualmente, no es posible poner de acuer- ramente a priori, y posteriormente lo que procede de otras fuentes, a fin de que no se
do a los distintos colaboradores sobre la manera de realizar el objetivo común; cuando confundan las dos cosas. En efecto, es ruinoso el negocio cuando se gastan ciegamente
esto ocurre se puede estar convencido de que semejante estudio está todavía muy lejos los ingresos sin poder distinguir después, cuando aquél no marcha, cuál es la cantidad de
de haber encontrado el camino seguro de una ciencia: no es más que un andar a tientas. ingresos capaz de soportar el gasto y cuál es la cantidad en que hay que reducirlo.
Y constituye un mérito de la razón averiguar dicho camino, dentro de lo posible, aun a
costa de abandonar como inútil algo que se hallaba contenido en el fin adoptado ante- La matemática y la física son los dos conocimientos teóricos de la razón que de-
riormente sin reflexión. ben determinar sus objetos a priori. La primera de forma enteramente pura; la segunda,
de forma al menos parcialmente pura, estando entonces sujeta tal determinación a otras
Que la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más antiguos es fuentes de conocimiento distintas de la razón.
algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningún paso atrás desde
Aristóteles, salvo que se quieran considerar como correcciones la supresión de ciertas La matemática ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los primeros
sutilezas innecesarias o la clarificación de lo expuesto, aspectos que afectan a la elegan- tiempos a los que alcanza la historia de la razón humana, en el admirable pueblo griego.
cia, más que a la certeza de la ciencia. Lo curioso de la lógica es que tampoco haya sido Pero no se piense que le ha sido tan fácil como a la lógica —en la que la razón única-
capaz, hasta hoy, de avanzar un solo paso. Según todas las apariencias se halla, pues, mente se ocupa de sí misma— el hallar, o más bien, el abrir por sí misma ese camino
definitivamente concluida. En efecto, si algunos autores modernos han pensado ampliar- real. Creo, por el contrario, que ha permanecido mucho tiempo andando a tientas (espe-
la a base de introducir en ella capítulos, bien sea psicológicos, sobre las distintas facul- cialmente entre los egipcios) y que hay que atribuir tal cambio a una revolución llevada
tades de conocimiento (imaginación, agudeza), bien sea metafísicos, sobre el origen del a cabo en un ensayo, por la idea feliz de un solo hombre. A partir de este ensayo, no se
conocimiento o de los distintos tipos de certeza, de acuerdo con la diversidad de objetos podía ya confundir la ruta a tomar, y el camino seguro de la ciencia quedaba trazado e
(idealismo, escepticismo, etc.), bien sea antropológicos, sobre los prejuicios (sus causas iniciado para siempre y con alcance ilimitado. Ni la historia de la revolución del pensa-
y los remedios en contra), ello procede de la ignorancia de tales autores acerca del carác- miento, mucho más importante que el descubrimiento del conocido Cabo de Buena
ter peculiar de esa ciencia. Permitir que las ciencias se invadan mutuamente no es am- Esperanza, ni la del afortunado que la realizó, se nos ha conservado. Sin embargo, la
pliarlas, sino desfigurarlas. Ahora bien, los límites de la lógica están señalados con plena leyenda que nos transmite Diógenes Laercio —quien nombra al supuesto descubridor de
exactitud por ser una ciencia que no hace más que exponer detalladamente y demostrar los más pequeños elementos de las demostraciones geométricas y, según el juicio de la
con rigor las reglas formales de todo pensamiento, sea éste a priori o empírico, sea cual mayoría, no necesitados siquiera de prueba alguna— demuestra que el recuerdo del
sea su comienzo o su objeto, sean los que sean los obstáculos, fortuitos o naturales, que cambio sobrevenido ai vislumbrarse este nuevo camino debió ser considerado por los
encuentre en nuestro psiquismo. matemáticos como muy importante y que, por ello mismo, se hizo inolvidable. Una
nueva luz se abrió al primero (llámese Tales o como se quiera) que demostró el triángulo
El que la lógica haya tenido semejante éxito se debe únicamente a su limitación, equilátero1 En efecto, advirtió que no debía indagar lo que veía en la figura o en el mero
que la habilita, y hasta la obliga, a abstraer de todos los objetos de conocimiento y de sus concepto de ella y, por así decirlo, leer, a partir de ahí, sus propiedades, sino extraer
diferencias. En la lógica el entendimiento no se ocupa más que de sí mismo y de su éstas a priori por medio de lo que él mismo pensaba y exponía (por construcción) en
forma. Naturalmente, es mucho más difícil para la razón tomar el camino seguro de la
1
«isósceles», si, de acuerdo con Rosenkranz, se lee gleichschenklich, en vez de gleichsei-
1
Del año 1787 (N. del T.) tig (N. del T.)
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conceptos. Advirtió también que, para saber a priori algo con certeza, no debía añadir a confirma, ella se empeña en conocerlas a priori. Incontables veces hay que volver atrás
la cosa sino lo que necesariamente se seguía de lo que él mismo, con arreglo a su con- en la metafísica, ya que se advierte que el camino no conduce a donde se quiere ir. Por
cepto, había puesto en ella. lo que toca a la unanimidad de lo que sus partidarios afirman, está aún tan lejos de ser un
hecho, que más bien es un campo de batalla realmente destinado, al parecer, a ejercitar
La ciencia natural tardó bastante más en encontrar la vía grande de la ciencia.
las fuerzas propias en un combate donde ninguno de los contendientes ha logrado jamás
Hace sólo alrededor de un siglo y medio que la propuesta del ingenioso Bacon de Veru-
conquistar el más pequeño terreno ni fundar sobre su victoria una posesión duradera. No
lam en parte ocasionó el descubrimiento de la ciencia y en parte le dio más vigor, al
hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero
estarse ya sobre la pista de la misma. Este descubrimiento puede muy bien ser explicado
andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples conceptos.
