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Paul Lynch. El Cantar Del Profeta

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Para Anna, Amelie y Elliot

Lo que fue, eso será,


y lo que se hizo, eso se hará;
no hay nada nuevo bajo el sol.
Eclesiastés 1,9

En los tiempos sombríos,


¿también se cantará?
Sí, también se cantará,
sobre los tiempos sombríos.
BERTOLT BRECHT
1

Ha caído la noche y ella no ha oído la llamada a la puerta,


está delante de la ventana mirando el jardín. Cómo la
oscuridad congrega los cerezos sin sonido alguno.
Congrega las últimas hojas y las hojas no se resisten a la
oscuridad sino que aceptan la oscuridad entre susurros.
Ahora está cansada, la jornada casi ha concluido, todo lo
que aún queda por hacer antes de acostarse y los chicos
están acomodados en la sala de estar, esa sensación de
descansar un momento ante el cristal. Contempla el jardín
cada vez más oscuro y siente el deseo de estar en sintonía
con esa oscuridad, de salir y tenderse con ella, tenderse
con las hojas caídas y dejar que pase la noche, despertar
con el amanecer y levantarse renovada con la mañana que
llega. Pero la llamada a la puerta. La oye tomar forma de
pensamiento, el golpeteo brusco, insistente, cada golpe tan
plenamente poseído de quien lo da que empieza a fruncir el
ceño. Entonces Bailey también está golpeteando la puerta
de cristal de la cocina, la llama, mamá, señalando el pasillo
sin quitar los ojos de la pantalla. Eilish ve cómo su cuerpo
se desplaza hacia el recibidor con el bebé en brazos, abre
la puerta de la calle y hay dos hombres ante la puerta de
cristal del porche con el rostro casi difuminado por la
oscuridad. Enciende la luz del porche y los individuos son
reconocibles al instante por cómo están plantados, el frío
aire nocturno parece suspirar cuando desliza la puerta del
porche para abrirla, la quietud de la zona residencial, la
lluvia que cae casi sobreentendida sobre Saint Laurence
Street, sobre el coche negro aparcado delante de la casa.
Cómo los hombres parecen ser portadores de la sensación
de la noche. Los observa desde su propia sensación
protectora, el joven de la izquierda pregunta si su marido
está en casa y hay algo en su manera de mirarla, los ojos
remotos y sin embargo escudriñadores que dan la
impresión de que estuviera intentando apoderarse de algo
dentro de ella. En un abrir y cerrar de ojos Eilish ha mirado
calle arriba y abajo, ha visto a un paseante solitario con un
perro bajo un paraguas, los sauces que cabecean bajo la
lluvia, los destellos de una televisión grande en la casa de
los Zajac enfrente. Se refrena entonces, casi riéndose, ese
reflejo universal de culpabilidad cuando la policía llama a
tu puerta. Ben empieza a retorcerse entre sus brazos y el
agente mayor de paisano a su derecha mira al niño, su
rostro parece suavizarse, así que se dirige a él. Sabe que él
también es padre, cosas así siempre se saben, el otro
individuo es demasiado joven, demasiado pulcro y de
huesos marcados, ella empieza a hablar, consciente de un
repentino titubeo en la voz. Volverá a casa pronto, en una
hora o así, ¿quieren que lo llame por teléfono? No, no será
necesario, señora Stack, cuando venga a casa, dígale que
nos contacte a la mayor brevedad, aquí tiene mi tarjeta.
Llámeme Eilish, por favor, ¿les puedo ayudar en algo? No,
me temo que no, señora Stack, este asunto atañe a su
marido. El agente mayor de paisano le sonríe de oreja a
oreja al niño y ella se fija un momento en las arrugas en
torno a la boca, es un rostro marcado por la solemnidad, el
rostro equivocado para su trabajo. No tiene de qué
preocuparse, señora Stack. ¿Por qué iba a preocuparme,
Garda? Desde luego, señora Stack, no queremos quitarle
más tiempo, y anda que no vamos empapados esta noche
haciendo visitas, nos va a costar secarnos con la
calefacción del coche. Eilish cierra la puerta del patio con
la tarjeta todavía en la mano, ve a los dos hombres regresar
al coche, ve que el coche va calle arriba, se detiene al
llegar al cruce y las luces de freno refulgen y adoptan el
aspecto de dos ojos brillantes. Mira una vez más la calle
que ha vuelto a sumirse en la quietud del anochecer, el
calor del recibidor cuando entra y cierra la puerta y luego
se queda un momento examinando la tarjeta y se da cuenta
de que estaba conteniendo la respiración. Esa sensación
ahora de que algo ha entrado en la casa, quiere dejar al
bebé, quiere pararse y pensar, ve cómo eso que estaba con
los dos hombres ha entrado en el recibidor por voluntad
propia, algo sin forma que aun así ha sentido. Lo percibe
ocultándose junto a ella cuando cruza la sala de estar
donde están los chicos, Molly sostiene el mando a distancia
sobre la cabeza de Bailey, que agita las manos en el aire, se
vuelve hacia ella con gesto suplicante. Mamá, dile que
vuelva a poner mi programa. Eilish cierra la puerta de la
cocina y deja al bebé en la hamaca, empieza a recoger de la
mesa su portátil y la agenda, pero se detiene y cierra los
ojos. Esa sensación que ha entrado en la casa la ha
seguido. Mira el móvil y lo coge, su mano vacilante, le envía
a Larry un mensaje, se encuentra de nuevo ante la ventana
mirando fuera. Ahora el jardín cada vez más oscuro ya no
es algo que desear, pues parte de esa oscuridad ha entrado
en la casa.

Larry Stack camina de aquí para allá por la sala de estar


con la tarjeta en la mano. La mira con el ceño fruncido y
luego la deja en la mesita de centro y menea la cabeza, se
derrumba en la butaca, se agarra la barba con la mano
mientras ella lo mira en silencio, juzgándolo de esa manera
familiar, después de cierta edad un hombre se deja barba
no para adentrarse en la madurez sino para ponerle una
barrera a su juventud, ella apenas lo recuerda afeitado. Ve
cómo busca las zapatillas con los pies, su rostro se vuelve
más afable mientras descansa en la butaca, parece que está
pensando en otra cosa hasta que se le tensa el entrecejo y
se adueña de su cara un gesto ceñudo. Se inclina hacia
delante y coge otra vez la tarjeta. Seguramente no es nada,
dice él. Eilish hace saltar al niño sobre su regazo mientras
lo observa con atención. A ver, Larry, ¿cómo que no es
nada? Él suspira y se pasa el dorso de la mano por la boca
al tiempo que se levanta de la butaca y empieza a rebuscar
por la mesa. ¿Dónde has dejado el periódico? Deambula por
la habitación mirando sin ver, igual ya se ha olvidado del
periódico, está buscando algo entre las sombras de sus
propios pensamientos y no logra arrojar luz sobre ello. Se
vuelve entonces y examina a su mujer mientras ella le da el
pecho al bebé, y verlo lo reconforta, una sensación de vida
reducida a una imagen tan reñida con la maldad que su
mente comienza a serenarse. Va hacia ella y tiende una
mano pero la retira cuando sus ojos le lanzan una mirada
perspicaz. La Oficina de Servicios Nacionales de la Garda,
dice Eilish, la OSNG, no son los habituales, un inspector
jefe de policía en nuestra puerta, ¿qué quieren de ti? Él
señala el techo, ¿es que no puedes hablar en voz baja? Va a
la cocina apretando los dientes, le da la vuelta a un vaso
del escurridero y deja correr el agua, mira más allá de su
reflejo hacia la oscuridad, los cerezos son viejos y no
tardarán en pudrirse, quizá haya que talarlos en primavera.
Toma un largo trago y luego vuelve a la sala de estar. Oye,
dice, casi observando su voz, que pasa a ser un susurro. Al
final no será nada, estoy seguro. Mientras habla nota que
se esfuma su convicción como si hubiera vertido el vaso de
agua en sus manos. Eilish lo ve ahora entregarse otra vez a
la butaca, el cuerpo maleable, la mano automatizada que va
cambiando el canal de televisión. Se vuelve para verse
acorralado por una mirada y entonces se echa hacia
delante y suspira, se tira de la barba como si quisiera
arrancársela de la cara. Mira, Eilish, ya sabes cómo
trabajan, lo que buscan, recaban información, lo hacen con
suma discreción y supongo que tienes que facilitársela de
un modo u otro, sin duda están reuniendo pruebas contra
un profesor, conque tiene sentido que quieran hablar
conmigo, que nos pongan sobre aviso, quizá antes de
efectuar una detención, mira, llamaré mañana o pasado y
veré qué quieren. Ella observa su cara consciente del mal
funcionamiento en el centro de su ser, la mente y el cuerpo
buscan la superioridad del sueño, en un momento subirá y
se pondrá el pijama, contando las horas hasta que el bebé
la despierte para que lo alimente. Larry, dice, viéndolo
retroceder como si ella le hubiera pasado electricidad en la
mano. Han dicho que llames lo antes posible, llámalos
ahora por teléfono, el número está en la tarjeta,
demuéstrales que no tienes nada que ocultar. Está ceñudo y
luego inspira lentamente como calibrando algo suspendido
ante él, se vuelve y la mira de hito en hito, los ojos
entornados de ira. ¿A qué te refieres con demostrarles que
no tengo nada que ocultar? Ya sabes a qué me refiero. No,
no sé a qué te refieres. Mira, no es más que una forma de
hablar, Larry, haz el favor de llamarlos ahora. ¿Por qué
siempre eres tan puñetera?, dice, mira, no voy a llamarlos a
estas horas. Larry, llama ya, por favor, no quiero que la
OSNG venga otra vez, has oído los rumores, esas cosas que
dicen que han estado ocurriendo estos últimos meses.
Larry se echa hacia delante en la butaca como si no fuera
capaz de levantarse, frunce el ceño y luego va hacia ella, le
coge el bebé de los brazos. Eilish, por favor, escucha un
momento, el respeto va en ambas direcciones, ellos saben
que soy un hombre ocupado, soy subsecretario general del
Sindicato de Profesores de Irlanda, no voy a ir corriendo
cada vez que ellos quieran. Eso está muy bien, Larry, pero
¿por qué han venido a casa a estas horas y no a tu
despacho durante el día? A ver, dime. Mira, cariño, los
llamaré mañana o pasado, ahora ¿podemos dejarlo por esta
noche? Su cuerpo permanece plantado delante de ella,
aunque tiene la mirada vuelta hacia la tele. Son las nueve,
dice Larry, quiero ver las noticias, ¿cómo es que no está
Mark en casa ya? Ella mira hacia la puerta, la mano del
sueño le rodea la cintura, va hacia él y le coge el bebé de
entre los brazos. No sé, dice, he dejado de perseguirlo,
tenía entrenamiento de fútbol esta tarde y seguramente
habrá cenado en casa de algún amigo, o igual ha ido a ver a
Samantha, son inseparables de un tiempo a esta parte, no
sé qué le ve.

Conduciendo por la ciudad se ha irritado consigo mismo,


cómo la cabeza se le va de aquí para allá, en pos de algo
que busca y que, sin embargo, siente la necesidad de
eludir. La voz por teléfono era de lo más práctica, casi
amable, lamento llamar tan tarde, señor Stack, no le vamos
a quitar mucho tiempo. Aparca en una callejuela a la vuelta
de la esquina de la comisaría de la Garda de Kevin Street
pensando cómo acostumbraba a estar la carretera general
casi todas las noches, más concurrida sin duda, esta ciudad
últimamente se ha vuelto demasiado tranquila. Se
sorprende apretando los dientes mientras va hacia la
recepción y relaja la boca para sonreír, pensando en los
chicos, Bailey sin duda se habrá dado cuenta de que ha
salido, ese crío es todo oídos. Observa la mano pálida y
pecosa de un agente de guardia que habla por teléfono de
manera inaudible. Lo recibe un joven inspector huesudo y
enérgico de camisa y corbata, la cara cerosa y correcta,
cuya voz coincide con la del hablante de antes. Gracias por
venir, señor Stack, si es tan amable de seguirme, haremos
todo lo posible para no quitarle mucho tiempo. Sube por
una escalera metálica y sigue por un pasillo flanqueado de
puertas cerradas antes de que le hagan pasar a una sala de
interrogatorios con sillas grises y paredes de paneles grises
y todo de aspecto nuevo, la puerta se cierra y se queda a
solas. Toma asiento y se mira las manos. Mira el móvil y
luego se pone en pie y pasea por la sala pensando cómo lo
han dejado en desventaja, le han faltado al respeto, son
bastante más de las diez de la noche. Cuando entran en la
sala, descruza los brazos, acerca lentamente una silla y se
sienta, ve al mismo agente enjuto y a otro de su edad un
poco fondón, una taza cubierta de salpicaduras de café en
la mano del hombre. El tipo mira a Larry Stack con un
indicio de sonrisa o tal vez no es más que afabilidad lo que
hay en las arrugas de su boca. Buenas noches, señor Stack,
soy el inspector jefe Stamp y este es el inspector Burke,
¿quiere un té o un café quizá? Larry mira la taza manchada
y hace un gesto de que no con la mano, se ve observando la
cara del que habla, busca una imagen que intuye conocida.
Le conozco de antes, dice, del fútbol en Dublín, ¿no?, usted
jugaba de centrocampista en el UCD, debió de vérselas
conmigo cuando se enfrentaron a los Gaels, por entonces
éramos un portento, fue el año que los enterramos. El
inspector jefe le escudriña la cara, las arrugas se han
desplomado en torno a la boca, la mirada se ha vuelto
opaca, un silencio inescrutable se adueña de la sala. Habla
sin negar con la cabeza. No sé de qué habla. Larry percibe
ahora su propia voz, la oye cuando habla como si él
también estuviera en la sala presenciando la entrevista, se
ve desde el otro lado de la mesa, se ve por la mirilla de la
puerta, no hay otra manera de observar el interior, ni
siquiera el espejo unidireccional que se suele ver en la tele.
Oye su voz impostada, un poco demasiado informal, quizá.
Claro que era usted, jugaba de centrocampista en el UCD,
nunca olvido a un rival. El agente toma un trago de la taza
y se enjuaga los dientes con el café, le sostiene la mirada a
Larry hasta que este la baja a la mesa, pasa un dedo por el
barniz descascarillado y luego vuelve a levantar la vista
hacia el inspector jefe. Los huesos del rostro son más
prominentes, sin duda, el contorno es más grueso, pero lo
que dicen los ojos nunca cambia. Mire, dice, quiero
quitarme esto de encima, tendría que estar en casa con mi
familia a punto de ir a la cama, díganme, ¿en qué les puedo
ayudar? El inspector Burke hace un gesto con una mano
abierta. Señor Stack, sabemos que es un hombre ocupado,
así que nos alegra tener ocasión de hablar con usted,
hemos recibido una acusación de suma importancia, una
acusación que le concierne directamente. Larry Stack ve
cómo lo miran los dos individuos y nota que se le seca la
boca. Algo se mueve en la sala, ahora lo nota, por un
momento se queda de piedra y luego levanta la mirada y ve
el plafón abovedado de la lámpara donde una polilla está
atrapada y arremete furiosa contra el cristal, la cúpula
ámbar sucia y llena de cadáveres de antiguas polillas. El
inspector Burke ha abierto una carpeta y Larry Stack ve
ante sí las manos exangües de un cura, ve en la mesa entre
ellos una hoja impresa. Larry empieza a leer la hoja,
parpadea lentamente y luego aprieta los dientes. Resuenan
unas pisadas por el largo pasillo y remiten al cerrarse una
puerta. Oye los golpeteos asordinados de la polilla, cobra
conciencia un instante de que algo en su interior empieza a
marchitarse. Levanta la mirada y ve al inspector Burke
observándolo desde el otro lado de la mesa, los ojos que lo
miran como si tuvieran la potestad de vagar libremente por
sus pensamientos, tratando de desatar algo en su interior
que no está ahí. Larry mira al inspector jefe que lo
contempla ahora con el rostro distendido, y carraspea e
intenta sonreír a los dos hombres. Agentes, ¿seguro que no
me toman el pelo? Ve cómo perciben que la sonrisa se le
esfuma de la boca, se sorprende cogiendo la hoja y
agitándola. Esto es una locura, esperen a que se entere la
secretaria general, apelará al ministro directamente, eso se
lo aseguro. El joven inspector tose con elegancia en su
puño y luego mira al inspector jefe, que sonríe y empieza
hablar. Como sabrá usted, señor Stack, corren tiempos
difíciles para el Estado, tenemos instrucciones de tomarnos
en serio todas las acusaciones que nos llegan... ¿De qué
coño habla?, dice Larry, esto no es una acusación, no tiene
sentido, están retorciéndolo, cogen una cosa y la
convierten en otra, parece como si lo hubieran escrito
ustedes mismos. Señor Stack, sin duda estará al tanto de
que en el mes de septiembre se aprobó la declaración del
Estado de Excepción como respuesta a la crisis actual, es
una ley que otorga disposiciones y potestades adicionales a
la OSNG para velar por el orden público, así que debe
entender lo que esto parece a nuestros ojos, su
comportamiento se asemeja a la conducta de alguien que
alienta el odio contra el Estado, alguien que siembra cizaña
y malestar: cuando las consecuencias de un acto afectan a
la estabilidad a nivel del Estado se nos presentan dos
posibilidades, una es que el autor sea un agente que
trabaja en contra de los intereses del Estado, la otra es que
ignora sus actos y actúa sin intención de hacerlo, pero de
todas formas, señor Stack, el resultado en ambos casos es
el mismo, esa persona está al servicio de los enemigos del
Estado y en consecuencia, señor Stack, le instamos a que
haga examen de conciencia y se cerciore de que no sea el
caso. Larry Stack permanece en silencio un buen rato, está
mirando la hoja sin verla y luego carraspea y cierra los
puños. A ver si lo entiendo bien, dice, ¿me están pidiendo
que demuestre que mi comportamiento no es sedicioso? Sí,
correcto, señor Stack. Pero ¿cómo voy a demostrar que lo
que hago no es sedicioso cuando me limito a hacer mi
trabajo como sindicalista, ejerciendo mi derecho amparado
por la constitución? Eso es cosa suya, señor Stack, a menos
que decidamos que hay que investigar más a fondo, en cuyo
caso ya no será cosa suya y decidiremos nosotros. Larry ve
que se ha levantado de la silla y tiene los nudillos apretados
contra la mesa. Lo que aprecia en la cara es voluntad y
entiende que lo han llevado allí para quebrarlo contra esa
voluntad, una voluntad que no es sino la autorización de un
absoluto que tiene la potestad de convertir un sí en no y un
no en sí. Quiero que quede muy claro, dice, esto llegará a
oídos del ministro y traerá cola, no pueden amenazar a un
alto cargo del sindicato que está haciendo su trabajo, los
profesores de este país tienen derecho a negociar mejores
condiciones y a tomar medidas de presión laboral pacíficas
que no tienen nada que ver con la supuesta crisis a la que
se enfrenta el Estado, ahora, si no les importa, voy a irme a
casa. El segundo inspector abre lentamente la boca y Larry
está casi seguro de verlo, piensa en ello mientras va de
regreso al coche y se queda sentado dentro un buen rato
mirando cómo le tiemblan las manos sobre el regazo. Cómo
la polilla parecía salir volando en libertad de la boca del
agente.

Primero Ben a la guardería y luego los chicos a clase,


Molly se apea por la portezuela del acompañante del
Touran con los auriculares puestos mientras que Bailey da
un portazo atrás, Eilish vuelve la vista por encima del
hombro mientras él permanece con aire puntilloso ante el
cristal colocándose la capucha de la parka. Se dispone a
incorporarse al tráfico cuando una mano golpea la
ventanilla, Molly le grita que pare, se abre la puerta y
Molly coge la bolsa de gimnasia del suelo y desaparece.
Esa luz invernal, un frío borrón de noviembre, Eilish se
desplaza a través del tráfico consciente de su agotamiento,
los ademanes automáticos, parada ante un semáforo en
rojo no ve el día que tiene por delante sino cómo
transcurrirá el día sin dejar huella, otro día olvidado y
asimilado por el silencioso pasar de los días, se ve en el
trabajo y cómo ya no considera su trabajo una carrera: el
auténtico trabajo de un microbiólogo es pasar largas horas
a la mesa del laboratorio buscando pruebas, testando
hipótesis contra la realidad, contra aquello que un
individuo aspira a creer, si la respuesta es verdadera o falsa
se aprecia en el resultado. Ahora se pasa el día escribiendo
emails y haciendo llamadas, es una especialista convertida
en generalista sin bata blanca, gestiona el personal, va a la
deriva durante las reuniones, plantea las preguntas
equivocadas. Se sienta a la mesa y mira el correo y cambia
la hora de una llamada a las cinco y media. Coge el móvil y
llama a Larry. ¿Has rellenado las solicitudes de pasaporte
que te pedí?, pregunta. Escucha, cariño, sigo un poco
alterado, no me lo quito de la cabeza. Habla como si se le
hubiera escapado el aire mientras dormía y al despertar se
hubiera visto desinflado, sentado en el borde de la cama
mirando el suelo. ¿Lo has contado en el trabajo?, pregunta
ella. Lo oye hablar con un colega un momento tapando el
teléfono con la mano. Las he dejado en el escritorio de
arriba. ¿Qué has dejado en el escritorio de arriba? Las
solicitudes de pasaporte. Larry, tienes que llamar a Sean
Wallace y hablar con él, Estado de Excepción o no, todavía
hay derechos constitucionales en este país. Quiero
exponérselo directamente a la secretaria general, pero hoy
está de baja con un virus. Dime una cosa, ¿sigue Sean
paseándose por ahí con esa chica? Sean Wallace está
hundido hasta el puto cuello con el juicio de Fitzgerald
ahora mismo, no quiero molestarle, oye, ¿quién prepara la
cena esta noche? Sigo creyendo que tienes que llamarlo, te
toca a ti cocinar. Vale, tengo una reunión a las seis y media,
pero voy a cancelarla, no estoy de humor. Larry. ¿Sí,
cariño? Bah, nada. Ayer compré carne picada, puedes
preparar hamburguesas, tengo que colgar. Finaliza la
llamada, pero se queda un momento sentada con el
teléfono en la mano con un mal presentimiento. Mira el
móvil y vuelve a la llamada siguiendo su propia voz hasta el
teléfono de Larry, la señal tiene que repetirse para llegar al
móvil de Larry, un repetidor de red la recoge y la
retransmite. De repente oye su propia voz como si se
estuviera escuchando a sí misma en otra habitación. Habla
con él, Estado de Excepción o no, todavía hay derechos
constitucionales en este país. De pronto Eilish tiene frío, se
levanta abruptamente de la silla y va hacia la cocina de la
oficina pensando, en otros países, sí, pero aquí no tenemos
esa clase de líos, los gardaí, el Estado, no pueden escuchar
las llamadas, sería un escándalo. Piensa en el coche de la
víspera aparcado delante de casa, piensa en la OSNG y los
rumores que ha oído acerca de lo que se dice que ocurre,
camino ahora de la cocina tiene la sensación un momento
de que no conoce la habitación. Paul Felsner, el nuevo
ejecutivo de cuentas globales, está delante de la máquina
de café arreglándose el puño de la camisa. La máquina deja
de zumbar con una suave sacudida y él se vuelve y sonríe
sin que la sonrisa le llegue a los ojos. Ah, Eilish, esperaba
verte, no respondiste a mi mensaje de voz, tuvieron que
reprogramar la videoconferencia con Asakuki a las seis de
la tarde. Hay algo falso en su rostro, piensa ella, debería
tener los ojos oscuros, pero en cambio son verdes y nota
que se le va la mirada a la chapa que lleva en la solapa del
partido de la Alianza Nacional, el PAN, ese nuevo emblema
del Estado. Vuelve a mirarle las manos y se fija en que son
un poco demasiado pequeñas. Ah, no lo vi, dice, me temo
que no podré hacer esa llamada, pero gracias por
informarme.

Hay un caballo azul en la orilla y viene hacia ella, ahora


cabalga junto al agua y no tiene edad, cabalga envuelta en
luz, suena el teléfono abajo en el pasillo, sale cabalgando
del sueño a la habitación. Larry está sentado en el borde de
la cama frotándose los ojos. Por el amor de Dios, susurra
Eilish, es la una y cuarto, ¿quién llama a estas horas? Más
vale que no sea tu hermana, dice él. Se inclina hacia
delante y va a la puerta al tiempo que alarga las manos
hacia una sombra que extiende las alas convirtiéndose en
una bata. Los pasos almohadillados de las zapatillas
escaleras abajo mientras ella permanece tumbada
escuchando la respiración de Ben en la cuna, una tos
sofocada en la habitación contigua de los chicos. Las
palabras amortiguadas de Larry llegan arriba y entran sin
forma en la habitación, y se pregunta quién puede estar
llamando, piensa en su hermana Áine en Toronto, ocurrió
una vez hace años, ay, Dios mío, cuánto lo siento,
hermanita, me he equivocado con las zonas horarias, me he
tomado unas cuantas copas. Eilish cierra los ojos y busca el
caballo azul en la playa, lo busca en el recuerdo, ¿qué edad
tenías? Es invierno, el cielo bajo sobre el mar, toca los
flancos del animal con los talones, la vitalidad vibrante bajo
su cuerpo, el peso de Larry hunde el colchón a su lado. Me
estaba quedando dormida otra vez, dice ella. Larry no
habla sino que tiene la mirada fija en la pared y parece
triste, le cuesta respirar, ella alarga la mano y le aprieta el
brazo. ¿Qué pasa, Larry? Eilish enciende la lámpara y se
incorpora, lo ve transformado en niño por la caricia de la
luz, con un semblante ceñudo y burlón al volverse y
carraspear. Era Carole Sexton, la mujer de Jim, estaba casi
histérica al teléfono, Jim salió de la oficina ayer y no volvió
a casa. ¿Eso es todo, Larry? Por un momento he pensado
que ibas a decir que había muerto alguien. Eilish, ha dicho
que se lo llevaron. ¿Quién se lo llevó? ¿Tú qué crees? La
OSNG. ¿La OSNG? Sí, eso ha dicho. Pero eso no tiene ni
pies ni cabeza, Larry, ¿a qué se refiere con que se lo
llevaron? Lo arrestaron, supongo, lo detuvieron, resulta
que alguien vio cómo lo metían en el asiento de atrás de un
coche pero no se le ocurrió contárselo a nadie, ella se
enteró después de hacer unas cuantas llamadas. Jim
Sexton, vaya bocazas, ¿qué ha hecho? El caso, Eilish, es
que nadie ha tenido noticias suyas desde entonces. Pero
¿ha llamado al abogado del sindicato, como se llame?
Michael Given, no, nada, ni siquiera ha llamado a su mujer.
Pero no se puede detener a alguien así sin darle recursos
legales, estas cosas siguen unas normas. Carole dice que
Michael está ahora en Kevin Street, pero le están dando
largas y lo deja por esta noche, ni siquiera se puede hablar
con la OSNG, por lo visto no tienen número directo, no
entiendo por qué no me ha llamado nadie del sindicato,
esto parece un lío de mucho cuidado. No es verdad. ¿Qué
no es verdad? En la tarjeta de ese inspector jefe que vino la
otra noche hay un número, un número de móvil, tú mismo
llamaste, Larry, ¿qué ocurre? No lo sé, cariño, al parecer
está furioso. ¿Quién está furioso? Michael Given. Asegúrate
de que se la das, la tarjeta. Sí, no se me había ocurrido, voy
a buscarla, ¿dónde la dejaste? La dejé en la repisa de la
chimenea en la sala de estar, luego la metí debajo del reloj.
Eilish, Carole me ha dicho que lo llevaron a comisaría la
semana pasada, le dijeron que habían hecho una acusación
contra él y ella dice que él se les rio a la cara, ya sabes
cómo es Jim, por lo visto cuando preguntó si estaba
detenido y le dijeron que no, recitó de pe a pa el artículo
40.6.I, sección tres, allí mismo delante de ellos, el derecho
de los ciudadanos a constituir asociaciones y sindicatos, ya
sabes, y dijo que tendría a la mitad de los profesores de
secundaria de Leinster en un autobús camino de la ciudad
si la huelga sigue adelante. Ella tantea con la mano la
mesilla, coge el vaso de agua sin mirar y toma un trago.
Larry, ¿hasta qué punto pueden suspender nuestros
derechos constitucionales con esos poderes de excepción?
No lo sé, no tanto, no así, la potestad de detener a alguien
sigue sujeta a la ley, pero ¿qué es la ley si están ocurriendo
cosas así? Mira, de momento seamos discretos, y no se lo
cuentes a los chicos. Larry, no puedes hacer nada a estas
horas, vuelve a la cama, haz el favor.

Eilish contempla el jardín de su padre. Viejos recuerdos


estampados en las hojas húmedas, columpiarse de una
cuerda, acurrucarse en los arbustos, voces que llaman
desde el pasado, listos o no, allá voy. Ve cómo el fresno que
su padre plantó cuando ella cumplió diez años descuella
sobre la estrecha parcela. Bailey corre de aquí para allá
entre la hierba crecida y da puntapiés a las hojas mientras
Molly hace fotografías de las plantas hibernando. Eilish se
vuelve de la mesa a la que está sentado su padre con la
nariz hundida en un periódico, Ben duerme en la sillita del
coche a los pies de ella. Eilish coge dos tazas y mira dentro,
frota el borde con el dedo. Papá, mira estas tazas, ¿por qué
no usas el lavavajillas?, tienes que ponerte las gafas cuando
friegas, de verdad. Simon no levanta la mirada del
periódico. Ahora mismo llevo las gafas, dice. Sí, pero tienes
que ponértelas mientras friegas, estas tazas tienen cercos
de té. Échale la culpa a la inútil de la mujer de la limpieza,
nunca hubo una taza sucia en esta casa en vida de tu
madre. Al verlo ahora se adentra en el sentimiento de su
infancia, ve a su padre como era antes, la nariz aguileña y
los ojos veloces, escudriñadores, la figura que ahora se
encoge en la silla, la espalda que encorva el jersey de lana,
los delgados huesos de los dedos insinuándose bajo la piel
como de papel. Dobla el periódico, sirve el té y empieza a
tamborilear con los dedos sobre la mesa. No sé por qué
sigo leyendo esto, dice, no trae nada más que la gran
patraña. Ella le coge el periódico y empieza a hacer el
crucigrama con un boli. Sus dedos han dejado de
tamborilear, sin necesidad de mirar sabe que la está
examinando, pero cuando levanta la vista su padre tiene el
ceño fruncido. ¿Quién es ese en el jardín con Eilish?,
pregunta. Por un instante ella mira afuera y luego se vuelve
hacia su padre al tiempo que le coge la mano. Papá, ese de
ahí fuera es Bailey con Molly, yo estoy aquí mismo. Un
gesto de perplejidad cruza el semblante de su padre, y
luego parpadea y desestima su comentario con un
movimiento de la mano, aparta la silla. Sí, claro, dice, pero
siempre anda enfurruñada por ahí igual que tú, nunca está
alegre como tu hermana. Ella lo mira ahora con una sonrisa
dolida. Entonces las dos somos igualitas a ti, dice. Está
mirando a Molly, se ve a sí misma en ese mismo cuerpo, el
reloj que se dispone a dar la hora en el pasillo tañe tres
veces desde su infancia. A esa chica no le pasa nada,
añade, tiene catorce años, eso es todo, es una edad difícil,
lo recuerdo a la perfección. Dirige la mirada de nuevo al
crucigrama. Distintivo honorífico, dice, ocho letras vertical,
la quinta es una G. Simon deja escapar la palabra
«insignia» como si la hubiera tenido esperando en la punta
de la lengua todo el rato. Lo mira a la cara contenta por él,
ve la papada que cuelga en torno al cuello, los ojos medio
ocultos bajo las capuchas de piel, y la mente que se
desinfla. Eilish sirve el té pensando, no le digas nada
todavía, al tiempo que observa a Bailey, de complexión tan
delicada, mientras que Mark es todo músculo como su
padre. Levanta la vista y dice, Larry está teniendo
problemas en el sindicato, el Gobierno no quiere que el
Sindicato de Profesores de Irlanda vaya a la huelga, lo
citaron en comisaría, papá, y más o menos lo amenazaron,
¿no es increíble? ¿Quién lo requirió? La OSNG. Simon se
vuelve y la observa sin decir nada, luego niega con la
cabeza y se mira los dedos. Larry debería tener cuidado
con esa gente, la OSNG, la Alianza Nacional la instauró
para sustituir a la Unidad Especial de Investigación nada
más llegar al poder, hubo cierto revuelo durante una
semana y luego pasó, sin duda lo reprimieron, nunca
habíamos tenido policía secreta en el Estado hasta ahora.
Papá, se llevaron al organizador de zona de Leinster, sin
derecho a llamada, sin abogado, lo tienen retenido, el
sindicato está armando mucha bulla pero la OSNG guarda
silencio. ¿Cuándo ocurrió? El martes por la noche... Molly
grita y se vuelven y la ven retorcerse y hacer aspavientos
mientras Bailey está colgado de una vieja cuerda y la tiene
cogida entre las piernas. Se abate sobre Eilish la súbita
mirada de su padre. Dime, dice él, ¿tú crees en la realidad?
Papá, ¿qué quiere decir eso? Es una pregunta sencilla,
estudiaste la carrera, ya entiendes qué quiere decir. Si lo
dices así, sí, sé a qué te refieres, pero ahórrate el sermón.
Él desvía un momento la mirada hacia el aparador donde
hay altas pilas de periódicos amarillentos, revistas de
temas de actualidad manoseadas, la vieja sonrisa le tira del
labio dejando a la vista los dientes. Los dos somos
científicos, Eilish, formamos parte de una tradición, pero la
tradición no es más que aquello en lo que todo el mundo
está de acuerdo: los científicos, los profesores, las
instituciones, si cambia la propiedad de las instituciones,
entonces se puede cambiar la propiedad de los hechos, se
puede alterar la estructura de lo que se cree, aquello en lo
que se está de acuerdo, eso es lo que están haciendo,
Eilish, es así de sencillo, el PAN está intentando cambiar lo
que tú y yo llamamos realidad, quieren enturbiarla como si
fuera agua, si dices que una cosa es otra y lo repites lo
suficiente, entonces debe de ser así, y si sigues diciéndolo
una y otra vez la gente lo acepta como verdad; es una idea
antigua, por supuesto, no es nada nuevo, pero estás viendo
cómo ocurre en tu propia época y no en un libro. Ella ve
viajar su mirada a un pensamiento lejano, intenta
vislumbrar el interior de su mente, la mano moteada que
saca un pañuelo arrugado del bolsillo del pantalón, se
suena la nariz y luego vuelve a guardárselo. Tarde o
temprano, la realidad se revela, dice, puedes hurtar cierto
tiempo a la realidad pero la realidad siempre está a la
espera, paciente, silenciosamente, para exigir el pago y
equilibrar la balanza... Ben despierta con un balbuceo y
mira de un lado a otro. Empieza a berrear y Eilish echa
atrás la silla y lo acalla, lo coge en brazos y se lo lleva al
pecho bajo un pañuelo. Le apetecen las comodidades de
siempre, quiere llamar a los chicos y tenerlos alrededor,
pero en cambio se encuentra con una sensación de
oscuridad, una zona de sombra que busca extenderse. Coge
aire y suspira e intenta sonreír. Acabamos de reservar las
vacaciones de Pascua, vamos a quedarnos con Áine y sus
amigos y luego viajaremos durante una semana, a las
cataratas del Niágara si nos da tiempo, a otros lugares
cerca de Toronto, los niños se lo pasarán en grande. Los
ojos de Simon están a la deriva delante de ella y no sabe si
la ha oído o no. Él levanta las manos de la mesa y se las
mira fijamente, luego vuelve a posarlas y alza la vista.
Quizá, dice, os deberíais plantear quedaros en Canadá. Ella
retira al niño del pecho, se levanta de la silla y lo mira
desde arriba. Papá, ¿qué se supone que significa eso?
Significa que soy muy viejo para hacer nada ya, pero los
chicos todavía son pequeños, se pueden adaptar con
facilidad, aún hay tiempo para empezar de nuevo, se les
pegará el acento en un abrir y cerrar de ojos. Por el amor
de Dios, papá, hay que ver qué cosas dices, ¿no te parece
que estás exagerando?, y qué hay de mi carrera y el trabajo
de Larry y los colegios de los chicos, y luego está el hockey
de Molly, este año van a ganar la liga escolar de Leinster,
ya van nueve puntos por delante, y Mark acaba de empezar
el último ciclo de secundaria, ¿quién va a echarte un ojo a
ti que ni siquiera eres capaz de fregar las tazas?, la señora
Taft solo viene una vez a la semana, y si te caes y te rompes
la cadera, a ver, entonces ¿qué?

La lluvia invernal cae opulenta y fría, los días que


transcurren entumecidos por la lluvia de tal modo que
parece enmascarar el paso del tiempo, cada día deja paso a
otro día anónimo hasta que el invierno alcanza su
esplendor. Ha colmado la casa un ambiente extraño,
intranquilo. Llegó con los dos hombres que llamaron a la
puerta y ha ido adueñándose de su hogar, ahora es una
sensación de que la unidad de la familia ha empezado a
desbaratarse. Larry trabaja hasta las tantas y por las
mañanas está irritable y retraído, se mueve como presa de
una ferocidad queda, las manos tensas, el cuerpo en
apariencia rígido como bajo el efecto de una gran presión
que lo atornillara. Demasiadas noches ha vuelto a casa
tarde a estas alturas, Eilish mira por entre las lamas de la
persiana y luego las suelta para que no la vean, como una
solterona, piensa, la vieja del visillo, esperándolo en el
recibidor cuando él entra por la puerta. Se suponía que
ibas a llevar a Molly a entrenar, Larry, he tenido que
suspender otra llamada con nuestros socios, acabo de
reincorporarme al trabajo después de la baja de
maternidad, ¿qué imagen te crees que da? Él está plantado
junto a la puerta con un pie medio fuera de la bota y
entonces baja los ojos como un perro sumiso y apaleado,
menea la cabeza y la mira fijamente y ella ve que le
sobreviene un cambio, su voz es un susurro furioso.
Intentan trastocarnos, Eilish, están sembrando mentiras en
el seno del sindicato, no vas a creerte lo que he oído hoy...
La voz se le quiebra ante la mirada entornada de ella y
entonces sus ojos vuelven a buscar el suelo. Mira, dice él,
entiendo lo que dices y lo siento. Le enseña un pequeño
móvil de prepago, un teléfono de usar y tirar, lo llama él.
Aunque quisieran escuchar, no saben el número. Eilish lo
observa pensando en los chicos oyéndolos susurrar en el
recibidor. Te estás comportando como un delincuente,
Larry, oye, parece que Bailey está incubando un virus, ha
ido arriba... Larry levanta la mano en el aire y la ataja. No
soy precisamente un delincuente cuando intentan cargarse
el sindicato, detienen a miembros de nuestra organización
sin permiso, no van a parar esta manifestación. Pasa por su
lado a la sala de estar y entra en la cocina cerrando la
puerta tras él. Ella ve por el vidrio cómo deja la cartera en
una silla y va al fregadero a lavarse las manos, se apoya en
la pila mirando hacia el exterior. Quiere ir con él, buscar la
mente en el interior del cuerpo, el hombre bueno y
orgulloso en el interior de la mente, pertinaz, honrado y
comprometido, la guerra dentro de él se recrudece contra
ese algo que no pueden medir. Eilish piensa en cómo de un
tiempo a esta parte quiere estar solo; al final, todos los
hombres buscan el mismo aislamiento, lo leyó una vez en
una pintada. Abre la puerta y asoma la cabeza a la cocina.
¿Quieres cenar?, dice. No, estoy bien, he comido tarde,
igual luego pico algo. Molly entra en la habitación con una
máscara antigás. Ha estado desinfectando los pomos de las
puertas, los grifos y los tiradores de las cisternas, ha
acordonado el cuarto de los chicos con cinta adhesiva y se
niega a comer en la mesa. No hace caso cuando Eilish le
explica que difícilmente se puede detener al virus, imagina
cómo el virus invade la célula huésped y se replica, una
fábrica silenciosa dentro del cuerpo, el virus se desplaza
invisible en el aliento. Al día siguiente Molly y Mark están
en cama enfermos, y luego Larry también, ella se alegra de
tenerlos a todos en casa, hasta Larry parece ser otra vez el
de siempre, bromea acerca de que ella y el bebé son
inmunes, le toma el pelo a Mark cuando entra por la puerta
con el flequillo sobre los ojos sonándose con un pañuelo de
papel. Hay que ver qué pelos llevas, podría cruzarme
contigo por la calle y no te reconocería. ¿Alguien que no
sea papá quiere café?, pregunta Mark. Se reúnen para ver
una película y Mark vuelve con las bebidas, ella contempla
el cuerpo largo, sólido, tiene casi diecisiete años y es tan
alto como su padre. Hazme sitio, dice Mark al tiempo que
se le sienta al lado, le apoya el brazo en el hombro y ella no
recuerda la última vez que todo el mundo estaba en casa
así, Molly ovillada a su lado, Bailey en el puf comiendo
helado a cucharadas, Larry delante de la tele, Ben dormido
en su regazo. Anda, venga ya, ¿cuántas veces hemos visto
esta bazofia sensiblera? A mí me gusta, dice Bailey. Sí, a mí
también, conviene Molly, es muy mono, recuérdamelo,
mamá, ¿cómo os conocisteis vosotros dos? Larry ríe y Mark
rezonga y dice, cuántas veces nos lo han contado, ¿no
sabes que papá es un romántico empedernido y tuvo que
perseguir a mamá durante meses con una red? Eso no es
verdad, dice Eilish sonriéndole a Larry. Bueno, en parte sí,
dice Larry, desde luego soy un romántico y, por lo demás, lo
que usé fue un saco de patatas. Cuando Ben despierta en
su regazo ella le mira la cara intentando ver el hombre en
el que se convertirá, tanto Mark como Bailey han
demostrado que es un razonamiento erróneo, de un
manzano puede caer una naranja y Ben se hará sin duda
hombre por derecho propio. Y aun así busca en el bebé
algún parecido con Larry, con la esperanza de que esté a la
altura de su padre, consciente de que todos los niños
crecen y se van de casa para deshacer el mundo bajo la
apariencia de estar construyéndolo, es una ley de la
naturaleza.

El niño despierta de repente con un llanto como si le


sorprendiera despertar y ella asciende a través del sueño
hasta que su sueño yace hecho añicos en la habitación a
oscuras. Desliza un pie hacia Larry pero su lado de la cama
está frío. Levanta al bebé de la cuna y se lo lleva al pecho,
la boquita jadea y devora, la manita se le clava en la carne.
Le da el dedo, y lo aferra con tal fuerza diminuta que ella
comprende su terror innato, el niño lo agarra como si le
fuera la vida en ello, como si no lo vinculara a la vida nada
más que su madre. Los pájaros del amanecer resuenan en
el silencio cuando se pone la bata y lleva a Ben abajo. Ahí
está Larry sentado a la mesa en la oscuridad, la cara
iluminada por el portátil. No la ha oído bajar, así que lo
observa a placer, el rostro triste y atribulado, la
preocupación que le impide pestañear. Alarga la mano
hacia la pared y enciende la luz, y él levanta la vista y
suspira y luego sonríe, le pide el bebé, se lo pone de pie
sobre el regazo dejando que el niño soporte su propio peso.
¿Ha dormido toda la noche?, pregunta, no lo he oído
despertar, ¿cómo es que te levantas tan temprano? Podría
preguntarte lo mismo, Larry, parece que no te hubieras
acostado siquiera. Larry levanta al bebé hasta que quedan
nariz con nariz. Fíjate, pequeñín, primero nos coges por
sorpresa y dentro de poco te destetarán. Ella está junto a la
cafetera con los brazos cruzados y entonces se vuelve y
observa a Larry con tal intensidad que su rostro se le hace
extraño, los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño
y el pelo hacia un lado, la baqueteada chaqueta de espiga
encima del jersey de merino, se compara con él un
momento, Larry ha empezado a envejecer más rápido, es
verdad, tiene la barba salpicada de gris. Es entonces
cuando cae en la cuenta de que no recuerda el aspecto que
tenía, la renovación celular es a la vez rápida y lenta,
empiezas con un cuerpo y con el tiempo se transforma en
otro, es el mismo y sin embargo es diferente, solo los ojos
permanecen inmutables. Le coge a Ben de los brazos y lo
mira fijamente. Aún no es demasiado tarde, dice. Él la está
mirando y arruga el ceño. ¿Para qué no es demasiado
tarde? Ese juego que te traes con el Gobierno, todavía
estás a tiempo de parar. Él guarda silencio un momento y
luego suspira y cierra el portátil, lo mete en una funda de
cuero y se levanta. Por el amor de Dios, Eilish, la
maquinaria está en marcha, uno no puede retirarse de algo
así sin más, sería un bochorno terrible para la
organización, los profesores nos abandonarían en masa, la
manifestación tiene que seguir adelante. Sí, Larry, pero
Alison O’Reilly no ha vuelto todavía al trabajo, ¿tú por qué
crees que es? Su marido dice que tiene gripe. Esa gripe ya
dura tres semanas. Sí, lo sé, parece un poco raro; tengo
que ir temprano, hay una rueda de prensa antes... Ella le
ha dado la espalda, mira el jardín húmedo y oscuro, todo
flota en la humedad en suspensión, los árboles ceden al
frío. Sin darse la vuelta mide la fuerza de la voluntad de él
enfrentada a la suya, ambas voluntades trabadas en muda
adversidad, describen círculos una en torno a otra y luego
luchan cuerpo a cuerpo antes de retirarse magulladas y
doloridas. Larry va hacia la sala de estar cuando se detiene
y dice, anoche murió la madre de Mary O’Connor, recibí un
mensaje justo antes de medianoche, tenía noventa y cuatro
años, la última de los titanes. Eilish niega con la cabeza y
deja a Ben en la hamaca. Esa mujer era feroz en sus
tiempos, ¿cuándo es el funeral? El sábado por la mañana en
la iglesia de los Tres Patronos. Se acerca a Larry pensando
que ojalá la mañana fuera distinta, le pone la mano en la
muñeca y aprieta. Larry, Alison O’Reilly no está enferma y
lo sabes. Eilish, no puedes demostrarlo. Con la OSNG no se
juega, si abres esa puerta, Larry, no sabes qué hay al otro
lado. Eilish, tranquilízate, la OSNG no es la Stasi, solo
están presionando, nada más, un poco de alboroto y acoso
para que demos marcha atrás, somos quince mil y el
Gobierno está nervioso pero no puede detener una
manifestación democrática, espera y verás. Ella está lo
bastante cerca para ver el moteado de sus ojos, los
apagados tonos de rojo y ámbar, sus ojos no tienen un color
uniforme. Dime, Larry, ¿dónde está Jim Sexton? Él
parpadea, frunce el ceño, y se aparta. De verdad, Eilish...
Niega con la cabeza y coge el maletín, entra en la sala de
estar pero no va hacia la puerta. Lo oye permanecer
inmóvil y luego sentarse con un largo suspiro. Por un
momento ella se siente superada, mira otra vez por la
ventana y ve los árboles que relucen en el día plomizo,
pensando, qué rápido pasa el amanecer, la luz gris fresca
sobre las hojas, las figuras sombreadas de las urracas que
grajean en los árboles. Esa sensación de urgencia en las
manos cuando entra en la sala de estar y ve a Larry muy
quieto en el sillón como si viera un pensamiento tomando
forma ante sí. Él levanta la vista, niega con la cabeza y
dice, igual tienes razón, Eilish, no es el momento, es una
locura seguir adelante, los llamaré, les diré que estoy
enfermo. Va hacia él percibiendo la victoria, lo mira desde
arriba. Hace ademán de hablar pero algo se libera en su
interior, una urraca embustera que remonta el vuelo, y se
queda delante de él negando con la cabeza. No, dice, hay
que hacerlo, ya no va de ti ni de mí, el PAN parece creerse
por encima de la ley, todo el mundo sabe que este Estado
de Excepción no es más que una manera de hacerse con el
poder, ¿quién va a defender nuestros derechos
constitucionales si no lo hacen los profesores? Lo ve
sentado como si le pesaran los huesos, un chico con una
mente adulta entre las manos y luego en un instante está
de pie y tiene el aspecto inquebrantable de siempre. Claro
que sí, cariño, hace un día asqueroso para una
manifestación, los acompañaré a tomar una pinta luego
pero no beberé, todavía puedo recoger a Molly del
entrenamiento. Eilish se apoya en la puerta viéndole
ponerse las botas de montaña verdes en el recibidor. Coge
el chubasquero e intenta ponérselo encima de la chaqueta,
la manga está del revés y por un momento se queda
atrapado en el umbral batallando con la manga, ella piensa
que sigue sin estar convencido, él levanta la vista y la mira
a los ojos. Ve, dice Eilish con una sonrisa, ve y quítatelo de
encima.

Entra en la oficina después de comer con un pensamiento


evasivo en la cabeza. Hay algo oculto que sin embargo
apremia, la mente inquisitiva arroja luz sobre otras cosas.
La muda de Ben que olvidó preparar para la guardería, las
solicitudes de renovación de pasaporte que tenía que
enviar. Es entonces cuando se acuerda del móvil que se
había dejado en el escritorio. Lo coge esperando encontrar
alguna llamada perdida pero no tiene ninguna, no es propio
de Larry no llamar desde una manifestación. Va hacia la
cocina y los ojos de Rohit Singh la interceptan por encima
de su pantalla, está hablando por teléfono y sin embargo le
dice algo con los ojos, es una mirada que ella no atina a
entender, así que se encoge de hombros y curva el labio
inferior en una expresión fingida de pena universal.
Entonces oye que alguien dice su nombre y se vuelve y ve
que Alice Dealy sale de su despacho con un aire de
indecisión. Eilish, ¿no estás viendo las noticias? No, acabo
de volver de comer. En cuanto ha hablado sabe lo que
transmite el semblante de Alice, va ahora al despacho y por
un instante se ve ralentizada como si nadara erguida,
vadea hacia delante, coge una bocanada de aire al entrar,
los ve reunidos en torno a la pantalla grande de Alice. Lo
que ve en las noticias es la imagen desgarradora de unos
caballos que de repente cargan por una calle convertida en
un infierno sombrío y humeante. Ve policías con porras,
golpean a los manifestantes hasta reducirlos a formas
serviles, los golpean hasta arrinconarlos en la calle, el gas
lacrimógeno acecha dentro de una franja temporal
atenuada mientras que los manifestantes huyen en
secuencias repetidas. Se encogen en los portales
cubriéndose la nariz con el cuello de la ropa mientras se
repite la imagen de un profesor al que unos hombres de
paisano llevan a rastras a un coche sin distintivos. Le asalta
una sensación de impotencia, se encuentra sentada a su
mesa con el teléfono pegado a la oreja, suena, deja de
sonar, Paul Felsner está mirando por las persianas de la
oficina. Está sentada delante de su pantalla intentando
visualizarlo, a Larry, pero en cambio ve la mirada lenta y
escudriñadora de Felsner, se ve a sí misma hace media hora
comiéndose un sándwich mientras el tiempo ya estaba
corriendo, el tiempo ya la había dejado atrás. Debe ir a
buscarlo, ahora lo siente, siente una oscura sensación de
culpabilidad. Mete el documento identificativo y sus cosas
en el bolso, cruza la oficina con una manga del abrigo
puesta, en la escalera reverbera el taconeo de sus zapatos
y luego está plantada en la calle con el móvil en la oreja, el
móvil de Larry no contesta y cuando vuelve a llamar su
teléfono está apagado. Es entonces cuando levanta la vista
y le parece como si el día hubiera quedado encapotado bajo
un cielo extraño, tiene una sensación de desintegración, la
lluvia cae lenta sobre su cara.
2

Camino del coche con el bebé en brazos, Eilish insta a los


chicos a que se den prisa, se insta a sí misma en un deseo
silencioso. Se vuelve y ve a Molly, que carga en silencio con
dos bolsas de la compra, Bailey juega con el carro de la
compra cuando ella lo llama. Fija la sillita de Ben en su
lugar y este la mira con una sonrisa soñolienta mientras
Molly deja las bolsas en el maletero y luego se acomoda en
el asiento de delante poniéndose los auriculares. Eilish
quiere abrirse, tocar y hablar, Bailey corre hacia el coche
con los brazos abiertos. Se sienta atrás, cierra de un
portazo y luego se asoma por entre los dos asientos y
examina a su madre en el espejo retrovisor. Mamá, dice,
¿cuándo vuelve a casa papá? La larga caída de su corazón y
aun así sigue cayendo. Busca las palabras que no atina a
encontrar, aparta la mirada de su hijo, siente que Molly
también la está mirando. Por un momento contempla la
calle cada vez más oscura, un grupo de adolescentes que
pasa, los reconoce por sus huesos despreocupados
mientras se hostigan y se burlan entre ellos, ve a la Molly
en ciernes y la pierde, quizá ya se ha ido. Se vuelve hacia
Bailey inspirando lentamente, busca su mirada en el espejo
y se la sostiene. Ya te lo he dicho, cariño, tenía que irse por
trabajo, volverá en cuanto pueda. Ve cómo la mentira le
crece en la boca, la mentira invisible haciendo su trabajo,
Bailey se recuesta en el asiento con un «bah», ve cómo
acepta lo que ella dice como un hecho. Bailey alarga el
brazo y tira del cinturón de seguridad de Molly
aprisionándola hasta que ella se vuelve e intenta darle un
golpe en la mano. Le lanza a su madre una mirada
penetrante y Eilish desvía la suya pensando que Molly
debió de darse cuenta de que ocurría algo cuando no
fueron a recogerla de hockey, no consiguió hablar por
teléfono con sus padres, se quedó en la puerta del
polideportivo viendo a sus compañeras irse una tras otra
mientras anochecía hasta que la señorita Dunne la llevó a
casa. Su rostro cuando entró por la puerta estaba rojo de
ira y luego no abrió la boca, lo que hubo que contarles a
Mark y Molly esa noche, que habían hecho una redada al
personal clave del sindicato, que vivimos tiempos difíciles,
tendrán que soltarlo pronto, debéis recordar que vuestro
padre no ha hecho nada malo, es objeto de las
intimidaciones del Gobierno, pero vosotros dos tenéis que
ir con cuidado, no habléis de esto fuera de casa ni le digáis
una sola palabra a nadie en el instituto. Ve el terror
reflejado en el rostro de Molly, les suplicó que no se lo
contaran a Bailey, es demasiado pequeño para entenderlo.
La furia de la chica fue amainando hasta el silencio, la
puerta del dormitorio cerrada, Eilish plantada delante con
miedo de llamar. Mark asimiló la noticia con una discreción
extraña, no hizo más que una pregunta, ¿por qué no le
permiten llamar a un abogado? Ahora gira la llave en el
contacto temerosa de las siguientes mentiras, las mentiras
que le brotan cada vez más de la boca, ve cómo una sola
mentira que se le dice a un niño es una atrocidad que ya no
se puede desdecir y una vez que la mentira queda al
descubierto continuará escindida de la boca como una
especie de flor venenosa que hurgara con una lengua
muerta. Conduce por entre el tráfico laborioso, los chicos
callados en el coche, están casi en casa cuando el teléfono
suena en su bolso junto a los pies de Molly. Pide el móvil y
luego lo vuelve a pedir, de pronto le grita a Molly y se
desvía al arcén, coge el bolso y le arranca los auriculares a
Molly, la chica mira horrorizada a su madre. La llamada
perdida es de un número desconocido, se queda mirándola
y decide devolverla. Hola, sí, soy Eilish Stack, tengo una
llamada perdida de este número. Es Carole Sexton que
quiere hablar. Mira, Carole, no puedo hablar ahora mismo,
estoy en el coche, ¿te llamo esta noche? Bailey la mira
hosco por el retrovisor. ¿Por qué no puedo llamarlo por
teléfono, mamá, os vais a divorciar, es eso? Cuando aparca
en el sendero de acceso, Eilish abre la portezuela y hace
ademán de apearse, pero vacila como si se hubiera abierto
un abismo ante ella en la grava. El paso a tientas tras todos
los pasos a tientas, tanteando la larga noche que se
avecina.

Michael Given hace las visitas casa por casa, no es


seguro hablar de estas cosas por teléfono, siempre hay que
sospechar que están escuchando. Ella lo ve entrar
encorvado en la cocina con un aire casi como de disculpa,
la urdimbre de sus dedos amarillentos cuando se sienta, ve
cómo abre el móvil, saca la batería y la deja en la mesa.
Pone a Ben en la hamaca y sigue observando a Michael
Given, se da cuenta de que tanto fumar va a conseguir que
la tos se convierta en algo grave. Pareces cansado,
Michael, ¿te preparo algo de comer? Rehúsa el
ofrecimiento con un aleteo de la mano, pero ella le pone
delante unas galletas en un plato y él coge una y le da la
vuelta sin comérsela. Escucha, Eilish, hay rumores de que
van a trasladarlos. Ha estado absorta viendo cómo entraba
el agua por la boca del hervidor, está conteniendo el
aliento, cierra el grifo y deja el hervidor. Trasladarlos
¿adónde? Se dice que a centros de detención en el
Curragh, no es más que un rumor, pero aun así es de
suponer que no pueden retenerlos a todos en la ciudad
cuando han detenido a tantos, durante la guerra tenían allí,
en el Curragh, a aquellos que por entonces el Estado
consideraba una amenaza para la seguridad. ¿Qué quieres
decir, Michael, que Larry es ahora una amenaza para la
seguridad? Ve cómo Michael Given levanta las manos al
aire. Dios, no, Eilish, no es más que una forma de hablar, es
el término que utilizan. Larry está detenido por motivos
políticos, Michael, no quiero oír hablar así en esta casa.
Michael Given sella los labios, abre los ojos como un niño
sorprendido, asiente en dirección al fregadero. Más vale
que no dejes eso ahí, dice él. Eilish se vuelve y ve el
hervidor eléctrico en el fregadero. Estoy hecha una idiota,
dice negando con la cabeza. Seca el hervidor con un trapo
y lo deja en la encimera, mira de nuevo a Michael Given en
busca del motivo de su ira, lo ve como una presa, amarillo e
insectil delante de la mesa. Están deteniendo a gente en
todas partes, dice, ¿oíste que detuvieron al periodista Philip
Brophy?, un puto periodista, vaya cara tiene el PAN, se han
hecho eco todos los medios extranjeros pero aquí no se ha
dicho ni palabra, ahora controlan todas las redacciones,
aunque las redes sociales echan humo. Observa a Michael
Given mientras habla, pensando que parece mecerse
suavemente adelante y atrás en el asiento, le atraviesa el
cuerpo un cansancio cimbreño como si estuviera debajo del
agua. Maridos y mujeres, madres y padres hundiéndose
bajo el agua. Hijos e hijas, hermanos y hermanas
descendiendo, descendiendo hacia el fondo hasta
desaparecer. Boquea en busca de aire, va a la sala de estar
rebuscando algo en sus pensamientos mientras coge el
mando a distancia, pone un canal de noticias y lo deja sin
sonido. Esa sensación que tiene ahora de vivir en otro país,
esa sensación de que el caos se abre, los atrae hacia su
boca. Entra en la cocina sintiendo su ira y luego estruja el
aire entre las manos como si hubiera agarrado el problema
por el cuello. Michael, dice, lo que no entiendo es que no te
dejen verlo, he leído las leyes yo misma, los tratados, es
una violación flagrante del derecho internacional, así que
¿por qué se les permite hacer lo que hacen? ¿Por qué nadie
grita que paren? Sus palabras arremeten contra el silencio
de Michael Given y Eilish escudriña el rostro que parece a
un tiempo triste y perplejo, un perro desconcertado ante
una orden extraña, levanta las manos y hace ademán de
hablar pero ella se lanza de nuevo. Se supone que el Estado
tiene que dejarte en paz, Michael, no entrar en tu casa
como un ogro, coger a un padre de un zarpazo y devorarlo,
¿por dónde empiezo siquiera a explicarle a los chicos que el
Estado en el que viven se ha convertido en un monstruo?
Todo esto se olvidará, Eilish, el PAN tendrá que dar marcha
atrás tarde o temprano, toda Europa está escandalizada...
Entonces, cómo es que la OSNG detiene a más gente cada
día, Michael, dicen que estamos en una emergencia
nacional, los agentes de paisano que vinieron el martes a
nuestra oficina y se llevaron a un joven de su escritorio,
Eamon Doyle, un estadístico, la última persona en el mundo
que podía estar dando problemas, y ¿sabes qué dijo cuando
cogió el abrigo?, pidió que alguien llamara a su madre, y
eso dos semanas antes de Navidad. Se sienta y sirve café
con un agresivo movimiento de la cafetera de émbolo. Está
fuera de su propio cuerpo y el cuerpo tiene que seguirla,
plantada otra vez delante de la tele fingiendo ver las
noticias, procura sofocar un sollozo. Michael Given habla
de rumores de protestas en Cork y Galway que fueron
reprimidas de inmediato pero ella no escucha, está
pensando en los chicos arriba en la cama, está pensando en
Mark, que en cualquier momento meterá la llave en la
cerradura y cruzará la casa con la bici hasta el patio de
atrás, no tiene nada que decirle. Michael Given dirige la
voz hacia la sala de estar para que le oiga. Ahora han ido
demasiado lejos, Eilish, el malestar social va en aumento,
aunque seguro que eso no lo verás en las noticias, el PAN
quiere convertir este país en un Estado de seguridad y han
dicho que van a empezar a reclutar para las Fuerzas
Armadas, imagínatelo en este país, se habla mucho en la
calle, la gente quiere ponerle fin ya, eso es lo que me
llega... Eilish está delante de él con la boca a punto para
rezongar. Si tanto se habla en la calle, ¿quién se pasea en
medio escuchando? Lo mira hasta que él hace una mueca
arrepentida y le da la espalda. Hay que veros, dice ella, los
sindicatos acobardados y mudos, y al menos la mitad del
país apoya esta patraña y considera que los profesores son
los malos... Algo inexpresado que sabía ha tomado forma y
está asustada, ahora lo oye y se lo dice a sí misma en
silencio. Has estado dormida toda tu vida, todos estábamos
dormidos y ahora comienza el gran despertar. Esta
sensación de noche al acecho que no la abandona, piensa
en Larry vacilante en la puerta, Larry metiendo los pies en
las botas verdes y luego peleándose para ponerse el
chubasquero. Él sabía a lo que se enfrentaban y te otorgó
el poder de decir que no, se quedó sentado en ese sillón y
se puso completamente en tus manos. Las noches ahora se
le hacen larguísimas, eso le gustaría decir mientras mira
las manos cetrinas apoyadas en la mesa. Dormir en la cama
fría con el olor de Larry en su pijama sobre la almohada a
su lado. Se vuelve hacia Michael Given y suspira y se sienta
y no sabe qué hacer con las manos. Voy a perder el trabajo
si esto sigue así, dice Eilish. ¿Se lo has dicho?, pregunta él.
Mira, ya sabes cómo son las cosas, hay acólitos al partido
en la empresa que están haciéndose con los puestos de
responsabilidad, ahora hay que andarse con cuidado, por lo
visto el que está bien situado puede hacer lo que le venga
en gana. Puedes pedir una excedencia de un año, Eilish,
siempre cabe esa posibilidad. No puedo pedir una
excedencia después de haber estado seis meses de baja por
maternidad. Sí, pero se trata de circunstancias
extraordinarias, en cualquier caso, el sindicato dispone de
fondos si tienes problemas, basta con que lo pidas. Sí,
Michael, pero ¿quién quedará en el sindicato para
tramitarlo? Él guarda silencio un rato mirándose los dedos
largos y amarillentos que le piden a la boca un pitillo. Ella
tiene las manos inquietas en las piernas, se levanta de la
silla y mira hacia abajo sintiendo su poder sobre él.
Michael, quiero recuperar a mi marido. Eilish, hacemos lo
que podemos... No me estás escuchando, quiero que
consigas llevarlo ante un juez, un juez se lo devolverá a sus
hijos. Eilish, en cualquier otro momento habríamos
presentado una demanda en el Tribunal Supremo por
detención ilegal, lo habríamos sacado, pero se ha
suspendido el habeas corpus con el Estado de Excepción,
de hecho, el Estado tiene poderes especiales y ha acallado
al poder judicial. No me estás escuchando, Michael, quiero
que me escuches, quiero que hagas que ocurra algo, quiero
recuperar a mi marido. Eilish, no estás siendo razonable,
esto no tiene precedentes, el país está sumido en la
histeria, no puedes chasquear los dedos y esperar que el
Estado cumpla tus órdenes... En su imaginación, se
desplaza hacia su cuello con las dos manos, lo ha agarrado
por la laringe y lo obliga a abrir la boca, mete la mano y
tira de la lengua cobarde, la sostiene un momento por la
raíz y luego se la arranca de cuajo. Observa cómo abre las
manos sobre la mesa, las manos sin tabaco, mansas y
medio esbozadas como si expresaran la auténtica renuncia
a su poder. Michael alza la cara y ella ve los ojos de un
hombre que no ha dormido y siente lástima por él, por lo
que sabe gracias a lo que revelan las manos, cómo el
hombre ha sido adiestrado para las reglas del juego pero el
juego ha cambiado, así pues, ¿qué es ahora el hombre? Se
abre una veta de ira dentro de ella. Quiero que vayas y lo
traigas, dice, y si no vas tú, iré yo misma y lo traeré, eso
haré, antes muerta que ver cómo su ausencia desfila todo
el día ante los chicos. Michael Given se pone en pie, le
sostiene la mirada y la observa largo rato como si estuviera
tomando una decisión. Eilish, tienes que escuchar lo que
voy a decir, no quería decírtelo pero me temo que ahora
debo hacerlo, la OSNG nos ha advertido directamente que
si seguimos presionando con esto, si seguimos solicitando
un mandato de habeas corpus, nos detendrán y
encarcelarán también a nosotros. Ella abre la boca pero no
emite sonido alguno, se ha visto expulsada del cuerpo
convirtiéndose en un único pensamiento negro, un
pensamiento que se hace más intenso, se expande
amenazante hasta engullir toda materia. Cuando vuelve a
hallarse en su cuerpo un suspiro abandona su boca.
Michael Given se aparta de la mesa, va al fregadero y se
lava las manos. Dicen que se avecina tiempo tormentoso,
dice él, se llama tormenta Bella, ya puedes andarte con
cuidado los próximos días. Se vuelve hacia él deseando
abandonarse a la locura, en cambio mira por la ventana.
Los cerezos estaban cubiertos de rocío esta mañana cuando
ha despertado, pero ahora los árboles en su estúpida
conspiración asienten hacia la oscuridad.

