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History and The Quest For A Historiography of Scientific Explorations and Evolutionism in The American Tropics

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History and the quest for a historiography of scientific explorations and

evolutionism in the American tropics

Nicolás Cuvi
Professor researcher, Department of Anthropology, History and Humanities,
Latin American Faculty of Social Sciences (FLACSO Sede Ecuador), Quito,
Ecuador, ncuvi@flacso.edu.ec (corresponding author)

Delfín Viera
Department of Biology and Chemistry, Núcleo Universitario “Rafael Rangel”,
University of los Andes at Trujillo, Venezuela. delphiceres@gmail.com

Abstract

Se presenta un análisis de la historia de las exploraciones científicas y el


evolucionismo, y de su historiografía desde hace cuatro décadas, sobre los
trópicos americanos, especialmente los actuales Ecuador, Colombia y
Venezuela, y alusiones a Bolivia, Perú y países caribeños. La historiografía en
esos campos ha crecido y ganado madurez y profundidad, desde inicios más
internalistas y universalistas, sesgados por lo hagiográfico, hasta enfoques
críticos y sociales, sobre actores locales y redes internacionales y globales.
Aunque predominan los enfoques de Estado-nación, varios trabajos buscan
nuevos temas, algunos conectados y globales. Ha habido un esfuerzo
sostenido y creciente para generar estudios de calidad, con un clúster más
activo en Bogotá. Los trabajos en toda la región han estado influidos por
posturas STS situadas en contextos locales, plasmadas en artículos y libros de
profundidad y originalidad notable. Se han reevaluado las clásicas
exploraciones y personajes como Mutis y Humboldt, o se han encontrado
procesos de circulación del evolucionismo desconocidos hasta hace poco. Se
han reinterpretado las actuaciones de personajes locales y sus saberes y
tradiciones, hasta ahora muy invisibilizados, como los guías, colectores,
comerciantes, pintores, muchos indígenas.

Keywords

Tropical America, history of natural history, history of darwinism, scientific


explorations

Introduction

La diversidad y complejidad biológica de los trópicos americanos,


especialmente en la amplia región andino tropical, fue conocida y manejada por
los milenarios habitantes de esos territorios primero, y desde el siglo XVI
suscitó el interés de la tecnociencia europea y criolla. Ésta fue asimilando,
apropiando, traduciendo y movilizando saberes locales y elementos del
territorio mediante colecciones de especímenes, escritos, dibujos, mapas.
Tales artefactos sirvieron para generar novedosos abordajes teóricos en el
marco de la historia natural, geología, geografía, etnografía, cartografía,
funcionales, además, para el control del espacio. Con el tiempo, los
conocimientos emergentes, ya mestizos, fueron asimilados o resignificados por
personajes e instituciones en la América tropical que, en varios aspectos,
intentaban parecerse a las europeas, como universidades, sociedades
científicas, clubes literarios. “As the first colonial outpost of the early-modern
European world, Latin America has long witnessed complex processes of
cultural cross-pollination, suppression, and adaptation. Beginning in the fifteenth
century, millenarian Amerindian civilizations, heirs to rich local “scientific”
traditions, seemingly gave way to European institutions of learning and to new
dominant forms of representing the natural world” (Cueto and Cañizares-
Esguerra 2018). En Lima se abrió la primera universidad en 1551, en Bogotá
en 1580, en Quito en 1620 y en Caracas en 1721. Se organizaron gabinetes,
museos, herbarios, jardines botánicos y bibliotecas. Se difundieron y crearon
tratados, libros, inventarios, manuales, cátedras. Desde el siglo XIX aquello
usualmente ocurrió por iniciativas de las repúblicas, aunque siempre buscando
apoyo en actores europeos. Con el tiempo, los exploradores locales también se
apoyaron en guías y saberes locales, movilizando su conocimiento con
dispositivos de la tecnociencia europea, a veces con menos recursos.
La historia de esos procesos de la tecnociencia, en su complejo ir y venir, ha
sido contada de diferentes formas, construyendo una rica historiografía. Las
narrativas comprenden desde tradicionales hagiografías o historias
“internalistas” (contadas por los viajeros, sus sucesores científicos o
historiadores, hasta nuestros días, a veces asociadas con imaginarios
nacionalistas o imperialistas), hasta historias que, desde fines del siglo XX, han
observado a la tecnociencia como algo más social, intrínseca a las relaciones
de poder y el colonialismo, soterradora en muchas ocasiones de los actores
locales y sus saberes, actividad que teje complejas redes transnacionales que
cada vez son mejor conocidas (Cueto and Silva 2020; Barahona 2018; Horta
Duarte 2013).

Un primer conjunto de historias contadas sobre la tecnociencia en los trópicos


americanos, con matices y entrecruzamientos, lo componen cientos de
descripciones de actores y actos, compilaciones que revelan fuentes y
archivos, personajes e instituciones. Muchas de esas historias siguen
apareciendo en forma de libros o artículos de revistas académicas. Un segundo
conjunto, cada vez menos concurrido, se adscribe, acríticamente, a la idea de
espacios vacíos de conocimiento científico a los que se “difunden” las ideas: un
modelo convencional de centros y periferias de George Basalla de 1967. Un
tercer conjunto destaca el papel activo y central de lo local, a veces con
narrativas que ilustran los conocimientos americanos antes de 1500, hasta
aquellas en las que se sostiene que la revolución científica e Ilustración
europea fueron posibles por los conocimientos y el encuentro con América y las
prácticas empíricas asociadas con el trasiego atlántico (Castro-Gómez 2005;
Barrera-Osorio 2006; Cañizares-Esguerra 2006). Algo similar ha sido sostenido
desde el estudio de Asia: “knowledges that thus emerged were totally
contingent on the encounter and that important parts of what passes off as
‘Western’ science were actually made outside the West” (Raj 2007, 223).
Asimismo, cada vez se conoce mejor el protagonismo de reinos o naciones
europeas equivocadamente consideradas “periféricas” de la ciencia moderna
(Arabatzis et al. 2015). En parte como consecuencia de estas reflexiones, hay
una tendencia a construir narrativas que conecten los lugares, actores,
artefactos, para entender ese complejo híbrido material y social que llamamos
tecnociencia.

Ante esa profusa literatura y diversidad narrativa, en este artículo ensayamos


una síntesis de la historia e historiografía de dos temas: las exploraciones
científicas (un medio y una práctica de la tecnociencia), y el evolucionismo
(idea científica). Nos preguntamos sobre estas historias en parte de los trópicos
americanos, los actuales territorios de Ecuador, Colombia y Venezuela, con
alusiones a Perú, Bolivia, Centroamérica y El Caribe. Si bien lo tropical-
americano es en gran parte Brasil, la producción sobre ese país supera el
alcance de este artículo. Tenemos dos propósitos principales a partir de ello.
En primer lugar, relevar acontecimientos, actores y procesos con enfoque
conectado. En segundo lugar, analizar las formas en que esas historias han
sido contadas, sobre todo desde la década de 1980. Dejamos de lado, por lo
tanto, abundantes narrativas realizadas antes, comenzando por las de
cronistas y autores de Relaciones Geográficas.

Para escoger las fuentes principales nos inclinamos primero por los trabajos
escritos en español, desarrollados por historiadores situados en los trópicos y
algo en España, que en ocasiones publican en otros idiomas, sobre todo inglés.
Consideramos también obras publicadas primero en inglés, traducidas al
español y publicadas en los trópicos por su relevancia local. También
consideramos trabajos de autores que escriben en inglés y que, situados en
otros lugares, investigan actores locales/tropicales, a veces en relación con
viajeros extranjeros. Revisamos además obras en inglés no traducidas pero
influyentes en la comunidad de historiadores tropicales. Dejamos de lado
campos como historia de la medicina, ligada a las ciencias de la vida en
asuntos como plantas medicinales o el debate eugenésico. También quedaron
en alusiones aisladas, y sólo en algunos casos, la forestería, ciencias del mar,
agricultura, genética, fisiología, geología, neurobiología, embriología,
microbiología, entre otros campos que han marcado las ciencias de la vida,
cada vez más complejas, especialmente en el siglo XX. Para la elección de
fuentes y autores nos apoyamos en búsquedas propias y en seis entrevistas a
historiadores y sociólogos de la ciencia situados en Bogotá.

