DES-CONFÍA
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Sin embargo, en su día a día es incapaz de amar, por eso entrega su cuerpo, sin temor alguno, a prácticas denigrantes para muchos, peligrosas para otros, emocionantes y atractivas para algunos.
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DES-CONFÍA - Zulema Ortiz Arroyo
Des.confía
Zulema Ortiz
ISBN: 978.84.19692.08.5
1ª edición, septiembre de 2022.
Editorial Autografía
Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona
www.autografia.es
Reservados todos los derechos.
Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.
Agradecimientos
A Julio, el hechicero que llena de magia mi vida,
la llama que alumbra mi oscuridad. Gracias.
A todos aquellos que me animaron durante años y confiaron en mí hasta que me decidí a dar el paso.
A Editorial Autografía y @librófilos por convocar el concurso y ayudar a quienes queremos empezar.
1.
Estaba sentada en una esquina de la habitación, en su rostro se reflejaba el pánico, la confusión, la evidente desorientación en la que se hallaba. Apenas había luz en el cuarto, los primeros rayos de luz penetraban a través de los agujeritos de la persiana y daban un toque de calidez a la estancia. Sin embargo ella estaba helada, tiritaba sentada en el suelo aferrada al cojín que había cogido de la cama. Ni siquiera se había quitado las botas al llegar de la calle... lloraba lenta y amargamente, las lágrimas fluían sin cesar y el maquillaje logrado de la noche anterior se emborronaba ensuciando sus mejillas. Del pintalabios poco quedaba ya, apenas un destello de color que bien podría confundirse con el rubor que a uno le invade el rostro cuando se aflige, llora, enfada... Tenía la mirada perdida en la puerta que estaba frente a ella al otro lado del dormitorio, sus ojos estaban posados con pesadez sobre el pomo de la puerta, rezando para sus adentros con fuerza porque nadie entrase aún.
Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que acababa de ocurrir aquella noche. De vez en cuando asía con fiereza el cojín clavando sus negras uñas hasta que los dedos se le tornaban blanquecinos y le dolían, siendo entonces consciente de lo que hacía.
Se dejó caer hacia un lado apoyándose en la cama, hundiendo el rostro en el colchón, desparramando su frondosa y cobriza melena despeinada. ¿Si dejaba de respirar, acabaría todo el sufrimiento pronto? Los segundos parecían horas. El pecho comenzó a arderle y sollozando inspiró torpemente.
Trepó arrastrándose hasta quedar de rodillas ante el lecho y comenzó a subirse el vestido por las caderas para desnudarse
No pensaba, se limitaba a actuar de forma autómata. Dejó caer la ropa en el suelo, bajó las cremalleras de las botas y se las sacó, desabrochó el sujetador liberando unos pequeños, turgentes y jóvenes pechos.
Comenzó a hipar incontroladamente, a trasluz se percibía una marca en el seno derecho, era reciente, un mordisco bien marcado y alrededor un hematoma que dibujaba la inmaculada piel de la muchacha. Se mordía el labio inferior intentando controlar sus ánimos, no quería perder el conocimiento otra vez, se metería en la cama, dormiría y cuando volviera a abrir los ojos todo habría terminado, sería una pesadilla, un mal sueño del pasado. Se bajó las bragas y se puso en pie como pudo, le temblaban las piernas, las mismas por las que se deslizaba la ropa interior hasta sus pies y pensó que meterse en la cama, refugiarse bajo las sábanas le daría un poco de paz, le ayudaría a sentirse limpia. Ahora todo el mundo dormía en casa...
Febrero llegaba a su fin, estaba siendo un mes cálido. En cambio ella sentía frío como nunca antes. Se acurrucó en posición fetal, con el mismo cojín que tuvo minutos antes en el suelo. Las lágrimas no dejaban de manar empañando aquella oscura mirada de ojos grandes. La inmensidad de pecas que cubrían su rostro estaban ocultas bajo el maquillaje y el rimmel que se había corrido.
Sólo tenía que dejarse ir, el efecto del alcohol ya se iba disipando, dormir... únicamente quería dormir para no pensar. El cuerpo empezaba a despertar y no había un músculo que no le doliera. Dormir... Se lo repetía como si de un mantra se tratase. Dormir... Dormir...
2
Cuando abrió los ojos eran las cinco y veinte de la tarde, había dormido poco más de ocho horas. Eneko, su hermano, jugaba a la Xbox en la habitación de al lado; se oían tiros, refunfuñaba y hablaba con más gente, seguramente serían sus amigos frikis con los que iba a convenciones y hacían sesiones maratonianas ante el ordenador. Sus padres habían salido al cine como cada domingo por la tarde.
Se dio la media vuelta y el roce del colchón en el muslo le pareció arder como fuego, era similar a la sensación que tuvo cuando se tatuó, pero esto sin duda no había sido tan deseado. Inspiró lentamente para comprobar cómo se encontraba y al ver que aunque magullada estaba bien sacó el camisón de Mickey Mouse que le quedaba por encima de la rodilla de la cómoda, se lo puso y sin pensarlo se fue a la ducha.
Entró en el baño con el ceño fruncido y se miró de reojo en el espejo, tenía una cara horrible, a ver qué excusa ponía. Abrió el grifo de la ducha para que fuera calentando mientras en el lavabo se daba un agua rápida en la cara para ir despejando. Quince minutos después salía del baño con el pelo mojado, el pijama camisón y la cara bastante mejorada. Cerró tras de sí la puerta de la habitación, sacó unos jeans del armario, una camiseta holgada y la ropa interior. Mientras se vestía iba estableciendo en su cabeza los pasos que debía dar en las próximas horas. Se calzó las deportivas y se miró en el espejo mientras se ponía la chaqueta, iba presentable, había cubierto las ojeras y las pecas que tanto odiaba con un poco de maquillaje y con las gafas de sol no se apreciaba la hinchazón de sus ojos vidriosos de tanto llorar. Sabía que sus padres acabarían acusándola de fumar porros o beber demasiado. No podía culparlos porque cada fin de semana ese era el plan.
3
Hacía un viento tan frío que dolía la cara, y mientras esperaba al autobús protegió sus labios con vaselina. El móvil no dejaba de vibrar en el bolsillo de la chaqueta, lo sacó para mirar la hora, vio que Lidia había enviado infinidad de mensajes y sin leerlos ni dar importancia al resto lo volvió a guardar. No quedaba mucho tiempo de luz, los días en febrero eran cortos aún.
Estaba escuchando música cuando Esther, la amiga cotilla de su madre, llegó a la parada y se sentó sin decir nada y sin quitarle el ojo de encima. Esperaba que no le diera el cuarto de hora y entendiera que si llevaba los auriculares era por algo, ni siquiera se había dignado en mirar a aquella mujer que vivía por y para el chisme. No había pasado un minuto cuando oyó por debajo de la música aquella penetrante voz de pito. Se quitó los cascos y la fulminó con la mirada dando las gracias por llevar las gafas de sol.
— Hola... no te había visto — mintió con desdén— ¿decías algo? Me pareció oírte.
— Oh, sí... que hace un frío de mil demonios — decía mientras se acomodaba la pashmina y examinaba a la joven durantes unos incómodos segundos— ¿qué tal tu madre? Hace días que no la veo — inquirió.
— Está ocupada en la librería, ¿no ha ido al súper esta semana? — Esther era cajera en el supermercado del pueblo y por eso estaba al corriente de todo el salseo, le gustaba tener controlado el cotarro y saber la vida de todos los vecinos al dedillo.
— No, por eso me parecía