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Informe de Roma

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“Año del Bicentenario, de la consolidación de nuestra Independencia, y de

la conmemoración de las heroicas batallas de Junín y Ayacucho”

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES-UNMSM


ESCUELA PROFESIONAL DE ARQUEOLOGÍA
CURSO: ARQUEOLOGÍA DEL MUNDO CLASICO
DOCENTE: Lic. ANTONIO RUBEN WONG ROBLES
ALUMNO: LUIS ANTENOR DEL CASTILLO GARCIA

Lunes 25 de Noviembre del 2024


EL FINAL DE LA REPUBLICA ROMANA

La época de Pompeyo y César, de un lado, y la de Marco Antonio y Octavio, de


otro, constituyen no sólo la «última generación republicana», sino también el
final de un período y el comienzo del siguiente en la historia de la Roma
antigua. En los cincuenta que separan la primera intervención pública de
Pompeyo en Italia en el 83 del comienzo de la última guerra civil —la sexta—
entre Antonio y Octavio en el 33 a.C., se produjeron grandes cambios en la
vida política y social de los romanos. Ya en el 88 los romanos habían visto
cómo un cónsul —Sila— era capaz de anular por las armas las decisiones
políticas del Senado a favor de Mario. El mismo Sila optó por implantar una
dictadura en el 82 atribuyén dose poderes constituyentes para reformar el
Estado (rei publicae constituendae) y promulgar leyes (legibus scribundis). Pero
la dic tadura vino precedida de una serie de represalias contra los miem bros
del grupo político oponente, las llamadas «proscripciones si- lanas» que
afectaron a no menos de 40 senadores, unos 1.600 equites y no menos de
4.000 ciudadanos, que habían apoyado a los populares durante su ausencia;
algunos fueron relegados de los cargos públicos junto con sus parientes y a
todos les fueron con fiscados sus bienes. No obstante, Sila realizó luego
importantes re formas políticas y sociales.
Si Sila había iniciado su carrera política al abrigo de Mario, Pompeyo lo haría
en apoyo de Sila combatiendo contra Cinna y los marianistas para facilitar la
entrada de Sila en Italia en el 83 a.C. Pero la carrera política de Pompeyo
presenta un perfil nuevo: du rante más de veinte años es exclusivamente
militar, sin optar a car gos políticos. Pompeyo combatió ya al lado de su padre
—Cneo Pompeyo Estrabón— durante la guerra de los aliados (91-88) y como
un privatus se mantenía aún cuando recibió del Senado el en cargo de dirigir la
expedición romana contra Sertorio y sus segui dores en Hispania el 76 a.C., e
incluso en el 71 cuando, junto con Craso, fue propuesto para el consulado del
año siguiente. Otro as pecto importante de la figura de Pompeyo fue la nutrida
red de sus relaciones familiares y políticas. Su segunda mujer fue Emilia, que
era hija del propio Sila. Muerta ésta en el 82 a.C., Pompeyo se casó con
MuciaTertia, hija del famoso jurisconsulto Q. Mucio Scé- vola. Posteriormente,
en el 59 contraería matrimonio con Julia, la hija de César, y muerta ésta con
una hija del poderoso Q. Metelo Pío Escipión. Resulta evidente que estas
uniones matrimoniales no fueron casuales sino dictadas por el pragmatismo
político, quizá más que ninguna otra la relación parental entablada con César el
mismo año de su primer consulado. Pero la mayor gloria militar y política de
Pompeyo provendría de Oriente. En el 67, a través del tribuno Gabinio,
Pompeyo logró que el Senado le otorgara un imperium infinitum por tres años
para combatir a los piratas cilicios de Asia Menor que, en sus incursiones por
las costas mediterráneas, habían llegado a amenazar también la misma Italia.
Al año siguiente la Lex Manilia otorgaba a Pompeyo un nuevo imperium
extraordinem con plenos poderes para resolver la cuestión oriental: combatir
con traMitrídates del Ponto y Tigranes de Armenia; reorganizar los territorios
asiáticos, que consistió en la creación de dos nuevas provincias (Ponto-Bitinia y
Siria, en el 63) y el estatuto de reinos clientes a otros pueblos del área
(Capadocia, Galatia, Cilicia, Judea).
Entretanto, en Roma se libraba una dura batalla dialéctica, no ya entre
optimates y populares, sino incluso en el seno de ambos grupos. El
protagonista indiscutible de esta lucha fue M. Tulio Cicerón durante su
consulado del 63. Cicerón era un hom novus, sin antecedentes familiares en el
Senado, y una de las pocas excepciones de este tipo admitidas por los
miembros de la tradicional nobilitas republicana. En Cicerón sus extraordinarias
dotes oratorias se sumaban a una sólida formación jurídica, que demostró
públicamente en el proceso contra Verres, acusado de extorsionar a los
sicilianos durante su mandato en la provincia. Pero el aspecto más conocido de
su trayectoria política fue la denuncia durante su consulado de una
conspiración contra el Estado urdida por L. Sergio Catilina —también llamada
conjuración de Catilina—, candi dato sin éxito en varias ocasiones al
