De Cifras y Nombres
De Cifras y Nombres
De Cifras y Nombres
De Cifras y Nombres
Señalaba Primo Levi que una de las preguntas más recurrentes, surgida de su extensa
experiencia como conferencista, era la siguiente: por qué los judíos se dejaron matar sin
oponer resistencia alguna en los Lageri1? Esta formulación, aunque parcialmente
correcta, en función de los innumerables levantamientos y actos de defensa realizados,
intenta poner en evidencia el enigma que representaban aquellas multitudes marchando
hacia la muerte en obediente sumisión. A ellos, los que formulaban ese interrogante,
decía Primo Levi, se les debía contestar que el lento e inexorable proceso de
degradación al que habían sido sometidos -pasmosamente eficaz, por cierto- había
cumplido con creces su objetivo: borrar cualquier traza de subjetividad y dignidad en los
prisioneros, de forma tal que nada se interpusiera entre ellos y la muerte. Ni siquiera fue
necesario empujarlos hacia las cámaras. Este proceso de degradación se consumó en
varias etapas. En primer lugar, mediante la lisa y llana abolición de la categoría de
semejante para aquellos que, de allí en más, dejarían de formar parte del "espíritu
colectivo alemán": judíos, homosexuales, izquierdistas, gitanos y otras tantas minorías
étnicas, religiosas e ideológicas.
El lazo social, aquello que liga a los sujetos entre sí, es un producto de la amalgama de
semejanzas -aquello de mí que encuentro en el otro- y diferencias - aquello que
heterogeniza y enriquece el vínculo - y, por último, de la expulsión de lo ajeno, es decir,
de aquello indigerible e inasimilable para todo grupo. Borradas las semejanzas y roto el
vínculo social que antes los unía a la comunidad, las diferencias se convirtieron
en "ajenidades" por efecto de la expulsión padecida del seno de la comunidad.
Resulta por demás complejo trasmitir en pocas palabras lo que significó este proceso. La
mirada, antes amigable, de vecinos, camaradas o colegas, repentinamente se cargó de
odio y temor, empujando hacia la delación de aquel que pasó a ser
visto como traidor, sedicioso o locoii2. Esa "nueva" mirada omnipresente se convirtió así
en la siniestra morada cuya expresión más acabada lo constituyeron los campos de
exterminio.
Los judíos, así como el resto de las minorías antes mencionadas, se transformaron en extranjeros
apátridas y, como tales, se constituyeron en el soporte más conveniente para la proyección de
todo tipo de fantasmagorías conspirativas y secesionistas. A su vez, el derecho nazi, mediante las
denominadas "leyes raciales", proveyó el encuadre legal legitimante de dicho proceso,
restringiendo una a una las cualidades que hacían de ellos sujetos de derecho, arrasando con
todos los lazos de pertenencia que los ligaban con personas y objetos.
1
Campos de concentración
2
"Yo me veo de golpe en esa mirada de espanto: en su pavor (...)si, en definitiva, mis ojos
son un espejo, debo de tener una mirada de loco, de desolacion". Jorge Semprún. La
escritura o la vida.
relocalizable y cremable. De esta manera, la cifra tatuada se constituyó en la marca
inventariable e inventariada de la cosa. La reducción de la subjetividad a la cifra era
lógicamente coherente con el gigantesco proceso de industrialización de la muerte en
marcha, donde el desarrollo tecnológico se aplicó a la búsqueda de métodos más
eficaces, económicos y rápidos que tenían a la muerte por producto y a la cifra por
materia prima. La tan mentada "banalización del mal" se asentó en la digitalización de la
"materia prima", ya que así se vencía toda resistencia surgida de la consideración de que
se estaba "operando" con sujetos. Resultaba mucho más sencillo vejar, robar, azotar,
esclavizar, torturar y asesinar a un número que a un sujeto con nombre, apellido e
historia. La cifra tatuada entró en relación de contigüidad con la cosa execrable. Matar a
un grupo de personas se transformaba en borrar o tachar un número de una lista. El
sujeto quedó así reducido a aquello representado por una cifra para aquel operario que lo
manipulaba -eufemismo de asesino-, siendo el papel, el escenario en el que se dirimía su
destino. Más tarde, una sucesión de engranajes rigurosamente aceitados -prolijidad
alemana de por medio- traducían el borrón o la tachadura en exterminio3.