Obtuvimos una lista que superó las 300 referencias, por lo que tuvimos que
dejar de lado una gran cantidad de historias descriptivas recientes, a veces
hagiográficas o compiladoras, que llenan vacíos de información o revelan
nuevas fuentes, archivos o colecciones. También seleccionamos, de los
autores más activos, algunas obras que consideramos ilustradoras de sus
temas, enfoques y formas narrativas. Si bien en la década de 1990 la historia
social de la ciencia en los trópicos que nos ocupan y, de modo general, en
América Latina, era un campo apenas emergente (Restrepo Forero 1991;
Obregón 1994; Vessuri 1994), ese diagnóstico ha cambiado (Cueto and Silva
2020). En las décadas pasadas hubo una profesionalización y emergencia de
enfoques críticos, como parte de institucionalizaciones de los estudios sobre la
ciencia en la región (Kreimer and Vessuri 2014), y de la conexión de
historiadores locales entre sí y con colegas e instituciones de otros sitios. Los
estudios sociales y críticos de la ciencia han sido publicados en revistas
latinoamericanas especializadas, comenzando por Quipu, y también en revistas
españolas, francesas, alemanas o anglosajonas de historia de la ciencia. Un
esfuerzo notable que representa la transición hacia diferentes narrativas fueron
los diversos tomos de la Historia social de la ciencia en Colombia, producidos
en las décadas de 1980 y 1990, que han ayudado a ir dejando atrás narrativas
de déficit, como la que sostenía que en Colombia hubo una sorprendente
“inexistencia de un debate sobre Darwin ni sobre cualquier otro concepto
científico durante el siglo XIX” (Safford 1985, 431). La mayor producción ha
ocurrido en Bogotá, un clúster de actividad, un lugar de intensa circulación (Raj
2007), donde se movilizan y concentran esfuerzos, incluso de investigadores
no-tropicales. En otras ciudades colombianas, como Medellín, también ha
habido actividad. En Quito y Lima ha habido iniciativas aisladas aunque
importantes, sobre todo en historia de la medicina. En Venezuela hubo
procesos de institucionalización en espacios universitarios, pero la situación
actual es de deterioro. En la América tropical han ocurrido procesos a veces
más sostenidos, a veces puntuales y discontinuos, de historización de la
ciencia.

Creemos que el resultado, que incluye una selección de literatura, puede ser un
aporte para académicos de todo el mundo que, sobre todo por razones
idiomáticas, no acceden a esas fuentes y sus enfoques. También somos
conscientes de lo difícil que sería visitar la enorme producción en otras
lenguas, pues visitantes de los trópicos americanos como Alexander von
Humboldt, Charles Darwin u otros sobre los que contamos y analizamos aquí,
han recibido múltiples estudios. Quedan a disposición aquí historias que son,
quizás, menos “famosas”, o menos accesibles, y sabemos que, aun así, hay
muchas otras ocultas o soslayadas cuyo desvelamiento está pendiente.

Los dos temas escogidos, las exploraciones y el evolucionismo, se cuentan


entre los más visitados. Las exploraciones a los trópicos sirvieron, entre otras
cosas, para recabar evidencias, sostener teorías y construir campos como la
moderna ecología o la teoría de la evolución. El Chimborazo fue fundamental
para explicar la biogeografía de Alexander von Humboldt así como las aves de
Galápagos para sostener ideas como selección natural, especiación, radiación
adaptativa. Ambos exploradores fueron muy admirados y fueron seguidos por
muchos otros, dando lugar a más estudios. En el caso del evolucionismo,
muchas veces fue significado como “darwinismo social”, estrechamente
vinculado con relaciones de poder, intenciones imperialistas, ambición de
minerales, vegetales y territorios, entre otros. Una veta muy explorada del
darwinismo social, la eugenesia, también tiene muchos historiadores y formas
de análisis, no solo desde la historia de la ciencia y la medicina, y por eso es
apenas mencionada en este texto.

Para situar los estilos historiográficos nos basamos, sobre todo, en el análisis
de (Cueto and Silva 2020). Aunque se sitúan en tres países latinoamericanos
de gran extensión y población, consideramos pertinente su propuesta de cuatro
estilos/etapas que, con límites permeables, han ido apareciendo y continúan
coexistiendo en la historia de la ciencia en la región y que en algunas de sus
vertientes hemos explicado en los párrafos anteriores: 1) auge del
universalismo, 2) recepción y dinámicas locales, 3) redes internacionales y
nuevos actores sociales, y 4) el giro global.
Hubo cientos de exploraciones naturalistas en los trópicos

El potente y complejo entorno natural que los europeos encontraron al llegar a


los trópicos americanos los llenó de asombro y maravilló, aunque también les
generó temores e inseguridades. La diversidad de ecosistemas, especies y
microclimas de los Andes tropicales y el Caribe resaltó ante su mirada, al igual
que la domesticación de plantas y animales que las poblaciones nativas habían
llevado a cabo. Su asombro era genuino: Cristóbal Colón describió en sus
diarios, en octubre de 1492, su maravilla ante la naturaleza americana y su
convencimiento de que se encontraba en el Paraíso; algo similar refirió Américo
Vespucci en su carta de 1500 a Lorenzo de Medici. La Amazonía fue
significada desde temprano como un espacio con cuestiones deseadas por los
europeos como oro, canela, esclavos o posesiones territoriales, en el que se
materializaron los mitos de mujeres guerreras, las Amazonas. Esa asimilación y
comprensión del mundo natural americano también incluyó visiones que lo
denigraba por considerarlo inferior. Como sea, el proceso colonial dio paso a
un trasiego febril, entre continentes, de información, animales, vegetales,
minerales, enfermedades, personas, que llevó a exterminios poblacionales o a
intensas transformaciones del espacio, por ejemplo por la introducción de
animales como ovejas.

Europa se planteó la colosal tarea de conocer, ordenar y entender ese “nuevo


mundo”, su naturaleza y habitantes. Los cronistas, a veces marinos, fungieron
de primeros naturalistas, recogiendo y ordenando observaciones y testimonios,
empezando por los de los indígenas. España generó una primera expedición
hacia el actual México entre 1570-1577, a cargo de Francisco Hernández, para
recopilar plantas medicinales y saberes asociados, usando informantes
indígenas y produciendo textos y figuras en lengua náhuatl. Algo similar ocurrió
con el Florentine Codex preparado por Bernardino de Sahagún.