Despierta en el lado de la cama de Larry ya entrada la


noche. En alguna parte en la oscuridad de su cuerpo arde
una vela por él pero cuando busca la vela para iluminar
más allá de su cuerpo solo encuentra negrura. Ha oído en
sueños la llamada del viento y ahora resuena por la casa
como si se hubiera quedado abierta la puerta de la calle. Se
acerca a la ventana a mirar, las nubes se ven azotadas y de
color naranja, contemplan la ciudad y la anhelan. Camina
por la casa a oscuras notando cómo se le enfrían los pies,
siente que se ha convertido en un espectro de su pasado.
Se detiene ante las habitaciones de los chicos para oírlos
dormir mientras el viento sopla en el exterior. ¿Qué hay
más inocente que un niño dormido? Que duerman los niños
y cuando él haya regresado seguiremos adelante. Se mete
en la cama y se frota los pies y despierta en medio de una
luz furiosa, oye un áspero aullido del viento, la ventana
golpea la grava húmeda. Va soñolienta hacia la ventana con
la sensación de que la casa hubiera remontado el vuelo, de
que está girando con el viento. En la acera de enfrente el
contenedor verde de los Zajac está volcado, hay papeles,
latas y cajas de pizza esparcidos por el sendero de acceso,
el viento arrebata un puñado de lluvia y lo lanza contra los
sauces sin hojas. Entonces la ve, una urraca solitaria
pegada a un árbol, se queda mirando un rato cómo el
pájaro mueve las alas y sin embargo permanece agarrado a
la rama combada por el viento, ve ahora que no es ella
quien debe aferrarse sino Larry, él debe aferrarse y
enfrentarse a lo que le salga al encuentro, ahora nota su
fuerza y la conoce, se adentra en ella y la estrecha contra
su propio cuerpo.

Al llegar la mañana está junto a la puerta de la calle


diciéndole a Bailey que baje. Son casi las ocho y veinte,
dice, Molly va a llegar tarde a clase y tú también... Mark
lleva la bici hacia la calle y entonces se detiene y levanta la
vista al cielo. Ella sigue su mirada percibiendo calma en el
aire confuso, lo ve pasar la pierna por encima del sillín al
tiempo que impulsa la bici con un movimiento fluido sin
despedirse. Espera un momento, dice ella. Examina su
rostro cuando se vuelve a mirarla, una única ceja arqueada
bajo el cabello castaño rizado. No sabe qué quiere decir, no
quiere decir nada en absoluto, solo quiere mirarlo. Tienes
el pelo muy largo, señala, quiero que vengas a casa a cenar,
casi no pasas por casa. Mark pone los ojos en blanco y
luego sonríe y dice, yo también te quiero, mamá, se da
media vuelta y se va pedaleando calle arriba. Ella cruza la
calle hasta donde se ha volcado el contenedor verde de los
Zajac y luego examina la casa, las luces tendrían que estar
encendidas, la puerta de la calle abierta, Anna Zajac
tendría que estar montando a los niños en el Nissan con
prisas, en cambio las cortinas están echadas y la casa
parece vacía aunque el coche está aparcado delante. Se
encuentra con Molly que sale por la puerta. ¿Dónde está tu
hermano?, pregunta, vamos a llegar tarde a clase, dime,
¿ya han se han ido los Zajac a casa por Navidad? Molly se
encoge de hombros, qué sé yo, me parece que Bailey no ha
salido de su cuarto, no ha bajado a desayunar. Eilish encaja
la sillita del bebé en el asiento y le pide a Molly que espere
con Ben. Entra en casa y llama a Bailey desde el recibidor,
se vuelve y se ve de verdad en el espejo, la cara pálida y
decaída que ha cedido a los ojos hundidos, los ojos que
plantean la pregunta y casi se ríen de ella, espejito,
espejito. Por un instante ve el pasado abarcado en la
mirada franca del espejo como si el espejo contuviera todo
lo que ha visto, se ve sonámbula ante el cristal, las idas y
venidas mecánicas a lo largo de los años, se ve llevar a los
niños al coche y con todas las edades y Mark ha perdido
otro zapato y Molly se niega a llevar un abrigo y Larry
pregunta si tienen las mochilas y se da cuenta de que la
felicidad se oculta en lo rutinario, reside en el ir de aquí
para allá cotidiano como si la felicidad fuera algo que no se
debe ver, como si fuera una nota que no se puede oír hasta
que suena procedente del pasado, ve sus incontables
reflejos presumidos y satisfechos ante el espejo mientras
Larry aguarda impaciente en el coche, está en el recibidor
quitándose el chubasquero, pide a gritos las zapatillas de
estar por casa mientras se quita las botas verdes. Ella
llama a Bailey y sube y descubre que ha echado la llave.
Sacude el pomo y golpea la puerta con el puño. Desde
cuándo tienes llave de esta habitación, abre la puerta ahora
mismo, vas a llegar tarde a clase. Cuando gira la llave en la
cerradura ella abre la puerta y ve a su hijo en la penumbra
de las cortinas metiéndose en la cama. Saca la llave de la
cerradura y se la guarda en el bolsillo, se acerca a la cama
y retira el edredón, se queda mirándolo con los brazos en
jarras. Bien, señorito, tienes dos minutos para vestirte y
bajar al coche. Es entonces cuando le llega el olor de la
cama, Bailey dobla las piernas contra el vientre y ella ve
que tiene el pantalón del pijama mojado. Se queda en
silencio, va a la ventana y descorre las cortinas de un tirón,
la luz sucia desenmascara el cuarto. Se agacha para
recoger la ropa del suelo y habla sin mirarlo. Desvístete y
lávate rápido, nos estás retrasando a todos. Bailey va hacia
la puerta y ella empieza a retirar la ropa de cama
preguntándose cuántas veces ha ocurrido desde que se fue
Larry, antes nunca había mojado la cama. Se vuelve y ve a
Bailey junto a la puerta con un aire de afilada malicia, él le
grita, lo echaste, ¿verdad?, eso hiciste, no eres más que
una puta vieja. Eilish se queda inmóvil con las manos
vacilantes, la boca trémula, hace un bulto con la ropa de
cama húmeda y se imagina huyendo escaleras abajo. Sajará
el mal en el ojo de su hijo como quien revienta un
forúnculo, cerrará la puerta de la calle y se montará en el
coche y lo dejará recocerse a solas en su cuarto. No se ha
movido, ha bajado la vista para mirarse los pies cuando la
oye caer de su boca, la verdad sobre su padre, está
explicando la detención y el encarcelamiento ilegales, los
esfuerzos que se están haciendo para llevarlo ante un juez,
el hecho de que no ocurrirá nada antes de Navidad. Nota el
corazón dolorido al ver al chico fruncir el ceño con
incredulidad, la mirada huidiza en su ojo, cómo descienden
sus labios y luego se hunde en silencio hasta el suelo
cogiéndose las rodillas con los brazos. Lo que ve ante sí es
una noción del orden que se desmorona, el mundo que se
sume en un mar oscuro y ajeno. Lo abraza, busca
reconstruir con sus susurros el viejo mundo de leyes que
yace destrozado a los pies de su hijo, pues ¿qué es el
mundo para un niño cuando se puede hacer desaparecer a
un padre sin una sola palabra? El mundo cede al caos, el
suelo sobre el que caminas te lanza al aire y el sol brilla
oscuro sobre tu cabeza. Molly está apoyada en la puerta.
¿Qué pasa?, pregunta, estamos esperando fuera en el
coche, tenemos que ir a clase. Bailey se yergue, la aparta
para ir al cuarto de baño.

Son más de las nueve cuando oye que llaman suavemente


a la puerta. Mira más allá de la persiana y ve un coche
pequeño aparcado delante de la casa, las luces de Navidad
centellean bajo los aleros y las velas eléctricas destellan en
las ventanas aunque la casa de los Zajac está a oscuras.
Mark y Samantha están repantigados en el sofá cogidos de
la mano, sus mentes entrelazadas con la pantalla, apenas
levantan la vista cuando Carole Sexton pasa encorvada por
su lado con una sonrisa titubeante, parece demasiado alta
pese a los zapatos de suela plana mientras sigue a Eilish
hasta la cocina. Eilish mira de nuevo el reloj, Bailey y Molly
acaban de subir a acostarse, en cuanto Carole haya salido
por la puerta le dará a entender a Samantha que es hora de
que se vaya a casa. Carole mete una mano en una bolsa de
tela y saca tres cajas de metal de galletas. En sus ojos se
notan las largas horas de la noche y cuando habla su voz
suena cargada. Lamento abusar de tu amabilidad, Eilish,
pero tenía que verte. Pasea la mirada por la habitación,
examina las encimeras, no había estado nunca aquí, Eilish
ve su propia cocina como por primera vez, el desorden de
tazas y platos junto al fregadero, el lavaplatos medio lleno
con la puerta abierta, el cesto de ropa sucia todavía por
lavar, si Carole hubiera llamado de antemano habría tenido
tiempo de recoger. Qué árbol tan bonito tienes, Eilish, ojalá
tuviera un árbol de Navidad así, este año no lo he puesto,
me parecía, no sé, simplemente me parecía... Da la
impresión de que va a hablar de nuevo pero hace un gesto
con la mano. Bueno, es lo mismo, resulta que ayer me
entraron ganas de probar el pan de soda, ni siquiera sé si
me gusta el pan de soda, ya sabes, el tradicional, pero de
pronto me entró el antojo, la primera hogaza salió bien, la
segunda mucho mejor, y había comprado muchísimos
huevos, ¿sabes?, una vez que te da por hornear es difícil
parar aunque no tengas ni idea, no horneaba nada desde la
clase de economía doméstica en el instituto, pero me
entraron tantas ganas anoche que ya puesta hice también
tortas de avena, hay que ver cómo huelen recién salidas del
horno, Dios mío, y unos bollos de fruta también, una
antigua receta que saqué del cuaderno de recetas de mi
madre, y entonces caí en la cuenta de que el año pasado
por Navidad, Eilish, no compré el pastel de Navidad, estaba
muy liada, ya sabes, y él, Jim, hizo un comentario, dijo que
le habría gustado comer pastel de Navidad, así que anoche
preparé uno de esos también, pero, sea como sea, al acabar
me entró la risa al verme horneando todas esas cosas
cuando yo solo quería un poco de pan, además no tengo
nada de apetito mientras que tú tienes muchas bocas que
alimentar, así que mira, he traído parte de lo que cociné y
también un pastel de Navidad, hay unos cuantos bollos y un
poco de crumble... El olor a repostería ha atraído a Mark a
la puerta de cristal, está mirando con la nariz, sus ojos
preguntan si puede entrar. Eilish niega con la cabeza pero
Carole le hace un gesto de que pase, observándolo
mientras toma un plato y empieza a servirse pastel. Coge
un poco para tu novia también, qué alto estás, dice, ancho
de espaldas como tu padre... Una súbita sombra desciende
por su cara mientras Mark farfulla un «gracias» y sale por
la puerta comiéndose un buen bocado de pastel. Carole se
vuelve hacia Eilish abriendo las manos, lo siento mucho,
dice, ha sido sin pensar. Eilish observa la incomodidad de la
mujer y por un momento se alegra, ve el cabello
despeinado, los dos centímetros de raíces grises, la
recuerda en una fiesta hace unos años, más alta que los
hombres con los tacones, la boca sensual con tendencia a
las pullas y la risa, la manera en que llevaba
subrepticiamente la mano a la muñeca de Larry y la dejaba
allí mientras hablaba con él, qué difícil era tenerle aprecio.
Dentro de poco se montará en el coche y volverá a una
silenciosa casa sin niños. Eilish alarga el brazo y le coge la
mano a Carole. Da igual, dice, no está enfadado contigo
para nada, está enfadado conmigo, con el mundo, mi otro
hijo ni siquiera me dirige la mirada, he intentado hablar
con Mark sobre lo que ocurre pero lo único que obtengo es
un silencio enervante, él lo sabe, entiende perfectamente lo
que le está pasando al país, quiere estudiar Medicina,
¿sabes?, creo que será un buen médico. Le sirve té a Carole
y la deja hablar sin mirar el reloj, percibe que las palabras
de la mujer han permanecido demasiado tiempo encerradas
en el silencio, la ve buscarse sentido por medio del habla,
las palabras salen de la boca y la mente va detrás de las
palabras y se logra cierta sensación de entendimiento.
Escucha pensando en lo que le gustaría decir pero no
puede, cómo ha intentado esconderse de parientes y
amigos diciéndose que tiene que volcarse en el trabajo, en
busca de las horas concedidas para llenar el cuerpo vacío,
buscando perderse en los chicos aunque son los chicos los
que la llevan de regreso a su padre. Carole toma un largo
sorbo de té y se queda mirando al vacío. No sabes cuánta
gente ha dejado de hablarme desde que detuvieron a Jim,
es como si yo fuera culpable de algún modo, ¿por qué nos
hacen sentir culpables cuando lo que nos han hecho es
pura maldad? Eilish se ve mirando el reloj, se pone en pie,
niega con la cabeza. No es momento de hablar, dice, sino
de guardar silencio, todo el mundo está asustado, nos han
arrebatado a nuestros maridos y nos han colocado en este
silencio, a veces por la noche oigo un silencio tan
estrepitoso como la muerte, pero no es muerte, solo
detención y encarcelamiento arbitrarios, tienes que
repetírtelo una y otra vez. Se ha puesto de pie sin nada que
hacer, va al fregadero y empieza a ordenar. Hemos hecho
las reservas para las vacaciones familiares de Pascua, dice,
sigo creyendo que iremos. Cuando se da la vuelta ve a
Carole inclinada hacia delante en la silla mirando más allá
de su reflejo en el cristal, examinando el jardín, sus ojos
feroces como si quisieran percibir algún augurio en la
oscuridad. ¿Qué hay ahí fuera, Eilish, eso blanco del árbol?
Lazos, Carole, lazos blancos, cada semana desde que su
padre desapareció, Molly saca una silla y ata un lazo al
árbol. Guardan silencio un rato viendo los lazos mecerse en
las ramas inferiores. Tengo la sensación, Eilish, de que
tarde o temprano tomaré cartas en el asunto. Eilish deja de
mirar por la ventana y contempla la cara que permanece
inmóvil como una máscara. ¿Qué quieres decir? Carole
guarda silencio y luego menea la cabeza como si saliera de
una ensoñación, recoge las migas de la mesa y se pone en
pie para llevarlas a la basura. El médico me ha recetado
somníferos, Eilish, pero cómo se puede dormir, no he
dormido una noche entera desde que se fue, la otra noche
encontré mi vestido de novia en una caja en el ático y lo
bajé, ¿te puedes creer que todavía me cabe después de
tanto tiempo?

Ha salido de la oficina cuarenta minutos antes de


almorzar, abrigada contra el viento cortante, el paso ligero,
la luz invernal veleidosa, un indicio de nieve en el aire. Un
mensajero en bicicleta se detiene en un semáforo en rojo
entre el tráfico y permanece en equilibrio hasta pararse sin
apoyar los pies y ella lo observa un instante con la
sensación de que la ciudad se ha detenido y el tiempo ha
quedado suspendido salvo por una sombra que sobrevuela
la calle y entonces el ciclista despierta y se inclina hacia el
semáforo en verde. Dobla por Nassau Street pensando en
los zapatos que empiezan a hacerle daño, levanta la mirada
y ve a Rory O’Connor con un niño de la mano. Va a cruzar
la calle pero él la llama por su nombre y ella se gira
fingiendo sorpresa. Te has vuelto a dejar el pelo largo,
Eilish, casi no te reconozco. Rory, dice ella mirando la
compra de Navidad en una mano y al niño pequeño de la
otra. ¿Es tu hijo?, pregunta, no sabía que tuvieras un hijo.
Le sonríe al niño y ve al padre en la cara saludable y
gordezuela, el cráneo coronado por el mismo pelo tirando a
rojizo que recuerda que tenía Rory hace años, ve ahora los
mechones ralos de color cobre y gris, podría ser un hombre
cualquiera de mediana edad. Uno de los pocos días que
tenemos libres los dos, ¿verdad que sí, Fintan?, te veo bien,
Eilish, ¿cuánto hace que no nos vemos? Fintan, dice ella
lentamente, preguntándose si el nombre le va a la cara.
Cuánto tiempo hace, Rory, unos diez años o más. Él se
apresura a hablar de los viejos tiempos y ella le mira la
cara metiéndole prisa con los ojos, un autobús arranca
expulsando gases calientes de diésel y Rory retrocede un
paso, se le mueve la bufanda y deja a la vista la insignia del
partido en la solapa de la chaqueta. Ella ha dado un paso
atrás, traga saliva y cierra los ojos, Rory sonríe mostrando
los dientes. Y qué tal Larry, como siempre, supongo, ¿no?
Eilish no puede apartar la mirada de la insignia del partido,
mira al otro lado de la calle y luego echa un vistazo de
reojo al reloj. Ah, Larry está bien, dice, hasta las cejas de
trabajo, nunca tiene un momento de paz, ya no da clases en
Mount Temple, ¿sabes?, ahora trabaja a jornada completa
en el... Oye, me ha encantado verte, pero tengo que irme, a
ti también, Fintan, cielo, voy con una prisa terrible, tengo
que llegar a la oficina de pasaportes, nos vamos con los
chicos a Canadá por Pascua... Se ha puesto delante de una
furgoneta y echa a correr hacia la acera opuesta notando la
rozadura de los zapatos, se ve con los ojos de Rory
mientras continúa trotando torpemente como para
demostrar que tiene prisa. Esa sensación de vacío cuando
gira por Kildare Street y ve ante sí al Rory O’Connor que
conocía de antes, el joven ruboroso e inexperto que era
colega de Larry, esa sensación acechante de repetición
como si su vida transcurriera dos veces por caminos
paralelos.

El aire cálido azota la puerta cuando entra en la oficina


de pasaportes de Molesworth Street y coge número, se
sitúa junto a un árbol de Navidad aflojándose la bufanda
mientras espera a que quede libre un asiento. Tiene tanto
que hacer, escribe una lista en una libreta y ve a un hombre
obeso con cabeza de huevo ir arrastrando los pies hacia la
ventanilla trece, ocupa el asiento que deja y lo ve regresar
mirando con ojillos parpadeantes un formulario. Se
guardará todo esto para luego, ve la cara de Larry al otro
lado de la mesa, su asco cuando le cuente lo de Rory
O’Connor, siempre fue un idiota inútil, dirá Larry. Tiene que
llamar a la oficina para avisar de que llegará tarde. Son las
tres y cuatro minutos cuando aparece su número en la
pantalla y la atiende una mujer sin apenas cara. Recibí esto
ayer, dice Eilish, debe de ser un error. Una mano indica que
quiere ver la carta, luego los dedos se ponen a teclear. ¿Me
enseña su documento de identidad? Eilish desliza el carnet
de conducir por debajo del vidrio y la mujer lo coge, luego
hace retroceder la silla y se aleja. Eilish se muerde el labio
por el interior, ensaya para sus adentros las palabras que
dirá cuando vuelva la mujer, levanta la vista y ve que se
acerca un hombre. Toma asiento pulcramente y la saluda
con una mirada inexpresiva. Bien, dice, señora Eilish Stack,
ya puede guardárselo. Le devuelve el carnet por debajo de
la mampara y sigue mirándola abiertamente, de modo que
ella se ve obligada a apartar la vista. Bueno, señora Stack,
tienen planeado salir del país, ¿no es así? Sí, nos vamos de
vacaciones. De vacaciones. Sí, a ver a mi hermana en
Canadá por Pascua, tenemos los vuelos comprados. Los
vuelos están comprados. Sí, eso he dicho, lo siento pero no
entiendo qué más les da eso a ustedes, solo he solicitado la
renovación del pasaporte de mi hijo mayor y el de mi bebé.
Alcanza a oler levemente a tabaco mentolado desde el otro
lado de la ventanilla. El procedimiento ha cambiado, señora
Stack, ahora tiene que pasar un control de seguridad y
antecedentes antes de presentar la solicitud. Observa la
cara con tanta intensidad que le sobreviene la sensación de
una existencia inalterablemente separada de la suya
propia, nota que la sonrisa se le desencaja de la cara, la
sonrisa le baja por la barbilla hasta el suelo. Tartamudea un
momento y luego carraspea. Lo siento, dice, no entiendo a
qué se refiere, nunca había oído nada parecido, solo estoy
solicitando un pasaporte como había hecho otras veces. Sí,
pero no ha hecho el trámite preliminar, señora Stack, ahora
tiene que pasar un control de seguridad y antecedentes en
el Ministerio de Justicia antes de presentar la solicitud, así
lo estipula el Estado de Excepción que ha entrado en vigor
este año. Ve que el hombre hace ademán de coger algo
cuando ella se inclina hacia la ventanilla. Entonces, ¿está
diciendo que necesito pasar un control de seguridad para
obtener los pasaportes de mi bebé y de mi hijo
adolescente? La funcionaria se permite una sonrisa.
Correcto. Sigo las noticias, dice ella, no han dicho nada al
respecto en ninguna parte, quiero hablar con su supervisor.
El hombre le pasa un formulario por la ventanilla. Señora
Stack, el supervisor soy yo, me llamo Dermot Connolly y me
han trasladado temporalmente desde el Ministerio de
Justicia, este es el formulario que necesita, el F107, tiene
que cumplimentarlo y solicitar una entrevista, le llevará
unas semanas como mínimo, ¿puedo ayudarla en algo más?
Mira fijamente un rostro que no altera en absoluto su
expresión, los ojos incoloros, la boca y lo que dice aunque
la boca no habla: su esposo está detenido, señora Stack, se
les considera una amenaza para la seguridad. Es entonces
cuando le asalta la sensación de que un animal salvaje ha
entrado detrás de ella y deambula por la sala, coge el
formulario y lo dobla poco a poco, se lo guarda en el bolso,
ve al supervisor abandonar la silla, oye los pasos
silenciosos del animal, nota su aliento pestilente en la nuca,
le da miedo darse la vuelta. Las caras mudas, sentadas,
miran boquiabiertas los móviles.

El día de Navidad pasea con los chicos por la orilla del


mar, el cielo y el agua de hormigón, la brisa del este que
trae un infierno gélido a Bull Island e incita al pensamiento
enfriando la mente. Ben va sujeto a su pecho mientras los
chicos se desperdigan delante de ella, percibe la ira en sus
corazones, los conoce por su manera de andar, Molly sola y
cautelosa al pisar como si sondeara algo con el cuerpo,
Mark con las manos en los bolsillos del abrigo, atento y
distante hasta que coge un jirón de alga y se lo lanza a
Bailey, le da en el culo. Observa a las demás familias en la
playa, sus huellas solitarias en la arena, buscando en los
rostros de los que pasan lo que ella misma siente. Observa
la luz sobre la playa pensando, este tiempo de luz, cómo los
días pasan acumulando la luz y soltándola, la luz hacia la
noche, y alargamos la mano pero no podemos tocar ni asir
lo que pasa, lo que parece pasar, el sueño del tiempo. Y sin
embargo estos días han hecho florecer las campanillas de
invierno. Vio una silvestre y solitaria en el aparcamiento
que imprimía el aire en blanco y se agachó para
examinarla, en ese instante le vino a la cabeza una imagen
de todo lo que se ha perdido Larry. Le cuenta cómo fue
cuando se dio la vuelta y vio a Ben sentado sin ayuda, y
otro día, sus manitas hinchadas de hacer fuerza cuando se
incorporó para ponerse de pie. El ceño cada vez más
oscuro y la estatura disparada de Bailey que es casi tan alto
como su hermana. El tiempo que ha pasado sin Larry, y ella
se ve no haciendo nada, capaz de nada, pero no se puede
hacer nada, dice una vocecilla, detesta esa voz, ¿qué crees
que puedes cambiar tú? Michael Given ha dejado de
devolverle las llamadas. Eilish ha escrito al ministerio, al
director de la OSNG, a organismos de derechos humanos
consciente de que su voz permanece silenciada. Pronto las
campanillas de invierno se marchitarán en la tierra y habrá
otras flores. Conduce de regreso a la ciudad donde las
casas dan al mar, observa cada coche que pasa, busca
detrás del cristal de apariencia líquida las caras en el
interior. Estas son las personas anónimas que han hecho
cobrar forma al presente, sin embargo, lo que ve son caras
iguales que la suya, caras que pasan como siempre en esta
ciudad mientras arroja las incesantes exhalaciones de la
noche hacia el día.
Va hacia el porche delantero de su padre con las llaves en
la mano y en la puerta le sale al encuentro un gruñido. Se
detiene y titubea mientras el gruñido aumenta detrás de la
puerta y se convierte en agudos ladridos. Vuelve la vista
hacia el coche como pidiendo ayuda y ve a Molly con la
mirada fija en el móvil. Le viene algo a la mente pidiendo
que lo recuerde, no sabe qué es, tiene que ver con Mark, se
acerca a la puerta y llama al timbre, golpea
estrepitosamente la ventana mientras los ladridos
continúan, se oye la voz de Simon, espera, espera, le grita
al perro que se calle. Cuando abre la puerta tiene agarrado
por el collar un perro oscuro y fornido, le parece que es un
bóxer atigrado, Simon lleva guantes de jardinería, el pelo
húmedo de la lluvia de antes. ¿Sí?, dice con el ceño
fruncido, ¿qué quieres? ¿Sí?, dice ella, que pasa por su lado
y entra al recibidor mirando al perro. ¿Entonces ahora me
van a atacar cuando venga a visitar a mi padre? ¿Qué haces
con ese perro? Se agacha y recoge el correo del suelo, en el
recibidor huele a perro mojado y cuando se vuelve ve una
mirada de perplejidad vidriosa en los ojos de su padre.
Papá, te dije que iba a venir, íbamos a llevarte de compras,
quedamos así la semana pasada. En un instante le ha
cogido el correo de la mano y parece otra vez él mismo.
¿Por qué no estás trabajando?, pregunta. Papá, hoy es
sábado, ¿de quién es el perro? Simon manda al bóxer a la
cocina con un puntapié y el perro se vuelve y se relame los
belfos negros, se queda junto a la puerta calibrándola con
una mirada hambrienta. Creía que eras otra persona, dice
él, el otro día tuve problemas en la puerta. ¿Problemas?,
dice Eilish, ¿qué clase de problemas? Es difícil saberlo con
exactitud, vinieron tres hombres a la puerta y no me gustó
su aspecto, dijeron que eran del partido, parecían matones,
dijeron que yo no figuraba en el registro local y querían
saber si estaba dispuesto a dar mi nombre... ¿Qué partido,
papá, te refieres al PAN, quién era esa gente? Les dije que
no volvieran, pero llamaron a la puerta de nuevo unos días
después y golpearon la ventana, oí a uno de ellos reírse
antes de que se marcharan. Ella mira el morro oscuro del
perro, algo que masculla negramente mientras la observa.
¿Por qué no me lo dijiste, papá? Se lo dije a Spencer, dice a
la vez que señala con la cabeza al perro, que estornuda dos
veces y se sienta sobre las patas. Spencer, repite ella
meneando la cabeza, este perro es adulto, ¿quién te lo ha
dado?, dime, ¿cómo vas a cuidarlo tú solo? Simon coge la
chaqueta del perchero. En un abrir y cerrar de ojos se han
apoderado del jardín, dice. Ella se vuelve a mirarlo desde la
puerta. ¿El qué? Las rosas trepadoras, las estoy podando yo
solo, nadie se ha ofrecido a ayudarme. Venga, dice Eilish,
no tenemos todo el día, va a ponerse a llover dentro de
poco, por qué no le pides a Mark que te ayude, vino el
verano pasado e hizo un montón de cosas. No pienso
tomarme la molestia, dice, ya lo haré yo solo.

El asfalto se oscurece antes del chaparrón en el momento


en que Eilish cruza el aparcamiento, los cuerpos huyen y se
encorvan bajo la lluvia mientras los que van con paraguas
se toman su tiempo. Aminora la velocidad y señaliza que va
a aparcar, observa a una mujer medio calva doblada bajo la
lluvia que llena el maletero y luego se monta en el coche
agarrándose las solapas del abrigo. Eilish manda a Molly a
coger un carro y Bailey se ha bajado sin decir palabra
poniéndose la capucha. Corre tras su hermana de puntillas
y Molly trota con los codos pegados al cuerpo. He
contratado a esa abogada nueva, dice Eilish, me la
recomendó Sean Wallace, Anne Devlin, parece que está
especializada en este tipo de casos, no somos los únicos,
¿sabes?, lo cierto es que no da abasto. Los dedos de Simon
empiezan a tamborilear en el salpicadero. ¿Ha presentado
una demanda ya?, pregunta él. Celebra las reuniones al
aire libre, dice Eilish, tuve que dejar el móvil en el coche,
es muy dinámica, la demanda será el siguiente paso. Se
forrará el abrigo con tu dinero, pero el resultado será el
mismo que con ese traidor del sindicato. Papá, trabaja sin
cobrar, dice que el Gobierno ha tomado el control de la
judicatura nombrando a sus partidarios, ese es el quid de la
cuestión, una vez que colocas a los tuyos puedes hacer lo
que te venga en gana. El volumen de la lluvia se vuelve
atronador y ambos miran afuera mientras el agua borbotea
sobre el asfalto. Ve a Molly forcejar con Bailey para llevar
el carro, luego Molly aparta a su hermano de un empujón y
este levanta los brazos con gesto desesperado y lanza una
mirada furiosa hacia el Touran. Me ha costado conseguir
que Molly se levantara esta mañana, es el segundo sábado
seguido que no va a entrenar, es una de las mejores
jugadoras, aunque dejará de serlo si continúa así. Mira el
cielo convencida de que escampará y entonces la lluvia
calla un instante. Hace ademán de abrir la portezuela, pero
Simon le agarra la muñeca con un velo de pánico en los
ojos. Les van a votar, Eilish, es impensable en un país como
el nuestro... Ella lo mira sin emoción diciéndose que no es
verdad, ve cómo el rostro ha cedido aún más a la gravedad,
los músculos elevadores pierden fuerza mientras los ojos
siguen hundiéndose, la piel se descuelga de los huesos en
una sosegada avalancha hacia el fin arrastrando consigo la
mente confusa. Ella suspira y niega con la cabeza. Papá,
llegaron al poder hace dos años. Simon frunce el ceño, se
vuelve para mirar afuera y luego menea la cabeza. Sí, sí,
claro, ya lo sé, lo que quería decir es... Eilish lo observa
llevar la mano a la portezuela. Papá, espera un momento,
tengo un paraguas en el maletero. Simon se ha bajado y
pasa por delante del Touran vestido de tweed y con los
calcetines desparejados, en los pies zuecos de jardinería, el
cuerpo se desplaza a través de la lluvia moviendo los puños
y no parece frío ni mojado, ni siquiera viejo, aprecia en él
otra vez el aspecto que antaño los dominara a todos.
Recorre los pasillos del supermercado mirando los zuecos
de su padre, mugre y hierba seca pegadas en los talones
mientras va delante de ella con una lata de melocotones en
la mano, Ben en el asiento del carro mordisqueando una
anilla. Está delante del mostrador de la pescadería cuando
Molly se acerca con urgencia y arrebolada, alertando a su
madre con una mirada. Mamá, susurra, tienes que venir.
¿Qué ocurre? Te he dicho que vengas. Sigue a Molly
pensando en Bailey, a saber qué habrá hecho ahora, ayer le
lanzó un chorro de kétchup en el pelo a Molly y luego salió
de la cocina hecho una furia. Molly tira de la manga de su
madre y entonces se detiene y hace un gesto con la cabeza
hacia el final del pasillo. Que no te vea mirar. Que no me
vea quién, ¿te refieres a Bailey? No, él, es él, ¿verdad?
Sigue el dedo que señala más allá de una mujer mayor que
le murmura a una lista, más allá de los detergentes y de los
rollos de papel higiénico, hasta que repara en una mujer un
poco rellena en vaqueros y un hombre que aguarda a su
lado con un carrito. Sabe quién cree Molly que es, pero no
es él, no está tan fornido, lleva la ropa equivocada, una
camiseta de fútbol de Dublín debajo de un impermeable de
montaña, le mira los pies y ve zapatillas de correr baratas.
No es más que otro hombre sin nada que hacer, siguiendo
distraído a su mujer, Eilish siente deseos de preguntarle a
Molly cómo es que vio al hombre que no es ese hombre,
debió de verlo por la ventana delantera aquella noche que
se presentaron en la puerta. Es entonces cuando el hombre
se vuelve y ella sabe que es él, el inspector jefe, desvía la
mirada y nota que se le seca la boca, mira otra vez la cara
pensando en su otra cara, la cara del agente que estaba en
la puerta, parece otra persona totalmente. De repente está
caminando hacia él sin saber qué va a hacer, va a hablar
con él, sí, qué tiene que perder, qué es sino un tipo
corriente, le preguntará delante de su esposa si puede
hablar un momento. El inspector jefe vuelve la mirada y
encuentra la de ella y hay un momento entre ambos en el
que no acaba de identificarla y luego sonríe y es la sonrisa
de alguien a quien saludarías por la calle, un marido, un
padre, un voluntario de la comunidad, y sin embargo detrás
de esa sonrisa yace la sombra del Estado. Eilish se da
media vuelta abruptamente y coge un bote de lejía, durante
un momento finge leer la etiqueta y regresa por el pasillo
reprendiéndose.

Se ha retrasado en el trabajo y está distraída con los


chicos. Le dice a su jefa que tiene una cita y cruza la ciudad
en coche, busca Bird Road, aparca a dos casas de la del
inspector jefe, fue fácil averiguar dónde vive. Mira el reloj
del salpicadero y ve que lleva allí casi diez minutos, tiene
que volver al trabajo dentro de poco. Se retuerce las manos
comprobando de nuevo que el sendero de acceso está
vacío, esa sensación de estar contemplando un sueño, esa
sensación como si caminara por el borde de un abismo,
temerosa de ser quien mire hacia abajo. Se maquilla en el
espejo y se peina. Ahora contempla la luz que se derrama
sobre la calle, una lenta pulsación que da paso a una súbita
claridad y luego se atenúa, piensa en lo que yace oculto, se
da cuenta de que lo que se revela bajo la suave luz
floreciente es lo que ocurre a diario, el centro de lo
mediano cargado de lo corriente, los árboles de hoja
perenne y el rododendro, las aceras diseñadas para
carritos, el cemento hollado por pies a medio crecer, los
tropeles hacia la escuela, el incesante orbitar de los SUV,
los ancianos que van encorvados detrás de perros y se
detienen a charlar, los cuervos que miran desde los cables
de electricidad, el gran desfile del año que los conduce a
todos hacia algún verano glorioso bajo los estandartes de
hojas. Cuando cruza la calle no se mueve dentro de su
cuerpo y se ve a sí misma desde la ventana de la casa,
instándose a seguir adelante, empieza a adentrarse a
tientas en su propio cuerpo, la medida del cuerpo en el
aire, la mano que llama a la puerta. La cara de la mujer que
le sale al encuentro no es la cara que recuerda del
supermercado sino que ahora es mayor, poco atractiva y sin
maquillar. Me preguntaba si podemos hablar un momento,
señora Stamp, es un asunto privado, no le quitaré mucho
tiempo. Paredes color lima y el rostro franco ante ella que
se frunce en un pliegue. ¿Se trata de Sean?, pregunta, ¿qué
ha hecho ese crío ahora? Una vez en la cocina ve que es
una estancia acogedora para días de lluvia, charla de fondo
en la radio, una cacerola cerca de los fuegos rodeada de
una corona de hollín. Retira una silla y se sienta a la mesa y
no quiere respirar hasta que haya hablado, mira un
momento la parcela de atrás, comederos para pájaros en
unos manzanos a medio madurar, un jilguero se deja ver un
momento y desaparece. Se mira las manos mientras habla
sobre su marido, los dedos se entretejen y entrelazan, las
manos como retorciendo el dolor, depositando el dolor
sobre la mesa a modo de ofrenda. Observa el semblante de
la señora Stamp a la deriva ante ella como si los rasgos
fueran un puzle de luz, los ojos que creía luminosos se han
vuelto oscuros, las manos de la mujer aumentan de tamaño.
Ve cómo el rostro que escucha se vuelve hosco, la súbita
tensión en los labios. La señora Stamp se levanta de la silla,
va a la encimera y saca un paquete de tabaco. No le
importa, ¿verdad?, dice. Eilish niega con la cabeza
mientras la mujer enciende un cigarrillo, va a la puerta de
atrás y da una larga calada, expulsa el humo fuera y mira a
Eilish de arriba abajo en la silla. ¿Cómo ha dicho que se
llamaba?, pregunta. Eilish mira los hombros anchos pero
no pronuncia su nombre. Por favor, dice, solo le pido que
interceda por él, seguro que usted haría lo mismo en mi
situación. La mujer ahora está ceñuda, empieza a negar
con la cabeza, da una intensa calada al cigarrillo. De
verdad, dice, esto es de lo más absurdo, habla conmigo
como si mi marido hubiera hecho algo mal, un inspector
jefe de la Garda, con los tiempos que corren. Solo quería
hablar con usted como esposa, madre... Habría sido mejor
que no dijera nada. Sus miradas se han encontrado y se
transmiten abiertamente rencor y Eilish se oye hablar, las
palabras le caen de la boca de tal modo que las mira
horrorizada después de haberlas pronunciado. Así pues,
¿debo quedarme callada, hundida y quebrada como el resto
de idiotas de este país? Un camión de la basura chirría
calle abajo y Eilish aparta la mirada, luego hace un gesto
en dirección al jardín. Parecen buenos manzanos, ¿dan
mucha fruta? La señora Stamp se vuelve, el hechizo de su
pensamiento roto, se queda mirando los árboles sin verlos y
luego mueve la mano en el aire. Han sido muy productivos
estos últimos años, son de la variedad Kerry Pippin, John
los trajo de la granja de su familia. Señora Stamp, mi
marido no es más que un hombre normal, un padre, un
profesor, un sindicalista, tendría que estar en casa con sus
hijos. La está sopesando con ojos entornados, entonces la
señora Stamp se humedece los labios y masculla algo hacia
la ventana. Perdone, dice Eilish, ¿qué ha dicho? La señora
Stamp se vuelve con cara de desprecio. Escoria, dice, eso
sois, tú y tu sindicalista, vienes a mi casa e insultas a mi
marido, un hombre condecorado que ha dedicado
veinticinco años de su vida al Estado, te lo voy a decir bien
claro, como te llames, tu marido está donde está porque es
un instigador, un agitador contra el Estado durante una
época de gran amenaza para el país, vosotros no tenéis ni
idea de lo que está pasando en el resto del mundo, lo que
se nos viene encima, haréis que nos destruyan a todos, este
debería ser un momento de unidad en nuestra nación, en
cambio hay revueltas en todo el país y tenemos que
vérnoslas con gente como vosotros, fuera de mi casa ahora
mismo. Eilish ve en el rostro de la mujer el aire de
superioridad del partido, se sorprende en pie deseosa de
dar permiso a sus manos. Se imagina a la mujer hablando
con su marido, el hombre investigará un poco y le
complicará la vida a Larry. Va hacia la puerta de la calle
con la sensación de que le ha fallado, sus dedos manipulan
con torpeza la cerradura, ve el Touran aparcado enfrente
cuando la mujer aparece detrás de ella, se da la vuelta y se
aleja andando.

Despierta convencida de que alguien ha entrado en el


cuarto, apenas puede abrir los ojos, se apoya en las manos
para incorporarse, oye respirar a una figura sentada en la
butaca de mimbre, debe de ser Mark, se pregunta qué
querrá a estas horas de la noche. El asiento cruje cuando la
sombra se inclina hacia delante y la luz del pasillo le
alcanza la cara. Es el inspector jefe, John Stamp, no le sale
la voz, mira con miedo al bebé en la cuna y escucha su
respiración. ¿Cómo ha entrado?, susurra, todas las puertas
están cerradas, no tiene derecho a entrar en esta casa. La
voz sonríe en la oscuridad. No tengo derecho a entrar en
esta casa. Sí. Pero eso es solo una opinión. No es una
opinión, es un hecho ante la ley. Un hecho. Sí, existe el
estado de derecho, no pueden violar nuestros derechos así.
El estado de derecho. Eso he dicho. Dice la palabra
«derechos» como si entendiera la palabra «derechos»,
muéstreme qué derechos nacieron a la vez que el hombre,
muéstreme en qué tablas están escritos, dónde ha
decretado la naturaleza que es así. Hace ademán de hablar
pero él se desplaza del asiento hacia ella, y teme mirarlo a
los ojos, está inmovilizada por su hedor, la mezcla de
comida y tabaco y algo maloliente que emana de la piel,
ella sabe lo que es, esa pestilencia que desencadena su
terror. Se considera científica y sin embargo cree en
derechos que no existen, los derechos de los que habla no
se pueden verificar, son una ficción decretada por el
Estado, del Estado depende decidir qué cree o no según
sus necesidades, seguro que usted lo entiende. Su mano se
desliza por el edredón, ella mira la mano con miedo a lo
que podría pasar si lo detiene, la mano se desliza hacia su
cuello, ella lo agarra por la muñeca e intenta gritar, se
arranca la mano del cuello, ahora está gritando, quiero
despertar, y él dice, pero si ya está despierta... Abre los
ojos a la habitación, la fría luz azul de la ventana y su ropa
doblada en la butaca. Se incorpora mirando la butaca
mientras se dice que la habitación es real y el sueño no,
siente alivio y sin embargo ahí sigue en su pecho, en la
garganta, un pequeño nudo de miedo, mira la puerta como
si no lo acabara de creer. Yace un momento adormilada,
esperando el regreso de un sueño ciego y anodino, pero los
restos de la pesadilla siguen infectándola, ese hombre y su
hedor, las palabras que ha pronunciado la han dejado
asustada, oye a los chicos abajo, una risotada y luego
Bailey chillando por encima del estruendo de la televisión
del domingo por la mañana.
3

Molly está delante del fregadero en pantalón corto de


deporte y abrigo poniéndose un vaso de agua del grifo
cuando retira la mano de golpe, emite un sonido de asco y
deja caer el vaso en el fregadero. Mamá, dice, el agua sale
marrón. Eilish nota los ojos de su hija en la espalda pero
elige no mirar. Se inclina hacia delante para darle a Ben
una cucharada de papilla de manzana pensando, es a su
padre a quien quiere, el no que es un sí, el sí que nunca es
no. Anoche en un sueño hablaron sobre Molly, algo que él
dijo que le pareció confuso la ha importunado al despertar.
Detiene un hilillo de comida con la cuchara, ve por un
instante algo en las profundidades de la tierra, un
fragmento de tubería corroída que se afloja en el empalme
con los conductos principales, el agua no deja de
percutirlo, el agua cada vez más sucia de herrumbre y
plomo contaminante, el agua que corre por las tuberías
oscuras hasta las casas de la ciudad, los negocios y las
escuelas, pasando de grifos a hervidores, vasos y tazas,
pasando a sus bocas, el plomo absorbido por el tracto
gastrointestinal, almacenado por tejidos y huesos, la aorta
y el hígado, la glándula suprarrenal y el tiroides, el veneno
haciendo su trabajo invisible hasta que se da a conocer en
el laboratorio en la orina y en la sangre. Se vuelve y
observa el agua que sale a chorro del grifo y dice, déjala
correr un rato. El ruido de una llave en la puerta de la
calle. Molly dice, ¿por qué no tenemos agua embotellada en
casa? Coge una manzana del frutero y se va enfurruñada a
la sala de estar mientras Eilish levanta la vista aguzando el
oído, ve en su interior la caída de la luz al abrirse la puerta,
desea oír los pasos familiares, el golpe sordo del paraguas
en el paragüero, el suspiro y luego esa succión que
acompaña el ademán de quitarse el abrigo, la voz que pide
las zapatillas que no están. Mark lleva la bicicleta del
recibidor a la cocina, pasa sin decir palabra por la puerta
de cristal y deja la bici en el suelo de madera del porche
trasero. Eilish mira a Ben en la trona y piensa en su hijo
mayor, su mudo proceso de crecimiento, el cartílago que se
extiende y se convierte en hueso, los huesos solidifican,
sustentan al niño hacia un futuro desconocido, aunque ese
futuro debe contener la suma total de toda posibilidad.
Hace solo un momento Mark estaba gateando por el suelo,
y se vuelve para observarlo cuando entra en la sala de
estar, el futuro instantáneo. Oye hablar entre susurros,
Molly alza la voz, tienes que contárselo, dice. Eilish grita,
contarle qué a quién, ¿qué ocurre? Molly está en el umbral
y empuja a Mark al interior de la cocina y él se planta
delante de ella y le tiende una carta. Le dice a Molly que
cierre el grifo, coge la carta de la mano de Mark y busca
las gafas. No se da cuenta de que se ha puesto en pie, lee
la carta lentamente otra vez como si no la entendiera, los
significados tras las palabras se han desvinculado, el texto
negro es ininteligible. Levanta la vista hacia los ojos de su
hijo y ve que el niño se ha desvanecido. No puede ser,
susurra buscando la silla con la mano, aunque es incapaz
de sentarse. Cierra los ojos y ve la oscuridad trémula de
sus párpados. Pero si solo tienes dieciséis años, dice,
tendrás el título de secundaria el año que viene, no pueden
hacer esto ahora... Mark cuelga la cazadora en la silla y
permanece un momento callado sensato y solemne. La
fecha de inscripción es la semana después de mi
cumpleaños el mes que viene, dice. Ella no lo ve cuando va
al fregadero, abre el grifo y llena un vaso y se pone a beber.
Es Molly la que le quita el vaso de la mano, no bebas esa
porquería, le dice, el agua está marrón, dile a mamá que
compre agua embotellada y cuéntale lo que hicieron, que
fueron al instituto, Mark, cuéntaselo. ¿Quién fue al
instituto? Está mirando a su hijo, lo ve con nitidez junto al
fregadero, el gesto ceñudo que le lastra la frente, el pelo
melancólico, la mandíbula que fuerza la expresión del
joven. Se me pasó contártelo, dice, vinieron un médico y
una mujer, una oficial del ejército, nos hicieron salir a los
chicos de mi clase e ir al gimnasio, nos revisaron uno a uno
sin decirnos para qué, tuve que quedarme en calzoncillos
detrás de un biombo mientras el médico me medía y me
examinaba los pies y los dientes, me preguntaba si tenía
alergias... Esta súbita sensación de presión en el interior
del cuerpo, ha empezado en el corazón como si se le
hubiera metido algo dentro y hubiera empezado crecer, se
dilata hacia fuera, impone a los pulmones la sensación de
un grito. Está sentada en la silla presa de una súbita fatiga,
ahora susurra, debe de ser un error, solo vas a cumplir
diecisiete años. Tiende las manos hacia su hijo, para
consolarlo ahora, para acercárselo a la mejilla, para ungirlo
con el bálsamo de su furia. Quiero que me escuches, dice
cogiéndole la mano y viendo que no escucha en absoluto
sino que mira hacia el jardín. No vas a irte de esta casa, me
oyes, no vas a dejar el instituto, no pueden reclutarte así
para el servicio militar. Él se vuelve con un gesto afligido.
¿Y cómo se lo vas a impedir?, pueden hacer lo que quieran,
¿qué pudiste hacer para impedir que se llevaran a papá? Es
Molly la que se revuelve contra su hermano, le da un
empujón que le hace retroceder de espaldas hacia el
fregadero. No le hables así a mamá. Cállate, repone él.
Molly le sostiene la mirada a su hermano con una expresión
cargada de odio, resuena el sordo percutir de un martillo
cercano y entonces Ben deja caer la cuchara. Eilish se
agacha para cogerla y la lleva al fregadero. Por lo menos el
agua caliente sale limpia, dice. ¿Qué pasa?, pregunta Bailey
entrando en la cocina. Mark coge la carta de la mesa y se
va afuera cerrando la puerta a la vez que saca un mechero
del bolsillo. Ella ve a través del cristal cómo acciona el gas
pero no consigue encender la llama, lo ve y no siente el
impulso de detenerlo, de preguntarle de dónde lo ha
sacado, el mechero desprende una llama ámbar que lame el
ángulo del papel y luego forma una boca negra, ve cómo la
carta empieza a humear en su mano y cuando la deja caer
se vuelve y mira por el cristal con los ojos negros a no
poder más de ira.

Está distraída en el trabajo, deambula de aquí para allá,


siente que tiene delante un obstáculo indefinido y busca un
modo de sortearlo, se dice una y otra vez, no se llevarán a
mi hijo. Corren rumores en la empresa de que habrá una
escabechina, una reducción por fases, no puede ser cierto.
Los llaman a la sala de reuniones donde se anuncia que el
director general, Stephen Stoker, ha sido destituido, no ha
venido a trabajar esta mañana, les dicen que ocupará su
puesto Paul Felsner. Se presenta ante ellos tirándose de las
yemas de los dedos con su mano demasiado pequeña y no
puede disimular que está encantado. Eilish recorre la
habitación con la mirada mientras él habla identificando a
sus partidarios por las manos que aplauden y las sonrisas,
ve al animal salvaje entre ellos, ve cómo ha prescindido de
agazaparse y fingir, cómo se pasea a la vista mientras Paul
Felsner alza la mano con gestos hieráticos exponiendo no el
discurso de la compañía sino la jerga del partido, habla de
una época de cambio y reforma, una evolución del espíritu
nacional, del dominio que conduce a la expansión, una
mujer cruza la sala y abre una ventana. Eilish sale del
ascensor en la planta baja. Cruza la calle y entra en el
estanco, señala un paquete de tabaco. Hace mucho tiempo,
piensa, plantada a solas delante del edificio de oficinas
mientras saca un cigarrillo del paquete, acaricia el papel,
se lo pasa por debajo de la nariz. El sabor algodonoso a
acetato de celulosa cuando lo prende y se llena la boca de
humo caliente le recuerda el día que lo dejó, esa sensación
de cuando era más joven, quizá Larry estaba con ella, no lo
sabe. La memoria miente, juega a sus propios juegos,
superpone una imagen a otra que podría ser cierta o no,
con el tiempo las superposiciones se disuelven y se
convierten en humo, observa cómo el humo que sale de su
boca se desvanece en el día. Mira la calle como si fuera de
otra ciudad, pensando cómo es que la vida parece existir al
margen de los acontecimientos, la vida transcurre sin
necesidad de testigos, el tráfico congestionado humea con
furia el aire sombrío, la gente pasa apresurada y
preocupada, encarcelada en la ilusión de lo individual, ese
deseo que tiene ahora de escapar, observa hasta que se
ausenta por completo de sí misma, la luz se altera tono tras
tono hasta que se convierte en una pátina luciente sobre la
calle, las gaviotas que picotean comida en una alcantarilla
tienen la cara inferior de las alas oscura cuando aletean
para apartarse al paso de un camión. Vaya por Dios. Colm
Perry está a su lado dando golpecitos con un cigarrillo en el
paquete. No sabía que fumabas, Eilish. Ella entorna los ojos
como para pensar una respuesta a una pregunta que no le
han formulado y entonces niega con la cabeza. La verdad
es que no fumo. Colm Perry enciende un cigarrillo y
expulsa el humo lentamente. Yo tampoco. Ella traga la
negra quemazón y desea esa quemazón un poco más
mientras examina la camisa arrugada de Colm Perry,
reconoce la cara color cereza de un bebedor, la mirada que
se oculta taimada en el ojo de un hombre que está al tanto
de la broma aunque se ríe de ellos desde fuera. Él echa un
vistazo a la puerta automática. Qué descaro tiene el tío,
dice, habrá una purga muy pronto, les gustan los de su
calaña, conque más te vale pasar inadvertida, no digo más.
Mira otra vez por encima del hombro y saca el móvil. ¿Has
visto lo último? Lo que ve en el móvil son imágenes de
pintadas en ventanas y muros denunciando a los gardaí, las
fuerzas de seguridad y el Estado, triunfantes garabatos en
espray rojo. Lo escrito parece sangre, el edificio parece un
centro escolar. Saint Joseph en Fairview, dice él, se ve que
el director llamó a la OSNG, que fue y detuvo a cuatro
chicos, todavía no los han soltado, hace ya unos días pero
la noticia acaba de aparecer online, se están reuniendo
padres y alumnos delante de la comisaría de la Garda en
Store Street a la espera de que los liberen. A mi hijo lo han
llamado para el servicio militar, dice ella, tiene que
presentarse la semana que cumple diecisiete años, todavía
no es más que un chaval que va al instituto, y esto después
de que detuvieran a su padre. Colm Perry la mira y niega
con la cabeza. Qué cabrones, dice. Se lleva la mano a la
boca y piensa mientras da una larga calada y luego apaga
el cigarrillo en el cenicero exterior. Vas a tener que
llevártelo, dice él. ¿Llevármelo adónde? Eilish lo ve
encogerse de hombros y abrir las manos y luego meterlas
en los bolsillos de los vaqueros. Está mirando el estanco de
enfrente. Ahora mismo, dice él, me encantaría tomar un
helado, un cucurucho de los de antes con una chocolatina,
me gustaría estar en la playa helándome el culo, me
gustaría que mis padres siguieran vivos, mira, Eilish, no lo
sé, a Inglaterra, Canadá, Estados Unidos, solo es una
sugerencia, pero vas a tener que llevártelo, tengo que
volver dentro.

Ve en internet cómo van creciendo las protestas, padres e


hijos vestidos de blanco delante de la comisaría de la
Garda. Sostienen velas blancas y no hablan, esperan el
regreso de los chicos. Cada vez son más. La mañana
siguiente son doscientos y pico, se dice que son todos del
instituto, una franja oscura de fuerzas de seguridad
permanece delante de la comisaría. Ella conoce la plaza
donde están concentrados, una plaza adoquinada con
plataformas de granito en las que sentarse, una bipirámide
octogonal de acero inoxidable en el centro que simboliza
algo o quizá nada. En un tiempo no tan lejano esa plaza se
diseñó para brindar apertura y luz, para sentarse o pasar el
rato, esa sensación ahora de que la protesta ha forzado una
puerta, la luz entra en un cuarto oscuro. Alcanza a ver la
cara de Larry levantando la vista como expectante, si
sueltan pronto a los chicos, le dice ella, liberarán a más
gente. El sábado por la mañana Molly entra en la cocina
vestida de blanco. Mira, dice, ¿has visto esto? Están
enviando mensajes virales de un móvil a otro, un mensaje
dice que un amigo de un amigo íntimo dice que van a soltar
a los chicos pronto, otro mensaje dice que los chicos fueron
liberados hace días y están con sus familias, la protesta es
una conspiración, una trama para avergonzar al Estado. Sí,
dice Eilish, yo también los he recibido, ninguno es cierto, se
me olvidó recordártelo, el sábado que viene es la boda de
Saoirse, le he dicho a Mark que tiene que quedarse en casa
hasta que yo vuelva. No necesito que Mark cuide de mí. Ya
lo sé, pero es mejor que estéis los dos en casa para cuidar a
los pequeños. Molly coge la silla, la lleva afuera y la pone
en la hierba bajo el árbol. Eilish observa a Molly subirse a
la silla y doblar una rama hacia sí, ata un lazo blanco y mira
cómo cuelga, los lazos son como largos dedos vacíos que
tocan la música silenciosa del árbol, Eilish no quiere
contarlos. Catorce semanas, dice Molly, que entra por la
puerta con la silla, la deja, va al fregadero y abre el grifo,
se inclina para examinar el agua con ojos entornados, llena
un vaso y bebe. Deja el vaso medio lleno y se limpia la boca
con la manga. Voy a salir, dice. Salir ¿adónde? Voy al
centro. Eilish la mira un momento, la cazadora vaquera
blanca, la bufanda blanca al cuello. Si vas al centro, dice,
ya puedes ir quitándotelas. Molly se mira fingiendo
sorpresa. Que me quite ¿qué? Ya sabes de qué estoy
hablando. ¿Cómo voy a saber de qué estás hablando, cómo
voy a saber de qué está hablando nadie o en qué está
pensando si nadie dice nada, si nunca se dice nada en esta
casa? Eilish se vuelve hacia la mesa, coge una revista y
vuelve a dejarla. Por el amor de Dios, dice, ¿dónde están
mis gafas? Tienes las gafas en la cabeza. Vaya, dice, qué
idiota, ¿no? Cuando se da la vuelta Molly la está mirando
de una manera extraña y entonces se le arruga la boca
como si fuera a llorar. Quiero que vuelva papá, dice, solo
quiero que vuelva, ¿por qué no estás haciendo nada? Eilish
la mira a los ojos en busca de algo, no sabe qué, algo de la
antigua Molly a lo que aferrarse, un atisbo de flexibilidad,
en cambio Molly la atosiga, tira de alguna palanca. ¿Y tú
crees que saliendo así vas a conseguir que tu padre vuelva?
A Molly se le nubla el gesto, se vuelve y levanta el vaso y
vierte lentamente el agua al suelo. Muy bien, dice Eilish,
haz lo que quieras, tira agua al suelo, sal a la calle vestida
así, igual llegas hasta la parada de autobús sin que alguien
te haga algún comentario o tome nota de tu
comportamiento para denunciarte luego, igual te bajas del
bus sin que te vea la persona equivocada, o igual te ve,
igual hay dos hombres en un coche y a uno no le agrada tu
aspecto, igual solo vas de blanco porque te gusta cómo te
queda o igual intentas dar a entender otra cosa, algo
provocador, algo que al hombre no le cae en gracia, quizá
se detiene y se apea y te toma el nombre y la dirección y
abre un expediente con tu nombre, igual te quedas callada
o igual dices lo que no toca y en vez de tomar tu nombre y
dirección te detiene a ti, te mete en el coche, y adónde va
ese coche, Molly, piénsalo, igual va a donde van todos los
demás coches, los coches sin distintivos que se detienen en
silencio y cogen a gente en la calle por una cosa u otra,
gente que no vuelve a casa, te crees que por tener catorce
años puedes hacer lo que te venga en gana, que no le
interesas al Estado, pero detuvieron a esos chicos y esos
chicos no han salido a la calle todavía y tienen tu edad,
crees que no hago nada, que estoy aquí de brazos cruzados
esperando a que vuelva tu padre, pero lo que estoy
haciendo es mantener unida esta familia porque ahora
mismo es lo más difícil que se puede hacer en un mundo
diseñado para separarnos, a veces no hacer algo es la
mejor manera de conseguir lo que quieres, a veces tienes
que callarte y pasar inadvertida, a veces cuando te levantas
por la mañana deberías dedicar más tiempo a escoger los
colores que te pones.

Eilish deambula por la habitación de su padre buscando


una corbata. Hay periódicos y revistas amarillentos
amontonados sobre la alfombra verde con dibujos de flor de
lis, ropa apilada en dos sillas dispuestas una junto a otra
contra la pared, tazas y platos sucios encima de la cómoda.
Hurga en un cajón del que sale olor a humedad, camisas
blancas manchadas, una maraña de corbatas viejas. Escoge
una rosa y se la lleva a la nariz percibiendo el pasado en su
interior denso y aun así oscurecido, se levanta, se vuelve y
se encuentra con su madre en una foto, la melena revuelta
por el viento, la mujer joven intenta recogerse el pelo, la
promesa del rostro de su hija oculta en el suyo propio.
Eilish deja las tazas y los platos en el suelo y coloca las
fotos en orden. Jean se apoya en Simon y se seca los ojos en
una playa fría. Es una sílfide con vestido de novia que se
agarra al brazo de Simon pero no ve al fotógrafo. Su
mirada se aguza hacia la cámara mientras está sentada en
una silla con las dos niñas en el regazo. Eilish cierra los
ojos buscando a su madre cuando era así, entra en su
primera casa, pasea por las habitaciones en penumbra
recordando, sus dedos resiguen la barandilla de la escalera
y suben más allá del asiento de la ventana, hacia su antiguo
cuarto, cada paso resuena en las tablas, buscando el techo
enorme. Ahora atina a oír la voz de su madre, la recuerda
no como un sonido sino como una sensación ajena al
deterioro de sus recuerdos debilitados. Lo que ve desde la
vieja cama, la ventana que da al cielo, el armario con las
fauces abiertas a la oscuridad que invita a la niña dormida
a las pesadillas. La boca de Jean se avinagra en una
fotografía y el pelo se le acorta de los hombros a las orejas.
Le salen canas en una silla de jardín mientras florecen las
rosas trepadoras. Se inclina demacrada sobre un bastón
junto a la cascada de Powerscourt y parece cogida por
sorpresa, apartándose una última vez de la cámara. Eilish
lleva las tazas y los platos sucios abajo y los mete en el
lavavajillas mientras Simon está sentado a la mesa
comiendo huevos con beicon, la camisa abierta hasta el
ombligo, el pecho lampiño y blanco. Coge el salero por el
cuello y lo agita sobre los huevos y luego le lanza una
mirada rencorosa. Ya sé lo que estás haciendo ahí arriba.
Ella cierra la puerta del lavavajillas con la cadera. Papá,
tienes el cuarto hecho una pocilga, la cantidad de platos y
tazas que he tenido que bajar, abróchate la camisa y ponte
esta corbata, la he escogido para que vaya a juego con la
camisa. ¿Crees que no te he oído ahí arriba?, puedes mirar
todo lo que quieras, que no encontrarás nada. Eilish se
molesta con él, empieza a llenar el hervidor aunque no hay
tiempo para el té. Papá, por favor, vamos a llegar tarde, la
ceremonia comienza dentro de una hora. Él alinea cuchillo
y tenedor sobre el plato y lo aparta de sí con el borde de la
mano y se vuelve hacia ella, la comisura de la boca amarilla
de yema de huevo. ¿Crees que lo tengo todo guardado en
mi cuarto? No vais a llevaros ni un penique. Ella lo mira a
la cara horrorizada y entonces se asusta, busca detrás de la
cara lo que está cambiando en su interior, lo ve como si
fuera una llama respirando en la oscuridad, la llama nunca
quieta, la llama henchida estrechándose hasta su mínima
expresión. Es él pero no lo es, eso piensa ella, y sin
embargo parece ser él mismo otra vez cuando va hacia el
espejo y ella se queda detrás y observa su cara, la piel
rosada después de afeitarse, un grumo de espuma tras la
oreja, ella se lo limpia con el pulgar. Le hace volverse por
los hombros, le abrocha la camisa y le pone la corbata al
cuello. Hace un día precioso para una boda, ¿no te parece?,
han tenido suerte con el tiempo. Él le dirige una mirada
despectiva y ella sabe que es él otra vez. A esa prima tuya,
dice, no creo que le vaya a gustar el lecho nupcial. Papá, no
puedes decir esas cosas, Saoirse es tu sobrina. Saoirse es
una mujer de mediana edad que se acerca a los cuarenta y
su padre es un capullo, mi hermana nunca tuvo ni pizca de
gusto. Sí, bueno, mejor tarde que nunca, ¿no crees? Le
termina de anudar la corbata, luego le da unas palmaditas
en el hombro y levanta los ojos y algo en la manera en que
la mira le hace pensar que está mirando a su esposa. Ella
desvía la vista, contempla el jardín donde estuviera su
madre, las rosas trepadoras ahora descuidadas y aferradas
al muro.