consulado, magistratura controlada por los miembros de la oligarquía senatorial
dirigente, incluida la candidatura del 64, de la que Cicerón sería elegido. Fuera
por la notoria rivalidad entre ambos, fuera como respuesta a la entusiasta
acogida de las medidas liberadoras —como la cancelación de las deudas—
puestas en práctica por Catilina, Cicerón como portavoz del Senado lanzó una
mordaz diatriba contra él y sus seguidores, para los que pidió la pena máxima,
a la que en vano intentó oponerse Julio César. El Senado ratificó la sentencia y
los conspiradores fueron eliminados a comienzos del año 62 mediante un
ejército consular enviado a Etruria, último reducto de los Catilinarios.
La llegada de Pompeyo a Italia ese mismo año no contribuyó a sosegar la
trepidante vida política romana. Una facción del Senado pidió el
desmantelamiento de las legiones, petición a la que Pompeyo accedió
esperando que a sus veteranos se les otorgaran tierras, cosa que no ocurrió;
tampoco el Senado reconoció el éxito militar y político de Pompeyo en Asia y el
acta orientalis presentada fue rechazada. Fue entonces cuando Pompeyo se
separó de los miembros de la nobilitas y buscó apoyos entre los populares —ya
diri gidos por César— y otros grupos de presión en la política republicana,
como los publicani, interesados en lograr la adjudicación de la recaudación de
los impuestos de las provincias asiáticas, a quienes en ese momento
patrocinaba M. Licinio Craso. Entre los tres, pero sin que existiera refrendo
legal alguno, acordaron formar una coalición política en el 60 a.C. que ponía en
práctica el programa ciceroniano de la concordia ordinum: Pompeyo representa
ría los intereses de los senadores, Craso los de los equites y César, como
popularis, los de la plebe romana. De esta forma se pretendía evitar que el
apoyo alternativo a uno u otro por parte de la oligarquía dirigente del Senado
los enfrentara entre sí y provocara una nueva guerra civil.
En virtud de este acuerdo César sería elegido cónsul para el año 59 a.C.,
dedicando su ejercicio, entre otras cosas, a lograr para Pompeyo lo que el
Senado le había negado: tierras para los veterani, aprobación de las acta
orientales y adjudicación de tasas a los publicani. Por su parte, Pompeyo
conseguiría que una Lex Vatinia de ese mismo año otorgara a César el
proconsulado de la Galia Cisalpina por cinco años, con el fin de que César —
ahora también su suegro— afianzara la conquista del territorio y adquiriera la
gloria militar requerida para el protagonismo en la vida política republicana.
Pero la estancia de César en las Galias duró diez años, intervalo en el que
mantendría periódicas relaciones con sus coaligados. Una de ellas tuvo lugar el
56 a.C. en Lucca, al norte de Italia, donde Craso, Pompeyo y César acordaron
renovar sus compromisos políticos de colaboración mutua. Como consecuencia
de ella, Craso y Pompeyo serían elegidos cónsules para el año 55 y lograrían
ademas los gobiernos de Siria e Hispania, respectivamente, mediante una Lex
Trebonia. Craso murió luchando contra los partos en Carrhás el año 53, pero
Pompeyo, temiendo la reacción in controlada del Senado, no viajó a Hispania
sino que envió legati en su nombre —un hecho sin precedentes en la historia
constitucional republicana. Pero la prueba evidente de que se trataba de una
sim ple coalición y no de un auténtico triunvirato es que, muerto Craso, no se
buscó un sustituto y, desde luego, las relaciones políticas entre César y
Pompeyo empeoraron desde entonces. Quizá la muerte de Julia hacia el 54,
hija de César y cuarta mujer de Pompeyo, y ante todo la muerte de Clodio en el
52 —que había sido el verdadero apoyo de César en Roma—, contribuyeron a
distanciar a am bos dirigentes, pero también el creciente clima de inestabilidad
política que se vivía en Roma, tomada literalmente durante estos años por las
bandas armadas (operae) de Clodio y Milón. Esta situación y la nueva
correlación de fuerzas en el Senado, controlado de nuevo por la nobilitas,
inclinaron a Pompeyo a tomar una decisión sin precedentes: presentarse como
candidato único a las elec ciones consulares para el año 52. Por algún tiempo
fue proclamado consul sine collega, pero poco después propuso a Metelio Pío
—su nuevo suegro— como colega. Pompeyo se convertía así en árbitro del
Estado —que Cicerón consideró como un auténtico principado—, pero rompía
la vinculación política con César, todavía en la Galia, y se preparaba para
afrontar una nueva guerra civil.
A comienzos del año 49, cuando Pompeyo negociaba con el Senado la
asunción de poderes dictatoriales, César pasó el Rubicón con su ejército que
constituía el límite institucional del nuevo pomerium republicano establecido por
Sila. Con este acto, que ha pasado a la historia con el aleaiacta est, César