Muchos religiosos (jesuitas, dominicos, franciscanos, salesianos) han fungido,


a lo largo de los siglos, de exploradores, realizando relevantes observaciones
de fauna, flora, etnología, y cartografías, como Bernabé Cobo, quien hizo
observaciones de historia natural o decenas de jesuitas en la actual Colombia.
Joseph Gumilla describió la preparación del veneno curare, además de dar
cuenta de seres vivos y grupos indígenas, aunque sin mencionar a individuo
alguno en particular, como si fueran una masa amorfa. Hubo cartógrafos
europeos religiosos que se concentraron en mapear los ríos, que eran las vías
de navegación. Algunos fueron Samuel Fritz, Antonio Caulín, Felipe Salvador
Gilig o Joannes Magnin. Uno de los mapas del último, dibujado sobre una parte
de la Amazonía, el curso del río Morona consta en la Figura 1. Se observa que
lo importante era conocer los cursos para desplazarse. Hasta el siglo XVIII
hubo religiosos dedicados a la historia natural, como el riobambeño Juan de
Velasco. Esos actores han dado lugar a la idea del “misionero científico”, usada
para categorizar a actores religiosos y no religiosos. Las misiones religiosas
continuaron siendo influyentes sobre todo en sitios alejados, en los territorios
de frontera, hasta nuestros días; en más de un sentido han sido, como algunas
empresas privadas, representantes del Estado en esos remotos lugares.
Figure 1. El curso del Rio Morona, desde Macas para abaxo, y el del Rio de St
Yago. Sacados de un Mapa particular manuscrito del P. Juan Magnin. 1743. 39
x 53 cm. Bibliothèque nationale de France.
https://catalogue.bnf.fr/ark:/12148/cb406560558

El siglo XVIII vio el auge de las expediciones científicas a la América tropical,


comenzando por la Misión Geodésica que se dirigió entre 1735 y 1744 al actual
Ecuador para determinar el valor de un grado del arco de un meridiano y
establecer si el planeta era achatado en los polos. Participaron cuatro
académicos franceses, dos oficiales españoles de marina, un cartógrafo, un
ingeniero, un cirujano, un relojero, dos asistentes franceses, además de criados
y esclavos (Lafuente and Mazuecos 1987). Uno de sus miembros, Charles
Marie de La Condamine dio noticias en Europa sobre el caucho, hizo la primera
descripción formal de la Cinchona de Loja e hizo el primer mapa completo del
río Amazonas, el cual recorrió con el geógrafo riobambeño Pedro Vicente
Maldonado, a veces llamado el “primer geógrafo de América”. Otros miembros
de esa Misión hicieron contribuciones a la historia natural.

En 1754 ocurrió la Expedición de Límites para determinar las fronteras entre las
posesiones españolas y portuguesas en la Orinoquia y Amazonía (actuales
Venezuela y Brasil); en ella participó un discípulo de Linneo, el botánico sueco
Pehr Loefling. Por esos años el botánico austríaco Nikolaus Joseph von
Jacquin recolectó especímenes en El Caribe, Centroamérica y las actuales
Colombia y Venezuela, financiado por la Corte austriaca. Varios exploradores
recorrieron el Caribe, pero solían llegar apenas hasta las costas, a diferencia
de Loefling. Otro austríaco llegó a Venezuela en ese siglo: Joseph Märter.
Las exploraciones en busca de plantas y animales útiles (tintes, alimentos,
maderas, medicinas), minerales y con fines cartográficos, geográficos,
astronómicos, meteorológicos y etnográficos fueron en aumento en la segunda
mitad del siglo XVIII. Hubo un maridaje entre geografía y botánica para
comprender la naturaleza americana. Desde España se enviaron decenas de
expediciones, y también las hubo organizadas por otros reinos como Francia u
Holanda. Entre las más conocidas están las tres expediciones botánicas
organizadas bajo la política ilustrada y reformista borbónica: la Real Expedición
al Nuevo Reino de Granada, dirigida por el médico y botánico gaditano José
Celestino Mutis; la Real Expedición Botánica al Virreinato del Perú con los
botánicos Hipólito Ruiz y Joseph Pavón a la cabeza, y la Real Expedición
Botánica a Nueva España, dirigida por el médico aragonés Martín de Sessé.
Hubo otras a finales del siglo XVIII, como la Expedición Malaspina, que tuvo
ingredientes de historia natural; uno de sus integrantes, el bohemio Tadeo
Haenke, que no se integró plenamente a la exploración, hizo inventarios y
observaciones por Perú, Bolivia y otros territorios al sur de América.
En el cambio de siglo ocurrió la bien conocida exploración del prusiano
Alexander von Humboldt y el francés Aimé Bonpland que, entre otras cosas,
conecta, en las narrativas, el territorio tropical americano. Humboldt no fue
ajeno a la fascinación por la naturaleza tropical:

When a traveller newly arrived from Europe penetrates for the first time
into the forests of South America, he beholds nature under an
unexpected aspect. He feels at every step, that he is not on the
confines but in the centre of the torrid zone; not in one of the West
India Islands, but on a vast continent where everything is gigantic,--
mountains, rivers, and the mass of vegetation. If he feel strongly the
beauty of picturesque scenery he can scarcely define the various
emotions which crowd upon his mind; he can scarcely distinguish what
most excites his admiration, the Deep silence of those solitudes, the
individual beauty and contrast of forms, or that vigour and freshness of
vegetable life which characterize the climate of the tropics. It might be
said that the earth, overloaded with plants, does not allow them space
enough to unfold themselves (Humboldt 1907/1807, 146).

Publicaron importantes observaciones de América, junto con paisajes y dibujos


como la Figura 2. En sitios como Bogotá, Quito y Lima, como sus
predecesores, se encontraron con criollos que tenían curiosidades y trabajos
científicos, pero que no siempre fueron reconocidos como informantes clave.
Figure 2. Drawings of a condor and a monkey.
Source: Humboldt and Bonpland (1811-1833). Bibliothèque nationale de
France.

En el siglo XIX ocurrieron, en la América española, guerras independentistas y


la emergencia de Estados nación. Los países contrataron, a diferentes ritmos y
en diferentes momentos, hasta el siglo XX, científicos europeos, pocas veces
nacionales, para inventarios de flora, fauna y minerales, mapas, fortalecimiento
y/o creación de jardines botánicos, museos, universidades y cátedras,
estaciones científicas, o promover actividades extractivistas: “Many European
scientists (particularly naturalists) arrived in Latin America in the second half of
the nineteenth century and along with local scientific communities helped to
map and catalog national resources. They also created the technical and
financial conditions for extending the reach of the state through developments
of railroads, telegraphs, mining, export agriculture, and public health” (Cueto
and Cañizares-Esguerra 2018). Esos exploradores se apoyaron en redes
científicas con Europa y Estados Unidos. Por ejemplo, el escocés William
Jameson mantuvo intensos intercambios con Kew Gardens. Uno destacado fue
el geógrafo italiano Agustín Codazzi, que publicó un Atlas en 1840 en
Venezuela, y que encabezó la Comisión Corográfica entre 1850 y 1859 en
Colombia, exploración que contó con naturalistas, botánicos y dibujantes. En
Ecuador fueron clave los jesuitas traídos para la Escuela Politécnica Nacional,
entre ellos el geógrafo y geólogo alemán Theodor Wolf y el botánico italiano
Luis Sodiro. En Perú, el geógrafo italiano Antonio Raimondi se encargó de
implantar varias ciencias naturales, mientras que en Venezuela ese rol lo
cumplió el alemán Adolfo Ernst. Varios de esos personajes estuvieron
involucrados en la circulación local del evolucionismo desde las aulas
universitarias. Más adelante, en el siglo XX, el forestal suizo Henri Pittier fue
influyente en Costa Rica y Venezuela; en el primer país estuvo a cargo del
recién fundado Instituto Físico-Geográfico Nacional y fue importante para
procesos de institucionalización. Otro fue Ernst Schäfer, fundador de la
Estación Biológica de Rancho Grande en Venezuela.

Además de las exploraciones financiadas por las naciones, en el siglo XIX hubo
naturalistas o aventureros privados, muchos de ellos alemanes. Wilhelm
Sievers hizo aportes relevantes a la geografía y geología de Venezuela,
Colombia y Ecuador. Karl Ferdinand Appun colectó plantas y animales en
Venezuela y en la Guayana inglesa. Richard Spruce subió desde el Amazonas
hacia la Sierra ecuatoriana y protagonizó el primer contrabando exitoso de
semillas de Cinchona. Alfred R. Wallace también estuvo por la Amazonía. Los
geógrafos alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss hicieron estudios en
Ecuador y Colombia. El también alemán Alfred Hettner anduvo por Colombia, y
su compatriota Carl Friedrich Eduard Otto recorrió Venezuela, Cuba y Estados
Unidos. El orquideólogo inglés Charles H. Lankester recorrió Costa Rica. Hubo
exploraciones hasta el siglo XX en Nicaragua y Panamá asociadas con la
futura construcción del canal interoceánico. Por la construcción de ese canal se
formó la isla Barro Colorado, donde en 1923 se estableció el Smithsonian
Tropical Research Institute, que ha devenido en one of the most intensively
studied tropical forest in the world. A finales del XIX también ocurrieron
exploraciones como la más conocida Comisión Científica del Pacífico con el
naturalista Marcos Jiménez de la Espada. Hay compilaciones sobre colectores
botánicos, ornitólogos, mastozoología sobre entomología, paleontología,
ictiología, entre otros campos, sobre varios países, que por razones de espacio
no podemos detallar aquí.

