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Guy Rozat Dupeyron

INDIOS IMAGINARIOS E INDIOS REALES EN LOS

RELATOS DE LA CONQUISTA DE MXICO

Texto revisado y corregido con un eplogo


Guy Rozat-Arcelia Surez
Febrero-Mayo 2014
Biblioteca
Universidad Veracruzana
Instituto Nacional de Antropologa e Historia
Benemrita Universidad Autnoma de Puebla
Mxico, 2002

Rozat Dupeyron, Guy


Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de Mxico/ Guy Rozat
Dupeyron. -- la. Ed.- Xalapa, Ver., Mxico Universidad Veracruzana, 2002.
337 p. 22 cm. (Biblioteca)
Incluye notas bibliogrficas
ISBN: 968.834-594-4

1. Indios de Mxico - Historiografa 2- Indios de Mxico - Primeros contactos con


europeos 3- Mxico -Historia - Conquista, 1519-1540 4- Mxico- Historiografa. 1.
Universidad Veracruzana. II. t.

DBUV 2002/15 C. D.D.: 972.02

Primera edicin, septiembre de 2002

Universidad Veracruzana
CONTENIDO

Introduccin o premisas para un lejano viaje (pg. 7-24)


Encuentros americanos e historias
Fuentes americanas?
Ciencia y verdad de la historiografa americana
Neocolonialismo o liberacin
Indios en la historia
Indios, indgenas, indigenistas
Objeto del presente libro
Antropologas: de la teologa a una ciencia del hombre

Primera vuelta
Los signos y los presagios: escatologa e historia (pg. 25-51)
Presencia del signo
Funcin del signo
Primeras conclusiones
Signos?, cules signos?
Los signos, cules son?
El intertexto occidental y el eurocentrismo

Segunda vuelta
Signos, presagios y profecas (pg. 52-76)
Religin y manipulacin
Religin, prodigio y manipulacin
El Haruspicium responso de Cicern
Sagrado y profano. El terror sagrado
Un ejemplo de manipulacin mediante el discurso histrico
Manipulacin y falsificacin: el caso Micias
Una doble actitud de comprensin del mundo
El carnero de Pericles

Tercera vuelta
Signos y manifestaciones naturales (pg. 77-99)
Relmpagos
Rayos y truenos
Rayo, prodigio y espanto
Alcance proftico del rayo
La inteligibilidad de los cometas
Fenmenos atmosfricos
Las aguas terrestres
Los nacimientos monstruosos
Ruidos, voces y mensajes auditivos
La amenaza sobre la polis
Conclusiones

Cuarta vuelta
Bsqueda de un esquema de inteligibilidad (pg. 100- 113)
Roma
Jerusaln
Roma y el prodigio
Signos de presencia

Quinta vuelta
La cada de Jerusaln como modelo escatolgico: ruptura y nueva alianza
(pg. 114-129)
Lectura y lecturas de los textos sagrados
Una antigua tradicin
La cudruple lectura cristiana
La historia, base de la moral social
De la anagoga

Sexta vuelta
Jerusaln! Jerusaln (pg. 130-156)
Tenochtitln, otra Jerusaln
Desolacin de Tenochtitln/Jerusaln
Una nueva etapa de la revelacin divina en Las Indias
La destruccin de Jerusaln; modelo histrico y simblico
Los presagios de la destruccin y superacin de Jerusaln
Renn: una lectura histrica de esos presagios
Los presagios: correspondencias y similitudes
Jerusaln y la historia del mundo

Sptima vuelta
Motecuhzoma profeta (pg. 157-215)
Esbozo para un retrato alegrico de Motecuhzoma
El cumplimiento de las profecas
El retorno de Nuestro Seor
Los regalos de Quetzalcatl
Aceleracin y asuncin mtica: la destruccin
La resistencia del demonio o la segunda embajada
La marcha sobre Tenochtitln
La marcha triunfal
La destruccin de Cholula
Las ltimas tentativas
La conversin de Ixtlilxchitl: el comienzo de la ley evanglica
El encuentro Motecuhzoma-Corts
Y la guerra fue establecida!

Octava vuelta
Lo caballos y los perros de Corts (pg. 216-252)
Caballos reales
Caballos mticos
El caballo en el Antiguo Testamento
El caballo contra Israel
Los caballos de fuego
Conc1usiones
Perros reales y perros mticos
Perros imaginarios
El perro en la Biblia

A manera de conclusin (253-256)

Eplogo (pg. 257-261)


OJO LECTOR! AQU EMPEIZA LA LECTURA DE
ESTE LIBRO

Desde hace trescientos o cuatrocientos aos que los habitantes


de Europa han inundado las otras partes del mundo, publicando
sin cesar nuevas recopilaciones de Viajes y relaciones; sin
embargo, estoy convencido de que no conocemos de la
humanidad ms que a los europeos

Los individuos pueden ir y venir, pero la filosofa no viaja,


parecera que la de cada pueblo es poco til para entender a la
de los dems. La causa de esto es clara, por lo menos en lo que
respecta a los pases lejanos: en efecto, no existen ms que
cuatro tipos de hombres que hacen viajes de largo alcance: los
marineros y los comerciantes, los soldados y los misioneros; no
debemos esperar que los de las tres primeras clases nos
proporcionen buenas observaciones y, en cuanto a los de la
cuarta, demasiado ocupados por la vocacin sublime que los
llam a esas tierras, cuando no sean vctimas de prejuicios
propios a su estado como los otros hombres, podemos pensar
que no se dedicaran muy fcilmente a investigaciones que
podran parecer como de mera curiosidad, y que, por lo tanto,
los distraeran de las tareas ms importantes a las cuales
estaban destinados.

JEAN JACQUES ROUSSEAU, Oeuvres Politiques (Galimard, La


Pleyade, Pars, 1964, t. III, p, 212.)
INTRODUCCIN

O PREMISAS PARA UN LEJANO VIAJE

No es ningn azar que una gran parte de los testimonios ms interesantes de las culturas precolombinas

mexicanas se encuentren en las grandes colecciones de los museos extranjeros de Europa o de Amrica

del Norte. Tampoco es una casualidad que todava una parte notable de los discursos construidos sobre

las antiguas culturas americanas estn, an hoy, elaborados por especialistas extraos a esas regiones.

Si se piensa bien, esta presencia del extranjero en la historiografa mexicana no se debe a la falta de

inters o a la incapacidad de los mexicanos, como se ha afirmado muchas veces, ni tampoco ha de ser

buscada slo detrs de no s qu oscuros intereses imperialistas inmediatos, sino ms bien, en el

fundamento mismo del discurso mexicanista y, con mayor generalidad americanista.

En este sentido, no puede sernos indiferente, para una cierta validez del discurso historiogrfico

americanista, el hecho de que, despus de siglos, el discurso sobre Amrica siga siendo hecho en gran

parte por extranjeros. Y no podremos pasar por alto la problemtica fundamental que este hecho

impone a nuestra reflexin diciendo slo que hay que mexicanizar totalmente la prctica

historiogrfica sobre estas culturas o que hay que superar los efectos nocivos del eurocentrismo.

Encuentros americanos e historias

Hace bastante tiempo que Edmundo OGorman llam la atencin sobre la produccin simblica y

discursiva que llev a la invencin de Amrica. Parafraseando a este ilustre historiador mexicano,

podramos aadir que el logos occidental que produjo, desde principios del siglo XVI, esta invencin

no ha cesado desde entonces, de seguir inventndola y de producir sucesivos discursos de

representaciones de Amrica. stas, producto de la actividad legitimadora occidental, tomaron forma


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en la prctica historiana,* lugar privilegiado y espejo mgico en el cual la mirada occidental se

complace en inventar a los dems. Esta verdad histrica de los dems no puede escapar al control

absoluto de la lgica de sus orgenes y, aunque pretende basar su verdad en fuentes primarias,

testimonios verdicos, la lgica que los organiza, por ms racional que sea, ser siempre una

produccin imaginaria occidental.

En este sentido, cabe preguntarse si el regreso a las fuentes, al documento, que pregona peridicamente

desde hace un poco ms de un siglo la prctica historiana, no es ms que un mero artificio retrico.

Queda as por resolver el problema de saber si en un discurso producido y controlado durante siglos

por Occidente habr lugar para la mnima verdad americana, o si se quiere: cmo se pueden rastrear,

en el conjunto de textos e imgenes que constituyen Amrica como representacin occidental, los

elementos de una genuina y preservada Amrica, la de antes del contagio con Occidente?

* Es el conjunto de los mecanismos creativos del proceso que lleva a la constitucin del discurso
histrico. Vase: Michel de Certeau, La escritura de la historia, UIA, Mxico. 1986.

Fuentes americanas?

Despus de la primera poca del contacto y de la destruccin, durante la cual no se vio en los

testimonios pictogrficos de los antiguos mexicanos ms que libros de maleficios y sortilegios, vino la

poca de los coleccionistas y de los eruditos cosmopolitas de los siglos XVII y XVIII. Estos

documentos fueron entonces considerados como una especie de curiosidades amables que convena

conservar, resultando as objeto de un poco ms de cuidado, pero tambin de destruccin y mutilacin.

Basta con seguir la historia de la coleccin del caballero Boturini para darse cuenta de las ambiguas

funciones discursivas de la poca en que participaban esos documentos americanos.

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A comienzos del siglo XIX, en el naciente discurso de la historiografa cientfica americanista,

apareci un nuevo tipo de personaje productor de discursos: en general, el del burgus occidental o

criollo occidentalizado (lo que es casi la misma cosa, visto desde la problemtica que nos ocupa

aqu). La necesidad de la formacin de un mundo unido bajo la lgica de la mercanca impone la

construccin de una visin cientfica del mundo y de su transcurrir en el tiempo. Esta necesidad dar

nacimiento a una nueva disciplina, a una nueva prctica discursiva historiogrfica. Y si los autores ya

no son mayoritariamente los clrigos espaoles, la lgica discursiva de esta recin emergida ciencia

histrica, en cuanto a representacin, no est muy alejada de su antecesora teolgica.

Los burgueses europeos y latinoamericanos se dieron a la tarea de construir un mundo econmico y

poltico nuevo y, aunque muchos resultados de este esfuerzo no nos gusten, debemos reconocer que

sta fue ciertamente una tarea colosal. La elite intelectual que acompa y/o dirigi esta gigantesca

transformacin violenta, rpida e inexorable del planeta, se propuso no slo pensar, establecer, corregir

nuevos modelos cientficos y tcnicos de transformacin de la naturaleza y de las sociedades humanas,

sino que intent tambin construir la legitimacin histrica de tales procesos. No se insistir jams lo

suficiente en la lenta y difcil creacin de los mecanismos discursivos originales que legitimaron la

visin burguesa del mundo y su devenir histrico, parte fundamental de nuestra conciencia histrica.

As, de los monjes combatientes a los burgueses conquistadores de fines del siglo XIX y a los

posteriores universitarios y burcratas del siglo XX, se acumularon montones de discursos sobre el

pasado de Amrica. Y si podemos reconstruir la historia general de las condiciones de produccin

intelectuales y sociales de esos discursos, nos es mucho ms difcil seguir los tortuosos derroteros de

las manipulaciones que esos textos eruditos hacen sufrir a los pocos testimonios que nos quedan

de las civilizaciones precolombinas.

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Entre aquellos textos escritos por los indgenas en vsperas o al da siguiente de la Conquista y

nosotros hay toda una densidad discursiva que nos impide ver, entender, las preguntas que planteaban

esos documentos en el momento de su emisin en el pasado novohispano.

Evidentemente la opaca neblina que envuelve a estos testimonios se prest a que fueran manipulados

durante dcadas, sin ningn control ni freno ms que los lmites inherentes a la imaginacin de los

autores.

A pesar de nuestros secretos deseos voluntaristas, estos estratos discursivos nos impiden acceder de

manera inmediata e inocente a los genuinos textos del encuentro americano. Y para complicar ms la

situacin, estos innumerables comentarios sobre los primeros textos del encuentro, considerados como

ndices fundamentales y obligados en la bsqueda de la autntica verdad americana, no participan

todos de la misma lgica discursiva de produccin. Lejos del evangelizador espaol est el estadista-

comerciante-hacendado-historiador del siglo XIX mexicano, y ms an el moderno especialista en

lengua maya que busca en su computadora los secretos de una civilizacin perdida. En resumen,

entre las culturas precolombinas y nosotros est todo el insondeable espesor de una enorme biblioteca

americanista.

Ciencia y verdad de la historiografa americana

Si nuestra pretensin es el acceso a un conocimiento ms autntico y escribir un relato de este

encuentro, sino nuevo, por lo menos diferente, tendremos que atravesar estas capas discursivas

sedimentadas desde hace siglos sobre este momento histrico. Pero, antes de entrar al problema de

saber el porqu y el cmo de una nueva lectura de este encuentro, nos parece importante recordar

cules fueron, durante siglos, los fundamentos que animaron la prctica historiogrfica cientfica de

Occidente sobre Amrica.


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El ncleo esencial de esta prctica discursiva es la concepcin del antropos que elabora la poca de

las luces. Esta nueva concepcin del hombre que surgi en paralelo a la economa poltica inglesa, se

difunde a toda la Europa ilustrada del siglo XVIII y culmina con la obra poltica e intelectual de la

Revolucin francesa y el Cdigo Napolenico.

Para que esta construccin intelectual del espejo, en el cual el burgus europeo se reconociera,

funcionara plenamente, de manera dinmica y autosatisfactoria, se hizo necesario as mismo construir

otra figura, a la vez su negacin y su lmite: el otro, el salvaje, el extranjero, el diferente.

A pesar de la proclamacin del principio de la igualdad de la naturaleza humana, el otro, en esos

entonces, no era como lo concebimos hoy: ese otro, hombre igual a m aunque diferente, objeto de mi

investigacin, que me hace descubrir quin soy yo, estableciendo una igualdad en la alteridad. Esa

concepcin de la bsqueda de un otro autnticamente otro no se desarroll sino hasta poco despus

de la Segunda Guerra Mundial, con la crisis general de los valores burgueses y con la posibilidad de

pensar de nuevo la historia en el ocaso de los mesianismos marxistas, a partir de Budapest.

El otro, en la concepcin burguesa tradicional, directamente heredada de las luces y que impregna

todava la mayora de los discursos contemporneos, es un otro mudo, mecnico, artificial. De

hecho, es en esencia una creacin discursiva que no tiene referencia a ninguna realidad histrica

concreta; mero artificio que puede ser perfectamente construido, es decir, tener toda la apariencia de la

realidad, y que toma existencia slo en las posiciones lmites del campo de existencia del antropos

burgus. No puede tener existencia ni sentido por s mismo. Es indecible. No existe ms que por la

lgica de funcionamiento del ego burgus, quien determina totalmente su posible explayar conceptual

y su lgica funcional; no es ms que un accesorio complementario pero fundamentalmente necesario,

aunque negativo, del antropos burgus. En esos trminos, el discurso histrico, que es slo uno de los

tantos posibles sobre el otro, jams podr llegar a ser un discurso del otro, y la lgica de los discursos

sobre el Hombre (burgus, macho, propietario) ser siempre colonialista y etnocentrista, a pesar de
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todos los artificios bajo los que se le pueda encontrar disfrazado. Podramos agregar que, aunque la

tesis pueda parecer excesiva y pueda generar malestar e incluso dolorosos accesos de mala conciencia,

no hay ninguna duda de que la mayora de los estudios americanistas estn impregnados, en mayor o

menor medida, de esta contaminacin colonizante. Y no porque hayan sido escritos por gente

progresista o por oriundos de Mxico o de Lima quedarn fuera de esta lgica.

Siguiendo esta idea podramos afirmar que durante cinco siglos la investigacin del otro, la escritura

de Amrica, en esta perspectiva, no ha sido otra cosa para Occidente que la afirmacin de s mismo. Es

slo a partir de los aos sesenta de este siglo XX que parece haber una evolucin. Aparecen ciertas

denuncias del etnocentrismo, del eurocentrismo, del colonialismo cultural, etc., pero incluso en ellas

(en esta masa de denuncias en general ingenuas y a veces mal fundamentadas), podemos encontrar

mucha ambigedad. En el mejor de los casos, en el proyecto que se vislumbraba detrs de esta crtica

hecha al totalitarismo del logos occidental haba un intento desesperado, proveniente de una necesidad

existencial de ciertos sectores intelectuales marginales de Occidente, para conocer en la medida en

que esto fuese posible las experiencias humanas diferentes y situarse frente a ellas. Esta bsqueda va

ms all del desarrollo, en esta poca, de la antropologa estructural, con la cual se la confunde a veces.

La pregunta fundamental de este inters por el otro era, no slo saber ms cientficamente cmo es una

sociedad indgena africana, amaznica, asitica, etc., sino qu es, existencialmente, ser indio, negro,

gitano, etc., y cmo el conocimiento generado por este acercamiento me ayuda a construir mi propia

otredad y profundiza mi capacidad de elaborar un pensamiento radical.

Esta reflexin tambin tomaba en cuenta el reconocimiento de las subculturas que subsistan an en los

pases desarrollados. La crisis de los mitos jacobinos de la nacin democrtico-burguesa obligaba a

reconsiderar y reconocer los regionalismos que parecan animados de una vida nueva, pero tambin la

existencia de todas las minoras: sociales, sexuales, raciales... Con el catlogo de las diferencias que

haba servido slo para constituir la superioridad del hombre blanco, macho, burgus, se intentaba
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comprender la historicidad y la validez de las experiencias de otros grupos humanos y de todas las

minoras.

Es en esta gran bsqueda colectiva donde se situaba nuestra propia investigacin. Pero para nosotros se

trataba, de hecho, de una doble bsqueda, en la medida en que no estbamos totalmente integrados a la

estabilidad emocional de los grandes valores y de las seguridades burguesas; la bsqueda de la

identidad social y personal se reforzaba en la investigacin de la identidad del otro. Buscar al indio de

los orgenes era indagar su origen propio; comprender a los campesinos de Amrica era entender a

aquellos de quienes se ha nacido. Ir tras la ausencia en la historia de esos portadores de la reaccin, de

esos medio-salvajes enemigos del progreso, era empezar a entenderse a s mismo, en las propias

aspiraciones, gustos, manas y gestos cotidianos.

Probablemente no podremos salir de este crculo que instaur el logos occidental porque la

investigacin de uno mismo es tambin la investigacin del otro, como diferente, como lmite y espejo

de s; y por circunstancias ms o menos fortuitas, ese otro ser el indio. Del indio americano de

nuestros sueos adolescentes, estructurado en gran parte por las pelculas de vaqueros made in USA, a

la bsqueda del indio mexicano, hay ciertamente un largo recorrido de imgenes y de signos

subterrneos inconscientes, que un da podra valer la pena intentar reconstruir. Durante aos, nos

pareci que la lectura de todos los textos posibles sobre Amrica, en particular sobre Mxico, nos

presentaban a uno de estos personajes ambiguos de la historia, el indio: enigmtico, silencioso, secreto,

desconfiado; imagen muy parecida a aquella que el discurso construy del otro lado del Atlntico

sobre el campesino occidental: como l tambin, anarquista, violento, capaz de paciencias milenarias

as como de revueltas relmpago. Con la intuicin de que haba en comn una igualdad de trato entre

esas dos negociaciones del discurso de la historia y con la conciencia de una estrecha solidaridad entre

el buscador y el objeto de la bsqueda, empezamos a escribir este trabajo.

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Es probable que para que se entienda con ms claridad la constitucin de un texto como ste y su

inscripcin en el discurso acadmico, sea necesario iniciar por la infinidad de momentos de concrecin

discursiva que lo anteceden y que, de hecho, le dan un sentido ms completo.

Neocolonialismo o liberacin

Explicar las razones de mi intento dara sentido a la pretensin exorbitante de un investigador

extranjero que dice que hay que releer, reescribir, parte de la historia de Amrica. Explicitara cmo

esta tentativa nuestra de pensar Amrica est siempre e inexorablemente incluida en una reflexin

occidental y cmo, paradjicamente podra tambin ser instrumento de liberacin, de nosotros mismos,

del otro, y de todos los dems... Porque todava subsiste una duda que es, de hecho, la duda funda

mental. El por qu este texto se fue un da a Mxico para ver, para proponer una lectura conjunta de

dos subjetividades histricas y cmo no logro jams este encuentro.

Porque, si un jurado de tesis parisino pudo felicitarlo, coronarlo, estamos siempre en la lgica colonial

de las cosas establecidas. Hacer de un ejercicio escolstico la tesis otra cosa, llevar la proposicin

a los que pensbamos interesados esto, para alguien que jams haba abandonado su hexgono fue

el principio de una gran aventura. Aos de vida en Mxico, de esperanzas, de deseos, de fracasos, de

errores; una vida intensa, un texto que engordaba, se inflaba, se distorsionaba, viva, pero viva solo. Si

de pasada algn estudiante de la Escuela Nacional de Antropologa e Historia se mostraba sensible a

los planteamientos centrales, el peso de la realidad cotidiana por la sobrevivencia dejaba poco

tiempo para un inters verdadero. No hubo pues confrontacin, enriquecimiento autctono, sino

indirecto, por la amistad de algunos y la ternura de otras. Pero era demasiado pronto y el manuscrito,

como muchos otros, se perdi en el olvido de un polvoriento anaquel. Muchas copias de este trabajo se

fueron desprendiendo al azar de las clases y de las amistades, y empezaron una vida autnoma, hasta
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que un ejemplar de este samizdat, un poco especial, encontr, casi veinte aos despus de su primera

formulacin, por fin un eco. Por qu editar un libro con una historia tan compleja, por qu persistir en

estas pretensiones, sino por la secreta esperanza de que esto no sea intil? Si consideramos la

importancia del discurso histrico en los fenmenos de conciencia individual y colectiva, y su

importancia para la accin social, pensamos que la direccin de la investigacin que proponemos

puede tener todava cierto inters y encontramos en esta esperanza la legitimacin para publicarla. Si

Amrica Latina, y Mxico, quieren un futuro diferente, tendrn que construir, entre otras miles de

cosas, un discurso histrico-cultural diferente de su pasado, en el cual todos sus habitantes puedan

reconocerse e identificarse de manera enriquecedora. Somos conscientes de que es una gran

presuncin de nuestra parte creer que las direcciones de la investigacin que proponemos con nuestros

bosquejos sern tiles para los cambios histricos en preparacin en estos pases y, aunque imbuidas

en megalomanas, tenemos expectativas de que, en todo caso, nos permiten agradecer una hospitalidad

generosa y legitimar casi cuarenta aos de trabajo en este pas.

Indios en la historia

En Amrica hay indios, todo el mundo lo sabe y lo repite. Amrica es tierra de indios; millones, con

plumas y sin plumas, reales o fantasmticos. Muchos pasean delante de nuestros ojos de turistas

culturales, como tteres que actan con un guion escrito por el logos occidental. Actores de relleno,

invitados a jugar en sus propias vidas papeles de composicin. Y si sus cadveres perforan, a veces, la

pantalla de nuestros televisores, como producto de masacres rituales y organizadas, son tambin

perfectamente colocados en el lugar exacto de donde no deben salir: la rigidez de la muerte. El del

pasado americano es un indio muerto, un indio desaparecido desde hace tiempo. Por ello no puede

protestar, no puede venir a clamar por su identidad. Para disimular las, a veces, muy sucias maniobras
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del discurso histrico, se ha hecho comparecer a un indio blanqueado, que desempea bien su papel de

indio: dcil, pobre y lastimero, siempre mendigando una caridad, que calmar la mala conciencia de

los turistas de la historia. Hoy, de nuevo, muchas voces se elevan, a 500 aos de la feliz hazaa de

Coln, para hablar en nombre del indio; pero, por desgracia, despus de cinco siglos de discursos

colonialistas sobre y para el indio, ya somos escpticos porque hay de indios a indios, y no es indio

quien quiere. Saber quin es el indio puede reservar bastantes sorpresas.

El discurso mexicanista, como el discurso histrico nacional, descansa todava casi en su totalidad

sobre el que ha tejido Occidente acerca de Amrica, mezclando, sin mucha precaucin, textos muy

diferentes entre s: los testimonios de los orgenes, escritos en una forma discursiva teolgica

cristiana y los posteriores, producto de la actividad intelectual burguesa capitalista. De esta extraa

mescolanza emergen las descripciones de las sociedades precolombinas, bajo cierta luz y para

ambiguos proyectos hegemnicos. El discurso histrico actual, para fundar y complementar su visin

del fin de las civilizaciones precolombinas, privilegia a ciertas fuentes que llamar indgenas y que

tendrn como funcin representar una visin de los vencidos sobre este dramtico encuentro. Qu

significa la reciente inscripcin de estos textos en la indianidad? Podramos decir que es una de las

preguntas de este libro.

Indios, indgenas, indigenistas

Una vez lograda la victoria sobre el antiguo rgimen poltico de Porfirio Diaz, las fuerzas

revolucionarias consolidadas en el poder se dieron a la tarea de constituir una ideologa nacional capaz

de generar un nuevo consenso social, para impulsar nuevas prcticas polticas, econmicas y sociales.

Buscaron oponer al nacionalismo cosmopolita elitista y afrancesado del rgimen anterior, una nueva

idea de la nacin que tomaba su legitimidad en la idea de una raza mestiza. Este ensalzar a la raza de
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bronce, raza csmica, conllevaba a una cierta recuperacin del pasado indgena.

Pero la situacin de explotacin de las comunidades campesinas indgenas impeda que pudiera

generarse un verdadero reconocimiento de ese pasado indgena, sencillamente porque ningn grupo

dominante, por miope que fuera, ayudara a generar un conocimiento que fortaleciera los mecanismos

de identidad de su antagonista en el conflicto social. Todo lo contrario, intentara promover, y

promovi, mecanismos identitarios desgastantes y castrantes para seguir controlando el mercado de la

economa simblica nacional. La adopcin del modelo poltico jacobino francs, de un estado

centralista, reforzado por el ejemplo leninista que desarrollaba la revolucin rusa, con un partido nico

en el poder, haca difcil una prctica de masas que pudiera en verdad reconocer las especificidades

histricas, tnicas y regionales. As, el discurso nacional se olvid de las particularidades de la historia,

de las culturas precolombinas y de la diversidad de situaciones de las comunidades y de sus

descendientes, y se enfoc a la construccin de un discurso unificado. As naci el indio, el indgena,

cuyo destino poda ser regenteado por una misma oficina burocrtica, con una misma prctica

indigenista. Fue esta unificacin en el anlisis y la prctica indigenista lo que nos llam ms la

atencin cuando empezamos a trabajar sobre la historia americana, si pensamos que la experiencia

histrica indgena abarca todo un continente y es particularmente rica; si consideramos que fue capaz

de desarrollar culturas originales en todos los nichos ecolgicos que estos pueblos encontraron a lo

largo de sus migraciones. Lo ambiguo de esta unificacin metodolgica y conceptual del indio puede

no molestar de inmediato a un investigador latinoamericano cuya bsqueda y reflexin identitaria

insiste, desde hace medio siglo, sobre lo que une a todos los latinos ms que sobre lo que los

diferencia; pero para un europeo, consciente de la historia original de su pas, de su regin y de su

parroquia, estas prcticas unificadoras llevan a una tremenda duda sobre lo bien fundado de dichas

prcticas discursivas.

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Objeto del presente libro

En el transcurso de nuestras derivas identitarias y de nuestros vaivenes acadmicos sobre Amrica, nos

encontramos con La visin de los vencidos. Es evidente que este pequeo libro nos cautiv: por fin el

indio desesperadamente mudo empezaba a hablar; haba la esperanza de hacer hablar a los vencidos y

de ayudar a que su palabra fuese oda. Pronto sabramos quines eran estos indios que vieron llegar las

hordas de los brbaros cristianos y con sus propias palabras! Por desgracia, la decepcin estuvo a la

medida de nuestras esperanzas. La segunda lectura ya nos dejaba una sensacin amarga y con las

siguientes ya tenamos el furioso deseo de desmontar la trampa intelectual en la cual este librito haba

intentado apresarnos.

Razn por la cual este estudio es a veces violento y polmico, a pesar de que sabemos que los estudios

histricos serios tienen que ser medidos, serenos, razonablemente polmicos, etc. (tal vez por eso

tambin esper casi 20 aos su publicacin).

Para que el lector no se pierda en nuestros rodeos, podramos intentar resumir el punto de partida de

nuestro estudio en funcin de una serie de proposiciones:

1. A partir de una cierta poca bien definida, las ciencias antropolgicas e histricas acordaron

caracterizar como indgena a un cierto nmero de textos producidos en los siglos XVI y XVII.

2. Sabemos que estos textos fueron escritos, ledos, copiados (e impresos a veces) en una poca

durante la cual domin en Mxico y en Europa un sistema de valores y de referencia simblica que

encontraba su origen en la cultura teolgico-histrica medieval.

3. Estos textos, como toda composicin discursiva, pueden ser objeto de estudios y poseen una

estructura interna propia que es posible revelar por el anlisis.

4. Estos textos son reledos e impresos hoy, de manera masiva, a travs de su integracin al cuerpo

documental de las modernas ciencias histricas y antropolgicas.


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5. Estas ciencias fueron posibles por una divisin del saber en una poca histrica posterior a la de

escritura de estos textos y, por lo tanto, la lgica discursiva que valida su prctica es probablemente

diferente de la lgica teolgica anterior, que propici estos textos. El problema metodolgico actual

para un americanista que intenta pensar estos textos se resume pues en la siguiente pregunta: Qu

transformaciones fundamentales, en el mbito de la capacidad comunicativa y, por lo tanto, en su

capacidad de generar sentido, se producen en un texto o serie de textos (con sus propias leyes de

composicin, coherencia simblica, lgica y semntica, etc.), cuando es ledo y recibido por hombres

de otra poca, viviendo y pensando con otra lgica simblica y otra funcionalidad histrica

comunicativa? Una de las hiptesis metodolgicas generales anexas que dominan nuestro trabajo

considera evidentemente el hecho de la lectura no como el simple hecho del encuentro pasivo entre

un lector y su texto, sino que considera este encuentro como un momento original, absolutamente

irrepetible. Es decir, como un momento de autntica creacin, de reescritura del texto por el espritu

lector.

Es tambin evidente que, dentro de esa infinita multiplicacin posible de las interpretaciones, se

disuelve de manera definitiva el problema de la verdad del texto. El texto ledo ser pues ms un

espejo del yo lector que un reflejo del texto en s, que tal vez, slo en cierta medida, el mismo

autor hubiera podido plena y conscientemente explicitar; e incluso en esto, el desarrollo de la

investigacin psicoanaltica en la produccin literaria nos ha enseado que la produccin discursiva es

sometida a todo un conjunto de reglas y de sistemas de controles inconscientes que el autor mismo, en

general, ignora, pero al cual su produccin discursiva es sometida. Si el propio autor no puede acceder

a la plenitud del sentido del discurso que emite, qu ser de nosotros que leemos sus obras, aos,

dcadas o siglos despus. Y, si quisiramos ser an ms precisos, deberamos recordar el peso de las

circunstancias histricas del momento de emisin de estos discursos sobre la organizacin del

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contenido de los mismos, circunstancias que penosamente podemos entrever y reconstituir

mnimamente, a pesar de todo nuestro aparato cientfico-histrico.

Las reflexiones precedentes nos llevan a dos conclusiones. La primera es que, a pesar de todas las

presiones que la sociedad ejerce sobre el gremio de los historiadores, stos deben rechazar el ttulo de

maestros de la verdad que se exige de ellos, negar rotundamente que el conocimiento del pasado

pueda servir de cualquier forma para predecir el futuro y, al contrario del profeta inspirado, el

historiador deber presentar una actitud humilde frente a los lmites de su propio saber y de su

produccin discursiva. La segunda es que debemos examinar de nuevo, con urgencia, las relaciones

ambiguas que unen al nacionalismo con la historia, a fin de que el discurso de identificacin nacional

sea practicable en el futuro por todos los habitantes, sin importar su origen tnico o social, sin

renunciar a sus herencias particulares. Regresando de manera ms inmediata a nuestro problema de

lectura de los textos indgenas de la Conquista, nos encontramos desde este momento acorralados

por un cierto nmero de enigmas metodolgicos que tendremos que considerar y resolver si no

queremos hundirnos una vez ms, sin resistencia, en el seductor y tramposo espejo occidental:

1. Qu hacen en verdad la historia y la antropologa contemporneas cuando imprimen la folclrica

etiqueta de indgena a un texto o a un documento cualquiera, escrito, oral, pictogrfico, etctera?

2. Paralelamente, qu hacen las mismas ciencias cuando invisten a cualquier documento con el

privilegio de fuente histrica?

3. En qu medida el historiador moderno, al releer los textos nhuatls de los informantes de

Sahagn reconstruye su sentido o les da uno nuevo?

4. Y por fin: puede la historia entender los textos indgenas (cuando los hay, claro)? Bajo qu

condiciones?

20
Antropologas: de la teologa a una ciencia del hombre

Hemos afirmado ya que muchos de los discursos histricos que se tienen sobre la conquista de

Amrica estn, en parte o totalmente, incluidos en una lgica etnocentrista y colonialista y que el actor

indio que necesitan esos discursos es siempre un indio blanqueado, cuyos resortes de accin estn

inscritos por completo en el discurso de la mentalidad primitiva. Esta inclusin no deber sorprender

a quien ha pensado en las relaciones privilegiadas entre antropologa e historia en el Siglo de las

Luces. No por nada Lvi Strauss llam a J.J. Rousseau padre de la antropologa. La nueva concepcin

del anthropos que se desarrolla en el siglo XVIII y que permitir la emergencia y la concrecin de los

discursos antropolgico e histrico como ciencias autnomas, aunque intenta romper en algunos

aspectos con la idea feudal precedente, teolgica y clerical, retoma en su totalidad sus procedimientos

de exclusin. El anthropos feudal era ante todo una criatura que encontraba su fundamento en una

relacin trascendente con un motor exterior a l, en su relacin con Dios, su creador. La dificultad que

tenemos para entender el fundamento de la cultura occidental medieval, por ejemplo, la relacin entre

la grandeza infinita del creador de todas las cosas y lo infinitamente pequeo de sus criaturas, produce

en nosotros un extrao error de ptica. Es slo la inconmensurable distancia entre la criatura y su

motor la que nos provoca la ilusin democrtica de que las criaturas estn todas en el mismo plano. Y

si a veces podemos leer que los hombres son iguales, es slo porque estn igualmente lejos de su

creador; o son igualmente pecadores porque, de hecho, las distancias entre ellos son enormes. Todas

las criaturas estn situadas en un orden jerrquico funcional estricto que no puede permitir la ms

pequea similitud entre ellas. Es slo nuestra lectura contempornea la que cree ver en las fbulas

moralistas medievales una igualdad democrtica. As, la fbula del pobre, del mendigo que ensea al

rey o a los seores sus obligaciones, no debe ser ledo como un dialogo entre un mendigo y un rey,

como el encuentro entre dos hombres iguales; al contrario, si el mendigo o el pobre puede ensear, dar
21
una leccin al rey, a pesar de sus miserables apariencias y condiciones, no es por su propia existencia,

sino porque debe ser visto como una de las formas de representacin de la imagen divina, de su

palabra, o de su espritu. Y es slo porque estn investidos de este poder por lo que aparentemente

pueden hablar de igual a igual a los reyes.

As, hay de criaturas a criaturas: las grandes, las menos grandes y la chusma vulgar. Si todos

resucitaran, evidentemente lo harn primero los grandes.

El tratamiento simblico y fsico que recibieron los indios americanos (como todas las poblaciones

exticas) no es tan diferente del que fueron objeto los campesinos franceses, alemanes, ingleses o

espaoles. La Edad Media muestra su odio y su negacin del campesino; el villano. Si acaso tiene

alma es ciertamente un alma de segunda clase, como la del indio. En nombre de la racionalidad

burguesa del capital se niega la racionalidad del otro: mujer, campesino, trabajador, asalariado. El

nuevo anthropos, Homo oeconomicus, encuentra su propio motor en s mismo y en el intercambio

generalizado.

As, slo es poseedor de racionalidad verdadera el hombre blanco, varn, burgus, dueo de medios de

produccin, amo de la vida y de la muerte sobre este planeta. Es ese anthropos fundamentalmente

etnocentrista y racista, nacido de las luces burguesas, que impregna aun totalmente nuestra vida

cotidiana y, a fortiori, el objeto de investigacin de las ciencias humanas.

Si existen textos calificados como indgenas, escritos en una determinada poca histrica, con un

sentido y una lgica particular, qu debe pensarse cuando son reledos e interpretados hoy por autores

que los reescriben y a los que pretenden dar un sentido nuevo? Podemos decir que se trata del

resurgimiento de un sentido que haba sido ocultado? O al contrario, se trata de investir estos textos

de algo que es fundamentalmente extrao a lo que, intuimos, fue su sentido original?

Para intentar volver a aproximarnos, a reconstruir el sentido-origen, que ser siempre un sentido en

construccin, pero que ir, esperamos, aproximndose cada vez ms al sentido cero del momento de su
22
emisin, la primera tarea es tratar de explicar estos textos indgenas de la conquista en el sentido

general y en la simblica dominante del momento histrico que los ha producido.

Tenamos la impresin y esto constituye la hiptesis central de este libro de que los textos

indgenas de la conquista no podan ser indios, en el sentido de que tanto su forma lingstica

como la lgica de su sentido, nos parecan estar organizadas sobre una escatologa tpicamente

medieval occidental: el presente texto intenta mostrarlo y justificarlo. El rodeo por Roma y Jerusaln

podr parecer a algunos como redundancia de esteta, puro juego intelectual o mera pedantera. De

hecho, si creemos habernos visto obligados a incluir largos desarrollos sobre la ciencia religiosa

antigua o sobre los mtodos medievales de la prctica de las escrituras, es porque esto pareca

absolutamente necesario para acreditar nuestra tesis con fin de demostracin, sabiendo por experiencia

las reticencias que generara nuestro estudio. Hemos elegido mostrar el significado de la presencia de

los famosos presagios, como los de las profecas de la destruccin que nos describen los textos

indgenas y que retomaron sin discriminar los historiadores y los antroplogos contemporneos.

Despus de haber constatado la presencia de los signos en los textos de referencia, estudiamos cmo la

historia y la antropologa del siglo XIX trataron y analizaron este tipo de signos. Comenzar despus,

paso a paso, lo que podra ser la demostracin de nuestra tesis, esto es, la bsqueda de un modelo

simblico para esos famosos textos indgenas, a fin de construir y mostrar cmo se articulan stos

sobre una matriz simblica, totalmente medieval, que suponemos tambin totalmente extraa al mundo

precolombino.

La reconstruccin de sta nos conducir a la de las matrices occidentales originales, modelo simblico

nacido alrededor de Roma, desarrollado por la prctica romana de los auspicios, como religin de

Estado con la funcin de conjurar el discurso de la amenaza que se cierne sin tregua sobre el

presente y el futuro de la Roma eterna. Veremos cmo los romanos, retomando otras herencias ms

antiguas (etrusca, helnica, caldea, frigia, hebrea, etc.), elaboraron una ciencia extraordinaria de la
23
interpretacin de los signos y los presagios, cuya tradicin atraves toda la poca medieval e incluso se

hace or hasta hoy. De paso, pediremos a los testigos de la Roma antigua establecer para nosotros el

fundamento y el porqu de esta interpretacin de los signos. El ensayo de reconstruir el porqu del

auspicio romano nos conducir a mostrar la impotencia de un cierto discurso histrico para que

explique de manera contempornea la lgica de estos conjuntos de prcticas simblicas.

Nuestro objetivo no fue hacer investigaciones sobre el signo romano o sobre la religin romana

como tales, sino ver si este conjunto de conocimientos antiguos puede facilitarnos el modelo de

referencias de la simbologa que encontramos en los textos indgenas. Tambin estableceremos

cmo la destruccin de Jerusaln, etapa teolgica necesaria del mito cristiano, pudo servir de modelo a

lo que ha sido escrito alrededor del fin de Tenochtitln y de las sociedades precolombinas.

El captulo siguiente intentar mostrar el mito cristiano en accin, a travs de los textos indios. Nos

detendremos en particular en ciertos aspectos transparentes del mito teolgico cristiano, centrando

nuestra explicacin en Motecuhzoma como figura principal, organizadora del mito.

Por fin, en un ltimo captulo, en caso de que hubiera necesidad de mostrar an el lugar simblico

donde se desarroll el relato, analizaremos cada uno de los accesorios del mito: los caballos y los

perros, para intentar mostrar cules caballos y cules perros aparecen en este mito de fundacin

cristiana en Amrica.

24
Primera vuelta

LOS SIGNOS Y LOS PRESAGIOS: ESCATOLOGA E HISTORIA

Donde nuestro lector ver narrada una bella y antigua historia,


aquella de los signos y presagios que anunciaron la venida de los
espaoles a Amrica. Y de cmo los indios de nuestro cuento,
valientes pero supersticiosos, se atemorizaron de aquellos signos a
tal punto que toda su civilizacin se derrumb.

Presencia del signo

Todos los autores, sean contemporneos o testigos de la conquista de Amrica hablan de forma

idntica y concordante de los signos. Estos son algunos ejemplos:

1. Un autor francs contemporneo como J. Lafaye, escribe:

. los conquistadores fueron precedidos por prodigios y profecas anunciadores del derrumbe de
las sociedades indgenas. Los dioses brbaros vinieron del Este a dominar Amrica1. ..

2. Un cronista indgena, don Fernando de Alva Ixtlilxchitl escribi de igual manera:

Los signos que se observaron en el cielo propagaron tambin el terror en todas las casas de los
habitantes porque reconocieron la aproximacin de tiempos de desgracias y persecuciones. Se
acordaron de las crueles guerras y los contagios que sufrieron sus ancestros toltecas, quienes fueron
2
destruidos, y se prepararon para las mismas desgracias

1
J, Lafaye, Les conquistadores. Seuil, Paris 1964, p. 145; trad, al espaol en la editorial Siglo XXI, Mxico.
2
Don Fernando de Alva Ixtlilxehitl. Cruautes horribles des conquerazts lu MexiquE, Anthropos, pg. 2.

25
3. El Cdice Florentino, por su parte, enumera en el libro XII, captulo 1, una serie de ocho presagios

que el autor de la Historia de Tlaxcala, Muoz Camargo, sigue de cerca cuando escribe:

Diez aos antes que los espaoles viniesen a esta tierra, hubo una seal que se tuvo por mala
abusin, agero y extrao prodigio...3

4. Laurette Sejourne admite los signos, cree con firmeza en ellos, y hasta se podra insinuar que

exagera tantito:

En efecto, su reino [de Moctezuma] fue sealado por la aparicin de innumerables signos
prediciendo el fin del imperio... Estos inquietantes presagios que todos los cronistas relataron y que
ningn historiador pone en duda, se sucedieron durante 17 aos y son las manifestaciones evidentes
de una crisis interior del mundo azteca4

Esta hiptesis de la crisis estructural interna del mundo mexica es muy interesante y la

encontraremos en muchos estudiosos del contacto entre sociedades americanas y occidentales. Pero no

la utilizaremos porque consideramos que esta hipottica crisis no es ms que el ncleo central de un

esquema historiogrfico moderno que intenta explicar la fcil victoria espaola por una decadencia

de las sociedades precolombinas, las cuales no supieron oponerse o no pudieron enfrentar

victoriosamente a la penetracin espaola, por esa crisis.

El concepto de crisis en este tipo de discurso es muy ambiguo. No queremos negar categricamente

que pudieran haber existido problemas estructurales internos en el mundo azteca, porque, en efecto,

esto es posible y aun probable. Creemos que no puede existir ninguna sociedad humana extensa que no

haya conocido crisis; pero falta explicar en qu consistan. No es suficiente enunciar la crisis para

darle realidad y hacer de ella un elemento fundamental de la explicacin histrica de tan magno

3
Muoz Camargo, Historia de Tlaxcala, en M. Len-Portilla, La visin de los vencidos, UNAM, Mxico varias
ediciones.
4
Laurette Sejourne, La Pense des Anciens Mexicaias, F. Maspero, Pars, 1966, pp. 44 y 45.

26
momento de la historia del planeta. Adems, faltara explicitar por qu, en la historiografa, las crisis

son casi siempre consideradas como acontecimientos nefastos para la coherencia y el desarrollo de las

sociedades preindustriales o exticas. No es una visin, en lo fundamental, conservadora y

eurocntrica pensar que cada vez que un acontecimiento parece poner en peligro la paz pblica, la vida

cvica, ste sea el que con mayor frecuencia se pondera con un signo negativo? Cada vez que, en una

sociedad, el equilibrio geopoltico de las fuerzas sociales que la componen est en proceso de

reorganizacin jerrquica de dominacin, se ver anarqua, desorden, caos, decadencia no es esto

prejuzgar las capacidades de dichas sociedades para ir adelante?

En resumen, y para acabar de modo definitivo con la crisis, creemos que es posible que se hayan

dado reorganizaciones en curso en el imperio mexica, pero tambin recordaremos que este tipo de

argumentos es el que con mayor frecuencia se emplea despus de la intrusin occidental en cualquier

continente, ya sea frica o Asia, despus de la paz de los cementerios. Para explicar la penetracin

fcil de la violencia occidental en ese otro mundo, muchos autores buscan y creen descubrir factores

internos de desorganizacin que impidieron pensar y organizar una respuesta adecuada a la

penetracin. As, haremos nuestro el juicio de J. Soustelle cuando afirma:

Mxico era la joven capital de una sociedad en auge, de un imperio an en formacin. Los aztecas
no esperaban su fin: era apenas como si su astro hubiera salvado los primeros grados de su curso
no hay que olvidar que esta ciudad fue destruida por los extranjeros antes de haber alcanzado su
segundo centenario, ya que en realidad su ascenso fue en los tiempos de ltzcal, menos de un siglo
5
antes de la invasin. ...

Pero si no creemos en la crisis, qu pensar de los signos de la crisis. Son, como sta, mero

espejismo producido por la enunciacin del discurso de la conquista o algo ms, como el sntoma de

algo que hoy no se sabe ni se puede decir? Y si leyendo crisis hemos preguntado crisis de qu?, de

5
J. Soustelle, La vie quotidienne au temps des Aztqus, Hachette, Paris, 1969, p. 59.

27
la misma manera preguntamos sobre los signos: signos de qu?

Consideremos que la posibilidad de existencia de un signo, es decir, ese algo trivial o natural que se

encuentra de repente llenado por un sentido que en otras ocasiones no tiene, merecera toda nuestra

atencin. En la mayora de los textos contemporneos que hablan de signos no se nos explicitan jams

las operaciones por las cuales se efecta este llenado de sentido. Un signo aparece como tal slo al

interior de una configuracin de sentidos que lo permite y lo posibilita. As, un signo slo lo ser por

su inscripcin dentro de un sistema ms o menos coherente, cerrado. Un signo deviene realmente en su

relacin con un sistema simblico de referencia. De esta forma, admitir los signos es

comprometernos de manera obligatoria a demostrar cmo y por qu estos acontecimientos, estos

accidentes de la naturaleza, han ascendido al rango de signos.

Los autores modernos, al contrario de los antiguos, no nos explican por qu y cmo son signos y, en

general, no se plantean la cuestin del referente simblico.

Pero esta ausencia es relativa; si la mayora de los autores no se sienten obligados a explicitar el

referente ligado a los signos es porque, inconscientemente y escondido en la decisin misma de

escribir sobre Amrica, se asume esta funcin de referente obligado, utilizando el discurso construido

por la antropologa sobre el primitivo y su mentalidad.

As, la ausencia misma de explicitacin del referente simblico nos devela el lugar desde donde el

signo toma existencia y que no puede ser otro sino el explayamiento del ser histrico occidental

explicitndose y construyendo las redes de su justificacin histrica. Cualesquiera que sean las

posiciones ideolgicas y sociales de los estudiosos, incluso su pertenencia a escuelas antagnicas, este

fundamento del discurso desde donde hablan no les permite tener una posicin crtica frente a los

signos, y por eso la presencia histrica de stos ha provocado pocas dudas hasta hoy. En relacin

con esta presencia de los signos estaremos pues muy de acuerdo con el escepticismo corts de J.

28
Soustelle cuando escribe a propsito de ellos, marcando as una distancia con la interpretacin clsica

y general:

la tradicin quiere que esos presagios funestos (resplandores en el cielo, voces que se lamentan en
el espacio, incendios inexplicables y otros prodigios) hayan anunciado con anticipacin una terrible
catstrofe. El muy religioso Motecuhzoma y sus consejeros fueron impresionados por el hecho que
el ao 1 Caa, 1519 de nuestra era, coincidiera con la fecha correspondiente que cada 52 aos
puede, segn el mito de Quetzalcatl, marcar el regreso de la Serpiente Emplumada. Esos seres
extraos que llegaron del Este que lanzaron rayos y poseyeron caballos que nadie antes jams
haba visto en Amrica, no eran los dioses? Quetzalcatl no regres a tomar posesin de su
herencia?...6

En sentido contrario a esta duda, podemos subrayar la importancia que revisten los signos y presagios

en el discurso de un historiador como P. Chaunu que adjudica una gran importancia al aspecto

religioso y al estrs resultante de su enloquecedora interpretacin explicacin psicologista a la cual

se adhieren la mayor parte de los historiadores.

En fin, para concluir esta primera y breve iniciacin a los signos, retomaremos el texto de J. Lafaye, en

el que este autor explicita lo que considera como la visin indgena de los espaoles y de sus

reacciones:

Los dioses barbados vinieron del Este a dominar Amrica. Los espaoles presentaron todos los
signos convenientes a su papel. Llegaron del Este sobre templos flotantes (las carabelas eran
muchsimo ms grandes que las ms grandes embarcaciones indgenas), controlaban el trueno y el
rayo (los caones y los arcabuces), tenan color plido o rojo como el sol, tenan barba y manejaban
espadas ms cortantes que todos los slex. Estos hombres osaron mirar a la cara a los jefes indios...
Fueron entre ellos los Centauros, los caballeros pasaron por tales...7

Se impone una primera conclusin para que el lector pueda entender hacia dnde pretendemos llevarlo.

Si dudamos de los signos, nuestra reaccin ante este cuerpo de textos no est dictada por un

racionalismo materialista simpln. No menospreciamos estos textos, por lo contrario, nos interesan

6
J. Soustelle, Ibid.
7
J. Lafaye. op. cit.., p. 145.

29
de sobremanera esos signos pues estn ah y cumplen una funcin. Es esta la que importa descubrir.

En esta investigacin de la lgica del sentido de esos signos tendremos que adentramos con mucho

cuidado porque, si los signos estn presentes en los textos contemporneos de la Conquista y de las

dcadas siguientes, su presencia central en los textos redactados en el siglo XX puede corresponder a

otro referente, diferente al original del siglo XVI.

Funcin del signo

Como hemos sealado, en el discurso de autores contemporneos, historiadores, antroplogos y otros

estudiosos de estos problemas histricos de la conquista de Mxico, la funcin de los signos nos

parece confusa y mltiple. Pero antes de ir ms adelante en el anlisis de este nudo discursivo

ambiguo, debemos sealar que, en general, casi nadie pone realmente en duda el hecho histrico de

presagios y prodigios. En la medida en que hemos afirmado que no creemos en esos signos, es decir,

que no creemos que en realidad hayan sido percibidos por los mexicas de ese tiempo y, por lo tanto, no

pudieron haber provocado las reacciones de espanto y desorganizacin que se les atribuyen, tendremos

que explicitar su presencia discursiva.

Estos signos estn montados sobre manifestaciones de la naturaleza. No queremos afirmar aqu

tampoco, por ejemplo, que no hubo cometas antes de la llegada de los espaoles a Amrica. Esta tarea

corresponde a los arqueoastrnomos; lo que dudamos es que en un conjunto cultural mesoamericano

que haba alcanzado un conocimiento tan sofisticado del cosmos, el regreso cclico de los cometas, su

observacin e incluso su prediccin provocara la tremenda angustia que los textos nos indican. Para

que la observacin de un cometa signifique prodigio, para su inscripcin en el presagio, es necesaria

la preexistencia de un referente simblico que permita investir a este hecho natural, observado y

conocido, de un estatuto de prodigio y augurio. En nuestro caso, las necesarias profecas del regreso
30
del dios Quetzalcatl suponen toda una historia cultural que nos parece ambigua, en la medida en que

toda la maquinaria mtica que se devela tras ese tipo de signo se parece extraamente a la propia

maquinaria simblica que anima la cultura occidental desde sus orgenes. Veremos que podemos

encontrar la misma mecnica tras todos los eventos naturales que dan un aspecto verosmil a los

presagios.

Por otra parte, nuestra duda sobre la existencia del signo como presagio se nutri de un famoso

ejemplo europeo en el cual la crtica histrica contempornea ha podido mostrar que un conjunto

discursivo tradicional que pona en su centro a un modelo escatolgico, parecido al que encontramos

en los textos americanos, no existi en el tiempo en el que se enuncia, sino que fue una creacin

discursiva muy posterior. Se puede encontrar bajo la pluma de autores con reputacin de seriedad, que

el ao mil en la Europa medieval fue de terror y locura. Aquellos hombres supersticiosos e impotentes

frente a los presagios y prodigios que parecan anunciar el fin del mundo, frente a los trastornos de la

naturaleza, se sumieron en la desesperacin y el fanatismo. De hecho, G. Duby, en un muy notable

pequeo libro, pudo mostrar que el famoso Ao Mil pas muy probablemente desapercibido. Porque

Ao Mil de qu, en una poca en a que las cronologas eran tan mltiples y variables? 8

Pero si no hubo terrores en ese ao, cmo fue que poco a poco fueron creados en los textos de los

siglos XI, XII y posteriores? Cmo borrar de nuestra memoria histrica algo que se inscribi incluso

en nuestro lxico general actual? No es raro or hablar de movimientos milenaristas en el Brasil de

fines del siglo XIX o en Mxico, con la evangelizacin franciscana; pero tambin para explicitar los

movimientos del tercer mundo contemporneo, como en el caso del integrismo islmico o en

movimientos de las sectas religiosas. Esta mezcolanza y esta confusin en los milenarismos es ms

bien la muestra de la incapacidad o de los lmites del logos occidental que no puede analizar y entender

8
G. Duby, LAn Mil, Archives Julliard, nm. 30, Pars, 1967.

31
otras experiencias histrico-culturales. Para terminar con los terrores del Ao Mil, podemos decir,

como en el caso mexicano, que el problema no es si hubo o no signos, terrores, etc., sino por qu estos

signos aparecen en los siglos siguientes y adquieren un valor de explicacin global en ciertos textos del

XIX, a partir de un sistema de referencia totalmente extrao al Ao Mil, as como a los textos donde

aparecieron esos signos.

Es, segn nosotros, esa misma refuncionalizacin discursiva y simblica la que se da en los textos de

los especialistas europeos o mexicanos contemporneos, porque son incapaces de o no quieren ver el

lugar del signo en el discurso que nos reportaron los informantes de Sahagn.

Si seguimos a estos autores, el cuadro es terrible: vemos a un angustiado Motecuhzoma escrutando con

avidez en el cielo y en la tierra los augurios del fin de su imperio; los pasos de indios aterrorizados,

escuchando la voz de La Llorona con el corazn helado de terror, lamentndose por el destino de

Tenochtitlan; observamos a los nios llorando en las faldas de su madre, mientras el guerrero

emplumado, jefe de familia, rodea al grupo con su brazo an protector, pero con una mirada ya sin

esperanzas. Para no caer en estos clichs un tanto kitsch era suficiente con regresar a la lectura de los

textos de los informantes de Sahagn para encontrar escritas contradicciones. Por ejemplo, la de

Motecuhzoma cuestionando a sus magos y hechiceros, pidindoles, angustiado, informaciones sobre

cualquier cosa extraordinaria y notable que hubieran observado. Estos especialistas de la simblica

religiosa mexica tienen que confesar que no han visto nada, que no saben nada e incluso que no

entienden el sentido de las preguntas angustiadas de Motecuhzoma. No es extraa esta respuesta, si el

terror reina en todas partes a causa de presagios que nadie ha visto? 9

No pretendemos, en conclusin, negar que, en dcadas anteriores a la llegada de los espaoles a

Tenochtitlan, se haya observado un cometa, que se hayan agitado las aguas de la laguna o producido

incendios mal explicados, nacimientos monstruosos, etc. Lo que pretendemos demostrar es que no

9
M. Len-Portilla, La visin de los vencidos, UNAM, Mxico, 1971.

32
hubo presagios lo que es bien diferente. Esto, a pesar de la opinin de la mayor parte de los

autores que admitieron el presagio o los presagios como hechos histricamente observados,

aunque a veces maticen un poco sus afirmaciones.

La actitud de aferrarse a la presencia del presagio y de los prodigios en la Conquista proviene de la

funcin que desempea el signo en sus discursos.

Hemos dicho ya que la primera funcin del signo en los textos modernos fue la de rendir cuenta de la

fcil victoria sobre las sociedades precolombinas, de una manera ms adecuada, ms cientfica.

Porque es evidente que, si no se cuestiona hoy la importancia histrica de las civilizaciones

precolombinas, de sus ciudades, sus instituciones centralizadas, su poblacin industriosa y

numerosa, no se explica tampoco con facilidad cmo un puado de espaoles arrastraron al caos y

provocaron la aniquilacin de civilizaciones milenarias, ni cmo pudieron destruir a ejrcitos

numerosos y, por fin, asegurar su dominacin.

Esta funcin de justificacin no se realiza si no sita a los indios y en general a todas las otras

civilizaciones y a una buena parte del pasado de la propia civilizacin occidental en un sistema de

explicaciones psicolgicas que fueron gobernadas en su totalidad por el mito, la magia y la

supersticin; concepcin que tiene una estrecha relacin con la mentalidad primitiva, argumento

central de la antropologa colonial desarrollada por los occidentales de fines del siglo XIX y principios

del XX.

Estas dos funciones son, pues, complementarias. Por una parte, se insiste sobre el aspecto destructor y

desorganizador de profecas, prodigios y presagios, sobre el traumatismo psicolgico de lo

desconocido, del maravilloso y extrao poder de las armas de fuego, etc. Pero, por otra, esta

explicacin slo toma sentido, verdaderamente, porque todo el discurso sobre la Conquista est

inscrito en las artimaas discursivas de la mentalidad primitiva. Discursos que afirman que El

Primitivo, todos los primitivos, vieron en todas partes a los dioses, en los astros, en los fenmenos
33
naturales, y tambin en lo desconocido, en los desconocidos y extraos blancos barbudos. Esta visin

del primitivo permite asegurar que la deificacin de los espaoles fue en realidad una reaccin de los

indios. Conclusin evidente para P. Chaunu, J. Lafaye, incluso, N. Wachtel, aunque, en este ltimo, su

opinin sea ms matizada y ambigua:

el estupor de los indios reviste una forma particular: percibieron la aparicin de los espaoles
como un retorno de los dioses. Tambin conviene remarcar que esta interpretacin no fue general y
la ilusin, de todos modos, no durar mucho... 10

Hagamos un breve resumen de lo que hemos venido diciendo, porque no se puede pretender ms en la

actualidad y es ya un gran progreso no considerar que fue la sola superioridad tcnica de las armas de

fuego o las armaduras de fierro de los espaoles lo que permiti subyugar a los imperios indios. Ahora

bien, la explicacin que ha ido tomando ms y ms fuerza, es una de tipo psicosociolgico en la que no

falta sino instalar un pseudodiscurso analtico que nos explicara las reacciones indgenas con las

compulsiones mrbidas y los complejos de auto- castracin de Motecuhzoma. La importancia del

discurso psicolgico fue creciendo en el discurso de la historia contempornea sobre la Conquista, en

particular en la vertiente llamada etnohistrica, corriente que da una importancia exagerada a las

explicaciones de las reacciones psicolgicas de los precolombinos, enfrentados a la interpretacin de

profecas, prodigios y presagios. Exageracin que juega para nosotros el papel revelador del lugar

donde se sita el nuevo discurso sobre el indio y sobre su reaccin frente a la intrusin espaola.

Este nuevo discurso se articula sobre un cierto nmero de proposiciones en general no demostradas,

pero cuya solidaridad compone un conjunto en apariencia seductor, coherente y slido. Pero si no

abandonamos nuestra actitud criticona sobre la funcionalidad misma de ese sistema, rpidamente el

hermoso edificio entero vacila y se derrumba. Esta sera la secuencia del desastre:

10
Nathan Wachtel, La visin des vaincus, Bibl. Des Histoires, Gallimard, Pars, 1971, p 42.

34
1. Los indios viven en el mito porque son primitivos.

2. El mito prev la posibilidad del retorno del hroe civilizador: Quetzalcatl Kukulkn,

Viracocha... (Y curiosamente siempre estos dioses esperados son blancos).

3. Una serie de profecas antiguas anuncian el fin de la dominacin azteca.

4. Una serie de presagios (negativos) desorganizan e inquietan a los indios.

5. Los espaoles que desembarcan son asimilados a los dioses.

6. Los indios enloquecen y se paralizan.

7. Conclusin: los espaoles vencern fcilmente.

A primera vista se puede constatar una cierta coherencia en la explicacin; aunque, de hecho, sta no

siempre satisface por completo a ciertos autores. Pero las dudas se refieren, en general, slo a uno o

dos elementos, en particular a los puntos 4 y 5. As, el camino de la duda de N. Wachtel es muy

interesante: pudo ser que los presagios hayan sido inventados despus, por lo menos atestiguando el

esfuerzo por interpretar el acontecimiento. 11

Aqu podemos ver que la duda sobre uno de los elementos, el cuarto, sirve no para desechar al sistema,

sino para reforzar el paradigma primero, ya que en esta opcin, la tentativa de interpretacin que

elaboran los indios no puede hacerse ms que en el mito, no puede salir del pensamiento mtico,

considerado aqu como primitivo.

Se tiende, pues, a poner en duda un elemento del sistema, pero de manera autnoma, aislada, no en

tanto parte relacionada de un conjunto, de tal modo que ste permanece completo y fuera del alcance

de la duda crtica.

El cuestionamiento sobre el punto quinto es general, sobre todo cuando se refiere a lo que pas

despus de algunos meses de convivencia entre espaoles e indios. Sin embargo, algunos autores,

como P. Chaunu, aceptan la asimilacin a los dioses incluso hasta la Noche triste, pues, en efecto,

11
Nathan Wachtel. op. cit., p. 38

35
muy pronto la actitud de los espaoles no es aquella que debieron tener los dioses (es necesario

ms?)12

Pero nadie nos ha dicho tampoco qu actitud esperaban, o habran esperado, los indios de los

dioses. No entraremos aqu en las ambigedades y rodeos que los especialistas del panten azteca

nos ofrecen cuando oponen la religin sangrienta de Huitzilopochtli (casi totalitaria, escribir L.

Sejourne) a un hroe civilizador pacfico y bondadoso como Quetzalcatl. Aunque la mayora de los

autores piensan que, muy pronto, la opinin sobre la divinidad de los espaoles ser abandonada por

los mexicas (y los cempoaltecas y los tlaxcaltecas qu?), estos autores siguieron utilizando esta

mecnica general de explicacin para acreditar la desorganizacin interna del mundo azteca.

La tradicin mexica, que es la que conserva el mayor nmero de elementos de esta asimilacin de

los espaoles a los dioses, nos presenta tambin un gran nmero de referencias que describen cmo los

indios intentaron comprobar si los espaoles eran mortales o de origen divino. En este punto tambin

una sana reflexin habra podido inducir a los investigadores modernos a intentar comprender en qu

pudo consistir esta divinizacin de los espaoles que necesitaba ser comprobada o que poda portar en

ella la duda. Adems, despus de todos los trabajos que se desarrollaron en los ltimos aos sobre la

mitologa antigua de Europa, podemos hacer la pregunta pertinente: qu quera decir dios para un

indio? Cul era el valor operativo del mito? Y recuperando la pregunta que Paul Veyne formula

sobre la antigedad griega: Los griegos crean en sus mitos? nosotros tambin debemos

interrogarnos sobre la naturaleza de los dioses y la creencia en stos de los antiguos mexicas. 13

12
Pierre Chaunu, Conqutes et exploitation des Nouveaux Mondes, NouveIIe Clio, PUF, Pars, p. 157.
13
Paul Veyne, Creyeron los griegos en sus mitos?, Ediciones Granica, S. A. ISBN 9789506410162

36
Primeras conclusiones

Aunque parezca un poco cansado y repetitivo, nos parece importante resumir lo que intentamos

plantear hasta aqu.

Hay que tener claro que toda esta construccin mtico-psicolgica, desarrollada en las ltimas dcadas,

no tuvo otros objetivos sino explicar las increbles victorias espaolas. La primera fase fue

restablecer justamente la magnitud de este encuentro. En tanto se afirm que la Amrica precolombina

estaba poco poblada, las batallas contra innumerables poblaciones salvajes pudieron ser rechazadas en

la fbula pica o la vanagloria militar espaola. Pero, a partir del momento en que se admite, con la

Escuela de Chicago y los antiguos cronistas, que Amrica estaba poblada, muy poblada, el relato de la

conquista, tuvo que ser planteado en otros trminos, muy diferentes de aquellos que presuponian una

aventura militar contra poblaciones escasas y tcnicamente poco desarrolladas.

La diferencia tecnolgica, el genio militar y poltico, las epidemias, la traicin, todos estos factores, en

fin, no pudieron explicar en su totalidad este acontecimiento. Los historiadores intentaron encontrar

una respuesta satisfactoria en otros campos del saber y de hecho recurrieron a la etnologa, pero

cuando creyeron hacer una etnohistoria americana, se vieron ante el riesgo de no hacer ms que una

mala psicologa etnohistrica, colonialista y decimonnica.

Es tambin muy posible que esta dificultad para comprender este momento tan importante para el

destino del Continente Americano provenga del uso inconsiderado, o al menos sin reflexin terica

previa suficiente, de palabras como victoria militar, alianza, emperador, dios, etc. Estas expresiones

pueden ser explicitadas en el discurso histrico occidental pues se refieren a leyes de la guerra, a

concepciones estratgicas y especiales bien conocidas y explicadas, pero resulta tambin posible que

no representen nada para el mundo indgena de la poca. Es tambin verosmil que un da sea

necesario revisar, de manera ms profunda, la nocin de victoria. Esta revisin tendra como primer
37
resultado, pensar de nuevo la conquista de Mxico y, ms all de este hecho coyuntural trgico y

fundamental para Amrica, la manera como la intrusin del logos occidental disgrega y aniquila las

otras experiencias histrico- culturales, as como el hecho de que este mismo logos da cuenta de ella en

sus diferentes formas discursivas de autolegitimacin. Uno de los objetivos que nos proponemos en

este trabajo tiene esta perspectiva: desembarazar a la conquista de todo el aspecto psicologizante que

impone una pantalla de humo sobre la comprensin de ese momento histrico esencial.

Signos?, cules signos?

Si recordamos los primeros elementos constitutivos de lo que hemos llamado el mito occidental de

legitimacin sobre las Amricas, nos daremos cuenta de que no se trata de un discurso interpretativo

de acontecimientos histricamente fechados, que los textos nos presentaran inscritos en una

historicidad clara, como intentan hacrnoslo creer algunos autores. En general, en los textos del siglo

XVI no hay preocupaciones de lugares, de fechas, de coherencias en el tiempo y en el espacio, sobre la

aparicin de estos signos y, as, los textos contienen un cierto nmero de contradicciones que pocos

autores pueden explicarnos.

Lo primero que hay que subrayar es que la serie de signos y de presagios que nos presentan los textos

indgenas son un nmero en extremo reducido: apenas ms de una docena. Lo ms notable, sin

embargo, es que esos signos se extienden sobre un periodo que vara, segn las fuentes, entre diez y

diecisiete aos, lo que en realidad es bastante tiempo. Y, para hacernos creer que estos escasos signos

fuesen capaces de provocar algo, es necesario, para nuestros autores, suponer en la conciencia indgena

una extraordinaria sensibilidad a los prodigios para que estos acontecimientos aislados fueran

agrupados en un conjunto, estructurando poco a poco un pnico universal.

38
Los signos, cules son?

Para este primer acercamiento a los textos originales de los presagios, utilizaremos la versin ms

difundida de los denominados Informantes de Sahagn, la que populariz Miguel Len-Portilla en

La visin de los vencidos. 14

Primer presagio funesto: Diez aos antes de venir los espaoles primeramente se mostr un funesto
presagio en el cielo. Una como espiga de fuego, una como llama de fuego... Pues cuando se
mostraba haba alboroto general: se daban palmadas en los labios las gentes, haba un gran azoro;
hacan interminables comentarios.