De la iglesia de la universidad los invitados a la boda se


dirigen al parque Saint Stephen’s Green. Ella va del brazo
de su padre cuando cruzan el parque, las mujeres pasean
con tacones resonantes iluminadas por los sombreros
coloridos y con plumas, la sensación acallada de los
árboles. A la orilla del lago la novia y el novio se emparejan
para las fotos mientras uno de los padrinos se afloja la
corbata. Abandonan el parque en dirección a un edificio
georgiano recubierto de hiedra, el olor a fresias les sale al
encuentro cuando los hacen pasar a un salón con altas
ventanas que dan al parque. Mira a su padre al otro lado
del salón, está hablando con su tía Marie, ve a la mujer
ocultar un bostezo detrás de las uñas lacadas de color rosa,
sus ojos vagan por ahí hasta que requieren a Eilish con una
mirada. Ah, aquí estás, dice Simon, le estaba hablando a
Marie del proyecto de ley que ha presentado el PAN,
quieren hacerse con el control de la Real Academia de
Irlanda, quieren colocar a los suyos, Marie, hacerse con el
control de la junta directiva, por lo visto nadie puede hacer
nada, es sencillamente grotesco, increíble... Marie le
aprieta el brazo a Eilish y se aparta de su hermano para
acaparar a su sobrina. Tu padre no ha dicho ni palabra
sobre tu hijo pequeño, dice, pensaba que lo traerías, debió
de ser una sorpresa maravillosa a tu edad. Eilish sonríe a la
cara maquillada viendo los labios rosas blandos de saliva y
entonces nota que se le cae el alma a los pies, ahora se da
cuenta de lo que no se ha dicho, las conversaciones se han
limitado a preguntas sobre los niños o cómo le va en el
trabajo, nadie quiere hablar de Larry. Mira la cara de su tía
y ve el mandato tácito de que el día debe transcurrir en la
más absoluta felicidad. Sonríe y dice, a Larry le habría
encantado venir, ¿me perdonas? Cruza el salón en busca de
otra persona con quien hablar, hay muy poca gente de su
generación, los primos de su padre van camino de la vejez y
aun así nos los separan tantos años, qué son veinticinco o
treinta años, pide una copa pensando que esta época de su
vida pasará, ya está pasando, ha pasado, la luz al entrar
por las altas ventanas les otorga a todos este momento, el
mundo acallado hasta un murmullo, la novia de blanca
beatitud. Cuando suena la campana llevan las copas al
comedor y buscan sus sitios en las mesas redondas, el
novio se levanta como para pronunciar unas palabras pero
se lleva la mano al pecho y empieza a cantar el himno
nacional. Pájaros tatuados en las manos, símbolos arcanos
trazados con tinta en el cuello. Se apartan las sillas y la
gente se pone en pie y comienza a cantar y alguien le tira
de la manga, es la prima de su padre, Niamh Lyons, que le
susurra con labios arrugados, levántate, Eilish, por el amor
de Dios. Mira hacia donde debería estar su padre pero la
silla está vacía, ha ido al bar a por otra copa, se ha perdido
otra vez de camino al servicio, sube la mirada hacia las
caras que mueven los labios y ve los ojos que la observan y
nota que se le seca la boca, Niamh Lyons le tira otra vez de
la manga pero ella no se pondrá de pie para cantar con
ellos, no piensa entonar esa patraña. Sin saberlo, empieza a
arreglar la servilleta blanca ante sí y cuando levanta la
mirada ve la cara del novio y lo que muestra con
ostentación, lo que muestra la cara del padrino y quienes
los rodean, el desprecio indisimulado del partido. La novia
ha cerrado los ojos y el novio recibe una ovación, aunque
no todo el mundo en el salón aplaude. Una anciana pálida
de manos esbeltas le lanza a Eilish una fugaz sonrisa
benévola que ha desaparecido en el momento en que la
busca. Eilish mete la mano en el bolso, saca un pañuelo de
gasa blanca y se lo anuda al cuello, se levanta mientras los
otros se sientan. Perdonad un momento, voy a buscar a mi
padre, dice.

La alarma del horno empieza a sonar y ella se vuelve


llamando a los chicos, sirve el guiso en platos con
montones de arroz, ¿puede hacer alguien el favor de poner
la mesa? Molly entra bostezando en la cocina. El
crepúsculo ha llegado antes que ella y ha envuelto a su
madre. Enciende la luz y busca en el cajón cuchillos y
tenedores, se queda mirando un momento como si sus
pensamientos hubieran caído en el cajón. Eilish vuelve a
llamar, la cena está lista. Ve a Bailey tendido en la alfombra
delante de la tele. Se vuelve hacia Molly, dile a Mark que
baje. Que baje ¿de dónde? Molly dice, no está arriba.
¿Dónde está, entonces? Molly se encoge de hombros y se
inclina sobre la mesa disponiendo cuchillos y tenedores. Y
yo qué sé, ¿luego me puedes llevar en coche? Eilish va a las
escaleras y llama a Mark, sube a su habitación y vuelve a
bajar. No está en casa, no está en el jardín, lo llama al
móvil y suena arriba, le está regañando mientras sube otra
vez las escaleras a sabiendas de su respuesta, cómo
apretará los labios y fijará los ojos en el suelo preparando
algún comentario malicioso. Está plantada delante de la
puerta del cuarto de los chicos, el móvil está sonando en la
cama, es raro que no lo lleve encima. Cuando coge el móvil
lo mira como si fuera un objeto prohibido, Bailey grita
desde la cocina que va a empezar a comer, oye dos voces
hablando, una que es un no, la otra que es un sí, aguza el
oído en busca de movimiento en las escaleras. Lee los
mensajes de su hijo y clica en el último vídeo que vio, un
preso con un mono rojo está de rodillas con una capucha
puesta, otro hombre de negro con gafas está de pie a su
lado, un profesor o quizá un intelectual que despotrica en
árabe, le quita la capucha al preso y saca un cuchillo
grande de hoja curva mientras la cámara empieza a cerrar
el zoom lentamente como si intentara captar algo en los
ojos de la víctima en el instante de su muerte. Tira el móvil
a la cama y cuando lo vuelve a coger navega por un
historial de búsqueda de brutalidad y asesinato, vídeos de
decapitaciones y ejecuciones sumarias. Le ha entrado en el
cuerpo una sensación que no habla sino que permanece
negra y enquistada en su interior, apenas es capaz de
articular palabra durante la cena. Deambula por la casa
recogiendo una cosa tras otra, dejándolas donde estaban
sin pensar, Bailey se pelea por el mando a distancia con
Molly, que le da un manotazo en la cabeza y lanza el mando
a la otra punta de la sala, Eilish les grita que estén quietos.
Está en el descansillo con el bebé en brazos cuando cae en
la cuenta de que lo que le ha entrado en el cuerpo es la
sensación de muerte, de que la muerte ha entrado en su
hijo, lo ve con casi diecisiete años y la sangre corrompida
por la ira y la violencia silenciosa. Son más de las ocho
cuando oye que se abre la puerta corredera del porche, la
llave entra en la cerradura de la puerta de la calle y ella
sale a cortarle el paso, pone la mano sobre la bicicleta para
detenerlo, busca en sus ojos algún indicio de la oscuridad
que medra en su interior, busca su antigua autoridad. Los
ojos de Mark la pasan por alto mientras ella habla, su voz
alzada y severa. No me has dicho que no ibas a venir a
cenar, ¿dónde has estado? No ha visto que Samantha venía
detrás de él hasta que entra por la puerta, la chica se para
como temerosa de entrar y Mark se vuelve hacia ella
torciendo la boca en gesto mudo de disculpa por su madre.
No pasa nada, mamá, a ver si te tranquilizas, he cenado en
casa de Sam, quería enviarte un mensaje pero me he
olvidado el móvil, nunca me acuerdo de tu número.

Conduce a través de la lluvia y la luz vacilante, el móvil


emite un zumbido en el bolso. Espera a que el tráfico se
detenga para coger el bolso y sacar el móvil. Cuando lee el
mensaje levanta la mirada y ve que la carretera se ha
desvanecido, alarga la mano para apagar la radio antes de
volver a leer el mensaje. Dos de los chicos detenidos han
muerto, les han entregado los cadáveres a las familias. Se
han hecho públicas fotos de los cadáveres con signos de
tortura. El Touran avanza solo, ve a los chicos tendidos
ante sus padres, visualiza los cuerpos quebrados y susurra
para sus adentros, una cosa es llevarse a un padre de una
casa y otra muy distinta devolver cadáveres de hijos. Siente
en el interior del corazón el temblor en ciernes, sabe lo que
se avecina, el agravio y el asco se alzarán de la tierra muda
hasta sus bocas. En casa se reúnen en torno a la mesa
viendo una retransmisión en directo de la manifestación en
las noticias internacionales, la muchedumbre ha
aumentado delante de la comisaría de la Garda, la gente
lleva a sus hijos, todo el mundo va de blanco y sujeta velas
encendidas. La vigilia se extiende alrededor de la estación
de autobuses y hasta las calles aledañas y ella se acuesta y
no puede dormir, yace viendo desfilar su miedo ante sí
como un espectáculo espantoso, una vocecilla que quiere
hablar es acallada a gritos. Por la mañana el gentío ha
desbordado el espacio y empieza a marchar hacia College
Green. Mira por la ventana, Mark y Molly ahora la
observan, están esperando a que hable. Los árboles
durmientes comienzan a hincharse. Dentro de poco abrirán
sus brotes para ver de nuevo la luz primaveral, piensa en
eso, la fuerza de un árbol, cómo un árbol sobrelleva la
estación oscura, lo que ve un árbol al abrir los ojos. Es
entonces cuando se da cuenta de que el miedo ha
desaparecido, esa sensación de alivio en el cuerpo porque
ahora se puede hacer algo. Nos vamos a vestir de blanco,
dice dando media vuelta, nos uniremos a ellos. Observa a
los chicos ir arriba, esa sensación de audacia y entusiasmo
en la casa.

Carole Sexton viene con una hogaza de pan de avena, un


poco de crumble y velas blancas. Mark ya se ha adelantado
en bicicleta. Cuando llegan en coche al centro se
encuentran retenciones en un punto de control, Eilish se
vuelve hacia los chicos en el asiento de atrás. Cerraos los
abrigos, dice. Desvían el coche de delante a un carril de
registro mientras un Garda se dirige hacia el Touran, la
cara de un joven analítico de uniforme se inclina para
examinar su carnet de conducir, busca su mirada y se la
sostiene. ¿Adónde van hoy?, pregunta. Lo que Eilish ve en
la cara rociada de pecas es un joven pocos años mayor que
su hijo, la mentira se le escapa de la boca, se desplaza a
lomos del aire entre ellos. El Garda se inclina más y
observa a Carole y luego hace visera con la mano para
inspeccionar a los chicos en el asiento de atrás, Bailey pega
la nariz al cristal mientras él les hace un gesto de que sigan
adelante. Las calles en las inmediaciones de los muelles
están cerradas al tráfico por gardaí motorizados. Encuentra
aparcamiento en un callejón junto a una iglesia y se ponen
en camino a pie con Ben en el carrito, un cruce de peatones
les franquea el paso con un chasquido intermitente por una
calle vacía y es extraño ver los muelles tan silenciosos, la
luz del sol que se arremolina sobre el agua, esa sensación
de calma apresurada. Carole no ha cerrado la boca desde
que se han apeado del coche pero Eilish se siente a la
deriva, observa a los chicos como desde una gran altura,
intenta tomar las riendas de su miedo. Habla con Larry y
contempla su respuesta aunque él permanece en una
interioridad sombría como fuera de su alcance en una celda
oscura. Ahora hay más gente que camina entre ellos
vestida de blanco sin disimulo y alcanzan a oír el ruido al
cruzar el río, caminan por las calles estrechas de Temple
Bar en dirección a College Green, y entonces la
muchedumbre aparece ante ellos, una concentración
masiva de voluntad, dicen que la protesta ha rebasado las
cincuenta mil personas y llena la plaza, Eilish se nota tan
eufórica que no puede respirar. Agarra la mano de sus hijos
mientras se abren paso por entre las caras pintadas de
blanco y las banderas y pancartas blancas, Carole los sigue,
hay muchísima gente con velas blancas y todo el mundo
parece haber traído a sus hijos. Una joven se ofrece a
pintarles la cara, Molly se recoge el pelo. Han montado un
escenario delante del antiguo parlamento y hay una joven
con un micrófono que pide poner fin al Estado de
Excepción, que todos los presos políticos sean liberados.
Recibe una ovación mientras otro hombre sale al escenario,
no se trata de las palabras pronunciadas, piensa Eilish, sino
de lo que dicen sus cuerpos, pues aquí ante el mundo no
hay dónde esconderse. Bailey está siguiendo la protesta en
un móvil y ella ve su imagen gigantesca y viva y se da
cuenta de que el miedo ha desaparecido, de que su miedo
se ha convertido en lo contrario, ahora quiere rendirse a
esto, pasar a formar parte del cuerpo más grande, el único
aliento, siente que su voluntad crece en el triunfo de la
muchedumbre. Por un instante le sobreviene una sensación
inexpresada de muerte, de victoria y carnicería en
cantidades desmesuradas, de la historia a los pies del
vencedor, y se alza como si tuviera una espada enorme en
la mano, asesta un golpe con la hoja y se estremece de
exaltación y luego respira bruscamente, dos gardaí
caminan entre ellos con cámaras grabando rostros pese a
los abucheos y las protestas de la gente. Al levantar la
mirada ve a los francotiradores en las azoteas, hombres
que enfocan con cámaras de largo alcance, las nubes sin
sol anuncian lluvia y recuerda que no ha cogido los
chubasqueros ni ha traído paraguas. Carole reparte
sándwiches y botellines de agua mientras aparecen en una
gran pantalla imágenes de los adolescentes muertos, fotos
de cuando eran niños, uno de ellos rubio y sonriente, el
otro inmortalizado con los ojos muy abiertos. No se da
cuenta de que ha agarrado el codo de Bailey hasta que este
se ha soltado, está pensando en Mark, lo imagina sacado
del instituto por el Estado y enviado a las fuerzas de
seguridad, desplegado en las calles contra los suyos,
consciente de la furia y la resistencia en su corazón, ella no
dejará que eso ocurra. Rodea con el brazo a Molly y se la
acerca, le asalta un recuerdo de haber formado parte de
una protesta parecida, le parece ahora que el recuerdo es
falso o lo ha intercambiado de algún modo, el recuerdo
pertenece a otra persona en otro país, lo ha visto infinidad
de veces en televisión. Ben despierta con un súbito lloro y
ella le da el biberón, quiere bajarse del carrito, se pone a
gritar hasta que Eilish tiende el abrigo en el suelo y le deja
sentarse encima, él intenta escapar gateando. Una señora
mayor vestida de color jade en una silla portátil pregunta si
lo puede sentar en su regazo. Bailey empieza a agitar los
brazos y luego se derrumba encima de su mochila dándose
por vencido, quiere volver a casa, llega una vaharada de
olor a perritos calientes de algún lugar cercano, dice que
se muere de hambre, ella lo manda con Carole a comprar
perritos. Molly envía mensajes por el móvil. Mamá, dice,
Mark nos está buscando. Se va un momento y vuelve con
Mark y otro amigo que no conocen. Los dos llevan
camisetas blancas y pañuelos blancos sobre la boca y Eilish
alarga el brazo y le baja la máscara. Qué haces con eso, tú
no eres un gamberro, es una protesta pacífica. Se fija en
los ojos burlones del amigo de Mark, hay algo en él que no
le gusta, querría saber quién es. Carole le da un sándwich a
Mark y en tres bocados ha desaparecido. Pide otro para su
amigo. Quiero que estés en casa a las ocho, dice Eilish, y
Mark mira a Molly con una sonrisa irónica y esta quiere ir
con Mark pero Eilish le dice que no. Hay una insinuación
de lluvia antes del chaparrón y entonces se abren los
paraguas y la unidad del gentío se vuelve celular. Los niños
se enjambran bajo el paraguas enorme de una mujer y
Bailey pide pañuelos de papel, se suena la nariz y luego
empieza a colgarse del brazo de su madre. La gente
atraviesa la muchedumbre de regreso a casa, hay cenas por
preparar y perros que pasear, que se queden a pasar la
noche los estudiantes y la gente sin hijos. Cuando se
vuelven para marcharse ella mira calle abajo hacia el cielo
donde se alza la catedral de Christ Church, un lento horno
de luz como si el mundo estuviera en llamas.

Carole Sexton se quedará a dormir. Será peligroso cruzar


la ciudad, dice Eilish pensando en las multitudes volviendo
a casa exultantes por los puentes, los coches pasando con
banderas blancas asomando por las ventanillas en
dirección a los controles, los registros y las detenciones, la
noticia ha trascendido a los medios internacionales. Carole
está viendo en el móvil vídeos de furgones militares y
vehículos para transporte de tropas entrando en zonas
residenciales, se apostan en largas hileras a lo largo del
canal. Parece como si se preparasen para una invasión,
dice. Corren rumores online sobre coches atacados con
bates y ladrillos, gente sacada a rastras de los vehículos
por hombres con pasamontañas, coches incendiados. Eilish
descongela pasta a la boloñesa y deja que Bailey y Molly
cenen viendo la tele mientras ella acuesta a Ben, contempla
un momento sus minúsculos puños, quiere que se quede así
y sin embargo qué larga será su infancia, no sabrá nada de
los primeros años, todo serán historias, aquella vez que tu
padre estuvo ausente, aquella vez que volvió. Va al cuarto
de baño y se desmaquilla, se mira al espejo y ve a Mark, lo
rubio que es, lo joven que es, cierra los ojos y siente que se
lo llevan, su mano se suelta, los ve a todos como si
estuvieran en mitad de un mar oscuro, Larry el primero en
ser arrebatado, le grita a Mark que nade hacia la orilla,
grita en la oscuridad para hacerse oír. Abre los ojos y se
acerca al espejo y tira con el dedo de la garra que va a por
los ojos. Carole está viendo una retransmisión en directo de
la manifestación en un portátil. La protesta se ha reducido
a unos miles de personas que permanecen sentadas en
silencio en la calle con velas encendidas en bolsas de papel
como devotos antes de un oficio religioso, las fuerzas de
seguridad están cerca con cañones de agua y porras. Eilish
mira el reloj y está atenta a la puerta. Son las ocho y
cuarto, son las nueve menos diez, dentro de poco serán las
diez, el móvil de Mark sigue sonando sin respuesta. No
puedo sacudirme la sensación de que va a ocurrir algo
horrible, dice Eilish. Carole la mira con cautela. Ya lo
habrían hecho a estas alturas, ¿no crees? ¿Qué habrían
hecho a estas alturas? Si iban a cargar. Eilish mira el reloj.
Continúo llamando al número de Mark, escucho el buzón
de voz, suena como si tuviera prisa. Bailey y Molly están
peleándose otra vez, se había olvidado de que estaban en la
sala de estar. Va a la puerta y los manda arriba, se acerca al
fregadero y vacía la taza. ¿Soy yo o este té sabe raro?, dice.
Mira el móvil otra vez. Seguro que Mark está bien, Eilish,
ahora esta lucha es tanto suya como tuya, tienes que
dejarle implicarse. Sí, pero le he dicho que volviera a casa
a las ocho. Carole tiene la mirada fija en la taza. Me parece
que tienes razón, Eilish, este té sabe rancio, debe de ser el
agua. Eilish está mirando la cara de Carole pensando que
no conoce a esa mujer sentada tan erguida en la silla, la
cara demacrada por las noches insomnes, es como si le
hubieran extraído poco a poco justo lo que caracterizaba su
aspecto, como si la pena se alimentara de sus tuétanos.
Eilish levanta una mano y se toca la cara. ¿Se me ve
cansada?, pregunta, me siento agotada, ya no puedo
pensar, tengo que ir a acostarme, te he dejado preparada la
cama de Molly, ella dormirá conmigo. Cuando se vuelve
hacia la puerta le sale al encuentro la sensación de que ha
olvidado algo y pasea la mirada ausente por la habitación.
Es su cumpleaños, Carole, dentro de dos semanas, Mark,
dice, hablo de Mark, si estas protestas no funcionan,
sencillamente no sé qué voy a hacer. Corren rumores, dice
Carole, de chicos que cruzan la frontera para eludir el
servicio militar... Eilish está mirando el reloj, ha olvidado
comprobar si la puerta de atrás está cerrada, hay un
montón de ropa sucia en un cesto en el suelo. Pero ¿cómo
voy a conseguir que salga?, dice, no le dan el pasaporte,
llegó una carta del Ministerio de Justicia, han rechazado la
solicitud sin ninguna explicación. Carole se levanta de la
silla, le coge la mano a Eilish y pone la otra mano encima.
Si vinieran a buscarlo, Eilish, si la cosa llegara a ese
extremo, puede vivir en mi casa una temporada hasta que
llegue el momento de... Mira, es posible que no lleguemos a
eso, pero hay un pisito en la parte de atrás que da a una
callejuela, allí no lo buscará nadie. Eilish se libera de la
mano de Carole pero sigue notando su contacto en la piel.
Se frota para quitarse la sensación de la mano, va a la
puerta de atrás y prueba el pomo, se queda delante del
cristal mirando afuera. Los falsos colores de la noche, el
mundo que permanece pese a las sombras que ocultan el
daño que se está infligiendo. Mi hijo, susurra, ¿un fugitivo,
cuando se supone que tiene que estar estudiando, por ahí
con sus amigos y jugando al fútbol? El reflejo de Carole
tras ella en el cristal es una aparición de tristeza. Puedo
llevarlo al otro lado de la frontera a casa de mi hermano en
Portrush, déjame hablar con Eddie, se casó con una mujer
allí y seguro que querrá ayudar. No lo entiendes, Carole,
está en el instituto, quiere ir a la universidad. Cuando sube,
Molly ya está dormida en la cama. Oye a Carole limpiando,
ojalá oyera en cambio a su marido y a su hijo haciendo el
tonto en la cocina, Larry inmovilizando a Mark con una de
sus llaves de forzudo, dentro de poco será al revés. Vuelve
a llamar al número de Mark pero ha apagado el móvil o se
le ha acabado la batería. Tiene la camisa de dormir de
Larry hecha una bola en la mano y se la lleva a la nariz, su
olor está desapareciendo lentamente. Se sume en un sueño
de rostros en sombra, el babel del gentío, despierta
durante la noche en otro sueño en el que dos se convierten
en uno, marido e hijo, busca a ese uno que es ambos pero
no lo encuentra allí.

La ventana susurra la lluvia. Eilish se nota languidecer


con la sensación de existir antes de la memoria, un cuerpo
vacío que se llena del sonido de la lluvia hasta que la
memoria despierta y ella se desborda, va por el pasillo a
ver el cuarto de los chicos y la cama vacía de Mark. Vuelve
a su habitación y enciende la lámpara de la mesilla bajando
la pantalla para que no le dé la luz a Molly, Ben yace en la
cuna como arrojado a las profundidades del sueño. Qué
temerá del sueño un niño de esa edad, caer de repente
desde una altura, el acecho de rostros ininteligibles, el
terror de despertar solo en un cuarto oscuro. No se ha
despertado más que una vez, recuerda ella ahora mientras
sus manos abren el portátil, consulta las noticias
internacionales y le brota de la garganta un sonido grave
mientras Molly se revuelve a su lado. Mamá, dice, ¿qué
pasa? Eilish se desplaza por la página, se tira del pelo, mira
a su hija con la sensación de estar cayendo, quiere
despertar a gritos a todo el mundo. Disolvieron la
manifestación en mitad de la noche, dice, han detenido a
miles de personas, los han metido en autobuses... Intenta
localizar a Mark pero su móvil sigue apagado. Ven
grabaciones de primera hora del amanecer de las fuerzas
de seguridad cargando contra la manifestación con
granadas aturdidoras, gases lacrimógenos y porras, los
manifestantes resistiendo bajo la lluvia y los focos de vapor
de sodio hasta que abren fuego real, en las noticias se ve a
miles personas huyendo de College Green, gente obligada a
subir a autobuses, un hombre tendido en la calle hasta que
dos gardaí se lo llevan a rastras por los brazos, se fija en
que le falta un zapato. Está descalza en las escaleras
llamando al móvil que no contesta, la casa en silencio a su
alrededor. Está de pie al lado de la mesa de la cocina
llamando de nuevo y entonces deja el móvil y se sienta en
una silla. Las aguas han crecido, ahora lo ve, las aguas los
han arrastrado mientras ella dormía, llevándose a su hijo,
la marea rota contra el espigón. Cuando baja Carole está
vestida y arreglada y busca algo que hacer, Eilish se cruza
de brazos, le da la espalda, ojalá esa mujer se fuera de
casa. Pero ¿cómo vas a saberlo?, dice Carole, no puedes
saber si es verdad o no, al menos dale unas horas para que
regrese a casa. Eilish gira bruscamente sobre la bola del
pie, ve la cara que se acostó a las tantas, ese aroma a
repostería que no es propio de la casa, el pan y los
brownies bajo trapos de cocina, el suelo que huele a
antiséptico de pino, las encimeras fregadas, la invitas una
noche y trata la cocina como si fuera suya. Mira, dice,
seguro que habría llamado de alguna manera, habría
cargado el móvil, no se habría quedado por ahí toda la
noche, conozco a mi hijo. Carole empieza a mirar el móvil,
retira una silla y se sienta. Aquí dice que están usando el
Pabellón Nacional como centro de detención, los buses
deben de estar yendo allí. Molly aparece en la cocina con
un cepillo de dientes en la mano. Se sienta a la mesa y se
pone cereales en un cuenco pero no coge la leche, mete el
cepillo de dientes en el cuenco y remueve los cereales
secos. Carole dice, mira, Eilish, si quieres ir, yo me quedo
aquí a cuidar a los niños, no tengo nada que hacer en todo
el día. Eilish observa con cautela a Molly, mira a Ben gatear
en la mantita, vuelve a mirar a su hija como pidiéndole
permiso para irse. ¿Quieres leche, cariño?, pregunta a la
vez que va al frigorífico y le pasa un cartón de leche. Vamos
a esperar unas horas más, dice, seguro que vuelve a casa.
Ben ha gateado hasta la sala de estar y se ha puesto de pie
apoyándose en la mesita de centro, empieza a golpearla
con el puño. Dentro de poco andará y luego correrá y la
mano que tira de la mano de la madre es la mano que tirará
para soltarse.

Se monta en el Touran y cierra la portezuela, mete la


llave en el contacto y luego deja caer las manos. Será hora
de comer dentro de poco y aun así le da miedo ir. Tiene que
hablar con su padre, prueba el móvil de Mark otra vez y
luego llama a Simon, no le contesta, lo intenta de nuevo
mirando la calle y por un instante le asalta una sensación
de quietud absoluta, ni siquiera un pájaro perturba el
silencio dominical. Ese cielo bajo e inmóvil, las ventanas
con las cortinas echadas, la calle como testigo mudo
mientras la gente vive su vida, los ciclos de nacimientos y
muertes, la eterna repetición de las generaciones humanas,
pasan cien años. El móvil emite un chasquido, Simon
contesta y ella no puede decirle lo que le quiere decir. Esa
mujer ha vuelto a cogerme las gafas, dice él. ¿Has mirado
en todos los sitios habituales, papá, has mirado en la mesa
de la cocina o la silla al lado de la bañera? Un día de estos
la voy a pillar con las manos en la masa, quiere
destrozarme la vida, la semana pasada robó la cristalería
de tu madre del armario, seguro que no te fijaste.
Contempla la mente de su padre, ve en funcionamiento el
clima neurológico, una zona de bajas presiones cede a la
súbita inclemencia, dentro de cinco minutos brillará el sol.
Papá, saqué la cristalería la semana pasada para limpiarla,
estaba negra de polvo, me viste envolverla en papel de
periódico, mira, necesitas que alguien te ayude en casa,
sabes que ya no puedes apañártelas tú solo, la señora Taft
solamente cambia las cosas de sitio cuando está limpiando,
hablaré con ella, por cierto, ¿has visto las noticias? No sé
de qué hablas, yo nunca he dicho que necesitara ayuda,
nunca he dicho que pudiera venir a esta casa. Su mente se
centra en conducir, no hay nada más, el lento avance del
tráfico por la autopista, la calzada húmeda reducida a
cenizas. No acierta con el intervalo de los limpiaparabrisas,
los limpiaparabrisas le fustigan la cabeza, el navegador
GPS le dice otra vez que tome la siguiente salida. En el
peaje ve a un hombre y una mujer que discuten junto a dos
coches detenidos en el estacionamiento, la mujer señala
con el dedo al hombre y agita algo naranja mientras el
coche continúa su camino. Toma la salida y sigue
Snugborough Road buscando el desvío hacia el Pabellón
Nacional, no hay donde aparcar, los coches ocupan el arcén
y bloquean el carril bus mientras una muchedumbre se
congrega ante las puertas. Cuando se apea del Touran se
pone una bufanda al cuello y se cierra el abrigo mirando el
cielo. Se le está susurrando algo a la tarde, reposa entre la
lluvia mientras ella camina y va por entre la gente delante
de las puertas, no sabe lo que es. Esa sensación de que el
invierno dura hasta la primavera, la lluvia fría que le cala la
ropa, el frío que busca su corazón mientras ella contempla
las puertas y las verjas coronadas por alambre de espino,
las cámaras de seguridad observan con menosprecio, los
soldados armados hacen guardia con pasamontañas que les
dejan la cara al descubierto, llaman a la gente a la puerta
de seguridad de uno en uno para que vayan a preguntar en
una ventanilla. Ha olvidado traer algo de comer o de beber.
Una mujer arreglada y eficiente con forro polar le ofrece
unas gominolas que tiene en una bolsa de plástico. Hace
dos días que no tengo noticias de mi hija, dice, y no me dan
ninguna información, esta mañana he recibido una llamada,
una voz de hombre, diciéndome que mi hija estaba en el
depósito de cadáveres municipal, pero cuando he ido con
mi marido no estaba allí, tengo el corazón en las últimas.
Un vehículo de traslado de presos de la Garda aminora la
velocidad a la entrada pero no le dejan sitio para pasar,
pegan las cámaras de los móviles a las lunas tintadas, una
mujer de sesenta y tantos golpea una ventanilla con el puño
mientras el bolso se le escurre por el brazo. Un hombre que
lleva un traje arrugado les grita con la voz ronca a los
soldados, quitaos las máscaras, ¿qué tenéis que ocultar?
Las puertas se abren revelando al paso del furgón el
sosegado entorno de un complejo deportivo. Ella se vuelve
y mira las caras que la rodean, las caras de dolor por el
vértigo de asomarse al súbito abismo, todas estas personas
exactamente igual, todos y cada uno de ellos vestidos y aun
así desnudos, mancillados y puros, orgullosos y
avergonzados, desleales y fieles, todos ellos empujados allí
por amor. Tarde o temprano el dolor se vuelve demasiado
intenso para el miedo y cuando el miedo haya desaparecido
el régimen tendrá que desaparecer. Una hora después la
registran y la hacen pasar, se acerca al cristal observando a
una joven de uniforme militar que levanta la mirada de una
pantalla. Identificación, por favor. Eilish se toca los bolsillos
con las manos. Ay, dice, no se me ha ocurrido traerla, igual
me la he dejado en el coche, anoche mi hijo fue a ver a su
novia y no volvió a casa, llevo aquí horas esperando. La
cara que la mira es inexpresiva como la leche, se bebe la
cara y sonríe y algo mejora en la mirada de la joven, hay un
asiento vacío a su lado. ¿Seguro que no la tiene?, pregunta,
vale, supongo que no importa, dígame, ¿cómo se llama su
hijo? Sus labios se mueven para pronunciar el nombre pero
una voz dice que no. Ella baja la mirada a los pies y no
puede pensar, hurga con la puntera del zapato la línea
amarilla pintada en el asfalto. La voz que ha hablado es la
de Larry. ¿Y si no está ahí dentro?, dice él, lo único que
quieren son nombres, un nombre introducido en el sistema
ya no puede salir, los nombres son su fuente de poder.
James Dunne, dice Eilish, Northbrook Avenue 27,
Ranelagh. Quiere volver al coche y ganar tiempo, ve a la
mujer teclear el nombre en el sistema, el fino anillo de
compromiso en el dedo, la ve cogida del brazo de algún
joven que juega al fútbol los fines de semana y bebe
cerveza negra, no parece mala persona, muy pocos lo son,
no hay mucho que la distinga de cualquier otra chica recién
salida de la universidad, una camarera que limpia
mostradores, una contable en prácticas contando las horas
que quedan para almorzar. Se abre una puerta interior y
entra un hombre de uniforme, retira la silla vacía, deja un
sándwich con el envoltorio en la mesa y hace un
comentario en voz queda y la chica ríe sin apartar los ojos
de la pantalla. Sobre ese nombre, dice, me temo que puedo
facilitarle ninguna información, ¿quiere rellenar este
formulario?

Los chicos no se van a acostar hasta que les grita que


vayan a sus cuartos. Yace en los oscuros callejones por los
que discurre el pensamiento, cree que duerme y entonces
despierta en una habitación a oscuras observada por
rostros susurrantes y se siente juzgada. Se incorpora y
comprueba cómo está su hijo en la cuna, después baja y
cruza la sala de estar cuando oye respirar en el sofá. Se
queda muy quieta y luego enciende la lámpara. Ahí está
Mark tumbado y dormido con la cazadora puesta, un brazo
cuelga por el borde del asiento, un pañuelo blanco al
cuello, la ropa todavía húmeda de la lluvia. Agarra una
manta y se arrodilla junto al sofá con cuidado de no
despertarlo. Le coge la mano, contempla su cara en reposo,
los rasgos suaves en torno al aliento que exhala, de
inmediato es un niño. Cuando despierta, ella lo vigila con
ferocidad mientras él unta mantequilla en el pan y toma un
largo trago de café, una sombra se oculta bajo su
expresión, Mark no le sostiene la mirada. No te creo, dice
Eilish, el mundo que te rodea está hecho de mentiras,
¿adónde iremos a parar si empiezas a mentirme a mí
también? Ya te he dicho dónde estaba, dice él, me ha sido
imposible volver a casa hasta ahora. Aparta la silla, va a
por el móvil y se sienta escribiendo un mensaje. ¿Dónde
dejaste la mochila?, pregunta ella. Él desvía la mirada del
móvil un momento y se encoge de hombros. Dicen que los
atacamos con barras de metal, dice, le pegaron un tiro a un
hombre en el pecho y dicen que tenía problemas de
corazón. Mira, responde ella, tienes suerte de que no te
detuvieran, debes pasar desapercibido, hoy puedes
quedarte en casa y dormir un poco, pero mañana vas a
volver a clase. Se queda junto a la mesa mirándolo hasta
que él desvía la vista. El pelo sin lavar desde hace a saber
cuántos días, la ropa húmeda y apestosa. Tienes que darte
una ducha, dice, tienes que ir a tu cuarto y dormir. Mark
suspira y se pone en pie descollando por encima de ella con
toda su estatura, su barbilla está salpicada de barba
incipiente y por un momento no lo reconoce. Él abre las
manos y aparta la mirada y cuando habla ella nota su
resolución, la calma pétrea en la voz. El mundo nos mira,
mamá, dice, el mundo vio lo que pasó, las fuerzas de
seguridad dispararon con munición real contra una
manifestación pacífica y luego nos dieron caza, ahora todo
ha cambiado, ¿no lo ves?, no hay vuelta atrás. Ella se
vuelve en busca de la voluntad para domeñarlo, la vieja
supremacía de la sangre, contempla el jardín fuera, la
húmeda luz lustrosa sobre todas las cosas, la lluvia atraída
hacia la tierra. Tú no vas a tomar parte en lo que se
avecina, le dice, se han llevado a tu padre, no se van a
llevar a mi hijo. Se está retorciendo las manos cuando se
vuelve para encararse con él y lo que se encuentra es la
falsedad que le ha salido de la boca, de una manera u otra,
se llevarán a su hijo, Mark está delante de ella detenido.
Bailey baja las escaleras dando pisotones y entra en la
cocina tosiendo con la boca abierta. Tápate la boca, dice
ella. Ah, dice Bailey mirando a su hermano, ¿cuándo has
llegado a casa? Abre el frigorífico y saca la leche. Mamá, el
bebé está llorando, estoy resfriado, ¿puedo quedarme en
casa y no ir a clase?
Está mirando la calle a través de la persiana y pensando
en los gardaí que se paseaban entre la gente grabando sus
rostros. En ciudades y poblaciones por todo el país la
OSNG está llamando a puertas y deteniéndolos, los
subversivos que ocuparon las calles, los terroristas
escondidos entre la población civil. Observa los coches que
aminoran la velocidad por la calle o aparcan cerca, la
identidad de quienes van dentro, esa sensación de que se
ha interrumpido un gran sueño, de que son soñadores que
han despertado al inicio de la noche. Oye el sonido del
puño en la puerta en sueños como si hubieran llamado. Los
manifestantes han cortado carreteras y están prendiendo
hogueras en las calles, han quemado efigies en plazas de
ciudades, han roto escaparates y han hecho pintadas con
eslóganes. Hay mujeres con vestido de novia repartiendo
fotografías de maridos desaparecidos. Hay hombres que
llevan brazaletes de la Garda en la manga que no son
gardaí pero se abalanzan en manada sobre los
manifestantes con bates y palos de hurling. Ve imágenes de
las noticias de una carretera cortada en Cork, la oscura
llegada en tropel de la policía antidisturbios, el rápido
traqueteo de las ráfagas de disparos por encima de las
cabezas de los manifestantes. Un estudiante es abatido por
una bala y el vídeo circula por las noticias internacionales,
el desplome en cámara lenta del cuerpo desgranado en
píxeles mientras lo engulle el gas lacrimógeno, el cuerpo
cargado en la parte de atrás de un coche y transportado a
toda velocidad por una bocacalle. Lo ve otra vez con
incredulidad, los contornos conocidos de la calle, el hombre
con sandalias de cuero y una bolsa de la compra que mira
desde una parada de autobús, la histórica galería comercial
con anuncios de cosméticos en los escaparates, compró
algo allí mismo el año pasado. Se anuncia que los centros
educativos permanecerán cerrados hasta que se
restablezca el orden público. Le dicen que trabaje en casa.
Molly anda toda mustia con la bata de su padre y se niega a
comer nada que no sea cereales de desayuno mientras
Bailey se queja de que las zapatillas le quedan pequeñas.
Observa a Mark que parece atrapado en la misma ferocidad
inquietante de su padre. Por favor, dice ella, quiero que te
quedes en casa, pero él viene y va a placer, vuelve a casa
tarde, ella no sabe qué hacer. Ese aire desconocido, los
soldados apostados en cajeros automáticos y bancos, los
soldados pasando en vehículos de transporte de tropas
camino del centro. Ve a un anciano salir a la calzada y
escupir a las ruedas de un furgón del ejército. Ella adopta
un tono funcional neutro cuando habla con los colegas de
Nueva York, habla con su hermana por teléfono pendiente
de su tono y las palabras que escoge, la indefinición de
ciertas palabras, la precisa ambigüedad de una frase en
lugar de otra. Ojalá me hicieras caso, dice Áine, la historia
es un testimonio mudo de gente que no supo cuándo
marcharse. Eilish guarda silencio, ve las palabras tomar
forma a su alrededor hasta que muerde el anzuelo de su
hermana, siempre es lo mismo, vosotras dos siempre
discutiendo por teléfono, eso dice su padre, a ella le trae
sin cuidado quién esté escuchando. Para ti es fácil decirlo,
abandonaste a nuestro padre a mi cuidado, dime, ¿dónde
está ahora tu marido?, está en el instituto dando clases de
cálculo, volverá a casa dentro de una hora o así y se pondrá
las zapatillas y se relajará un rato mientras tú le preparas
la cena, no pienso alejarme ni un puñetero centímetro de
mi puerta hasta que vea a mi Larry en casa.

Conduce al supermercado e introduce una moneda en un


carro, coloca a su hijo en el asiento de cara a ella y pasa
entre dos soldados que flanquean las puertas montando
guardia mientras contiene el aliento, la oscura
majestuosidad de las armas automáticas en los brazos de
jóvenes no mayores que su hijo, barbillas que no necesitan
de cuchilla de afeitar, los rostros agresivamente
inexpresivos. No han reabastecido las estanterías. No hay
leche fresca ni pan. Compra levadura y harina integral,
leche condensada, algunas conservas y leche en polvo para
el bebé. Pasa entre los soldados al salir y protege la cabeza
de su hijo con la mano. Vuelve a casa siguiendo el canal y
aminora al llegar a un puesto de control, gardaí armados
en la carretera, semblantes graves, la garganta le
estrangula la voz. Le piden que abra el maletero mientras
un Garda con pistola al cinto se asoma y le echa un vistazo
a su hijo. Ella observa los movimientos precisos en torno al
coche, se aleja del puesto de control con la mirada
desbocada abriendo camino, piensa en el cumpleaños de
Mark, contempla los árboles que bordean el canal, los
sauces y álamos que dan sombra al camino mientras los
cisnes se deslizan sobre la luz cada vez más prolongada, ha
sido así toda su vida. Se sorprende deseando que se
detenga la primavera, que mengüe el día, que los árboles
vuelvan a quedarse ciegos, que las flores vuelvan a
hundirse en la tierra, que el mundo vuelva a estar cubierto
por el invierno. Llega a casa y va arriba con Ben para
ponerlo a dormir la siesta, oye el chasquido amortiguado de
la puerta de la calle, el deslizarse de la puerta del patio
delantero, pasos rápidos sobre la grava. Ahí está Mark
montándose en un viejo Toyota aparcado al otro lado de la
calle, conduce el coche un joven, otro chaval en el asiento
delantero, nunca ha visto a ninguno de los dos, ninguno de
los amigos de Mark tiene coche. Baja corriendo con el niño
en brazos y llega a la calle cuando el coche se pone en
marcha y ella lo sigue calle arriba haciéndoles señas de que
paren pero el coche reduce la velocidad para tomar la
curva y desaparece. Se queda muy quieta notando que los
pies se le enfrían, baja la vista y ve que va en zapatillas,
Ben forcejea para escapar de sus brazos.
4

Ocupan un reservado en un restaurante un sábado por la


noche. Habrá tiempo para comer tranquilamente y para
llevar a Simon a casa antes del toque de queda. Esa
sensación de placer al verlos sentados ahí delante, Molly y
Bailey, Ben en una trona, Simon de tweed en el extremo de
la mesa, Mark llegará en cualquier momento. En un
reservado cercano un hombre y una mujer comen en un
silencio resignado roto solo por el tintineo de los cubiertos,
la mujer con aire distante y decepcionado mirando el plato
mientras come. Simon se suena estrepitosamente la nariz
con un pañuelo y Bailey se vuelve hacia Molly y pone cara
de asco, Eilish coge el bolso en busca del móvil, sus ojos se
posan en el asiento vacío. Se dice que no es verdad, Larry
está aquí con nosotros de algún modo, no se olvidará del
cumpleaños de Mark. Por un instante ve sus manos
apoyadas en las rodillas, sentado en un catre en una celda,
abriéndose paso hasta los pensamientos de ella, deseando
que la vida continúe como debería, deseando que ella sea
fuerte. Endereza la espalda contra el cuero sintético
plisado y observa a sus hijos un momento diciéndole a
Larry que es Molly quien necesita atención, es Molly la que
no se ha levantado de la cama hasta las doce y no ha
comido en todo el día. Ve a Molly hurgándose los
padrastros en torno a las uñas, su físico atlético está
adelgazando, el yo exterior se vuelve hacia dentro, una
sombra le reconcome el corazón. Simon manosea el menú,
Molly no sabe qué quiere. Viene la camarera y se saca un
lápiz de detrás de la oreja, los pendientes de aro cual
sonrisas colgantes. Seguimos esperando a mi hijo, dice
Eilish, pediremos las bebidas. Mira donde Mark dejará la
bici, la candará al enrejado y luego se demorará un
momento deseando con todas sus fuerzas estar en alguna
otra parte. La camarera vuelve y Eilish prueba a llamar
otra vez a Mark mientras Simon parece que va a devorar a
la camarera con los ojos, Eilish intenta sonreír mientras
pide la comida, un calvo mira por el ventanal y se acerca a
la puerta, echa un vistazo al interior del restaurante casi
vacío y se vuelve a ir. Llega la comida y Simon y Bailey
empiezan a comer pasta a bocados sin tomar aliento.
Comen como animales salvajes, piensa ella, los labios y los
dientes manchados de sangre, pensando en las necesidades
del cuerpo, lo que tiende hacia la naturaleza es lo que más
satisface, la comida, el sexo, la violencia: orgía y liberación.
El helado está derretido en los cuencos cuando Mark entra
por la puerta con aire húmedo y azotado por el viento.
Eilish se levanta y sale del reservado sin decir palabra y le
deja acomodarse. Es Molly la que arremete con un
comentario cortante pero Mark no quiere explicarse y coge
una rebanada de pan de ajo. Tienes las manos azules,
observa Eilish, que le coge la mano y la aprieta entre las
palmas de las suyas. La camarera le trae a Mark un plato
de pasta y Eilish lo observa como si fuera posible asimilar
su exactitud, la expresión en reposo del cuerpo, la luz
interior de la mente expresada a través de las manos
delicadas y maduras. Ella quiere sentirse al unísono con la
sangre de su hijo, ablandar el corazón endurecido, caldear
la mirada que se ha enfriado frente al mundo, ve cómo ha
adoptado la máscara inescrutable de su padre. La pareja
del otro reservado va hacia la puerta, se ponen el abrigo y
el hombre se asoma a la calle y mira al cielo como con
miedo. Eilish contempla las caras en torno a la mesa, les
indica que se acerquen y les habla en voz baja. Tengo
noticias que os conciernen a todos, dice, es algo que hablé
con Mark anoche, he decidido enviarlo a un internado al
otro lado de la frontera, no puedo permitir que lo que está
pasando afecte a su educación, es demasiado joven para
que lo llamen a hacer el servicio militar. A Molly se le
empieza a descomponer el rostro mientras Simon arruga
una servilleta de papel. Tiene que ser nuestro secreto, dice
Eilish, no podéis decir ni una sola palabra a nadie fuera de
esta familia, Bailey, ¿lo oyes? Lo ve describir círculos con
un vaso vacío, Mark deja el cuchillo y el tenedor, empieza a
negar con la cabeza. He cambiado de opinión, dice, no
quiero ir, de todos modos tengo derecho a negarme a hacer
el servicio, hay un tribunal, otros van a acudir a él, si cruzo
la frontera es posible que no me permitan volver nunca, me
detendrán seguro... Molly se lleva las manos a la cara y
Bailey empieza a arañar la mesa con un cuchillo. Eilish le
coge el cuchillo de la mano y lo deja delante. Pero, Mark,
dice, lo acordamos anoche, sigo siendo tu madre, a partir
de ahora harás lo que yo diga hasta que tengas dieciocho
años y entonces podrás hacer lo que quieras. A Mark se le
agria el gesto, retira las manos de la mesa y niega con la
cabeza. Por lo visto, soy propiedad del Estado y no tuya, no
tengo que irme si no quiero. Es entonces cuando Simon
descarga un puñetazo sobre la mesa y se inclina hacia
Mark. Hay un verso de un poema que te vendría bien
recordar, dice, es algo así, si quieres morir, tendrás que
pagar por ello. Mark mira con gesto desdeñoso a su abuelo.
¿Qué quieres decir con eso?, mamá, ¿qué demonios quiere
decir? Simon se retrepa en el asiento sin apartar la mirada
de Mark. Quiere decir, hijo, que si quieres quedarte, a ver
cómo te va. Mark se vuelve hacia su madre y qué rápido
tiene diez años otra vez, se adueña de su cara una tristeza
infantil. Mamá, ¿por qué me habla así? Ella mira a su padre
y luego desvía la vista hacia la calle pensando en lo que se
está precipitando fuera, avanzando sin estorbos, cobrando
intensidad. Los contempla a todos ahora con esa sensación
de que el momento se desvanece, sabe que los recordará
así, sus hijos sentados alrededor de la mesa, percibiendo
cómo la rueda del desorden empieza a girar fuera de
control. Un día sois una familia de seis, luego sois cinco y
pronto seréis cuatro. La puerta de la cocina se abre y la
camarera sale de espaldas, se vuelve y revela una tarta de
cumpleaños, las velas están a punto de apagarse mientras
cruza el comedor obligándolos a todos a cantar, Mark
desvía la mirada.

Es otra versión de sí misma la que monta en el coche y se


incorpora a la carretera, sin apenas ver el camino, percibe
la inquietud de su hijo en el asiento del acompañante, no ha
levantado la vista del móvil. Hay una discrepancia, ahora lo
ve, entre las cosas tal como son y las cosas tal como
deberían ser, ella ya no es quien era, ya no es quien se
supone que es, Mark se ha convertido en el hijo de otra
persona, ella es ahora alguna otra madre, sus verdaderos
yoes están en alguna otra parte: Mark está yendo en bici al
fútbol y luego llamará y dirá que va a cenar en casa de un
amigo mientras ella está sentada a la mesa con el portátil
leyendo un ensayo clínico, Larry está pidiendo las
zapatillas. No ve que el tráfico aminora la velocidad hasta
que se ha detenido y pisa el freno un poco demasiado
fuerte, Mark se vuelve con gesto ceñudo y ella no quiere
darse por aludida, mira en cambio el semáforo en rojo,
mira los plátanos que bordean la larga avenida, cómo cada
árbol se alza en solitario y sin embargo sus sombras se
proyectan sobre la carretera en un silencio ornamental,
intercalado. El semáforo se pone en verde y Eilish mira a su
hijo y sus miradas se encuentran y se corresponden, los
ojos de Mark se suavizan y él cierra la boca y vuelve a
mirar el móvil. La casa de Carole Sexton es un chalet
pareado grande de ladrillo rojo, el BMW de Jim está
aparcado en el sendero de acceso junto al utilitario Toyota
de Carole, por un momento ella piensa que ambos estarán
en casa. Mark se inclina hacia el coche de Carole y pasa la
mano por el lateral que tiene todo el aspecto de que lo
hubiera arañado una garra metálica, Eilish llama al timbre.
Piensa en la imagen que deben de dar, dos personas que
van a una casa un domingo por la tarde, una visita informal
a una amiga, no tiene nada de raro y aun así le dice a Mark
que mire hacia la puerta, más vale prevenir que lamentar,
dice. El miedo atrae precisamente lo que se teme, señala
él, ¿acaso no lo sabes? Están volviendo al coche cuando se
abre la puerta. Aparece Carole en una bata impregnada de
sombra y sueño, la mirada en sus ojos es la de un animal
cauto, desconcertado. Mira fugazmente hacia un lado y
otro de la calle y luego les hace un gesto con la mano de
que entren. La siguen por un pasillo en penumbra hasta
una cocina color mostaza que huele a especias dulces y a
canela, Carole limpia la mesa con un trapo de cocina. Abre
la tapa de una caja de galletas y le enseña a Mark lo que
contiene. Te he hecho un bizcocho de fruta hervida esta
mañana, todavía está tibio. Mark vacila y luego mira a su
madre. ¿Cómo puede estar hervida una tarta?, pregunta.
Eilish está delante de la ventana mirando la hierba
amarilleada y las plantas secas, un atisbo de azul en la
maleza, la casita al fondo del jardín que necesita una mano
de pintura. Nada de esto es real, piensa, ni esta cocina ni la
casa en el jardín, abrirá la puerta de atrás y en lugar del
exterior estará la oscuridad ciega y monstruosa de una
pesadilla, despertará y se volverá de costado y encontrará a
Larry tumbado junto a ella. Carole la mira como si le
acabara de hacer una pregunta. Perdona, dice Eilish a la
vez que se da la vuelta, no he oído lo que decías. Carole
corta con un largo cuchillo el bizcocho. Te ha preguntado si
quieres un poco, dice Mark. No sé, responde Eilish,
supongo, solo un trozo pequeño. Toman café y comen
bizcocho y Carole quiere que le hable de la nueva abogada.
Eilish empieza a retorcerse las manos y se clava la uña del
pulgar en la piel. Anne Devlin, dice, se supone que es muy
buena, no he sabido nada últimamente, dice que llamará
cuando haya alguna noticia, la están presionando
muchísimo para que deje los casos, recibe llamadas
anónimas en mitad de la noche. Acabarán agotándola, dice
Carole, le apretarán las tuercas y cuando eso no dé
resultado la detendrán, siento ser tan negativa, pero así
son las cosas. Se levanta, abre un armario y coge una llave.
Para ti, dice dándosela a Mark. Debes tener cuidado de que
no te vean, puedes entrar por el callejón de atrás, pasa por
la puerta roja, la he dejado abierta, nos obligan a
comportarnos como delincuentes, ¿verdad? Mark acaricia
la llave y mira a su madre. ¿Puedo ir a echar un vistazo
ahora? Ahora no, dice Carole, tienes que entrar y salir
cuando esté oscuro, he puesto un estor para que no te vean
los vecinos. Eilish mira con discreción una fotografía de Jim
Sexton encima del microondas, un hombre de huesos
grandes y robusto vestido de verde rugby, luego mira
afuera a la casita. Vendrá en bici esta noche antes del
toque de queda, ¿necesita alguna otra cosa, hay
calefacción?, no dejo de pensar que me olvido de algo.
Carole levanta el cuchillo. ¿Quieres más bizcocho?,
pregunta mirando a Mark con una sonrisa. Le llevaré la
cena cuando anochezca y el desayuno por la mañana, tú
solo dime qué quieres, tienes microondas, hervidor, además
de una estufa eléctrica, he estado hablando con mi
hermano, vendrá dentro de un par de semanas, te
envolverá en una alfombra y te meterá en la parte de atrás
de la camioneta, añade que de todos modos nunca le
registran cuando cruza la frontera. Eilish pide unas tijeras,
mete la mano en el bolso y saca dos móviles baratos de
prepago, abre los envoltorios, graba el número de cada
móvil en el otro y le tiende un dispositivo a Mark. A partir
de ahora, dice, hablaremos por estos teléfonos, ya no
puedes usar el antiguo, me lo quedaré esta noche. Mark
mira el segundo móvil, niega con la cabeza y lo aparta. ¿Y
qué pasa con Sam?, dice, ¿cómo se supone que voy a hablar
con ella?, ¿esperas que desaparezca sin decir palabra?
Déjame hablar con ella y cuando cruces la frontera ya la
llamarás. Mark se muerde el labio inferior dejando a la
vista los incisivos superiores, uno es más corto que el otro,
tiene la mirada fija en el suelo. Esto no me gusta, dice, está
pasando todo demasiado rápido, quiero hablar con Sam
antes de irme. ¿Y qué vas a hacer, llamarla para charlar?,
¿quieres que nos detengan a todos? Eilish suspira y se mira
las manos, los pliegues arrugados de los nudillos, mira a
Carole en su silla, los largos pies en zapatillas, el rostro
demacrado y espectral, busca en el dolor de la mujer y lo
compara con el suyo propio. Se vuelve de nuevo hacia su
hijo pensando en cuánto más tiene que perder, no solo un
marido sino un hijo también, pena sobre pena supone más
pena aún, contempla a su hijo como suspendido en el
tiempo, su imagen grabada en la memoria, él se acerca al
bizcocho y se corta una tercera porción.

Eilish va a colgar el abrigo en el perchero y ve que Rohit


Singh no está en su escritorio. Estuvo ausente toda la
semana pasada, cuando cada día es sin falta de los
primeros en llegar a trabajar. Sigue con el abrigo en las
manos cuando mira de nuevo hacia donde se sienta Rohit y
ve que han vaciado su mesa, no queda nada de sus efectos
personales salvo una grapadora y unas chinchetas en la
mampara. Pregunta por ahí qué ha sido de Rohit y Mary
Newton levanta la vista con gesto nervioso y nadie
responde. Mira la pantalla sin verla, coge el teléfono y
marca el número de Larry. Lo siento, dice él, ahora mismo
no puedo contestar. Busca el número de Rohit en sus
contactos y lo llama pero el tono indica que está
desconectado. Alice Dealy cruza la oficina manipulando con
torpeza un paraguas de golf, está despeinada, entra en su
despacho y cierra la puerta y Eilish la sigue hasta allí sin
llamar. ¿Dónde está Rohit Singh?, dice. Alice Dealy levanta
la vista pero no contesta, hurga en el bolso en busca de
algo, deja un cepillo en la mesa y se queda mirándolo un
momento. Cierra la puerta, haz el favor, dice. Eilish se
cruza de brazos y da un paso hacia ella. ¿Crees que cerrar
la puerta va a cambiar algo? Alice Dealy se levanta con un
suspiro, va a la puerta y la cierra. He dado instrucciones a
Michael Ryan de que lleve la cuenta por el momento. Así
que Rohit ya no está. No había razón para decírtelo. ¿No
había razón para decírmelo? No veo que hubiera ninguna
razón por la que tuviera que informarte. Eilish cierra la
boca y se percata de que la observan por el cristal. Eilish,
aún no se ha anunciado pero me han obligado a tomarme
una excedencia indefinida, ese cabrón ha logrado que me
echen, hoy será mi último día aquí, uno tras otro vamos
cayendo todos, ¿no te parece? Colm Perry observa a Eilish
cuando va a su escritorio, todos la observan, sus manos
hechas una furia mientras busca el tabaco, se le cae el
bolso al suelo y Colm Perry se lo recoge y la sigue afuera al
ascensor. Cuando sale a la calle ya tiene el cigarrillo
encendido. Han detenido a Rohit Singh, dice ella. Colm
Perry hace una mueca de dolor y niega con la cabeza, luego
le lanza una mirada de advertencia. Tengo una resaca de la
hostia esta mañana, dice, ayer fuimos a tomar una rápida
después de trabajar y antes de darnos cuenta ya había
pasado la hora del toque de queda, volver a casa fue un lío
de narices. Señala con la cabeza detrás del hombro de
Eilish y cuando ella se vuelve ve que la ventana de la planta
baja está abierta a su lado.

Bailey se queja de sus deportivas, ella intenta ver la tele,


esta tarde han atacado a una patrulla de las fuerzas de
seguridad en el centro, hay dos soldados muertos, lanzaron
cócteles molotov contra un tribunal de distrito en Cork
durante la noche, se pregunta qué más no sale en las
noticias, el Gobierno dice que va a prolongar el toque de
queda. Cuando suena el móvil de contacto en la cocina,
Bailey y Molly la siguen, todos quieren hablar con Mark. A
Molly se le ha iluminado la cara, le coge el teléfono a Bailey
y sale corriendo al recibidor, se queda mirándose al espejo,
Eilish la observa desde la puerta. Le indica por señas a
Molly que le pase el móvil y luego sube a su habitación.
¿Sigues pasando frío?, pregunta, las últimas noches no han
sido tan malas, C dijo que puedes encender la estufa tanto
como haga falta. Por un momento Mark no habla y ella no
acierta a interpretar su silencio. Anoche no pude dormir,
dice él, no quiero estar aquí, puedo ir a otros sitios. Adónde
vas a ir, ya hemos hablado de esto, será poco tiempo, todo
se arreglará. No me escuchas, mamá, ¿por qué no me
escuchas? Te estoy escuchando, tendrías que haber visto la
cara de tu hermana ahora mismo, los chicos te echan
mucho de menos, Bailey habla de ti todo el rato, eres muy
importante para él, ¿sabes? ¿Has tenido noticias de Sam?
Te dije que no menciones nombres. Te he preguntado si has
tenido noticias suyas. Sí, las he tenido. ¿Qué dijo? ¿Tú qué
crees que dijo?, está disgustada, la pobre, no lo entiende.
Eilish guarda silencio un momento pensando en lo que no
va a decir, que Samantha llamó a la puerta con un abrigo
grande y aire de estar perdida, que se dio cuenta de que la
chica no había dormido nada y que lo que le estaban
haciendo era lo mismo que le habían hecho también a ella,
llevarse a su marido sumiéndolo en el silencio, y sin
embargo se quedó plantada delante de la chica como si
llevara una máscara y no la invitó a pasar. Mamá, ¿sigues
ahí? Sí, sigo aquí, hablé con ella y le dije que estarías un
tiempo ausente y que la llamarías en cuanto puedas. Está
inmóvil junto a la puerta del cuarto de los chicos, el aliento
en suspenso, la luz azulada a través de las cortinas, esa luz
que se desplaza a máxima velocidad y aun así produce una
ilusión de quietud. La presencia de Mark en la habitación,
el edredón hecho un rebujo y los cajones revueltos, la ropa
sucia en el suelo. Recoge las prendas y se sienta en la cama
con la ropa para lavar en el regazo, ve a Mark tal como
estaba en la cocina de Carole, ve su mano sobre el cuchillo,
ahora sabe lo que ha hecho, ha puesto el filo del cuchillo
sobre su hijo a fin de salvarlo.