igualmente por una rápida revolución previa en el pensamiento. Sólo me referiré aquí a
la ciencia natural en la medida en que se basa en principios empíricos. ¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía el camino
seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha castigado
Cuando Galileo hizo bajar por el plano inclinado unas bolas de un peso elegido
nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como una de sus cuestio-
por él mismo, o cuando Torricelli hizo que el aire sostuviera un peso que él, de antema-
nes más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos para confiar en la razón
no, había supuesto equivalente al de un determinado volumen de agua, o cuando, más
si, ante uno de los campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos
tarde, Stahl transformó metales en cal y ésta de nuevo en metal, a base de quitarles algo
abandona, sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá
y devolvérselok, entonces los investigadores de la naturaleza comprendieron súbitamente
simplemente hemos errado dicho camino hasta hoy. Si es así ¿qué indicios nos harán
algo. Entendieron que la razón sólo reconoce lo que ella misma produce según su bos-
esperar que, en una renovada búsqueda, seremos más afortunados que otros que nos
quejo, que la razón tiene que anticiparse con los principios de sus juicios de acuerdo con
precedieron?
leyes constantes y que tiene que obligar a la naturaleza a responder sus preguntas, pero
sin dejarse conducir con andaderas, por así decirlo. De lo contrario, las observaciones Me parece que los ejemplos de la matemática y de la ciencia natural, las cuales
fortuitas y realizadas sin un plan previo no van ligadas a ninguna ley necesaria, ley que, se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolución repentinamente produci-
de todos modos, la razón busca y necesita. La razón debe abordar la naturaleza llevando da, son1 lo suficientemente notables como para hacer reflexionar sobre el aspecto esen-
en una mano los principios según los cuales sólo pueden considerarse como leyes los cial de un cambio de método que tan buenos resultados ha proporcionado en ambas
fenómenos concordantes, y en la otra, el experimento que ella haya proyectado a la luz ciencias, así como también para imitarlas, al menos a título de ensayo, dentro de lo que
de tales principios. Aunque debe hacerlo para ser instruida por la naturaleza, no lo hará permite su analogía, en cuanto conocimientos de razón, con la metafísica. Se ha supues-
en calidad de discípulo que escucha todo lo que el maestro quiere, sino como juez de- to hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos
signado que obliga a los testigos a responder a las preguntas que él les formula. De los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante con-
modo que incluso la física sólo debe tan provechosa revolución de su método a una idea, ceptos, algo sobre dichos objetos —algo que ampliara nuestro conocimiento— desem-
la de buscar (no fingir) en la naturaleza lo que la misma razón pone en ella, lo que debe bocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una vez, si no adelantaremos más en las
aprender de ella, de lo cual no sabría nada por sí sola. Únicamente de esta forma ha tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conoci-
alcanzado la ciencia natural el camino seguro de la ciencia, después de tantos años de no miento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a
haber sido más que un mero andar a tientas. priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes
de que nos sean dados. Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico.
La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, completamente aislado,
Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el
que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la experiencia, con meros con-
ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resul-
ceptos (no aplicándolos a la intuición, como hacen las matemáticas), donde, por tanto, la
tados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas XVII en reposo. En la metafí-
razón ha de ser discípula de sí misma, no ha tenido hasta ahora la suerte de poder tomar
sica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos. Si la
el camino seguro de la ciencia. Y ello a pesar de ser más antigua que todas las demás1 y
intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo cómo podría cono-
de que seguiría existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una
cerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de
barbarie que lo aniquilara todo. Efectivamente, en la metafísica la razón se atasca conti-
los sentidos) el que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo
nuamente, incluso cuando, hallándose frente a leyes que la experiencia más ordinaria
representarme fácilmente tal posibilidad. Ahora bien, como no puedo pararme en estas
intuiciones, si se las quiere convertir en conocimientos, sino que debo referirlas a algo
k como objeto suyo y determinar éste mediante las mismas, puedo suponer una de estas
No sigo exactamente el hilo de la historia del método experimental, cuyos comienzos si-
guen siendo mal conocidos. (Nota de Kant).
1 1
Entendiendo, de acuerdo con Erdmann, übrigen, en lugar de ubrige (N. del T.) Leyendo Wären, en lugar de Wäre, de acuerdo con Rosenkranz (N. del T.)
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dos cosas: o bien los conceptos por medio de los cuales efectúo esta determinación se nos impulsa ineludiblemente a traspasar los límites de la experiencia y de todo fenóme-
rigen también por el objeto, y entonces me encuentro, una vez más, con el mismo emba- no es lo incondicionado que la razón, necesaria y justificadamente, exige a todo lo que
razo sobre la manera de saber de él algo a priori; o bien supongo que los objetos o, lo de condicionado hay en las cosas en sí, reclamando de esta forma la serie completa de
que es lo mismo, la experiencia, única fuente de su conocimiento (en cuanto objetos las condiciones. Ahora bien, suponiendo que nuestro conocimiento empírico se rige por
dados), se rige por tales conceptos. En este segundo caso veo en seguida una explicación los objetos en cuanto cosas en sí, se descubre que lo incondicionado no puede pensarse
más fácil, dado que la misma experiencia constituye un tipo de conocimiento que re- sin contradicción; por el contrario, suponiendo que nuestra representación de las cosas,
quiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de tal como nos son dadas, no se rige por éstas en cuanto cosas en sí, sino que más bien
que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. Estas reglas se expresan en esos objetos, en cuanto fenómenos, se rigen por nuestra forma de representación, des-
conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman necesariamente todos los objetos aparece la contradicción. Si esto es así y si, por consiguiente, se descubre que lo incon-
de la experiencia y con los que deben concordar. Por lo que se refiere a los objetos que dicionado no debe hallarse en las cosas en cuanto las conocemos (en cuanto nos son
son meramente pensados por la razón —y, además, como necesarios—, pero que no dadas), pero sí, en cambio, en las cosas en cuanto no las conocemos, en cuanto cosas en
pueden ser dados (al menos tal como la razón los piensa) en la experiencia, digamos que sí, entonces se pone de manifiesto que lo que al comienzo admitíamos a título de ensayo
las tentativas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que Sjer posible pensarlos) pro- se halla justificado kk. Nos queda aún por intentar, después de haber sido negado a la
porcionarán una magnífica piedra de toque de lo que consideramos el nuevo método del razón especulativa todo avance en el terreno suprasensible, si no se encuentran datos en
pensamiento, a saber, que sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos su conocimiento práctico para determinar aquel concepto racional y trascendente de lo
ponemos en ellask. incondicionado y sobrepasar, de ese modo, según el deseo de la metafísica, los límites
de toda experiencia posible con nuestro conocimiento a priori, aunque sólo desde un
Este ensayo obtiene el resultado apetecido y promete a la primera parte de la me-
punto de vista práctico. Con este procedimiento la razón especulativa siempre nos ha
tafísica el camino seguro de la ciencia, dado que esa primera parte se ocupa de concep-
dejado, al menos, sitio para tal ampliación, aunque tuviera que ser vacío. Tenemos, pues,
tos a priori cuyos objetos correspondientes pueden darse en la experiencia adecuada. En
libertad para llenarlo. Estamos incluso invitados por la razón a hacerlo, si podemos, con
efecto, según dicha transformación del pensamiento, se puede explicar muy bien la
sus datos prácticosk.
