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Poemas

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CATULO1

“POEMA V”

Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.


Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos.

1
Catulo (84-54 a.C. ca/2019). Poesía (trad. Ramón Irigoyen ). Penguin Clásicos.

1
LUCRECIO2
DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS (VV. 1462-1533)

Al poseerse, los amantes dudan.


No saben ordenar sus deseos.
Se estrechan con violencia,
se hacen sufrir, se muerden
con los dientes los labios,
se martirizan con caricias y besos.
Y ello porque no es puro su placer,
porque secretos aguijones los impulsan
a herir al ser amado, a destruir
la causa de su dolorosa pasión.
Y es que el amor espera siempre
que el mismo objeto que encendió la llama
que lo devora, sea capaz de sofocarla.
Pero no es así. No. Cuanto más poseemos,
más arde nuestro pecho y más se consume.
Los alimentos sólidos, las bebidas
que nos permiten seguir vivos,
ocupan sitios fijos en nuestro cuerpo
una vez ingeridos, y así es fácil
apagar el deseo de beber y comer.
Pero de un bello rostro, de una piel suave,
nada se deposita en nuestro cuerpo, nada
llega a entrar en nosotros salvo imágenes,
impalpables y vanos simulacros,
miserable esperanza que muy pronto se desvanece.
Semejantes al hombre que, en sueños,
quiere apagar su sed y no encuentra
agua para extinguirla, y persigue
simulacros de manantiales y se fatiga
en vano y permanece sediento y sufre
viendo que el río que parece estar
a su alcance huye y huye más lejos,
así son los amantes juguete en el amor
de los simulacros de Venus.
No basta la visión del cuerpo deseado
para satisfacerlos, ni siquiera la posesión,
pues nunca logran desprender ni un ápice
de esas graciosas formas sobre las que discurren,

2
Lucrecio (58 c.C./2003). De la naturaleza de las cosas: Poema en seis cantos. Biblioteca Virtual Miguel
de
Cervantes.https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/de-la-naturaleza-de-las-cosas-poema-en-seis-
cantos--0/html/

2
vagabundas y erráticas, sus caricias.
Al fin, cuando, los miembros pegados
saborean la flor de su placer,
piensan que su pasión será colmada,
y estrechan codiciosamente el cuerpo
de su amante, mezclando aliento y saliva,
con los dientes contra su boca, con los ojos
inundando sus ojos, y se abrazan
una y mil veces hasta hacerse daño.
Pero todo es inútil, vano esfuerzo,
porque no pueden robar nada de ese cuerpo
que abrazan, ni penetrarse y confundirse
enteramente cuerpo con cuerpo,
que es lo único que verdaderamente desean:
tanta pasión inútil ponen en adherirse
a los lazos de Venus, mientras sus miembros
parecen confundirse, rendidos por el placer.
Y después, cuando ya el deseo, condensado
en sus venas, ha desaparecido, su fuego
interrumpe su llama por un instante,
y luego vuelve un nuevo acceso de furor
y renace la hoguera con más vigor que antes.
Y es que ellos mismos saben que no saben
lo que desean y, al mismo tiempo, buscan
cómo saciar ese deseo que los consume,
sin que puedan hallar remedio
para su enfermedad mortal:
hasta tal punto ignoran dónde se oculta
la secreta herida que los corroe.

3
IVETH LUNA FLORES3
“TORTUGAS NINJA”

Siempre quise vivir con alguien


hacer lo que las parejas hacen
una disputa en la puerta del baño
por la marca barata del papel higiénico
irnos a dormir enojados
por la manera reiterada y caprichosa
con la que exprimiste la pasta dental
el reclamo otra vez porque no lavé los trastes.
Quería darte un abrazo al irme a acostar
despertar a mitad de la madrugada
contarte que soñé con las tortugas ninja
hablar entre dormida y llorando
relatando de nuevo esas pesadillas
mis gatas heridas huyendo de casa
o un grupo de militares acribillándome.
En fin quería tener a alguien
con quien compartir la intimidad
del aliento modorro y agrio de la noche.
No sabía que el hogar podía retroceder
a nuestros hogares primigenios
que las bocas de nuestros padres se abrirían de nuevo
para azotar las puertas antes de irse a trabajar
que tomarían nuestras manos y nos reclutarían en su odio.
Nunca sospeché que nos volveríamos amargos
dulces secos y pegados a los cabellos
manchas en la pared
jarrones quebrados en el piso
muebles envejeciendo.
No sabía que mi cuerpo llevaba muy adentro
los lenguajes aprendidos en la casa de mi infancia
que el enojo era un cuchillo que afilaba día tras día
limaba mis dientes y endurecía la saliva.
No sabía que tu miedo crecería en tu brazo adolorido
la emergencia del terror
paralizando tu jornada laboral
un ataque de pánico no enunciado.
Durante años viví completamente aislada
pagando la renta de mi soledad
alimentando la paciencia de mis gatas
bebiendo descontroladamente
invitando a un hombre diferente cada semana