declaraba formal mente la guerra a Pompeyo y al Senado. Pero César no llegó
a Roma hasta abril, después de haber sumado a su causa todo el norte de
Italia. Pompeyo, por su parte, creó nuevos frentes: Hispania, Galia, África y
Grecia, a donde él mismo se había dirigido en marzo de ese año. Las fuerzas
cesarianas se reforzaron con el control sobre al menos siete legiones. El
enfrentamiento entre ambos era inevitable: ocurrió en La Farsalia, en agosto
del 48, desde donde Pompeyo huyó a Egipto, siendo ejecutado a su llegada.
César había sido proclamado dictator en el 49 y cónsul en el 48; de nuevo
ejerció el consulado por tercera vez en el 46, cuando se le otorgó una dictadura
por diez años, que se transformó en dictator per petus en el 45, a su regreso
triunfal de las victorias en Thapso y Munda, en las campañas africana e
hispánica contra los últimos re ductos pompeyanos, recibiendo incluso honores
divinos. Esta acumulación de poderes frente a la concepción republicana del
«poder colegiado» indicaba claramente el inicio de una nueva época, la que de
forma inexorable llevaría a la instauración del «principado augusteo» sin que
fuera posible ninguna otra alternativa política. Durante su dictadura, César llevó
a cabo una profunda transformación del Estado
El asesinato de César en los idus de marzo del año 44 acusado de aspirar a la
realeza (affectatio regni) precipitó la evolución política. Bruto y Cassio Longino,
simples ejecutores de la acción en nombre de la república, fueron perseguidos
por Marco Antonio, el cónsul del año, Lepido, experto militar y Octavio, llegado
a Roma desde Apolonia, en donde se encontraba preparando la campaña
contra los partos de César, heredero en el testamento de César. Mientras en el
Senado se debatía la conveniencia de la divinización de César, el populus
reclama la legitimidad de Octavio mientras que el Senado parece inclinarse por
Antonio, a la vez que favorece la huida de los «cesaricidas» a Sicilia y Asia.
Pero ante la falta del apoyo constitucional necesario, Octavio optó una vez más
por un procedimiento anticonstitucional ocupando Roma con un ejército, lo que
sin embargo no intimidó al Senado y a la facción senatorial encabezada por
Cicerón.
Desde el 43 a.C. una Lex Titia confirmó los poderes extraordinarios de los
triunviros (Marco Antonio, Lepido y Octavio) por diez años para reconstruir la
República (rei publicae constiten dae), con un reparto territorial del Imperio
entre ellos. La aplicación de las medidas triunvirales desembocó pronto en la
arbitrariedad y el revanchismo político. Como consecuencia más de trescientos
senadores —entre ellos Cicerón— y no menos de dos- milequites murieron y a
muchos ricos les fueron confiscados sus bienes y propiedades. Pero durante
estos primeros años del triunvirato las opciones políticas de los líderes se
fueron decantando. Octavio ganaba protagonismo en Occidente mientras que
Marco Antonio se mostraba filoheleno, primero, y prooriental después, al unirse
sentimentalmente —como años antes lo había hecho César— con la reina
egipcia Cleopatra VII. Quizá por ello, en el 40 se casó con Octavia —hermana
de su colega— para reafirmar su in terés por Roma y se instaló en Atenas.
Pero para entonces la pro paganda antiantoniana suscitada por Octavio en
Occidente le definía como un «príncipe consorte» en manos de la reina, a la
que había dado dos hijos: Alejandro Helios y Cleopatra Selene. Además, en el
Senado romano se había especulado con la posibilidad de que Antonio
aspirara a dirigir directamente la parte oriental del Imperio, cediendo algunos
territorios en su nombre a Cleopatra.
o sus herederos. Esta imagen de corte y repartos personales chocaba
claramente con la mentalidad republicana del Senado romano, por lo que no le
fue difícil a Octavio ganar adeptos a su causa dentro de él. En el 36 el
triunvirato se desintegró formalmente mediante una lex de imperio adrogando
que eliminó de la escena política a Lepido, por lo que la rivalidad entre Octavio
y Antonio se hizo inevitable, sobre todo cuando éste, tras haber repudiado a
Octavia, parecía aspirar al gobierno directo de las provincias orientales. En el
33 a.C. Octavio renovó el imperium proconsulare, necesario para organizar el
enfrentamiento con Antonio y Cleopatra en tierras orientales que, finalmente,
tuvo lugar en Accio, en la costa del Epiro, el 31 a.C. Como consecuencia, tras
su regreso a Egipto como vencidos, Marco Antonio y Cleopatra murieron en
extra ñas circunstancias, que han dado pie a la leyenda. Al año siguiente, tras
la incorporación de Egipto como provincia romana (30 a.C.), Octavio regresó a
Roma como jefe único del ejército romano, situación que sólo había ocurrido —
y ocasionalmente— durante las breves dictaduras republicanas. Se cerraba así
una de las épocas más dinámicas de la vida política y social romana.