posibilidad de un conocimiento a priori y, más todavía, se pueden proporcionar pruebas
satisfactorias a las leyes que sirven de base a priori de la naturaleza, entendida ésta Esa tentativa de transformar el procedimiento hasta ahora empleado por la me-
como compendio de los objetos de la experiencia. Ambas cosas eran imposibles en el tafísica, efectuando en ella una completa revolución de acuerdo con el ejemplo de los
tipo de procedimiento empleado hasta ahora. Sin embargo, de la deducción de nuestra geómetras y los físicos, constituye la tarea de esta crítica de la razón pura especulativa.
capacidad de conocer a priori en la primera parte de la metafísica se sigue un resultado Es un tratado sobre el método, no un sistema sobre la ciencia misma. Traza, sin embar-
extraño y, al parecer, muy perjudicial para el objetivo entero de la misma, el objetivo del go, el perfil entero de ésta, tanto respecto de sus límites como respecto de toda su articu-
que se ocupa la segunda parte. Este resultado consiste en que, con dicha capacidad,
jamás podemos traspasar la frontera de la experiencia posible, cosa que constituye preci- kk
samente la tarea más esencial de esa ciencia. Pero en ello mismo reside la prueba indire- Tal experimento de la razón pura se parece bastante al que a veces efectúan los químicos
bajo el nombre de ensayo de reducción y, de ordinario, bajo el nombre de procedimiento sintético.
cta de la verdad del resultado de aquella primera apreciación de nuestro conocimiento
El análisis del metafísico separa el conocimiento puro a priori en dos elementos muy heterogéneos:
racional a priori, a saber, que éste sólo se refiere a fenómenos y que deja, en cambio, la el de las cosas en cuanto fenómenos y el de las cosas en sí mismas. Por su parte, la dialéctica los
cosa en sí como no conocida por nosotros, a pesar de ser real por sí misma. Pues lo que enlaza de nuevo, a fin de que estén en consonancia con la necesaria idea racional de lo incondicio-
nado, y descubre que tal consonancia no se produce jamás sino a partir de dicha distinción, que es,
k por tanto, la verdadera (Nota de Kant).
Este método, tomado del que usa el físico, consiste, pues, en buscar los elementos de la
k
razón pura en lo que puede confirmarse o refutarse mediante un experimento. Ahora bien, para Las leyes centrales de los movimientos de los cuerpos celestes proporcionan así completa
examinar las proposiciones de la razón pura, especialmente las que se aventuran más allá de todos certeza a lo que Copérnico tomó, inicialmente, como simple hipótesis, y demostraron, a la vez, la
los límites de la experiencia posible, no puede efectuarse ningún experimento con sus objetos (al fuerza invisible que liga la estructura del universo (la atracción newtoniana). Esta atracción hubiera
modo de la física). Por consiguiente, tal experimento con conceptos y principios supuestos a priori permanecido para siempre sin descubrir si Copérnico no se hubiese .atrevido a buscar, de modo
sólo será factible si podemos adoptar dos puntos de vista diferentes: por una /^reorganizándolos de opuesto a los sentidos, pero verdadero, los movimientos observados, no en los objetos del cielo,
forma que tales objetos puedan ser considerados como objetos de los sentidos y de la razón, como sino en su espectador. Por mi parte, presento igualmente en este prólogo la transformación de este
objetos relativos a la experiencía; por otra, como objetos meramente pensados, como objetos de una pensamiento —que es análoga a la hipótesis mencionada— expuesta en la crítica como mera hipó-
razón aislada y que intenta sobrepasar todos los límites de la experiencia. Si descubrimos que, tesis. No obstante, con el solo fin de destacar los primeros ensayos de dicha transformación, ensa-
adoptando este doble punto de vista, se produce el acuerdo con el principio de la razón pura y que, yos que son siempre hipotéticos, dicha hipótesis queda demostrada en el tratado mismo, no según
en cambio, surge un inevitable conflicto de la razón consigo misma cuando adoptamos un solo su carácter de hipótesis, sino apodícticamente, partiendo de la naturaleza de nuestras representacio-
punto de vista, entonces es el experimento el que decide si es correcta tal distinción (Nota de Kant). nes de espacio y tiempo y de los conceptos elementales del entendimiento (Nota de Kant).
