Informe de Roma
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Informe de Roma
LA ROMA IMPERIAL
Entre Mas luces y las sombras de su largo gobierno (43 a.C.-14 d.C.), Augusto
parece ser el principal artífice del nuevo sistema político romano, el régimen
imperial, que durante cinco siglos (27 a.C.- 476 d.C.) permaneció vigente en el
mundo romano. Pero este nuevo sistema no surgió ex nihilo, sino que es en
gran medida el resultado de una lenta evolución sociopolítica, acelerada sólo
en las últimas décadas de la época republicana.
El Imperio heredó del imperialismo republicano una amplia base territorial, cuya
formación se remonta a los ya remotos tiempos de la expansión de Roma en
Italia durante los primeros siglos re publicanos y, en particular, a la expansión
imperialista desde me diados del siglo m a.C. En menos de un siglo Roma pasó
del mero control político sobre los territorios conquistados a su anexión e in
corporación como provincia de pleno dominio romano. Un impulso importante
en el proceso de provincialización significó la presencia de Pompeyo en Asia
(acta orientalis), que se cerró con la creación de la provincia del Ponto en 66,
tras la derrota de Mitrídates, y la de Siria y Cilicia en 63-62, tras la campaña
contra los piratas en las costas del Mediterráneo oriental y la reorganización de
los territorios asiáticos dominados o controlados por los romanos. En cambio,
en Occidente, el avance territorial romano sería debido ante todo a las
campañas de César: la Gallia comata (los territorios correspondientes a los
actuales de Francia septentrional, Bélgica y Suiza), en el 46 a.C., y Africa nova
poco después, en el territorio que sería reservado a la posterior provincia de
Numidia. Pero en vano la reina Cleopatra intentó congraciarse con los romanos
(primero con Julio César y, posteriormente, con Marco Antonio), porque el reino
helenístico acabaría siendo integrado en los dominios romanos y su territorio
convertido en provincia el año 30 a.C. En efecto, tras la victoria sobre Marco
Antonio en Accio (31 a.C.) y su posterior muerte en Alejandría junto con
Cleopatra, Octavio se convirtió en el primer ciudadano del Estado y en el único
jefe político con capacidad para mandar sobre todo el ejército romano.
Innovaciones de Augustu
Restauración e innovación son dos conceptos clave en la valoración histórica
de la obra política de Augusto. Podría decirse que todas las medidas y
reformas puestas en práctica por el primer emperador romano bascularon hacia
uno de estos dos polos: recuperación de viejos valores republicanos o bien
implantación de nuevas ideas en la sociedad romana. El propio Augusto en sus
Resgestae se reclama como restaurador del viejo régimen republicano
(restaurata respublica) aunque, en realidad, fue él también el principal artifice
en la lenta construcción del nuevo sistema imperial, nuevo edificio que
solamente conservó la fachada del viejo, pero que fue construido con
materiales nuevos y, desde luego, modificado interiormente sobre una planta
también nueva. Su obra política, por tanto, se enmarca entre estas dos
tendencias procurando establecer un difícil equilibrio político entre las
exigencias de los grupos prorrepublicanos y las peticiones de los grupos pro
monárquicos.
Pero en tal empresa Augusto no estuvo solo, sino rodeado de un importante
equipo de colaboradores: políticos como Agripa y Mecenas; historiadores como
Tito Livio; intelectuales como Me cenas, Horacio, Virgilio; en fin, una pléyade de
grandes nombres de las artes y las letras que permitieron a los
contemporáneos la de nominación de su propio tiempo como saeculum
Augustum o tam bién saeculum aureum.
No obstante, Augusto tuvo que vencer la resistencia de un considerable
número de senadores, que ejercían todavía una gran influencia en la vida
política y social, pero a los que intentaría anular mediante medidas políticas
(como las sucesivas depuraciones del 29, 18 o 10 a.C.), administrativas (como
la incorporación de ecuestres al gobierno de algunas provincias) e
institucionales (como la espectacular acumulación de títulos, atribuciones,
epítetos y honores).
El Senado, que durante las guerras civiles parece haber alcanzado la cifra de
900 o incluso 1.000 miembros, sería reducido por Augusto hasta los 600,
cuantía que se mantendría con leves fluctuaciones durante varios siglos. Como
compensación, Augusto otorgó fuerza de ley a las decisiones del Senado
(senatusconsultum) y capacidad jurisdiccional para llevar a cabo ciertos
procesos de sus miembros, restringiendo aún más las atribuciones de los
comitia republicanos.