LA ROMA IMPERIAL

Entre Mas luces y las sombras de su largo gobierno (43 a.C.-14 d.C.), Augusto
parece ser el principal artífice del nuevo sistema político romano, el régimen
imperial, que durante cinco siglos (27 a.C.- 476 d.C.) permaneció vigente en el
mundo romano. Pero este nuevo sistema no surgió ex nihilo, sino que es en
gran medida el resultado de una lenta evolución sociopolítica, acelerada sólo
en las últimas décadas de la época republicana.
El Imperio heredó del imperialismo republicano una amplia base territorial, cuya
formación se remonta a los ya remotos tiempos de la expansión de Roma en
Italia durante los primeros siglos re publicanos y, en particular, a la expansión
imperialista desde me diados del siglo m a.C. En menos de un siglo Roma pasó
del mero control político sobre los territorios conquistados a su anexión e in
corporación como provincia de pleno dominio romano. Un impulso importante
en el proceso de provincialización significó la presencia de Pompeyo en Asia
(acta orientalis), que se cerró con la creación de la provincia del Ponto en 66,
tras la derrota de Mitrídates, y la de Siria y Cilicia en 63-62, tras la campaña
contra los piratas en las costas del Mediterráneo oriental y la reorganización de
los territorios asiáticos dominados o controlados por los romanos. En cambio,
en Occidente, el avance territorial romano sería debido ante todo a las
campañas de César: la Gallia comata (los territorios correspondientes a los
actuales de Francia septentrional, Bélgica y Suiza), en el 46 a.C., y Africa nova
poco después, en el territorio que sería reservado a la posterior provincia de
Numidia. Pero en vano la reina Cleopatra intentó congraciarse con los romanos
(primero con Julio César y, posteriormente, con Marco Antonio), porque el reino
helenístico acabaría siendo integrado en los dominios romanos y su territorio
convertido en provincia el año 30 a.C. En efecto, tras la victoria sobre Marco
Antonio en Accio (31 a.C.) y su posterior muerte en Alejandría junto con
Cleopatra, Octavio se convirtió en el primer ciudadano del Estado y en el único
jefe político con capacidad para mandar sobre todo el ejército romano.
 Innovaciones de Augustu
Restauración e innovación son dos conceptos clave en la valoración histórica
de la obra política de Augusto. Podría decirse que todas las medidas y
reformas puestas en práctica por el primer emperador romano bascularon hacia
uno de estos dos polos: recuperación de viejos valores republicanos o bien
implantación de nuevas ideas en la sociedad romana. El propio Augusto en sus
Resgestae se reclama como restaurador del viejo régimen republicano
(restaurata respublica) aunque, en realidad, fue él también el principal artifice
en la lenta construcción del nuevo sistema imperial, nuevo edificio que
solamente conservó la fachada del viejo, pero que fue construido con
materiales nuevos y, desde luego, modificado interiormente sobre una planta
también nueva. Su obra política, por tanto, se enmarca entre estas dos
tendencias procurando establecer un difícil equilibrio político entre las
exigencias de los grupos prorrepublicanos y las peticiones de los grupos pro
monárquicos.
Pero en tal empresa Augusto no estuvo solo, sino rodeado de un importante
equipo de colaboradores: políticos como Agripa y Mecenas; historiadores como
Tito Livio; intelectuales como Me cenas, Horacio, Virgilio; en fin, una pléyade de
grandes nombres de las artes y las letras que permitieron a los
contemporáneos la de nominación de su propio tiempo como saeculum
Augustum o tam bién saeculum aureum.
No obstante, Augusto tuvo que vencer la resistencia de un considerable
número de senadores, que ejercían todavía una gran influencia en la vida
política y social, pero a los que intentaría anular mediante medidas políticas
(como las sucesivas depuraciones del 29, 18 o 10 a.C.), administrativas (como
la incorporación de ecuestres al gobierno de algunas provincias) e
institucionales (como la espectacular acumulación de títulos, atribuciones,
epítetos y honores).
El Senado, que durante las guerras civiles parece haber alcanzado la cifra de
900 o incluso 1.000 miembros, sería reducido por Augusto hasta los 600,
cuantía que se mantendría con leves fluctuaciones durante varios siglos. Como
compensación, Augusto otorgó fuerza de ley a las decisiones del Senado
(senatusconsultum) y capacidad jurisdiccional para llevar a cabo ciertos
procesos de sus miembros, restringiendo aún más las atribuciones de los
comitia republicanos.