Una primera reflexin sobre este texto nos dirige a la probabilidad del paso de un cometa en el cielo

del Anhuac que los recientes conocimientos acumulados por la arqueoastronoma podran esclarecer.

Todava no puede considerarse como pnico una reaccin a un acontecimiento que suscit comentarios

sin fin. Y el hecho de golpearse la boca nos remite probablemente a una visin simblica que parece

ser ms semita que americana.

Segundo presagio funesto que sucedi aqu en Mxico: Por su propia cuenta se abras en llamas, se
prendi en fuego: nadie tal vez le puso fuego, sino por su espontnea accin ardi la casa de
Huitzilopochtli: se llamaba su sitio divino, el sitio denominado Tlacatecan (casa de mando). De
adentro salen ac las llamas de fuego... Al momento hubo vocero estruendoso; dicen:
Mexicanos, venid de prisa: se apagar! Traed vuestros cntaros!.. Pero cuando le echaban agua,
cuando intentaban apagarlo, slo se enardeca flameando ms. No pudo apagarse: del todo ardi.

No es la primera vez en la historia que se quema un templo; los incendios urbanos son frecuentes en

todas las sociedades urbanas preindustriales que utilizan la madera y la paja como elementos bsicos

de construccin; la historia recuerda el espectacular incendio de Roma, bajo Nern, o el de Londres e

incluso, en una zona urbanizada como el Valle de Tenochtitlan, ste no fue probablemente el primero,

aunque el hecho de que destruyese el templo del dios principal lo convierte en un desastre ms

simblico.

14
Los Informantes de Sahagn, La visin de los vencidos, op. cit., pp. 2-5.

39
Tercer presagio funesto: Fue herido por un rayo un templo. Slo de paja era: en donde se llama
Tzumulco. El templo de Xiuhtecuhtli. No llova recio, slo lloviznaba levemente. As, se tuvo por
presagio; decan de este modo: No ms fue golpe de Sol. Tampoco se oy el trueno.

La primera lectura es all bastante clara: un rayo cae sobre un templo cubierto de paja y provoca un

incendio. La nota de pie de pgina de Miguel Len-Portilla nos informa que este templo formaba parte

del recinto del Templo Mayor, lo que da un relieve particular al incidente. Por otra parte, sabemos que

los templos mexicanos estaban construidos sobre pirmides, sobre las que hay poco espacio para un

gran nmero de techos. As, la lectura prodigiosa no proviene tanto del fuego sino de la voluntad del

Sol asimilado a una potencia divina que decide advertir sobre algo.

Cuarto presagio funesto: Cuando haba an Sol, cay un fuego. En tres partes dividido: sali de
donde el Sol se mete: iba derecho viendo a donde sale el Sol: como si fuera brasa... Y cuando fue
visto, hubo gran alboroto: como si estuvieran tocando cascabeles.

La aparicin de grandes meteoritos a plena luz del da puede sorprender a cualquier poblacin y se

puede recordar porque la memoria social registra el fenmeno. Pero lo que una lectura ingenua

comprende mal es la ltima parte de este presagio. La aparicin de meteoritos puede acompaarse de

brasas y chispas, como del ruido hecho por los meteoritos entrando en las capas densas de la

atmsfera, pero extraa el ruido de cascabeles.

Quinto presagio funesto: Hirvi el agua: el viento la hizo alborotarse hirviendo. Como si hirviera en
furia, como si en pedazos se rompiera al revolverse. Fue su impulso muy lejos, se levant muy alto.
Lleg a los fundamentos de las casas: y derruidas las casas, se anegaron en agua. Eso fue en la
laguna que est junto a nosotros.

La laguna pudo ser agitada por una tormenta o por el viento, o cualquier otro fenmeno atmosfrico

frecuente en la regin. Es posible tambin que el agua del lago haya sido movida no slo por la accin

del viento, sino por movimientos ssmicos o deslizamientos de tierras dentro de la laguna...

Sexto presagio funesto: Muchas veces se oa: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba
dando grandes gritos: Hijitos mos, pues ya tenemos que irnos lejos! Y a veces deca: Hijitos mos,
a dnde os llevar?

40
Este presagio es, a la vez, el ms simple y el ms complejo puesto que or a una mujer llorando o

gritando en la noche, no tiene en s nada en verdad extraordinario, pero ver ese hecho trivial ascendido

al estatus de presagio tiende a darle un extrao poder de preparacin proftica, de pjaro de mal

agero.

Sptimo presagio funesto: Muchas veces se atrapaba, se coga algo en redes. Los que trabajaban en
el agua cogieron cierto pjaro ceniciento, como si fuera grulla. Luego lo llevaron a mostrar a
Motecuhzoma, en la Casa de lo Negro (casa de estudio mgico). Haba llegado el Sol a su apogeo:
era el medioda. Haba uno como espejo en la mollera del pjaro, como rodaja de huso, en espiral y
en rejuego: era como si estuviera perforado en su mediana, All se vea el cielo: las estrellas, el
mastelejo. Y Moteculizoma lo tuvo a muy mal presagio cuando vio las estrellas y el mastelejo.

Pero cuando vio por segunda vez la mollera del pjaro, nuevamente vio all, en lontananza; como si
algunas personas vinieran de prisa; bien estiradas; dando empellones, Se hadan la guerra unos a
otros, y los traan a cuestas unos como venados.

Al momento llam a sus magos, a sus sabios. Les dijo: No sabis: qu es lo que he visto? Unas
como personas que estn en pie y agitndose!... Pero ellos, queriendo dar respuesta, se pusieron a
ver: desapareci todo: nada vieron.

Que los habitantes de la laguna hayan cazado un ave acutica, no es extrao, si consideramos los

millones de seres voltiles que poblaban el conjunto lacustre, en particular durante los meses de

invierno. Que entre estos millones se encontraran algunas con deformaciones de la cresta o del crneo,

hasta aqu, nada hay de extraordinario; pero lo que no se entiende es por qu estos pescadores llevaron

esta ave a su tlahtoani. Era tan extraordinaria como para ser presentada al terrible e inaccesible

Motecuhzoma? Todo este presagio sera probablemente el que con mayor facilidad desechara una

crtica racionalista simplona. En cuanto a las visiones del tlahtoani en su cresta, seran consideradas

slo como las de un primitivo fantico.

Octavo presagio: Muchas veces se mostraban a la gente hombres deformes, personas monstruosas.
De dos cabezas, pero un solo cuerpo. Las llevaban a la Casa de lo Negro; se las mostraban a
Motecuhzoma. Cuando las haba visto, luego desaparecan...

41
A semejanza de los poderosos de Occidente, que gustaban rodearse de enanos y contrahechos, se

podra pensar que Motecuhzoma gustaba tambin de rodearse de los productos que los juegos

monstruosos de la naturaleza engendraba a veces aunque no se comprende muy bien por qu

desaparecan despus.

He aqu, pues, los famosos presagios, los prodigios extraordinarios citados por los informantes de

Sahagn y retornados en la Historia de Tlaxcala de Muoz Camargo o por Fray Diego Durn, entre

otros. He aqu, pues, los presagios que prepararon y ayudaron, segn la mayora de los especialistas, a

la penetracin espaola, desorganizando todo el imperio azteca. Estos escasos presagios, aun si se

aade alguno que otro olvidado por los informantes de Sahagn, hubieran sido capaces de construir

una mecnica del miedo y del terror, nica capaz de explicarnos cmo se derrumba una cultura, cmo

un emperador mexica que se nos describe, por otro lado, en su juventud tan poderoso y tan

valiente puede llegar a ser tan indeciso y tan cobarde. Mecnica de miedo que se estructura sobre

una especie de malestar y de inquietudes metafsicas, que se apoya sobre y al interior del mito del

regreso de la Serpiente Emplumada, sobre y en la realizacin de las antiguas profecas.

Es evidente que esa primera lectura ingenua, ms o menos racionalista, no nos permite entender esta

brutal reaccin indgena. Al contrario, no se ve qu hay en verdad de extraordinario en estos

acontecimientos, poco numerosos, para una civilizacin tan desarrollada como la de la Meseta Central.

Civilizacin que haba sabido desarrollar un cmputo astral, base de diversos calendarios, y que muy

probablemente conoca la naturaleza cclica de los cometas y que tambin haba desarrollado un corpus

cientfico general suficiente para permitirle la construccin y el mantenimiento de una maravillosa

ciudad en un medio acutico. Es probable que los conocimientos acumulados por los precolombinos

les hayan permitido dominar una fsica elemental, suficiente para comprender la mayora de los

grandes fenmenos de la naturaleza.


42
Intil repetir que esta primera lectura racionalista e inocente, que se puede practicar sobre los textos de

los presagios solos, no nos permite comprender cmo se pudo generar tal movimiento de pnico para

derrumbar un imperio joven y en plena expansin.

Pero, aunque muchos estaran de acuerdo con lo que acabamos de decir, es esta lectura inocente,

primitiva a su vez, podramos decir, la que practican con ms o menos xito la mayora de los autores.

Aunque es cierto que no hay una total unanimidad entre ellos y, como ya lo hemos sealado, aunque

esta lectura se haga con matices en apariencia diferentes, como en el caso de N. Wachtel cuando

admite que los presagios pueden haber sido inventados a posteriori, de cualquier modo no se trata de

una diferencia real; porque un presagio siempre se escribe a posteriori, es algo reconocido, que toma

sentido slo despus de que el evento que se supone anunciaba se ha realizado, como dice Ixtlilxchitl

hablando de presagios y profecas: Y otras muchas profecas que despus muy a las claras se vieron.

Antes, el presagio es slo, en el mejor de los casos, un presigno, la posibilidad de algo indefinido, sin

contenido real, que tomar sentido, su sentido, slo en un evento por realizarse. Adems, y finalmente,

es el discurso sobre el evento en cuestin el que en realidad dar una existencia y un sentido al

presagio. Tambin es evidente que esta ordenacin simblica a travs del discurso no puede hacerse

sin todo un sistema de referencias simblico-cultural especfico propio al conjunto social en el cual se

desarrollan, incluyendo tanto a los emisores como a los receptores del mensaje presagio. Pero, a la

vez, debemos tener en cuenta que es este conjunto el que definir al mismo tiempo la posibilidad y la

forma discursiva que tomar el relato augural y su impacto social. Y si, en efecto, la mayor parte de los

autores nos hablan de los signos y de los presagios, utilizndolos para construir explicaciones

histricas generales, no nos hablan casi nunca del sistema de referencias por el que un elemento natural

o humano se inscribi como signo o presagio. Porque, debemos considerar, que slo hay signos si

alguien cree en ellos. Es a ese alguien a quien nos gustara identificar en este estudio.

43
Intentando resumir ahora nuestro andar en la bsqueda del sentido de los signos, podemos intentar

una serie de conclusiones preliminares:

Una lectura antropolgica ingenua y literal de esos textos no nos permite comprender lo que realmente

nos dicen.

El discurso histrico compartido sobre estos textos no nos explicita ni el funcionamiento de los

sistemas simblicos en juego, ni la ambigedad aparente de los mismos aunque fuesen supuestamente

reportados por los informantes de Sahagn.

Por otra parte, pensamos que una lectura atenta, semitica, por ejemplo, estructural, tampoco nos

permitira alcanzar el nivel de construccin simblica subyacente, ni nos permitira comprender qu

significan en realidad esos textos.

As, abandonando la va tortuosa que se limitaba a estudiar los prodigios, uno a uno, para tratar de

medir el impacto que habra podido tener cada uno de ellos en la psiqu de los testigos, hemos sido

inducidos a investigar si ha podido existir otra lectura posible del texto de esos prodigios. Una lectura

que buscara hacer patente el funcionamiento interno del conjunto de estos textos en relacin con el

lugar donde se originan, es decir, considerndolas como relaciones histricas producidas por la cultura

del siglo XVI y explicitando para sus contemporneos la Conquista de Mxico-Tenochtitlan. Y si

estamos de acuerdo con la hiptesis general de este trabajo, que postula que estos textos no son

resultado de una inteligibilidad de la razn histrica, tal como se practica desde el siglo XIX, sino ms

bien producidos por un proceso de legitimacin teolgica que ordenaba el conjunto de las prcticas

culturales en el siglo XVI, llegaremos a pensar que toda esta construccin simblica (profecas,

presagios, prodigios, llegada de dioses, destruccin, hambre, exilio, esclavitud...) est encargada de

introducirnos a una escatologa cuyo fin es describir y justificar el ineluctable fin del imperio azteca.

Pero, aunque lo parezca, la escatologa cristiana no est orientada hacia el pasado. La descripcin de

apocalipsis no tiene como finalidad tanto describirnos la desaparicin de un imperio como el de


44
introducirnos al principio de una nueva poca que, adems, sera el tiempo histrico en el cual estos

textos son redactados y funcionan.

No debemos olvidar que estos textos, que son, en general, de una densidad dramtica terrible, no son

cantos de desesperacin sino del anuncio de fantsticas buenas nuevas.

Esta escatologa, necesaria e ineluctable, acorde con los mitos cristianos medievales ms

fundamentales, es tambin por eso un discurso de redencin, de renovacin y de esperanza, lo que

explica, de hecho, el tono vehemente del discurso que relata la desolacin de Tenochtitlan y su

destruccin; importa poco lo que va a ser destruido, interesa en esencia que comienza una nueva etapa,

de una calidad infinitamente superior.

La descripcin pormenorizada de la cada y fin de Tenochtitlan y del imperio, como anuncio

reiterativo de esa destruccin, son tambin la prueba y la esperanza de la Nueva Tenochtitlan cristiana,

bajo un nuevo dios, bajo un nuevo amo. Es en este sentido que estos textos son antes que todo una

justificacin del nuevo orden social que se impone despus de la Conquista.

En esta perspectiva se explicita el mensaje contenido en los presagios. As, en el segundo presagio se

entiende con claridad cmo una parte del Templo Mayor no pudo sino arder por s mismo. Dar a este

incendio un origen humano o accidental obligara a explicar la destruccin en trminos de sacrilegio,

acontecimiento altamente improbable por estar en contradiccin con la gran religiosidad que los

mismos textos atribuyen a los indios, como condicin sine qua non de su funcionamiento. Se trata

aqu, pues, claramente, de la prefiguracin de otra cosa: en adelante todos los templos ardern. Por la

misma razn, por la misma voluntad que se quemar la ciudad y destruir el imperio de los falsos

dioses de las Indias.

Los siguientes detalles del presagio son bastante explcitos en este sentido: las llamas no vienen del

exterior o de un artefacto que pudiera haber provocado el incendio, sino del interior mismo de las

columnas. Desde dentro del templo, el numen de los dioses, espantado e impotente, toma la palabra
45
y grita a los mexicas que vayan a salvar el lugar de sus cultos. Pero el agua, no slo ya no tiene poder

sobre este extrao fuego, sino que lo aviva; mientras ms agua echan, ms se intensifica el fuego.

Ninguna duda cabe de que ese presagio trata del ineluctable destino previsto, la muerte de los dioses

mexicas. Aqu no hay intervencin humana; Ese poder que se avecina es tan fuerte que, a distancia, ya

hace sentir su presencia, que no puede manifestarse ms que por la desaparicin fsica del templo de

los dolos, es el fin del reino de Satans sobre Amrica.

Otro smbolo muy claro es la llegada de los meteoros del cuarto presagio. Este fuego que se divide en

tres, borrando la huella del Sol en el cielo, anuncia clara y ruidosamente la sustitucin de una religin

solar por la de la Santa Trinidad.

En cuanto al quinto, se podra recurrir al propio Apocalipsis de la Biblia o a San Jernimo, en la

enumeracin de los quince signos con que, segn la tradicin hebraica, se anunci el fin de los tiempos

y cuyo primer signo es:

el primer da, el mar se elevar 40 codos por encima de las montaas y permanecer inmvil como
un muro-15

En los presagios sptimo y octavo aparece una figura simblica fundamental que es Motecuhzoma.

Pero ser necesario no olvidar jams que slo l sabe qu es lo que vio; slo l, nadie ms que l, ley

los signos: y Moctezuma vio un siniestro presagio, cuando l les hubo visto,

desaparecieron

La crnica de Alvaro Tezozmoc es muy explcita a este respecto:

Dijo Moctezuma a sus nigromantes: habis visto algunas cosas en los cielos o en la tierra, en las
cuevas, lagos de agua honda, puentes o manantiales de agua, algunas voces, como de mujer dolida,
o de hombres; visiones, fantasmas u otras cosas de stas? Como no haban visto cosas de las que
deseaba Motecuhzoma, ni de las que l les preguntaba daban razn, dijo al Petlaclcatl: Llevadme
a estos bellacos y encerradlos en la crcel16

15
San Jernimo, Anales de los hebreosen J, de Voragine, La lgende dore.I ,Garnier Flamarion, Pars, 1967, p.31
16
A. Tezozmoc en La vision de los vencidos. op. cit., p. 13,

46
El sistema constituido por este conjunto de signos slo tiene coherencia porque concede a

Motecuhzoma la intuicin de lo que va a acontecer; un destino inevitable predijo el fin del imperio y

los presagios son ya el signo y el principio de esa realizacin.

Motecuhzoma adivin el fin de su imperio, cuando supo del retorno de Quetzalcatl. De ah la

ausencia de reacciones que los interpretes de estos textos han imputado a Motecuhzoma; de ah, en

cierto sentido, su aparente posible traicin.

Pero para nosotros, el retrato del tlatoani que se puede construir con esos textos indgenas no es el de

un bellaco o un cobarde, sino el de un Motecuhzoma vidente, un profeta, que nos parece una figura

ms bien salida de la Suma teolgica de Toms de Aquino, o del Libro de Jeremas, que de una

inteligibilidad indgena o de un anlisis psicolgico contemporneo.

Slo Motecuhzoma supo, vio; ni sus ministros de culto fueron capaces de atisbar qu va a suceder;

est, pues, solo. Algunos autores modernos no nos explican, ni mencionan siquiera, la contradiccin

que con claridad manifiestan estos textos y que, evidentemente, aminora o arruina casi en su totalidad

las explicaciones psicologizantes de cierto discurso historiogrfico sobre la Conquista de Mxico.

El intertexto occidental y el eurocentrismo

En fin, creemos que en estos tiempos en los que casi todos los intelectuales progresistas

latinoamericanos y europeos se proclaman en contra del eurocentrismo y por la liquidacin de todas

las formas de colonizacin econmica, poltica o cultural, se debera reconsiderar, desde este simple

punto de vista, ese impacto de los prodigios. Porque, en fin, atribuir demasiada importancia a esos

eventos en el trauma de la conquista no es sino revelar un cierto menosprecio por esos indios que se

47
pretende comprender y estudiar, ya que habra bastado cualquier acontecimiento, ms o menos

extrao, para hacer explotar las sociedades mesoamericanas.

Pero esto no es lo menos curioso. Este discurso sobre las antiguas profecas y sobre el retorno de los

dioses civilizadores se encuentra no slo en Mesoamrica, sino tambin en la Amrica andina.

An ms, debemos sealar que ese mito cristiano de fundacin con la presencia de los dioses blancos

por venir, se encuentra tambin bajo formas extraamente parecidas en relatos que describen en otras

regiones del mundo, y han acompaado casi siempre a la penetracin occidental. No tenemos la

ingenuidad de creer, como N. Wachtel, que no hay en esto nada que no sea normal y que no hay de qu

asombrarse:

Ms no hay ah nada pintoresco. Al contrario, estamos en presencia de un fenmeno muy general, a


menudo descrito por los viajeros y los etngrafos, no solamente en Amrica, sino tambin en frica
y Oceana, se trata del terror de los indgenas despus de la aparicin de esos seres desconocidos,
los blancos.. 17

La conciencia tranquila e ingenua de esta universalidad no debe ser considerada ni un slo instante

como reflejo de una realidad cualquiera. Esta universalidad no es posible sino porque el mismo

discurso sobre los primitivos, el indgena, supone y exige para su funcionamiento una universalidad en

el mito: los indgenas, dir Wachtel, que incluyen en la misma palabra indios americanos, indios

africanos, indios ocenicos...

Esta universalidad del mito de la esperanza del dios blanco no es otra cosa que la suficiencia de una

civilizacin que se complace desde su nacimiento en un narcicismo sin complejo y que se nutre de la

destruccin y de la negacin de otras experiencias humanas. Es tambin notable que esta construccin

florezca en particular en los textos elaborados en las regiones administradas directamente por los

blancos, mientras que los mitos de las regiones perifricas de los grandes centros ocupados apenas

17
N. Wachtel, op. cit., p. 51.

48
muestran trazos de ella. Intil buscar tal mito entre los chichimecas, al norte de Mxico, o entre los

araucanos del sur de Chile, que resistieron con xito, durante mucho tiempo, a la penetracin espaola.

Existe una fuerte correlacin entre la existencia de esta construccin mtica y la dominacin

occidental. En el caso presente, la dominacin espaola debe ser capaz de rendirnos cuentas de la

presencia universal de dicha construccin. Se engaan o autoengaan, con ms o menos buena fe, los

que afirman que esta construccin se inscribe en una simbologa indgena.

En la base de este error de apreciacin, est el olvido de elucidar el lugar desde donde pueden incluir a

todos los indios en un mismo y nico mito. Todas las culturas que el Occidente encuentra son as

reunidas en un lugar terico nico, construido sobre una antropologa negativa que no se explicita ms

que en la dictadura del logos Occidental ordenando y diciendo el mundo. No es aqu el lugar para

explicitar los problemas fundamentales que hacen entrever la existencia de esta antropologa negativa

en cuanto a una epistemologa de los saberes histrico y antropolgico. La particin del saber

inaugurado a fines del siglo XVIII permiti la emergencia, en un mismo movimiento, de la historia

cientfica y su negacin: la antropologa, como historia vergonzosa de los pueblos sin historia. La

ciencia histrica en Mxico no ha enfrentado an esta crisis de madurez, de responder a la pregunta de

cmo es posible hacer una historia de los pueblos sin historia, de su pasado lejano; de cmo dejar de

hacer una antropologa que no sea ms que un discurso de la negacin de estas experiencias y lograr

hacerlas entrar con dignidad en el corpus de la historia universal.

Para rematar, para los escpticos, nos gustara llamar como testigo a este proceso que deseamos

instituir en contra de una interpretacin errnea de la historia americana, a uno de los ms grandes

especialistas de la historia medieval occidental, J. Le Goff, quien expuso las caractersticas del

pensamiento escatolgico medieval.18

18
J. Le Goff, La civilisation de lOccident Mdieval, Arthaud, Paris, 1972, p. 245

49
Recordemos el extraordinario cortejo de prodigios geogrficos y meteorolgicos que acompaan a
este relato ejemplar de la venida del ltimo da. As, se encuentran ah los prodigios de la tradicin
grecorromana ligados tanto al mundo uranio como al mundo ctnico, ah se aliment una
excepcional sensibilidad de los hombres de la Edad Media a esos signos naturales portadores para
ellos tanto de espantos como de promesas. Cometas, lluvia de lodo, estrellas fugaces, temblores,
maremotos desencadenaron un miedo colectivo pero, ms que al cataclismo natural en s, teman al
fin del mundo que stos pudieran anunciar. Pero esos signos son ms all del tiempo, del
infortunio y del terror un mensaje de esperanza aguardando la resurreccin final.

Y ms adelante agrega:

La ciencia misma (de la Edad Media) prefiere claramente como su objeto de atencin, lo
excepcional, la maravilla, los prodigios, terremotos, cometas, eclipses; tales son los objetos
dignos de admiracin y de estudio. El arte y la ciencia de la Edad Media abordaron al hombre por
el extrao rodeo de los monstruos...19

Duby nos confirma esto en su obra sobre los terrores del Ao Mil, citando a los analistas medievales

Ral Glaber o Adhemar de Chabanes:

Durante el reinado del rey Roberto, apareci en el cielo, por el lado de Occidente, una de esas
estrellas que llaman cometa; el fenmeno comenz en el mes de septiembre, una tarde a la cada de
la noche, y dur ms de tres meses, con un resplandor muy vivo; llenaba con su luz una amplia
porcin del cielo y se esconda despus del canto del gallo. Lo que sin embargo es seguro, es que,
cada vez que los hombres ven que se produce en el mundo un prodigio de esta especie, poco despus
se abate sobre ellos cualquier cosa asombrosa y terrible.20

Pero no sera preciso creer que la importancia simblica de esos signos desapareci con la Edad

Media. Esa misma beta simblica funciona a la perfeccin en los siglos XVI y XVII, e incluso en el

tan ilustrado siglo XVIII, y no es raro encontrarla muy a menudo an hasta el siglo XIX.

Por eso no es extrao hallar esta construccin simblica en diversos tiempos y lugares. As, el puritano

Cotton Mather nos garantiza que antes de la guerra del rey Felipe, quien inaugura contra los colonos

ingleses una de las primeras ofensivas indgenas generales:

19
Ibid, p. 402
20
G. Duby, op. cit., 106.

50
Durante el eclipse de luna apareci una cabellera india al centro del astro invisible, se destac en el
cielo un arco indio, el viento gimi como silbido de flecha, fueron escuchadas cabalgatas en el cielo
y los aullidos de los lobos fueron profecas de desgracias 21

La indianizacin de ciertos presagios no impide una sistematizacin de los prodigios idnticos a

aquellos que hemos visto funcionar en la Edad Media cristiana siguiendo la tradicin grecolatina o la

colonial indgena espaola.

Nuestra hiptesis es, pues, que existe una relacin entre esas construcciones simblicas y la presencia

occidental. La reproduccin sistemtica de ese discurso nos pareci demasiado frecuente como para

que no se hubiera introducido en estas observaciones un error sistemtico debido a las condiciones

de observacin de esa muestra. Por otra parte, no se trataba tampoco aqu de dejarse encerrar en una

polmica de tipo difusionistas contra estructuralistas. De hecho, el problema es mucho ms prosaico

y se reduca, al principio de nuestra investigacin, a una simple cuestin: saber quin habla en esos

smbolos. Ya veremos que jams son los indgenas.

21
Cotton Mather en Elmire Zolla Le chamanisrne indien, Gallimard, Paris, 1969, p. 132.

51
Segunda vuelta

SIGNOS, PRESAGIOS Y PROFECAS

Clo, hoy vieja y racionalista, desprecia los presagios e incluso agrega de mal humor: son hechos
para los inocentes y los imbciles que las elites manipulan. Pero, a pesar de todo y adems, un
poco perdida, jams llega a saber con claridad en este rengln dnde est. Es entonces cuando
Cicern y nuestro autor tratan, con el ejemplo de los auspicios romanos, de explicar que no le
ayuda en nada separar lo sagrado de lo profano, ni vestirse con los harapos de la mentalidad
primitiva. Quin manipula a quin? Los signos no son los que ella piensa, ni estn en donde ella
cree.

Hay, pues, signos en los textos indgenas de la Conquista, signos que se recuperan, se integran y

se repiten en los discursos de la historia contempornea. Cmo analizar el paso de los signos del primer

tipo de discurso al segundo? Y, antes que nada, cmo comprender el primer sentido del signo en el

texto de fundacin del discurso americano? Tales son los problemas que ahora debemos resolver.

Los discursos de la historia antigua americana sobre los signos, presagios, augurios, son muy ambiguos

y probablemente no estamos capacitados, de manera inmediata, a cinco siglos de distancia, para

entenderlos, ni para dar cuenta de la coherencia simblica que exista entre ellos.

Antes de analizar qu hay para los practicantes contemporneos del signo, detrs de la creencia en

este conjunto de signos contenidos en supuestos textos indios, nos parece necesario intentar

comprender la ambigedad fundamental de la posicin de la ciencia histrica frente a los prodigios,

presagios, augurios, etc, y, ms en general, frente a todos los signos.

El ejemplo que hemos elegido para mostrar esta ambigedad de la prctica historiogrfica cientfica no

es anodino, porque se trata de la religin augural romana, en la que pensamos encontrar elementos que

permanecieron constantes en el pensamiento medieval y sirvieron de modelo discursivo para la

construccin de los signos indgenas. Podramos todava encontrar profundas huellas de esas

tradiciones romanas, an vivas en la actualidad en las culturas mediterrneas.

52
Es evidente que el objetivo verdadero de este captulo no es la religin y las adivinaciones antiguas, sino

la forma en que se encuentra tratada y deformada en un tipo de discurso que construy en un tiempo la

ciencia histrica sobre ellas.

Los especialistas de la Antigedad encontrarn aqu muchos errores de detalles, olvidos e innumerables

fallas. De antemano conocemos los lmites de este ensayo. Pero, si creemos necesario tratar de la

adivinacin y el prodigio en la tradicin antigua, no es slo por la razn ya mencionada la de que

nuestra propia civilizacin est an impregnada por estas prcticas simblicas sino sobre todo porque

el discurso de la historia sobre el signo, romano en este caso, se presenta como un discurso con

pretensin universal, proporcionando un modelo cmodo para el anlisis de otros hechos de tipo

religioso. Nos parece semejante al discurso sobre el sentido y el signo religioso elaborado en otros

espacios del saber, en especial por la etnologa, sobre la religin de los primitivos, o sobre lo que aqu

nos interesa directamente, en la elaboracin de la interpretacin clsica americanista de los signos y

presagios que precedieron a la conquista espaola en Amrica.

Es por eso que los discursos elaborados por Raymond Bloch1 sobre la religin romana antigua y el de

Wachtel sobre las reacciones religiosas de los precolombinos, nos parecen proceder de una misma

matriz y, por lo tanto, no es ningn azar si uno se apoya en la autoridad de Durkheim y el otro, en la de

Lvy-Bruhl, su alumno.

Lo que aqu nos gustara hacer es:

1. Mostrar todo lo errneo y excesivo del discurso construido sobre el signo en la religin de la

Antigedad grecolatina.

2. Denunciar los comportamientos psicolgicos que este discurso construye e induce lgicamente a

partir de sus supuestos efectos.

1
Raymond Bloch, Les prodiges dans lAntiquit classique, PUF, Paris, 1963.

53
Para analizar el discurso de la historia sobre el signo/prodigio en la Antigedad grecolatina utilizaremos

en particular el sostenido por Bloch en Los prodigios en la Antigedad clsica, modelo de un tipo de

historiografa generalizada en su poca. Nos parece que su particular concepcin del signo en la religin

romana se articula sobre un cierto nmero de niveles que conviene enunciar y denunciar.

Religin y manipulacin

Un primer nivel de discurso tiende a mostrarnos que el prodigio est manipulado y que ciertos grupos

sociales organizan, a sabiendas, simulacros y palinodias a los que no adhieren con el fin de tener

ascendiente sobre el pueblo. Esta visin est muy difundida en las ciencias histricas, cuando stas

son confrontadas con el anlisis de los fenmenos religiosos. U. Gusdorf hace remontar esta actitud

doble frente a la religin a Averroes y el averrosmo: Esta prudencia (de Averroes) permiti atribuirle

una doctrina de la doble verdad de la que se encuentran a menudo huellas en la historia del pensamiento

occidental.2

Habra una verdad popular reservada a los simples, saludable para el orden social y, al mismo tiempo,

una de orden superior, una verdad diferente, no concordante con la primera, al menos en apariencia, y a

la cual se aproximan slo los que son dignos: Se puede inferir que probablemente en el espritu del

profeta, las dos verdades no hayan hecho sino una. Lo que es cierto, es que es bueno que haya una

religin para los humildes ante cuyos ojos el prudente evita hacer escndalos formulando cuestiones

intiles3

Si bien es cierto que a lo largo de la Edad Media podemos rastrear a espritus agudos que buscaron

esclarecer ciertas partes del dogma y de los misterios, particularmente espesos en aquella poca de la

2
Gusdorf, Les origines des sciences humaines. Antiquit. Moyen Age. Renaissance. Payot, Pars, 1967, p. 217.
3
G. Gusdorf, Dieu, la Nature et lHomme au sicle des Lumires, Payot, Paris, 1972, p. 31.

54
religin cristiana y que se dieron cuenta de la dificultad de transmitir sus reflexiones a los simples, entre

los que incluimos aqu a la mayor parte del clero; esto no quiere decir que hayan tenido la idea de pensar

que sus coetneos deban ser excluidos de la riqueza de sus pensamientos y de que exista la posibilidad

de pensar una religin de doble piso: uno para el pueblo, el otro para los iniciados, los elegidos del

espritu.

El caso de las herejas medievales est ah para mostrarnos que los pensadores no se quedaron callados,

ni intentaron guardar slo para sus pares en inteligencia sus investigaciones. La profunda unidad que los

investigadores modernos encuentran en la cultura popular y en la culta eclesistica, as como la

dinmica global que anima el conocimiento religioso occidental durante estos siglos conocidos como

oscuros, prueba que muy probablemente esta idea de la doble verdad no es medieval.

En lo personal, pensamos que esta idea de la doble religin, o de la doble actitud religiosa, es ms bien

reciente y que data apenas del siglo XVIII. Tiene poco que ver con el averrosmo (que convendra

reconsiderar) y mucho ms con el desarrollo de la ideologa burguesa de los siglos XVII y XVIII, ya sea

en Inglaterra o en Francia. As, Locke escribe que el catolicismo debe: volver a ser una religin de

acuerdo con las capacidades del vulgo y con el estado de los hombres que en este mundo estn

destinados a trabajar y a ir de lugar en lugar... La mayor parte de la humanidad no tiene tiempo para

dedicarlo al estudio, a la lgica o a las distinciones refinadas de la escuela. Cuando la mano se ata a la

carga o a la laya es raro que la cabeza se eleve hasta nociones sublimes o que pueda ejercerse en los

misterios del raciocinio.

Deberamos considerarnos afortunados si los hombres de ese rango (por no decir nada del otro sexo)

llegan a comprender las proposiciones simples y un breve razonamiento sobre cuestiones familiares a su

55
espritu y relacionadas lo ms posible a su experiencia cotidiana. Vayan un poco ms all y entonces

confundirn a la mayor parte de la humanidad...4

Esta doble actitud frente al hecho religioso parece ms o menos general en Francia en el Siglo de las

Luces, pues, en la ideologa burguesa que est construyndose en esa poca, existe la idea de que los

dependientes, los proletarios, son incapaces de una vida plenamente racional y sern por eso incapaces

de establecer reglas de conducta moral personal a la luz de la razn. Algo que Locke, por ejemplo,

expuso escribiendo:

[para] los jornaleros, los comerciantes, las hilanderas y las sirvientas de las fincas rurales... el nico medio seguro para
inducirlos a obedecer los mandamientos y a ponerlos en prctica, es presentndoselos en forma simple la mayora no
puede saber, por eso debe creer... 5

Pero este punto de vista no es slo de Locke. Es tambin de Diderot, cuando redacta confidencialmente

para Catalina de Rusia, emperatriz ilustrada, su Plan de una universidad para el gobierno de Rusia:

El grueso de una nacin permanecer siempre ignorante, miedoso y en consecuencia supersticioso. El atesmo puede ser
la doctrina de una pequea escuela, jams la de un gran nmero de ciudadanos, menos an de una nacin poco
civilizada. La creencia en la existencia de Dios para la base popular permanecer pues siempre necesaria. Quin sabe lo
que esta masa popular, abandonada a s misma, a su libre reflexin, pueda producir de monstruoso? Yo no conservara,
pues, a los curas como depositarios de la verdad, sino como obstculos a posibles errores ms monstruosos an, no
como preceptores de personas sensatas, sino como guardianes de los locos, y a sus iglesias las dejara subsistir como los
asilos o pequeas casas de una especie de imbciles que se volvern furiosos si se les desatiende por completo.6

Se puede tambin confrontar el punto de vista de Diderot con el de Voltaire cuando aconseja:

Distingue siempre al hombre que piensa del populacho que no est hecho para pensar. Si la costumbre te obliga a hacer una
ceremonia ridcula en favor de esta canalla y si en el camino te encuentras a cualquier persona de espritu, advirteles con un
7
signo de la cabeza, con un guio, que t piensas como ellos, pero que es necesario no rerse.

Encontraremos este tipo de anlisis en la mayora de las elites intelectuales de esta poca; en Hume, lo

mismo que en un financiero o poltico como Necker; en Rivarol,8 as como en casi todos los

4
John Locke, Works (1759), pp. 585-586, citado por C. B. Macpherson, La teora poltica del individualismo posesivo de
Hobbes a Locke, Gallimard, Pars, 1971, p. 247
5
lbid., p. 247.
6
Denis Diderot. Plan de una universidad para el gobierno de Rusia (antes de 1776) en Obras de Diderot, T. III. Assezat. p.
517, citado por G. Gusdorf, Dieu..., op. cit., pp. 30 y 31.
7
Voltaire, citado por G. Gusdorf, Ibid., p. 31.

56
enciclopedistas. Ese es uno de los fundamentos de la ideologa de clase de la burguesa que tiende a

separar del poder poltico y econmico a los proletarios, en nombre de una racionalidad menor y de

naturaleza diferente. La historia acadmica y cientfica est totalmente permeada por esta idea. As,

describir a las elites y clases polticas dominantes como estetas, refinadas, cultas, razonables,

cientficas, mientras el pueblo ser grosero, ignorante, supersticioso, mgico. De esta forma, el

esquema elaborado por la historia sobre la religin romana reproduce esta dicotoma frente a la religin

augural: unas elites escpticas, ms o menos estoicas, se oponen a las poblaciones idlatras,

supersticiosas, mgicas, arcaicas.

Este discurso de la manipulacin est encargado de introducimos a todo un discurso ideolgico burgus,

que de hecho funda una posible descripcin de las sociedades y una teora del poder, en el que la

religin, agrupando a grandes rasgos todas las prcticas colectivas y simblicas, nos es presentada como

distinta y separada de la otra esfera, la del poder poltico y del individuo.

As pues, coexistiran dos esferas paralelas y distintas: la de lo sagrado y la de lo profano. El prodigio

ser entonces una irrupcin de lo sagrado en el campo de lo profno; irrupcin cargada de todo el

poder de los dioses; ella ser pues la encargada de aterrorizar a los pueblos, puesto que stos no

parecen capaces de actuar razonablemente sino slo bajo el ltigo del terror.

Pero este nivel de anlisis no puede tener consistencia aparente ni funcionar, sino porque detrs se

perfila otro nivel de anlisis, pues: La conciencia inquieta de los pueblos, aterrorizados por el porvenir

y el infinito podero de los dioses busca constantemente los signos del porvenir. 9

Esta inseguridad cultural existencial de las masas, que proviene de su insuficiente racionalidad, se

concreta en la bsqueda mgica de los prodigios como informacin sobre su destino, mientras que las

8
Rivarol escribe: para que mi lacayo no me mate en el fondo de un bosque por miedo al diablo, no le quitar tal freno a esa
alma rstica, como no querr suprimir en l, e1 terror de la horca, no pudiendo hacer de l, un hombre honesto, hago de l un
devoto en su segunda carta a M. Necker en Obras, T. II. 180: p. 133, citado por G. Gusdorf, Dieu.,.,, op. cit. p. 32.
9
R. Bloch, op. cit., p. 18.

57
clases cultivadas, si se presentan a veces a esas ceremonias populares, ven bien su puerilidad e

ineficacia.

Para intentar responder a ese discurso ambiguo de la historia sobre la religin antigua, nuestro anlisis

se divide en tres partes:

1. Religin, prodigio y manipulacin

2. Sagrado y profano. El terror sagrado

3. Una doble actitud de comprensin del mundo

Religin, prodigio y manipulacin

Raymond Bloch pretende que el prodigio puede ser manipulado por ciertos grupos dominantes del poder

poltico:

1. Directamente por la intermediacin de los especialistas religiosos del Estado:


Y sobre todo, los tcnicos del auspicio tienen una gran libertad de accin en la eleccin de los momentos, en la
delimitacin del espacio de observacin, en su derecho a rechazar tal o cual presagio. Lo mismo en ciertos casos,
tuercen la mano podramos decir a la divinidad. No era difcil para el efecto dirigir el apetito de los po11os
sagrados encerrados en una jaula.10

2. Mediante la participacin de grupos privados, por la voz de los adivinos dedicados al servicio

domstico de los poderosos, que pueden tener muchas ocasiones de multiplicar las manipulaciones en

favor de intereses particulares.

Pero esto no significa nada en absoluto porque todo acto humano se inscribe siempre en una infinidad de

dinmicas sociales y, en este sentido, no existiran actos simblicos libres del contacto del

enfrentamiento social. Pero para que haya una real y verdadera manipulacin se necesita una conciencia

10
R. Bloch, op, cit., p. 81.

58
reflexiva que se mire a s misma pensando y haciendo, pues la manipulacin sugiere, para ser completa,

un distanciamiento respecto al acto social o religioso considerado.

La ineluctable inscripcin social del hecho religioso no autoriza a concluir que hayan existido actitudes

y creencias diferentes, u otras en funcin de las clases sociales, como intenta sugerir Bloch. De hecho,

aunque los prodigios puedan ser explotados por un grupo o una clase para su beneficio propio, huelga

decir que no se pueden manipular ritos, objetos de culto, smbolos de explicacin del mundo, sin quedar

profundamente influidos por este material cultural. Esto, sin olvidar que el aspecto manipulatorio

permitira suponer duplicidad y maniquesmo, y que nos enviara a buscar las referencias implcitas en

esta actitud a otra religin o a otro espacio que nadie describe.

Habra entonces que explicrnosla y a qu necesidades sociales y culturales corresponde, considerando

adems lo tortuoso que sera para una sociedad dada mantener, para el provecho exclusivo de una clase,

un aparato religioso pblico y otro privado, con el nico objeto de manipular a unas masas que, por lo

dems, son perfectamente controladas por otro conjunto de mecanismos muy eficaces, jurdicos y

sociales, tradicionales o coercitivos.

Repetir esta idea ad infinitum sera adems dejarse engaar de modo consciente por un antiguo

argumento de fundacin del aparato de legitimacin del cristianismo, que se encuentra en el mito de la

preparacin evanglica cuando afirma que las elites romanas se preparaban inconscientemente o que

eran guiadas por la mansedumbre divina, desde mucho tiempo antes, para recibir el catolicismo, sobre

todo con la adopcin del estoicismo, considerado ideologa de progreso cvico o religioso.

Para nosotros es un falso problema considerar, como lo hizo Bloch, que la aruspicina, religin de los

augurios, seria ya, en la poca del Imperio Romano triunfante, slo residuo de cultos antiguos,

primitivos y populares.

Afirmar que las clases ms cultivadas se habran separado de la religin tradicional sera decir que

haban elaborado un nuevo espacio religioso. Pero esto sera tambin proponer e intentar construir una
59
nueva organizacin social y poltica, porque consideramos que la religin es a la vez el fundamento, la

explicacin, la legitimacin de toda jerarqua social, poltica, cosmolgica; determina y regula no slo

las relaciones de los hombres entre ellos (de clases, de produccin), sino tambin las que se establecen

con el conjunto del universo. No habra entonces ninguna necesidad de manipulacin, que sera una

metamanipulacin o manipulacin secundaria, porque la religin es la manipulacin ideolgica, por

excelencia, de una formacin social considerada, aclarando que la palabra manipulacin que

utilizamos aqu no tiene ninguna connotacin moral.

No podemos seguir a Bloch cuando escribe:

As, interesa de inmediato y sorprende [el prodigio] a los espritus y a los corazones. Pero de manera desigual, en un
mismo periodo, segn las capas sociales. Hay, pues, que distinguir sus actividades y creencias. Cuando las clases
cultivadas se alejan de los ritos de la religin tradicional, la tentacin es grande, para algunos de los miembros, de
aumentar su autoridad y su poder explotando polticamente la creencia enraizada de los tontos en los prodigios y su
valor simblico. Habra toda una historia poltica del signo por escribir... 11

Esta nueva historia poltica del signo que sugiere Raymond Bloch nos dara la oportunidad de hacer una

verdadera historia de la economa simblica en Roma, que nos indicara cmo funcionaba en realidad,

desde el interior, ese sistema romano, ese tan mentado Imperio Romano. Seguramente nos reservara

muchas sorpresas.

Faltara por dilucidar el problema de saber cules son las elites de las que habla Bloch: algunos

pensadores, algunos filsofos antiguos emasculados durante siglos por unos deseos de recuperacin

cristiana y con el propsito de mostrar en obra los grandes trabajos de la preparacin evanglica, sin

olvidar, ms cercanas a nosotros, las huellas dejadas por dos siglos de legitimacin poltica de las

democracias europeas y de su ideologa del ciudadano.

La permanencia misma de la tradicin augural romana deber ser tambin explicada, puesto que el

propio Bloch constata que: se crean ctedras de auspicio an en la Roma de los Severos, 12 seal de

que los grandes pontfices y los especialistas en augurios eran an importantes en los siglos IV y V en

11
R. Bloch op. cit., p. 2.
12
R. Bloch, op. cit., p. 149.

60
Roma, poca en que se supone que el cristianismo haba triunfado sobre el paganismo, despus de la

conversin del emperador Constantino.

El haruspicium responso de Cicern13

Tenemos, gracias a Cicern, un cierto nmero de datos sobre el funcionamiento del discurso augural. Se

trata del Haruspicium responso, texto en el cual ste se encarga de explicarnos el sentido de algunos

prodigios que los adivinos han interpretado y que l va a utilizar en la lucha poltica.

Para nosotros, ya lo hemos dicho, no podra tratarse de una manipulacin, pues consideramos que

todo acto religioso funda y legitima el equilibrio coyuntural realizado entre los grupos sociales

existentes en una sociedad dada. No hay necesidad de manipulacin del acto religioso, puesto que la

celebracin de cualquier acto religioso es en su fundamento una intervencin, una manipulacin en el

espacio global de la polis. El discurso de Cicern es una manipulacin poltica, en su sentido primario y

directo: s utiliza los presagios en su lucha poltica, pero hay que hacer notar que no intenta entonces

manipular masas populares, primitivas y arcaicas. Su discurso se desarrolla al interior del Senado, en el

cual intenta prevenir a los ms grandes personajes del Estado, guardianes y protectores de la religin

augural oficial en contra de otra faccin del mismo poder.

Los prodigios anunciados incluyeron; retumbos con ruidos de guerra en la campia latina de los

alrededores de Roma y un terremoto en Potenza:

Si bien esos fenmenos oran entonces muy frecuentes, el Senado explot el primero con fines polticos consultando a
los auspicios, como se hizo ms de una vez contra los jefes demagogos Tito, Mario.., As, las respuestas de los augurios
contenan frmulas estereotipadas favorables a los intereses de la aristocracia senatorial... 14

Si bien estamos de acuerdo con una cierta utilizacin dentro de la lucha entre el Senado y algunos

demagogos, pertenecientes, ellos tambin, en general, al mismo mbito social y poltico, no aceptamos

13
Cicern, Discours sur la response des auspices, Les Belles Lettres, Paris, 1966.
14
Introduccin a Cicern, op. cit., p. 14.

61
el uso de juicios errneos, como aquel que vimos, en el que se afirma que las respuestas de los augurios

se hicieron bajo formas estereotipadas; al contrario, podemos ver en el discurso de Cicern y en los de

otros testigos la riqueza y la gran variedad de estas prcticas culturales y religiosas. Pero, antes de pedir

a Cicern mismo que nos devele lo que esconde tras su discurso, debemos tratar de entender cmo y por

qu desde el discurso histrico, con Bloch como ejemplo, se puede emitir tal discurso.

La descripcin clsica del sistema poltico y econmico romano que nos ha sido impuesta, como

republicano primero e imperial despus, sirve de fundamento a toda una ideologa subyacente, de uso

contemporneo, del ciudadano,15 y del Estado, que funda y determina, an en la actualidad, el discurso

de la historia sobre este periodo. Los conceptos heredados de la tradicin grecolatina recibieron este

tratamiento sobre todo desde Gibbon y la historiografa decimonnica de las democracias burguesas

parlamentarias europeas. Las contradicciones puestas a la luz del da por el investigador actual, en este

caso preciso, pueden fascinarnos, pero lo que aqu importa poner en claro realmente es que son las

condiciones del tratamiento impuesto por la construccin del discurso de la historia romana como

ciencia acadmica desde el siglo XIX, las que, de hecho, crean e imponen como sntomas esas

contradicciones, inexistentes en los textos originales.

Que la religin sirve a los intereses de la aristocracia senatorial, nadie lo duda, como tambin para toda

la reducida clase dominante de ese Estado que un cierto discurso histrico se empe en presentarnos,

contra toda verosimilitud histrica, como relativamente democrtico. Pero no habremos comprendido

nada del funcionamiento del discurso de la religin tradicional romana, si postulamos como punto de

partida una hipottica manipulacin maquiavlica. Cicern mismo tiene una posicin clara: es l

quien est encargado o se encarga de construir y fundamentar el discurso religioso; para l no podra

tratarse de una parodia, de una manipulacin.

15
Moiss I. Finley, Democratie antique et democratie moderne, P. B. P. Payot, Pars, 1976.

62
Para Cicern, la adivinacin augural, as como el conjunto de la tradicin religiosa al cual sta

pertenece, se sita en el mero fundamento del Estado y del imperio. Esta puede contar con su total

respeto:

Yo no soy hombre que guste de practicar de ningn modo esas letras que apartan y desvan nuestro espritu de la
religin. Considero, en primer lugar, a nuestros ancestros como los inspiradores y maestros en el ejercicio del culto;
ellos, cuya sabidura parece haber sido tal que daramos pruebas de una clarividencia suficiente y a la vez superior si
pudiramos, si no alcanzar, tan slo percibir en toda su extensin su propia sabidura; ellos, que haban juzgado que los
ritos establecidos y las ceremonias solemnes deban pertenecer al Pontificado y la garanta de las empresas favorables a
los Augurios; ellos, que consideraron adems que las antiguas profecas fatdicas estn contenidas en los libros de Apolo
y la expiacin de los prodigios en la doctrina de los etruscos, doctrina de tal valor en nuestros das que ya los funestos
comienzos de la guerra itlica, como despus la perturbacin casi fatal de Sila y de Cina, en fin, este reciente conjuro
destinado a incendiar la ciudad y destruir el Imperio, nos fue predicho por ellos sin obscuridad poco tiempo antes. 16
Y Cicern prosigue su credo en estos trminos:

No es... por el nmero por lo que hemos superado a los espaoles, ni por la fuerza a los galos... sino por la piedad y la
religin y tambin por aquella sabidura excepcional que nos hace percibir que el poder de los dioses regula y gobierna
todo, por lo que hemos superado a todos los pueblos y naciones17

Considerando este credo de Cicern, quien fue en un tiempo el autntico amo de Roma, la idea de

manipulacin se desvanece, porque, adems, ya en su poca se haba logrado la compilacin y el

establecimiento de una tradicin augural escrita, lo que volva muy delicada esta manipulacin. Porque

la opinin ciudadana poda evaluar un intervalo de interpretacin, ms o menos controlable, de la misma

manera por el conjunto de las facciones en el poder. Bloch tambin tiene que admitir que la

manipulacin no siempre fue fcil. Escribe:

Ha sido probado que no se tiene el derecho de considerar su consulta como escrita solamente por la
circunstancia. El autor bizantino Lydus nos ha conservado, en efecto, en su Tratado de los prodigios, un
calendario brontoscpico, de origen etrusco. Ese calendario indica la significacin del trueno para cada
da del ao.18

Pero su carcter escrito no significa, en principio, que la augural sea una tradicin fija. Por el contrario,

se puede notar un deslizamiento de los sentidos originales y la aparicin de cierta evolucin en las

16
Cicern, op. cit., p. 44.
17
Ibid., p. 45.
18
R. Bloch, op. cit. p. 53.

63
interpretaciones, al cambiar los fundamentos del funcionamiento poltico en el paso de la Repblica al

Imperio.

Por ejemplo, en la interpretacin de los enjambres de abejas que se abaten sobre los lugares pblicos:

mientras que la tradicin antigua interpretaba sus movimientos como una amenaza a la Repblica, ya

que las abejas tienen una fuente nica de reproduccin en la reina, este signo poda anunciar la ruina de

la libertad, el restablecimiento de la autocracia y de la servidumbre; es bien evidente que la

decodificacin ser diferente cuando se trate de mostrar el favor de los dioses, otorgado ya sea a los

antiguos reyes etruscos, a los pretendientes al imperio o a los Csares, emperadores triunfantes,

favoritos de los dioses.

Sagrado y profano. El terror sagrado

Raymond Bloch se refiere al prodigio en estos trminos:

El prodigio es siempre la irrupcin de lo sagrado en lo profano, testimonio de tal o cual modificacin en la relacin entre
los hombres y los dioses, por lo cual los primeros pueden hacer importantes deducciones para su propia vida. Signo
19
privilegiado ofrecido a la observacin humana, el prodigio entra directamente en el mundo de la adivinacin.

Es evidente que para que el presagio sea una irrupcin de lo sagrado en lo profano, se tiene que postular

que esos dos campos estn separados. Esta clsica dicotoma nos parece de poco inters por que, en ese

caso, como entonces, comprende la recproca, puesto que es una accin humana que provoca la clera

de los dioses. As sucedi en el caso del asesinato de Csar, cuando nos reporta Salustio tuvieron

lugar manifestaciones extraas del universo, que pareca perturbado. 20 El asesinato de un hombre

produce trastornos en el orden de los dioses. Se nos poda replicar que Csar es ms que un hombre,

porque est tambin revestido con el sello de lo sagrado; a lo que se contestar, que en definitiva los

19
R. Bloch, op. cit., p. 23. Subrayado nuestro.
20
Ver tambin Suetonio, Vie des douze Csars, L. I. Csar, cap. LXXXI, Les Belles lettres, Pars, 1963.

64
campos de lo sagrado y de lo profano son tan elsticos y estn tan interpenetrados, que en todo momento

del anlisis se les encuentra unidos confusamente, por lo que esta separacin pierde en realidad todo

inters. La divisin sagrado/profano no es, pues, pertinente. Pero no se comprendera muy bien el inters

y la permanencia argumentativa de esta dicotoma en el discurso de la historia si slo fuese por una

simple facilidad de anlisis. De hecho, esta divisin metodolgica, muy necesaria, en apariencia, slo

est dirigida a introducirnos a una actitud psicolgica aterrorizante frente a esta situacin de la

perturbacin inducida por la aparicin del prodigio.21

Ciertos especialistas de la historia de las religiones tienden a caracterizar a Occidente (al contrario de

otras civilizaciones) por la separacin de lo sagrado y lo profano. Pero, si es posible sostener esto y no

sin ambigedad para los periodos del Occidente contemporneo, es evidente que este juicio no puede

prevalecer en lo absoluto para otras de sus etapas. Sera suficiente con hacer referencia a la Edad Media.

Tampoco resultara pertinente a fortiori para caracterizar otros sistemas religiosos. Existe entre lo

sagrado y lo profano una unidad fundamental que consiste en inventar el cosmos, lo que lo hace

inteligible. Entre aquello que engloba los supuestos campos de lo profano y de lo sagrado (Que es

necesario no confundir con una siempre posible especializacin social de una clase o de un grupo social

en la produccin ideolgica o religiosa) existe una total unidad. Pero lo que importa mostrar, gracias a

esta divisin, es el aspecto aterrorizante del prodigio:

Una regla constantemente certificada en las religiones ms diversas es la obligacin de los hombres de separar con
cuidado aquello que es sagrado de lo que es profano. El contacto con lo sagrado es altamente peligroso y crea una
mancha para la sociedad y el individuo. Por lo tanto, el prodigio es el fenmeno sagrado por excelencia, la irrupcin de
lo divino en el mundo de aqu abajo; es el escndalo y la mancha misma.., de donde brotan los ritos destinados a

21
Nos parece que se corneta aqu un errar metodolgico que proviene de la naturaleza de estas evidencias histricas
supuestamente demostradas y que abundan en el fundamento do las ciencias sociales. Si se tiende en nuestras sociedades
modernas a ver lo sagrado separado de lo profano, es slo por una ilusin, ante toda porque asimilamos lo sagrado slo a la
manifestacin de lo religioso e incluso considerando ste con una mirada despreciativa como hacia algo arcaico; pero si
tenemos en cuenta que las sociedades modernas tienden a desarrollar un sagrado, alrededor de una mstica de la ley, del
orden, del Estado, de la clase, de los logros personales, del dinero o de la Revolucin, cuyas manifestaciones conscientes o
inconscientes muestran la construccin de un nuevo sagrado que impregna todos nuestros actos cotidianos y reglamenta
nuestras relaciones con los dems; en este sentido, esta dicotoma metodolgica no es operativa y, al contrario, impide que
nos adentremos en el anlisis de las sociedades diferentes a la occidental, que, una vez ms, erige en normas metodolgicas
sus ilusiones justificativas.

65
eliminar la mancha y a calmar el sentimiento, el escalofro de horror sagrado que invade el alma del hombre frente al
signo tangible y temible de la intervencin de las fuerzas divinas 22

Los anlisis de Bloch sobre los presagios romanos o sobre el presagio en La Ilada se harn de este

mismo modo:

esto es conforme al valor primitivo del prodigio en la mentalidad latina: es el signo terrorfico de la clera de los
dioses, suscitando en el hombre un sentimiento de horror frente a la intervencin tangible de las fuerzas divinas23

Y nuestro autor agrega, llamando en su ayuda a la obra de Tito Livio y muchos otros autores clsicos:

Nos encontramos frente a una lista abundante y montona de fenmenos de todos los rdenes que los romanos
consideraron como escapando de las leyes de los fenmenos naturales, esto es, seguidos por una breve evocacin del
terror que suscitan24

A pesar de esta visin terrorfica del presagio, segn Bloch, podramos mostrar con los propios textos de

estos analistas rumanos Tito Livio, Tcito, entre otros que los prodigios no tienen siempre, ni han

tenido, este efecto aterrorizante. Por el contrario, insisten a menudo sobre el descuido de sus

contemporneos, aun sobre la presuncin de sus coetneos que los ignoran e incluso que les hacen tomar

presagios de desgracias por presagios de buena suerte.

Es evidente para nosotros que no es la multiplicacin de los prodigios lo que trae problemas al mundo

de los romanos, sino al revs: es el problema de la poca el que da origen a los prodigios, cuya

interpretacin apunta, entonces, no a establecer una reparacin sagrada formal, sino a restablecer la

paz social, para un retorno al orden, el del cosmos y el de los hombres. Y basta con seguir el discurso de

Cicern sobre los auspicios, para darse cuenta de que en ninguna parte transpira la mnima angustia

irracional de lo no explicado. Al contrario, en forma fra y metdica explicita para sus auditores, y para

nosotros, los mecanismos y fundamentos del mtodo de lectura auspicial.

22
R. Bloch, op. cit., p.71.
23
R. Bloch, op. cit., p.85.
24
Ibid., p. 86

66
Para Cicern, la importancia del signo pasado se posibilita y se constituye en el presente, inscribindolo

en un sistema de signos que reglamentan su posible conjuracin y lo proyecta en el futuro. No es pues

asombroso que las menciones de los prodigios crezcan al momento de las crisis polticas y sociales,

puesto que el porvenir parece amenazado. Pero si los hombres buscan en los prodigios signos tangibles

de los desrdenes y de su resolucin, es para enfrentarlos, para restablecer el orden fundamental en la

polis, por medio de la conjuracin religiosa y de la vigilancia poltica.

Un ejemplo de manipulacin
mediante el discurso histrico

Dos ejemplos particularmente significativos nos van a permitir comprender cmo el discurso histrico

no slo falsea, sino que tambin manipula los textos que pretende estudiar y explicitar.

El primero ser un ejemplo lexicogrfico en el que se ver al especialista obstinarse en probar una tesis

que la misma lexicografa ya ha rebasado. El segundo, para probar la misma tesis, nos induce a mostrar

cmo la interpretacin histrica de uno de los episodios ms citados de la historia antigua, la campaa

de Atenas contra Siracusa, utiliza y manipula sin vergenza los propios textos de Tucdides.

Los deslizamientos del sentido que hemos constatado en el discurso de Bloch son en particular evidentes

cuando trata de demostrar los mecanismos del prodigio griego. As, en el mundo de la magia de la

Hlade, mundo turbio, diverso, variado, l seleccion.. Y, como por azar, qu escogi?

Nuestro estudio apunta al anlisis de una norma de creencias adivinatorias de los antiguos, esencialmente el prodigio, tal
como apareca en la vida de los hombres y sembraba en un momento la perturbacin y el terror, lo cual conviene
analizar aqu25

Y nuestro autor agrega a continuacin:


Varios trminos en griego sirvieron para designar toda especie de presagios y se aplicaron tambin a los fenmenos
extremadamente raros y de apariencia prodigiosa; uno entre ellos suscita generalmente una impresin de choque, de terror;

25
R, Bloch, op. cit., p. 10.

67
un hecho contranatura. Pero incluso ste no tiene nicamente ese valor y pudo ser empleado a propsito de los signos
adivinatorios ms comunes...26

As pues, el estudio lexicolgico mismo no revela este aspecto terrible y angustioso que nuestro autor

contina considerando, a pesar de todo, como fundamental de los prodigios en general. Todo el campo

lexicolgico y semntico ordenado alrededor de la magia griega no muestra ese aspecto dramtico; a

veces, una sola palabra pudo tomar ese sentido; pero eso importa poco a nuestro investigador. Pues si

se sigue creyendo autorizado a seguir en ese discurso del terror es porque:

La conciencia inquieta de los pueblos ha sido siempre sorprendida por los fenmenos celestes, que les parecieron
emanar ms directamente de las divinidades, tambin situadas de manera ms o menos Vaga, en las Zonas
supraterrestres y expresar as, en forma ms clara, su voluntad.. 27

Cmo procede nuestro autor? En apariencia en forma lgica, cientficamente, enunciando hechos

en nombre del sistema significante y cientfico interno al discurso de la historia; pero ya no nos

engaar y vemos bien que el fundamento de su prctica histrica se sita, en sentido estricto, fuera de

la historia, en una interpretacin psicolgica que denominamos mentalidad primitiva. La introduccin

de trminos como inquieto, helado y similares tiene por funcin la de situar la toma de conciencia

(si se puede hablar aqu de conciencia) en el dominio del terror religioso, en el cual, segn el esquema

general de la mentalidad primitiva, se mueve constantemente el primitivo.

No negaremos la gran atencin que prestaron los antiguos a los fenmenos celestes, caldeos, mayas o

chinos, por ejemplo, y estaremos de acuerdo con Bloch cuando nos recuerda que, gracias a los textos de

la Antigedad, se ha podido:

Recalcular la fecha de eclipses pasados, Se confirm el relato de Herodoto. Muy clebres son las funestas consecuencias del
eclipse de Luna del 27 de agosto del 413 (antes de Cristo) que retras la retirada de las tropas atenienses de Siracusa y caus
su ruina. Micias, que decidi, ante el aviso de los adivinos, retardar la marcha de retirada, arrastr, por contragolpe, al
desastre a la expedicin siciliana.

26
Ibid., p. 17 y 18.
27
R. Bloch, op. cit., p. 18.

68
Y Tucdides apunt, con una frmula framente irnica: estaba demasiado atado a la observacin de los

signos divinos y a las cosas de ese tipo... 28

Recalcular, gracias a los testigos, Herodoto y Tucdides, la fecha de los eclipses es una cosa interesante

y parecera que el discurso de R. Bloch es del todo correcto; pero el episodio Micias es tan citado, tan

ejemplar, que nos dieron ganas de verlo ms de cerca. Nos dimos cuenta entonces de que esa

interpretacin histrica tambin manipula el texto de Tucdides e incluso lo falsifica. Veremos cmo.

Manipulacin y falsificacin: el caso Micias

Segn numerosos autores, el caso Micias podra resumirse de la siguiente forma: Micias comandaba

al ejrcito ateniense que puso sitio a Siracusa; bajo la imposibilidad de tomarla, se obstin en

permanecer ms de un mes frente a los muros de la ciudad porque la interpretacin de los adivinos de un

eclipse de Luna le prohibi batirse en retirada antes de tres veces nueve das. Santurrn y muy crdulo,

su decisin trajo como consecuencia el desastre para el ejrcito ateniense.

Pero, si no nos satisface este resumen clsico, siempre encargado de introducir una leccin moral, ms

bien laica, en contra del fanatismo religioso, y si nos remitimos al texto de Tucdides, nos daremos

cuenta de que este relato es mucho ms complejo de lo que nos presenta el resumen clsico y explica

mucho mejor la decisin de Micias.

Analizando con detenimiento una compleja relacin de fuerzas, estratgicas, polticas y militares, que el

mismo Tucdides nos presenta con claridad, se puede entonces comprender por qu Micias no toma la

decisin de la retirada, no slo como resultado de la interpretacin del eclipse de Luna (aunque, en

28
Ibid., p. 20.

69
efecto, haya declarado que se rehusaba deliberadamente a partir antes de que hubieran transcurrido tres

veces nueve das,29 sino ms bien por todo un conjunto de razones importantes.

La decisin de Micias de no retirarse no es nada nueva y no est supeditada a la interpretacin del

eclipse de Luna que llega en el texto de Tucdides bastante tiempo despus de tomada tal decisin:

Los estratos atenienses, viendo que el enemigo dispona de nuevos refuerzos y que la situacin en general
empeoraba cada da, sobre todo por el agotamiento que reduca a los hombres, lamentaban no haber
partido antes. Midas, no ofreciendo ms oposicin, pidi slo que se evitara tomar esta decisin frente a
todos. En consecuencia, se anunci a todo el ejrcito, de una forma tambin discreta, que posiblemente se
aproximara la partida todo estaba prevenido: partiran cuando se produjera un eclipse de Luna. La
mayor parte de los atenienses, llenos do escrpulos, suplicaron a los generales suspender la partida.30

Lo que se debe ver bien aqu es que Micias no comandaba solo al ejrcito ateniense y que el texto indica

con claridad que es la mayora de los soldados quien demandaba suspender la partida. Micias es

estratega y, en funcin de las motivaciones estratgicas, estar de acuerdo en suspender la partida:

Micias no neg la triste situacin de los atenienses, pero no quiso proclamarla, ni que un voto abiertamente
emitido por los estrategas para la partida del ejrcito llegara a odos del enemigo: al momento en que se
quisiera actuar, estara mucho menos asegurado el secreto31

Adems, la situacin del enemigo, que l conoca mejor que sus colegas, tena todas las oportunidades de ser
an ms crtica que la suya, si se continuaba el sitio[ ] En fin, haba en Siracusa una fraccin que quera
entregar la ciudad, ya haban ofrecido a Midas repetidamente su ayuda y desaconsejaban la partida.32

Pero el estratega Micias, agrega Tucdides, tiene todava otras razones para no proceder a dar la seal de

retirada, que son razones personales muy vlidas:

l saba muy bien que los atenienses desaprobaran esta retirada si no daban esta orden ellos mismos... Ms
an, en el ejrcito haba un buen nmero de soldados, incluso es probable que la mayora, que protestaba
sobre su situacin lamentable; pero una vez all (en Atenas), acusaran al estratega de venalidad a propsito
de su partida [...Como l estaba al tanto del carcter ateniense, no quiso perecer bajo el golpe de una
acusacin ignominiosa de sus conciudadanos. Mejor prefera morir a manos de sus enemigos, si era
necesario ofrecindose l mismo a la muerte33

29
Tucdides, Guerra del Peloponeso: LVII, cap. L, Garnier Flamarion, Ed. Gallimard, Pars, 1966, p. 183,
30
Ibid., LVII, cap. L, p. 182.
31
Ibid., LVII, cap, XLVIII. p.180.
32
Tucdides, op. cit. LVII, cap. XLIX, p. 181.
33
Tucdides, op. cit. L VII, cap. XLVIII, p. 181.

70
Tucdides presenta tantos detalles de esta desgraciada expedicin que casi podra rehacerse hoy su

desarrollo estratgico, permitiendo percibir muy bien el carcter engaoso de una interpretacin que

hace de la interpretacin de un eclipse de Luna una pieza maestra del desarrollo estratgico y tctico.

