Mandrini - Construir La Historia Del Mundo Prehispánico
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Construir la historia
del mundo prehispánico
La diversidad geográfica
Profundos contrastes geográficos caracterizan al continente america-
no. Enorme isla continental que se extiende del Ártico al Antártico,
las aguas de las dos mayores masas oceánicas, el Pacífico y el Atlántico,
bañan sus costas occidentales y orientales; el Ecuador la corta en dos
partes formando grandes franjas climáticas comparables, aunque inver-
tidas, que se extienden hacia el norte y el sur.
De oeste a este el perfil del continente es asimétrico. Al oeste, pa-
ralelo al Pacífico, un enorme sistema cordillerano lo atraviesa desde
Alaska hasta Tierra del Fuego. Geológicamente joven, su estructura es
compleja: coexisten allí elevados cordones montañosos, grandes volca-
nes, valles profundos, altas mesetas y planicies, y las mayores alturas
del continente. En América del Norte, ese sistema es conocido con el
nombre general de Rocallosas; en América del Sur, como Andes. La
angosta franja de tierras de América Central, que articula ambas masas
continentales, está cubierta de montañas. Sobre el litoral del Pacífico
las llanuras son muy estrechas, a veces inexistentes, y las montañas lle-
gan casi hasta la costa misma.
Al oriente de esos grandes sistemas se extienden inmensas llanuras
formadas por extensas cuencas fluviales, como la del Mississippi en el
norte y las del Orinoco, el Amazonas y el Plata en el sur; cerca del litoral
atlántico emergen algunos macizos y cordilleras, menos elevados y geo-
lógicamente antiguos, con formas suaves y redondeadas producto de la
prolongada erosión. En los extremos del continente, dos antiguos ma-
cizos forman extensas planicies, el escudo canádico y la meseta patagó-
nica. Algunos afloramientos rocosos antiguos rompen la uniformidad
de llanuras y planicies, como los sistemas serranos del sur bonaerense
o de la pampa central.
Esos relieves inciden en la dirección de los vientos y la distribución de
las precipitaciones. Las lluvias, abundantes en el Atlántico, disminuyen de
este a oeste hasta encontrarse con las altas cordilleras; en cambio sobre
el Pacífico son excepcionales, salvo en la zona ecuatorial y los extremos
norte y sur. La combinación de estos elementos (relieve, latitud, condi-
ciones climáticas) dio lugar a la formación de una variedad de paisajes,
22 América aborigen
cada uno con sus recursos característicos, que abarcan desde la estepa
polar al bosque tropical, de las extensas praderas templadas a las sabanas
tropicales, de las mesetas desérticas a los fértiles valles montañosos.
Tal diversidad de ambientes incidió en la diversidad cultural, aunque
no en el sentido del determinismo geográfico tradicional. Ante cada am-
biente, las comunidades humanas encontraron obstáculos y posibilidades
y, para sobrevivir y reproducirse, desarrollaron estrategias y tecnologías
específicas, al tiempo que elaboraron múltiples dispositivos culturales y
sociales. Así, desde muy temprano, cada comunidad interactuó con su
ambiente, lo modificó y recreó para aprovechar mejor sus recursos. En
el siglo XV, cuando arribaron los europeos al continente, el paisaje de
algunas regiones, como los Andes centrales y Mesoamérica, había sido
profundamente transformado por comunidades que habían diseñado
complejas estrategias económicas, sociales y políticas para su uso.
Las bandas
Se trata de sociedades pequeñas, compuestas por varias familias vincu-
ladas por el parentesco, cuyo número de miembros, que varía según
los recursos disponibles, rara vez excede algunas decenas. Los matri-
monios se acuerdan entre miembros de distintas bandas (exogamia) y
la nueva pareja suele residir con la banda del varón (virilocalidad). Por
lo general están integradas por varones casados, sus mujeres foráneas
y los hijos solteros. El parentesco, que articula el funcionamiento y la
integración de la banda, regula el lugar de cada individuo, sus derechos
y sus obligaciones.
Cada banda controla un territorio definido, por el que se desplaza
para obtener distintos recursos, en general siguiendo un ritmo esta-
cional anual. En ciertas épocas pueden compartir espacios con otras
bandas, donde obtienen algunos recursos en conjunto. Además, estos
encuentros se utilizan para intercambiar bienes y, en especial, para
acordar intercambios matrimoniales, donde cada banda entrega y reci-
be mujeres, y que contribuyen a establecer alianzas.