En cuanto a las provincias, Augusto adoptó una política de elementos aun más
innovadores, si cabe. Realizó una reforma radical del sistema de administración
romana, basado en la preemi +nencia del Senado, al que recortó sus
tradicionales prerrogativas de gobierno y control del Estado e introdujo a
ecuestres en la nueva administración imperial privando asimismo a los
senadores del monopolio que durante siglos habían ejercido en el gobierno de
las provincias. Por Estrabón (geógrafo contemporáneo) y Dión Cassio (s. ni
d.C.) se sabe que Augusto llevó a cabo una importante refo ma de las
provincias ya en el 27 a.C. procediendo a su clasificación en senatoriales e
imperiales, según que el responsable de su gobierno fuera el Senado o el
propio emperador; además, en cada uno de estos tipos estableció a su vez dos
rangos o categorías: consulares y pretorias, según el rango del gobernador (ex
cónsul o ex pretor) destinado a ellas. Según Estrabón, Augusto cedió al
Senado el gobierno y administración de las provincias «ya pacificadas y fáciles
de gobernar», aunque Dión Cassio —un representante senatorial— añade que
se trataba de los «territorios más débiles». Las provincias senatoriales eran las
que no precisaban tropas legionarias en ellas (de ahí que se denominen
también «provincias inermes») y estaban gobernadas por un proconsul, elegido
a sorteo en el Senado y que ejercía su mandato al modo republicano, es decir,
solamente durante un año, aunque el Senado podía prorrogarlo en algunas
ocasiones. En cambio, las provincias imperiales fueron confiadas a senadores
en función de legati Augusti, nombrados directamente por el emperador, o a
ecuestres en función de procuratores o praefecti seleccionados también
personalmente por el princeps; en las primeras había tropas en mayor o menor
cuantía, de ahí que se les suela denominar también «provincias legionarias», y
los legati ejercían su mandato durante un período no de terminado
previamente, que dependía sólo de la voluntad del emperador, pero que
generalmente oscilaba entre tres y diez años. Egipto era un caso especial,
puesto que aun siendo importante su gobierno fue confiado a ecuestres de alto
rango, desde Augusto hasta el siglo m al menos; las razones eran no sólo
políticas, sino también económicas e ideológicas.
El nuevo sistema imperial se asentó sobre la base territorial legada por el
sistema republicano precedente, que se vinculó a una super estructura jurídico-
política nueva. En este sentido, el Imperio no se configuró sólo como un
conglomerado de provincias, sino también como un sistema centralizado de
poder, en el que el poder político simbolizado en el princeps era, de hecho, la
consecuencia lógica de la acumulación de todos los demás poderes (militar,
religioso, eco nómico, judicial, legislativo) en la persona del emperador. El
imperialismo republicano había generado una base territorial en tomo al
Mediterráneo, que se extendía desde las costas atlánticas (finis terrae) por el
noroeste hasta Siria y Egipto por el sureste. Roma había logrado formar un
extenso Imperio hegemónico, cuyo control sólo se haría efectivo si el Estado
romano era capaz de convertirlo en un verdadero Imperio territorial. En el
segundo modelo, en cambio, prevalece la idea del control efectivo, permanente
y duradero sobre la de una potencial ampliación de los límites territoriales entre
los que se ejerce el dominio romano; de ahí que la construcción de un limes (o
frontera militarmente guarnecida) sea no sólo conveniente sino también
necesaria para garantizar el control de un área determinada. Además, Roma
renunciaba así a imponer su hegemonía en territorios difícilmente controlables
y, en consecuencia, más costosos, si éstos no tenían un claro valor estratégico
o económico para el Estado. En el nuevo sistema político-administrativo, la
protección de los provinciales, la explotación de sus recursos humanos y
materiales y, en definitiva, el gobierno de las nuevas provincias prevalecía
sobre la incorporación de otros nuevos territorios al sistema de dominio
romano. El paso de un sistema a otro conllevó a su vez un cambio conceptual
—no siempre bien comprendido— en virtud del cual la provincia republicana (o
facultad de ejercer un mando extraitálico) denominó ahora a la entidad
territorial sobre la que se ejercía el mando, del mismo modo que el imperium
republicano (o poder efectivo de un magistrado con prerrogativas militares)
sirvió para dar nombre al nuevo sistema político-administrativo, basado en el
poder atribuido a los nuevos gobernadores provinciales.
DIVINIDAD DEL CESAR