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lación interna. Pues lo propio de la razón pura especulativa consiste en que puede y debe primordial a impedir la violencia que los ciudadanos pueden temer unos de otros, a fin
medir su capacidad según sus diferentes modos de elegir objetos de pensamiento, en que de que cada uno pueda dedicarse a sus asuntos en paz y seguridad. En la parte analítica
puede y debe enumerar exhaustivamente las distintas formas de proponerse tareas y de la crítica se demuestra: que el espacio y el tiempo son meras formas de la intuición
bosquejar así globalmente un sistema de metafísica. Por lo que toca a lo primero, en sensible, es decir, simples condiciones de la existencia de las cosas en cuanto fenóme-
efecto, nada puede añadirse a los objetos, en el conocimiento a priori, fuera de lo que el nos; que tampoco poseemos conceptos del entendimiento ni, por tanto, elementos para
sujeto pensante toma de sí mismo. Por lo que se refiere a lo segundo, la razón constitu- conocer las cosas sino en la medida en que puede darse la intuición correspondiente a
ye, con respecto a los principios del conocimiento, una unidad completamente separada, tales conceptos; que, en consecuencia, no podemos conocer un objeto como cosa en sí
subsistente por sí misma, una unidad en la que, como ocurre en un cuerpo organizado, misma, sino en cuanto objeto de la intuición empírica, es decir, en cuanto fenómeno. De
cada miembro trabaja en favor de todos los demás y éstos, a su vez, en favor de los ello se deduce que todo posible conocimiento especulativo de la razón se halla limitado
primeros; ningún principio puede tomarse con seguridad desde un único aspecto sin a los simples objetos de la experiencia. No obstante, hay que dejar siempre a salvo —y
haber investigado, a la vez, su relación global con todo el uso puro de la razón. A este ello ha de tenerse en cuenta— que, aunque no podemos conocer esos objetos como
respecto, la metafísica tiene una suerte singular, no otorgada a ninguna de las otras cosas en sí mismas, sí ha de sernos posible, al menos, pensarlosk. De lo contrario, se
ciencias racionales que se ocupan de objetos (pues la lógica sólo estudia la forma del seguiría la absurda proposición de que habría fenómeno sin que nada se manifestara.
pensamiento en general). Esta suerte consiste en lo siguiente: si, mediante la presente Supongamos ahora que no se ha hecho la distinción, establecida como necesaria en
crítica, la metafísica se inserta en el camino seguro de la ciencia, puede abarcar perfec- nuestra crítica, entre cosas en cuanto objeto de experiencia y esas mismas cosas en
tamente todo el campo de los conocimientos que le pertenecen; con ello terminaría su cuanto cosas en sí. En este caso habría que aplicar a todas las cosas, en cuanto causas
obra y la dejaría, para uso de la posteridad, como patrimonio al que nada podría añadir- eficientes, el principio de causalidad y, consiguientemente, el mecanismo para determi-
se, ya que sólo se ocupa de principios y de las limitaciones de su uso, limitaciones que narla. En consecuencia, no podríamos, sin incurrir en una evidente contradicción, decir
vienen determinadas por esos mismos principios. Por consiguiente, está también obliga- de un mismo ser, por ejemplo del alma humana, que su voluntad es libre y que, a la vez,
da, como ciencia fundamental, a esa completud y de ella ha de poder decirse: nil actum esa voluntad se halla sometida a la necesidad natural, es decir, que no es libre. En efecto,
reputans, si quid superesset agendum1. se habría empleado en ambas proposiciones la palabra «alma» exactamente en el mismo
sentido, a saber, como cosa en general (como cosa en sí misma). Sin una crítica previa,
Se preguntará, sin embargo, ¿qué clase de tesoro es éste que pensamos legar a la
no podía emplearse de otra forma. Pero si la crítica no se ha equivocado al enseñarnos a
posteridad con semejante metafísica depurada por la crítica, pero relegada por ello mis-
tomar el objeto en dos sentidos, a saber, como fenómeno y como cosa en sí; si la deduc-
mo, a un estado de inercia? Si se echa una ligera ojeada a esta obra se puede quizá en-
ción de sus conceptos del entendimiento es correcta y, por consiguiente, el principio de
tender que su utilidad es sólo negativa: nos advierte que jamás nos aventuremos a tras-
causalidad se aplica únicamente a las cosas en el primer sentido, es decir, en cuanto
pasar los límites de la experiencia con la razón especulativa. Y, efectivamente, ésta es su
objetos de la experiencia, sin que le estén sometidas, en cambio, esas mismas cosas en el
primera utilidad. Pero tal utilidad se hace inmediatamente positiva cuando se reconoce
segundo sentido; si eso es así, entonces se considera la voluntad en su fenómeno (en las
que los principios con los que la razón especulativa sobrepasa sus límites no constitu-
acciones visibles) como necesariamente conforme a las leyes naturales y, en tal sentido,
yen, de hecho, una ampliación, sino que, examinados de cerca, tienen como resultado
como no libre, pero, por otra parte, esa misma voluntad es considerada como algo perte-
indefectible una reducción de nuestro uso de la razón, ya que tales principios amenazan
neciente a una cosa en sí misma y no sometida a dichas leyes, es decir, como libre, sin
realmente con extender de forma indiscriminada los límites de la sensibilidad, a la que
que se dé por ello contradicción alguna. No puedo, es cierto, conocer mi alma desde este
de hecho pertenecen, e incluso con suprimir el uso puro (práctico) de la razón. De ahí
último punto de vista por medio de la razón especulativa (y menos todavía por medio de
que una crítica que restrinja la razón especulativa sea, en tal sentido, negativa, pero, a la
la observación empírica) ni puedo, por tanto, conocer la libertad como propiedad de un
vez, en la medida en que elimina un obstáculo que reduce su uso práctico o amenaza
ser al que atribuyo efectos en el mundo sensible. No puedo hacerlo porque debería
incluso con suprimirlo, sea realmente de tan positiva e importante utilidad. Ello se ve
conocer dicho ser como determinado en su existencia y como no determinado en el
claro cuando se reconoce que la razón pura tiene un uso práctico (el moral) absoluta-
mente necesario, uso en el que ella se ve inevitablemente obligada a ir más allá de los
k
límites de la sensibilidad. Aunque para esto la razón práctica no necesita ayuda de la El conocimiento de un objeto implica el poder demostrar su posibilidad, sea porque la
razón especulativa, ha de estar asegurada contra la oposición de ésta última, a fin de no experiencia testimonie su realidad, sea a priori, mediante la razón. Puedo, en cambio, pensar lo que
caer en contradicción consigo misma. Negar a esta labor de la crítica su utilidad positiva quiera, siempre que no me contradiga, es decir, siempre que mi concepto sea un pensamiento
equivaldría a afirmar que la policía no presta un servicio positivo por limitarse su tarea posible, aunque no pueda responder de si, en el conjunto de todas las posibilidades, le corresponde
o no un objeto. Para conferir validez objetiva (posibilidad real, pues la anterior era simplemente
lógica) a este concepto, se requiere algo más. Ahora bien, .este algo más no tenemos por qué bus-
carlo precisamente en las fuentes del conocimiento teórico. Puede hallarse igualmente en las fuen-
1
No da nada por hecho mientras quede algo por hacer (Versión del T.) tes del conocimiento práctico (Nota de Kant).