Desde luego, se puede considerar esta interpretacin del eclipse como uno de los elementos simblicos

que juegan un papel nada despreciable en la estrategia de la decisin de esta poca (porque ello permiti

a Midas, en caso extremo, imponer sus puntos de vista, precisamente porque exista un amplio consenso

al respecto). Pero jams podra considerarse como uno de los elementos fundamentales de la elaboracin

estratgica del soldado ateniense. Concluyendo con la revisin de este caso Micias, no dudaremos en

afirmar que esta tradicin que hace de Micias un santurrn y un primitivo es una autntica falsificacin

de los textos y que sta no es posible sino porque atribuye al presagio griego o latino un carcter de

terror; y que, incluso, este carcter dramtico y angustiante no es creble sino porque presupone en

ciertos grupos o culturas una actitud primitiva frente a lo sagrado, frente a los dioses; actitud de

angustia ante el porvenir y la voluntad desconocida y caprichosa de la divinidad.

Una doble actitud de comprensin del mundo

Veamos este texto de Raymond Bloch:

Como quiera que sea, uno se queda impresionado por la importancia que revisti en la poca precientfica y
por la importancia que reviste an en ciertas capas sociales, la cantidad de prcticas adivinatorias por las
cuales los antiguos pretendieron, por el anlisis de fenmenos perfectamente naturales, desgarrar el velo del
porvenir. La explicacin reside en una suerte de necesidad profunda y constante de la naturaleza humana (lo
mismo si esta necesidad es condenada al fracaso) para rebasar sus propios lmites y para conocer ms sobre
su propio destino, Se trata aqu de una aspiracin sentimental y de la creencia en que la adivinacin ha sido
siempre extraordinariamente avivada por las crisis y los terrones34

34
R. Bloch, op. cit., p. 6.

71
Fuera de una incomprensin del fundamento mismo del fenmeno, observamos aqu el empleo de un

vocabulario de tipo psicolgico, o etnopsicolgico, que corresponde a la construccin de una

explicacin de tipo dualista. Pero ese vocabulario psicologizante no se aplica, notamos, sino a ciertos

individuos, a ciertas capas sociales; otras evitan esta actitud primitiva frente al porvenir, frente a los

fenmenos naturales. No ser un azar si distingue en ciertos individuos de abajo una actitud arcaica y

tradicionalista frente a los signos religiosos, opuestos a una actitud cientfica de la elite social, siendo

ella la nica dotada de una razn plena y soberana.

Terminamos con esta idea de la angustia que vino a llenar una actitud religiosa primitiva frente al

prodigio, puesto que el mismo Raymond Bloch escribe:

para los romanos se ver que ellos fueron bastante supersticiosos para ver aparecer constantemente a su
alrededor prodigios; pero tambin bastante pragmticos para organizar slidamente los ciclos rituales
destinndolos a confirmar las promesas y a alejar las amenazas35

Por qu obstinarse, desde entonces, en considerar las prcticas romanas como respuestas angustiadas

frente al destino del hombre y el riesgo por venir? De hecho, la angustia no tiene lugar para

desarrollarse, puesto que el hombre tiene una respuesta a ese esquema de la perturbacin. Y si nada es

signo en s y por s, es la lectura del prodigio natural y su transformacin en signos lo que acompaa de

modo automtico a un modelo de accin que, ya sea prolongue el signo o est a cargo de conjurarlo. La

conjuracin es necesaria y siempre posible, justamente por no dejar lugar al vaco, a lo desconocido, de

donde podra nacer la angustia. No hay vaco, pues el cosmos est lleno: sacrificios propiciatorios,

conjuraciones diversas, chivos expiatorios, etc., estn encargados de restablecer el orden csmico por un

momento trastornado en sus mltiples dimensiones solidarias: orden de los dioses, orden de los

hombres, orden de la naturaleza.

35
R, Bloch, op. cit., p. 7.

72
Hemos ya afirmado que el discurso de la historia tiende a mostrarnos en la prctica dos sistemas de

pensamiento, dos sistemas de construccin y de comprensin del mundo: el espritu cientfico contra el

espritu mgico, que pretende heterogneos el uno al otro y en total oposicin. Veamos cmo funciona

esta metodologa en otro ejemplo tomado de la poca que aqu nos ocupa.

En su libro, La vie quotidienne au temps de Pricls, Flacelire escribe:

un Pericles, un Tucdides, aunque se conformaban probablemente a los ritos cvicos y familiares, parecan
no tener ms que una fe muy relativa en la eficacia de las ceremonias religiosas e incluso menos en la de las
prcticas supersticiosas y en la verdad de los orculos.., pero hombres mucho ms representativos del
ateniense medio, como Micias, un escritor como Jenofonte, estaban animados por una piedad que se
acercaba a la supersticin.36

Otra vez nos encontramos frente a estas actitudes diferenciales ante lo religioso. Es revelador, por

ejemplo, que Pericles, considerado como un gran genio de la humanidad (recordemos el llamado Siglo

de Pericles) o Tucdides, el gran historiador, sean racionalistas, escpticos, etc. En este grupo de

personajes selectos se encuentran todos los grandes hombres que hicieron o marcaron la historia de su

tiempo. Adems, esta distincin sutil entre los ritos familiares y cvicos opuesta a las supersticiones

es revelador del lugar desde donde hablan estos historiadores: lo hacen desde la ideologa burguesa, la

ms clsica (trabajo, familia, patria).

Bien, es evidente, nuestros dos hroes debieron no slo someterse con respeto, sino adherirse

plenamente a los ritos familiares y cvicos. De otra forma, cmo podran ser grandes hombres si no

empiezan por ser buenos ciudadanos teniendo sumo respeto a las tradiciones familiares, pilares del

orden en la polis? En cuanto al ateniense medio, supersticioso y mocho, es estratega y escribano,

poniendo tan alto la vara de la razn y de la reflexin, que el seor Flacelire se arriesga a obtener una

elite pensante bastante reducida.

Pero ciertos individuos piensan diferente. R. Bloch persiste:

36
R. Flacelire, La vie quotidienne au temps de Pricls, Hachette, Paris, 1964.

73
Los fenmenos celestes, considerados como divinos por una muchedumbre poco permeable a la explicacin
cientfica los eclipses solares y lunares llamaron tempranamente la atencin de sabios como Anaxmenes o
Anaximandro quienes determinaron su verdadera causa, pero los pueblos no abandonaron, sin embargo, las
viejas creencias 37

Habra pues, en accin, dos sistemas de pensamiento que se excluiran mutuamente en la interpretacin

de los fenmenos: uno que sera culto/cientfico/razonable; el otro, mgico/popular/primitivo. No es

necesario ser gran genio para entender con claridad los comentarios y deducciones que podran hacerse

de esta dualidad, con el objeto de legitimar el orden social existente. Aqu se vislumbra en accin la

teora del progreso permanente, de la bsqueda cientfica desde la aurora de la humanidad por parte de

una elite. Y tambin su corolario: una teora clasista e incluso racista de la no inteligencia o de la

racionalidad inferior de las masas populares que frenan el progreso, aferradas a sus supersticiones. Ni

hablar de los otros primitivos quienes, en general, no entienden el papel de las elites coloniales o

neocoloniales en la marcha del progreso de la humanidad.

Pero lo ms importante, ms all de una incomprensin fundamental del fenmeno y de su

imposibilidad de explicarnos el funcionamiento del saber antiguo, otra vez se trata aqu de distorsionar

los textos para establecer ese tipo de discurso, pues los textos que han sobrevivido, y que poseemos, se

oponen de modo tajante a esta drstica divisin.

El carnero de Pericles

As, en la Vida de Pericles, Plutarco nos informa de la historia de un extrao carnero:

Cuntase que trajeron una vez a Percles la cabeza de un carnero que no tena ms que un solo cuerno, y que
Lampn, el adivino, luego de que vio el cuerno fuerte y firme que sala de la mitad de la frente, pronunci
que, siendo dos los bandos que dominaban en la ciudad, el de Percles y el de Tucdides, e1 mando y
superioridad seria de aquel en el que se verificase el prodigio, pero Anaxgoras, abriendo la cabeza hizo ver

37
R. Bloch, op. cit., p. 29.

74
que el cerebro del borrego no llenaba toda la cavidad, sino que formaba punta como huevo, yendo en
disminucin por toda aquella hasta el punto en que la raz del cuerno tomaba principio.
Por lo pronto, Anaxgoras fue muy admirado por os que se hallaron presentes; pero de all a poco lo fue
tambin Lampn, cuando, desvanecido el poder de Tucdides, recay en Percles todo el manejo de los
negocios pblicos.38

Y Plutarco recuerda la moralidad de la historia:

Mas a lo que entiendo, ninguna oposicin o inconveniente hay en que acertasen el fsico y el adivino, y que
atinase aquel con la causa y ste con el fin; siendo de la incumbencia del uno el examinar de dnde y cmo
provena, y de la del otro, pronosticar a qu se diriga y qu significaba.39

As coexisten los dos sistemas y no es el saber cmo funciona un eclipse o las leyes que los rigen lo

que impide al individuo pensante buscar el porqu del eclipse, considerando la influencia particular que

pudo recibir un nio nacido bajo esta coyuntura. No hay exclusin de los dos sistemas, el uno que sera

cientfico y el otro mgico. De hecho, no es sino una sola la bsqueda del conocimiento tras la

comprensin del universo en esa poca. Querer introducir un sistema dual, en el caso que nos ocupa, es

negar y desnaturalizar el conocimiento y la comprensin de esos fenmenos.40

No se trata aqu de negar o de exagerar la importancia del presagio en la religin romana, griega o

etrusca, sino de saber cmo funciona el sistema general de referencia, qu papel juega en el sistema

religioso como explicacin del mundo considerado. No se trata de alterar de tal manera los textos, cuya

manipulacin es desde hace siglos ya muy probable, como la aparente pequea reflexin de Tucdides:

crey demasiado a propsito de Micias. Esta pequea frase parece contradecir la decena de pginas

que la rodean y que explicaron las diversas motivaciones del estratega. Pequea frase que pudo ser

38
Plutarque. Vie des hommes illustres; vie de Pricls, cap. IX, Gallimard, Pars.
39
Plutarque, op. cit., cap. X
40
Claude Lvi-Strauss escribe (en su Antropologa estructural, Plon, Pars, p. 255): Un hacha de hierro no es superior a un
hacha de piedra porque la primera estuviera mejor hecha que la otra. Ambas estn bien hechas, pero el hierro no es la misma
cosa que la piedra. Pudo ser que descubriramos que la misma lgica est en obra y en el pensamiento mtico y en el
pensamiento cientfico y que el hombre siempre ha pensado bien. El progreso, si es que ese trmino an puede aplicarse, no
habra tenido la conciencia para teatro, sino el mundo, donde una humanidad dotada de facultades constantes, en el curso de
su larga historia, se ha encontrado continuamente enfrentado a la conquista de nuevos objetos.

75
agregada histricamente ms tarde con el fin de demostrar la falsedad de esas creencias paganas o

irracionales.

Los fenmenos naturales o la aparente ruptura de sus cursos y regularidades no adquieren ningn valor

en s mismos, no adquieren sentido sino por su reconocimiento, por una mirada humana, es decir, por su

posible integracin en un sistema de sentidos que los acaba y los construye en definitiva como signos.

Tienen existencia slo por el reporte de la lectura que posibilitan. As, la ambigedad del signo es

constante: como en las guerras civiles que desgarran peridicamente la vida poltica romana. La lectura

se hace en cada campo; generalmente el xito, el carcter errneo y nefasto de tal o cual lectura ser

posterior.

La posibilidad de existencia del presagio, del prodigio o del milagro radica en establecer una relacin

con el orden del Cosmos, que puede llamarse la naturaleza, la armona, Dios... siendo Dios slo una

forma de explicacin del mundo, aun cuando para Occidente ser la fundamental, exclusiva de todas las

otras.

Cuando se niega la posibilidad de comprender el prodigio por una explicacin dicotmica ciencia-

magia, no se trata slo de rechazar una ficcin histrica, una falsa construccin del discurso de la

historia, sino tambin de introducirnos a las reglas que precedieron al establecimiento de las grandes

sistematizaciones de la ciencia de los auspicios. Incluso, esta lgica del auspicio no se distingue de la

que obra en los procedimientos y en el establecimiento de la ciencia romana, tal como podemos

encontrarla en un erudito como Sneca y cuyo modelo permanecer casi sin cambios durante toda la

Edad Media e incluso hasta el siglo XVII.

Habiendo descartado un cierto nmero de falsos discursos sobre el signo en la religin antigua,

podremos estudiar ahora algunas grandes sistemticas de prodigios, teniendo cuidado en escoger los ms

reiterativos de los textos medievales y los que pensamos pudieron haber dado origen a la presencia de

los presagios en los textos indgenas de la Conquista.


76
Tercera vuelta

SIGNOS Y MANIFESTACIONES NATURALES

Donde nuestro autor muestra que los presagios indios son quiz
occidentales y que los signos anunciaban la ruina de Tenochtitlan, Nueva
Jerusaln.

Relmpagos

Estos son los nombres con los que Caecina designa a los relmpagos, segn Sneca:

Los postulatorios, que exigen que se regrese sobre los sacrificios omitidos o hechos contrariamente a los ritos.
Los monitorios, que informan de lo que hay que desconfiar.
Los pestilentes, que anuncian la muerte o el exilio.
Los falaces, que hacen el mal bajo la apariencia del bien.
Los dentellados, que hacen creer un peligro cuando no lo hay.
Los destructivos, que anulan las amenazas de los rayos precedentes.
Los reales, que caen sobre un pueblo, sobre su foro, su comicio o la sede de su gobierno; son para esta ciudad una
amenaza de monarqua.
Los infernales, que hacen surgir su fuego de la tierra.
Los hospitalarios, que obligan o, para emplear el lenguaje ms corts de esta escuela, solicitan a Jpiter venir a
nuestros sacrificios para que, invitado, no se enfurezca, pues se asegura que su venida hace correr grandes riesgos a sus
huspedes.
1
Los auxiliares, que han sido solicitados, pero ellos vienen para la buenaventura de aquellos que los llamaron

El estudio que sigue puede parecer, a primera vista, superfluo y redundante, pero, si pensamos que

tiene lugar aqu, es porque lo incluimos con esta doble finalidad de convencer al lector de:

1. Que estamos en presencia de un sistema general y coherente de desciframiento y de explicacin


del universo, y no de prcticas mgicas o de simblicas primitivas. Este mismo sistema perdur e
incluso se perfeccion durante la Edad Media, cohabitando durante siglos, sin problema, con el mito
general cristiano.
2. Aquello a lo que corresponde esta voluntad de desciframiento del sentido del mundo.

1
Sneque. Questions naturelles, t. 1, Les Belles Lettres. Pars, 1961, p. 95

77
Recogiendo as los elementos naturales y los fenmenos fsicos en los cuales se inscriben los presagios,

intentaremos ver cmo los organiza la ciencia de los auspicios romanos.

Veremos, pues, sucesivamente:

1. rayos y truenos
2. rayos, prodigio y espanto
3. la inteligibilidad de los cometas
4. fenmenos atmosfricos
5. las aguas terrestres
6. los nacimientos monstruosos
7. ruidos, voces y mensajes auditivos

Rayos y truenos

El carcter sbito y la fuerza destructora del rayo lo vuelve, muy a menudo, un elemento central, vector

intermediario de la relacin entre el hombre y sus dioses. Por eso no es asombroso que la Hlade haya

conocido y practicado la interpretacin de los rayos. De esta manera, podemos leer en un prrafo de la

Ilada:

Porque yo lo afirmo, l ha inclinado su cabeza, el muy apasionado hijo de Cronos, el da en que sobre las rpidas naves
han partido los argonautas hacia los troyanos, llevando el homicidio y la muerte. El arroj un relmpago a nuestra
derecha, signo revelador de nuestro destino. Que nadie se apresure a regresar a casa antes de haber dormido con la mujer
2
de un troyano y vengado la partida y los lamentos de Helena.

Pero la tradicin histrica nos reporta que fueron los etruscos quienes organizaron y codificaron las

interpretaciones de los rayos, a tal punto que hemos sealado el clebre calendario de Lydus, que daba

la interpretacin de los rayos para cada da del ao y en funcin de un cierto nmero de caractersticas

de lugar y de forma.

El rayo apareca cargado de sentidos en particular cuando golpeaba los objetos o lugares a los que se

asocia un aura sagrada, como un templo, una estatua, un altar, etctera.

2
Homre, Ilade, cap, III, Garnier, Pars, 1960, p. 29.

78
Numerosos textos latinos nos reportan tales acontecimientos. Tcito recuerda que: El prncipe (Nern),

ante una respuesta de los auspicios, hizo purificar la ciudad, porque el rayo haba cado sobre el templo

de Minerva y Jpiter.3

Este hecho se reproducir en numerosas ocasiones, como seala Raymond Bloch:

En 65 antes de J. C bajo el consulado de Cotta y Torcuato, los auspicios que hicieron venir de toda Etruria para
interpretar los rayos cados en numerosas ocasiones sobre los objetos sagrados del Capitolio, dieron la siguiente
respuesta: dijeron que las masacres y los incendios estaban cerca y el fin del orden legal y la guerra civil en el centro de
la ciudad, preludio a la ruina total de Roma y del Imperio si no se apaciguaba rpidamente y a toda costa a los dioses
inmortales, cuya intervencin disminuira quiz las funestas decisiones del destino.4

Rayo, prodigio y espanto

Es evidente que el rayo es peligroso por sus efectos fsicos y Sneca, en su libro Los rayos y los truenos,

nos recuerda el verso de Ovidio: ...y los truenos espantaron a los corazones humanos.5 Pero no

debemos entender estas palabras de Ovidio en boca de Sneca como la prueba de la asimilacin

paralizante que hace R. Bloch:

Rayo = Prodigio = Espanto

Pues si bien Sneca escribe: Cuando ha estallado, los hombres caen a tierra y se mueren, otros

conservan la vida, pero quedan aturdidos y pierden toda conciencia constatando la fuerza y la

violencia del rayo, su captulo sobre el rayo es mucho ms complejo y elaborado. Trata por separado:

1. los fenmenos fsicos del rayo


2. el aspecto maravilloso y formidable del rayo
3. el aspecto significativo del rayo

3
Tcite, Annales, XIII, 4, Garnier, Paris, 1960, p. 353
4
R. Bloch, op. cit., p. 54.
5
Snque, op. cit., L. 1, p. 55.

79
Esta no es una divisin arbitraria propuesta por Sneca. Al contrario, plantea el problema de enlazar los

diferentes aspectos, esbozando respuestas a cuestiones tan importantes como la libertad del hombre y el

destino, o como la de la Providencia. As, escribi:

Los efectos del rayo, si se les ve bien y con cuidado, son sorprendentes; no permiten dudar de que haya en l una sutil y
maravillosa fuerza. Las monedas de plata que se funden en los cofres que permanecen intactos e indemnes, una espada
se lica mientras que la funda no es daada.6

Pero agrega otra reflexin en la que analiza las propiedades profticas del rayo:

Qu decir de la propiedad que los relmpagos tienen de anunciar e1 porvenir? Los signos que proporciona no
conciernen solamente a uno o dos acontecimientos, revelan a menudo lo que ser una larga serie de destinos
consecutivos y esto con la ayuda de indicios manifiestos, mucho ms claros que si hubieran estado escritos 7

Las reflexiones que introduce despus son particularmente interesantes pues recuerdan las diferencias

que hay entre l y los etruscos cuando analiza los rayos:

Entre los etruscos, los hombres ms hbiles en el arte de interpretar los relmpagos, y nosotros existe la diferencia siguiente.
Nosotros pensamos que el rayo es lanzado porque hay una colisin de nubes; ellos, que la colisin se produce para que el
rayo fuese lanzado. Refiriendo todas las cosas a la divinidad, ellos estn convencidos no de que los rayos proporcionan
signos porque son producidos, sino que se produjeron porque tienen algo que significar.8

Para Sneca no se trata de una diferencia de calidad. La que se da entre l y la tradicin etrusca no est

entre prctica primitiva y ciencia. El razonamiento es diferente porque el objetivo que se propone la

reflexin tambin es diferente; la toma en consideracin de esta diferencia no lo conduce en ningn

momento a poner en duda la tradicin de los etruscos. Al contrario, termina la exposicin de estas

diferencias precisando que no tienen casi ninguna influencia sobre el registro del fenmeno, como lo

aclara perfectamente escribiendo: Que el anuncio en cuestin sea su meta o su consecuencia, ellos se

manifiestan, sin embargo, de la misma forma.9

El desarrollo del libro de los rayos muestra bien, no obstante su carcter de poder destructivo y

maravilloso, que el rayo no tiene siempre el aspecto terrorfico que se le ha concedido. Y Sneca

recuerda otra vez las teoras de Caecina:


6
Ibid., L. I, XXXII, p. 81.
7
Ibid., L. I, XXXII, p. 82.
8
Ibid., L, 1, XXXII, p, 82.
9
Idem.

80
Hay tres clases de rayos, uno es consejero, el otro de autoridad, el tercero es neutro.
El rayo es consejero cuando estalla antes del acto, pero despus de que haya habido intencin de actuar: un flechazo va a
aconsejar o disuadir a los hombres que se proponen cualquier accin.
Es de autoridad si se produjo despus de la cosa hecha, anunciando sus consecuencias felices o desgraciadas.
Es neutro cuando sobreviene mientras que las personas estn tranquilas y no hacen ni se proponen hacer algo; amenaza,
promete o advierte; se limita a prevenir un peligro amenazante, un incendio, por ejemplo, un dao infligido por nuestro
prjimo, un complot de nuestros esclavos.10

En todo esto, dnde est el horror sagrado? Tal vez convenga aqu recordar con Plinio que la ciencia de

los etruscos conoca nueve dioses que disponan del rayo (a ms de Jpiter, Juno, Minerva, Marte,

Vulcano, Saturno), y enumeraba once variedades de rayos. Jpiter lanzaba slo tres por su propia

voluntad. As contina Sneca:

El primero proporciona avisos bienhechores y, para enviarlos, Jpiter no toma consejos sino de s mismo. Es verdad que
l lanza tambin el segundo flechazo, pero lo dispara con la opinin de su Consejo, pues se hace asistir por doce dioses.
Este rayo puede producir a veces, un efecto feliz, pero an entonces causa perjuicio y los servicios que presta no son
gratuitos.
Es entonces cuando enva el tercer flechazo, pero no lo hace sino despus de haber convocado a aquellos que los
etruscos llaman dioses superiores y velados.
Este flechazo devasta, en efecto, los objetos que golpea; en todo caso, no deja jams tal cual las condiciones de la vida
privada y de la vida pblica, pues el fuego no permite que nada permanezca como era antes... 11

Y ms adelante agregar:

Por qu pues el rayo enviado por Jpiter solo es clemente y por qu es destructor cuando lo lanza despus de haber
deliberado y escuchado el consejo de otros dioses? Porque Jpiter es rey; conviene que su poder sea benfico cuando
acta solo y que no dae sino con la opinin conforme de muchos asesores.12

Alcance proftico del rayo

Despus de haber recordado el sistema de lectura de Caecina, Sneca recuerda el sistema de

interpretacin de Atalo, un eminente estoico:

Ciertos truenos, dijo l, anuncian lo que nos concierne o que respecta a los dems, o no presagian nada o son signos de
algo cuya interpretacin no est a nuestro alcance.
Los truenos significativos son favorables o contrarios, o mixtos o indiferentes.
Los malos, que anuncian los signos contrarios, o son inevitables o pueden ser apartados, atenuados o diferidos. Los
signos favorables presagian los bienes que son durables o pasajeros. Mezclados aportan, a la vez, el bien y el mal o
transforman el mal en bien y recprocamente.
Indiferentes, anuncian una empresa para la cual no tenemos motivo, ni de espantarnos ni de alegrarnos; un viaje al
extranjero, por ejemplo, que no despierta en nosotros ni temor ni esperanza...13

10
Ibid. L. I, XXXIX, p. 88.
11
Ibid., L. I. XLI, p. 91.
12
Ibid., L. I, L, p. 96.
13
Ibid., L. I, L, p. 95

81
Pero, se lamenta Sneca, a pesar de toda esta sistematizacin, sectores inmensos de los rayos quedan

inscritos en la ambigedad, en el no-sentido, como los signos cuyo conocimiento se nos escapa: aquellos

que caen en el mar abierto o en el desierto solitario, cuya significacin para nosotros es nula o est

perdida.

Si Sneca trata a veces de marcar los lmites de las interpretaciones de la adivinacin de los rayos,

debidos a la ignorancia y a los lmites del conocimiento humano, tal intento no trae consigo, de ningn

modo, un cuestionamiento de la explicacin misma ni de la coherencia del sistema de interpretacin.

Como podemos constatarlo en lo que venimos reportando, el sistema de la interpretacin de los rayos no

es un sistema simplista, cerrado y estereotipado, sino, al contrario, de interpretacin extremadamente

rico, pues deja lugar a una interpretacin infinita; sistema que, por lo tanto, admite la evolucin y la

integracin de nuevas interpretaciones al corpus ya infinito de respuestas posibles.

Esta posibilidad de perfeccionamiento es resultado lgico y directo de la explicacin del mundo que

sirvi de fundamento al sistema completo y que

Sneca resume as:

Todo lo que pasa es el signo de alguna cosa que suceder. No se podra adivinar nada de hechos que se presentaran al
azar, sin regla y sin razn. Que una cosa forme parte de una serie, es por lo tanto materia de prediccin 14

As, tomando el ejemplo de la adivinacin por las aves, escribe:

Pero de dnde viene que el privilegio de presagiar grandes acontecimientos haya sido dado al guila, al cuervo, a un
muy pequeo nmero de aves y que los graznidos de todas las dems no sean profticos? Esto es porque no se ha hecho
entrar a stas en la ciencia augural y algunas, incluso, no podrn ser integradas porque tenemos con esos voltiles
relaciones demasiado lejanas. Porque no hay animal cuyos movimientos y encuentros no prodigan algo. Naturalmente,
slo algunos son notados por nosotros y no por todos. Por lo tanto, un auspicio depende del observador: concierne slo a
quien haya dirigido su atencin hacia ese lado. Pero los signos inadvertidos no dejan de ser signos. Los caldeos han
observado las influencias de cinco planetas. Piense usted, pues, si no, cuntos millares de estrellas brillan
intilmente? 15

14
Ibid., L. I, XXXII, p, 82.
15
Ibid., L. I, XXXII, 5-7, p. 83.

82
Estamos conscientes de haber sido un poco extensos en este desarrollo e incluso de haber abusado de las

citas. De hecho, este extenso apartado nos pareci indispensable para demostrar, con un ejemplo

preciso, lo que el discurso de la Historia sobre el signo/presagio tiene de errneo. Esperamos haber

demostrado en este desarrollo sobre los rayos, el carcter tendencioso de la interpretacin del

rayo/relmpago/trueno como un fenmeno espantoso y terrible que paraliza a las masas populares y les

empuja hacia supersticiones vanas y ridculas; y que el presagio, en general, no implica siempre, sino

ms bien raramente, este horror sagrado, este escalofro de terror frente a lo desconocido.

De igual modo esperamos haber demostrado que ni Cicern ni Sneca se plantearon jams una

oposicin fundamental de mtodo que opusiera ciencia a magia, razn a prctica primitiva del auspicio.

Adems, tanto los conceptos de Sneca como las prcticas de la tradicin etrusca nos ensearon que el

conocimiento generado por los auspicios es una autntica bsqueda del sentido en un mundo cambiante.

Pero no tenemos que olvidar que, en este punto, el sentido, como la explicacin general, precede

siempre a la bsqueda del sentido del signo como momento particular y original. De esta forma, no

podr haber angustia: el sentido siempre est preexistente, oculto; basta pues con descubrirlo; de ah la

importancia en verdad excepcional de las prcticas adivinatorias. No hay jams creacin del mundo por

un sujeto individual pensante. El individuo, en el acto de conocimiento, busca integrarse, en el mejor de

los casos, al sentido del mundo, a ese que l cree descubrir y en el que intenta fundirse. Tambin as se

explica por qu los signos se multiplican cuando el orden del mundo parece trastornado, cuando la paz

cvica parece amenazada o cuando individuos criminales cometen sacrilegios amenazando la ruptura del

equilibrio precario alcanzado en las relaciones con los dioses.

El conocimiento es la bsqueda del sentido oculto del porvenir del mundo. La filiacin de ese punto de

vista con la construccin cristiana medievales evidente.

83
La inteligibilidad de los cometas

Cuando ocurre un cambio o una aparicin inslita, la gente observa, se plantea preguntas, llama la
atencin de los dems. Tan nos es natural admirar primero lo nuevo que lo grande. Esto es lo que
sucede con los cometas. Si uno de estos fuegos, escasos e inslitos por su forma, aparece en el cielo,
todos quieren saber qu es, olvidando los otros cuerpos celestes, interesndose slo por el intruso,
ignorando si se le debe temer o admirar.
La asamblea de los astros, que proporciona belleza al inmenso firmamento, no llama la atencin de la
muchedumbre; slo cuando se produce un cambio en el orden del universo, todas las miradas se
dirigen hacia el cielo...16

As habla Sneca en su libro Los cometas despus de haberlo introducido en estos trminos: Nadie,

por indolente, obtuso, doblegado hacia la tierra que sea, se eleva con todo su pensamiento hacia las

cosas divinas, sino hasta que un fenmeno nuevo haya brillado en los cielos.

As, nos encontramos aqu formulando el gran principio del prodigio, que consiste en una introduccin

al conocimiento, el ms alto, aquel de las cosas divinas. Y, si todo en el universo es signo, qu se debe

pensar de estos cometas que parecen perturbar el orden inmutable del cosmos?

Sneca reconoce que el estudio de los cometas no ha sido cientfico hasta ese momento y esto se

traduce por una cierta confusin en sus explicaciones, porque se da cuenta de que, en ese contexto, le

falta mucha informacin para hacer deducciones sistemticas:

Seria pues indispensable para esta investigacin tener el catlogo de todos los cometas que han aparecido en
el pasado. No es todava posible, a causa de su rareza, conocer su trayectoria, ni saber si su retorno es
peridico y si un orden determinado les hace volver en un da fijo. La observacin de estos fenmenos
celestes no es antigua; se introdujo recientemente en Grecia.
Eudoxio, quien fue el primero en traer de Egipto a Grecia el conocimiento de los movimientos planetarios,
no dijo, no obstante, nada de los cometas: es pues evidente que los egipcios, que se interesaron ms que otros
pueblos en las cosas del cielo, tampoco haban trabajado esta parte de la astronoma. Ms tarde, Conon, que
tambin fue un observador muy atento, ha catalogado los eclipses de Sol notados por los egipcios y no
menciona los cometas, lo cual no hubiera omitido si se hubieran encontrado informaciones en casa de un
pueblo que haca observaciones exactas al respecto17

16
Ibid. L. V, I. p. 301
17
Ibd., L, V, III, p. 303.

84
Pero en sentido contrario, Sneca constata: Que Apolonio asegura que los caldeos clasifican los

cometas entre los planetas y que ellos han determinado sus rbitas. 18

Esta es la hiptesis que l va a utilizar puesto que declara:

Los cometas se desplazan tranquilamente a tal punto que se puede medir el espacio que han recorrido en un
da y una noche... su marcha no es ni confusa ni desordenada; no se tiene el derecho de creer que ellos
obedecen a causas desordenadas e inconstantes. Vemos a los cometas mezclarse con las estrellas y circular
en lo ms alto de los cielos.19

Sneca certifica que la observacin de los cometas tampoco ha sido desarrollada entre los romanos. Uno

de los ms antiguos astrnomos parece ser un cierto Sulpicio Gallo, del siglo II A. C.. Al considerar la

naturaleza ambigua de los cometas, su reflexin lo lleva hacia dos ejes de investigacin. Por una parte,

lucha contra la idea de que se trata de un fenmeno puramente atmosfrico; por la otra, muestra que los

cometas se inscriben en el sistema de los planetas.

Incluir a los cometas en el conjunto de los planetas no es hacer buena ciencia, mostrar su naturaleza

verdadera, sino y esto es lo fundamental para Sneca dar sentido a los cometas, incluyndolos en

un sistema de sentido que se origina en la armona y en el orden del movimiento de los planetas.

Recordando lo que nos ha sido sealado por Cicern, retomando a Cleantes; esto es, que esa

regularidad, ese orden de los planetas, es una de las pruebas de la existencia de Dios, de los dioses.

Sneca prosigue con un cierto nmero de datos sobre las descripciones de los cometas:

Es verdad que los griegos han distinguido tres clases de cometas; en unos, la flama cuelga como una barba;
en otros, se ha repartido alrededor, como una cabellera; en una tercera categora emerge tambin un fuego,
pero ste se alarga en punta. Todos, sin embargo, tienen las mismas caractersticas y llevan a justo ttulo el
nombre de cometas.
Como ellos no aparecen sino a largos intervalos, es difcil compararlos entre s... pero que haya o no
diferencias entre ellos, es necesario que la misma explicacin se aplique a todos20

18
Ibd., L, V, III, p. 304
19
Ibd., L, V, VIII, p. 308
20
Ibid., L. V, XI, 3, p. 312.

85
Cuando Sneca aborda el aspecto signo de los cometas, se nota una cierta ambigedad. Desde luego,

l dice:

Algunos tienen el color de la sangre; amenazadores, anuncian el derramamiento de sangre, de la que su


aparicin ser seguida... y recuerda entonces esos que han sido vistos durante el consulado de Paterculo y
Vopisco... [entonces] hubo por todas partes tempestades violentas e ininterrumpidas, unos pueblos fueron
destruidos en Acaya y Macedonia...21

A fin de cuentas, el problema estriba en reconocer la significacin contenida en la aparicin de los astros

y, entonces, no es ms que un azar si el primer autor, Apolonio quien, segn Sneca, afirma que los

cometas son planetas era, segn l, muy versado en el arte de tirar horscopos. Sneca reconoce lo

poco que en su tiempo se sabe sobre los cometas, pero no se desespera. Algn da se sabr ms: todo lo

que podemos hacer es avanzar en las tinieblas con la ayuda de hiptesis, sin certidumbres, pero no sin

esperanzas de encontrar la verdad22

En conclusin, sin agotar el tema y para resumir, recordaremos la complejidad del sistema de

significacin puesto en juego, citando a Cicern en De la naturaleza de los dioses:

No me quiero extender ms en la cuenta de las estrellas, sobre todo de las que son llamadas errantes; su
concordancia resulta de movimientos muy diferentes y es tal que, cuando la estrella de Saturno, localizada al
extremo, produce fro y la estrella intermedia, esa de Marte, es ardiente, Jpiter, localizada entre las dos, es
luminosa y de una accin moderadora; debajo de Marte, dos planetas obedecen al Sol; el Sol mismo llena el
mundo entero con su luz; iluminada por l, la Luna ocasiona las mareas y los partos y la llegada a buen
trmino. Las personas que no son movidas por este enredo de casualidades, este conjunto en donde todo se
acuerda por la conservacin del mundo, no han reflexionado jams sobre esto, estoy cierto...23

Fenmenos atmosfricos

Para Sneca existe un cierto nmero de fenmenos atmosfricos gneos que deben ser estudiados aparte

de los cometas, lo que numerosos autores contemporneos suyos no hacen.

21
Ibd., L. V, XVII, p. 319
22
Ibd., L. V, XVII, p. 332
23
Ciceron, De la nature des Dieux chez les stoiciens, Gallimard, Paris, 1962 libro II, XLVI, 19, p. 450.

86
Fenmeno luminoso o cometa? La diferencia no es siempre evidente para algunos testigos, puesto que

Sneca constata amalgama y confusin. Nuestros estoicos crean que los cometas, como las antorchas,

las trompetas, las vigas y otros meteoros excepcionales, tenan su origen en la condensacin del aire...

Si refuta la teora del origen comn, conoce la existencia y la multiplicidad de las formas que pueden

tomar estos fenmenos luminosos que se pasean a travs de la atmsfera y conoce su significacin

como presagio. Y si, por otro lado, puede dudar de la clasificacin de estos fenmenos, su significacin

no genera ninguna duda.

Por eso l nos recuerda:

El meteoro que apareci grande como la Luna, durante la guerra de Pablo Emilio contra Persia. Nosotros
mismos hemos visto ms de una vez una de estas flamas que pareca una bola inmensa y que, a decir verdad,
tambin se desvaneci a la mitad de su curso. Semejante prodigio se produjo cuando el divino Augusto
abandon este mundo, y ms tarde an, al momento de la condenacin de Sejn. La muerte de Germnico
fue anunciada de la misma manera...
Me vas a decir: Ests pues sumergido en el error al punto de creer que los dioses advierten con anterioridad
ciertos fallecimientos a los hombres? Y piensas que hay sobre la Tierra alguna cosa suficientemente grande
como para que el mundo entero no pueda ignorar su desaparicin?
Convendr examinar de nuevo esta cuestin. Veremos tambin as si se desarrolla un orden fijo en el mundo
y si los acontecimientos estn ligados los unos a los otros, de tal manera que un hecho antecedente sea la
causa o el presagio de aquellos que siguen. Veremos si los dioses se ocupan de aquello que es humano, si e1
encadenamiento mismo de las cosas permite prever lo que acontecer por signos ciertos.24

Sabemos que Sneca responder afirmativamente a todas estas preguntas, ya que para l todo es signo.

Se esforzar pues en su libro sobre los fenmenos luminosos:

No solamente en explicar el origen de los diferentes fenmenos, sino en recordar el valor del signo de dichos
fenmenos porque son numerosos.
Tienen nombres diversos: vigas, antorchas, globos, broqueles, ms o menos agrupados en las clases de los
meteoros, pero hay tambin fenmenos ms propiamente meteorolgicos: las coronas, los halos, los arcoris,
varas y parhelios, pero existen an muchas otras...

Sneca evoca tambin un cierto nmero de fenmenos:

tenemos los agujeros, cuando un reborde luminoso rodea en el cielo un vasto hundimiento parecido a
una cavidad, profunda y circular; los pitheos, cuando una inmensa masa de fuego redondeada y parecida a un
tonel se mueve en el cielo o arde en un lugar; los chasmes, cuando se entreabre una esquina en el cielo y, por

24
Snque, op. cit., L. 1, 2-4, pp. 12-13.

87
esta grieta deja ver una flama misteriosa en el espacio o menos diversos son los colores de estos
meteoros... Pero tambin existen los pogonies, los cipiones y las antorchas 25

Lo que importa subrayar aqu es la extrema profusin de categoras de estos fenmenos, indicando la

importancia que la observacin del cielo y de estos fenmenos luminosos representaban para la

adivinacin. A cada serie de fenmenos es atribuida una o muchas series de sentidos. Se ve, pues, la

extrema riqueza simblica de este conjunto. Podr considerarse entonces que cuando se encuentra en un

texto uno de estos elementos, el relato no apunta hacia lo anecdtico, sino a un sistema verdadero de

significaciones que convendra explicitar.

Las aguas terrestres

La fuerza de las tormentas mediterrneas que engrosan delgados torrentes y transforman el estrecho

lecho de arena y de rocas en poderosos ros de aguas tumultuosas y turbias, ha sido siempre un

fenmeno espectacular de la violencia de la naturaleza. Todava hoy, a pesar de numerosos y muy

importantes trabajos de hidrulica, los ros y torrentes italianos o mediterrneos, en general, constituyen

una amenaza de devastacin para las ciudades y los cultivos; no es pues asombroso, desde entonces,

encontrar como signo los estragos de las aguas.

Asimismo, diversos analistas y autores nos reportaron con fidelidad las devastaciones catastrficas que

asolaron peridicamente al Lacio u otras regiones, describiendo el triste espectculo de los puentes

destruidos, o de las casas que, minadas por las aguas, se derrumbaban. Puede ser que se trate de la

misma tradicin del denominado diluvio universal (incluso si para los cristianos no deba producirse

ms), tradicin que se encuentra, por otra parte, en otras regiones del Oriente mediterrneo, que juega

aqu un papel en el sistema simblico desarrollado alrededor del agua. Esta capacidad de violencia y de

destruccin de un elemento, por otra parte vital y esencial desde el punto de vista csmico, as como uno

25
Ibd., L, XIV, 2-2, pp. 40-41.

88
de los elementos fundamentales de la materia, no poda escapar a una importante inversin simblica.

Sneca, en su libro sobre las aguas terrestres, retoma la idea de la desaparicin de este mundo por un

diluvio generalizado y el discurso que desarrolla en esta ocasin es para nosotros muy significativo:

Una gran parte de la Tierra ser invadida por las aguas cuando sea venido el da marcado por los destinos
para el diluvio universal... Cuando la catstrofe sea inminente y se haya decidido la renovacin del gnero
humano, consiento que las lluvias caigan sin descanso...
Esas masas puestas en movimiento por el destino, y no por las mareas que son slo instrumentos del destino,
levantarn el mar en un vasto repliegue y lo empujarn adelante. La altura a la que se elevarn ser
prodigiosa. Sobrepasar las cimas donde los hombres creyeron encontrar un asilo seguro26

No est por dems recordar que la teora oficial del estoicismo indicaba lo ineluctable de una

conflagracin mundial al final de cada periodo csmico y enseaba que cada gran ao era seguido

alternativamente por exustiones y eluviones. En qu medida la tradicin cristiana ha integrado esta

nocin de gran periodo csmico, del gran ao? Que yo sepa, pocos trabajos contemporneos han

estudiado esas continuidades, pero no podramos verlas en ciertas divisiones temporales introducidas

en las historias de las otras civilizaciones, al menos en los escritos de los primeros cronistas de

Amrica? Qu hay de verdad india en esas grandes divisiones de los soles y qu de tradicin

occidental oculta bajo recursos retricos en apariencia americanos?

As, es necesario tener en cuenta que cuando se habla de cronologa histrica en los textos espaoles,

de los siglos XVI y XVII se hace referencia a una teora cronolgica de la histona del mundo que se

enraza en la Biblia. Hasta el siglo XVIII, esta teora general permiti fijar la edad de la creacin, del

diluvio, de la torre de Babel, de la llegada de Cristo, etctera.

La aplicacin de esta teora a una cronologa indgena, o supuestamente tal, en los textos del siglo XVI,

tendra como resultado abreviar la historia la cronologa indgena pues sta deba insertarse en

los escasos milenios de la cronologa cristiana general. De aqu proviene la escasa profundidad histrica

de estos textos al abordar a las civilizaciones y a los imperios precolombinos puesto que, en esta

26
Ibd., L. II, XXVIII, 2-4.

89
perspectiva, la poblacin de Amrica es obligatoriamente reciente, lo que obliga a los pensadores a

realizar gimnasias intelectuales impresionantes para concebir una historicidad americana.

Asimismo, la divisin en grandes eras solares que se nos muestra como indgena podra corresponder

a un esquema de este tipo, importado o transformado. Considerando el isomorfismo que construye el

discurso de descripcin de la Amrica antigua con el de la Antigedad latina en esta sucesin de soles

no estaramos frente a una adaptacin estoica insertada en la cronologa cristiana? Visin estoica, pero

tambin compartida por muchas tradiciones culturales medio-orientales, en la que cada era se termina

con la destruccin general del mundo y con la renovacin del gnero humano.

No hay que olvidar que el establecimiento de una cronologa general no haba cesado de obsesionar la

conciencia medieval, no slo cristiana, sino tambin juda e islmica, 27 No debieron recordarse, por

ejemplo, esas palabras de Abarbanel cuando tambin habla de la conjuncin de Saturno y de Jpiter:

segn los astrnomos, ese fenmeno se produjo por primera vez en el comienzo del mundo y se ha

producido asimismo en el tiempo del diluvio, en el de Moiss? Este periodo de 800 aos (es decir, el

tiempo que tardan las constelaciones en recorrer cada uno de los cuatro trigones) es el que las personas,

dice Abarbanel, llaman un apocatstosis. Se puede notar tambin la importancia de los periodos luni-

solares de 600 aos en esas tentativas de cronologa.

No pretendemos aqu resolver el problema, sino, a lo sumo, esbozar una va de investigacin que

complementaremos ms adelante, cuando hablemos de la importancia del hecho apocalptico.

27
Paul Vuillaud, La fu du monde, Payot, Paris, 1952, p. 67. Abarbanel, coetneo de la Conquista, desarroll (despus de
muchos otros) impresionantes clculos para poder predecir la poca del fin del mundo y la venida de la era mesinica, que
ver la liberacin de Israel y su resurreccin. Piensa que el fin del mundo no est muy alejado de la hora que l vio: La
quinta monarqua ser aquella de Israel, Roma derribada, es decir, el cristianismo aniquilado; esto ser para Israel el
advenimiento de la soberana universal. Es en los astros donde ley esta epopeya, la era mesinica se manifestar cuando
Saturno y Jpiter se encuentren en conjuncin con el signo de los peces. Este fenmeno es propio de Israel. Entonces,
durante la conjuncin
los israelitas sern levantados del polvo para ser como las estrellas de Dios. Por eso, la luz divina residir en ellos; con su
accin, el pueblo elegido saldr de sus tormentos para reinar- Saturno y Jpiter muy raramente entran en conjuncin en un
mismo signo; estas constelaciones recorren cada una cuatro trigones de 800 aos.

90
Los nacimientos monstruosos

En la medida en que el orden de la naturaleza es a la vez imagen y participacin del orden csmico, los

nacimientos extraordinarios, es decir, fuera de la norma de la reproduccin, tienden a adquirir valor de

signo,

Valerio Mximo reporta:

En el ejrcito que Jerjes haba reunido para aplastar a Grecia se vio, es un hecho comprobado, que una yegua
dio a luz a una liebre. Un prodigio semejante anunciaba con claridad el desenlace en que deban acabar estos
grandes preparativos. En efecto, aquel que haba cubierto el mar con sus flotas y la tierra con sus batallones,
fue reducido a huir como un animal tmido y a regresar tembloroso a su reino. 28

Este texto no est aislado y podemos ver tambin que en el relato de Josefo acerca de la cada y la

destruccin de Jerusaln se apunta un presagio de tal naturaleza. Se trata de augurios en general

desfavorables, sobre todo cuando los resultados de nacimientos prodigiosos se producen en el sentido de

una disminucin del poder del producto generado respecto al generador: yegua/liebre; vaca/borrego.

Tanto en el caso de los etruscos como en el de los romanos, toda infraccin al orden de la naturaleza

reviste una significacin y demanda una interpretacin.

Toda la gama de seres monstruosos producidos por los crueles juegos de la naturaleza: becerros con dos

cabezas o cinco patas, nios que presentan anomalas fsicas sorprendentes (andrginos o albinos, por

ejemplo), son de inmediato interpretados por los arspices como hechos maravillosos, en general graves.

Ah se manifiesta un mtodo de lectura analgica de tales prodigios. As, el nacimiento de monstruos

con dos cabezas con frecuencia anuncia una divisin del poder poltico en dos clanes y puede ser

considerado como el signo de una amenaza a la paz cvica; mientras que, en el dominio de las

adivinaciones privadas, anuncia o puede anunciar dificultades domsticas, sea traicin, sea adulterio.

28
Valre Maxime, Actions et Paroles Mmorables, L, VI, p. 55, Garnier, Paris, 1935.

91
De hecho, cada caso de monstruosidad participaba de una amplia taxonoma de la diferencia, y la

explicitacin de cada monstruosidad. En tanto signo correspondi a una prctica apropiada. sta no

estaba sometida a la ocurrencia de tal o cual adivino, sino que se relacionaba con la explicacin general

de las leyes consideradas como normales en la naturaleza, y tambin con un cierto nmero de mitos

relacionados con ese gnero de acontecimientos.

Monstruos? Somos nosotros quienes creamos el sentido de lo monstruoso, como ruptura. Es verosmil

que, aunque haya existido una categora monstrum, su sola integracin al sentido general del mundo no

le confera de manera automtica ese carcter de espanto e insostenible que se le presta a veces.

Adems, para entender esta idea de lo monstruoso clsico es necesario no olvidar nuestra ubicacin

frente a ciertas deformidades que, en otro tiempo, fueron mucho mejor aceptadas, como las de los

enanos, jorobados y contrahechos, sin hablar de verdaderas monstruosidades.

Es, por otra parte, verosmil que el contenido espantoso, amedrentador, terrorfico sea, casi

siempre, una caracterstica de lo desconocido, del no signo. Cuando el monstruo, tanto en la naturaleza

como en lo humano, se integra profundamente en el sistema simblico del auspicio, recibiendo un

sentido, se diferencian fundamentalmente del no inscrito, del no signo, del no decible, de lo monstruoso

por excelencia.

Ruidos, voces y mensajes auditivos

En Dodona, antigua ciudad de Epiro, en el santuario de Zeus, que es probablemente el ms antiguo de

todos los oraculares de Grecia, las selles predecan el porvenir escuchando el ruido que provocaba el

viento al agitar las ramas de los robles (rboles de Zeus) y el entrechocar de las palanganas de bronce

suspendidas una al lado de la otra. 29

29
R. Bloch, op. cit., pp. 69-70.

92
La lectura de sonidos, gritos y ruidos, sobre todo intempestivos, revisten una gran importancia en la

adivinacin helnica. As, toda palabra que se oiga de improviso, todo ruido, todo grito o todo sonido

inesperado, es un Cledon: especie de mensaje auditivo, cuya interpretacin no pertenece slo a los

griegos, sino tambin al mundo etrusco y romano.

As, un trueno, en especial el que ocurre en un cielo relativamente sereno, ya es un signo en tanto

mensaje auditivo; se relaciona tambin, evidentemente, con un posible sentido generado por su inclusin

en la categora simblica rayo. Las categoras que intentamos recrear no son autnomas. Al contrario,

ciertos fenmenos atraviesan las categoras y parecen excluir todo intento de clasificacin,

proporcionando, por otra parte, riqueza y complejidad al sistema.

Cuando Telmaco estornud, su madre vio en ello una buena seal; la explosin sonora es signo, en

tanto movimiento involuntario de una manifestacin de la voluntad de los dioses.

De este modo, la epilepsia ser el mal sagrado (mal que padeca Julio Csar).

Los mensajes auditivos que podemos encontrar en los textos latinos con mayor frecuencia son los

retumbos subterrneos, los tintineos de armas que se oan, segn los testigos, en la campia romana,

en el Oriente o en Germania y que indicaban la direccin posible de donde poda venir el peligro, en

funcin de las preocupaciones de la hora. Estos ruidos anunciaban problemas polticos y amenazas, a la

vez, internas y externas, como aquellas que motivaron, en parte, el discurso de Cicern Sobre las

respuestas de los auspicios. Pero se oyen tambin ruidos diversos, voces desconocidas, gritos

intempestivos, toques de trompetas, etctera.

Valerio Mximo, en sus Acciones y palabras memorables, recuerda que se oy hablar a los animales:

es an objeto de gran asombro que esos prodigios llegaron a nuestra ciudad... en las proximidades y

prueba de la confusin de esa poca. Un buey, en lugar de mugir, dej or el sonido de la palabra

93
humana.30

De la misma forma, reporta que durante la segunda guerra pnica, fue establecido que un buey de

Domicio dijo: Roma cuida de ti!31

As mismo, durante la lucha de Pompeyo y Csar: un clamor guerrero y un resonar de armas fue odo en

Antioqua y en Ptolemais con tal fuerza que toda la gente se subi sobre las murallas; en Prgamo, un

ruido de tambor retumb en el fondo de un santuario prueba de que las fuerzas celestes se interesaban

en la gloria de Csar32

Toda una serie de prodigios resultaron de esta categora proftica de la palabra: En otro momento de

alarma se dio crdito a prodigios del mismo gnero: un nio de seis meses haba gritado la victoria en el

mercado de los bueyes...33

Pero las palabras pueden ser directamente pronunciadas por un dios, dando un sentido an ms implcito

al mensaje. As, cuando la lucha de los romanos contra los veyanos, se cuenta que stos terminaron por

ser vencidos cuando una voz, la del dios Silvano, fue escuchada aproximadamente en estos trminos:

Caer uno ms del lado de los etruscos y el ejrcito romano ser victorioso prediccin cuya

maravillosa verdad fue demostrada por el nmero de cadveres...34

Y si la voz no resulta suficiente, sern los dioses en persona quienes debern combatir en medio de la

batalla.35 Por ejemplo, Cstor y Plux, o Marte mismo, en la batalla contra los luconianos. Es lo que

Cicern resume al escribir: A menudo se han visto formas divinas, y todo hombre que no sea un tonto

30
Valerio Mximo, Op. cit., L. VI, p. 45.
31
Ibd., L. VI, p. 47.
32
Ibd., L. VI, p. 53.
33
Ibd., L. VI, p. 45.
34
Ibd., L. VIII, p. 81.
35
Se presentarn, en la tradicin cristiana medieval combatiente, apariciones y ayuda extra naturales. Por ejemplo, San
Miguel en Francia y Santiago en Espaa, Este ltimo se har presente en la primera batalla oficial de la Reconquista contra
los moros, pero tambin, segn ciertos testigos, en la primera batalla bajo el sol mexicano. Ver a este respecto lo que dice
Bernal Daz del Castillo en su relato.

94
o un impo est forzado a reconocer que los dioses estn presentes.36

A veces, el hambre y la caresta (frecuentes en Roma, puesto que su abasto deba traerse, a veces, desde

muy lejos) son anunciados por estos fenmenos nacidos de las profundidades del Sol: fremitur ab

inferno ad coelum ferri visus inopiam famemque portendit. Para terminar, recordaremos lo que sucedi

cuando el templo de Jerusaln y la ciudad fueron destruidos por Tito, segn Josefo:

Cuatro aos antes del comienzo de la guerra, en tanto Jerusaln estaba en profunda paz y abundancia, Jess,
hijo de Ananus, quien era un simple campesino, gritaba por los cuatro vientos, voces contra Jerusaln y
contra el templo... voces contra el pueblo y no ces de recorrer la ciudad repitiendo lo mismo37

Y este hombre inspirado no tema ni a los golpes ni a los malos tratos. A cada golpe que le daban [para

hacerlo callar] l repeta con voz lastimera: Desgracia, desgracia sobre Jerusaln... Y como eco a esta

voz proftica, podramos recordar esa voz que recorra los aires de las regiones helnicas en los

primeros siglos de la era cristiana: El gran Pan ha muerto, el gran Pan ha muerto!

La amenaza sobre la polis

Peridicamente los textos clsicos nacidos de la tradicin romana nos presentan la historia de Roma

atravesada por crisis poltico-militares, guerras extranjeras y civiles y por crisis facciosas ms o menos

importantes. Podemos hacer notar tambin que esos problemas sociopolticos van acompaados siempre

por un cortejo de manifestaciones y disturbios de la naturaleza, lo que ahora ya no debe sorprender

porque hemos establecido por los testigos y aquellos que nos reportaron estos acontecimientos que

existe una ley de analoga y simpata que liga los disturbios del cielo con los de la Tierra, en la que a

cada desorden de una de las dimensiones, corresponde uno en la otra.

Tenemos as un conjunto de textos que constituyen un interesante corpus de manifestaciones del cielo y

de prodigios y presagios que han marcado cada poca delicada, en relacin con los peligros que

36
Cicern, op. cit,, L. I, II.
37
Flavius Joseph, La Guerre des Juifs contre les romains, Lydis, Paris, 1966.

95
amenazaron la integridad de Roma cuando las guerras civiles causaron estragos, cuando Csar atraves

el Rubicn o cuando las invasiones brbaras amenazaron el imperio.

Tomemos tres ejemplos de estos textos clsicos que nos servirn para introducirnos a lo que hemos

llamado el discurso de la amenaza.

Tito Livio escribi, en el libro XXII, en el momento en que Roma estaba amenazada por Anbal:

La proximidad de la primavera incita a Anbal a abandonar sus cuarteles de invierno Los temores [de los
romanos] eran reavivados por el anuncio de una cantidad de prodigios sobrevenidos a raz de esto. En Sicilia,
muchos soldados vieron inflamarse sus armas, varios militares fueron golpeados por el rayo. El disco del Sol
pareca reducir sus dimensiones.
En Praeneste, piedras ardientes cayeron del cielo. En Arpi, aparecieron armas suspendidas en los aires y el
Sol se golpeaba contra la Luna. En Capene, en pleno da, se levantaron dos lunas simultneamente, las aguas
del Carre corrieron llenas de sangre y las de la fuente misma de Hrcules se tieron.

No podemos olvidar un cierto nmero de prodigios de menor importancia, como dice Tio Livio; pero

para nuestra reflexin, lo ms importante es lo que nos ha sealado en el captulo precedente cuando

advierte: Numerosos prodigios tuvieron lugar ese invierno en Roma y sus alrededores, o mejor dicho,

como ocurre siempre cuando los espritus son llevados hacia la irreligin, se anunci mucho y se crey a

la ligera. As se habra entendido38

Y Tito Livio da otra larga lista de prodigios nuevos.

Tcito nos ofrece tambin un gran nmero de hechos de ese orden:

Los prodigios, cuyo relato provena de diversas fuentes, redoblaron an ms la alarma. En el vestbulo del
Capitolio, dicen que Victoria dej escapar los renos de su carro. Un fantasma de talla ms que inhumana
parti de pronto del templo de Juno... Muchos animales engendraron monstruos, omito muchas otras
maravillas... Pero el fenmeno ms terrible y que, al miedo futuro, aada el mal presente, fue el sbito
desbordamiento del Tber. El ro aument sin medida, rompi el puente Sublicus y se detuvo en esa masa de
escombros, franque sus riberas e inund no slo las partes bajas del pueblo, sino los barrios donde se tema
menos a las aguas... las casas donde permanecieron las aguas se arruinaron desde sus cimientos y se
derrumbaron cuando se retir el ro. Cuando el peligro ces de inquietar a los espritus, se vio claro que
Othn, quien se preparaba para la guerra y tena que pasar por el Campo de Marte y la Va Flamina, que era
su camino para entrar en campaa, haba sido cerrado; y ese efecto de causa fortuita o natural pareci un
prodigio, anunciador de la derrota que lo amenazaba39

38
Tite-Live, Histoires, la guerre dHannibal, en Les Historiens romains. L, XII, Gallimard, Paris 1968, pp. 509-510.
39
Tacite, Histoires, Garnier, Pars, 6, pp. 71-72.

96
Por fin, recurrimos a Virgilio para que nos facilite un ltimo ejemplo de este discurso de la amenaza,

en las Gergicas (464-514), sutil ley de la analoga y simpata que rige el mundo natural y el mundo de

los humanos.

Quin podra acusar al Sol de impostor? Con frecuencia l mismo advirti a los imperios los problemas a
punto de estallar, las perfidias escondidas y las guerras que se fomentaban disimuladamente.
Cuando Csar fue asesinado, el Sol tom parte en la desdicha de Roma; cubri su frente luminosa con un
velo lgubre y amenaz a los culpables mortales con una eterna noche...
Entonces, es verdad que todo en la naturaleza anunci la clera del cielo, de la tierra y del mar, y los
horrorosos ladridos de los perros y los gritos inoportunos de las aves fnebres.
Cuntas veces vimos el Etna vomitando fuego por sus hornos entreabiertos, inundar de torbellinos de llamas
y de rocas calcinadas!
La Germania oy por todas partes a batallones armados entrechocndose en los aires.
Los Alpes experimentaron temblores hasta entonces desconocidos; el silencio de los bosques sagrados fue
interrumpido a menudo por voces espantosas; plidos fantasmas repulsivos fueron vistos a la entrada de la
noche; y, para colmo del horror, las bestias hablaron, los ros suspendieron sus cursos y la Tierra abri
abismos bajo nuestros pasos...
El Eridan, rey de los ros, se desbord con furia; rodaban entre sus olas los bosques arrancados de raz, a
grandes distancias. Devast los campos, arrastr los establos y los rebaos.
Por mucho tiempo, las entraas de las vctimas no ofrecieron sino signos funestos; las fuentes, en lugar de
aguas, se llenaron de sangre y los pueblos retumbaban todas las noches con los aullidos de las manadas de
lobos.
Jams el rayo y el trueno fueron tan frecuentes en tiempo sereno; jams los cometas resplandecientes
anunciaron con tanta frecuencia la ira de los dioses.40

Conclusiones

Podramos reproducir estos discursos infinidad de veces, pues los autores latinos no se privan del placer

de escribir este tipo de textos, aun si el detalle y el orden de los prodigios varan.

Lo que aqu nos parece importante sealar es que, lejos de constituir signos que hayan sido parcializados

y atomizados, y cuya aparicin se diera ms o menos al azar, en el mbito de los textos se presenta una

verdadera retrica de la amenaza, obviamente reconstituida a posteriori.

Porque es evidente que esos signos no estn integrados en el instante de su aparicin, y los autores lo

reportan unnimemente. Con frecuencia no se ha querido tener en cuenta a los prodigios, ya sea por

40
Virgile, Georgiques, vers 464-514, Hatier, Paris, 1925.

97
impiedad, por presuncin o por descuido... pero no por eso se trat menos de advertencias del cielo.

Slo una parte del conjunto de los signos posibles ha estado realmente integrada por una intervencin

directa de los auspicios, los cuales le han dado sentido.

Debemos tener claro que se trata aqu de la constitucin de una retrica pedaggica moralizante que

intenta afirmar la preeminencia del orden de la polis como parte de un orden csmico.

Para que un augurio sea recuperado por la tradicin escrita, es necesario que haya adquirido un sentido

pleno. Este sentido real, definitivo, exacto, total, del suceso maravilloso no ser dado en realidad por el

especialista en auspicios, quien intentar decir qu es, segn l, lo que pasa y cmo remediar tal o cual

situacin. El sentido verdadero se lograr fijando como texto esta prctica religiosa, lo que tendr

lugar mucho tiempo despus de los eventos que se supone relata.

No debemos dejarnos engaar por este artificio retrico, pues el sentido definitivo no es atribuido al

presagio sino slo cuando las cosas han sido completadas. Es en este sentido en el que se debe

comprender la significacin del apodo de aquella que pronunciaban los verdicos e infalibles orculos de

Apolo, la pitonisa de Delfos, Loxias, es decir, La Ambigua, pues sus respuestas eran vagas,

criptofsicas, incomprensibles, hasta que tomaran su sentido verdadero en un suceso futuro, cuando se

realizara adquiriendo realmente sentido; su sentido, hasta entonces oculto y por fin develado.

La interpretacin de la seal puede ser errnea en su totalidad. Es el caso de aquellos que hacen una

lectura que sirva a sus intereses; caso comn durante las guerras civiles o las luchas de facciones: cada

grupo en lucha tiende a interpretar los signos en funcin de sus intereses; el sentido, el verdadero, el

nico ser el que le atribuya el triunfador.

Esta posibilidad de interpretacin mltiple nos parece ir en contra del sentimiento de horror obligatorio

que Raymond Bloch y muchos historiadores atribuyen al presagio. No se trata de una interpretacin

mecnica. Por el contrario, el sentido es en general rico y diverso, y muchas veces favorable a los

hombres.
98
Aunque la evocacin de diversos augurios no parece obedecer a reglas fijas de enunciado, se puede

encontrar en ellos una analoga de estructura. Este universo simblico se ordena segn los cuatro

elementos fundamentales del universo estoico, que sern los mismos que los del universo medieval.

Lo ms interesante para nuestra demostracin general es hacer notar la frecuente aparicin de un cierto

nmero de enunciados de presagios que reencontraremos en los textos americanos.

Nos parecen caractersticos:

1. La importancia del rayo y en particular, el rayo que cae en tiempo sereno, sobre todo si lo hace
sobre un templo.
2. La importancia de los fenmenos meteorolgicos y de los cometas que con tanta frecuencia
anuncian la ira de los dioses y los cambios de poder.
3. La importancia del poder destructor de las aguas terrestres, de acuerdo con la teora cclica de la
destruccin del mundo, desarrollada por los autores estoicos.
4. La visin clsica de batallones de hombres armados que se enfrentan en los aires.
5. Las emisiones profticas que perturbaron las noches, las voces que recorren los aires sin que se
pueda localizar bien a quienes las emiten o sin que quien los profiere sea consciente de lo que
anuncia.
6. Finalmente, la aparicin de todos esos juegos monstruosos, esas maravillas que en ocasiones la
naturaleza se complace en engendrar, productos contranatura o, simplemente, monstruosidades y
deformidades.
Comparando este esbozo de cuadro sinttico con el conjunto de presagios contenidos en el Cdice

Florentino, las semejanzas nos parecen muy claras. Pues si el lector nos ha seguido hasta aqu, estar de

acuerdo en que esta coincidencia es sospechosa y merece ser estudiada de manera ms profunda. La

hiptesis ser, pues, que el modelo de la simbologa contenida en los textos indios de la conquista es

un modelo importado a Amrica como tantas otras cosas, y que la lgica del intertexto occidental toma

muchas formas extraas para hacerse or y muchos rodeos para dominar.

99
Cuarta vuelta

BSQUEDA DE UN ESQUEMA DE INTELIGIBILIDAD

Donde nuestro lector abandona a Clo y a sus artimaas y


descubre que detrs de los indios se esconde la sombra de
Dios.

Hemos dicho que, segn nuestro punto de vista, los textos indios de la Conquista estn animados por

una simbologa que no es indgena sino, lejos de lo que se podra esperar a primera vista, cristiana y

medieval.

Para fundar esta hiptesis tendremos que presentar, o por lo menos esbozar, un modelo de inteligibilidad

que d cuenta de estos textos, explicando, a la vez, su presencia en estas lejanas tierras, su contenido y su

funcionamiento.

Los hombres que partieron hacia Amrica, la descubrieron y tomaron en posesin para la ms

grande gloria de Dios y de su humilde e individual provecho, en nombre del muy catlico rey, eran

portadores de una concepcin feudal del mundo.

Desde la aparicin de la magnfica obra de Edmundo OGorman 1 sabemos que se trat, ms que de un

simple descubrimiento o de una toma de posesin de las tierras americanas, sino de una verdadera

invencin. Invencin y construccin que se escribi siguiendo los modelos e ideales de la tradicin

retrica cristiana medieval.

El descubrimiento, y despus la posesin por la conquista de los grandes imperios indios, no fue, para

aquellos que la hicieron, un simple despojo o una mera imposicin de una nueva casta econmica

dominante. Se trat tambin, y sobre todo, de una hazaa poltico-religiosa que sorprendi a sus mismos

autores.

1
Edmundo OGorman, La invencin de Amrica, Mxico, varias ediciones.

100
La facilidad aparente de los primeros contactos y de la conquista de inmensos imperios acredit en los

espaoles la idea de ser un pueblo elegido, amado en particular por el Seor. No haba duda para ellos de

que sus acciones, incluso las ms viles, se insertaban en un conjunto poltico y religioso que formaba

parte del plan de Dios sobre el mundo.

Nuestra concepcin moderna de la separacin de la Iglesia y el Estado nos impide en gran parte entender

cmo y hasta qu punto estos dos tipos de legitimidades, la poltica y la religiosa, estaban estrechamente

unidas, ya que pertenecan a un solo y nico orden de fundamentacin y legitimacin. La comprensin de

esta indisolubilidad o, ms bien, de estas dos formas de expresin de un mismo poder de legitimacin,

hubiera podido ahorrar muchas discusiones estriles sobre lo que fue el pasado de Amrica Latina, en

cuanto al balance que se intenta a veces, sin ningn resultado en realidad positivo, de diferenciar lo que se

debe a la cruz lo benfico y lo que se debe a la espada lo nefasto.

Cuando en un texto americano o espaol del siglo XVI se habla de la extensin del reino de Dios, todos lo

entendemos evidentemente, no slo de manera simblica, sino tambin en su sentido estrictamente

material, econmico y poltico.

Las monarquas europeas de los siglos XIV, XV y an del XVI haban desarrollado alrededor de la

persona real un discurso de legitimacin de su figura como ungido del Seor y representante de su

voluntad en la Tierra.

Retomando los viejos temas de la traslacin hacia el Oeste de la legitimidad imperial, cada dinasta se

consideraba a s misma ms o menos como investida de la misin de juntar en un mismo rebao y bajo el

mando de un solo pastor universal al conjunto de los pueblos. La creacin de este imperio universal, en la

visin escatolgica cristiana, era considerada como el prefacio al fin de los tiempos.

La conquista y los relatos que se hicieron de ella tomaron, desde este punto de partida, un tinte sagrado de

legitimacin. Ya no es pues tan asombroso que busquemos y encontremos el modelo de inteligibilidad de

101
los textos indios en la tradicin sagrada de Occidente y no en una explicacin cosmolgica indgena

del mundo.