Está sentada delante del portátil en la mesa de la cocina,


desarreglada y a la deriva, la noche entra por la ventana
abierta, la ciudad murmura a los árboles durmientes. Mira
a su hijo en la trona, los ojos que sonríen son de un mundo
de devoción pura y extática, el pelo rubio lleno de compota
de manzana y arroz. Desplaza la atención hacia sus propias
manos, la fina fibra casi imperceptible de la piel, estas
manos han envejecido y envejecerán más todavía, se
volverán flácidas y les saldrán manchas, se tira de la carne
y mira cómo se le alisa la piel otra vez en torno al hueso,
Molly grita algo desde arriba. Resuenan pasos atronadores
en el rellano y Bailey grita desde el recibidor. Cuando va a
la ventana ve delante de la entrada un coche de la Garda
envuelto en una luminiscencia amarilla y blanca, dos gardaí
de aspecto siniestro se acercan a la puerta. Los ha oído
llamar en sueños durante demasiado tiempo y ahora no
piensa darles esa satisfacción. Se apresura hacia la puerta
de la calle sintiendo su victoria, ve las dos caras
súbitamente iluminadas cuando abre la puerta corredera
del patio hacia la noche más bien húmeda, un hombre y
una mujer de porte similar, gardaí de uniforme con
impermeables. El aire de la mujer es monótono y prosaico.
Buenas noches, dice, soy la garda Ferris y este es el garda
Timmons, hemos venido a hablar con Mark Stack. Eilish
muestra una sonrisa servicial y mira hacia la acera de
enfrente. Sí, dice, Mark Stack es mi hijo, pero me temo que
no está. Busca en los ojos de la mujer algo que no se ha
manifestado todavía, la cara impasible que no revela nada,
unos mechones de pelo oscuro se rizan bajo la gorra.
¿Puede decirnos cuándo volverá? Mi hijo ya no vive en esta
casa. El garda Timmons se pasa una mano por la boca y
luego saca una libreta negra del bolsillo de atrás, indica
con la cabeza el recibidor detrás de ella. ¿Podemos pasar
un momento, señora Stack? Sin pensarlo ha recogido un
mordedor de Ben del radiador y ha regresado con él a la
cocina, los gardaí siguiéndola, deja el mordedor en la mesa
y lo vuelve a coger, lo deja en el fregadero e invita a los
gardaí a tomar asiento. Justo estaba preparando café, dice,
¿o igual prefieren té? Los gardaí dejan las gorras en la
mesa y el garda Timmons le sonríe al niño y luego abre la
libreta. Enviaron una citación, señora Stack, su hijo no
compareció ante el tribunal, ahora tenemos el deber de
hablar con él. Ella está de pie con la mano en el hervidor y
tarda un momento en contestar, diciéndose que se mostrará
ambigua con ellos. Una citación, dice al tiempo que se da la
vuelta, o sea que era eso, vi la carta y no se me ocurrió
abrirla, ¿quieren leche con el té? Solo una gota en el mío,
dice el garda Timmons. La garda Ferris asiente. A mí un
buen chorro, me gusta denso y lechoso, dice, dígame, ¿es
este el domicilio legal de su hijo? Sí, ha vivido en esta casa
toda su vida, pero ya no reside aquí. Nos sería de ayuda,
señora Stack, que nos dijera dónde podemos localizarlo.
Molly ha entrado descalza en la cocina, se queda delante
del fregadero mucho rato para servirse un vaso de agua y
luego se sitúa detrás de Eilish y le pasa los brazos por los
hombros, Bailey escucha detrás de la puerta. Eilish alarga
la mano para coger el azucarero de la mesa y el garda
Timmons se lo acerca, está echando azúcar al café cuando
baja la vista a la taza, nunca se había puesto azúcar en el
café. Mark se fue de casa hace dos semanas, dice, va a
seguir cursando sus estudios al otro lado de la frontera en
Irlanda del Norte y se quedará allí mientras continúe el
conflicto, solo tiene diecisiete años, quería estudiar
Medicina desde siempre pero ha cambiado de parecer
después de lo que el Estado ha hecho con su padre, ahora
quiere estudiar Derecho. Ambos gardaí la observan con
atención y ella les sostiene la mirada separando cada cara
de su uniforme, es el uniforme el que habla, no la boca, es
el Estado el que habla por medio del uniforme, imagina
cómo sería cada uno con ropa de paisano, te los cruzarías
por la calle sin fijarte siquiera. El garda Timmons inspira
lentamente y deja la libreta. Entonces, lo que está diciendo,
señora Stack, ¿es que su hijo ya no vive en el Estado? Sí,
responde, eso es lo que estoy diciendo. Ve que la mano del
hombre se relaja y le suaviza la cara una sonrisa. Muy bien,
dice frotándose las manos, pues entonces nosotros no
tenemos nada que hacer. La garda Ferris coge una
cucharilla, juguetea con ella y la vuelve a dejar. Entre
nosotros, dice, hay mucha gente cuyos hijos han
abandonado el Estado recientemente, tiene que saber lo
que eso significa, los tribunales militares están dictando
condenas in absentia contra jóvenes como su hijo por
rehusar unirse a las fuerzas de seguridad, si su hijo
volviera a casa, o si se descubriera que sigue residiendo en
el Estado, hay orden de detenerlo y tendríamos que
entregárselo a la policía militar, pero mire, mientras tanto,
sería útil que pase por comisaría cuando le venga bien y
preste declaración con su relato de los hechos. El garda
Timmons sigue haciendo girar la taza en la mano, luego
emite un suspiro que indica que es hora de irse. Se ladea y
guarda la libreta en el bolsillo. ¿Le importa si le pregunto?,
dice, ¿qué fue de su marido? A mi marido lo detuvo la
OSNG, dice ella, le negaron el derecho a un abogado y
sigue recluido sin posibilidad de recurrir a los tribunales,
es sindicalista del Sindicato de Profesores de Irlanda y
simplemente estaba haciendo su trabajo, no hemos tenido
noticias suyas desde que se lo llevaron, íbamos a ir de
vacaciones en familia a Canadá la semana que viene, ha
sido muy duro para los niños. Mientras habla se siente al
margen del tiempo, se siente portadora de alguna carga
antigua, todo ha ocurrido infinidad de veces, un gesto de
muda indignación va adueñándose del rostro del garda,
hace una mueca triste con la boca y luego niega con la
cabeza. Me temo que no son los únicos, dice él, pero así
son las cosas ahora, y, en confianza, eso convierte nuestro
juramento en un pitorreo, pero mire, por lo que respecta a
su hijo, mi colega tiene razón, si va a comisaría y presta
declaración jurada, se informará al departamento
correspondiente y podremos lavarnos las manos del asunto,
el expediente seguirá cerrado hasta que su hijo decida
regresar al Estado, y quién sabe cómo irán las cosas, es
posible que ya no haya ningún problema para entonces. Se
siente propulsada hacia delante como en un sueño, mira las
caras que tiene ante sí con miedo a hablar por si se rompe
el hechizo. Se levanta de la silla con las manos abiertas, se
siente ingrávida, la campana de una iglesia lejana da la
hora.

Forcejea para soltar a Ben de la sillita del coche, se le ha


enganchado el abrigo en la púa de la hebilla y chilla y
golpea el aire con un puño agotado, el teléfono suena en el
salpicadero. Ve en los ojos del niño que ella ya no es su
madre sino una bruja maléfica y se vuelve y regaña a Molly,
que se peina en el asiento delantero. ¿Quién llama?, dice.
Levanta la vista y no se reconoce en el espejo retrovisor, la
bruja sin maquillar, Molly se inclina hacia delante en el
asiento cuando el móvil deja de sonar. Era el abuelo, dice,
¿quieres que le devuelva la llamada? La lluvia cae fría e
inclinada mientras lleva al niño a la guardería en la acera
de enfrente protegiéndole la cara con la mano. Se apresura
a volver con la cabeza gacha y hace un gesto de disculpa
con la mano a dos coches que esperan detrás del Touran
aparcado en doble fila en la calle estrecha, señaliza con el
intermitente y se pone en marcha justo cuando el teléfono
empieza a sonar. Mamá, ¿quieres coger el puñetero
teléfono?, dice Bailey. A ver esa lengua, dice ella. No tengo
fuerzas para lidiar con él ahora mismo. Es Molly la que
alarga la mano al salpicadero y contesta la llamada. Hola,
abuelo, soy Molly, ¿qué pasa? Eilish mira la carretera sin
decir palabra mientras su padre guarda silencio como si los
escuchara a todos en el coche. ¿Está ahí tu madre o estás
conduciendo tú para ir a clase? Eilish le hace a Molly una
mueca divertida y las dos sofocan la risa. Sí, papá, estoy
aquí, tengo a los chicos en el coche y te oímos por el
altavoz, ¿sigue en pie lo del sábado? La inspiración
trabajosa que le indica a Eilish que lo había olvidado, igual
tiene que recordarle qué día es, se detiene en el semáforo y
cierra los ojos, podría quedarse así todo el día. ¿Has visto
la prensa?, pregunta él, supongo que no. Papá, llevo en
danza desde las cinco y media con Ben y acabo de dejarlo
en la guardería, los dientes le están dando la lata otra vez,
ahora mismo estoy llevando a los chicos a clase, no, no he
leído la prensa. Oye un ladrido tajante del perro. No hace
falta que te pongas así, dice él. ¿Hablas conmigo o con el
perro? Tienes que parar por el camino y comprar el Irish
Times, página siete. ¿De qué se trata, papá? Simon le está
gritando al perro, oye el chasquido del teléfono contra la
consola y el golpe de la puerta de la cocina, su padre está
sin aliento cuando vuelve a ponerse al teléfono. Ese maldito
perro está empeñado en comerse la alfombra, dice, luego te
llamo. Se detiene en una hilera de tráfico reticente y
contempla el cielo nublado, Bailey tira de nuevo del
cinturón de Molly, que se vuelve y lo ahuyenta de un
manotazo. Ya te he dicho, Bailey, que la dejes en paz. Molly
señala al frente hacia la derecha. Mamá, hay una
gasolinera ahí. Preferiría no parar, nadie va a decirle qué
hacer, se desvía de la carretera y para en la gasolinera. El
murmullo del aire impregnado de hidrocarburo, el cajero ni
siquiera levanta la vista mientras le cobra el periódico, está
viendo un partido de fútbol en el móvil. Se detiene a la
salida del establecimiento, tira el suplemento deportivo a la
papelera y abre el periódico por la página siete, donde no
hay nada que leer salvo un anuncio a toda página del
Estado, el emblema del arpa en la parte superior, es un
aviso público, una lista de cientos de nombres y direcciones
en letra menuda de gente que no se ha presentado al
servicio militar. Levanta la vista del periódico y ve a Bailey
pegando la boca a la ventanilla del Touran, contiene el
aliento mientras escudriña la lista y lee el nombre de su
hijo y la dirección. Piensa en la declaración jurada que hizo
a los gardaí, lee el nombre de su hijo otra vez y ve en la
letra negra la noche oscura que se avecina, ve que han
condenado a su hijo y lo fácil que fue después de todo, está
ahí en la página siete para que lo vea todo el mundo en
forma de anuncio.

Está delante de su escritorio y no recuerda el trayecto a


pie desde el coche, esa sensación de que tiene el corazón
en la garganta. Se vuelve y cuelga el abrigo y hace ademán
de quitarse el pañuelo de gasa blanco pero solo se lo
arregla. Mira por la sala si hay alguien leyendo el
periódico, la puerta del despacho de Paul Felsner está
cerrada, Sarah Horgan se acerca a hablar, podría terminar
las frases de esa mujer si quisiera. Sí, dice, pero no, lo
siento, he quedado para almorzar. Permanece atenta a
cualquier indicio extraño, una contracción de los labios, un
gesto de solidaridad en silencio. Es entonces cuando suena
el móvil de contacto en el bolso y ella opta por no hacer
caso, Sarah Horgan mira el bolso, su móvil está encima de
la mesa. Ah, no es más que uno de los chicos, dice Eilish.
Cuando el teléfono vuelve a sonar lo apaga. Almuerza sola
sin quitarse el abrigo de invierno en un café con terraza.
No le apetece comer pero toma café expulsando humo azul
de tabaco por la nariz, recuerda que Molly se ha fijado en
el olor, la interceptó en la puerta del patio con el recelo
alerta de un padre. No seas tonta, dijo ella con una risa
falsa mientras se volvía para ocultar la boca. Mira la
pantalla del teléfono de contacto discretamente colocado
sobre el regazo, ha intentado llamar a Mark pero no ha
tenido respuesta. Observa el espectro gris de un hombre
que toma asiento en una mesa a su lado, los dedos
estilizados que dejan un cigarrillo encendido en el orificio
de la boca, los dedos que abren el periódico. Se vuelve
hacia la calle viendo pasar el mundo en un extraño
fingimiento, los rostros pálidos e imperturbables que se
apresuran de regreso al trabajo, son más que nada
funcionarios, cada día cierra las puertas otra empresa
internacional y pone excusas, dentro de poco la ciudad
estará vacía. Cerca una mujer retira la silla, zapatillas de
deporte rosa neón bajo una falda de oficina gris, y recuerda
que Bailey necesita deportivas nuevas, recuerda que
anoche ella despertó de un sueño en el que se había
sentado a comer de uno de sus zapatos, era el mocasín rojo
que le aprieta los dedos, estaba sola delante del zapato con
cuchillo y tenedor. Cuando vuelve a su escritorio, hay gente
yendo a la sala de reuniones, Paul Felsner ha convocado
una reunión de estrategia a las dos, Eilish mira el correo,
no ha recibido invitación. Los ve reunirse en la sala, ve a
Paul Felsner entrar en la sala con un periódico. Algo se ha
avivado dentro de su cuerpo, brota del plexo solar hacia los
brazos y las piernas, está cruzando la sala y nota que las
manos se le quedan frías, oye el sonido hueco al llamar a la
puerta, carraspea y se asoma. No me ha llegado aviso de la
reunión, dice, ¿es necesaria mi presencia? Las persianas
están medio bajadas y Paul Felsner está sentado con el
brazo sobre el respaldo de una silla leyendo el periódico
mientras la sala empieza a llenarse, se vuelve y la mira
como desde una interioridad sombría y lo que ella ve en sus
ojos es que la tiene atrapada y retorciéndose. No hace falta
que te preocupes por nosotros ahora, Eilish. Él se inclina
hacia delante en el asiento y le hace un gesto con la mano
de que se vaya. Permanece inútil en el umbral, siente
deseos de decir, sí, pero es que se trata de mi cuenta, no
podéis seguir adelante sin mí, no consigue abrir la boca,
nota que su mano toca el pañuelo y deja caer la mano, el
puñetero pañuelo blanco, ahora desearía no habérselo
puesto, ve cómo le cruza el rostro a Paul Felsner la
insinuación de una sonrisa. Se aparta para dejar paso a sus
colegas y se encuentra en la cocina con una taza vacía en la
mano, una mujer de Recursos Humanos rezonga sobre la
gente que deja los platos en el fregadero, ella pone la taza
en el fregadero y se va.

Deambula por la casa oyendo a su hijo hablar desde la


otra punta de la ciudad, se queda delante de la puerta del
cuarto de Mark, la luz de la farola que entra en la
habitación es el espectro de alguna luna de invierno. Cae
sobre la cama y forma una lámina blanca translúcida y ella
se tumba, iluminada y abrazada, feliz en la voz de Mark,
oyendo la mente que piensa cuando él toma aire
pausadamente. La caldera de gas emite una vibración, un
chasquido y se queda en silencio, entonces Mark murmura
algo, dice, ya no sé quién soy, estoy atrapado en esta
habitación pero no es una habitación, es una cárcel, mamá,
eso es lo que es, cómo se supone que voy a dormir, ya he
tenido dos veces el mismo sueño, me llevan por la calle
como si fuera un juicio, camino entre una multitud y leen
en voz alta la sentencia de que soy culpable y el cargo es
cobardía y falsedad, anoche desperté en plena noche y
levanté el estor y vi luces en su casa, adivina quién estaba
en la puerta de la cocina vestida de novia, mirando la
casita, como si supiera que yo estaba despierto, mamá, me
pone los pelos de punta, la otra noche vino con la cena pero
no dijo ni una palabra, se quedó ahí un momento mirando
por la ventana como si yo no estuviera y luego se volvió y
me soltó, este mundo nada es más que una sombra, y le
pregunté a qué se refería y me miró, luego sonrió y dijo,
tarde o temprano, lo verás tú mismo. Eilish se aprieta el
puente de la nariz, le duele la base del cráneo. Abre los ojos
y se incorpora en la cama, pone los pies en el suelo. No
tiene derecho a hablarte así, dice ella. Mamá, no puedo
hacerlo. ¿Qué quieres decir con que no puedes hacerlo?
Mamá, le echo de menos, echo de menos a papá, he
intentado hacer lo que me pediste pero no puedo quedarme
de brazos cruzados sin hacer nada más, conozco a gente
que ha ido a luchar, se han alistado al ejército rebelde.
Mark, dice ella, pero luego guarda silencio, lo intenta pero
no encuentra las palabras adecuadas. Escúchame, dice,
sigues siendo mi hijo, mi hijo adolescente. ¿Y qué se supone
que significa eso?, responde él. No sé qué significa,
significa que no puedo permitir que te pase nada. Eilish oye
un largo suspiro y luego un silencio estático como si fuera
una oscuridad lluviosa que se pudiera sentir, una lluvia
cayendo desde la oscuridad y mojándolos a todos, la lluvia
oscura entrando en la boca de su hijo.

Se levanta del escritorio y coge el abrigo, se pone el


pañuelo blanco al cuello y le dice a un colega que va a
almorzar temprano. Cuando llama a la puerta de Simon la
recibe un gruñido, luego una voz aguda que dice, ¿quién
es? Simon lleva un pijama azul marino, la luz del recibidor
está encendida, es poco más de la una. Él le lanza una
mirada burlona y luego va a la cocina. No sé qué haces
aquí, dice, me las apaño bien yo solo. Papá, solamente he
venido a saludar, me he tomado una hora extra para
almorzar. Eilish apaga la luz del recibidor y se queda
parada: entre el batiburrillo de olores de siempre hay un
olor nuevo entreverado, piensa que es humo de tabaco
rancio, no está segura de si es de ella misma. Observa a su
padre con los ojos entornados, Spencer gimotea y da
vueltas en torno a los pies de su padre. Papá, ¿cuándo fue
la última vez que le diste de comer al perro? Spencer se
vuelve y la mira con la boca abierta y ella ve lo que
comunican los ojos de obsidiana, una crueldad que no es
propia del perro sino del lobo. ¿Qué vas a comer?, pregunta
ella a la vez que llena el hervidor de agua mientras Simon
revuelve con manos rápidas un montón de papeles que hay
sobre la mesa. ¿Comer?, dice él, no había pensado en la
comida. Eilish se pone a llorar, acerca una silla y se enjuga
las lágrimas, luego mira a su padre y sonríe. Lo siento,
dice, es que me están dejando de lado en el trabajo y no sé
qué hacer, está ocurriendo todo muy muy deprisa, ese
anuncio en la prensa y Mark que se ha puesto tan difícil, tú
siempre sabes qué se debe hacer. Levanta la mirada y ve en
sus ojos la atención a la deriva, los ojos buscan algo, Simon
se levanta lentamente como absorto en sus pensamientos.
Va al fregadero y abre el grifo y luego lo cierra de nuevo sin
fregar nada. Se vuelve y la mira como si acabara de
aparecer ante él. Papá, lo que acabo de decir, ¿me estabas
escuchando? ¿Qué quieres?, pregunta él. Te acabo de hacer
una pregunta sobre mi trabajo, sobre Mark. Ella se fija en
que le tiembla la boca como si estuviera conmocionado,
Simon niega con la cabeza y ahuyenta la pregunta con la
mano, se vuelve y señala la encimera. Ese trasto de ahí,
dice, el como se llame, no consigo hacerlo funcionar. Papá,
¿te refieres al microondas? Ella se levanta, pone la taza
dentro y pulsa el botón de encendido, lo observa zumbar.
Funciona bien, dice, no sé de qué hablas. Esa súbita pena
cuando sube las escaleras, se da cuenta de que el tiempo
no es un plano horizontal sino una caída vertical hacia el
suelo. Se detiene delante del dormitorio de su padre
sorprendida otra vez por el olor a tabaco rancio, abre la
puerta y ve en la mesilla de noche un antiguo cenicero de
latón que tendría que estar en el salón, está medio lleno, al
lado hay un paquete de tabaco. Coge el cenicero y cuenta
las colillas, pasa el dedo por una quemadura en la
alfombra. Cuando vuelve a la cocina lleva el cenicero en
alto, luego lo deja en la mesa. ¿Qué es esto?, dice. ¿Qué es
qué? Papá, desde cuándo fumas, has hecho un agujero en la
alfombra, ¿es que quieres quemar la casa? Él la mira y se
cruza de brazos. No sé de qué hablas. Papá, no puedo
contigo cuando te pones así, si no es una cosa, es otra, voy
a tener que hablar con el médico. Cómo se avinagra en un
instante, sus ojos adquieren el mismo aspecto ennegrecido
que el perro. Te he dicho que lo dejaré cuando quiera.
Eilish ha parado de respirar un compás, le mira fijamente
la cara y nota que le tiemblan las manos a ella. Papá, tú ni
siquiera fumas, hace treinta y pico años que dejaste de
fumar en pipa. Ve cómo se le abre y se le cierra la boca y
luego mira hacia la ventana como si buscara algo fuera.
Papá, ¿sabes qué día es hoy? Lo ve quedarse muy quieto,
vuelve la cabeza como a hurtadillas para mirar el reloj de
pulsera. Levanta la vista con el ceño fruncido en ademán
triunfal. Es el día dieciséis, dice. Sí, responde ella, pero ¿de
qué mes? Su padre no le sostiene la mirada sino que la
pasea por la habitación, mira la pared y luego al perro, la
confronta con un gesto malhumorado. No tengo por qué
decirte nada. Él se vuelve otra vez hacia la ventana y ella
contempla el jardín y recuerda cuando se desgarró la
rodilla con una punta de metal, él la llevó en brazos al
coche. De Mark, dice él, estábamos hablando de Mark y tu
trabajo antes de que me distrajeras con esta tontería,
tienes que plantearte la situación tal como es, la
insurrección armada está creciendo en todo el país,
desertan soldados de las Fuerzas Armadas y se unen al
ejército libre o como quiera que los llames, a los desertores
los fusilan en el acto, los rebeldes son cada vez más
numerosos y seguirán aumentando y ahí es donde Mark se
va a ir, eso es lo que cree que debe hacer, y, con respecto a
tu trabajo, dentro de tres meses no habrá economía, así
que, la verdad, yo no me preocuparía, es hora de que hagas
algo antes de que refuercen la vigilancia en la frontera,
tienes que irte y llevarte a los chicos, vete a Inglaterra,
Eilish, vete con Áine a Canadá, publicaron tu dirección en
el periódico, han señalado públicamente a tu hijo y hay una
orden de detención contra él. Se mira las manos y niega
con la cabeza lentamente. No se le puede poner obstáculos
al viento, dice, el viento va a barrerlo todo en este país,
pero haz el favor de no preocuparte por mí, me las apañaré
bien yo solo, nadie va a causarle problemas a un viejo.

Está avanzando palmo a palmo con el tráfico sola en el


coche cuando contesta al móvil, son las nueve menos cinco,
baja el volumen de la radio y oye la voz de Carole. Eilish,
¿estás ahí?, ¿hola? Sí, Carole, aquí estoy, camino del
trabajo, acabo de comprar un bollo y tengo la boca llena.
Mira, no sé cómo decírtelo, Eilish, pero Mark no volvió
anoche. El bolo de masa en la boca, se obliga a tragarlo y
tiene la sensación de que algo maligno repta garganta
abajo. ¿Me oyes, Eilish?, lo siento mucho, no sé qué decir,
me quedé dormida ayer por la noche y me he despertado
temprano esta mañana. De acuerdo, déjame pensar un
momento, voy a llamarlo, seguro que no hay de qué
preocuparse. Cuelga y busca en el bolso el móvil de
contacto, hurga dentro y luego le da la vuelta y desparrama
el contenido en el asiento, coge el móvil y llama, una voz
dice que el número marcado no está disponible. Trata de
dar con algún sitio donde detenerse pero no hay donde
parar a orillas del canal, el tráfico la obliga a seguir hasta
que las luces rojas del coche de delante indican que se
detiene, las gaviotas se abaten sobre el camino de sirga. En
la ventanilla trasera de un coche más adelante lee una
pegatina que dice, LA MEJOR DEFENSA ES UN CIUDADANO ARMADO,
y debajo otra pegatina que reza, HAY QUE ACABAR CON LA
DICTADURA JUDICIAL. En la intersección gira y va en dirección
norte hacia la casa de Carole, diciéndose que la solución
más sencilla es con toda probabilidad la correcta, Mark se
fue en bici a saber dónde y se le pasó la hora del toque de
queda, habría sido muy arriesgado volver, un coche patrulla
podría haberle dado el alto y detenerlo en el acto. Mira el
cielo cada vez más amplio en busca de alguna clase de
alivio, ve su furia alzar el vuelo, la ve volar hacia la fría
derrota. La cortina se arruga cuando aparca delante de la
casa de Carole y un momento después Carole está rara
ante ella con los brazos cruzados. A la luz de la cocina
parece haber envejecido de la noche a la mañana, los
huesos despuntan en la cara, mana agua bajo sus ojos. Sin
decir palabra, Eilish va a la casita y encuentra la puerta sin
cerrar, se fija en la pulcritud y lo definitivo del acto, Mark
ha hecho la cama y se ha llevado sus pertenencias y ha
dejado la habitación como la encontró salvo por la bicicleta
apoyada en la pared.

El teléfono permanece en silencio en su bolso toda la


tarde y hasta la noche, permanece en silencio durante el
transcurso de la noche. Al despertar de madrugada de un
sueño que no ha sido sueño en absoluto le sale al encuentro
un silencio que se ha convertido en una abstracción
fragorosa. Tiene que hacer el esfuerzo de arrostrar el día y
presentarse enmascarada ante los chicos, instarlos a que se
apresuren a desayunar diciéndose que no hay motivo para
preocuparlos. Empieza a cobrar conciencia de que va en el
coche como si no hubiera estado conduciendo en absoluto,
una autómata está al volante conduciendo de memoria
mientras ella permanece completamente al margen del
tiempo, se nota apagada y distraída en el trabajo, el día
transcurre sin ella como si estuviera sentada sola en una
antesala esperando a que se abriera una puerta cerrada.
Dentro de poco anochecerá, pasa la noche, el móvil está en
la encimera de la cocina, descansa en su mano, lo mira una
y otra vez como si en cualquier momento fuera a iluminarse
con su llamada, ve cómo se cierne la segunda noche.
Duerme con el móvil junto a la almohada y oye una llamada
fantasma en un sueño, despierta con el teléfono en silencio
en la mano. Está en mitad de las escaleras con Ben en
brazos y pidiendo que alguien busque sus zapatos cuando
empieza a sonar el móvil en el dormitorio y tiene que oírlo
dos veces antes de creerlo, le grita a Bailey que se aparte y
pasa por su lado escaleras arriba. Cierra la puerta del
dormitorio y deja al niño en la cuna. Mark, dice oyendo
música de fondo, un murmullo de voces, oyendo cómo él
inspira lentamente y luego espira, ella sabe que le da
miedo hablar, siente deseos de castigarlo y reafirmar su
poder sobre él. Por qué has tardado tanto en llamar, hemos
estado muertos de preocupación, Carole está fuera de sí,
no tenías derecho a irte de su casa así después de todo lo
que ha hecho por ti. El teléfono está mudo y entonces Mark
se permite suspirar y carraspea. Pensaba que no teníamos
que mencionar nombres. Ahora eso da igual. Mamá, dice,
¿quieres que cuelgue?, ¿es eso lo que quieres? El mundo se
ha desmoronado llevándose consigo su percepción de la
habitación, la casa, se encuentra en algún espacio oscuro
percibiendo únicamente la respiración de su hijo,
percibiendo la mente detrás de la respiración, se maldice
por haberle regañado. Mark, dice, estoy muerta de
preocupación, podría haberte ocurrido cualquier cosa.
Mira, dice él, lo siento, pero no puedo hacerlo. Algo sólido
ha empezado a desprenderse, es su corazón que se desliza
como si fuera grava. ¿Qué no puedes hacer?, pregunta. Lo
que me pediste que hiciera, huir, no puedo seguir con eso.
Entonces, ¿qué crees que estás haciendo ahora? Mamá,
esto es distinto. En qué sentido es distinto, llegamos a un
acuerdo, decidimos que era lo mejor, ¿qué crees que
ocurrirá si te quedas en el país y te descubren las
autoridades?, te llevarán ante un tribunal militar a puerta
cerrada donde puedan hacer lo que les venga en gana
contigo, se te llevarán igual que a tu padre. Le parece que
él está masticando algo, oye el burbujeo de un refresco y
luego la boca que traga. Estoy en un lugar seguro, dice él.
Quiero saber con quién estás. Mamá, todo va bien, te
prometo que seguiré en contacto con este móvil, siento
haber tardado tanto en llamar. Ella cierra los ojos, recuerda
una sensación de un sueño, iba de un cuarto a otro
llamando pero no había respuesta y no podía despertar
aunque sabía que estaba soñando, abre los ojos y ve que su
mano se tiende hacia un abismo ciego y cada vez más
ancho. Mark, dice, eres mi hijo, haz el favor de volver a
casa para que resolvamos esto, no puedo dormir sabiendo
que te has ido, todavía tengo derecho legal sobre ti. ¿Y qué
ley es esa, mamá, si ya no hay leyes en este país? Ha
levantado la voz y ella se refugia en el silencio. Te niegas a
aceptarlo, mamá, no quieres reconocer lo que está
pasando. La verdad, dice ella, no creo que eso sea justo en
absoluto y además no viene a cuento, llegaste a un acuerdo
conmigo, un acuerdo que no has cumplido. Fíjate, más de lo
mismo, dice él, por qué no te das cuenta, simplemente no
te darás cuenta hasta que se plante en la puerta y se nos
lleve a todos uno tras otro. Ben está delante de los barrotes
de la cuna con una mano tendida, su balbuceo se convierte
en quejido. Se acerca a él y lo coge con un brazo, acalla la
mejilla llorosa con el pulgar. No puedo seguir de brazos
cruzados, dice Mark, todo esto me revuelve las tripas, se
las revuelve a Molly, quiero recuperar mi vida de siempre,
quiero que papá vuelva a casa, tal como vivíamos antes.
Mark, quiero que me escuches... No, mamá, ahora tienes
que escucharme tú a mí, quiero que oigas lo que tengo que
decir, ya no dispongo de libertad, tienes que entenderlo, no
hay libertad para hacer ni para ser cuando se la cedemos a
ellos, no puedo vivir mi vida así, la única libertad que me
queda es luchar. Ella se precipita a una sima ciega, sus
palabras se dispersan y se disuelven en la tierra, se repone,
se lanza a través de la oscuridad buscando ver a su hijo y
no atina a ver nada salvo voluntad, la voluntad de Mark
como si fuera una luz incorpórea que le pasara por delante.
Abre los ojos y vuelve a dejar a Ben en la cuna, deambula
por la habitación tirándose del pelo, se da cuenta de que ha
sucedido demasiado pronto, la cesión de su hijo al mundo,
el mundo convertido en una suerte de inframundo. Mark es
silencio y luego es aliento y ella no sabe cómo hablar con
él. Dice, cuídate, cariño, ¿me oyes?, no hagas ninguna
estupidez, y ten el móvil encendido, quiero poder hablar
contigo. Mark dice, ¿puedes pasarle el teléfono a Molly?
Está abajo, no quiero que sepa lo que ocurre, ¿cómo crees
que va a tomárselo?, bastante malo es que tu padre ya no
esté. Mira, mamá, tengo que colgar, dile..., dile que la echo
de menos también.

El clima tiene memoria. En el cielo el apogeo de la


primavera, las ágiles golondrinas, los vencejos tan oscuros,
se ve en el regreso de los pájaros los años transcurridos, la
época de la inocencia en la que daba por hecha la fruta, eso
es lo que piensa, tomaba la fruta de la mano que la daba y
la mordía sin saborearla, tiraba el hueso sin pensarlo.
Pasea sola por Phoenix Park intentando escapar de sus
pensamientos pero no ve más que sus pensamientos ante
sí, bajo la mirada de los árboles de hoja ancha. Levanta la
vista pensando en el tiempo que ha transcurrido bajo estos,
que los árboles llevan la cuenta de los años imprimiendo el
tiempo en la madera, pasan los días y ella no los puede
retener, los días pasan y pasan y aun así no es el tiempo lo
que se aleja, es otra cosa y se la está llevando a rastras con
ella. Khyber Road abajo ve a Larry en la espalda ancha de
un hombre que coge la mano de un niño y cuando el
hombre se vuelve junto al maletero del coche ve la misma
barba rojiza, lo observa mientras coloca al niño en su
asiento, piensa que la han engañado, que Larry ha estado
llevando una doble vida todo el tiempo e inventó su
detención para embaucarla. Camina colina arriba por
Magazine Fort pensando que ojalá fuera cierto. Limpia el
agua de lluvia de un banco blanco y se sienta con vistas al
río Liffey, los remeros universitarios ya no surcan el agua,
el aire obsequioso, fue aquí en uno de estos bancos donde
se sentó con Larry y sintió avivarse dentro de ella la
criatura que sería Mark, los primeros aleteos como si al
niño le estuvieran saliendo alas para remontar el vuelo
desde su interior.
5

El ruido se abre paso hasta el sueño, asciende a la deriva


a través de dos mundos oyendo el sonido de pasos en la
grava, una risa junto a la ventana del dormitorio como si se
hubiera dejado escapar una sombra de un sueño. Se
encuentra de súbito en la habitación oscura, la consciencia
fría y veloz en la sangre de que algo ha golpeado la puerta
de cristal abajo, oye cómo el sonido se propaga en huera
convulsión a través de la casa, el peso lento del cuerpo
cuando se levanta a toda prisa de la cama. Lo que ve fuera
son tres hombres en el sendero de acceso, un todoterreno
blanco aparcado con el motor al ralentí. Lanzan algo contra
el cristal del porche y suena un estallido a su espalda
cuando la puerta del dormitorio golpea la pared, Molly va
dando traspiés hasta sus brazos gritando que unos hombres
intentan entrar en casa, ella le tapa la boca con la mano y
se aparta de la ventana. Un instante puede ralentizarse y
abrirse a un plano de otro tiempo, está vadeando sin luz a
través de una oscuridad cada vez más densa con miedo a
estar rodeada de lobos, se llama a sí misma desde lejos
pero no oye su propio nombre. Algo grande rebota en el
cristal de nuevo y Molly se acongoja, se aferra a su cuerpo,
deja escapar un gemido grave. Sin pensarlo, Eilish ha ido a
la cuna y cogido al niño dormido, lo deja en los brazos de
Molly y los hace salir de la habitación, Molly se detiene en
el rellano, empieza a respirar entrecortadamente, los ojos
desorbitados de pánico. Eilish la zarandea por los hombros.
Ya vale, dice, no hay tiempo para eso, vete al cuarto de
baño y cuida de tu hermano y no hagas ruido. Bailey ha ido
a la puerta de la habitación frotándose los ojos y Eilish lo
manda al cuarto de baño y les dice a los dos, cerrad la
puerta, no salgáis hasta que yo lo diga. Mientras se acerca
a la ventana del dormitorio se adelanta a todos los
desenlaces, oye las risas fuera, si quieren entrar es como si
hubieras dejado la puerta abierta, su mano rebusca el móvil
en la oscuridad, no recuerda haberlo puesto junto a la
ventana, la operadora de emergencias habla con voz lenta y
firme. Por las cortinas ve a un hombre subirse encima del
Touran, tiene los brazos y el cuello engalanados de
tatuajes, otro tipo se apoya en el lateral del coche. El
hombre golpea con un bate el parabrisas, luego se saca el
sexo y orina sobre el coche, los dientes simiescos que ríen
mientras el hombre se cierra la bragueta y baja de un salto
a la grava. Al otro lado de la calle se enciende la luz de un
dormitorio y luego se apaga mientras el todoterreno se va a
toda velocidad.

Observa cómo la luna atraviesa la casa, la luz magullada


del amanecer alcanza a Ben en la cuna, la luz maltrecha
alcanza a Molly que duerme abrazada a su cuerpo como
una niña pequeña. Ha llegado el amanecer y sin embargo el
día ha huido, ahora lo comprende, la luz que vuelve
insustancial la oscuridad es falsa y es la noche la que
permanece impertérrita y verdadera, llamó a los niños a
sus brazos a sabiendas de que su consuelo era falso, esta
casa no era lugar seguro. Se separa de Molly y va a la silla
y se viste en silencio, se vuelve para ver el rostro de Molly
acariciado por la luz de satén, el ceño fruncido mientras
duerme. Mira por la puerta entreabierta el cuarto de los
chicos donde Bailey está tumbado en la cama de Mark
vestido con su ropa y dormido encima del edredón. Baja,
sale a la calle y recoge una piedra del sendero de acceso,
se para delante del parabrisas roto del Touran, lee lo que
hay escrito en el capó y el lateral del coche, en las paredes
y las ventanas y la puerta del patio de la casa, la misma
palabra pintada con espray rojo. Se lo está contando todo a
Larry como si ya fuera algo del pasado, una historia
conformada a partir del recuerdo, van en el Touran y ella lo
ha recogido de dondequiera que lo hayan puesto en
libertad, ve que ha adelgazado y la ropa le queda grande, lo
ve tirarse de la barba con las manos, sabe lo que
despertará en su sangre, lo que yace dormido en la sangre
de todos los padres, una violencia primaria que despierta y
descubre que ya ha sido silenciada, algo se rompe en el
interior de un hombre que descubre que no pudo proteger
a su familia, será mejor que no se entere. Se abre la puerta
de una casa en la acera de enfrente y Gerry Brennan sale
con una bolsa negra de basura. La deposita en un cubo con
ruedas, echa un vistazo rápido a la casa y se da cuenta de
que lo han pillado, saluda con la mano, cierra la puerta de
la calle sin echar la llave y va hacia ella, un anciano ágil en
zapatillas que se ata el cinturón de la bata. Dios mío, Eilish,
hay que ver lo que han hecho, debiste de llevarte un susto
de aúpa. Se agacha, coge una piedra y la frota con el
pulgar. Qué gentuza, dice, Betty llamó a la policía, pero
debíamos de estar dormidos cuando vinieron, fue un jaleo
terrible. Ella contempla sus ojos leyendo la palabra TREIDOR
pintada una y otra vez en rojo, él empieza a escudriñar con
la mirada entornada la palabra y luego la observa a ella
perplejo. ¿Es cosa mía o no está bien escrita? No sé, Gerry,
¿cómo la escribirías tú? Espera un momento, no puedo
pensar sin gafas, sí, tendría que ser una A en vez una E...
Me parece a mí, Gerry, que han escrito exactamente lo que
querían decir, lo han deletreado alto y claro, yo también
llamé a los gardaí, pero no vino nadie, pasé media noche
esperándolos. Observa que las cejas enfurruñadas se
arquean en un gesto de incredulidad y luego se hunden
como si tuvieran delante alguna noción borrosa. Este país
se ha ido al cuerno, dice él, anoche los gardaí debían de
andar ocupados con vándalos y demás energúmenos, tu
casa no debió de ser la única. Pasa la mano por el lateral
del coche. Tendrás que llevarlo al taller, dice, pero las
paredes de la casa se limpiarán sin problema, tengo en el
cobertizo una pintura blanca para mampostería que seguro
que va bien, voy un momento a cogerla, no me llevará más
que unos minutos. Ella se cruza de brazos y mira hacia la
acera de enfrente. Bah, que lo vean, Gerry, que vean lo que
le han hecho a nuestra casa, una familia corriente que se
ocupa de sus asuntos, ¿no es una publicidad estupenda de
la vida ahora en este país? El sol pasa por un hueco entre
las casas cuando Gerry se da la vuelta y mira su casa. Sí,
bueno, voy de todas maneras a buscarla. El cinturón de la
bata se le ha soltado al cruzar la calzada y no se molesta en
anudárselo. Ella mira con gesto adusto la calle, ve la
sucesión de puertas cerradas, cuenta seis casas que han
colgado la bandera nacional de sus ventanas. Está hecha
una furia cuando entra en casa, una furia mientras busca
arriba la acetona, solía estar en el armario del cuarto de
baño, busca la rasqueta debajo de las escaleras pero lo que
encuentra es humillación como si la tuviera delante en la
estantería, la vergüenza y el dolor y la pena circulan a
placer por su cuerpo. Ahora se da cuenta de que todo se
sabrá, de que los juzgarán, todos vieron lo que ocurría
anoche y no dirán ni palabra.

Los chicos están vestidos y preparados para ir a clase


pero no salen al coche. Bailey la sigue a la cocina y la mira
sacar las fiambreras del armario, el pan, el queso y el
jamón en la encimera. Mamá, dice, ¿no podemos cogernos
el día libre?, no quiero ir a clase. Ella saca un cuchillo del
cajón y lo cierra con la cadera. ¿Has recogido la toalla del
suelo del baño como te he pedido? Mamá, ¿has oído lo que
he dicho? No quieres ir a clase. Sí, no quiero ir a clase.
Bueno, ¿qué propones hacer entonces?, no vas a quedarte
aquí tirado todo el día viendo la tele hasta que se te pongan
los ojos como platos, venga, vete a por el abrigo. Él se
niega a ir al coche, se queda en el recibidor de brazos
cruzados. Ella sale y pone al bebé en el Touran, se planta
en el recibidor delante de su hijo, le coge la mochila, se la
coloca entre los brazos y le hace salir. Cuando vuelve a
entrar Molly está sentada en las escaleras con la mirada en
el suelo, las rodillas muy juntas, parece una niña que se fue
a dormir con algo entre los brazos y al despertar había
desparecido. Eilish le coge el abrigo y la mochila. No has
desayunado, dice, vas a desmayarte de hambre, ¿por qué
no te comes una tostada en el coche? Molly mira más allá
de su madre, hacia la calle, su voz es un suspiro apenas. ¿Y
si vuelven, mamá?, igual vuelven, ¿y si la próxima vez
entran en casa? Lo que hay en los ojos de su hija hace que
Eilish se arrodille a su lado, le agarra la mano a Molly y se
la acaricia con el pulgar. No van a volver, cariño, por qué
iban a volver, ya se han divertido bastante, para ellos no
era más que eso, vieron el nombre de Mark y la dirección
en el periódico y querían asustarnos, seguro que han ido a
otras casas también, hablaré luego con los gardaí y te
contaré cómo va, te prometo que estaremos bien. Mientras
habla, una voz en su interior le dice, no le mientas a la
niña, y aun así cuando se pone en pie está segura de que lo
que ha dicho es verdad, ahora está impaciente, le hace
señas a Molly de que salga, la toma por el brazo. Vamos a
llegar tarde, dice. Molly no quiere sentarse delante, así que
Bailey pasa desde atrás por el hueco entre los asientos y se
sienta de cara a una telaraña de cristal agrietado. Eilish
cierra la puerta del porche y echa la llave, se queda
mirando la casa, Gerry Brennan ha hecho un buen trabajo
con las paredes, y rápido además, ha limpiado las ventanas
con acetona, nadie pensaría al ver la casa que los han
juzgado, que los han señalado en pintura de color rojo
sangre como enemigos del Estado. Cuando ella se monta en
el coche Bailey está agachado subiéndose un calcetín y le
lanza una mirada severa. No se te ocurra acercarte a las
puertas del colegio, le dice a Eilish. Ella arranca el Touran
y se incorpora a la carretera mirando con ferocidad a
través del cristal, afronta las caras boquiabiertas de cada
coche que pasa, el ciclista que la mira fijamente en los
semáforos, los colegiales que escudriñan atónitos y
señalan. Conduce notando la ira en las manos, el coche
avanza entre el tráfico como si lo impulsara el cruel ímpetu
de su sangre. Conduce y disfruta del juicio sumario y la
divulgación de su delito, que nos azoten con las miradas,
piensa, que vean la clase de traidores que somos, la clase
de mundo que han permitido crear. Molly no se quita las
manos de la cara y cuando habla Eilish no la oye. ¿Qué has
dicho, cielo?, pregunta. Bailey mira a su madre furibundo.
Mamá, responde él, dice que no quiere ir a clase, dice que
se quiere morir.

Está intranquila en casa e incómoda en su propio cuerpo,


permanece despierta todas las noches con el oído aguzado
hacia la calle. Un coche que pasa puede ser muchas cosas,
alguien que regresa tarde de juerga o alguien que madruga
para ir al trabajo, se vuelve y encuentra a Molly dormida en
el lado de la cama de Larry y no recuerda que viniera.
Rodea con un brazo a su hija deseando dormirse, deseando
despertar en un mundo distinto. Los gardaí no vinieron a
casa, llamó a comisaría tres veces y luego volvió a llamar y
preguntó por el garda Timmons solo para que le dijeran
que lo habían reasignado. Ahora sabe que hubo otros
ataques, que lo que pasó en su casa pasó por todo el país,
parabrisas de coches destrozados con tubos y bates,
escaparates de comercios hechos añicos y fachadas
dañadas. Corren rumores de que algunos eran miembros
de las fuerzas de seguridad, de que algunos pertenecían a
los gardaí. Qué coincidencia, ¿no?, dice Áine, que todo
ocurriera la misma noche, una especie de telepatía
colectiva, os vemos todas las noches en las noticias, he
empezado a susurrar breves plegarias, no lo puedo evitar,
aunque no tengo ni pizca de religiosa, no puedo dejar de
pensar en Mark. Áine, por favor, no hables de él por
teléfono. Esa sensación ahora de prontitud, de presión que
cede al movimiento, es como si algún dispositivo sensorial
del cuerpo percibiera la fuerza en el aire, se dice que el
calor fluye de caliente a frío, el gas de arriba abajo, que la
energía cede al desorden y que lo que ya no tiene fuerza
suficiente se dispersa. Un coche aminora hasta detenerse
delante de la casa y ella contiene la respiración muy quieta,
una puerta se cierra y se abre, mete la mano debajo de la
cama, agarra el martillo de Larry y lo tiene a su lado
cuando se acerca a la ventana, un vecino que camina de un
taxi a la puerta de su casa busca las llaves en el bolsillo.

Retira la sábana mojada de la cama de Bailey y de


repente está hurgando en el cajón de la mesilla, no sabe
por qué. Un revoltijo de bolígrafos y pegatinas y soldaditos
de juguete en poses diversas de combate, uno lanza una
granada mientras otros disparan con una rodilla en tierra,
antes eran de Mark. Mete la mano hacia el fondo donde
palpa un encendedor, encuentra dos más, los saca y se da
cuenta de que los han cogido de su bolso. Recoge una
sudadera con capucha y se la lleva a la nariz, no huele a
humo de tabaco, quién sabe qué se trae entre manos,
piensa, igual está intentando que tú dejes de fumar. Anda
con él por Connell Road, el aire murmura sobre los árboles,
se fija en el cambio que está sufriendo el porte de su hijo,
el aire audaz y decidido con que camina como si estuviera
probando qué tal le sienta. Toca el mechero en el bolsillo y
quiere hablar mientras ambos levantan la vista hacia un
helicóptero militar que pasa por encima. El gusano se
menea, dice él, ¿te da miedo el gusano? Ella guarda
silencio, lo observa con atención, procura no fruncir el
ceño. ¿El gusano?, dice. Sí, el gusano. ¿De qué hablas?
Hablo del gusano. ¿Qué es el gusano? No lo sé, es difícil de
explicar, pensaba que tú lo sabrías. Tiene el gesto
compungido mientras habla, va pasando los dedos por el
muro cubierto de hiedra. El gusano se menea, repite, cada
vez es más fuerte, el gusano hace lo que quiere. Se han
detenido delante del café Alamode y ella permanece callada
mirando el encaje de cristales agrietados, cuenta tres
golpes de bate o pedradas, han reforzado la cristalera con
cinta adhesiva en forma de equis. Hay un aviso de cierre
obligatorio en la puerta con fecha de la semana siguiente.
Las luces están encendidas pero el establecimiento está
vacío, un hombre que echa café en grano en la máquina se
vuelve hacia ellos con dos expresiones en la cara, la sonrisa
vacilante no oculta su pesar. Ay, Issam, dice ella, qué han
hecho, pensaba que igual habías cerrado. Hablan en voz
queda un momento mientras Bailey escoge un sitio y luego
Eilish se reúne con su hijo junto al ventanal, baja la voz y se
inclina hacia él. Para con la tontería del gusano, dice, no
me gusta. Pero el gusano es un hecho, responde él, le da
igual si a ti te gusta o no. Mira, voy a ser sincera, las cosas
van a ser difíciles durante una temporada, ahora mismo
necesito que me ayudes de verdad. Bailey está haciendo
girar el salero y ella se lo arranca de la mano y lo coloca
delante de ella en la mesa. Sigues mojando la cama, dice.
Me duelen los pies, dice él, quiero unas deportivas nuevas.
Iremos mañana a comprártelas, quiero saber qué podemos
hacer para que dejes de mojar la cama. No mojo la cama.
Bailey, quiero que te tomes esto en serio, ¿quieres dormir
en la cama de Mark a partir de ahora?, puedes hacerlo si te
apetece, siempre habías querido estar junto a la ventana,
ya recuperará su cama cuando vuelva a casa. Ella examina
el rostro despejado e infantil, el simple hecho de su
presencia, lo ve como era de bebé y como podría ser de
anciano, una partícula de luz suspendida en una oscuridad
intemporal parpadea solo un instante, las pecas que forman
una constelación en torno a la nariz, los ojos tan familiares
y aun así desconocidos como si quien mira detrás de ellos
hubiera cambiado, cada día debe de levantarse para
encontrarse una casa sin padre, con el hermano ausente en
la habitación. ¿Y si no vuelve a casa? Quiero que me
escuches, dice ella, tu padre y tu hermano van a volver. ¿Y
si no vuelven? No digas tonterías, ¿adónde crees que va a ir
tu padre, y tu hermano también, cuando todo esto haya
acabado? El gusano hace lo quiere. Te he dicho que ya está
bien con esa tontería del gusano, tienes que creerme
cuando te digo que van a volver, nunca he tenido nada tan
claro en mi vida, pero por ahora tenemos que seguir
adelante con todo como mejor podamos, ¿lo entiendes? Sí,
dice él, pero al gusano no le importa lo que hagamos.
Entonces pelea, responde ella, coge al gusano por el cuello
y retuérceselo. Observa a Issam acercarse con sus zapatos
de suelas blandas y susurrantes. Ella pide huevos y café
mientras que Bailey pide un desayuno bien grande e Issam
lo mira y sonríe. Qué quieres, ¿leche, cola, zumo, agua?
Quiero café. Eilish frunce el ceño desde el otro lado de la
mesa. ¿Café? Sí, ya soy bastante mayor. Bien, dice Issam,
café para el joven.

Recursos Humanos la convoca a una reunión sin aviso


previo un cuarto de hora antes de comer, el mensaje
aparece en la pantalla mientras está hablando por teléfono.
Mira hacia el otro lado de la estancia, la luz está encendida
en la sala de reuniones, las persianas bajadas, Paul Felsner
no está en su despacho. Sin decir una palabra más cuelga
el teléfono, coge la taza y va a la cocina viendo a sus
colegas absortos en las pantallas, piensa en la súbita ronda
de citas, en los acólitos del partido que han metido en la
empresa, en que el régimen ha estrechado el cerco.
Observa cómo la máquina de café escupe líquido en la taza
y luego deja la taza en el fregadero. Les hará esperar unos
minutos más, vuelve a su escritorio, coge el móvil de
contacto del bolso y le envía un mensaje a Mark, ha
intentado llamarlo pero tiene el teléfono apagado, hace tres
días que no le ha contestado un mensaje. Una mano
invisible separa las lamas de la persiana en la sala de
reuniones y el teléfono de su mesa empieza a sonar. Se ve
cogiendo el abrigo y saliendo sin decir palabra, llamando a
un abogado, pero de qué sirve ahora un abogado, se dirige
a la sala de reuniones sintiéndose como una marioneta. Ahí
está Paul Felsner sentado en la sala a la mesa ovalada junto
a una morena sin nombre de Recursos Humanos, ella entra,
acerca una silla y mira fijamente la sonrisa insegura de la
mujer y entonces Paul Felsner dice, gracias, Eilish, por
venir. Ella no le mira los ojos sino que observa la boca
estrecha, los dientes inferiores torcidos, las manos
pequeñas junto al documento que sellará su despido. Por
un instante está a la deriva en su angustia mirando por la
ventana, la luz artificial indirecta donde se funde con la luz
prestada del exterior, una sensación de irrealidad mientras
se mira las manos, está a un tiempo triste y furiosa y le
hace gracia que nueve años de su vida hayan acabado así.
Es entonces cuando mira a la morena de arriba abajo,
sonríe y dice, ¿quieres que te diga cómo empezar? Mira a
los ojos a Paul Felsner y ve en el rostro un abismo.

El espejo refleja la habitación en penumbra. Refleja su


rostro como si estuviera transcurriendo la noche y no la
tarde, las cortinas cerradas, el niño dormido en la cuna,
Bailey gritando en el jardín. Mira el espejo y no se
reconoce, sus manos buscan el pasado en el cajón, la
alianza de oro de su madre, el anillo de compromiso de
diamante de talla oval. Sopesa ambos en la palma de la
mano buscando una imagen detenida en el
desvanecimiento de su memoria, el rostro de Áine lívido
ante ella y luego desaparece como un espectro. El dolor
que sintió después de la muerte de su madre cuando su
hermana no quiso quedarse uno de los anillos. Cierra los
ojos buscando el pasado en movimiento pero el pasado solo
se mueve como una sensación, siente la mirada burlona de
su madre, un comentario que brotó de su boca desabrida, a
tu padre le venía mejor estar casado. Mira los anillos
calculando su valor, pasa la mano por los otros objetos que
hay la cama, el jarrón de vidrio de plomo, la bandeja
ovalada de plata de aniversario que era de su abuela, su
cucharita del bautizo. Cada objeto provoca un instante de
sentimiento y aun así no albergan nada en sí mismos y está
harta de ellos, qué son sino reliquias de familia, objetos de
adorno que viven en cajones oscuros, Molly está plantada
en la puerta. No te enfades, dice, anoche recibí un mensaje
de Mark. La mirada feroz de sus propios ojos en el espejo
cuando Eilish desvía la vista de la puerta. Te he dicho que
no te enfades. Por el amor de Dios, Molly, ¿qué dijo? Lo
envió anoche a la una y diez, dijo que estaba bien, que no
me preocupara, que lo hacía por papá. Eilish mira el rincón
del cuarto como si viera a su hijo en un espacio silencioso,
se vuelve en el momento en que Molly se sienta en la cama
y acaricia el jarrón de vidrio de plomo. ¿Le has dicho a
Bailey lo del trabajo?, pregunta. No estoy segura de que
deba saberlo todavía. ¿Por qué no le pides dinero a Áine?
Ya te lo dije, Molly, todo irá bien. ¿Vamos a comer cordero
por Pascua? Sí, comeremos cordero por Pascua, aunque no
tengo ni idea de por qué seguimos celebrándola. Se mira en
el espejo en la otra punta de la habitación y ve a su madre
sosteniéndole la mirada, este espejo también era suyo,
seguro que Jean también vería a su madre y su madre vería
a la suya antes que ella. El repentino vértigo del tiempo y
sin embargo cuando abre los ojos el espejo sigue
manifestando su verdad de que solo existe este momento
ahora. Se pone el anillo de compromiso de su madre y
descorre las cortinas revelando una tarde más bien gris.
La abogada Anne Devlin camina calle arriba con el aire
de quien está acostumbrada al movimiento constante, las
manos un poco apretadas y la mirada al frente mientras
Eilish espera a que pase delante. Cruza el puente de
O’Connell Street, la mujer esbelta de traje oscuro, rizos de
pelo rojizo recogidos, la sigue a una tienda de ropa y por
una salida a Prince’s Street y luego a una galería
comercial, la sigue hasta Henry Street donde la abogada
espera a que Eilish llegue a su altura. Muchos comercios
están cerrados y aun así la calle sigue bastante concurrida,
la tienda de deportes está abierta, el expositor de helado
italiano ha hecho que se forme una cola. Mi ayudante ha
desaparecido, dice Anne Devlin, se fue a casa el viernes
pasado y no se lo ha visto desde entonces, la OSNG ha
levantado un muro de silencio, vivía solo y tengo que
vérmelas con sus padres, mi marido y mis hijos están
aterrados... Una yonqui en chándal pasa entre ellas
gritando por el móvil, Eilish se fija de súbito en el rostro
descuidado de Anne Devlin, los ojos angustiados que miran
calle abajo están fijos en la Medusa del monumento. Yo
estoy a salvo, creo, porque soy una cara conocida en los
canales de noticias internacionales y escribo en la prensa
internacional, pero algún día no muy lejano vendrán a por
mí, mis colegas del centro me han pedido que me coja una
excedencia, mi marido me ha pedido que lo deje, me dice,
de qué puede servir que desaparezca aparte de para ver
con mis propios ojos adónde han ido a parar mis clientes.
Agarra a Eilish por la muñeca y aprieta. Lo siento, Eilish,
pero no tengo ninguna novedad, seguiré intentándolo, por
supuesto, he hecho indagaciones exhaustivas, tengo
fuentes confidenciales a las que recurrir pero nadie sabe
decirme dónde está Larry, no sé qué decirte, esperemos
que siga detenido, no hay nada que hacer salvo mantener
la esperanza. Le aprieta la muñeca otra vez y se la suelta.
Esa sensación en el interior del cuerpo como si el suelo se
hubiera hundido bajo sus pies, ella observa el incesante
embate de gente que pasea por la calle, pensando, ¿a
cuántas personas han hecho desaparecer? Lo que veo
ahora, Eilish, es un agujero negro que se abre ante
nosotros, hemos rebasado el límite de la huida e incluso
cuando el régimen haya sido derrocado el agujero negro
seguirá creciendo y consumiendo este país durante
décadas. Eilish va hacia su coche oyendo la voz de la mujer,
ve las calles falseadas y se nota sin aliento, asustada y sola,
tiene que pensar un momento dónde ha dejado el coche, lo
ha aparcado en la calle cerca del Centro de Investigaciones
Jurídicas, observando el Touran al acercarse se da cuenta
de que algo va mal, ve los neumáticos rajados, el faro
delantero reventado, el retrovisor lateral en el suelo.

Bailey agarra de un zarpazo el mando a distancia y apaga


la tele, tira el mando a la otra punta de la sala donde rebota
en el apoyabrazos del sofá y va a parar al suelo. Ella ha
intentado sonreír mientras le daba la noticia de que ha
vendido el coche, la sonrisa perdura inerte en su rostro.
¿Cómo se supone que vamos a vivir ahora?, dice él, ¿cómo
vamos a ir a clase? Mira, dice Eilish, el precio de la
gasolina está por las nubes, sencillamente no nos lo
podemos permitir, puedes ir en autobús como todo el
mundo, ya nos las apañaremos. Se vuelve hacia ella con un
gesto salvaje y Eilish mira el rostro fijamente y no lo
reconoce, las manos a los costados como puños, parece
como si quisiera golpearla. Nos has hecho quedar como
idiotas, dice él, ¿qué se supone que voy a decirles a mis
amigos? Molly se levanta de la silla y se planta delante de
su hermano. Cállate la boca, le dice, no es más que un
puñetero coche, nada de todo esto es culpa de mamá, ¿es
que no entiendes lo que está pasando? Eilish busca algo
pero no sabe qué, se levanta como atrapada en una nada
repentina, coge una revista y la deja. ¿Qué has hecho con
mi estilográfica?, dice con la mirada fija en Molly, ¿cuántas
veces te he dicho que no la toques? Un pliegue de dolor da
forma al rostro de Molly. ¿Por qué me hablas así? Levanta
los brazos en el aire y se precipita hacia la puerta, Bailey
sigue ferozmente plantado delante de su madre. Ves, dice,
esta familia es un chiste, y voy a decirte otra cosa porque
puedo, tú también eres un puto chiste, ojalá no fueras mi
madre. Ha huido a la cocina con una sensación de náusea
en el cuerpo, pero él ha seguido el rastro de la sangre. Se
queda delante del fregadero temerosa de la cara
desconocida, los ojos que se le clavan en la espalda,
contempla la lluvia fuera, los árboles que se rinden a la
lluvia y la oscuridad en ciernes. Es entonces cuando se da
cuenta de que el gusano se ha tragado a su hijo, o su hijo se
ha tragado el gusano, ella le sacará el gusano de la boca, se
vuelve para encararse con él. ¿Cómo te atreves a hablarme
así?, dice levantando el mentón para mirarlo desde arriba.
Aquí van a cambiar las cosas, estás ahí gritando y haciendo
aspavientos pero tienes doce años y todavía mojas la cama
y dentro de poco cumplirás los trece, no tienes ni puta idea,
si tuvieras la menor noción de lo que está pasando no
tardarías en morderte la lengua. Por un momento Eilish
tiene al gusano agarrado por el cuello, lo sostiene
retorciéndose delante de Bailey, un fogonazo de miedo le
ilumina los ojos y entonces se desprende la careta siniestra.
Ve ante ella a un niño y siente deseos de abrazarlo pero la
cara de su hijo se endurece con desdén. Ahí lo tienes, dice
Bailey, ya estás otra vez diciendo tonterías. La palma de la
mano de Eilish le ha cruzado la cara antes de que haya
pensado en hacerlo y él la mira pasmado y luego se toca la
mejilla como para comprobar que la bofetada ha sido real.
Esboza una sonrisa falsa y deja que las lágrimas le resbalen
de los ojos y luego los entorna como retándola a que lo
abofetee de nuevo. Se está deshaciendo ante él, lo mira a
los ojos buscando a su hijo sin llegar a verlo, percibe cómo
él rebusca a tientas en una oscuridad interna y se aferra a
algo allí, algún aspecto nuevo y prohibido del niño y el
hombre que salen al encuentro. Es entonces cuando a
Bailey se le demuda el gesto y se echa a llorar como un
niño, menea la cabeza y no quiere dejarse abrazar pero ella
lo coge entre los brazos y no lo suelta, sintiendo dentro la
totalidad de su amor. Cuando se zafa de ella va a la puerta
y sale a la parte de atrás, coge la bici de Mark y cruza la
casa empujándola. ¿Adónde vas con eso?, pregunta ella.
Voy a la calle. No, nada de eso, fíjate qué hora es, casi ha
comenzado el toque de queda. Bailey sigue con la bici hacia
el recibidor hasta que Eilish oye cerrarse la puerta de la
calle.

La cola de la carnicería alicatada de azul sale por la


puerta. Son las cinco y cuarto y espera su turno con Ben
dormido en el carrito, viendo toda clase de tiempo en el
cielo. Mira en dirección este a la nube plomiza que se hace
eco de una sensación dentro de ella, mira por el cristal al
carnicero Paddy Pidgeon y a su hijo Vinny que trabaja sin
dar charla, una larga muñeca blanca alcanza una bandeja
de carne. Está pensando en la gente a la que tiene que
llamar en busca de trabajo, procura no prestar oídos a la
conversación de los clientes en la cola, el hombre que se
golpea la mano con un periódico sensacionalista doblado
mientras habla con una anciana, los ojos saltones y el aire
inquieto, bien podría ser el entrenador de fútbol de Mark.
Se les ha acabado el tiempo a esos cabrones de los
rebeldes, dice, vamos a hacerlos salir de sus escondrijos
como ratas, lo que ocurra ahora será decisivo. Ella se mira
los pies pensando en lo que ha oído en la BBC, cómo la
insurrección continúa creciendo por todo el país, los
rebeldes han logrado establecerse en el sur, la cola avanza
hacia la puerta mientras saca el monedero y cuenta el
dinero. El cansancio por todo el cuerpo, le gustaría
despertar sin soñar, alargar la mano y sacarse de dentro
esa sensación de noche, porque algo de la noche perdura
cada día, un residuo que se acrecienta en la sangre, está
ahí en los hombros, en la espalda y las caderas, un día
despertará de un sueño en el que el cuerpo no haya
dormido en absoluto. Había una mujer detrás de ella en la
cola pero se ha ido cuando Eilish entra por la puerta, un
anciano con mano trémula toquetea un cartón de huevos
mientras Vinny saca una bandeja vacía de la vitrina. Ahora
estoy contigo, Eilish, un momento. Paddy Pidgeon vuelve la
vista por encima del hombro y deja que su mirada pase por
encima de Eilish hacia algo detrás de ella, los recipientes
de plástico de pollo al curry, la cámara abierta, deposita el
cambio encima del mostrador y le dice algo al oído a su
hijo. Ella los ve salir por la cortina de tiras de plástico
dejándola sola en el establecimiento, oye que se pone en
marcha una sierra, se tenderá en el suelo y pedirá que la
sierren en canal, tendrá los tuétanos negros como la brea.
Una mujer mayor entra en la carnicería y Paddy Pidgeon
sale de nuevo y se dirige a ella. Señora Tagan, dice, ¿qué
tal estamos hoy? Eilish lanza una mirada mordaz al
carnicero que observa a la anciana mientras ella señala con
mano enguantada algo bajo el cristal. Él se apoya en la
vitrina y dice, solo tengo lo que tengo, señora Tagan, hay
escasez de existencias en todas partes, aunque igual me
llega algo la semana que viene. Hace girar una bolsa de
salchichas y luego la cierra por el cuello en el dispensador
de cinta adhesiva, pone la bolsa en el mostrador y le da el
cambio a la mujer, Eilish se acerca a la vitrina pero Paddy
Pidgeon se vuelve y se mete en la cámara frigorífica. El
movimiento demorado de las tiras de plástico, el calendario
religioso desvaído que cuelga de un clavo junto al soporte
de la sierra, la hoja que es del mes equivocado, el año
equivocado, intenta recordar lo que estaban haciendo en
esa época pero la memoria le falla, iban en coche a clase y
al trabajo y luego otra vez a casa, un mes indefinido que
dejaba paso a un año indefinido. Está apretando los dedos
contra el reborde dentado de las llaves cuando alza la voz.
No me dejes aquí plantada, Paddy, no tengo todo el día.
Desde la cámara frigorífica llega el ruido de que arrastran
una caja pesada y la hacen caer al suelo. Una mujer
grandota entra sin aliento en la carnicería y se detiene con
manos abultadas mirando a Paddy Pidgeon apartar la
cortina de tiras con un ostentoso ademán del brazo. Su
mirada elude a Eilish para saludar a la otra mujer con una
sonrisa. Mags, dice, estoy a punto de cerrar, venga, rápido,
¿qué quieres que te ponga? Se nota asqueada en lo más
íntimo, observa la cara carnosa y flácida del carnicero, las
manos rojas y bastas, la manera en que permanece ante
ella inexpresivo. Venga ya, Paddy, dice, llevo aquí un buen
rato, ¿no me vas a atender? La mujer se vuelve con un
gesto asustadizo y luego le frunce el ceño al carnicero que
vuelve la espalda y hace girar una bolsa de salchichas.
Salchichas, dice, hoy todo el mundo quiere salchichas.
Coge el cambio y lo pone en el mostrador, ve a la mujer
salir del establecimiento y luego se agacha hacia la vitrina,
saca una bandeja vacía con un suspiro y se la lleva a la
trastienda. Llega de la calle el ruido de los pasos de un niño
a la carrera y resuena contra las baldosas azules, el sonido
se desvanece en la luz amarillenta, el olor de la carnicería
penetra en el cuerpo de Eilish, el tufo a grasa y sangre se
entremezcla con la sangre y la grasa de su propio cuerpo
de manera que la colma la sensación de muerte, una
camioneta de reparto lima se detiene fuera junto al
bordillo.