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tiempo (lo cual es imposible, al no poder apoyar mi concepto en ninguna intuición). al modo socrático, es decir, poniendo claramente de manifiesto la ignorancia del adver-
Pero sí puedo, en cambio, concebir la libertad; es decir, su representación no encierra en sario, con todas las objeciones a la moralidad y a la religión. Pues siempre ha habido y
sí contradicción ninguna si se admite nuestra distinción crítica entre los dos tipos de seguirá habiendo en el mundo alguna metafísica, pero con ella se encontrará también
representación (sensible e intelectual) y la limitación que tal distinción implica en los una dialéctica de la razón pura que le es natural. El primero y más importante asunto de
conceptos puros del entendimiento, así como también, lógicamente, en los principios la filosofía consiste, pues, en cortar, de una vez por todas, el perjudicial influjo de la
que de ellos derivan. Supongamos ahora que la moral presupone necesariamente la metafísica taponando la fuente de los errores.
libertad (en el más estricto sentido) como propiedad de nuestra voluntad, por introducir
A pesar de esta importante modificación en el campo de las ciencias y de la
a priori, como datos de la razón, principios prácticos originarios que residen en ella y
pérdida que la razón especulativa ha de soportar en sus hasta ahora pretendidos domi-
que serían absolutamente imposibles de no presuponerse la libertad. Supongamos tam-
nios, queda en el mismo ventajoso estado en que estuvo siempre todo lo referente a los
bién que la razón especulativa ha demostrado que la libertad no puede pensarse. En este
intereses humanos en general y a la utilidad que el mundo extrajo hasta hoy de las ense-
caso, aquella suposición referente a la moral tiene que ceder necesariamente ante esta
ñanzas de la razón. La pérdida afecta sólo al monopolio de las escuelas, no a los inter-
otra, cuyo opuesto encierra una evidente contradicción. Por consiguiente, la libertad, y
eses de los hombres. Yo pregunto a los más inflexibles dogmáticos si, una vez abando-
con ella la moralidad (puesto que lo contrario de ésta no implica contradicción alguna,
nada la escuela, las demostraciones, sea de la pervivencia del alma tras la muerte a partir
si-no hemos supuesto de antemano la libertad) tendrían que abandonar su puesto en
de la demostración de la simplicidad de la sustancia, sea de la libertad de la voluntad
favor del mecanismo de la naturaleza. Ahora bien, la moral no requiere sino que la
frente al mecanismo general por medio de las distinciones sutiles, pero impotentes, entre
libertad no se contradiga a sí misma, que sea al menos pensable sin necesidad de exa-
necesidad práctica subjetiva y objetiva, sea de la existencia de Dios desde el concepto de
men más hondo y que, por consiguiente, no ponga obstáculos al mecanismo natural del
un ente realísimo (de la contingencia de lo mudable y de la necesidad de un primer
mismo acto (considerado desde otro punto de vista). Teniendo en cuenta estos requisi-
motor), han sido alguna vez capaces de llegar al gran público y ejercer la menor influen-
tos, tanto la doctrina de la moralidad como la de la naturaleza mantienen sus posiciones,
cia en sus convicciones. Si, por el contrario, en lo que se refiere a la pervivencia del
cosa que no hubiera sido posible si la crítica no nos hubiese enseñado previamente
alma, es únicamente la disposición natural, observable en cada hombre y consistente en
nuestra inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas ni hubiera limitado
la imposibilidad de que las cosas temporales (en cuanto insuficientes respecto de las
nuestras posibilidades de conocimiento teórico a los simples fenómenos. Esta misma
potencialidades del destino entero del hombre) le satisfagan plenamente, lo que ha pro-
explicación sobre la positiva utilidad de los principios críticos de la razón pura puede
ducido la esperanza de una vida futura; si, por lo que atañe a la libertad, la conciencia de
ponerse de manifiesto respecto de los conceptos de Dios y de la naturaleza simple de
ésta se debe sólo a la clara exposición de las obligaciones en oposición a todas las exi-
nuestra alma. Sin embargo, no lo voy a hacer aquí por razones de brevedad. Ni siquiera
gencias de las inclinaciones; si, finalmente, en lo que afecta a la existencia de Dios, es
puedo, pues, aceptar a Dios, la libertad y la inmortalidad en apoyo del necesario uso
sólo el espléndido orden, la belleza y el cuidado que aparecen por doquier en la natura-
práctico de mi razón sin quitar, a la vez, a la razón especulativa su pretensión de cono-
leza lo que ha motivado la fe en un grande y sabio creador del mundo, convicciones las
cimientos exagerados. Pues ésta última tiene que servirse, para llegar a tales conoci-
tres que se extienden entre la gente en cuanto basadas en motivos racionales; si todo ello
mientos, de unos principios que no abarcan realmente más que los objetos de experien-
es así, entonces estas posesiones no sólo continuarán sin obstáculos, sino que aumen-
cia posible. Por ello, cuando, a pesar de todo, se los aplica a algo que no puede ser obje-
tarán su crédito cuando las escuelas aprendan, en un punto que afecta a los intereses
to de experiencia, de hecho convierten ese algo en fenómeno y hacen así imposible toda
humanos en general, a no arrogarse un conocimiento más elevado y extenso que el tan
extensión práctica de la razón pura. Tuve, pues, que suprimir el saber para dejar sitio a
fácilmente alcanzable por la gran mayoría (para nosotros digna del mayor respeto) y,
la. fe, y el dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de que se puede avanzar en
consiguientemente, a limitarse a cultivar esas razones probatorias universalmente com-
ella sin una crítica de la razón pura, constituye la verdadera fuente de toda incredulidad,
prensibles y que, desde el punto de vista moral, son suficientes. La mencionada trans-
siempre muy dogmática, que se opone a la moralidad. Aunque no es, pues, muy difícil
formación sólo se refiere, pues, a las arrogantes pretensiones de las escuelas que quisie-
legar a la posteridad una metafísica sistemática, concebida de acuerdo con la crítica de la
ran seguir siendo en este terreno (como lo son, con razón, en otros muchos) los exclusi-
razón pura, sí constituye un regalo nada desdeñable. Repárese simplemente en la cultura
vos conocedores y guardadores de unas verdades de las que no comunican a la gente
de la razón avanzando sobre el camino seguro de la ciencia en general en comparación
más que el uso, reservando para sí la clave (quod mecum nescit, solus vult scire vidert1).
