El fantasma
Por Adrià P. Xancó
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El fantasma se mueve entre el thriller detectivesco, la novela de carretera y el realismo mágico. Un atractivo epílogo que no te dejará indiferente.
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El fantasma - Adrià P. Xancó
Tras lo ocurrido en Alfie Quinn, y K., ambos personajes se embarcan en una última cruzada para encontrar al fantasma (el hombre que, por lo visto, es responsable de la desgracia de los muchachos). En un principio, la aventura se intuye fácil, clara y asequible. Todo cambiará, sin embargo, cuando una fuerza surrealista y aterradora se apodere de sus pasados. ¿Y si todo fue una trampa? ¿Y si alguien manipuló las pruebas para que Alfie acabara en prisión? ¿Están ambos casos relacionados? Con la ayuda del agente Linares, nuestros protagonistas recorrerán la península Ibérica de arriba abajo en busca de una respuesta definitiva.
El fantasma se mueve entre el thriller detectivesco, la novela de carretera y el realismo mágico. Un atractivo epílogo que no te dejará indiferente.
El fantasma
Adrià P. Xancó
www.edicionesoblicuas.com
El fantasma
© 2017, Adrià P. Xancó
© 2017, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16967-29-2
ISBN edición papel: 978-84-16967-28-5
Primera edición: marzo de 2017
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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Contenido
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
Capítulo final
El autor
1
Vivía en una asquerosa habitación de motel.
Vivía…
Si a lo que Alfie hacía podía llamarse vivir.
Hay personas a las que les duelen las piernas cuando se levantan, personas a las que les duele la espalda, y personas a las que les duele la cabeza o el estómago por culpa del tabaco y el alcohol. A él, no. Alfie ya no fumaba y apenas bebía. Lo que a él le dolía era el alma. Y el dolor que sentía era tan fuerte que a veces no era capaz ni de levantarse. Se pasaba las primeras horas del día sentado sobre la cama, maldiciendo su existencia y preguntando: «¿Por qué?». ¿Por qué había abierto los ojos? ¿Por qué no había seguido durmiendo? ¿Por qué había abandonado la serenidad de su sueño para bajar al infierno otra vez? Nunca encontraba respuesta.
Lo cierto era que Alfie ya no soñaba. En otro tiempo, cuando era joven, su cabeza repleta de ideas no le dejaba espacio para pensar. Ahora, esas ideas ya no existían. Habían desaparecido. Y su cabeza solo podía centrarse en una cosa:
Alfredo Rey.
Él era su única razón de vivir y todavía no lo había encontrado. ¿Qué sentido tenía seguir con todo aquello?
Alfie tenía cuarenta y seis años y un terrible dolor en el pecho. Más que un dolor, podía definirse como un sentimiento. Era un sentimiento de culpa. Un sentimiento de asco. Un sentimiento de decepción. Tenía la sensación de que, desde que había salido de la cárcel, lo único que había hecho había sido llorar. Y por supuesto que había hecho otras cosas: escribir, leer, hacer la compra… Pero a esas cosas no les daba importancia. Esas eran las cosas que hacía cualquier persona normal; pero… ¿llorar?
Se levantó de la cama y entró directamente en el baño. Escupió sobre el espejo cuando se vio reflejado en él. Examinó su cara, sus manos y su cuerpo. Tuvo ganas de vomitar. Pero en lugar de eso, volvió a escupir; esta vez en la ducha. Se quitó la ropa y entró en ella. Abrió el grifo y cuando sintió el chorro de agua helada sobre su nuca, volvió a notar aquella sensación tan extraña. Se dejó caer de rodillas al suelo, deslizándose por los blancos azulejos de la pared.
—¡Qué asco de vida! —dijo.
Cerró los ojos y, pocos segundos más tarde, dejó de respirar. Sus muñecas estaban completamente manchadas de sangre. Alfie se había cortado las venas. Después de todo, había encontrado su final.
De repente, despertó.
Estaba metido en la cama y su corazón latía más rápido de lo debido. Afortunadamente, todo había sido un sueño. Desafortunadamente, la habitación en la que vivía se parecía bastante a la de su ensoñación; y el sentimiento de decepción seguía clavado en su pecho. Llevaba prácticamente tres años en la calle y todavía no había encontrado al fantasma. Había escrito un par de novelas, eso también era cierto. Pero cuando lo pensaba, se daba cuenta de que aquello solo lo había hecho para ocupar el tiempo. Su objetivo principal era otro. K. estaba a punto de salir de la cárcel y Alfie le había prometido algo:
—Cuando salgas, ya lo habré localizado.
—Si lo encuentras antes, no vayas a por él. ¡Espérame! —dijo el muchacho.
—No tienes de qué preocuparte.
Alfie volvió a levantarse de la cama y entró de nuevo en el baño. Esta vez se limpió la cara para asegurarse de que estaba despierto. Por lo visto, todo iba bien. Luego, preparó café y se sentó en su escritorio; le dio un par de tragos a la taza y encendió el ordenador. ¿Cómo es posible que todavía no lo haya encontrado?, repetía una y otra vez. ¿Qué he hecho durante todo este tiempo? La respuesta a aquellas dos preguntas estaba clara, y encima, la tenía delante de él. Un archivo destacaba en la pantalla de su portátil. Debajo de este, en mayúsculas: DIARIO. Si repasaba las entradas que había escrito desde el día en que salió de la cárcel, tal vez encontrara el motivo de su fracaso.