Observa el cordero, lo baña con el cazo y cierra la puerta


del horno al tiempo que oye que alguien entra en la sala de
estar, mira detrás de Molly y ve a Samantha de pie con las
manos entrelazadas. Mamá, he invitado a Sam a cenar. Ah,
dice ella obligándose a sonreír, Molly le responde con una
mirada desafiante. Cuelga las manoplas del horno y va al
fregadero oyendo a las chicas en el sofá hablar de vete a
saber qué, esa sensación de miedo por su hijo suscitada al
ver a la chica, ese miedo que conoce hasta el último rincón
de su ser. Cierra los ojos y cuando los abre se encuentra
con que la luz vespertina ha amarilleado hasta
transformarse casi en un aroma, ve un mirlo orondo bajo el
árbol, observa al pájaro absoluto en su momento, vivir así,
ir y venir bajo un cielo abierto. Saca la bandeja de patatas
asadas del horno y los llama a cenar, Samantha está
lánguida junto a la puerta, todavía sumisa con las manos y
aun así feliz de estar en su compañía. Examina a la chica
percibiendo aún su propio menosprecio, esa sensación de
que es una intrusa, es entonces cuando busca la mirada de
Samantha y sonríe, le hace un gesto de que se siente, se da
cuenta de que las dos están conmocionadas, están ambas
atrapadas en la misma incógnita, sabe que las dos buscan
lo mismo de su hijo. Bailey mira por la puerta del horno.
Mamá, dice, has dejado la carne demasiado rato, te saldrá
seca. Contempla el rostro de su hijo en busca de Larry, que
ha hablado por la boca del chico. El horno está apagado,
señala ella, ¿por qué no la sacas tú mismo? Bailey deja la
carne en la encimera, luego se aparta y la contempla,
satisfecho consigo mismo. Molly dice, mamá, creía que
habías dicho que no había carne en la carnicería para hacer
un asado. Tuve que ir hasta Kilmainham a comprarla, ahora
hay escasez de todo, ¿sabes? La luz amarilla se torna
dorada y el crepúsculo llega durante la cena y ella ha
olvidado encender la luz de techo, los ve sumirse en
sombras, ve a Molly como si fuera una chica distinta, su
espíritu se ha iluminado junto a Samantha. Bailey toma un
trago de leche y pregunta si ahora el país está en guerra y
Eilish observa el bigote de leche y la interrogación en sus
ojos. En las noticias internacionales lo llaman insurrección,
dice Molly, pero, si quieres llamar a la guerra por su
verdadero nombre, llámala entretenimiento, ahora somos
un espectáculo televisivo para el resto del mundo.
Samantha deja el cuchillo y el tenedor en el plato. Mi padre
lo llama terrorismo, eso dice, esa gente no son más que
terroristas, van a recibir su merecido, se lo grita a la tele.
Eilish desvía la mirada y Molly guarda silencio con la vista
fija en el plato. Este cordero está riquísimo, ¿no os parece?,
dice Eilish, qué pena que Mark no esté. Mueve el cuchillo
por la carne sin cortarla, se levanta y enciende la luz,
Bailey la mira sentarse de nuevo. Entonces, ¿es ahí donde
ha ido Mark?, pregunta, ¿a unirse al ejército rebelde? Una
angustia oscura cruza la cara de Samantha mientras Eilish
finge echar sal, Bailey se limpia la boca con la manga. No
sé de qué hablas, responde Eilish, ya te dije que Mark se ha
ido a estudiar al norte. Entonces, ¿por qué no puedo hablar
con él?, ¿me tomas por estúpido?, ¿por qué siempre estás
diciendo chorradas? Clava el cuchillo en la carne y luego se
la lleva a la boca con el mismo cuchillo. El otro día oí que
ejecutaron a tres desertores en la calle, de un tiro en la
nuca, pum, pum, pum, dice haciendo una pistola con el
dedo. Eilish deja los cubiertos y aparta la silla. No quiero
oír hablar así, dice, Bailey, pon el lavavajillas, Samantha,
¿quieres quedarte a tomar el postre?, podemos ver una
película. Molly y Samantha van dentro y Eilish las sigue,
Molly sube al cuarto de baño, Samantha va mirando una
fotografía tras otra. No quería..., ya sabes, dice, su voz a la
deriva, es que no me llevo muy bien con mi padre, creo que
es un pirado de las conspiraciones. Eilish busca algo que
sigue escondido en el rostro de la chica, los dientes con
aparato, su forma de ser cálida y sin embargo inescrutable.
¿Y tu madre?, pregunta. No sé, dice Samantha, supongo
que se limita a seguirle la corriente, ¿cuánto tiempo lleváis
viviendo en esta casa? A ver, que lo piense, la compramos
justo antes de nacer Mark. Se sostienen la mirada y de
pronto ella lo sabe. Dice, has tenido noticias suyas,
¿verdad?, se te nota en la cara. En un instante alcanza a
ver la pena de la chica, la ve temblar como si viera una
llama viva, la chica se cruza de brazos y mira hacia la
puerta en el momento en que Molly entra en la sala. Esta
mira a su madre y luego mira a Samantha, pone los brazos
en jarras. ¿Qué ocurre?, pregunta. Eilish va a la cocina.
¿Quién quiere postre?, grita, tenemos fruta en almíbar y
helado, Molly, elige tú la película.

Está esperando el tranvía en el dique del canal cuando el


aire empieza a henchirse. Están en el cielo noche y día
como si la ciudad estuviera asediada por una plaga de
insectos, los helicópteros militares excesivos y oscuros,
apenas repara en ellos ya. Un hombre mayor que se
encuentra a su lado hace visera con la mano al tiempo que
levanta la vista. Nunca se sabe si vienen o van, dice. Ella
observa los rostros que esperan y no ve más que una
indiferencia sedada, ojos vidriados delante de los móviles,
dos mujeres han reanudado la conversación mientras una
niña juega a la rayuela en el adoquinado. Ben frunce el
ceño ante el sol y ella baja la capota, responde a la sonrisa
del anciano y al bajar la mirada hacia sus zapatos negros
gastados ve un cordón desatado, suena la campana del
tranvía cuando se acerca a la intersección. El hombre sigue
mirando el cielo y comenta algo con voz dulce, y ella dice,
lo siento, no he oído lo que decía, le señala el zapato, tiene
el cordón desatado. El hombre se inclina hacia ella y señala
el cielo. Cinco son plata, seis oro, siete un secreto nunca
revelado.[1] Ella desvía la vista de la extraña sonrisa del
hombre y mira el canal detrás de ella antes de subir al
tranvía, un cisne se desliza blanquecino a través de los
pliegues de sol.

Cuando Carole Sexton sube las escaleras del viejo café,


Eilish finge no haberla visto. Examina la vidriera de colores
y luego se hace la sorprendida. La mano melancólica que
aparta la silla, la sonrisa dolorida que curva la boca como
la sonrisa pintada de un payaso. Carole deja el bolso en el
suelo y pasea la mirada con cautela por el entresuelo, los
murmullos y las conversaciones absortas, la camarera
pasando entre las mesas, el largo y suave cabello blanco de
una mujer mayor que coge entre el índice y el pulgar migas
de un pastelito deshecho mientras lee un periódico doblado
por la mitad en el regazo. Siempre me ha gustado este
sitio, dice Carole, aunque apenas vengo desde que era
estudiante, no ha cambiado nada, ¿verdad?, una tiene la
sensación de estar protegida en una época que ya no
existe, esas vidrieras de colores, es como si no existiera
nada más fuera de aquí... Eilish observa a una mujer con
vestido rojo en la vidriera y no tiene ni idea de quién se
supone que es, un icono de alguna doncella mítica de
mentira que canta su libertad. Llama a la camarera a la
mesa al tiempo que le pregunta a Carole qué quiere,
pensando que debería haber elegido algún otro sitio donde
verse, el parque Saint Stephen’s Green bajo los árboles
frescos, Carole hace girar la alianza en el dedo. ¿En qué
zona os han puesto, Eilish? Estamos en la Zona D, me
parece todo de lo más arbitrario. Yo estoy en la Zona H, son
como distritos postales, arrondissements, seguro que se
pondrán de moda con el tiempo, intenté cruzar la ciudad
por la autopista para ir a verte pero han colocado vallas de
hormigón en los carriles de la M7, vehículos blindados,
tropas, salta a la vista que ahora están nerviosos, ¿verdad?,
los rebeldes están mucho más cerca de la ciudad, me
hicieron dar la vuelta, me desviaron al carril de salida, fue
muy amable, sé de alguien que me puede conseguir una de
esas cartas de trabajadores esenciales, podré ir donde me
apetezca. Eilish intenta imaginar cómo debía de ser Carole
a los veinte años, con el cuello largo y esbelta, un cisne
superior entre los chicos de su clase, se fija ahora en la
mano inquieta que hurga en la cutícula del pulgar, en la
blusa arrugada y salpicada de manchas, los párpados
enrojecidos e hinchados, los ojos vigilantes sintonizados
con algún mecanismo de pensamiento que la tiene
despierta toda la noche. La mujer ha traído algo consigo,
un miedo ondulante que se transmite de su cuerpo a la
sala. Yo me las he ingeniado para conseguir una carta como
cuidadora principal de mi padre, dice Eilish, pero me llevó
un tiempo, está cada vez peor y no es consciente de su
enfermedad, a veces parece que sospecha que algo va mal
pero no se da cuenta de cómo le funciona la cabeza, así que
dirige esa sospecha hacia el exterior, si él no se equivoca,
entonces es el mundo el que se equivoca, siempre hay otro
al que echarle la culpa. Carole levanta la vista cuando la
camarera se les acerca con una bandeja y deja las bebidas
en la mesa, luego sonríe y se va rápidamente. Tienes
aspecto de llevar una semana sin dormir, dice Eilish,
¿duermes algo? Dormir, dice Carole, su voz distante,
alejada en el tiempo, mira a Eilish desde el otro lado de la
mesa sin verla. No duermo mucho, para nada, dice, sueño
todas las noches con dormir sin sobresaltos pero ahora eso
es imposible, me llevó un tiempo entender que ya estaba
dormida en cierta manera, ya sabes, que estaba dormida
todo el rato que creía estar despierta, intentando entender
el problema que tenía delante como si se tratara de una
gran oscuridad, este silencio que consume hasta el último
momento de mi vida, pensaba que iba a volverme loca
indagando en ello pero entonces desperté y empecé a ver lo
que nos están haciendo, la genialidad de la puesta en
escena, te quitan algo y lo cambian por silencio y te
enfrentas a ese silencio todos y cada uno de los instantes
que estás despierta y no puedes vivir, dejas de ser tú misma
y te conviertes en una cosa ante ese silencio, una cosa que
espera que el silencio acabe, una cosa de rodillas que
suplica y le susurra toda la noche y todo el día, una cosa
que espera que lo que le fue arrebatado se le devuelva y
solo entonces podrás retomar tu vida, pero el silencio no
termina, ¿sabes?, dejan abierta la posibilidad de que lo que
quieres te sea devuelto algún día, así que sigues sometida,
paralizada, obtusa como un cuchillo viejo, y el silencio no
acaba porque el silencio es la fuente de su poder, ese es su
significado secreto. Eilish cruza los brazos y se recuesta en
la silla, observa a Carole meter la mano en el bolso, deja
una carpeta en la mesa. Ahora está claro que nos han
mentido desde el primer momento, dice Carole, que el
silencio es permanente, que nuestros maridos no
regresarán, no nos los devolverán porque no nos los
pueden devolver, eso lo sabe todo el mundo, hasta los
perros de la calle lo saben, así que voy a tomar cartas en el
asunto... Abre la carpeta en la que hay un montón de
fotocopias, una imagen en color de Jim Sexton con las
palabras SECUESTRADO Y ASESINADO POR EL ESTADO, la letra
pequeña debajo de la foto detalla los pormenores del caso.
Eilish ha acercado la silla enseguida y cierra la carpeta
contra la mano de Carole. ¿Has perdido la cabeza?, dice.
Sin pensarlo está mirando por el establecimiento, la
camarera coloca tazas y platillos en una bandeja inclinada
sobre una mesa, la señora mayor dobla el periódico. Tienes
que olvidarte de esto, Carole, vas a conseguir que te
detengan, vas a conseguir que me detengan a mí también,
yo tengo que pensar en los niños... Carole se lleva la taza a
los labios sin bajar la vista, con aspecto de conocer un
secreto que contradice los hechos. Sé que lo sabes, Eilish,
no tiene sentido seguir ocultándolo, todos lo sabemos, no
están en el Curragh, lo dijeron los rebeldes cuando lo
tomaron, nunca estuvieron allí para empezar, conque
¿dónde crees tú que están? Eilish no tiene dónde mirar, así
que cierra los ojos, el corazón le late de forma extraña. No
es lo que ve en la oscuridad de sus ojos sino lo que siente,
la sombra de algo colosal a punto de estrellarse contra ella,
el terror de verse obligada a sumirse en la oscuridad, cada
vez más profundamente, abre los ojos mirando hacia arriba
en busca de aire, mira hacia las escaleras y luego a Carole
invocando su ira. Es entonces cuando el día se manifiesta
con una súbita claridad a través de la vidriera, cae sobre
Carole con un color floreado como si estuviera iluminada
desde dentro, su rostro radiante por efecto del recuerdo de
querer a su marido. Mira, Carole, ya he oído suficiente, no
pienso hacer caso de rumores que se oyen por la calle,
hacen más mal que bien, nadie sabe nada, hay una
ausencia total de hechos, has dejado de creer, eso es todo,
pero tienes que seguir creyendo, no puede haber
desesperación donde hay duda y donde hay duda hay
esperanza. Su mano busca la manga del abrigo pero la
manga está del revés y se acuerda de Larry en la puerta,
mira de nuevo hacia las escaleras presa del pánico, coge el
abrigo y abre el bolso, deja un billete en la mesa. Toma,
dice, debería llegar para las dos. Una mano con las uñas
mordisqueadas se alarga sobre la mesa y aparta el billete.
Bueno, dice Carole, ¿cómo le va a tu hijo mayor, estás
orgullosa de él? Eilish deja de abrocharse el abrigo, ve en
el rostro de Carole una sonrisa indefinible. ¿Qué le dijiste a
mi hijo?, pregunta, ¿qué le dijiste? Los ojos iluminados por
un conocimiento oculto, la larga mano que aletea abstraída
en el aire en dirección a Eilish con desdén. Tu hijo va a
hacer que te sientas orgullosa, dice, no lograrán detener a
los rebeldes, ellos expulsarán a los asesinos y pondrán fin a
este horror, la sangre de este país se limpiará de una vez
por todas, acuérdate bien de lo que te digo, va a ser una
guerra maravillosa.
6

Pone una bolsa de basura encima de la tapa del cubo y


mira hacia un lado y otro de la calle, hace tres semanas que
no recogen los cubos negros, una gaviota come de una
bolsa negra que han dejado apoyada contra la pared, algún
animal la ha abierto por el lateral a mordiscos, quizá un
zorro durante la noche, el contenido está desparramado
por la acera. Ahuyenta al ave y da palmadas mientras la
gaviota la observa con mirada pétrea y abre el pico dejando
a la vista un gaznate oscuro y tragón. Subirá a prepararle
un baño a Molly, calienta una taza de leche y busca en el
armario cacao mientras escucha las noticias extranjeras,
los rebeldes han hecho que las Fuerzas Armadas se batan
en retirada, los combates no tardarán en llegar a Dublín.
Se queda en el umbral del dormitorio contemplando a
Molly apoyada en una almohada con las rodillas pegadas al
pecho mirando el móvil. Es como si se hubiera vuelto ajena
a ellos, casi extranjera, como otra niña en otra casa, ya
apenas pronuncia palabra. Eilish deja el cacao en la
cómoda y coge un viejo osito de peluche, ve que no tiene
ojos, que han sido sustituidos por botones, no recuerda
haberlos cosido. Tómate el cacao mientras está caliente,
dice, voy a prepararte un baño. Molly levanta la cara de la
pantalla y observa a su madre con mirada de agua clara.
Mamá, dice, quiero que me escuches, tenemos que irnos
antes de que sea demasiado tarde. Eilish se mira el pie
derecho y lo saca del zapato, el peso del cuerpo sostenido
por las piernas, el peso del mundo sostenido por la bola de
cada pie, los absorbentes huesos metatarsianos, los
blandos dedos de los pies golpeados todo el día, quiere que
Larry le masajee los pies y luego se dará un baño ella. Y tu
abuelo, ¿qué?, dice, ¿quién va a ocuparse de él?, está cada
vez peor, y ¿qué hará tu padre si lo excarcelan sin aviso
previo?, no lo has pensado a fondo. Molly coge el cacao,
rodea la taza con ambas manos y toma un sorbo cerrando
los ojos. Hay gente del instituto que se ha ido a Australia,
Canadá, otros se han ido a Inglaterra... Y adónde iríamos
nosotros, no tenemos adónde ir, cuesta mucho dinero ir a
algún otro sitio. Podemos ir con Áine y esperar a que dejen
en libertad a papá, podrías pedir un visado de
investigadora. Molly, el Gobierno no le concederá el
pasaporte a Ben, tampoco le renovaron el pasaporte a
Mark, ya lo sabes. Se encuentra en el cuarto de baño
poniendo el tapón en la bañera, abre el agua caliente, la
toca con el dedo y le resulta agradable el escozor que le
produce, se vuelve hacia Molly de brazos cruzados, se pone
a alisar el edredón. Mira, dice, yo hace mucho que no
ejerzo de investigadora, y de todos modos esto no va a
seguir así mucho tiempo, no vivimos en un rincón olvidado
del mundo, ¿sabes?, la comunidad internacional negociará
una solución, ahora mismo están en conversaciones en
Londres, las cosas funcionan así, primero hay advertencias
severas y luego hay sanciones y cuando las sanciones no
dan resultado sientan a todo el mundo a la mesa,
negociarán un alto el fuego cualquier día de estos. Algo del
aspecto de Molly se introduce con toda libertad en los
pensamientos de su madre, va sin rumbo fijo, está cribando
la verdad de la mentira, Eilish se ve obligada a desviar la
mirada. Mamá, ¿qué le pasará a Mark? Eilish se está
volviendo hacia la puerta y se detiene. ¿Mark?, dice, no lo
sé, cómo voy a contestar a eso, estará bien, sencillamente
lo sé, mañana tengo que ir con tu abuelo a que le hagan un
escáner, va a llevarme una eternidad sacarlo de casa, ya
sabes cómo es. Mamá, probé a llamarlo al móvil, al de
Mark, el número está fuera de servicio. A Eilish le ha
resbalado algo por la boca, deambula por el cuarto
agachándose para recoger prendas del suelo, está en el
cuarto de baño con la mirada fija en el agua humeante, lo
que asciende y se disipa, lo que se expresa instante a
instante y sin embargo no se puede conocer, esa sensación
siempre de posibilidad que deja paso a la esperanza.
Quiere entrar en el dormitorio, cogerle las manos a Molly y
decirle que todo irá bien, se queda delante del cesto de
mimbre y deja dentro la ropa y se siente caer de sus
propios brazos, esa sensación de que todos están cayendo
hacia algo que no se puede definir con nada que haya
conocido en su vida.

Conoce la sala detrás de la puerta, los movimientos


eficientes y como de pájaro del especialista, su padre
sentado junto a ella se alisa las arrugas de los pantalones.
Siente deseos de pasar los nudillos por la mejilla de
incipiente barba blanca, de cogerle la mano, pero no lo
hace, él ya ha dicho dos veces que preferiría estar en casa.
Eilish lee el texto que discurre por la parte inferior de la
pantalla en la que están puestas las noticias nacionales, los
titulares hablan de cosas corrientes, un mundo propio del
pasado o de un presente ubicado en un extraño paralelo, en
un mundo anuncian nuevos nombramientos y recortes
presupuestarios, en otro corren rumores de una masacre
cometida por las fuerzas del Gobierno, civiles detenidos y
ejecutados, la recepcionista detrás del cristal toma té a
sorbos de un vaso para llevar. Papá, dice, quiero que
vengas a vivir con nosotros hasta que todo esto haya
acabado, no quiero que estés solo, a los chicos también les
vendrá bien. Estoy perfectamente feliz donde estoy, dice él,
vivo solo desde que murió tu madre, antes de que me dé
cuenta tú y tu hermana habréis vendido la casa sin decirme
nada, ya sé cómo os las gastáis vosotras dos. Papá, de qué
hablas, quién va a comprar una casa ahora mismo con
tanta gente como está yéndose del país, puedes traer al
perro, podemos poner una caseta en el patio de atrás... Te
lo acabo de decir, me las apaño bien, tengo provisiones, si
necesito cualquier cosa me puedo pasar por donde la
señora Doyle cuando voy a pasear a Spencer. Papá, la
tienda de la señora Doyle cerró hace por lo menos veinte
años. Se levanta de la silla y se queda mirándolo. Necesito
un café, dice, he visto una máquina de bebidas en un
pasillo por ahí, ¿quieres un té? ¿A qué hora volveremos?,
dice él, te dije que no me gusta ir en autobús. Ella
contempla el cuadro detrás de la cabeza de Simon mientras
este la mira desdeñoso, el repentino florecer de unas
peonías. Papá, te he preguntado si quieres un té. Simon
niega con la cabeza mientras ella se agacha sobre el niño
dormido en el carrito y lleva el dorso de la mano a la mejilla
roja e hinchada, la mandíbula hundida bajo el labio
superior. Vuelvo en un momento, dice, cógele la mano si se
despierta. La puerta roja se cierra con un suspiro a su
espalda cuando enfila el largo pasillo, la máquina de
bebidas no está donde pensaba, pasa por el mostrador de
seguridad y pide indicaciones, se había equivocado por
completo, la máquina está cerca de la entrada del hospital.
Está delante de la máquina buscando monedas cuando
empieza a sonarle el móvil. Sí, dice, soy la señora Stack, la
voz femenina se presenta como alguien del colegio de
Bailey, no se queda con el nombre, una secretaria sin duda.
Señora Stack, su hijo ha faltado a clase de forma
intermitente estas dos últimas semanas, le pusimos una
carta en la mochila para que la firmara usted y la ha
devuelto con lo que parece una firma falsificada. Un
hombre detrás de ella empieza a resoplar, se vuelve y se
disculpa moviendo mudamente los labios a la vez que se
aparta de la máquina. Lo siento, dice, es la primera noticia
que tengo, antes lo llevaba yo pero de un tiempo a esta
parte va en autobús, esta noche averiguaré qué ocurre.
Señora Stack, la semana pasada hubo un incidente en el
colegio en el que estuvo implicado su hijo. Un incidente,
qué incidente, llámeme Eilish, por favor. Pasó en el aula, su
hijo incurrió en una clara infracción de la política de
lingüística y acoso. Lamento mucho oírlo, ¿qué hizo? Su
hijo dirigió inapropiadamente una risa y... Lo siento, no
entiendo qué quiere decir eso. Quiere decir, señora Stack,
que Bailey se estaba burlando de la profesora, molestaba
en clase, ese tipo de comportamiento va en contra de los
estatutos del centro. Sí, claro, lo entiendo, aunque me
parece raro, Bailey le tiene mucho cariño a la señora Egan,
y ella no me parece de las que aguantan tonterías. La
señora Egan ya no da clases en el colegio, señora Stack, se
le impuso una excedencia indefinida en marzo, por el
momento me encargo yo de todas las tareas de dirección.
Eilish guarda silencio un momento imaginando a la señora
Egan escoltada fuera del aula, intenta hacerse una imagen
de quien habla por teléfono, percibe un contorno impreciso
de la mujer, una boca más bien pequeña y un rostro en
tensión. Lo siento, dice, no sabía lo de la señora Egan,
Bailey no me lo contó, por cierto, no me he quedado con su
nombre cuando se ha presentado al principio de la llamada.
Señora Stack, me llamo Ruth Nolan... Llámeme Eilish, haga
el favor, entonces ¿quién es el profesor de Bailey ahora? Yo
me ocupo de la clase de la señora Egan. Ah, entonces es
usted la profesora de la que se rio. Por desgracia, sí. ¿Y por
qué se rio de usted? Quiero que entienda, señora Stack,
que su burla fue inapropiada y va... Sí, sí, lo sé, pero tengo
que preguntárselo, señorita Nolan, ¿llevaba mucho tiempo
dando clases antes de que el partido la pusiera a cargo del
centro? No sé qué tiene que ver eso. Si mi hijo se estaba
riendo a carcajadas, seguro que vio algo de lo que reírse,
como si eso fuera un crimen, por el amor de Dios, cuando
vuelva a casa hablaré con él de las faltas de asistencia,
pero ahora, si no le importa, tengo que colgar. Le tiembla la
mano cuando mete las monedas en la máquina de bebidas,
se cruza de brazos y observa cómo la máquina expulsa el
café entre gruñidos, vuelve a pagar y escoge té para su
padre, él ha dicho que no quería té, se lo tomará de todas
maneras. Ve la cara de su hijo ante sí mientras va por el
pasillo muerta de ganas de fumar, ha girado por donde no
era, el cartel de la unidad de memoria está en dirección
contraria. Cuando abre la puerta roja con el hombro ve a
Ben solo en el carrito, Simon no está en la sala de espera.
Llama al cristal de la recepción y pregunta si han hecho
pasar a la consulta a su padre, ¿o quizá ha ido al servicio?,
dice. Deja las bebidas calientes en la silla, quita el freno del
carrito y sale de espaldas por la puerta. Se asoma al
servicio de caballeros y lo llama, habla con un vigilante de
seguridad en la entrada del hospital, el hombre se
comunica por radio, llega otro guardia de seguridad y pide
una descripción de su padre, mientras habla está
excusando a Simon, miren, seguramente ha ido a dar una
vuelta y se ha perdido, es posible que encuentre el camino
de regreso. Cuando lo localiza está en la cafetería sentado
bajo la televisión y delante de un sándwich. Coge una
jarrita de acero inoxidable y se sirve leche. Toma asiento
delante de su padre, pone las manos encima de la mesa y lo
mira a los ojos mientras él se echa hacia atrás y la observa
perplejo. Así que has decidido comer algo, dice ella. Estoy
comiendo algo rápido mientras el especialista ve a tu
madre, dice, deberías pedirte un sándwich mientras
esperamos. Ahora Simon sonríe y por un momento ella es
una niña viéndolo comer, la lengua rosa que atrapa con
torpeza una gamba a la fuga, una mancha de mayonesa en
la comisura de la boca. Está buscando una servilleta de
papel cuando ella se la tiende y él se limpia la boca y luego
alarga la mano y le toca la mejilla. No te preocupes, dice él,
todo va a ir bien. Ella contempla su cara procurando
corresponder a la sonrisa, observa sus manos, igual que
arena la piel arrugada como si la marea le hubiera pasado
por encima de los nudillos.
Se anuncia otro decreto en las noticias, escuchar o leer
cualquier medio de comunicación extranjero está
prohibido, se bloquearán los canales de noticias del
exterior y el apagón de internet empieza hoy. Es ridículo,
dice Bailey, ¿cómo pueden apagarlo así sin más? No sé,
cariño, pueden hacer lo que les dé la gana, quieren
controlar el flujo de información, no quieren que sepamos
lo que está pasando. Entonces, ¿qué voy a hacer ahora?,
¿cómo se supone que voy a vivir? Tienes que prepararte
para ir a clase, voy a ir contigo en autobús, tu jersey está
en la silla, es posible que internet no vuelva en un tiempo.
Bailey está apoyado en el frigorífico. No hay leche para los
cereales, dice, ¿también la han prohibido? Ayer había leche
de sobra, eres tú el que se la toma a todas horas. Por la
noche Eilish saca la escalera de tijera y mira a ciegas el
ático, sube a pulso, el estrecho haz de la linterna busca una
luz de techo, al parecer no la hay. Ya hablará de esto con
Larry, que es quien se encarga de subir y bajar cosas, el
ático es cosa tuya, no puedes esperar que suba aquí solo
con una linterna cuando no estás tú. La linterna muestra
donde Mark dejó el árbol de Navidad y las cajas de
adornos. Vaya lío ha montado entre las bolsas de ropa vieja,
las cajas de juguetes, las maletas llenas de trastos sueltos y
las cosas que a ella le daba miedo tirar. Coge una maleta
vieja y abre el cierre cayendo en la cuenta de que no quiere
ver lo que hay dentro, al mirar se encuentra con lo que no
quiere ver y la cierra, se queda inmóvil en el olor
suspendido a polvo. Esa sensación de que el ático no forma
parte de la casa sino que existe por derecho propio, una
antesala de sombra y desorden como si ese lugar fuera la
casa de los recuerdos, ve ante sí los restos de sus yoes más
jóvenes, el yo doblado, guardado en cajas, embolsado y
desechado, perdido entre el desbarajuste de otros yoes
desaparecidos y olvidados, el polvo posándose sobre los
años de sus vidas, los años de sus vidas convirtiéndose
lentamente en polvo, qué quedará y qué poco se puede
saber sobre quiénes fuimos, en un abrir y cerrar de ojos
todos habremos desaparecido. Es entonces cuando le
sobreviene la sensación de que Larry está a su lado, se
vuelve a mirar y se encuentra su tristeza, aprieta las manos
y las agita, se dice una y otra vez que lo que dijo Carole no
puede ser cierto, ya nadie sabe qué es cierto, se dice que lo
que siente no es tristeza, tiene que ser otra cosa, el
sentimiento de agravio es tristeza revestida de esperanza.
Tiene que escapar trampilla abajo hacia la luz del día, abre
la maleta y saca lo que había visto, una pulsera de cuero de
Larry. Permanece muy quieta tocando el brazalete con las
yemas de los dedos, buscando quiénes eran, Molly la llama
desde el pie de la escalera y recuerda a qué había subido,
la radio portátil está en una bolsa de plástico vieja, se la
pasa por la trampilla. Lleva la radio a la mesa de la cocina y
la limpia con un trapo, Molly observa a su espalda. ¿Qué
haces con eso?, pregunta. Quiero oír las noticias, las
noticias de verdad del servicio extranjero, no las mentiras
que nos cuentan aquí. No, no con la radio, con eso que
tienes en la muñeca. Ah, era de tu padre. Se toca la pulsera
y saca la antena en toda su longitud y enciende la radio, le
cuesta creer que las pilas sigan funcionando, la habitación
se llena de un cálido ruido estático mientras manipula el
dial de frecuencia de onda larga, un extraño silbido
eléctrico se transforma en un susurro que le recuerda a su
infancia, a ciudades lejanas que resuenan de noche en
lengua extranjera. Molly pasa el dedo por el borde de
cromo de la radio. Supongo que ahora retrocedemos en el
tiempo, dice, dentro de poco todos iremos en bici,
lavaremos la ropa a mano y hablaremos de yantar en vez de
comer, ya no sabremos quiénes somos, no me concibo como
persona sin internet. Hay una luz en los ojos de Molly, un
destello de felicidad escondido en su corazón. Eilish se
quita la pulsera de cuero de la muñeca y se la tiende.
Seguro que él quiere que la tengas tú, dice, pero no se lo
digas a tu hermano, dónde está, por cierto, casi es la hora
del toque de queda, sabe perfectamente que está castigado.
No lo sé, ha salido en cuanto has subido al ático, le he
dicho que no se fuera pero me ha advertido que no te dijera
nada. Se encuentra mirando por la ventana delantera,
prueba a llamar otra vez a Bailey pero no contesta. A las
siete sale a la calle y ve pasar una camioneta blanca,
espera un momento mirando la carretera y luego se pone el
abrigo y avisa a Molly. Volveré en unos minutos, llámame si
regresa en mi ausencia. Sale con las manos tensas y el oído
atento a si se acerca algún coche, las carreteras silenciadas
como si hubieran pulsado un interruptor, susurra para sus
adentros las palabras que dirá en caso de que le dé el alto
una patrulla, lo siento pero mi hijo pequeño no ha vuelto a
casa a tiempo, no tiene más que doce años, solo estoy
echando un vistazo alrededor de la manzana. Bailey no está
en ninguno de los sitios habituales, el muro de la esquina,
los columpios cerca del colegio, está volviendo a casa
cuando lo ve dando puntapiés a un balón contra el bordillo,
está hablando con un chico que ella no conoce, se despide
con la mano, luego hace un regate con el balón y levanta la
vista distraído delante de ella. Eilish no puede expresar su
miedo, ese miedo que se ennegrece como la tinta y deforma
la boca en un gesto de ira al ver el semblante desabrido
ante sí. ¿Qué pasa si llego tarde?, dice él, ya estoy en casa,
¿no?, no seas tan pelma.

La cola delante del supermercado da la vuelta a la


esquina hasta el contenedor de vidrio, dos soldados hacen
pasar a la gente en grupos de tres o cuatro, la cola avanza
un poco y luego se detiene. Deja el cochecito y coge un
carro, intenta poner a Ben en el asiento pero el niño se
retuerce y suelta patadas como si acabara de sacarlo
asalvajado de una madriguera, grita tanto que le deja ir de
pie dentro. Una mujer que empuja un carro a su lado
saluda a Ben con una sonrisa. Este te compra y te vende en
un instante, bromea. Eilish le devuelve la sonrisa sin verle
la cara, mira con el ceño fruncido a su hijo que brinca
arriba y abajo encantado. Tendría que haber hecho una
lista de la compra, la gente compra presa del pánico pero
ella no es capaz de pensar qué es lo que más falta le hace,
todo el mundo quiere las mismas cosas, pan y pasta y arroz,
el agua embotellada se ha acabado. Se para en la sección
de conservas y ve que no hay muchas existencias, le habla
a Ben que ahora va sentado jugando con lo que hay en el
carro. Necesitamos leche en polvo para ti y leche
condensada para los demás por si se acaba la leche normal,
nunca se sabe cuándo va a ocurrir, seguramente da igual,
te abasteces de una cosa y siempre es otra la que se agota.
Está delante del mostrador de la charcutería cuando ve a
un hombre con camisa y corbata que avanza de lado por un
pasillo hojeando un sujetapapeles. Perdone, dice, ¿es usted
el encargado? Lo sigue hasta la puerta de una oficina
pintada del mismo color hueso que la pared, no se habría
fijado en la puerta de no ser porque él la ha abierto y ha
entrado. Sale de nuevo poniendo una hoja de papel en el
sujetapapeles. Bien, dice, o sea que quiere solicitar un
puesto en el supermercado, ¿ha traído un currículo? No,
dice ella, acabo de ver el anuncio en el tablón de fuera,
ahora mismo me vendría bien un empleo a media jornada,
aunque nunca he trabajado en un establecimiento de venta
de alimentos. Vale, dice el hombre, permítame tomarle los
datos y ya nos pondremos en contacto con usted, en cuanto
consiga que escriba este puñetero boli, ¿de qué trabajaba
usted? Aguarda un momento mientras una voz desanimada
llama por megafonía a un cajero, vuelve a sonar la música
que no es música en absoluto sino un agradable sonido
nebuloso. He tenido trabajo a tiempo completo durante casi
veinte años, dice, hasta ahora era directiva de una
compañía biotecnológica, de formación soy bióloga
molecular y tengo un doctorado en biología celular y
molecular, pero no hay mucho trabajo tal como están las
cosas ahora mismo. El hombre ha dejado de rayar con el
bolígrafo y le lanza una mirada que la hace sentir tonta,
tiene la sensación de ir demasiado elegante. El encargado
vuelve la vista hacia Ben, que dobla las rodillas arriba y
abajo en el carro, se pasa los dedos por un bigote a medio
crecer e intenta sonreír pero se da por vencido. Bien,
bueno, dice, voy a apuntar el nombre y el número de
teléfono, solo es un trabajo a media jornada reponiendo las
estanterías por las tardes, ha venido más gente a solicitar
el puesto, bastante, la verdad, pero nos pondremos en
contacto de todos modos. Ella no recordará su cara, ya
forma parte de las caras insulsas y apenadas que han
desviado la mirada, se da cuenta de que esa cara ya ha
recibido órdenes, de que todas las caras han recibido
órdenes, esa cara que habla de toda la creación, la terrible
energía de las estrellas, el universo reducido a polvo y
reconstruido una y otra vez en una creación desquiciada.
Coge a su hijo y lo coloca en el asiento del carro y le
importan un cuerno sus gritos mientras llena el carro y
luego se pone a la larga cola de la caja, mira el contenido
del carro, comida enlatada para dos meses, leche en polvo,
papel higiénico y detergente, entonces le sorprende la
sensación de que lo que está ocurriendo es inverosímil,
tiene ganas de reír a carcajadas, se fija en la nuca velluda y
húmeda del hombre más bien gordo delante de ella que da
empujoncitos a un carro lleno de cerveza y papel higiénico,
observa a la gente haciendo cola alrededor y desprecia lo
que ve, la humanidad común y corriente, qué son todos
sino animales sometidos a la dócil servidumbre de las
necesidades del cuerpo, la tribu y el Estado. Cuando sale a
la calle entre los soldados Ben está chupando un palito con
sabor a queso, le da miedo sacarlo del asiento y meterlo en
el coche, no recuerda dónde ha aparcado el Touran. Va
hasta la otra punta del aparcamiento y luego da media
vuelta y ve el cochecito en la zona de los carros. Qué idiota,
dice, ¿en qué estabas pensando?, ¿cómo vas a llevar todo
esto a casa? Se queda un momento mirando la compra y
luego pliega el cochecito y lo mete en el carro y se dirige
hacia la salida, enfila la acera que bordea la carretera
principal, recuerda qué ha olvidado comprar, lavavajillas,
golosinas para los chicos, las galletas saladas que le gustan
a Simon, las ruedas del carro se traban en la acera y
entonces una de las ruedas empieza a atascarse. Le da una
patada a la rueda y mira el reloj, luego echa a andar hacia
casa, las sombras comienzan a definir los márgenes de la
tarde.

La despierta el ruido de la guerra que ha llegado como un


dios de visita, una furia martilleante que le provoca un
martilleo en el corazón, no encuentra el interruptor de la
luz, su mano va palpando a ciegas hasta que lo encuentra
colgando detrás de la mesilla de noche. No hay nada que
ver fuera salvo una gaviota solitaria perlada de luz azul
encima de una chimenea, una gasa de llovizna. Todos los
perros de la zona aúllan al ruido mientras ella cierra la
ventana mirando a Ben, la sonrisa pícara en la cara
dormida, los puñitos rendidos por encima de la cabeza. No
encuentra la bata y descuelga la de Larry de detrás de la
puerta, se le queda la mano atascada en la manga y no
puede sacarla. Cruza la casa intentando ver el futuro, el
mundo se ramifica hacia la imposibilidad, lo temido es
visible a la luz cada vez más intensa que entra por la
ventana de la cocina, dos columnas de humo oscuro a la
deriva sobre las zonas residenciales del sur, un helicóptero
de combate cerca, no sabría decir a qué distancia, quizá
tres o cuatro kilómetros. Enciende la radio a la espera de
las noticias y sale al tendedero, ve los árboles bajo la luz
rosácea y se pregunta qué pueden saber, igual es verdad lo
que dicen, que los árboles perciben el aire y expresan su
terror a través de la tierra, hacen saber a otros árboles que
hay un peligro, eso que resuena en el cielo como un fuego
arrasador que mastica madera. Deja la ropa en el cesto y se
mira las manos y no sabe por qué sigue tan tranquila, se ha
abierto otra puerta, ahora lo ve, es como si contemplara
algo que ha estado esperando toda la vida, un atavismo
reavivado en la sangre, pensando, cuántas personas a lo
largo de cuántas vidas han contemplado la llegada de la
guerra hasta su casa, mirando y esperando a que los
alcance el destino, abandonándose a una negociación
muda, susurrando y luego suplicando, la mente se anticipa
a todos los desenlaces salvo al espectro al que no se puede
mirar directamente. La electricidad tartamudea, se atenúan
las luces y una náusea le cruza el vientre en forma de
aleteo. El gusano se menea, dice Bailey, y ella le mira la
cara pensando que es demasiado alto para su edad, en las
últimas semanas ha dado el estirón y está más alto que
Molly, empieza a asomarle una sombra encima del labio.
Molly tiene la mirada fija en ella, están esperando a que
anuncie algo, ella no sabe qué decir. Tenemos que estar
preparados por si se va la luz, dice, vosotros tenéis que
desayunar y prepararos para ir a clase. ¿A clase?, dice
Bailey, voy a desayunar pero no pienso ir a clase, de todos
modos, es imposible que las escuelas estén abiertas con
todo lo que está pasando, sencillamente no entiendo qué
sentido tiene. Deja una caja de cereales en la mesa y pone
las noticias de la televisión estatal. El Gobierno ha
anunciado una serie de nuevos decretos, todas las escuelas
e institutos de secundaria se cierran con efecto inmediato,
se ordena a los ciudadanos que no salgan de casa excepto
para comprar comida o medicamentos o atender a ancianos
o enfermos. Cuando se da la vuelta, Bailey está detrás con
los brazos en jarras. ¿Ves?, dice, ya te he dicho que los
colegios estarían cerrados. Bórrate esa sonrisa de la cara,
dice Eilish, quiero que vayas por la casa y busques todas
las pilas que tenemos, junta las velas. Ella tiene recados
que hacer, necesita tabaco y alcohol, tiene que arreglar los
tacones de las botas, enviar por correo unos formularios
médicos de su padre. Llama a Simon y le contesta al cuarto
intento. El perro se ha puesto como loco, dice, cree que es
Halloween ahí fuera. Papá, dice ella, ¿has visto las
noticias?, ¿va todo bien? Le está gritando otra vez al perro.
Perdona, dice, no he oído lo que has dicho. Da igual,
responde Eilish, el humo oscuro se ve desde aquí. Llama
alguien a la puerta, dice él, espera un momento... Ella oye
el chasquido del teléfono apoyado en la consola, cómo se
abre y se cierra la puerta de la calle, Simon gritándole otra
vez al perro. No era nadie, dice él, algún puñetero
gamberro. Papá, quiero que permanezcas en casa, no
saques a pasear a Spencer, por favor, ¿me oyes? La línea
queda en silencio y oye al perro gruñir como si le hubieran
autorizado a hablar en nombre de su padre. Necesito
mantillo para el jardín, dice Simon, ¿podemos ir esta
semana en el coche? Cuando cuelga no se mueve sino que
se queda mirando la base del pulgar donde se ha dejado
marcada una serie de lunas erráticas con la uña. Sube, se
pone vaqueros y un jersey negro y lleva al niño abajo y lo
coloca en la trona. Voy a salir un momento a la tienda de la
esquina en cuanto haya dado de comer a Ben, dice, tengo
que sacar dinero del cajero, necesitamos más cosas. Molly
se muestra horrorizada. ¿Qué pasa?, pregunta Eilish. Deja
a Ben aquí, dice, no hace falta que lo lleves. Ya te lo he
dicho, cariño, es seguro salir, de todos modos, solo voy a la
vuelta de la esquina. Ve a Bailey ir al frigorífico y echar un
vistazo dentro. No olvides comprar leche, dice, casi se ha
vuelto a acabar.

Camina escuchando el cielo, lo desconocido


entremezclado con lo familiar, las ráfagas periódicas de
disparos y un estruendo percusivo que deja a su paso un
silencio extraño y trastornado. Solo pasa algún que otro
coche o transeúnte, el cable de freno del carrito hace que
la rueda chasquee y se pregunta si conseguirá que lo
arreglen, no se ha fijado en que ha parado de llover hasta
que está delante del cajero y baja el paraguas, el cajero no
está averiado sino desconectado del todo, la pantalla
agrietada como si le hubieran dado con un ladrillo. En la
acera de enfrente un hombre hace visera con la mano
mientras mira al cielo, tres helicópteros de combate van
hacia el sur como una punta de flecha fragmentándose
lentamente. El taller de reparación está cerrado y en la
verdulería están echadas las persianas donde alguien ha
escrito con pintura azul LA HiSTOrIA eS LA LEY DE LA FUErZA,
hay un puño dibujado al lado. Sigue caminando en busca de
otro cajero y recuerda algo que dijo su hermana, la voz
engreída por teléfono, la historia es un testimonio mudo de
gente que no supo cuándo marcharse, la afirmación es a
todas luces falsa, se lo está diciendo a Larry, lo ve sentado
al otro lado de la mesa de la cocina intentando disimular la
cara de «no te estoy escuchando» mientras juguetea con el
móvil. La historia es un testimonio mudo de gente que no
pudo marcharse, es un testimonio de quienes no tuvieron
opción, no puedes marcharte cuando no tienes ningún sitio
a donde ir ni los medios para llegar allí, no puedes
marcharte si a tus hijos no les dan el pasaporte, no puedes
marcharte cuando tienes los pies arraigados en la tierra y
marcharte significa arrancarte los pies. El cajero al final de
la calle tiene en la pantalla una hendidura de luz rota como
la boca de un buzón, un cartel escrito en rotulador en el
ventanal de la tienda de la esquina dice NO HAY LECHE, NO HAY
PAN, con una carita triste dibujada al lado. Las estanterías
en el interior están medio vacías, Eilish coge unos plátanos
magullados, bolsas de basura y pilas, escoge dos tabletas
de chocolate y señala el tabaco, mira los artículos con el
ceño fruncido cuando el dependiente hace la suma total. Lo
siento, dice ella, ¿cuánto ha dicho que vale el tabaco? El
dependiente abre las manos y lanza una mirada soñolienta
hacia la puerta. ¿Qué se le va a hacer?, dice, todo está más
caro, a ver qué consigue en otro sitio. La rabia ha nublado
todo lo que tiene delante, deja las bolsas de basura encima
del periódico de la víspera y no se decide entre las pilas y
el chocolate, pone las pilas a un lado y pregunta, ¿cuánto
es el chocolate y las bolsas de basura sin el tabaco? Le
desliza el cambio y las palabras le brotan de la boca y la
llevan hasta la puerta. Vas a quedar como un auténtico
gilipollas cuando todo esto haya terminado, todo el mundo
sabrá lo que eres.

Ben gimotea para que lo saque del carrito cuando dobla


por Saint Laurence Street y ve una enorme furgoneta
militar que bloquea la calle, soldados del Gobierno con
ropa de combate, otros soldados con las chaquetas abiertas
y camisetas negras apilan sacos de cemento en un control a
cincuenta metros más o menos de su casa. Un soldado
plantado en la esquina hinca una rodilla y prepara el arma
mientras otro echa a andar hacia ella con la mano
enguantada en alto indicándole que se detenga. Ella ha
dejado de respirar como si tuviera la mano en la garganta,
quiere hacer un gesto para decir que no pasa nada pero le
da miedo mover las manos. Lo siento, dice, vivo en esta
calle, estoy intentando volver a casa. El soldado describe
un círculo con la mano como si diera instrucciones de dar
media vuelta a un coche. Esta calle está cerrada por ahora,
dice, no se permite el paso de viandantes. Por un instante
experimenta una suerte de expansión mientras observa el
rostro del soldado, el ceño furioso y oblicuo sobre los ojos
verdes, el cuerpo armado que habla de fuerza absoluta, y
sin embargo lo que ve en los ojos del soldado es una brizna
de inseguridad, habla con un chico que no es mayor que su
hijo. Mire, dice ella, vivo en el número 47, tengo que llevar
al niño a casa para darle de comer. Se sorprende
empujando el carrito hacia el soldado y se encuentra con
una mirada de pánico en sus ojos, habla apresuradamente
por el auricular mientras otro soldado le dice a ella que se
detenga, un oficial de boina oscura se dirige con paso firme
hacia ellos. Lo siento, dice Eilish, solo quiero ir a casa, mi
casa está ahí mismo. El oficial no mira hacia donde ella
señala sino que le pide un documento de identidad. Déjeme
sacarlo de la cartera, dice, la cartera está en bolso, tengo
que quitármelo del hombro. Dos civiles ayudan a montar el
punto de control y conoce a uno de ellos, un manitas del
edificio de pisos de ahí cerca, un exyonqui al que apenas le
queda un diente en la boca, no recuerda cómo se llama, el
año pasado Larry le dio veinte pavos para que limpiara los
canalones. Le dicen que deje el bolso en el suelo y lo
sostenga abierto, las manos le tiemblan mientras abre la
cremallera del monedero y saca el documento de identidad,
los ojos del oficial van de su cara a la del niño. Esto es una
zona de guerra, dice, mis hombres tienen órdenes estrictas
de disparar, quédese en casa hasta nuevo aviso. Sí, claro,
dice ella agachando la cabeza, echa a andar rápidamente y
ve que cae de la furgoneta un saco de cemento, revienta
contra el suelo y el viento atrapa el polvo y lo dispersa en
torno a los soldados como si hubiera llegado con ellos un
derviche procedente de alguna guerra extranjera con los
ojos cerrados y los brazos extendidos.

La guerra toma forma a su alrededor, disparos que


suenan como martillos neumáticos, bombas que hacen
retumbar la tierra y provocan estremecimientos en la casa,
las ventanas y los suelos de madera traquetean mientras
Bailey ve la televisión a todo volumen, la radio junto a ella
informa de los movimientos de los rebeldes, las zonas del
sur de la ciudad que están sitiadas. Qué día tan bonito
hace, dice, ¿cuántos días al año tenemos así? Tendrían que
estar en el jardín con granizado de limón, Ben chapoteando
en la piscina hinchable, Molly y Bailey peleándose por la
hamaca. En cambio, está viendo una columnata rota de
humo oscuro como el petróleo que se eleva desde múltiples
puntos, el calor de junio atrapado en la casa porque tiene
las ventanas y las puertas cerradas, solo abre las ventanas
por la noche. Prueba a llamar a su padre otra vez pero las
redes de telefonía han caído y el teléfono fijo emite tono de
estar fuera de servicio, cuenta los días desde la última vez
que hablaron, lo imagina llevando a pasear al perro a Dios
sabe dónde, está delante de la puerta del cuarto de Molly.
La chica no quiere levantarse de la cama, apenas come y no
mira a su madre. Venga, dice Eilish, por favor, necesito que
te sobrepongas, los combates acabarán pronto. Abraza a la
chica sin apretar mucho y la suelta, la observa como si le
viera la mente, esa mente que se ha abstraído poco a poco
en la ausencia. La luz empieza a vacilar y entonces un
apagón disuelve en un instante el constante zumbido
eléctrico en un silencio elemental, las irrupciones
punzantes y continuadas de la guerra se internan con toda
libertad en el pensamiento. Se dice que es el ruido de los
guijarros que ruedan por un tejado de zinc, el ruido de un
clavo martilleado hasta clavarse del todo, el tubo de escape
de un coche viejo que petardea, suenan las alarmas de las
casas de la zona hasta que una tras otra quedan en silencio.
Bailey sube y se sienta con Molly en la cama a ver una
película en el portátil con unos auriculares compartidos
mientras Eilish intenta leer una novela abajo, un ruido
repentino fuera la hace subir a toda prisa con el libro en la
mano, está de pie en el cuarto de baño y tira de la cadena
sin haber usado el retrete, no recuerda dónde ha dejado el
libro. Por la tarde está sentada junto a la ventana del
dormitorio esperando un informe detallado en la BBC
mientras Ben duerme la siesta en la cuna. Empiezan las
noticias y las quita temblando de ira, eso no son noticias,
eso no son noticias para nada, las noticias son el civil que
mira al soldado que está delante de su casa recostado en
un saco de arena jugando con el móvil, las noticias son el
rifle de asalto apoyado en el saco de arena, son la boca
risueña del soldado, son los envoltorios de comida rápida y
los vasos de café tirados en el asfalto, son la pareja jubilada
calle arriba que ha decidido que quiere irse, las noticias
son su pelea en el sendero de acceso, la mujer que
gesticula con las manos acerca de lo que no pueden
llevarse en el coche, el marido que mira con gesto hosco a
su mujer, el bolso negro que tiene la mujer entre los brazos
como un niño, lo que hay dentro del bolso, las noticias son
todo lo que contiene el coche, el maletero que el hombre
tiene que cerrar sentándose encima, las noticias son la
verja de la entrada cerrada por última vez, la casa oscura
por la noche, el semáforo constantemente en rojo durante
una semana hasta que se apaga del todo, el coche al que no
franquean el paso en el control, las noticias son el aire cada
vez más escaso en las calles, las tiendas sin abrir, los
escaparates protegidos con tablones, los perros roncos que
ladran toda la noche, el hijo mayor que ya no llama porque
es muy arriesgado llamar y nadie sabe si está vivo o
muerto. Ve a un oficial del ejército cabalgando calle abajo
en un caballo negro que cabecea, qué estampa tiene el
animal, le parece que es un caballo frisón de competición,
las manos del jinete quietas en el regazo, las botas oscuras
relucientes hasta la rodilla. Se mueve con porte sereno y
regio como si no fuera más que un emisario de la ley de la
fuerza, los soldados del control se ponen firmes y el oficial
no desmonta sino que mueve la fusta como si lanzara
hechizos al aire. Ve al caballo girar una oreja sin volver la
cabeza, pareciera que está escuchando algo más allá de la
quietud incómoda, los susurros de una conífera alta, la
radiación del sol sobre sus hojas, oye la muerte que espera
con los brazos abiertos por toda la ciudad, la muerte
esperando a que la tiren desde el cielo. De pronto la casa
empieza a zumbar y la luz de la mesilla se ha encendido,
Bailey grita de alegría abajo, la tele vuelve a funcionar en
la sala de estar. Por un instante tiene la sensación de que
no hay guerra sino alguna maniobra militar ahí fuera en la
calle, el caballo acomete un giro fluido, se diría que el
jinete no lleva ropa de combate sino que va vestido para un
paseo a caballo, una correa de cuero marrón le cruza el
pecho y la corbata verde esmeralda, los cascos del caballo
imprimen un tatuaje militar sobre el asfalto. Un buda
sonriente en camiseta hace una demostración culinaria en
la tele abajo, el reloj del microondas parpadea verde neón,
el frigorífico tararea la melodía grave y constante de lo que
siempre fue. Cuánto que hacer ahora que ha vuelto la luz,
mete ropa en la lavadora, escoge un ciclo corto y recarga
portátiles y móviles, recalienta arroz y un guiso mientras
intenta otra vez ponerse en contacto con su padre, lo
imagina cenando algo frío, leyendo a la luz de las velas,
gritándole al perro. Llama a Bailey a la mesa, sirve guiso en
un cuenco y se lo lleva arriba a Molly que no quiere bajar,
la luz tartamudea y se va otra vez cuando llega al
descansillo. Deja el cuenco en la mesilla con un golpe y
mira fijamente la cara que no quiere mirarla, le quita un
auricular, la obliga a incorporarse tirando de su brazo y le
pone el cuenco en el regazo. Mira, dice, te he traído la
cena, ni siquiera voy a pedirte que cenes con nosotros
abajo, pero haz el favor de intentar comértelo antes de que
se enfríe. Baja y Bailey la mira desde el otro lado de la
mesa mientras Ben golpea la bandeja de la comida y tira la
cuchara. ¿Qué vamos a hacer con Molly?, pregunta Bailey.
No lo sé, dice ella, sencillamente no lo sé, ¿me coges una
cuchara limpia del cajón?, tu hermana no está bien, creo
que está deprimida, es muy difícil conseguir una cita con el
médico ahora mismo. Bailey hace un mohín pensativo.
Tiene que escupirlo, dice, eso es lo que tiene que hacer y
entonces todo irá bien. ¿Escupir qué?, ¿me acercas una
cuchara? El gusano, dice él, me refiero al gusano.
Este calor sin aire y cómo vuelve viscosa la mente
dormida y se pega al sueño, está fuera en camisón y
descalza, tiene que hablarles a los soldados de su hijo, está
delante de un caballo que reluce con los colores auténticos
y más profundos de la noche, el calor del animal pasa a su
mano, sabe que ese olor no es del caballo sino del hombre,
la voz que es la del inspector jefe, John Stamp, los ojos que
la miran desde arriba. Ha acudido a mí para que le cuente
la verdad, dice él, déjeme enseñarle algo. Tiene en la mano
un espejo y lo que ella ve es una cara que no es la suya sino
la de una vieja bruja, John Stamp aparta el espejo y cuando
vuelve a mirar él no tiene nada en la mano. Es imposible
ver el auténtico yo, dice él, uno solo puede ver lo que no es
o lo que quiere ser... El caballo retrocede suavemente, alza
la cabeza y resopla a causa de un ruido que percute detrás
de él. Lo real lo tienes siempre delante pero no lo ves,
quizá ni siquiera es una elección, ver lo real sería sumir la
realidad en una profundidad en la que no podrías vivir, por
mucho que lograras despertar... El caballo inclina la
cabeza, se aleja, he olvidado vestirme, dice ella mirándose
los pies, tengo frío, he de entrar en casa... Bailey está en la
puerta del dormitorio chillándole que despierte. Estoy
despierta, grita Eilish oyendo un silbido y luego una
violenta vibración como si algo se hubiera empotrado por
efecto de una explosión en la tierra. Está cada vez más
cerca, dice Bailey. A ella le da miedo mirar por la ventana,
le dice a Bailey que se quede en la puerta. La calle a la luz
de primera hora de la mañana, el punto de control vacío
salvo por un joven que está solo en el cruce y tiene aspecto
de estar esperando recibir órdenes de que deje el arma y
vaya al colegio, pasa lentamente un Toyota Land Cruiser.
Se detiene en el control y dos soldados armados hasta los
dientes se apean dejando las puertas abiertas y llaman al
joven. Bailey está sentado en el lado de la cama de su
padre hurgando en el cajón de la mesilla. ¿Qué es esto?,
pregunta al tiempo que levanta algo que ella no atina a ver.
Deja eso ahí, haz el favor, dice, vamos, hay que llevar este
colchón abajo. Retira el edredón y las sábanas de la cama y
está hablando en voz baja con Larry mientras doblan el
colchón para que pase por la puerta hasta la escalera, los
problemas que tuvimos para meterlo en la habitación y lo
que nos divertimos después, tira del colchón escaleras
abajo pero Bailey no puede curvarlo para que rebase el
poste, justo acaba de lograrlo cuando el colchón se estira
de nuevo y hace caer una fotografía de la pared, la foto
pasa rodando junto a sus pies hasta que se estrella contra
el suelo del pasillo. Reúne fuerzas para aguantar el peso
del colchón, Bailey empuja demasiado fuerte o no lo sujeta
en absoluto, no tan deprisa, dice ella, vas a tirarme por las
escaleras. Yo no hago nada, dice él, el colchón hace lo que
le da la gana. Llevan el colchón a la sala de estar y lo
colocan contra la ventana delantera, una nube de humo
pasa lentamente por encima de los tejados, los soldados y
el Land Cruiser se han ido. ¿Tú qué crees?, dice Bailey.
Creo que es mejor que vivamos abajo una temporada, dice
ella, puede que los combates no se acerquen demasiado
pero seguramente es mejor que durmamos aquí abajo. Su
móvil suena arriba y corre para cogerlo. Papá, dice, cómo
me alegro de que llames, he estado intentando llamarte
desde hace una eternidad, llevamos días sin electricidad,
¿va todo bien donde estás tú? Estaba en el jardín, dice él,
hay una invasión de hiedra que viene de la casa de al lado,
ese lo hace a propósito, ¿sabes?, la podé el año pasado pero
está pasando por encima de los muros y del tejado del
cobertizo, va a acabar con todo lo que he plantado, he
telefoneado y llamado a la puerta pero no contesta, a ver,
no encuentro las tijeras de podar de mango largo, supongo
que te las llevaste sin preguntar. Ella contiene el aliento
intentando evocar la cara que ha conocido toda su vida, en
cambio ve el parecido desvirtuado de una imagen sobre el
agua. Papá, dice, qué preocupada estaba, no sé cuándo
podré ir a verte. No te preocupes por mí, dice él, estaré
bien. Ah, dice ella, acabo de acordarme, creo que las tengo
en el cobertizo. ¿Qué tienes en el cobertizo? Las tijeras de
podar, me las dejaste cuando estaba podando la fucsia,
¿seguro que va todo bien?, ¿tienes comida suficiente,
necesitas algo ahora mismo? Cuando cuelga, está delante
de la fotografía que está boca abajo en el suelo. La coge y
ve a Mark de niño con los pulgares en alto saliendo de un
tobogán acuático, aunque el marco de madera está flojo el
cristal sigue intacto, no recuerda de dónde es la foto. Saint-
Jean-de-Monts, se dice en voz alta. ¿Cómo dices?, pregunta
Bailey desde la sala de estar. ¿Cómo dices?, repite ella, que
le mira la cara y ve a Mark, se aprecia un parecido después
de todo.