con su gratuito andar a tientas y con su irreflexivo vagabundeo cuando prescinde de la
Se atiende, no obstante, a una pretensión más razonable del filósofo especulativo. Este
crítica. O bien obsérvese cómo emplea mejor el tiempo una juventud deseosa de saber,
sigue siendo el exclusivo depositario de una ciencia que es útil a la gente, aunque ésta no
una juventud que recibe del dogmatismo ordinario tan numerosos y tempranos estímu-
lo sepa, a saber, la crítica de la razón. Esta crítica, en efecto, nunca puede convertirse en
los, sea para sutilizar cómodamente sobre cosas de las que nada entiende y de las que
nunca —ni ella ni nadie— entenderá nada, sea incluso para tratar de descubrir nuevos
pensamientos y opiniones y para descuidar así el aprendizaje de las ciencias rigurosas. 1
Pero considérese, sobre todo, el inapreciable interés que tiene el terminar para siempre, Lo que ignora conmigo pretende aparentar saberlo él solo (Versión del T.)
22 KANT/CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN 23

popular. Pero tampoco lo necesita. Pues del mismo modo que no penetran en la mente órgano, es decir, de la razón pura. Este defecto hay que atribuirlo al modo de pensar
del pueblo los argumentos perfectamente trabados en favor de verdades útiles, tampoco dogmático de su tiempo, más que a él mismo. Pero sobre tal modo de pensar, ni los
llegan a ella las igualmente sutiles objeciones a dichos argumentos. Por el contrario, la filósofos de su época ni los de todas las anteriores tienen derecho a hacerse reproches
escuela, así como toda persona que se eleve a la especulación, acude inevitablemente a mutuos. Quienes rechazan el método de Wolf y el proceder de la crítica de la tazón pura
los argumentos y a las objeciones. Por ello está obligada a prevenir, de una vez por a un tiempo no pueden intentar otra cosa que desentenderse de los grillos de la ciencia,
todas, por medio de una rigurosa investigación de los derechos de la razón especulativa, convertir el trabajo en juego, la certeza en opinión y la filosofía en filodoxia.
el escándalo que estallará, tarde o temprano, entre el mismo pueblo, debido a las dispu-
Por lo que a esta segunda edición se refiere, no he dejado pasar la oportunidad,
tas sin crítica en las que se enredan fatalmente los metafísicos (y, en calidad de tales,
como es justo, de vencer, en lo posible, las dificultades y la oscuridad de las que hayan
también, finalmente, los clérigos) y que falsean sus propias doctrinas. Sólo a través de la
podido derivarse los malentendidos que algunos hombres agudos han encontrado al
crítica es posible cortar las mismas raíces del materialismo, del fatalismo, del ateísmo,
juzgar este libro, no sin culpa mía quizá. No he observado nada que cambiar en las
de la incredulidad librepensadora, del fanatismo y la superstición, todos los cuales
proposiciones y en sus demostraciones, así como en la forma y la completud del plan.
pueden ser nocivos en general, pero también las del idealismo y del escepticismo, que
Ello se debe, por una parte, a que esta edición ha sido sometida a un prolijo examen
son más peligrosos para las escuelas y que difícilmente pueden llegar a las masas.