La Conquista concebida dentro del espritu de cruzada de un pueblo, de una capital y, con mayor razn,

de un reino, marcaba el triunfo de el dios cristiano sobre el demonio y la idolatra.

Si consideramos que el discurso que la tradicin cristiana occidental produce sobre lo que pretenden ser

sus races, se estructura grosso modo alrededor de dos lugares sagrados, Roma y Jerusaln, nos

encontraremos, en consecuencia, remitidos, para el estudio de los textos de la victoria americana, a dos

conjuntos de textos; los que hablan sobre la amenaza contra Roma y los que se refieren a la destruccin

de Jerusaln.

Roma

Disponemos de una serie de textos latinos que nos describen la toma de Roma, o las amenazas que sobre

ella y sobre su imperio hicieron pesar, Anbal, los galos, los germanos y otro conjunto que nos reporta las

divisiones y las amenazas de guerras civiles. Es evidente, por otro lado, que no sabremos jams con

precisin, de acuerdo con el estado actual de la cuestin, lo que los espaoles de la Conquista haban

integrado con exactitud de esta tradicin. Esta bsqueda nos remitira a un estudio de las fuentes

manuscritas espaolas de los siglos XII, XIII y XIV, estudio que est, por el momento, fuera de nuestro

alcance, pero que sera provechoso para conocer la imagen que podran tener en su background cultural

estos primeros escritores de la historiografa americana.

Sin embargo, podemos postular que la tradicin cristiana espaola medieval no es diferente, en lo

fundamental, de la tradicin del resto de la cristiandad latina, si bien podemos notar un cierto nmero de

caractersticas propias que provienen de una historia espaola en particular compleja.

Postulamos esta similitud entre la Espaa reconquistada y el espacio cristiano a partir de un cierto

nmero de hechos histricos y culturales que resumiremos aqu. Es suficiente, por ejemplo, recordar el
102
juego mediterrneo de la estrategia de los Condes Catalanes, la recepcin a los grandes poetas franceses

de Occitania en Barcelona, el papel de las grandes rdenes monsticas borgoesas en la organizacin de

la reconquista y del espacio reconquistado... As, M. Desfourneaux nos recuerda esta unidad

cristiana entre la Europa del Norte y la Espaa en constitucin:

No hay una poca en la que los Pirineos hayan jugado menos el papel de barrera que en la Edad Media; en
las extremidades occidentales y orientales de la montaa, los vascos y los catalanes que poblaron las dos
vertientes estn unidos por una identidad de lengua, de tradiciones, de intereses. Al centro, lo spero de los
montes y la escasez de puertos no impidi a las poblaciones de los valles franceses y espaoles trabar
relaciones cuyas huellas se han conservado hasta nuestra poca. Las lneas de las crestas de los Pirineos no
constituyeron en ninguna forma, una frontera poltica, a tal grado que los reyes franceses mantuvieron,
hasta el siglo XII, el principio de su autoridad feudal sobre Catalua, los Condes de Barcelona intentaron
transformar la regin langedociana en una prolongacin de sus posesiones espaolas, los soberanos de
Navarra pusieron bajo su dominio una parte de la vertiente septentrional de la montaa.
Finalmente, a partir del siglo XI, una incesante circulacin anima los puertos pirineicos: peregrinos que van
hacia Compostela, monjes negros de Cluny o blancos de Citeaux que caminan de sus casas matrices hacia
los conventos de las rdenes establecidas en territorio espaol, nobles y cruzados que cabalgan hacia la
gloria y el botn, buscando la esperanza de recompensas eternas en la lucha contra los infieles.2

Pero si a pesar de la influencia venida del Norte, estamos de acuerdo en considerar una especificidad

espaola medieval, este supuesto nos permite tambin considerar un grado ms evidente de validez para

nuestras hiptesis generales: en la medida en que la herencia latina se conserv de manera prolongada

en los primeros siglos de nuestra era, como lo demuestran los lazos privilegiados con Bizancio, en el

extraordinario florecimiento de las escuelas rabnicas o de la reflexin musulmana, en ese grado nos

permite introducirnos en la comprensin de la Edad Media espaola y en particular de esta alta Edad

Media, como uno de los lugares en que se realizaba la sntesis de todo el movimiento intelectual y

religioso, en plena fermentacin, desde el fin de la dominacin poltica del imperio romano. El libro de I.

Olage, desde este punto de vista, es sugerente en extremo aun si no compartimos algunas de sus

hiptesis y conclusiones.3

2
M. Desfourneaux, Les francais en Espagne aux XI et XII sicles, Pars, 1949.
3
Ignacio Olague, Les Arabes n'ont jamais envahi l'Espagne, Pars, Flammarion, 1969.

103
As, con un cierto grado de probabilidad, podremos postular una cierta homogeneidad en la lectura de los

textos antiguos e incluso una mejor comprensin de ellos por los espaoles de esta poca del fin de la

Edad Media.

Es verosmil que el estudio de los primeros libros publicados en Amrica o aquellos impresos en

Espaa con destino a Amrica para la conversin y aculturacin de los indgenas, as como los

utilizados en la formacin del clero americano o el background cultural de los propios conquistadores,

corrobore nuestro supuesto y muestre que no hay diferencia en la simbologa indgena de los textos

nahuatls de la Conquista, recogidos por el buen Sahagn y una simblica cristiana espaola.

Por eso nos gustara estudiar en el futuro un cierto nmero de autores eclesisticos de la primera mitad del

siglo XVI, sobre todo en lo que concierne al aspecto escatolgico, as como los muy numerosos

apocalipsis o comentarios sobre el Apocalipsis que circulaba en aquella poca.

Jerusaln

El segundo conjunto significativo de textos, de acceso mucho ms difcil para un no-especialista, est

constituido por los producidos por la tradicin hebraica. De hecho, no nos proponemos investigar la

tradicin verdaderamente judaica o hebraica, tal como la conocemos gracias a los estudios cientficos

modernos, sino, ms bien, la versin cristiana de esta tradicin; pues, si la cristiana le debe mucho a esta

tradicin histrico-cultural, en especial la adopcin de textos considerados sagrados, como el Antiguo

Testamento, de hecho habra que referirse ms a la ficcin proveniente de una rama de la familia hebraica

que se separ tempranamente de la tradicin madre.

Es necesario aadir a este origen heterodoxo la reconstruccin paciente de siglos por la tradicin

cristiana de un modelo simblico del judo que no dej de influir en el judasmo e incluso en la idea que

tena de su propia herencia. La tradicin cristiana necesitaba del judo para la coherencia de sus mitos de
104
fundacin; por eso se empe con mucha paciencia en reinventar, en cada instante de su historia, una

visin del judo, aunque fuera para poder aniquilarlo.

Las relaciones ambiguas entre cristianos y judos se manifiestan en particular en la apropiacin, por la

tradicin cristiana, de un autor como Josefo, quien nos ha dejado un relato de la cada de Jerusaln y de su

destruccin por los ejrcitos de Tito. Aunque escrita por un hombre de origen judo y, como Saulo de

Tarso, ciudadano romano, la tradicin hebraica la reconoce slo como la obra de un traidor. El relato de

Josefo gozar de tal importancia que lo encontraremos en casi todas las bibliotecas medievales,

eclesisticas o privadas, como referencia de autoridad sobre los textos y comentarios dedicados al fin de

la Jerusaln israelita.

As, tenemos dos direcciones de investigacin para la bsqueda de un modelo de escritura de nuestros

textos indgenas: una hacia la tradicin literaria grecolatina, la otra hacia una cierta visin de Jerusaln

y de su devenir, visto a travs del ojo cristiano.

Roma y el prodigio

Al parecer, de acuerdo con algunos especialistas en el mundo etrusco y romano, la adivinacin estaba ms

estructurada y era ms sistemtica que en el helnico. Pero la afirmacin puede ser ilusoria debido a que

el modelo historiogrfico clsico construido sobre la Hlade es eminentemente intelectualizado, en el que

predomina la filosofa, la ciencia y la razn, mientras que el romano est construido sobre un modo ms

campirano, ms tcnico, incluso ms primitivo, ms popular, ms grosero; en una palabra, ms mgico.

Por lo dems, el logos griego se opone al sentido comn un poco pesado de los romanos.

De hecho, a menudo nos pareci muy difcil considerar tal o cual prctica de las adivinaciones como

romana o especficamente etrusca o helnica, a pesar de lo que afirman algunos historiadores. La historia

de las tradiciones de los auspicios romanos es compleja y la integracin de otras tradiciones


105
mediterrneas no slo es frecuente, sino buscada muy favorablemente. Cicern nos recuerda que la

religin de los romanos no estaba basada en un dogma inmutable, sino que buscaba enriquecerse con el

contacto cultural favorecido por el crecimiento del imperio:

As, unos juegos tan sagrados que se hicieron venir de las regiones ms alejadas del imperio para
establecerlos en esta ciudad, son los nicos que no se han designado por una palabra latina, y que su propia
denominacin atestigua que se trata de un culto extranjero, celebrado bajo el nombre de culto de la Gran
Madre... no te vino al espritu, t, un sacerdote de la Sibila, que nuestros ancestros han instituido estas
ceremonias sagradas segn sus libros es pues sobre un consejo de esta profetisa, en un tiempo en que
Italia estaba agotada por las guerras pnicas y devastada por Anibal, por lo que nuestros ancestros han
hecho venir el culto de Frigia para establecerlo en Roma4

La consulta de los agoreros era una prctica central de la religin de los romanos. Su importancia queda

manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que, de acuerdo con Cicern o Valerio Mximo, se enviaba a

Etruria a los hijos de las familias ms notables, con el fin de que aprendieran este arte.

Paul Vuillaud nos recuerda que:

Segn la ley romana, los orculos sibilinos eran confiados al cuidado de los decenviros, despus a los
quindecenviros, a quienes les fue prohibido consultarlos y menos an publicarlos sin orden del Senado.
Consumidos en el incendio que destruy el templo- capitolino de Jpiter, el Senado orden que se recibiera
cuanto pudiera servir para reconstruir los libros profticos.
La bsqueda fue proseguida en Oriente, en frica, en Grecia, en Italia, en Sicilia. Despus, el Senado
deposit el conjunto de estos libros, adoptado como la expresin de la Sibila, bajo la bveda del templo
reconstruido. Sin embargo, con el tiempo, estas predicciones se hicieron populares, se les propag
abiertamente entre el pblico. Desde entonces, Augusto proscribi hacer la revisin de los libros
oraculares, ya fuera en lengua griega o en la latina. Ms de 2000 libros se destruyeron y fue promulgado un
decreto que prohibi a los particulares conservarlos sin autorizacin de los pontfices, quienes deban
adems aprobar el contenido...5

Se trata, pues, en el caso romano, como ya afirmamos con anterioridad, de una verdadera religin

oficial y no, como se pretende todava con mucha frecuencia, de un residuo de prcticas primitivas y

populares.

4
Ciceron, Sur la Rponse des Haruspices, Les Belles Lettres, Paris, 1966, p, 49.
5
Paul Vuillaud, La fin du monde, Payot, Paris, 1952, p. 23.

106
De esta afirmacin nacen un conjunto de conclusiones; se trata de una religin en verdad oficial, puesto

que no slo son los ms altos personajes del Estado, tomados de entre las familias ms ilustres, quienes se

encargan de velar por el mantenimiento de sus tradiciones, sino que tambin, explica Tcito, porque el

contenido mismo de sus libros es adoptado y conservado por decisin de las instancias oficiales. El

Senado y los emperadores mismos no encuentran indigno de su alta jerarqua la vigilancia de estos textos

sagrados.

Tcito, evocando la compleja historia de los libros sibilinos, nos aporta un testimonio capital:

El tribuno de la plebe, Quintiliano, someti despus a la deliberacin del Senado un libro de la Sibila que el
quindecenviros Canino Gallo quiso hacer admitir entre los otros libros de las profecas sibilinas,
reclamando un Senatus-consulte.
Gallo le reproch que, aunque envejecido en la ciencia religiosa, hubiera aceptado la obra de un autor
incierto, sin consultar al colegio senatorial, sin hacerlo leer, y decidiera solo, sin pasar por los maestros de
los ritos como lo quera la costumbre y adems lo propusiera a1 Senado cuando no haba qurum.
Tambin record una ordenanza de Augusto quien, viendo muchas cosas sin valor, publicadas bajo el
nombre de la autoridad de la Sibila, fij un plazo para llevarlos a casa del pretor Urbano y prohibi
conservar algunos a ttulo privado.
Un decreto parecido fue emitido en tiempo de nuestros antepasados despus del incendio del Capitolio, en
los tiempos de la guerra social. Se recogieron entonces en Samos, en Ilium en Eritrea, a travs de toda
frica, Sicilia y las colonias de Italia, todos los libros de la Sibila y se encarg a los sumos pontfices
reconocer lo mejor posible, en la medida en que los hombres pueden hacerlo, cules eran los verdaderos.
Por lo tanto, el de Gallo deba tambin ser sometido a los quindecenviros. 6

Se ve, entonces, a los ms altos personajes del Estado, como Csar Augusto, velar con celo por lo que

seran slo prcticas primitivas populares, y a Virgilio, Cicern y Tcito, fungir como sacerdotes.

Es necesario, pues, convencerse del hecho fundamental de que Roma no pudo existir sin su imperio y de

que todo el intertexto mtico y cultural que va a ser apropiado por la tradicin cristiana es resultado de una

larga evolucin cultural que favoreci la extensin del Imperio Romano a los lmites del mundo conocido

en la poca. El que en la actualidad estemos frente a la imposibilidad de reconstruir an la historia de esta

larga gestacin cultural, simblica y mtica, no impide que haya tenido lugar. Tampoco que esta

6
Tacite, Annales VI, 12, ed. Garnier, Paris, 1965, p. 246.

107
imposibilidad se reconozca reciente, porque el Medioevo estuvo consciente de su origen. El ostracismo

vino despus. En esa poca, el islam no es sino un hermano extraviado y el tronco judaico, el hermano

mayor. Se puede ver a Gerbert dAurillac, quien ser despus el papa del ao 1000, ir a estudiar a los

monasterios, bajo obediencia cristiana en Espaa, a los autores espaoles-rabes o, al lado de los

grandes doctores judos, las obras latinas.

No es pues asombroso que la religiosidad de la Edad Media est impregnada en su totalidad de una

simbologa extraordinariamente diversa y llena de vida. Que el discurso de la historia, como ciencia, no

pueda entender esta simbologa que impregn la cotidianidad de esta poca, no impide que haya existido,

como lo prueban las representaciones grficas medievales. Antes de concluir este captulo y dejar atrs a

Roma y sus augurios, examinaremos por ltima vez ese famoso discurso de Cicern sobre los auspicios.

En primer lugar, es necesario recordar que el discurso es escrito para comentar las respuestas de las

interpretaciones sobre los augurios observados en diversos lugares, as como para acusar a uno de sus

enemigos, o con mayor exactitud; la respuesta de los auspicios proporcion a Cicern la oportunidad de

responder a un ataque, de manera que el discurso se inscribe en el juego sutil entre las facciones que se

disputaban el poder poltico.

Qu nos reporta este texto?

Se ha odo un fragor, acompaado de ruido de armas en el campo, alrededor de Roma, y hubo un


terremoto en Potenza.

Despus de haber reconocido y confirmado los prodigios, los aurspices van a darles un sentido:

Una expiacin se debe a que los dioses estn siendo ofendidos; la ofensa se debe a cinco sacrilegios:

1. Negligencia y mancilla en la ejecucin de los juegos.

2. Profanacin de lugares sagrados y culturales.


3. Homicidios de embajadores, a despecho de las leyes divinas y humanas.

108
4. Violacin de la fe y de los juramentos.
5. Negligencia y mancilla en las ceremonias antiguas.

Esos cinco actos sacrlegos han provocado la intervencin de los dioses y los descifradores interpretaron

as el objeto de su intervencin. Los dioses advirtieron:

Evitar que las discordias y las disensiones de los mejores ciudadanos atraigan, sobre los senadores y
dirigentes, homicidios y peligros y les priven del socorro de parte de los dioses, quienes harn pasar el
Estado a una sola persona, amenazarn con la derrota del ejrcito y la disminucin de las fuerzas...
Evitar que los proyectos secretos daen a la Repblica.
Que honores nuevos sean acordados a hombres perversos y que stos sean exiliados...
Que los fundamentos de la Repblica no sean trastornados7

No se trata, pues, de la manipulacin de un tonto; no hay referencia a la ignorancia o a la supersticin,

puesto que con ello se desata una larga polmica y una ardiente lucha de grupos dentro del mismo

Senado. Es un discurso construido para mostrar que Claudio, el adversario de Cicern, es el gran

responsable de la ira de los dioses. As se enumeran sus crmenes; entre otros: incestos, mentiras,

bribonadas y prevaricaciones diversas... Ms an, la lucha no es slo contra Claudio, sino contra las

intrigas de la faccin a la que pertenece. Es interesante observar que el discurso no expone los

mecanismos de la conjura, pero esto carece de importancia aqu, pues no resulta fundamental en la

polmica senatorial. Lo que se pretende es que el escndalo cese, que el sacrlego sea castigado y

exiliado; que el sacrilegio sea conjurado, para que el orden de las cosas se restablezca.

Los dioses romanos no tienen, para los fieles ciudadanos, ese carcter infantil y caprichoso que se nos

describe a veces y segn el cual bastara cualquier sacrificio de animales para conseguir sus favores o

renovar la alianza con ellos, por un instante perturbada.

Los dioses son parte integrante, como fundamentos y guardianes, del orden poltico y la paz pblica. El

crimen y el sacrilegio perturban no slo el orden humano de la polis, sino tambin el divino. Y lo hacen

7
Cicern, op. cit., pp. 71-72.

109
de una manera total y solidaria; afectan el sentido completo del mundo, pues el principio fundamental que

lo rige es el de la analoga. En general, se comprenden mal las manifestaciones y las posibilidades de este

principio unificador del mundo. As, Bloch nos explica qu pasa cuando evoca la lectura de las entraas

de las vctimas, pero en su explicacin jams comprendemos dnde se sita verdaderamente la puesta en

signo, en lo general, de un sentido total del Universo:

Ese smbolo csmico se encuentra en el dominio de los rayos y, ms an, en el de los exta, en el animal
consagrado y ofrecido a los dioses; el hgado, sede y rgano de la vida, es como el espejo del mundo en el
momento del sacrificio. Sobre esa superficie, el sacerdote distingua la sede de los dioses en los
comportamientos rigurosamente orientados y correspondientes, por una ley sutil de correspondencia de los
dioses en e1 espacio celeste. 8

No nos parece que Raymond Bloch haya visto bien cmo se efecta el paso al signo, cmo se produce el

sentido. Hay ms que una sutil ley de correspondencia: el hgado del animal sacrificado no es como

el espejo del mundo, sino el mundo; no hay distancia alguna entre el objeto intelectual construido sobre el

objeto real y este referente material. Se trata de un verdadero mtodo de lectura, de entendimiento y

desciframiento del mundo. Para comprender en realidad la razn fundamental y el inters de este mtodo,

dejamos la palabra a Plotino:

Un adivino no tiene que decir el porqu; la realizacin de su arte consiste slo en leer los caracteres
trazados por la naturaleza, los que develan el orden del Cosmos, sin jams dejarse ir al desorden o, mejor
dicho: debe considerar los testimonios de las revoluciones celestes que nos descubren las cualidades de
cada ser en s mismo...
Es que los fenmenos celestes y los terrestres colaboran a la vez en la organizacin y a la eternidad del
mundo, y, para el observador, los unos son, por analoga, los signos de los otros.
Pues las cosas no deben depender las unas de las otras sino que todas se parecen bajo un punto de vista. Y
esto pudo ser el origen del dicho bien conocido: la analoga mantiene todo...

Segn la analoga, lo peor es a lo peor como lo mejor es a lo mejor; por ejemplo: un pie es al otro como un
ojo es al otro ojo, o el vicio es a la injusticia como la virtud a la justicia. Si hay, pues, analoga en el
Universo, es posible predecir; y, si las cosas del cielo tratan sobre las de la tierra, lo hacen como las partes
de un animal, las unas sobre las otras. La una no engendr a la otra, puesto que son engendradas a la vez,
pero cada una, segn su naturaleza, sufre el efecto que le toca sufrir; porque una es tal, la otra tambin ser
tal. En este sentido, aun la razn es una. 9

8
R. Bloch, op. cit p 52.
9
Plotin, Eneades, VII, PUF, Paris, 1958, p. 36.

110
Con ese largo pero fundamental testimonio de Plotino, debemos cesar de considerar la ciencia de los

adivinos como una prctica primitiva y verla como un sistema profundamente coherente, de acuerdo

con una concepcin total del mundo y de su inteligibilidad. Pero tambin es necesario dejar de oponer ese

modo de conocimiento por la adivinacin a uno ms cientfico, ms racional, que podra manipular

cualquier elite evolucionada de la poca. O, si se quiere, es necesario que la ciencia de los auspicios

se considere una parte fundamental de la ciencia de aquella poca.

Debera entonces acabarse con ese gnero de juicios crticos que refiri el editor contemporneo de

Sneca:

Razona como hombre de ciencia? Su argumentacin es, a veces, tan convincente como esa de Sganarelle
cuando dijo que el opio hace dormir porque tiene una virtud dormitiva, por ejemplo. Cuantas veces una
simple analoga tiene lugar de demostracin.10

Signos de presencia

Para concluir, es necesario hacer intervenir aqu un nuevo elemento que se volver esencial, sobro todo

para la comprensin medieval de este simbolismo que hemos afirmado presente durante dicho periodo.

Este es el papel que la explicacin teolgica tiende a jugar en la construccin de los sistemas simblicos.

As, en el himno a Zeus, Cleantes canta:

es por ti que todo el Universo, que gira alrededor de la Tierra, obedece lo que t le ordenes y de buen
grado se somete a tu poder; es tan temible el auxiliar que tienes en tus manos invencibles, el rayo de doble
dardo hecho de fuego vivo; bajo su impacto se estremece la naturaleza toda. Es por l que t diriges con
rectitud la razn comn que penetra todas las cosas. Y quien siembra las luces celestes, grandes y
pequeas... Es por l que t has devenido rey supremo del Universo, y ninguna obra se lleva a cabo sin ti,
oh divinidad11

10
Snque, Questions Naturelles, Introduction, Les Belles Lettres, Paris, 1961, p. XIX.
11
Clanthe. Hymne Zeus en Les Stoiciens, La Pleyade, Gallinard, Pars, 1972, p. 17.

111
A pesar de ciertas distorsiones histricas probables del texto sobre la imagen posterior de un dios eterno

y todopoderoso, el dios cristiano de nuestro Occidente, recordaremos que los prodigios de la naturaleza,

como el rayo, y tambin las grandes manifestaciones regulares de la naturaleza, son los testigos y las

pruebas visibles de la presencia de los dioses.

Los hechos y las palabras memorables de Zenn, Digenes y Laercio nos dan indicaciones para entender

esta presencia de Dios o de los dioses:

Dios, la inteligencia, el destino, Zeus, son uno solo y mismo ser, es tambin nombrado con muchos otros
nombres...
El mundo se considera en tres sentidos: el Dios mismo, cualidad propia hecha de la sustancia toda entera,
que es incorruptible y no engendrada, criatura del orden de todas las cosas, que concentra en s misma toda
la sustancia y que, a la inversa, engendra a partir de l mismo en un segundo sentido, el mundo es el
orden mismo de los astros; en un tercero, es el compuesto de Dios y del orden. El mundo es tambin la
cualidad propia de la sustancia del Universo o bien, como dijo Posidonio en sus Elementos de meteorologa
el conjunto del cielo y la Tierra, y de los seres que estn en ellos, o tambin el conjunto de los dioses, de los
hombres y de todo lo que ha sido creado por el uso de los hombres.12

Si el lector no est ya convencido de la importancia fundamental de la adivinacin en la religin romana y

de cmo aquella participa de una concepcin fundamental del Universo hacindolo explcito, le

pediremos a Cicern un ltimo testimonio que compuso en los ltimos meses del ao 45 d. C. el muy

importante libro, De la naturaleza de los dioses:

En cuanto a cmo sean, hay diversas opiniones. Que existan nadie lo niega. Nuestro Cleantes dijo que las
nociones de los dioses estn formadas en las almas de los hombres por cuatro razones. Puso como primera
aquella sobre la cual hace poco habl, que se habra originado en el presentimiento de las cosas futuras. La
segunda que se percibe por el equilibrio del clima, la fecundidad de las tierras y la abundancia de muchos
otros beneficios.
La tercera, el terror causado en los nimos por los rayos, las tempestades, los nimbos, las granizadas, las
nevadas, la devastacin, la pestilencia, los sacudimientos de la Tierra y, con frecuencia, por los estruendos,
las lluvias de piedras y las gotas ensangrentadas, por as decir, de las lluvias; adems, por las calamidades y
las repentinas grietas de la Tierra, por los monstruos ms all de la naturaleza de los hombres y las bestias.
Tambin por las antorchas vistas en el cielo. Tambin por aquellas estrellas que los griegos llaman
cometas; los nuestros, estrellas crinadas, que hace poco, en la guerra octaviana, fueron presagio de grandes
calamidades; tambin por el Sol duplicado, lo cual haba ocurrido, como o de mi padre, siendo cnsules
Tuditano y Aquilio en el dicho ao, por cierto, se extingui un segundo Sol. Atemorizados por estas cosas,
los hombres han sospechado que existe una fuerza celeste y divina.

12
Diogene Laerce, Les Stoiciens, en Vies et opinions des philosophes, op. cit., p. 53.

112
Que la cuarta causa, y sta incluso es la ms poderosa, es la uniformidad de movimiento y de las
revoluciones del cielo, del Sol, de la Luna, y la distincin, la variedad, la belleza, el orden de todas las
estrellas; y que el aspecto mismo de estas cosas indica suficientemente que ellas no son casuales.13

Se ve pues que ah, aun en este testimonio de Cicern, la adivinacin juega un papel muy importante, as

como la observacin general de los fenmenos de la naturaleza. Pero lo que haremos bien en recordar,

para la continuacin de nuestro trabajo, es que esos signos son los de la existencia y permanencia de

Dios como smbolo de la unidad del cosmos. Este smbolo de la unidad podr transformarse ligeramente,

en especial bajo la influencia del monotesmo hebraico, pero quedan los signos, que son la muestra de la

presencia de Dios.

13
Cicern, Sobre la naturaleza de los dioses, UNAM, Mxico, 1986, pp. 55 y 56.

113
Quinta vuelta

LA CADA DE JERUSALN COMO MODELO ESCATOLGICO: RUPTURA Y NUEVA

ALIANZA

Cmo todo relato de historia es un pretexto.


Cmo Tenochtitlan hace su entrada en la escatologa medieval.
Cmo el signo es ms de lo que se crea.

Iniciaremos con una extensa cita de Braun:

El gran principio es que el Antiguo Testamento es el anuncio y la prefiguracin del Nuevo... As


concebidas, todas las escrituras judaicas se transforman en una inmensa selva de smbolos donde se har
entender el mensaje de Cristo y de la Iglesia que lo contina... Para nuestro autor slo hay, en la alianza
antigua, signa, misteria, sacramenta, y nicamente la revelacin cristiana sola es capaz de develar el
verdadero sentido.
La historicidad de los hechos no recibe ninguna impugnacin: este exgeta no evacua en la alegora pura
la letra de las Escrituras, esta inclusin en la alegora de los acontecimientos de la historia santa les da un
sentido ms profundo, un sentido ms mstico en relacin con el sistema central del cristianismo.
Despus de Agustn, nuestro escribano dijo y volvi a decir que gesta y facta, interpretados como
profticos, tienen una realidad histrica incuestionable.
As, todo el Antiguo Testamento se torna en una inmensa profeca no slo por las palabras
anunciadoras de los profetas, sino tambin, y sobre todo, por estas predicciones que constituyen las
interpretaciones figurativas a la luz de la revelacin cristiana, de los momentos histricos de la era de los
primeros patriarcas y la de Israel. Por otra parte, ningn detalle podra ser dejado de lado como
insignificante en esta bsqueda de los sacramenta de la historia santa.
Como todos los antecesores, desde Ireneo, nuestro annimo est persuadido de que nada est en vano en
la letra de la Escritura1

Para los exgetas cristianos de los primeros siglos de nuestra era, hasta los del siglo XVIII, y tambin

algunos del siglo XIX, los ms pequeos acontecimientos del Antiguo Testamento, los ms pequeos

detalles de la Ley, son una figura, un signo, de los cuales el exgeta se esfuerza en manifestar el sentido

oculto. El Antiguo Testamento anuncia el Nuevo en un paralelismo llevado hasta el absurdo. Cada

episodio, cada personaje, prefigura futuros correspondientes. Esta historia se expone en los prticos de

las catedrales, se difunde en la iconografa gtica, en los prticos de los precursores, en las grandes

figuras retricas que hacen corresponder profetas y apstoles.


1
R. Braun (ed.), Livre des promesses et des prdictions de Dieu de Quodvultusdeus, Introduction, Cerf, Paris. 1964, p. 39.

114
Es la encarnacin temporal de esta estructura, lo esencial de la mentalidad medieval; estructura por

analoga, por eco. No existe en verdad ms que aquello que ya existi2

No se trata pues de la interpretacin individual de algunos doctores en teologa o de clrigos ms

escrupulosos, quienes habran escrutado la letra de los textos sagrados con una fe ms intensa aunada al

refinamiento del erudito, sino de una lectura simblica global que permea la totalidad de la civilizacin

medieval, generando una solidaridad teolgica absoluta entre presente, pasado y futuro, llave de lectura

de la consumacin escatolgica del mundo.

Por otra parte, no debera creerse que esta forma de lectura medieval fuera el patrimonio exclusivo de la

tradicin cristiana. La encontramos en el islam y en una larga tradicin rabnica ms o menos

cabalstica. As, Abraham Bar Hiea, quien viva en la Espaa del siglo XII, adquiri notoriedad en razn

de sus clculos profticos basados en el Pentateuco, en el Libro de Daniel y sobre datos astrolgicos.

Para l, cada periodo del texto del Gnesis es la figura de Israel, puesto que el mundo fue creado para l:

En cada versculo bblico, en cada palabra y cada letra, hay un simbolismo oculto3

Esta lectura reiterativa y tartamuda de la historia del pueblo elegido, para simbolizar la historia de la

Iglesia americana, es una de las hiptesis centrales de nuestra tesis. Lo que intentaremos mostrar es

cmo el texto, o los textos, que nos reportan la cada de Mxico fueron escritos en esa lgica de la

salvacin que tom a Jerusaln como punto de referencia obligado.

Procuraremos pues, en primer lugar, explicar cmo la teologa, es decir, la ascensin en el

conocimiento de Dios, se lleva a cabo a travs de las diferentes lecturas posibles de las Escrituras.

Mostraremos tambin que la imagen central de esta lectura cudruple se concentra en la figura de

Jerusaln, punto nodal de la escatologa cristiana, y presentaremos el modo en que Tenochtitlan es

asimilada por entero a la figura escatolgica de Jerusaln.

2
J. Le Goff, La civilsation de loccident mdieval, Arthaud, Paris, 1964. p. 218.
3
Paul Vuillaud, op. cit. pp. 64 y 65.

115
Lectura y lecturas de los textos sagrados

Se ha reprochado, en una forma bastante general y superficial a la Edad Media, el no respetar los

textos de los autores citados o utilizados en las obras, religiosas o profanas. Pero esto es uno ms de los

anacronismos sobre los cuales suele constituirse un discurso histrico vulgar, el que impone a los

medievales una problemtica y una preocupacin que slo es nuestra o que se nos inculca en nombre,

entre otros, de la cientificidad y de la construccin, siempre pospuesta, de una verdad universal. El

fundamento de la verdad medieval est en otra parte. Y es justamente por atender a la verdad

fundamental, al conocimiento perfecto, por lo que clrigos y letrados se inclinan sin cesar sobre los

textos sagrados ms que sobre los profanos (presuponiendo que esta dicotoma fuera pertinente en la

poca), y proponen un sistema de lecturas complementarias y paralelas a la letra de los textos. Es la

riqueza de ese sistema, generador de mltiples lecturas posibles, la que trataremos de abordar ahora.

Ya con Orgenes, uno de los primeros y ms grandes exgetas de la Iglesia primitiva, se ve que el

respeto por el texto, tal como lo entendemos, est ausente. Este fogoso erudito puede escribir: Aquel

que se ha preocupado por la verdad no se molesta por cuestiones de vocablos, O tambin: no ayuda el

tener supersticiones respecto a las palabras, si se sabe mirar la profundidad de las cosas.

Ideas que atraviesan toda la Edad Media y que nos llevan a constatar con Henri de Lubac que: Santo

Toms de Aquino ser de esa opinin: cuando el fondo de las cosas es claro, estimar vana toda

controversia verbal y lo repetir... No es del sabio preocuparse de los nombres.4

Pero veremos ahora el porqu de esta actitud. Si, en efecto, toda la Edad Media hace eco de la

advertencia del apstol Pablo: la letra mata, pero el espritu vivifica, no es para permitir cualquier

4
Henri de Lubac, Exegesis Mdievale, les Quatre sens de lEcriture, Aubier, Paris, 1959, p. 47.

116
fantasa interpretativa individual. Por el contrario, esta ltima frase, en apariencia sibilina, esconde todo

un complejo de posibles lecturas, todas las que inspira el Espritu Santo.

El problema de los diferentes niveles de interpretacin de las Escrituras ha sido estudiado por Henri de

Lubac en su amplia obra en cuatro volmenes: Exgesis medieval: los cuatro sentidos de la Escritura.

De este notable estudio tomaremos los elementos bsicos de lo que a continuacin se presenta, dejando

a un lado sus preocupaciones de ortodoxia catlica, que no son nuestras. Esta obra nos muestra con

claridad, entre otras cosas, los fundamentos y la riqueza extraordinaria de las diferentes lecturas que el

cristianismo primitivo y medieval hacen de los textos sagrados, como la riqueza interpretativa posible de

las crnicas medievales que condenamos con demasiada rapidez, en nombre de criterios de composicin

y de lecturas que les son extraas.

Henri de Lubac une esta exgesis medieval a una larga tradicin grecolatina, esforzndose en mostrar

que, a pesar de esta unidad, habr por ah una ruptura epistemolgica entre el fundamento

espiritual de las prcticas de los exgetas de la Antigedad clsica y el de la construccin de la nueva

exgesis cristiana. Su discurso est marcado por la ambigedad; se trata de una reflexin que intenta

unir el sistema de lectura cristiano con un sistema pagano y que, al mismo tiempo, desea probar que

existe una diferencia fundamental, como lo exige el mito de la Revelacin.

De esta manera crtica, de manera radical a los autores que se rehsan a ver en la alegora practicada

por los padres de la Iglesia e incluso ya tempranamente en el mtodo de San Pablo, ms que una

adaptacin del mtodo estoico a la Biblia. Preocupados por el parentesco que descubren en los

procedimientos literarios, piensan que estn frente a un mismo esquema general del pensamiento

alegrico en una y otra parte5

Para nosotros, ms que la diferencia cualitativa por construir, en la que se esfuerza Henri de Lubac, lo

que nos interesa, sobre todo, es mostrar la slida continuidad entre la exgesis grecolatina y la cristiana,

5
H. de Lubac, op. cit. p. 387.

117
y, luego, intentar comprender lo que pudo ser esta lectura de cuatro sentidos de la Escritura.

Continuidad cierta, que un autor como Edwin Hacht nos confirma:

Los mtodos ms antiguos de la exgesis cristiana fueron la continuacin de los que entonces eran
comunes a los griegos y a los judos helenizados; exactamente como los filsofos griegos encontraron su
filosofa en Homero, los autores cristianos encontraron la teologa cristiana en la Escritura. Las razones
aportadas para creer que en el Antiguo Testamento haba un sentido alegrico siendo del todo anlogos a
aquellos que haban sido dados en el caso de Homero...6

Sin insistir ms, por el momento, sobre esta continuidad, citaremos las palabras de Gregorio Magno, uno

de los autores relevantes de referencia y autoridad durante toda la Edad Media, cuando escribe, segn

De Lubac:

Lo que est escrito en el interior de los libros sagrados es exterior para la historia; lo que es interior al
intelecto espiritual es exterior, por el contrario, para el simple sentido literal. [Y luego, en otra parte:] Se
requiere para comprender la verdad de la historia e inteligencia espiritual, para comprender los misterios
de la alegora...7

Agrega Henri de Lubac, Frmulas clsicas para la tradicin cristiana, al servicio de una doctrina de

igual manera clsica. Toda la Edad Media lo repetir.

Una antigua tradicin

En los textos de Homero que versan sobre los mitos de fundacin de la civilizacin griega, Herclito o

Strabn, como ms tarde Plutarco o Cicern, entre otros, proponan ya una lectura que estuviera en la

letra y a la vez ms all de ella de los escritos del llamado Maestro de Grecia.

Plutarco, en su Tratado de la lectura de los poetas, citado por De Lubac, apunta:

6
Edwin Hatch, en H. de Lubac, op. cit., p. 431.
7
Henri de Lubac, op. cit., p. 382.

118
Encontramos en Homero un mtodo de enseanza parecido escondido ya que se acompaa siempre de
razonamientos tiles a aquellas de sus ficciones que ms a menudo le han sido severamente criticadas.

Y Henri de Lubac comenta:

Plutarco disea aqu el mtodo inaugurado antiguamente por los apologistas de Homero, como Theageno
de Regio o Stegimbrote de Tasos, quienes en efecto buscaban encontrar sobreentendidos edificantes o
profundos bajo la letra escabrosa de algunos de sus versos, con el fin de transformarlos, como dice una
inscripcin latina, en pia carmina. Haban tenido numerosos imitadores porque, aclara Herclito, si
Homero no ha hablado con alegoras, entonces ha preferido toda suerte de impiedades.

El mtodo haba sido adoptado con rapidez por los pensadores de diversas escuelas que quisieron

encontrar en el poeta la fuente de sus bellos pensamientos:

Anaxgoras, Antistene, Digenes, muy a pesar de algunas resistencias presentadas sucesivamente por
Platn, Epicuro, los gramticos de Alejandra, la Nueva Academia y Lucien, toda clase de filsofos
pitagricos, platnicos, cnicos, estoicos rivalizaron en ese gnero de interpretacin. Ellos la difundieron a
todos los antiguos poetas, a toda la mitologa
Por ellos, los mitos fueron explicados piadosa y filosficamente. Los neoplatnicos hicieron lo mismo: el
alegorismo tardo de un Porfirio; despus, de un Salustio y al fin de un Prculo y de un Olimpiodoro fue
un esfuerzo para reunir a la teologa de la Escuela, lo que sobreviva de la religin helnica, de
iniciaciones y de misterios 8

Se nos excusar por esta larga cita, pero un testimonio de ese tipo nos permite conceder a nuestro texto

la demostracin que se encuentra implcita. Es decir, la constatacin de que la lectura alegrica de los

textos venerables de la Antigedad fue general en el mundo grecolatino; que la practicaron tanto los

autores oscuros como los grandes filsofos y pensadores, cualesquiera que fuese su escuela filosfica.

Para saber el porqu de esta lectura original de los textos, podramos interrogar nuevamente a Cicern:

La Grecia ha estado invadida desde hace tiempo por la creencia de que Coelus haba sido mutilado por su
hijo Saturno y este mismo, garroteado por su hijo Jpiter. Una doctrina fsica rebuscada est encerrada en
esta fbula impa, quieren decir que la naturaleza del cielo, que es la ms elevada, est hecha de ter, es

8
Ibd. pp. 374 y 375.

119
decir, de fuego y que engendra todo por s misma; est privada de ese rgano corporal que se necesita
para engendrar, de su unin con otro.
Han querido designar como Saturno la realidad que contena el curso y la revolucin de los espacios
recorridos y los tiempos, del cual tiene el nombre en griego, pues se le llama Cronos que es la misma cosa
que Chronos, es decir, espacio de tiempo. Pero se le llam Saturno porque estaba saturado de aos. Se
ha de creer que tiene la costumbre de comer a sus nios porque la duracin devora los espacios de tiempo
y se llena de aos del pasado sin jams ser saturado, y fue garroteado por Jpiter para que su curso no
fuera sin medida y que l fuera encadenado por el lazo de las estrellas9

Se puede ver aqu que la interpretacin de los mitos no ha esperado al estructuralismo para develar sus

riquezas. Ms all de la fbula, de la letra del relato del mito, como dice Cicern, hay una doctrina

fsica rebuscada. Se trata pues, de uno de esos mtodos de bsqueda del sentido que permiten a los

hombres, en un momento dado de su historia, descifrar y construir el misterio del mundo. En este

sentido, habr continuidad entre esa necesidad de la reflexin grecolatina y la exgesis cristiana y,

podemos agregar, hebraica. La gran diferencia no se encuentra entonces en la esfera del mtodo, de la

cualidad del episteme en cuestin, sino en un deslizamiento del sentido en el mbito de la comprensin

fundamental del motor del mundo y su desciframiento.

La cudruple lectura cristiana

Henri de Lubac remonta la lectura alegrica realmente cristiana al apstol Pablo, el apstol de los

gentiles (pero tambin judo helenizado y ciudadano romano), diciendo que:

La alegora cristiana vino de San Pablo. Si ha sido valorada con los recursos de la cultura heredada de

los griegos, nadie ms que l, con respecto a lo esencial, la ha acreditado10

Se trata de una lectura cristiana sistematizada a continuacin por Orgenes y por los autores del periodo

patrstico:

9
Cicern, De la nature..., op. cit., p. 431.
10
Henri de Lubac, op. cit., p, 377.

120
Alegora pues, cuyo gran exgeta hizo a menudo la apologa contra los partidarios de la pura letra, esta
alegora con la cual traza la va real de la interpretacin cristiana de las Escrituras, entre las negaciones y
los errores antagonistas o incluso algunas veces aliados de los judos y de los herejes, la toma prestada,
en efecto, y muy conscientemente, del apstol11

Uno tras otro, Henri de Lubac convoca al asiento de los testigos a una larga cohorte de exgetas, los

Padres de la Iglesia: Tertuliano, Agustn y Jernimo; los telogos medievales reconocidos, como

Raban Mauro, Isidoro de Sevilla, Hugo de San Vctor, y tambin a autores menos conocidos como

Aimon de Auxerre o lvaro de Crdoba.

Lo importante para nosotros, en definitiva, es comprender que existe, reconocida y practicada en la

tradicin cristiana primitiva y medieval, una mltiple lectura de las Escrituras que corresponde a varios

sentidos posibles, organizada a partir de dos ejes: uno que consiste en la historia o en la letra, el otro en

lo ms espiritual, alegrico o mstico. El primero hace referencia a la escritura, al relato lineal

imprescindible; el otro a la infinidad de las lecturas posibles.

Pero no se debe creer que esas dos prcticas del texto, la letra y la alegora, corresponden a una

dicotoma del sentido, a la construccin de dos sistemas de explicaciones heterogneas. Se corresponden

estrechamente una a la otra, pues el espritu no se expresa sin la letra, como la letra no est vaca de la

presencia del espritu. Cada una de las prcticas encuentra su determinacin en s misma y en la otra,

como la rueda en la rueda, para utilizar una metfora medieval trivial. Es la totalidad, el conjunto de

las prcticas reunidas de una manera total y simbitica, lo que permite alcanzar la ciencia perfecta, el

conocimiento verdadero. Detalla Henri de Lubac:

A decir verdad, en el origen son slo uno. El sentido espiritual es tambin necesario para el
perfeccionamiento del sentido literal, de la misma manera en que ste es indispensable para fundarlo; es
pues el terreno natural de la inspiracin divina y, como dir Bossuet, del diseo primitivo y principal del
Espritu Santo. El espritu no es exterior a la historia. Fueron dados juntos, inseparables, por el hecho de
una inspiracin nica. Despus, fuimos nosotros quienes los separamos. 12

11
Ibd., p. 379.
12
Ibd., p. 406.

121
A la frmula clsica de esta doble prctica del sentido, la investigacin medieval formal le hizo sufrir un

cierto nmero de modificaciones y se tuvieron no slo dos tipos de prcticas,

sino cuatro. Se podra decir que, grosso modo, los cuatro sentidos posibles fueron agrupados dos por

dos, los dos primeros expresando las realidades terrenales, los dos ltimos las divinas y celestes; los

primeros expresando las razones humanas, interesndose sobre todo en la vida prctica; los segundos, en

las relaciones del hombre con Dios, concerniendo ms en particular a la fe y la contemplacin. Tal

modelo comprende as cuatro prcticas: la historia, la tropologa, la alegora propiamente dicha y la

anagoga. Las tres ltimas estn contenidas en la littera matriz comn del sentido espiritual o mstico.

Pero a menudo escribe H. de Lubac los cuatro sentidos fueron tambin enumerados y definidos a
continuacin el uno del otro, sin recordar el sentido general, pues los tres ltimos no son sino clases. Tal
es el caso de Beda, primer autor que nos ofrece un cuadro desarrollado del cudruple sentido. Tal es
tambin el caso de Raban Mauro, que copia a Beda; despus el de Guibert de Nogont, en la primera glosa
sobre el Gnesis, el de Honorio, el de Adn Escoto, de Juan de Salisburrv, de Inocencio III13

Para comprender bien el inters de tal desarrollo analtico y de su utilizacin, debemos tener presente la

idea de que la Escritura y los textos sagrados, considerados a la vez en su conjunto y en su letra, nos

reportan primero hechos; nos narran una serie de acontecimientos sucedidos en realidad y que es

esencial reconocer como tales. En ese sentido es historia.

Para un cristiano, todo el relato de la Revelacin es historia. No slo ha venido Jesucristo, hijo de Dios,

encarnado en Mara siempre virgen, sino que los detalles mismos de los evangelistas, son histricos, lo

mismo que toda la materia bblica anterior. As, escribe Henri de Lubac: no ser jams posible olvidar

la historia, ni replantearla ni emanciparla o menospreciarla. Es necesario aplicarse a recibirla y

conservar el testimonio...14

13
Ibd., p. 422.
14
Ibd., pp. 429 y 430.

122
Las lecturas alegricas o simblicas no deben hacer olvidar que la letra de la Escritura que constituye la

historia est ya plena de grandes enseanzas. Hay pues una primera necesidad metodolgica de conocer

bien la letra, la historia, que otorga una primera inteligencia. Ese sentido, el literal, es el fundamento

mismo, pues toda la lgica de la salvacin contenida en los textos no ha tenido lugar de manera

formal, imaginaria o simblica, sino que son un punto de referencia espacio-temporal innegable. Negar

esta realidad, esta historicidad, es de hecho negar la continuidad de eventos, de personajes y,

finalmente, negar los propios fundamentos de la fe de los cristianos: Historia fundamentum est.

Pero la historia no puede reducirse a la letra sin ser una historia estril; supone como correlativo el

sentido mstico, en una unidad absoluta. Sin ello, la historia se reducira a un mero cascarn hueco, que

puede estar bien formado, incluso ser brillante, y entonces ser conservado por sus cualidades propias de

discurso, gramtica, retrica, pero cuyo inters verdadero es que encierra de hecho, en su interior, la rica

mdula, la semilla preciosa digna de la atencin del sabio.

La historia era para ellos los medievales, como para Cicern, la maestra de la vida. La vida de

los predecesores observa San Gregorio en las Moralias sirve de modelo a sus sucesores. La

historia era, pues, una ciencia moral que se estudiaba con miras a mejorar los hbitos. Al menos ese era

entonces su objetivo esencial. Cuando Abbon, monje de Saint Germain, emprendi la narracin en verso

del sitio de Pars por los normandos, dijo, que fue por el deseo de conservar la memoria de un ejemplo

til a todos aquellos que estn encargados de vigilar el bien de otras ciudades del Estado. Ral Glaber,

a su vez, fue incitado a escribir para conservar:

Esa masa de acontecimientos que seran, pens, muy provechosos para los hombres si estuvieran narrados
y devendran, sobre todo para cada uno de ellos, excelentes lecciones de prudencia... Que se trate, en
efecto, de aspectos buenos o de actos malos, el relato que les reporte arrastra siempre una leccin
saludable, enseando a los hombres a imitar a unos y evitar a otros.15

15
Ibd., pp. 467 y 468.

123
Se ve, pues, cmo todos esos autores, todos esos historiadores, no pueden atenerse de manera exclusiva

al hecho o testimonio, al documento. Su discurso hace referencia en todo momento a algo que est ms

all del puro hecho histrico y a sus huellas escritas u orales. La existencia de esas leyes teolgicas

generales son necesarias no slo para su escritura, para la exposicin y recomposicin de los hechos

histricos, sino tambin, y sobre todo, para acabar y redondear su significacin.

Con riesgo de ser repetitivos, debemos reafirmar que en esta poca, la tentativa de construccin total,

global de la historia, se sita en un universo semntico teolgico. La historia es indisociable de la visin

teolgica. No se trata de una deficiencia, ni de una imposibilidad terica y metodolgica; simplemente,

lo que sucede es que el fundamento de esta historia es total e irremediablemente diferente de nuestra

historia y, en ese sentido, se comprende bien este subrayado de Gilson:

Si la ausencia de nuestra manera de hacer historia equivale a la ausencia de toda historia, se puede pensar
en efecto que la Edad Media no tiene alguna. Pero con el mismo mtodo, se podra tambin con facilidad
decir, por otra parte, que no hay ninguna poesa, ninguna filosofa. 16

La religin catlica medieval admita que los tiempos estaban ya consumidos, que la preparacin

evanglica, en accin desde haca siglos, entraba en su fase final. No resta ms que esperar

pensaban que se completara la visin escatolgica de los profetas anunciando el fin de la Jerusaln

terrestre y el advenimiento del reino sin trmino. Escatologa apocalptica que era la muestra de una

esperanza.

Por otra parte, esta historia no est ausente de un profundo espritu crtico vigilante. Pero tampoco all

debemos proyectar la lgica contempornea de lo que llamamos hoy, sentido crtico.

16
E. Gilson, Lesprit de la philosophie mdievale, Pars, 1944, pp. 365 y 366, citado por Henri de Lubac op. cit., nota de la
p.469.

124
Podemos ver este espritu crtico en accin, por ejemplo, cuando Raban Mauro repita que l quiso

eliminar de su historia cualquier contaminacin por fuentes apcrifas.

En el siglo XI, un tal Juan Dicono, por ejemplo, dio prueba de una conciencia minuciosa en la bsqueda
de sus fuentes; tambin espera que su Vida de San Gregorio sea siempre apreciada por aquellos que aman
la verdad. En el siglo XI un Letaldo de Micy, que es a la vez historiador y poeta, pero no por ello menos
crtico, ordena para la hagiografa unas reglas severas, y se muestra en particular riguroso con los relatos
de los milagros, pues dice que slo le place a Dios lo verdadero. Ral Glaber mismo declaraba ser
capaz, por el mtodo histrico, de descubrir las falsas reliquias y no se dej imponer afirmaciones
frvolas.17

Esta historia medieval que parece simple e ingenua es en realidad difcil de comprender a cabalidad por

los medievales mismos. El conjunto de autores de esos tiempos desconfiaba de la facilidad aparente de

la historia, pues haba pasajes de ella cuya lectura resultaba poco clara y llena de contradicciones, como

trampas para la vigilancia del sabio.

De todos modos, era necesario estudiar la historia, no aadirle ni quitarle nada y restablecer la verdad

con refinamientos crticos. Esta tarea no poda encontrar en s misma su propia justificacin, pues lo ms

interesante en la historia no era la historicidad verdadera, sino la significacin simblica, la alegrica,

la inteligencia mstica que sta permita alcanzar. De aqu las innumerables imgenes de la historia

como el umbral, como la puerta que permite el acceso al templo de Dios; envoltura, superficies

literarias, superficies histricas, cascarn, corteza, hueso que ser necesario romper para alcanzar la

sustanciosa mdula, como dira el maestro Franois Rabelais, para penetrar hasta la sustancia

misteriosa de la inteligencia espiritual.

Pero estos hombres que reconocieron la irremplazable necesidad de la historia y escrutaron textos y

testimonios con su espritu crtico, construyendo la inteligibilidad del mundo, en el fondo se

interesaron slo por s mismos y, en su angustiada bsqueda, no pudieron despegar los ojos de su propia

imagen.

17
Henri de Lubac, op. cit., pp. 471 y 472.

125
Ellos no investigaron en absoluto la vieja Biblia; a fin de cuentas, para obtener informaciones sobre el
carcter particular de la piedad israelita o sobre el genio propio de la religin de Israel, tampoco
intentaron aprender ah cmo esta religin fue la etapa histrica y preparatoria de la religin cristiana. La
preocupacin por estudiar el Antiguo Testamento como un documento histrico, porque nos ensea la
historia del pueblo hebreo, les es extraa. Les faltaba, en general, lo que nosotros hemos llamado inters
por el pasado como tal, aunque fuese el pasado bblico, en tanto que representaba un tiempo muerto y que
no puede regresar de nuevo...18

As, la Biblia se transform en algo ms que un libro de historia. Los hombres los hebreos, de cuya

historia trata, en el fondo les importan poco: la Biblia fue hecha para instruir, convencer, reformar,

ensear la justicia, para poner al hombre de Dios en perfecta condicin de cumplir toda obra buena,

como lo explica el apstol Pablo en su Epstola a Timoteo.

La Biblia, como todo libro cargado de historicidad, no interesa por el acontecer histrico y lo que

reporta, aunque ello sea importante como lo hemos visto, sino por la posibilidad que ofrece de

demostrarla como una obra de historia general que explicita el devenir humano, animada y sostenida por

el espritu de Dios y regida por su Divina Providencia. De ese modo, el gnero histrico es totalmente

teolgico y, por ese mismo hecho, no puede alcanzar a constituirse en gnero autnomo.

La consecuencia ms importante de lo que hemos venido diciendo, para los que trabajamos sobre los

textos histricos dejados por esa poca, es la de comprender que, a pesar de un sentido crtico que tuvo

su lgica y su inters propio, los hechos citados y manipulados en estos textos tienen un sentido que

participa de una concepcin teolgica general del saber, sin nada que ver con la historia cientfica

contempornea o con el humanismo de las ciencias sociales. En esa medida, los autores no pueden ser

clasificados bajo el nombre de historiadores, etnlogos o antroplogos. Las Casas no puede ser

indigenista, liberal, anticolonialista, al igual que Sahagn no puede ser uno de los primeros de los

antroplogos americanistas. Tales aproximaciones burdas a la obra escrita de estos dos autores, por

18
Ibd., p.484.

126
ejemplo, impide entender en realidad la relacin comunicativa que intentaban establecer en su poca con

sus textos, a la par que constituyen una pantalla ms entre stos y nosotros.

La naturaleza de su prctica historiogrfica organizada en el mito de la salvacin, no dejaba lugar al

reconocimiento de otras historicidades posibles. De la misma manera que no haban tenido inters real

por el conocimiento de cuanto no fuese ellos, pronto los americanos recin encontrados, como judos,

rabes y negros, no existieron sino como elementos decorativos del mito cristiano. Los occidentales no

llegarn jams a concebir la idea de que aquellos otros pudieran tener una idea de historicidad propia,

y la aparicin de los indios en los textos americanos no debe engaarnos; son slo figuras retricas que

sirven a una lgica discursiva construida sobre su aniquilamiento.

Y si, por casualidad, algunos elementos de estos retratos americanos puestos all para dar color y

ambiente extico, para construir una escenografa temporal tienen algo que ver con una mnima

realidad precolombina, es mera coincidencia.

La historia, base de la moral social

Hemos hecho ya muchos comentarios sobre cmo la lectura simblica de las Escrituras era una tentativa

para alcanzar el conocimiento de Dios. Sabidura que permita establecer, en detalle y sin duda posible,

cmo la historia bblica rindi testimonio de Cristo y estableci la justificacin de la Iglesia clero y

fieles unidos que contina y cumple sus mandamientos. Esta bsqueda participa no slo de la fe, sino

tambin de la voluntad de buscar el establecimiento de una moral social por una edificacin de las

costumbres. En ese sentido, en la divisin de las cuatro prcticas generadoras de sentido de las cuales

hemos hablado, se puede decir, con Henri de Lubac, que la historia y la alegora contribuyen al

conocimiento de la inteligencia simblica, a la ereccin de la fe, en tanto que la tropologa permite la

edificacin de las costumbres. As, la prctica teolgica sobre los textos sagrados, o sobre los histricos,
127
hace emerger un nico sentido mstico, y de esta reflexin se desprende un sentido moral y prctico. No

se trata de una bsqueda moral exterior o marginal, como una especie de subproducto de la reflexin

mstica, sino, en realidad, de un enlazamiento continuo entre la bsqueda de los sentidos simblico y

moral, movimiento global que culmina con plenitud toda la reflexin histrica y alegrica.

De la anagoga

Nos interesa aqu el ltimo de los cuatro sentidos, en particular en lo que respecta a la escatologa

cristiana. sta se caracteriza por dos aspectos complementarios que son el terror y la esperanza. El fin de

los tiempos se acompaa de fenmenos terribles y de tribulaciones dramticas en los cielos y sobre la

Tierra, pero este incendio csmico que nos describe el Apocalipsis de Juan es tambin, en paralelo,

esperanza suprema, conclusin al fin realizada de una promesa largamente esperada: la felicidad del

hombre justo aniquilndose en la plenitud de la presencia gloriosa de su creador.

La anagoga est estrechamente relacionada con la escatologa en el sentido de que en ella existe la

posibilidad de alcanzar, ya prefigurado, el conocimiento de Dios; conocimiento que estar plenamente

acabado slo con el fin de los tiempos.

Para Orgenes, Gregorio de Nisa y Jernimo, se trata de uno de esos nombres del sentido espiritual.
Dirige la mirada del espritu de las cosas visibles a las invisibles, o de las cosas de abajo a las de arriba; es
decir, a las divinas... Ms en concreto, ste ser el sentido que va a permitir ver en las realidades de la
Jerusaln terrestre, las realidades de la Jerusaln celeste. Por lo tanto, esas realidades, aunque no sean ms
cosas temporales, son sin embargo, para nosotros que caminamos y padecemos en los tiempos, cosas an
por venir, deseadas y esperadas. Despus de la alegora que edifica la fe, la tropologa que edifica la
caridad, he aqu la anagoga que edifica la esperanza... 19

Se puede decir que la profeca juda, tanto la de los ancianos profetas como la del Apocalipsis, eran

anaggicas, por cuanto que anunciaban un cambio cualitativo en el orden del mundo. La Iglesia cristiana

19
Ibd., p. 623.

128
rompi con la tradicin judaica, en el sentido en que en lo temporal, la venida del Mesas no provoca en

apariencia ningn cambio fundamental sobre la Tierra, sino que abre una larga tradicin histrica en la

espera de su regreso definitivo.

El Mesas dej sus enseanzas a sus fieles, sin duda, pero su inteligencia espiritual no pudo ser accesible

por entero, ni siquiera a los ms perfectos de los justos, a quienes no les ser revelada en su totalidad

sino hasta que el fin de los tiempos tenga lugar.

El Nuevo Testamento que est comprendido como verdad en relacin con el Antiguo, que constituye su

prefiguracin y su anuncio, es entonces comprendido como una simple imagen de una realidad

fundamental y ltima, an por venir.

El Nuevo Testamento no cumple por completo la nueva alianza de Dios con su Iglesia, pero ah est la

promesa. As, de la misma forma en que el pueblo hebreo pudo ser considerado como una prefiguracin

de la Iglesia cristiana, sta en su desarrollo simblico prefigura la Jerusaln futura.

Como conclusin a esta demasiado larga revisin de las cuatro prcticas generadoras de sentidos de la

Escritura, podramos afirmar con Henri de Lubac: Es en la escatologa tradicional donde la doctrina de

los cuatro sentidos acaba y encuentra su unidad 20. Pues el cristianismo es una realizacin, y en esta

misma realizacin est una esperanza.

20
Ibd., p. 643.

129
Sexta vuelta

JERUSALN! JERUSALN!

Cmo se lleg pues a Jerusaln, articulacin necesaria y


fundamental del discurso del mito escatolgico cristiano, y por
qu Tenochtitlan Jerusaln americana tena que ser
destruida.
Pero los signos de la destruccin mexica, sern tambin los de
su posible salvacin.

Retomando la idea de que el Antiguo Testamento es la prefiguracin de toda historia cristiana, podemos

entender por qu, en la escenificacin discursiva de la escatologa cristiana, la destruccin fsica de

Jerusaln por el ejrcito de Tito toma una relevancia sorprendente, en lo fundamental porque estos

acontecimientos cierran de manera irremediable el fin de una gran etapa de la Revelacin.

Para el mito cristiano, el relato de la destruccin fsica era necesario porque se pasaba as de la Jerusaln

juda, la del Antiguo Testamento, a la nueva Jerusaln, que constituye a la Iglesia cristiana , en espera del

regreso del Mesas para la realizacin plena la de la Jerusaln celeste.

No es pues asombroso constatar el lugar absolutamente central que la figura de Jerusaln tom en toda la

cultura medieval.

Ya hemos dicho, por ejemplo, que Jerusaln se encontraba en el centro de la representacin simblica del

espacio medieval, como lo testimonian algunos mapas de la poca. Esta primaca es esencial en todas

las construcciones simblicas de esta cultura teolgica. De nuevo, Henri de Lubac ser quien nos

confirme el lugar de la figura de Jerusaln:

El smbolo privilegiado entre todos es el de Jerusaln. En l tenemos mucho ms que un ejemplo, pues slo
en el nombre est resumida toda la historia del pueblo de Israel y est contenida toda la esencia del
Antiguo Testamento; y, en consecuencia, toda la Iglesia de Cristo y toda el alma cristiana, toda la ciudad
de Dios y todo el misterio, lo mismo de la virgo singularis, de tal manen que la explicacin de Jerusaln
encierra como in nuce la explicacin total de la Escritura y la exposicin total del Misterio cristiano. Por

130
todo eso podemos entender perfectamente por qu la tradicin cristiana, invitada por la Escritura misma,
recibi tan pronto esta figura de Jerusaln...
Jerusaln ha recibido a menudo una triple interpretacin alegrica: ya sea el alma establecida en la
virtud, la iglesia gloriosa sin tacha ni mancha o el pueblo celeste del Dios vivo. Estas diversas acepciones
se encuentran, en efecto, en Orgenes, con un sentimiento de continuidad de la una en la otra y una
predominancia frecuente de la Jerusaln escatolgica... Se habl tambin de la amplitud de la visin
agustiniana, tal como la desarroll en La Ciudad de Dios: es la alegora de Jerusaln que constituye su
base:
Illa Jerusalem ad Cujus pacem currimus... Los cuatro sentidos de la ciudad son ya tpicos en Casiano. Se
les encuentra en Beda, Raban Mauro, Sedulio Escoto, Gilberto de Nogent, Honorio y en un gran nmero
de autores. El Speculum Eclesiae los utiliza, as como la Miscelnea, Juan Beleth, Esteban Langton,
etctera.
Desde entonces, Jerusaln ser el ejemplo tpico, ilustrando el mtodo del cudruple sentido. Todo el
Libro IV del De claustro animae de Hugo de Fouilloy es un tratado de 43 captulos de la cudruple
Jerusaln: 5 captulos para la historia, 14 para la mstica y la moral, ms o menos entremezcladas, 24 slo
para la anagoga: es una larga descripcin de la Ciudad Celeste donde son abordados todos los
problemas concernientes a los fines ltimos. El nombre de Jerusaln, en efecto, se aplica por excelencia a
la Jerusaln anaggica.1

Constatamos, pues, la importancia de la Jerusaln simblica, pero sabemos tambin que para que se

cumplieran en su totalidad las profecas del Antiguo Testamento, era necesario que la orgullosa Jerusaln

histrica, la ciudad del pueblo judo, fuera destruida, para que sobre este evento histrico pudiera

anclarse y desarrollarse el mito cristiano de la nueva Jerusaln.

Un acto de destruccin imprescindible, incluso en contra de la voluntad del conquistador romano, agente

divino a travs de quien se cumplen las profecas. Pero sobre todo deba ser arrasado el templo,

construccin eminentemente simblica con el fin de que se completaran las profecas de Cristo mismo:

En verdad les digo, no quedar piedra sobre piedra (Marcos XIII, 2). En efecto, la tradicin nos informa

que Tito prohibi expresamente que se tocara al templo: pero un soldado, animado por un instinto

celeste, le prendi fuego y no se le pudo apagar...

Esta es ya ms que la simple destruccin de un edificio por el fuego. Se trataba no slo de un lugar

consagrado; para los judos era la autntica morada de Yahv, el lugar donde se comunicaba con su

pueblo. Entonces fue necesario que todo quedara arrasado, como haban anunciado los profetas, y el

1
H. de Lubac, op. cit., pp. 645 y 646.

131
fuego no pudo ser apagado, a pesar de los esfuerzos, porque el templo, smbolo de la alianza del pueblo

elegido por Yahv, haba ya cumplido su cometido y su destruccin tena que testimoniar la nueva

alianza. La ciudad de Jerusaln, por el sitio y los combates con el conquistador romano, qued reducida

a un cuadro y, al fin, el templo mismo qued convertido en ruinas, smbolo definitivo del fin de la

Jerusaln histrica. Irremediable, esta destruccin se efecta por la voluntad de Dios poco tiempo despus

de la pasin y muerte de Cristo, cuando los judos en su orgullo quisieron reedificar el templo y

restaurar el smbolo de su alianza con Dios como pueblo elegido, la tradicin cristiana nos reporta que el

fuego de Dios consumi los materiales y a los obreros que ah trabajaban.

Para el mito cristiano, en este aniquilamiento de la Jerusaln juda, ms que la destruccin fsica de una

ciudad poderosa, rica y opulenta, est la voluntad de Dios de marcar con una seal histricamente visible,

para convencer a los simples y a los escpticos de que un tiempo est definitivamente consumido. El

templo ser destruido y no podr jams ser reconstruido, pues:

El templo ha cumplido, por as decirlo predicar Bossuet todo para lo cual estaba destinado. Cristo
haba indicado, segn los orculos de Ageo y de Malaquas, que se acabara el templo, pues es tiempo. Por
muy santo que sea, por numerosas que sean las maravillas ah ocurridas y por el sacrificio que Abraham
quiso hacer de su hijo Isaac, es necesario que ste ceda a los templos, donde se ofrecer segn el mismo
Malaquas, un ms excelso sacrificio desde el nacimiento del Sol hasta la noche2

Con la adopcin del relato de la destruccin de Jerusaln, por la tradicin cristiana, se manifiesta el cierre

de una etapa de la revelacin divina, el fin del pueblo judo como pueblo elegido. El relato mosaico

representaba, ms que una ley moral dada por Dios a su pueblo, un conjunto de vaticinios, cuyo objetivo

era prefigurar al Nuevo Testamento.

2
Bossuet, LXVIIIme jour, en Mditations sur lEvangile.

132
Esta insercin cristiana del relato de la profeca mosaica desposee al pueblo hebreo de la palabra sagrada;

representa una advertencia para ellos sobre lo que va a ocurrir, preparando as la justificacin de todos los

desarrollos mticos e inquisitoriales posteriores.