3
Luna Flores, I. (2024). Mis amigas están cansadas. Dharma Books.

4
un hombre que tuviera el valor de venir a dormir en mi cama.
En el momento en que le di la bienvenida a la vida en pareja
mi departamento se volvió pequeño
los cuartos me sofocaron
la suciedad se hizo más notoria
y mi alcoholismo sobresalió como la espuma mugrosa
que se eleva cuando lavas la ropa.
Empecé a endeudarme a la manera de mi padre
me aguanté el hambre para vengarme de las veces
en que mi madre llegaba tarde para hacernos de comer,
ese cordón umbilical no lo adelgazó el tiempo
lo volvió más fuerte y conectó el amor
al sabor podrido de la leche.
Las ventanas retumbaron
los vecinos se volvieron
los mismos vecinos de mis padres
que dudaban si llamar a la patrulla o no
si las peleas de pareja debían quedarse detrás de la puerta
o no sé qué estábamos haciendo entonces
si todo era una puesta en escena
de mamás rogando porque te fueras
de hijos que no eran nuestros hijos
eran mis gatas asustadas
corriendo por el departamento
confundidas por el jalón y los empujones
y ya no sé dónde perdí
aquella mañana serena en que desperté y te dije
que había soñado con las tortugas ninja
y tú solo preguntaste: ¿Con las cuatro?
y yo te respondí: Sí, con las cuatro.

5
ANNE SEXTON4
“LA MÚSICA NADA DE VUELTA A MÍ”

Espere señor. ¿Por dónde se va a casa?


Ellos apagaron la luz
y la sombra se mueve en la esquina.
No hay señales en este cuarto,
cuatro mujeres, de más de ochenta,
cada una con pañales.
La la la, oh… la música nada hacia mí,
y puedo sentir la melodía que tocaban
la noche en que me dejaron
en este instituto privado sobre la colina.

Imagínenlo. Una radio sonando


Y todos aquí estaban locos.
Me gustó y bailé en un círculo.
La música se derrama sobre la razón
Y, de una manera divertida,
la música ve más que yo.
Quiero decir que se acuerda mejor;
recuerda la primera noche aquí.
Estaba el sofocante frío de Noviembre,
Hasta las estrellas estaban atadas al cielo
y esa luna demasiado brillante,
pasando a través de los barrotes para pegarme
un canto en la cabeza.
He olvidado todo el resto.

Me atan a esta silla a las 8 am.


Y no hay señales que indiquen el camino,
sólo la radio, sonando para ella misma
Y la canción que recuerda
más que yo. Oh, la la la
Esta música se desliza hacia mí.
La noche en que llegué bailé en un círculo
Y no tuve miedo.
¿Señor?

4
Sexton, A. (2024). Poesía completa. Lumen.

6
ANNE SEXTON
“MATAR A LA PRIMAVERA”
Cuando las frías lluvias persistían y mataban la primavera, era como si
una persona joven hubiese muerto sin motivo.

ERNEST HEMINGWAY, París era una fiesta

Habían demolido la primavera.


No volvería, no volvería, no volvería.
Final de abril, final de mayo
y las lluvias metálicas persistían.
Desde mi ventana de latón observaba
los aterradores tulipanes
meciéndose en sus goznes,
abatidos como palomas.

Luego ignoré la primavera.


Me puse anteojeras y montada en un burro
avancé en círculo, un cálido círculo.
Intenté cabalgar toda la eternidad
pero regresé.
Me tragué mi carne rancia
pero regresó.
Eliminé el recuerdo con una X
pero regresó.
Até el tiempo con una soga
pero regresó.

Entonces
metí la cabeza en un cuenco de muerte
y mis ojos se cerraron como almejas.
No regresaron.
Fui declarada legalmente ciega
por mis libros y papeles.
Mis ojos, esos dos dioses azules,
no regresaron.
Mis ojos, esas putas, esas zorras,
ya no jugarían más.

Después clavé mis manos


sobre una caja de pino.
Seguí las venas azules
como un mapa de carreteras de neón.
Mis manos, esas tocadoras, esas osas,

7
no alargarían el brazo ni hablarían.
Ya no podían dedicarse al acto.
Estaban atrapadas en el olvido.
No regresaron.
Habían renunciado a sus abominables hábitos.
Estaban practicando para una crucifixión.
No podían responder.

Luego tomé mis orejas,


esas dos lunas frías,
y las ahogué en el Atlántico.
No llevaban ninguna máscara.
No las engañaba la risa.
No eran luminosas como el reloj.
Se hundieron como pájaros engrasados.
No regresaron.
Esperé con mis huesos en el acantilado
para ver si flotaban como una mancha de petróleo
pero no regresaron.

No podía ver la primavera.


No podía oír la primavera.
No podía tocar la primavera.
Hubo una vez una persona joven
que murió sin motivo.
Yo era igual.