antes de presentarla1 al público y, por otra, al mismo carácter del asunto, es decir, a la
Si los gobiernos creen oportuno intervenir en los asuntos de los científicos, sería naturaleza de una razón pura especulativa. Esta posee una auténtica estructura en la que
más adecuado a su sabia tutela, tanto respecto de las ciencias como respecto de los todo es órgano, esto es, una estructura en la que el todo está al servicio de cada parte y
hombres, el favorecer la libertad de semejante crítica, único medio de establecer los cada parte al servicio del todo. Por consiguiente, la más pequeña debilidad, sea una falta
productos de la razón sobre una base firme, que el apoyar el ridículo despotismo de unas (error) o un defecto, tiene que manifestarse ineludiblemente en el uso. Este sistema se
escuelas que levantan un griterío sobre los peligros públicos cuando se rasgan las telara- mantendrá inmodificado, según espero, en el futuro. No es la vanidad la que me inspira
ñas por ellas tejidas, a pesar de que la gente nunca les ha hecho caso y de que, por tanto, tal confianza, sino simplemente la evidencia que ofrece el comprobar la igualdad de
tampoco puede sentir su pérdida. resultado, tanto si se parte de los elementos más pequeños para llegar al todo de la razón
pura, como si se retrocede desde el todo (ya que también éste está dado por sí mismo a
La crítica no se opone al procedimiento dogmático de la razón en el conocimien-
través de la intención final en lo práctico) hacia cada parte. Pues el ‘mero intento de
to puro de ésta en cuanto ciencia (pues la ciencia debe ser siempre dogmática, es decir,
modificar la parte más pequeña produce inmediatamente contradicciones, no sólo en el
debe demostrar con rigor a partir de principios a priori seguros), sino al dogmatismo, es
sistema, sino en la razón humana en general. Ahora bien, queda mucho que hacer en la
decir, a la pretensión de avanzar con puros conocimientos conceptuales (los filosóficos)
exposición. En la presente edición, he intentado introducir correcciones que remediaran
conformes a unos principios —tal como la razón los viene empleando desde hace mucho
el malentendido de la estética, especialmente el relativo al concepto de tiempo; la oscu-
tiempo—, sin haber examinado el modo ni el derecho con que llega a ellos. El dogma-
ridad en la deducción de los conceptos del entendimiento; la supuesta falta de evidencia
tismo es, pues, el procedimiento dogmático de la razón pura sin previa crítica de su
suficiente en las pruebas de los principios del entendimiento puro y, finalmente, la falsa
propia capacidad. Esta contraposición no quiere, pues, hablar en favor de la frivolidad
interpretación de los paralogismos introducidos en la psicología racional. Hasta aquí
charlatana bajo el nombre pretencioso de popularidad o incluso en favor del escepticis-
únicamente (es decir, sólo hasta el final del primer capítulo de la dialéctica trascenden-
mo, que despacha la metafísica en cuatro palabras. Al contrario, la crítica es la necesaria
tal), se extienden mis modificaciones en el modo de exposición2k. En efecto, el tiempo
preparación previa para promover una metafísica rigurosa que, como ciencia, tiene que
desarrollarse necesariamente de forma dogmática y, de acuerdo con el más estricto
requisito, sistemática, es decir, conforme a la escuela (no popular). Dado que la metafí- 1
Leyendo, de acuerdo con Erdmann, sie en vez de es (N. del T.)
sica se compromete a realizar su tarea enteramente a priori y, consiguientemente, a k
Sólo llamaría adición en sentido propio, aunque únicamente en el modo de demostrar, a
entera satisfacción de la razón especulativa, es imprescindible la exigencia mencionada la efectuada en la págin [Véase p. 246 de esta edición (N. del T.)] con una nueva refutación del
en último lugar. Así, pues, para llevar a cabo el plan que la crítica impone, es decir, para idealismo psicológico y con una rigurosa demostración (la única que creo posible) de la realidad
el futuro sistema de metafísica, tenemos que seguir el que fue riguroso método del céle- objetiva de la intuición externa. Por muy inocente que se crea al idealismo respecto de los objetivos
bre Wolf, el más grande de los filósofos dogmáticos y el primero que dio un ejemplo esenciales de la metafísica (de hecho no lo es), sigue siendo un escándalo de la filosofía y del
(gracias al cual fue el promotor en Alemania del todavía no extinguido espíritu de rigor) entendimiento humano en general el tener que aceptar sólo por fe la existencia de las cosas exterio-
de cómo el camino seguro de la ciencia ha de emprenderse mediante el ordenado esta- res a nosotros (a pesar de que de ellas extraemos todos el material para conocer, incluso para nues-
blecimiento de principios, la clara determinación de los conceptos, la búsqueda del rigor tro sentido interno) y el no saber contraponer una prueba satisfactoria a quien se le ocurra dudar de
tal existencia. Dado que en las expresiones de la prueba se hallan, desde la línea tres a la seis [Véa-
en las demostraciones y la evitación de saltos atrevidos en las deducciones. Wolf estaba,
se p. 247 de esta edición (N. del T.)], algunas oscuridades, ruego se modifique este período como
por ello mismo, especialmente capacitado para situar la metafísica en ese estado de sigue: Pero ese algo permanente no puede ser una intuición en mi. Pues todos los fundamentos de
ciencia. Sólo le faltó la idea de preparar previamente el terreno mediante una crítica del determinación de mi existencia que pueden hallarse en mí son representaciones y, como tales, ellas
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era demasiado corto y, por lo que se refiere al resto, no he hallado ningún malentendido demasiado voluminoso. Es decir, algunas cosas que, aun no siendo esenciales para la
de parte de los críticos competentes e imparciales. Aunque no puedo mencionar a éstos completud del conjunto, pueden ser echadas de menos por algunos lectores, dada su
elogiándolos como se merecen, reconocerán por sí mismos la atención que he prestado a posible utilidad desde otro punto de vista, han tenido que ser suprimidas o abreviadas
sus observaciones en los pasajes revisados. De cara al lector, sin embargo, esta correc- para dar cabida a una exposición que es ahora, según confío, más inteligible. Aunque, en
ción ha traído consigo una pequeña pérdida que no podía evitarse sin hacer el libro el fondo, no he cambiado nada de lo que afecta a las proposiciones y a sus pruebas, el
método de presentación se aparta a veces tanto del empleado en la edición anterior, que
no ha sido posible desarrollarlo a base de interpolaciones. De todos modos, esta pequeña
mismas necesitan un algo permanente distinto de ellas, en relación con lo cual pueda determinarse pérdida, que puede remediar cada uno por su cuenta consultando la primera edición, se
su cambio y, consiguientemente, mi existencia en el tiempo en que tales representaciones cam- verá compensada con creces, según espero, por una mayor claridad en esta nueva edi-