En cuanto a las provincias, Augusto adoptó una política de elementos aun más
innovadores, si cabe. Realizó una reforma radical del sistema de administración
romana, basado en la preemi +nencia del Senado, al que recortó sus
tradicionales prerrogativas de gobierno y control del Estado e introdujo a
ecuestres en la nueva administración imperial privando asimismo a los
senadores del monopolio que durante siglos habían ejercido en el gobierno de
las provincias. Por Estrabón (geógrafo contemporáneo) y Dión Cassio (s. ni
d.C.) se sabe que Augusto llevó a cabo una importante refo ma de las
provincias ya en el 27 a.C. procediendo a su clasificación en senatoriales e
imperiales, según que el responsable de su gobierno fuera el Senado o el
propio emperador; además, en cada uno de estos tipos estableció a su vez dos
rangos o categorías: consulares y pretorias, según el rango del gobernador (ex
cónsul o ex pretor) destinado a ellas. Según Estrabón, Augusto cedió al
Senado el gobierno y administración de las provincias «ya pacificadas y fáciles
de gobernar», aunque Dión Cassio —un representante senatorial— añade que
se trataba de los «territorios más débiles». Las provincias senatoriales eran las
que no precisaban tropas legionarias en ellas (de ahí que se denominen
también «provincias inermes») y estaban gobernadas por un proconsul, elegido
a sorteo en el Senado y que ejercía su mandato al modo republicano, es decir,
solamente durante un año, aunque el Senado podía prorrogarlo en algunas
ocasiones. En cambio, las provincias imperiales fueron confiadas a senadores
en función de legati Augusti, nombrados directamente por el emperador, o a
ecuestres en función de procuratores o praefecti seleccionados también
personalmente por el princeps; en las primeras había tropas en mayor o menor
cuantía, de ahí que se les suela denominar también «provincias legionarias», y
los legati ejercían su mandato durante un período no de terminado
previamente, que dependía sólo de la voluntad del emperador, pero que
generalmente oscilaba entre tres y diez años. Egipto era un caso especial,
puesto que aun siendo importante su gobierno fue confiado a ecuestres de alto
rango, desde Augusto hasta el siglo m al menos; las razones eran no sólo
políticas, sino también económicas e ideológicas.
El nuevo sistema imperial se asentó sobre la base territorial legada por el
sistema republicano precedente, que se vinculó a una super estructura jurídico-
política nueva. En este sentido, el Imperio no se configuró sólo como un
conglomerado de provincias, sino también como un sistema centralizado de
poder, en el que el poder político simbolizado en el princeps era, de hecho, la
consecuencia lógica de la acumulación de todos los demás poderes (militar,
religioso, eco nómico, judicial, legislativo) en la persona del emperador. El
imperialismo republicano había generado una base territorial en tomo al
Mediterráneo, que se extendía desde las costas atlánticas (finis terrae) por el
noroeste hasta Siria y Egipto por el sureste. Roma había logrado formar un
extenso Imperio hegemónico, cuyo control sólo se haría efectivo si el Estado
romano era capaz de convertirlo en un verdadero Imperio territorial. En el
segundo modelo, en cambio, prevalece la idea del control efectivo, permanente
y duradero sobre la de una potencial ampliación de los límites territoriales entre
los que se ejerce el dominio romano; de ahí que la construcción de un limes (o
frontera militarmente guarnecida) sea no sólo conveniente sino también
necesaria para garantizar el control de un área determinada. Además, Roma
renunciaba así a imponer su hegemonía en territorios difícilmente controlables
y, en consecuencia, más costosos, si éstos no tenían un claro valor estratégico
o económico para el Estado. En el nuevo sistema político-administrativo, la
protección de los provinciales, la explotación de sus recursos humanos y
materiales y, en definitiva, el gobierno de las nuevas provincias prevalecía
sobre la incorporación de otros nuevos territorios al sistema de dominio
romano. El paso de un sistema a otro conllevó a su vez un cambio conceptual
—no siempre bien comprendido— en virtud del cual la provincia republicana (o
facultad de ejercer un mando extraitálico) denominó ahora a la entidad
territorial sobre la que se ejercía el mando, del mismo modo que el imperium
republicano (o poder efectivo de un magistrado con prerrogativas militares)
sirvió para dar nombre al nuevo sistema político-administrativo, basado en el
poder atribuido a los nuevos gobernadores provinciales.
DIVINIDAD DEL CESAR
La divinidad de Cesar se decretó por ley que César sería dios y Octavio
obtendría beneficios de aquella divinidad, puesto que él al ser hijo de una
deidad utilizaría los beneficios político-religiosos al denominarse divi filius (el
hijo del divino). El Genius de César tuvo culto inmediatamente en el Imperio,
encontrando ejemplos en Cuando Octavio César venció a Marco Antonio en la
batalla de Actium en el año 31 a.C., diferentes manifestaciones religiosas y
políticas se comenzaron a gestar, tal vez por iniciativa del futuro princeps o
sencillamente por el entusiasmo del mundo griego por conceder honores a
quienes fueron victoriosos en hazañas militares. La batalla significó para
Octavio la victoria sobre el enemigo de Roma y el inicio de una oportunidad
política para su persona que no dejaría escapar.6 El año 30 a.C. tenemos
información de Dión Casio que se aprobó por senato consulto que se
permitiese una libación del Genius viviente de Octavio tanto en banquetes
públicos como privados. Esto se ve confirmada por una pintura en Pompeya
donde una inscripción con la leyenda Aparte de esto, también se sabe que
desde el año 7 a.C. se decidió que los lares Compitales fuesen lares Augusti, y
en el año 6 a.C. encontramos la unión tanto de los Lares como del Genius
Augusti, con personas encargadas y orgullosas de mencionar que en la
Kalenda del mes Augusti (antiguo Sextilis) comenzaron por primera vez su
magisterio.