Además de los naturalistas, esas exploraciones contaron con actores más


difíciles de rastrear, como los recolectores comerciales, u otros menos
conocidos, como los artistas y pintores. La estrategia divulgativa de Humboldt
influyó decisivamente para la emergencia de la ilustración o arte científico
(Garrido et al. 2016), e inspiró a muchos artistas. Pintores que llegaron
siguiendo la estela de Humboldt y Bonpland fueron el estadounidense Frederic
Edwin Church, quien estuvo en Ecuador, y el alemán Ferdinand Bellermann
quien fue a Venezuela y pintó el óleo La Cueva del Guácharo (Figure 3).
También el francés Auguste Morisot anduvo por el Orinoco entre 1886-1887.
En la Comisión Corográfica hubo pintores como el colombiano Manuel María
Paz o el inglés Henry Price. En Colombia siguió esa línea el diplomático inglés
Edward Walhouse Mark. En Ecuador, Rafael Troya fue contratado por Stübel
para pintar paisajes. En Venezuela fue significativo el breve paso del húngaro
Pal Rosti. Hubo muchos más hasta que el registro dio un giro por la aparición
de la fotografía.
Figure 3. Guácharo Cave (La Cueva del Guácharo)]. Oil in canvas, 118.75 x
156.85 cm, Ferdinand Bellermann, 1874. Photography: Mark Morosse.
Courtesy of Collection Patricia Phelps de Cisneros.

En el siglo XX se incrementaron las exploraciones organizadas y dirigidas por


científicos locales. Misael Acosta Solís, por ejemplo, participó en una a
Galápagos que llevó a la primera declaración de protección en 1936 y fue
fundamental para institucionalizar el conservacionismo en Ecuador. En 1956
hubo una exploración de la Escuela de Biología de la Universidad Central de
Venezuela, por primera vez, a Auyán-tepui. Hubo en Ecuador exploraciones de
la todavía ignota Amazonía y entre 1901 y 1906 llegó a ese país la Segunda
Misión Geodésica, protagonizada por 23 militares franceses, entre ellos Paul
Rivet, que hicieron sobre todo observaciones etnográficas y que sirvió para
fortalecer la “tradición” cartográfica/corográfica, su relación con los imaginarios
de nación y la constitución del Instituto Geográfico Militar. En Colombia ocurrió
la expedición helvética de Otto Fuhrmann y Eugène Mayor en 1910.

Varios exiliados españoles llegaron sobre todo a Venezuela y Colombia, como


José Royo Gómez. En la segunda mitad del siglo XX hubo circulación de
exiliados de Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, que salían de sus países por las
dictaduras. Se incrementaron las expediciones desde Estados Unidos, y hubo
mayor énfasis en las colecciones zoológicas. Una temprana fue la del Williams
College en Venezuela, en 1867. Varias fueron realizadas hacia Galápagos,
como la de la California Academy of Sciences. También llegó hasta ahí y a
Colombia una expedición zoológica noruega en 1925. Hubo exploraciones con
fines de capturas ornitológicas en Colombia y Venezuela. El paleontólogo y
biólogo evolutivo G. G. Simpson hizo incursiones en Venezuela. Hubo
incursiones científicas para el fomento de cultivos como banano, azúcar, café o
caucho, a veces en relación directa con la Fundación Rockefeller u otras
instituciones privadas, muchas durante la II Guerra Mundial, cada vez más en
el marco de la creciente “cooperación internacional para el desarrollo”,
enmarcada en complejas negociaciones y relaciones de poder. En Venezuela,
las primeras estaciones científicas agrícolas estatales fueron implementadas
con apoyo del ingeniero belga Fernand Miesse en la década de 1910. No
prosperaron por su renuncia, pero dieron pie a la llegada de Pittier y la creación
de la Estación Experimental de Agricultura y Silvicultura. También hubo
muchas expediciones geológicas, asociadas con la búsqueda de petróleo.
La diversidad de exploraciones no puede ser nombrada aquí con detalle, pero
sobre todo nos da pie a analizar cuáles han sido las más visitadas y desde qué
perspectivas se han entendido esos procesos en las narrativas históricas.

Historiografía de las exploraciones naturalistas

Las exploraciones científicas, junto con los temas de medicina (que en


ocasiones se sobreponen), han recibido la mayor atención desde la historia de
la ciencia local. En ello ha incidido la importancia otorgada a los científicos en
la construcción de la nación, a veces ensalzados como fundamentales en los
procesos independentistas. También el que esas exploraciones hayan sido las
empresas con mayor relevancia científica en los actuales Ecuador, Colombia y
Venezuela. En las narrativas se han destacado más los actores (botánicos,
zoólogos, cartógrafos), que los procesos y resultados. Muchos trabajos han
sido descriptivos, compiladores, con ingredientes hagiográficos y poco críticos,
aunque eso está cambiando. Han predominado los enfoques nacionales, muy
pocas han tenido abordajes comparados, y las conexiones existen sobre todo a
través de actores que exploraron territorios más allá de lo nacional.

Humboldt ha sido visitado de forma recurrente, desde todas las perspectivas


planteadas por (Cueto and Silva 2020). Los historiadores de la ciencia de todas
las perspectivas han sido, en uno u otro momento, “humboldtianos”. Su figura
es transversal a los países y longitudinal en el tiempo. Como en el caso
darwiniano, hay una robusta “industria Humboldt” que se extiende a
exposiciones, documentales, películas, novelas. Sus estudios siguen siendo
usados, de forma válida, para analizar cuestiones como la migración altitudinal
de las plantas por el cambio climático. Otra figura recurrente ha sido la de
Mutis, autodesignado como “el oráculo del reino” (Nieto Olarte 2006, 212-215),
erigido como epítome de la ciencia más elevada en la cultura colombiana (algo
menos en España), donde la expedición que dirigió sería un “mito de origen” o
un “punto cero” de la ciencia en ese país (Obregón 1994), 541. Hay también
una exitosa “industria” Mutis, con decenas de textos académicos que en más
de una ocasión ilustran aspectos poco conocidos, nuevas fuentes o
perspectivas de análisis (Bernal Villegas and Gómez Gutiérrez 2010; Amaya
2005), entre muchos otros. También se han producido muchos productos de
divulgación, como la exposición Historia natural y política
(https://www.banrepcultural.org/historia-natural-politica/)

Pese a las revisiones críticas más ponderadas sobre el gaditano, la visión


hagiográfica continúa, por ejemplo cuando se afirma que fue ese “apóstol
décimo octavo de Linneo” fue “an honest man, privately as well as publicly”,
que “operated strictly on the basis of the phenomena he could personally
observe” (Wilson and Gómez Durán 2010, 20). Esas aseveraciones están en
las antípodas de lo sugerido por investigadores como Nieto Olarte (2006),
quien lo nombra como un “agente del imperio”, o Fernández (2019), que pone
en duda la entereza del gaditano para dar informaciones veraces.
Las visiones críticas a Mutis han venido acompañadas de destaques de actores
criollos que fueron tan o más relevantes. Por ejemplo, se ha señalado que no
hay indicios de que criollos como Juan Bautista Aguiar, Francisco Antonio Zea
o el mismo Sinforoso Mutis (sobrino) (hubo otros como el bogotano Jorge
Tadeo Lozano), hubiesen trabajado o conocido los manuscritos de la Flora de
Bogotá “que permanecieron para ellos como un arcano”. El payanés José
Celestino Caldas y el sobrino Sinforoso habrían accedido a tales manuscritos
sólo después de la muerte de José Celestino, en 1808, “y quedaron perplejos
ante el desorden y la pobreza de los mismos” (Amaya 2000, 121).