bian.» Es probable que se diga contra esta demostración: sólo tengo conciencia inmediata de lo que
ción. Me ha complacido gratamente el observar, a través de diferentes escritos públicos
está en mí, es decir, de mi representación de las cosas externas. En consecuencia, queda todavía por
resolver si hay o no fuera de mí algo que corresponda a dicha representación. Pero sí tengo con- (sea en la recensión de algunos libros, sea en tratados especiales), que no ha muerto en
ciencia, por la experiencia interna, de mi existencia en el tiempo (y, consiguientemente, de la Alemania el espíritu de profundidad, sino que simplemente ha permanecido por breve
determinabilidad de la misma en el tiempo). Lo cual, aunque es algo más que tener simplemente tiempo acallado por el griterío de una moda con pretensiones de genialidad en su liber-
conciencia de mi representación, es idéntico a la conciencia empírica de mi existencia, la cual sólo tad de pensamiento. Igualmente me ha complacido el comprobar que los espinosos
es determinable en relación con algo que se halle ligado a mi existencia, pero que está fuera de mi. senderos de la crítica que conducen a una ciencia de la razón pura sistematizada —única
Esta conciencia de mi existencia en el tiempo se halla, pues, idénticamente ligada a la conciencia de ciencia duradera y, por ello mismo, muy necesaria— no ha impedido que algunas cabe-
una relación con algo exterior a mí. Lo que une inseparablemente lo exterior con mi sentido interno zas claras y valientes llegaran a dominarla. Dejo a esos hombres meritorios, que de
es, pues, una experiencia y no una invención, es un sentido, no una imaginación. Pues el sentido
modo tan afortunado unen a su profundidad de conocimiento el talento de exponer con
externo es ya en sí mismo relación de la intuición con algo real fuera de mí, y su realidad descansa
simplemente, a diferencia de lo que ocurre con la imaginación, en que el sentido se halla insepara- luminosidad (talento del que precisamente no sé si soy poseedor), la tarea de completar
blemente unido a la misma experiencia interna, como condición de posibilidad de ésta última, cosa mi trabajo, que sigue teniendo quizá algunas deficiencias en lo que afecta a la exposi-
que sucede en este caso. Si en la representación «Yo soy», que acompaña todos mis juicios y actos ción. Pues en este caso no hay peligro de ser refutado, pero sí de no ser entendido. Por
de entendimiento, pudiera ligar a la conciencia intelectual de mi existencia una simultánea determi- mi parte, no puedo, de ahora en adelante, entrar en controversias, aunque tendré cuida-
nación de mi existencia mediante una intuición intelectual, no se requeriría necesariamente que ésta dosamente en cuenta todas la insinuaciones, vengan de amigos o de adversarios, para
tuviera conciencia de una relación con algo exterior a mí. Ahora bien, aunque dicha intuición utilizarlas, de acuerdo con esta propedéutica, en la futura elaboración del sistema. Dado
intelectual es anterior, la intuición interna, única que puede determinar mi existencia, es sensible y que al realizar estos trabajos he entrado ya en edad bastante avanzada (cumpliré este mes
se halla ligada a la condición de tiempo. Pero esta determinación y, por tanto, la misma experiencia
64 años), me veo obligado a ahorrar tiempo, si quiero terminar mi plan de suministrar la
interna, depende de algo permanente que no está en mí, de algo que, consiguientemente, está fuera
de mí y con lo cual me tengo que considerar en relación. Así, pues, la realidad del sentido externo metafísica de la naturaleza, por una parte, y la de las costumbres, por otra, como prueba
se halla necesariamente ligada a la del interno, si ha de ser posible la experiencia. Es decir, tengo de la corrección tanto de la crítica de la razón especulativa como de la crítica de la razón
una certeza tan segura de que existen fuera de mí cosas que se relacionan con mi sentido como de práctica. Por ello tengo que confiar a los meritorios hombres que han hecho suya esta
que yo mismo existo como determinado por el tiempo. Cuáles sean, en cambio, las intuiciones obra la aclaración de sus oscuridades —casi inevitables al comienzo— y la defensa de la
dadas a las que correspondan objetos reales fuera de mí, las intuiciones, por tanto, que pertenezcan misma como conjunto. Aunque todo discurso filosófico tiene puntos vulnerables (pues
al sentido externo, las que haya que atribuir a éste último y no a la imaginación, es algo que ha de no es posible presentarlo tan acorazado como lo están las matemáticas), la estructura del
resolverse en cada caso de acuerdo con las reglas según las cuales distinguimos la experiencia en sistema, considerada como unidad, no corre ningún peligro. Son pocos los que poseen la
general (incluso la interna) de la imaginación. Para ello se presupone siempre la proposición de que
suficiente agilidad de espíritu para apreciar en su conjunto dicho sistema, cuando es
se da realmente experiencia externa. Se puede objetar todavía que la representación de algo perma-
nente en la existencia no es lo mismo que una representación permanente. Pues, aunque la primera nuevo, y son todavía menos los que están dispuestos a hacerlo porque toda innovación
[Entiendo, de acuerdo con Wille, jene en lugar de diese (N. del T.)] puede ser muy transitoria y les parece inoportuna. Igualmente pueden descubrirse aparentes contradicciones en todo
variable, como todas las representaciones que poseemos, incluidas las de la materia, se refiere a escrito, especialmente en el que se desarrolla como discurso libre, cuando se confrontan
algo permanente, lo cual tiene, pues, que consistir en una cosa exterior y distinta de todas mis determinados pasajes desgajados de su contexto. A los ojos de quienes se dejan llevar
representaciones. La existencia de esa cosa exterior queda necesariamente incluida en la determina- por los juicios de otros, tales contradicciones proyectan sobre dicho escrito una luz
ción de mi propia existencia y constituye con ésta última una única experiencia, una experiencia desfavorable. Por el contrario, esas mismas contradicciones son muy fáciles de resolver
que no se daría, ni siquiera internamente, si no fuera, a la vez (parcialmente) externa. Cómo sea para quien domina la idea en su conjunto. De todos modos, cuando una teoría tiene
esto posible no puede explicarse aquí más a fondo, al igual que no somos tampoco capaces de
consistencia por sí misma, las acciones y reacciones que la amenazaban inicialmente con
aclarar cómo pensamos lo permanente en el tiempo, de cuya coexistencia con lo mudable surge el
concepto del cambio (Nota de Kant). gran peligro vienen a convertirse, con los años, en medios para limar sus desigualdades
e incluso para proporcionarle en poco tiempo la elegancia indispensable, siempre que
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haya personas imparciales, inteligentes y verdaderamente populares que se dediquen a


ello.

Konigsberg, abril de 1787.

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