Una ducha fría rápida, quizá la última en varios días, le


grita a Molly que baje y cierra la puerta, se queda delante
del agua con los dientes apretados y luego se mete debajo.
El pelo se le desprende y se le queda en las manos como si
lo estuviera soñando. Resbala por sus pies como una oscura
planta acuática y cuando sale de la ducha lo recoge y lo tira
al váter. El súbito cruce de fuego de armas pesadas y va a
la ventana e intenta ver algo, es imposible saber a qué
distancia está, el cálido cielo azul sobre los árboles,
cuántos días han pasado desde la última vez que Molly ató
un lazo, debe de hacer dos semanas. Se encuentra plantada
ante Molly con los brazos en jarras. Te he dicho que
hicieras el favor de bajar, dice. Molly la mira con cara rara
y luego empieza a gritar, vamos a morir, vamos a morir,
Eilish le tira de la mano, la saca de la cama, le dice que ya
está bien, la lleva al cuarto de baño, abre la ducha y la
desviste, la mete debajo del agua sin preocuparse del frío,
ve que el cuerpo ligero y blanco no opone resistencia salvo
por el brazo que levanta para cubrirse los pechos. No vas a
morir, dice Eilish, solo quiero que bajes, los combates no se
acercarán a casa. Eilish entra en la ducha y empieza a
frotar a Molly con gestos apresurados de manopla, se pone
de rodillas para lavarle los pies, Molly está tiritando, Eilish
sigue con la ropa puesta, tiene las rodillas mojadas, las
mangas de la blusa empapadas. Tienes que animarte, dice,
¿quién quieres que se encuentre tu padre cuando entre por
la puerta, la hija que dejó o un fantasma? Levanta la vista
hacia Molly y ve un rostro risueño, ausente. Es que papá no
va a volver, dice Molly, no va a volver porque está muerto,
¿no lo sabes?, ¿no te dijeron que está muerto?, me
pregunto por qué. La mano detenida sobre el cuerpo, el
aliento atrapado en la garganta, la manopla se le cae
mientras hace el esfuerzo de ponerse en pie lentamente.
Ha tomado la barbilla de Molly entre el índice y el pulgar y
le levanta la cara para verle mejor los ojos que se giran
negándose a sostenerle la mirada. No vuelvas a decir eso
nunca, dice, no pienses siquiera esas palabras, tu padre no
está muerto porque nadie ha dicho que lo esté, no sé qué
puedes haber oído pero nada de eso es verdad, ahora
mismo no hay verdad, tú no lo sabes ni nadie lo sabe, no se
puede saber la verdad de nada. Lo que se ha acumulado en
el cuerpo, lo que se ha encerrado en el corazón, sale por la
boca de Molly en forma de sollozo, sus manos aprietan el
aire, Eilish la abraza, le susurra, le acaricia la nuca. Hemos
entrado en un túnel y no hay vuelta atrás, dice, tenemos
que seguir adelante hasta que lleguemos a la luz al otro
lado. Le enjabona el pelo a Molly palpándole el cráneo con
suavidad, sintiendo la mente a través de los dedos, lo que
debe de pensar de la vida, esta mente estaba llena a
rebosar del mundo pero ahora ese mundo ha desaparecido,
el mundo se le derramó por los ojos. Seca a Molly con una
toalla amarilla, luego la envuelve con ella y la sienta en la
silla. Qué solías decirme sobre el hockey, nunca pierdes, o
aprendes o ganas, ahora estamos aprendiendo, ¿no crees?,
necesito que vuelvas conmigo, te necesito más que nunca.
Molly levanta la cara pero la cara está vacía y desprotegida
como si todo el dolor hubiera desaparecido y ahora solo
hubiese una mirada, una mirada desde un cuerpo
deshabitado, la voz susurrante. ¿Por qué me siento así si no
ha muerto?, dice, ¿por qué lo siento en el pecho todo el
día?, está ahí cuando duermo, está ahí cuando despierto en
mitad de la noche, tengo la sensación de que algo se muere
dentro de mí, es eso, tengo miedo de que lo que se está
muriendo dentro de mí sea la parte de papá que guardo en
el corazón, eso es lo que me da tanto miedo, quiero
conservarlo en mi corazón con todas mis fuerzas pero no sé
cómo. Eilish hace ademán de cogerle las manos pero Molly
las levanta para detenerla. El otro día soñé que él volvía,
dice, eran las nueve de la noche y entraba por la puerta, se
quitaba las botas y se ponía las zapatillas, había estado en
el trabajo todo el tiempo y no encontraba el móvil, era así
de sencillo, cogía la cena y se sentaba a mi lado en el sofá,
me rodeaba con el brazo y entonces desperté. Eilish le
acaricia la mano a Molly, le mira los ojos abiertos de par en
par y lastrados con la carga del corazón, ve que el corazón
le aletea en el fondo de la garganta. Tu padre está contigo
en todo momento, dice, incluso si está ausente, eso
significa el sueño, tu padre volvió a casa para recordarte
que siempre está aquí contigo porque tu padre siempre
está vivo en tu corazón, está aquí contigo ahora
abrazándote y siempre estará aquí porque el amor que nos
dan cuando nos quieren de niños queda guardado para
siempre en nuestro interior, y tu padre te ha querido
muchísimo, su amor por ti no te lo pueden arrebatar ni
borrar, no me pidas que te lo explique, por favor,
sencillamente tienes que creer que es verdad porque lo es,
es la ley del corazón humano.

Despierta en la oscuridad de la sala de estar sin saber si


de verdad ha dormido, el móvil dice que es la una y veinte,
Molly está acurrucada en su brazo, Bailey duerme en un
colchón a su lado, la cuna está apoyada en la pared.
Cuántos días se han prolongado los bombardeos y los
disparos, se han interrumpido los enfrentamientos durante
la noche pero su cuerpo no se cree el silencio, una comezón
sensorial en los nervios, el golpeteo en lo más profundo del
cráneo. Se vuelve hacia Molly aspirando de su pelo el
aroma medio desvanecido a jazmín, percibe la mente en
paz bajo la respiración dormida, ojalá pudiera meter la
mano y arrancar el terror de raíz, acariciar la mente hasta
que recuperase su antigua forma. Algo ha alzado el vuelo
desde la oscuridad de su mente y se queda muy quieta,
luego se aparta de Molly, se levanta y va a la cocina. El
cielo en el crepúsculo astronómico, observa los árboles
arraigados en la tierra, pensando, volverá a haber bondad,
habrá voces agudas y felices, el sonido de pies que buscan
las zapatillas y el ruido de las ruedas de bicicleta a través
del porche. Ve cómo una bengala rastrea el cielo nocturno
igual que un pez bioluminiscente que surcara distraído una
oscuridad oceánica y le asalta de nuevo el pensamiento que
había dejado en la otra habitación, la ha seguido a la
cocina, lo tiene ahí delante ahora y no quiere oírlo, el
pensamiento que dice que es su hijo quien está
contribuyendo a que esa destrucción se les venga encima,
el pensamiento que dice que su hijo no puede volver hasta
que la destrucción haya concluido. Cuando despierta de
nuevo lo hace en medio de una tempestad de fuego de
armas pesadas, el bebé está de pie en la cuna llamando a
mamá, lo coge en brazos y lo acalla, lo mece de aquí para
allá arrodillada, la sacudida involuntaria de sus omóplatos
cada vez que suena una explosión cerca, los chicos ajenos
al ruido como si durmieran sedados. El amanecer entra en
la casa por la ventana de la cocina, la luz se posa sobre las
formas caídas de los chicos dormidos en el suelo donde
antes estaba la mesita de centro, la mesa apoyada en la
pared con los libros de texto y las tazas y los platos de la
cena de la víspera. En la tregua entre los disparos se
chillan voces masculinas, por un momento imagina un
partido de fútbol de domingo por la mañana, hombres
entrados en carnes que gritan que les pasen la pelota,
arranca otra voz y algo se le queda atascado en la base de
la garganta cuando oye el incesante tono monocorde de un
soldado del Gobierno por un megáfono. Todo el mundo en
la zona alcanza a oírlo, podría ser un encargado del súper
anunciando descuentos en la sección de carnicería. Vamos
a enviar a alguien a buscaros, cuando os encontremos
sabremos quiénes sois, cuando sepamos quiénes sois
identificaremos a vuestras familias y luego iremos a por
ellas. Estalla un proyectil que provoca una arruga en la
tierra y la voz del hombre desaparece. Se dice que tiene
que respirar, se tumba con Ben en brazos e intenta dormir
pero no puede, debe de haberse adormecido porque
cuando abre los ojos ve que Bailey no está en la habitación,
no está en la cocina, ha subido al cuarto de baño y ha
cerrado la puerta. Baja aquí ahora mismo, grita, ¿cuántas
veces te he dicho que no subas? Lo ha seguido con Ben en
brazos, llama a la puerta con el puño, abre ahora mismo. Lo
oye intentando tirar de la cadena, Bailey abre la puerta y le
sale al encuentro con una mirada avergonzada a la vez que
señala la cisterna. No funciona bien, dice, tampoco sale
agua fría del grifo. Ella mira el lavabo como si no le
creyera. Cuántas veces te he dicho que no subas, usa el
cubo en la cocina si no hay otro remedio. El rostro hosco se
vuelve como si fuera ella la que ha hecho algo mal. No hace
falta que me des la vara, dice, se me ha olvidado, nada más,
por algo el oso caga en el bosque y no en la puta cocina. Lo
ve bajar a paso pesado arrastrando la mano por la
barandilla y luego comprueba el grifo del lavabo, en la
cocina tampoco hay agua, ha estado guardando agua en
botellas de plástico por si acaso pero quizá no tienen
suficiente. Para desayunar tuestan pan en el hornillo en la
sala de estar y ven dibujos animados en un portátil. Bailey
mira de reojo una rebanada de pan fría que Molly no se ha
comido, desliza la mano y en un instante ha desaparecido.
Eilish escucha los partes junto a la radio, las fuerzas del
Gobierno se baten en retirada, dice ella, los rebeldes han
avanzado por el sur de la ciudad hasta el canal. Poco
después de las doce Bailey le toca la muñeca con un dedo.
¿Oyes eso?, pregunta, parece que los combates han parado.
Preparan un almuerzo frío de atún, aceite de oliva y pan sin
acabar de creerse el silencio que se prolonga hasta la
tarde, el silencio que se vuelve denso e inquietante, es el
silencio que remite a una fuerza en aumento, es el silencio
que aguarda la siguiente ronda de bombardeos, es el
silencio del lobo antes de llamar a la puerta de la casita de
paja. Les dice a los chicos que callen un momento al oír que
se detiene un motor en la calle, hay voces masculinas, no se
ve nada desde la ventana delantera cuando Eilish retira el
colchón, no quiere ir arriba, el aire tiembla mientras mira
por las cortinas de su habitación y ve a dos hombres sin
afeitar junto a una camioneta Nissan parada a la altura del
control. Hay un hombre de uniforme militar improvisado y
zapatillas de deporte marrones con un rifle de asalto sujeto
al pecho, parece como si intentara captar cobertura con el
móvil, otro hombre en camiseta y vaqueros con un arma
colgada del hombro se quita una gorra de béisbol para
rascarse la nuca. Un perro, un jack russell, de orejas
puntiagudas mira desde una ventana de enfrente, cuatro
hombres armados llegan a pie con polvo y mugre en la
cara, su atuendo es una mezcla variopinta de ropa civil y
excedentes del ejército. Empiezan a desmontar el control,
arrastran sacos de arena por los nudos hasta el arcén y los
amontonan, el exyonqui desdentado ha vuelto ofreciendo
tabaco y echa una mano desmantelando la barrera que
ayudó a montar. Así que esto es la libertad, piensa, pero su
corazón no logra liberarse, viendo a los rebeldes no es
capaz de expresar su alegría, no es alegría sino alivio, no es
alivio sino algo que despierta su miedo más profundo, el
frío que no consigue caldear, la noción que ronda todos los
demás pensamientos, y si su marido y su hijo no vuelven a
casa, ¿qué? Al ver a esos hombres en la calle encendiendo
cigarrillos e intentando captar cobertura en los móviles, la
abruma el odio, no ve hombres sino sombras que desfilan
por el día provenientes de la oscuridad, se da cuenta de
que han convertido la muerte en un fin oponiéndose a ella
con muerte. Qué rápido han quitado las banderas de las
casas, no queda ni una. En media hora los soldados han
desaparecido, la calle está despejada y la gente sale de
casa, Gerry Brennan rastrilla el jardín mientras un hombre
calvo enorme con una ruborosa camiseta rosa está al lado
de su caniche, que tiene una pata apoyada en un árbol.
Quiero salir, dice Bailey al ver que pasa un chico por la
calle, quiero ir a por helado.
7

Los combates han pasado por Connell Road como una


feroz riada que hubiera convertido los muros y las fachadas
de las casas en ruinas, el chasis de una minivan Toyota
calcinado y de color hueso está en la calzada como si lo
hubiera arrastrado una tromba de agua, el asfalto
sembrado de hoyos y restos. Habla de todo eso con Larry
como si él no fuera a creerlo nunca, todavía sale humo de
un edificio comercial cerca de la carretera principal aunque
han pasado unos cuantos días, el polvo de cemento y las
cenizas que recubren las hojas y los coches con las
ventanillas y la carrocería acribilladas, el polvo blanco
tenue en el aire y al parecer cayendo todavía sobre el
sicomoro que permanece victorioso delante del colegio con
medio tronco quemado hasta la horcadura como si algún
vándalo hubiera intentado prenderle fuego. Mientras que
las ventanas de la calle están selladas con bolsas de basura
o plásticos, un hombre mayor delante de una pensión
coloca tablones de aglomerado a un ventanal, la calle
parece dos lugares distintos al mismo tiempo como si
hubieran superpuesto la transparencia de una guerra
extranjera a la imagen de la ciudad, los colores estivales se
fusionan con los matices cenicientos del paso apresurado
de la destrucción. A saber cuánto tiempo les llevará la cola
del camión del agua, espera con Bailey viendo a gente que
acarrea bidones y recipientes, niños que se empujan bajo el
sol vespertino. No tendremos agua suficiente en casa solo
con estas botellas de plástico, dice ella, tenemos que
buscar algo mejor. Esa falsa sensación de que la ciudad
está en reposo, el zumbido de un cortacésped hace soñar
despierto con el verano, los pájaros se atiborran en los
jardines, todo el mundo habla de la inflación, el precio de
todo se ha multiplicado por diez, por veinte, hay un hombre
al final de la calle que te recarga el móvil con un generador
por diez pavos, da miedo conectar nada en casa cuando
vuelve la electricidad por temor a lo que pueda subir la
factura, si la cosa sigue así la moneda no valdrá nada. Pasa
una camioneta con soldados rebeldes y ella busca el rostro
de Mark entre ellos, ve que los rebeldes montan guardia
junto al camión cisterna, se imagina cómo su hijo estaría
entre ellos charlando, fumando y mirando el móvil, parecen
estar disfrutando, hace no tanto eran empleados de todo
tipo, estudiantes, becarios y desempleados que en un abrir
y cerrar de ojos pasaron a estar curtidos en
derramamientos de sangre. Bailey quiere saber por qué no
ha llamado Mark, tendríamos que haber tenido noticias
suyas a estas alturas, dice. Ella examina su rostro y nota
que la pelusilla del labio superior empieza a ser más densa,
no tiene valor para decirle que se lo afeite, no es el deber
de una madre decir esas cosas, ya lo harán más adelante
Larry o Mark. No lo sé, dice ella, ya no lo sé, es posible que
todavía tardemos un tiempo en tener noticias suyas,
todavía hay combates en diferentes zonas del país, podría
ser muy peligroso que llame a mi teléfono, nunca se sabe
quién está escuchando, déjame apoyarme en tu hombro un
momento, tengo algo en la bota. Se apoya con una mano en
él y se quita la bota, se palpa el calcetín, ni siquiera es una
piedra sino la semilla de una piedra, una pepita que se
convierte lenta, firmemente en una roca afilada, le da la
vuelta al calcetín y lo sacude para hacerla caer, luego se lo
pone otra vez, prueba a pisar, la pepita ha desaparecido
hasta que se inclina hacia delante, está ahí otra vez en la
bola del pie.
La ciudad va cobrando forma como si respirara mientras
ella pedalea en la vieja bicicleta de Betty Brennan, los
añicos de cristal relucen entre los escombros barridos
hacia los laterales de las calles. Qué rápido han aparecido
carteles en las vallas publicitarias que hay a lo largo de las
rutas de autobús, hojas escritas a mano o en ordenador con
las fotos de hombres y mujeres desaparecidos, la gente
detenida, recluida por el régimen, un momento estás
durmiendo en tu cama y al despertar ves a la OSNG en tu
cuarto, te piden que te vistas, te ayudan a buscar los
zapatos. Examina los rostros de cada cartel y susurra los
nombres, ayúdenos a localizar a nuestro hermano, por
favor, ¿ha visto a nuestro amigo?, nuestra querida madre
está en paradero desconocido, nuestro hijo desapareció el...
Hay un helicóptero suspendido encima de la ciudad cuando
desmonta de la bici y la empuja hacia la casa de su padre
susurrando palabras de agradecimiento, todo está como es
debido, la puerta de la calle cerrada y el perro dentro, los
hechos desmienten lo que había imaginado. Abre la cancela
de pintura descascarillada y entra con la bici al tiempo que
mira de soslayo la casa de enfrente sin detenerse a saludar
a la presencia espectral de la señora Tully en la ventana,
las plantas en macetas y las flores colgantes de la galería
no han florecido ni se han marchitado en veinte años. Está
delante de la puerta de su padre cuando oye gritar su
nombre desde el otro lado de la calle, la señora Tully se ha
acercado a la cancela moviendo el brazo. Hola, Eilish, solo
quiero ver si todo va bien con tu padre, lo vi salir el otro día
de casa con la correa en la mano pero sin el perro, llevaba
el collar a rastras. Abre la puerta de la calle dando voces.
Hola, papá, soy yo, Eilish. Huele a perro cuando entra con
la bici, aunque el olor a tabaco ha desaparecido, Spencer
ladra desde la cocina. La sonrisa en el rostro que aparece
en el recibidor es la de su padre pero la barba blanca
corresponde a otra persona. Me gusta el nuevo look, dice
ella, te da un aire solemne. A mí no me gusta en absoluto,
dice él, ese maldito trasto, como se llame, se señala la cara,
no consigo que funcione, ¿de dónde has sacado la bici?
Tengo que llevarla a que revisen las marchas, dice, no
paran de atascarse, debo volver antes del toque de queda
porque los chicos están solos en casa, he pasado por dos
controles rebeldes y en el tercero me han dicho que me
volviera, así que he tenido que dar un rodeo, se inventan
las normas sobre la marcha, son igual de malos que el
régimen, una camioneta dando vueltas por nuestra zona
anunciando por megafonía una lista de restricciones más
larga que un día sin pan, no puede haber nadie en la calle
después de las siete. Supongo que querrás té, dice Simon,
no me queda leche, la electricidad viene y va pero por lo
menos tengo gas. Al menos tienes agua corriente también,
dice ella. Lo está observando con atención, los platos sucios
en la encimera y apilados en el fregadero, le parece que
pasa sin cubiertos, platos ni tazas, le mira las manos como
si hubiera estado bebiendo de ellas. ¿Qué haces con la
estufa encendida?, dice, estamos en pleno verano. La cara
que tiene delante adopta una expresión de asombro y luego
se vuelve a observar al perro. Ese sol no calienta, dice, noto
la humedad en los pies, no sabes lo que hizo ese puñetero
perro, se me escapó en el parque el otro día, lo llevaba
atado con la correa y de repente había desaparecido,
cuando volví a casa estaba en el jardín esperando la cena,
se cree que esto es un hotel de cinco estrellas. Observa a
su padre con tristeza y perplejidad, ve al viejo comandante
en su atalaya, la mente inflexible contemplando un mundo
que se desvanece, Spencer les dirige a ambos una mirada
hosca, abre y cierra los ojos y apoya la cabeza en las patas
delanteras. El té sabe rancio, ella lava los platos y limpia la
encimera mientras habla con Simon por encima del
hombro. Debería haber imaginado que la señora Taft no
vendría, ahora será imposible encontrar alguien que te
ayude, si vinieras a vivir con nosotros un tiempo no
tendrías que preocuparte de nada, la comida estaría
preparada y no tendrías que limpiar, podrías hacer lo que
quisieras hasta que todo esto haya terminado, estaría bien
tener un hombre en casa otra vez. Esa sigue quitándome
cosas, dice él. Papá, hace semanas que no viene la señora
de la limpieza, necesito que me ayudes con esto, no sé
cómo te las vas a arreglar tú solo, los supermercados están
cerrados, tienes que hacer cola durante horas para
comprar víveres, sería más fácil si estuviéramos bajo un
mismo techo hasta que todo haya terminado, puedo pedir
un taxi, todavía hay alguno que otro, hacemos una maleta y
te trasladas hoy. ¿Le pagaste?, dice él. ¿Que si le pagué a
quién? A la señora Taft, dejaste de pagarle, por eso hay
problemas para que venga alguien a ayudarme. Papá, claro
que le pagué a la señora Taft, mira, quiero que escuches,
ahora es difícil hasta cruzar la ciudad, las carreteras siguen
manga por hombro, hay controles en todas partes, la
situación es inestable, igual no puedo venir a visitarte en
una temporada... Ya te lo he dicho, estoy perfectamente
como estoy, ¿a que sí, Spencer?, solo sería un estorbo en tu
casa y, de todos modos, tengo mis reservas, vamos a hablar
de otra cosa, empiezas a parecer tu madre.

Hay una mujer, una desconocida, sentada en la cocina.


Molly se levanta rápidamente de la silla y forma con las
manos una especie de semáforo de disculpa cuando Eilish
entra empujando la bici. La mujer se vuelve y la saluda con
solemnes ojos verdes. Señora Stack, dice, lamento
inmiscuirme así, ¿podemos hablar un momento? Eilish deja
la bici fuera y va al fregadero, se lava las manos en un
cuenco de agua. Esta casa está muy tranquila, dice ella
volviéndose para mirar a Molly, ¿tu hermano está arriba?
Bailey ha salido hace una hora cuando yo estaba acostando
a Ben, no se adónde ha ido. Creía que os había dicho a los
dos que no salierais de casa. Molly se encoge de hombros y
aparta la mirada mientras Eilish se seca las manos en los
vaqueros, le hace seña a Molly para que salga de la
habitación, luego cierra la puerta de cristal y se endereza.
¿Ha venido por algo relacionado con mi hijo? Una sonrisa
pronta y limpia, las manos y las uñas cuidadas, modales
corteses y seguros. Me envía su hermana. ¿Áine?, dice,
temía que fuera a darme noticias sobre mi hijo, no tengo
café pero puedo preparar té si quiere. Señala con la mano
el cazo en el camping gas mientras la mujer rehúsa con una
sonrisa. La sombra de Molly escuchando en la puerta.
Venga afuera conmigo, dice Eilish, que le hace un gesto con
la mano para que la siga. Cruzan el jardín hasta la sombra
bajo los árboles, la mujer joven alarga la mano hacia un
lazo, lo toca un momento y lo suelta. Aquí no nos oye nadie,
dice Eilish, no me ha dicho su nombre. Formo parte de una
pequeña organización, no hace falta que sepa quiénes
somos, nos contrata gente como su hermana, gente que
vive fuera del Estado y está en posición de ayudar a sus
seres queridos. La joven mira las fachadas traseras de las
casas que dan al jardín, mete la mano en el abrigo y saca
un sobre de papel manila y un cilindro de billetes
enrollados sujetos con una goma. Guarde bien este
documento, dice, es una carta firmada por un alto cargo
con el sello del Ministerio de Justicia, le permitirá pasar sin
impedimentos a la zona del Gobierno para comprar carne,
verdura y productos lácteos para sus hijos sin pagar
precios propios del fin del mundo, mire, señora Stack,
vengo porque su hermana nos ha encargado que la
saquemos de aquí, a sus hijos y también a su padre,
tenemos que actuar con rapidez. Mira a la mujer que está
en el jardín y sin embargo ve a su hermana en casa en
Toronto, Áine hablando con su marido, organizando esto
por teléfono, hace semanas que no habla con su hermana.
¿Sacarnos?, dice. Sí, voy a necesitar fotos, datos
personales, para falsificar pasaportes y documentos de
identidad, nosotros podemos sacarlos del país y su
hermana organizará el traslado a Canadá. Algo se ha
estrellado en silencio contra el fondo del yo, aparta la
mirada, observa los muros descuidadamente cubiertos de
hiedra, los arriates que deberían haberse replantado en
primavera, cuánto trabajo necesita este jardín, cierra los
ojos y ve desvanecerse todo, ve el porvenir como una boca
oscura y surgiendo de esa oscuridad su fracaso
incalificable. ¿Sacarnos?, dice susurrando otra vez la
palabra a la vez que aprieta el rollo de billetes, se lo guarda
en el bolsillo de los vaqueros. Sí. ¿Así sin más? No puede
mirar a la mujer a la cara mientras habla. Hay cierto riesgo
pero lo hacemos constantemente... Los ojos hueros en la
corteza del árbol son testigos de ello, los ojos que miran sin
ver ni parpadear al viento y afrontan el mundo abiertos de
par en par, está mirando los botines negros de la mujer. Es
mucho que asimilar, dice ella, lo que quiero decir es, no, me
parece que no, esto no es lo que quiero. No hay ni rastro de
emoción en el semblante de la mujer, los labios respiran
serenos delante de ella, los ojos verdes y claros la analizan
cuidadosamente. No me ha dicho cómo se llama, dice
Eilish. Puede llamarme Maeve. Apuesto a que es el nombre
de su madre, Maeve, dígame, ¿cómo espera mi hermana
que me vaya así sin más, sin hablar conmigo siquiera?,
¿sabe lo que pasa con una casa como esta cuando se
abandona?, mi hijo mayor podría volver en cualquier
momento, abrirá la puerta del patio y entrará desgarbado
en la cocina como si nunca se hubiera marchado, irá al
frigorífico y se quejará de que no hay jamón, luego se
acercará una silla preguntando si se sabe algo de su padre,
a mi marido se lo llevaron, ¿sabe?, no hemos tenido noticias
suyas desde que desapareció... Noches de verano en el
jardín, la herrumbre y las quemaduras del foso para fogatas
cubierto de ceniza, cierra los ojos viendo a Larry servir vino
en una copa y cuando los abre el árbol está adornado de
pesar, los lazos se alzan movidos por la brisa cual dedos
que señalaran susurrándole que se vaya. La joven levanta
la vista y sonríe. Prunus avium, dice. ¿Cómo? Los cerezos,
dice, cerezos silvestres, mi abuela era botánica, pasar
tiempo con ella no fue muy distinto de apuntarme a una
licenciatura en Latín a los diez años, parecen antiguos,
¿llevan plantados mucho tiempo? Eso creo, sí, ya eran
maduros cuando compramos la casa, mi marido piensa que
habrá que talarlos o corremos el riesgo de que se caiga
alguno durante una tormenta, pero no sé, prefiero esperar
y ver qué pasa, las flores son una preciosidad en primavera.
Señora Stack, su hermana me habló de su marido, no sé
qué decir, no sé qué sabe usted. Hace ademán de hablar
pero frunce los labios, Eilish observa los labios y los ojos
que hablan sin hablar, oye lo que quieren decir los ojos
pero no quiere escuchar, los ojos se equivocan, los ojos no
tienen ni idea, los ojos no pueden saber nada si no se ha
demostrado nada. Señora Stack, tiene que tomar una
decisión difícil, marcharse de casa es lo más difícil que se
puede hacer, pero no creo que esté viendo la situación con
claridad, lo que está a punto de ocurrir, ese avión de
observación ahí arriba, ¿qué cree usted que hace ahí todo
el día?, el alto el fuego no va a durar, los rebeldes han
perdido impulso y el ejército ha empezado a rodearlos,
sitiarán el sur de la ciudad y el ejército convertirá este
lugar en un infierno, machacarán a los rebeldes hasta
someterlos, quedarán ustedes aislados del mundo, de
cualquier suministro, nada de lo que le estoy diciendo es un
secreto, tiene hijos en los que pensar, tiene un padre mayor
que necesita atención médica... ¿Mi padre?, dice Eilish al
tiempo que arranca una hoja con la mano y la aprieta hasta
hacerla papilla. Mi hermana no ha hecho prácticamente
nada por mi padre, lo que necesita mi padre es quedarse en
casa, estar rodeado de sus recuerdos, tener el pasado al
alcance de la mano, dentro de poco no le quedarán más
que sombras, un sueño extraño del mundo, mandarlo al
exilio ahora sería condenarlo a una especie de inexistencia,
no puedo permitirlo. Lo entiendo, señora Stack, pero debo
explicarle que su hermana ha pagado mucho dinero. Sí,
supongo que lo ha pagado, usted no tiene aspecto de
dedicarse al tráfico de personas precisamente. Señora
Stack, soy estudiante de Medicina, era estudiante de
Medicina, ahora me dedico a esto hasta que pueda volver a
estudiar Medicina, todo cuesta mucho dinero, hay que
falsificar pasaportes y documentos, pagar sobornos, hay
gastos de traslado, no está exento de riesgos, creo que
cambiará de parecer, pero tenemos que darnos prisa, de
verdad, dentro de tres o cuatro días enviaré a un chico a
recoger lo que necesitamos, aquí tiene una lista de lo que
debe darle, mientras tanto, puede usar esa carta para
comprar víveres, ahora tiene suficiente dinero en metálico
para lidiar con la inflación, el dólar canadiense da para
mucho. Bailey se ha acercado al cristal y por un instante
ella ve a Mark cuando tenía su misma edad, lo que hay
oculto en un rostro pero de pronto se revela en el giro de
una cabeza o la mirada de soslayo de unos ojos y deja paso
al otro rostro. Mira al suelo negando con la cabeza. Dígale
a mi hermana que lo siento, dice, dígale que agradezco
mucho el dinero, de verdad que sí, se lo diré yo misma
cuando pueda, las cosas se han puesto carísimas, en cuanto
pueda se lo devolveré. Ve a la joven marcharse calle arriba
y cierra la puerta del recibidor, Bailey está en la cocina
manchado de tierra y polvo con dos bidones rectangulares
color hueso de cinco litros. Los deja en el suelo con una
sonrisa y no quiere decir dónde los ha encontrado. El
interior de los bidones huele a rancio, Eilish tiene que
lavarlos con agua potable hirviendo que compró en el
camión cisterna, lo mira con orgullo y alivio y luego lo
reprende enfurecida. No te he educado para que seas un
ladrón, dice viendo que los ojos ofendidos y sombríos de su
hijo se entornan como para empequeñecerla. ¿Por qué no
te alegras?, dice él, nunca te alegras por nada, ahora no
voy a volver a dejarlos donde estaban. El rostro ante ella ha
vuelto a cambiar, ahora es el de Larry, Larry cada vez más
enfadado, Larry dándole la espalda.
Están entrelazados en un sueño vigilante, ella tiene el
brazo en torno a su cintura, Larry se remueve, susurra algo
y cuando ella abre los ojos está de pie junto a la cama
negando con la cabeza lentamente, con un aire de pena en
los ojos. ¿Por qué niegas con la cabeza?, pregunta ella
viéndolo ir a la puerta, la luz del recibidor le da en la cara y
es como si no lo conociera, es a la vez Larry pero es algún
otro, un hombre vacío por efecto de la edad y el dolor,
cuando vuelve a mirar ya no está. Despierta empapada y
despojada, pensando en lo que le gustaría decir, cómo te
atreves a venir a mí en sueños como si estuvieras muerto.
Está llorando cuando va a la cocina, coge un vaso del
fregadero, abre el grifo inútil por costumbre. Qué extraño
el mundo a la hora triste del amanecer y aun así resulta
conocido, la lluvia murmura entre los árboles, es una lluvia
antigua que habla con el lugar donde siempre ha caído, los
cerezos arraigados en la tierra, un haz de luz enlazada por
cada semana que él ha estado ausente. La luz ámbar llena
la ventana de un dormitorio en una casa de enfrente, ve
desplazarse la luz al cuarto de baño, alguien se ha
levantado para ir a trabajar, vas al baño y te lavas la cara y
los dientes y haces café, despiertas a los chicos para que
empiecen la jornada y los preparas para ir a clase, así es
como vivimos. Cuando los chicos están despiertos les dice
que tienen que seguir con el temario de clase, los colegios
no tardarán a volver a abrir, más vale que no os retraséis.
Molly está conforme con estudiar sola pero Bailey no
quiere hacer nada, ella se sienta con él un rato, luego dice
que tiene que ir a uno de los controles y cruzar para
comprar cosas. Pañales, dice Bailey, no olvides los pañales
y las toallitas para bebé y papel higiénico y chocolate
también, también nos vamos a quedar sin pilas para la
linterna. Eilish se dirige al control de Dolphin’s Barn, hay
una fila de autobuses de dos pisos aparcados en el camino
de sirga del canal para proteger a los soldados rebeldes de
los disparos de francotiradores. Se pone a la cola antes del
puente de Camac para pasar el control observando a la
gente ir y venir a través de la tierra de nadie con
carretillas, carros de la compra y maletas, los rebeldes
exigen registrar la mercancía de la gente que vuelve del
lado del régimen, hay que desempaquetarlo todo, una
anciana de pelo negro azabache levanta las manos y se
pone a gritarles a dos rebeldes que insisten en ver su bolso,
no quiere soltarlo hasta que un soldado se lo arranca de las
manos y salta una gallina perdiendo plumas que la mujer
persigue torpemente por la calle. Eilish muestra el
documento de identidad a unos ojos ocultos tras gafas de
sol, una voz inexpresiva le pregunta por qué cruza, el
sonido de un avión de guerra sobre sus cabezas. Lee el
cartel colgado de los semáforos que advierte de
francotiradores y acelera el paso cuando cruza el puente
mirando hacia las ventanas de la torre de pisos que preside
la intersección en el lado opuesto, esa sensación de estar
ante una autoridad que decide la vida y la muerte por
decreto. Una mujer mayor con voz ronca y jadeante se ha
situado a su altura y se pone a hablar como si se
conocieran. Gracias a Dios hoy está tranquilo, dice, tengo
una madre anciana en los pisos de Oliver Bond que no se
atreve a salir de casa, bendita sea, apenas he podido cruzar
en toda la semana, hay mucha gente así, y tú, ¿qué? Eilish
ni siquiera la mira, está observando el punto de control del
régimen unos doscientos metros más allá del puente,
bloques de cemento y sacos de arena y una bandera
nacional sin vuelo en un mástil, ve a un hombre que cruza
en bicicleta con la cabeza gacha, esquiva una bota
desechada en mitad de la calzada, parece una de esas
botas color cereza que ella tiene en el armario pero no se
pone nunca, una joven empuja medio corriendo un carrito
con una bolsa grande de arroz en el asiento, una mujer
entrada en años de tobillos hinchados tira de un carrito de
tela a cuadros, un anciano alto se apoya en el bastón, un
perro de caza corre a grandes zancadas más adelante sin
correa. Llega donde la bota color cereza con tacón de dos
centímetros y pico y ve que se le ha salido del pie a la
dueña sin necesidad de bajar la cremallera.

Simon está insultando a la televisión en la sala de estar


mientras ella vacía la mochila de provisiones encima de la
mesa de la cocina, va a la sala, se planta delante de él y
pone los brazos en jarras. Déjame que te afeite la barba,
dice, podemos hacerlo aquí si quieres. Sube y coge una
toalla, abre el armario del cuarto de baño, el bote de
espuma de afeitar y una maquinilla azul de plástico, un
paquete de cigarrillos a medio fumar en el estante que se
guarda en el bolsillo. Simon espera en la butaca con las
manos en el regazo, los dedos separados y manchados de
hierba oscura, lanza un bufido mientras ella le levanta la
barbilla y le examina la cara, dos campos de nieve caída
sobre la tierra vieja, nunca le ha afeitado la cara a un
hombre. No va a durar mucho, ¿sabes?, dice él, el alto el
fuego, ¿has oído las noticias?, las mentiras que se inventan,
deben de tomarnos a todos por idiotas, hoy dicen que los
rebeldes han violado el alto el fuego con veintiocho ataques
registrados en la ciudad en las últimas veinticuatro horas,
no sé cuántos proyectiles de mortero y artillería lanzados
contra nuestras posiciones, bla bla bla, cualquiera puede
oír que los rebeldes llevan días callados salvo por algún
que otro disparo de fusil, el régimen prepara otro ataque,
espera y verás... Papá, dice ella sosteniéndole la mandíbula
en el sitio con la mano, no puedo afeitarte si no estás
quieto, no van a romper el alto el fuego ahora que hay
amenaza de nuevas sanciones, todo el mundo quiere que
esto acabe. La barba le planta cara a la maquinilla, la
franja que ha dejado suave la cuchilla continúa creciendo a
un ritmo infinitesimal. Ayer vino ese tipo alto, dice Simon,
estuvo revolviéndolo todo arriba de paso. La maquinilla se
ha detenido en su mano, la deja en un cuenco de agua y
coge el brazo de su padre. Papá, ¿qué tipo alto? Ya sabes
cuál. Simon la mira con un ojo ladeado como si fuera ella la
que ha hecho algo. Papá, ¿cómo se supone que voy a saber
de quién hablas? Ese tipo alto, uno de los tuyos. ¿Los
míos?, pregunta ella, ¿te refieres a tus nietos?, lo dudo
mucho. Sí, dice él, ese era, vino hacia las tres. ¿Y qué hizo
arriba? Ve a Simon cerrar los ojos, ella intenta atravesar
con la mirada la piel translúcida de sus párpados, intenta
llegar hasta la mente, zarandeará al anciano hasta sacarlo
del cráneo, lo zarandeará hasta que vuelva a tener
conocimiento. Sumerge la maquinilla en el agua, luego
pasa la cuchilla demasiado fuerte, la mano de Simon se alza
en protesta mientras le resbala un hilo de sangre por la
barbilla. ¿Te refieres a Mark?, pregunta, la voz le patina,
mira por la habitación sin ver, posa la mirada en las sillas
en torno a la mesa. ¿Cómo supiste que era Mark?, dice,
espera un momento mientras voy a buscar un pañuelo de
papel. ¿Quién iba a ser si no?, dice él, le pregunté si era
uno de los hijos de Eilish y dijo que sí y entró y dijo que
había venido a ayudar. Que había venido a ayudar, dice ella,
¿a ayudar con qué? No lo sé, esto y lo de más allá, dijo que
me ayudaría con el jardín. Ella ha ido a la cocina para
meter las manos bajo el agua fría, la coge en el cuenco de
las manos y se moja la cara, se queda delante de las
puertas de cristal mirando el jardín, el seto bien podado e
igualado por arriba, los arriates recién plantados, ve a
Mark tal como estuvo en el jardín el verano pasado con
ropa de faena echando una mano. Le pone un trocito de
papel en la cara a su padre y sigue afeitando alrededor de
la media sonrisa mientras él cierra los ojos. Le está
hablando cuando se da cuenta de que se ha dormido, la
barbilla suave en la palma de su mano mientras le limpia
con una toalla la piel rosada. Va al pasillo, coge el abrigo de
su padre y lo abre por el cuello, vuelve a la sala de estar y
se sienta en la butaca de su madre, saca del bolsillo una
etiqueta blanca en la que está escrito su nombre y
dirección y el número de móvil de ella y se la cose a la
solapa. Escucha la casa vacía, oye las antiguas voces arriba
y a su madre llamándolos a comer, sus pies resonando en
las escaleras, el fuego de la estufa emitiendo chasquidos
como si remitiera al tiempo igual que un reloj desquiciado,
como si el leño en la estufa escupiera el tiempo almacenado
en la madera, piensa, el tiempo es adición y sustracción a
la par, el tiempo añade un día al siguiente y siempre resta
de lo que queda, el lento aliento suspirante delante de ella.
Es el cuerpo el que respira la mente, eso piensa ella, es el
corazón el que bate al hombre hasta que el hombre queda
abatido, y se ve cogiéndole la mano, susurrándole, nunca
quise que fueras nadie más.

Va a paso suave a la puerta de la calle y la cierra sin


echar la llave, cruza el porche encendiendo un cigarrillo. El
crepúsculo avanzado se precipita hacia la noche, una
llovizna motea el sendero, una figura camina calle arriba
haciendo caso omiso del toque de queda. Sigue con la
mirada el andar encorvado del joven mientras ambos dan
caladas a los cigarrillos, el joven con la mano cubriéndole
la boca. Justo acaba de pasar por delante cuando ella oye
que un vehículo toma la curva, retrocede hasta la pared
viendo pasar un cuatro por cuatro, ve a dos policías
rebeldes delante, ve que las luces de freno colorean las
ventanas vecinas al detenerse el vehículo. Va a la cancela
susurrándole al chico que corra pero este se vuelve y se
queda mirando el cuatro por cuatro, se apean dos hombres
para rodearlo, ve que el chico se encoge de hombros, un
policía rebelde lo agarra del brazo y le hace darse la vuelta,
lo empuja hacia el vehículo para esposarlo. Ella se remanga
mientras va calle arriba gritando, ¿qué hacen con mi hijo?
Llega hasta ellos en el momento en que titubean, el par de
manos sobre el joven lo han soltado y el policía rebelde se
vuelve y le dirige una mirada que ella no sabe interpretar
en la oscuridad. Ya no está en la calle sino que ha entrado
en una parte de sí misma donde es absoluta, lleva una
espada en la boca, este chico es su hijo, lo ha agarrado por
la manga y lo zarandea, te he dicho que no salgas después
del toque de queda, dice, entra ahora mismo en casa. Se ha
puesto entre el joven y los dos hombres, se vuelve y manda
al chico calle abajo de un empujón, se queda con las manos
abiertas delante de ellos. Lo siento muchísimo, dice,
entiendo que hay toque de queda, al bebé le están saliendo
los dientes y no puedo estar encima de todos, este se cree
que puede largarse cuando quiera, será la última vez, se lo
prometo. La falsa calma de la calle mientras una mirada
gélida se posa en ella y la escudriña, una radio emisora-
receptora crepita en el jeep. Se vuelve con miedo a que el
joven pase de largo la casa, lo llama, espérame ahí. Los
hombres ya no ven al chico y ella se cruza de brazos, uno
de ellos carraspea, habla con un meloso acento de ciudad.
Puede considerarse afortunada esta vez, si vuelvo a ver a
su hijo por ahí después del toque de queda pienso
detenerlo, ¿entiende? Le sostiene la mirada al hombre con
gesto desabrido. Me pregunta si lo entiendo, sí, lo entiendo,
pero quiero que usted también entienda algo, mi hijo mayor
se fue de casa para luchar contra el régimen con los suyos
y ahora estoy yo aquí en la calle aguantando amenazas,
queríamos derrocar el régimen pero no para que lo
sustituyera más de lo mismo, eso todo lo que tengo que
decirle. Camina calle abajo oyendo el motor al ralentí, los
hombres la observan sin duda por el espejo retrovisor
mientras agarra al joven por el codo y se dirige con paso
firme a casa. La puerta de la calle queda cerrada con llave
cuando lo lleva a la cocina, Molly y Bailey levantan la vista
del portátil, quieren saber qué ocurre. Ella le dice al chico
que se siente, no es más que un crío en realidad, hosco y
azorado, tenso como si fuera a recibir una paliza. Ahora se
da cuenta de que no podría ser su hijo, los ojos veloces y la
actitud asilvestrada de un chaval de los pisos de protección
oficial, va a la sala de estar y mira por las cortinas. Espera
un poco antes de salir, dice, seguro que dan media vuelta y
luego puedes largarte. Algo desagradable se adueña del
rostro del joven, va al fregadero y escupe dentro, se vuelve
con un gesto resentido. ¿Cómo se le ocurre hacer eso,
señora?, dice, iba a salir corriendo.

La premura de las explosiones mientras se lava los


dientes delante del fregadero de la cocina, la sacudida de
cada proyectil que hace añicos el silencio de la noche, una
mano le rodea el corazón y se lo aprieta en un puño.
Cuando baja la mirada ve el cepillo de dientes en el
fregadero, ve que la esperanza se le ha escapado de las
manos, la esperanza como agua en el cuenco de las manos
de un idiota que busca por una inmensa extensión, sabe
que es Bailey quien se ha acercado a la puerta de cristal a
su espalda. El último era un cohete, dice. Se vuelve
apreciando el placer del conocimiento en su voz, lo ve
descabezado en la oscuridad salvo por las extremidades
largas y pálidas en calzoncillos y camiseta. ¿Y tú qué
sabes?, dice negando con la cabeza y volviéndose de nuevo
hacia la ventana, la campana de una iglesia da la hora en la
azulada oscuridad estival y tenue, más allá otra campana
suena descompasada como un eco de la primera y luego
oye el sordo retumbo de otra explosión. Esa ira que no
consigue arrancarse de las manos, esa tristeza que le
sobreviene mientras cierra la ventana y se vuelve hacia la
sala de estar, se le ha instalado en el pecho tal peso que
apenas es capaz de andar, apoya una mano en la encimera,
cierra los ojos y respira hondo, tiene los pies fríos, no sabe
qué ha hecho con las zapatillas, las llevabas puestas hace
un momento. Se acurrucan bajo un edredón mientras las
bombas continúan cayendo sobre la ciudad con el ritmo
lento y constante de un tambor militar. Les dice a los chicos
que están a salvo, que el régimen dispara contra posiciones
rebeldes, ella misma no se lo cree, Molly hace un ruido
extraño con la garganta cada vez que estalla un proyectil.
Ben está despierto y no quiere quedarse en la cuna.
Enciende la radio y espera las noticias internacionales, no
hay noticias sobre lo que está ocurriendo. Les dice que se
acabará, que una cosa siempre deja paso a otra, por la
mañana cruzaré al lado del Gobierno y compraré más
provisiones, igual encuentro un poco de chocolate. Un
proyectil de mortero explota cerca y luego otro y Molly
hace ese ruido con la garganta de nuevo pero esta vez más
largo como si modulara la primera nota de algún grito
antiguo y austero, busca bajo el edredón la mano de su
madre y Eilish agarra la mano consciente de que es falsa
con los chicos, falsa sin nada que ofrecer, ni consuelo ni
socorro, solo mentiras, distracción y evasión, les cuenta
historias de su niñez que ya han oído, la vez que su
hermana se cayó de un árbol y en lugar de la espalda se
partió el culo y tuvo que sentarse en un flotador durante
semanas, la vez que a su abuela la alcanzó un rayo cuando
estaba embarazada y fue a parar a la otra punta del jardín
de atrás pero salió ilesa y vuestro abuelo nació con una
cicatriz detrás de la oreja. A las dos de la madrugada
mencionan el bombardeo en las noticias extranjeras, el
ejército ha lanzado una ofensiva contra las posiciones
rebeldes, ha lanzado una ofensiva contra el sueño, contra el
santuario de la noche, ese deseo ahora de cerrar los ojos y
buscar una puerta que conduzca hasta la mañana, en
cambio ve la oscuridad de una tumba y la noche como una
losa encima de ellos, ve la casa desplomándose sobre sus
cabezas. Comienza un intenso fuego graneado que no ceja,
la mano derecha ha empezado a temblarle, se la coge con
la mano izquierda y la esconde bajo el edredón, se imagina
los rostros de los hombres que lanzan cohetes y proyectiles
de mortero sobre ellos, sabe que son quienes desperdigan
muerte sobre amigos y parientes, sabe que son hombres
con los que se ha cruzado por la calle. Ben se despierta
otra vez con un lloro y no se deja apaciguar, la respiración
enfadada sobre la mano de Eilish cuando le mete el dedo en
la boca buscando la encía, al pobre le está saliendo un
diente, no tiene nada para el dolor. Le acaricia el mentón
con el pulgar preguntándose qué noción del mundo puede
tener un niño de esa edad, el olor a miedo en su propio
cuerpo, el niño que aprende a reconocer el olor que no se
puede suprimir ni ahuyentar solo con desearlo, el niño que
absorbe el trauma de la madre y lo almacena en su cuerpo
para usarlo más adelante, el niño que se hace adulto
afligido por el miedo y la ansiedad ciega, que arremete
contra quienes lo rodean, tiene a un hombre dañado en
brazos. Constante el redoble del tambor militar, constante
la marcha de las explosiones, el bombardeo se aleja un rato
como si fuera una nube tormentosa de paso hacia el mar, la
radio no informa de nada nuevo antes de que ella la
apague. Cree que Molly y Bailey están dormidos, las
sirenas en la oscuridad y los perros que ladran, Ben se
estremece como si para dormir más profundamente su
cuerpo tuviera que expulsar el miedo de su madre. Cierra
los ojos y ve a su padre solo en la casa con el perro
arañando la puerta de cristal, su padre acostado bajo las
escaleras y dormido con la boca abierta, su padre
incrustado en el suelo como una piedra, ve la tierra, el mar,
las montañas, todos los lagos borrados, el mundo
convertido en un vacío de oscuridad salvo por esta muerte
que llega del cielo, esta muerte que quiere internarse en el
sueño a fuerza de explosiones, tanto así que le da miedo
cerrar los ojos.

No sabe qué hora es cuando oye el silbido de los


proyectiles que pasan por encima de su cabeza, estaba
dormida con los oídos aguzados, dos explosiones tan cerca
que sacuden la casa y algo se cae al suelo. Se le ha
escapado de la garganta un sonido animal a la vez que
Molly se incorporaba gritando. No encuentra la linterna,
Molly la ha perdido debajo del edredón, aparece y cuando
la enciende ven el enlucido del techo hecho pedazos
delante de la chimenea. Bailey ha vomitado en el suelo. No
sé que me pasa, dice, debo de haber pillado un virus o algo,
igual me ha sentado mal la comida. La luz de la linterna le
tiembla en la mano cuando va a la cocina a por
desinfectante y un trapo, se queda un momento junto a la
ventana para ver la columna luminiscente de humo blanco.
No debe desperdiciar agua, deja una palangana al lado de
Bailey y le dice que vomite ahí, frota las tablas del suelo
con pasadas brutales, luego vuelve a la cocina y se da
cuenta de que ha parado de temblarle la mano. Estira los
dedos un momento, después deja reposar la mano, un
estallido de mortero hace regresar el temblor, barre el yeso
del suelo de la sala de estar, luego se pone a limpiar las
superficies de los muebles, la zona en torno al fregadero, el
alféizar de la ventana detrás del fregadero, la encimera
alrededor de los fuegos de la cocina, una explosión cercana
hace temblar la tierra, así que tiene que agarrarse al
fregadero con las dos manos pensando en la mugre de la
tapa de los fuegos de la cocina que debería fregar, lleva
demasiado tiempo desatendiendo cosas así, la cantidad de
mugre que repta por la encimera y se queda detrás del
microondas, los restos de comida que caen en los cajones y
se alojan bajo los cubiertos, las migas de la panera y la
tostadora que se diseminan por todas partes, cortas una
rebanada de pan y la mitad de la hogaza acaba en el suelo,
las migajas de tarta van a parar debajo del hervidor, caen
en el cajón de los cubiertos que se acaba de limpiar. Mamá,
qué haces, Bailey está vomitando otra vez. Le ha agarrado
la mano a Molly, se la mueve arriba y abajo pero es a sí
misma a quien ha vuelto a encontrar. Cuando haya luz
fuera, dice, tenemos que poner cinta aislante en las
ventanas por si se rompe el cristal, qué hora es, esperemos
que Ben siga dormido.

Manipula con torpeza los botones del abrigo delante del


espejo del recibidor. Hace días que no se peina, suelta su
cabello y se pasa los dedos. Ese temblor de la mano
derecha como si algo se hubiera cobijado bajo la piel para
vivir de tendones y huesos, toma el peine, luego lo deja y se
recoge el pelo. Descuelga el teléfono con la esperanza de
que haya tono de marcar, después sale fuera a mirar el
cielo, intenta localizar el origen del humo a la deriva, las
sirenas suenan, Gerry Brennan lleva una bolsa a un montón
de basura negro y tumescente junto al sendero. Ratas, dice
señalando con el dedo la calle, hay ratas del tamaño de
gatos, nunca había vivido entre tanta porquería. Ella no
sabe qué decir, los cubos ya le traen sin cuidado, apenas ha
pegado ojo en cinco días y cinco noches y esa sensación en
el cuerpo de que ahora las cosas son distintas, ese
profundo miedo negro que vive en la sangre, esa sensación
de que no hay salida. Gerry Brennan levanta la mano como
para hablar pero ambos alzan la vista hacia el sonido de un
avión de combate que ya ha pasado, un eco estruendoso
como si el cielo fuera una cueva y luego la explosión en la
zona donde ha caído la bomba a unos kilómetros de
distancia. Deben de ser las siete de la mañana, dice él, se
puede poner en hora el reloj con esos reactores asesinos,
no se oyen hasta que están a punto de atacar o cuando ya
lo han hecho. Observa la cara sin afeitar de Gerry Brennan,
lo imagina ante un espejo con la cuchilla todos los días
durante cincuenta años y ahora las mejillas le relucen como
cubiertas de sílice, en vez de camisa y corbata lleva una
camiseta interior sucia, tiene los brazos demacrados y
codos de pollo. ¿Necesitas algo, Gerry?, pregunta, voy a
intentar cruzar el control, puedo hacer sitio en el bolso. Él
no contesta, permanece ausente mirándola mientras ella
contempla el jardín delantero a su espalda, se da cuenta de
las molestias que se tomó el hombre, eligió para la
jubilación plantas en macetas con sed de manguera, eligió
hierbas para las ranuras del adoquinado que cedieran a la
hoja de la azada, eligió organizar el resto de sus días en
torno a tareas insignificantes, gastando los talones de los
calcetines en zuecos de jardinero, ejercitando la grasa
colgante de los codos a lo largo de arriates elevados en la
parte de atrás llenos de abultados repollos y zanahorias de
mitad de temporada, remolachas y nabos en invierno,
saliendo y entrando de casa con muda devoción a cada
llamada de su esposa. Y ahora la mirada feroz en los ojos
que escudriñan la calle en busca de ratas. Salta a la vista lo
que se traen entre manos, dice, intentan ahuyentarnos
como a alimañas, eso es lo que hacen, quieren
exterminarnos como a las ratas, solo es cuestión de tiempo
y esfuerzo, yo trabajaba de urbanista, ¿sabes?, hay un
número limitado de carreteras y edificios en esta ciudad, si
lanzas suficientes explosivos, con el tiempo habrás
agujereado todas las calles, habrás alcanzado todos los
edificios de apartamentos, todos los comercios y casas,
luego sigues noche y día, sigues lanzando más y más hasta
que conviertes el enladrillado en polvo y no queda nada
más que gente que se niega a marcharse. Se da la vuelta y
se para un momento a echar una mirada feroz al cielo. ¿Por
qué vamos a marcharnos?, dice, cuéntamelo, no nos
sacarán de aquí, viviremos bajo tierra si no hay otro
remedio, cavaré un agujero en el puto jardín, si has vivido
en un lugar toda tu vida, la idea de vivir en otra parte es
imposible, es..., cómo se dice, neurológico, está
configurado en el cerebro, nos atrincheraremos, eso
haremos, qué otra cosa se supone que debes hacer, no
sabría adónde ir, me tendrán que sacar en un ataúd. Ella no
sabe qué hacer con la cara y se da la vuelta tocando con la
punta del zapato el hormigón. Dile a Betty que gracias por
dejarme la bici, dice, las marchas fallan y dejé que mi hijo
echara un vistazo y ahora van peor. Es una bici vieja, dice
él, tal vez se han deformado los piñones de la rueda de
atrás, llévasela a Paddy Davey, tiene una tiendecita de bicis
en Emmet Road junto a la tienda de pescado frito, yo solía
llevarle las bicis de los chicos, dale recuerdos de mi parte,
seguro que te hace un buen precio.

Le masculla a Larry que conteste al teléfono y no puede


zafarse del sueño, tiene el brazo atrapado bajo algo pesado
y cuando despierta oye que el teléfono suena en el
recibidor, se escuchan sirenas cerca, tiene el brazo
inmovilizado debajo de Molly. Corre hacia el recibidor
pensando que debe de faltar poco para el amanecer, está
hablando con Mark antes de llegar al teléfono, por
supuesto que perdiste el puñetero número, quién recuerda
ya los números de móvil, pero de un teléfono fijo te puedes
acordar, ¿acaso no te lo enseñé de niño?... Reconoce a su
padre por su manera de carraspear, la inspiración típica y
luego un temblor en la voz. ¿Estás ahí?, pregunta él, se ha
ido, ¿me oyes?, estaba durmiendo y me he despertado y se
había ido. Papá, dice, ¿qué hora es?, el teléfono lleva días
sin funcionar, ¿te refieres al perro? Haz el favor de
escuchar, dice él, me refiero a tu madre, he buscado por
toda la casa pero no está, se ha llevado todas sus cosas, el
armario está vacío, tendría que haberme dado cuenta de
que iba a pasar, tendría que haber sabido que se
marcharía. La voz aguda se convierte en un susurro
atemorizado y luego le cuesta tomar aire. No puedo
respirar, dice, no puedo respirar... Papá, dice, ay, Dios mío,
por favor, papá, ¿llamo a un médico? No, dice él, déjame,
esa mujer está empeñada en destruirme. Eilish se aprieta
los ojos con el índice y el pulgar, se pinza el puente de la
nariz, visualiza a un hombre que ha despertado dentro de
un sueño, sabe que no puede hablarle de que su esposa
murió cuando no guarda recuerdo de su muerte. Le recorre
el cuerpo un escalofrío de emoción y levanta la vista y ve a
Molly en la puerta, le hace un gesto con la mano de que
vuelva dentro. A través de la línea de teléfono oscura y
polvorienta busca el rostro de su padre, quiere abrazarlo,
lo ve en el pasillo con todas las luces de la casa encendidas,
seguro que ha olvidado la bata y las zapatillas. Le dice que
respire hondo y cuando abre los ojos ve dos caras pálidas y
cautas que la observan desde la puerta. Papá, dice, ahora
susurrando, al tiempo que da la espalda a los chicos. Papá,
tienes que escucharme, por favor, respira hondo y escucha,
mamá no se ha ido, volverá pronto, te lo prometo, solo ha...
Me estás mintiendo, dice él, siempre mientes, sabía que
estabas en el ajo, siempre te pones de su parte, vas
lloriqueando detrás de ella como un perrillo, esta casa está
tranquila de narices sin todas vosotras. Oye un fuerte
sonido de succión y entonces su padre deja escapar un
sollozo. No puedo respirar, dice. Papá, dice ella, ay, papá,
escucha, por favor, todo va a ir bien... Tendría que haber
sabido que ocurriría, dice él, tendría que haberlo sabido
pero cerré los ojos, antes la quería, la quería de verdad,
todavía la quiero, ay..., dime, ¿qué fue del amor?, dímelo, ya
no recuerdo qué sucede con las cosas, ¿qué es del amor
cuando ya lo tuvimos palpitante en la mano? Está
horrorizada, susurra, se retuerce de piel adentro, se tira
del pelo. Papá, por favor, papá, escucha, no es lo que crees,
haz el favor de escucharme, voy a ir por la mañana, en
cuanto haya amanecido, en cuanto pueda. No, dice él, no
quiero que vengas, no quiero que seas amable, no quiero
amabilidad ahora mismo, tu madre me ahuyentó, os
ahuyentó a todos, así es ella, déjame en paz. Oye un ruido
amortiguado como si hubiera cubierto el micrófono con la
mano. No te he oído, papá, ¿qué has dicho? Eilish les hace
gestos furiosos con la mano a los chicos de que cierren la
puerta. Ay, cariño, dice él, qué he hecho, no escuchaba, no
os escuchaba a ninguna, tengo que ir a buscarla, sé adónde
va, seguro que puedo alcanzarla si voy ahora... Papá, dice,
haz el favor de escucharme con atención, no puedes salir
de casa, son poco más de las cinco, están bombardeando la
ciudad y los ataques aéreos empezarán dentro de dos
horas, quédate donde estás, por favor, y encontraré el
modo de cruzar luego, también voy a llamar a un médico.
Oye cómo deja el auricular en la consola y se queda en
silencio llamándolo por su nombre.

Llama al número de la señora Tully para pedirle que vaya


a ver a su padre pero no hay respuesta. En la consulta del
médico no hay más que un contestador con un mensaje
grabado de un servicio fuera de horario que la redirige a
otro mensaje, el servicio que solicita ya no está operativo,
el médico de guardia se ha ido del país con su familia y es
posible que no vuelva nunca, se ha llevado a sus padres, si
necesita atención urgente, vaya directamente a la unidad
de urgencias más cercana. El semblante de pánico en la
cara de su hija al decirles que tiene que cruzar la ciudad,
Molly la sigue al recibidor cuando va a por el chubasquero,
se da la vuelta y Molly está delante de la puerta de la calle
de brazos cruzados. Mamá, dice, no puedes salir así, ¿no
puedes esperar un rato?, seguro que el abuelo está bien, se
habrá vuelto a dormir y no recordará lo que ha pasado,
ahora estará en la cocina refunfuñando mientras lee un
periódico viejo, tomando té con leche agria, tendrá las
gafas colgadas del cuello y las estará buscando por ahí, ya
sabes cómo es. Eilish contempla la cara de Molly creyendo
por un momento que lo que dice es verdad, observa la
mano de la chica que le agarra la muñeca, Molly susurra, le
suplica. Vale, dice Eilish, ojalá tengas razón, voy a esperar
a que haya un descanso, parece que los bombardeos hacen
una pausa después de comer. Esa sensación de haber
entrado en un cuarto oscuro con la puerta cerrada a su
espalda a medida que los bombardeos y ataques aéreos
continúan sin amainar, el día transcurre y se le va de las
manos, la tarde deja paso a la noche. Cenan algo frío
mientras ella escucha la BBC, la cortina de fuego del
Gobierno se ha intensificado pese a la indignación de la
comunidad internacional, escucha la radio estatal, el
régimen insiste en que bombardea a los terroristas. Apaga
la radio pero no puede dormir, las mentiras le rondan el
pensamiento, la despierta Ben que por fin cierra los ojos
agarrando la cara de su madre entre las manos. Por la
mañana se planta decidida ante los chicos, su voz grave
mientras se pone el chubasquero, no puedo esperar ni un
momento más, dice, tengo que ir ahora, volveré en cuanto
pueda.

Los pájaros siempre habitarán la tierra, los pájaros


invocan el amanecer desde los árboles desgarrados y
maltrechos mientras ella pedalea a través de la ciudad.
Ahora hay luz donde antes no la había, los edificios
reducidos a escombros, las paredes y los cañones de
chimenea solitarios, la escalera que asciende hasta una
súbita caída. Se le pincha la rueda trasera y tiene que
esconder la bicicleta detrás de la pared de una escuela y
seguir a pie, bombardean el sudeste de la ciudad y hay un
paisaje de humo gris, oye ráfagas esporádicas de disparos,
le susurra a Larry, la frontera que separa a los rebeldes del
régimen se ha desplazado o quizá ya no hay nada parecido
a una frontera. Se apresura a través de las tranquilas calles
residenciales y el polvo rezagado, los controles de los
soldados rebeldes han quedado abandonados mientras que
unos niños hacen rodar neumáticos y los queman en
contenedores industriales que vomitan humo negro para
cegar a los aviones de combate. Las calles que rodean la
casa de su padre están en silencio, apenas hay coches en la
calzada. Llama a Spencer al verlo sentado en el felpudo de
la puerta de la calle, el perro se levanta y empieza a andar
en círculos esperando a que ella le deje entrar y luego se
detiene mientras ella le acaricia el cráneo con los nudillos.
¿Qué haces aquí fuera tú solo? Llama a la puerta y aguza el
oído un momento, luego abre con la llave, el bombín está
cerrado con doble vuelta, entra en el recibidor y sabe que
la casa está vacía, el abrigo no está en el perchero, las
luces están apagadas, el teléfono inalámbrico de la consola
está en la base. Las cortinas del dormitorio de Simon están
abiertas, la cama hecha de cualquier manera, las zapatillas
emparejadas delante del armario. Hace salir al perro al
jardín y luego comprueba el teléfono pero no hay línea.
Cierra la puerta y va hasta el final de la calle, luego sigue
el itinerario diario de su padre por la calle principal hacia
el parque, todos los comercios locales están tapiados,
aborda a todo el que se cruza, nadie ha visto al hombre que
describe y un joven estrábico en bicicleta se le ríe a la cara.
Las cortinas de la señora Tully están echadas, la casa
cerrada por completo, las plantas medio secas en la galería.
Gus Carberry tarda en abrir la puerta, luego apoya una
mano de papiro en la jamba y asoma el bigote blanco
mirando hacia un lado y otro de la calle al tiempo que niega
con la cabeza. Cruza la calle hasta la casa de la señora
Gaffney, que le dice que respire y pase, el recibidor huele a
flores secas aromáticas, la sigue hasta una cocina poco
iluminada y se sienta a la mesa. Vas a tomarte un té y luego
veremos qué se puede hacer. La mujer enciende un
quemador de gas y llena un viejo hervidor con agua de un
recipiente. No sé qué se supone que debo hacer, dice
Eilish, no hay servicios a los que llamar, los gardaí no
parecen existir ya en el sur de la ciudad, voy a intentar
llamar a los hospitales. Mira el hervidor calentándose en el
hornillo. Puede estar usted pendiente, dice, seguro que mi
padre vuelve en cualquier momento, voy a dejarle mi
número, puede llamarme si tiene línea, mientras tanto, no
sé qué hacer con ese puñetero perro, sabía que acabaría
por ser un estorbo. El hervidor empieza a emitir un silbido
cada vez más fuerte y la señora Gaffney se levanta y saca
dos tazas del armario con un tintineo. El perro puedo
quedármelo yo, dice, si tiene algo de comer, porque yo aquí
no tengo nada para alimentarlo. Observa las arrugas de la
cara de la mujer mientras intenta recordar las caras de sus
hijos corriendo por la calle, ahora son hombres hechos y
derechos con sus propios hijos que viven en fotografías
dispuestas en el alféizar de la ventana. ¿Y sus hijos?, dice.
Ah, hace tiempo que se fueron, están los dos en Australia,
llevan una eternidad intentando convencerme de que me
marche, pero no quiero ir. Pero ¿por qué, señora Gaffney,
por qué se ha quedado? La mujer guarda silencio un buen
rato. Se lleva una mano con manchas a la barbilla y hace
ademán de hablar pero suspira en cambio y desvía la
mirada. ¿Por qué se queda cualquiera de nosotros?, dice.
Eilish va por las calles buscando a su padre, se refugia en
un portal y luego se apresura hacia casa. Está cruzando
una intersección cuando oye detrás de ella un repiqueteo
de cascos, se vuelve para ver tres caballos que siguen la
calzada a medio galope, dos grises moteados y uno con
pintas que pasan desquiciados y con mirada salvaje.