Mediante las profecas y figuras del Antiguo Testamento, Dios prepar a la humanidad para la venida de su
hijo y la realizacin de sus propsitos redentores. Con los patriarcas y los profetas, con la Ley, con los ritos
de la religin mosaica, Dios familiarizaba a su pueblo con las grandes verdades, pues la humanidad, en su
infancia, no poda an recibir la completa Revelacin. Gracias a esta pedagoga divina, el pueblo judo
pudo ya recibir las grandes lneas de la Revelacin y, en un conmovedor resumen, Ireneo (uno de quienes
han formulado con ms claridad los grandes principios de la lectura del Antiguo Testamento) nos descubre
todo el sentido del Antiguo Testamento: a ese pueblo, pronto a regresar a los dolos, Dios lo formaba a
travs de numerosos llamados, lo preparaba para la perseverancia y el servicio de Dios; lo llamaba a las
cosas primeras por las cosas segundas, es decir a la verdad por las figuras, por las cosas temporales a las
cosas eternas, por las cosas de la carne a las del espritu, por las cosas de la tierra a aquellas del cielo3

Esta gran paciencia de Dios hacia su muy amado pueblo, esta pedagoga divina que guiaba al pueblo

elegido, se expresaba en la primera Jerusaln histrica y geogrfica. Pero esta misma ciudad santa

deja entrever ya los signos del futuro apenas disimulados bajo la letra del libro sagrado. Es lo que explica

Hilario de Poitiers en el siglo IV:

Hay varias maneras de interpretar la Escritura... Toda la obra contenida en los Santos Libros anuncia con
sus palabras, revela por los hechos, establece por los ejemplos, la venida de N. S. J. C. quien, enviado por
su padre, se hizo hombre y naci de una virgen por la accin del Espritu Santo es l quien, por las
prefiguraciones verdaderas y manifiestas, engendra y lava, santifica, escoge y rescata la Iglesia en los
patriarcas. Por el sueo de Adn, por el diluvio de No, por la bendicin de Melquisedec, por la
justificacin de Abraham... Durante todo el recorrido de los tiempos, en una palabra, el conjunto de las
profecas, manifestaciones del desarrollo del plan secreto de Dios, nos fueron dadas con benevolencia, por
el conocimiento de su encarnacin por venir.
Y puesto que nosotros deseamos mostrar en este pequeo tratado que en cada personaje, en cada poca, en
cada hecho, el conjunto de profecas proyecta como un espejo la imagen de su advenimiento, de su
predicacin, de su pasin, de su resurreccin y de nuestra comunidad en la Iglesia... 4

El mismo Hilario termina su tratado concluyendo:

3
J. P. Brisson, Introduction au trait des Mystres de Hilaire de Poitiers (sicle IV), Ed. Du Cerf, Paris, p. 43.
4
Hilaire de Poitiers: Trait des Mystres, op. cit., LI, 1, p. 73.

133
l convino, pues, que esas realidades figuradas por todos los acontecimientos, conocidos y cumplidos en l
slo hayan sido conservadas en la memoria de los escritos y los libros sellados, para que la posteridad,
instruida por los acontecimientos anteriores, contemple el presente en el pasado y venere todava ahora el
pasado en el presente...5

La destruccin de Jerusaln est de forma directa ligada al advenimiento del Mesas. Ms exactamente, al

tercer advenimiento, que tiene lugar en su encarnacin en el seno de la Virgen y marca el fin de la ley

mosaica. Es pues, ms que el fin de una ciudad, ms que la destruccin de un templo, incluso ms

que el nacimiento de una nueva religin, el punto de partida de una nueva etapa de la historia humana. Un

esquema que un autor annimo del siglo XI o XII ha resumido as, glosando el texto de Hilario:

El Hijo del Hombre vino, en efecto, buscando lo que estaba perdido: El vino antes que la Ley pues hizo
conocer por la razn natural lo que cada uno debi sufrir o hacer; l vino bajo la Ley, pues por los
ejemplos de los patriarcas y la voz de los profetas confirm a la descendencia de Abraham los decretos de
la Ley. Vino una tercera vez despus de la Ley por la Gracia, para la vocacin de los gentiles, para que, del
Oriente al Occidente, los nios aprendieran a alabar el nombre del Seor, esos nios que hasta el fin del
mundo no cesarn de exhortar al culto de su majestad6

Es esta misma divisin simblica de los tiempos, la que nos reporta ese annimo conocido bajo la firma

de Quodvultusdeus, quien nos explica en el prlogo de su obra:

Hay tres tiempos del comienzo al fin del mundo en los diferentes pueblos: antes de la ley, con la ley, y bajo
la manifestacin de una gracia que por signos escondidos siempre ha estado presente. Esta divisin
tripartita es la siguiente: la primera creacin del primer hombre hasta Moiss, es el tiempo de antes de la
Ley; de Moiss, a quien le fue dada la Ley en el Monte Sina, hasta el advenimiento del Salvador N. S. J.
C., es el tiempo de la sumisin a la ley; despus que l se manifest en la carne, que fue crucificado, que
subi a los cielos, hasta ahora y el fin del mundo, con el breve episodio del reino del Anticristo, es el
tiempo de la gracia que se cumple.7

Es interesante notar aqu que el esquema general tripartito de la historia sagrada es aplicable no slo a las

tradiciones hebraicas, sino tambin a los diferentes pueblos. La escritura de la historia de cualquier pas

lejano ser, pues, sometida a divisiones simblicas de este tipo, cualquiera que sea la regin o la poca
5
Ibd., p. 163.
6
Ibd., apndice, p. 165.
7
Quodvultusdeus, Livre des promesses et des prdictions de Dieu, Ed. Du Cerf. Paris, p. 159.

134
estudiada; lo que no debe sorprendernos, si recordamos lo que hemos dicho de las relaciones entre

teologa e historia.

Retomaremos un instante el aspecto escatolgico de Jerusaln, pues hemos dicho que era fundamental. Lo

que hay de extraordinario es la identidad total entre la destruccin de la Jerusaln terrestre, la ruina del

templo y el fin del mundo, el fin de los tiempos, que Bossuet resumir as:

Es necesario que haya en esos dos acontecimientos, entre el ltimo da de Jerusaln y el ltimo del mundo,
cosa que sea propia y cosa que sea comn a una y otra [Y agrega:] Aquello que es propio de la
desolacin de Jerusaln, es que ser asediada por un ejrcito; que la abominacin de la desolacin estar en
el lugar santo. Es que... esa ciudad ser reducida por un hambre prodigiosa, aquello que hizo decir a N. S. J.
C.: desgracia para aquellas que estn embarazadas, desgracia sobre aquellas que alimentan a sus hijos. Es
que la clera de Dios ser terrible sobre ese pueblo particular, sobro el pueblo judo; de tal suerte que jams
la memoria de aqul habr tenido desastre parecido. Es que ese pueblo perecer por la espada, ser tenido
en cautiverio por todas las naciones y Jerusaln pisoteada por los gentiles. Por ello es que la ciudad y el
templo sern destruidos, y no quedar piedra sobre piedra. Es que esa generacin no pasar antes de que
estas cosas estn completas y aquellos que viven ahora las vern. 8

Tenochtitln, otra Jerusaln

Nos parece que este esquema de la destruccin se aplica perfectamente a la de Tenochtitlan-Mxico.

Basta reemplazar judos por indios, gentiles por cristianos, para que se establezca el mismo esquema de la

ruptura.

No es suficiente, sin embargo, notar las similitudes formales en los hechos histricos, para poder

afirmarlo. Es necesario darse cuenta de que la cada de Tenochtitlan significa, de una manera mstica, el

progreso de la enseanza del Cristo, el desarrollo de la religin cristiana entre los indios; una ruptura tan

fabulosa y tan importante para los indios desde la perspectiva simblica como la cada de Jerusaln para

los judos.

8
Bossuet, LXIXme jour , en Mditations sur lEvangile.

135
Las fuentes indgenas y espaolas nos permiten ver cmo ese esquema fue utilizado como ordenador

discursivo para la redaccin de los hechos histricos y militares que contienen los relatos de la

conquista.

Para un espritu contemporneo, esta escritura podra parecer fraudulenta, considerando nuestro deseo de

objetividad, pero es necesario tener claro que la funcin de estos textos era la de inscribir a la reciente

historia americana en el mito cristiano y que, adems, la mayora de ellos no estaba destinada a los indios

sino a la inquietud de la conciencia occidental, cuestionada por el descubrimiento de un cuarto continente,

refugio del demonio y de sus huestes. Sin olvidar que estos textos, mucho ms que un reflejo accidental

de una conciencia occidental angustiada, constituyen los escritos militantes, las autnticas armas

imperialistas de la imposicin y de la justificacin de la cristianizacin.

Entonces, no hay duda de que estas fuentes americanas estn enteramente inscritas en el nudo del mito

occidental.

Desamparo de Tenochtitlan/Jerusaln

Hay poco que agregar al cuadro dramtico que nos ofrecen ciertos relatos del fin de Tenochtitlan. La

ciudad fue tomada barrio por barrio, casa por casa, despus de una resistencia feroz; la ciudad fue

devastada o casi totalmente devastada; reducida a polvo, dira el profeta.

Para comprender la desolacin de Tenochtitlan, esta ciudad maravillosa, digna de Amads, basta

recordar, entre otros, el testimonio de Bernal Daz del Castillo:

Es verdad y lo juro que toda la laguna y chozas y barbacanas estaban llenas de cuerpos y de cabezas de
hombres muertos es prodigiosa la multitud de guerreros de esta ciudad que fallecieron... todo estaba
repleto de cadveres y apestaba fuerte, no habiendo hombre que pudiera resistir9

9
Bernal Daz del Castillo. op. cit., tomo II, p. 254 versin francesa de J. M. De Heredia, Lemerle, 4 vols, Pars, 1878.

136
No hay duda de que se cumpli la profeca: no quedar piedra sobre piedra. Y esta otra: esta

generacin no pasar, que significa dos cosas: que perecer, pero tambin que esta generacin ver

entrar la nueva fe en Las Indias, a pesar de su rechazo y de la resistencia demoniaca que se expres tras

este rechazo.

La palabra indgena tiene que resistirse a la cristianizacin para que el relato indgena est de acuerdo

con la violencia desatada despus. Tendremos as, en estos textos, una negativa amable pero firme,

descrita en largos discursos evidentemente reconstruidos ms tarde en su totalidad. Esta negativa es una

parte obligada del relato, porque tambin permite exculpar a los espaoles de toda mancha moral y

responsabilizar a los indios del enfrentamiento. La naturaleza histrica de estos dilogos ha sido puesta en

duda, de manera parcial, por algunos autores, porque es evidente que los indios no entendieron, ni por un

instante, la extravagancia de la proposicin espaola, que los conminaba a entregarse sin ms a unos

brbaros venidos de quin sabe dnde, slo porque stos as lo queran (de la misma manera en que los

espaoles tampoco pudieron entender ni la mnima explicacin indgena). A pesar de esta imposibilidad

comunicativa fundamental, los textos estn llenos de largos discursos sobre el rechazo indgena a la nueva

religin, as como de pruebas de la aceptacin de sometimiento del tlatoani mexica (veremos en el

captulo siguiente la naturaleza de estos discursos de Motecuhzoma).

El papel de esos pseudodiscursos era justificar, una vez realizada, la destruccin a hierro y fuego causada

por los espaoles en el Anhuac. La revuelta militar y poltica en la capital mexica, primero contra

Alvarado, tras de la masacre en el gran templo, y luego contra Corts, constituye slo la peripecia

histrica aparente, porque la verdadera legitimacin de la destruccin se inscribe en el mbito de la

negativa religiosa, manifiesta con claridad cuando los indios se sublevaron contra su emperador legtimo.

No hay duda de que el estilo literario de esos famosos testimonios indgenas, como lo han constatado

diferentes autores, se sita claramente en unas formas discursivas que podramos llamar estilo bblico, y
137
es probable que un estudio estilstico, sintctico, incluso lexicogrfico, debera mostrar cmo estos textos

no son ms que parfrasis de los relatos sagrados de los invasores. Tomando por ejemplo slo un detalle

en apariencia marginal, como esos 240 000 muertos, o sea 12 x 20 000, significativo, no de un poco ms

de 200 000 cadveres de guerreros mexicas muertos en verdad en la batalla (pueden ser menos, pueden

ser ms), sino de que esta cifra se inscribe, como el resto del relato, en el smbolo, en ese caso en el

simbolismo que se encuentra desarrollado sobre las cifras, en la tradicin hebraica o en la Cbala, en la

cual 240 000 quiere decir innumerable, como las legiones de demonios o los cadveres de los enemigos

de Yahv, despus de una gran victoria del pueblo elegido.

Que tropecemos a cada instante en los textos del siglo XVI con esos estilos bblicos no puede ser tan

asombroso, si se considera que los indios aculturados, es decir, hispanizados y cristianizados, lo fueron

sobre todo a travs de los libros santos.

Pero lo que hemos querido mostrar aqu es que se trata de una cosa ms fundamental que la adopcin de

un estilo o de una parfrasis bblica. Se trata de la constitucin de un discurso que rinde cuentas en lo

fundamental del despliegue del mito cristiano y que se presenta como un ensayo de Escrituras

americanas.

Una nueva etapa de la revelacin divina en Las Indias

En los dos casos, Jerusaln y Mxico, la toma y la destruccin marcan un progreso en las etapas de la

revelacin divina. Es decir, debieron manifestar la voluntad de Dios, el nico, que abati a los dolos, que

rebas la antigua ley para establecer por fin la nueva, la nica, la Ley.

Nos falta regresar una vez ms sobre una concepcin de la historia en la cual todo el devenir humano est

suspendido del esquema de la Revelacin.

138
Debe insistirse en que el libro fundamental es la Biblia y en que los tiempos histricos y sus cambios de

ritmo tienen como punto de referencia los acontecimientos reportados por ella?, en que todo buen libro

de historia comienza con el Gnesis y la creacin del hombre por Dios y tiende a terminar con la

descripcin del fin de los tiempos?

Recordando lo que hemos dicho en el captulo precedente sobre las posibles lecturas que recomienda y

practica el lector medieval, podemos retomar a Henri de Lubac y escribir que:

La preocupacin por estudiar los testimonios dejados por la cultura indgena como documento histrico,
que les enseara algo sobre el pasado de los pueblos indgenas, les es totalmente extraa. De una manera
general, podemos decir que les faltaba inters por el pasado como tal y, ms an, por el indgena, en tanto
10
que representa simblicamente un tiempo muerto y condenado y que no puede ni debe vivirse de nuevo.

Para estos sabios de principios del siglo XVI, el fundamento de su accin, de su prctica intelectual como

historiadores, no era testimoniar un pasado rico, sino construir un discurso que fuese capaz de formar,

de instruir, de rendir cuenta de la preparacin evanglica sobre esta tierra de los indios. Pero esta

construccin legitima, a fin de cuentas, todo lo que ocurri sobre esta tierra y al nuevo poder y a la nueva

religin, pues en la visin teolgica es Dios quien permiti la victoria de los espaoles ya que el triunfo

de stos es, antes que todo, SU triunfo.

Legitimacin histrica y construccin de una nueva moral social corren parejas, y no sabremos de la

poca precolombina la histrica ms que ciertos elementos atomizados, que estn en el texto, un

poco por casualidad o porque entran en el cuadro de esta construccin imaginaria para darle un efecto de

realidad. Debido a esta finalidad y tambin al poco cuidado con que estos autores se dedicaron a la

descripcin de esas sociedades, de las que son los ltimos testigos ciegos, nos quedar siempre la duda

sobre si lo indgena que nos muestran pertenece a un indio histrico o es slo la figura retrica del

indio, sujeto pasivo de una discursividad ajena, que lo trasciende y lo manipula, segn sus necesidades.

10
Henri de Lubac, op. cit., p. 168.

139
De estas prcticas nacen las que se han considerado a veces como confusiones: el empleo de palabras

como dioses, emperador, imperio, rey, nobles, seores, esclavos... No se trata, en ningn

modo, de confusiones. El objetivo de la relacin es adaptar a nuevos mundos un antiguo discurso poltico

religioso y no rendir cuentas del orden precolombino.

Hemos dicho tambin que Jerusaln era un smbolo escatolgico y es evidente que sucede lo mismo en la

Jerusaln indgena. Importancia simblica respecto al mito occidental de la integracin del nuevo

continente a la historia general del devenir humano en la poca. En esta historia marcada por el fin de los

tiempos, la confusin simblica cuidadosamente elaborada mezcla el fin de la poderosa Tenochtitlan y el

fin de un mundo; es la misma confusin simblica que rodea la Jerusaln juda.

Estamos convencidos de que es en ese conjunto simblico donde debemos colocar a los testimonios

indios y espaoles de los primeros momentos de la conquista americana para poder estudiarlos sin

enormes contrasentidos. As, por ejemplo, adquieren nuevo inters ciertos testimonios indgenas de

Sahagn, as como libros en los que se incluyen el Chilam Balam o el Popol Vuh... Y aparece desde este

momento la posibilidad de intentar distinguir mejor, en tales testimonios, lo que pueden tener de

genuinamente indgena y lo que se ha tomado prestado de la tradicin simblica y religiosa, sobre todo a

travs de ese discurso sobre la crisis y la ruptura escatolgica.

Un ejemplo: el Damasceno, palabra que introduce un captulo del Chilam Balam, es una interjeccin

no significativa, un fsil histrico azaroso dejado por cualquier prroco espaol, un obispo, un soldado,

un inquisidor, un encomendero o algo que recuerda a Juan Damasceno, autor, entre otros, de un

Apocalipsis, que atraviesa todo el pensamiento medieval hasta nosotros?

Y ese mismo nombre de Balam, ese nombre que los indgenas daban a sus sacerdotes, a los brujos, es

otra prefiguracin proftica o tiene relacin con el personaje del Antiguo Testamento, el sacerdote

moabita que se encuentra en el Libro de los Nmeros? Ese sacerdote de los dolos se llam Balam. Por

cierto, Las Casas ha escrito que ese trmino es indio: Aquellos que eran brujos o brujas eran quemados y
140
se llamaban en su lengua Balam, que significa tigre, pues el demonio se encarn en ellos...

Si esta cita es exacta y si nos libramos a una rpida exgesis, podemos darnos cuenta de inmediato de un

cierto nmero de dificultades que incluso llegaron a hacernos dudar de ese testimonio del santo varn. En

primera instancia, qu puede ser un demonio para un precolombino?

Si la figura demoniaca es una realidad para el Occidente cristiano, lo es tambin para un indgena

precolombino? Si en lo personal hemos sido tentados a veces a dudar de la realidad de los dioses

precolombinos, cmo no dudar del demonio, de sus manifestaciones o de sus sacerdotes?

De la misma manera, por qu siempre quemar un brujo? Ms all de una respuesta fcil que afirmara

que se trata de la probable manifestacin de la obsesin profesional de un dominicano espaol del siglo

XVI, el brujo o las personas que se ha convenido en llamar as (y esto puede ser una de las raras cosas

positivas que la antropologa nos ha enseado), a pesar de su ocasional y aparente oposicin marginal en

las sociedades tradicionales, desempean un papel fundamental para su supervivencia.

Quedara por preguntarnos en nombre de qu ortodoxia lo quemaran y por qu lo llamaran tigre, para

descalificarlo con un epteto de crueldad, de animalidad, cuando sabemos, por otro lado, que en el

conjunto de Mesoamrica exista un gran nmero de cofradas, a menudo guerreras o sacerdotales

establecidas bajo el smbolo muy honorable- y la proteccin del tigre/jaguar, como los caballeros-

jaguares mexicas.

Para concluir esta minirreflexin exegtica, podramos agregar que, a pesar de las contradicciones

evidentes contenidas en esta pequea frase de Las Casas, an cuando el mismo fonema Balam sirviera

para designar a un sacerdote indgena, el hecho de encontrarlo constituye, para el mtodo exegtico, ya

una prueba simblica por analoga, de la muy ambigua naturaleza de estos especialistas, pues hemos

mostrado ya el papel fundamental de este modo de conocimiento, no slo en un discurso antiguo como

aquel de Sneca, sino tambin en la simbologa medieval.

141
Pero, quin es el Balam bblico, sino un sacerdote de los dolos, que ejerce su arte mgico en favor de los

enemigos de los israelitas? As, cuando es encargado por su rey de maldecir al pueblo que se aproxima a

conquistar el pas de Moab, donde l es sacerdote, no cumplir con su tarea, no podr hacerlo; la voluntad

de Yahv es ms poderosa que los dolos, pues las profecas deben cumplirse: los moabitas sern

aplastados y el pas de Moab pasar a ser una provincia de Israel.

Balam no conoce el verdadero nombre de Yahv, pero su celo hacia sus dioses es sincero y su corazn

justo; es por eso que Dios le hablar, le dir: t no irs con ellos [los moabitas] y no maldecirs ese

pueblo [judo] pues es bendito11

La respuesta que dar entonces Balam al rey Balac, de los moabitas, su legtimo soberano, no carece de

inters, si se considera con cuidado la analoga entre el pueblo judo, vencedor de los amorreos, fuente de

su nueva alianza con Yahv penetrando en la tierra prometida, y los espaoles, nuevo pueblo elegido, que

conquista el Nuevo Mundo y combate por la gloria del Dios nico, en una, tambin, nueva tierra

prometida.

Ese discurso de Balam a Balac parece aplicarse muy bien, a la situacin particular de la conquista:

Entonces comienza su discurso sentencioso y dijo [Balam]: el dios fuerte no es hombre para mentir, ni
hijo del hombre para arrepentirse. Ha dicho, y no lo har? l ha hablado y no ratificar su palabra? l no
ha visto iniquidad en Jacob, l no ha visto perversidad en Israel; el Eterno, su dios, est con l, y con l se
oye un canto real de triunfo... Pues no hay encantamiento posible contra Jacob y los adivinos no pueden
nada contra Israel... Pues ese pueblo se despertar como un viejo len y se elevar como un len que tiene
toda su fuerza; no se acostar sin haber comido la presa y bebido la sangre de los heridos de muerte. 12

La destruccin de Jerusaln: modelo histrico y simblico

La importancia simblica e histrica de la cada de Jerusaln y su significacin escatolgica ha protegido

de la destruccin y del olvido a los antiguos testimonios escritos de estos acontecimientos. Pero tambin

11
Nmeros XX, 12,
12
Nmeros XXIII, 19.

142
ha dado lugar a un enorme conjunto de textos que tienen, a su vez, como punto central este

acontecimiento histrico y simblico. Las fuentes histricas latinas fueron utilizadas y comentadas con

amplitud pero tambin un testimonio judo como el de Josefo13, cuyos mltiples escritos han circulado

abundantemente dentro de la Iglesia Catlica primitiva. Tal es el caso, por ejemplo, de Las antigedades

judas, La guerra de los judos, o el Contra Apion. Fueron hechas numerosas copias de sus obras, sobre

todo de aquellas que concernan de manera directa a la formacin de la nueva simbologa cristiana. As, la

primera traduccin al latn, despus de una buena cantidad de copias en griego, fue hecha por Ambrosio.

El testimonio de Josefo es capital para la construccin del mito cristiano, no slo porque afirma en su

texto que particip l mismo, en tanto actor, en los acontecimientos que marcan la cada y destruccin de

Jerusaln, sino porque la letra de su testimonio es investida muy pronto por una profunda reinterpretacin

simblica. Reinterpretacin que, de hecho, salva ciertamente su obra del olvido, porque, dice T. Reinach:

[las obras de Josefo] Poco ledas por los paganos, desdeadas por los judos (se le encontr demasiado

colaborador de los romanos), han sido recogidas con cuidado por la Iglesia Cristiana; ya Eusebio copi

largos extractos y Jernimo llam a Josefo el Tito Livio griego.

Esos textos van a ser revestidos desde muy temprano con el sello del exempla, de sentido alegrico y

simblico, que funciona como demostracin del devenir humano y del plan de Dios para la destruccin de

la Jerusaln terrestre, prefiguracin de la Jerusaln prometida.

13
En este trabajo como en toda la Edad Media, domina la figura misteriosa y compleja de ese autor, judo helenizado,
ciudadano romano. La edicin que hemos utilizado: Histoire antique des juifs, la guerre des juifs contre les romains, ed. Lidis,
Paris, 1968-1973. Es una adaptacin moderna de la traduccin de Arnaud de Andilly; sabemos que esta versin es considerada
por ciertos especialistas como una bella infiel; por eso hemos verificado los pasajes que utilizamos en otras versiones como
la de F. Bourgoing, publicada en Lyon por la Casa Temporal en 1558. Tambin utilizamos: Flavius Josephe, La prise de
Jerusalem... ed. du Rocher, Mnaco, 1966 y la traduccin de la misma obra hecha bajo la direccin de Salomn Reinach.
Y para permitir al lector darse cuenta de la importancia secular de la obra de Josefo recordaremos con Benoit Lacroix: L
histoire au moyen age, Vrin, 1971: Lo llamaban Maximum Historiographus. Rehabilitado por los padres latinos, San Jernimo
en particular, se encuentra a la cabeza de la lista de los historiadores cristianos a leer, lista preparada por Casiodoro para la
edificacin de los monjes de Vivarium Ntese que Josefo es an uno de los primeros historiadores que se deben leer segn
Mabillon en su Trait des tudes monastiques, Pars 2a. parte, cap. 8, 1681, p. 229.

143
Pero nuestro inters en la lectura simblica de la cada y el fin de Jerusaln aument considerablemente

cuando descubrimos que el evento haba sido precedido por una serie de presagios y profecas que reporta

el erudito Josefo.

Tuvimos la idea de comparar las dos series de acontecimientos fuera de lo normal, poniendo en

correspondencia simblica la cada y la destruccin de las dos ciudades (Tenochtitlan y Jerusaln). El

resultado de esta comparacin fue para nosotros toda una revelacin.

Los presagios de la destruccin y superacin de Jerusaln

En La guerra de los judos contra los romanos, Josefo consagra todo un captulo (el XXXI) del libro VI,

a informar de los signos y predicciones de las desgracias acaecidas a los judos, que no creyeron en

ellos. De hecho, se percibe con mucha facilidad en la primera lectura de la serie de presagios que l

enumera que, si no la letra, por lo menos el modelo general simblico que lo estructura, da cuenta de un

sistema idntico al que precedera a la cada de Mxico-Tenochtitlan.

He aqu el texto de Josefo:

Reportar aqu algunos de esos presagios y de esas predicciones:


Un cometa que tena la figura de una espada apareci sobre Jerusaln.
Para la fiesta de Pascua se vio en la novena hora de la noche, durante media hora, alrededor del altar y
del templo, una luz tan intensa que creyeron haba amanecido...
Durante la misma fiesta, una vaca que conducan para ser sacrificada, dio a luz a un borrego en el
templo...
La puerta que miraba al Oriente, que era de bronce y pesaba tanto que veinte hombres apenas la podan
abrir, cerrada con grandes cerraduras, barras de fierro y cerrojos, se abri por s misma...
Se percibi en el aire, en toda esa regin, carros llenos de personas armadas que atravesaron las nubes y
se distribuyeron alrededor de la ciudad como para atacarla...
El da de la fiesta de Pentecosts, los sacrificadores oyeron ruidos, siendo de noche, en el templo interior
dedicado a celebrar el servicio divino, y despus, una voz que repeta muchas veces: Salgan de aqu...

144
Un ltimo presagio, mitad profeca, reporta la historia de un hombre que gritaba en los caminos:
Maldicin sobre m, maldicin sobre Jerusaln, maldicin sobre el templo que ni los peores tratos ni
presiones pudieron hacer callar...14

Renan: Una lectura histrica de esos presagios

Una vez resumido el texto de esos presagios, examinemos ahora una de las tantas lecturas que se han

hecho de ste. Una de las ms clebres, y puede ser que una de las ms significativas es la de E. Renan,

realizada en el siglo antepasado en El Anticristo. Despus de haber ledo a Josefo y a diferentes autores

latinos, est convencido de que, en esa poca;

Los espritus estaban bajo el influjo de una suerte de alucinacin permanente; los ruidos espantosos se oan
por todas partes. No revelaba sino presagios: el color apocalptico de la imaginacin juda tea todo con
una aureola de sangre. Cometas, espadas en el cielo, batallas en las nubes, luces espontneas brillando al
fondo del santuario, victimas engendrando al momento del sacrificio productos contranatura, he aqu lo que
se narraba ya con terror

Antes de ir ms lejos, detengmonos y veamos lo que hay de nuevo en esta lectura respecto al texto de

Josefo, sobre todo la introduccin de un conjunto de reacciones psicolgicas y de efecto grupal, que

podemos poner en relacin con lo que hemos dicho sobre las manifestaciones religiosas vistas a travs del

prisma de una cierta antropologa vehiculada por el discurso histrico decimonnico.

De nuevo, como en el caso de los textos de la tradicin latina ledos por la historia antigua, asistimos a

una violenta manipulacin de los textos. El relato de los presagios es seguido por la indicacin de cmo

fueron recibidos. Y en esto, el texto de Josefo es muy claro: cuando el templo apareci iluminado, los

ignorantes lo atribuyeron a un buen augurio y slo aquellos sabios, aquellos que estaban instruidos en

14
Flavio Josefo, La guerra de los judos op. cit., cap. XXI. libro VI.

145
las cosas santas, lo consideraron como un presagio de lo que sucedi despus... 15 De todas maneras,

estamos lejos del terror, y menos an del apocalipsis.

Podramos traer a cuento las tradiciones judas, de acuerdo con las cuales este pueblo esperaba, despus

de siglos de profecas, la venida del Mesas, quien, bajo la forma de un rey poderoso, nuevo Alejandro,

sometera toda la Tierra. Esta tradicin y esta espera eran bien conocidas en la poca que nos ocupa;

tanto, que lo encontramos en los testimonios de numerosos autores latinos. Se ver a Vespasiano

buscando conocer su destino en el Monte Carmelo; a los emperadores romanos ofrecer sacrificios en el

templo de Jerusaln. As como la existencia de los falsos Nerones que peridicamente nacieron y

alborotaron esas regiones del Medio Oriente.

Renan contina su texto reportando diversos presagios y se cree con derecho a concluir:

todo eso no fue entendido en realidad sino despus, pero la turbacin profunda de las almas era el

mejor signo de que se preparaba algo extraordinario

Ya conocemos bien este tipo de conclusiones histricas. Estas deducciones son muy parecidas a lo que

escribe N. Watchel:

Se manifestaron presagios espantosos, las profecas anunciaron el fin de los tiempos... Es notable que para
los indios el encuentro se haya efectuado en una atmsfera de magia y prodigios. Puede ser que los
presagios hayan sido inventados despus, pero testimonian el esfuerzo de los vencidos para interpretar lo
ocurrido.16

De hecho, el discurso de Josefo, aunque se sita despus de la destruccin y la toma de Jerusaln, como

todo relato histrico, no es un discurso del postapocalipsis triste y deprimente. Al contrario, da la

impresin de un discurso orgulloso, nacionalista e incluso imperialista.

15
Idem
16
N. Watchel en la introduccin a La visin de los vencidos editada por Gallimard en Paris, en 1971

146
No se encuentran, en absoluto, en este autor las referencias introducidas por Renan en cuanto a la

inquietud y a la angustia;

Pero ese pueblo maldito es an ms digno de lstima ya que, dando crdito a esos impostores que abusaron
del nombre de Dios y para engaarlo, cerraron los ojos y se taparon las orejas para no ver y no or los
signos ciertos y las advertencias por las que Dios les hubo hecho predecir su ruina17

As pues, el pueblo no comprendi las advertencias de Dios y, en cambio, engaado por los impostores,

hizo una lectura totalmente errnea. Pero Josefo nos explicar, despus de haber escrito los presagios, por

qu ha sido posible el engao, y por lo cual la mayor parte de los judos presentes en aquella poca en

Jerusaln cay en l:

se ver que los hombres perecen siempre por sus errores, puesto que no hay medios de los que Dios no
so sirva para salvarles y para hacerles conocer, por diversos signos, lo que deben hacer.
As, despus de la toma de la torre Antonia, redujeron el templo a un cuadro, aunque no podan ignorar
que estaba escrito en los libros santos que la ciudad y el templo seran destruidos cuando esto ocurriera
Pero lo que les llev sobre todo a comprometerse en esta horrorosa guerra fue la ambigedad de otro pasaje
de la misma Escritura que deca que se vera, en ese tiempo, que un hombre de su comarca comandara a
toda la Tierra.
Ellos lo interpretaron a su favor y muchos, entre los ms hbiles, fueron engaados y no conocieron su
error sino hasta que fueron convencidos por la ruina total18

Pero, al igual que el discurso sobre los presagios en Jerusaln, vano porque los hombres son sordos y

ciegos a las advertencias de Dios, quien no cesa de informarles, tambin el discurso sobre Tenochtitlan

ser intil, una advertencia para nada, puesto que los indios no reconocern al dios que llegar y lo

combatirn en sus portadores: los espaoles.

De todas formas, el esquema que hemos recordado funciona en tanto fue necesaria la destruccin de

Tenochtitlan como la de Jerusaln, signo visible, tangible, de una renovacin; como clausura y apertura,

cambio cualitativo en el devenir humano.

17
E. Renan, op. cit.
18
Flavius Josphe, La guerre des Juifs contre les Romains, Ed. Lidis, Paris, 1968-73, pp 896-897

147
Hemos insistido en que este discurso del miedo, del terror, no es en estos textos el indicio de un deterioro

psicolgico de las poblaciones; al contrario, ese temor es una espera ansiosa de la realizacin de una

promesa, de una terrible novedad; y, en ese sentido, el temor es precisamente el temor de Dios, que es

una virtud en la tradicin cristiana, que debe poseer el justo para tener oportunidad de salvacin, puesto

que le permite estar vigilante en espera de Dios y su voluntad. No puede entonces tratarse de reacciones

de terror psicolgico, paralizante, que desoriente e impida toda reaccin adaptada, como lo escribi ayer

Renan y lo repite todava hoy la historia contempornea con Bloch y Wachtel.

Los presagios: correspondencias y similitudes

Para ilustrar nuestro propsito, nos parece interesante poner en paralelo tres series de presagios que

encontramos hasta ahora en nuestra demostracin: los que se produjeron antes de la venida de los

espaoles, los que precedieron a la destruccin de Jerusaln y los que se encuentran en los textos de la

tradicin romana.

CorrespondenciasPrimer presagio
y similitudes entre los presagios
de Tenochtitlan, Jerusaln y Roma
Tenochtitln Jerusaln Roma

Diez aos antes que los Un cometa que tena la forma Jams los cometas flamgeros
espaoles viniesen a esta tierra, de una espada apareci sobre anunciaron tan
hubo una seal... Jerusaln, durante un ao frecuentemente la clera de los
apareci una columna de fuego entero (Josefo) dioses... (Virgilio)
muy flamgera, muy La cola de un astro temible, el
encendida dicha seal dur cometa que rueda sobre la
un ao (Muoz Camargo) tierra, contra los reinos...
(Lucano. La Pharsale)

Segundo presagio

El templo del demonio Tito haba prohibido destruir El fuego tom el altar
se abras y quem... sin que el Templo, pero un soldado de Vesta, la flama que seala
persona alguna le pegase inspirado por Dios, le prendi el fin de las hermandades
fuego. Fue tan grande este fuego, con el fin de que se latinas se partieron en dos, y su
incendio y tan repentino, que cumpliese la profeca de la cima se levant al doble
salan por las puertas de dicho destruccin del Templo... (Lucano)

148
templo llamaradas de fuego (Josefo)
que pareca llegaban al cielo
y cuando se acercaban a echar
el agua, entonces se encenda
ms (Muoz Camargo)
Tercer presagio

Un rayo cay en un templo La puerta del templo que El rayo silencioso extendi su
idoltrico que tena la miraba al Oriente, que era de fuego en las regiones rticas
techumbre pajiza cay del bronce y pesaba tanto que golpeando la cumbre glaciar
cielo sin trueno ni relmpago veinte hombres apenas la (Lucano)
alguno sobre dicho templo podan mover, y cerrada con El templo de la esperanza
se quem y abras todo cerrojo, se abri por s haba sido golpeado por el
(Muoz Camargo) misma (Josefo) rayo (Livio, XXI, 62)
Jams el rayo cay tan
frecuentemente en un tiempo
de calma (Virgilio)
Cuarto presagio

Siendo de da y habiendo sol, Se vio en la 9na. Hora de la Los relmpagos repetan


salieron cometas del cielo, por noche, durante una media hora, chispas en una serenidad
el aire y de tres en tres por la alrededor del altar y del templo asombrosa y el fuego en el aire
parte de occidente que corran una tan gran luz que se crey tomaba formas diversas: tanto
hasta oriente con toda la fuerza era de da. (Josefo) caractersticas como una
y violencia (Muoz lmpara con la luz dispersa
Camargo) brillando en el cielo. (Lucano)
Quinto presagio

Se alz la laguna mexicana Una gran parte de la tierra


sin viento alguno, la cual ser invadida por las aguas
herva y reherva y espumaba cuando llegue el da marcado
en tanta manera que se por los destinos para el diluvio
levantaba y alzaba a gran universal. Cuando la catstrofe
altura, de tal suerte que el agua sea inminente y la renovacin
llegaba a baar a ms de la del gnero humano est
mitad de las casas de Mxico y decididalas masas acuosas
muchas de ellas se cayeron y sern puestas en movimiento
hundieron; y las cubri y del por el destino (Sneca)
todo se anegaron. (Muoz El ro creci sin medida,
Camargo) rompi el puente Sublicus y,
detenido por la masa de
escombros, franque sus
riveras e inund no slo las
partes bajas de la ciudadEn
las casas donde permaneci el
agua, fueron minados los
fundamentos y se derrumbaron
cuando el ro se retir
(Tcito, Anales: 1, 86)
Sexto presagio

149
Muchas veces y muchas Los sacrificadores estaban en Fue establecido que un buey
noches se oa una voz de mujer el templo celebrando el de C. Domicio haba dicho
que a grandes voces lloraba y servicio divino cuando oyeron Roma cudate
deca, anegndose con mucho un ruido y enseguida despus El silencio de los bosques
llanto y grandes sollozos y una voz que repeta muchas sagrados fue interrumpido por
suspiros: oh, hijos mos!, del veces salgamos de aqu voces espantosas (Virgilio,
todo nos vamos ya a perder Ananus que era un simple Gergicas, v. 464)
y otras veces deca: oh, hijos campesino, no cesaba de
mos!, a dnde os podr llevar repetir maldicin sobre
y esconder. (Muoz Jerusalnmaldicin sobre la
Camargo) ciudad, maldicin sobre el
Templo, maldicin sobre el
pueblo (Josefo)
Sptimo presagio

Moctecuhzoma vio gran Antes de la salida del sol, Las trompetas sonaron, los
nmero de gentes que venan aparecieron en los aires, en clamores en los aires como los
marchando en escuadrones con toda la regin, carros llenos de que acompaan las peleas,
mucho orden, muy aderezados gente armada atravesando las fueron puestos por la sombra
y en pie de guerra y nubes, se repartieron alrededor noche en el silencio de los
entablando, unos con otros, de las ciudades como para vientos. (Lucano)
escaramuzas, en figura de encerrarlos (Josefo) La Germania oy por todos
venado y otros animales lados batallones armados que
(Muoz Camargo) entrechocaban (Virgilio)
Octavo presagio

Muchas veces se aparecan y Una vaca que era metida al Muchos animales engendraron
vean dos hombres unidos en Templo para ser sacrificada, monstruos (Tcito, Historias, LI,
un cuerpo y otras vean dio a luz a un borrego en 86)
cuerpos con dos cabezas medio del Templo Se vio a una yegua parir una
liebre. (Valerio Mximo, I-VI-1)
procedentes de un solo Pero ese pueblo maldito
Cuando termina una generacin
cuerpo cerr los ojos y se tap las y se levanta otra, el cielo y la
todas estas seales y otras orejas para no ver y no or los tierra lo sealaban con
que a los naturales les signos ciertos y las movimientos extraordinarios
pronosticaban su fin y advertencias por las que Dios cuando nazcan sobre la tierra una
acabamiento, porque decan le haba hecho predecir su especie de hombres que tengan
que haba de venir el fin y que ruina (Josefo) nuevas costumbres, otras maneras
todo el mundo se habra de de vivir diferentes de aquellos que
acabar y consumir, y que les precedieron y por los cuales
habran de ser creadas otras los dioses tengan ms o menos
cuidado. (Plutarco)
nuevas gentes y venir otros
nuevos habitantes al mundo
(Muoz Camargo)

150
Jerusaln y la historia del mundo

Si el lector nos ha seguido hasta aqu, estar de acuerdo en la importancia, para la religin cristiana, del

conjunto simblico ligado a la figura histrica de Jerusaln.

Si, en la actualidad, el pblico cultivado y la mayora de los universitarios tiene apenas una muy vaga

idea sobre este periodo, se debe, en general, a que durante siglos la traslacin de la filiacin divina en el

discurso cristiano dominante pareca no presentar problemas: el cristianismo era el heredero natural de su

antecedente hebraico, en un medio de cultura grecolatina; as, la cultura cristiana occidental poda

reclamarse hija tanto de Roma como de Jerusaln. Por desgracia, este esquema simplista, eficaz para la

teologa, paraliz en parte la investigacin histrica sobre el periodo, pero sobre todo hizo que este

espacio quedara casi en blanco para la cultura occidental, impidiendo ir ms all de los esquemas

teolgicos. Todava hoy, medimos mal el origen y la naturaleza de lo que llamamos la influencia de la

cultura hebraica. Sin ser especialista del periodo, es muy difcil apreciar y entender las mltiples

dinmicas culturales, econmicas y polticas que estn en el origen de lo que se llam, ms tarde,

cristianismo y que durante siglos probablemente sera ms justo llamar cristianismos.

A menudo se habla de helenizacin del Oriente, slo porque los occidentales han anexado como suya

una cierta concepcin del helenismo. He aqu otra muestra de esta concepcin de la historia eurocentrista

que hemos denunciado desde el principio de este trabajo.

Los especialistas contemporneos de la poca durante la cual se ve a los diadocos del ejrcito de

Alejandro Magno apoderarse y dividirse el imperio a la muerte de ste, tienen grandes problemas para

caracterizar al helenismo que est en juego, no solamente porque los macedonios eran griegos ms o

menos perifricos y con una tradicin cultural muy diferente a la del modelo de la polis (modelo

dominante en el imaginario griego histrico occidental actual), sino tambin porque la permanencia de

estas dinastas en el conjunto del Medio Oriente no puede explicarse ms que por una cierta unidad
151
global, que permiti que estas dinastas, nacidas de los azares felices de la guerra, se afianzaran y

permanecieran en tales regiones.

Tampoco se puede creer que el Oriente no haya tenido nada que ofrecer a cambio de una helenizacin

ambigua y mal conocida en general, pues se le ve casi siempre desde una perspectiva construida por la

historiografa colonialista del siglo XIX, en la que la cuestin de Oriente, es decir, la expansin

europea, colore esta reconstruccin con bastante subjetividad, sin olvidar que se utilizaban textos

antiguos escritos bajo una perspectiva latina imperialista reinterpretada, a su vez, por una tradicin

cristiana tambin imperial. Entonces, Oriente es una regin mal conocida, a pesar de los grandes

descubrimientos arqueolgicos y las investigaciones modernas; una regin que vio, desde el siglo III

hasta el XII, una fermentacin intelectual, cultural, religiosa, poltica, extraordinaria. Los primeros

grandes doctores de la Iglesia salieron de esas regiones, que, asimismo, dieron nacimiento a grandes

escuelas rabnicas y a lo que se llamar el Islam.

En resumen, nos referimos a regiones cuyo esplendor y riqueza atraern el inters y la codicia de los

brbaros occidentales.

Durante siglos, sectas extraas y herejas diversas se desarrollaron con gran abundancia en este Oriente.

Se trata de movimientos culturales de los que sabemos muy poco en la actualidad y que encontramos

como estrato de sedimentacin discursiva en ciertos libros de teologa, como el captulo Hereja, de la

Summa teolgica de Toms de Aquino, o el Manual del inquisidor de Eymerich-Pea, donde se

encuentran citadas ms de ochenta corrientes herticas y an se disculpa el autor por haber olvidado

probablemente sin duda algunas de stas, aadiendo: ciertas herejas que nombra el derecho civil no son

mencionadas ni en los decretos ni en las decretales ni en los extravagantes... Sigue una larga

enumeracin de herejas con nombres pintorescos: nuematoquios, papinianistas, pepuzites, borborites...

Una poca mal conocida para nosotros, pero cuya borrosa historicidad nos permite comprender cul pudo

ser la figura del hereje, del judo, para un escribano eclesistico de la Edad Media.
152
Tomemos el caso del judo, que parece englobar los rasgos que no son estrictamente hebraicos, en

trminos histricos. Podemos comprender lo que debi ser para un cristiano esa imagen del judo,

construida en paralelo al sentimiento de maldicin y de castigo divino, cuyo signo visible fue la

destruccin geopoltica de su sociedad.

Se trata, aparte, de una visin simblica que construy de manera intelectual una visin del judo, de

hecho material, concreto: el de la destruccin de un conjunto considerable desde el punto de vista poltico

y econmico, pues es necesario tener en cuenta la influencia de la cultura judaica de la poca romana en

regiones que tenan poco que ver con un espacio geonacional histrico judo.

Sera suficiente con dar la palabra, unos instantes, a Josefo para darse cuenta de la influencia de los judos

en el Mediterrneo oriental. En La guerra de los judos (libro 1, captulo XV), nos informa de la poltica

de grandes trabajos que emprendi Herodes:

El prncipe hizo felizmente en el ao decimoquinto de su reinado, la reconstruccin del templo de Jerusaln


con un gasto y una magnificencia increbles. Hizo construir tambin, en el lugar ms elevado de la ciudad,
un palacio... quiso conservar su nombre para la posteridad e inmortalizar su memoria. Hizo levantar en el
territorio de Samaria una ciudad perfectamente bella19

Se ve pues a un prncipe emprendedor, que hizo abrir puertos en aguas profundas, crear fortalezas... Se

tiene la impresin de una estrategia poltica y econmica concertada y de envergadura, ya que se extiende

no slo a sus propios estados, sino tambin a los vecinos y a ciudades lejanas, con las que se encontraba

relacionado.

Despus de tantas grandes obras quiso darse a conocer en el exterior... Hizo hacer en Trpoli, Damas y
Ptolomeo colegios para instruir a la juventud; en Biblos, murallas fortificadas; en Berilio y Tiro, dos
lugares de reuniones, almacenes pblicos, mercados y templos, y en Sidn y Damas, teatros.
Hizo hacer tambin acueductos en Leodicio y en Ascaln baos y fuentes
Distribuy trigo a aquellos que tenan necesidad, prest a menudo dinero a los rodanos para facilitarse
medios para equipar sus flotas y como el templo de Apolo Pitia haba sido destruido por un incendio, lo
hizo reconstruir ms bello de lo que nunca antes fue.

19
Josefo, La guerra... L. 1, cap. XV.

153
Qu ms puedo decir de la liberalidad que tuvo con los licios, aquellos de Samos y en toda la Jonia,
Lacedemonia, Nicolis, Prgamo de Micia que han sentido sus efectos de muchas formas?
La gran plaza de Antioqua de Siria, que tiene veinte estadios de longitud, estaba siempre tan llena de lodo
de modo que no se poda caminar ni estar en ella; la hizo pavimentar de mrmol y embellecer con galeras
donde el transente est a cubierto durante las lluvias...
Cuando sucedi que los juegos olmpicos, que era la nica manifestacin que se conservaba de la antigua
Grecia, no podan celebrarse por falta del dinero necesario para hacer el gasto, no contento con dar en ese
ao los premios que deban recibir los ganadores, estableci un fondo capaz de satisfacer a perpetuidad este
gasto...20

Es evidente que no es por pura filantropa por lo que Herodes llev a cabo esta poltica de grandes obras

tanto en el interior como en el exterior. Y ms an, si Josefo exagera un poco el tamao de la obra

realizada, de todas maneras, Herodes (cun diferente del devorador de nios que conocemos) necesit de

recursos para conducir esta poltica, al igual que de la neutralidad y el apoyo indulgente del imperio

romano.

A fin de asegurar recursos provenientes del comercio exterior, los grupos dominantes de la comunidad

juda fueron llevados a desempear un gran papel poltico y econmico en todo el Mediterrneo oriental,

aun en la otra parte occidental, pero, para evitar herir susceptibilidades romanas, fueron inducidos a jugar

el papel de aliados y colaboradores del imperio.

Recordemos que Roma hizo bajar las guilas en su entrada a Jerusaln, no profan el templo, lo que

constituye todo un smbolo y un pequeo privilegio. Conocemos tambin los contactos frecuentes que se

establecieron entre los Herodes y los emperadores romanos, como lo atestiguan los dos palacios que

pronto dominaron Jerusaln, muestra notable del reconocimiento mutuo de dos clases dominantes, lo que

permite darnos cuenta de los roles complementarios que se fueron estableciendo entre los funcionarios

romanos y las oligarquas judas.

La situacin de esas regiones era importante desde el punto de vista estratgico. Si no fuera as, no se

entendera por qu fueron codiciadas sin cesar durante siglos. Jugara un papel econmico y poltico de

intermediarios, tan bien jugado que su influencia, que podemos medir por la extensin de su religin, se
20
Josefo, Antigedades judaicas, Libro XVI, 9

154
difundi sobre todo el Oriente mediterrneo e incluso gan Persia y la India, hasta alcanzar el Asia

Central y a los lejanos pases del Pount.

Este notable desarrollo del espacio geopoltico judo inspir a Estrabon, en su Geografa, la siguiente

envidiosa reflexin:

Ellos han invadido todas las ciudades y no es fcil citar un lugar del mundo que no haya acogido a esta
tribu o, mejor dicho, que no sea ocupada por ella. Egipto, Cirenaica, muchos otros pases han adoptado sus
maneras, observando con escrpulo sus preceptos y sacando gran provecho de la adopcin que hicieron de
sus leyes nacionales.
En Egipto son admitidos para vivir legalmente y una gran parte de la ciudad de Alejandra les ha sido
asignada y son sus jerarcas quienes administran sus negocios, imparten justicia, velan por la ejecucin de
los contratos y de los testamentos, como si fuera el representante de un estado independiente...

Como resultado de su ambiguo juego con Roma, la influencia de esos grupos judos encontr poca

oposicin, pero su riqueza despert celos y rencores en las regiones que dominaban econmicamente.

El cese de la proteccin de Roma, por ejemplo, cuando estalla la rebelin de Jerusaln, es la seal en todo

el Oriente mediterrneo para una revancha sangrienta, cuyas vctimas sern las comunidades judas

locales.

Es suficiente con citar algunos de los ttulos de los captulos de La guerra de los judos:

Captulo 33: Los habitantes de Cesrea cortan la garganta a 20000 judos.


Capitulo 34: Horrible traicin de los habitantes de Escitopolis, masacraron 13000 judos...
Captulo 35: Crueldad ejercida contra los judos en diversas otras ciudades y particularmente por
Varus

La forma y la destruccin de Jerusaln, a hierro y fuego, es la dislocacin de todo un imperio mercantil y

poltico unido por un fuerte componente religioso y no slo como se tiende a decir a veces, la simple

toma de una ciudad despus de una tentativa de sublevacin nacionalista. Y al componente simblico

con el que ser investido este acontecimiento histrico, se agrega la trascendencia del hecho geopoltico.

En efecto, para los testigos presentes o futuros del suceso, qu prueba ms grande pudo dar Dios de su

155
poder y de su voluntad que la destruccin de esta orgullosa Jerusaln que reneg de su Hijo y lo

martiriz, para marcar de manera espectacular el fin de la alianza, el fin de aquel pueblo que fue su

pueblo y reneg de l.

Lo que hemos querido mostrar aqu es que el fin de Jerusaln no es simplemente un smbolo literario

necesario para la construccin de un discurso simblico de la Iglesia cristiana, sino tambin un fenmeno

geopoltico e histrico que los contemporneos, y sobre todo el cristianismo naciente, cargarn de una

potencia simblica fundamental y excepcional.

Al igual que Jerusaln, la toma y la destruccin de un conjunto geopoltico, el de la confederacin

azteca, debe ser considerado por el mito cristiano como un hecho histrico, en particular importante. Y

es justo por su importancia, por lo que recibir el tratamiento simblico correspondiente. Si se tratara de

la toma de un pequeo pueblo, de una regin pobre y poco poblada, cuyo nivel de ocupacin del espacio

fuese de poca consideracin, es probable que este hecho histrico no hubiera invocado al poder simblico

del mito.

Para que el mito fagocite un acontecimiento histrico es necesario que ste sea relativamente importante,

puesto que es el encargado, desde la lgica mtica, de dar cuenta del poder de Dios y de la prxima

realizacin de su reino y de sus promesas.

As, los informantes de Sahagn (si existieron), a pesar de su visin ntidamente cristiana y del

abandono, consciente o no, de los valores y de los sistemas de representaciones precolombinas, son an

capaces de ver las trazas reales y concretas del trastorno total que ocurri en el Anhuac. Del pasado y del

proceso de transformacin dicen pocas cosas, no son historiadores. Lo que intentaron dar a conocer es,

en esencia, el aspecto escatolgico y la renovacin simblica que sobrevino.

156
Sptima vuelta

MOTECUHZOMA PROFETA1

Donde los signos se explicitan y aparece


Motecuhzoma como vidente del Seor, profeta y actor
de un drama ordenado por la Divina Providencia.

Hemos dicho hasta el cansancio que la simbologa que impregna a los textos indgenas de la conquista

remite a una simbologa general cristiana y occidental y que, de la misma manera, los signos, profecas,

presagios y prodigios, estn inscritos en el misterio cristiano. Por lo tanto, el retrato de Motecuhzoma que

se desprende de los textos debe estar tambin inscrito estrechamente en l.

La reflexin sobre la forma en que est construido ese retrato es doblemente importante, no slo porque

representa la pieza maestra, la figura central del discurso alegrico de los textos indios, sino tambin

por el papel que juega en la construccin del discurso cientfico de la historia sobre la Conquista.

Hemos visto que el impacto psicolgico es visto hoy como una de las grandes causas de la debilidad, de

la impotencia que explica el fin de los imperios indgenas y la conquista de Amrica. El problema de la

mediatizacin de esta inadaptacin psicolgica pasa por la construccin de una mentalidad, de un

psiquismo indio del cual el retrato de Motecuhzoma debe llevar huellas.

No es menos asombroso darse cuenta de que el retrato que se encuentra esbozado en las fuentes

1
Que Motecuhzoma sea el personaje ms eminente de la sociedad no es indiferente al carcter de profeta que le es atribuido.
Su posicin social es, para la lgica del discurso en el cual se inscribe su retrato, la garanta de aquel lugar eminente que ocupa
en el plan divino. As, si nos referimos al libro de Jeremas (V, 4) cuando su pueblo lo abandon, Yahv manda a hablar a su
profeta a los jefes del pueblo, sus representantes:
en mi corazn pens: a lo mejor slo los pobres no tienen sabidura, e ignoran los caminos del Seor y las rdenes de su
Dios...
Ir pues a encontrar a los prncipes del pueblo, y les hablar, pues son ellos los que conocern los caminos del Seor y las
rdenes de su Dios. Pero encontr que ellos haban conspirado todos juntos...
Para los medievales, la historia est centrada en la vida y los grandes hechos de los prncipes y de los grandes como
representantes de Dios y, por lo tanto, son los que tienen ms grandes probabilidades de recibir la gracia de las dotes profticas
y hablar en nombre del Todopoderoso. Se puede destacar tambin en la Biblia el gran nmero de jefes y dirigentes israelitas
investidos del don de profeca.

157
consideradas indgenas es mucho ms coherente y lgico que el que construye el discurso contemporneo

de la historia: prueba de la incomprensin fundamental de las estructuras y la funcin de esos textos

coloniales.

En apariencia, el discurso de la historia cientfica no cree ms en los profetas; sin embargo, podemos ver

cmo, a pesar de todo, toma prestado, sin darse cuenta, elementos del mito anterior, al que pretende

haber superado en su fundamento y en su prctica. Esta ilusin epistemolgica lo obliga entonces a

inventar la fragilidad de las estructuras, una atmsfera de supersticin y de terror y a recurrir a los

esquemas ms bajos de la mentalidad primitiva, sin jams nombrarla. Tiende a escribir as un mito nuevo,

que funciona slo en la representacin que este discurso neocolonial construye sobre los indios y que no

tiene nada que ver con cualquier ocurrencia histrica.

Por eso est de igual modo obligado a reconstruir una psique propia de Motecuhzoma, encargada de dar

cuenta de lo que ha podido ocurrir en esos tiempos. Intentaremos mostrar a continuacin la no relevancia

de este modelo psicolgico propuesto y las contradicciones internas a las que se ha visto confrontado en

todo momento.

Esbozo para un retrato alegrico de Motecuhzoma

Primero procuraremos rastrear el retrato de Motecuhzoma tal como se nos apareci en las fuentes

indgenas.

Si lo que se trata de dar a leer es la profeca de la destruccin necesaria e ineluctable y, de todas

formas, ya realizada, el retrato del vidente, del profeta, debe estar plenamente de acuerdo con el

modelo contenido en el signo proftico.

158
Es necesario destacar, en primer lugar, que slo Motecuhzoma ve y presiente. l es el nico vidente, pero

el sentido de lo que atisba est an oculto. Frente a los presagios, su corazn se llena de angustia, pero no

sabe todava lo que debe ver. As, segn lvaro Tezozomoc, interroga a sus adivinos para ayudarle a

encontrar un significado, un sentido a sus presentimientos, pero la incapacidad de comprender su propia

angustia hace ms intenso su trastorno.

Motecuhzoma busca respuestas a su alrededor, con los ancianos, con los sacerdotes, con las mujeres

viejas, porque son grandes adivinadoras; pero las que recibe de los sueos de stos lo enfurecen porque

son signos de una amenaza devastadora sobre el templo y sobre su propio palacio. Insatisfecho, contina

la bsqueda y ordena al Petlaclcatl traer a los nigromantes que deambulan por todos los pueblos del

imperio. En presencia de stos, el tlahtoani muestra su desesperacin: Habis visto algunas cosas en los

cielos o en la tierra, en las cuevas, lagos de agua profunda, ojos, fuentes, o manantiales de agua, algunas

voces, como de mujer dolorida o de hombres; visiones, fantasmas u otras cosas de stas?

Como no haban visto cosas de las que deseaba Motecuhzoma ni daban razn de las que l les preguntaba

dijo al Petlaclcatl: Llevadme a estos bellacos y encerradlos en la crcel de Cuauhcalco, de maderones,

que ellos lo dirn, aunque no quieran. 2

Esos nigromantes son incapaces de leer los signos, lo que es normal porque su comercio con el

demonio los vuelve ciegos para percibir las seales de lo que vendr. He aqu una de las contradicciones

aparentes de los textos, que la explicacin histrica actual no profundiza, pues los nigromantes no han

observado, ni han sido informados de esos signos considerados como la fuente de la angustia y del terror

generalizado. Es verdad que la objecin slo toma relevancia hoy, en el discurso psicologizante de la

historia, pues, en cuanto al mito cristiano y de acuerdo con la autoridad de Toms de Aquino, se

respondera que no hay tal contradiccin y que sus prcticas demoniacas y su endurecimiento en los

cultos brbaros vuelve, a los sacerdotes de los demonios, ciegos a las maravillas de la gracia.
2
lvaro Tezozomoc en La visin de los vencidos, op. cit., p. 13

159
De la misma manera que en otra ocasin y, segn el texto de los informantes de Sahagn, los

nigromantes han sido incapaces de entender, de sospechar siquiera, lo que Motecuhzoma ha visto en la

cresta de la grulla misteriosa del sptimo presagio: Pero ellos, queriendo dar la respuesta, se pusieron a

ver: desapareci [todo]: nada vieron.

Segn Muoz Camargo, en la Historia de Tlaxcala, el smbolo es an ms completo:

Moctezuma rene a sus adivinos y agoreros y familiarmente les cuenta lo que vio en la cresta de
esta ave extraordinaria. Estos, queriendo opinar y responder a su seor de lo que les haba parecido
cosa tan inaudita, para idear sus juicios, adivinanzas y conjeturas o pronsticos, luego de improviso
se desapareci el pjaro, y as no pudieron dar ningn juicio ni pronstico cierto y verdadero.3

As, slo Motecuhzoma est marcado con el sello de la videncia, con el sello de Dios...

Si sus primeras tentativas de informarse con los nigromantes trados de todo el imperio no fueron

coronadas por el xito, en la siguiente tentativa, despus de una noche pasada en prisin, stos darn una

respuesta enigmtica pero harto significativa, del lugar simblico donde se desarrollan los relatos:

Otro da llam al Petlaclcatl y djole:

...decidle a esos encantadores que declaren alguna cosa, si vendr enfermedad, pestilencia, hambre,
langostas, terremotos de agua o secura de ao, si llover o no, que lo digan; o si habr guerra contra los
mexicanos, o si vendrn muertes sbitas o muertes por animales venidos, que no me lo oculten; o si han odo
llorar a Cihuacatl, tan nombrada en el mundo, que cuando ha de suceder algo, lo interpreta ella primero, an
mucho antes de que suceda.4

Las angustias de Motecuhzoma, como se puede ver en este texto de la Crnica Mexicana, son al principio

muy prosaicas. El tlahtoani piensa en trminos materiales sobre la suerte de su imperio, de sus sbditos;

pero la respuesta de los nigromantes por fin empieza a darle algunos elementos de lo que se tratar:

3
Muoz Camargo en La visin de los vencidos, op. cit. p 10. Hemos considerado los textos indgenas reportados en el libro de
Miguel Len-Portilla como una buena muestra representativa de este tipo de textos que permiten un anlisis suficientemente
claro; en ese sentido, el trabajo de Miguel Len-Portilla es notable. Aunque al principio de este trabajo utilizamos casi de
manera exclusiva la traduccin francesa, que mereci algunas crticas de detalles, creemos que esta utilizacin no cambia en
nada el sentido fundamental de nuestro anlisis. Ms tarde, el trabajo sobre los materiales directos editados en Mxico no
cambi nada nuestras conclusiones y ms bien sucedi lo contrario.
4
Tezozomoc, Crnica Mexicana, Ed. Orozco y Berra, Porra, Mxico, 1975, p. 683.

160
Respondieron los nigromantes: qu podemos decir? Que ya est dicho y tratado en el cielo lo que ser,
porque ya se nombr su nombre en el cielo y lo que se trat de Moctezuma, que sobre l y ante l, ha de
suceder y pasar un misterio muy grande, y si de esto quiere saber nuestro rey Moctezuma, es tan poco, que
luego ser ello entendido, porque a quien se mand presto vendr, y esto es lo que decimos nosotros, para
que est satisfecho; y pues ello ha de ser as, agurdelo.5

Es bien evidente que en este texto, escrito en un estilo que se podra calificar de bblico, se encuentra el

anuncio de la profeca a punto de manifestarse. Todo lo que debe ser conocido y lo que an est sellado,

pronto ser revelado, pues debe cumplirse el nuevo paso que constituye la renovacin de la alianza, la

renovacin de la fe y la muerte de los dolos. Es el avance de una gran realizacin escatolgica que, como

hemos visto, constituye la conclusin natural de una lectura simblico-teolgica de estos eventos.

En el relato de esta confrontacin entre el seor azteca y los nigromantes, aparece un primer esbozo del

esquema escatolgico. Vemos incluso que los nigromantes empiezan tambin a profetizar, y, aunque sean

sacerdotes del demonio, reciben de Dios el permiso para esclarecer al atormentado vidente del Seor. No

hay duda sobre la naturaleza de esta gente, son parte de las huestes demoniacas que siempre han

engaado a los hombres; sin embargo, pueden ser compelidos, como el demonio mismo, a decir la verdad

por la voluntad divina6.

5
A. Tezozomoc, op. cit., p. 683.
6
El Malleus Melfjcarum considera esta posibilidad como natural (II parte, captulo III, Folmar, Madrid, 1976. p. 233): Y
puesto que se habla de los magos que en nuestro lenguaje usual llamamos nigromantes, que son transportados a travs de los
aires por los demonios, con frecuencia hacia tierras lejanas... Y en el mismo captulo nos da la receta de cmo viajan los
brujos: En cuanto al modo de transporte, resulta ser ste las brujas, por instruccin del diablo, fabrican un ungento con el
cuerpo de los nios, sobre todo de aquellos a los que ellas dan muerte antes del bautismo; ungen con este ungento una silla o
un trozo de madera. Tan pronto como lo hacen, se elevan por los aires. Tanto de noche como de da, visible o invisible, segn
su voluntad A veces se transportan las brujas sobre animales que no son verdaderos, sino demonios que han adoptado su
forma...
Segn el mito cristiano, los hechiceros podan, pues, como los demonios, aparecer y desaparecer a voluntad; ntese aqu la
importancia del ungento hecho con los cuerpos de los inocentes. Este discurso sobre el brujo debera incitarnos a una mejor y
ms sana reflexin sobro la naturaleza del discurso que los postula. Cuando encontramos en los textos de los misioneros y
religiosos a los brujos y sus prcticas, deberamos agudizar nuestro sentido crtico, en la medida en que el mito cristiano
prejuzga siempre su existencia, pues no puede poner en duda la presencia de su amo, siempre al acecho.
La importancia necesaria del brujo como representante del enemigo del gnero humano permea toda la prctica inquisitorial de
esta institucin y no es extrao que la Iglesia haya acusado a aquellos que ha expulsado: judos, herticos. cabalistas,
alquimistas del crimen de brujera, incluido el recuerdo del crimen mximo, contra los infantes, como prctica infame, lo
que perdur hasta la poca moderna, como lo muestran textos como Los protocolos de los sabios de Sion. Dejando claro que el

161
No parece sibilina la respuesta de los nigromantes a Motecuhzoma, quien, dice el texto, se admir de ver

que conformaba esto con lo que dej dicho Nezahualpilli rey. Pero estas primeras respuestas y el

conocimiento de las profecas antiguas atribuidas al sabio rey de Tezcoco no son suficientes para abrir

definitivamente la mente del gran tlahtoani, quien contina preguntando: Qu es esto que ha de venir o

suceder, de dnde ha de venir, del cielo o de la tierra; de qu parte, de qu lugar y qu, cundo ser?

Pero Motecuhzoma no sabr ms, puesto que los nigromantes han desaparecido, nueva prueba de su

pertenencia al mundo demoniaco.7

El discurso histrico contemporneo atribuye un gran peso a estas antiguas profecas en la

desorganizacin que sigue al avance espaol, y busca reconstruirlas como un hecho histrico, sin darse

cuenta de que lo principal aqu no est en el suceso histrico, sino en la coherencia del mito (si admitimos

lo dicho sobre la analoga Tenochtitlan/Jerusaln). El modelo supone la obligada presencia de los profetas

y de las profecas, ya que representan la preparacin necesaria, por parte de la Divina Providencia, de una

nueva etapa de la Revelacin. Las profecas son pues un artificio retrico indispensable que permite

arraigar un poco ms el mito en el tiempo, que sigue siendo un tiempo teolgico y no histrico.

Pero estas profecas, como casi todas ellas, no son muy claras. Hemos recordado antes el apodo de la Pitia

de Delfos, el Orculo de Apolo, esto es Loxias, es decir: La Ambigua, y que las profecas del Antiguo

Testamento no tienen tampoco esa claridad que permitira una lectura cmoda. Tampoco son muy

transparentes las grandes predicciones de los profetas que poblaron la Edad Media; Hildegarda de Bingen,

infanticidio en el discurso de la Iglesia medieval no se sita jams en la defensa humanitaria de un ser indefenso, sino en la
perspectiva de un alma que no tuvo salvacin posible, al no haber recibido el bautismo.
7
Toms de Aquino en su Summa teolgica propone una definicin de lo que es la profeca, y de su actor, el profeta.
Oigmoslo. (Segunda segundae, quest CLXXIII):
la profeca consiste primero y principalmente en el conocimiento y secundariamente en la palabra...
la profeca, al ser el signo divino de la presencia de Dios, es imposible que lo que anuncia sea falso la profeca, tomada en su
sentido absoluto, no puede jams estar en el hombre, como efecto de la naturaleza, ella debe venir de la revelacin divina...
la profeca no exige ninguna disposicin natural anterior sino la sola voluntad del Espritu Santo que la infunde en los
hombres
los profetas de los demonios dicen a veces verdades, pero stas no vienen de sus propios fondos, proceden del Espritu Santo...
..el Espritu Santo se sirve de los profetas como un instrumento dbil con respecto a un agente principal. No es necesario que
los profetas conozcan todo lo que predicen...

162
Catalina de Siena, Joaquin de Fiore, Savonarola, Nostradamus... En ninguna parte, la letra proftica es

realmente lmpida, sino opaca, cambiante, multiforme. Y es su misma ambigedad la que permite la

emergencia siempre renovada del sentido.

Motecuhzoma ordena la desaparicin de los nigromantes, haciendo masacrar a sus familias. Si el hecho

puede ser considerado como una venganza, resultado de la clera de un autcrata frustrado en sus

esperanzas, tenemos que considerar tambin que se trata con mayor probabilidad, en este texto, de una

nueva inspiracin proftica de Motecuhzoma. Las rdenes de ejercer una violencia sin lmites, de

aniquilamiento, son expresin de la justicia divina, prefiguracin de lo que ocurrir. El dios vengador,

Elohim, habla por su boca, aun cuando su profeta no lo conoce todava.