Importante ha sido el destaque de Caldas, director del Semanario del Nuevo


Reino de Granada, profuso cartógrafo y pionero de la biogeografía por sus
ideas sobre la nivelación de plantas, que venía desarrollando antes de conocer
a Humboldt y Bonpland y trabajar con ellos durante unos meses en el actual
Ecuador (Nieto Olarte et al. 2006). Él plasmó esas ideas en mapas como el de
la Figura 4, en una línea similar a lo que Humboldt publicó como “geografía de
las plantas”. Esa coincidencia ha sido tratada en ocasiones como apropiación
indebida, en otras como sincronía, en otras simplemente obviada, abriendo
interesantes líneas de análisis (Gómez Gutiérrez 2016, 2018; Valencia-
Restrepo 2018; Cañizares-Esguerra 2006; Vila 2018/1960; Díaz-Piedrahita
2006).

Figure 4. Profile of the Andes from Loja to Quito. Lámina 8. SGE, Cartografía
Iberoamericana, signatura: X.SG-a-11. Latitud: 0° 30´ - 1. Francisco José de
Caldas. Tomado de Nieto Olarte et al. (2006).

Versiones menos críticas, aunque no menos abundantes, ha recibido la


relación entre ciencia, poder e imperialismo de la Real Expedición Botánica al
Perú (González Bueno and Rodríguez Nozal 2002; Muñoz Garmendia 2003)
entre otras.

De ese modo, ha habido revisiones del papel de actores como Mutis y


Humboldt, que ponen en entredicho su originalidad y cuestionan su falta de
reconocimiento a las fuentes, como Caldas en la biogeografía o la taxonomía
de las quinas, o el limeño José Hipólito Unanue y otros criollos de esa ciudad
sobre en los conocimientos de meteorología o, en general, sobre la declinación
ambiental y el pensamiento ambientalista. Los informantes fueron clave para
Humboldt y Bonpland, quienes a veces lo dejaron saber, pero sin profundidad
ni reconocimiento pleno (Cushman 2011; Freites 2000). También hay visiones
menos críticas, que destacan los aportes del prusiano para la ciencia o la
actividad política, como Rebok (2003), entre otros.

Cada vez hay más trabajos sobre actores locales. Se han relevado las
herborizaciones y clases de botánica de José Mejía Lequerica en el actual
Ecuador, la actividad científica en la Real Audiencia de Quito durante el siglo
XVIII, o las participaciones menos conocidas del virrey Caballero y Góngora, el
Barón de Carondelet o el criollo Juan Eloy Valenzuela y Mantilla para proponer
la enseñanza de la botánica. Hay varios textos sobre Francisco Zea, o sobre la
creación de una cátedra de botánica en Lima a fines del XVIII. Esos trabajos
son a veces descriptivos, a veces más analíticos, pero siempre con la
intencionalidad de relevar actores que fueron soterrados en el pasado bajo la
sombra de Humboldt, Mutis u otros.

Muchos trabajos mencionados pueden ser inscritos en un intento de construir


miradas que dejen atrás marcos difusionistas, acríticos y cristalizados, sobre
las relaciones “centro/periferia”, hacia perspectivas que, sin negar las
asimetrías, introduzcan actores tradicionalmente descartados o invisibilizados.
El coro hagiográfico sobre grandes figuras se ha ido rompiendo. Hay en las
narrativas ingredientes de perspectivas difusionistas, pero también de “redes
internacionales y nuevos actores sociales”, como el análisis de la Flora
Huayaquilensis descubierta en los archivos del Real Jardín Botánico de Madrid
(Estrella 1989). Ese mismo autor mostró el papel de los conocedores locales
para el conocimiento de la quina (Estrella 1995); en la misma línea, Ortiz
Crespo (1994), a partir de archivos del Vaticano, dio fuentes importantes para
ratificar que los indígenas conocían las propiedades medicinales de las
Cinchona, algo que fue polémico durante siglos. En la línea de “redes
internacionales”, pero también de “giro global”, se sitúan estudios sobre
relaciones entre América Latina y Estados Unidos mediadas por exploraciones,
disciplinas, colecciones, publicaciones u otras formas de circulación de la
ciencia (Cuvi 2011; Quintero Toro 2008, 2012).

Hay nuevas miradas sobre diferentes procesos nacionales, incluso desde


autores extranjeros. En Colombia, la perspectiva difusionista y de modelo de
déficit (Safford 1985), ha sido cuestionada por versiones más críticas y
ponderadas (Appelbaum 2016; Bleichmar 2012). También ha habido abordajes
de las fuentes iconográficas (Bleichmar 2012; Stepan 2001; Restrepo Forero
1999), pues se considera que hubo en la historia natural de la América colonial
una “epistemología visual”, no solo escrita, pues “knowing and making visible
were inextricably intertwined” (Bleichmar 2012, 6).

Muchos trabajos sobre exploraciones han sido producidos desde España, con
acceso a archivos como el Real Jardín Botánico de Madrid o el Archivo General
de Indias en Sevilla. En ese país ha habido varios programas, uno de ellos el
de Mundialización de la ciencia y la cultura nacional, bajo un marco de
recepción y difusión, el más influyente en la década de 1990, pero también
crítico del mismo (Lafuente et al. 1993). Hay una profusa literatura sobre los
botánicos alrededor del Real Jardín Botánico y sus rencillas, en parte
relacionadas con las expediciones botánicas de finales del siglo XVIII, intereses
comerciales y de poder; dos personajes emblemáticos de ello, en ocasiones
controvertidos, fueron Casimiro Gómez Ortega y Antonio José Cavanilles.

Finalmente, hay diversos trabajos que encajan en la perspectiva del “giro


global”, que conectan el mundo atlántico, como los de (Cañizares-Esguerra and
Seeman 2017; Cañizares-Esguerra 2018; Barrera-Osorio 2006).
Hay muchos otros trabajos que se sitúan entre varias líneas y que no
detallamos aquí. Algunos son descriptivos, aunque relevan redes y actores
locales. Varios son acerca de instituciones o cambios de paradigma en las
ciencias de la vida, por ejemplo de la historia natural a la biología y ecología, o
del papel de ecólogos y biólogos para institucionalizar conservacionismos, o de
aparecimiento de campos dentro de la biología, etc. Algunos tienen enfoques
biográficos, de personajes viajeros.

Evolucionismo en la América tropical

La circulación de ideas darwinistas en la América tropical y andina se conoce


con mayor detalle para Bolivia. Hay, además, narraciones o referencias
generales a episodios en Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá y
Costa Rica. En esos sitios, los actores nacionales estuvieron conectados con la
teoría a través de publicaciones que llegaban desde Europa o Estados Unidos,
conferencias y clases de viajeros científicos, y publicaciones locales que
contenían traducciones o análisis inéditos de médicos, naturalistas, abogados,
políticos, estudiantes, historiadores, geógrafos, geólogos, teólogos, curas,
filósofos.

Escenarios fundamentales de debate del evolucionismo fueron las


universidades, colegios y sociedades científicas, púlpitos y medios impresos,
divulgativos y especializados. Las comunidades de las ciudades y países
estaban, hasta donde se conoce, desconectadas entre sí. Como resultado,
hubo procesos singulares condicionados por la política y otras condiciones
nacionales. De forma más marginal, Darwin y sus seguidores mantuvieron
contacto con algunos personajes como corresponsales.