En este sentido y siguiendo una vez más a Sánchez-Biosca: "(...) Una sola expresión
resume todas las actividades: gestionar los cuerpos como si de cosas se tratara, es decir,
materia de investigación biológica y genética y, en una insólita vuelta de tuerca, incluso
mero soporte químico. Fabricar con ellos jabones, tejidos, fertilizante que se exportaba a
Alemania o recoger los dientes de oro y depositarlos en el Banco Alemán. En este
destino de cosificación inusitada de la víctima se encuentra acaso la confirmación
extrema de nuestra hipótesis sobre la más radical negación de la violencia en el ideal de
exterminio, puesto que la objetualización de la víctima la hace incluso indigna de inspirar
los más primitivos deseos o sentimientos humanos5.
3
"Los campos de exterminio nacionalsocialista habrían consumado la despsicologización (...) arrebatándola
a las pasiones del sujeto". Vicente Sánchez-Biosca, Funcionarios de la violencia.
4
No deja de ser significativo que fuera precisamente una lista, la de Schindler, la que salvara tantas vidas.
5
Ibidem. Funcionarios de la violencia.
6
“El otro, al que no puedo olvidar, el otro que me reclama en el nuevo imperativo después de Auschwitz, es
siempre alguien y no algo. El otro tiene nombre propio. No se recuera a la humanidad, sino al otro. Es en el
recuerdo que la identidad comienza a ser humana. Joan-Carles Melich, Narración y Hospitalidad; Analisi
25,2000.
consecuencia lógica de aquella primera, más eficaz aún que la instrumentada en el
Lager; capaz de borrar la posibilidad del relato y la trasmisión de lo ocurrido y condenar a
la (re)iteración. Es el olvido o, peor aún, la indiferencia. Sí, si se lo puede expresar así,
este libro es un desafío al olvido y la indiferencia conformista y un acto de valentía frente
a aquellas voces que aun hoy pretenden negar la tragedia. En este sentido el olvido es
consustancial con la objetualización, ya que la cosa, lo innominable no es susceptible de
historización, lográndose, de esta manera, la reduplicación del proceso de exterminio por
la vía, en esta oportunidad, de la erradicación de toda dimensión historizable de la
tragedia.
Pero Susi no emprende esta tarea desde el mangrullo del historiador, a resguardo de la
historia que reconstruye, sino convocando sus propios fantasmas, aquellos que resuenan
en el "si mi padre no hubiera huido de Polonia..." y que la hacen transitar ante aquellas
contingencias históricas que hicieron que no fuera ella misma una historia de las aquí
relatadas, en boca de otra autora. Por ello las resonancias de cada capítulo la golpean y
cada palabra deja constancia de dicho impacto.
El guitarrista no se guía por la melodía que emerge de su instrumento, sino por el modo
en que la vibración de cada cuerda que pulsa resuena en su cuerpo, acompasando
aquella melodía monótona de sus propias pulsaciones cardíacas. No hay música que no
pase por el cuerpo, si ésta es sentida. Del mismo modo, no hay historia descarnada,
objetiva, libre de ecos y resonancias. La autora, generosamente, muestra ese
instrumento, convoca a nietos, padres, abuelos e hijos para que dialoguen con aquellos
cuyas historias relata, desafiando el tiempo y el espacio que los separa para crear un
escenario -el texto- donde dicho encuentro sea factible.
Un último aspecto, antes de abandonar al lector a su propio deambular por este texto.
Este libro, en los términos de la autora, versa sobre salvadores y salvados. Aquellos
corrieron el riesgo de perder su vida, comodidad, riquezas y bienestar para rescatar a
estos de su infortunio. Qué los movió a hacerlo en forma tan desinteresada? Quizá
puedas, después de leer este libro, hacerte de alguna respuesta a este interrogante, pero
ese, querido lector, si lo consiguieras, será tu propio texto.
i
ii