Los días se le escurren entre los dedos, la casa por la


noche en medio de los bombardeos viendo a su padre como
si fuera un espectro delante de ella, Simon alejándose hacia
el silencio. Ha cruzado la ciudad otra vez y ha estado en la
casa vacía, se ha estremecido de miedo en las calles y no
piensa dejar a sus hijos de nuevo, le susurra a Larry,
tendría que haber imaginado que ocurriría, qué se suponía
que debía hacer, sí, lo sé, tendría que haberlo sabido, todo
ha sido culpa mía. Vuelve a funcionar la línea telefónica y
recibe una llamada de la señora Gaffney para decirle que el
perro se ha escapado. Su hermana intenta llamar desde
Canadá y ella desconecta el teléfono porque sabe cómo
reaccionará Áine a la noticia sobre su padre, ve su fracaso
y su vergüenza ante ella, les ha mentido a los chicos con la
esperanza de que Simon vuelva, se ha mentido a sí misma
sobre un montón de cosas, Áine envía múltiples mensajes
pidiéndole que la llame. No logro contactar contigo, dice,
tenemos que hablar, dime que estáis bien, por favor. El sur
de la ciudad está sitiado, hay bombardeos día y noche, la
BBC dice que el ejército usa helicópteros para lanzar
bombas en barriles llenos de metralla y combustible, los
chicos intentan dormir bajo las escaleras mientras Ben
aúlla de lo que le duelen los dientes, le están saliendo los
colmillos superiores e inferiores. Algo dentro de su cuerpo
se ha tensado en un nudo que no puede deshacer, tiene el
cuerpo alerta en todo momento, este cuerpo que escucha
mientras duerme y los ojos que miran por la coronilla
mientras hace cola para el camión cisterna y los víveres.
Está haciendo cola cuando se encuentra a un hombre con
el que fue a clase y algo en su sonrisa sobria la lleva a
plantearse un momento cómo sería que la abrazaran, yacer
al lado de un amante, escapar de la mente por completo y
entrar en el cuerpo, extraviarse de sí misma por completo
un rato. Se da la vuelta avergonzada de su aspecto, ha
dejado de peinarse por miedo a que se le caiga el pelo. El
hombre le toca la muñeca y le cuenta que un
contrabandista ha montado un negocio en una tienda de
electrodomésticos en Crumlin Road, tal vez allí encuentre
algunas de las cosas que quiere. Camina por las calles
medio demolidas pasando por delante de voluntarios de
defensa civil con cascos blancos que peinan los escombros
de un bloque de pisos, un guardia armado le franquea el
paso a la tienda de electrodomésticos y se pone a la cola.
Lavadoras y secadoras de segunda mano, lavavajillas y
cocinas cuando no hay electricidad para usarlos, vuelve a ir
mal calzada, los mocasines de verano le aprietan, se quita
uno y se mira los dedos de los pies pensando que antes le
encantaban esos zapatos, los pies le han cambiado desde
que nació Ben, no cabe duda, tiene los arcos más caídos,
los huesos más largos, ya no son sus pies, el móvil emite un
sonido en el bolso. Lee el mensaje y se queda mirando la
pantalla, luego lee el mensaje de nuevo. Quiero que sepas
que está a salvo. Le contesta a su hermana, ¿quién está a
salvo? Unos ojos insomnes y una cara sin afeitar la miran
desde el otro lado del mostrador. Quiere leche en polvo y
paracetamol para el niño, el hombre va a la trastienda
mientras un joven suma el total en una calculadora. Hace
un cálculo rápido de memoria, le están cobrando unas doce
veces el precio habitual del paracetamol, mira el móvil
esperando a que Áine responda, dentro de poco se le habrá
acabado el dinero y tendrá que ir a mendigarle a su
hermana. Áine está tardando mucho en contestar, vuelve a
escribirle, ¿quién está a salvo? Se apresura de regreso a
casa maldiciendo los zapatos cuando Áine contesta y ella se
detiene y lee el mensaje dos veces. Papá está a salvo, dice
Áine, nuestros amigos lo sacaron, llevo una eternidad
intentando ponerme en contacto contigo.
8

La rueda trasera de la bici chasquea cuando la empuja


por el pasillo y la deja apoyada en la pared, el temporizador
del horno suena en la cocina. Pide que alguien apague esa
alarma y busca con la vista las zapatillas, vuelve a gritar y
luego entra descalza. ¿Dónde está Bailey?, pregunta al
pasar junto a Molly, tendida cuan larga es en un colchón
con la cara pegada a un portátil y los auriculares puestos,
Ben dormita en la cuna con una cuchara de madera entre
las manos. Ha sacado el pan negro del molde a la rejilla, le
ha dado unos golpecitos en la parte inferior para ver si
suena a hueco antes de pensar en apagar la alarma, seguro
que la luz se va en cualquier momento otra vez, intentará
poner una lavadora más. La cálida quietud del pan de
molde, está pensando en Carole Sexton y su boca
desabrida, se planta delante de Molly agitando la manopla
del horno, ¿por qué no has sacado el pan como te dije? Los
ojos heridos que levantan la vista de la pantalla son los de
Carole y no los de su hija, Eilish se está girando para volver
a la cocina cuando se detiene con la mirada atenta hacia el
techo y en un instante se ha tapado la cabeza con las
manos, el estrépito del mundo desguazándose, un temblor
pasa por debajo de la casa y el sonido de que llueve
cemento. Corre hacia Ben y lo saca de la cuna bramándole
a Molly que se meta debajo de las escaleras, Molly se quita
los auriculares, los ojos de Eilish recorren desbocados la
sala. ¿Dónde está Bailey?, grita, ¿adónde ha ido tu
hermano? El semblante de pánico de Molly, la boca que se
abre para pronunciar palabras que no suenan pero han
huido antes que ella bajo las escaleras, su mano señala la
puerta. Ha salido, grita, ha dicho que iba a por leche. Eilish
deja a Ben en brazos de Molly y la mete en el hueco, va
hacia la puerta de la calle con el nombre de Bailey en la
boca, su mano desliza la puerta del patio para abrirla, sus
ojos se dirigen hacia la calle pensando que no hay leche
que comprar cuando sale silenciosamente despedida hacia
atrás alargando los brazos en una suerte de contraposición
de luz y oscuridad con pedazos de cemento en la boca. Está
tumbada en una oscuridad muda bajo un silencio inmenso y
aplastante. Tiene algo en la boca que no es sangre, nota
que mana sangre en torno a la lengua mordida, la sangre
se acumula en torno a lo que hay en la boca, no es cemento
sino otra cosa, abre los ojos y ve el recibidor envuelto en
una nube de cristal y polvo y a Molly inclinada sobre ella
para quitarle la bicicleta de encima mientras sostiene a Ben
en el brazo, Molly grita con boca silenciosa y Eilish no
entiende lo que dice mientras la incorpora tirando de su
muñeca hasta que queda sentada. Del silencio llega un
sonido fragoroso que deja paso a berridos y continuas
llamadas de socorro entre los pitidos de las alarmas de las
casas como si acabaran de despertar a todo el mundo por
la mañana, Molly le limpia la cara a su madre, Eilish ve su
sangre oscura en la manga de la camiseta de Molly, ha
agarrado a su hija por la muñeca pero no puede darle
forma a la boca, intenta ponerse en pie pero el peso de su
cuerpo se ha trasladado al cráneo haciendo que se sienta
mareada apoyada contra la pared. Pone el peso en la mano
y hace el esfuerzo de levantarse, estampando la pared con
su sangre, Ben aúlla y se aferra a su hermana mientras
Molly le dice que se siente. Tiene que obligar a la boca a
hablar, intenta mover la lengua para pronunciar la palabra
anegada en sangre bajo la lengua mordida, el nombre, solo
hay un nombre que debe tomar forma en su boca, la boca
es una cueva en silencio después de haberlo susurrado.
Bailey. Sale dando tumbos por la puerta y no dejará que la
detengan, le sale al encuentro una apestosa amalgama de
olores, se le mete en la nariz, los ojos, la boca, le quema la
garganta mientras sale a un vacío de humo y polvo en
suspensión que ocupa el espacio entre las casas. Camina
llamando a gritos a su hijo mientras aparecen hombres y
mujeres de entre el polvo, crujen bajo sus pies el cristal y el
cemento, los cascos blancos de defensa civil se llaman unos
a otros conforme toman posiciones en el lugar del
bombardeo. Entre el polvo ve las súbitas ruinas de las
casas a la derecha de la de los Zajac, el polvo de cemento
permanece en suspensión en el aire y el humo gira movido
por una suave brisa que sopla hacia fuera como si quisiera
hermanarse con el humo que brota del primer ataque aéreo
al final de la calle. Se topa con un mecanismo de
pensamiento averiado, no recuerda quién vivía enfrente, no
logra poner cara a nadie que conozca mientras camina sola
en un mundo silencioso escudriñando ferozmente a través
del polvo, alguien la ha cogido por el codo, un rostro
parlante bajo un casco blanco le pregunta si está herida, le
ponen una manta sobre los hombros, la llevan hacia el
lateral de la calle y la hacen sentarse en la acera. No lo
entienden, dice procurando sonreír pese al dolor de la
boca, mi hijo está volviendo de la tienda, mi hijo había
salido a por leche. Molly se ha situado junto a ella con Ben
aferrado al pecho, tienen el pelo y las caras pálidos de
polvo y los labios del niño son blancos hasta que abre la
boca para llorar y ella ve el sorprendente rosa de su
lengua, Molly le ruega que vuelva a casa, Eilish intenta
mirar calle abajo parpadeando para quitarse el polvo de los
ojos. Mira hacia la acera de enfrente y ve unas cortinas que
ondean por la ventana de un dormitorio. Echa a andar de
nuevo hacia el lugar del primer ataque aéreo con la manta
en la mano, nota una náusea ondulante mientras camina, el
olor a gas al acecho, el enladrillado, la madera y el
cableado reducidos a una destrucción humeante donde
antes había una hilera de casas, la gente se amontona
sobre escombros y se los pasa de mano en mano mientras
un hombre arrastra a una mujer por las axilas con los pies
descalzos, otro levanta a la mujer por los tobillos, la llevan
hacia un coche que espera con la puerta de atrás abierta
mientras un hombre baja los asientos. Es entonces cuando
Eilish ve a su hijo, lo reconoce de inmediato aunque está
agachado de espaldas entre los cascos blancos y los civiles
que sacan cascotes con las manos, tiene el pelo y la ropa
blancos de polvo y a ella se le queda atascada la voz en la
garganta. No la oye hasta que lo coge por el brazo y lo saca
a la calzada, lo abraza, el polvo se asienta en sus largas
pestañas cuando parpadea y luego intenta zafarse. No pasa
nada, mamá, dice, a ver si te tranquilizas, tengo que volver
a ayudar. Ella grita de puro amor y dolor y lo mira
fijamente con el orgullo herido y le alisa el pelo, entonces
retira la mano mirándosela, gira a Bailey por los hombros y
le ve el pelo apelmazado por la sangre. Grita con voz ronca,
mira alrededor mientras le dice a Molly que busque un
médico, una mujer vestida de civil con mascarilla
quirúrgica y bolso en bandolera se les acerca y hace callar
a Eilish tocándole la muñeca, la eficiencia ejercitada de sus
manos cuando sienta a Bailey en la acera y lo inclina hacia
delante, le echa agua mineral en la parte de atrás de la
cabeza, Bailey levanta la mirada hacia su madre. ¿Ves?,
dice, te lo he dicho, estoy perfectamente. La médica que
estaba en cuclillas se levanta. Tiene un trozo de metralla
incrustado en el cráneo, dice, creo que se pondrá bien pero
necesita una intervención para que se lo extirpen, el
Hospital Infantil de Crumlin ha sido alcanzado esta mañana
pero vayan allí de todos modos, y si no pueden atenderlo y
están dispuestos a cruzar la línea de frente, debe probar en
el Hospital de Temple Street, busque alguien por aquí que
los lleve en coche. Un humo rancio parece dar vueltas en el
aire y entrarle directamente en la boca, por un instante se
siente habitada, no puede expulsar el humo, lo que
contiene ese olor a quemado. La médica ya está atendiendo
a un hombre que está sentado solo en la acera con las
rodillas cogidas entre las manos y la mirada perdida. Eilish
no puede pensar, la calle está llena de gente que grita y
agita los brazos y señala para que monten a gente en
coches, es Molly quien consigue hablar, es Molly quien baja
la vista a los pies de su madre y dice, mamá, te has
olvidado los zapatos, tienes los pies llenos de sangre.

El aroma húmedo de las hojas y la resina, una penumbra


que los cubre como una capucha cuando se cierra la puerta
corredera de la camioneta del paisajista. Visualiza el rostro
de Molly antes de que las separara en la calle un grupo de
hombres que estaba trasladando a una mujer en una
sábana hacia un taxi, el miedo que se había acumulado en
los ojos de su hija dio paso a una súbita mirada de aplomo
cuando accedió a llevarse a Ben a casa, ahora imagina a su
hija como si estuviera entre el polvo humeante fuera del
tiempo, sabe que lo que ha visto en los ojos de su hija era el
instante de su entrada en la edad adulta. Las herramientas
traquetean y tintinean en el suelo de la camioneta mientras
los pasajeros intentan hacer sitio en torno a un joven al que
han tendido encima de una chaqueta. Grita con voz aguda y
quebrada y Eilish no ve quién está con él, Bailey intenta
mirar hacia delante entre los asientos y ella le susurra que
se siente, le dice que presione la manta contra la herida. El
cuello rojizo del conductor cuando se asoma por la
portezuela abierta para dar marcha atrás, frena, cierra la
portezuela y se inclina sobre el volante al tiempo que mete
la marcha, la camioneta avanza poco a poco hasta que
frena de nuevo, Eilish sujeta la manta contra la cabeza de
Bailey mientras el conductor baja la ventanilla y empieza a
gritar y a agitar el brazo. Da marcha atrás, colega, así
podré sacar a esta gente. La carrocería desnuda de la
camioneta transmite a los huesos todos los baches de la
carretera, ella intenta pensar con claridad pero el dolor del
cráneo es tan agudo que no recuerda dónde está el hospital
ni cómo se llama, nadie dice ni palabra en la camioneta
salvo por el conductor que insulta a lo que se encuentra en
la calzada, golpea la bocina con la palma de la mano y le
grita al tráfico que hay delante, baja la ventanilla y se da
paso a sí mismo en un cruce. Ella cierra los ojos y se
visualiza arrastrada hacia la oscuridad, se ve convertida en
pasajera de su propia vida, este momento presente en la
parte de atrás de la camioneta y este momento solo cobra
vida a partir de lo que ahora es pasado de manera que el
futuro no existe, el futuro se retira hacia el silencio de la
idea muerta y aun así ella busca un fragmento al que
agarrarse, para lograr que el futuro regrese de la nada,
para romper su silencio adelantándose a la lógica de los
acontecimientos contando con tantas variables como
pueda, visualiza que la camioneta se detendrá delante de la
entrada de urgencias del hospital y que entrarán, ve que
Bailey tendrá que esperar un rato y luego al fin lo
admitirán y llevarán a cirugía, o si no eso, entonces Temple
Street, visualiza que se apearán de la camioneta, ve que su
hijo tendrá que esperar y luego al fin lo admitirán, siente
de nuevo el futuro en sus manos. El nombre del hospital le
viene a la cabeza, las características del edificio, susurra el
nombre para sus adentros como si se le pudiera olvidar de
nuevo, Crumlin, se lo susurra a Larry, ve la mampara de la
recepción y al empleado de admisiones detrás del
ordenador y las muchas horas que Larry y ella han pasado
en urgencias esperando a que dijeran el nombre de su hijo.
Busca el rostro de Larry pero no lo encuentra, rebusca en
la memoria y quiere tocarle el pelo pero su rostro sigue
eludiéndola, abre los ojos y ve a Bailey echado hacia
delante otra vez intentando mirar por el parabrisas. Alarga
el brazo para tirarle de la camiseta cuando la camioneta
pasa por encima de un badén y Bailey sale despedido hacia
atrás y cae encima de ella, el chico del suelo jadea de dolor
y resuenan gruñidos en el interior de la camioneta, ella le
grita al conductor que vaya más despacio y ve que este
levanta una mano arrepentida, las uñas negras de tierra. Lo
siento, cielo, grita él, llegaremos en un santiamén. No
recuerda su cara, la ve oblicuamente en el espejo, el cuello
rojizo brillante de sudor, una mata de pelo oscuro que será
gris dentro de media hora, un momento estás podando
árboles y al siguiente eres un conductor de ambulancia
improvisado, se preguntará qué pensará de esto el hombre
cuando intente dormir esta noche, verá al niño pequeño
con la cara llena de metralla que ayudó a meter en la
camioneta, lo verá una y otra vez en su imaginación
durante el resto de su vida.

La camioneta se detiene en la calle delante de la rampa


del hospital y no pasa de ahí, el conductor hace sonar la
bocina, luego se apea y abre la puerta lateral y ella ve un
rostro diferente del que había imaginado, los ojos tristes y
conmocionados de un hombre cuya certidumbre se ha
esfumado. Parece que el hospital ha sido alcanzado de
nuevo, tal vez no es muy grave, todavía hay gente
intentando entrar. Un hombre con un niño en brazos se
baja de la camioneta y echa a andar rampa arriba y los
otros lo siguen mientras el conductor pide que lo ayuden
con el chico del suelo. Ella está en la rampa con Bailey
viendo el humo que sale de la parte de atrás del hospital, el
patio delantero es un caos, la gente grita y se agolpa en la
entrada mientras dos vigilantes de seguridad y una
enfermera están en la puerta tratando de contener a la
gente, dos ambulancias bloqueadas en la rampa de salida
hacen sonar las sirenas a modo de súplica urgente para que
los vehículos que les impiden el paso den marcha atrás.
Ella no logra articular ni un solo pensamiento, coge de la
mano a Bailey y cierra los ojos a causa del dolor en el
cráneo y cuando los abre ve una fila de enfermeras y
celadores y civiles que llevan a niños en pijama o los
empujan en camillas rampa abajo en dirección a un minibús
rojo detenido en la acera, un chico en el sendero de acceso
de una casa al otro lado de la calle presencia la evacuación
mientras hace girar una naranja en la mano. Un corpulento
payaso de peluca verde neón con zapatones y bata de
médico se les ha acercado indicándoles que lo sigan, ella
mira atrás para ver a quién se dirige mientras la boca
pintada les grita que se den prisa, Bailey le tira del brazo
hasta que están sentados en el asiento de atrás del Corolla
baqueteado del payaso. Aprieta la mano a Bailey y cierra
los ojos para aplacar la náusea que le brota de la base del
cráneo, ve cómo todo esto ha ocurrido sin pensarlo, se ve
arrastrada hacia delante como si estuviera atrapada en el
seno de una enormidad de fuerza, el cuerpo ya no nada
sino que es arrastrado por el agua torrencial, el coche sale
del recinto del hospital para incorporarse a un pequeño
convoy detrás del autobús. Bailey ocupa el asiento trasero
de en medio mientras ella vuelve a doblar la manta y la
sostiene contra su cabeza, se fija en que pasan por delante
del antiguo centro comercial, por delante de hileras de
comercios tapiados en dirección al canal, se fija en el
payaso viejo en el espejo retrovisor, el ojo izquierdo
melancólicamente ladeado mientras se limpia el maquillaje
de la cara con una toallita. La peluca en el asiento, la
cabeza ahora calva sudorosa y la boca auténtica oculta bajo
la boca pintada cuando les dice que no tardarán mucho en
llegar a Temple Street, allí me conocen, dice, todo irá bien.
Una sensación de sigilo cuando el convoy de niños se
acerca al canal, los sacos de arena apilados y alambre de
espino, los soldados rebeldes franquean el paso del convoy
a través de la tierra de nadie donde el autobús y los coches
aminoran la velocidad hasta ir a paso de tortuga y asoman
manos del autobús agitando pañuelos de papel blancos y lo
que parece una hoja arrancada de un libro mientras el
payaso saca un pañuelo de tela blanca que mueve
lentamente por la ventanilla. No tardaremos mucho en
cruzar, dice, y luego es todo recto, ni siquiera os he
preguntado cómo os llamáis, yo soy James, por cierto, o
Jimmy el payaso, como queráis, no he tenido tiempo ni de
quitarme los zapatos, son un auténtico incordio para
conducir. Ha levantado una rodilla para enseñar un zapatón
de charol rojo con lazos en vez de cordones, luego baja el
pie, se lleva el puño a la mano y sopla una nube de
purpurina roja por el asiento delantero de modo que por un
instante el mundo ha estallado transformándose en sangre
reluciente, la lluvia roja cae sobre las marchas y sobre las
barras de maquillaje de payaso y el pelo de la peluca en el
asiento delantero y ella ahora se da cuenta de que el tipo
está loco y tienen que salir del coche, Bailey le tira de la
manga, mamá, dice en un susurro, ¿qué hostias está
pasando? Este truco siempre molesta a las enfermeras,
dice Jimmy, tiene que venir alguien a limpiarlo todo, bien,
amigos, allá vamos, yupi, yupi. El payaso baja la ventanilla
y es entonces cuando toma conciencia de que ha salido de
casa sin documento de identidad, empieza a palparse los
bolsillos de los vaqueros, ni siquiera lleva bolso o dinero, se
lo susurra a Jimmy que finge no oírla mientras enseña el
pase del hospital y su documento de identidad, señala a
Bailey en el asiento de atrás, este chaval tiene metralla en
el cráneo y necesita ir a Temple Street. Unos ojos se
acercan al cristal, examinan a Bailey y Eilish y les piden los
documentos de identidad, el payaso hace un risueño gesto
de protesta, señala el autobús y los coches que ya han
cruzado el punto de control. Mire, dice, más vale que no
nos demoremos, este chaval necesita atención urgente...
Ella rodea a Bailey con los brazos cuando el soldado ordena
a Jimmy que se baje del coche. Quiero ver qué hay en el
maletero. El payaso saca su corpulencia por la puerta,
rodea el coche hasta la parte de atrás mientras el soldado
le pide que levante la rueda de repuesto y cuando arranca
el coche de nuevo se ha quitado los zapatos de payaso y
parece desalentado, se frota la cara medio despintada,
busca a tientas las toallitas con la mano izquierda. La
carretera está despejada, el convoy se ha ido. No os
preocupéis, dice, enseguida los alcanzamos. Va inclinado
hacia delante en el asiento cuando golpea el volante y
empieza a aminorar la velocidad. Maldita sea, dice. La
bengala azul de un control de la Garda, dos gardaí en la
calle haciendo señas de que pare al coche. El payaso baja
la ventanilla y ya está dando explicaciones, muestra el pase
del hospital, señala el convoy que ha seguido adelante. El
cráneo calvo sudoroso, los pelos que le salen de las orejas,
el Garda se inclina negando con la cabeza. Tengo órdenes
de no dejar pasar a nadie más, dice, dé media vuelta ahora
mismo. Por el amor de Dios, dice el payaso, lo estoy
llevando al hospital, ¿no ve que este chico necesita
atención médica? El payaso masculla para sí mientras da
media vuelta, se pasa la manga por la boca y el maquillaje
se convierte en una mancha horrible. Vaya panda de
cabrones, dice, y perdón por hablar así. Está mirando el
espejo retrovisor y entonces da un súbito giro cerrado por
una callejuela. No puedo llevaros a Temple Street, dice,
tienen mi matrícula y mi documento de identidad, pero no
os preocupéis, el Hospital de Saint James es por este
camino, puedes decirles que tiene dieciséis años y lo
admitirán y, claro, qué van a hacer después de haberlo
curado, parece lo bastante mayor, podéis mandarlos a
tomar por culo y marcharos.

Eilish no recuerda qué día de la semana es, no tiene


sentido de la noche o del día a la luz descolorida del pasillo
del hospital, Bailey se apoya en ella medio dormido
mientras está recostada en la pared palpándose el pie en
busca de cristales. Las urgencias están saturadas, hay
pacientes en diversos grados de desnudez y
ensangrentamiento en asientos y sillas de ruedas o
tumbados en el suelo, dos enfermeras se han parado en el
pasillo a hablar y se les escapan unas risillas sofocadas,
Bailey se incorpora con un bostezo. Se cruza de brazos y
mira a Eilish fijamente con un gesto de agravio fingido
mientras ella le alisa el pelo y le pone bien el vendaje. Me
muero de hambre, dice él, ya estoy harto, ¿cómo se supone
que vamos a comer si no has traído dinero?, ¿por qué no
podemos ir a casa y volver luego? Ella está mirando a un
hombre demacrado que está muerto o dormido en una
manta cerca de ellos vestido con un traje color canela
arrugado que tiene la manga manchada de sangre
descolorida, su mano aferra una bolsa de plástico llena de
panecillos, un zapato negro solo en un pie. Otro hombre al
que ha visto que llevaban a urgencias solamente calzaba
una zapatilla deportiva, cuántos zapatos perdidos, piensa,
cuántos zapatos caídos mientras llevan a sus dueños por los
brazos y las piernas o los arrastran por las axilas hasta la
parte de atrás de coches y camionetas y los llevan a rastras
otra vez a urgencias sin una camilla siquiera, los zapatos
huérfanos apartados de un puntapié a toda prisa o
abandonados en la calle o en senderos como un ojo
imperturbable que esperara el regreso de su dueño. Bailey
le da un codazo en las costillas cuando una robusta
enfermera de cara cansada aparece por las puertas
batientes llamándolo por su nombre, la sonrisa de
satisfacción del chico cuando se sienta en la silla de ruedas
y se da unas palmaditas en el regazo. Se te ve de maravilla,
comenta la enfermera, seguro que estás como nuevo en un
abrir y cerrar de ojos. La enfermera le hace un gesto con la
cabeza a Eilish de que la siga y luego le mira los pies. Dios
mío, dice, a ver si te encuentro algo arriba. Una silla gris
apilable junto a la cama separada del pabellón por una
cortina y le asalta una sensación de placer, ve que el futuro
ha llegado tal como esperaba, Bailey está recostado en una
almohada vestido con una bata de papel después de que le
hayan limpiado el polvo y la sangre de la cara, tiene la
cabeza vendada y está esperando que lo rasuren antes de
la operación, ella se repite lo que ha dicho el escáner, los
vasos sanguíneos y los tejidos no sufrirán daños internos.
Quiere cogerle la mano, tiene que intentar llamar a Molly
de alguna manera, observa el rostro impaciente de Bailey,
las manos nerviosas a falta de algo que hacer, aparenta
catorce años, quince como mucho, y luego al mirarlo de
nuevo no los aparenta, parece un chico que cumplió los
trece durante un bombardeo que duró todo el día. Es
martes, dice Eilish batiendo palmas, y él la mira con
perplejidad. Da igual, dice ella, no sabes la puñetera suerte
que tienes, no quiero ni pensar lo que habría podido ocurrir
si esa metralla llega a ser más grande. Eso ya lo has dicho,
mamá, el caso es que no lo era, así que no tiene sentido
seguir dándole vueltas, pregúntale a la enfermera si puedo
comer una tostada o algo, voy a morirme de hambre, vete a
decirles que no he comido en todo el día. La enfermera de
abajo le deja en la mano unas tiritas y toallitas anestésicas
y unas zapatillas de papel en un envoltorio transparente. La
enfermera jefe me ha dicho que te pases al salir, dice, es la
mesa al final del pasillo. Eilish se limpia y se cubre los
cortes de los pies y cruza el pabellón preparando un
semblante para la enfermera, recuerda la mentira que le
dijo al empleado de admisiones, la flor venenosa colgando
de la boca, piensa, habrá llamado a nuestro médico de
cabecera o habrá descubierto su edad de alguna manera,
¿por qué ha mentido, señora Stack?, su hijo no tiene
diecisiete años, esto no es un centro pediátrico, ya lo sabe,
va contra las normas admitir a un niño, Eilish se tocará la
nuca y fingirá sorpresa. Se planta delante de la mesa
viendo a la enfermera hablar por teléfono y recibe una
mirada ausente, distraída, la enfermera cuelga el teléfono y
mueve la boca como disponiéndose a escupir, está girando
un caramelo con la lengua. Me han dicho que quería hablar
conmigo, soy Eilish Stack, la madre de Bailey Stack, que
está en el pabellón. La enfermera se acerca una bandeja y
empieza a rebuscar en ella, saca un expediente del montón.
Ah, sí, tenemos una nota de abajo, estamos a la espera de
información sobre el ingreso de su hijo, solo tenemos el
nombre, la dirección y la fecha de nacimiento, pero no
disponemos de su número de la seguridad social y
necesitamos su documento de identidad, me temo que el
protocolo es muy estricto. Sí, dice Eilish, ya lo he explicado
abajo, no me sé de memoria el número de la seguridad
social de mi hijo, ni siquiera recuerdo el mío, no llevo el
bolso ni nada más encima, no teníamos previsto venir... Sí,
claro, pasa constantemente, mire, no se preocupe esta
noche, ya nos dará los datos cuando vuelva mañana. Eilish
frunce el ceño, niega con la cabeza, lo siento, dice, pero no
puedo dejar a mi hijo esta noche, ¿cuándo está programado
que vaya al quirófano? Señora Stack, las horas de visita se
terminaron hace horas, ni siquiera tendría que estar aquí
ahora mismo, mire, lo cierto es que es imposible saber
cuándo va a ir su hijo al quirófano, esto es un caos, el
equipo de trauma está trabajando sin descanso, lo mejor es
que vaya usted a casa y duerma un poco, una enfermera la
llamará mañana por la mañana cuando su hijo haya salido
del quirófano y entonces podrá volver. Eilish se mira los
pies con las zapatillas de papel. No sé cómo voy a regresar
a casa, dice, voy a tener que cruzar la línea del frente sin
documentación, seguramente me detendrán. La enfermera
ladea la boca. A ver si puedo conseguirle un pase de
hospital, dice, pondrá que la han traído aquí los servicios
de emergencia, la gente lo hace constantemente, puede
usarlo para cruzar. Mira las manos de la enfermera sin
verlas, ve en cambio un espacio mental interior, un súbito
resplandor de sensación que le recorre el cuerpo, la
sensación de que Bailey estará bien, ve cómo la vida se
puede prolongar de pronto más allá de uno mismo y luego
en un instante retomar su antigua forma, cierra los ojos y
nota que la tensión abandona su cuerpo como si la hubiera
dejado caer de las manos, le sobreviene una rauda fatiga,
quiere sentarse y cerrar los ojos, levanta la mirada y ve que
la enfermera frunce el ceño. Lo siento, dice, ¿qué ha dicho?
Está un poco pálida, señora Stack, ¿seguro que se
encuentra bien?, ¿quiere llamar por teléfono y hablar con
su marido?, igual tiene suerte y hay línea. Se queda delante
del teléfono y no recuerda su número, ¿y si Larry tampoco
lo recuerda?, descuelga el auricular y no es la memoria lo
que marca sino un patrón almacenado en los dedos.

La examinan a la luz de una linterna en el punto de


control militar y tiene que explicar por qué intenta cruzar
la línea del frente cinco horas después del inicio del toque
de queda, le cogen la carta del hospital de la mano, se
señala los pies sin zapatos, las zapatillas de papel hechas
jirones, la hacen esperar antes de dejarla cruzar sola a
oscuras en dirección al puente, toda una vida en cada paso,
los autobuses con ventanillas rotas aparcados a lo largo de
la calzada y los ojos sin rostro que la ven acercarse. No
tiene carta ni documento de identidad para el soldado
rebelde que está de guardia, e intenta explicárselo, no ve la
cara detrás de la linterna, le parece que es muy joven para
entenderlo, muy joven para saber nada del mundo más allá
del blanco y negro y las órdenes del regimiento, alumbra
con la linterna los pies ensangrentados y vuelve a mirarla a
los ojos como si se preguntara qué aspecto tiene la locura,
este es el aspecto que tiene, no el de alguien que agita los
brazos y lanza imprecaciones a los dioses sino el de una
madre que intenta volver a casa donde están sus hijos. El
soldado llama a su superior que le indica a Eilish que se
acerque, es un hombre más o menos de su edad, con
sombra de barba incipiente y uniforme de faena oscuro, ya
te llevo yo a casa, dice, la situación es muy peligrosa para
que vayas sola. Le indica un Land Rover, se frota el mentón
y bosteza, conduce sin luces. Supongo que no hace falta
que te recuerde que te estás jugando la vida estando fuera
después del toque de queda. Por la voz del hombre
identifica el escenario de su infancia, sabe que jugó al
rugby de pequeño y que fue a la universidad después y
podría adivinar qué carrera cursó en la vida que vivió hace
toda una vida. Guarda silencio y no es capaz de abrir la
boca, explicarlo todo de nuevo de pronto la supera. La
carretera ya no es una carretera, el conductor aminora y se
detiene, se asoma con la linterna, luego encarama el Land
Rover a la acera y avanza zigzagueando. Cuando se detiene
en el cruce de Saint Laurence Street deja el motor al
ralentí, se vuelve y la mira a los ojos. Me pregunto, dice él,
por qué decidiste quedarte, aquí ya no hay nada para ti. ¿Y
tú?, dice ella, ¿por qué estás aquí? Estoy aquí porque tengo
un trabajo que hacer, dice, y me quedaré hasta que el
trabajo esté hecho o me iré en un ataúd. Ella hace una
figura con la boca y no puede responder, tira de la manija
de la puerta pero no se mueve. Tengo un hijo que se unió a
las fuerzas rebeldes, dice ella, hace mucho tiempo que no
tengo noticias suyas, ¿tú crees que quizá ha muerto? Sería
difícil saberlo, dice él, igual está escondido, igual lo han
detenido o quizá simplemente es lo bastante precavido para
no enviar correos ni llamar, rastrean los mensajes hasta las
familias, ¿sabes?, yo hice saber a mi esposa que estaba
bien pero hace meses que no veo a mi familia. La observa
apearse y le dice que vaya con cuidado. No es demasiado
tarde para que te vayas, dice, este lugar va a convertirse en
un infierno otra vez, el régimen está a punto de acceder a
que Naciones Unidas abra un corredor humanitario desde
el estadio de Lansdowne Road hasta el norte a través del
túnel del puerto, se os permitirá salir como ratas siempre y
cuando el flautista lleve la voz cantante, cuídate, ¿de
acuerdo? Tiene todavía en las manos las zapatillas de papel
mientras cruza la calle fijándose en que el polvo y el humo
han desaparecido, media casa permanece en pie en la
acera de enfrente como si la hubiera partido de un tajo un
cuchillo de carnicero, un marco de ventana de la planta
superior que sigue unido al enladrillado asciende hacia la
nada, la otra mitad de la casa y las dos casas colindantes
han sido reducidas a un derrumbe de escombros y madera,
hay un coche calcinado en la calle. Se queda delante de su
casa mirando la ventana delantera cubierta con bolsas de
basura, el porche en ruinas, cuando Molly sale a la puerta
con una linterna en la mano Eilish la abraza, Ben duerme
bajo las escaleras. Molly alumbra con la linterna el techo
dañado. El piso de arriba está peor, dice a la vez que le
enseña dónde ha barrido el cristal, el polvo de cemento
sigue suspendido en el aire, el polvo sobre el aparador, las
estanterías y en los rebordes de los marcos de fotografías,
Eilish coge las fotos y se sienta con ellas sobre el regazo en
la butaca de Larry, el viento sacude suavemente las bolsas
de basura de la ventana. Vas a tener que ir a por agua por
la mañana con Ben, dice, yo tengo que volver con Bailey y
traerlo del hospital a primera hora de la mañana, tuve que
mentir sobre su edad para que lo admitieran en Saint
James. Está demasiado cansada para comer lo que Molly ha
recalentado y está demasiado cansada para dormir. Se
queda en la butaca limpiando las fotos con la blusa,
contempla el pasado como un desfile socarrón, le habla a
Larry entre susurros del ataque aéreo, lo ve fruncir el ceño
bajo el peso de la incomprensión, se tira de la barba con las
manos, las manos se convierten en puños abrumados por
una ira reducida a la impotencia ante la irrisión del mundo,
esta casa ya no es una casa.

Va en busca de su hijo bajo un paraguas, el canto de los


pájaros invoca el amanecer y luego los disparos instan al
mundo a guardar silencio, ese miedo que habita en su
abdomen se propaga, se desplaza hacia las piernas cuando
un avión de combate pasa velozmente por encima de su
cabeza. Cerca del control ve que han aparcado más
autobuses a lo largo del canal y en una única fila a través
del puente de Camac y hasta la tierra de nadie formando
una barrera protectora. Le dicen que espere detrás de los
sacos de arena, el soldado de anoche ya no está. Ve un
paraguas del revés en la carretera en la que desemboca el
puente, el asfalto sembrado de añicos de cristal y alrededor
de una docena de personas detrás del último autobús al
otro lado del puente esperando a que un soldado rebelde
dé orden de avanzar. Un joven señala más allá de los sacos
de arena. El francotirador está en esa torre de pisos en
Dolphin’s Barn, dice. Se oye un grito y entonces los
soldados rebeldes abren fuego de cobertura y la gente que
esperaba detrás del último autobús echa a correr, una
madre con un ramo de flores silvestres tira de la mano de
una niña pequeña que no puede seguirle el paso, un joven
corre con la cabeza hundida entre los hombros, la descarga
del disparo de un francotirador resuena como una palmada
y la madre se encoge y da un tirón al brazo de la niña
mientras un hombre de cabello entrecano se cubre la
cabeza con un periódico. Una mujer entrada en años cruza
pesadamente el puente a la carrera en dirección a los
rebeldes con una mano sobre el pecho. Luego hay un largo
silencio que llena el lento reverberar de un autobús
conducido por un soldado rebelde que maniobra marcha
atrás por el puente para prolongar el cordón, lo aparca
detrás del último autobús mientras el francotirador prueba
suerte, una palmada rápida tras otra, una ventanilla se
rompe en pedazos y el autobús lanza un gemido neumático
como si la bala le hubiera atravesado un pulmón. Se abren
las puertas y un soldado rebelde se apea y regresa hacia el
puente. Ella guarda el paraguas en el bolsillo y lo aprieta
para aplacar el temblor de la mano. Va a cruzar, ahora lo
sabe, dejará la mente en blanco y se convertirá en algo que
corre sin pensar, pensando, todo parece ir bien, es solo un
trecho corto desde el último autobús hasta la seguridad de
las tiendas. Cruza el puente en fila detrás de un soldado
que les dice que no se aparten de los autobuses mientras la
gente sigue corriendo hacia el control rebelde, un disparo
restalla en el aire y todo el mundo se estremece y aun así la
gente consigue cruzar ilesa, un joven con un perrito en
brazos pasa al trote mientras una mujer corre con una
bolsa de la compra, hace una mueca como si se tensara
para encajar un balazo, para que el hueso se astille y brote
profusamente la sangre, para la liberación hacia la
oscuridad. Es entonces cuando Eilish ve la bolsa de suero
arrugada en la calzada, ve los restos de sangre que ha
diluido la lluvia, un joven detrás de ella prueba suerte y
sale a todo correr y logra cruzar, la mano del soldado
rebelde sigue alzada indicándoles que se queden donde
están. Mira con los prismáticos a través del autobús hacia
la torre de pisos y ella se pregunta si el francotirador
delata su posición al disparar, una nubecilla de humo o un
movimiento borroso, el soldado se vuelve hacia ellos con el
rostro ladeado. Hay un trecho de unos cincuenta metros
antes de que estén demasiado cerca para el alcance del
tirador, sigan corriendo al cruzar y quédense cerca de esos
edificios, es muy difícil acertar contra un blanco en
movimiento y ese tirador solo está probando suerte. Un
hombre a su espalda le dice a su mujer que no lleva el
calzado adecuado, llega desde el canal una ráfaga de fuego
de cobertura y a la orden del soldado sale corriendo desde
el último autobús hacia la carretera detrás de un hombre
con un chubasquero negro que aletea al viento, una mujer
a su derecha aferra una bolsa rosa, ella corre con la mirada
fija en la carretera viendo en el asfalto resbaladizo las
sombras de los corredores de más adelante como si no
fueran corredores en absoluto sino fugitivos huyendo hacia
un inframundo, se dice que más le vale no levantar la vista
mientras echa un vistazo fugaz hacia arriba viendo quizá al
francotirador en una suerte de contrato anómalo, es
imposible saber si lo ha visto o no, corre mirando la
intersección más adelante, corre con la mirada en el
establecimiento de comida india para llevar y el
supermercado con las persianas echadas, los dos coches
que pasan por el cruce, y entonces con una palmada el
hombre del chubasquero trastabilla y se le abre la chaqueta
y cae y la mujer que está más cerca de ella levanta un
brazo al sonar otra palmada y entonces la bolsa se le cae de
la mano a la vez que se precipita bruscamente delante de
los pies a la carrera de Eilish, el mundo está dando vueltas
cuando tropieza y cae al suelo. Al abrir los ojos está tendida
en la carretera cubriéndose la cabeza con las manos, las
zancadas a la carrera dejan paso al silencio mientras un
dolor punzante le roe el codo, no cree que haya sido
alcanzada. Tiene que levantarse y correr, el hombre del
chubasquero permanece inmóvil y la mujer detrás de ella
emite un resuello congestionado mientras los soldados
rebeldes se ponen a gritar y luego se abre fuego graneado
desde el puente, de súbito surge el bramido del fuego de
represalia desde algún lugar cercano, ella sigue tumbada
con la nariz pegada al asfalto temblando por efecto del
estrépito, es la boca de una bestia feroz que ha remontado
el vuelo por encima de ella, no puede moverse y entonces
empieza a darse cuenta de que no hay manera de escapar,
los disparos siguen pasando por encima de su cabeza en un
intercambio entrecortado y aun así incesante y le surge del
corazón la sensación fría y triste de que va a morir, abre los
ojos y sabe que ha cruzado alguna especie de frontera, hay
una luz húmeda sobre el asfalto y un verde herrumbroso en
la barandilla que bordea ininterrumpida la acera hasta los
comercios y sabe que está tendida no sobre la calzada sino
sobre algo postrero y la asombra su calma, la muerte
aguarda y ella no estaba preparada, la muerte se había
presentado ante ella con ominosas señales y ella en lugar
de hacer caso se ha lanzado a sus brazos sin pensar en sus
hijos, y es pena lo que se adueña de ella cuando ve a sus
hijos abandonados, se da cuenta de que se le advirtió y no
hizo caso, tenías el deber de evitarles el peligro pero en
cambio te mantuviste en tus trece, qué insensatez y
ceguera ante los hechos, tendrías que haberlos sacado de
aquí, oye las palabras de advertencia de su padre una y
otra vez, abandonar el país en busca de una vida mejor, ve
aumentar ante sus ojos las oportunidades perdidas y cómo
podrían haber escapado, todo reducido a polvo, todo una
nada en un falso pasado, y se ve en un agujero en la tierra
y ve las mejores partes de su amor, ve que una cosa deja
paso a otra cosa y que la ley de la fuerza que lo rige todo
ha consumido su vida y ella no es más que una mota de
polvo en el seno de esa ley, un pequeño signo de
resistencia, y en su aflicción vuelve la mirada y ve que la
sangre del hombre escapa lentamente de su cuerpo, la
sangre todavía viva con vida celular, los glóbulos rojos y
blancos extrañamente ajenos a todo aspiran a hacer su
trabajo mientras la sangre sigue el peralte de la carretera
como si tuviera intención de que la cuneta la llevara al
encuentro de las aguas subterráneas donde quedará
disuelta y acabará por regresar, aprieta los puños y tantea
el suelo con las puntas de los pies, quiere vivir y ver a sus
hijos, un profundo silencio se abre en lo alto cuando los
disparos cesan y un soldado rebelde les grita y ella teme
hacer señas e indicar que sigue viva, y se queda muy quieta
en contacto absoluto con el mundo y se topa con la
sensación de que va a vivir, ve la piedra de la calzada
envuelta en su betún, las piedras de la tierra formadas por
el calor y la presión hace una eternidad pero solo existe
este momento y tiene que ceñirse a él, una fuerza interior
le recorre el cuerpo y cierra los ojos y puede ver los años
de su vida transcurridos y el tiempo que aún queda por
vivir y de pronto algo la ha hecho levantarse y ponerse en
movimiento y se ha convertido en un cuerpo que corre.

Entra por la puerta del hospital y pasa por delante del


mostrador de seguridad sin que nadie la detenga, va al
ascensor y se encuentra un rostro distinto en el puesto de
enfermeras, unos ojos azul claro que levantan la vista de
una pantalla. ¿Puedo ayudarla? Mi hijo fue operado anoche,
¿podría decirme dónde puedo verlo? La enfermera se
permite una sonrisita y niega con la cabeza. Lo siento, dice,
las horas de visita son de dos a cuatro, o de seis y media a
ocho y media de la tarde, tendrá que volver luego. El
teléfono está sonando en el mostrador y la enfermera lo
mira, luego mira a Eilish que sigue delante de ella.
Disculpe un momento mientras contesto. Eilish se cruza de
brazos y mira pasillo adelante, tres camillas con pacientes
esperan cama en la planta y piensa en el hombre de traje
color canela tendido en el suelo con la bolsa de panecillos
aferrada en la mano cuando la enfermera cuelga. Lo siento,
dice Eilish, mire, solo quiero saber cómo está, lo operaron
anoche para extraerle metralla del cráneo. Amarillas son
las yemas de los dedos de la enfermera que escribe
suavemente con un bolígrafo y luego la mano se alarga
hacia la bandeja de ingresos y se la acerca. Puedo
consultar su expediente y decírselo antes de que se vaya,
de todas maneras tendría que haber recibido una llamada.
Suerte con conseguir llamar, dice Eilish, y la enfermera
sonríe sin levantar la vista. Sí, ya lo sé, dice, todo ha sido
una absoluta pesadilla, ¿cómo ha dicho que se llama su
hijo? Observa el rostro de la enfermera mientras esta
rebusca en la bandeja, la textura de la capa de maquillaje
perceptible bajo la luz cenital, una mancha en la piel se le
extiende desde detrás de la oreja hasta la clavícula, parece
eccema, la enfermera se acerca otra bandeja, va pasando
los expedientes hasta el final con el ceño fruncido y vuelve
a la primera bandeja. Lo siento, dice, se llama Bailey Stack,
¿no? Sí, eso es. Me temo que no hay ningún Bailey Stack,
¿seguro que está en la planta correcta?, este es el pabellón
Anne Young, la gente se confunde constantemente, son
todos más o menos iguales. Sí, dice ella, el pabellón Anne
Young, estuve aquí mismo anoche y hablé con la enfermera
jefe, no recuerdo cómo se llamaba, mi hijo estaba en una
habitación de ese pasillo esperando a que lo llevaran al
quirófano, ella dijo que alguien me llamaría por la mañana.
La enfermera pasea la vista por el mostrador. Ahora mismo
todo es un caos, dice, déjeme que hable con la enfermera
jefe. Empieza a sonar el teléfono en el mostrador pero la
enfermera sale por una puerta y la cierra, aparece otra
enfermera que contesta al teléfono, pronuncia un sí y un no
y luego se va. Eilish ve cómo el pomo de la puerta se gira
lentamente aunque no se abre y luego se entreabre una
ranura y una enfermera distinta se asoma y cierra la puerta
de nuevo. Quiere un café y un cigarrillo, quiere darle a
Bailey ropa limpia y llevárselo a casa, la enfermera jefe sale
por la puerta y no la mira sino que se va por el pasillo
mientras que la otra enfermera se queda dentro. Eilish se
vuelve y va hacia la sala con varias camas donde estaba
Bailey anoche, un hombre mayor de rostro chupado está
dormido en la cama que ocupaba Bailey, ella mira las otras
caras y retira una cortina, un enfermero se le ha acercado
por detrás. Perdone, dice, ¿puedo ayudarla? Pasa por su
lado para salir al pasillo y ve a la enfermera jefe yendo
hacia ella con los labios fruncidos. Señora Stack, soy la
enfermera a cargo de este pabellón, lamento la confusión,
esperaba que pudieran hablar con usted de admisiones, su
hijo fue trasladado anoche a otro hospital, firmaron la
salida poco después de medianoche, a veces ocurre, me
temo. Lo siento, dice Eilish, no entiendo, ¿qué quiere decir
con que fue transferido a otro hospital? Como decía, ocurre
a menudo, tenemos que recurrir a hospitales secundarios
durante la crisis, su hijo tenía que ir al quirófano pero en
cambio lo trasladaron, las órdenes vienen de arriba y no
tenemos ni voz ni voto, tengo todos los datos en el
mostrador, entre tanto, tiene que firmar unos formularios.
Un momento, responde Eilish, no entiendo nada, ¿me está
diciendo que mi hijo ya no está en este hospital aunque
anoche estaba programada su operación y tenía cama? Sí,
así es, señora Stack, seguro que intentamos llamarla pero...
Lo siento, esto es absurdo, nunca había visto nada
parecido, mi hijo es menor, yo no di permiso para que lo
trasladaran, firmé su ingreso en este hospital y en ningún
otro, quiero hablar con su superior y quiero que vuelvan a
traer a mi hijo aquí. Me temo que no podemos hacer nada
al respecto, señora Stack, la decisión no se tomó en este
hospital, vinieron a por él después de medianoche. ¿Quién
vino a por él después de medianoche? La boca ante ella se
frunce de nuevo y empieza a moverse algo en los ojos que
semeja un destello de miedo y luego los ojos apartan la
vista, la enfermera mira de soslayo el mostrador como
buscando ayuda, cruza los brazos y los descruza. Mire, no
sé quién toma estas decisiones, no tiene nada que ver con
nosotros, lo transfirieron al Hospital de Saint Bricin poco
después de medianoche. No lo entiendo, la verdad, el
Hospital de Saint Bricin, se lo está inventando, no he oído
nunca hablar del Hospital de Saint Bricin. Es el hospital
militar de Smithfield, pertenece a las Fuerzas Armadas.
Algo la recorre de arriba abajo y deja a su paso un rastro
de náusea, intenta carraspear. ¿Qué hace mi hijo en un
hospital militar?, ¿por qué está mi hijo en un sitio
semejante? La boca sigue hablando porque la boca no sabe,
así que la boca pregunta y espera una respuesta mientras
el cuerpo habla como si lo hubiera sabido desde el
principio, cree que va a vomitar, se encuentra sentada en
una silla con un vaso de agua en la mano, intenta beber y
luego se levanta en busca de una papelera para el vaso de
papel, lo tiende para que se lo coja alguien pero temen
acercarse a ella, hace un gesto rápido de ira con la mano.
¿Puede anotarlo alguien?, dice, ¿puede anotar la dirección
del puto hospital?, y quiere alguien hacer el favor de coger
este vaso.

Ocurre algo calle adelante, hay gente sentada bajo un


toldo frente a un café comiendo y bebiendo, un hombre
pincha con el tenedor una tostada junto a dos chicas
inclinadas sobre las pajitas de las bebidas, dos ancianas
conversan mientras toman el té con los carros de la compra
al lado de la mesa y ella pasa por delante despreciando lo
que ve y luego se corrige, piensa, la gente tiene derecho a
vivir su vida, la gente tiene derecho a un breve momento de
paz. Se pone a la cola en la entrada de seguridad del
hospital militar bajo la mirada de una cámara, ensaya lo
que va a decir, busca las palabras y el tono adecuados, dice
las palabras una y otra vez, las altera, se imagina ante
algún individuo sin cara, ha habido un error, trasladaron a
mi hijo aquí pero solo tiene trece años, lo enviaron a un
hospital general cuando tendría que haber ido a un hospital
infantil... La cachean y le incautan el móvil para que lo
recoja a la salida. Un severo edificio de tres plantas de
ladrillo rojo se erige amenazante cuando enfila un camino
de acceso bordeado de árboles, hay personal de las Fuerzas
Armadas y gardaí de paisano por el patio mientras un
paramédico cierra la puerta de atrás de una ambulancia.
Dentro hay una pequeña cola delante del mostrador de
administración, una cámara esférica enfoca desde el techo,
hacen pasar a la gente por otra puerta donde monta
guardia un soldado. Enseña su documento de identidad e
intenta decir las palabras que ha ensayado pero le salen
mal, no parece tener importancia, el funcionario de
administración teclea el nombre, la dirección y el número
de la seguridad social de Bailey pero cuando levanta la cara
de la pantalla sus ojos indican que algo va mal. Lo siento,
pero su hijo no está registrado aquí como paciente, tal vez
se ha equivocado. Ella mira la cara con el ceño fruncido
como si fuera ininteligible, sus manos se transforman en
puños cuando se apoya en el mostrador. Pero vengo ahora
mismo del Hospital de Saint James, dice, me han dicho que
trajeron aquí a mi hijo anoche para operarlo, yo misma he
visto el documento de traslado. Sí, pero aquí no figura
como paciente, y de todos modos en este hospital no se
realizan operaciones, esta ala del hospital se ha reservado
para los pacientes que no tienen cama en los hospitales de
la ciudad, quizá a su hijo lo detuvieron en el ala militar del
hospital, a veces ocurre que traen aquí a personas
detenidas en los hospitales de la ciudad. El funcionario está
clicando en la pantalla, los ojos van de aquí para allá. Lo
que dice no tiene sentido, dice ella, mi hijo tiene trece
años, ¿por qué iban a detener a un chico de trece años?,
hubo un bombardeo y llevaron a mi hijo al Hospital de Saint
James por error, tengo una copia del documento de traslado
en el bolso. Haga el favor, salga y doble a la izquierda, verá
la entrada de seguridad y allí puede preguntar por su hijo.
El funcionario está mirando a la mujer detrás de ella en la
cola, le indica a Eilish con la mano que se retire pero ella
no puede mover los pies, le piden de nuevo que se aparte y
hace ademán de hablar pero las palabras han huido de su
boca. Está caminando hacia la salida, se vuelve y mira el
mostrador sin verlo, masculla algo, se sorprende plantada
afuera mirando el cielo, esa sensación de pesadumbre en
su interior, la pesadumbre que aumenta tanto por
momentos que se siente embarazada de nuevo, esa
sensación de masa y carga que es al mismo tiempo su
propio tejido y su sangre, el niño que nace del cuerpo sigue
siendo siempre parte del cuerpo. Va hacia el ala militar del
hospital con el documento de identidad en la mano, le dicen
que el personal no militar tiene prohibido el paso, le piden
que se vaya pero ella se niega, sale de la garita otro policía
militar y dice, lo siento, pero si se queda aquí será
detenida, no nos deja alternativa. Se gira y regresa a la
entrada pública del hospital, va al mostrador y ataja a una
mujer que habla con el funcionario. Lo siento, dice, pero ha
habido un error, seguro, igual el ordenador ha cometido
alguna clase de error, tiene que comprobar los ingresos
otra vez, a mi hijo lo trasladaron a este hospital anoche a
las doce y cinco, eso pone aquí en el documento de
traslado, conque no puede estar en ningún otro lugar más
que aquí, mírelo usted mismo, por favor, esta es una copia
del documento que me han dado en Saint James. El hombre
tuerce la boca a modo de disculpa muda a la mujer que
tiene delante, luego mira a Eilish, coge el documento y lo
lee. Sí, dice él, pero me temo que este documento no hace
referencia a esta ala del hospital específicamente, solo
pone Hospital Militar de Saint Bricin y puedo decirle de
manera categórica que su hijo no es uno de los pacientes
que no tenían plaza en otros hospitales... Se le escapa de la
boca una risilla extraña que espolea su terror, se apoya con
las dos manos en el mostrador y mira fijamente el
ordenador. Mi hijo tiene trece años, ¿lo entiende?, ¿cómo
puede desaparecer un chico de trece años?, ¿quiere
explicármelo? La condenada cara ante ella y ha golpeado el
mostrador con el puño y todo el mundo está en silencio y
ella no sabe qué ha dicho, palabras, palabras, todas ellas
palabras equivocadas que se amontonan ante los ojos fríos
y la boca pequeña que se vuelven para llamar al policía
militar y ella se cruza de brazos y no piensa moverse,
observa los pasos del policía que se acerca, observa al
empleado de limpieza de mediana edad con mono azul que
retrocede por el vestíbulo como sumido en un estupor
íntimo, la fregona húmeda describiendo círculos
superpuestos, el empleado se inclina para poner bien una
señal de precaución amarilla mientras el policía la agarra
por el codo y la hace salir por la puerta. Se queda mirando
al cielo presa de una sensación de furia, se vuelve y mira
las ventanas altas y las ve como si estuviera contemplando
un árido precipicio, está sola y no tiene adónde ir, ahora
volverá al Hospital de Saint James, volverá allí y
solucionará este error. Ha caído la noche cuando regresa a
pie al Hospital Militar de Saint Bricin, se queda inmóvil
delante de la entrada del ala militar viendo ir y venir los
coches sin distintivos, brota en su interior una sensación
negra, una vocecilla que intenta hablar aunque ella no la
quiere oír, piensa, qué es el conocimiento sin los hechos, no
es más que especulación, vaticinio y adivinación, las
suposiciones a menudo se equivocan, se equivocan la
mayoría de las veces. Va a intentarlo por tercera vez en el
ala de admisiones del hospital, oscuridad y luz en el cielo,
se queda mirando el edificio del hospital como si
contemplara el rostro del régimen, el empleado de limpieza
de mono azul ha salido del edificio llevándose un cigarrillo
sin encender a la boca, se sostienen la mirada un momento,
él la aparta, lo enciende y luego va hacia ella tendiéndole el
paquete de tabaco, el temblor en la mano de ella cuando
acepta el pitillo, el olor a desinfectante en la mano tatuada
que le acerca la llama a la boca. Te he oído antes, dice él,
oigo lo mismo todos los días y siempre es lo mismo. Baja la
cabeza sobre el cigarrillo y da una larga calada, luego
levanta la cabeza y exhala todo el aire que le cabe en los
pulmones. A tu hijo seguramente lo detuvieron, dice, los
llevan al ala militar para interrogarlos y luego la puerta se
cierra y no te dicen nada, mira, no tengo otra manera de
decirte esto, pero deberías pedir que te dejen ir al depósito,
se te permite pedir que te dejen ir al depósito, yo en tu
lugar es lo que haría, aunque solo sea para descartarlo hoy.
Se queda mirando al hombre con el ceño fruncido.
¿Descartar qué?, dice. El gesto de angustia en la cara del
empleado de limpieza y luego se vuelve y se aleja y ella le
grita, ¿por qué iba a querer ir allí?, dice, ¿qué se me ha
perdido a mí allí?