Bajo varios nombres, que incluían los de “doctrina de la descendencia” o


“transformismo”, las ideas darwinianas se desdoblaron, difuminaron,
apropiaron, significaron, resignificaron, replicaron o tergiversaron de varias
formas en los trópicos. Hubo mayor resonancia en el marco de disputas
filosóficas, teológicas e ideológicas, que entremezclaban el evolucionismo
biológico con análisis sociopolíticos o culturales. Por eso se considera que la
circulación en la región fue, sobre todo, en forma de “darwinismo social”, que
se refiere al uso en ámbitos no científicos de ideas como lucha por la
existencia, supervivencia del más apto, adaptación, selección, extinción
(Argueta Villamar 2009). Se ha sostenido que en Colombia, por ejemplo, no se
podría aludir a un darwinismo “científico” o “biológico”, porque fue
especialmente social: “mucho antes de que se inventara la ficción de un
darwinismo social completamente separado del darwinismo incontaminado de
la naturaleza, los seguidores del darwinismo en Colombia como en otras partes
ya habían descubierto sus múltiples usos posibles y sus asociaciones
peligrosas” (Restrepo Forero 2009, 37). Las ideas del naturalista inglés fueron
recogidas más lentamente en el ámbito de las prácticas científicas, que fueron
dejando la historia natural desde mediados del siglo XX (Puig-Samper 2019,
219).

Dado que en los trópicos hay grandes poblaciones indígenas y


afrodescendientes, además de blancos y mestizos, muchos debates fueron
alrededor de las razas y origen de la humanidad. Hubo negaciones y defensas
extremas del mestizaje. El darwinismo también dio espacio para hablar y
polemizar sobre concepciones de la sociedad, clases sociales, libertades,
evolucionismo social, degeneración y regeneración,
competencia/solidaridad/comunalismo, economía, política, religión, ciencia, cría
de animales, medicina, psiquiatría, eugenesia, caracteres adquiridos,
monogenismo/poligenismo, cuerpos, alimentación, higienismo, biopolítica,
inmigración, ancestro común, fijismo, transformismo, teleología, diseño.

En muchos casos, el evolucionismo fue conocido e interpretado a través de


Spencer, Haeckel u otros divulgadores. Esas lecturas diversas llevaron a un
marco ecléctico, con ingredientes de lamarckismo, monismo haeckeliano,
krausismo, entre otros (Puig-Samper 2019; Glick 2013; Ruiz Gutiérrez 2019;
Restrepo Forero 2009; De la Vega 2002; Argueta Villamar 2017). También fue
juntado, casi siempre, con interpretaciones de ideas positivistas, y las disputas
entre spencerianismo y comtismo, como en Bolivia (Démelas 1981; Argueta
Villamar 2009). Todo eso se dio en un marco de pugnas, entre liberales y
conservadores, entre religiosos y anticlericales, y otras. Muchos actores
tomaron posiciones de teísmo evolucionista, como Manuel José Pérez en
Panamá, Teodoro Wolf en Ecuador, José Marabini en Bolivia, o varios en
Colombia. Al parecer, esa postura resultaba más eficaz que las oposiciones
tenaces, que también existieron.

La circulación de las ideas evolucionistas-darwinistas ocurrió, básicamente,


desde la década de 1870. Muchas polémicas han sido analizadas a partir de
fuentes impresas. En el actual Panamá, que era una provincia de Colombia en
el siglo XIX, las mayores polémicas, rastreables en traducciones y
contribuciones de actores locales, fueron sobre el origen del ser humano. Solo
en el siglo XX apareció un escrito menos “darwinista social”, más evolucionista,
de Federico Calvo, profesor del Instituto Nacional (1925) (Pruna Goodgall 2013;
Villarreal and De Gracia 2017). En Bolivia, el primer texto de divulgación
apareció en 1877, asociado con el pensamiento haeckeliano transformista. En
ese país, las pugnas entre conservadores y liberales se conjugaron con los
conflictos con indígenas y con los problemas limítrofes. Al igual que en
Colombia, las ideas darwinianas fueron aceptadas y divulgadas en Bolivia por
liberales anticlericales, que las usaron para discusiones sobre la sociedad.
Entre los pocos que usaron las ideas en un marco de investigación científica,
de modo parcial, se contaron el geógrafo Luis Crespo y el médico Belisario
Díaz Romero, que actuaron a través de sociedades geográficas y boletines
desde la última década del siglo XIX. Díaz tuvo polémicas con el religioso
Marabini. Varios divulgadores bolivianos estuvieron asociados con logias
masónicas, colegios y universidades; un sitio que concentró a varios fue el
Círculo Literario de La Paz (Argueta Villamar 2009). En Bolivia se discutió
mucho, pero solo desde 1913 se empezó a enseñar transformismo.

Menos se conoce sobre Perú, asunto que respondería a la falta de debates


espectaculares, excepto aquel entre la Iglesia Católica y el médico Celso
Bambaren, quien divulgó las ideas darwinistas en ese país. El geógrafo y
geólogo italiano Antonio Raimondi había aludido a Lamarck en 1857, y en 1874
citó a Darwin para explicar brevemente la polémica evolucionista, sin tomar
partido, quizás por falta de comprensión del tema. Uno de sus discípulos en la
Universidad de San Marcos, el médico y naturalista Miguel Colunga, explicó el
sistema de clasificación de Lamarck a través de las cátedras de Historia natural
médica, Zoología y Botánica. En el siglo XX hubo influencia del pensamiento
evolucionista en los estudios sobre fisiología de altura y en discusiones sobre la
cuestión racial (Cueto 1999).

En Ecuador las primeras divulgaciones estuvieron a cargo del geógrafo y


geólogo alemán Teodoro Wolf, quien sí tenía una sólida formación en
evolucionismo y lo había incorporado como marco teórico de sus
investigaciones y razonamientos. Su difusión fue a través de las clases que
dictó, desde 1871, en la Escuela Politécnica Nacional en Quito. Ahí enseñó y
debatió las doctrinas transformistas en sus clases de geología y paleontología,
situado en una postura de teísmo evolucionista. La singularidad de ese proceso
en Quito es que el darwinismo fue difundido por un católico jesuita. Sin
embargo, sus conflictos con otros religiosos locales, por esas clases y por otras
diferencias, lo llevaron a dejar la universidad y la orden jesuita en 1874. Por
ejemplo, su petición de viajar a Galápagos fue rechazada desde el Vaticano. El
evolucionismo en Ecuador se mantuvo en algunos syllabus y hubo polémicas
públicas entre religiosos y seglares, y solo fue más discutido e incorporado tras
la Revolución Liberal de 1895, cuando parecería haber alcanzado inclusive a
personajes como Luis Sodiro, botánico jesuita muy influyente que había
inmigrado junto con Wolf (Cuvi et al. 2015; Cuvi et al. 2014; Sevilla and Sevilla
2016). En el contexto ecuatoriano resaltan varios sucesos alrededor del
archipiélago de Galápagos, ícono en la narrativa darwiniana, objeto de intensos
debates sobre la geología y evolución biológica en los que participaron
científicos europeos, estadounidenses y ecuatorianos como Misael Acosta
Solís.

Las aulas universitarias fueron el principal escenario de debate en Colombia,


así como las sociedades profesionales, grupos, salones, tertulias literarias,
libros, periódicos y gacetas universitarias y estudiantiles, novelas, poemas y
folletos, tesis, conferencias públicas, revistas y actas de sociedades
profesionales y literarias. Los estudiantes universitarios fueron muy activos, en
un momento de pugna por el modelo educativo y control de las instituciones de
educación a todo nivel. La primera aparición en programas universitarios y
discursos de estudiantes fue 1868, sin reales incorporaciones en programas de
investigación. En la década de 1880, el profesor suizo Ernst Röthlisberger
explicó en la Universidad Nacional los sistemas de Laplace y Darwin, por lo que
fue criticado desde las filas conservadoras. Tras 1886, con una sociedad más
conservadora, las discusiones fueron menos visibles. Para Restrepo Forero
(2009, 31), “los naturalistas colombianos simpatizan con las ideas darwinistas,
sin producir mucho ruido. Se mostraron precavidos en su uso y participaron
poco en debates públicos abiertamente en defensa del darwinismo, aunque sí
participaron en polémicas relacionadas con las razas, la inmigración y otros
asuntos igualmente importantes”.