Bebió un poco más de café y eso fue lo que hizo.
21/09/33
Y ahora… ¿qué?
¿Qué es lo que hace uno cuando no tiene nada que hacer? Tengo cuarenta y cuatro años y un par de ideas. Nada más. ¿Dónde voy? ¿De qué trabajo? ¿Qué voy a hacer?
Estoy realmente perdido.
26/09/33
Llevo una semana viviendo en Zaragoza. Mi cabeza empieza a pensar con normalidad. Creo que tengo las cosas más claras. Debo encontrar al fantasma y no perderlo de vista, ese es mi objetivo. No se me puede escapar. Pero… ¿y si lo encuentro y siento la necesidad de matarlo? ¿Seré capaz de hacerlo? Seguramente. Necesito a K. Ese chico puede servirme de gran ayuda. ¿Estoy dispuesto a cometer semejante locura? ¿Estoy dispuesto a tirarlo todo por la borda? ¿Estoy dispuesto a…? Estoy hecho un lío. De momento, mañana iré a Huesca e intentaré dar con Marla. He comprado un billete para el autobús que sale a las nueve.
P.D: Creo que acabaré rompiendo la promesa que hice de no volver a conducir.
20/10/33
Un mes. Prácticamente un mes en Huesca y ni rastro de ella.
11/11/33
Finalmente la he encontrado. He sido un estúpido. ¿Cómo pude fiarme de las redes sociales? Huesca. En su perfil ponía: Huesca. He localizado a su familia. Acabé en un bar de copas con una de sus primas. Creo que me tiraba los tejos. Me hice pasar por su compañero de escuela. Me dijo que Marla nunca había dejado el pueblo. Nunca dejó el hospital. Sigue viviendo ahí. Compraré un billete para ir a verla.
15/11/33
Esta mañana he llegado al pueblo a las once en punto. El viaje en autobús no se me ha hecho demasiado largo. Cuando he bajado, no me lo podía creer. Habían pasado veinte años. Tampoco ha cambiado tanto, he dicho. Parece que este tipo de pueblos han conservado el encanto que tenían. Y digo «encanto» por no decir otra cosa. Lo primero que he hecho ha sido dirigirme al hospital. Un cúmulo de sensaciones ha recorrido mi cuerpo. Estaba contento, triste y emocionado. También he sentido una especie de miedo. Cuando he llegado, he entrado por la puerta principal y he ido directamente hacia el mostrador. Recordaba el recorrido perfectamente. Marla estaba librando y la secretaria me ha dado su dirección. También me ha dado una mala noticia: «Está casada. Vive con su marido, el doctor Osuna». Casi se me cae el alma al suelo. ¿Por qué su prima no lo había mencionado? ¿Acaso no era feliz? He decidido ir para allá.
Mismo día. Más tarde.
Marla está felizmente casada, tiene una hija de cinco o seis años, y, en el pueblo, la gente la llama: «María Laura». No he hablado con ella. He ido hasta su casa y la he visto por la ventana. Luego he ido al bar. Nadie me recordaba.
Después de leer estas líneas, Alfie se levantó del escritorio y se dirigió a la cama; se tumbó, clavó los ojos sobre la grieta que había en el techo de su habitación y empezó a pensar. Recordar aquel día no había sido agradable, pero se daba cuenta de que, con el paso del tiempo, el dolor que había sentido otras veces se había desvanecido y prácticamente ya no existía. Marla había sido el amor de su vida, sin duda. Pero su historia solo había durado una noche. No tenía ningún sentido seguir recordándola. Debía olvidar a esa chica y dejar el pasado atrás.
Cinco segundos más tarde, se levantó de la cama y volvió a dirigirse hacia el escritorio. Antes de llegar, se quedó quieto, delante de la ventana. Hacía un día estupendo. Al fondo podía verse el Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo de Madrid. El sol brillaba con fuerza. ¿Cuánto tiempo llevo en este apartamento?, se preguntó. Ya se había acostumbrado a las vistas. Junto a la ventana, una estantería repleta de libros; y al lado de esta, una fotografía del tamaño de una hoja de periódico de Elias Canetti. Hablaba del trigésimo aniversario de su muerte.
Alfie se acercó a la estantería y empezó a revisar los libros. Algunos los había conseguido durante su estancia en prisión. La gran mayoría, sin embargo, los había acabado comprando a lo largo de los tres años que llevaba en la calle. En su colección había de todo: Cervantes, Büchner, Murdoch, Musil… Pero también: Fitzgerald, Trumbo, Christie, Kerouac… No seguían ningún orden. Solía decir que disfrutaba de ellos sin categoría, sin género. Nada le importaba mientras contaran una buena historia. De repente, se dio cuenta de algo. En su estantería no había ningún libro rojo. ¿Dónde estaba el ejemplar que le había concedido su