Está delante de la locura sin dormir, imagina a su hijo


devorado por el régimen, volviendo día tras día al hospital
solo para que le digan lo mismo, plantada en el patio donde
se acerca al personal de las Fuerzas Armadas, los gardaí de
paisano, suplicando con la boca de alguna vieja mendiga,
por favor, ayúdeme a encontrar a mi hijo, tiene que
ayudarme, por favor, no es más que un niño, esa sensación
ahora de que ya no forma parte del cuerpo y se
desmoronará reducida a cenizas. Observa a los otros ir y
venir e interpreta las noticias en cada rostro, no puede
hacer lo que le ha dicho que haga el limpiador, no puede
hacer lo que los otros están haciendo hasta que un poder
oscuro la empuja a entrar en el edificio del hospital, está
delante del funcionario de administración pronunciando las
palabras que le han dicho que pronuncie, se hace una
llamada de teléfono, dos oficiales militares conversan junto
a la puerta interior y la acompañan del vestíbulo al edificio
principal, sigue a un policía militar por un pasillo hasta una
puerta que da a unas escaleras y baja por una escalera
oscura hacia una penumbra cada vez más fría, sigue al
policía militar hasta otra puerta y a un área de recepción
donde un hombre de bata blanca le acerca un sujetapapeles
por encima del mostrador, le tiembla la mano cuando coge
el bolígrafo. Ve al hombre leer el formulario y pronuncia el
nombre de su hijo y el oficial dice, aquí abajo no hay
nombres, solo números me temo, no tenemos sus nombres
cuando llegan, si su hijo está aquí estará como un número,
tendrá que identificarlo usted misma. Le dan una
mascarilla y guantes y se mira las manos, algo se ha
desenganchado y repiquetea en su interior, no es su
auténtico yo el que sigue a este hombre, este guardián de
los muertos, sino un yo falso, algún otro yo que traspone un
umbral. Dice, no sé qué hago aquí, todo esto es un error. El
hombre no contesta y le indica que pase. No es una sala
refrigerada llena de acero inoxidable sino un almacén con
cadáveres tendidos unos junto a otros sobre el hormigón
amortajados en bolsas grises con cremallera, el espacio ni
siquiera está frío, apesta a desinfectante. Se le escapa de la
boca una pequeña plegaria y no posee fe desde la que
elevar una plegaria pero pronuncia la plegaria de nuevo y
le susurra a Larry, se dice que tiene que irse de ese lugar,
se ve como incorpórea, avanza, se agacha sobre el primer
cadáver y abre la cremallera para encontrarse una cara
hundida sin dientes y lo que parece un orificio de taladro
en la mejilla y un ojo que no se puede cerrar, se levanta
sintiéndose miserable, se retuerce las manos, mira al
vigilante como para decir que ha cometido una
equivocación, que se ha internado por error en la tierra de
los muertos y tiene que regresar, pero el vigilante
sencillamente le indica que cierre la cremallera y pase al
siguiente cadáver. Se arrodilla ante la siguiente bolsa para
restos humanos, abre la cremallera y susurra, este no es mi
hijo, pasa de un cadáver a otro, ve cómo el régimen ha
dejado su marca en cada cara y cuello, que el asesinato
tiene un olor antiséptico, y una vez tras otra la boca
susurra, este no es mi hijo, la boca susurra una y otra vez,
este no es mi hijo, este no es mi hijo, este no es mi hijo,
este no es mi hijo, y mira al vigilante que está mirando la
hora en el reloj de pulsera y ella abre la cremallera de otra
bolsa para restos al tiempo que dice, este no es mi hijo
antes siquiera de haber mirado el rostro, este no es mi hijo,
este no es mi hijo, este no es mi hijo, este no es mi hijo,
tiene ante sí el rostro de Bailey serenamente quebrado, la
piel con olor a lejía, y lo que estaba plegado en su interior
se rompe y se le escapa del cuerpo un aullido de espanto y
toma su cara entre las manos, mira fijamente la cara del
niño muerto y solo ve al niño vivo, y piensa que ojalá
pudiera morir ella en su lugar, acaricia la cara cubierta de
fino vello, el pelo sigue húmedo de sangre. Susurra, mi niño
precioso, ¿qué te han hecho? La piel ante ella nublada de
magulladuras, los dientes que faltan o están rotos, abre la
bolsa del todo y ve que le han arrancado las uñas de las
manos y los pies, ve un orificio de taladro en la parte
anterior de la rodilla, las quemaduras de cigarrillo por el
torso, y le coge la mano y la besa, el cuerpo está lavado de
modo que no queda sangre salvo por la sangre turbiamente
acumulada bajo la piel que no se puede lavar. No oye lo que
dice el vigilante mientras la ayuda a cerrar la bolsa, la hace
salir por la puerta hablándole en voz queda. Número 24,
dice, ¿quiere hacer una identificación positiva de su hijo,
señora Stack? Y dice, una vez que haya cumplimentado el
formulario, su hijo será transferido al depósito de
cadáveres de la ciudad. Y dice, para que lo sepa, señora
Stack, aquí pone que su hijo murió de un fallo cardiaco. Y
Eilish se aparta del hombre viendo solo oscuridad, está
perdida en la oscuridad, está en un lugar donde no se
puede encontrar lugar alguno.
9

Despierta con la cabeza apoyada en la ventanilla y mira


afuera sin ver, cierra los ojos y viaja a una oscuridad como
si se desplazara bajo el agua con el corazón dolorido,
aprieta y aprieta las manos. Molly la llama desde muy lejos
y le zarandea el brazo a su madre. Mamá, dice, despierta,
venga, el conductor acaba de decir algo ahora mismo, no sé
qué, hace más de una hora que no nos movemos, voy a ver
qué pasa. Le deja a Ben entre los brazos y Molly sigue a los
pasajeros hacia la parte delantera del autobús. La puerta
de delante lanza un suspiro y el conductor baja a la calzada
y se sube los vaqueros, se mete un móvil en el bolsillo de la
camisa mientras la gente se reúne alrededor. Ben salta en
su regazo con una mueca malévola, le agarra la nariz, bip-
bip, dice, bip-bip, bip-bip, y ella tiene que emitir un
bocinazo una y otra vez intentando sonreír mientras él le
pellizca la nariz, se vuelve y pega las manos al cristal.
Coche, dice, coche, coche, coche, coche. Eilish mira afuera
y le señala cada palabra, autobús, coche, camioneta,
camión, mujer, niño, pájaro, un orondo grajo desciende con
papel de aluminio en el pico, lo suelta para picotear un
trocito de comida lanzado de la parte trasera de una
camioneta donde hay demasiados niños sentados en
colchones apilados dentro. Hay gente fuera de sus
vehículos mirando los móviles, los maleteros llenos a
rebosar de objetos enormes o electrodomésticos, las bacas
cargadas y las pertenencias envueltas en plástico mientras
la autopista serpentea en torno a una colina en dirección
norte aunque no se mueve nada salvo los que van a pie, una
procesión silenciosa en el arcén de gente que camina con
abrigos de invierno o envuelta en mantas, niños en
portabebés o en carritos o a hombros de hombres que tiran
de maletas o llevan sus vidas a la espalda. Un niño pequeño
que va delante de sus padres tropieza en la carretera y se
da la vuelta llorando con los brazos tendidos y Eilish no
siente nada al ver a ese niño salvo un entumecimiento
dentro de ella, entonces le brota un dolor súbito en el
pecho y cierra los ojos. Ben salta arriba y abajo en su
regazo, vuelve a agarrarle la nariz, bip-bip, bip-bip, y ella
intenta sonreír pero solo logra esbozar con la boca una
forma rota, Molly ocupa de nuevo su asiento, las mejillas
demacradas arreboladas por efecto de las novedades. Todo
se ha ido a la mierda, dice, el chófer acaba de decir que el
corredor se ha cerrado y han vallado la frontera justo
después de Dundalk porque hay intensos combates allí,
quiere dar la vuelta, dice que el tráfico no tiene adónde ir,
vamos a tener que quedarnos aquí durante días, dice que
va a tomar la siguiente salida de la autopista en cuanto los
coches se muevan, las demás rutas están igual de mal por
lo visto e iríamos más rápido a pie, la frontera está a unos
cincuenta o sesenta kilómetros, se ha montado una bronca
porque la gente pide que le devuelvan el dinero, pero él
dice que no lo tiene. Eilish mira en el asiento al otro lado
del pasillo a un hombre mayor que le enseña un mapa en el
móvil a su mujer, o quizá es su hermana, quién sabe, se
parecen mucho, Ben golpea el cristal con las manos, pío,
pío, pío, pío, dice, y ella se vuelve y ve a un chico que pasa
con un pájaro color lima en una jaulita blanca y cierra los
ojos y no es capaz de pensar qué hacer, el corazón está muy
dañado para pensar, el corazón ahora en una jaula.

Qué rápido da el día señales de noche, el cuerpo del cielo


se llena de moretones y Ben gimotea pidiendo algo de
comer, un paso sigue a otro con el niño en la mochila, ella
tiene la mirada fija en algún espacio nulo, un vacío
adormecido en el centro de su ser. El aire es cada vez más
frío pero Ben se niega a llevar gorro, ella intenta volver a
ponérselo pero Ben le palmotea la mano y grita, no, no, no.
Abandonan la autopista por una rampa de salida y siguen
las señales de la estación de servicio, con la mano izquierda
le sujeta la nuca a Ben, la mano derecha estrujada por el
asa del bolso que lleva a medias con Molly. La estación de
servicio está llena de gente de pie por ahí o sentada en el
asfalto con comida y bebidas mientras hay una cola que
sale por la puerta. Ben tiene el pañal sucio, Eilish se lo
cambia sobre el regazo en cuclillas haciendo cola para
entrar al servicio, tiene los bolsillos del abrigo largo llenos
de pañales y toallitas. Hace cola para comprar comida
caliente mientras Molly se queda sentada encima de su
equipaje a la entrada con Ben en el regazo. No hay donde
sentarse, así que se ponen sobre las maletas mientras
Eilish vigila un enchufe eléctrico donde un hombre está
cargando el móvil, le pide a Molly que le envíe un mensaje
a Áine, un guardia de seguridad se les acerca y les dice que
vayan afuera, están bloqueando una salida, dice. Dejan el
equipaje en el asfalto y se sientan a comer mientras Eilish
observa a un joven con pinta de rata que se mueve como un
mendigo entre la gente, se les pone delante y les ofrece un
sitio donde pasar la noche, Molly quiere saber qué clase de
sitio es y cuánto cuesta mientras Eilish le escudriña los
ojos, la ropa harapienta, las uñas coronadas de mugre. ¿Por
qué le has dicho que no?, pregunta Molly al ver que el
hombre pasa al siguiente grupo. ¿Dónde vamos a dormir
esta noche? Una mujer de chubasquero amarillo se inclina
hacia ellos y le da un toque a Molly en el brazo. Hay que
tener cuidado con tipos así, dice, te llevan a alguna parte y
te roban, eso es lo que hacen. La mujer le acerca un
paquete de galletas a Molly y durante un rato hablan
mientras Eilish no escucha, está viendo a Bailey sentado en
el asfalto al otro lado del patio de la gasolinera con las
piernas estiradas, el pelo rapado en los laterales, una oreja
y parte de la mejilla bajo la luz ámbar. Bebe de una lata,
luego se levanta y la aplasta con la zapatilla y le da un
puntapié hacia los surtidores.

Fuego en un campo oscurecido, mujeres envueltas en


mantas y niños sentados en sus regazos con las caras
iluminadas por móviles mientras la gente recoge leña entre
los árboles y planta tiendas de campaña. Les hacen sitio
junto al fuego, un hombre con barba mordisquea unas
salchichas envueltas en papel de plata, se sopla los dedos e
insiste en que cojan una mientras en algún lugar en la
oscuridad una mujer llama a un niño, Molly coge una
salchicha con una ramita, la sopla para enfriarla y parte un
trozo para Ben, que lo sostiene con las dos manos y le da
mordisquitos. El cielo del azul más oscuro sobre la
oscuridad circundante, la oscuridad más negra en torno a
la hoguera que desdibuja cada rostro y luego lo pinta de
nuevo de tal modo que una mujer joven pregunta con los
ojos arrasados de dónde son y adónde van mientras un
hombre se hurga las sombras del rostro al tiempo que
habla. Es mejor que crucéis la frontera por algún otro sitio,
dice, Crossmaglen es seguramente la mejor opción desde
aquí, allí vamos nosotros, mi prima cruzó la frontera sin
ningún percance ayer, dice que la policía de fronteras deja
pasar a la gente siempre y cuando se les unte. Corren
rumores de gente que se arriesga a ser detenida cruzando
la frontera por la noche, corren rumores de bandas
violentas que rondan las zonas fronterizas, de patrullas
armadas por las carreteras de la frontera y cuánto hay que
pagar para pasar. Contempla las llamas como en trance, ve
danzar ante sus ojos la luz del fuego, la luz del fuego
alcanza los ojos que permanecen en la oscuridad, ¿y
quiénes son esas personas sin sus ojos y quiénes son esas
personas con los ojos cegados al futuro, esas personas
atrapadas entre el fuego y la oscuridad? Cierra los ojos y ve
cuánto ha sido devorado, ve la totalidad de su amor y lo
poco que queda, solo hay un cuerpo, un cuerpo sin corazón,
un cuerpo con los pies hinchados para llevar a los niños
hacia delante... La mujer de los ojos arrasados les pregunta
si quieren dormir en su tienda. Esta noche hace frío y va a
llover, dice, no puedes dormir aquí fuera con un niño
pequeño y de todas maneras es una tienda para ocho,
anoche dormimos doce ahí dentro.

Ben le vuelve el rostro con la mano de manera que están


aliento contra aliento en el saco de dormir y cuando él está
dormido Eilish se queda escuchando el largo silencio de la
noche, ve cómo la muerte continúa por la carretera,
continúa en los sueños de quienes están muy cansados para
dormir y quienes tienen que soñar con los ojos abiertos, los
gemidos y los gritos que se les escapan de la boca como si
la muerte desfilara ante ellos una y otra vez todas las
noches de modo que cada muerte se revive numerosas
veces, y ella yace oyendo a los durmientes murmurar
muerte hacia la oscuridad, yace sintiendo la tierra fría en la
espalda, oyendo la lluvia sobre la tienda como si fuese una
lluvia que cayó hace milenios y fuera no hubiese nada salvo
tierra deshabitada, el mundo exterior una oscuridad sin
dolor, y estar sin dolor sería adentrarse plenamente en esa
oscuridad pero no habrá huida, ahora lo sabe, no habrá
huida hacia la oscuridad detrás de su hijo aunque ojalá
pudiera seguirlo, se quedará viendo a su hijo pero no huirá
hacia la oscuridad porque tiene que perdurar y ahora solo
le queda esto, ser una nave en la que llevarse a los niños
lejos de la oscuridad y no habrá paz y no habrá manera de
escapar del dolor y ni siquiera la oscuridad de cerrar los
ojos supone paz. Ben se vuelve, busca su cara con las
manos y empieza a llorar y se calma cuando ella le acaricia
la mejilla. Le susurra aunque no hay palabras para un niño
de su edad, no hay explicación para lo que se ha hecho y
aunque el niño nunca lo recordará siempre lo sabrá y lo
llevará como veneno en la sangre. Mira a Molly y ve el
corazón dormido que bombea el veneno por el cuerpo y aun
así hay una luz que brilla desde dentro, tiene la piel azul
debido al amanecer que ilumina la tienda pero hay también
una luz que irradia desde el interior de su cuerpo, una luz
que trae consigo un aumento de fuerza, y ella no sabe de
dónde viene esa luz dentro de Molly, esa luz que brilla en la
oscuridad. Pasos sobre la tierra hollada y humo de tabaco
que va hacia la tienda, un hombre tose y las voces de los
niños anuncian el nuevo día mientras un joven pasa por
encima de ellos para salir. Molly se incorpora y se revuelve
el pelo, luego empieza a masajearse los pies. Mamá,
susurra, déjame peinarte. Eilish mira la cara de su hija y se
da cuenta de que ha estado llorando dormida. Baja la
cremallera del saco de dormir, se pone las zapatillas de
deporte y sale. Una grisura baja y fría y el fuego reducido a
cenizas, basura desperdigada por el campo en barbecho.
Sienta a Ben en la mochila, pela un plátano y echa leche en
su taza mientras Molly se palmea el torso con los brazos
para entrar en calor, Ben camina por la tierra y luego va
hacia los árboles. Eilish le grita que vuelva pero él continúa
hacia el bosque por el linde del campo dando pisotones en
la tierra y ella lo sigue haciendo caso omiso del dolor en los
hombros y los pies. Ben está de pie entre la hierba
musgosa, agita un palo y golpea un árbol, luego se vuelve
con los ojos brillantes y lo levanta para pegarle a ella. No,
dice ella agitando el dedo, no, no, no, y le quita el palo, lo
agita delante de él y dice, no se pega, no se pega a otra
persona, y tira el palo, le hace dar la vuelta y lo manda de
nuevo al campo en barbecho, el campo muerto coronado de
malas hierbas y debajo los gusanos que remueven la tierra
y entre la tierra los restos de la última cosecha, materia
muerta en descomposición para dar nutrientes a lo que
crezca después, y Ben corre por el campo con los puños
levantados hacia el cielo y ella vuelve la vista un momento
hacia los árboles y ve la hierba llena de hojas caídas, ve las
hojas que yacen sin tumba sobre la hierba, amarillentas las
caras entre el marrón agonizante.

El minibús llega por detrás y carraspea con un cambio de


marcha que empuja a los caminantes hacia el arcén, el
vehículo aminora y luego se detiene junto a ellos mientras
el conductor con la cara roja como si lo hubieran
abofeteado se asoma. Voy a la frontera y quedan dos plazas
si alguien quiere que lo lleve, cincuenta pavos por cabeza.
Algunos caminantes se vuelven y se miran y niegan con la
cabeza mientras Molly deja caer el bolso sobre la hierba.
Mamá, dice, necesitas descansar y yo tengo la mano hecha
polvo de llevar esto. Eilish mira el minibús, los ojos a la
deriva como si esperara que una respuesta tomara forma
en su mente, no hay nada más que silencio y oscuridad,
exhala contra el peso del niño mientras sube los peldaños y
el conductor no la mira a los ojos. Le deja el dinero de su
hermana en la palma de la mano y entonces él se mira la
mano y niega con la cabeza. El precio es cincuenta por
cabeza. Sí, dice, pero solo somos dos y un bebé. Cincuenta
por cabeza he dicho y cuento tres. Pero el niño va a ir
sentado en mi regazo, dice ella, no ocupará una plaza. El
conductor suspira y sigue negando lentamente. Son
cincuenta por cabeza o siga a pie si quiere pero estará más
segura en este bus que ahí fuera por su cuenta, usted
misma. Está a la vista de todos los pasajeros que
presencian la conversación, un niño llora en la parte de
atrás, Molly le da un codazo por detrás y ella abre el
monedero, saca otro billete y lo lanza al regazo del hombre
obligando a los ojos de cochinillo a mirarla, la boca fina y
glotona. Deja los bultos en la puerta, Molly, que los meta
este hombre en el maletero. Ben quiere ir andando por el
estrecho pasillo, quiere ponerse de pie en su regazo y
saltar y jugar al escondite con la gente de atrás, tiene
hambre y necesita echarse una siesta, Eilish vuelve la cara
hacia el cristal y ve que el sol ha desaparecido del cielo, la
carretera rural está llena de caminantes que se apartan
para dejar paso al minibús, una mujer que empuja un
carrito con un niño levanta la vista hacia la ventanilla y
Eilish se ve a sí misma sosteniéndole la mirada. Molly dice
algo sobre su padre y Eilish se vuelve para ver la cara de su
hija en el espejito de bolsillo mientras se maquilla los ojos.
No he oído lo que decías. Hablaba de papá, dice, dentro de
poco es su cumpleaños, ¿en qué año había nacido? Eilish se
vuelve hacia la ventanilla y cierra los ojos. No es que lo
haya olvidado, es que cuando piensa en él ahora queda
poquísimo, se ha convertido en una sombra, una ausencia
en el sitio donde antes estaba el amor, o quizá queda un
poquito de amor en una cavidad del corazón sellada bajo
tantísimo peso. Ben está dormido en sus brazos cuando el
minibús aminora y luego se detiene y el conductor baja el
hombro para tirar del freno de mano y se levanta del
asiento para abrir la puerta. Baja a la carretera y habla con
un soldado que lleva una boina negra, luego enciende un
cigarrillo mientras un segundo soldado sube al vehículo con
una pistola a la cadera. Les dicen que se bajen, tengan los
documentos de identidad a mano y saquen el equipaje del
maletero para que lo inspeccionen. Se apean y no hay
frontera sino campo abierto, la frontera queda a treinta
kilómetros, dice un hombre, casi ha pasado una hora
cuando vuelven a subir al minibús. Atardece y luego
anochece, el bus se encuentra un punto de control tras
otro, Land Rover militares o todoterrenos civiles cruzados
en la calzada, soldados de las Fuerzas Armadas o
milicianos con uniforme de faena procedentes de
excedentes del ejército, cabezas rasuradas y manos con
mitones que sujetan rifles automáticos a la altura del
hombro apuntando al suelo, rostros diferentes cada vez que
pronuncian las mismas órdenes, el conductor está apartado
del minibús con un pitillo en la boca contando el dinero que
tiene que pagar. Hay que enseñar la documentación, tienen
que explicar adónde van, los obligan a abrir las maletas y
dejar sus pertenencias en la calzada y luego volver a
guardarlas y a veces el equipaje pesa un poco menos y cada
vez es un precio distinto, un impuesto de salida lo llaman
algunos, una contribución a la causa que estáis dejando
atrás. Hay una carretera cerrada tras otra, una gasolinera
asoma radiante en la oscuridad y hacen una parada para ir
al servicio y comprar comida y bebidas. Percibe la frontera
cerca en la oscuridad, la percibe alejándose de ellos como
una marea que dejase la orilla atrás bajo la luna estéril.
Necesita dormir pero no puede, tiene que despertar a
Molly de nuevo y llevar a Ben dormido en brazos cuando
bajan del minibús por quinta vez, Molly arrastra los pies, es
casi la una de la madrugada, un muro de piedra y árboles
encapuchados, el vehículo inmovilizado por las luces de un
todoterreno mientras las linternas revisan una cara tras
otra. Un miliciano de barba agita una pistola y les grita que
se pongan en fila, viste ropa de paisano con las perneras de
los vaqueros enrolladas por encima de la caña de las botas.
Saca a un hombre de mediana edad de la fila y le pone la
linterna en la cara. Bueno, ¿de qué crees que estás
huyendo, calvo, por qué no te quedas a luchar por tu país,
cobarde de mierda? El hombre permanece inmóvil con la
cara apartada de la linterna, tiene los ojos entrecerrados y
entonces parpadea lentamente como intentando entender
lo que le han dicho. Ella desvía la mirada cuando el
miliciano patea al hombre en la parte posterior de las
piernas. Ponte de rodillas y enseña tu documento de
identidad. Ella vuelve a mirarle la cara al miliciano y no ve
más que su perversidad del revés de forma que la luce
abiertamente, le agarra el brazo a Molly y busca sus ojos
pidiéndole que aparte la vista, mira al conductor y lo ve
frotarse los ojos de cansancio y ahora entiende su precio,
es mejor conducir en círculos toda la noche encontrando un
control tras otro que estar ahí fuera solo en la oscuridad
topándose con tipos así, el hombre de rodillas se palpa los
bolsillos del abrigo, sus dedos han huido dejando dos puños
inútiles, al final saca un documento de identidad. El
miliciano se lo lanza a otro hombre que lo recoge del suelo
y transmite los datos por radio, el hombre de barba le clava
la pistola en el hombro al que está arrodillado, acerca la
boca del cañón a la sien del hombre y se la desliza poco a
poco cuello abajo, luego levanta una bota y la apoya en su
hombro. Bueno, ¿de qué trabajas, gilipollas? El hombre
susurra algo con la cara hacia el suelo. No te he oído. El
hombre medio grita, soy técnico. ¿Técnico de qué? El
hombre carraspea y comienza a llorar, el miliciano apunta
la linterna a los rostros de la gente que está en fila junto al
minibús, dicen algo aderezado de ruido de estática por la
radio y entonces la bota vuelve a bajar y le tiran al hombre
la documentación. El precio para ti no es el mismo que
para los demás, el precio para un cobarde de mierda como
tú es el doble. Ella ve al hombre quedarse de rodillas
mientras el miliciano se aleja, lo ve llevar su humillación al
bus con los hombros encorvados, las manos temblorosas
sobre el regazo cuando toma asiento. Sin pensarlo, ella le
ha puesto una mano en el brazo y se lo aprieta y el hombre
levanta la vista e intenta sonreír pero algo en sus ojos ha
quedado destruido.

No tendría que haber nada al otro lado salvo el borde de


un acantilado que iniciara la larga caída hacia la nada, en
cambio la carretera continúa después de la frontera, los
barracones prefabricados grises bajo el amanecer, los
cables de electricidad sin interrupción a través de la línea
internacional, un camión articulado que aminora hasta
detenerse mientras un soldado que bosteza se tapa la boca.
Se ponen a una cola para los que van a pie, la gente intenta
dormir o entrar en calor mientras están apoyados en sus
bultos o unos contra otros, Molly se recuesta en el brazo de
su madre y se duerme. Empieza a mascullar y luego emite
un gritito, se incorpora frotándose los ojos y Eilish ve en
ellos el terror que se prolonga desde el sueño. La cola por
fin empieza a avanzar cuando se abre el punto de control y
arrastran el equipaje unos pasos para luego volver a
sentarse. Ven alejarse los últimos retazos de noche, el
punto de control británico en la carretera cada vez está
más definido, las barreras de metal ondulado y el alambre
de espino, la torre de vigilancia militar y la carretera que
continúa y ella sabe que una vez que crucen esa línea
comenzará la pesadumbre, que lo que queda atrás no
quedará atrás en absoluto, sino que será cada vez más
pesado y lo llevarán siempre a cuestas. Están en una sala
de espera prefabricada donde todas las sillas apilables
están ocupadas por personas que rellenan formularios
sobre el regazo, el suelo vibra cuando la gente se desplaza
en grupo hacia el cristal y ella no encuentra el bolígrafo,
tiene que pedírselo prestado al hombre mayor que está a su
lado, él la mira a los ojos y sonríe pero ella no puede
devolverle la sonrisa y mira al suelo, ve que el anciano
calza dos zapatos diferentes, uno color café con leche y
otro gris. Cuando llega a la ventanilla entrega por debajo
los formularios y los documentos y se queda esperando a
que le digan cuánto tendrá que pagar, la tarifa vigente
cambia cada vez, te miran la ropa y calculan un precio,
miran si les gusta tu sonrisa, todo depende del momento
del día, la luna y la marea. Le dicen que ha cumplimentado
el formulario equivocado, que está intentando cruzar con
un niño indocumentado y tiene que rellenar otro formulario
y esperar a que le hagan una entrevista, tiene que salir por
la puerta a su derecha e ir al siguiente barracón
prefabricado. No hay nadie en la sala fría sin calefacción ni
nada que mirar aparte de una ventana de cristal esmerilado
y una mesa con un ordenador y una taza vacía, trata de
esconder el temblor de la mano cuando oye unos pasos
rápidos fuera y una tos sofocada, Molly le coge la mano y
se la aprieta cuando el funcionario entra en la sala y acerca
una silla delante de ellas, es un hombre anguloso de nariz
aguileña, camisa pálida con el cuello desabrochado, ella no
sabe qué es, un policía o un oficial militar o un burócrata
de medio pelo, teclea con rapidez en el ordenador y exhala
bruscamente, luego mira a Eilish como si viera alguna otra
cosa a través de ella. Le pide los documentos y se vuelve
hacia la pantalla y teclea, Ben se revuelve para zafarse, ella
hace lo que puede para retenerlo sobre el regazo pero el
niño grita y se pone a patear y Molly se suelta el pelo y le
da la goma elástica para que juegue, el funcionario vuelve
la cabeza como para examinar al niño, mira fijamente a
Molly mientras ella se pasa los dedos por el pelo. Le hace
una pregunta tras otra y niega con la cabeza con gesto
críptico cada vez que Eilish responde, se rasca la punta de
la nariz con una uña, teclea con rapidez en el ordenador, a
ella le parece estar respondiendo mal una y otra vez y
empieza a apretar los dientes. Escudriña los ojos azul
grisáceo del hombre y oye a su boca hablar pero los ojos
dicen algo distinto de las preguntas que hace la boca, el
dedo presiona con poca decisión la tecla de desplazamiento
hacia abajo mientras los ojos calculan cuánto vale Eilish,
ella aprecia una leve sonrisilla que le tira de la comisura de
los labios como si le hubiera leído el pensamiento, es
entonces cuando se da cuenta y deja de creer en el
fundamento de la entrevista. Mira por la sala vacía viéndolo
todo como un juego, ha estado toqueteando la partida de
nacimiento del niño pero la deja y se recuesta en la silla e
intenta sonreír cuando se inclina otra vez hacia delante.
Podemos ser francos el uno con el otro, dice Eilish, ¿cuánto
dinero quiere? El hombre se permite mostrar un semblante
ceñudo de sorpresa, mira a Molly y parece chasquear la
lengua en señal de desaprobación entre dientes mientras
se recuesta en la silla. Habrá un coste extra por cruzar la
frontera, explica, una tasa de salida por así decirlo, pero
también hay un coste adicional, quiere abandonar el Estado
con un niño que no tiene documentación para viajar, y,
aunque esta partida de nacimiento demuestra su
ciudadanía, no le otorga el derecho a salir del Estado y le
niega la protección de la que gozaría como ciudadano de
este Estado de viaje por otras jurisdicciones, lo que tiene
que hacer es comprarle un pasaporte temporal al niño, el
pasaporte no tendrá validez legal después de hoy y más
adelante tendrá que solicitar un pasaporte como es debido
en su nuevo lugar de residencia, naturalmente tendrá un
precio, cosas así siempre tienen un precio. El hombre coge
un bolígrafo, garabatea en una hoja de papel y se la pasa a
Eilish, que lee el papel al revés, luego le da la vuelta y se
echa a llorar, vuelve a mirar la hoja, niega con la cabeza y
cierra los ojos, los imagina obligados a arriesgarse a cruzar
la frontera por la noche, las patrullas militares y los perros
aullando, Molly le agarra la mano de nuevo pero Eilish la
retira. No tengo tanto dinero, dice, nadie nos advirtió que
costaría tanto. El hombre lanza un bufido por la nariz
mientras hace dibujitos con el boli, ella mira la mano que
ha encontrado tiempo para adivinar algo del subconsciente
del hombre, un motivo geométrico que se desembrolla
transformándose en una planta rodadora, mientras el
funcionario levanta los ojos un pensamiento empieza a
tirarle de la boca. Le va a costar mucho más pagarle a un
contrabandista para cruzar por la noche y la mitad de lo
que le dé volverá aquí. Mira al individuo y no puede hablar,
él suspira otra vez y se levanta como para marcharse.
Espere, dice ella, y el funcionario se queda de pie y cuando
ella vuelve a hablar él se pasa la lengua por la comisura de
la boca y rehúsa negando con la cabeza lentamente. Eso
cubrirá el pasaporte provisional de su hijo y su visado de
salida, pero no cubrirá el coste de su hija. Las voces
resuenan fuera, las voces y el sonido de pasos que avanzan
en constante transferencia a través de la frontera, y ella se
muerde la lengua y no percibe nada en los ojos del hombre,
a ella le asoma a la cara una sonrisa agónica. Pero, por
favor, dice, seguro que podemos acordar un precio, le daré
todo lo que tengo. El funcionario la observa un largo
momento, luego mira a Molly y le hace un gesto con la
cabeza. Quiero entrevistarte a solas, dice. Eilish mira a su
hija y luego busca los ojos del hombre pero está haciendo
clic en la pantalla, busca los resultados del fútbol quizá,
alguna migaja de información inútil, ella mira el cristal
esmerilado con una náusea repentina. Le pasa a Ben a
Molly y le dice que salga del barracón. Te he dicho que te
lleves afuera al niño. Molly se levanta con expresión
ceñuda, se lleva a Ben afuera y cierra la puerta mientras
Eilish estudia al funcionario. Quiere entrevistarla a solas,
dice, ¿por qué quiere entrevistarla a solas? Algo ha
quedado prendido del deje de su voz mientas mira la
puerta, sin decir palabra él niega suavemente la cabeza,
luego se rasca la punta de la nariz. He detectado
incongruencias en el relato que ha hecho sobre su familia,
lo mejor es que hable con ella a solas. Ella se ladea en el
asiento y mira la pantalla, ve que está jugando al solitario.
¿Y cuánto rato quiere hablar con ella a solas?, dice, ¿no
quiere entrevistarme a mí a solas?, puedo pintarme los
labios si es lo que quiere, me puedo peinar, pero no soy lo
que quiere, ¿verdad?, igual lo que quiere es algo que solo
puede arrebatarle a una niña. El rostro ante ella se queda
muy quieto y luego la boca hace ademán de hablar pero
tropieza, la mano busca a tientas el bolígrafo mientras
Eilish empieza a abrir la cartera de viaje que lleva a la
cintura, deja un fajo de billetes encima de la mesa. Mire,
dice, esto es todo lo que tengo, seguro que es suficiente
cuando lo que nos quita es todo. Al funcionario se le
sonroja de ira la cara y ella ve bajo esa ira la llegada quizá
de la vergüenza, el hombre lanza un fuerte bufido al tiempo
que pone las dos manos sobre la mesa. No tengo tiempo
para esto, dice, ¿cree que puedo estar aquí sentado todo el
día?, la entrevista ha terminado, deje el dinero en la mesa y
vuelva a la sala de espera.

Eilish hace el propósito de no mirar atrás mientras


cruzan la frontera, se vuelve y se forma una piedra en su
boca por lo que tiene que susurrar al hablar, la piedra se le
desliza por la garganta de forma que tiene que respirar en
torno a ella mientras enseña la documentación, el soldado
al otro lado es firme pero amable y les dirige a un centro de
registro en un barracón de chapa ondulada. Busca al
hombre con el que se supone que deben reunirse, hay
coches aparcados a lo largo del arcén al otro lado del punto
de control y un puñado de personas esperan cerca mirando
quién cruza, escudriña las caras en busca de un rápido
cabeceo o sonrisa pero no obtiene respuesta, mira a Molly
que lleva a Ben en la mochila, no sabe qué se supone que
debe hacer, las instrucciones eran muy imprecisas, otro
soldado los hace seguir y se ve empujada hacia delante.
Alguien se ha puesto a su altura y le toca el codo, una
risueña voz resonante dice, más vale que no vayas ahí. Se
vuelve y un joven con forro polar la abraza y ella deja el
bolso y se queda con los brazos a los costados tratando de
no retroceder hasta que él la suelta, la intrusión de otro
cuerpo, el olor a sudor y colonia, el hombre sonríe a Molly y
a Ben. Eilish, dice, cuánto me alegro de veros, vamos,
rápido, el coche está por aquí. Coge el equipaje y camina
con su peso tirándole del hombro mientras lo siguen hasta
un Ford granate aparcado al lado de la cuneta. No es el
hombre que le han dicho que iría a recogerlos, se llama
Gary y les abre las puertas, le indica a Molly que ponga a
Ben en el asiento para niños. Mete sus bultos en el
maletero, luego toma asiento en el coche hurgando en el
bolsillo de la portezuela y el organizador entre los asientos,
encuentra las gafas y se las pone, se vuelve y le sonríe a
Ben. Bien, dice, perdonad, no os he visto cruzar. Se da
media vuelta para colocarse bien el cinturón de seguridad y
sus ojos se detienen en Eilish, que está sentada muy pálida
y todavía con las manos en el regazo, la piedra se ha hecho
tan grande que no puede respirar, le parece que se le ha
parado el corazón. ¿Qué ocurre?, dice Gary, pero ella no
puede hablar, el hombre mira a Molly en busca de ayuda
mientras esta se inclina hacia delante y la sacude por el
hombro. Mamá, dice, ¿qué pasa? Eilish niega con la cabeza,
respira hondo y expulsa el aire poco a poco mientras Gary
le da palmaditas en la mano. No te preocupes, cielo, estáis
haciendo lo correcto, lo malo habría sido entrar en ese
edificio de registro de ahí atrás y renunciar a vuestra vida
con una firma, os habrían subido a un autobús al limbo, os
habríais visto atrapados en los campos durante vete a saber
cuánto tiempo sin derecho a salir de Irlanda del Norte,
podríais pasar el resto de vuestras vidas en una de esas
tiendas todo el día bajo la puñetera lluvia, al menos cuando
hayamos acabado seréis libres de ir adonde queráis, estáis
haciendo lo correcto, así que tranquila, está todo arreglado.

Se siente atontada mirando la carretera, la línea de la


costa y la ola coronada de espuma, Ben gimotea pidiendo
leche pero no tiene nada que darle, Gary se ofrece a parar
por el camino. Ella cierra los ojos incapaz de pensar o
sentir, busca en su interior alguna manera de seguir
adelante, en las sombras se le aparece Bailey y ella le toca
la cara y le acaricia el pelo y el entumecimiento de su
propio cuerpo se hincha hasta convertirse en un dolor que
la obliga a abrir los ojos, ve por el retrovisor a Molly, que se
cepilla el pelo y luego abre el espejito para pintarse los
ojos, de pronto Eilish alarga el brazo entre los asientos, le
coge el espejo a Molly de la mano y lo cierra de golpe,
señala una gasolinera en el otro extremo de la carretera. Si
no te importa, me gustaría parar ahí. Mete dos dedos en el
forro del abrigo y saca un rollo de billetes del grosor de un
cigarrillo. Compra fruta y leche, vuelve al coche con la llave
del servicio, Ben la mira con la cara lívida mientras llena el
biberón. Va al maletero, abre la cremallera del bolso y coge
una caja ovalada, da unos golpes en la ventanilla y le indica
a Molly que la siga. El servicio apesta a orina y
desinfectante cítrico y al verse en el espejo ve el espectro
de su futuro, cuando saca de la caja unas tijeras ve en el
rostro de Molly una expresión de desasosiego líquido.
Mamá, dice, ¿qué pasa? Quédate quieta y no te muevas,
dice Eilish, voy a cerciorarme de que nadie vuelva a
mirarte. A Molly se le encoge el semblante al ver acercarse
las tijeras, retrocede contra la pared y aparta a Eilish que
le coge el pelo y empieza a cortárselo, Molly abofetea a su
madre, deja escapar un grito y se queda lánguida, se tapa
la cara con las manos. Cuando Eilish ha terminado se
vuelve hacia el espejo y empieza con su propio cabello, una
tijeretada salvaje tras otra hasta que ve ante sí una mata
trasquilada y desigual, Gary llama a la puerta. ¿Estáis ahí?,
dice, lleváis mucho rato, tenemos que volver a ponernos en
marcha. Está apoyado en la portezuela del Ford
manipulando el móvil con el pulgar cuando Molly sale con
la cara entre las manos, él levanta la vista y dice, pero qué
coño, mira a Eilish mientras niega con la cabeza y la ve
tirar a la papelera el neceser del maquillaje de Molly. Gary
no se vuelve para mirarla cuando ella se sienta en el coche
y guarda silencio mientras conduce, mirando a Molly de vez
en cuando por el retrovisor, Eilish va con los brazos
cruzados y la mirada fija al frente. Ahora no hay voluntad,
no hay soberanía ni fuerza, solo un cuerpo vacío reflejado
en el cristal, un cuerpo arrastrado hacia delante por la
carretera a través de campos para ganado y tierra de
cultivo, árboles y setos esporádicos, casas al borde de la
carretera con fachada rústica de guijarros y perros dentro
ladrando para que los dejen salir, el coche avanza
suavemente hacia las montañas Sperrin. Gary mira el reloj,
su mano busca el móvil en el organizador, se pone unos
auriculares y hace una llamada. Ya no queda mucho trecho,
dice, un cuarto de hora a lo sumo. El coche toma una curva
y suben hacia las colinas y poco después no hay nada más
que cielo y abetos ahusados a un lado de la carretera, el
coche aminora para girar hacia el bosque y oscurece
dentro del Ford, Gary mira el espejo donde ve la cara de
Molly angustiada. No te preocupes, dice él, no pasa nada,
llegaremos en un momento. La carretera hundida entre
colinas da paso a un claro en el que hay aparcada una
camioneta de reparto blanca, un rostro con barba de chivo
mira intensamente desde detrás del parabrisas. Ya
estamos, dice Gary, voy a charlar un momentito con ese
tipo y luego os ponéis en camino. Eilish lo observa ir a la
camioneta, se vuelve y les indica que bajen. Intenta
despertar a Ben, lo coge en brazos pero él hunde la cara en
su cuello y se vuelve a dormir, el de barba de chivo se apea
de un salto de la camioneta con carita mezquina, Eilish se
fija en cómo va a grandes zancadas hasta la parte de atrás
del vehículo y lanza hacia arriba la puerta trasera de
persiana con un traqueteo. El interior está lleno de gente y
ella no quiere montarse, el conductor les coge los bultos,
los pone dentro y les hace un gesto con el pulgar de que se
monten pero ella es incapaz de moverse, Molly mira
mientras el de barba de chivo permanece ante ellas con
semblante furioso, se pasa la manga por la boca y grita,
deprisa, joder. Ella ya no es una persona sino una cosa, eso
es lo que piensa, una cosa que se sube a la camioneta con
un niño en brazos, Molly sube detrás de ella, al cerrarse la
puerta oye a su espalda un extraño sonido quejumbroso
procedente de los árboles.

De la oscuridad de la camioneta descienden a un patio de


fábrica, edificios grises pintarrajeados con ventanas rotas y
malas hierbas que crecen entre el cemento mientras un
tipo enjuto de anorak habla por el móvil sin volverse, los
ojos escondidos bajo una gorra de béisbol. Ben patea para
zafarse de sus brazos y se pone a gritar y cuando Eilish lo
deja en el suelo se va corriendo y ella lo atrapa y tiene que
llevarlo a un lado bajo el brazo. El conductor sube a la
parte de atrás de la camioneta y aparta de una patada un
saco de dormir suelto, luego vuelve a bajar, señala al
hombre del móvil. Ese de ahí es el Jefe, haced lo que diga y
no tendréis problemas. Siguen al Jefe por una puerta
metálica y un pasillo de pintura descascarillada hasta una
sala industrial vacía, el olor a humedad y miseria, palés de
cartón en un suelo de cemento con mantas marrones y tres
ventanas nuevas con rejas que dan a un patio. Molly ha
ocupado un sitio bajo una ventana, deja el bolso y tiende los
brazos para que le pase a Ben mientras una mujer sin
forma definida indica a dos chicos adolescentes que vayan
a los palés de al lado, la mujer mira a Eilish, se presenta
como Mona y Eilish la mira a los ojos y sabe la historia de
la vida de esa mujer sin necesidad de que diga ni una
palabra. El Jefe junto a la puerta manipula el móvil, levanta
dos dedos y cuenta cuántos son en silencio, luego
carraspea. A ver, gente, atentos, el asunto va así, solo vais a
estar aquí unos días pero mientras estéis aquí nadie puede
salir y esta puerta estará cerrada en todo momento, hay un
baño en ese cuarto con una ducha apañada y hay dos cubos
en el rincón, se os darán tres comidas al día hasta que
llegue el momento de marcharos, los que tengáis niños
pequeños, haced una lista de lo que queréis, pañales y
leche en polvo, esas cosas, vuelvo a por ella dentro de un
rato. Un hombre con chaqueta de tweed se adelanta con un
niño en brazos señalando el cuarto de baño. ¿Estás de
broma?, dice, este lugar no está en condiciones de
habitabilidad, mira cuántos niños y bebés hay y ni una sola
estufa y solo un lavabo pequeño para todos, tú estás
chiflado. El Jefe se planta inmensurable delante del
hombre, se lleva una mano a la cara y se la pasa por la
barba incipiente sin apartar la mirada del otro. No seas
gilipollas, dice, y el hombre baja la vista, empieza a
mascullar y se aleja. Eilish observa al Jefe, nota que se le
tensa el pecho cuando busca los ojos a la sombra de la
gorra e imagina que no los hay mientras este sale y cierra
la puerta. Nota un súbito retorcijón de pánico, se vuelve
hacia las ventanas enrejadas y apoya una mano en el
cristal, mira el ángulo de un edificio al otro lado del patio y
más allá los contenedores marítimos granates y más lejos
aún un campo cubierto de zarzas, colinas y cielo. Hay
veintitrés personas en la sala y para el atardecer son
cuarenta y siete, una fuerte lluvia hace caer la oscuridad, a
una embarazada tienen que ayudarla a sentarse en el suelo
y la gente ya ha empezado a hacer corrillos. Ella no quiere
hablar con nadie, no hay suficientes tomas de electricidad
para cargar los móviles. Seguro que Áine quiere saber
cómo están. Un niño con un mechón de pelo gris está el
primero de la cola del baño agarrándose la entrepierna con
las manos mientras su padre grita y llama a la puerta con el
puño. Ben gimotea pidiendo comida pero a Eilish solo le
queda una galletita, nadie sabe a qué hora van a traer la
cena. Un hombre mayor golpea la puerta principal y les
grita que se den prisa con la cena, no hay respuesta, son
las ocho y cuarto cuando oyen que se abre la puerta y un
joven triste con coleta entra vestido con un abrigo de
excedentes del ejército, las manos anilladas con bolsas de
plástico de comida para llevar, asoma a sus ojos una
expresión de pánico cuando la gente empieza a
arremolinarse a su alrededor. Hostia puta, dice, apartaos
un poco. Deja las bolsas encima de la mesa y vuelve con
más. Es Mona la que levanta las manos y pide orden en la
sala. Acuerdan formar una cola encabezada por un
miembro de cada grupo. Molly va y vuelve con arroz frito
chino y lo sirve en platos de papel. Eilish solo puede comer
un poco, hace tiempo que no veía comer así a Molly, Ben
tira un puñado de arroz al suelo y Eilish lo recoge con la
mano. La oscuridad de fuera se condensa contra el cristal
mientras la sala permanece intensamente iluminada, hay
una reunión para organizar el uso del cuarto de baño, se
acuerda que lo usará un grupo cada vez, nadie se pone de
acuerdo acerca de la hora de apagar la luz, los niños están
llorando y no pueden dormir. Ya son más de las nueve, dice
un hombre al tiempo que se pone en pie. Si no apagáis esas
luces ahora y dejáis dormir a mis hijos, voy a apagarlas yo
de una vez por todas.

Pasan los días y contempla la luz de lluvia en su


caudalosa deriva, a cada día que pasa el invierno va
tomando la forma de lo que los días han llegado a saber y
sin embargo el corazón está aún por conocer, ese corazón
que bate como un tambor su tristeza. No hay noticias del
Jefe sobre cuándo llegará el momento de partir, la gente se
acurruca en grupos y algunos duermen durante el día
mientras ella intenta entretener a Ben con algunos
juguetes, él quiere salir y ella no se lo puede explicar. Se
sorprende mirando a Molly pero viendo a Bailey, el pelo al
rape y los ojos moteados, los dientes separados en la boca
estrecha, la nariz fina y respingona es lo único que no
coincide y sin embargo debajo de la nariz está el surco del
labio superior que ella misma le pintó sobre la boca al
nacer. Eilish lo mira y está presente con él y busca seguir
con él en este espacio nulo de contemplación, Molly le
lanza una mirada extraña antes de volver la cabeza.
Cuando Eilish cierra los ojos ahora solo ve el pasado, un
pasado que pertenece a otra persona y ella es vacío que
mira desde una oscuridad fría e insondable y le asalta la
sensación de que el mundo se ha vuelto intolerable, ve a su
marido y su hijo mayor arrebatados por un silencio
imposible de atravesar, es como si se hubiera abierto una
puerta a la nada y uno tras otro hubieran entrado y
desaparecido. Día tras día consulta en el móvil los
certificados de defunción que publica a diario el régimen,
esperando que aparezca el nombre de Larry y el alivio
cuando no lo encuentra no hace sino agravar su tristeza. La
lluvia que azota las ventanas, pan blanco en rebanadas y
tarrinas de mantequilla para desayunar con salchichas
frías. Hacen cola para el cuarto de baño mientras un joven
sentado contra la pared se inclina sobre un cigarrillo y
expulsa el humo hacia el techo y una mujer se vuelve con
un niño al pecho y le grita que lo apague, el joven se pone
en pie enojado y se une a un grupo de hombres. No hay
pestillo en la puerta del baño, la ducha está conectada a un
grifo en la pared y el agua fría se desagota por un sumidero
abierto, no tiene más que un trocito de jabón y una toalla
de manos para secarse, Molly se niega a lavarse, sostiene a
Ben que se revuelve en el aire mientras Eilish lo enjabona
con agua fría. Hay un niño enfermo en la sala y es el mismo
niño que ha estado llorando todas las noches, Mona vuelve
del grupo que se ha formado en torno a los padres. Esa
mujer que tiene al niño en brazos ahora es enfermera de
cuidados intensivos, dice, el niño tiene que ir al hospital
pero los padres no saben qué hacer. Cuando el joven entra
por la puerta le sale al encuentro la enfermera que señala a
los padres y el niño, lleva las manos llenas de bolsas de
plástico y no ha tenido tiempo de quitarse la capucha. Pone
mala cara cuando la enfermera lo sigue a la mesa. Pasadas
las tres el Jefe entra en la sala con un llavero en la mano.
Se acuclilla junto a la pareja y se quita la gorra para
revelar unos ojos estrechos y un cráneo rasurado, es mayor
de lo que le había parecido a Eilish, se incorpora y los mira
con recelo mientras niega con la cabeza. No puedo traer un
médico aquí, dice, en cuanto mejore el tiempo os
marcharéis, entonces podréis ir a todos los médicos del
mundo. La enfermera se acerca al Jefe y lo coge del brazo
pero este se zafa con una mirada furiosa. Si os llevo al
hospital no hay vuelta atrás, ¿me oís?, tampoco vais a
recuperar lo que pagasteis, eso queda descartado por
completo, ni siquiera es mío para devolvéroslo, así que si
queréis ir estaréis decidiendo ir por vuestra cuenta y riesgo
y estaréis solos, lo arreglaré para que alguien os lleve a un
hospital, decidme qué queréis hacer. Música de las llaves
que tintinean en la mano del Jefe y los jóvenes padres no
son capaces de decidirse, la madre agacha la cabeza y se
echa a llorar. Por el amor de Dios, dice el Jefe, voy a daros
una hora para que toméis una decisión. Eilish ve al niño
lánguido en brazos del padre y piensa, no es más que un
niño pequeño, ¿qué pérdida les supondrá?, apenas han
tenido tiempo de vivir con él, y mira las manitas y se echa a
llorar y Mona se acerca de rodillas y tiende los brazos para
coger a Ben, le hace el caballito sobre el regazo. Qué niño
tan bueno que eres, ¿verdad?, tan grande y fuerte, seguro
que serás un buen atleta. Se le queda la cara muy quieta y
por un momento mira al vacío y luego niega con la cabeza.
Cuánto sufrimiento, susurra, mi marido fue a hacer la
compra y no regresó, nunca volví a verlo, mi hermano, mi
primo y su mujer y sus hijos todos desaparecidos. Por un
momento da la impresión de que la musculatura de su cara
va a ceder y entonces con esfuerzo la recompone. Nos
ofrecieron visados, ¿sabes?, a Australia, y los rechazamos,
mi marido dijo que no, así de sencillo, dijo que era
imposible ir en ese momento y supongo que tenía razón, y
cómo iba a saberlo él de todos modos, cómo íbamos a saber
ninguno lo que ocurriría, supongo que otros por lo visto lo
sabían, pero nunca entendí que estuvieran tan seguros, lo
que quiero decir es que no podrías haber imaginado, ni en
un millón de años, lo que iba a ocurrir, y yo no entendía a
los que se marchaban, ¿cómo podían irse así sin más?,
dejarlo todo atrás, toda esa vida, todo ese vivir, para
nosotros era absolutamente imposible hacerlo entonces y
cuanto más lo pienso más convencida estoy de que no había
nada que pudiéramos haber hecho, lo que quiero decir es
que nunca tuvimos verdadero margen de acción, esa vez
con los visados, ¿cómo íbamos a irnos cuando teníamos
tantos compromisos, tantas responsabilidades?, y cuando
las cosas fueron a peor sencillamente no teníamos
capacidad de maniobra, creo que lo que intento decir es
que antes creía en el libre albedrío, si me hubieras
preguntado antes de todo esto te habría dicho que era libre
como un pájaro, pero ahora no estoy tan segura, ahora no
veo cómo es posible el libre albedrío cuando estás atrapado
en semejante monstruosidad, una cosa lleva a otra hasta
que la maldita cosa cobra su propio impulso y no hay nada
que hacer, ahora me doy cuenta de que lo que yo tomaba
por libertad no era en realidad más que una lucha y que no
había libertad en ningún momento, pero oye, dice a la vez
que coge a Ben de la mano y le hace bailar, ahora estamos
aquí, ¿verdad?, y muchos otros ya no están, somos los
afortunados que buscan una vida mejor, ahora solo queda
mirar hacia delante, ¿a que sí?, igual en esa noción se
puede encontrar un poco de libertad porque al menos
puedes apropiarte del futuro en la imaginación y si
seguimos mirando atrás en cierto modo acabaremos
muriéndonos y todavía hay por lo que vivir, mis dos chicos,
míralos, los dos son la viva imagen de su padre, tienen
vidas que vivir y me aseguraré de que así sea, tus hijos
también, tienen que vivir... Ay, por favor, no llores, lo siento,
Eilish, si he dicho algo que te ha molestado, déjame
arreglarte el pelo, llevo mirándotelo desde que llegamos
aquí y es evidente que te lo hiciste tú misma, solo hace
falta arreglarlo un poco, nada más, yo trabajaba de
ayudante en una peluquería durante los veranos cuando
estudiaba, hace una eternidad, puedo arreglarle el pelo a tu
hija ya que estamos.

Eilish está mirando por la ventana cuando la madre sigue


al Jefe con el niño en brazos y el padre va detrás con el
equipaje, la lluvia azota el hormigón, cae en forma de
cuentas contra la ventana y ella mira su reflejo en el cristal
y ve la sombra de un rostro envejecido, su cara es la de
otra. Contempla el cielo viendo la lluvia caer a través del
espacio y no hay nada que ver en el patio en ruinas salvo el
mundo que insiste en sí mismo, el sosegado
desmenuzamiento del hormigón deja paso a la savia que
asciende por debajo, y cuando el patio sea pasado
perdurará la insistencia del mundo, el mundo insistiendo en
que no es un sueño y aun así a los ojos de quien mira no
hay escapatoria del sueño y el precio de la vida que es el
sufrimiento, y ve a sus hijos traídos a un mundo de
devoción y amor y los ve condenados a un mundo de terror,
ojalá acabara ese mundo, ojalá llegara la destrucción de
ese mundo, y mira a su hijo pequeño, ese hijo que sigue
siendo inocente, y se da cuenta de que ha caído en
desgracia consigo misma y se horroriza, entiende que del
terror surge compasión y de la compasión surge amor y
gracias al amor el mundo se puede redimir de nuevo, y
alcanza a ver que el mundo no termina, que es vanidad
creer que el mundo acabará durante tu vida por algún
acontecimiento repentino, que lo que termina es tu vida y
solo tu vida, que lo que cantan los profetas no es sino el
mismo cantar cantado a lo largo del tiempo, la caída de la
espada, el mundo devorado por el fuego, el sol que se pone
en la tierra a mediodía y sume al mundo en la oscuridad, la
furia de algún dios encarnado en la boca del profeta que
clama furioso contra la crueldad que será expulsada de la
vista, y el profeta no canta sobre el fin del mundo sino
sobre lo que se ha hecho y lo que se hará y lo que se les
está haciendo a unos pero no a otros, que el mundo
siempre está acabándose una y otra vez en un sitio pero no
en otro y que el fin del mundo siempre es un
acontecimiento local, llega a tu país y visita tu ciudad,
llama a la puerta de tu casa y para otros se convierte en
poco más que una advertencia lejana, una breve noticia en
los informativos, un eco de sucesos que han pasado a
formar parte del folclore, la risa de Ben detrás de ella y se
vuelve y ve a Molly haciéndole cosquillas en su regazo y
ella mira a su hijo y ve en sus ojos una intensidad radiante
que remite al mundo antes de la caída, y está de rodillas
llorando, le agarra la mano a Molly. Lo siento mucho, dice,
y Molly la mira con el ceño fruncido y niega con la cabeza,
luego le da un abrazo a su madre. No tienes nada por lo
que pedir perdón, mamá, y Eilish intenta sonreír mientras
Molly le enjuga los ojos. ¿Qué hora es?, pregunta Eilish,
necesito que le envíes un mensaje a Áine. Coge a Ben en
brazos, se vuelve y lanza una mirada implacable al
adolescente que escucha techno a todo volumen en el
móvil, le dice a Molly, ¿tú crees que parará alguna vez?

Las luces están apagadas cuando se abre la puerta y el


Jefe entra en la sala alumbrando la pared con una linterna.
¿Dónde están las putas luces?, dice, y contesta un hombre,
quedan por este lado. La gente se incorpora frotándose los
ojos ante la súbita luminosidad mientras el Jefe pasa por
encima de los cuerpos dormidos en el centro de la sala.
Bien, todo el mundo, escuchad, os vais esta noche, vamos a
venir a las dos de la madrugada clavadas, así que tenéis
que estar preparados para salir en fila y tener a los críos
callados, no va a haber sitio para equipajes, solo podéis
llevar una mochila pequeña o una bolsa de plástico por
persona y eso incluye una bolsa por niño, si no hacéis lo
que os decimos os quitaremos vuestras cosas y os iréis sin
ellas de todos modos, no tengo más que decir. Se ha dado
la vuelta para marcharse cuando una mujer le grita, ¿qué
quieres decir con lo del equipaje?, nadie nos advirtió al
respecto, otros empiezan a rezongar pero el Jefe levanta las
manos y los acalla. Una bolsa por persona, no tengo más
que decir sobre el asunto. Cuando ha salido por la puerta la
gente se pone a descartar pertenencias maldiciendo al
hombre, Eilish lo deja todo en el suelo mientras Ben sigue
dormido, Molly está sentada con los brazos cruzados.
Mamá, no sé qué llevar, no quiero ir. Coge dos mudas de
ropa, siempre puedes comprar ropa más adelante, tienes
que llevar las cosas que no se puedan sustituir. Sostiene en
la mano un marco de fotografía y le da la vuelta, retira la
parte de atrás y mete la foto en el pasaporte, Molly la
observa y luego agacha la cara llorando. Mamá, dice, por
favor, ¿por qué tenemos que ir?, yo no quiero ir, no es
seguro, sabes que no es seguro, toda esa gente... Eilish le
coge la mano y se la aprieta. Lo hemos hablado un montón
de veces, ¿verdad?, dice, podríamos seguir hablándolo la
noche entera, Áine lo ha organizado todo, no tenemos
alternativa, ahora no. La puerta se abre a las dos de la
madrugada y una mano busca el interruptor de la luz y no
es el Jefe sino un hombre sin afeitar con gorro de lana que
les dice con acento escocés que no metan ruido, Eilish está
con Ben dormido sobre el pecho y una mochila a la espalda
y en la mano una bolsa de la compra con todo lo que
necesita para él, se vuelve a mirar sus pertenencias, la sala
está llena de maletas abandonadas, basura y cartones en
mal estado y el aire cargado de olor a sudor y a pañales
sucios, fuera sopla un aire frío refrescante y las nubes se
han desvanecido. Siguen hasta la parte de atrás de la
propiedad donde hay aparcado un camión articulado, un
hombre con linterna les da instrucciones de que se metan
en el contenedor y un niño berrea mientras la gente
empieza a subir la empinada escalera de mano, Molly no
quiere avanzar y Eilish la apremia, le dice que siga, le
empuja la espalda hasta que Molly cede y sube la escalera
viendo por dónde ir a la luz de un móvil y hay palés en los
que sentarse y todo el mundo mira cuando el hombre del
gorro de lana se planta en la puerta y dice, esto no llevará
mucho rato, acordaos de guardar silencio cuando pare el
camión y tened a esos críos callados. Suena un chirrido de
bisagras al cerrarse las puertas y un niño grita cuando
quedan encerrados en el contenedor, en algún sitio una
mujer se pone a rezar y Molly le agarra la mano a su madre
al ponerse el motor en marcha. Eilish le susurra a Larry, le
dice que todo irá bien y cuando abre los ojos el contenedor
está lleno de luz blanca de los móviles y la gente envía
mensajes y sigue la ruta del camión y un rato después el
camión aminora, toma un desvío y sigue por un camino a
poca velocidad hasta que se detiene y emite un jadeo.
Retiran el pestillo de la puerta trasera, que deja entrar un
poco de luz, y un hombre les dice que bajen sin hacer
ruido, Molly va cogida de la mano de su madre cuando
cruzan el contenedor. El deseo de estar en sintonía con el
amanecer, esa sensación del nuevo día por despuntar, y un
hombre le ofrece a Eilish la mano y al apearse reconoce la
silueta del Jefe que está plantado con las manos en los
bolsillos. Un viejo bungalow plomizo en la oscuridad, la
noche sigilosa y el mundo sin más expresión que una brisa
que los empuja a apresurarse. No tardará en amanecer y
avanzan en grupo por un camino estrecho con los niños en
brazos, pasan por delante de un campo de ganado
silencioso y nadie pronuncia ni una palabra y por un
momento la luz de la linterna del Jefe brilla y luego se
apaga otra vez. Es entonces cuando ven el mar, el sonido
del océano entreverado con la brisa que corre mientras
cruzan una carretera y siguen un sendero arenoso entre
dunas hasta una playa y ella sabe el nombre de la playa, ha
estado aquí muchísimas veces, y hay un hombre de anorak
claro con la capucha puesta enviando un mensaje de texto
con el móvil y Eilish ve dos lanchas inflables en la orilla y
algo da un vuelco en su interior cuando ve el océano oscuro
y yermo salvo por las olas que rompen blanquecinas contra
el cabo. El hombre grita algo pero sus palabras no se oyen
y ella sigue a los demás hacia los chalecos salvavidas
amontonados en la playa y no hay suficientes para todos,
coge uno para Molly pero Molly rechaza ponérselo, niega
con la cabeza y Eilish dice, mira, llevo a Ben en la mochila,
de todos modos no podría ponérmelo, y Molly llora sin
disimulo mientras el hombre del anorak escoge un piloto
para cada lancha, y Eilish atina a oír lo que dice el hombre
cuando le entrega a cada uno un GPS, dirigid el motor
hacia las coordenadas y llegaréis en un abrir y cerrar de
ojos. Molly tiene problemas con el chaleco, agita las manos
y Eilish le ajusta las correas y mira a su hija a la cara. Por
un instante parece que el mundo ha sido silenciado, un
silencio solo propio de las fauces abiertas de la oscuridad
del horizonte más allá, y Molly le suplica que no vayan, se
pone a gritar, mamá, por favor, no quiero ir, no quiero
hacerlo, y Eilish se queda un momento observando a la
gente montarse en las lanchas y ve que el viento se les
mete en la boca como para arrancarles algo y ve el cabo
borroso en pendiente y ve en un campo lejano un caballo de
un azul tenue y contempla el caballo azul y tiene una
revelación. Busca los ojos de Molly y no encuentra las
palabras adecuadas, no hay palabras ahora para lo que
quiere decir y mira hacia el cielo viendo solo oscuridad,
sabe que ha estado en sintonía con esa oscuridad y que
quedarse sería permanecer en esa oscuridad cuando lo que
quiere es que vivan, y le toca la cabeza a su hijo y le agarra
las manos a su hija y se las aprieta como dándole a
entender que nunca la soltará, y dice, al mar, tenemos que
ir al mar, el mar es vida.
Nota del traductor

[1] Según una canción infantil inglesa, el número de urracas que uno vea
presagia la suerte que le corresponderá.
PREMIO BOOKER 2023

Una «obra maestra profética» (The


Washington Post) que sitúa a su
autor en el elenco de «Saramago,
Orwell y McCarthy» (Colum McCann).

«Quizás ninguna otra novela


distópica reciente nos acerque mejor
a la realidad actual. [...] Una obra de
impecable factura, escrita en tonos
sombríos y que no descuida nunca la
tensión». Sergio Ramírez, El País
Una noche oscura y lluviosa, Eilish Stack abre la puerta de
su casa de Dublín y se encuentra a dos agentes de la policía
secreta. Están allí para interrogar a su marido, un
sindicalista que ha participado en manifestaciones
recientes. La casa, la familia y el país que Eilish conocía, y
en los que confiaba, están a punto de desmoronarse.

Cuando su esposo no vuelve a casa, ella intenta


convencerse de que ha sido un malentendido. Pero los días
pasan, las desapariciones se multiplican y los disturbios son
cada vez más frecuentes. A medida que el miedo se instala
entre los vecinos, Eilish tiene que decidirse entre buscar a
su marido, cuidar a su padre enfermo o controlar a sus tres
hijos y sus ansias de enfrentarse al nuevo orden totalitario.
¿Qué es más importante: recuperar a los que se han ido o
salvar a los que aún quedan?
La crítica ha dicho:
«Quizás ninguna otra novela distópica reciente nos acerque
mejor a la realidad actual, y nos coloque en el terreno de lo
ya visto y vivido, que El cantar del profeta. [...] Una novela
de impecable factura, escrita en tonos sombríos y que no
descuida nunca la tensión». Sergio Ramíre El País

«Las proezas lingüísticas de Lynch son dignas de ver. [...]


Un triunfo de la narración de las emociones: apasionante y
llena de coraje». Jurado del Premio Booker

«Uno de los escritores irlandeses más aclamados de su


generación. [...] Un thriller con advertencia política, el
1984 irlandés». The Telegraph

«Una escalofriante historia con moraleja sobre la guerra, la


maternidad y la pérdida. Tierna y aterradora». The
Economist («Uno de los mejores libros del 2023»)

«Un libro crucial para nuestra época como no hay otro


igual. [...] Una novela brillantemente inquietante». The
Observer

«La historia íntima del amor de una mujer por su familia y


sus intentos desesperados de aferrarse a su entorno
inmediato frente a un caos cada vez mayor». The Guardian

«Una novela compasiva, enérgica y actual que obliga al


lector a imaginar: ¿y si esto me pasara a mí?». Financial
Times
Paul Lynch (Limerick, 1977) es el premiado autor de las
novelas Beyond the Sea, Grace, The Black Snow, Red Sky
in Morning y El cantar del profeta (Alfaguara, 2024),
ganadora del Premio Booker 2023. También ha recibido,
entre otros premios, el Kerry Group Irish Novel of the Year
y el Prix Libr’à Nous a la mejor novela extranjera. Sus
libros han sido nominados a numerosos premios
internacionales, entre ellos el Strega, el Prix Jean Monnet
de Literatura Europea, el Prix du Meilleur Livre étranger,
el Prix Littérature-Monde y el Walter Scott Prize. Vive en
Dublín.
Título original: Prophet Song
Primera edición en castellano: octubre de 2024

© 2023, Paul Lynch


© 2024, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2024, Eduardo Iriarte, por la traducción
Este libro ha sido publicado con la ayuda económica de Literature Ireland

© Diseño: Penguin Random House Grupo Editorial, inspirado en un diseño


original de Enric Satué

Imagen de la cubierta: Adaptación del diseño original de Jack Smyth /


Oneworld

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ISBN: 978-84-204-7909-5

Compuesto en Arca Edinet S. L.

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Índice
El cantar del profeta
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Nota del traductor
Sobre este libro
Sobre Paul Lynch
Créditos

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