También en Venezuela fue un alemán, Adolf Ernst, quien enseñó desde 1874,
a través de la cátedra de Historia Natural, sobre el “transformismo” de Lamarck
y la “selección natural” de Darwin. Él fue corresponsal de Darwin entre 1880 y
1882. Fue fundador de la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas
y director del Museo Nacional, desde donde divulgó a Darwin y Haeckel. En las
actas de esa Sociedad aparecen referencias al inglés desde 1867. In 1893
Pablo Acosta Ortiz, professor of anatomy, introduced modern anatomy following
Darwinian norms. Hubo polémicas posteriores que tuvieron entre sus
protagonistas al caraqueño Luis Razetti, who succeeded Acosta in the same
chair in 1896. In 1904 Razetti maneuvered the Academy of Medicine into a
statement of public support for evolution by introducing a motion in such a way
that the members had a choice of voting in favor of the motion or declaring
themselves unscientific ideologues (Glick 2013, 262).

En el siglo XX hubo cada vez más narrativas que apuntaban a defender la


teoría, como las del geobotánico Misael Acosta Solís en Ecuador o el médico
venezolano Rafael Villavicencio. También hubo nuevas polémicas, por ejemplo
en Costa Rica, donde dos profesores que enseñaban teoría de la evolución en
un colegio fueron atacados públicamente por religiosos (Molina Jiménez 2001).

Historiografía del evolucionismo

Aunque la historia de la evolución habría recibido excesiva atención en varios


lugares, junto con la genética, biología molecular y bacteriología (Meunier and
Nickelsen 2018), en América Latina es más reciente, aunque de manera firme.
Más tradición y atención reciben las exploraciones. Aun así, existen algunas
síntesis (Glick 1984; Glick and Henderson 1999; Glick et al. 1999; Glick 2013;
Argueta Villamar 2017; Puig-Samper 2018, 2019; Ruiz Gutiérrez 2019). En las
síntesis suelen predominar enfoques sobre Argentina, Brasil, Chile, Cuba,
España, México; solo Puig-Samper (2019) da ciertos detalles sobre Colombia,
Ecuador, Perú, Panamá. Sobre algunos países centroamericanos y caribeños
nada sabemos, ni sobre Paraguay, que sería the “only country in the region
where there was no debate over Darwin’s work in the nineteenth century” (Glick
2013, 259). Hay trabajos dispersos en forma de libros, artículos en revistas o
memorias de encuentros académicos. De particular importancia son las
decenas de estudios de casos compilados en las memorias de los ocho
Coloquios sobre Darwinismo en Iberoamérica, organizados regularmente desde
1997 por la Red Internacional de Historia de la Biología y la Evolución. A
diferencia de las exploraciones, son menos los trabajos en otros idiomas
diferentes del español, con excepción de obras sobre la eugenesia que no
analizamos aquí.

La historiografía del darwinismo en los trópicos americanos, escrita desde el


lugar y desde la década de 1980, ha tenido dos influencias principales: el giro
constructivista, con foco en asuntos como lo local y las controversias, y las
ideas de recepción e introducción. La mayoría de análisis han sido sobre
darwinismo social. Los abordajes han sido, sobre todo, de escala nacional o
subnacional, a través del análisis de obras, personajes, instituciones, clases,
polémicas. Se ha enfatizado en la propia realidad, en lo más cercano, el marco
de lo nacional, en parte por la constitución de las instituciones que, desde los
Estados, dan dinero para construir narrativas, en parte por la dificultad que ha
habido para crear y mantener sociedades nacionales e internacionales. El
único enfoque comparativo es entre México y Bolivia (Argueta Villamar 2009) y
hay vacíos completos en historia conectada: aunque hay informaciones sobre
las relaciones de cada país con Europa, casi nada se conoce sobre relaciones
de países tropicales entre sí, o en redes más amplias.

En la región, como en el resto del mundo, Darwin ha sido objeto de elegías,


aunque también ha recibido críticas y suscitado álgidas y constantes
controversias. Eso ha sucedido desde la primera difusión de sus ideas, con
sucesos como el debate entre Samuel Wilberforce y Thomas Huxley. No es
casualidad que la mayoría de historias sobre darwinismo haya tenido un
énfasis en las controversias, casi siempre por la aparición del binomio
ciencia/religión, a veces liberalismo/conservadurismo, ateísmo/catolicismo,
materialismo/idealismo, a veces por meras disputas de poder y autoridad,
menos por aspectos teóricos (lamarckismo/darwinismo).

La mirada sobre la recepción del darwinismo como fenómeno en América


Latina fue inaugurada por Thomas F. Glick, cuando incluyó, en su obra sobre
recepción comparada, un análisis sobre México. En el prefacio revisado de ese
libro, 15 años después, explicó que hasta entonces habían aparecido muchos
nuevos estudios nacionales (Glick 1988). Él mismo se ocupó de analizar Cuba,
Uruguay y Brasil, y continuó usando el marco de recepción para el darwinismo
y para otras ideas científicas. La idea de reception relates with “the use of
concepts such as evolutionism, natural selection, and adaptation by journalists,
politicians and ideologists” (Argueta Villamar 2017). Es un modelo analítico
para determinar la fortuna de las ideas científicas cuando atraviesan los límites
culturales. Además de su valor heurístico, sugiere que hay una dimensión
psicológica en el fenómeno y que las intenciones de aquellas ideas tienen tanto
peso en su recepción como en su verdadero contenido (Glick and Henderson
1999). En ese marco interesa, por ejemplo, la perspectiva ideológica, “el
desembarco interesado del evolucionismo en el mundo social y su utilización
política diversa por la burguesía y los movimientos obreros” (Puig-Samper
2019). Hasta hoy, muchos trabajos buscan conocer los personajes nacionales
que reciben las ideas, los contextos en los que las usan o mencionan, las
corrientes de pensamiento a las que responden, los ámbitos de discusión y
aplicación (Ruiz Gutiérrez 2019).

Ese enfoque de recepción se ha entremezclado con el de “introducción”, para


aludir al uso del darwinismo para explicar fenómenos biológicos, así como
explicar por qué no fue usado de inmediato, o con retraso, como teoría
biológica: “is the use of those same terms by doctors, biologists, agronomists
and other professionals that employ such concepts in their professional practice
to better explain the processes that they study” (Argueta Villamar 2017, 94).
Las categorías de recepción e introducción han tenido amplia acogida, aunque
también han sido cuestionados, en parte porque pueden leerse bajo una línea
“difusionista” al estilo de G. Basalla. También porque, como se señaló, se ha
sostenido que “no puede dividirse la recepción en sociedades en las que la
faceta científica y la social/política estuvieron muy unidas” (Restrepo Forero
2002). La idea recurrente de que el darwinismo en la América Latin del siglo
XIX fue, sobre todo, social, se sostiene en que, hasta donde conocemos, sólo
en Brasil y Cuba hubo programas darwinianos en biología en el siglo XIX al
estilo “introducción”, y en Uruguay uno asociado a la crianza de ganado. Eso
habría sido usado como “evidence of a defective cultural and educational
structure” (Glick 2013, 259). Pero ese mismo autor sostiene que ha sido
frecuente la perspectiva de análisis que ha ligado la recepción del darwinismo
con la del positivismo, lo cual habría frenado la investigación del «darwinismo
científico». Para Puig-Samper (2019), la realidad estaría más cerca de lo
afirmado por Restrepo Forero: habría que esperar hasta el siglo XX para
encontrar una recepción más precisa del evolucionismo en la práctica científica
de biólogos hispanoamericanos, con mayor conocimiento por la traducción de
gran parte de textos evolucionistas; por ejemplo, una edición española de On
the Origin of Species vendió 29.000 ejemplares en América.