La destruccin de los nigromantes es signo de lo que sobrevendr a aquella religin del demonio. El texto

explicita que Motecuhzoma dice a sus fieles: Que vayan a los pueblos donde ellos estn, y maten a sus

mujeres e hijos, que no quede uno ni ninguno y les derriben las casas.

No es sino hasta la eleccin de jvenes guerreros con celo devastador, cuando aparece un smbolo. La

generacin presente debe ser exterminada para que triunfe la nueva fe, simbolizada por la vida nueva de

esta juventud furiosa; la vieja es del demonio: la juventud, la esperanza de Cristo. El desbordamiento

mismo de la violencia y el hecho de que el propio trazo de las viviendas sea arrasado no ocurre sin

prefigurar cmo la religin de los demonios ha de ser extirpada hasta sus ms profundas races,

retomando la profeca de Cristo al referirse a Jerusaln; no quedar piedra sobre piedra. No debe quedar

ni el menor rastro que recuerde lo de antes.

Como conclusin de este primer esquema del retrato de Motecuhzoma, podramos decir que lo que hay de

fundamental en l es la presencia de Dios. El jefe mexica est ya habitado por este temor de Dios que,

recordemos, no est aqu mencionado para significar una debilidad de carcter de Motecuhzoma, sino

como una virtud natural del alma, que le permite percibir, an con confusin, lo que Dios quiere a travs

163
de l. Y, por lo tanto, presentir cosas por venir, cuando los otros no ven nada.

As, Motecuhzoma salva a Las Indias del pecado absoluto. Esta presencia, este estado proftico, don de

la gracia de Dios en un idlatra, puede sorprendernos, pero hemos podido ver, estudiando un poco a

Toms de Aquino, que ese don de profecas puede ser en efecto otorgado a un pagano, puesto que no

depende de l, sino del plan que el Seor se fij por medio de l.

Si el mito aparentemente presenta a Motecuhzoma como muy supersticioso y muy devoto de sus dioses,

tambin aqu nos debemos cuidar de los contrasentidos histricos, porque estas prcticas fervientes y

repetidas son las que le valieron ser escogido por Dios. En efecto, segn una tradicin teolgica que

encuentra en San Jernimo una de sus autoridades, el ser supremo no aborrece los sacrificios de los

paganos y, como afirma Torquemada:

De ninguna manera se ha de entender absolutamente que Dios aborreci los sacrificios [en razn de tales]
sino que los aborrece cuando se trata de hombres malos y pecadores, no porque los sacrificios en s sean
malos. [Y aade:] Pues, como por la razn de Santo Toms tenemos probados son naturales y cosa lcita a
los hombres para reconocerse sujetos y obedientes a Dios, como supremo que es en todas las cosas, sino
porque lo principal que en ellos se pretende es la buena y limpia conciencia con que haban de ser
ofrecidos; porque los sacrificios de la ley antigua tenan su valor del que los ofreca, y si l era malo, ellos
eran malos, y si bueno, buenos; y as aborreca Dios a los que trataban, que slo se contentaban, con la
exterioridad del sacrificio, siendo verdad que el fin del legislador y del que los instituy fue la piedad
interior y la virtud del alma, por lo cual diremos que los sacrificios son naturales, por los cuales peda
Dios, no tanto las cosas ofrecidas y sacrificadas, sino la devocin y piedad del alma con que haban de ser
hechos los sacrificios.

Segn esta clara explicacin, podemos entender la insistencia de ciertos textos en el fervor religioso de

Motecuhzoma, insistencia encargada de legitimar el papel que Dios llevar a cabo a travs de su humilde

servidor.

El lugar de Motecuhzoma en el mito es, pues, el de visionario y profeta, que hace posible el proyecto

divino a travs de la destruccin de las Indias, de la llegada de los espaoles y de la nueva fe.

Pero Motecuhzoma no es un hombre cualquiera. l es el jefe, cabeza suprema, el emperador azteca, como

numerosos autores quieren llamarle. No valoramos hoy el contenido teolgico de un ttulo como el de

164
emperador, pero en la Edad Media y hasta fechas bastante tardas, el emperador est revestido de una

aura sagrada que es bueno tener en mente, no slo para entender el papel de Motecuhzoma en esta

construccin simblica, sino tambin para comprender lo que un autor espaol, como Las Casas, por

ejemplo, tena en mente cuando dedicaba obras a la conciencia imperial.

La relacin con Dios se expresa en dos mbitos: en el personal, el rey, hijo elegido de Dios, para ser el

instrumento y el agente del cumplimiento de su voluntad; en el segundo, toda la funcin social real es

sagrada. El rey es el representante de Dios sobre la Tierra. l legitima y protege su poder, concedindole

unas virtudes particulares, como la fuerza inherente a los reyes. Un atentado criminal contra el soberano e

incluso contra un representante suyo no es un crimen contra un hombre sino un sacrilegio que deber ser

castigado como tal. Es a esta figura a la que hace referencia Las Casas cuando escribe al emperador

Carlos, explicndole que las iniquidades que se cometen en las Indias son una manera de arruinar la

legitimidad de su poder sobre ellas y que, de todas formas, es un pecado tan grave que no slo hace pesar,

sobre la conciencia real, una amenaza mortal, sino que se corre el riesgo de que Dios abandone al

emperador y al imperio.

Una de las principales marcas de esta unin especial con Dios se explicita en la ceremonia de la

coronacin real. El rey es tambin el ungido del Seor, coronado por l: Rex a Deo coronatus. El acto de

investidura de un monarca es un sacramento parecido a la ordenacin sacerdotal; y de igual manera que

para consagrar a los sacerdotes, se servir del santo crisma, porque el rey debe ser puesto aparte del

vulgo. Ungido pues con el aceite consagrado, participa del ministerio sacerdotal.

El prembulo de un diploma de Carlos VI, rey de Francia en 1169, recogido por J. Legoff, dice as:

Sabemos que conforme a las prescripciones del Antiguo Testamento, y de nuestros das en la ley de la
Iglesia, slo los reyes y los sacerdotes son consagrados por la uncin del Santo Crisma. Conviene que slo
ellos, entre todos, unidos entre s por el sacrosanto crisma, sean puestos a la cabeza del pueblo de Dios....

Si volvemos a la figura imperial de Motecuhzoma presente en los textos, encontramos que el carcter de

emperador o de rey lo inviste de un aura sagrada, nica y particular, en el sentido de que personifica un

165
nuevo David, un Salomn, un Josas que, como ellos, est dotado del poder de la videncia y de la

profeca. Su funcin lo aleja de las masas para acercarse ms ntimamente a Dios y, sin conocerle en

verdad, deviene su agente por una serie de disposiciones naturales 8.

El cumplimiento de las profecas

Un segundo tiempo en la construccin del mito cristiano de fundacin en Amrica empieza despus de

presagios y profecas diversas, cuando aparecen las naves espaolas a lo largo de Tabasco:

A pocos das un macehual natural de Mictlancuauhtla, que nadie envi, ni principal ninguno, sino slo de su
autoridad. Luego que lleg a Mxico, se fue derecho al palacio de Moctezuma y djole: seor y rey nuestro,
perdname mi atrevimiento: yo soy natural de Mictlancuauhtla; llegu a las orillas de la mar grande, y vide
andar en medio de la mar como una sierra o cerro grande, que andaba de una parte a otra y no llega a las
orillas, y esto jams lo hemos visto, y como guardadores que somos de las orillas de la mar, estamos al
9
cuidado.

Este texto bastante corto est cargado de un conjunto simblico que constituye un momento importante

del mito: por fin, un indicio; en el mar del Este se precisan las cosas.

Desde este momento, el mito podr explayarse. Est por llegar el otro profeta, el ltigo de Dios, cuya

audaz accin permitir que se realicen las profecas.

Se puede hacer notar que el informante es un macehual, un hombre del pueblo que parece comprender

que aquello que ha visto es muy importante; sin que nadie se lo diga, sin que nadie lo mande; como

inspirado, sabe que lo que acaba de ver es un signo del mayor inters para Motecuhzoma. As, se dirige

de inmediato al palacio. Aqu, el mito parece tartamudear; los textos nos describen las dificultades para

hablar con Motecuhzoma, personaje sagrado, rodeado por una etiqueta rigurosa y un ceremonial

8
En la tradicin de la realeza francesa, por ejemplo, este aceite sagrado fue entregado por una paloma, forma clsica de
aparicin del espritu santo, para ungir a los reyes de Francia. Incluso por disposiciones divinas, la santa ampolla que contena
dicho aceite santo, se fue conservando y regenerando durante siglos, milagrosamente.
9
A. Tezozomoc, op. cit., p. 684.

166
impresionante, del cual encontramos huellas, por ejemplo, en el hecho de que el emperador hace o

formula sus preguntas por intermedio del Petlaclcatl y no directamente a los nigromantes. Pero el

macehual acude directamente al palacio y habla sin mediacin al emperador. Incluso ah, no se intenta

discutir la verosimilitud del hecho, sino su aspecto simblico: se trata de un hombre inspirado por Dios

que lleva a Motecuhzoma un primer elemento de respuesta: algo viene, algo lleg.

Este testigo no se refiere a los espaoles, habla en forma simblica; he aqu que viene una montaa... o un

monstruo. De hecho, an se pueden reencontrar ah las imgenes bblicas de los mticos monstruos salidos

del mar que anunciaban la destruccin y la amenaza del dios vengador. Recordemos al monstruo que

deposita en la playa a Jons cuando ste es encargado por Yahv de anunciar a Nnive su ruina.

Emocionado, Motecuhzoma ordena a sus sacerdotes y adivinos ir a verificar la nueva, a ver qu son esas

colinas flotantes:

Hizo llamar a un Teuctlamacazqui (sacerdote) y dijole: id a Cuextlaxtlan, y decidle al que guarda el pueblo,
que si es verdad que andan por la gran mar, no sequ, ni lo que es, que lo vayan a ver y que indaguen qu
es lo que guarda o encierra la mar del cielo. Y esto sea con toda brevedad y presteza.10

Desde entonces Motecuhzoma se siente preso de una terrible y proftica impaciencia; presiente que por

fin va a saber.

El carcter de signo de este enviado de nadie es evidente y no hace referencia a un personaje

histrico que hubiera visto por primera vez una nave espaola y se maravillara de su tamao y su podero.

Ese macehual es tambin un profeta enviado por Dios; est animado del soplo proftico. Por eso no

describe materialmente a las naves de los espaoles, es el mensajero de lo que por fin ha llegado. Incluso

l es tambin el nico que ha visto estas colinas: los mensajeros del tlahtoani mexica, cuando llegan a

pueblo, informan de su misin al cacique local, quien no sabe nada del asunto y tiene que enviar, a su vez,

10
A. Tezozomoc en La visin de los vencidos, op. cit., p, 14.

167
a unos informantes a corroborar sin tardanza si es cierto que andaban dos torres o cerros pequeos por

encima del mar.

Esta inflacin del signo, de la profeca, es al mismo tiempo la muestra tangible de que se acerca su

realizacin. Lo extrao est ya en la descripcin del mensajero. Qu quera decir, por ejemplo, que est

desorejado y que le falten los dedos de los pies? Lo remite esto a una simbologa del cuerpo indgena o,

con mayor probabilidad, a un cuerpo demoniaco producto del imaginario occidental? Y, quin le orden

vigilar el mar, si la propia gente de Mictlancuauhtla no lo hace, ni ha visto nada? La respuesta es evidente

si consideramos, como se crea en esa poca, que Amrica era el ltimo refugio del diablo: este seudo

macehual es en realidad un demonio que vigila el imperio, el de Satans, pero anunciar, compelido por

la voluntad divina, a Motecuhzoma que ha llegado el tiempo de que ste sepa lo que ha de saber.

Hasta la diferencia de trato que da el emperador a ese macehual nos informa sobre su estatuto de signo.

Vimos antes a los enviados de Moctezuma dar cuenta de su misin, con todo el respeto y la humildad

debidas para comunicarse con el tlahtoani. Sin embargo, el macehual es recibido fuera del protocolo y

Motecuhzoma le interpela con placer: sea norabuena, descansad. Es mucha familiaridad entre el gran

tlahtoani y un hombre del pueblo llano. Este democrtico trato se explica por la proximidad y la igualdad

proftica que une a los dos personajes, y hasta la insistencia sobre la simplicidad, la inocencia del

macehual, es signo: no est escrito: Bienaventurados los simples, pues el reino ser de ellos?

Los enviados de Motecuhzoma van a confirmar la nueva; ellos no vieron el smbolo, sino la forma y la

apariencia material; ellos vieron en efecto a los hombres. Es evidente que no pudieron distinguir la seal

proftica pues son sacerdotes de los dolos y nigromantes; por tanto, a pesar de ellos, profetizaron cuando

describieron a los espaoles y sus ocupaciones, pues qu era lo que hacan esos hombres?; pescaban con

redes sobre la playa. Ese signo no puede ser ms claro; como los discpulos y apstoles de Cristo, estn

ocupados en pescar hasta tarde, indicacin de la gran pesca de almas que se avecina sobre estas tierras, al

168
fin tocadas por la gracia; han llegado los nuevos apstoles, los pescadores de hombres que en su

confusin Motecuhzoma esperaba.

Tezozomoc termina este captulo de su Crnica insistiendo sobre el carcter simblico de la venida de ese

macehual, pues, cuando Motecuhzoma quiere volver a interrogarlo, no se le encuentra en ninguna parte.

Ha desaparecido, prueba del carcter maravilloso de su existencia, demoniaca, y de su misin.

El retorno de Nuestro Seor

Desde ese momento, el relato mtico se acelera y tiende a aclararse, puesto que se completaron ya los

signos y las profecas encuentran de una vez el objeto de su aplicacin y de su realizacin.

En el relato del Libro XII de Sahagn, la asimilacin de Corts a Quetzalcatl es inmediata y radical.

Informado Motecuhzoma de que han llegado nuevos barcos, iluminado, no tiene duda:

Como oy la nueva Motecuhzoma, despach luego gente para el recibimiento de Quetzalcatl porque
pens que era el que vena, porque cada da le estaba esperando y como tena relacin que Quetzalcatl
haba ido por la mar hacia el Oriente y los navos venan de hacia el Oriente por eso pensaron que era l. 11

Es tan resumido este nudo mtico que incluso pareciera que este pasaje hubiera sido escrito por alguien

que no est al tanto del resto del material de Sahagn. Incluso el propio tlahtoani dice a los emisarios,

cargados con los regalos que se prepara a enviar a los recin llegados: Mirad que me han dicho que ha

llegado nuestro seor Quetzalcatl.

Segn este texto, y si no hay error de transcripcin, es patente una gran confusin en quien decide sobre

la identidad de los espaoles. O bien la identificacin en el texto es tal que no causa problemas y, por lo

tanto, se considera de una vez como evidente la asimilacin de la llegada de los espaoles al regreso de

los dioses.

11
Fray Bernardino de Sahagn, Historia General... Garca Quintanar- Lpez Austin, Conaculta, Mxico, 1990, p. 821

169
En el relato de la Crnica Mexicana, el mito se explicita mucho mejor. Cuando los enviados de

Motecuhzoma regresan, no se pronuncian sobre la naturaleza de los extraos recin llegados: Han

venido no s qu gentes. Es Motecuhzoma, quien despus de haber odo la descripcin de los espaoles

y lo que hacen, sabe, inspirado, sacar la conclusin. Por eso se queda mudo, perdido en sus reflexiones:

Motecuhzoma estaba cabizbajo, que no habl cosa ninguna.

En este texto, el tlahtoani est convencido del regreso de los dioses, pero an no lo ha revelado a nadie.

Tampoco ha pronunciado hasta ahora el nombre de Quetzalcatl. Se afirma aqu la solitaria vocacin

proftica de Motecuhzoma, a tal punto que, bajo las amenazas ms terribles, rene a sus consejeros

pidindoles llamar a su presencia a algunos muy buenos orfebres, tambin advertidos de guardar el

secreto sobre el misterioso trabajo que se les encarga. Por qu tanto misterio, si todo el mundo sabe de la

llegada de Quetzalcatl?

Y mand al mayordomo Petlaclcatl, que trajese luego secretamente mucho oro que estaba en cautos, y

mucha plumera rica de la menuda, la ms suprema...; y muchas esmeraldas y otras piedras ricas de muy

gran valor; todo lo cual dieron a los oficiales, y en pocos das fue acabada toda la obra.

Y como todo fue hecho segn lo quera Motecuhzoma muy bien hecho y a su contento y placer

ste recompensa con generosidad a los oficiales. Despus llama a Tlilancalqui y le explica una misin

discreta pero muy importante:

Ya est acabado lo que habis de llevar, y os habis de partir a dar este presente a los que son ahora
venidos. [Y aqu viene la revelacin:] que entiendo que es el dios que aguardamos Quetzalcatl que haba
de volver a reinar a Tulan y en toda la comarca de este mundo. 12

Entre los regalos, el tlahtoani incluye un fastuoso banquete que habr de ser entregado por Pinotetl,

principal de Cuextlan.

12
lvaro Tezozomoc, op. cit., pp. 687 y 688.

170
A pesar de todo, Motecuhzoma expresa aqu una duda Y si viredes que comen de todo gnero de esto,

verdaderamente es el que aguardamos Quetzalcatl, y viendo que todo esto no quieren comer, en esto

conoceremos que no es l. Por ello le sugiere que, si esta gente quisiera comrselo, no vacile en

ofrecerse, porque l se encargar de su familia que, para efecto, no olvide llevar a Cuitlalpitoc quien, a

pesar de todo, es esclavo y est destinado a ser sacrificado algn da. Y da una ltima instruccin:

...vestidle y adornadle de todas las preseas que llevaris y a la postre le presentaris las piezas acabadas de
oro, pedrera y plumera; que le ruego y suplico humildemente que venga a gozar de su silla y trono que le
tengo en guarda.

As, en la afirmacin de Motecuhzoma a los emisarios que va a enviar a Corts de que ha llegado

Nuestro Seor, debemos ver no slo un reconocimiento sobre el modo histrico de los espaoles

como dioses y de Corts como Quetzalcatl (asimilacin paralizante, como dira P. Chaunu) , sino

recordar tambin que estas profesiones de fe del principal de los aztecas, en el texto, tienen muchos

sentidos diferentes y complementarios, derivados del mtodo de lectura propio de los textos teolgicos.

De los numerosos niveles de lectura, el primero es la letra con retrica histrica, que parece referirse

a la mitologa indgena: Quetzalcatl est de regreso, como anunciaron los sabios y los profetas l

mismo haba prometido regresar. Sobre la naturaleza indgena de esta esperanza, queda mucho por

esclarecer y discutir. Nos gustara saber si no es la funcin general de estos textos lo que impone una

cierta teatralidad indgena, ms que el deseo de decir la historia de estos pueblos. Y si aplicamos aqu el

mtodo de interpretacin simblico simultneo, el sentido de la advertencia de Motecuhzoma a sus

emisarios aparece entonces en una clara explicacin parafrasstica:

Nuestro Seor Jesucristo ha llegado a nuestra tierra. Id a su encuentro y prestad odos de cualquier
manera, no seis sordos a la nueva fe, branse a la nueva palabra que viene entre nosotros...

Los regalos de Quetzalcatl

171
Los mismos regalos de Quetzalcatl son descritos con ambigedades, a pesar de lo que piensa P. Chaunu:

La asimilacin paralizante est probada por los textos nhuatl y por el ceremonial de la entrega de regalos a
los jefes de la expedicin: todos los atributos de Quetzalcatl, desde la serpiente incrustada de turquesa
hasta la peluca de plumas de quetzal y de garza. El smbolo fue suficientemente claro para que Corts,
informado sin duda por la Malinche, comprendiera inmediatamente el sentido de tal entrega y le sacara
partido.13

Pero si releemos con atencin los textos, encontramos que los regalos que fueron enviados por

Motecuhzoma, no son slo los que han de ofrecerse al dios Quetzalcatl con motivo de su regreso como

habra podido creerse. Entre ellos estaban tambin los atavos de Tezcatlipoca y de Tlloc, otras figuras

divinas,

El discurso sobre el envo de regalos es, ante todo, simblico y en ningn momento podemos pensar que

se trata del testimonio escrito de los autnticos presentes que se entregaron a Corts, aunque algunos de

stos histricamente probados pueden haber tenido algn parecido con los que describen los textos.

En las distintas listas de estos obsequios hay ciertas diferencias, por ejemplo, entre la que proporciona la

versin castellana del Cdice Florentino, preparada por Josefina Garca Quintana y Alfredo Lpez

Austin, y la de la versin nhuatl del mismo, traducida por M. A. Garibay K. y transcrita por M. Len-

Portilla en su Visin de los vencidos14. En la versin espaola se tiene la impresin de que el ojo del

escriba est describiendo una estampa que tiene a la mano. Pero en la versin de Garibay, al terminar la

enumeracin de los regalos, aparece un pequeo pargrafo suplementario que nos da idea del porqu de la

entrega de los atavos de los dioses: All estn todos los gneros de insignias que se llaman insignias

divinas. Fueron puestos en posesin de los embajadores. As, lo que enva Motecuhzoma no es slo el

tesoro de Quetzalcatl, sino tambin los atavos de los otros dioses. Y, en este caso, tampoco podemos

resistir la tentacin de intentar reconstituir lo que una lectura alegrica puede ver en esta lista. Qu son

13
P. Chaunu, Conquista y explotacin... op. cit., pp. 148 y 149.
14
Len Portilla, La visin de los vencidos, op. cit., pp. 24 y 25.

172
pues esos regalos y qu significan? Las palabras que siguen a esta enumeracin toman un relieve

particular.

Una vez empaquetados los regalos, despidindose Motecuhzoma les dice: Id con prisa y no os detengis,

y adorad en mi nombre al dios que viene, y decidle: Ac nos ha enviado vuestro siervo Motecuhzoma.

Estas cosas que aqu traemos os enva, pues habis venido a vuestra casa, que es Mxico.

La primera cosa a notar es que el Motecuhzoma del mito se despoja, desde la primera embajada, de los

smbolos de su autoridad, las insignias divinas lo cual es ya una evidencia del reconocimiento de la

superioridad del sagrado que se acerca. El texto espaol no dice adoren a Corts, a los dioses, sino al

dios. Este empleo del singular marca el sentido de lectura alegrica que sugiere el autor: despojmonos

de los antiguos falsos emblemas divinos ofrecindolos a nuestro seor que viene, reconocemos que el

nuevo, el nico, es ms grande que nuestros dioses tradicionales, por eso corran rpidos a adorarlo y

presentarle la entrega del imperio, antes de que se moleste y nos destruya.

Aceleracin y asuncin mtica: la destruccin

En la medida en que estos textos tienen por funcin la de crear un mito de fundacin, su escritura no es

sencilla, porque el autor vive en el presente y tiene que reconstruir un pasado tal que permita aparecer

como lgico y natural haber llegado a la situacin actual, sin que se pueda criticar ni el mtodo ni el fin,

con los cuales se ha llegado a esta situacin.

Por otra parte, el destino occidental de la mayora de estos textos hace que no se tenga mayor cuidado en

construir y explicitar la teatralidad indgena en la cual se mueve el discurso. As, en relacin con el

regreso de Quetzalcatl: algunos de nuestros textos afirman que esta creencia sigue firme, a pesar del

tiempo transcurrido, y la actuacin de Corts y de los espaoles que tiene poco que ver con la figura

173
tradicional de Quetzalcatl, como nos la presenta, por ejemplo, Alva Ixtlilxchitl:

Lleg a esta tierra... Quetzalcatl... por sus grandes virtudes, tenindolo por justo santo y bueno,
ensendole por obras y palabras el camino de la virtud y evitndoles los vicios y pecados,
dando leyes y buena doctrina; y para refrenarles sus deleites y deshonestidades les constituy el ayuno, y el
primero que ador y coloc la cruz15

Pero esta imagen muy crstica de Quetzalcatl se acompaa del relato de augurios amenazadores.

Frente al poco caso que los cholultecas hacen de sus enseanzas, ste se despide y anuncia su regreso, en

un da en quesu doctrina ser recibida y sus hijos sern seores y poseern la tierra. Y contina

amenazando a los incrdulos y pecadores: Ellos y sus descendientes pasarn muchas calamidades y

persecuciones.

Se ve aqu cmo hay una complementariedad entre la asimilacin divina de Corts a Quetzalcatl y las

profecas. Por eso puede desarrollarse el discurso de la violencia que caracteriza al Corts, el nuevo azote

de Dios; discurso de la muerte, de la destruccin. Pero estas iniquidades sern en gran parte ocultadas,

pues la vas de Dios son impenetrables y dulcificadas, en tanto que mal necesario y pasajero del que

surgir un gran bien que ser la conversin de los indios.

Aunque todo parece aclararse para Motecuhzoma, su angustia crece:

En el tiempo que estos mensajeros fueron y volvieron, Motecuhzoma no poda comer ni dormir, ni haca de
buena gana ninguna cosa, sino estaba muy triste y suspiraba espesas veces. Estaba con gran congoxa;
ninguna cosa de pasatiempo le daba placer; ninguna cosa le daba contento, y deca:Qu ser de nosotros?,
quin ha de sufrir estos trabajos? Ninguno otro sino yo, pues que soy seor y rey, que tengo cargo de
todos. Estaba su corazn pareca que se lavaba en agua de chilli, y ansi tena gran tormento y deca: Oh,
Seor! A dnde ir?, cmo escapar?16

Es particularmente dramtica esta escena de desesperacin del tlahtoani, que recuerda los sufrimientos de

Cristo en el jardn de Getseman, cuando la parte humana de Cristo, cegada por la angustia, pide un

instante a su padre que su pasin y muerte le sean ahorradas.


15
Fernando de Alva Ixtlilxchitl, Obras histricas, t. II, Ed. Edmundo OGorman, UNAM, Mxico, 1977, p. 5.
16
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 825.

174
La inspiracin proftica invadi e1 alma de Motecuhzoma desde la llegada de los espaoles. Ni siquiera

tiene la necesidad del testimonio de sus enviados. Sabe que es el fin y que esos extraos van a producir un

trastorno irreparable en el imperio y sus fundamentos.

En cuanto al papel de Motecuhzoma en el mito, ste no podr oponerse en realidad, ni luchar contra los

invasores, pues sabe que toda resistencia es imposible. Por eso se empear en evitar el enfrentamiento

con los espaoles. Aunque, como el soplo proftico proviene de Dios y no de su propia naturaleza, que

todava es ms bien demoniaca, a veces intentar oponerse por los medios de su religin tradicional,

cuando lo abandona la inspiracin divina.

Considerando esta pasividad y este entreguismo teolgico, algunos autores han concluido que

Motecuhzoma traicion a su pueblo porque, piensan, se acobard frente a la estrepitosa demostracin de

agresividad de los espaoles y ante el recuerdo de antiguas profecas. Es claro que el mito teolgico no

est de acuerdo con esta interpretacin psicolgica, pues l saba que de la muerte de su imperio surgira

la nueva vida. Lo que estaba sellado era su propio fin, el del imperio, de su mundo. Motecuhzoma est

consciente de ello y, despus de vacilar un instante, asume su destino, pues es el rey, el elegido por la

desgracia. En ese sentido, los textos jams lo representan de manera peyorativa, sino como un alma

desorientada frente a la terrible prueba de fuego, a la ineluctable destruccin que l saba que deba

ocurrir.

Las manifestaciones de desconcierto y de angustia de Motecuhzoma se inscriben en una retrica

apocalptica: en el momento en que se acerca el fin de los tiempos, la mayora de los hombres pierden la

sed y el hambre, no saben dnde refugiarse para escapar de las convulsiones de la Tierra, intentan

resguardarse en las grutas, se hincan y suplican.17 Pero el justo no est lleno de terror ante lo que son

convulsiones naturales; su llanto no es un llanto frente al peligro, sino la expresin de su indignidad para

parecer frente a los ojos del Creador. Su exclamacin: qu ser de nosotros?, qu, en verdad, podr
17
Informantes de Sahagn, La visin..., op. cit., p. 30.

175
quedar de pie?, toma entonces un relieve impresionante, pues el dolor que envuelve al tlahtoani es de

modo esencialmente moral, porque estas convulsiones naturales son nada frente al terrible acontecimiento

que debe ocurrir: el retorno de Nuestro Seor, es decir, el juicio supremo para l, para sus antepasados

y su imperio... El temor que le agobia no surge del miedo frente a un enemigo considerado superior, no es

producto de la cobarda de un prncipe eminentemente valiente, como lo ha probado en su juventud. El

justo temor del que est investido el emperador es el temor de Dios, que representa la ms grande virtud,

segn la teologa cristiana, porque resume todas las dems.

La descripcin de los espaoles, que sigue a la del encuentro, es en s misma harto indicativa del lugar de

la escritura en el cual se desarrolla el relato de los enviados de Motecuhzoma. As, se trata de una

descripcin inverosmil en el mbito de realidad comn y que se sita de golpe en el mito de la

destruccin:

Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacete a sus cabezas,
hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas. Lo soportan en sus lomos sus
venados. Tan altos estn como los techos.18

Espectculo imposible porque sabemos, por otras fuentes, cun escasos eran aquellos espaoles que

podan portar frreas guarniciones y armaduras, porque de haberlas empleado habran padecido hasta lo

indecible, dadas las condiciones del clima del Golfo, caluroso, hmedo, lluvioso.

Con recordar la vestimenta militar de ese tiempo nos daremos cuenta de que los europeos, en particular,

los mediterrneos, en su mayora, no podan tener en la poca estatura tan terrible e imponente... Su

aspecto no fue nunca el de los titanes, de los centauros, que los textos nos describen. Basta con comparar

esta imagen de fierro de los espaoles, con los caballos, los saltamontes de fierro del Apocalipsis, para

entender el aspecto simblico de esta descripcin.

18
Informantes de Sahagn en La visin de los vencidos, op. cit., p. 31.

176
La resistencia del demonio o la segunda embajada

El relato de la segunda embajada de Motecuhzoma contiene, en apariencia, un cierto

nmero de contradicciones.

Tenemos, por una parte, que el gran tlahtoani declar sin titubeos que era Nuestro Seor

Quetzalcatl quien regresaba y, por otro, que quera enviar contra los espaoles todo el

peso mortal de sus hechiceros. En el relato del captulo VIII de la obra del padre Sahagn,

esta narracin de los hechiceros empieza por un ofrecimient o de comida, comn en este

tipo de embajadas. Pero si ponemos atencin veremos que no se trata de una embajada

corriente, sino del primer enfrentamiento de los dos ejrcitos espirituales.

En efecto, qu hace Motecuhzoma?: Junt algunos adivinos y agoreros y algunos

principalejos y los envi al puerto donde estaban los espaoles para que procu rasen que no

les faltase comida... Una lectura rpida no encontrar aqu ningn problema; pero, si

estamos atentos, podemos preguntar: por qu enviar a los espaoles, adivinos, nigromantes

y dems a organizar su abastecimiento?

De acuerdo con la hiptesis general de nuestro trabajo, la respuesta es sencilla, porque no

se trata aqu de una invitacin del texto a una muestra culinaria mexica; esta es una comida

espiritual. Si no fuera as, nos detallaran qu fue lo que comieron, como sucede en otros

relatos.

Los muy especiales embajadores de Motecuhzoma han trado con ellos a algunos cautivos

destinados a los sacrificios humanos, para que sacrificasen delante del di os que vena, si

viesen que convena, y si demandasen sangre para beber.

177
Es evidente que aqu hay una exageracin en el relato, que nos indica el tipo de texto que

estamos analizando, porque sabemos que en los sacrificios aztecas no se beba sangre y,

menos an si el ofrecimiento era a Quetzalcatl, quien, segn la tradicin, haba prohibido

los sacrificios humanos. Esto nos remite a la funcin de esta parte del relato, que

evidentemente no tiene sentido por s mismo, sino que tiene por funcin reforzar l o que

viene despus. Porque los propios oficiales de Motocuhzoma no esperan la respuesta de los

espaoles para saber si stos quieren sangre o no: les presentan tortillas rociadas con

sangre humana.

La respuesta a este sacrificio es clara y rpida: Como vieron los espaoles aquella comida,

tuvieron grande asco della. Comenzaron a escupir y abominarla, porque heda el pan con la

sangre. 19

Una intervencin repentina del narrador irrumpe el relato del encuentro precisando el

porqu de este mandato de Motecuhzoma: Lo mand hacer porque tema que aquellos eran

dioses que venan del cielo (e incluso esta voz en off exagera un tanto: Y los negros

pensaron que eran dioses negros). Ya en plan de una reflexin racionalizante y simplona,

podramos decir que unas gotas de sangre fresca en la comida no producen olor y que,

incluso en la cocina occidental, la sangre de animal ciertamente se utiliza para ciertas

salsas como ligazn, como tambin se comen varios embutidos, hechos completa o

parcialmente con sangre, siempre de animal.

Pero aqu no importa tanto la letra ni su verosimilitud, como la lectura alegrica que se

puede hacer. En efecto, qu comen los espaoles?: Todos ellos comieron el pan blanco

que llevaban sin sangre, y tambin y accesoriamente los huevos y aves y la fruta que les

presentaron. Podemos anotar de paso que se trata casi de la futura dieta de los conventos
19
Fray Bernardino de Sahagn op. cit., pp. 826 y 827.

178
americanos, pero lo ms importante es la mencin del pan blanco. Este es el alimento de

Occidente por excelencia, tan fundamental que en el corazn del mito cristiano puede ser

transmutado en el verdadero cuerpo de Cristo. Esta asimilacin del pan blanco, del

alimento por excelencia de los occidentales, nos har leer as este episodio: que los

espaoles, un poco desconfiados, asqueados por la sangre o por miedo a ser envenenados,

no comen las tortillas, sino su pan de trigo (enfrentamiento simblico que persiste todava

en nuestros das, entre el pan, smbolo de la Conquista, y la tortilla, smbolo de las

profundas races americanas). Pero no se trata aqu, en ningn momento, de la descripcin

de un posible alimento de los espaoles, porque sabemos adems que el pan blanco, de

haberlo conseguido, se les habra acabado para entonces, y que el pan de casava o yuca

que, segn Bernal provey sustento a la expedicin en las primeras semanas estaba

podrido y lleno de moho, gusanos, polillas, etc., y con seguridad distara mucho de

parecerse al pan blanco de nuestro imaginario, porque, incluso en Europa, el pan que poda

comer el pueblo y que se consuma generalmente, era ms bien gris, tirando a negro, si

consideramos lo que nos cuenta Pietro Camporesi. 20

No hay duda entonces de que este pequeo relato de la embajada est organizado como una

breve obra teatral edificante, que nos muestra el enfrentamiento entre los antiguos

sacrificios y el nuevo. Porque de lo que se trata es, evidentemente, de una prefiguracin del

triunfo del santo sacrificio de la eucarista. Los dioses recin llegados rechazan los

antiguos sacrificios y consumen en su nuevo sacrificio el pan blanco eucarstico.

El relato sigue y la ordenacin de su desarrollo comprueba nuestra hiptesis porque,

terminando la descripcin de la comida, se pasa al relato de la segunda parte, de la

verdadera misin de los emisarios del tlahtoani, quienes fueron enviados para que mirasen
20
Pietro Camporesi, Le pain sauvage, Ed. Du Chemin Vert, Paris. 1986.

179
s podran hacer contra ellos algn encantamiento o hechicera para que enfermasen o

muriesen o se volviesen 21.

Es evidente que stos no podrn hacer nada contra los espaoles, aunque desplegaran

contra ellos todo su arte mgico: Hicieron todas sus diligencias como Motecuhzoma les

haba mandado pero ninguna cosa les aprovech ni tuvo efecto, y ans se volvieron a dar

las nuevas a Motecuhzoma de lo que haba pasado. Es interesante que el relato deje a los

propios nigromantes enunciar su conclusin al tlahtoani; en efecto, son ellos quienes en su

reporte Dixronle que aquella gente que haban visto era muy fuerte, y que ellos no eran

nadie para contra ellos. 22

Como comentario a este muy simblico relato, podemos decir que la contradiccin que

enunciamos al principio del anlisis de la segunda embajada, es slo aparent e, puesto que

Motecuhzoma manda comprobar, sin decrselo a sus adivinos, quines son esas gentes.

Porque, aunque tuviera una cierta precognicin y supiera que Quetzalcatl estaba de

regreso, no saba todo. De acuerdo con Toms de Aquino y su anlisis de la profeca,

podemos decir que este don es una cualidad que puede ser o no permanente. As,

Motecuhzoma puede estar investido de l en cierto momento y en otro, estar cegado, por

pertenecer al mundo de los dolos. As, l pudo tambin, en perfecta coherencia con el

relato, enviar a los hechiceros y a cuantos iniciados hall, para aniquilar a los extraos

con la ciencia de los dolos.

As, ms all de una tentativa simblica de este tipo (y que tendra que ser explicada) que

en realidad pudo ser efectuada por los sacerdotes aztecas, es necesario inten tar una lectura

alegrica. La misin de los adivinos debe ser interpretada en este m odo como una de las

21
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 826.
22
Idem, op. cit., p. 827.

180
primeras grandes tentativas del demonio para deshacerse de los espaoles en tanto

portadores de la nueva fe. Pero los sacerdotes indgenas sufren la dur a experiencia de su

impotencia infinita; no somos sus pares en el combate. Se trata pues ms bien de un

combate, aunque sin palabras; uno de los primeros grandes combates teolgicos entre los

sacerdotes del verdadero dios y los del demonio. En tal sentido, este relato es una

prefiguracin del Coloquio de los Doce.

Esta derrota constituye, por otra parte, la estrepitosa confirmacin para Motecuhzoma de la

naturaleza prodigiosa de los espaoles, aunque sea l el nico en saberlo siempre segn

Sahagn, porque sus emisarios todava no han entendido, slo saben hablar de aquella

gente. El eplogo es claro, desde este momento: el tlahtoani por todo el camino procuraba

de proveer a los espaoles de todo lo necesario, y servalos con gran diligencia.

La marcha sobre Tenochtitlan

Segn el relato de Sahagn, el resultado tangible de esta nueva embajada es para

Motecuhzoma, a ms de la confirmacin del carcter divino de los espaoles, la conciencia

de que venan grandes males sobre l y su reino. Pero sobre todo se asiste a una

considerable inflacin del don de profeca, ya que a la nueva de que los recin llegados

rompen con la religin tradicional y no practican ni sacrificios humanos ni canibalismo

ritual, se suma un ambiente general de pnico y zozobra, tanto en Motecuhzoma como en

los dems indios. El mito integra de manera general a toda la poblacin en la preciencia.

Debe subrayarse que la narracin no alude a los problemas de los espaoles, de sus

divisiones internas, de sus dificultades para sobrevivir. Esto no interesa. Lo que le importa

181
es el momento en que se pone en marcha de manera ineluctable la realizacin escatolgica

del destino mexica.

Poco a poco, como vemos, se ampla el espacio del mito a todo el mundo indgena. Hasta aqu los

protagonistas han sido Motecuhzoma y sus consejeros, los nigromantes. Ahora, el miedo alcanza al

pueblo (y se describe con modelos idnticos al anterior). Frente a lo inevitable, el desasosiego de los

hombres es infinito; gimen, y las palabras de los padres y madres de familia son una lamentacin

dolorosa sobre el destino de su descendencia. Todo en completo acuerdo con la tradicin proftica

hebraica, pero tambin con el Apocalipsis y las propias palabras de Cristo en el Nuevo Testamento,

cuando, en el camino hacia el Calvario, dice a las mujeres que lo siguen llorando, profetizando la ruina de

Jerusaln:

Hijas de Jerusaln, no lloren sobre mi suerte, mejor lloren sobre ustedes y sobre sus pequeos, porque se
acercan los das durante los cuales se dir: Felices las mujeres estriles, felices las entraas que no han
parido y los senos que no han amamantado.23

Pero esos padres y madres de familia no saben qu va a suceder en realidad, slo saben que llega algo

grande y terrible: Oh, hijo mo! En mal tiempo has nacido Qu cosas grandes has de ver! En grandes

trabajos te has de hallar!.24

Es evidente que los padres no clamaban por el futuro de sus hijos pensando slo en la guerra y en el

terrible aspecto de los espaoles. Se trata ms bien de un peligro de otro tipo. Como en los primeros

momentos, nos encontramos ante la angustia de Motecuhzoma, de la realizacin, a la vez terrible y

maravillosa, de un destino inexorable, en el cual estn condenados a participar.

Al saber que los espaoles preguntaban una y otra vez por l, el estado anmico de Motecuhzoma se

oscurece cada da ms, al punto de que: Pens de huir o esconderse para que no lo viesen los espaoles

23
San Lucas, 23, 29
24
F. Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 827.

182
ni le hallasen. Pensaba de esconderse en alguna cueva, o de salirse deste mundo y irse al Infierno o el

Paraso Terrenal o cualquier otra parte secreta.

Aqu, el relato espaol del Cdice Florentino sufro un serio traspi, pues est claro que los lugares donde

se quiere esconder el angustiado tlahtoani pertenecen por entero al mito occidental y tienen poco que ver

con el mundo simblico mexica. El que redacta esto texto lo sabe tan bien que, en la versin nhuatl,

paralela al cdice, segn Garibay, la lista de los lugares en donde quiere esconderse Motecuhzoma,

incluye el lugar de los muertos, la casa del Sol, la tierra de Tlloc, y la casa de Cintli, que as, en

apariencia, dan una mejor cuenta de la geografa simblica indgena. El anlisis de estas diferencias entre

las dos versiones, probablemente nos dara indicaciones sobre el destino y el uso diferencial entre uno y

otro texto.

Est claro que el deseo de Motecuhzoma de huir hacia un lugar de otra naturaleza que la terrenal habra

podido llamar la atencin de los comentaristas sobre la funcin general de este relato. El emperador no

piensa refugiarse en una plaza fuerte, retirarse con sus fieles a los montes o a los desiertos, ni iniciar una

retirada como Benito Jurez huyendo de la invasin francesa hacia el Norte. Las dos versiones muestran

sin duda que no se trata de una huida que corresponda a una estrategia terrena sino de la manifestacin de

una angustia metafsica, que metafricamente busca escapar de algo ineludible y doloroso. Los

aficionados a la versin espaola, como muchos futuros historiadores, no comprenden bien la naturaleza

de su angustia (a menos que quieran ocultarla): Escoxa vuestra majestad el lugar que quisiere, que all le

llevaremos, y all se consolar sin recibir ningn dao. 25

Pero Motecuhzoma no podr escapar de su destino, porque no hubo efecto este negocio, ninguna cosa de

lo que dixeron los nigromnticos se pudo verificar. La prueba de que estamos aqu en el doloroso

combate simblico que se libra a travs del alma de Motecuhzoma, la aporta la versin nhuatl cuando

25
Idem, op. cit., p. 828

183
explicita que no pudo ocultarse, no pudo esconderse, porque ya no estaba vlido, y que la reflexin dej

al tlahtoani exange, sin esperanzas. El pasaje es un poco oscuro, pero muestra que algo fuerte sucedi:

La palabra de los encantadores con que haban trastornado su corazn, con que se lo haban desgarrado, se
lo haban hecho estar como girando, se lo haban dejado lacio y decado, lo tenan totalmente incierto e
inseguro de saber all donde se ha mencionado.26

En este pasaje, Motecuhzoma aparece ms como vctima de una extraordinaria tormenta que como

invadido por una reaccin psicolgica de miedo. Todo parece indicar que son los demonios, hablando a

travs de la boca de sus amigos los nigromantes, quienes intentan provocar que escape de su destino,

porque si pudieran huir, tal vez tambin escaparan a su prometido fin y, con l, sobrevivira el reino de

los demonios.

La marcha triunfal

A partir de entonces, los textos indios nos invitan retrospectivamente a participar de una marcha

triunfal; marcha apotetica, posible por el supuesto pnico que la naturaleza divina de los espaoles y sus

armas terribles provocaron. As, despus de las primeras batallas contra los otomes y contra la valiente e

independiente Tlaxcala, todos son presa del terror: Y cuando Tecoac fue derrotado, los tlaxcaltecas lo

oyeron, lo supieron: se les dijo. Mucho se amedrentaron, sintieron ansias de muerte. Les sobrevino gran

miedo, y de temor se llenaron. 27

Es interesante notar que las versiones de esta marcha triunfal sobre Mxico, aunque provenientes de

textos de orgenes diferentes, en lo fundamental se reencuentran en el mismo esquema simblico. Las

pequeas diferencias que se pueden encontrar ataen slo a elementos que no son determinantes.

26
Informantes de Sahagn, en La visin de los vencidos, op. cit., p. 38.
27
Muoz Camargo, en La visin de los vencidos, op, cit., p. 40.

184
As, la relacin de Ixtlilxchitl est compuesta con un objetivo por completo partidario, con la finalidad

de mostrar cmo sus ancestros y su familia han sido siempre aliados de los espaoles y tambin una de las

primeras familias principescas, cristianas y bautizadas; as, se reportan fuera de toda verosimilitud los

episodios famosos de la conversin de esos prncipes, de las reticencias de la madre de los prncipes y su

conversin forzada. Esta demostracin del carcter cristiano de la familia es, al mismo tiempo, un

discurso sobre la legitimacin y el fundamento de su derecho a pertenecer a la clase dirigente en el nuevo

orden poltico, porque son portadores de la doble legitimidad: la antigua de la ley natural y la nueva de la

ley de Cristo.

La Historia de Tlaxcala puede ser leda hoy de manera ambigua porque este texto, adems de mostrar

su temprana alianza con el espaol, aparecer como un intento de hacer desaparecer ciertas huellas de

infamias relacionadas con su reputacin de traidora, en especial por el hecho de haber contribuido a

arruinar el imperio de los aztecas o por su papel ambiguo en ciertos episodios, como, por ejemplo, en la

destruccin de Cholula. Pero se trata de una lectura errnea; al contrario, no hay en ella mala conciencia

sino una afirmacin moral de la excelencia de la elite novohispana de esta ciudad, heredera directa o

indirecta de sus antiguos moradores. Este texto es el producto de una afirmacin de orgullo por ese papel

de auxiliar decisivo, por participar en la realizacin escatolgica y en el triunfo de la fe en esas tierras.

Habr que esperar algunos siglos, cuando se pierda de vista la lgica teolgica de esta retrica, para que,

en nombre de la nacin soberana y de una legitimidad ambigua que se cobijaba bajo un cierto legajo

mexica, los tlaxcaltecas pierdan su orgullo de vencedores y se llenen de la culpa de los traidores, actitud

ambigua desde el punto de vista histrico y que genera posibles lecturas errneas de esta crnica.

Sea lo que fuere, el esquema mtico es idntico, ya sea en la versin de La Historia de Tlaxcala o en la

de Los informantes de Sahagn, que en apariencia establecen el relato desde puntos de vista diferentes.

185
La destruccin de Cholula

La destruccin de Cholula es, para los Informantes de Sahagn, en apariencia, una traicin, una felona

de los tlaxcaltecas que indujeron en el error a los espaoles:

los tlaxcaltecas y chololtecas no eran amigos. Tenan entre s discordia. Y como los queran mal,
dixeron mal dellos a los espaoles para que los maltratasen. Dixronles que eran sus enemigos y amigos de
los mexicanos, y valientes como ellos. Los espaoles,
odas estas nuevas de Cholollan, propusieron de tratarlos mal como lo hicieron.28

En verdad, dicen los Informantes: los chololtecas no hicieron cuenta de nada, ni los recibieron de guerra

ni de paz. Estuvironse quedos en sus casas

Pero esta no beligerancia es una actitud que provoca suspicacia: por qu no salen a recibirlos? No hay

posibilidad de neutralidad en la gran lucha csmica que describen los franciscanos; ests con Dios o

contra l. Se sigue en eso las enseanzas del propio Cristo quien afirm un da: vomitar a los tibios.

Los chololtecas que sin malicia salen de sus casas y se congregan al llamado de los espaoles, sern

masacrados: ...los chololtecas ni llevaron armas ofensivas ni defensivas, sino furonse desarmados,

pensando que no se hara lo que se hizo.29

Los Informantes reales o imaginarios de Sahagn pertenecen al partido franciscano y, como tales,

son pro- Corts; por lo tanto, tienen muchas dificultades para explicar la realizacin de esta masacre, sin

manchar la reputacin del nuevo Josas, del liberador del Anhuac, de la espada del Dios vengador. Por

eso no se extienden sobre el relato de este evento, slo echan la culpa a los tlaxcaltecas pero la

construccin del mito no se resiente con este tropiezo poltico de Corts. Al contrario, lo ocurrido sirve

para infundir ms terror en Tenochtitlan, donde Motecuhzoma recibe a cada instante noticias cada vez

ms inauditas. El resultado es que:

28
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 829.
29
Ibd., p. 830.

186
Todos andaban espantados y atnitos. Y como vieron hecho en Cholulla aquel estrago, los espaoles, con
todos los indios sus amigos, venan gran multitud en escuadrones con gran ruido y con gran polvoreda y de
lexos resplandecan las armas y causaban gran miedo en los que miraban: Asimismo ponan gran miedo los
lebreles que traan consigo, que eran grandes. Traan las bocas abiertas, las lenguas sacadas, y iban
carleando. Ans ponan gran temor en todos los que los vean.30

En este prrafo, que termina la descripcin de la masacre de Cholula, se ve que la escritura mtica retoma

su movimiento, escamoteando al hecho mismo.

La versin de La Historia de Tlaxcala es evidentemente diferente y, en lugar de presentarnos a los

cholultecas como gente tranquila, que mantena el culto pacfico de Quetzalcatl, nos presenta a unos

cholultecas arrogantes que:

Desollaron vivo la cara a Patlhaltzin su embajador, persona de mucha estima y de principal valor. Y lo
mismo hicieron de sus manos que se las desollaron hasta los codos y cortadas las manos por las muecas,
que las llevaban colgando.31

Este atrevimiento de los cholultecas hacia un hombre tan gentil, tan dispuesto y agestado, indigna a los

tlaxcaltecas. La Historia de Tlaxcala se extiende sobre la barbaridad de estos orgullosos cholultecas

que no reconocieron el derecho de gentes y la personalidad inviolable de un embajador (en la tradicin

occidental medieval) pero sobre todo rehusaron reconocer a los espaoles y a la nueva religin,

obstinados en la confianza en sus dolos:

Tenan tanta confianza los cholultecas en su dolo, Quetzalcatl, que entendieron que no haba poder
humano que los pudiese conquistar ni ofender, antes acabar a los nuestros en breve tiempo, lo uno porque
eran pocos, y lo otro porque los tlaxcaltecas les haban trado alli por engao a que ellos los acabaran, pues
confiaban tanto en sus dolos que crean que con rayo y fuego del cielo los haban de consumir y acabar y
anegar con aguas.32

Antes de proseguir con la lectura simblica de este texto, veamos cmo la Historia de Tlaxcala propone

un sistema por entero coherente de legitimacin de su accin histrica, negando todo elemento de engao

30
Idem.
31
Muoz Camargo, op. cit., p. 48.
32
Ibd. p. 46.

187
o manipulacin. Su explicitacin es teolgica, de acuerdo con el modelo general del mito fundador

americano: son los cholultecas quienes provocan el enfrentamiento y as, el castigo que Dios, a travs de

los espaoles, les va a dar. Porque las palabras de los cholultecas no son slo un desafo militar enviado a

los tlaxcaltecas y a los espaoles, sino que lo lanzan desde la perspectiva del demonio. Este reto al

Todopoderoso no poda acabar ms que con la ruina de los orgullosos servidores del demonio:

Decianlo as, y lo publicaban a grandes voces diciendo: dejad llegar a estos advenedizos extranjeros,
veamos qu poder es el suyo, porque nuestro dios Quetzalcatl est aqu con nosotros, que en un improviso
los ha de acabar.33

A este sacrlego desafo siguen innumerables insultos para los tlaxcaltecas. Los orgullosos cholultecas

cuestionan su hombra, su fe, a su mam y hasta a sus abuelos: Oh miserables de vosotros que habis

perdido la fama inmortal que tenais de vuestros varones ascendientes de la muy clara sangre de los

antiguos teochichimecas!34

Estas amenazas producen un considerable efecto dice el texto en los valientes tlaxcaltecas, que

temen por el modo en que los amenazan los cholultecas recibir destrozadores rayos del cielo y ser

anegados por ros caudalosos manando del templo de Quetzalcatl. Pero los espaoles ya empezaban la

pelea:

Ms visto por nuestros tlaxcaltecas que nuestros espaoles apellidaban a Santiago, y comenzaban a quemar
los templos de los dolos y a derribarlos por los suelos, profanndolos con gran determinacin, y como no
vean que hacan nada, ni caan rayos, ni salan ros de agua, entendieron la burlera y cayeron en la cuenta
de cmo era todo falsedad y mentira.35

As se abren los ojos de los tlaxcaltecas, no slo en el texto se han lavado de toda sospecha, al ser los

espaoles quienes han empezado la contienda, sino que, adems, su alma se abre a una primera

aproximacin al conocimiento del verdadero Dios. Por eso no es por casualidad que los cholultecas los

33
Ibd., p. 46.
34
Idem
35
Ibd., p. 47.

188
han insultado en el texto- reprochndoles su poca fe en sus dioses antiguos. Esta repeticin tiene por

funcin marcar con mayor profundidad la toma de conciencia que sigue. Por fin sus ojos empiezan a ver

el camino de su salvacin. Desde este momento, el texto asume que los tlaxcaltecas son, ms que aliados

de los espaoles, sus auxiliares; sern los vengadores de Dios, como se explicita aqu con claridad:

Tornaron as cobrando nimo, que como dejamos referido hubo en esta ciudad tan gran matanza y estrago,
que no se puede imaginar; de donde nuestros amigos quedaron muy enterados del valor de nuestros
espaoles y desde all en adelante no estimaban a cometer mayores crmenes, todo guiado por orden divina,
que Nuestro Seor servido que esta tierra se ganase y rescatase y saliese del poder del demonio.36
Es as que las dos versiones en apariencia contradictorias coinciden: los tlaxcaltecas son as los

mercenarios de Dios para que se realice la destruccin de los cholultecas que son los primeros en

rehusar por completo al poder poltico de los espaoles y su fundamento religioso. En ese sentido, el

enfrentamiento entre la alianza Tlaxcala-Corts contra Cholula es el primer gran enfrentamiento militar

entre Dios y el demonio, entre la nueva fe y los dolos, pues l deba salir vencedor y aplastarlos, en lo

que sera la primera prefiguracin de la extirpacin general de la idolatra. Es tambin la primera gran

manifestacin del poder de los espaoles y, simblicamente, de todo el poder de su Dios.

No es menos interesante ver cmo la ciudad de Cholula, la gran ciudad santa, es la primera destruida,

aunque fuese la ciudad del dios bueno Quetzalcatl; pero esto es con toda justicia, puesto que no

reconoci a aquellos que vinieron, como los judos de Jerusaln.

Aun en esto, el modelo, Cholula es una prefiguracin del destino de Tenochtitlan; como sta, es una

figuracin de la Jerusaln destruida por no haber reconocido a aquellos que llegaron a ella y para la cual,

adems, no hay lugar en el futuro. Cumpli con su destino, tena que perecer.

36
Idem.

189
Las ltimas tentativas

La marcha irreversible del ejrcito espaol hacia el cumplimiento del destino de Tenochtitlan, segn los

Informantes de Sahagn, est marcada por un cierto nmero de episodios en los cuales el tlahtoani

azteca intenta frenar la llegada de los espaoles y su destino ineluctable, con dispositivos ms irrisorios

en cada etapa. Se tiene la impresin de que el tlahtoani duda todava de la naturaleza real de los intrusos:

son hombres?, son dioses? y qu de las antiguas profecas?... La duda sigue hasta el encuentro que se

aproxima de manera ineluctable; en este sentido, podramos pensar tambin que Motecuhzoma sigue

buscando entender ms de lo que le fue ya revelado o que est resistindose a asumir su destino trgico.

Motecuhzoma, informado de que los espaoles estn subiendo al Valle de Tenochtitlan, intenta pararlos

con un gran regalo de oro que llevar el ms principal de su corte. Los espaoles estn contentos y el

enviado de Motecuhzoma aprovecha el encuentro para hacerse pasar por el tlahtoani, pero el engao se

descubre con la ayuda de los aliados. Los emisarios del tlahtoani reciben una afrenta y tienen que regresar

a Mxico.

La interpretacin de este episodio del relato es ambigua. Parecera que Motecuhzoma se da cuenta, como

los otros indios, de la codicia de los espaoles y por eso les manda una gran cantidad de oro para que,

bien satisfechos, acepten regresar al lugar de donde vinieron. De este regalo, los espaoles holgronse y

regocijronse mucho, pero no tiene el efecto deseado por el tlahtoani. Tambin esto podra significar que

Motecuhzoma se da cuenta de la naturaleza humana de los invasores e intenta un medio humano para

detenerlos, pero los espaoles, que han recibido el regalo con entusiasmo, no tienen la menor intencin de

regresar y prosiguen su marcha.

Pero no se entiende muy bien todo: por qu el enviado de Motecuhzoma intenta hacerse pasar por el

tlahtoani?, pensaba engaarlos y prohibirles la entrada al corazn del imperio? El engao es descubierto

190
demasiado pronto y no cumple su funcin, a menos que el intento de Motecuhzoma sea el de desviar

sobre un chivo expiatorio el desafortunado destino que lo espera. Al fallar el engao, los espaoles le

mandan este fuerte mensaje: En donde sea, lo alcanzaremos, lo veremos, y l tendr que hablarnos,

porque tiene algo que decirnos 37. Podemos ver en este mensaje una prefiguracin del encuentro entre

Corts y Motecuhzoma, en el cual ste deber hablar y en persona hacer entrega del poder, reconociendo

al emperador como su seor.

Como los medios humanos no han tenido xito, en el captulo siguiente Motecuhzoma enva de nuevo a

muchos hechiceros contra los espaoles, para que con sus encantamientos y hechiceras los empeciesen

y maleficiasen. Pero de nuevo, todo ser en vano, como se le informar al propio tlahtoani: no

pudieron nada, ni sus encantamientos los pudieron empecer, ni an llegaron a ellos. El poder de los

nigromantes, aun el de los ms importantes de su Corte, ya no es eficaz por lo que parece indicarnos el

texto la proximidad de la llegada de la santa cruz que traen con ellos los espaoles aniquilar el poder

de estos servidores de los demonios.

Incluso, de repente se les aparece en el camino un indio borracho, que empieza a reir con ellos y que

parece particularmente enfadado contra Motecuhzoma y todo lo que est pasando:

Para qu porfiis vosotros otra vez de venir ac? Qu es lo que queris? Qu piensa Moctezuma

hacer? Ahora acuerda despertar? Ahora comienza a temer?38

Pero los encantadores se dan cuenta de que esta aparicin es ms que humana e intentan ofrecerle un

homenaje divino, pero ste se enfurece ms:

Ms antes se enoj ms bravamente y ms reciamente los rea con grandes voces y gran denuedo les
dixo: Por dems habis venido. Nunca ms har cuenta de Mxico. Para siempre os dexo. No tendr ms
cargo de vosotros, ni os amparar, Apartaos de mi.39

37
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 831: No nos podrs engaar, ni Motecuhzoma se nos podr esconder por mucho
que haga; aunque sea ave y aunque se meta debaxo de tierra no se nos podr esconder. De verlo habemos y de or habemos lo
que nos dir.
38
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 831.
39
Ibd.

191
Para apoyar sus palabras de adis, este singular personaje les avisa que lo que estn proyectando no podr

realizarse (Lo que queris no se puede hacer), es demasiado tarde para ir a maldecir a los invasores y,

en apoyo a sus palabras, los invita a voltearse y a mirar hacia la gran Tenochtitlan. Y lo que ven los

espanta y los enmudece, Vieron que todos los ces ardan y los calpules y los calmcates y todas las

casas de Mxico.

Los nigromantes se quedan mudos y confundidos, la descripcin de esta reaccin tiene un profundo

simbolismo: estn confundidos, del mismo modo que en Babel hubo la confusin de las lenguas, lo que

significa que el tiempo de embustes y engaos en las indias ya termin, al igual que el reino del demonio.

Por eso sus servidores tienen que callarse, pues de todas maneras viene un tiempo en el cual nadie podr

ya entenderlos. Este episodio es el ltimo en el cual estos nigromantes intervienen como actores centrales.

Terminan convencindose de que este personaje que acaba de desaparecer, con el espectculo de esta

terrible visin, no es ms que el dios Tezcatlipuca, que se despide y abandona su imperio americano. Se

dan cuenta tambin de que este mensaje no es en realidad para ellos y deciden no seguir adelante en su

misin, sino regresar a informar al tlahtoani del mensaje del antiguo dios: Esto que hemos visto

convena que lo viera Motecuhzoma y no nosotros40.

Segn Sahagn, al or la noticia, Motecuhzoma enmudece y se queda pensativo, como ido. Cuando al fin

toma la palabra, lo hace para aceptar su destino. No hay ya fuga posible, tiene que aceptar lo que est por

venir por la honra de nuestra generacin mexicana, y se lamenta por la suerte de los ancianos y nios y

la de l tambin; pero, por desgracia, no hay lugar seguro ni modo de escapar: Pues qu hemos de

hacer? Nacidos somos; venga lo que viniere.

40
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit,, p, 832.

192
En este episodio, lo ms interesante es la huida del demonio Tezcatlipuca, quien anuncia con sus

propias palabras el fin de la dominacin de los demonios en Amrica. Compelido por la magnificencia del

evento por venir, este embustero tiene que decir la verdad, es decir, el fin de los dolos, lo que

Motecuhzoma, a quien se reportan las palabras del dios, entiende muy bien: si los dioses, a su vez,

reconocen que su fin est prximo, qu ser de los hombres?

A pesar de su asombro, Motecuhzoma hace una nueva y ltima tentativa para no tener que tragar esta

copa de amargura que el destino le reserv: como no puede cambiar la historia, intenta modificar el

espacio; manda cambiar los caminos e intenta desviar a los invasores hacia Tetzcucu. La interpretacin

de este evento es difcil: por qu sembrar magueyes? Para que se pierdan las orientaciones espaciales de

los invasores y los mismos caminos que llevan a la capital azteca. Puede parecer una decisin pueril y no

faltan autores para interpretarlo como un ltimo intento producido por una mentalidad mgica en la que

viven los primitivos mexicas.

Frente a este tipo de informacin, nuestra perplejidad es total, si queremos ir ms all del primitivismo.

Es esto una referencia occidental a la relacin ambigua que entretejan los europeos con la naturaleza

salvaje y los hombres desnudos, en los confines de la cultura?, una referencia al conjunto de los textos

de las epopeyas medievales en busca de las ciudades encantadas? o es un elemento histrico real

perteneciente a algo de prehispnico, a una simblica que, a pesar de todo, se transparenta como un

palimpsesto bajo la escritura occidental? Incluso, si hay aqu referencia a algo prehispnico, puesto ah

como a pesar suyo por los Informantes de Sahagn, stos slo alcanzan a darnos la mitad del mensaje,

no nos dan la llave de lectura; estamos como frente a una antigua tablilla de arcilla mutilada, como ante

un viejo mensaje de una cultura de la cual se hubieran perdido el recuerdo histrico y la lengua.

Pero Corts est ya en el Valle, ha recibido a los principales de la zona chinampera, ha sido recibido en

193
todas las ciudades de la laguna como amigo. Incluso, Motecuhzoma no se muestra hostil, ni traicionero:

Ms antes provey que fuesen provedos de todo lo necesario hasta que llegasen a Mxico.

Este captulo 14 del libro XII, que en la prctica es el ltimo que narra la marcha de los espaoles hacia

Mxico, segn los Informantes, termina con una descripcin del terror y de la angustia general que reina

en el lado mexica: Ninguno de los mexicanos fue a verlos, ni osaban salir de sus casas, ni andar por los

caminos. Todos estaban amedrentados por lo que haban odo que los espaoles haban hecho por el

camino todo.

Incluso, el terror es tal que ya no hay resistencia posible en el alma de estos prestigiados guerreros que

todava no se han enfrentado ellos mismos con los espaoles.

Estaban esperando la muerte, y desto hablaban entre si, diciendo: Qu habemos de hacer? Vaya por donde
fuere, ya es venido el tiempo en que hemos de ser destruidos. Esperemos aqu la muerte.41

Y si, otra vez, en este aparente relato del encuentro, intentamos hacer una lectura simblica, segn el

esquema planteado desde el comienzo de este estudio, podemos pensar que la presencia de los espaoles

en las puertas de Tenochtitlan hace que sople un viento proftico que llena todo el espacio del Valle de

Mxico. Ms que el miedo a ser vencidos por los espaoles, los valientes aztecas, con estas palabras en

el texto quieren hacer patente su sentir de que lo ineluctable; Ya lleg, seremos destruidos como

mexicas, probablemente moriremos, sin estar seguros de renacer a la nueva vida.

41
Ibd., p. 833.

194
La conversin de Ixtlilxchitl;

el comienzo de la ley evanglica

El Cdice Ramrez, que comprende fragmentos de un relato indgena muy antiguo, en la actualidad

desaparecido, reporta que gracias al prncipe Ixtlilxchitl, desde ese momento, la gente de Texcoco se

uni sin dificultades con los conquistadores. Y agrega que fue precisamente cuando Corts visit la

ciudad de Texcoco.

Sobre ese punto existen numerosas divergencias, si se consideran otras fuentes. Ni Bernal Daz del Castillo
ni los Informantes de Sahagn, ni don Fernando de Alva Ixtlilxchitl mismo, mencionan esta primera visita
a Texcoco, sino que quedan nicamente en la marcha de los espaoles sobre Ixtapalapa...

As se expresa Miguel Len-Portilla en la introduccin al captulo VII de La visin de los vencidos; as

pues, segn toda verosimilitud histrica, se trata de un falso testimonio, y sin pretender que los falsos

histricos sean ms informativos que los verdaderos textos (recordemos la famosa donacin, llamada

de Constantino), creemos que uno falso revela mucho sobre las condiciones que han posibilitado y

legitiman su existencia... y qu nos ensea ese falso o apcrifo testimonio?

El mito cristiano se encuentra, en efecto, muy explcitamente desarrollado en este relato apcrifo; incluso,

se podra aadir que tal vez exagera.

Es la descripcin del encuentro entre los espaoles y los habitantes de la ciudad de Texcoco, a la cabeza

de los cuales se adelantan Ixtlilxchitl y sus hermanos, rodeados por una numerosa escolta. Las relaciones

entre ambos se dan de manera pacfica.

Corts y los suyos comen con muchas ganas las vituallas que les haban trado de Texcoco... Hasta aqu

no hay nada fuera de lo normal pues los unos y los otros se encaminan hacia la ciudad donde la poblacin

entera sali para recibirlos con gran jbilo... Hasta aqu todo es normal, parece verosmil, se trata de un

195
encuentro pacfico y particularmente entusiasta.