Su economía se sostiene en la obtención directa de recursos de la natu-
raleza a través de la caza, la recolección y la pesca, aunque la importancia y
los modos en que se llevan adelante estas prácticas varían según las condi-
ciones particulares del territorio. La producción artesanal, de carácter do-
méstico, se reduce a bienes de fácil transporte (herramientas, artefactos
y utensilios necesarios) y adornos personales. No hay comercio, y los in-
tercambios, regidos por el parentesco, se ajustan a reglas de reciprocidad.
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Las tribus
El número de miembros de las tribus, muy variable, depende de cir-
cunstancias particulares y, aunque mayor que el de las bandas, rara vez
excede unos pocos miles de personas. Se trata de sociedades multico-
munitarias, esto es, formadas por distintas comunidades o unidades
sociales de base. Estas unidades se expresan en la presencia de cierta
cantidad de asentamientos, aldeas o caseríos, no mucho mayores que
los de las bandas aunque suelen ser más estables, y son raros los casos
en que toda la población se concentra en una sola aldea.
El problema básico es la integración de esas comunidades en la uni-
dad mayor que es la tribu, proceso en el cual el parentesco juega un pa-
pel central. Si, como en las bandas, cada comunidad forma un grupo de
de parentesco real, este se extiende al conjunto de la tribu por medio
de un sistema ampliado, que se expresa en una genealogía que conecta
a los diferentes grupos o linajes mediante el reconocimiento de un le-
jano ancestro común. Como descendientes de ese ancestro, los linajes
o comunidades son, en principio, iguales. La solidaridad entre los lina-
jes es reforzada por otras instituciones voluntarias, como asociaciones
guerreras, fraternidades religiosas o grupos de edad, que atraviesan de
manera horizontal a las comunidades locales.
Su organización interna también es muy variable. Los jefes de los li-
najes, y a veces también las distintas asociaciones tienen gran peso en la
vida social y política, aunque quienes ejercen ciertas funciones tribales
carecen, en general, de una base económica suficiente y dependen de
su prestigio y habilidades. En algunos casos puede constituirse cierta
jerarquía de jefes tribales, e incluso alguna aldea puede llegar a funcio-
nar como “capital”. Sin embargo, más allá de esto, no se observan roles
ni diferencias sociales hereditarias.
28 América aborigen
Las jefaturas
Las jefaturas (chiefdoms, en inglés) o señoríos eran entidades políticas
regionales que aglutinaban a múltiples comunidades bajo la autoridad
permanente de un jefe. A diferencia de los tipos anteriores, las jefaturas,
que podían alcanzar una población de algunos miles de personas (inclu-
so, a veces, decenas de miles), mostraban algún tipo de jerarquización
social, expresada por la posición o rango elevados que ocupaban ciertos
linajes y comunidades. El parentesco era crucial en la articulación de
esas sociedades: la superioridad de ciertos individuos y linajes, así como
las diferencias que emanaban de ella, estaban justificadas por la mayor o
menor proximidad genealógica al jefe, cuyo linaje ocupaba el lugar más
alto en el sistema de parentesco, y por ende, en la jerarquía social.
La estructura genealógica de cada jefatura, con su organización je-
rárquica de los linajes, derivó de condiciones históricas particulares,
como antigüedad, ubicación, riqueza o prestigio. La superioridad del
linaje del jefe provenía de su mayor cercanía genealógica respecto del
fundador mítico, en especial a partir del principio de primogenitura.
Así, el jefe ocupaba un lugar central en todos los aspectos de la vida
social, y su figura estaba rodeada de complejos rituales y ceremonias.
Se reconocen al menos dos niveles en el ejercicio de la autoridad: los
jefes de las comunidades locales y, por encima de estos, el jefe superior.
El poder de este último dependía, sin duda, de la importancia de su
linaje, pero también de su control sobre la producción y el intercambio
de bienes, de sus capacidades y habilidades personales (incluidas las
referidas a la guerra) y de una ideología útil para legitimar e institucio-
nalizar las desigualdades que se manifestaban en el seno de la sociedad.
También dependía de la fuerza guerrera (su séquito o seguidores) para
defender los recursos de las comunidades bajo su mando. Hacia 1492,
las jefaturas instaladas en distintas regiones del continente mostraban
múltiples formas; sus dimensiones, actividades económicas, patrón de
asentamiento y poderes y atributos de los jefes dependían de circuns-
tancias históricas particulares.
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