8
SYLVIA PLATH5
“TULIPANES”
Los tulipanes son demasiado entusiastas, acá es invierno.
Vean qué blanco todo, qué tranquilo, qué nevado.
Aprendo a estar en paz, acostada sola, en silencio
como la luz se acuesta en estas paredes blancas, esta cama, estas manos.
No soy nadie. Nada tengo que ver con explosiones.
Les di mi nombre y mi ropa de calle a las enfermeras
y mi historia al anestesista y mi cuerpo a los cirujanos.

Apoyaron mi cabeza entre la almohada y el doblez de la sábana,


como un ojo entre dos párpados blancos que no se quieren cerrar.
Pupila estúpida, tiene que absorberlo todo.
Las enfermeras pasan y pasan, no molestan,
a la manera de las gaviotas que van tierra adentro con sus cofias blancas,
haciendo cosas con las manos, una igual a la otra,
así que es imposible saber cuántas son.

Para ellas mi cuerpo es una piedrita, lo cuidan como el agua


cuida a las piedritas que debe arrollar, alisándolas con suavidad.
Me traen sopor en sus agujas brillantes, me traen el sueño.
Ahora me he perdido, estoy harta de equipaje:
mi valijita de charol, como un pastillero negro,
mi marido y mi hija que sonríen en la foto familiar;
sus sonrisas se clavan en mi piel, pequeños anzuelos sonrientes.

He dejado que se me escapen las cosas, como un carguero de treinta años,


tercamente aferrada a mi nombre y dirección.
Me han limpiado de todas mis referencias más preciadas,
asustada y desnuda en la camilla tapizada de plástico verde
vi cómo mi juego de té, mi armario de ropa blanca, mis libros
desaparecían de mi vista. Y el agua me cubrió la cabeza.
Soy una monja ahora, nunca fui tan pura.

No quería ninguna flor, solo quería


yacer mostrando las palmas de las manos, y estar completamente vacía.
Cuánta libertad, una no tiene idea cuánta.
La tranquilidad es tan grande que encandila.
Y no pide nada, el nombre en una etiqueta, algunas chucherías.
A esa tranquilidad se aferran los muertos, finalmente. Los imagino
cerrando la boca sobre ella, como si fuera una hostia.

5
Plath, S. (2022). Di mi nombre. Poesía completa. Navona.

9
En primer lugar, los tulipanes son demasiado rojos, me lastiman.
Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar
levemente, a través de su envoltorio blanco, como un bebé terrible.
Su rojo le habla a mi herida, se corresponden.
Son sutiles: parecen flotar, aunque me hunden,
alterándome con sus súbitas lenguas y su color,
una docena de pesas rojas que me rodea el cuello.

Nadie me vigilaba, ahora me vigilan.


Los tulipanes se vuelven hacia mí, y la ventana a mis espaldas
donde una vez al día la luz lentamente se ensancha y adelgaza,
y me veo, chata, ridícula, una sombra recortada de papel
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
y no tengo cara, he querido eclipsarme.
Los vívidos tulipanes se devoran mi oxígeno.

Antes de que llegaran el aire estaba suficientemente tranquilo,


yendo y viniendo, con cada respiración, sin ningún alboroto.
Después los tulipanes lo colmaron como un ruido estridente.
Ahora el aire se agita y arremolina alrededor a la manera en que un río
se agita y arremolina alrededor de una máquina hundida enrojecida por el óxido.
Concentran mi atención, que estaba feliz
jugando y descansando sin comprometerme.

También las paredes parecen levantar temperatura.


Los tulipanes deberían estar enjaulados como animales peligrosos,
se abren como la boca de un gran felino africano.
Y soy consciente de mi corazón: abre y cierra
su cuenco de capullos rojos por puro amor a mí.
El agua que pruebo es cálida y salada, como el mar,
y viene de un país tan lejano como la salud.

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ALEJANDRA PIZARNIK6
“FIGURAS Y SILENCIOS”

Manos crispadas me confinan al exilio. Ayúdame a no pedir ayuda.


Me quieren anochecer, me van a morir. Ayúdame a no pedir ayuda.

“CUENTO DE INVIERNO”

La luz del viento entre los pinos, ¿comprendo estos signos de tristeza incandescente?

Un ahorcado se balancea en el árbol marcado con la cruz lila.

Hasta que logró deslizarse fuera de mi sueño y entrar a mi cuarto, por la ventana en
complicidad con el viento de la medianoche.

“VÉRTIGOS O CONTEMPLACIÓN DE ALGO QUE TERMINA”

Esta lila se deshoja,


Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra. He de morir de cosas así.

“EN LA OTRA MADRUGADA”

Veo crecer hasta mis ojos figuras de silencio y desesperadas. Escucho grises, densas voces
en el antiguo lugar del corazón.

6
Pizarnik, A. (2016). Poesía completa. Lumen.

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