La divinidad de Cesar se decretó por ley que César sería dios y Octavio
obtendría beneficios de aquella divinidad, puesto que él al ser hijo de una
deidad utilizaría los beneficios político-religiosos al denominarse divi filius (el
hijo del divino). El Genius de César tuvo culto inmediatamente en el Imperio,
encontrando ejemplos en Cuando Octavio César venció a Marco Antonio en la
batalla de Actium en el año 31 a.C., diferentes manifestaciones religiosas y
políticas se comenzaron a gestar, tal vez por iniciativa del futuro princeps o
sencillamente por el entusiasmo del mundo griego por conceder honores a
quienes fueron victoriosos en hazañas militares. La batalla significó para
Octavio la victoria sobre el enemigo de Roma y el inicio de una oportunidad
política para su persona que no dejaría escapar.6 El año 30 a.C. tenemos
información de Dión Casio que se aprobó por senato consulto que se
permitiese una libación del Genius viviente de Octavio tanto en banquetes
públicos como privados. Esto se ve confirmada por una pintura en Pompeya
donde una inscripción con la leyenda Aparte de esto, también se sabe que
desde el año 7 a.C. se decidió que los lares Compitales fuesen lares Augusti, y
en el año 6 a.C. encontramos la unión tanto de los Lares como del Genius
Augusti, con personas encargadas y orgullosas de mencionar que en la
Kalenda del mes Augusti (antiguo Sextilis) comenzaron por primera vez su
magisterio.

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