Glick acierta al afirmar que se ha enfatizado en la búsqueda de relaciones entre


positivismo y evolucionismo, en ocasiones indistinguibles y eclécticos en
América Latina. Para él, positivism was a “a term that comprised different
understandings, seeing scientific knowledge as “positive”, or a “system of
thought in which science was the only source of authority. It was not a
philosophy of science, had no universal notion of truth, and did not promote
specific methods or laws” Glick (2013, 258). Algunos historiadores han debatido
si era positivismo comteano o spenceriano. De acuerdo con Ruiz Gutiérrez
(2019), en prácticamente todos los países fue la versión evolucionista, sobre
todo lamarckista, de Spencer, la que se conoció, lo cual habría favorecido la
asimilación entre abogados y médicos. Según Puig-Samper (2019), además de
esto, algunos estudios habrían sido influidos “por un punto de vista erróneo
acerca de la influencia que el positivismo tuvo en ellos”.

Conclusions

Ha habido una importante institucionalización de la historia de la ciencia en los


trópicos andinos, especialmente en Bogotá, con iniciativas más aisladas,
aunque de importante profundidad, en Caracas, Quito, Lima o Medellín. Esa
institucionalización ha coadyuvado a ampliar los enfoques, pues a las miradas
compilatorias y hagiográficas se han sumado diversas perspectivas críticas. En
las historias desde la década de 1980 aparecen cada vez más actores locales,
como criollos, indígenas y afrodescendientes. Hoy conocemos mejor (aunque
todavía con vacíos), su papel en el proceso de construcción del complejo
edificio de la moderna tecnociencia, al actuar como pares científicos, guías,
informantes, pintores, recolectores, entre otros. También conocemos mejor sus
conexiones regionales y globales.
Desde antes de la década de 1980 ya se intentaba relevar la “ciencia
americana”, en especial la precolombina, pero ese enfoque se ha diversificado
hasta posturas “radicales” que colocan a América como fundamental para la
revolución científica e Ilustración, y que cuestionan las tradicionales narrativas
sobre personajes como Humboldt o Mutis, evidenciando las apropiaciones
indebidas de saberes u ocultamiento de fuentes e información. Son miradas
atrevidas y desinhibidas de problemas/temas clásicos, que amplían y pluralizan
miradas y se van imponiendo por su fuerza interpretativa y pertinencia. Ese
enfoque no solo es desde los trópicos: también está presente en abordajes
realizados “desde fuera”, con miradas menos eurocéntricas, acogiendo el giro
epistémico en la historia de la ciencia, en una mirada menos “basallista” de la
circulación del conocimiento.

En los enfoques críticos ha sido clave la influencia de los estudios CTS y de los
enfoques constructivistas. También que muchas personas han recibido una
formación académica específica en historia de la ciencia y se ha
profesionalizado el trabajo con fuentes primarias. Cada vez se conocen mejor
los ingredientes sociales, culturales, económicos, de poder, en la tecnociencia
localizada. En esos trabajos han emergido, o se han significado y resignificado,
categorías como imperialismo por invitación, civil plants, capas de colonialismo,
misioneros científicos, ciencia criolla (creole), saberes locales y saberes
híbridos, relocalización de la ciencia, que se han mezclado o han reemplazado
a otras metafóricas o teóricas, como conquista, centro, periferia, difusión,
transferencia.

Las exploraciones han sido un tema primordial y favorito, visitado y revisitado


desde muchas perspectivas, aunque también es cierto que muchísimos
viajeros han recibido poca o ninguna atención hasta ahora. Por ejemplo, hay
menos trabajos sobre la actividad de los religiosos, en contraste con una
“industria humboldtiana” global y local, y otra “industria mutisiana” más local. En
el caso del evolucionismo, las narrativas son más recientes, bastante marcadas
por una mirada de difusión y recepción, énfasis en las controversias y en
procesos enmarcados en el “darwinismo social”. La influencia de Humboldt y
Darwin ha sido tal que los historiadores de la ciencia de la región, casi sin
excepciones, han sido, en mayor o menor grado, humboldtianos, darwinianos,
o ambos.

En las fuentes secundarias predomina un enfoque nacional, a veces


nacionalista, existente desde fines del siglo XIX. En cada país, los historiadores
han investigado sus contextos, incluso antes de que las naciones existan.
Mutis, por ejemplo, ha sido considerado el punto cero o mito de origen de la
“ciencia colombiana”, aunque fue, en realidad, un español trabajando en y para
un virreinato imperial. Varios trabajos conectan a los países tropicales con el
Norte global, pero son escasos los que conectan a los países entre sí, y
solamente en los estudios sobre exploraciones, prácticamente nada en torno al
evolucionismo. De esa forma, se conecta el imperio español con los actuales
países, o Estados Unidos con los actuales países, pero pocas veces entre
ellos, salvo cuando los exploradores recorrieron varios territorios, como Caldas
o Humboldt. En la historia de la ciencia local hay una carencia de estudios
comparados, menos aún de abordajes regionales conectados, como sí sucede
en los estudios andinos o la historia ambiental.

Las exploraciones botánicas han sido el tema más visitado, y luego las
zoológicas y de exploración multidisciplinaria en el siglo XX. Esas historias
ilustran la complejidad de la práctica de viajar, explorar, recolectar, y entregan
visiones del mundo natural que no siempre han sido conocidas ni
sistematizadas, mucho menos reconocidas en narrativas del descubrimiento y
exploración, muy situadas en Europa y su expansión. Dado que la
representación de América fue, en muchos sentidos, visual, las fuentes
iconográficas han llamado cada vez más la atención, ilustrando nuevos
dispositivos fundamentales en los procesos de circulación del conocimiento.

Mientras que los estudios sobre exploraciones abarcan, con sobrelapamientos,


las cuatro categorías de Cueto y Silva (2020), los estudios sobre darwinismo
pueden situarse en las dos primeras, algo menos en la tercera y prácticamente
nada en la cuarta. Hay muchos trabajos compilatorios y descriptivos en ambos
campos, necesarios como punto de partida para divulgar las fuentes, actores y
procesos. Muchos incorporan, todavía, las ideas de centro periferia, pero al
igual que en el grupo STEP, las usan como categorías “flexible and dynamic”
(Nieto-Galan 2015), buscando relevar la agencia de actores locales y las
formas que adquieren los saberes cuando circulan en contextos locales. La
propuesta de Cueto y Silva para la historiografía de la ciencia en América
Latina ha sido un buen punto de partida para entender las transformaciones en
las narrativas y enfoques, aunque como esos autores alertan, deben ser
consideradas como flexibles.

Síntesis historiográficas futuras podrían fijarse en las trayectorias de la historia


de la medicina, que ha pasado por intensos cambios de enfoque. También en
narrativas de ciencias de la vida como la genética o microbiología, a cuyas
historias apenas comenzamos a asomarnos.

Acknowledgements

This article was prepared as part of the project “Historiography of life sciences
in the Tropical Andes”, IP 1059, sponsored by the Latin American Faculty of
Social Sciences (FLACSO Ecuador). We appreciate the generous availability of
the people who were interviewed in Bogotá, in February 2020: Stephan Pohl-
Valero (Universidad del Rosario), Claudia Leal, Mauricio Nieto Olarte, Camilo
Quintero Toro and Hebbe Vessuri (Universidad de los Andes), Olga Restrepo
Forero (Universidad Nacional de Colombia), and Alberto Gómez Gutiérrez
(Pontificia Universidad Javeriana).

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