Pero pronto la escritura del mito se acelera:

Hincbanse de rodillas los indios y adorbanlos por hijos del Sol, su dios, y decan que haba llegado el
tiempo que su caro emperador Netzahualpitzintli muchas veces haba dicho.
Agradecido Corts al amor y gran merced que de Ixtlilxchitl y hermanos suyos haba recibido, quiso en
pago, por lengua del intrprete Aguilar, declararles la ley de Dios, y as habiendo juntado a los hermanos y
a algunos seores les propuso el caso, dicindoles cmo el emperador de los cristianos los haba enviado de
tan lejos a tratarles de la ley de Cristo la cual les hacan saber qu era.
Declarles el misterio de la creacin del hombre y su cada, el misterio de la Trinidad y el de la
Encarnacin para reparar al hombre, y el de la Pasin y Resurreccin, y sac un crucifijo y enarbolndole
se hincaron los cristianos de rodillas, a lo cual el Ixtlilxchitl y los dems hicieron lo propio, y
declarndoles luego el misterio del bautismo y rematando su pltica les dijo que el emperador Carlos
condolido de ellos que se perdan, las envi a slo esto, y as se lo peda en su nombre, y le suplicaba que
en reconocimiento le reconociesen en vasallaje; que as era voluntad del Papa con cuyo poder venan
pidindoles la respuesta, respondile Ixtlilxchitl llorando y en nombre de sus hermanos que l haba
entendido muy bien aquellos misterios y daba gracias a Dios que le hubiese alumbrado, que l quera ser
cristiano y reconocer su emperador.
Y pidi luego el Cristo y lo ador, y sus hermanos hicieron lo propio con tanto contento de los cristianos
que lloraban de placer y pidieron que los bautizasen, y Corts y el clrigo que all haba le dijeron le
instruiran mejor y le daran personas que los instruyesen. Y l respondi que mucho de norabuena aunque
les suplicaba se le diesen luego, porque l desde luego condenaba la idolatra y deca que haba entendido
muy bien los misterios de la fe.42

Se trata aqu, pues, del relato de una conversin ejemplar. Tenemos a unos catecmenos plenos de celo,

ardientes del deseo de abrazar la verdadera fe, renegando de los dolos. Al leer este texto uno cree estar

frente a un cromo edificante de fines del siglo XIX, que representa los tiempos de los primeros

cristianos. Lo aqu desarrollado remite a una imagen cristiana mtica en aquella edad de oro de las

primeras comunidades cristianas. Y aunque se les haya rehusado el bautismo de inmediato, lo aceptan con

humildad, reniegan otra vez de sus dolos pero insistentes, vuelven a pedir el santo bautismo. Quin

tendra el corazn tan cerrado para resistirse a sus lgrimas? El propio Corts, enternecido, ya no puede

rehusarse ms; despus de los resultados tan extraordinarios de su predicacin, toma la decisin de

bautizar a esos catecmenos, aunque algunos espaoles no estaban de acuerdo con hacerlo al vapor:

Por lo que al or que hubo muchos pareceres en contrario, se determin Corts a que lo bautizasen y fue su
padrino Corts y le pusieron por nombre Hernando, y porque su seor se llamaba as, lo cual todo se hizo

42
lvaro Tezozomoc, op. cit., pp. 60- 62

196
con mucha solemnidad. Y luego vestidos Ixtlilxchitl y su hermano Pocohuamacotzin con sus hbitos
reales, dio principio a la primicia de la ley evanglica, siendo l el primero y Corts su padrino, por lo cual
le llam Hernando, como a nuestro rey catlico as fueron los cristianos apadrinando a todos los dems
seores y ponindoles sus nombres.

Al inicio del encuentro, los indios se postran de rodillas al paso de los espaoles; ellos son los dioses, o

los hijos de los dioses; pero no, aclara Corts, no somos dioses sino los enviados del emperador Carlos I

para evangelizarlos, en virtud del derecho concedido a Castilla por el papa.

Los indios, movidos por la brillante presentacin de la fe cristiana y de sus misterios, penetrados por la

gracia de Dios, piden recibir el bautismo. Primero se les niega; sin embargo, ellos insisten y por fin, en un

acto eminentemente simblico, l, el nuevo Josas, taumaturgo y profeta, Corts, inaugura con

Ixtlilxchitl el comienzo de la ley evanglica en las Indias.

No es intil subrayar que Ixtlilxchitl, al principio del relato, saluda a Corts en trminos de igualdad, son

dos grandes jefes que se saludan, pero el texcocano pide algo que no tiene, algo que le falta, esto es, como

el texto lo aclara expresamente que: el emperador lo reconociese en vasallaje.

La continuacin de este texto es de igual modo ilustrativa: se ve, de repente, no slo a los prncipes sino a

todos los dems texcocanos presentes preses del deseo imperioso del bautismo: Y fuera posible, aquel

da se bautizaran ms de 20,000 personas, pero con todo eso se bautizaron muchos...

Posedo de un proselitismo ardiente, Ixtlilxchitl, apenas bautizado, corre a su vez con su madre para

convertirla (bello impulso de piedad filial, sic!) dicindole lo que haba pasado y que iba por ella para

bautizarla.

El dilogo entre madre e hijo es muy violento. La madre comienza por increpar a su hijo, quien ordena

incendiar los departamentos de ella; a fin de cuentas, sta, convencida por las santas razones que le

expone su hijo, acepta recibir a su vez el bautismo y a Corts por padrino.

Ella le respondi que deba haber perdido el juicio, pues tan presto se haba dejado vencer por unos pocos
de brbaros como eran los cristianos.

197
A lo cual respondi el don Hernando que si no fuera su madre, la respuesta fuera quitarle la cabeza de los
hombros, pero que lo haba de hacer aunque no quisiese, que importaba la vida del alma.

Frente a este argumento de autoridad, legitimador de una cierta prctica de la conversin a punta de

espada, muy comn en estos tiempos, su madre le respondi con afeccin y dulzura oh cun

convincentes son estos ardientes nefitos! que la dejase por entonces, que otro da se mirara en ella y

vera lo que deba hacer.

Pero esta respuesta satisface a medias a nuestro inquisidor neocristiano, que aprovecha el viaje para

incendiar los cuartos donde ella estaba buena demostracin para indicar a la futura cristiana el sentido

obligado de su salvacin, no por negarse a ser bautizada sino porque, segn nos indica el texto,

excusando al fuego recin iluminado, otros dicen [...] la hall en un templo de dolos.

Obedeciendo a los fuertes consejos de su hijo, a menos que su espritu se haya llenado a su vez de la luz

del Espritu Santo, Yacotzin se rinde y abandona a sus dioses tutelares:

Finalmente, ella sali diciendo que quera ser cristiana y llevndola para esto a Corts con grande
acompaamiento la bautizaron y fue su padrino el Corts y la llamaron doa Maria por ser la
primera cristiana. Y lo propio hicieron a las infantas sus hijas que eran cuatro y otras muchas
seoras. Y en tres o cuatro das que all estuvieron, bautizaron gran nmero de gente como est
dicho.43

A travs de este texto, sin importar si se trata de uno de tipo apcrifo, se muestra perfectamente en accin

la unin inseparable en la cruzada americana de la espada y de la cruz. Se ve la conversin de los

grandes de Texcoco sin ninguna violencia, slo por el efecto de la prediccin, caso ejemplar de la eficacia

del verbo cristiano. Pero marca tambin la fundacin de la primera comunidad cristiana, la fundacin del

primer reino cristiano en el fuego ardiente del amor de Dios y del incendio de los templos de los dolos.

Pero, paradjicamente, este texto presenta asimismo el mito del establecimiento legtimo y pacfico del

poder espaol porque es suficiente que algunos individuos reciban en paz la fe para que los espaoles

43
Ibd., p. 63.

198
decidan creerse autorizados a protegerlos y a matar a todos los que se oponen a esta recin fundada

comunidad cristiana americana.

Durante estos eventos felices en la capital mexica, Motecuhzoma rene a su Consejo para elaborar una

poltica al respecto, para saber si se recibiran a los cristianos y de qu manera. Las opiniones son

encontradas, pero no podemos dejar este texto del Cdice Ramrez, sin sealar las palabras profticas

atribuidas al hermano de Motecuhzoma, Cuitlahuactzin, quien se opone a cualquier entrada de los

espaoles a la capital y declara en la reunin del Consejo de Motecuhzoma; Plega a nuestros dioses que

no metis en vuestra casa a quien os ech de ella y os quit el reino y quiz cuando lo queris remediar no

sea tiempo.44

Frente al destino ineluctable y a lo maravilloso que est en marcha, parece que el contagio proftico

inspira a ms y ms profetas.

El encuentro Motecuhzoma-Corts

Es evidente que si queremos tener una idea de la forma en que se desarroll el primer encuentro entre los

mexicas y los espaoles, no es a los Informantes de Sahagn a quienes debemos recurrir, pues en el libro

doce de fray Bernardino tenemos una versin de este encuentro.

Quisiramos mostrar aqu la probabilidad de que este relato tenga poco que ver con el relato verdico de

este momento cumbre; sin embargo, encontramos que ese texto indio dice mucho ms, al menos en

relacin con lo que hemos llamado el mito cristiano y que finalmente nos interesa ms que cualquier

narracin histrica fidedigna.

Los espaoles, un poco desconfiados, envan a algunos a caballo para descubrir si en el camino de

Iztapalapa a Tenochtitlan no haba alguna emboscada; al constatar que el camino estaba limpio, se ordena
44
Idem.

199
un brillante desfile del ejrcito invasor. Tambin del lado mexica, el tlahtoani se aparej para irlos a

recibir con muchos seores y principales y nobles, para recibir de paz y con honra a don Hernando Corts

y a los otros capitanes. El relato de este encuentro en los Informantes intenta decirnos que algo

decisivo se est jugando; por eso el espectculo que intenta dar cada uno de los jefes es muy grandioso y

digno de grandes hombres, que se acercan con gravedad y seriedad para este encuentro cumbre.

Es Motecuhzoma quien, segn este relato, toma la iniciativa: Llegando Moctezuma a los espaoles

luego all mismo Moctezuma puso un collar de oro y de piedras al capitn don Hernando Corts y dio

flores y guirnaldas a todos los dems capitanes.

De repente el texto titubea, parece dudar de lo que acaba de contar y tiene que insistir para convencer a su

lector de que as fue: que en realidad fue Motecuhzoma, en persona, quien ofreci los primeros regalos

simblicos de bienvenida; Habiendo dado el mismo Motecuhzoma este presente como ellos lo usaban

hacer.45

Despus de la entrega de regalos de oro y flores, Corts interpela a Motecuhzoma y ste se identifica: Yo

soy Motecuhzoma.

Y entonces Motecuhzoma se aproxima lo ms cerca posible a Corts, y qu hace este emperador que

apenas puede caminar sobre el suelo, pisando mantas y tapices preciosos, siempre sostenido en pblico

sobre las espaldas de grandes seores...!46 Qu hace este emperador en la cumbre de su poder, jefe de un

enorme imperio poblado e industrioso!:

Y entonces humillse delante del capitn, hacindole gran reverencia, y enhiestse luego de cara a cara el
capitn cerca de l! y comenzle a hablar desta manera: Oh, Seor nuestro! Sais muy bienvenido.
Habis llegado a vuestra tierra, a vuestro pueblo y a vuestra casa, Mxico.
Habis venido a sentaros en vuestro trono y vuestra silla, el cual yo, en vuestro nombre, he posedo algunos
das.
Otros seores ya estn muertos; la tuvieron antes que yo.
El uno que se llamaba Itzcatl; y el otro Motecuhzoma el Viejo; y el otro, Axaycatl; y el otro, Tizcic; el
otro, Ahutzutl.

45
Ibd., p. 834.
46
Se recordar con provecho el antiguo ceremonial del Japn y de su emperador-dios que no pisa la tierra, vive retirado de la
vida pblica, come detrs de un biombo, a quien se habla sin mirarle el rostro...

200
Yo, el postrero de todos, he venido a tener cargo y regir este vuestro pueblo de Mxico...
Plugiera a aquel por quien vivimos que alguno dello fuera vivo y en su presencia aconteciera lo que
acontece en la ma.47

En ese momento de su arenga, Motecuhzoma se llena de repente de una gran felicidad; todo, por fin,

parece aclararse, reconoce que ya tuvo la prefiguracin de lo que en ese preciso momento

acontece. No tiene ninguna duda de que quien est frente a l es quien las profecas y los prodigios haban

anunciado.

Seor nuestro, ni estoy dormido ni soando, con mis ojos veo vuestra cara y vuestra persona. Das ha que
yo esperaba esto; das ha que mi corazn estaba mirando a aquellas partes donde habis venido.48

Feliz, Motecuhzoma reconoce que las profecas no eran mentiras: Agora veo que es verdad lo que nos

dexaron dicho. Y por lo tanto les da bienvenida:

Seis muy bien venido. Trabaxos habris pasado veniendo tan largos caminos. Descansad: agora aqu est
vuestra casa y vuestros palacios. Tomadlos y descansad en ellos con vuestros capitanes y compaeros que
han venido con vos49

Despus de haber escuchado la traduccin del discurso del tlahtoani, la respuesta de Corts es seca y sin

rodeos; como si este encuentro no tuviera para l ninguna trascendencia y, paternalista, declara a Marina:

decidle a Motecuhzoma que se consuele y huelque, y no hay temor que yo lo quiero mucho y todos los

que conmigo vienen. De nadie recibir dao. Corts manifiesta tambin su felicidad de haberlo

encontrado por fin: Ya se ha cumplido nuestro deseo. Hemos venido a su casa, Mxico. Despacio nos

hablaremos.

Con esta ltima frase del texto, Corts quiere significar que, desde ese instante, es l el amo de la palabra;

por el momento ya se dijo suficiente, se hablar ms cuando l lo decida. Por eso no hay nada de extrao

47
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 834.
48
Idem.
49
Idem.

201
en que Corts tome, con familiaridad, de la mano al emperador mexica para irse con l a las casas

reales en donde se alojarn juntos.

La situacin creada por este relato es tal que la versin espaola del Cdice Florentino no necesita hacer

comentarios sobre el arresto del tlahtoani; slo recuerda los nombres de los grandes seores que estaban

presentes cuando sucedi: Todos estos cuando fue preso Motecuhzoma le desampararon y se

escondieron.

Tampoco podemos basarnos en este texto para saber la reaccin azteca al arresto de Motecuhzoma; aun

ah, en estos supuestos testigos de la Conquista, subsiste un gran vaco histrico que no nos permite

entender con claridad las reacciones indgenas a estas primeras medidas de fuerza de los espaoles en la

capital mexica. Pero, como siempre, queda la duda de saber si esta ausencia de informacin proviene de

una falla del testimonio de los testigos reales o si para ellos, los testigos indgenas del relato, estos

eventos son slo peripecias en un texto que pretende demostrar otra cosa; por lo tanto, no es nada extrao

que no responda a nuestras expectativas, pues en definitiva, esta preocupacin de lo que aconteci en

realidad les ha sido casi por completo extraa.

Contina la descripcin del pnico universal frente a la presencia espaola, favorecida por la

demostracin que hacen stos de sus armas de fuego y que deja a los indios presentes aturdidos y como

borrachos. Comenzaron a irse por diversas partes muy espantados.

La aparente aceptacin por Motecuhzoma de su cautiverio provoca una serie de descontroles en el aparato

de abastecimiento del palacio real. Al principio, y a pesar de la clera de los nobles, este servicio sigue

funcionando con regularidad, pero poco a poco se va deteriorando hasta el punto en que doa Marina

tiene que intervenir y pedir al tlahtoani que exija abastecimiento regular y abundante, tanto para los

hombres como para los caballos.

202
Entre tanto, los espaoles estn muy ocupados en encontrar los tesoros de antiguos reyes y el de

Motecuhzoma, destrozando las ms hermosas creaciones de la cultura mesoamericana, fundindolas en

barras de metal. Sus acciones de pillaje hacen que los mexicas se tornen ms temerosos: Todos estaban

atemorizados y espantados. Enviaban lo necesario para comer; y los que lo llevaban iban temblando. En

poniendo la comida, no paraban ms all. Luego se iban casi huyendo.50

En la versin espaola, Motecuhzoma desaparece como actor principal y slo intervendr en el texto para

autorizar la fiesta de Huitzilopuchtli que ser la ocasin de la masacre organizada por Alvarado y

para morir a manos de su pueblo.

Los actores principales, desde este momento, en el relato, son los espaoles, como colectivo, y

particularmente su jefe, Hernn Corts. Esto no debe extraarnos ya que el poder ya abandon al campo

mexica, por efecto de las palabras de Motecuhzoma al recibir a Corts; se ha dado una legtima

transmisin de poder hacia los espaoles. Es lo que queran or del tlahtoani. Este poder que heredan los

espaoles, segn el mito, es perfectamente legtimo, puesto que Motecuhzoma ha reconocido al

emperador Carlos como su soberano y ha declarado obediencia a su representante Corts, quien puede

legtimamente poner en libertad provisional y vigilada al emperador indio, ya que slo es un ex

emperador, un sujeto cualquiera de la Corona. Incluso la revuelta de los vasallos, cuando stos rehsan

obedecer a su antiguo soberano legtimo, rechazando la transmisin que ste efectu en favor de Corts,

no slo le da un motivo de guerra justa a Corts y a los espaoles, sino que adems stos cargan, frente

a la historia (aquella del mito), la responsabilidad de la destruccin, atenuando de antemano toda

intencin de culpar a los espaoles.

El bloqueo, dice el mito, ser ms y ms claro alrededor de los espaoles, cuando los revoltosos cacen e

inmolen a aquellos que continuaban abastecindolos, as como a sus reales prisioneros.

Ms adelante, lo importante para el texto de los Informantes, como recuerda Ixtlilxchitl, es que el poder
50
Ibd., p. 836.

203
de Corts est fundado por derecho, pues Motecuhzoma, sin violencia, se eclips, deleg sus poderes,

todos sus poderes deviniendo vasallo del emperador Carlos:

Despus de haberle recibido lo llev a su casa y lo hosped en las casas de su padre, el rey Axayaca; le
hizo muchas mercedes, y se ofreci a ser amigo del emperador, y recibir la ley evanglica...51

Y la guerra fue establecida!

La traicin de Alvarado, quien masacra en el atrio del templo de Huitzilopochtli a la elite mexica, reunida

por la fiesta del dios, ser el acontecimiento que colver ineluctable la guerra entre espaoles y

mexicas

Corra la sangre por el patio como el agua cuando llueve. Y todo el patio estaba sembrado de cabezas y
brazos y tripas y cuerpos de hombres muertos. Y por todos los rincones buscaban los espaoles a los que
estaban vivos para matarlos.52

Es evidente que tal masacre a traicin de parte de Alvarado va a provocar una respuesta mexica. An

ms, dice el texto de los Informantes que es Alvarado quien:

en ausencia del capitn, persuadi a Motecuhzoma para que mandase hacer la fiesta de Huitzilopuchtli,
porque queran ver cmo hacan aquella solemnidad. Motecuhzoma mand que se hiciese esta fiesta para
dar contento a los espaoles.53

La respuesta se organiza a medida que cunde por la ciudad la noticia de la afrenta:

Comenzaron a dar voz, diciendo: A las armas, a las armas! Y luego destas voces se junt gran copia de
gente, todos con sus armas y comenzaron a pelear contra los espaoles.54

Lo que extraa en un relato como este, de parte de testigos de la Conquista, no es slo la descripcin

51
Don Fernando de Alva Ixtlilxchitl, op. cit., tomo 1, p. 451.
52
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 837.
53
Ibd., p. 836.
54
Ibd., p. 837.

204
tan rpida de un crimen contra el derecho natural, cuyo fundamento deban conocer los Informantes de

Sahagn despus de aos pasados en el Colegio de Tlatelolco o en compaa de franciscanos y de

espaoles, sino que no haya ninguna palabra fuerte de condena a dicha violencia. Una primera respuesta

simplona- a lo escueto de la descripcin de la fiesta podra ser que hubo pocos testigos sobrevivientes,

pero nada impide suponer que los Informantes hayan asistido en otra ocasin a dicha fiesta, si eran

principales entre los ms sabios y reconocidos.

Claro est que el texto nos remite a otros documentos de la obra del padre Sahagn, en los cuales no se

describirn ms los atavos y los areitos de estos indios porque ya fueron presentados en otras partes de la

misma obra, los cuales estn en la letra explicados, y otras ceremonias que se ponen en todo este

captulo. Aqu, con esta pequea frase aparece con claridad una voz que ya no pertenece a los testigos,

sino que es la de quien organiza el discurso de los mismos, enviando al lector curioso de detalles a otros

textos de la misma obra, lo que permiti a los especialistas incurrir en la idea de que en cierto momento

de su elaboracin, este libro doce formaba parte de otro libro.

La falta de condena moral ante semejante crimen, hoy nos deja con una sensacin amarga, a menos que el

nico detalle de la fiesta reportada nos d una pista sobre la ausencia de ms elementos y, una vez ms,

nos muestre nuestra imposibilidad de fondo para entender estos textos de manera inmediata. El texto

parece darnos una llave cuando nos describe; La manera como hacan la estatua de Huitzilopuchtli, de

masa de diversas legumbres, y cmo la pintaban y cmo la componan, y cmo despus ofrecan delante

della muchas cosas.55

sta es la relacin escueta de una de las prcticas ms evidentes para los espaoles de la maldad y de la

naturaleza diablica de los cultos y de la totalidad de la cultura indgena, porque esta fiesta era una

autntica parodia segn el razonamiento religioso occidental de la poca del principal misterio de la

religin cristiana: la presencia de Cristo en el santo sacrificio de la Eucarista. Toda parodia sacrlega de
55
Idem

205
esto sante sacrificio instaurado por Cristo, en persona, el Jueves Santo, merece un castigo ejemplar. Si

bien la moraleja del castigo est ausente y no se hace explcita en el texto, el hecho de que el nico detalle

que se reporte sea esta parodia diablica de la eucarista, nos lleva a pensar que para un lector de la

poca, que hubiera ya ledo la obra de Sahagn, no se necesitan ms explicitaciones: todo sacrilegio

merece su castigo, mientras ms grande sea ste, ms grande ser el castigo inmediato. Son pequeos

elementos de este tipo, considerados como marcadores discursivos, los que nos llevaron, desde nuestros

primeros acercamientos a La visin de los vencidos, a dudar de la naturaleza indgena de la palabra de

los Informantes de Sahagn y no nos aferramos ni un instante a la idea de que esos silencios

indgenas pudieran ser el efecto de una censura ms o menos vigilante del buen padre Sahagn.

Pero, si retomamos el relato de las hostilidades entre mexicas e invasores, pocas cosas son claras. La

guerra est aparentemente declarada desde la masacre, pero se siguen introduciendo en las casas reales

alimentos para los espaoles y sus reales prisioneros. A pesar de su situacin poco grata, Itzcuauhtzin,

gobernador de Tlatilulco, compaero de cautiverio del tlahtoani, se sube al techo de la casa real e intenta

parar la guerra: Mirad que el seor Motecuhzoma, vuestro rey, os ruega que cesis de pelear y dexis las

armas. Tienen que dejar la guerra: porque estos hombres son ms fuertes que nosotros. Pero el

argumento que ste esgrime, slo enfurece ms a los mexicanos y tlatilulcas. El prisionero vaticina de

repente sobre la suerte de toda la ciudad e incluso del imperio: y si no dexis de darles guerra, recibir

gran dao todo el pueblo, porque ya han atado con hierro a vuestro rey.

Antes de ir ms lejos, vemos aqu explayndose el mito de fundacin cristiano, poco importa la situacin

militar real y que los espaoles sean slo un grupo reducido, sitiados, frente a decenas de miles de

guerreros bravos y que no temen la muerte. El argumento de Motecuhzoma a travs de su heraldo es

claro; ya todo est jugado, lo que arriesgamos es la destruccin total de la ciudad y de toda nuestra raza.

Pero los guerreros no son inspirados por Dios. Enfurecidos por la matanza a traicin, segn ellos, de sus

206
principales y familiares, inconscientes huestes demoniacas piden venganza y reniegan de su emperador,

ponindose fuera de la ley natural que, hasta cierto punto, los protega. Renegando de sus autoridades

legtimas, aumenta an ms la naturaleza de sus crmenes y se merecen el justo castigo que les caer. La

referencia a la idea de traicin no entra en contradiccin con lo que hemos dicho con anterioridad:

Tenan gran rabia contra los espaoles porque mataron a los principales y valientes hombres a traicin.

Pero esta frase no indica que los Informantes condenen tardamente el atentado al templo de

Huitzilopuchtli, sino que, viniendo despus del rompimiento con los lazos de obediencia legtima que

deban a su superior, ponindose fuera de la ley natural, estn por completo desprotegidos de los

embustes del demonio, y su furia exacerbada por ste les hace ver slo la muerte de parientes, superiores

y amigos y no, evidentemente, el tamao del sacrilegio que cometan.

Incluso las maldiciones y los insultos que profieren los guerreros furiosos, palabras un tanto soeces en el

texto de un santo varn franciscano que apenas puede mencionar el pecado nefando, son extraas: Qu

dice el puto de Moctezuma, y t, bellaco, con l? No cesaremos la guerra.56 La crudeza del lenguaje, si

no es obra de la alquimia misteriosa de la edicin de estos textos que hemos utilizado, llama la atencin

porque cada vez que se quiere cuestionar el valor de un guerrero, los Informantes recurren a una

comparacin con las mujeres o con las prcticas homosexuales, prueba de que este sexo y estas prcticas

eran consideradas como poco nobles e incluso cargadas fuertemente de desprecio. El estatuto de la mujer

en la cultura clerical occidental medieval o del siglo XVI ha sido ya bastante descrito por especialistas

para que insistamos en esto; sin embargo, recordaremos slo que, en resumen, la mujer es en general el

auxiliar del demonio, cuando no es su genuina representacin. Nos gustara insistir ms aqu sobre la

reprobacin de la homofilia que subyace continuamente en estos juicios morales. A pesar de que en

Mxico existe un poderoso movimiento de liberacin homosexual, los estudios histricos sobre

sexualidad colonial o prehispnica han sido poco permeados por estas reivindicaciones de reconocimiento
56
Ibd., p. 838.

207
de una sexualidad otra, diferente a la estricta prctica heterosexual considerada como la normalidad

natural e histrica. Esta actitud restrictiva ha impedido que se generen estudios interesantes sobre la

sexualidad de los precolombinos, y la mayora de los estudiosos mexicanos estaran sorprendidos si algn

da se mostrara el grado de prctica homosexual natural que pudo haber imperado en estas culturas

guerreras y el estatuto importante de personajes sexual y socialmente ambiguos que con frecuencia

existieron en estas sociedades, que llamaremos aqu hombre-mujer o mujer-hombre.57

Las ciencias histricas y antropolgicas, a pesar de todo su refinamiento conceptual y metodolgico, y de

la historia de las mentalidades o de una antropologa sexual en paales, no han logrado superar los tabs

de la pequea burguesa occidental y, por lo tanto, no les parece problemtico el hecho de que los

guerreros mexicas traten de puto al tlahtoani cautivo. Por otra parte, por qu tantas referencias en los

textos del siglo XVI a estos, grandes sodomitas?, es slo otra manifestacin del intertexto occidental

que aplica imgenes y condenas ya bien conocidas en Europa? o se trata de un conjunto de actitudes y de

prcticas que sin ninguna duda mereceran ser conocidas y aclaradas, aun si se lograra demostrar que

fueron slo prcticas minoritarias?

Pero, regresemos al relato de la guerra que acaba de estallar en Tenochtitlan.

Uno se explica mal cmo Corts pudo entrar a Mxico sin ser molestado, si las hostilidades estn ya

desencadenadas y la guarnicin espaola cercada; est claro que no debemos pedir a los Informantes de

Sahagn un relato de campaa, y menos an un reporte del desarrollo estratgico general del

enfrentamiento.

Es evidente que un relato de la guerra, escrito desde el punto de vista de los mexica, hace bastante falta,

pero no por eso tenemos que recuperar cualquier texto indgena que supuestamente hable de ella. En

apariencia estamos ms informados de sta por el lado espaol, tanto por Corts como por Bernal Daz

57
Ver nuestro artculo relativo al tema en la revista Debate Feminista de octubre de 1992.

208
del Castillo y los otros conquistadores, pero seramos muy descuidados si nos suscribiramos ciegamente

a sus testimonios.

Desde el relato de Sahagn, la toma y la destruccin de Tenochtitlan se inscribe en el mito, pues lo que

nos interesa aqu, fuera de todo aspecto militar, es constatar que el mito permanecer fiel a s mismo; as

veremos aparecer la peste, despus el hambre, las enfermedades asociadas al hambre, las destrucciones y

la estrepitosa salida de los demonios quienes abandonan, vencidos, la ciudad destruida.

Puede considerarse este episodio del capitn Tzilacatzin, macho entre los machos, quien jams

retrocede y hace huir de terror a los aliados indios, ltimo defensor de la grandeza azteca y encargado de

rendir cuentas del carcter encarnizado de las luchas. Debido a este espritu, los espaoles no pudieron

vencer por largo tiempo la defensa azteca, continuamente se vean obligados a retirarse, como en el sitio

de Jerusaln donde los judos, en muchas contraofensivas, rechazaron a los romanos hasta el interior de su

propio campo... Pero el relato de este combate es, ante todo, el de un enfrentamiento simblico que

trasciende a los hombres que pelean en l, deben ser los ms valientes para dar la medida heroica de la

contienda.

Retomaremos, pues, slo algunos elementos simblicos significativos del relato de la destruccin y toma

de la capital azteca.

La destruccin del templo deber escribirse como un momento importante del mito y en efecto, cuando

los espaoles prendieron fuego al templo mayor de Tlatelolco,

que era de Huitzilopuchtli, y todo se quem en obra de dos o tres horas. Como vieron los mexicanos que se
quemaba el cu, comenzaron a llorar amargamente porque tomaron mal agero de ver quemar el cu.58

Pero cometeramos un error al creer que esta destruccin provoca el desnimo de los guerreros tlatelolcas.

Al contrario, lloran sobre su templo, pero siguen luchando con ferocidad; el esquema de la desesperacin

58
F. Bernardino de Sahagn, op. cit., p., 853.

209
frente a lo que se llamar, siglos ms tarde, la muerte de los dioses no parece funcionar aqu.

La versin del incendio de este mismo templo dada por Miguel Len-Portilla, retomando la versin de

ngel Ma. Garibay, est ms cargada de detalles simblicos:

Y cuando se le hubo puesto fuego, inmediatamente ardi: altas se alzaban las llamas, muy lejos las
llamaradas suban. Hacan al arder estruendo y reverberaban mucho. Cuando ven arder el templo, se alza el
clamor y el llanto, entre lloros uno a otro hablaban los mexicas59

Evidentemente, lo que aqu se presenta es la descripcin del fuego infernal y demoniaco, las llamas

espectaculares parecen quemar al propio cielo; ste se acompaa de ruidos atronadores, y la luz de este

incendio, poco ordinario, es una primera seal de la suerte futura de la ciudad de los demonios, quienes

sern vencidos y tendrn que salirse aun contra su voluntad.

Tampoco se trata slo del relato de la destruccin, por el fuego, de una construccin de madera, piedra y

cal, sino de la de un templo simblico el templo como morada del demonio y sitio en donde

desarrolla sus embustes y artificios.

En el captulo XXXVIII del Cdice Florentino, se podr ver a los indios inocentes juguetes del demonio,

utilizar una ltima carta, la del tecolote de Quetzal, para intentar el triunfo de las prcticas simblicas y

religiosas antiguas. Es el nuevo tlahtoani, en persona, asistido por los ms grandes personajes de su

Consejo, quien reviste:

A un gran capitn de nombre Opochtzin. En seguida lo revistieron, le pusieron el ropaje de tecolote de


quetzal, que era insignia del rey Ahuizotzin. Le dijo Cuauhtemoctzin: esta insignia era la propia del gran
capitn que fue mi padre Ahuizotzin. Llvela ste, pngasela y con ella muere. Que con ella espante, que
con ella aniquile a nuestros enemigos y queden asombrados. Y se la pusieron. Muy espantoso, muy digno
de asombro apareci... Se dice que en esta insignia est colocada la voluntad de Huitziopochtii60

Y la reaccin estar a la altura de lo esperado:

59
Informantes de Sahagn, La visin de los vencidos, op. cit., p. 119.
60
Bernardino de Sahagn op. cit., p. 857.

210
Ya va en seguida, el tecolote de quetzal. Las plumas de quetzal parecan irse abriendo. Pues cuando lo
vieron nuestros enemigos, fue como si se derrumbara un cerro. Mucho se espantaron todos los espaoles:
les llen de pavor: como si sobre la insignia vena alguna otra cosa.61

Esta ltima tentativa del Bho de Quetzal, smbolo desesperado de las ltimas fuerzas aztecas, ltimo

recurso del demonio, no es una victoria, a pesar del xito momentneo de la tentativa. Si recordamos la

concepcin cristiana del demonio y de sus formas de accin, al contrario, sabemos que se trata del signo

manifiesto de la prdida de la batalla por el enemigo del gnero humano. Toda la tradicin teolgica

cristiana muestra con claridad que cuando hubo enfrentamientos espectaculares entre las fuerzas del bien

y las del mal, la presencia demoniaca se vuelve ms o menos visible en los momentos en que ste

abandona el campo de batalla. Toda la imagologia medieval del santo peleando contra los demonios, o la

del Nuevo Testamento, cuando Cristo exorciza a los pecadores, nos muestra la presencia visible del

demonio cuando l abandona la partida, permitiendo a Dios que la victoria fuera ms brillante y sirviera

para la edificacin de su pueblo.

Creemos que es as como debe leerse este corto relato del fin de los combates. Este extraordinario

episodio marca, en el relato, el abandono de la lucha por las fuerzas del mal y no es asombroso que

entonces, como por arte de magia, cesen los combates de los dos lados y que se instale una suerte de

espera, vigilia simblica de la venida, de la realizacin escatolgica. Esta suspensin del tiempo, que se

encuentra en numerosos esquemas de tipo apocalptico, indica que, al momento de la realizacin

fundamental, todo estar suspendido, tanto los hombres como la naturaleza sern enmudecidos, en la

espera de la realizacin final y total.

Y por si ese smbolo de la huida del demonio no fuera lo suficientemente claro, he aqu que sobreviene

otro elemento simblico, un meteoro, un cometa, en fin, un fenmeno natural celeste, encargado de rendir

cuenta de que el ineluctable fin ha llegado:

61
Informantes de Sahagn, op. cit., p 124.

211
El da siguiente, cerca de media noche, lluvia menudo y a deshora, vieron los mexicanos un fuego, as
como torbellino que echaba de s brasas grandes y menores, y centellas muchas remolineando y
respendando, estallando. Y anduvo alrededor del cercado o corral de los mexicanos, donde estaban todos
cercados, que se llama Coyonacazco. Y como hubo cercado el corral, tir derecho hacia el medio de la
laguna. All desapareci. Y los mexicanos ni dieron grito, como suelen hacer en tales visiones. Todos
callaron por miedo de los enemigos.62

El smbolo de este fuego celeste es muy claro, da vuelta alrededor del reducto donde estn atrincherados

los ltimos defensores aztecas, los envuelve de chispas y luz y se ahogar en medio de la laguna. Este

cometa viene a marcar en el cielo el fin de los combates y est cargado de una simbologa muy especial,

que hace referencia a otros cometas: aquellos que hemos encontrado en la Antigedad clsica y durante la

poca medieval.

Regresando brevemente sobre lo que expusimos cuando hablamos de los cometas en el intertexto

occidental, diremos que ciertos cometas estn cargados de una significacin muy particular, la de

anunciar la renovacin espiritual del mundo. Segn Plutarco, los estoicos conceban la historia dividida

en grandes perodos cualitativamente diferentes; cuando ha llegado el tiempo del cambio de periodo, esta

revolucin csmica se acompaa no slo de grandes revoluciones polticas en los imperios, sino tambin

en las costumbres, en los fundamentos morales de la vida social. Es una renovacin completa de los

hombros del Anhuac, la que proclama este cometa.

As, si creemos a Plutarco, que funga como sacerdote de Apolo durante la guerra civil en Roma bajo

Escila y Mario, los prodigios interpretados por los adivinos toscanos anunciaron una renovacin del

mundo y el establecimiento de una nueva edad, en la que deban sucederse ocho generaciones de hombres

que difirieran en sus costumbres y su gnero de vida. Siguiendo la creencia de que cuando una generacin

termina y empieza otra, el cielo y la tierra dan testimonio de esto con algn movimiento extraordinario.

Esta creencia estaba bastante generalizada en el conjunto del mundo mediterrneo.

62
Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 858.

212
El nacimiento de una nueva raza de hombres, entendido sobre todo en el sentido moral, es decir, de los

hombres animados por una nueva conciencia religiosa y cvica; y el advenimiento de ese nuevo orden de

cosas se pareca a la espera de los judos y la renovacin que procurara el Mesas.

No se trata slo de un sueo de poetas, propio de Virgilio; en numerosas ocasiones los augurios

manifiestan esta espera de la renovacin cualitativa de los hombres; por ejemplo, cuando Csar es

asesinado: Vulgatius declara que el cometa que apareci en ocasin de la muerte de Csar era el signo

del fin de una poca y de la renovacin universal.

Es evidente que la creencia de los estoicos en una evolucin gradual del mundo, cuyas grandes etapas

estn marcadas por signos y catstrofes, alternando con inundaciones e incendios, tiene una estrecha

relacin con este discurso de la renovacin y del cambio cualitativo de los hombres que se encuentran en

las fuentes americanas.

Podemos encontrar huellas de esta esperanza de la renovacin a lo largo de la Edad Media, hasta bien

entrado el siglo XVII. As, el cometa de 1014 dio origen a tantos comentarios e hiptesis que Ral

Glaber, cronista de esta poca, nos reporta que:

Durante el reinado de Roberto apareci en el cielo por el lado de occidente, una de esas estrellas que llaman
cometas brillando con destellos luminosos muy vivos, llenaba con su luz una vasta porcin del cielo y se
esconda hacia el canto del gallo. En cuanto a saber si era una estrella nueva que Dios enviaba o si era una
estrella que haba multiplicado simplemente su destello en signo milagroso, no correspondi sino a aquel
que en su sabidura norma todas las cosas, mejor no se sabra decir. Lo que sin embargo es seguro, es que
cada vez que los hombres ven reproducirse en el mundo un prodigio de esa naturaleza, poco despus se
abate sobre ellos cualquier cosa asombrosa y terrible.63

En lo que piensa R. Glaber es justamente en una renovacin de los hombres, renovacin simblica que

debe afectar la vida y costumbres, que en esa poca eran bastante brbaras; la sangre cubre la sangre

dice otro historiador de la poca -Ademar de Chabannes-, los grandes se destrozan entre ellos y hasta el

63
Ral Glaber, en G. Duby, op. cit., pp. 105 y 106.

213
Papa es vctima de intentos de asesinato... El cometa es, pues, el signo ineluctable de la renovacin

despus de grandes castigos.

Algunas conclusiones

Cmo concluir entonces este largo captulo sobre Jerusaln y Tenochtitlan, y sobre esta amalgama

simblica cuyos textos portan trazos evidentes? Amalgama simblica que falta desarrollar y afinar, en

particular, para reencontrar a travs de un estudio de archivo y de relectura de los primeros textos

americanos o de textos contemporneos espaoles, el origen directo. Hemos dicho que se trata de

esquemas que se encuentran globalmente en las Santas Escrituras, pero la explicitacin y comentario de

esos textos eran una costumbre practicada y difundida sin restricciones por un gran nmero de sabios

exgetas; as, de acuerdo con la importancia de la escatologa cristiana, el Apocalipsis ser uno de los

libros ms comentados en el periodo medieval.

Nos falta an hoy un estudio de la versin mexicana de esta tradicin exegtica apocalptica en los

primeros aos que siguieron a la Conquista, que permitira mostrar cmo pudo haber influido

directamente la construccin de ese modelo simblico en los Informantes de Sahagn.

Pensemos que si el lector ha seguido sin desfallecer la lectura de este estudio, que ha puesto a prueba su

paciencia y sentido del humor, est convencido de nuestra hiptesis, aun si falta mucho por hacer en este

terreno. Los textos indgenas de la conquista no son textos histricos sino textos teolgicos y deben ser

ledos y tratados como tales. No se puede pretender leer en ellos, de manera inmediata, la descripcin

histrica objetiva de una reaccin indgena a la Conquista. Representan, cierto es, un discurso coherente

cuya lgica de funcionamiento est bien alejada de aquella que tiende a leer en ella la prctica histrica.

214
Querer hacer sobre ellos una lectura histrica es una manera de impedirse para siempre comprender lo

que pudo ser dicho en esos textos.

Lo que proponemos en el fondo no es muy complicado de poner en prctica. Creemos que el

desplazamiento del ojo del lector es suficiente para que no siga perdindose en la fascinacin que provoca

el espejo de Occidente, persiguiendo imgenes virtuales que se parecen a unos indios, pero no son ms

que quimeras que el intertexto occidental impuso construyendo Amrica. Porque los textos de Sahagn,

como los de la mayora de los autores de relatos de la Conquista, son muy transparentes y a cada

momento dejan claros ndices del lugar donde se desarrolla y escribe el relato; as, cuando una vez

vencidos los mexicas ven a Cuauhtemoctzin ir hacia los espaoles para rendirse, dicen: Ya va nuestro

seor rey a ponerse en las manos de los dioses espaoles, terquedad de los mexicas en su ceguera,

pensamiento mgico que aflora de nuevo a una conciencia indgena incapaz de concebirse fuera del mito,

o sencillamente una manera de cerrar un episodio y de refundamentar el derecho de Corts sobre el

Anhuac, conclusin normal de un tipo de relato concebido como un texto fundador de una

cristianizacin guerrera e imperial.

215
Octava vuelta

LOS CABALLOS Y LOS PERROS DE CORTS

O pequeo suplemento ilustrado del mito:


elementos para una zoologa imaginaria

Caballos reales

Hemos visto aparecer aqu y all en los textos indios de la Conquista, la importancia del caballo en la

representacin de los espaoles. Pero, en realidad, qu pas con el caballo?

Desde un simple punto de vista militar, nos pare evidente que los indios de la costa, despus los de

Tlaxcala y finalmente Motecuhzoma saban muy bien a qu atenerse respecto a esos animales, aun si los

textos del encuentro continan presentndolos como seres extraos, ms o menos parecidos a supuestas

monturas divinas.

Siempre desde el punto de vista militar, est claro que los indios percibieron con rapidez las ventajas del

caballo, puesto que permite cierta movilidad sobre terreno apropiado y proporciona una innegable

ventaja militar y tctica. Lo probaron muy pronto cuando quisieron aniquilar esta ventaja espaola

construyendo defensas, trampas contra estos animales y adoptando una tcnica especifica de combate

contra la caballera.1

Estamos lejos del centauro descrito por ciertos autores; dudamos que su misma nocin haya existido en

la mitologa indgena; centauro, es decir, mitad hombre/mitad caballo: construccin simblica difcil en

una cultura que no conoca al caballo!

1
Hernn Corts en su primera Relacin, narra cmo los indios tratan de adaptarse al combate contra el caballo: Se haba
cerrado la ruta real por donde debamos pasar, y haban abierto otra calzada sembrada de trampas y puntas de rbol aguzados,
para hacer caer a los caballos y lastimarlos.
Se sabe tambin cmo algunos indios, principalmente con piedras unidas con tiras de cuero delgadas, hacan tropezar a los
caballos maniatndoles las patas. Los indios chichimecas sabrn muy bien no solamente luchar contra los caballos, sino,
sobre todo, utilizar lo que pareca la mejor arma contra ellos. Ni hablar de los indios araucanos quienes muy pronto supieron
adoptar el caballo, e inaugurar estrategias eficaces para repeler durante dcadas a la penetracin espaola.

216
Desde el punto de vista pictogrfico, no se encuentran rasgos de ese terror que habra de provocar el

encuentro con animales fabulosos. As, en el Cdice Florentino, por ejemplo, los indios se encuentran

representados ms grandes que los caballos. La representacin grfica de stos no tiene nada que ver

con la apariencia de monstruos capaces de impresionar la imaginacin de los indios.2

Que los indios no hayan conocido los caballos es una cosa, que los hayan asimilado rpidamente a unos

seres divinos es en realidad otra; su parecido con los ciervos otra versin nos parece mucho ms

plausible y ms de acuerdo con una muy pattica reaccin indgena.

Por otra parte, el nmero de esos caballos era muy escaso para poder decidir una batalla. Recordemos

que Corts, segn dice la tradicin, cambi sus ltimas joyas para equipar a uno de sus tenientes nobles

con un caballo, porque eran muy caros y todava muy escasos en esa poca. Por lo tanto, en la Conquista

de Mxico no se vio a una brillante caballera espaola, puesto que entonces no eran sino unos cuantos

ejemplares que, por cierto, muy pronto fueron muertos o heridos o aun sacrificados a los dioses indios. 3

Tambin parece necesario reconsiderar la utilidad misma del caballo para el conquistador, si jams

hubiera portado la panoplia de fierro con la que ciertas representaciones grficas lo muestran. As

revestido el caballo, cargado con gran peso, se torna entonces poco manejable, y los indios supieron

2
Los caballos utilizados en esta poca, en Espaa, si creemos a F. Braudel, eran ms bien chicos: Se utilizaban en Espaa
en el siglo XVI muy hermosos caballos de silla, pequeos, vivos, rpidos pero que pasaron de moda en el siglo siguiente,
cuando se preferan los grandes caballos, gusto que perdurar hasta el siglo XIX.
3
Cortes narra asimismo el inters por el caballo debido a su rapidez en los encuentros con los indgenas. Se sabe que la
guerra india era de carcter individual de acercamiento, en la que se buscaba sobre todo, hacer prisionero al adversario.
As se explica que en todas las primeras batallas, el nmero de espaoles muertos fuera ridculamente bajo y, al contrario,
fueran ms o menos gravemente heridos; el inters por la captura de un espaol muerto era nulo, pero un herido
convenientemente cuidado era una fuente de prestigio para aquel que lo hubiera capturado. Esto explica que el caballo haya
dado a Corts una cierta ventaja, puesto que le permita detener un momento la confrontacin o acercarla cuando se volva
favorable; por otra parte, la viveza misma de estos animales torna a su favor un combate ya desfavorable.
Basta con orlo describir algunas escaramuzas para darse cuenta. En camino por Tlaxcala, Corts cae sobre un ejrcito
reunido; ellos son slo seis caballeros en exploracin y los indios multitudes: nos atacaron de tal suerte que nos
mataron dos de los caballos e hirieron a tres de mis hombres de los cuales dos eran caballeros
Los espaoles mataron una cincuentena de indios, los espaoles no estaban tan mal pues como tenamos al caballo,
cargbamos al galope, para retirarnos de igual forma
En otra parte reporta una de sus hazaas a caballo: Antes que la accin se desencadenara, les quem cinco o seis pueblitos
de un centenar de casas, tom cuatrocientos prisioneros y me retir, siempre combatiendo, hasta mi campamento.... Antes
de que el da amaneciera, ca sobre dos pueblos tomndolos por sorpresa, los indios salan desarmados, las mujeres y los
nios corran desnudos por los caminos y les hice mucho mal...

217
muy pronto que contra un jinete revestido o no de fierro, la mejor tctica, que ser mucho tiempo

aquella de las infanteras de los ejrcitos medievales, consistira en hacerles perder los estribos. Una vez

desmontado el jinete se lo tomaba prisionero o sencillamente se le degollaba, pues era incapaz de

levantarse o de moverse con agilidad; sobre ese tipo de caballo armado, el jinete, tambin armado, era

demasiado pesado para subir solo; para hacerlo, era izado por un polipasto que lo depositaba sobre l.

En los enfrentamientos se necesit de disponibilidad y movilidad en todo momento (Corts prohibi,

con la amenaza de los ms severos castigos, abandonar el pertrecho de guerra); es verosmil que,

considerando las caractersticas de la guerra americana, as como la escasez relativa del hierro, el

aligeramiento de las armaduras se hiciera norma, lo que nos obliga a relativizar ciertas representaciones

pictricas de un Corts montado sobre un caballo ataviado de fierro.

Jams los caballeros espaoles de los primeros tiempos de la Conquista fueron revestidos de ese aspecto

terrible y brillante de las armaduras de hierro. Las vistieron slo algunos aos despus de la Conquista

cuando, con el oro rescatado, los principales conquistadores pudieron importar o mandar hacer estas

preciosas armaduras que podan lucir en los desfiles o en las fiestas de la nueva oligarqua americana.

Por otra parte, podramos pensar que contra un enemigo superior en nmero pero que, en apariencia, no

dispona de armas de tiro demasiado potentes, el aligeramiento de la armadura del caballero deviniera

posible, sin mucho riesgo; evolucin inversa a la que se constat en Occidente, donde el desarrollo de la

ballesta, esta arma largo tiempo impa, condenada por los concilios, haba visto un aumento correlativo

de la resistencia y el peso de las armaduras. De hecho, no es cierto que las armas de tiro de los indios

hayan sido insuficientes en tamao y en fuerza; en especial, el arco o el propulsor de venables tenan

una gran fuerza de penetracin y un tamao relativamente grande; fueron las propias caractersticas de

la guerra indgena las que dieron a los espaoles una ventaja tctica, en especial la utilizacin del

caballo.

218
En efecto, no se comprender jams, sin hacer intervenir a la Divina Providencia, a la baraka o a la

suerte de Corts y los suyos, sobre todo de los caballeros, cmo es que no fueron masacrados en los

primeros encuentros.

De hecho, la guerra indgena es diferente, tiene como caracterstica distintiva la de ser eminentemente

individual. Es decir que, de manera contraria a la concepcin de grupo compacto que desarrollaban los

espaoles en un pas desconocido, el enfrentamiento de los guerreros mexicas se desarrollaba, ms bien,

cuerpo a cuerpo en una suerte de esgrima simblica. Si se recuerda bien cmo estaban ataviados los

guerreros aztecas, por ejemplo, aun si su vestimenta de campaa fuera menos extravagante de lo que nos

muestran las pinturas de sus cdices, es probable que los mtodos de combate debieron haber alcanzado

un grado de sofisticacin extrao para un brbaro occidental que no piensa en nada ms que en matar al

adversario.

En la guerra india era ms importante capturar al adversario y luego sacrificarlo a los dioses o admitirlo

en su grupo, en reemplazo de otro miembro desaparecido en la guerra (o como esclavo). En esta

concepcin, mi adversario est aqu para probar mi valor y slo de manera secundaria y accesoria; y

en ltimo caso para ser muerto. Hay en la base de esas costumbres de guerra toda una construccin

simblica diferente de la vida y de la muerte, por completo ajena e incomprensible para la tradicin

occidental.

Por otra parte, en este tipo de enfrentamiento individual, ms o menos singular, se distingue toda una

organizacin jerrquica; tenemos as a los mejores guerreros que avanzan y salen del grupo para desafiar

al enemigo; no tienen nocin de la lnea de frente, donde todos los soldados se sienten ms o menos

obligados a una solidaridad del miedo; la ruptura de esta lnea del frente por el enemigo constituye la

derrota. En el caso indio, no hay esta unin, y probablemente tampoco hay una unin verdadera del

mando durante el enfrentamiento.

219
As, los espaoles constataron que ciertos grupos abandonaban el campo de batalla cuando uno de sus

dirigentes era herido o muerto en una especie de ballet en el que cada uno entra y se retira siguiendo

ritos y etiquetas conocidos y respetados por todos los contendientes americanos.

No hay duda de que la concepcin de Corts es ms eficaz respecto a la muerte y a la destruccin del

enemigo, lanza a galope su caballo y traspasa con su lanza a todos aquellos que se presentan de frente,

no hay respeto individual por el adversario que constituye, para esta concepcin, una masa

indiferenciada a la que se trata de destruir a cualquier precio.

Este mtodo brbaro da sus frutos en parte, siembra el desorden en toda la simbologa de la guerra

india; pero tambin es muy notable que jams los indios se escondieron o cedieron terreno, por lo que

las batallas duraban muchas horas, resultando un nmero muy elevado de vctimas indgenas. Lo que en

todos los casos llam la atencin de quienes reflexionaron sobre estos encuentros militares fue el

nmero siempre reducido de las vctimas espaolas; y la primera conclusin que se impuso por mucho

tiempo fue la de considerar que la superioridad del armamento occidental era tal que explicaba de

manera natural y por s sola este resultado tan desbalanceado de muertos. Para resolver esta aparente

contradiccin, otros autores pensaron que en estas batallas hubo mucha exageracin de los espaoles

que queran hacer crecer hasta lo epopeico la conquista de unos cuantos indios salvajes. Al final,

tampoco faltaron los que aceptaron la tesis de la Divina Providencia, es decir, que si los espaoles

vencieron fue porque as deba ser, porque Dios as lo quera: el nuevo pueblo elegido castigaba

duramente, en nombre del dios nico, a las huestes del demonio. En esta explicacin desapareca toda

contradiccin.

Falta por explicar hoy todava mucho de la guerra indiana y el sentido de la vida y la muerte que

contena implcito. Por ejemplo, sabemos que en esa poca todos los pueblos de Mesoamrica tenan un

gran conocimiento de numerosos venenos vegetales y que eran capaces de utilizar flechas envenenadas

contra animales, aunque parece que casi nunca los utilizaron en la guerra contra los espaoles. Por qu?
220
Parece ser que lo que les importaba a toda costa era la captura del enemigo vivo y en esta empresa

estaban decididos a arriesgarlo todo, incluso su propia vida; ms bien se tiene la impresin de que estos

guerreros ponan en juego su propia vida a cada instante en los enfrentamientos, actitud que deba tener

importantes consecuencias tanto en el desarrollo de las guerras indianas como en la formacin y el

carcter del guerrero.

Gracias a sus caballos, Corts entra en la batalla, luego huye, vuelve a entrar, ms tarde se escapa; en

ningn momento le interesa hacer prisioneros. Al contrario, el grito clsico de la guerra occidental es

guerra sin cuartel. Algunos aos despus, la tctica cambia, como en el caso de Nuo de Guzmn,

pues trata de hacer el mayor nmero posible de prisioneros para venderlos como esclavos; pero este

trabajo lo harn ya los aliados indgenas.

Si tuviramos que caracterizar estos primeros encuentros, podramos decir que en realidad no hay un

verdadero enfrentamiento entre indios y espaoles. Cada uno hace su guerra: la guerra de Corts es

diferente y ms mortal que la americana. La utilizacin de la ballesta y de algunas armas primitivas de

fuego refuerzan esta guerra de la muerte y la destruccin; pero la superioridad mortfera no proviene

slo de mejores armas, sino de la concepcin cultural que subyace a la lgica de esta guerra.

Aunque sabemos tambin que, a pesar de todo, muy pronto los caballos sern heridos o muertos, e

incluso que para un caballero aligerado, avezado en el manejo de la lanza, el caballo es, a veces, a lo

largo de la Conquista, slo un auxiliar mediocre, pues las condiciones geogrficas, geomorfolgicas, se

prestaban mal para que se desarrollara esta ventaja, estaremos de acuerdo con don Fernando de Alva

lxtlitlxchitl cuando escribe:

Ellos no arreaban los animales sino por ostentacin y para mostrarlos a los habitantes de esos
pueblos que no los conocan, desearon verles a causa de su reputacin que se haba difundido.
Estos animales no eran de ninguna utilidad para hacer la guerra pues la parte ms alta del pas era

221
muy montaosa y los planos estaban convertidos en marismas y lagunas, era un milagro que
pudieran avanzar: la marcha les fatigaba ms que a los peatones4
Asi, parece que falta reconsiderar toda esta mitologa brillante del Conquistador a caballo construida

ms tarde; sin embargo, es necesario no olvidar que es el vector de movilidad, gracias al cual los

soldadotes espaoles pudieron organizar, algunos aos despus, el saqueo de aquello que no fue

destruido y alcanzado por la primera conquista.

Cierto es que fue auxiliar importante; sin embargo, su papel permaneci marginal; slo a veces permiti

a algn jefe escapar de la muerte; son elementos de escape ms que ofensivos y tambin cumplen un

cierto papel de reconocimiento y de exploracin.5

El caballo, como todo lo que concerna a los espaoles, se benefici evidentemente de una cierta

curiosidad, en tanto que era un animal domesticado, que obedeca al hombre y que, por tanto, poda

sorprender a los indios de Mesoamrica que prcticamente no tenan animales domsticos.6, 7

4
Ixtlilxchitl, op. cit., p 183. Comparar con Oviedo (2a. parte, libro 32, cap. 11, Madrid, 1854), citado por J. M. de Heredia
en su Notas a Bernal Daz del Castillo: Los indios de Tabasco, a pesar de su espanto, no desarrollaron el terror tanto como
los de Yucatn en casos parecidos. En una fiesta que ofrecieron a Montejo, el Adelantado les presenta un caballo que llevaba
campanillas en el antepecho. Su miedo dice Oviedo fue tal, que verle y huir fue uno; los ms pusilnimes se dejaron
caer a tierra y cuando le oyeron relinchar, no hubo ni tuvieron necesidad de medicina ni mejor purga para soltarse por los
bajos, de tal manera que era insoportable la hediondez cuando se acab aquella fiesta...
5
En una estrategia de guerra en la que el enemigo es numeroso y en la que se trata de desbaratar al adversario, la movilidad
se vuelve un elemento importante, y todo lo que aumente la movilidad y el efecto de sorpresa, como el caballo que tena
Corts, le permiti aumentar su poder ofensivo.
6
De hecho es muy posible y, adems, probable que ciertos animales encontrados muy jvenes en la naturaleza hayan sido
criados por los indios; por ejemplo, los pequeos felinos o algunas aves. Tambin se sabe que las especies criadas en los
corrales de los indios no se diferenciaban mucho de aquellas en estado natural. Adems, en numerosas ciudades, como en
Mxico, haba especies de zoolgicos o jardines botnicos donde la fauna local viva semi prisionera y para llevar all a estos
felinos tenan que ser apresados antes.
7
A pesar de que en Mxico se reza un credo que dice que los recursos naturales biolgicos (fauna y flora) eran en el espacio
de la hoy Repblica Mexicana, extraordinariamente variados, poco se ha hecho para conocer y conservar esta riqueza
ecolgica de la naturaleza americana. La mayora de los ecosistemas presentes en este espacio estn hoy muy desequilibrados
cuando no estn ya en gran parte destruidos. No sera extrao que un joven habitante de la urbe metropolitana ponga en duda
esta riqueza en fauna y flora que sus antepasados indgenas supieron respetar, dominar y transformar. En Mxico, falta un
estudio histrico que nos muestre las dimensiones temporales de la conquista de los ecosistemas nacionales por animales,
plantas, bacterias, hongos... venidos de otros horizontes.
Creemos que una cabal comprensin del funcionamiento de las sociedades precolombinas pasa por un inventario de sus
recursos biticos, en nmero de especies y en cantidades. Para adelantar este esperado trabajo proponemos aqu el testimonio
extrado de las Memorias de Gernino (Grijalbo, pp. 62.64):
En las praderas que se extendan hasta el pie de nuestro campo, en las montaas, erraban los rebaos do gamos, de antlopes,
alces, bisontes que slo tenamos que matar cuando tenamos necesidad.
En general, cazbamos los bfalos a caballo y los matbamos con nuestras flechas y nuestras lanzas. De sus pieles hacamos
cobijas y camas. Comamos su carne.

222
Pero si ligamos la figura discursiva de estos caballos a lo que hemos dicho de la naturaleza del

pseudodiscurso indgena, podemos considerar que el aprecio de los textos indgenas por los caballos

era ms que el simple reflejo del aprecio que los espaoles mismos daban a los caballos y a su posesin,

como representacin y smbolo de pertenencia a una clase elegida. Lo que pudo haber interesado a los

indios reales fuera de lo militar, es que el caballo permita dividir a los brbaros conquistadores

en dos categoras: los grandes que tenan caballos y los otros, los obscuros, los peatones, que carecan de

ellos.8

En resumen, nos parece que el papel del caballo en la Conquista puede ser reducido a proporciones ms

verosmiles. No era muy importante en lo estratgico, ni tampoco pudieron provocar en los indios

reacciones de pnico, porque estamos convencidos si los indios no consideraron a los espaoles

como dioses, tampoco hay razones para pensar que los caballos pudieron haber sido tomados por

La caza del antlope demanda ms habilidad que la caza de cualquier otro animal. No es posible acercarse a l sino contra el
viento.
No era raro que pasramos muchas horas para poder aproximarnos lentamente a los antlopes que erraban.., alcanzbamos a
matar muchas bestias antes que el rebao huyera. Su carne se secaba y colocaba en recipientes. La guardbamos as por
muchos meses. Sumergamos la piel del antlope en una mezcla de agua y ceniza, lo quitbamos los pelos y curtamos la piel
hasta que quedaba suave y flexible. Sin duda ningn animal era tan preciado para nosotros como el antlope.
En los bosques y a lo largo de los ros se encontraban muchos pavos salvajes. A caballo, les reunimos y les llevamos
lentamente hacia los planos hasta que estaban muertos de fatiga, Cuando empezaban a dejarse caer o a intentar esconderse,
les atrapamos y les golpeamos a un lado de nuestro caballo. Si alguno de ellos volaba, lo perseguamos y llegando a su altura,
lo matbamos con un palo o maza de caza, De esta manera llegamos, en general, a prender tantos pavos como podan cargar
nuestros caballos.
En nuestro territorio tambin haba muchos conejos y les acorralbamos a caballo. Nuestros caballos estaban entrenados para
perseguir conejos a toda velocidad y cuando se aproximaban a ellos, nos inclinbamos a un lado de ellos y golpebamos al
conejo con nuestra maza de caza Si estaba muy lejos, lanzbamos nuestro bastn para matarles. Era el gran deporte de los
jvenes muchachos, poro los guerreros raramente cazaban piezas menores.
Haba mucho pescado en los ros, pero como no los comamos, no intentbamos atraparles ni matarles...
8
Cuando Corts organiza su expedicin los caballos son escasos, Daz del Castillo, al relatar los preparativos de la
expedicin, nos dice: Pues, estando que estbamos de esta manera recogiendo soldados y comprando caballos, que en
aquella sazn pocos haba y muy caros, y como aquel caballero por m nombrado que se deca Alonso Hernndez Puerto
Carrero no tena caballo ni de qu comprarlo, Hernando Corts le compr una yegua rucia; y dio por ella unas lazadas de oro
que traa en la ropa de terciopelo...
El prestigio del caballo, as como su precio, llevan a Bernal a establecer la lista de los caballos que se juntaron para la nueva
expedicin: Quiero aqu poner por memoria todos los caballos y yeguas que pasaron. Y as sabremos que el caballo castao
zaino de Corts se muri pronto, al llegar a San Juan de Ula, y que de los caballos que se llevaron, por lo menos cinco no
fueron muy buenos e incluso algunos eran francamente malos y no pudieron llevarse ms ni mejores ejemplares porque en
aquella sazn no se podan hallar caballos ni negros si no era a peso de oro; y a esta causa no pasaron ms caballos, porque
no los haba ni de qu comprarlos, (Bernal Daz del Castillo, Verdadera historia Col. Sepan cuntos No. 5, Porra,
Mxico, 1974, pp. 35 y 39)

223
criaturas divinas. An ms, pronto desde los primeros enfrentamientos, la muerte violenta o las heridas

de cierto nmero de caballos9 (aunque los espaoles intentaban esconder sus bajas en este rengln)

convenci muy pronto a los indios de que se trataba de animales y de ninguna manera de monturas

divinas, adems de que la muerte de los primeros espaoles fue la prueba de que stos no eran dioses y

consideraron que los dos tipos de bichos raros, espaoles y caballos, seran una buena ofrenda para un

sacrificio.

Caballos mticos

Relativizar histricamente la importancia del caballo es un primer paso, pero queda pendiente el hecho

de que nuestros textos contienen descripciones de caballos que no carecen de relieve y de estilo.

Creemos que esos retratos participan de la misma construccin mtica que hemos analizado a lo largo de

este ensayo; sin embargo, al mismo tiempo podemos pensar que la imagen del caballo es algo ms que

un auxiliar del mito. Parecen animados por una vida propia y autnoma y se les puede estudiar en tanto

tales, con independencia de los hombres que los montaban.

Si estos textos existen, aunque no correspondan a una realidad histrica, material y concreta, nos

encontramos remitidos al por qu de esos textos. Y remitidos a una funcin que no corresponde a la de

un caballo real, sino a la funcin simblica general a la cual pertenecen estos textos, entonces tendremos

que buscar, como en el caso de los presagios y profecas, los textos que pudieran servir de modelo a esos

extraos caballos.

As, nos propusimos buscar en los textos sagrados y en algunas otras fuentes cristianas espaolas un tipo

de texto que pudiera haber servido de modelo a nuestros indios, Informantes de Sahagn.

9
Bernal Daz del Castillo, op. cit., pp. 53 y 54: Corts mand con brevedad sacasen todos los caballos de los navos a
tierra y desde que hubieron sacado los caballos en tierra estaban muy torpes y temerosos en el correr como haba muchos
das que estaban en los navos...

224
De hecho, como antes, aqu no se trata de reencontrar los textos exactos, el libro o el manuscrito,

presente o no, en la biblioteca del Colegio de Tlatelolco en donde los indios hubieran podido encontrar

esta imagen del caballo mtico. En esta bsqueda azarosa, nos veramos arrastrados a seguir la hipottica

pista bibliogrfica de esos textos raros y enigmticos de los siglos XV y XVI espaoles que no aparecen

sino espordicamente en las ventas de libros raros y que desaparecen enseguida en la profundidad de los

tesoros inaccesibles de las grandes bibliotecas pblicas o privadas. Con mayor sencillez pensamos que

las Escrituras mismas deben dar cuenta de ese modelo simblico general y puede ser sta la fuente de

esa extraordinaria pintura del caballo encontrada en nuestros textos.

As, Len-Portilla tiene toda la razn en destacar, en la introduccin a La visin de los vencidos, lo

particular de esta descripcin del caballo por los Informantes de Sahagn: Tal es su fuerza que parece

una evocacin de aquella otra pintura extraordinaria del caballo que dej escrita en hebreo el autor del

Libro de Jeremas...10

Es una lstima que Miguel Len-Portilla no haya credo til proseguir la investigacin de esas

similitudes, pero cuando nosotros decidimos seguir con esta bsqueda, vemos aparecer ante nuestros

ojos toda una construccin mtica, fabulosa y compleja estructurada alrededor del caballo.

Pues dice el Libro de Job en el cap. XXXIX:

Has dado la fuerza al caballo y has revestido su cuello de crines? Hars brincar al caballo
como un saltamontes? Su fiero relinchido da terror.
Por su pie cruza la tierra; se enorgullece de su fuerza; va al encuentro del hombre armado; se re
del pavor y no se espanta de nada, no se detiene frente a la espada; ni cuando las flechas del
carcaj hacen ruido sobre l ni por el fierro de la alabarda y de la lanza.
Cruza la tierra para socorrerlo, se mueve; no puede contenerse cuando suena la trompeta.
Cuando la trompeta suena, relincha; siento de lejos la guerra, el ruido de los capitanes y el grito
de triunfo...11

10
Jeremas, VIII: 16, La Santa Biblia, Ed. Estereotipada despus de Osterwald, J., Sociedad Bblica Protestante de Pars, ed.
Smith J., 1823.
11
Job, op. cit., XXXIX: 22-28, p. 288.

225
Se trata aqu de la descripcin del caballo de la guerra en la tradicin hebraica tarda del Antiguo

Testamento, pero podemos constatar que el Nuevo Testamento, sobre todo dentro del Apocalipsis de

Juan, da tambin una descripcin del caballo como un animal de la guerra y de la destruccin, vector

simblico de la realizacin escatolgica.

Se puede leer en el captulo IX, cuando el quinto ngel toc la trompeta:

Cuando el quinto ngel son la trompeta, vi una estrella que caa del cielo sobre la tierra; y la
llave del pozo del abismo le fue dada a este ngel.
Y l abri el pozo del abismo y del humo del abismo salieron saltamontes que se repartieron
sobre la tierra...
Y les fue ordenado no hacer dao a la hierba de la tierra ni a las verduras, ni a ningn rbol y no
hacerlo sino a los hombres que no tienen sobre su frente el sello de dios...
Estos saltamontes se parecan a los caballos preparados para el combate y sus dientes eran
como los de los leones.
Tenan sus caparazones parecidos a las corazas de fierro y el ruido de sus alas era como el de
carros jalados por muchos caballos que corren al combate...
Tenan la cola parecida a la de los escorpiones y tenan un aguijn y su poder habra de daar a
los hombres durante cinco meses...
Y vi los caballos de mi visin, los que estaban montados sobre ellos tenan corazas de colar de
fuego, del circn y del azufre; las cabezas de los caballos eran como las de los leones y sala
fuego de su boca y humo y azufre.
La tercera parte de los hombres fue muerta. 12

Los caballos y los caballeros del Apocalipsis son suficientemente conocidos para que no insistamos,

pero, al parecer tambin fuera de la tradicin religiosa hebraica o cristiana se pueden encontrar

referencias en las que el caballo est investido del sello del poder y la destruccin, del sello de la guerra.

As, como testimonio de numerosos caballos mticos, encontramos a Bucfalo, ese inmortal y fiero

caballo que nadie pudo montar excepto aquel que habra de devenir amo del mundo; o el caballo de

Csar, o aun aquel que Calgula deific.

12
Apocalipsis de San Juan, cap. IX: 1,19

226
Y an hoy, en plena poca del caballo-vapor, nuestro imaginario presenta todava esos caballos

imaginarios, de una poca ya pasada, caballos de fuego, demonios piafantes y relinchantes, caballos

mticos que participan de las fuerzas sordas de la violencia de la naturaleza o del hombre guerrero.

Pero nos parece que la imagen ms perfecta de este poder destructivo del caballo se da a travs de la

fuente ms fundamental del cristianismo, la Biblia. Es pues probable que, si el

discurso mtico del caballo en los textos indgenas es resultado del mito occidental, sus autores habrn

encontrado estas imgenes en las Escrituras, ms que en otras hipotticas obras.

Intentaremos ahora ver cmo la Biblia presenta al caballo.

El caballo en el Antiguo Testamento

En hebreo, como en latn, la misma palabra sirve para designar a la vez al caballero y al caballo; esta

proximidad, esta identidad amerita por s sola un estudio que no estara exento de sorpresas, mostrando

por ejemplo que, por mucho tiempo, el caballo, en los orgenes occidentales, fue un animal poco til. Se

usaba slo para el lucimiento del caballero, hasta que se invent y utiliz un arns eficaz. Su inters para

la traccin era escaso, pues sin herraduras de hierro, los cascos se gastaban rpidamente sobre terrenos

demasiado duros y se reblandecan si el terreno estaba cubierto de aguas. En tanto no se utilizaron los

estribos, el equilibrio del jinete era dbil y su capacidad ofensiva escasa; el estribo permite al caballero

adoptar la lanza y dejar las armas de tiro como el venablo o el arco. En el sentido de la eficacia, el

caballo es a la vez oneroso y poco fiable, y antes que todo, se utiliz para el prestigio del caballero.

El otro gran uso del caballo consiste en jalar los carros de guerra.

El caballo es casi nada sin su jinete. Por eso no es tan asombroso que desde entonces la misma palabra

sirva para designar a ambos.

227
En la Biblia, aparentemente, uno se encuentra frente a una doble actitud respecto al caballo: por una

parte, el caballo es despreciado y rechazado; incluso se matar a los animales que caigan en manos de

los judos; por otra, es la imagen ms conocida de la guerra, el vector de invasiones o el smbolo del

poder del Estado de Israel.

La primera actitud parece corresponder a la parte ms antigua de las escrituras bblicas, a los tiempos de

los patriarcas. Al parecer los caballos no tenan nada que hacer con los hebreos, pues utilizaban todo el

ao la mula y el camello, incluso los bueyes; sin embargo, el caballo es un animal mucho menos rstico

que todos esos animales: es decir, exige cuidados fsicos constantes, una alimentacin variada, agua

relativamente abundante y fresca; de la misma forma, la naturaleza mucho ms frgil del caballo

teniendo en cuenta las condiciones climticas y geogrficas de la regin bblica primitiva impuso una

clara condena de su uso.

La segunda actitud es la del animal de guerra, pero esta vez no slo los ejrcitos enemigos, tambin

Israel tiene caballos: el pueblo elegido desciende de las montaas; en su reino en expansin, los grandes

y poderosos pueden procurarse caballos, como manifestacin de su prestigio, pero tambin para ejercer

su poder.

Los primeros textos del Gnesis presentan una condena clara del caballo, desde el punto de vista militar,

como no suficientemente confiable: Una serpiente sobre el sendero muerde al caballo en los jarretes y

ste se cae de espaldas... (Gnesis XLIX, 17).

De este modo, es suficiente una pequea serpiente para desmontar a un caballero (sin estribos), por lo

que los patriarcas desechan su uso y los destruyen si caen en sus manos y ordenan que les corten las

corvas.

De hecho, en los libros ms antiguos del Antiguo Testamento, en el Pentateuco (Gnesis, xodo,

Levtico, Nmeros y Deuteronomio), en raras ocasiones se trata la cuestin del caballo, excepto para

desconfiar de este animal, smbolo del pecado del orgullo; como por ejemplo, cuando el Deuteronomio
228
(XVIII, 16) explicita: pero que Israel no vaya a multiplicar los caballos y que no traigan de regreso al

pueblo a Egipto para incrementar su caballera

Consejo que a primera vista podra parecer errneo si se considera que los enemigos tradicionales de los

judos y sus principales vecinos haban desarrollado la crianza y la seleccin de una caballera poderosa,

destinada sobre todo a jalar los carros de guerra.13

De hecho, el pueblo de Yahv no tiene necesidad de una caballera, pues el terreno de la cuna juda

primitiva no se presta para el desplazamiento de esas mquinas de guerra, base fundamental de los

ejrcitos de esa poca y regin donde la guerra no es sino una continua correra de algunas semanas o

meses, en el periodo de descanso de los trabajos agrcolas, en donde el factor rapidez y desplazamiento,

velocidad y movilidad juegan un papel fundamental. El terreno es tan impropio que los estrategas de

Holofernes se dan cuenta, cuando declaran:

Ese pueblo israelita no cuenta tanto para su defensa con sus lanzas sino con la altura de los montes en

los que habitan. No es fcil escalar las cimas de esas montaas (Judith, V: 22).

Es por eso que Yahv puede tranquilizar a Josu cuando crece el miedo a que el enemigo se precipite

sobre Israel:

Ellos llegaron con todas sus tropas, una multitud innumerable como la arena del mar, con una
enorme cantidad de caballos y de carros no tengas miedo (dijo Yahv) pues maana a la misma
hora los habr de ver a todos heridos y vencidos por Israel, t cortars los jarretes de sus caballos
e incendiars sus carros
Josu les trat como Yahv le haba dicho: cort las corvas de sus caballos y libr los carros al
fuego... (Josu, XI: 4,6,9).

13
Sabemos que los arreos antiguos del caballo no estn hechos de tal forma que le posibiliten hacer un gran esfuerzo; es
necesario pues, multiplicar los caballos a travs de un atalaje ligero, y an ms si estos carros de combate son sobrecargados
por la presencia de arqueros suplementarios, frondistas o lanzadores de venablos.
De hecho, las expediciones guerreras de esta poca, salvo el caso de una gran empresa de conquista que pona en accin
medios mayores, se hacan en forma de incursiones sorpresa que la charrera permita por su rapidez de desplazamiento y de
regreso al pas. Las expediciones no deban durar ms del tiempo que aquellos meses cuando los grandes trabajos de la tierra
estaban suspendidos.

229
Se concreta pues en los primeros libros un menosprecio general por el caballo: los caballos galopan

sobre los peascos?, pregunta el profeta Amos (Amos, VI: 13).

Otros caballos

Pero pronto se constata que el Antiguo Testamento empieza a tener una nueva actitud frente al caballo,

modificacin que coincide con el tiempo de la expansin de Israel, en reinados de Sal, David y

Salomn, en que se asiste a la creacin de una caballera importante, apoyo singular para la expansin.

Israel desciende de las montaas.

El Libro I de los Reyes reporta este nuevo poder de Israel:

Salomn rene a los carros y a los caballos, junt 1 400 carros y 12 000 caballos y los acantona
en pueblos especiales y cerca de Jerusaln... los caballos de Salomn venan de Cilicia, los
corredores del rey los exportaban de all a precios elevados. Un carro era trado de Egipto por 600
siclos, un caballo vala 150. Por intermedio de los corredores, eran importados de la misma forma
para los reyes de los hititas y los reyes de Harn (Reyes, IX: 26).

Pero la riqueza de Israel es el principio de la codicia de sus vecinos y el caballo se va a hacer presente en

los textos de los profetas el caballo de guerra y de muerte:

Judith, XVI: 5:
Assur descendi de las montaas del Septentrin Viene con minadas de soldados,
la multitud obstrua los torrentes
Sus caballos cabran las colinas.
Hablaban de incendiar mi pas,
de pasar a mis adolescentes por el filo de la espada, de acabar con mis infantes,
de llevar como botn a mis nios,
y raptar a mis jvenes hijas...

Jeremas, VI: 22:


As habla Yahv:
He aqu que un pueblo llega del Norte
una gran nacin se anima en los confines del mundo:

230
tiene en el puo el arco y el venablo
son brbaros y despiadados;
el ruido es como el bramido del mar
y montan sus caballos,
cada hombre est equipado para la batalla contra ti, hija de Sion.
Nos hemos enterado de la nueva,
la mano nos tiembla
la angustia nos ha apresado...

Jeremas, VIII: 13:


He aqu que se avanza como las nubes
sus carros se parecen al huracn
sus caballos van ms rpido que la guilas Desgracia para nosotros!... Estamos perdidos!

Jeremas, XLVI: 4,9:


Enjaezad los caballos!
A la silla caballeros!
Alineados, cascos en las cabezas
Afilad las lanzas
Poneos vuestras corazas
Qu veo?
Les apres el pnico
retroceden!...
sus bravos batidos
huyeron perdidamente
sin mirar hacia atrs,
es el terror por todas partes...
caballos, cargad
carros, arremeted
avanzad, guerreros.

Jeremas, L: 42 (la misma descripcin para la toma de Babilonia que para la toma de Jerusaln,
comparar con Jeremas. VI: 22):

231
Tenan en su puo el arco y el venablo
son brbaros y despiadados
el ruido es como el bramido del mar,
montan sus caballos,
cada hombre est equipado para la batalla,
contra ti, hija do Babilonia
el rey de Babilonia se ha enterado de la nueva
la mano le tiembla
la angustia le invade...

Isaas, V: 28 (Invasin asiria):


Sus flechas estn bien aguzadas
todos sus arcos estn tendidos
los cascos de sus caballos son como el slex, las ruedas de sus carros parecen huracanes, sus
rugidos son como los del len
l ruge como un leoncito
grue y agarra su presa
la arranca y nadie se la disputa
Gruido contra l, aquel da,
como el bramido del mar
Se observa el pas: tinieblas, angustia
y la luz se oscurece en la sombra...

Nahm, III: 2:
Escuchad! el chasquido del ltigo
Escuchad! el estruendo de las ruedas
caballos al galope, carros que brincan
caballeros a la carga
flamas de espadas
chispas de lanzas
heridos en gran cantidad
un montn de muertos
cadveres hasta el horizonte
se tropieza con los cadveres!...
232
Habacuc, 1: 8:
Sus caballos son ms rpidos que panteras
ms feroces que los lobos al caer la noche;
sus jinetes brincan, sus caballeros
llegan de muy lejos,
vuelan como el guila, que fundan para devorar
todos llegan para el pillaje
la cara ardiente como un viento del Este
juntan cautivos como arena.

Ezequiel, XXVI: 7, 10, 11 (predice la maldicin sobre Tiro):


He aqu que he enviado contra Tiro, viniendo del Norte
Nabucodonosor, rey de Babilonia, rey de reyes,
con los caballos, los carros, los caballeros
una tropa y numerosas gentes...
tan numerosos son los caballos que su polvo
te cubrir,
al ruido de su caballera y de sus carros de guerra
tus murallas temblarn cuando l franquee tus puertas, como se entra a una ciudad conquistada...
Los cascos de sus caballos pisarn todas tus calles
matar a tu pueblo por la espalda
echar a tierra tus estelas colosales
se te quitar tus riquezas, se apoderar de tus mercancas
derribarn tus murallas, destruirn tus casas lujosas.

233
El caballo contra Israel

Pero tambin existe otro caballo que ya no ser el caballo de la amenaza de la destruccin, sino el

caballo de la gloria de Yahv y de la gloria de Israel. Cierto, los caballos de Salomn eran los de la

gloria de Israel, pero los caballos que encontramos ahora en las Escrituras son los de la promesa de la

liberacin de Israel y de la gloria de Yahv.

Pues qu le importan a Yahv los innumerables carros de los enemigos de su pueblo, si como lo

describe muy bien en el salmo LXXVI intitulado: Oda al dios terrible: 2Bajo tu amenaza, dios de

Jacob, carro y caballo estn paralizados...

Y Ezequiel aade, cuando predice la destruccin del ejrcito de Gog y Magog:

Y t hijo del hombre, as habla Yahv: habla a las aves de rapia, a todas las especies y a todas
las bestias salvajes: Unos, venid a reuniros de todas partes alrededor de m para el sacrificio que
voy a ofrecer ven a comer hasta ms no poder en mi mesa de caballos y de corceles, de hroes
y de todos los hombres de guerra14

Pero no son jams los enemigos de Israel quienes escriben el destino de este pueblo; siempre es Yahv

quien suscita y permite que en castigo de sus pecados, Israel sea vencido, cautivo y dispersado. Sus

enemigos pueden estar al acecho, Yahv est ah para defender a su pueblo cuando l no ha decidido su

destino. As, en Macabeos 11: 24:

Timoteo, que haba sido batido anteriormente por los judos, junt fuerzas extranjeras en gran
nmero y reuni cantidad de caballos venidos de Asia, apareci en Judea, imaginndose que
podra aduearse de sta por las armas...

Judas Macabeo a la cabeza de sus tropas hace una partida para ir al combate cuando (V: 23):

En la fuerte refriega, bajaron del cielo, frente a los enemigos, cinco hombres magnficos
montando cinco caballos con frenos de oro que se pusieron a la cabeza de los judos y tomando al

14
Ezequiel, XXIX, 17.

234
mismo tiempo, Macabeo en medio de ellos, le cubrieron con sus armaduras hacindolo
invulnerable.
Lanzaron tambin flechas y rayos sobre sus adversarios quienes trastornados por el resplandor, se
dispersaron en el mayor desorden; 20 500 infantes y 600 jinetes fueron entonces degollados. En
cuanto a Timoteo, huy.15

La proteccin de Yahv hacia los judos no le quita al enemigo el ser impresionante cuando llega. As se

describe el espectculo amenazador:

Su aspecto es aquel de los caballos


como de los corceles, como ellos se impulsan
se dira un estrpito de carros
saltando sobre las cumbres de los cerros.
El crepitar de la flama ardiente
que devora el rastrojo,
un poderoso ejrcito ordenado para la batalla.
A su vista los pueblos estn inquietos
todos los rostros pierden su color...
Pero si para el da del combate se equipa al caballo
es a Yahv a quien pide la victoria... (Proverbios, XXI: 31).

Los caballos de Dios van a provocar e1 terror de los enemigos como cuando provocaron la victoria sin

combate de Judas Macabeo (Reyes 11: VII, 6) pues Yahv hizo que se oyera en medio del campo de los

arameos un ruido de carros y de caballos semejante al de un gran ejrcito, y stos se dijeron entre s:

15
Conviene recordar aqu que ese tipo de aparicin junto a las armas de Dios de grandes personajes de la corte celestial, se
encuentran en la Biblia, puesto que se ve intervenir con los caballos de Dios, ngeles y arcngeles exterminadores.
Pero esta tradicin simblica se encuentra tambin en la tradicin romana cuando aparecen Cstor y Plux, Rmulo y
algunos otros... No es pues asombroso que esta tradicin est presente en toda la Edad Media cristiana: en Espaa es
Santiago, en Francia ser San Miguel. No deja de ser interesante subrayar que, segn una tradicin en de la primera
batalla bajo el sol americano, Santiago apareci en lo ms lgido de la pelea. Recordemos que el mismo santo apareci
tambin en la primera batalla que se dice inaugur la reconquista cristiana de Espaa sobre los moros.
Segn Gmara, en la primera batalla de Tabasco, apareci no solamente Santiago sino tambin e1 mismo San Pedro; el
prolijo Bernal no est de acuerdo no por un racionalismo fuera de poca, sino porque sabe que si vencieron ese da fue por
la gran misericordia de Nuestro Seor que en todo nos ayuda y burln se mofa de Gmara diciendo que a lo mejor, si no
los vio, fue por ser gran pecador, pero duda que todos fueran tan pecadores como l y que no hubiese en el ejrcito cristiano
un solo justo que pudiese ver la aparicin, concluyendo: Y si as fuera, como dice Gmara, hartos malos cristianos furamos
que envindonos Nuestro Seor Dios sus santos apstoles no reconocer la gran merced que nos haca (cap. XXXIV, p. 56).

235
el rey de Israel ha tomado a sueldo contra nosotros a los reyes de los hititas y a los reyes de
Egipto para que marchen contra nosotros. Se levantaron y huyeron al crepsculo, abandonando
sus tiendas, sus caballos y sus asnos, en suma, el campo como estaba. Huyeron para salvar su
vida...
El libro de los Macabeos contiene un interesante pasaje que nos remite directamente no slo a los

presagios de la tradicin grecolatina, sino tambin a los de Mxico.

As, cuando Antioco estaba preparndose para la conquista de Egipto, hubo apariciones en Jerusaln,

ruidos de batalla en el cielo. Frente a estos presagios, un judo llamado Jasn, quien adems haba odo

que el rey selecida, Antioco haba muerto, quiso sacudir la proteccin de los selecidas de su pas, e

intent restablecer una soberana plena y completa. Desgraciadamente para Jerusaln, Antioco no haba

muerto y no poda permitir, en su marcha contra Egipto, la instalacin de una disidencia a sus espaldas.

En aquellos tiempos, Antioco preparaba su segunda expedicin a Egipto. Sucedi que en toda la
ciudad, durante cerca de 40 das, aparecieron cabalgando en los aires caballeros vestidos con
ropas bordadas en oro, tropas armadas dispuestas en cohortes, escuadrones de caballeros
organizados en orden de batalla, ataques y cargas... agitacin de escudos, bosques de picas,
espadas desenvainadas, las flechas volando, el brillo fulgurante de las armaduras de oro y de las
corazas de todo tipo. Todos rezaron para que esta aparicin fuese de buen augurio (II
Macabeos, 1)

Pero, por desgracia, aquellos se engaaron, pues la infeliz tentativa de Jasn, con menos de 1 000

hombres, enojar mucho a Antioco y se terminar con una espantosa carnicera y la ruina de Jerusaln

(versculo 11):

Cuando la noticia de esos hechos lleg a conocimiento del rey, aquel concluy que Judea lo
estaba traicionando. Abandona al instante Egipto, furioso como una bestia salvaje y toma la
ciudad a mano armada. Ordena a los soldados matar sin piedad a aquellos que se refugiaron en
sus casas. Aquello fue una matanza de jvenes y viejos, una masacre de mujeres y de nios, una
carnicera de muchachas y de bebs. Hubo 80000 vctimas de esos tres das; 40 000 cayeron bajo
las armas y otros tantos fueron vendidos como esclavos. No contento con esto os penetrar en el
templo y profanarlo...

Este episodio desastroso para Israel, destruido por sus enemigos, trae consigo una imagen del caballo,

animal portador de la tormenta y de la destruccin. Pero existe otro caballo de la destruccin que es, esta

236
vez, la defensa y la muralla de Israel. Son los caballos de fuego signo del poder y de la presencia

activa del ms alto grado que manifiesta as su poder y su gloria.

Los caballos de fuego

El Libro de los Reyes nos presenta un muy bello dilogo entre Eliseo, su sirviente y Yahv (quien no

habla pero hace brillar su poder):

En la maana, Eliseo se levant temprano y sali.


Y he ah que una tropa rodea la ciudad con sus
caballos y sus carros, su servidor le dice:
Ah seor. cmo le haremos?
A lo que l responde:
No tengas miedo pues hay ms con nosotros que
con ellos y Eliseo elev esta oracin:
Yahv, brele los ojos para que vea.
Yahv abri los ojos del servidor y l vio.
He ah que la montaa estaba cubierta de caballos y
de carros de fuego alrededor de Eliseo... (II Reyes VI: 17)

Esos son los mismos caballos que Yahv enviar para castigar a Heliodoro, enviado por Seleco IV,

hermano mayor de Antioco, para apoderarse de tesoro del templo de Jerusaln y de sus depsitos

sagrados:

Ya estaba ah con sus satlites, cerca del tesoro, cuando el soberano de los espritus y detentor de
todo el poder se manifest con tal brillo que todos aquellos que haban osado venir, golpeados por
la fuerza de Dios, se quedaron sin vigor, sin coraje. A sus ojos apareci un caballo montado por
un temible caballero y ricamente encaparazonado saltando con impetuosidad contra Heliodoro
con los cascos por delante. El hombre quelo montaba pareca tener una armadura de oro. Dos
jvenes ms aparecieron al mismo tiempo, con una fuerza notable, brillando de belleza, cubiertos
con hbitos magnficos; tomaron lugar a sus lados y lo flagelaron sin descanso, le propinaron una
granizada de golpes. Heliodoro cay a tierra de sbito, y fue rodeado de espesas tinieblas...
(Macabeos, III: 24)

237
Esos son los caballos de fuego que cumplen la voluntad de Yahv, aquellos que llevaron a Elas al

cielo (II Reyes IX, 9-10):

Pues, como ellos marchaban conversando, he aqu que un carro y caballos de fuego se entremetieron

entre ellos dos y Elas mont al cielo en el torbellino. Eliseo vio y le grit: Mi padre, mi padre! Carro

de Israel y su atalaje!...

Son tambin Los mismos caballos que Zacaras percibi en sus visiones (Zacaras, 1, 9):

Tuve una visin durante la noche: Un hombre [la versin hebrea agrega que montaba un caballo
rojizo] estaba de pie entre los mirtos que tenan sus races en las profundidades; detrs de l los
caballos alazanes, negros y blancos... son los caballos que Yahv ha enviado con sus jinetes a
recorrer la tierra. Venimos de recorrer la tierra y he aqu que toda la tierra est en calma y
tranquilidad

Y tambin (Zacaras, VI, 2-3, 6):


Comenc a abrir los ojos y tuve una visin durante la noche: Cuatro carros salan de entre dos
montaas y las montaas eran de bronce.
El primer carro tena dos caballos rojos, el segundo dos caballos negros, e1 tercero dos caballos
blancos y el cuarto dos caballos sin color.
Avanzaron en direccin a los cuatro vientos del cielo, despus estuvieron detenidos frente al
seor de toda la tierra; los caballos rojos avanzaron hacia el pas del Norte, los blancos hacia el
pas del Occidente y los caballos incoloros hacia el medio. Vigorosos, avanzan impacientes por
recorrer la tierra...
Se encuentra en esta ltima cita una evocacin a los caballos del Apocalipsis, encargados de manifestar

el fin de los tiempos y de anunciar a toda la Tierra la venida del hijo Dios.

Pero no se podra terminar este breve estudio sobre el caballo en el Antiguo Testamento, sin sealar que

el sello de la guerra puede desaparecer de los caballos de fuego, cuando son encargados por Yahv

para una misin de justicia y misericordia.

Y sin embargo, el caballo est marcado por el sello de la guerra y de la violencia; para simbolizar la paz

tiene que dejar su lugar en beneficio del burro: recordemos la entrada de Cristo a Jerusaln sobre una

mula el da de Ramos:

238
Como lo profetiz Zacaras (IX: 9):
Regocjate con todas tus fuerzas, hija do Sion!
Lanza tus gritos de jbilo, hija de Jerusaln!
He aqu que tu rey viene a ti:
l es justo y victorioso
humilde y montado sobre un asno
sobre el borriquillo de una burra.
Suprimir de Efran la caballera
y de Jerusaln los caballos.
El arco de guerra ser destruido
El proclamar la paz para las naciones...

Pues el da de la liberacin es el principio de una nueva alianza de paz (Zacaras, XII, 4).

En ese da orculo de Yahv llenar los caballos de confusin y sus jinetes de locura... golpear con

ceguera a todos los caballos de los pueblos.

Conclusiones

Creemos que este pequeo ensayo ha mostrado la complejidad de la representacin de los caballos en el

relato de las Escrituras; lo que podemos aadir es que la presencia de este auxiliar familiar del mito

cristiano occidental de la cruzada contra los infieles no tiene por funcin decir una verdad militar del

encuentro entre espaoles e indios reales, sino que el relato de estos encuentros guerreros americanos

obedece, como lo ha mostrado Alfonso Mendiola, a una retrica guerrera propia al intertexto occidental

y que tendremos que desenmascarar si queremos un da saber realmente cmo los antiguos americanos

defendieron, armas en mano, sus pueblos y territorios.16

16
Alfonso Mendiola Meja. La representacin literaria de los hechos de la Conquista: la batalla de Cintla, en Debate
Feminista, ao 3, vol. 5. marzo de 1992, Mxico, pp. 26.48.

239
Perros reales y perros mticos

stas son las imgenes que nos transmiten los Informantes de los otros animales de los

conquistadores;

Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes,
tienen ojos que derraman fuego, estn echando chispas, sus ojos son amarillos, de color
intensamente amarillo. Sus panzas ahuecadas, alargadas como angarilla, acanaladas. Son muy
fuertes y robustas y no estn quietos, andan jadeando, andan con la lengua colgando, Manchados
de color como tigres, con muchas manchas de colores. 17

En la descripcin de los perros de los espaoles parece que nos encontramos tambin con ese aspecto

mtico, espantoso y destructor que ahora conocemos bien, dispuesto a introducirnos al discurso de la

destruccin y del terror. Pero aun ah, nuestra primera reflexin debe conducirnos a pensar sobre el

verdadero papel del perro en la conquista de Mxico, y a relativizar, si es necesario, ese papel, al menos

para los acontecimientos militares de la conquista de Tenochtitlan hecha por Corts.

La segunda parte de nuestra reflexin deber permitirnos ver si, como en el caso del caballo, las

Escrituras Sagradas no contienen un modelo de perro que pudiera haber influido en la construccin de

esta imagen, poco natural, del perro en los textos de los Informantes indgenas.

Ciertamente los perros espaoles, los mastines, sobre todo aquellos entrenados para atacar ciervos o

jabales, cuando no eran toros salvajes u osos, que solamente obedecan a golpes de ltigo, no siempre

tenan buena reputacin, puesto que llegaban a veces a devorar a algn villano.

17
Informantes de Sahagn, Cdice Florentino, libro XII, cap. III y IV, La visin de los vencidos. op. cit., p. 32.

240
Pero en el caso americano, en el periodo de la Conquista, no deban ser muy numerosos 18, y de todas

formas su ferocidad no poda ser mayor que la de los grandes felinos de Amrica: jaguar, puma, gato

salvaje u otros carnvoros.

Lo que pudo impactar es el hecho de que estuvieran domesticados o sometidos por los espaoles. Es

posible que haya habido ah un cierto efecto de sorpresa, aunque el gnero canis no era enteramente

desconocido en Amrica y los indios mismos engordaban, para comrselos, una raza de pequeos perros

que no ladraban (tal vez porque estaban castrados). La presencia de variedades americanas como el

coyote no habla en favor de un gran efecto de sorpresa. En fin, no es porque los precolombinos no

hubieran sistematizado la domesticacin de los animales, que fueran incapaces de pensarlo; nos parece,

sin embargo, muy verosmil que ese efecto de curiosidad hacia los perros se haya visto disminuido por

la cra de pequeas fieras, atrapadas vivas cuando se quedaban solas o cuando sus padres haban sido

muertos, prctica que, no siendo sistemtica, se revela como muy probable.

El papel del perro se volver importante en Amrica, probablemente, pero slo despus de la ocupacin

y el descubrimiento de las regiones perifricas.

Cuando se trata de expandir el espacio de las conquistas, esos perros permitieron cazar al indio, para

lo cual muy pronto seran entrenados; ya fuera indio encomendado huido, indio de guerra o incluso

esclavo negro fugitivo. En otras ocasiones, era utilizado simplemente como medio para descubrir

comunidades alejadas que no hubieran sido an integradas al sistema del poder espaol. Tambin, como

un auxiliar militar, aunque en los primeros aos su papel no pudo haber sido muy importante, en la

18
De hecho segn Daz del Castillo, no hubo durante la Conquista sino dos lebreles, una lebrel que haba sido olvidada y que
es reencontrada viva. Se encuentra la lebrel que haba sido dejada cuando pas Grijalva, y estaba gorda y brillante y como
tenamos con nosotros un lebrel de gran tamao que perteneca a Francisco de Lugo y ladraba fuerte en la noche pareca que
los caciques de ese pueblo informaron a sus amigos de Cempoala que haba tigre o len o bestia a matar a los indios
(tomo II, p. 6).
Ntese que en esta ancdota, Daz del Castillo emple la precaucin oratoria: pareca. No deja de ser interesante hacer el
recuento exacto de los hechos donde l emplea ese tipo de precauciones, podramos encontrar algunas sorpresas. Se ver
entonces desprender un doble discurso, aquel del recuerdo de Bernal Daz del Castillo, luego, superpuesto el discurso de
aquel que hemos llamado el mito: el retorno de los dioses los prodigios.

241
medida, por ejemplo, en que para estas desgraciadas criaturas era muy difcil distinguir entre un indio

aliado y un indio enemigo; ms an, la extrema diversidad del clima, de la flora y de la fauna y el gran

nmero de estmulos sensoriales que reciba un perro yendo de Veracruz a Tenochtitlan y las

innumerables combinaciones de ellos, desde nuestro punto de vista, no les permita ser muy eficaces. En

fin, la riqueza de la pequea fauna disponible, caza de pelo y plumas, debi dar una cierta independencia

a esos animales. Encontraron al lebrel olvidado en la isla de Cozumel por la expedicin de Grijalva

gordo y brillante, dice Bernal.

Sin embargo, es posible que en ciertos casos, muy limitados, los perros hayan podido jugar un papel

destacado en la ofensiva; pero, planteamos la pregunta: es posible tener muchos perros amaestrados

que puedan ser, en conjunto, eficazmente dirigidos?

No podemos afirmarlo slo porque un jefe espaol, cuando reparte el botn, da una parte a su perro

favorito. No es por esto que el papel de ste haya sido importante, sino porque su poder sobre sus

compaeros es tal que lo puede hacer y se atribuye una parte suplementaria, dndola a su perro.

La expedicin de Corts, y Corts mismo, no dice nada al respecto, no incluye perros de combate; slo

se tienen huellas a travs de Bernal Daz del lebrel de Cozumel y de otro perteneciente a Corts.

Si no hay perros histricos, de dnde provienen entonces estos perros discursivos? Antes de llegar

al examen del intertexto occidental que anima el relato de la conquista americana, podramos ver si esta

presencia puede tener algo que ver con lo prehispnico que los Informantes hubieran podido dejar

permear involuntariamente en su relato.

Podramos decir, a manera de hiptesis, que esta figura discursiva del perro revela no el miedo al perro

como animal, sino a la muerte que poda provocar. Los guerreros y los indios, en general, han probado

que eran lo suficientemente valientes y no teman a la muerte en combate, pero a lo que probablemente

s podan temer era a un tipo de muerte ignominiosa y propiamente aberrante para ellos.

242
Lo que aqu queremos decir atae a la nocin de cuerpo propio que desarrolla cualquier cultura, es

decir, que concierne al conjunto de todas las relaciones que el individuo de una cierta cultura liga con su

cuerpo, base de su socius. As, las relaciones sexuales, los cuidados corporales, las prcticas del vestido

y culinarias, describen una concepcin del cuerpo propio, verdaderamente dialctica entre el hombre y

su cuerpo. Tenemos suficientes elementos para poder pensar que en el conjunto americano exista una

verdadera formulacin original del cuerpo. Recurdese los baos de vapor fundamentales en toda

Amrica, pero igualmente el dominio para los indios de su cuerpo y el cuidado apasionado de ste como

medio de conocimiento, por una serie impresionante de mortificaciones, sacrificios, ayunos, etc., como

los que se impone el joven guerrero y que le permiten desarrollar no slo una gran resistencia fsica al

dolor, al cansancio y un control casi perfecto sobre su cuerpo la impasibilidad indgena sino

tambin alcanzar un estado de sueo despierto, una especie de estado psquico en el que tendr una

visin y la intuicin de su porvenir, que lo diferencia y lo ata al universo y a su grupo.

Creemos que el ejemplo de los indios de las grandes llanuras americanas, bien conocido en este aspecto,

nos puede ayudar a pensar un poco lo que fue esta relacin con el cuerpo en la poca precolombina. El

uso de estupefacientes diversos y de otras drogas mgicas ayudaba a esta integracin

reinterpretacin del universo a travs de un pensamiento de la accin; el cuerpo entero no estaba pues

separado del conocimiento y serva de vector a estas diferentes operaciones. De aqu se derivaba el

establecimiento de una relacin original con el cuerpo. Es evidente que estas relaciones condujeron a

diversas actitudes frente a la muerte; por ejemplo, los guerreros deban presentarse en el combate con

toda su personalidad, es decir, con un honor sin mancha, despus de haber vestido su traje de

guerra, representando la historia personal del guerrero.

Por lo tanto, la muerte por los perros pudo haber sido considerada como una muerte ignominiosa,

porque el animal no solamente ataca por sorpresa, es decir, sin respetar todo el ceremonial de la guerra,

243
y no permite al guerrero prepararse para el acto de guerra sino, igualmente, al desgarrar al guerrero

con sus dientes perturba la gran relacin armnica que el guerrero tiene tejida con su propio cuerpo.

En numerosos casos se advierte que, a menudo, en el curso de las guerras indgenas americanas, pero

tambin en otras pocas y culturas, los sobrevivientes arriesgan su vida para no dejar los cuerpos de sus

camaradas muertos en manos enemigas cuando no existen treguas institucionalizadas para permitir a

los beligerantes la posibilidad de enterrar sus cadveres, pues se trata, efectivamente, no slo de

honrarlos, sepultndolos del modo previsto por la costumbre, sino igualmente de impedir que sus

cuerpos sean ultrajados por los perros, las aves de rapia o aun los enemigos. La muerte por los perros

entra en este tipo de ultraje que condiciona de manera muy drstica ciertas formas de creencia de vida

post mortern.

Perros imaginarios

La descripcin de los perros de los espaoles no poda escapar al discurso escatolgico que ya hemos

descrito, como todo lo que concerna a los espaoles: armas, caballos, perros, armaduras. A este

respecto, nos creemos autorizados a decir que, como los caballos, los perros no tuvieron la importancia

militar y tctica que los historiadores contemporneos, releyendo los textos de los Informantes de

Sahagn, han querido atribuirles.

Cabe destacar que una cierta figura del perro, en la tradicin grecolatina, ya se inscribe en el discurso

de la amenaza amenazas sobre Roma y se encuentra entre los prodigios anunciados y transmitidos

por Virgilio y Tito Livio; se anota muy a menudo: los horrorosos ladridos de los perros que penetran

en los lugares ms sagrados para hacer or sus aullidos.

Hemos ya descrito el aspecto terrible que revestan en el testimonio indio los perros de los espaoles,

pero despus de una Tenochtitlan que sera otra Jerusaln, de los dioses que seran prefiguracin de

244
Dios, de los caballos que seran los del Apocalipsis, no seran estos penos tambin el anuncio de otra

cosa?

El perro de la Biblia tiene poco que ver con el de nuestro imaginario actual; con ese compaero fiel,

amigo de los nios, lamiendo la mano de un amo ya viejo. Fidelidad, valor, devocin constante y

obediencia son cualidades que, para nosotros y nuestros contemporneos, son inseparables de la idea

misma del perro. Pero la idea bblica de este animal est muy alejada de esta imagen empalagosa y

sentimental.

El perro en la Biblia

Desembaracmonos primero de esta furtiva aparicin del perro bueno, pues de hecho esta imagen no

est si no apenas esbozada.

Mientras que el perro aparece ms de una cuarentena de veces en las Escrituras, apenas si se hace

alusin a los servicios que puede prestar cuando cuida, perro fiel, el rebao; incluso en este ltimo caso,

cuando lo hace, no parece que este animal gozara de una gran reputacin ni de la confianza de su amo,

como lo muestra el texto de Job (XXX: 1) cuando manifiesta su indignacin al ver cmo lo tratan

algunos testigos de su infortunio: Pero ahora, aquellos que son ms jvenes que yo se ren de m,

aquellos a cuyos padres yo desdeara poner con los perros de mi rebao.

En otro pasaje del Antiguo Testamento tambin se habla del perro guardin del rebao, pero para

estigmatizar a los jefes naturales de los hebreos que no son capaces de guiar el rebao del pueblo

elegido; y el Eterno dijo por la voz de Isaas (LXV: 10, 11): Sus atalayas son ciegos, todos son

ignorantes; son perros mudos que no pueden ladrar; roncan soolientos, echados, aman el dormir

Son perros glotones e insaciables; son pastores sin inteligencia.

245
En el Nuevo Testamento, el hecho de que los perros hayan ido a lamer las lceras del pobre Lzaro se

entiende a veces como una prueba de algn inters por el perro y que existe algo en comn entre hombre

y perro. Esto cuando el evangelista Lucas (XVI: 20, 21) presenta el retrato miserable de la suerte de

Lzaro:

Haba tambin un mendigo llamado Lzaro, que estaba echado a la puerta del rico, lleno de llagas
y ansiaba saciarse con las migajas que caan de la mesa del rico y aun los perros venan y le
laman las llagas.

Una lectura posible es que el perro se conmueve tiernamente y tiene piedad de este infeliz y por eso le

manifiesta afecto, lo que el corazn endurecido del rico, peor que un perro, no puede hacer.

O al contrario, se puede leer tambin que Lzaro es tan miserable que no puede ni ahuyentar a los penos

que lamen sus heridas, a menos que su suerte sea tan terrible y su degradacin tan extrema que lo haga

asimilarse a los perros, a causa de la avaricia del rico; en cualquiera de las lecturas, el perro sale poco

engrandecido de la parbola.

De hecho, no existe una sola evocacin del perro tal como lo conocemos hoy; es ms, los que tienen

perros saben que stos raramente siguen al amo, a menos que hayan sido amaestrados; al contrario, lo

preceden. As, en el Libro de Tobas se encuentra un cuadro parecido, pero puede ser interesante sealar

que este libro no es reconocido por las Biblias judas o protestantes, pues su origen es considerado como

muy dudoso.

El padre de Tobas, Tobit es ciego y ste, siendo nio an, debe partir a un largo viaje; un compaero de

ruta se presenta: es el arcngel Rafael (VI: I), Parti el joven con el ngel y el perro los segua.

Caminaron, y llegada la noche, acamparon a la orilla del ro

Y no se hablar ms del perro, sino mucho ms tarde, cuando los dos viajeros caminan de regreso hacia

la casa de Tobit, en compaa de la esposa de Tobas, Sara, que aquel ha desposado en el curso del viaje.

El ngel dijo a Tobas (XI: 3): Vmonos nosotros delante para preparar la casa antes de que llegue tu

246
esposa. Marcharon los dos juntos y el perro les segua... y es el perro quien de repente corre hacia los

lugares familiares y anuncia a la madre de Tobas el tan esperado regreso de su hijo. Aqu pues, se

presenta un perro bastante simptico, anunciador de una buena nueva; sta es la nica descripcin

positiva del perro, pues todas las otras estarn marcadas con el signo de la violencia y de la muerte.

Por tanto, el perro es un animal famlico y voraz, devora los cadveres de los enemigos dejados sin

sepultar.

As, el Salmo LXVIII (V: 23 y 24) dice: El Seor le dijo: de Basn los har volver y los regresar de

los abismos del mar. Para que baes tus pies en su sangre y hasta la lengua de tus perros reciba parte de

los enemigos.

La venganza de Yahv contra los reyes impuros de Israel ser cumplida por los perros y las otras bestias

feroces. As, los 4 Libros de los Reyes reportan a menudo las siguientes maldiciones: (1 Reyes XVI: 11):

Aquellos de la familia de Jeroboam que mueran en la ciudad, se los comern los perros; a los que

mueran en el campo, se los comern las aves del cielo

El castigo es idntico para Bas, pues (Reyes XV: 4):


T has imitado la conducta de Jemboam y t has hecho cometer a mi pueblo pecados que me
irritan [adoracin de dolos]..,.Los de la familia de Bas que mueran en la ciudad sern comidos
por los penos y los que mueran en el campo sern pasto de las aves del cielo.

Los captulos XXI y XXII del primer Libro de los Reyes reportan la historia de Ajab, de su mujer
Jezabel y de una de sus vctimas, Nabot.
Elas de Tisb es enviado por Yahv a Ajab; as habla Yahv: En el mismo lugar en que los
perros han lamido la sangre de Nabot, lamern la tuya...
(V: 22): Tu descendencia desaparecer como la de Jeroboam y Bas porque arrastraste a tu
pueblo al pecado y a m me has enojado.
(V: 23): Tambin ha hablado Yahv contra Jezabel: los perros comern a Jezabel en el campo de
Jezrael.
(V: 27): Aquellos de la familia de Ajab que mueran en la ciudad se los comern los perros.
(V Ajab muri en combate, XXII: 37): ...y la sangre de su herida se coagul en el fondo de su
carro.

247
(V: 38): Lavaron el carro con abundante agua junto al estero de Samaria. Los perros lamieron la
sangre y las prostitutas se baaron en ella segn lo que Yahv haba dicho.

En cuanto al cruel final de Jezabel, se reporta en 2 Reyes IX:


La echaron abajo y su sangre salpic los muros, y los caballos y Jeh pasaron por encima de su
cuerpo. Jeh entr, comi y bebi; despus orden: Cuiden de esta maldita y denle sepultura,
pues es hija de rey. Fueron para sepultarla pero no encontraron ms que las manos y los pies con
el crneo. Regresaron a avisar a Jeh quien dijo: es lo que Elas de Tisb haba dicho de parte de
Yahv: en el campo de Jezrael los perros comern la carne de Jezabel. Su cadver ser estircol
dispersado sobre la tierra y nadie podr decir: sta es Jezabel

El perro es un animal peligroso, no solamente porque devora a los hombres o a los cadveres, sino

porque siempre anda rondando por las ciudades, parece insaciable. El salmo XXI los asemeja a los

asaltantes temibles que acechan a sus vctimas:

Merodean novillos numerosos y me cercan los toros de Basn.


Con sus bocas abiertas me amenazan
como de leones rugientes que desgarran...
La jaura de perros me rodea,
un grupo de malvados me acomete,
ligaron mis manos y mis pies
me precipitan en el polvo y la muerte...

La ferocidad de estos animales se reporta en el orculo de Yahv, en Jeremas (XV: 3) donde est

escrito:

Destinar contra ellos cuatro gneros de


males, la espada para matarlos,
los perros para despedazarlos,
las aves de rapia y las fieras salvajes para
devorarlos y aniquilarlos...

248
En el salmo LIX (58 de la Vulgata) los enemigos son comparados con jauras que merodean sin cesar en

la ciudad y sus alrededores:

Vuelven al atardecer
ladrando como perros
y van dando vueltas por la ciudad.

Y tambin leemos;

Vuelvan al atardecer
y ladran como penos,
dando vueltas por la ciudad
Andan rondando en busca de comida,
siguen gruendo hasta que la consiguen...

El perro es un animal despreciable, por lo que se le dejarn aquellos animales que las fieras hayan

matado (xodo XXII: 31): Sern ustedes hombres consagrados a mi servicio. No comern de la carne

que haya sido desgarrada por una fiera en el campo, sino que se la darn a los perros.

El perro es un animal impuro y despreciable: para los judos, los idlatras son semejantes a los perros;

de esta asimilacin nacer el castigo infligido a los reyes malditos, quienes son, ante todo, reyes de

los dolos, aun siendo todos reyes legtimos.

EL trmino perro es un insulto; as, cuando David encuentra a Goliat (1 Reyes XVII: 43): Aquel,

viendo venir a David, armado con su honda y su bculo, le apostrofa retador: t me tomas por un perro.

El perro, Keleb no es solamente miserable y despreciado, de hecho su contacto mismo es impuro y

obsceno. El libertino tambin es Keleb y la Ley rehsa recibir las ofrendas de los libertinos. El pasaje

del fin miserable de Ajab, que hemos citado, construye por numerosos detalles un vasto campo

simblico de lo impuro pues el carro de Ajab es lavado con las aguas de Samaria (es necesario recordar

249
el desprecio de los judos por los samaritanos?); pero tambin esta agua ser bebida por los perros, aguas

de por s impuras porque en ellas, anteriormente, se baaron las prostitutas.

Para terminar esta aproximacin al perro en el Antiguo Testamento, podramos recordar esta insistente

recomendacin, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: No tira las cosas santas a los

perros. De todas maneras, el vocabulario mismo en el mundo mediterrneo lleva an la huella de esta

maldicin: sucio perro, hijo de perro, cabeza de perro; numerosas expresiones llevan la huella de

ese desprecio.

Perros nuevos

Es difcil decir exactamente en qu momento la imagen del perro fue reivindicada, pero tenemos

razones para creer que este cambio es tardo y que data apenas de los siglos XVII y XVIII e incluso ms

tarde. En la Edad Media parece ser que la imagen de perro en la cultura clerical escrita es an, en parte,

aquella de la tradicin bblica y los eptetos hereje y perro estn a menudo unidos. Como ejemplo,

ese curioso testimonio simblico y representativo de la poca que nos reportad. Le Goff.

En Cluny, el monje que consultaba en la Biblioteca un manuscrito de autor antiguo, deba


rascarse la oreja con un dedo, a la manera en que un perro se rasca con la pata pues esto es en
buen derecho, que el infiel es comparado con este animal...

Lo mismo sucede en ciertas prcticas judiciales. El estatus del perro es muy ambiguo; si se ha cometido

homicidio y el culpable es judo, ser colgado de los pies entre dos perros, uno a cada lado.

Por otra parte, Le Goff nos recuerda que:

En la Edad Media el smbolo del perro es tironeado en dos direcciones: la tradicin antigua en la
que es una representacin de la impureza y la tendencia de la sociedad feudal a rehabilitarlo como
un animal noble, indispensable compaero del seor en la caza, smbolo de la fidelidad, la ms
elevada de las virtudes feudales... 19

19
J. Le Goff, La civilisation de lOccident mdieval, op cit., p. 149.

250
Ha habido una elevacin gradual, ciertamente, pero es muy posible que sea diferente segn las regiones

y las tradiciones locales. De la misma forma, en funcin de los hbitos de clase, el perro es auxiliar del

seor cuando caza en sus tierras, pero en muchas regiones el campesino no tiene derecho a cazar y a

menudo tampoco lo tiene de poseer un perro; y aunque lo deseara, es casi siempre demasiado pobre para

alimentar al animal, por cierto, bastante poco exigente, excepto en ciertos oficios especializados. El

campesino ve a menudo, muy a menudo, al perro bajo la forma de los molosos del seor o formando

jauras errantes que atacan el magro ganado que pueda poseer, sobre todo cabras y borregos o sus aves

de corral.

Uno no se imagina el poder de esos gentiles perros cuando han escapado, por cualquier razn, a esta

servidumbre de ser perro para formar un pequeo grupo de animales semisalvajes, reencontrando el

sentido de la organizacin jerrquica propia y elaborando nuevos mtodos de caza comn.

Pero, en conclusin, y regresando a la Conquista de Mxico, podemos decir que, aunque en los

Informantes de Sahagn encontramos unos perros como actores importantes de la conquista por el

miedo que habran inspirado a poblaciones atnitas, no son mencionados por el propio Corts, quien no

hubiera omitido contarlos cuando hace los diferentes recuentos de sus fuerzas. Ms bien, estos perros

pertenecen a ese discurso escatolgico que permea el relato que los Informantes de Sahagn y

acompaan a la descripcin de las armaduras de hierro, los caballos, las armas. Estn presentes cuando

los primeros mensajeros de Motecuhzoma van a percatarse de quines han llegado a las costas:

Tambin le dieron relacin de lo que coman los espaoles, y de los perros que traan y de la
manera que eran, y de la ferocidad que mostraban, y de la color que tenan.20

20
Fray Bernardino de Sahagn, op. cit., p. 826.

251
Pero de estos perros se precisa cuando los espaoles se acercan a Tenochtitlan, en los momentos en que

los espaoles vencedores de los otomes de Tlaxcala, castigadores de los traidores de Cholula, se

acercan triunfadores a la capital:

Los espaoles, con todos los indios, sus amigos, venan gran multitud en escuadrones con gran
ruido y con gran polvareda, y de lexos resplandecan las armas y causaban gran miedo en los que
miraban. Ansimismo ponan gran miedo los lebreles que traan consigo, que eran grandes. Traan
las bocas abiertas, las lenguas sacadas, y iban carleando. Ansi ponan gran temor en todos los que
los vian.21

Despus, en el relato del gran enfrentamiento guerrero que decidir la suerte de la capital, los

Informantes no volvern a mencionarlos. Y no solamente porque estos perros fuesen heridos o

muertos, sino porque el discurso proftico del cual formaban parte se ha transformado en el

enfrentamiento directo entre las tropas del bien contra las huestes del demonio. Incluso podramos decir

que el intertexto canino occidental toma una cierta autonoma respecto a los perros histricos de la

Conquista y de la misma fauna americana, cuando se nos cuenta que despus de la noche triste, los

mexicas empiezan a hacer la limpieza de la ciudad y sus alrededores: Sacronlos, y despojronlos, y

echronlos desnudos por entre las espadaas y juncias para que alli los comiesen las aves y los perros 22

Si se trata de regalar el cuerpo de los enemigos muertos a los zopilotes es algo creble, pero... a los

perros?, cules perros?, si sabemos que no haba perros silvestres en el Anhuac.

Habr aqu un error de tipo zoolgico y se tratara de simples coyotes..?

Los perros, como los caballos, la descripcin de armas y de las batallas pertenecen a una retrica que

esperamos haber mostrado suficientemente en accin para que el lector se convenza de que tambin aqu

lo que se describe no es un hecho real y, por lo tanto, la reaccin indgena descrita tampoco es

histrica. Y con todo esto, dnde qued La visin de los vencidos?

21
Ibd., p. 830.
22
Ibd., p. 842.

252
A MANERA DE CONCLUSIN

O cmo el lector que ha ledo al autor,


Que ha ledo a Clo.
Que ha ledo a los informantes de Sahagn
Que ha visto a los indios,
Pero que no ha dicho nada...

As terminan de dar vueltas nuestras derivas a travs de siglos y discursos; es tiempo de concluir. Si el

lector ha seguido con paciencia y confianza el camino que hemos intentado trazar con l y para l; si no

se ha desanimado por la extrema confusin de un estilo a veces gongoriano, por la mezcla de los niveles

del discurso utilizado y una construccin generalmente catica, podr haber sido convencido,

esperamos, no solamente por un cierto grado do ingeniosidad y de coherencia en la tesis, sino sobre

todo, y esto es aqu lo fundamental, porque este trabajo puede ser el inicio de la gigantesca empresa

urgente y necesaria que conducira a una relectura y una reescritura de uno de los mayores

acontecimientos de la historia de nuestro planeta.

Partiendo de la cuestin de la indianidad de los textos indgenas de la Conquista, hemos sido

inducidos a cuestionar su estatus epistemolgico. Hemos concluido que no pudieron ser indios, si se

entiende por indios algo diferente a una caricatura producida por el discurso cristiano-occidental. Hemos

sido igualmente inducidos a mostrar cmo la historia contempornea, a pesar de sus harapos

antropolgicos de los cuales est muy orgullosa, tiene muchas dificultades, en general, para leer e

interpretar los textos producidos en cualquier otra funcionalidad histrico-social.

Tambin esperamos haber mostrado que cuando sobre los acontecimientos humanos se sobrepone, al

filo de los siglos, una serie de capas discursivas, es imposible llegar a un conocimiento mnimo del

evento, sin un trabajo lento y paciente de arqueologa del discurso construido sobre ste.

253
En este sentido, la prctica del historiador se vuelve una escuela de modestia intelectual, porque se

descubre que ya no hay verdad en la historia, sino efmera y transitoria y que todas las investigaciones,

todas las capas discursivas, aun las que parezcan a primera vista las ms descabelladas, son

perfectamente coherentes en s mismas y de acuerdo con los criterios de escritura de su poca; asimismo

que la prctica aun genial, no ser ms que una capa sobre una cadena sin fin de interpretaciones y

producciones imaginarias que toman su verdadero sentido slo en el momento de su emisin.

Es tambin uno de los alcances de un trabajo sobre la construccin de la historia americana, el de darse

cuenta que la historia no solamente est escrita por los vencedores, sino que su verdadera finalidad es

despojar a los vencidos de su memoria, presentndoles un sistema de identificacin tal que no puedan

jams regresar a un estado de conciencia histrica anterior.

Los vencedores occidentales, ellos, saben muy bien que son los dueos del verbo, no tienen dudas y si

algunos ms sensibles llegaran a tenerlas, no faltarn ceremonias propiciatorias de una confesin

colectiva para borrar el pecado original de su victoria.

Ms all del resultado eficaz del sueo de quienes los produjeron, la concrecin de estos

acontecimientos en un discurso escrito impide alcanzar, de manera inmediata, aquello que realmente

sucedi, y para construir una nueva explicacin histrica, un nuevo discurso sobre lo ocurrido, es

necesario atravesar cada capa del discurso para entender su lgica y su estructura, evaluando as, al

mismo tiempo, la manipulacin que cada estrato del discurso hace experimentar a las fuentes

histricas.

En el curso de este libro hemos intentado plantear un cierto nmero de hiptesis que deben permitir la

construccin de una nueva imagen no slo de las sociedades indgenas, que permita decir, en primer

lugar, lo que ellas no fueron, sino tambin intentar rasgar la pantalla o las pantallas que nos impiden

avanzar hacia un posible conocimiento de las sociedades precolombinas. Pensamos que un mejor

254
conocimiento de esas sociedades permitir, a su vez, relativizar y construir una nueva imagen de lo que

fue o, por lo menos, lo que pudo ser la Conquista de Amrica, vista realmente desde el lado indgena.

Asimismo, nos parece que se puede intentar extraer de nuestro estudio algunas conclusiones de tipo

metodolgico-histrico, como, por ejemplo, en qu condiciones los textos indios, a pesar de lo que

hemos podido decir, podrn, despus de todo, servir de fuente para una aproximacin a las sociedades

precolombinas.

Seremos igualmente inducidos, en cada caso, a revelar y describir las funciones y las aplicaciones

especficas de esos textos, las leyes de composicin que las rigen y los juegos simblicos que las

animan. Se intentar constituir una tipologa de las fuentes americanas que debera contribuir a una

teora general de los gneros discursivos coloniales y a una retrica general y permitira evitar las

confusiones que el uso irresponsable, indiscriminado e indiferenciado de estos textos provoca.

Esta nueva reflexin general que proponemos permitira precisar lo que fue la Conquista de Amrica,

como encuentro de civilizaciones. Y saber si, como tenemos la impresin, no se trat realmente de una

terrible y trgica confusin, que quizs estas dos civilizaciones, en realidad, no se enfrentaron jams,

que los lugares simblicos donde las dos civilizaciones propusieron el enfrentamiento no fueron los

mismos y que, de hecho, no pudieron enfrentarse jams. Se impuso, simplemente, el sistema ms

violento y ms destructivo.

Desde el punto de vista antropolgico, pensamos que nuestro estudio podra ayudar a sortear las

ambigedades de la investigacin en antropologa en general y, sobre todo, en antropologa social, por

supuesto en la presentacin de un modelo de sociedad indgena que no sea la mera reproduccin de una

modelo social nacida de la historia de la evolucin histrica blanca occidental.

Se tratar, pues, de construir modelos de sociedades indgenas originales, para dejar de pasarlos en el

molde unificador y negador de la mentalidad primitiva. El establecimiento de esos modelos diferenciales

indgenas nos permiti, en cierta medida, dilucidar la profundidad histrica del movimiento de conquista
255
a travs de los siglos; movimiento que podemos incluso considerar como no concluido todava; y

tambin comprender las formas regionales que esta lucha ha tomado en el espacio americano. Nos

permiti, tambin, en cierta medida, diferenciar hoy, en la vida de las comunidades contemporneas, lo

que es autnticamente precolombino y lo que es influencia exterior, ayudando as a renovar y a

estructurar histricamente, en fin, los estudios sobre folklore mexicano, la cultura tradicional, la cultura

popular, el estudio de los mitos indgenas, etctera.

Quiz lo ms importante es esperar que nuestro estudio sirva para que alguien elabore esos elementos de

un nuevo discurso histrico-poltico, cada da ms urgente, como base de una nueva conciencia histrica

que no solamente permita precisar las posiciones frente a ciertos aspectos burgueses de la ideologa

nacional, clarificando as las controvertidas polmicas sobre lo popular o lo mexicano, sino tambin

que permita participar en un nuevo impulso de las luchas antimperialistas.

Si esta investigacin, algn da, proporciona herramientas para construir algunos de estos propsitos,

habr logrado el ms importante de sus objetivos, es decir, habr conseguido desembarazar a la

conciencia histrica de s, de las masas campesinas y de los mexicanos en general, del frrago

ideolgico acumulado sobre su pasado histrico por cinco siglos de discursos colonialistas, ya sean

teolgicos-feudales o histrico-capitalistas. En ese sentido, solamente, la empresa aventurera del vstago

de campesinos de Francia, buscando comprender la historia y la especificidad de las culturas campesinas

mesoamericanas, encontrar su legitimacin.

256
UNA LTIMA VUELTA

Eplogo para una nueva edicin

A cuarenta aos de haber sido elaborado y a 20 de haber sido publicado por primera vez, uno puede

preguntarse si este libro todava tiene alguna vigencia... Pregunta algo retrica de parte de su autor, pero

indispensable en un eplogo y que slo el lector estara en capacidad de responder. Pero tambin

podemos suponer que si lo tiene entre sus manos o en su pantalla, es probablemente porque an hoy le

parece que puede serle de alguna utilidad, tanto ms que su decisin de leerlo no obedece, es ms que

probable, a ninguna de estas grandes campaas mediticas que lanzan algunos autores como si se

tratara de un nuevo jabn de lavadora o de sper sper nuevos paales ecolgicos.

La terquedad, bien conocida, del autor podra explicar por s solo este intento de desafiar al tiempo y

seguir pretendiendo presentar una rancia obra? A lo mejor, pero no explicara por qu sigue teniendo

lectores. Es precisamente a esos posibles lectores a quienes van dirigidas las lneas que siguen.

En la medida en que siempre se escribe para causar un efecto en el posible lector, me gustara explicitar

algo del porqu del libro hace 40 aos y tambin de ste nuevo porqu de su edicin electrnica. La

respuesta sera sencillamente como lo hemos ya esbozado, que nos parece que el contenido de este texto,

tanto ayer como hoy, sigue vigente.

Como se menciona en la introduccin, el cuerpo metodolgico y terico de este texto proviene de una

tesis de doctorado de tercer grado que se elabor en los aos fecundos que siguieron al 68. No viene al

caso explicar todos los vericuetos que me llevaron a toparme con La visin de los vencidos, lo he

intentado explicar en otros textos. Slo quiero subrayar aqu que este texto mo es la prueba de que en

estos aos era posible pensar de otra manera la historia americana y proponer una nueva escritura para

la dichosa historia de la conquista. Es cierto que haba muchos obstculos en ese camino. Apenas se

257
estaba afirmando el legajo de los primeros Annales, el materialismo histrico empezaba su irresistible

ascensin, la antropologizacin de la historia empezaba sus tortuosos y ambiguos recorridos, la historia

como relato nacionalista, segua siendo una imponente realidad, etc., etc., pero para un joven que

buscaba un campo de especializacin, no era en esas querellas de escuelas que se buscaba rumbo. Fue

ms bien en el florecimiento de esos aos de todas las revueltas cotidianas contra una vida prefabricada

de antemano por las instituciones y las ideologas, donde encontramos las fuerzas para el inicio de un

nuevo camino ntimo e intelectual.

El primer punto que hay que subrayar aqu es que en el mismo movimiento, tanto la tesis como su autor,

se formaron juntos, no se puede separar el tiempo de la elaboracin del texto de la misma conformacin

del sujeto-autor. A veces se ha considerado a los aos 68 como culpables de una irresponsabilidad

global en lo poltico y lo cultural, en Europa se les acusa de haber destruido el respeto por las jerarquas,

generando un odio por el orden y el respeto del sentido comn de esa poca. Probablemente es cierto,

nuestro deseo por librarnos de todas las mezquinas trabas de la vida cotidiana nos llev, por lo menos en

mi caso, a rechazar todas las explicaciones simples y admitidas. Y como me fascinaba la historia

desde chiquito, aunque jams me imagin la posibilidad de ser historiador profesional, despus de un

largo recorrido por las ciencias humanas, por una concatenacin de azares me encontr redactando una

tesis sobre la historia blanca, es decir cmo occidente se haba dado a la tarea, desde haca un siglo o

dos, de dotar a todas las culturas otras de identidades e historias. En lo poltico probablemente ramos

muy angelicales, creamos que se podra cambiar la vida y construir un mundo nuevo.

En ese trabajo para pensar el mundo antiguo y cmo construir sobre sus ruinas ese mundo perfecto de

nuestros deseos, tenamos que enfrentarnos a todas las doxas que jaloneaban a caminos obligados, pero

en el trabajo de reflexin global que intentbamos como generacin, tenamos que enfrentarnos con

dcadas de escritura que pretendan en el mismo movimiento imponernos identidad y describir a los

otros, pero lo rico y dialectico si se quiere, es que en la construccin de estos otros


258
encontrbamos los mismos mecanismos que servan para negarnos a ese nosotros mismos que

intentbamos imaginar. Es por eso que pensbamos, estbamos seguros, de que la liberacin propia

pasaba por la liberacin de todos. Probablemente es lo que nos volva muy arrogantes para los que

estaban muy felices en este nuevo mundo del consumo de masas que empezaba a ofrecer sus drogas y

sus espejitos.

En esos aos empezbamos a descubrir el mundo y que todas las historias particulares estaban, de

hecho, interconectadas y por eso ramos radicalmente anticolonialistas, cualquier lucha o guerra de

liberacin en cualquier rincn del planeta llamaba poderosamente nuestra atencin. Hoy el mundo ha

cambiado mucho, los lderes que de manera romntica ensalzbamos, se fueron transformando, a veces,

en dictadores sangrientos o han sido borrados por rebeldas populares que a lo mejor tambin parirn, a

su vez, nuevos estados autoritarios La novedad tambin es que la informacin ya no est controlada

como en nuestros aos mozos en que podamos ser manipulados de manera muy eficaz. La difusin y la

multiplicacin del internet, aunque ah tambin hay cosas maravillosas y otras terribles, pueden ayudar a

empezar a pensar el mundo como esa rea global que sobamos. Los intentos recientes de querer

controlar el internet en varias partes del mundo son, probablemente, la prueba de que esa voluntad de

pensar una historia comn se enfrenta cada vez ms a muchos intereses, ellos tambin, globales y

poderosos.

As, si tuviera que caracterizar el inters de este libro sera el de pensarlo, antes que todo, como una obra

anticolonialista, una obra que puede ayudar a pensar la naturaleza ambigua de la construccin histrica

de las identidades nacionales.

Desde las historias nacionales, generalmente, se rechaza que las identidades que se han producido para

consumo interno tengan algo que ver con la idea colonial, y ms en Amrica Latina, ya que la

constitucin de las entidades nacionales se empez a gestar en el siglo XIX y, por lo tanto, sus elites hoy

pueden hacerse de la vista gorda como si la idea colonial no tuviera nada que ver con su proceso de
259
construccin identitario. Quieren olvidar que sus antepasados decimonnicos depreciaban

profundamente e intentaban prohibir el acceso al estatuto de sujetos polticos a las masas que constituan

el cuerpo de su nacin. En el caso mexicano la influencia francesa, tan celebrada en este pas, proviene

probablemente ms del deseo de esa elite nacional de parecerse o de vivir a lo parisino que de un real

potencial francs de aculturacin, a pesar de todo lo que se puede glosar sobre los derechos del hombre

y del ciudadano. Y si fueron llevados a inventarse una ideologa mestizante fue ms bien por su

imposibilidad de atraer suficientes geros para mejorar la raza y disolver los rasgos fsicos y culturales

de las antiguas races americanas.

Es por eso que en Mxico durante dcadas, las dificultades polticas y sociales para establecer una

identidad colectiva obligaron a mucho bricolaje y a sacarse de la manga explicaciones historiogrficas

ambiguas. De ese proceso medio catico sali confortada la idea de la patria mestiza. Una patria

ambigua ya que el nico marco de referencia era lo blanco, y el indio slo una masa sin rostro sobre la

cual se poda imprimir la matriz blanca occidental. Hoy, aparentemente, el mestizo ya no est de moda y

se pretende un Mxico multicultural pero queriendo ahorrarse el anlisis del peso de 500 aos de

opresin en la constitucin trgica y catica de estas identidades y memorias indgenas. Es aqu,

creemos tambin, que el contenido de Indios imaginarios puede aportar elementos para pensar, de

manera liberadora, esas nuevas identidades.

Por fin, ante la proximidad de las conmemoraciones de los 500 aos de la conquista y destruccin de la

antigua Tenochtitln, que sern sin duda las ms dolorosas para muchos mexicanos a pesar del

espectculo que estar obligado el estado nacional a montar, nos parece que los anlisis esbozados por

nuestro texto podran ayudar a mitigar tanto los optimismos oficiales como los profundos dolores

identitarios que pudieran resentir muchos mexicanos.

En cuanto al texto en s mismo, si bien retoma lo esencial del objeto tesis, la decisin de Tava S.A. de

realizar una primera edicin en condiciones bastante precarias como lo muestran las innumerables
260
erratas de esa edicin, dio lugar a una primera pequea limpieza y al abandono de uno de los dos

volmenes de la dicha tesis. Lo precipitado de esa empresa no permiti revisar totalmente las fuentes

sobre las cuales habamos trabajado. Es un reproche que se me ha hecho, que estando en Pars utilic

ediciones de fuentes que no eran a veces las mejores, ni las ms filolgicamente adecuadas,

probablemente es verdad, pero podra decir, para mi defensa, que utilic todo lo que pude encontrar en

las bibliotecas de la poca y a las cuales tena acceso. De todas maneras no creo que el corpus terico

interpretativo que presento hubiera sido radicalmente transformado si hubiera utilizado tal o tal edicin,

reputada ms fiable, de los textos cannicos de la Conquista de Mxico.

Para la edicin realizada por la Universidad Veracruzana tambin se intentaron corregir la gran mayora

de los errores de la edicin anterior, y a lo mejor como siempre ocurre, se escondieron otras. En fin, el

texto de la presente edicin ha sido revisado otra vez lnea por lnea, con extremo cuidado y hemos

hecho desaparecer algunos errores de dedos, algunas incomprensiones de los correctores de estilo,

tambin finalmente se han borrado varios galicismos e imprecisiones que subsistan y esto

evidentemente son culpas slo del autor.

En resumen, nos parece que este texto sigue vigente como tal y como testigo de una manera posible de

pensar la conquista de Mxico; aunque estamos convencidos de que con el trabajo realizado durante 10

aos por un grupo de investigadores de diferentes instituciones en el Seminario de Historiografa

Repensar la Conquista, podremos proponer prximamente una nueva visin global sobre la conquista

que no sea ese relato acartonado pro hispnico y colonialista. Como ya lo he afirmado en varias

ocasiones, la riqueza y la grandeza de los pueblos antiguos americanos se lo merecen.

261
En este libro que en 1992 se hizo acreedor al
Premio Clavijero INAH-Conaculta, Guy Rozat
Dupeyron aborda con estilo polmico un tema de
suyo controversial: el de los relatos sobre la
conquista de Mxico y la construccin simblica
subyacente, que nos lleva a preguntas como;
quines son realmente los informantes, en
particular en e1 caso de los textos recogidos por
Sahagn?, a quines se dirigan tales relatos?,
qu pretendan explicar (o justificar)?

Con el anlisis de los relatos sobre la destruccin


de Jerusaln, Roma y Tenochtitlan, el autor revela
la presencia de un discurso legitimador de la
violencia occidental que no slo ha subsistido a
las necesidades de la legitimacin teolgica del
siglo XVI, sino que adems persiste en el discurso
histrico contemporneo sin que sea advertido
con facilidad, incluso por autores que se plantean
el problema de estos relatos desde la perspectiva
indgena.

Guy Rozat Dupeyron es doctor en Sociologa por


la Universidad de Pars X (Nanterre). Desde 1976
es investigador del Instituto Nacional de
Antropologa e Historia. De 1976 a 1988 fue
profesor de la Escuela Nacional de Antropologa
e Historia, donde imparti numerosos cursos en
las diferentes licenciaturas y donde cre la
licenciatura en Historia.

Ha publicado mltiples artculos en revistas


especializadas. Otro de sus ttulos es Amrica,
imperio del demonio (UIA. 1996), acerca de la
crnica de Andrs Prez de Ribas, evangelizador
de los yaquis. En 2001 la misma UIA y Conaculta
publicaron su libro Los orgenes de la nacin.
Historia indgena y cultura nacional.

Desde 1989 vive en Xalapa. Ver, donde est


adscrito al Centro INAH-Veracruz y donde
colabora como maestro en la Facultad de Historia
de la Universidad Veracruzana.

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